3. Jean Meyer, La Cristiada, 3 vols, Siglo Veintiuno Editores, S. A., México, 1973. 4. Para datos sobre los intereses de Julián y Ponciano Salgado en el Distrito de Hidalgo véase Ian Jacobs, La Revolución Mexicana en Guerrero: una re­ vuelta de rancheros Ediciones Era, México, 1982, pp.90-91, 93. 5. Véase Jacobs, La Revolución Mexicana en Guerrero, pp. 65-84, también Jaime Salazar Adame, “Periodo 1867-1910” en Jaime Salazar Adame et al, Historia de la cuestión agraria mexicana, estado de Guerrero 1867-1940, México, 1987, pp. 15-17, 65-67. 6. Salazar Adame, op. cit., pp. 43-63. Salazar Adame incluye en su relato de rebeliones populares las de Canuto Neri en 1893 y de Rafael del Castillo Calderón en 1901. En estas dos rebeliones hubo participación importante de individuos de los sectores terratenientes y rancheros que a la postre partici­ parían en la Revolución. Esos sectores, igual que los campesinos reprimidos y despojados, sintieron inconformidades por el sistema de impuestos, abusos de autoridad, falta de participación en la política municipal y demás causas de descontento social y político. 7. José Manuel López Victoria, Historia de la Revolución en Guerrero, 3 tomos, Chilpancingo, Gobierno del Estado de Guerrero e Instituto Guerrerense de la Cultura, 1985,1, p. 231.

Ian Jacobs. Editor: Dictionary o f Art. Macmillan Publishers Ltd.

GUTIERREZ, José Antonio, Los Altos de . Panorama his­ tórico de una región y de su sociedad hasta 1821, México, Conse­ jo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991, 549 p.

Jinetes gallardos, sombreros charros, hombres valientes y guapas mujeres dispuestos a defender sus ideales y creencias aun con las armas, han sido algunas de las imágenes tradicionalmente atribui­ das a Los Altos de Jalisco. En las últimas décadas la migración alteña hacia los Estados Unidos y una importante producción leche­ ra han agregado nuevos rasgos a esta visión, pero sin cambiar esa fisonomía escencialmente ranchera y muy orgullosa de sus raíces hispanas. Los temas alteños llamaron la atención de los investigadores hace ya más de medio siglo cuando fue publicado el estudio de Paul Taylor sobre Arandas.1 Sin embargo fue hasta la década de los setenta con los trabajos del equipo coordinado por Andrés Fábregas2 y la obra de Jean Meyer sobre la gesta cristera,3 que Los Altos se convirtieron en foco de atracción para sociólogos, antropólogos e historiadores. Al mismo tiempo puede hablarse de una tradición historiográfica alteña que da cuenta del interés de los habitantes de la región por conservar su memoria histórica a través de la pluma de cronistas y autores locales que con mayor o menor fortuna escribieron, impri­ mieron y lograron hacer circular sus obras. Prácticamente todos los municipios alteños cuentan con alguna monografía o ensayo históri­ co en cuya portada se aparecen, invariablemente, las torres de la iglesia del lugar. Estadísticas decimonónicas, bosquejos históricos porfirianos y monografías dispersas por bibliotecas, archivos y vie­ jas imprentas vistos en conjunto constituirían hoy un cuerpo de documentación nada despreciable. Estas dos líneas, interés académico por la región y aprecio por los asuntos referentes al sitio que le vio nacer coinciden en el caso de José Antonio Gutiérrez. Así la publicación de Los Altos de Jalisco. Panorama histórico de una región y de su sociedad hasta 1821, cuyas páginas inician en la época prehispánica remota llegando hasta el fin de la lucha insurgente, resulta doblemente interesante porque el trabajo no sólo constituye un excelente esfuerzo de sínte­ sis de una historia regional con base en una amplia bibliografía, sino que además proviene de la pluma de un historiador profesional alteño. La definición de la región estudiada sigue las líneas de la divi­ sión política de los 26 municipios jaliscienses que para fines admi­ nistrativos y estadísticos integran la porción nororiental del estado identificada como Los Altos. Sin embargo, a lo largo del trabajo resultan privilegiados cinco o seis municipios alteños Lagos de Mo­ reno, , Jalostotitlán, , Tepatitlán principalmente. Uno de los propósitos del autor, según sus propias palabras, tuvo el carácter didáctico de dar a conocer la historia de Los Altos: “En este sentido no será sino un repaso del desarrollo histórico de la región inmersa en la y, extensivamente, en la Nueva España”. Objetivo que se ve cabalmente cumplido cuando, con base en la bibliografía seleccionada, se van exponiendo las características de cada período para el virreinato en general, descen­ diendo luego al nivel de la Nueva Galicia para pasar finalmente a examinarlo en la región estudiada. Para la época prehispánica el autor utiliza textos en los que la región aparece como asiento de varios cacicazgos pertenecientes a la Confederación Chimaluacana, aún cuando da cuenta también de trabajos más recientes pertenecientes a arqueólogos que han llegado a la conclusión de que no hay pruebas suficientes para sostener la existencia de ese Gran Chimaluacán. La conquista de Los Altos -que constituye la segunda parte del amplio apartado titulado “La formación de la sociedad regional” cubre el período que va desde 1521 con las primeras expediciones enviadas por Cortés hacia tierras occidentales hasta el estableci­ miento definitivo de autoridades y pueblos hispanos una vez termi­ nada la guerra del Mixtón. El descubrimiento de los minerales del norte es señalado como el acelerador para la colonización de la región y la aparición de núcleos españoles en Santa María de los Lagos, Jalostotitlán, , etc. Una población compuesta en su mayoría por descendientes de troncos hispanos, una fuerte presencia y control ejercidos por la Iglesia y la concesión de “estancias” que evolucionaron para con­ vertirse en haciendas son los componentes que el autor destaca en la conformación de la sociedad colonial de Los Altos. “El siglo XVIII y la modernidad” es el capítulo que da cuenta de los cambios experimentados en la colonia hasta alcanzar al mun­ do alteño y la influencia que tuvieron las nuevas ideas entre sus habitantes. Después de recorrer el camino que siguió el pensamiento ilustrado para llegar hasta la región estudiada, Gutiérrez concluye que logró penetrar en algunos núcleos de la sociedad alteña y que fue en esa misma centuria cuando Los Altos vieron llegar las prime­ ras manufacturas. Al describir “La sociedad alteña”, en el apartado del mismo título, no contradice la visión tradicional de esta región: se atribuye el mayor peso a la población hispana y criolla, señalando que la segunda representaba más del 50 por ciento de sus habitantes. Los mestizos, por su parte, constituían el grueso de los trabajadores del campo y los indígenas seguían representando a los campesinos sin tierra. Sin embargo la bibliografía utilizada aquí no parece suficien­ te para sustentar estas afirmaciones.4 Las investigaciones sobre la élite tapatía de Lindley y las descripciones o censos coloniales revi­ sadas por el autor apenas pueden dar algunos indicios generales. Frente a ellas, estudios regionales recientes abren otras posibilida­ des mostrando que en algunas zonas alteñas, Teocaltiche por ejem­ plo, la presencia indígena fue mucho mayor de lo que se creía y que además fue capaz de defender y aún de acrecentar sus tierras frente a los propietarios españoles hasta fines de la época colonial.5 El último capítulo está dedicado a la lucha por la independencia, describiendo detalladamente sus antecedentes y las primeras conspi­ raciones hasta ^1 inicio del movimiento insurgente y su desarrollo en Los Altos, hasta la consumación de la Independencia que dejó el control del país en manos de una élite criolla.6 La debilidad del trabajo, si se quiere encontrar alguna, radicaría en dos puntos, el primero de los cuales se refiere a que el acervo documental manejado es muy limitado. Aún cuando en algunos ca­ sos hay menciones sobre fuentes primarias, éstas no aparecen cita­ das lo que resultaría de gran interés y ayuda para los interesados en el área. El segundo radica en que no se ha incorporado bibliografía reciente, con la excepción del trabajo de Fábregas, aún cuando se trata de un estudio elaborado básicamente con fuentes secundarias. A ello se podría atribuir la tendencia a generalizar ciertos fenóme­ nos para toda la región, sin distinguir diferenciación alguna al inte­ rior de la misma. Así por ejemplo, mientras en las jurisdicciones de Teocaltiche y Lagos se desarrollaron tempranamente las haciendas,7 no puede decirse lo mismo de Jalostotitlán donde los ranchos domi­ naron el paisaje.8 Igualmente hay afirmaciones que no pueden sus­ tentarse sin el apoyo de fuentes documentales, ni señalarse como válidas para Los Altos situaciones que eran comunes para la Nueva España en general. Tal es el caso de la utilización de trabajo forzoso indígena que menciona el autor y que, pese a ser práctica muy extendida entre los hacendados neogallegos, al parecer no estuvo presente en el caso alteño ya que no se ha localizado ningún manda­ miento de la Real Audiencia obligando a los pueblos indígenas a participar en repartimientos para alguna hacienda.9 Mérito importante del trabajo de José Antonio Gutiérrez es el constante ir y venir entre marco regional, nacional e hispanoameri­ cano. Tanto que rebasa la definición del título presentando una reflexión sobre las principales etapas de la historia nacional. Asi­ mismo, el afecto de quien conoce a fondo el territorio estudiado y la cultura de sus paisanos dan a Los Altos de Jalisco un sabor espe­ cial.

Notas

1. Paul Taylor. “A Spanish-Mexican Peasant Community: Arandas in Jalisco, México”, en Iberoamericana, núm. 4, University of California Press. 2. Jaime Espín y Patricia de Leonardo, Economía y sociedad en los Altos de Jalisco. México, Editorial Nueva Imagen, 1978. Andrés Fábregas, La for­ mación histórica de una región: Los Altos de Jalisco. México, Ediciones Casa Chata, 1986. En este trabajo se citan otras investigaciones realizadas por el mismo equipo que no fueron publicadas. Tomás Martínez Saldaña y Leticia Gándara Mendoza, Política y sociedad en México: el caso de los Altos de Jalisco. México, SEP-INAH, 1976. 3. Jean Meyer, La Cristiada. 3 vols. México, Siglo XXI, 1975-1977. 4. Gutiérrez. Los altos, pp. 320-339. 5. Águeda Jiménez Pelayo. Haciendas y comunidades indígenas en el sur de Zacatecas. México, INAH, 1990. 6. Gutiérrez. Los Altos,, p. 538. 7. Agueda Jiménez Pelayo. Haciendas y comunidades indígenas en el sur de Zacatecas. México, INAH, 1990. Francois Chevalier. La formación de los latifundios en México, pp. 219-220. 8. Archivo Parroquial de Jalostotitlán. Bautismos, vols. 11-23. Los lugares de origen de los bautizados dan una idea del gran número de ranchos y puestos existentes en la jurisdicción parroquial, alrededor de doscientos, que para fines del XVIII incluía el territorio que hoy ocupan los municipios de Jalostotitlán, San Miguel el Alto, Cañadas y Valle de Guadalupe. Padrón del pueblo de Jalostotitlán del año de 1783. Lista alrededor de 150 localida­ des habitadas por las familias de rancheros. 9. González Navarro, Moisés. Repartimiento de indios en Nueva Galicia. Méxi­ co, INAH, 1977. Águeda Jiménez Pelayo. “Condiciones del trabajo de repartimiento indígena en la Nueva Galicia en el siglo XVII”, Historia Mexicana, XXXVIII:3, 1989, pp. 455-470. La única excepción fueron los indios de Teocaltiche que estuvieron obligados a trabajar en las salinas de Peñol Blanco.

Celina Guadalupe Becerra J. Universidad de

ESLABONES, Revista semestral, publicada por la Sociedad Nacio­ nal de Estudios Regionales, A.C., México, 1991, 1992 y 1993. * La Sociedad Nacional de Estudios Regionales, A. C. ha venido publicando desde 1991 la revista semestral Eslabones. A la fecha han aparecido seis números; es decir, dos por año, y cada uno con temática propia. Para quienes se interesan y/o trabajan con temas regionales, Es­ labones resulta especialmente atrayente. En el primer número, y a manera de presentación, Carlos Martínez Assad -secretario ejecuti­ vo de la Sociedad- explica el nacimiento de Eslabones como