Eulogy by Prof. Emilio Casares Rodicio
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Laudatio del Profesor Doctor D. Emilio Casares Rodicio con motivo de la investidura como Doctor “Honoris Causa” del Excmo. Sr. Dr. D. Joan Manuel Serrat Excmo. Sr., Rector Magfco; Excmo. Sr. Presidente del Congreso; Excma. Sra. Presidenta de la Comunidad; Excmo. Sr. Ministro de Industria; Miembros del claustro universitario; Señoras y Señores: Por tercera vez en poco tiempo subo a esta tribuna, obedeciendo el mandato del Sr. Rector, de hacer la Laudatio de un músico español nominado para recibir el honroso título de Doctor honoris causa por esta Universidad, ilustre por tantos conceptos. Parece necesario que comience confesando a este claustro, que no son mis méritos personales los que llevan a esta situación, sino la escasez de esta especie, espero que no en extinción, que formamos los musicólogos en la Universidad española y por ello en la Universidad Complutense de Madrid. Este acto adquiere para mí una elevada significación cultural: la imposición de la máxima distinción académica a un representante de la “otra creación musical” conocida en Hispanoamérica con ese bello nombre de “Música popular urbana”, dos conceptos “popular” y “urbana”, que en música adquieren un especial significado. Con este doctorado se completan los ámbitos en los que la se expresa la música, y se reconoce a un artista íntimamente ligado a nuestra reciente historia; un artista que ha marcado nuestra vida musical diaria. Esta universidad ha hecho “doctor honoris causa” a los maestros Joaquín Rodrigo, Carmelo Bernaola, Luis de Pablo, Cristóbal Halffter, Antón García Abril, Teresa Berganza, Plácido Domingo y Tomás Marco, a quienes cito “propter ordinem senectutem”, todos representantes insignes de la moderna creación e interpretación musical, y ahora propone a un representante de la “otra música”. Pocos países son tan ricos en música popular como los hispanos. El hispano es un pueblo que canta en comunidad y en soledad, y por ello cuando hablamos del canto y de quien lo practica, lo estamos haciendo de un arte que siempre ha vertebrado nuestra comunidad, estamos hablando, de la relación música-sociedad. Sólo así es entendible la trascendencia de este acto. Al conceder el título de Doctor honoris causa a Joan Manuel Serrat estamos premiando un trabajo de exploración y de invención de músicas que se han convertido casi en nuestro paisaje natural durante años, en auténticos iconos. Músicas con las que hemos gritado, bailado, con las que nos hemos manifestado, que han llenado nuestro tiempo, que nos siguen recordando vivencias, sueños, ilusiones y luchas. Músicas, en fin, que nos han regalado un mundo de sensaciones, de figuras y paisajes, que tiene una gran unidad. Premiamos a un artista en el que se unen el poeta y el músico, el creador y el intérprete, y en el que se ha cumplido de manera especial, aquel dicho del poeta Iriarte: “música y poesía en una misma lira tocaremos”. La música popular, las culturas del rock y del pop, la canción comercial, caminan hacia la conquista de un estatus académico dentro de la Universidad española. Esta conquista no es fácil ni está aún completa; queda un largo camino por recorrer; camino que ha sido transitado ya por las universidades europeas y americanas, aunque no antes de los años 60. Particularmente desde 1980 se inició una cruzada cuyo objetivo era el estudio e investigación de toda una serie de músicas al margen de la tradición musicológica clásico-romántica, responsable de convertir a la música en un paradigma formal y espiritual, cuando hasta el siglo XIX la música había sido, sobre todo, símbolo e instrumento del instinto, la improvisación y la acción. En esta singular carrera en pro de convertir al rock, al pop y a otras formas de canción popular en un campo epistemológico digno de ser estudiado de forma rigurosa, fue necesario, en un primer momento, subrayar las divergencias fundamentales entre estas músicas y la mal denominada música clásica, estudiada por la musicología, pero también entre estas músicas y las músicas folklóricas o étnicas, que interesan a etnomusicólogos y antropólogos. Parecía que el denominador común del rock, el pop, la canción comercial, la música televisiva, las músicas de baile y la canción protesta era sencillamente que estaban excluidas de la academia. El objetivo inicial era definir de forma precisa este nuevo campo y justificar la necesidad de emplear unas metodologías distintas a las que habitualmente se utilizan en el estudio de la música académica y folklórica. En segundo lugar, era necesario advertir a la musicología, a los conservatorios y las universidades, de la necesidad de renovar sus métodos, su vocabulario y sus códigos de valor, eliminando prejuicios trasnochados para poder analizarlas adecuadamente y convencerles de que son merecedoras de atención por parte de las instituciones académicas. La música popular comunica y es de nuestra competencia. 25 años después, se reconoce en medios internacionales que la etapa inicial de esta carrera ya se ha cubierto y que, una vez lograda la dignificación académica de las músicas populares masivas del siglo XX, procede, en cambio, observar y subrayar los puntos de contacto entre ellas y las “otras” músicas, intentando integrar experiencias musicales tradicionalmente aisladas. En efecto, hay sistemas de valores compartidos como, por ejemplo, la recurrencia a la metáfora para explicar el significado que se esconde detrás de la música; la creencia en que la música transmite significados y mensajes que llevaría demasiado tiempo poner en palabras; la valoración de la autenticidad, de la innovación, de la creación sobre la reproducción; la valoración de la expresión personal sobre el mercado (por cierto, no necesariamente elementos contrapuestos); y, finalmente, la consideración de que la música es todo un capital estético y cultural. La canción popular nos ayuda a construir la realidad, al igual que la literatura; no se limita a representarla sino que su función es ayudarnos a crear nuestra propia visión del mundo, de las cosas, de la vida. Como ha dicho el gran musicólogo Nicholas Cook, el significado de la música radica más en lo que hace que en lo que representa. La música no es, se hace. La música no representa, sino que articula, socializa; no revela sino que construye, dota de sentido a los individuos y también a los grupos sociales. Articula sentimientos, pasiones, en permanente dialéctica con su uso comercial; su autenticidad trasciende o subvierte su comercialidad. Todo este mundo rodea la figura de Joan Manuel Serrat y lo explica. Sus canciones ayudaron a mi generación y a otras que vinieron después –y quizá éste sea uno de sus grandes logros– a definirnos como sujetos sociales, nos proporcionaron experiencias emocionales intensas, directas e individuales pero también dentro de un contexto social, experiencias de ubicación cultural y de identidad colectiva. Sus canciones, de este modo, son un punto de encuentro entre lo personal y lo público, lo individual y lo histórico. No en vano es uno de los cantantes catalanes y españoles más universales del último tercio del siglo XX. Por eso estoy de acuerdo con Antonio Gala cuando define la canción de Serrat como el fruto de un poeta ejemplar: “porque lleva la vida entre los dientes, como un cuchillo y como un beso. Serrat, además, no es sólo el verso: es la canción: un poema que ha de llegar más lejos que el poema; un poema lanzado como un dardo que reclama su diana. La música en él no es un mero soporte o un acompañamiento, sino algo que ayuda a su perfecta inteligencia, a su más clara y directa comprensión”. Sus canciones también nos ayudaron a definir lo que era ser joven en aquellos años 60 y 70, construyeron una idea de juventud. Sus melodías y sus textos nos ayudaron a manejar nuestros sentimientos, a organizar nuestro tiempo, el tiempo desde una España sin libertades a una España plural. Ahí está el valor estético indiscutible de su música, su trascendencia social. La solvencia de artistas como Joan Manuel Serrat nos recuerdan a diario que es necesario cambiar valores y que uno de los pequeños dramas del siglo XX ha sido que el considerable aumento de la producción, consumo y vivencia de la música y la canción popular no ha sido acompañado de un aumento similar en la enseñanza, estudio, explicación e investigación sobre la música popular. La música del siglo XX es la música que los ciudadanos del siglo XX hicieron y escucharon: esta afirmación, que parece obvia, no lo es tanto cuando uno lee atentamente un libro sobre historia de la música contemporánea, un manual de historia de la música. Todavía hoy a muchos intelectuales, compositores, profesores y musicólogos les parece que la unión del pensamiento teórico y la música pop es algo grotesco. En el mejor de los casos se preguntan: ¿para qué necesitamos la teoría sobre una práctica musical cuando, en realidad, ésta funciona muy bien sin ella? En el peor, no les interesa nada en absoluto, o, simplemente, la marginan. No tienen en cuenta la reflexión del gran musicólogo alemán Carl Dalhaus: «Toda historia que pretenda reconstruir parte del pasado como una estructura estética y social, más que como una mera sucesión de obras, una especie de museo muerto, ha de tener que tratar no sólo la historia de la creación, sino de la recepción»; es decir, la respuesta social ante el hecho musical. La obra de Serrat se ha hecho acreedora de una recepción única. Pero, finalmente, tampoco aceptan el hecho de que la música popular masiva cobra sentido a través de la diversión, del placer. Sin embargo, a comienzos del siglo XXI hemos de asumir que el placer no está reñido con la revolución, ni con la acción política. Es paradójico que aún tengamos que recordar la gran utilidad que la cultura popular tiene para explicar nuestra sociedad.