Añoranzas de una sociedad hidalga en Tipacoque: Estampas de provincia de Eduardo Caballero Calderón

Ricardo Visbal Sierra Universidad de La Sabana

I. Tipacoque: la casa solariega como motivo creador de Eduardo Caballero Calderón

Al leer la obra de un escritor tan prolífico como Eduardo Caballero Calderón, se percibe un compromiso social en el sentido histórico y social del mundo hispanoamericano en sus ensayos, de la responsabilidad política en sus novelas sobre la violencia colombiana de mediados del siglo XX y, desde una perspectiva personal sus añoranzas por la “tierrita” con sus obras sobre la casa solariega o se podría decir, de la hacienda de Tipacoque, donde describe no solo sus recuerdos de infancia, por este motivo, a partir de la autobiografía familiar, hace una preciosista descripción de los campos de Santander y Boyacá, sin dejar de mostrar, a partir de una analítica observación antropológica sobre las tradiciones, las costumbres y los modos de vida de las personas que habitan en las estribaciones del río Chicamocha.

Tipacoque pervive en la obra de Eduardo Caballero Calderón como un lugar de reminiscencias, una casa solariega que ha sobrevivido todos los cambios históricos de esta región desde la conquista, pasando por la colonia donde comienza a ensancharse el sentido mismo de este lugar ampliándolo hasta convertirse en un símbolo del poder del encomendero real, de un representante de la corona española en los colombianos. Luego vendrá el periodo republicano, donde sus ancestros se sitúan al lado del liberalismo, pero esta posición política será importante para demostrar su poder regional de la familia,

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que al avanzar el siglo XX, pierde su poder de influencia en la zona, pero con ayuda del mismo escritor, se convierte en municipio en 1969.

Este concepto de la hacienda como una representación del poder familiar se percibe en toda la obra novelística y cronística de Eduardo Caballero Calderón, de este modo, María Mercedes Ortiz en su análisis titulado Un pueblo condenado. El campesinado indígena y la construcción de la nación en Siervo sin tierra, observa que:

La hacienda domina la región de las vegas del Chicamocha y la vida de todos los habitantes en las esferas económicas, políticas y culturales. Su monopolio del poder se base en la propiedad de la tierra, propiedad cuya historia se remonta en muchos casos, al periodo colonial cuando los grupos fueron desposeídos de sus tierras por españoles, el control del agua, y de los productos que los campesinos pueden sembrar (Ortiz, 143).

En la obra de Caballero Calderón, Tipacoque, la hacienda familiar es un motivo conductor de su inspiración literaria pero no se puede considerar que las cuatro obras inspiradas en este lugar de la Cordillera Oriental sean de carácter pintoresco o de cuadro de costumbres, pues estas composiciones de tipo autobiográfico familiar, describen de una forma antropológica las costumbres de los lugareños, pero a la vez, se puede percibir el lento avance de la decadencia de una clase social elevada, la cual pierde a lo largo de la transformación social del siglo XX, el poder económico, la influencia política y sobre todo, el poder económico, por este motivo, estas memorias son los recuerdos, las reminiscencias de un pasado representado en una casa colonial.

En cierto sentido, la casona familiar es uno de los temas conductores de Eduardo Caballero Calderón, pues la tierra de sus ancestros fue un motivo de inspiración constante en la extensa obra de este escritor, por esta razón, Álvaro Castillo en su presentación del catálogo

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De ayer a hoy. Año Caballero Calderón 1910-2010 de la Biblioteca Nacional de en la conmemoración de los cien años del nacimiento de este escritor, comenta que:

Tipacoque, a diferencia de Comala, de Juan Rulfo; del Macondo, de Gabriel García Márquez; de la Santa María, de Juan Carlos Onetti, o de El Lejero de Evelio José Rosero, es un lugar en el mapa de Colombia al cual se puede llegar. Último pueblo del norte de Boyacá, linda con Capitanejo (en Santander), en el cañón del río Chicamocha. Su nombre es una deformación de la palabra “Zipacoque”, que quiere decir “dependencia del Zipa”. Era el único pueblo liberal del norte de Boyacá y dependía, administrativamente, de Soatá, uno conservador (Castillo, 24).

En cierto sentido, la obra de este escritor es una breve descripción de la historia de Colombia, sobre todo, del centro del país ya que relata desde una perspectiva regional el recorrido de una nación y sus diferentes etapas cronológicas, por eso, no puede dejarse de lado la herencia indígena, en este caso, chibcha o muisca, el legado español, como los logros republicanos como la independencia, así como, la violencia generada por los partidos tradicionales, tanto liberal como conservador, a durante el siglo XIX y, sobre todo, a mediados del siglo XX. Por último, se encuentra la perspectiva de futuro, de progreso y también de la búsqueda de la tolerancia ideológica.

La casa de los ancestros de Caballero Calderón fue la inspiración de cuatro obras en momentos diferentes de la vida del escritor. La primera de ellas fue Tipacoque. Estampas de provincia de 1941, cuyo motivo central es mostrar esta región boyacense y sus pobladores, pero no desde una visión pictórica, sino a partir de una autobiografía. Luego se publica Diario de Tipacoque en 1950, donde aparece la famosa fotografía de Siervo Joya,

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protagonista de una de las novelas más populares de este autor. Este texto parece ser más un estudio antropológico de la sociedad rural andina, pero a la vez, ya se percibe el sentido del cambio histórico, porque el mismo escritor observa la influencia del progreso y los cambios de vida que se perciben en este pequeño mundo.

En Diario de Tipacoque el mismo escritor anota que gran parte de esta obra es una reflexión sobre la tierra de sus ancestros y por esto considera que “es un libro sin trama, en que no pasa nada. No es historia, ni ensayo, ni novela, cuando ha debido ser una de estas tres cosas para ceñirse al arte clásico de la narración, que se mide, pesa y descuartiza en los manuales de preceptiva literaria” (Diario de Tipacoque, 9). En general, las obras dedicadas al terruño del escritor colombiano, se percibe la herencia de los cuadros de costumbres del siglo XIX, aunque a diferencia de estos últimos, la obra es un retrato cronístico de tipo periodístico, con una amplia visión antropológica.

La serie cronística sobre la hacienda de los Calderones tiene que esperar más de veinte años hasta que en 1971 sale a la luz Yo, el Alcalde. (Soñar con un pueblo para después gobernarlo), en esta obra se inspiró en la necesidad de gobernar bien los pueblos de Colombia para que se mejorase la calidad de vida de los habitantes de las zonas rurales del país y se evitara de este modo la emigración a las grandes ciudades. No se puede dejar de anotar que Tipacoque se convirtió en municipio en 1969 y el autor “no fue solo su primer alcalde, sino su inspirador” (Castillo, 45).

Finalmente, el último libro de memorias de la hacienda es De ayer a hoy. Tipacoque editado en 1979, donde percibe los grandes cambios sociales, culturales como económicos del país y como han influido en una región tan apartada de la geografía, en este último libro se percibe, de cierto modo, la ruptura generacional, por esto plantea la necesidad de mantener la idea de la identidad regional frente a la rápida expansión de otros modos de ver la vida, dejando de lado las raíces tradicionales por nuevas modas, las cuales eliminan o, lo que es peor, perciben como atrasado las costumbres centenarias.

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Si bien, Tipacoque es un tema frecuente en la obra de Caballero Calderón, además de escribir cuatro crónicas sobre este lugar, no se pueden dejar de lado obras tan vitales de la novela de la violencia como El Cristo de espaldas de 1952, Siervo sin tierra de 1954 y Caín de 1968. En este sentido, gran parte de la novelística de este autor está inspirada en el lugar de sus antepasados y por esta razón, Beatriz Calderón Holguín, en su libro Papá y yo desarrolla una breve síntesis de la creación de este interesante escritor, donde los motivos conductores surgen de esta región del Chicamocha:

La tragedia del campesino, la destrucción de la naturaleza, el horror por la ciudad, la corrupción de lo político, el odio entre hermanos, la pérdida de la espiritualidad son los temas que Caballero Calderón trata a lo largo de sus libros, en los relatos, en los ensayos, en las novelas y en los periódicos una y otra vez, obstinadamente, obsesivamente, que en el fondo no es sino un solo tema: su tierra (Caballero, Beatriz; 108).

II. Tipacoque y el sentido de la hidalguía

La hidalguía en las crónicas históricas o autobiográficas sobre la casa solariega de Tipacoque está presente en las diversas obras de Caballero Calderón. No se puede dejar de pensar que es él mismo se siente heredero de los conquistadores españoles que llegaron a América, en este caso a la Nueva Granada y se instalaron en la región Andina, una de las zonas donde la colonización española tuvo mayor presencia desde el siglo XVI. De este legado, el mismo escritor se hace eco en su relato de viajes Ancha es Castilla donde exclama haber retornado a la tierra de sus ancestros, por eso describe con profunda emoción: “Al entrar a España por la raya de Portugal, cuando venía de Colombia, me asaltó una emoción tan honda que no puedo menos de concretarla en palabras. No tuve la impresión de llegar, sino la de volver” (Ancha es Castilla, 13).

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Eduardo Caballero Calderón en Tipacoque. Estampas de provincia comienza su obra con la memoria de sus antepasados, de aquellos quienes fueron los dueños de la tierra, de la casa solariega, de aquellos españoles segundones que llegaron a la Nueva Granada a buscar una nueva oportunidad de vida. Luego de esta memoria familiar, empieza a describir a los personajes más particulares de la hacienda y sus alrededores, tales como su comadre Santos a una mujer a la que el autor considera que “ha existido siempre. Sería imposible determinar su edad, que ella misma, como el Padre Eterno, no sabe cuándo comienza” (Tipacoque. Estampas de provincia, 71).

Además, nos muestra aquella sociedad rural que perduró con las tradiciones coloniales hasta mediados del siglo XX, por esto, se no deja de anotar las relaciones sociales entre los patrones y los aparceros, entre los señores y la jerarquía eclesiástica, de los dueños del poder político y los seguidores apasionados del Partido Liberal, ya que los de la casa señorial son caciques deciden sobre la ideología de los habitantes de esta región. Por esta razón, “los hacendados están directamente ligados al poder político, y apoyan a uno u otro partido, obligando a los campesinos de sus haciendas a votar por quien ellos les ordenen” (Ortiz, 144).

Aún con la ideología liberal1, Eduardo Caballero Calderón se siente muy ligado a sus ancestros españoles y desarrolla esta perspectiva de la hidalguía de un caballero en un país republicano a partir de la casa solariega que ha heredado a lo largo del tiempo, en Tipacoque, en las estribaciones de la Cordillera Oriental. Este lugar es la representación clara sobre los orígenes del linaje de este escritor, por eso no duda en escribir su pertenencia a España y a la tierra del cañón del Chicamocha, desde el instante que sus antepasados tomaron la tierra a los frailes dominicos:

De los frailes pasó la propiedad, en 1580, a mano de la familia. Fue, desde entonces, la casa de los Tejadas. Allí

1 El padre de Eduardo Caballero Calderón fue el famoso general Lucas Caballero, quien lideró los ejércitos liberales en la Guerra de los Mil Días. 6

nacieron y murieron por espacio de cuatro siglos, hasta mi abuela, y aun cuando a comienzos de la Independencia muchos de ellos se establecieron en Bogotá, la hacienda siguió en sus manos, hasta la muerte de mi abuela, hasta mí, pese a que en hora mala la tierra se ha ido parcelando y vendiendo. Del inmenso fundo apenas queda la casa con unos cuantos tablones de caña y las lomas bravas y estériles sembradas de cactus y de recuerdos. Hay en esas escrituras rúbricas y sellos de todas las épocas, testamentos de cuatro siglos, firmas de tejadas autenticadas por funcionarios de Su Majestad Carlos V, o del sombrío Felipe II, o del liberal Carlos III; por notarios de la Corona, del virreinato, de la Patria Boba, del Estado Soberano de Boyacá, de la Nueva Granada, de la república de Colombia (Tipacoque. Estampas de provincia, 26).

La casa es la representatividad física de un mundo colonial, de un mundo que pervivió a principios de la república luego de la independencia de España, de esa sociedad que quedó aislada por los avatares políticos y sociales de todo el siglo XIX, pero que no resistió el avance de las luchas partidistas entre liberales y conservadores, que trastocaron por medio de la violencia lo valores tradicionales heredados debido a la emigración obligada de los pobladores por la situación crítica de violencia a mediados del siglo XX. A esto se le agrega algunos factores del denominado progreso, como las comunicaciones por medio de una sencilla carretera que unirá la región con Bogotá.

El mundo colonial que conoció Caballero Calderón en su infancia comienza a decaer lentamente a lo largo del siglo XX, pero pareciese que este nuevo espacio vital que surge en

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Colombia durante el novecientos, necesitase olvidar esas cuestiones jerárquicas que tanto atrasaron la igualdad social en el país. En cierto sentido, el escritor parece alejarse de esta necesidad y mira a los tipacoques como un padre miraría a sus hijos, es decir, en su obra todavía se presiente el legado del encomendero que debe proteger a los pobladores de la región y debe administrar en algún modo la justicia, como representante de la corona en las tierras del Nuevo Mundo.

El sentido parternalista es un elemento clave para entender la obra cronística de Caballero Calderón, pues por medio de esa mirada condescendiente con los tipacoques, nos muestra un claro vestigio de la hidalguía, pues al describir a los pobladores de esta región boyacense, nos hace caer en la cuenta de su superioridad jerárquica y, que su familia ha regido los dominios territoriales y las gentes por más de tres siglos, por este motivo, parece difícil comprender de todo esa conmiseración con sus paisanos, como en la descripción de la comadre Santos:

Si me he detenido más tiempo del que debiera en la pintura minuciosa de este ser humilde, arrancado del taller oscuro y anónimo de una región casi desconocida para los colombianos, es porque Santos representa un extraordinario arquetipo humano. Su prestigio entre los indios de Tipacoque, por quienes yo tengo un inmenso cariño, como si fueran míos, y en esto me parece que hay algo del sentimiento con que mi abuela los miraba, eso se debe a la bondad de su naturaleza, a la agudeza instintiva de su inteligencia, a su rústico don de mando. Ella fue la única de los tipacoques que no quiso, cuando vino la era democrática de la parcelación, comprar su pedazo de tierra. Que la permitan trabajar su arriendo centenario, la tierra sea de los patrones, y Dios sobre todos; es

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su rudimentario raciocinio. Es un fenómeno de bondad, pues no conoce la envidia (Tipacoque. Estampas de provincia, 78).

Esto nos recuerda un mundo colonial que alcanzó a perdurar en Colombia hasta el siglo XX y que Caballero Calderón hace recordar en Tipacoque. Estampas de provincia a cada momento, pues parte de ese sentido paternalista, se hace sentir concomitante con la ideología que deben seguir los pobladores de esta zona. De este modo, también la adhesión a una corriente partidista está en manos del patrón, más reconocido como el amo, quien dirige la vida de los pobladores de la zona y, quien tiene la facultad de guiar la facción política, de acuerdo a sus criterios y convicciones; en el caso de la familia del escritor, se hacía militancia por el liberalismo. De este modo, el autor no duda en describir esta potestad de seguir a un gobierno o rebelarse contra él, por este motivo escribe (sobre todo, recordando a sus antepasados del siglo XIX): “todo ese tiempo Tipacoque fue un nido revolucionario, en el que mis tíos calderones organizaban guerrillas que tenían prendido todo el cañón del Chicamocha, desde los páramos de Guantiva en Boyacá, hasta Málaga y Bucaramanga en Santander” (Tipacoque. Estampas de provincia, 276).

Si en la obra se percibe una fuerte dependencia política de las gentes frente a los amos de la hacienda, será más evidente en la administración de la justicia, un poder efectivo frente a la ausencia del estado en esta región y por este motivo, María Victoria Uribe Alarcón en su ensayo El modelo chulavitas vs. Tipacoques en Colombia observa que “la presencia veredal estaba íntimamente ligada a la identidad espacial y las fronteras entre veredas liberales y conservadores estaban bien definidas por los habitantes de unas y otras; en ocasiones estas divisiones eran naturales, conformadas por el cauce de un río o por profundas cañadas, como es el caso de chulavitas y tipacoques separados por el cauce del río Chicamocha” (Uribe Alarcón, 216-217).

Pero la justicia va más allá del partidismo, pues aunque la familia de Caballero Calderón sea liberal y de acuerdo con los principios de este partido, el deseo de erradicar la herencia

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española en Colombia, la familia del escritor -tal como lo describe en esta obra- se siente muy ligada a la península; por esta razón, continúan con la administración del orden público, de la justicia y de la misma economía. El respeto de las formas heredadas de sus ancestros se presiente cuando el mismo amo de la casa regula la convivencia de los habitantes, hace de juez y parte cuando los vecinos tienen conflictos como el del uso del agua; también castiga cuando alguno de los tipacoques se comporta de manera indebida o, realiza hurtos, golpizas y en general “se castigaba a los delincuentes, en la imposibilidad de mandarlos a la capital del departamento. Los pleitos entre medianeros y vecinos por servidumbres de agua, se dirimían en la casa” (Tipacoque. Estampas de provincia, 40).

De este modo, en la misma casa señorial se impartía la justicia porque la zona estaba alejada de la administración departamental como nacional. Además, todavía pervivía a principios del siglo XX, los impuestos heredados del régimen español, cuando los encomenderos tenían el derecho a reclamar una parte de lo producido por los campesinos e indígenas que habitaban en las tierras del señor de la hacienda, por esta razón, “a cada estanciero se le imponía el tributo de la ‘alfaquía’; o sea que de cada diez animales se le quitaba uno para el patrón, contando los cerdos, las gallinas, las cabras y el ganado” (Tipacoque. Estampas de provincia, 41).

III. Conclusión

Tipacoque. Estampas de provincia de Eduardo Caballero Calderón parece una sencilla recopilación de recuerdos de la casa solariega de su familia, con descripciones de los paisajes boyacenses como santandereanos, con la descripción física como psicológica de los habitantes de las estribaciones del Chicamocha, pero esta obra no cumple del todo con la visión del cuadro de costumbres, debido al interés del escritor en dar una nueva perspectiva a esta crónica, en donde el lugar, el espacio vital es la remembranza de la

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historia de un zona en las montañas andinas, sino de todo un país, con sus pequeñeces, sus peculiaridades y en si de la dignidad de un mundo colonial que persiste y resiste en morir.

El escritor es un intelectual y percibe esta forma de vida como un recuerdo de un pasado de un hidalgo español, de un cristiano viejo, pero al observar sus estructuras, sus jerarquías heredadas, advierte sobre el lento pero efectivo paso del tiempo, el cual va a transformar esta visión de vida, que él admira por su calidez, por su sencillez, sus tradiciones y en cierto sentido Caballero Calderón al describir la violencia política como un rezago de las luchas partidistas del siglo XIX, será la verdadera causante del ocaso de este tipo de sociedad rural de los campos de Cundinamarca, Boyacá y Santander.

Es un libro de memorias, pues Tipacoque. Estampas de provincia, es la primera obra cronística de esta región boyacense, la cual Eduardo Caballero Calderón se siente no solo como heredero natural de estas tierras, sino como un miembro más de la comunidad, por esta razón, su obra se percibe el rasgo melancólico de un mundo el cual va a cambiar y él va a ser partícipe de su transformación, pues de la hacienda familiar, Tipacoque se convertirá en municipio, lo cual ayudará a mantener el puente entre el pasado y el presente.

Finalmente, es importante anotar la poca bibliografía que se encuentra sobre la obra cronística de Eduardo Caballero Calderón, uno de los grandes escritores colombianos del siglo XX. En este sentido, de pronto, por la visión más cosmopolita de la literatura nacional de hoy, olvida y deja rezagados los estudios sobre la problemática rural y del campesinado de los Andes colombianos.

Bibliografía

1. Obras de estudio de Eduardo Caballero Calderón

1.1. Sobre Tipacoque

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Tipacoque. Estampas de provincia. Bogotá: Talleres Gráficos Mundo al Día, 1941. Diario de Tipacoque. Bogotá: Editorial ABC, 1950.

Yo, el Alcalde (Soñar un pueblo para después gobernarlo). Bogotá: Talleres Gráficos del Banco de la República, 1971.

De ayer a hoy. Tipacoque. Bogotá: Panamericana Editorial, 2010.

1.2. Otras obras

Ancha es Castilla. Bogotá: Procultura - El Áncora Editores, 1992. Siervo sin tierra. Medellín: Editorial Bedout, 1974.

2. Artículos, libros y documentos sobre Caballero Calderón

Caballero, Beatriz. Papá y yo. Eduardo Caballero Calderón. Bogotá, Taurus, 2008.

Castillo, Álvaro. “Eduardo Caballero Calderón. De ayer a hoy 1910-2010”. En: De ayer a hoy. Año Eduardo Caballero Calderón 1910-2010. Bogotá: Biblioteca Nacional, 2010, pp. 17-45.

Kirsner, Robert. “La soledad en la obra de Caballero Calderón”. En: South Atlantic Bulletin, Vol 40, No. 4 (Nov. 1975), pp. 34-39. Consultado en www.jstor.org/stable/3199117. 14 de junio de 2012.

Ortiz, María Mercedes. “Un pueblo condenado. El campesinado indígena y la construcción de la nación en Siervo sin tierra”. En: Eduardo Caballero Calderón (1910-1993). Miradas sobre su obra. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 2012, pp. 141-152.

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Porras Collantes, Ernesto. Construcción del carácter en la narrativa de Eduardo Caballero Calderón. Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1977.

Tamayo de Serrano, Clara. El paisaje boyacense en el arte y la literatura. : Academia Boyacense de Historia, 2007.

Uribe Alarcón, María Victoria. “El modelo chulavitas vs. tipacoques en Colombia”. En: Las guerras civiles desde 1830 y su proyección en el siglo XX. Memorias de la II Cátedra Anual de Historia ‘Ernesto Restrepo Tirado’. 2ed. Bogotá: Museo Nacional de Colombia, 2001, pp. 209-221.

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