Sublevaciones (24 De Febrero Al 29 De Julio De 2018) Organizada Por El Jeu De Paume, París, En Colaboración Con El MUAC, Museo Universitario Arte Contemporáneo

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Sublevaciones (24 De Febrero Al 29 De Julio De 2018) Organizada Por El Jeu De Paume, París, En Colaboración Con El MUAC, Museo Universitario Arte Contemporáneo Publicado con motivo de la exposición Sublevaciones (24 de febrero al 29 de julio de 2018) organizada por el Jeu de Paume, París, en colaboración con el MUAC, Museo Universitario Arte Contemporáneo. UNAM, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México. Textos Georges Didi-Huberman Eliza Mizrahi ∙ MUAC Traducción Susanna Méndez, Xavier Rodrigo y Mercè Ubach Dirección editorial Ekaterina Álvarez Romero ∙ MUAC Coordinación editorial Ana Xanic López ∙ MUAC Asistencia editorial Maritere Martínez Román Corrección Ekaterina Álvarez Romero ∙ MUAC Ana Xanic López ∙ MUAC Jaime Soler Diseño Cristina Paoli ∙ Periferia Asistencia en formación Krystal Mejía Primera edición 2018 D.R. © MUAC, Museo Universitario Arte Contemporáneo, UNAM, Insurgentes Sur 3000, Centro Cultural Universitario, 04510, Ciudad de México © Jeu de Paume, 1, place de la Concorde, 75008 París, Francia www.jeudepaume.org D.R. © de los textos, sus autores. Textos de Georges Didi-Huberman publicados por primera vez en el catálogo de la exposición Soulèvements, Jeu de Paume, Gallimard, París, 2016 D.R. © de la traducción, sus autores D.R. © de las imágenes, sus autores © 2018, Editorial RM, S.A. de C.V. Río Pánuco 141, colonia Cuauhtémoc, 06500, Ciudad de México © RM Verlag S.L.C/Loreto 13-15 Local B, 08029, Barcelona, España www.editorialrm.com # 344 ISBN RM Verlag 978-84-17047-50-4 ISBN UNAM ISBN UI ISBN Jeu de Paume 978-2-915704-76-1 D.R. © Universidad Iberoamericana, A.C. Prol. Paseo de la Reforma 880, col. Lomas de Santa Fe, Ciudad de México, 01219 [email protected] Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser fotocopiada ni reproducida total o parcialmente por ningún medio o método sin la autorización por escrito de los editores. Impreso y hecho en México Página 1: Alberto Korda, El Quijote de la Farola, Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba, 1959. Colección Leticia et Stanislas Poniatowski. © ADAGP, París, 2018 [Cat. 54] SUBLEVACIONES — GEORGES DIDI-HUBERMAN Jeu de Paume MUAC · Museo Universitario Arte Contemporáneo, UNAM Introducción 6 — GEORGES DIDI-HUBERMAN Por los deseos. Fragmentos 16 sobre lo que nos levanta — GEORGES DIDI-HUBERMAN Ver y saber en torno a la imagen 164 — ELIZA MIZRAHI Semblanza 175 Lista de obra 176 Créditos 190 < Pedro Mera, EZLN en San Lázaro, 2001. © Pedro Mera / Cuartoscuro.com [Cat. 193] Introducción* — GEORGES DIDI-HUBERMAN * Esta traducción fue publicada originalmente en Georges Didi-Huberman, Insurrecciones, catálogo de la exposición en el Museu Nacional d’Art de Catalunya y el Jeu de Paume. Gilles Caron, Manifestations catholiques bataille du Bogside, Derry, Irlande du Nord, Août [Manifestantes católicos, Batalla de Bogside, Derry, Irlanda del Norte, agosto], 1969 © Gilles Caron/Fondation Gilles Caron/Gamma Rapho [Cat. 36] La pesadez de los tiempos En el momento de escribir estas líneas —marzo de 2016—, unas 13 mil personas que huyen de los desastres de la guerra se encuentran en calidad de detenidas, práctica- mente recluidas, en Idomeni, al norte de Grecia. Mace- donia ha decidido cerrar sus fronteras. Pero en realidad es toda la Europa oficial, por medio de la voz oportunista y singularmente cobarde de sus dirigentes (no obstante, ¿no nos enseña la Historia que una sola cobardía política se paga muy cara a más o menos largo plazo?), que niega a estas per- sonas la hospitalidad mínima que exigiría el más elemental sentido ético y que prescriben, además, las propias reglas del derecho internacional. ¿Cuál es el destino de los pueblos cuando empieza a confundirse al extranjero con el enemigo? El cielo, pues, está pesado, sea como sea que lo que- ramos escuchar. Hoy llueve en Idomeni. La gente, desposeída de todo, espera en el barro durante horas por una simple taza de té caliente o por un medicamento. Los miembros de las organizaciones no gubernamentales y, aún más, los grupos locales de solidaridad trabajan hasta el límite de sus fuerzas, mientras que los soldados vigilan tranquilamente que las alambradas sigan en su sitio. Pese a todo, muchos griegos de la región se acercan espontáneamente a ofrecer su ayuda: sin tener tampoco gran cosa, empobrecidos como están por las medidas de “austeridad” que les ha impuesto el gobierno europeo, dan lo que pueden, que es inestimable: a saber, consideración y hospitalidad, ropa, medicamentos, alimentos, sonrisas, palabras, miradas auténticas. Se diría que no han olvidado a uno de sus primeros grandes poetas: en efecto, hace unos dos mil quinientos años que Esquilo escribió Las suplicantes —una traducción reciente de la misma ha que- rido reformular su título de este modo: Las exiliadas—, una tragedia relacionada directamente con el mito fundacional de Europa, y que explica cómo unas mujeres “negras”, venidas de Oriente Medio, son acogidas en Argos siguiendo la ley sagrada de la hospitalidad que está en conflicto con el cálculo político y gubernamental que su acogida hará nacer.1 1— Esquilo, Les Suppliantes, trad. M. Mazon, París, Les Belles Lettres, 1921 (re-ed. París, Gallimard, 1982). Id., Les Exilées, trad. I. Bonnaud, Besançon, Les Solitaires intempestifs, 2013. 7 Llueve en Idomeni. La gente quiere huir, encontrar un refugio, pero no puede. El cielo está muy pesado, sobre sus cabezas, los pies se les hunden en el barro, las alam- bradas les rasguñarían las manos si osaran acercarse a la frontera. El cielo está pesado sobre sus cabezas, pero sé perfectamente que hay un único cielo sobre la Tierra: estamos, pues, en contacto inmediato con su destino. Por supuesto que yo no he estado en Idomeni, escribo de oídas y por testimonios visuales interpuestos. Además, escribo esto como un exordio de un catálogo de arte. Aun así, no me desvío del tema, si aceptan la idea de que el arte no solo tiene una historia, sino que a menudo se da como “el ojo mismo” de la Historia. Desgraciadamente, no es la presencia de Ai Weiwei en Idomeni, con su piano blanco y su equipo de fotógrafos especializados, lo que ayudará a nadie ni a nada —los refugiados se mostraron completamente indiferentes a este performance, tienen la cabeza en otra cosa, esperan cosas muy distintas— ante esta cuestión enorme. Veo ese piano blanco, surrealista en medio del terreno desnudo del campo, como el símbolo irrisorio de nuestras buenas con- ciencias artísticas: blanco como las paredes de una galería de arte, todo lo que hace es evocar el contraste por el que, con el corazón en un puño, observamos, en Idomeni o donde sea, la pesantez de los tiempos oscuros sobre la vida contemporánea. “Tiempos oscuros”: con estas palabras se expresó una vez Bertolt Brecht ante sus contemporáneos, y desde su propia condición de hombre rodeado por el mal y el peligro, de hombre exiliado, de fugitivo, de eterno “migrante” que esperaba meses para obtener una visa, para cruzar una frontera... Es por contraste con la misma expresión que Hannah Arendt querrá, unos años más tarde, extraer una cierta noción de “la humanidad” como tal: la ética de un Lessing o de un Heine —la de la poesía y el pensamiento libres—, fuera de todas nuestras brutalidades políticas dominantes.2 Tiempos oscuros. Pero ¿qué hacemos cuando reina la oscuridad? Podemos esperar, simplemente: reple- garnos, aguantar. Decirnos que ya pasará. Intentar 2— Hannah Arendt, “De l’humanité dans de ‘sombres temps’. Réflexions sur Lessing” (1959), trad. B. Cassin y P. Lévy, Vies politiques, París, Gallimard, 1974 (ed. 1986), pp. 11-41. 8 GEORGES DIDI-HUBERMAN acostumbrarnos a ella. Quién sabe si, en la oscuridad, el piano se volverá blanco. A base de acostumbrarse —cosa que sucederá enseguida, porque el hombre es un animal que se adapta pronto—, uno ya no espera nada en absoluto. El horizonte de espera, el horizonte temporal, acaba por desaparecer como había desaparecido en las tinieblas todo horizonte visual. Allí donde reina la oscuridad sin límite ya no hay nada que esperar. A eso se le llama sumisión a la oscuridad (o, si lo prefieren, obediencia al oscurantismo). A eso se le llama pulsión de muerte: la muerte del deseo. Walter Benjamin, en un texto de 1933 titulado Experiencia y pobreza, escribía que “un poco por doquier, las mejores mentes hace mucho que han empezado a formarse una idea de estas cuestiones [las cuestiones acuciantes relacionadas con la situación política del momento]. Se caracterizan por una falta absoluta de ilusiones sobre su época y, al mismo tiempo, por una adhesión sin reservas a esta”.3 Este diag- nóstico no ha perdido su vigencia en absoluto. Todo el mundo, o casi, sabe que pocas ilusiones puede hacerse uno en la oscuridad, salvo que le proyecten millones de títeres, como en las paredes de una caverna platónica forrada de pantallas de plasma. Una cosa es no hacerse ilusiones en la oscuridad o ante los títeres del espectáculo impuesto, y otra muy distinta doblegarse a este en la inercia mortífera de la sumisión, tanto si es melancólica como cínica o nihilista. Levantar nuestras cargas Sigmund Freud, incluso antes de reconocer la eficacia de la pulsión de muerte —necesitará la primera guerra mundial para ello—, había afirmado, al final de su gran libro sobre los sueños, “la indestructibilidad del deseo”. ¡Qué espléndida hipótesis! ¡Hasta qué punto debería ser cierta! La indestructibilidad del deseo, he aquí lo que nos haría buscar, en plena oscuridad, una luz pese a todo, por tenue que fuese. Si te has perdido en el bosque en medio de la noche, la luz de una estrella muy lejana, de una vela 3— Walter Benjamin, “Expérience y pauvreté” (1933), trad. P. Rusch, Œuvres II, París, Gallimard, 2000, p. 367. INTRODUCCIÓN 9 detrás de una ventana o de una luciérnaga próxima te resultará asombrosamente saludable. Es entonces cuando los tiempos se sublevan. Encerrados en las oscuras maz- morras de principios del siglo XX, el anarquista andaluz o el gitano ladrón de tres aceitunas inventaron un estilo particular de “cantos de prisioneros” llamados carceleras, donde a menudo se decía que todo su horizonte podía apoyarse solo en el brillo de un cigarrillo consumiéndose en la oscuridad: A mí me metieron en un calabozo donde yo no veía ni la luz del día gritando yo me alumbraba con el lucerito que yo encendía.
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