Tía Vale Y La Revolución En Puebla. Tributo a La Memoria En Santa Rosa, Tecamachalco
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142 Tía Vale y la Revolución en Puebla. Tributo a la memoria en Santa Rosa, Tecamachalco Jesús Márquez Carrillo∗ Altagracia Cervantes Orea∗∗ Allá por los años treinta del siglo xx, en la ranchería de Santa Rosa, Tecama- chalco, Puebla, todas las tardes, las mujeres —y en especial las jóvenes— iban a sacar agua al pozo más cercano para acarrearla en cántaros de barro sobre sus espaldas.1 En ese entonces, aquel pozo, el pozo de Tío Loche, tenía una pro- fundidad aproximada de ochenta metros. Algunas veces también los hombres ayudaban a acarrear el vital líquido, lo hacían en botes que amarraban con una soga de ixtle a los extremos de un palo grueso que cargaban sobre sus hombros, y para guardar el equilibrio entre la tierra arenosa y los magueyes procuraban asirse a las cuerdas que pendían del eje y caminar acompasados, saludando de vez en vez a los vecinos que regresaban de las tierras de labor con sus aperos de labranza al hombro.2 Hombres y mujeres hacían varios viajes hasta tener la suficiente agua para bañarse, preparar la comida, hacer el nixtamal y dar de be- ber a los animales: bueyes, vacas, burros, caballos, cerdos, gallinas, guajolotes… Aunque las mujeres solían participar en esta tarea, los hombres eran los principales encargados de sacar el agua: uno se ponía en el brocal a esperar que saliera el bote lleno y otro —montado en un burro—, iba y venía jalando la reata que pasaba por un carrillo hecho de madera de mezquite, cuyo diámetro sería de unos veinticinco centímetros. También, por las tardes, las mujeres se reunían para lavar la ropa en unas bateas o artesas de madera y, como había poca agua, algunas de ellas iban al jagüey de la hacienda de San Cayetano, distante un kilómetro al sur de San- ta Rosa, pero su lugar de preferencia era el mismo pozo. Éste era el más con- currido por las muchachas porque solía ir una mujer que se pasaba el tiempo contando anécdotas de su vida, sus aventuras, dudas y sinsabores. En algunas ocasiones les hablaba de los sufrimientos y peligros que pasó cuando anduvo en la Revolución, cuando esto hacía, adornaba sus palabras con chistes y mucha ∗ Profesor-investigador del Centro de Estudios Universitarios, adscrito a Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. ∗∗ Maestra normalista jubilada, colaboradora de varios medios impresos, dedicada al rescate de la historia local de Tecamachalco, Puebla. 1. En los albores del siglo xx, la comunidad de Santa Rosa era pequeña. Un siglo más tarde, el de 9 junio de 2004, se elevó a la categoría de Pueblo y, en consecuencia, pasó a ser Junta Auxiliar. <http://www.congresopuebla.gob.mx/iniciativa/tmp/ini_219.pdf>. 2. En Santa Rosa se sembraba y cosechaba maíz, trigo, frijol, chile, cebolla, haba, cebada y arvejón, todo de temporal. Asimismo, de los magueyes se extraía el pulque y la fibra de ixtle, un producto con varias aplicaciones en los trabajos agrícolas y en la industria. E S T U D I O Las humanidades ante la perspectiva de género 143 picardía, tanta que a cualquiera hacía reír a carcajadas: la vida, pese a su lado oscuro, le parecía festiva y leve. Era Tía Vale, nacida en 1895, en San José, La Villita, un barrio perteneciente a Tecamachalco, Puebla. Tía Vale era “gordita, bajita de estatura, vestía enaguas de percal de colo- res encendidos, con holanes; no le faltaba el mandil ni el rebozo, andaba des- calza o con huaraches” (Cervantes Orea “La tía Vale” 20). Tenía dos hermanos que la frecuentaban (Francisco y Domingo) y solía memorar con ellos su infan- cia y primeros avatares. Durante el siglo xix, tres fueron los mecanismos para nutrir el ejército: el uso de la previsión legal que castigaba a los “vagos”, llevándolos al servicio de las armas; la incorporación voluntaria de los jóvenes a las filas militares y, sobre todo, el uso excesivo de la leva. Esta conscripción forzada se justificada como: correctivo a la vagancia, fundada en una añeja preocupación por la peligrosidad que entrañaba la ociosidad y malos hábitos de ciertos estratos sociales en las cate- gorías de vagos, mendigos, viciosos, mal vivientes y amancebados, por lo que los gobernantes de los estados de la nueva nación independiente, intentaron controlar y castigar a personas que por su deficiencia moral eran: nocivos para la sociedad, capaces de dañarla. (González “Reclutamiento…) Y es que la imagen del buen ciudadano se vinculaba estrechamente con el va- lor moral del trabajo y, por este motivo, las personas ociosas, jugadoras o sin oficio pertenecían al rango de los inútiles, y bien podían y debían formar parte del ejército. Por las buenas o a la fuerza habría que disciplinarlas, hacerlas en- trar en razón. Así, decían, lo exigía un mundo civilizado y productivo. En con- secuencia, el trato en el cuartel no era halagüeño: El primer día de mi vida de soldado, fue malo; los demás fueron peores. Fui cono- ciendo todo aquello en medio de golpes y de regañadas; los pobres reclutas tenía- mos siempre encima a los cabos, a los sargentos y a los oficiales; malas palabras siempre guantadas y cintarazos por el menor motivo. Parecía como si quisieran amansarnos o curtirnos a malas pasadas; ya ni fuerza nos hacían las malas palabras, apenas los golpes lograban lastimarnos el cuerpo; con el tiempo, seguro que tam- poco los golpes nos harían ya daño en fuerza de la costumbre de recibirlos a cada momento (Urquizo “Las obras...) Pese a tantas privaciones, los soldados solían llevar consigo alguna mujer o procurarse la comida fuera del cuartel. En esa época era impensable que un hombre —aunque muchos lo hacían— lavara su ropa o cocinara. La extrema pobreza y la marginación hacían que algunas mujeres aceptaran compartir y soportar estas pésimas condiciones de vida con su prole. En el primer decenio del siglo xx, Altagracia Rodríguez, la madre de Tía Vale hacía alimentos y arreglaba ropa de los soldados solteros destacados en Tecamachalco. Valentina, Tía Vale, le ayudaba en cuanto podía, en cuanto iba creciendo... Así era como se iniciaban las mujeres en los trabajos domésticos: una educación para la vida diaria y su fortuna. Además, la venta de alimentos mejoraba el rancho reglamentario del cuartel (tortillas, atole, frijoles mal coci- nados y salsa de chile) y permitía la entrada de novedades (Pérotin-Dumon, Urquizo 355). Varias muchachas y señoras se dedicaban a este negocio, que al- gunas veces llegaba a prodigar afecto y seguridad. Por distintas causas, muje- res y soldados solían sentirse desvalidos, se buscaban y se querían. En ese entonces, alrededor de 1910, Valentina era pretendida por varios hom- bres, debido, más que a sus bellas formas, a su carácter alegre y a sus ojos, se- revista de la facultad de filosofía y letras 144 gún decían. Con quince años encima, sin embargo, no sabía leer ni escribir. En aquel tiempo, muchos padres de familia prohibían que sus hijas fueran a la es- cuela, para que no se casaran pronto, pues era costumbre que cualquier noviaz- go se iniciara con una carta de amor a la que seguían otras; sin leer ni escribir, se suponía, las mujeres no podrían contestar las cartas de los futuros pretendientes y enamorados (Cervantes Orea “Una carta… 4-5). Incluso, en el medio rural era probable que los hijos de los peones y aparceros tampoco fueran a la escuela. “La escuela era considerada, a menudo, como pérdida de tiempo, como invitación al vicio y a la ociosidad, apropiada para los afeminados y débiles incapaces de tra- bajar en el campo” (Vaughan 144). A esto se sumaba el temor de los niños y las niñas, por tantos castigos (golpes en la cabeza, palmetazos, orejas de burro, vara- zos, etcétera) (Cervantes Orea “La escuela… 9-10). Valentina estaba doblemente condenada a no ir a la escuela, era mujer y también hija de un peón y aparcero. En un medio como el de Tecamachalco, no saber leer y escribir nunca le im- pidió a Valentina, ni a los suyos, comunicarse ni hacer su vida. Cuando uno de los soldados del destacamento militar le declaró sus amores, ella le dio el sí sin responder a ninguna carta, rompiendo con la simple formalidad del buen de- cir y los buenos modales. La ventaja: contribuyó a mejorar el nivel de vida de su pareja y tal vez el propio: Ella, como otras mujeres, se daba habilidad con los tres reales para conseguir co- sas buenas en la calle; la canasta siempre la traía cargada con guisos sabrosos y de cuando en cuando metía un trago de vino bien escondido. (Urquizo 355)3 En pleno romance, de un momento a otro llegó la orden de que los sol- dados de Tecamachalco marcharan, y Valentina, Tía Vale, “tomó su cruz” sin el consentimiento de sus padres. Sí, se fue con su hombre sin vestido blanco, arras ni azares.4 Entonces, la vida le depararía muchas sorpresas, más que la dicha cotidiana. Una vez estallada la revolución maderista, ella y su pareja vivieron en me- dio de agitación y sufrimiento, yendo y viniendo de un lugar a otro, padecien- do necesidades a las que no estaba acostumbrada: se convirtió en soldadera, no en vieja, porque las soldaderas seguían a su hombre en su tránsito por los pueblos y en los campos de batalla, lo cuidaban y le servían de apoyo en esos duros momentos; las viejas no, aunque también andaban en “la bola” y eran buscadas por la tropa para desahogar distintas urgencias del cuerpo y del alma:5 Viejas y soldaderas, en tiempos de guerra marchaban tras los ejércitos en campaña y compartían la vida de campamento.