UNA INCÓMODA NOCHE
Desde el puesto del navegante, en la popa del hidroavión, se podían ver, entre la bruma, los rompientes del grupo de rocas que afloraban en medio del Atlántico. Era el momento de volver a escuchar la radio. Los Penedos, un grupo de rocas en mitad del océano, eran la referencia esperada para indicar la cercanía del paso del Ecuador. Pero el buque de apoyo principal, el Alsedo no respondía.
Una hora antes, mientras volaban a trescientos metros del agua, las panzudas nubes negras descargaban densas cortinas de lluvia que el hidroavión esquivaba realizando suaves virajes. Una de esas densas cortinas, que ocupaba todo el horizonte hacia el sur, les atrapó durante doce interminables minutos descargando con fuerza sobre los tres tripulantes que, en vano, trataban de protegerse.
Desde el puesto de radio, con los auriculares puestos, el navegante trataba de obtener respuesta a sus mensajes telegráficos mientras iba cambiando las frecuencias en su receptor radiogoniómetro Marconi AD.4, sin éxito.
En la parte de popa se encontraba el cuarto de derrota, con los mapas y la instrumentación y, justo detrás, una abertura que servía al navegante para tomar marcaciones con el sextante. Hacia proa, un largo y estrecho pasillo flanqueado por grandes depósitos de combustible de trescientos litros cada uno comunicaba el cuarto de derrota con el compartimento de radio, justo detrás de la cabina de mando. En medio del pasillo había una abertura que daba acceso a las barquillas de los motores, situados arriba, en mitad del fuselaje, en una línea en la que la hélice delantera traccionaba y la trasera empujaba. El mecánico usaba esa abertura para acceder a los motores en vuelo y, justo debajo, estaba instalada la bomba manual con la que se alimentaba el tanque nodriza. Desde el compartimento de la radio se accedía por una portezuela abierta a la