<<

Henry King ¿Cómo situar en perspectiva una carrera cinematográfica que se extiende desde la época de The Birth of a Nation (El nacimiento de una nación, D. W. Griffith, 1915) hasta los años de The Hustler (El buscavidas, , 1961) y The Man Who Shot Liberty Valance (El hombre que mató a Liberty Valance, , 1962)? ¿Qué conexión hay entre una obra maestra declaradamente “optimista” como Tol’able (1921), un entretenimiento histórico como (El explorador perdido, 1939) y una obra maestra de desencanto trágico como Twelve O’Clock High (Almas en la hoguera, 1949)? O bien, si se desea, un bodrio manifiesto en CinemaScope, aburrido y desigual, como This Earth Is Mine (Esta tierra es mía, 1959), que generó una prolongada desconfianza hacia en el entonces joven espectador que hoy escribe estas líneas. Me apresuro a proponer una respuesta que, no obstante, los propios films ofrecerán de manera cumplida y concreta, en una de las retrospectivas más felices y bienvenidas de la fantástica historia de San Sebastián en este apartado. Los escasos contactos que he mantenido con los autores de este libro reflejan un excepcional entusiasmo y un orgullo pionero, pero también una sorpresa compartida por todos nosotros, pese a conocer ya el valor de la obra de King. (...) Las raíces de esta posición equivocada deben de estar en la mera cantidad de la producción de King: todos hemos visto alguna vez algo que es pura rutina, tal vez incluso ligeramente horrible. Para empezar, había un gran maestro indiscutible del cine mudo, un maestro de la pantomima y la atmósfera. En los mismos años se convertía –y esta es la faceta por la que es más conocido– en el más sensible visionario del género americana y su filosofía. Esto sucedió por primera vez y de forma más reseñable con Tol’able David (1921) y continuó hasta la década de 1950, en todo caso con inspiración y con toques siempre renovados que culminaron en la hermosa pero nada simplista visión de Wait Till the Sun Shines, Nellie (1952). Pero ya en esta primera etapa se encuentra condensado otro tema que estaría presente durante toda su vida: la Primera Guerra Mundial se convirtió en el epicentro dramático y emocional del mundo de King de forma tan perceptible como la siguiente contienda mundial lo sería para John Ford. Es decir, no es sólo que algunas escenas de (1928) y (Ella se va a la guerra, 1929) hayan sido igualadas en contadas ocasiones, ni que su visión de la guerra esté a la altura de los más grandes, lo que en este caso quiere decir Rex Ingram y ; se trata en igual medida de la sensación de que la guerra lo sigue en los detalles, los matices, los significados internos de películas que no tienen nada que ver con ella en el tema. Era una cuestión de estilo sublime, de matices mil veces más difíciles de captar que cuando se cuenta con material dramático y “original”. Y era un milagro. No voy a pretender que todas las obras de King sean magníficas; hay películas flojas en abundancia, incluso entre los títulos famosos. Pero no es menos cierto que King no fue únicamente un laborioso artesano de la Fox sino un visionario a mitad de camino entre lo eterno (tal como lo evidencia su concepto de americana) y el instante preciso. En Alexander’s Ragtime Band y Twelve O’Clock High, la acción comienza en el presente, 1938 y 1949, respectivamente, y después continúa en flashback. Y tras esta asociación yo pasaría a otra: la unidad de sentido que percibo cuando reflexiono sobre películas entre las que se aprecian semejanzas obvias y que se parecen entre sí en la época o en el tema, pero películas que son radicalmente distintas, de periodos diferentes: The Woman Disputed, Alexander’s Ragtime Band, Twelve O’Clock High, The Sun Also Rises... ¿Qué relación hay entre el género americana y las imágenes sombrías y desencantadas de después de la guerra? En ningún caso el heroísmo. Y no sólo porque una sombra estuviera siempre cerca del optimismo, ni siquiera porque en las más sombrías historias de King hubiera una hermosa y profunda sensación de supervivencia. Era un conocedor de las mentalidades, y en un sentido más amplio que el über-mericano DeMille. Tenía un excepcional sentido de la orquestación de los grandes temas: el individuo y el grupo, el papel de la disciplina y la intimidad de la camaradería, junto a las profundidades del conflicto humano presente en exactamente las mismas fuentes y la belleza de la vida, el descreimiento, el miedo y el desencanto. Con tan sucinto resumen abarcamos ya muchas de sus obras. King es algo más que un artesano anónimo, sin temas. Es el artista invisible, y un escultor de temas. Esto es lo que convierte a Henry King en una potencia en aquel grupo que era como un continente: Ford, Walsh, Dwan. El nombre de King es sin duda el que menos se menciona entre éstos. La gran presencia que falta en las historias del cine. Y tras la asociación con los gigantes, otra conexión: ¿qué podemos decir de King desde el punto de vista de su condición de “director de la casa” típico? De entrada, ¿quién podría serlo en mayor medida que él? ¿Mitchell Leisen en la Paramount, Clarence Brown en la Metro-Goldwyn-Mayer? Es evidente que (Columbia) o John Ford (con sus muchos años en la Fox) son personalidades demasiado ilustres para designarlas con ese calificativo, pero aun así parece que el lugar de Henry King está cerca de ellos antes que en la compañía de, por ejemplo, Archie Mayo de la Warner. Estamos ante una de las mejores paradojas de Hollywood: ver en su interminable cometido como trabajador a sueldo de Zanuck a quien después firmó algunas de las grandes películas de autor de todos los tiempos. Pero no sólo produjo películas sino una masa de películas, un caso especial incluso en Hollywood, y más si cabe porque la calidad estaba presente en esa actividad. Primero fue la llamada americana pura: sensación de felicidad o su ilusión, la stimmung bucólica repleta de aire, cumplimiento de deseos, ingenuidad enternecedora. Otra “masa” ve la luz al final de su carrera; tampoco en esta ocasión se trata sólo de films individuales, ni siquiera de los mejores de ellos, sino de todos ellos entrecruzados de temas, imágenes, vínculos personales invisibles... como evidencia primordial del error, la flaqueza, la vulnerabilidad, la proximidad de la muerte. Entre estas esferas hay algo que podemos llamar Vida: la interacción entre lo público y lo privado, con sus constructores, inventores, taumaturgos del dinero y el comercio rápidos como el azogue, y finalmente la promesa humana reducida a cenizas, entre las muchedumbres de la antigüedad, como la sensación de que la vida nos engaña. No es de extrañar que se asomara a los temas de la generación perdida... como si hubiera intentado verlo de otro modo y retomase después las conclusiones adoptadas por los profetas de la década de 1920. Peter von Bagh, "Un apunte sobre Henry King", en Henry King, Filmoteca Española / Festival Internacional de Cine de San Sebastián, 2007.