Javier Sologuren: La Experiencia De La Palabra
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Entrevista de Violeta Lubarsky y Reynaldo Jiménez* Javier Sologuren: La experiencia de la palabra Esta conversación con Javier Sologuren se produjo durante el vera- no de 1979-1980, en su casa de Los Ángeles, un viejo hotel deveni- do en grupo de vivien das cercano a Chaclacayo, fuera de la órbita am biental de Lima, allí mismo donde Javier materializara, dos déca- das antes, con su imprenta de mano, las inspiradas ediciones de La Rama Florida. El Rímac caudaloso a pocos metros; el triálogo trans - curre gratamente, con las horas de la tarde. Éramos, Violeta Lubarsky y yo, dos aprendices llenos de entusiasmo en busca del sostenido contacto con la pala bra íntegra del poema, cuyo proceso de escritu- ra Javier había asumido —según acabábamos de leer en el pórtico de un pequeño libro que nos regaló ese mismo día—: * Publicada en el Suplemento Cultural de La Opinión, Buenos Aires, el 25 de mayo de 1980, esta entrevista no había vuelto a ser re pro du cida des - de entonces. 65 ... en círculos concéntricos, a modo de impulsiones que se explayan del centro cordial a la periferia y, en sentido inverso, se remansan luego. Un desplie gue de la inquietud vivencial (nacida como elemental pulsión comunicativa) en el ámbito de la naturaleza vívida y redentora, de la que se vuelve corro bo ra do con la infinita sugestión de sus emblemas (Vida continua. Lima: Cuadernos del Hipocam - po, 1979). La conversación apareció impresa por primera y única vez hasta ahora, en el suplemento cultural del diario La Opinión, en plena dictadura militar argentina, el 25 de mayo de 1980. Por enton- ces coincidimos con Alfonso Cisneros Cox en la necesidad de repro- ducirla en los primeros números de Lienzo, pero Javier se opuso con firmeza, aduciendo motivos personales, rela ti vos —puede decirse ahora— tanto a cierta impugnación muy sincera a deter mi nados aspectos del ambiente cultural peruano de esos años, cuanto a la ya en tonces histórica polémica “poesía pura versus poesía social”. Acon te ci da esta última décadas antes —y a la que Javier responde con lucidez al desar ti cular el nódulo de forzamiento binario allí fija- do— de aquella polémica, era eviden te, permanecían como esquirlas efectos indeseados, si bien residuales, aún en el afecto. Aunque de todos modos el hecho fue que Javier, quien por un lado no nos esta- ba permitiendo editarla, nos remitía por otro, a los entre vista do res, una fotocopia del impreso que previamente le habíamos enviado, con sus marcas y acotaciones, además de las correcciones de rigor que establecieran la restauración del texto tan descuidado por la edi- ción del periódico. Esas erratas las he reparado ahora; pero la pér- dida de aquella copia —además de mi propio ejemplar del suple- mento, probablemente durante alguna mudanza—, impide incorporar las precisas y seguramente preciosas modificaciones que entonces Javier sugiriese —no puedo dejar de suponerlo— con la esperanza de que algún día, de todos modos, se republicara. Se impone comentar que cuando la búsqueda del texto en las dos ma yo res bibliotecas públicas de Buenos Aires, y luego de rebo- tar contra la supuesta ausencia de los suplementos de La Opinión de sus respectivos archi vos, ya parecía por completo infructuosa, la 66 intervención del poeta argentino Pablo Narral (a quien hay que agra- decer este rescate) operó el milagro: ubicó el microfilme con la entrevista completa en la misma Biblioteca del Congreso de la Nación donde, semanas antes, por boca de algunos de sus emplea- dos, se había dado por perdido el material. Es que de La Opinión, diario clausurado poco tiempo después por la dictadura militar, no existen colecciones comple tas en las bibliotecas oficiales de la ciu- dad donde y para la cual existió. El reencuentro con esta entrevista, devuelta ahora al Perú y a través de la re vista a la cual estaba sin duda destinada, quisiera pro- ponerse como parte de celebración de la poesía de Javier Sologuren. Es en su carácter de testimonio de una vida entregada a la poesía, precisamente, que no ha perdido un ápice de su vigencia. Reynaldo Jiménez Buenos Aires, 20 de mayo del 2004 67 — Quisiéramos que nos contaras, para comenzar, cómo fue tu prime - ra vinculación con la poesía, si guardas alguna memoria de eso. — En otra entrevista se me ha hecho una pregunta semejante y me he es forzado en tratar de llegar a las fuentes de mis primeras expe- rien cias poéticas, que en mi caso han sido estrictamente vivenciales. Es decir, no han partido de la lectura de textos, de libros, de poe- mas, sino de los hechos mismos de mi vida. De niño he estado en cama pade ciendo paludismo por cuatro años, de modo que ese fac- tor de limita ción y sufrimiento se dio muy fuertemente en mí. Y eso me llevó a expresarme, a liberarme de ese padecimiento, de ese confinamiento en un lecho, propio de la enfermedad crónica. Creo que ese origen vivencial de mi poesía se sigue manteniendo. Escribo poco y so la men te cuando me siento atenaceado por problemas no estéticos, sino vitales, de mi propia experiencia. — Tú perteneces, además, a una generación de poetas… — Sí, sin duda alguna. Mi generación es la que ha sucedido a la de Martín Adán y Emilio Adolfo Westphalen, al que nos unen vínculos muy particulares puesto que Westphalen nos acogió en su revista Las Moradas, donde se hicieron conocer nuestros primeros poemas no solamente en el país sino afuera, en el extranjero, y, luego, en la re- vista Amaru; todo lo que Emilio tenía en sus manos ha sido para nosotros un vehículo de expresión. A esa generación, en la que tam- bién estaban Xavier Abril, los hermanos Enrique y Ricardo Peña Ba- rre nechea, Carlos Oquendo de Amat y César Moro, ha sucedido la nuestra. Hay una intermedia, pero no sé por qué razón se mantiene flotante y desdibujada. — ¿Quiénes componen tu generación? — La han compuesto, en su núcleo, los que hemos sido antes que poe tas, amigos, como es el caso de Sebastián Salazar Bondy, Jorge Eduar do Eielson, Raúl Deustua, Blanca Varela. Todos nacidos en el primer lustro de los años veinte, es decir, entre el 21 y el 25. Y luego, 68 una segunda promoción, que es la de Carlos Germán Belli, Wáshing - ton Delgado, Pablo Guevara, Francisco Bendezú, Juan Gonza lo Rose —probablemente me olvide de otros—, de la segunda mitad. Claro que en realidad, ya con los años transcurridos se borran esas dis- tancias tan artificiales y quedamos en que constituimos una gene ra - ción de unos diez o doce poetas que han hecho obra. Indudablemente, la agrupación plantea sus problemas. Porque si bien Sebastián Salazar, en su evolución personal llegó a inscribirse en una corriente de poesía social o crítica, Eielson, Deustua, Blanca Varela y yo, no lo hicimos, hemos continuado en lo que se llamó —mal, naturalmente— el movimiento de la poesía pura o el purismo. És te es un rótulo que no tiene ninguna justificación: nosotros no he- mos hecho nunca obra imposible, y la poesía pura es una obra real- mente imposible, como todo lo que aspira a una pureza de carácter químico, sobre todo tratándose de seres humanos, tan complejos, tan conflictivos, tan contaminados de todo y por todo… Entonces, en ese sentido se ha distinguido en esta generación un núcleo que no ha hecho poesía social y otro que hace esa poesía —dándole el pri vi le gio a la poesía social de discriminar, porque podría ser al revés, tam bién, evidentemente. Ese hecho fue motivo de revisiones, crí ti cas y hasta de ciertas polémicas. Ahora no se establece ninguna di fe rencia de ese orden entre una y otra tendencia, fundamental- mente uno se forma en ciertos valores, ciertas búsquedas, que además acu san determinados matices pero que en ningún momen- to implican diferencias radicales. — En Buenos Aires discutíamos hace poco con un crítico —y se plan- teaba como problema—, que no toda agrupación de poetas o escritores que nacen en una misma fecha es una generación; que no necesa- riamente cada diez años tiene que darse una gene ración literaria. ¿Cuáles serían las características que reúne una generación y, desde aquí, entonces, por qué es posible hablar de poetas de tu generación? — Mira, sobre esto, los científicos literarios —puesto que hay una cien- cia literaria, los hay— han trabajado, han explorado. Hay ciertos pa- rá me tros que se han pretendido para poder agrupar estas conste la - cio nes humanas creadoras en el arte y la poesía. Hay diversos crite- 69 rios. Uno es el que tú has dicho, el cronológico: cada diez o quince años implican un cambio y por consiguiente surge con ellos una nueva ge ne ración. Pero no es un criterio suficiente, si es que se quedó en eso, nada más. Habría que tener en cuenta los ideales que han perse guido los miembros constituyentes de estos grupos, o bien las res puestas en términos más actuales ante los problemas sociocul - tu ra les de la época. Creo que es difícil conciliar, pero ambos facto- res no de ben estar alejados. Debe haber alejamientos, pero no radi- cales, entre los factores temporales que hacen que los poetas, los artistas, sean coetáneos, y las preocupaciones y respuestas a esos proble mas ya mencionados que forman el diseño de lo que noso- tros, con un sentido más bien empírico de amistad, de camaradería, llama mos, tal vez con bastante despreocupación, “generación”. Con todo, es te es un problema que está todavía sin resolver.