La Metáfora Animal: En Torno Al Bestiario De Blanca Varela
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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXIV, No. 68. Lima-Hanover NH, 2º Semestre de 2008, pp. 211-223 LA METÁFORA ANIMAL: EN TORNO AL BESTIARIO DE BLANCA VARELA Milena Rodríguez Gutiérrez Universidad de Granada Blanca Varela (1926) es, sin duda, como afirma José Miguel Oviedo, la poeta más importante del Perú y una de las más notables del continente americano (Oviedo 210). Además, a diferencia de otras grandes poetas, la obra de Blanca Varela goza de reconoci- miento no sólo en América Latina, donde ha recibido premios como el Octavio Paz, sino también en España, donde hace poco tiempo obtuviera los dos galardones más prestigiosos –y/o sustanciosos– de la poesía española: el Reina Sofía y el Federico García Lorca1. Ha señalado Luis Rebaza Soraluz que Blanca Varela es, entre sus compañeros de grupo (Salazar Bondy, Sologuren, Eielson), la que “pone de relieve la importancia del género en un discurso que cons- truía la identidad nacional” peruana (Rebaza 27). Estoy de acuerdo con el estudioso, aunque, desde mi punto de vista, Rebaza se exce- de en la trascendencia que tiene, dentro de este hacer vareliano, el ensayo de la poeta “Celebrar a la mujer”, publicado en Amaru en 19682. Considero, por mi parte, que los ejemplos más contundentes en este sentido nos los ofrece la propia poesía de Varela. Lo cierto es que el género, o la condición femenina, es una de las marcas de la poesía de Varela, una marca a veces sutil u oblicua, pe- ro a menudo presente. Así, no resulta casual que Carmen Ollé señale precisamente la poesía de Varela, con su “ironía y perversidad”, co- mo una influencia fundamental para las poetas peruanas de los ochenta (Ollé 188). Diversas autoras, algunas también poetas como la propia Ollé, Rocío Silva Santisteban, Ana Becciú, o la estudiosa Susana Reisz, entre otras, se han referido a esta marca del género que se percibe en la poesía de Varela y varias de ellas han señalado también las complejas y muy elaboradas estrategias con las que ésta se inscribe en sus versos. Susana Reisz, por ejemplo, sostiene que Varela “ha preferido trasladar las explosiones afectivas al plano simbólico de las 212 MILENA RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ colisiones semánticas [...], intensificar los registros más duros y re- cios” y “rechazar todo adorno verbal que evoque la servidumbre de los cosméticos” (Reisz 45). Quisiera dedicar estas líneas a un rasgo llamativo en la obra poé- tica de Varela, un rasgo que, a mi juicio, podría colocarse dentro de esas estrategias sofisticadas, oblicuas, tangenciales, con las que se inscribe la marca de género y/o la condición femenina en su escritu- ra. Me refiero a la presencia de los animales y más aún, a la elabora- ción de la metáfora animal en la obra de Blanca Varela. Pretendo, entonces, en este trabajo, explorar cómo esa presencia animal apa- rece en los textos de la poeta, prestando especial atención a uno de los poemas que me parece más significativo para analizar este ras- go, “Ternera acosada por tábanos”. Hay que decir que la de los animales es una presencia insistente en toda la poesía de Varela. Lo han señalado ya, de diversos modos, distintos estudiosos. Así, Modesta Suárez, en su estudio Espacio pictórico y espacio poético en la obra de Blanca Varela dice que la obra de Varela “encierra un verdadero bestiario” (138). También ha advertido esta presencia Ana María Gazzolo, quien escribe que en la obra de Varela “son muchas las menciones a animales de todo tipo” (“Más allá del placer y del dolor” 83). Por su parte, Adolfo Castañón ha dicho que en Varela existe “la sospecha de que bajo la envoltura humana palpita un animal indecible cuyo rostro es mitad muerte y mitad alma del mundo” (Castañón 93) y Violeta Barrientos escribe también: “El ser humano es rebajado en la poesía de Varela a su condición animal que es la más extrema” (Barrientos 225). Lo cierto es que no hay un solo libro de Varela, desde el primero, Ese puerto existe, de 1959, hasta el último publicado, El falso tecla- do, de 20013, donde no aparezcan varios, y muchas veces numero- sos, animales. Ese puerto existe (y me estoy refiriendo exclusivamente a su últi- ma versión, la reducida, y que su autora publicara en 1986 en la edi- ción del Fondo de Cultura Económica)4 es así un verdadero zoo. Al- rededor de 30 animales (vacas, monos, caballos, simios, culebras, pulpos, ratas, mariposas, lobos, gaviotas, pingüinos, tortugas, insec- tos, arañas, perros, escarabajos, ostras… no los menciono todos) se dan cita en este poemario. Una monumental diversidad que, es cier- to, no volvemos a encontrar en ningún otro libro de la poeta. Aunque el tercero, Valses y otras falsas confesiones, de 1971, donde se reú- nen unos 20 animales, no se queda demasiado por detrás. Modesta Suárez, en el estudio antes citado, apunta las palabras con mayor ocurrencia, o frecuencia, en la obra de Varela; entre las más usadas, hay tres que interesaría resaltar aquí: animal, pájaro y perro5. Yo LA METÁFORA ANIMAL: EN TORNO AL BESTIARIO DE B. VARELA 213 añadiría otras dos, equivalentes a otros dos animales, que también constituyen presencias frecuentes en sus libros: la mosca y la araña. Pero cuando hablamos del bestiario de Blanca Varela tendría- mos que precisar a qué tipo de bestiario estamos aludiendo. Y acla- rar que el bestiario de Blanca Varela no responde a los cánones del bestiario en sus orígenes, aquel donde los animales servían para ofrecer una lección moralizante. Varela no utiliza a los animales para aleccionar o moralizar, como han hecho otros poetas; como hicieran, por citar algunos nombres, el Nicolás Guillén de El Gran Zoo (1967), o el Ángel González de Grado Elemental (1962). Y es que los anima- les, todos estos animales, no aparecen en sus poemas para ense- ñarnos lo que no debemos hacer los humanos, o lo que no nos con- viene. No se trata, pues, en ellos, del animal humanizado, o del ani- mal como alegoría del ser humano. Y es que los animales en Varela no poseen un significado unívoco, como ocurriría si estos fueran pensados como alegorías, sino, en todo caso, múltiple, polisémico. Asimismo, a la autora le interesa el animal en su naturaleza, en su materialidad. En los poemas de Varela hay, además, continuidad y cercanía entre ambos reinos (el animal y el humano). En este sentido, Blanca Varela está más próxima al “Bestiario” del Neruda de Estra- vagario (1958), por su comunión con los animales. Y más que comu- nión, habría que decir confusión, mezcla, tachadura de fronteras, mestizaje animal y humano. Lo que la hace, creo, estar todavía más cerca de los bestiarios de dos de sus grandes maestros peruanos, los dos Césares de aquel país: César Vallejo y César Moro (recor- demos algunos versos del bestiario de ambos, aquellos “era domin- go en las orejas de mi burro” o “vámonos pues, por eso, a comer hierba”, de Vallejo; o “el can royendo el hueso de la gloria”, o “el hombre que trae entre los dientes un oráculo ilegible” de César Mo- ro). Varela intenta, en realidad, recordarnos, y más que recordarnos hacer presente, presentificar, nuestra condición animal, nuestra ma- teria, el cuerpo que habitamos, o que nos habita6. A lo largo de la obra de Varela asistimos a una radicalización en su mirada frente al animal. Así, si en su primer libro, Ese puerto exis- te (1959), los animales eran protagonistas, que convivían al lado del hombre y del sujeto poético como sus iguales y ocupaban un espa- cio a su lado, en sus siguientes poemarios, a partir, sobre todo del tercero, Valses y otras falsas confesiones (1971), a Varela ya no va a interesarle tanto el animal en sí, sino lo que hay de animal en el hombre, en el ser humano; pero no para resaltar lo monstruoso o bestial negativo (no para moralizar, insisto), sino para dejar constan- cia de que estamos hechos, también, de cuerpo, de carne, de mate- ria. A partir de este tercer libro, lo animal se hace símil o metáfora (y 214 MILENA RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ este rasgo me parece el más interesante y singular de su bestiario), no ya, pues, la rata, sino alguien, o algo, que es como un roedor. El animal, además, se disecciona, y sus partes aparecen en los poe- mas dando cuerpo al sujeto humano. Esta metáfora animal dotará de una belleza extraña, muy perturbadora, a sus versos, belleza perturbadora que bien podría asociarse, como ya ha lo han hecho Gustavo Guerrero y Modesta Suárez, con la pintura de Francis Bacon7. Dentro de estas imágenes valerianas, la deformidad va a ocupar un sitio importante. En ellas, la figuras humanas, o incluso las propias cosas, se convierten en seres mestizos, especie de centauros peculiares: mitad hombre o mitad cosa, y mitad animal; especie de seres metamorfoseados –“yo soy una kafkiana tremenda”, ha declarado alguna vez la propia Varela (La voz de Blanca Varela 25) y también Edgar O’Hara menciona las cercanías entre Kafka y la peruana (O’Hara 87-89)–; una metamorfosis o un mestizaje de los que precisamente se hace eco el título de uno de los últimos libros de Varela, Concierto animal (1999). Prácticamente, no hay cosa, concreta o abstracta, ni categoría o persona que no sea animalizada por Varela en sus versos, que la poeta no considere en su condición animal: el sol, que “llega/ cabal- gando como el viejo caballo de la plaza” (“Divertimento” 36)8; el mar, “invertebrado y somnoliento” (“Primer baile” 44); la oscuridad, que “se escapa como un gato por la ventana” (“Malevitch en su ventana” 169); la casa, “corral a la intemperie” (“Crónica” 190); los números, que chillan “como una rata envenenada” (Primer baile” 45); el sueño, cuyas escamas giran (“Destiempo” 47); el verano,