Jalisco: del origen a la globalización

Guillermo Schmidhuber de la Mora

Jalisco

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Guillermo Schmidhuber de la Mora

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Fotografías. Portada de José Hernández Claire. Foto Teuchitlán: Vicente Gutiérrez Arce. Foto pintura: Irán Lomelí Bustamante. Foto tibores: Jesús Guerrero Santos. Foto Monte- rrey: Roberto Ortiz Giacomán. Todas las fotografías modernas de : José Hernández Claire. Contraportada de Martha Schmidhuber Peña.

ISBN

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Contenido Prólogo del Dr. Omar Jesús Castro de la Mora I Prefacio II La Historia o el arte de olvidar III Galicia, la vieja y la nueva IV Los albores: Teuchitlán o el lugar del dios viejo V La Nueva Galicia, tierra de promisión VI Cuando la Nueva Galicia dejó de ser reino VII De la Nueva Galicia al Jalisco independiente VIII Historia de dos ciudades I: Monterrey IX Historia de dos ciudades II: Guadalajara X El mariachi ante la mundialización XI El tequila ante la globalización XII Las artes, patrimonio de los jaliscienses XIII Jalisco, ¿religioso o mocho? XIV Jalisco, baluarte de la independencia y del federalismo XV Jalisco y las nuevas democracias XVI El futuro ha tocado de nuevo las puertas de Jalisco XVII El empresario jalisciense en el siglo XX XVIII Un Jalisco para el siglo XXI

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PRÓLOGO

Ya subrayó Cervantes en Don Quijote de la Mancha que los historiadores debían ser “…puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.”1

En ese contexto, Guillermo Schmidhuber de la Mora respetuoso del oficio del buen histo- riador, ha carecido de extremismos y apasionamientos adoctrinadores o ideologizadores y, con pulcritud intelectual, ha preparado este valioso ensayo que expone de forma objetiva e imparcial el devenir de Jalisco y su gente.

Schmidhuber incursiona exitosamente en un terreno que como el mismo reconoce no es el suyo y presenta un texto en el que muestra su pericia como dramaturgo excepcional y hace gala de sus habilidades como narrador sobresaliente, entregando al lector un ágil y profun- do ensayo histórico que lleva a una lectura placentera, pero sobre todo sumamente formati- va e informativa.

Indudablemente este libro constituye un elemento significativo para popularizar el interés por la sucesión y la simultaneidad de hechos, las coyunturas, los cambios y las continuida- des en la historia de esta querida tierra, a través de la reexaminación de aspectos vinculados a la causalidad y multi causalidad y a la revisión de las estructuras políticas, económicas, sociales, e ideológicas de Jalisco y su gente.

El ensayo nos permite reflexionar sobre otros contextos culturales y otras realidades socia- les, sobre todo a partir de la comparación entre dos de los principales polos de desarrollo de México: Monterrey y Guadalajara, cotejo de que se vale, para construir análisis y formular teorías explicativas.

En Jalisco. Del origen a la globalización, la inquietud por saber más acerca de nosotros es un motor constante que aporta elementos para contestar preguntas de profunda relevancia social tales como: ¿Cómo será Jalisco en el siglo XXI y como se adaptara el jalisciense a la mundialización? ¿Cómo se prepara Jalisco para cruzar el umbral de la nueva era histó- rica que esta comenzando a vivir su alborada? ¿Quién puede ser el sujeto cultural del cambio del siglo XX al XXI? ¿Cómo deberá ser el jalisciense del futuro?

La obra responde esas interrogantes con intenso sentido crítico, empleando aspectos y cir- cunstancias de la historia de Jalisco como marco de referencia de sus problemas contem- poráneos, explicando causas y efectos y propiciando una mayor conciencia ciudadana.

Independientemente del valor histórico del ensayo que el mismo autor pone al descubierto al preguntarse de entrada ¿Cómo descubrir nuestras potencialidades, sin que primero se- pamos quienes somos, ni sin que recordemos aquello que hemos sido? El texto propicia en el lector el desarrollo de un sentido de identidad cultural, que procura consolidar una con-

1 Primera parte, noveno capítulo.

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cepción clara del Jalisco que hoy vivimos, enfatizando nuestras posibilidades como miem- bros de esta sociedad y nuestras responsabilidades como sujetos racionales.

La obra tiende a ser un óptimo laboratorio de análisis histórico y prospectivo, que incita a la conservación de una memoria histórica que impida cometer errores pasados que hoy obsta- culizan mejores condiciones de vida e induce a dimensionar la relevancia de las caracterís- ticas distintivas de los jaliscienses y de las relaciones entre nosotros mismos, como genera- dores de libertad, igualdad y fraternidad en beneficio de todos, los de hoy y sobre todo, los de mañana.

El hecho de que un Jalisciense de la talla artística e intelectual de Guillermo Schmidhuber deje de lado su pasión por la dramaturgia y la novela que tanto renombre y satisfacciones le han dado y se ocupe a través de una visión humanista, democrática y descentralizadora de una temática tan relevante como la tratada en este ensayo merece reconocimiento especial, ojala más pensadores y artistas de Jalisco aporten sus visiones a la construcción de un me- jor Jalisco, y mas pero muchos mas jaliscienses pasemos de la inactividad y reactividad a la pro actividad e interactividad en pro de Jalisco y sus habitantes.

Dr. Omar Jesús Castro de la Mora

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I Prefacio

La circunstancia, la oportunidad y la decisión son los factores externos que condicionan a la humanidad. La genética guarda las huellas de nuestros antecesores; no conserva únicamente las características de nuestros padres, sino también transmite rasgos pertenecientes al linaje de nuestros abuelos. La genética moderna ha descubierto que nuestro ADN guarda infor- mación hereditaria por miles de años. Algo de lo que somos los jaliscienses de hoy tiene su origen en lo que aquellos hombres y mujeres fueron.

De igual manera, el compartir la circunstancia de un mismo espacio en la continui- dad de varios tiempos nos aproxima a generaciones anteriores, porque tanto ellos como nosotros hemos tomado decisiones en los mismos lugares y hemos disfrutado de las opor- tunidades que esos espacios nos brindan.

Al comparar nuestra forma actual de vida con aquélla de los primeros años del Es- tado de Jalisco, cuando este territorio se separó del imperio español en 1821, descubriremos que ambas guardan coincidencias sorprendentes. Igualmente, encontraremos analogías con las vidas de los hombres y las mujeres que habitaban estas tierras del Reino de la Nueva Galicia.

Más sorprendente nos parecerá, si con la ayuda de la historia y la imaginación, re- creamos el pasado remoto y buscamos paralelismos con el periodo protomexicano, término con que calificamos a los primeros mexicanos que vivieron en los dos milenios en que los humanos del nuevo continente y del viejo no se conocieron.

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Tanto el pasado como el presente —y más aún el futuro— son determinados por las oportunidades de cada tiempo y por las decisiones tomadas por cada individuo.

En este período de transición que vivimos entre el segundo milenio y el tercero, el fenómeno de la globalización es una de las fuerzas impulsoras de la posmodernidad. Esta nueva era puede ser entendida como amenaza compartida o como la mejor oportunidad que ha llegado a Jalisco desde que era el Reino de la Nueva Galicia.

¿Cómo será Jalisco en el siglo XXI y cómo se adaptarán los jaliscienses a la mun- dialización? La respuesta está aún por vivirse en la primera parte del siglo XXI; sin embar- go, es posible visualizar el futuro inmediato y adelantar la Historia a nuestro favor.

Vivir es descubrir el futuro individual mientras se nos va revelando el pasado colec- tivo de nuestros ancestros, no tanto en los libros de historia, sino en nuestra propio manera de vivir. Lo que fuimos ha determinado lo que somos, y lo que somos va a determinar lo que seremos. El futuro de Jalisco es nuestra oportunidad y nosotros determinaremos lo que queremos ser. El tema del presente libro es lo que fuimos, lo que somos y lo que pudiéra- mos ser.

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II La Historia o el arte de olvidar

La catedral de Guadalajara con su atrio original

Conocer la crónica de un espacio en diferentes tiempos no es labor únicamente para histo- riadores. ¿Cómo descubrir nuestras potencialidades, sin que primero sepamos quienes so- mos y sin que recordemos aquello que hemos sido? México ha seguido en demasía la histo- ria calificada de oficial, aquella que dicta el poderoso en turno, con detrimento de la com- prensión y el aprecio de la historia regional. Una de paradojas de la globalización es que lo regional adquiere un valor superior. Entre mayor es la economía global, más poderosas se hacen sus partes. ―Piensa localmente y actúa globalmente‖, nos dice John Naisbitt, autor de Megatendencias. Nos sorprenderá que hoy Jalisco puede ser más importante en un mundo globalizado que en la concepción anterior que lo reducía escuetamente a ser una fracción de un país del tercer mundo. Revisemos la historia y con su sabiduría descubramos el Jalisco de ayer y de hoy, para luego avizorar qué futuro le depara a este Estado la mundialización.

Cuatro caminos ha recorrido la humanidad para conocer la crónica de su pasado. Nietzsche llamaba a la Historia el arte de olvidar. En los tiempos antiguos, todos los pue- blos recurrieron al mito para explicar su origen y lograr la benevolencia de sus dioses. Si no tenían un método racional para conocer la verdad, al menos poseían una imaginación fabu- ladora que conjeturaba metáforas de esa verdad. El gusto por la adivinación del destino mediante la cartomancia y los augurios de la buena suerte quedan hoy como herencia del pensamiento mítico primitivo hasta hoy, por lo que no resulta sorpresivo saber que las tres secciones más leídas del periódico en nuestro mundo globalizado son los titulares, la sec- ción deportiva y los horóscopos. Cuando la humanidad alcanzó el predominio de la razón, descubrió el concepto moderno de Historia —con Herodoto—; sin embargo, no pudo olvi-

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dar lo que había aprendido anteriormente, sobre todo porque la razón nunca ofreció una explicación definitiva de la creación del universo y de los humanos.

El primer concepto racional de la Historia fue cronológico, un día seguía al anterior, y una época proseguía a su predecesora, todo ponderado con fechas medidoras del tiempo. El conocimiento cronológico de la Historia es el relato de las efemérides sin la elucidación de las transformaciones sociales. Para indagar las fuerzas que hicieron el devenir histórico, Hegel propuso, en el siglo XIX, un método dinámico que explicara los procesos socioe- conómicos que conformaban las sociedades. El método hegeliano fue dialéctico y propuso la metodología mecanicista de tesis, antítesis y síntesis. Los hechos disminuyeron en im- portancia ante el estudio de las fuerzas históricas que fueron su causa.

En el siglo XX surgió una nueva metodología histórica fundamentada en un concep- to sincrónico que ilustra la simultaneidad de los tiempos y de los procesos históricos. En consecuencia, para conocer Jalisco tenemos que recurrir a las cuatro formas de conceptuar su Historia porque lo mítico ha permanecido hasta hoy; lo cronológico sigue aportando da- tos; lo dialéctico puede explicarnos los causas y los efectos, y lo sincrónico permite enten- der que el pasado no se ha ido del todo y que contribuye a conformar tanto el presente co- mo el futuro.

La Historia universal enseña que hacia el siglo V d. C. el mundo antiguo dio paso a la edad media y por diez centurias la humanidad fue medieval. Luego vino el Renacimiento que fue el inicio de una era que ha sido calificada de modernidad, donde la ciencia y la tec- nología han imperado sobre las demás aportaciones humanas. A partir del siglo XVIII, la revolución industrial constituyó la cima de la modernidad. Esta sucesión de periodos cons- tituye la historia desde una visión eurocentrista. Paralelamente había que sumar los sucesos de los pueblos protoamericanos, y también los de oriente y del resto del mundo.

En Jalisco, como en otras partes del mundo, se conjugan los tiempos pasados. Hay un remanente medieval todavía vital, y el renacimiento sigue sorprendiendo y abriendo las mentes, la modernidad entra y sale dejando logros y fracasos. Ahora que el mundo se glo- baliza y se anuncia una era histórica nueva, Jalisco debe afinar sus habilidades y otear el horizonte mundial para descubrir el lugar que la mundialización le reserva y aquél que se propone lograr. En los cuatro capítulos que a continuación siguen, se investiga la forma co- mo vivió Jalisco en el pasado, y se invita a reflexionar la manera como se prepara este Estado y su región circundante para ingresar en el umbral mundializado de la posmodernidad.

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III Galicia, la vieja y la nueva

Mapa de la Nueva España y la Nueva Galicia

Finisterre es el lugar donde termina el continente europeo en el occidente, el final de la inmen- sa isla conformada por los tres continentes viejos: África, Asia y Europa. En ese territorio, en que el sol termina su viaje hacia el oeste y se pierde en el horizonte marítimo bajo los cielos ignotos, está situada Galicia, la vieja. Hasta ese confín del mundo llegaban las peregrinaciones de Santo Santiago para unos y de San Iago para otros, habiendo algunas partido de lugares tan distantes como Colonia, en el centro de Europa. Los peregrinos no podían perderse, miraban el firmamento y seguían la vía láctea que los guiaba hasta Santiago de Compostela, cuyo nombre significa en gallego, ―campo de estrellas‖. Era el camino de Santiago para visitar el santuario donde estaba sepultado el discípulo de Cristo. Los peregrinos que se acercaban a los farallones del Finisterre, veían de día el mare magnum iluminado por el sol y, de noche, la vía láctea que apuntaba hacia el poniente. Esos hombres debieron sentir el deseo de seguir el peregrinaje, pero no había ruta marítima de Santiago más allá de la vieja Galicia.

Pasaron los siglos y hubo manera de seguir la ruta de la vía láctea más allá de las tie- rras protegidas por Santo Santiago, para descubrir el lugar ignoto donde iba a dormir el sol en el poniente. No fue Galicia el puerto desde donde prosiguieron el viaje hacia el poniente, sino el Puerto de Palos, al sur de la península ibérica El 12 de octubre de 1492, partió Cristóbal Colón con tres naves, pero un obstáculo se interpuso entre los castellanos y sus deseos de lle- gar a Oriente: era una tierra que se pensó isla primero y, después, una continente. ¿Cómo bau- tizar a esta tierra? El viejo mundo la bautizó Nuevo Mundo. Y la vieja España tuvo la compe- tencia de la Nueva España, como llamaron a México, y la vieja Galicia tuvo el desafío de la Nueva Galicia, como bautizaron a la región de ese occidente.

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Los habitantes de la Nueva Galicia no aceptaron que sus playas fueran, a su vez, Finis- terre de otra parte del mundo, y soñaron con proseguir la ruta por mar hacia el occidente. La primera vez en la historia humana en que fue continuado el viaje de colonización desde Amé- rica hacia el oeste, fueron desde las playas de la Nueva Galicia. Los barcos castellanos fueron los primeros en cumplir el sueño de viajar hasta el extremo poniente del mundo y conquistarlo, hacía donde los antiguos suponían que el sol viajaba para exhalar el último suspiro; pero al ser la tierra redonda, allí también seguiría brillando el sol. Magallanes había circunnavegado el mundo sin poder conquistarlo. El afán de continuar la conquista hacia el poniente fue cum- plido por la expedición de Miguel López de Legaspi y el fraile Andrés de Urdaneta, quienes partieron, el 21 de noviembre de 1564, del puerto de Navidad (hoy Jalisco), con los barcos el San Pedro y el San Pablo y dos embarcaciones menores, 200 soldados, cuatro sacerdotes y 150 marineros. Ninguna mujer. Arribaron a las islas que llamaron Filipinas el 27 de abril del año siguiente, y pronto conquistaron ese territorio para el creciente Imperio Español. Y para mayor gloria de Castilla, desde Filipinas partieron otros barcos que atracaron por primera vez en Cipangu —el Japón de hoy— y en Cathay, como llamaban a la China antigua.

Por tres siglos convivieron Galicia la vieja y Galicia la nueva, dos tierras con la voca- ción de señalar al poniente, con su perenne llamamiento a los marinos para que navegaran hacia el oeste. Tierras mágicas ambas que contaban con la bendición de Santo Santiago y tam- bién con una ciudad llamada Compostela, palabra que significaba ―campo de estrellas‖.

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IV Los albores: Teuchitlán o el lugar del dios viejo

Los Guachimontones de Teuchitlán

Al intentar definir la identidad del los pueblos oriundos del occidente de México, la verdad histórica ha sido contravenida con tres supuestos: un alto criollismo, un menor mestizaje que en otras partes de México y la ausencia de genes de la raza negra. Tres supuestos sin fundamento histórico. La verdadera historia es otra: ni hubo tantas familias de origen espa- ñol que vinieron a poblar el área para considerarla criolla; ni fueron eliminados los indíge- nas durante la conquista española con tal severidad que el mestizaje fue limitado; ni menos que no hubo presencia de esclavos negros. La verdad es que hubo tanto indios y negros como criollos y mestizos.

Falso resulta afirmar que las tierras que hoy calificamos de jaliscienses estuvieron pobladas anteriormente por indígenas belicosos de ínfimo desarrollo cultural, quienes fue- ron sometidos por los españoles o escaparon hacia el norte. Son falacias de historiadores que nunca experimentaron agobios arqueológicos de campo. Aceptarlas sería como negar que los benéficos dones de la abundancia de agua y del buen clima no fueran invitación suficiente para que los primeros pobladores de la zona occidente se establecieran en unas tierras que hasta hoy son de las más generosas de México.

La zona tequilera de Jalisco fue también el espacio donde, dos milenios atrás, se gestó la cultura madre del occidente de México. Varios de los conglomerados más antiguos están ubicados alrededor del llamado Cerro de Tequila, que es realmente un volcán corona- do con una gran roca popularmente calificada de tetilla, como si la imagen del volcán pinta- ra la silueta de un enorme pecho materno. Según las investigaciones llevadas a cabo en este cambio de milenio, de todos los poblados circundantes es Teuchitlán el más antiguo; su mismo nombre lo señala: ―lugar del dios viejo‖. Otras poblaciones de esta zona que poseen

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sitios arqueológicos son también hoy productores de tequila: Amatitán, Tala, Etzatlán y San Felipe de Tequila. El volcán de Tequila es el que presta su toponimia para bautizar la famo- sa bebida, no fue un regalo de la ciudad con quien comparte hoy el nombre.

La Tradición de Teuchitlán floreció en forma paralela a las culturas maya y teo- tihuacana, con un periodo de crecimiento calificado de preclásico que sucedió antes de la era cristiana y un periodo de florecimiento entre los siglos III y VIII d. C. Poco conocemos de ellos, pero sabemos que fueron fabricantes y comerciantes de obsidiana, un material de gran importancia para aquellos pueblos que no poseían metales útiles de gran dureza. La distribución comercial de su obsidiana fue tan amplia que llegó hasta donde hoy está ubica- da Arizona. Teuchitlán conformó el máximo núcleo cultural que floreció en el occidente de México; su población vivía dispersa sin un gobierno unificador, pero vinculada por una misma raigambre cultural, como ha sido bautizada Tradición Teuchitlán. Algunas de sus extraordinarias figurillas de cerámica representan maquetas de plazas y de casas habitación con múltiples figurillas humanas de hombres, mujeres y niños que festejan con instrumen- tos musicales, junto a la algarabía de perros y pericos. Por la riqueza de agua en esa zona y sus sembradíos a manera de chinampas, como puede apreciarse hoy en fotografías aéreas, podemos imaginar que era la tierra de abundancia.

El mayor sitio arqueológico de la zona es llamado los Guachimontones, y consta de once enormes plazas circulares integradas por una banqueta que sostiene de ocho a doce edificaciones que miran hacia un monumento central. Los Guachimontones fueron cons- truidos sobre una colina que mira a un valle tan amplio que hoy se conoce regionalmente como zona Valles. Este sitio posee varias características únicas en el mundo: la mayoría de las edificaciones son circulares, un caso insólito que no tiene paralelo entre las edificacio- nes de los antiguos mexicanos, ni entre los sitios arqueológicos de otras culturas americanas o europeas. Hay tres juegos de pelota; el que cubre un área mayor ha sido fechado como el más antiguo juego de pelota de que tenemos noticia, aun si lo comparamos con los encon- trados en la región maya. Los restos humanos sepultados bajo sus paredes laterales fueron desmembrados antes del enterramiento, lo que prueba que esos hombres fueron jugadores de pelota sacrificados en un rito cósmico.

Otro legado único de la Tradición de Teuchitlán es lo preciosista de sus figurillas de barro con que retratan a sus pobladores y sus casas, junto a minúsculos conjuntos escultóri- cos con sus juegos rituales de pelota y sus desfiles funerarios. Algunas de estas piezas son exhibidas en museos del mundo, como el Museo Metropolitano de Arte y el Museo de Ciencias de Nueva York. Algunas de las maquetas ilustran una plataforma circular, con edificaciones concéntricas, en cuyo núcleo hay un gran tronco vertical sobre el que danza un hombre-pájaro. No hay duda de que tales diseños concéntricos y los juegos de pelota monumentales que los acompañaban, sirvieron de entorno arquitectónico para el culto del dios del viento, Ehécatl, quien ha sido identificado en los diseños gráficos de los utensilios de barro y en ciertas figurillas del hombre volador. Círculos arquitectónicos de menor ta- maño similares a los Guachimontones han sido localizados en Michoacán, Colima, Nayarit y Guanajuato; lo que prueba la extensión geográfica de la tradición de Teuchitlán. Cuando la cultura maya y la teotihuacana sufrieron su colapso en el siglo VII, también esta tradición inició su ocaso.

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En 1999 se llevó a cabo el primer trabajo arqueológico de campo de los Guachi- montones, gracias a la iniciativa de Carlos Eduardo Gutiérrez Arce, quien logró el apoyo de la Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco y del Colegio de Michoacán. Phil Weigand y su esposa Acelia habían sido los descubridores del sitio y fue bajo la dirección del arqueó- logo norteamericano que se iniciaron los trabajos. Tal fue la importancia de los hallazgos que el Art Institute de Chicago y el County Museum de Los Ángeles organizaron poco tiempo después, una exhibición sobre el arte de los pueblos del occidente de México. Iróni- co resulta decir que esta exhibición no pudo viajar a México porque las piezas exhibidas eran propiedad de colecciones privadas norteamericanas y no podían ingresar al país sin ser incautadas —las piezas habían salido del país antes de la legislación patrimonial—. En forma paralela y siguiendo la misma museografía, la Secretaría de Cultura organizó una exhibición con piezas de colecciones jaliscienses en el año 2000, sin que el INAH accediera a prestar alguna pieza de su colección. El centralismo mexicano sigue dando sus frutos, aunque no por mucho tiempo, como se verá más adelante.

Hoy Jalisco es un Estado en donde el comercio y la agricultura han servido de fun- damento al desarrollo económico de la zona. Por eso los fundadores del occidente de Méxi- co —los protojaliscienses— no fueron tan diametralmente distintos de los jaliscienses ac- tuales, porque también su desarrollo se fundamentó en el comercio y en las labores agríco- las. Aquellos fueron admirables alfareros y hoy Jalisco es el mayor productor de artesanías del país. Otro aspecto que unos y otros comparten es el amor por vivir. La investigadora Beatriz de la Fuente ha propuesto que los pobladores de occidente pertenecieron a la cultura de la felicidad porque muchas de las figurillas de barro de personas son testimonio de cuán- to disfrutaban de la vida: labios sonrientes, figuras en abrazo, manos portadoras de bebidas embriagantes o dedos fumadores, niños compartiendo con ancianos, hombres entrelazados bailando, animales domésticos como perros y pericos compartiendo el jolgorio. La cultura de la vida es opuesta a la cultura de la muerte, la cuál fue la impuesta por los antiguos po- bladores del centro del país. Cuando los modernos lugareños del valle del volcán de Tequi- la beben y armonizan la ocasión con música de mariachi, no son tan diametralmente dife- rentes de los antiguos habitantes de la zona. Cabe la conjetura que hace dos mil años se amaba la vida tanto como hoy se ama el vivir. Éste es el tercer milenio donde sembrar, co- merciar y disfrutar con sabiduría el buen vivir; son las diligencias favorecidas en el occi- dente de México.

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V La Nueva Galicia, tierra de promisión

Escultura de Virgen barroca

Bautizar con el nombre de Castilla la Nueva de la Gran España fue el deseo de Nuño Beltrán de Guzmán, después de conquistar la parte occidental de las tierras recientemente descubiertas. Sin embargo, bajo el reinado de Juana I de Castilla, la reina calificada de loca, ordenó que se denominara el territorio conquistado como ―Reino de la Nueva Galicia‖, con el mandato de fundar una capital con el nombre ―Santiago de Galicia de Compostela‖. No debió de gustarle el cambio de toponimia a Nuño de Guzmán porque era castellano y no gallego, al haber nacido en la vieja Guadalajara. Como enemigo de Hernán Cortés fue enérgico, intentó sobrepasarlo en sus conquistas y lo destituyó como la máxima autoridad imperial al lograr ser nombrado presidente de la primera real audiencia. Como premio por los servicios a la Corona, recibió encomiendas que iban de la capital Compostela (hoy Te- pic) hasta Colima. Así como, Alonso de Ávalos se otorgaron de encomiendas la provincia que llevó su nombre y que iba de Sayula a Colima, y Luis Ahumada llegó a ser dueño de la región de Ameca. En 1524, el sobrino de Cortés, Francisco Cortés de San Buenaventura, conquistó el gran valle donde estaba situado Teuchitlán; y seis años más tarde, el insaciable Nuño de Guzmán invadió la comarca para integrarla a sus ya amplios dominios.

Por órdenes de Nuño de Guzmán, Cristóbal de Oñate fundó Guadalajara. Después de tres tentativas fallidas —Nochistlán, en 1531; Tonalá, en 1533, y Tlacotán, en 1535—, por fin, el llamado valle de Atemajac fue el sitio donde se estableció, en 1542, la actual Guadalajara, en un día del que ignoramos la fecha exacta, pero que fue fijado por las auto-

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ridades del siglo XX en un conveniente 14 de febrero. Esta ciudad se convirtió en capital de la Nueva Galicia en 1560.

Las tierras eran de difícil domesticación, no porque el clima fuera inclemente, sino porque sólo había premio para el que las trabajara con ahínco; aún permanecían escondidos el oro y la plata para las manos ambiciosas de los conquistadores. En 1547, se fundó la Au- diencia de Guadalajara, integrada por cuatro oidores; fue la autoridad administrativa, gu- bernamental y jurídica de la región, sólo inferior al Consejo de Indias. Muchas de las ciu- dades que fueron audiencia llegaron a ser capital de virreinato, pero no fue el caso de la Nueva Galicia que siguió perteneciendo a una Nueva España centralizadora. En 1548, se fundó la diócesis de Nueva Galicia, que llegaría a ser una de las más extendidas del periodo imperial español. Los hombres y las mujeres de aquellos tiempos se amparaban bajo la pro- tección del rey y del obispo, además del amparo de Santo Santiago, quien se había apareci- do al menos en cuatro ocasiones durante las guerras de conquista. Claro que otorgando su protección a los viejos gallegos venidos más allá del mar, y no a los pobladores de las tie- rras bautizadas Nueva Galicia y que se negaban a ser evangelizados.

Pronto el Reino de la Nueva Galicia aprendió a soñar los afanes de Nuño de Guzmán, quien pretendía convertirla en virreinato debido a la gran extensión que sus tierras abarcaban: el Jalisco de hoy, más aquellas de Sinaloa, Colima, Zacatecas, Aguascalientes, y parte de Michoacán y Nayarit. La discordia entre Nuño de Guzmán y Hernán Cortés men- guó las oportunidades históricas. Nunca la Nueva Galicia tendría buenas relaciones con la Nueva España. Acaso la imposible concordia entre Cortés y Nuño de Guzmán hubiera al- canzado triunfos mayores; por separado ninguno recibió el pago merecido por los servicios prestados a la Corona española. Cortés viajó a España en 1540 para exigir la compensación debida; nada logró, ni aun con su intento de granjear el favor real con su participación en una expedición a Argel, la que resultó por primera vez infructuosa; murió en la pobreza en 1547. Por su parte, Nuño fue llevado en cadenas a la vieja España para juzgarlo por sus excesos y murió en 1544 sin ver terminado el juicio. A la muerte de Nuño de Guzmán, su triple sueño quedó insomne: unas tierras que no eran virreinato, con pobladores que no aca- baban de ser amos de los territorios del norte y con marineros que no surcaban los mares hacia el poniente del océano bautizado de Pacífico. Sin embargo, ese triple sueño iba a ser tardíamente cumplido, como se verá más adelante.

El afán del viaje hacia el poniente, como ya se mencionó antes, fue cumplido por la expedición de Miguel López de Legaspi en 1564. El problema fue el regreso: las corrientes marinas y los vientos los obligaron a viajar hacia el norte hasta la alta California y desde allí navegar dibujando la costa hasta un puerto seguro. La ruta que siguieron fue la única permitida por la Casa de Contratación de Indias para que trajeran las riquezas de Oriente. Oficialmente no se permitía el desembarco en las costas de la Nueva Galicia, acaso porque era demasiado arriesgado enriquecer a aquellos que estaban lejos y no daban muestras de feliz sometimiento al virreinato de la Nueva España. Únicamente se aceptó Acapulco como puerto de entrada de las riquezas traídas de Oriente.

Si una señorita quería seda de China para sus nupcias, había que hacer el pedido y el pago al representante de la Casa de Contratación de Indias —compañía monopólica del rey—, ya fuera en Guadalajara o en la ciudad de México. El pedido viajaba a Sevilla para

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ser integrada a otras solicitudes. Por barco llegaban los pedidos conjuntados de regreso a Cuba y Veracruz, de allí con muleros a la ciudad de México para proseguir el viaje al puer- to de Acapulco, donde embarcaban la orden vía Filipinas, lugar en que estaba la sede co- mercial del Imperio español en Oriente. La seda era fabricada y entregada a los comprado- res, acaso en China o la India; luego viajaba por mar desde Filipinas hasta arribar al conti- nente americano. Las primeras tierras cristianas que veían de regreso eran las de la Nueva Galicia, en donde atracaban los navíos para aprovisionarse de agua, anunciar la pérdida de una nave o bajar algún enfermo. La riqueza permanecía en los barcos, por orden real no podía ser bajada en otro puerto que no fuera Acapulco. Sin embargo, bajar algún contra- bando fue medida comercial para lograr rapidez y menor precio, porque la seda iba a seguir viajando hasta Acapulco, y en burreros hasta la ciudad de México. Había llegado la seda a la ciudad donde habitaba su cliente, pero no se la entregaban, sino que proseguía el viaje a Veracruz, luego a Cuba y de allí hasta la vieja España, para distrubuirla según el lugar de los pedidos. La seda asignada al pedido mexicano viajaba nuevamente hacia la Nueva Es- paña, llegaba a Cuba y luego a Veracruz, de allí en burreros transportaban los productos hasta la sede de la Casa de Indias, donde se entregaba a la ahora madre de más de dos niños nacidos tras la bendición nupcial.

El resultado de un mercado con baja oferta de bienes de consumo y con una deman- da poseedora de liquidez —afirman los economistas— es la inflación y, cuando el exceso de controles burocráticos no facilita la compra, aparece el ubicuo mercado negro. La Nueva Galicia fue centro de distribución trapicera de riquezas de oriente. Todavía hoy utilizamos en México la palabra fayuca para hablar de contrabando; en el siglo XVI servía para signi- ficar la barca pequeña que transportaba a los marineros desde el barco de cabotaje a la cos- ta. Al pretender ir por agua potable, bajar a sus enfermos o avisar de un desastre, algunos llevaban escondido bienes para vender, acaso un lienzo de seda para que llegara a tiempo para una boda.

En el siglo XVI se abrieron las minas en Zacatecas y en Guanajuato. La plata salió de la tierra en volúmenes nunca vistos por los reyes españoles. Las minas proveían los me- tales pero había que transportar la riqueza hasta España. Una buena ruta de la plata necesi- taba contar con dos condiciones, seguridad y caminos. Sólo la Nueva Galicia aseguraba ambas condiciones. Era territorio seguro y contaba la única ruta posible hacia la ciudad de los Palacios, como llamaban a la antigua Tenochtitlan. Por una vez más fue Guadalajara centro distribuidor de riquezas. Del occidente venían contrabandos y del norte plata y oro, la Nueva Galicia proveía de alimentos y gobierno, y todos gozaban de creciente comercio. Tal fue el éxito de los comerciantes que estos no recibían únicamente las ganancias de sus ventas, sino también actuaban como prestamistas.

Los piratas fueron comerciantes con permiso para el pillaje y la violencia, siempre que la ejercitaran contra embarcaciones españolas. Tanto Inglaterra como Francia dieron permisos para ejercer la piratería como medio de compartir las enormes riquezas que viaja- ban a su país enemigo siempre que pagaran impuestos sobre las riquezas que los mismos corsarios reportaban en sus espaciados viajes que su nostalgia demandaba. Las embarcacio- nes españolas se fortificaron con barcos de guerra pero nunca lograron salvar la presencia de los piratas que eran más guerreros que comerciantes. A finales del siglo XVII varias

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ciudades mexicanas fueron tomadas por piratas —Campeche, Tabasco, Yucatán— y todo el Caribe sufrió su maléfica presencia.

A la muerte de Carlos II sin descendencia, la corona española pasa de la línea dinás- tica de los Habsburgo a la familia Borbón, con el rey Felipe V en 1701, quien había nacido en el palacio de Versalles y era nieto de Luis XIV, el ‗Rey Sol‘. Los piratas franceses se habían amparado en diferencias políticas entre España y Francia, pero con la presencia de los Borbones en el Imperio Español, la piratería vio pronto su final. Sin embargo, como estrategas que eran, redefinieron su negocio y concluyeron que ahora serían más comer- ciantes que guerreros, así que muchos se dedicaron a traer productos de contrabando a América. Estos barcos atracaban en las costas del Golfo de México, en territorio que hoy pertenece a Tamaulipas. Las mercancías viajaban a San Luis Potosí y de allí seguían la ruta de la plata hasta la capital de la Nueva España, pero dada la lejanía y la creciente vigilancia, pocos de esos bienes llegaban hasta la capital. Tanto el desembarco fayuquero que arribaba a la Nueva Galicia por el Pacífico como los contrabandos que eran descargados en las cos- tas del Golfo, proveían un amplio mercado a lo largo de la ruta llamada de la plata, cuyo centro de distribución estaba ubicado en Guadalajara. De esta lucrativa experiencia comer- cial ha heredado Guadalajara su vocación actual de ciudad que impulsa el mercado infor- mal en el amplio espectro que va del tianguis a la fayuca.

Como consecuencia del lento enriquecimiento a partir de los frutos de la tierra, la Nueva Galicia fue pasando el eje económico de las haciendas de los grandes terratenientes a las manos de los incipientes y lucrativos comerciantes. Los enormes territorios que reci- bieron como compensación los conquistadores fueron distribuidos en parcelas más equitati- vas. Los ricos vivían y los pobres sobrevivían, pero a ninguno le faltaba lo indispensable. El clima era benévolo y los surcos generosos. Nadie que trabajara se quedaba sin comer. Guadalajara se convirtió en paso obligado para los que querían ir al norte hacia las tierras aún no conquistadas, o hacia el oriente desde donde traían bienes y cosas que hacían sentir más ricos a los ricos. Poco o nada necesitaban de la ciudad de México, no eran un virreina- to pero sí la gubernatura colonial más independiente. Con la audiencia les bastaba para ma- nejar los asuntos comerciales. En más de una ocasión, la ciudad de México, recelosa, pre- tendió cerrar la Audiencia de Guadalajara, pero no pasó de ser un intento fallido.

Fue excelente el siglo XVII para la Nueva Galicia. Mientras las costas del Atlántico estaban amenazadas por los piratas, y el alimento y el papel eran escasos en la ciudad de México, la Nueva Galicia seguía siendo rica. Ser pobre en la ciudad de México era morir de hambre, por eso hubo levantamientos indígenas clamando por alimentos. El mismo palacio virreinal fue incendiado por esos infelices, mientras que la Nueva Galicia era tierra de pro- misión. El triple afán de Nuño de Guzmán había alcanzado tres desenlaces felices. Nueva Galicia era frontera hacia el norte porque después de su territorio nada había; era frontera hacia el oriente por un mar prometedor de riquezas, y también era frontera hacia el centro del virreinato porque había fincado una muralla invisible que los aislaba del devenir no siempre favorable de la Nueva España, por lo que podían gozar tan libres como si hubieran sido virreinato. Los asuntos de palacio van despacio, se decía, por la lejanía de los reyes, pues más despacio irían los asuntos de la Nueva Galicia. Había orden pero no control. Hab- ía riqueza para los afortunados y una buena vida para los demás. Parecería que Santo San- tiago había protegido más a la Nueva Galicia que a la vieja.

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VI Cuando la Nueva Galicia dejó de ser reino

Escudo novogallego en Guadalajara

En 1786 la Corona española promulgó las Ordenanzas de Intendentes que abolían la anti- gua división territorial de ―reinos‖ y daban carácter legal al sistema nuevo de intendencias. Las Ordenanzas establecían doce intendencias, cuyas capitales serían México, Puebla, , Mérida, Veracruz, San Luis Potosí, Guanajuato, Valladolid, Zacatecas, Durango, Arizpe (Sonora-Sinaloa) y Guadalajara. La implantación de las Intendencias ponía bajo la dirección de un gobernador general o intendente los asuntos de justicia, guerra, hacienda, fomento de las actividades económicas y obras públicas. El nuevo sistema político conlle- vaba la desaparición del antiguo Reino de la Nueva Galicia y, en la nueva distribución ge- ográfica, se perdía el actual territorio de Zacatecas y, acaso como balance, ganaba el sur del actual estado de Jalisco que le fue quitado a Michoacán. El antiguo reino de Nueva Galicia había desaparecido y las reformas borbónicas de Carlos III convertían a este territorio en uno más dentro de un equilibrio de poder que favorecía al centro, con algunos cambios en las políticas económicas para un vasto proyecto agrícola, industrial y comercial.

No todos los cambios fueron desfavorables a la Nueva Galicia. Algunos peninsula- res descontentos abandonaron sus tierras y viajaron a América buscando mejores horizon- tes; muchos se aposentaron en la Nueva Galicia. Renovada vitalidad económica y social aportaron ―los recién llegados‖ de Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra. Su presencia fue impor- tante porque matrimoniaron con mujeres de las familias ya residentes. Más españoles llega- ron entonces a la Nueva Galicia que en todos los años de la conquista.

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Se vivía bien: los ricos eran muy adinerados pero vivían con modestia, y los pobres no estaban tan menguados. En 1740 se introdujo el agua corriente a Guadalajara desde el cerro de El Colli, fue obra del padre Buzeta. En un censo llevado a cabo en 1793, Guadala- jara tenía 9 386 criollos, 6 538 mulatos, 4 241 indios, 3 898 mestizos o ―castas‖ y 186 pe- ninsulares. En total eran 24 249 neogallegos. Sorprende el mayor número de mulatos que de indios y, sobre todo, porque había 292 comerciantes, más del uno por ciento de la pobla- ción. Una burguesía incipiente de comerciantes y terratenientes constituía los pilares de la sociedad. Ningún personaje era tan importante como para polarizar todo el poder a su favor. Quien tenía el poder lo ejercía en beneficio de todos. Los obispos eran fortalecedores de su sociedad; enseñaban que todos habían de vivir de tal manera que merecieran el cielo, pero también que tenían que sobrevivir en el valle de Atemajac tratando que no fuera precisa- mente un valle de lágrimas, como decía la plegaria.

El comercio iba en crecimiento y Guadalajara era paso obligado de cuádruple vía: del sur al norte, del este al oeste y viceversa. La primera fábrica textil fue abierta en 1781. Había personas que alcanzaban una mayor importancia, como don Manuel Calixto Cañedo, quien llegó a Nueva Galicia a mediados del siglo XVII, proveniente de Sinaloa, y compró las haciendas El Cabezón, La Vega y La Calera. Su casa estaba situada atrás de la catedral. Fue don Francisco Javier Vizcarra, marqués del Pánuco, el primero que recuerda la historia como poseedor de un millón de pesos plata, quien en 1771 compró ―La Sauceda‖ y ―Tolu- quilla‖. Las familias que ya tenían una centuria de ser prominentes vivían en sus haciendas repartidas en todo el territorio. Las familias aventajadas del siglo XVII llevaban los siguien- tes nombres: Arochi y Portillo, Bares, Basauri, Vizcarra, Caballero, Cañedo, Corcuera, Es- cobedo y Daza, Fernández Barrena, García de Quevedo, García Sancho, Moreno de Texa- da, Murúa, Porres Baranda, Sánchez Leñero, Sánchez Pareja y Villaseñor. Su sangre criolla pasaba de generación en generación tratando de no mestizarse. No había clase media. To- das las familias criollas constituían la clase alta, fueran ricas o no, y todos los indios y mu- latos era la clase baja, pero ninguno mendigaba.

Así como se habían aproximado los españoles por primera vez a Asia partiendo desde tierras de Nueva Galicia, también lo harían con la región que llegaría a llamarse Alaska. La región fue considerada hasta el siglo XVIII parte de la Nueva España, cuyos límites hacia el norte eran inciertos. La historia recuerda como el virrey Bucareli ordenó expulsar a los rusos que habían invadido los territorios fundados por los españoles. Hubo expediciones desde San Blas, puerto de la Nueva Galicia, en 1774, 1775 y 1779, para reco- nocer toda la costa al norte de California. Esta última expedición al mando de Ignacio Ar- teaga, con las fragatas Princesa y La Favorita llegó hasta el paralelo de 61º, y levantó una carta del golfo de Alaska y fundó varios establecimientos. Pronto hubo nuevas expedicio- nes, en 1788, 1790 y 1792, esta última con las goletas Sutil y Mexicana. Sorpresivamente España abandonó su establecimiento de Nutca, en 1791, y nunca regresó al territorio que le pertenecía por haberlo colonizado primero. Después de la Independencia de México, el recientemente formado país pretendió recuperar la llamada América rusa, pero perdió todo interés cuando California pasó a ser parte de los Estados Unidos en 1847. Como recuerdo de esas aventuras olvidadas por la historia mexicana, quedan algunos nombres españoles: Córdoba y Valdez. No sabemos cuántos novo gallegos, dignos coterráneos de los jaliscien- ses de hoy, vivieron la hazaña de cruzar hacia el norte los mares para apropiarse en nombre del Imperio español, del territorio más nórdico del continente americano: Alaska.

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VII De la Nueva Galicia al Jalisco independiente

El colegio de Santo Tomás, que fue sede de la Real Universidad de Guadalajara.

La primera imprenta llegó tardíamente a Guadalajara. El rey Carlos IV otorgó el privilegio de fundar una imprenta a Mariano Valdés Téllez Girón en 1793. El establecimiento estuvo en la calle Cerrada de Loreto, que estaba a un lado de la capilla de Loreto del colegio de Santo Tomas de la Compañía de Jesús (hoy Biblioteca Iberoamericana); más tarde cambió su asiento a la llamada ―Casa de los perros‖, frente a la antigua plaza de Santo Domingo, hoy De la Reforma. Trece impresos se han localizado en su primer año de labores. El beneficio llegaba tardío pero con oportunidad. Uno de los primeros impresos fue el Elogio fúnebre del que fue el más querido obispo de la Nueva Galicia, fray Antonio Alcalde, originario de Castilla la Vieja, España.

En 1771, el Rey dispuso que fray Antonio Alcalde pasara a ocupar la silla episcopal de la Nueva Galicia. Era enorme el área que cubría, ya que comprendía los Estados actuales de Aguascalientes, Coahuila, Colima, Jalisco, Nayarit, Nuevo León, San Luis Potosí y Za- catecas, parte de Louisiana y los territorios de Texas. Su buen juicio y humildad pronto dieron frutos. Sobresale la construcción de un centenar y medio de casas para familias de escasos recursos y la fundación de un nosocomio para mil pacientes, el que ahora ostenta el nombre de Hospital Civil. Promovió la expedición de la real cédula de la fundación de una universidad en Guadalajara, la segunda en la Nueva España después de la real y pontificia universidad en la ciudad de México; iniciaron las cátedras de cánones, leyes, medicina, teología y sagradas escrituras, a partir del 3 de noviembre de 1792. Alcalde destinó a la incipiente universidad el edificio del colegio de Santo Tomás, que había sido de los jesui- tas, y destinó sesenta mil pesos para su acondicionamiento. La muerte del prelado acaeció varias semanas antes de la apertura de la universidad. Este magno edificio estaba situado en

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las actuales calles de Colón y Juárez, pero fue demolido en los años treinta cuando el go- bernador Topete lo vendió para pagar un endeudamiento gubernamental.

El edificio emblemático más importante del Jalisco actual es la Casa de Caridad y Misericordia, conocida como el Hospicio Cabañas, en honor de su constructor, el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, un prelado nacido en Navarra, España, que heredó la diócesis de Guadalajara a la muerte del obispo Alcalde. En las palabras del fundador, el complejo arquitectónico tendría la finalidad de dar ―auxilio y caritativa asistencia de los verdadera- mente necesitados de esta ciudad y obispado, su instrucción cristiana y civil, su aplicación al trabajo, el fomento de la industria popular, la educación de los jóvenes de ambos sexos y el socorro de los artesanos y jornaleros desocupados‖.2 Con estas palabras respondió Caba- ñas a un fiscal de visita en su diócesis. Fue una institución para auxiliar a quienes la colec- tividad había negado el diario sustento y sirvió como equilibrante social en una sociedad virreinal que carecía de una clase media, como hoy la comprendemos. Este extraordinario edificio de rigurosa simetría, cuenta con 23 patios, 160 cuartos, 78 pasillos y 2 capillas, espacio idóneo para albergar a aquellos que carecían de un sitio para dormir, con alimento para los hambrientos y cobijo para los niños y las mujeres desvalidas, y sobre todo, lugar para la imprescindible instrucción. El diseño del edificio fue del arquitecto valenciano Ma- nuel Tolsá. Finalmente la Ilustración había llegado para los menesterosos.

El 4 de diciembre de 1997 el complejo arquitectónico fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, por ser edificio de estilo neoclásico más importante del continente americano y por albergar 1 250 metros cuadrados de murales de José Clemente Orozco.3 Una pregunta se hace necesaria: ¿cómo una ciudad que no pasaba de veinte mil habitantes podía tener la visión social de construir una institución que velara por los po- bres? Guadalajara era una ciudad pequeña al inicio del siglo XIX, sus límites urbanos eran: al norte el Santuario de Guadalupe y el hospital de San Miguel de Belén; al sur, el Conven- to de San Francisco; al oriente, el convento de San Juan de Dios y la Casa de Misericordia; y al poniente, el convento del Carmen.

La visión social que demostró el obispo Cabañas no estuvo acorde con su compren- sión libertaria del devenir histórico, ya que este obispo fue quien emitió el edicto de exco- munión en contra de Hidalgo y de aquellos que lo apoyaran en la insurrección. Cuando Hidalgo se aproximaba a Guadalajara, el obispo Cabañas huyó con los españoles que resid- ían en esta ciudad, a San Blas, y luego por barco a Acapulco, y de allí a la ciudad de Méxi- co. La historia lo recuerda como el jerarca religioso que puso la corona imperial sobre la cabeza de Agustín de Iturbide en 1822.

El solo hecho de que en Guadalajara la esclavitud fue abolida el 6 de diciembre de 1810, bastaría para otorgarle a esta ciudad fama continental, por ser la primera ciudad de América en rechazar el sistema esclavista. Las palabras de Hidalgo fueron: ―Que todos los

2 María del Pilar Gutiérrez Lorenzo ha investigado el Hospicio Cabañas. Para esta cita véase Madrid, 12 de enero de 1807. Archivo General de Indias, Guadalajara, 543. 3 Por primera vez en la historia, un estado presentó el proyecto ante la UNESCO. La Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Jalisco preparó el estudio sin contar con la anuencia o la colaboración del INAH.

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dueños de esclavos deberán darles la libertad, dentro del término de diez días, so pena de muerte, la que se le aplicará por transgresión de este artículo‖.

Otro dato memorable poco recordado: el primer periódico insurgente de América fue impreso en Guadalajara. El historiador Carlos Fregoso Gennis apunta que ―Es Hidalgo el primer caudillo latinoamericano que utiliza el instrumento de la prensa escrita periódica en su lucha, al fundar en Guadalajara El Despertador Americano y designar como director al también religioso Francisco Severo Maldonado, uno de los humanistas más importantes de su época. Hidalgo fue el primero, pero a partir de él todos los grandes líderes de la inde- pendencia de América utilizarían el periodismo como instrumento de lucha; arriban así a un cambio de mentalidad hacia la consecución de la libertad de pensamiento y expresión‖.4

Como festejo del matrimonio del príncipe Fernando con la princesa de Nápoles María Antonia de Borbón, en 1803, la cabeza del Imperio español decidió otorgar títulos nobiliarios a sus reinos; cuatro fueron para la Nueva Galicia. El ayuntamiento de Guadala- jara presentó candidatos: Joaquín Echauri, Tomás Ignacio Villaseñor, José María Castañeda y José Ignacio Cañedo, pero nunca llegó el nombramiento de España acaso porque la in- quietud independentista y las campañas napoleónicas estaban al acecho.

El comercio de la Nueva España a través del Océano Pacífico había ido incrementa- do. El puerto de San Blas fue aprobado como puerto auxiliar a partir de 1768 y las autori- dades habían permitido legalmente el paso de bienes de Oriente por la Nueva Galicia. La actividad de este puerto sería aún mayor durante la guerra de independencia, ya que las fuerzas independentistas cerraron Acapulco como estrategia desde 1812 hasta 1815 y, úni- camente, siguió abierto San Blas. En 1816 se reabrió Acapulco, pero el puerto de San Blas permaneció activo.

En el Jalisco de reciente independencia, la industria, aunque incipiente, seguía en crecimiento. En la primera década del siglo XIX había más de trescientos talleres de texti- les. Fabricar era más difícil que vender. Había mano de obra bien hecha y barata. Las ma- nos femeninas eran aprovechadas. La población del Jalisco en el primer tercio del siglo XIX seguía viviendo en el campo, y las ciudades eran núcleos de distribución pero no urba- nizaciones en continuo crecimiento, ya que únicamente uno de cada diez jaliscienses vivía en las pequeñas y antiguas ciudades de Jalisco y en su capital, Guadalajara.

En los primeros años del México independiente, en Jalisco había ricos y había po- bres, pero ni los pudientes despreciaban a los más indigentes, ni los menesterosos envidia- ban la fortuna de los opulentos. Era una sociedad satisfecha. Todos comían, todos bebían y poseían al menos lo indispensable para hacer feliz a su familia. Aunque no todas las bocas comieran lo mismo, ninguno sabía lo que era el hambre. No había sentido de clase, los hacendados convivían con todos. En Europa se había formado una clase calificada de bur- guesía, a la que Marx y Engels dirigieron su manifiesto del partido comunista en 1848, pero a pesar de que el número de comerciantes tapatíos había ido en aumento, su riqueza no era

4 Carlos Fregoso Gennis, ―Las ideas insurgentes y su difusión en la prensa del occidente mexicano: estudio de caso El Despertador Americano‖ (Sincronía, revista electrónica de la Universidad de Guadalajara, invierno de 2000).

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impedimento para el sano vivir de la comunidad, al menos no tan manifiesto como lo era en la Europa industrializada, según la aguda apreciación de estos pensadores alemanes.

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VIII Historia de dos ciudades I: Monterrey

Vista matutina de Monterrey con la sombra del cerrro de la Silla

La región que hoy ocupa el estado de Nuevo León nació como consecuencia de la necesi- dad del reino de la Nueva Galicia, de encontrar una ruta de acceso al Golfo de México por la zona del Pánuco. El más interesado en esa diligencia fue Luis de Carvajal y de la Cueva, a quien Felipe II otorgó el derecho de fundación y poblamiento de un territorio que bautizó con el nombre de Nuevo Reino de León. El reino recién fundado sufrió disputas territoria- les con la Nueva Galicia y la Nueva Vizcaya. Como consecuencia de estos conflictos, Car- vajal fue acusado por la inquisición de ―haber guardado y creído la ley de Moisés‖ y lleva- do preso a la Ciudad de México; murió en prisión en 1590. Siete años después, su sobrino Luis de Carvajal ―El Mozo‖ y otros miembros de su familia murieron en un auto de fe junto con cincuenta y siete personas más.

La actual ciudad de Monterrey fue fundada hasta 1596 por un grupo de colonos al mando de don Diego de Montemayor, quienes venían de la pequeña ciudad de Saltillo para fundar en la rivera norte de los ojos de agua de Santa Lucía, un poblado al que ellos presun- tuosamente llamaron Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey. Estaban en una región rodeada de magníficas montañas; una de ellas dibujaba la forma de una silla de montar en el horizonte. Una razón más había en poner ese nombre: agradar al virrey Conde

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de Monterrey para implorar su favor. Al inicio fue sólo un poblado más, únicamente digni- ficado por el nombre del virrey en turno. En 1753 tenía un poco más de tres mil habitantes, número que bajó a menos de mil tres años después. El territorio perteneció al obispado de Guadalajara hasta que en 1777 se creó el obispado de Linares. El primer obispo murió en su paso por Monterrey y posteriormente la silla obispal quedó instalada como en su sede re- giomontana en 1791. Nada sucedió que valga la pena ser consignado en una crónica hasta 1846, cuando los norteamericanos tomaron Monterrey después de una derrota mexicana.

Durante la guerra civil de los Estados Unidos, la región se enriqueció, ya que al ser bloqueados los puertos de los estados confederados por los yanquis, el algodón sureño cru- zaba el río Bravo y era enviado al Golfo de México para ser embarcado a Europa. Fue ése el periodo de gobierno de Santiago Vidaurri (1808-1867), héroe para algunos regiomonta- nos y traidor para los más, por su intento de conjuntar las provincias de Nuevo Santander (Tamaulipas), Nuevo León y Coahuila en un solo estado para defenderse de los ataques de frontera. Mediante un plebiscito había logrado anexar Coahuila, y la Constitución de 1857 reconoció formalmente al estado libre y soberano de Nuevo León y Coahuila. En la Guerra de Secesión, Vidaurri apoyó a los Estados Confederados del Sur con el sueño de que el triunfo sureño pudiera servir de catapulta histórica para recuperar Texas e integrarla a la República de Sierra Madre, como bautizó a su proyecto separatista. En 1864 se incrementa- ron las posibilidades de su triunfo con el advenimiento del Imperio mexicano de Maximi- liano. El final fue desastroso para ese sueño separatista. Perdió el Sur en 1865 y dos años más tarde cayó el Imperio. Vidaurri fue fusilado en la ciudad de México, por la espalda, como se hace a los traidores. Sus últimas palabras fueron: ―Deseo que mi sangre sea la última derramada y que México sea feliz‖. Hoy parece esta historia más que imposible, pero si los triunfos hubieran sido de los confederados y del Imperio mexicano, nuestro país tuviera su frontera norte con al menos tres vecinos. No obstante, hay que reconocer que en estos años turbulentos se comenzaron a formar los grandes capitales regiomontanos. Una de las primeras industrias fue la fábrica de hilados La Fama, en 1854.

Monterrey inició sus años de bonanza en las últimas décadas del siglo XIX con la creación de una veintena de empresas favorecidas con una exención gubernamental de im- puestos por veinte años otorgado a todas aquellas obras de utilidad pública y fabril. Fue un decreto visionario expedido en 1889 por el Congreso del Estado a iniciativa del general Bernardo Reyes (1850-1913), quien a pesar de haber nacido en Guadalajara fue gobernador de Nuevo León en tres ocasiones. El año de 1882 fue determinante por la llegada del ferro- carril a Monterrey y, cinco años, por la terminación del camino que unió con rieles el norte con la capital. Este gobernador dotó a Monterrey de servicios de agua y drenaje, y estimuló el crédito y la urbanización. Los resultados de estas mejoras pronto dieron frutos: abrió una fábrica de hielo, otra de ladrillos y una más de cerveza, las tres en 1890. Pronto se sumaron una fundición de hierro, en 1900, cementos Hidalgo en 1907 y una vidriera en 1909. Fueron las empresas fundadoras de un imperio industrial. El general Bernardo Reyes fue padre de Alfonso Reyes, el hombre de letras más importante de México.

Una de las avenidas más largas del Monterrey actual lleva el coloquial nombre de Gonzalitos, con un diminutivo cariñoso se recuerda a José Eleuterio González (1813-1888), un jalisciense que vivió en Nuevo León más de medio siglo. Partió de su Guadalajara natal cuando fue suspendido como estudiante de medicina; más tarde terminó su carrera en San

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Luís Potosí. En Monterrey fue el fundador de la primera escuela preparatoria, de la escuela de medicina, de la normal de profesores y del hospital civil, y dos veces gobernador del estado al que había emigrado. Este hombre de pequeña estatura fue declarado benemérito del estado de Nuevo León en dos ocasiones, y hoy un municipio lleva su nombre. Sin em- bargo, en su Estado natal, nadie lo recuerda. Los dos hombres más importantes para la his- toria del siglo XIX de Monterrey fueron tapatíos: Bernardo Reyes y Gonzalitos. El primero fue enviado al exilio regiomontano por Porfirio Díaz, porque tenía celos de su influencia política y porque podría ser presidenciable; y el segundo emigró debido al bajo aprecio a sus capacidades y a la vergüenza de que su bella esposa había sido conquistada por el go- bernador Ramón Corona. Dos jaliscienses que dejaron inconmensurables beneficios a Nue- vo León y nada a su Jalisco natal.

Pocas ciudades deben tanto a un solo hombre, como Monterrey debe aprecio a Eu- genio Garza Sada (1893-1973). A sus veinticuatro años regresó de Boston graduado de in- geniero civil en el Instituto Tecnológico de Massachussets, para iniciar su colaboración en la Cervecería Cuauhtémoc, la industria fundada por su padre y su tío. Con su hermano Ro- berto Garza Sada, don Eugenio formó un conglomerado industrial de primera importancia nacional: para las etiquetas cerveceras iniciaron Grafo Regia; para la cajas cerveceras, abrieron Cartón Titán; para la lámina de la corcholatas establecieron Hojalata y Lámina, S.A.; y para las latas cerveceras fundaron Famosa. En cuanto a las botellas de vidrio, ya eran fabricadas por Vidriera Monterrey, industria que era propiedad de sus primos. Pronto cada industria tenía su propio mercado; por ejemplo, Hylsa llegó a ser una acerera de im- portancia nacional, en forma paralela se desarrollaron Titán y Famosa. Por medio de la in- tegración vertical, de fabricar cerveza habían llegado a conformar un grupo industrial forta- lecido con magníficas relaciones humanas, buenos sueldos y apoyos laterales como clínica, colegio y vivienda, aun antes de que fueran beneficios obligados por el Seguro Social. Años después trataría de establecer una universidad similar al MIT, incluso con las mismas siglas armó el nombre del Instituto Tecnológico de Monterrey (ITESM) y, bajo su guía y ampara- do en su generosidad, la universidad abrió sus puertas en 1943, cuando el empresario aca- baba de cumplir cincuenta años. Hombre laborioso y severo; ninguno de sus ocho hijos llegó a graduarse en ITESM, no por falta de capacidad, sino porque no quisieron poner el esfuerzo que la institución demandaba. Don Eugenio tenía fobia a los aviones. Interrumpió su único viaje a Europa porque no le gustaba alejarse tanto de su trabajo, ni para promover su querido tecnológico. A seis décadas de su fundación, el ITESM llegó a convertirse en la Universidad privada mejor de México, con treinta y dos campus en todo el país. Una maña- na, cuando se dirigía a trabajar a la Cervecería Cuauhtémoc, fue asesinado por un comando guerrillero que intentaba secuestrarlo. Tenía ochenta y un años de vida.

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IX Historia de dos ciudades II: Guadalajara

―Que nunca llegue el rumor de la discordia‖, frontispicio del Teatro Degollado

La población de Guadalajara había continuado en crecimiento, en 1803 tenía 19 500 habi- tantes; en 1838 ya había crecido hasta 45 000, y en 1857 llegaba a 75 000. Además de Gua- dalajara, contaba Jalisco con otras ciudades, como Cocula, Lagos, San Juan de los Lagos, Ocotlán, Sayula, Tequila y Zapotlán el Grande, pero ninguna pasaba de los quince mil habi- tantes. Guadalajara era la capital de Jalisco pero sin tener el título seguía fungiendo como la capital del occidente del país.

Cuando Alejandro de Humboldt visitó México en 1803, no viajó por el territorio occidental del país; sin embargo, en sus escritos menciona a Guadalajara y apunta la inci- piente industria: los telares de algodón y lana, la industria de curtiduría y varias fábricas de jabón. En 1841, se fundó en Zapopan la planta La Escoba que era una textilera; hoy es con- siderada la primera industria formal fundada en Jalisco. En 1843 Atemajac fue el lugar en donde se fundó La Prosperidad Jalisciense para manufacturar hilaza, cordón y manta; en 1849, inició la Fábrica de El Batán, que era una productora de papel a partir de hilacha, y en 1851 se abre La Experiencia que era una hiladora de algodón. Otro rubro de la incipiente industria era la fábrica de almidón La Vencedora, cuya apertura fue en 1862. La minería no era de gran importancia pero existían la mina de hierro en Tesistán, cuyos trabajos iniciaron en 1863, la mina de plata en San Sebastián, y la de plomo en Los Camachos. Dos fábricas que tendrían importancia posterior fueron la cigarrera El Buen Gusto, a partir de 1864, y la fábrica de vidrio El Progreso, que inició en 1875 y es considerada precursora de la factoría de vidrio de Odilón Ávalos, que tanta importancia tuvo en la primera mitad del siglo XX.

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El alumbrado eléctrico se introdujo en 1884 en Guadalajara y así inició una nueva etapa en el desarrollo industrial.

Sobre todos los nombres de empresarios en Jalisco, descuella Salvador López Chávez (1915-1976). Desde niño tuvo contacto con la industria zapatera debido al taller que sus padres tenían. El viajar le abrió nuevos horizontes; en su adolescencia se trasladó a la ciudad de México para laborar como obrero en la Fundición Nacional de Artillería y, posteriormente, a Texas para trabajar en los campos algodoneros. En 1939, regresó a Gua- dalajara con una nueva visión y se incorporó al pequeño negocio familiar, en cuyo taller trabajaban únicamente seis obreros. El dinero ahorrado de su trabajo en Estados Unidos fue invertido en la compra de máquinas y el taller familiar fue transformando en una fábrica. En 1940, se inauguró la empresa Calzado Canadá. López Chávez demostró su interés por las innovaciones tecnológicas y una visión industrial; sobresale su adaptación del sistema de banda inventado por Henry Ford. Calzado Canadá llegó a ser el consorcio zapatero más grande de América Latina y la primera empresa mexicana en promover una imagen corpo- rativa de comercialización, ya que todas las tiendas Canadá eran similares desde Chicago a Guadalajara, con los mismos productos y con el mismo diseño publicitario. Además de la producción masiva de zapato, se incorporó la comercialización de las industrias comple- mentarias como huleras, maquinarias, pegamentos y pieles. Esta industria zapatera ya no existe. Esta sola quiebra serviría para poner a prueba uno de los decires del Jalisco empre- sarial: ―empresas pobres y empresarios ricos‖.

Comparar la historia de Monterrey con la de Guadalajara es contar la historia de dos ciudades que proponen pautas a México. La primera es industrial y moderna; la segunda es comercial y posee una herencia de cuando fue parte del Imperio español. La ciudad de México es un monstruo que practica ambas formas de desarrollo. Son dos formas de vivir y de crecer. ¿Cuál tendrá la razón? ¿Las dos o ninguna? La Sultana del Norte, como es admi- rada en Nuevo León, versus la Perla de Occidente, como es calificada en Jalisco. Sobre- nombres citadinos que miran al pasado y que no permiten avizorar el futuro.

De nada ha servido la sultanía a Monterrey, ni a Guadalajara su valoración de joya; son visiones de autocomplacencia en un país donde no hay sultanes ni se pescan perlas ex- traordinarias. Ambas ciudades tiene que aprender de sus aciertos, que son muchos, pero también de sus yerros. El mundo ha cambiado: o te mundializas, o en un corto futuro poco serás. El desarrollo industrial era obligado en la modernidad y Monterrey había triunfado con ese tipo de desarrollo; sin embargo, en la mundialización será más significativo el po- seer la ubicación geográfica en el Pacífico y la conformación del producto al cliente — factores que favorecen a Guadalajara—, que alcanzar un gran desarrollo industrial y una mayor eficiencia en la fabricación del producto, como sucede en Monterrey. La preponde- rancia de la producción como único factor de decisión ha dado paso a la supremacía del cliente, porque en el mundo globalizado más importa el mercadeo que la fabricación. Afor- tunadamente para México, ya no existe más un primer mundo de los países ricos, un segun- do mundo de los países comunistas y un tercer mundo de los países pobres. Todos estamos en una misma nave y los países ricos ahora necesitan de los pobres tanto como los pobres requieren de los ricos. Hay una dependencia mutua.

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México está en posición ventajosa para dar frutos en la mundialización. Nunca pu- dimos llegar a ser un país altamente industrial, pero ahora podemos ser una región globali- zada no por la única razón de que el país colinda con el mayor mercado del mundo — Estados Unidos—, sino porque hemos establecido tratados multilaterales de comercializa- ción. Requerimos una mayor cercanía a los mercados europeos y asiáticos, y es imperioso descubrir las posibilidades de mercadeo con América Latina. La globalización es mayor reto pero también mayor promesa. Hemos pasado de la anterior supremacía de las eficien- cias que buscan la fabricación barata, a la primacía de las eficacias que impulsan lo apro- piado de lo que se fabrica. Optimizar versus maximizar. Ya no es problema producir a bajo costo, sea cerveza o cemento, huevo o leche, sino poseer la sabiduría para mercadear los productos en un mundo globalizado. El liderazgo para un desarrollo sustentable es la res- puesta que México debe tener. Fortalecer un nuevo liderazgo en los negocios y en la políti- ca cuya sustentabilidad está fundamentada en cinco pilares: lo cultural-histórico, lo social, lo político, lo económico y lo ecológico. El reto está en alcanzar la visión apropiada para enfren- tar favorablemente los retos que el siglo XXI nos propone, con cambios en México que sean correlativos con el rumbo que el planeta ha señalado.

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X El mariachi ante la mundialización

Artesanía de

El origen del Mariachi está perdido en la memoria. Si el nombre provino de un himno a la virgen María, o si aceptamos cualquier otra explicación imaginaria como las bodas de influencia francesa, también tendremos que comprender que toda forma musical que verdaderamente está enraizada en la vida de un pueblo, no tiene crónica que contar. Sin embargo, dos conceptos quedan claros en cuanto su origen: el Mariachi fue un conjunto musical para festividades —fueran marianas o familiares—, hasta el punto que algunos de los mariachis tradicionales llegaron a tener parejas de bailadores como complemento y, además, fue una aportación popular y anónima de músicos y de oídos que nos legaron el gusto y la disposición por esa música, pero que nos negaron, por el hecho de su cotidianidad, la crónica de su origen. Bien sabemos que el arte universal posee historia y biografía, pero el arte popular carece de estos elementos; es arte anónimo porque es el sublimado del sentir y del pensar de un grupo igualmente anónimo que se llama pueblo.

En el periodo virreinal el mariachi contó con los llamados instrumentos de cuerdas que antes de la conquista no había en estas tierras, como el violín y el arpa, para la melodía, la vihuela para la armonía y el guitarrón para el fundamento. En el siglo XXI otros instru- mentos han sido sumados: un número mayor de violines, una vihuela, un guitarrón, varias trompetas, una guitarra mariachera o quinta de golpe y, a veces, un arpa de concierto.

La tradición musical siempre ha identificado los instrumentos llamados maderas y cuerdas como instrumentos campiranos; mientras los metales han sido considerados

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instrumentos lujosos y de la milicia. Para recibir a un rey, la trompeta daba el tono mayestático; mientras que para cantar alrededor del fuego, la flauta o la guitarra eran suficientes. Así también el mariachi tradicional de cuerdas se vio metalizado con la adición de las trompetas bien entrado el siglo XX, según los decires por sugerencia el fundador de la estirpe Azcárraga, en la estación XEW de ciudad de México. Los nuevos timbres estridentes fueron tomados prestados de la banda militar que posee ecos de la marcha y de la acción guerrera.

Cuando se inician los compases del ―Son de la negra‖, el instante se detiene y las voces humanas se contienen, y en compases lentos se anuncia otra dimensión del festejo, una más avivada y mayormente jubilosa. Fiesta con mariachi no es lo mismo que fiesta sin esta estridente música. El mariachi normalmente no inicia el regocijo, sino que es una inyección de energía cuando la fiesta ha llegado al grado de plenitud que alcanza la simple convivencia humana. El mariachi debe aparecer como bajado del cielo cuando se presiente que al agasajo le falta un ímpetu que despierte a los dormidos y silencie a los habladores, y una mayor vitalidad que invite al aplauso y al vocerío. La llegada del mariachi es anunciada por una explosión de euforia colectiva. Es el momento de echar a volar los sombreros y agotar las palmas, la música es escuchada en unas secciones, para luego ser coreada colectivamente desgranando las estrofas de los sones más gustados. Las letras de los sones son expresión del vivir, sin las manidas y sangrantes filosofías del bolero, ni los ritmos caribeños que invitan a abandonar el festejo grupal para disfrutar temporalmente del galanteo de su pareja.

Alrededor del Mariachi se circunscriben otras artesanías. Platería para los botones. curtiduría para las botas y piteados de gran elaboración para los cintos. Fabricación de instrumentos musicales, con violines de diferente madera y timbre que los violines sinfónicos. Fabricación de guitarrones que con voces viejas hacen un puente que une al mariachi tradicio- nal con el mariachi moderno. Cornetas de bronce y plata que engrandecen las armonías mariacheras. La industria del femenino que presta las corbatas multicolores de los cuellos campiranos. Manos de sastres y costureras que cosen los trajes dibujando la figura masculina. Fabricantes de gallardos sombreros que hoy sustituyen a los sombreros de tejería de antaño.

Años atrás los mariachis viajaban sobre la vía del ferrocarril, a ratos en tren y a ratos caminando sobre los durmientes, ganándose el pan y el boleto con la música, hasta llegar a la frontera norte o a la capital. Las letras de la mayoría de los sones son alabanzas al disfrute vital; no encontramos las letras desconsoladas de otros géneros, como los boleros. En los sones, los amores pueden romperse pero la vida nunca:

Negrita de mis pesares ojos de papel volando, negrita de mis pesares ojos de papel volando, a todos diles que sí, pero no les digas cuando, así me dijiste a mí por eso vivo penando.

Cuando me traes a mi negra que la quiero ver aquí

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con su reboso de seda que le traje de Tepic.

La música del mariachi es música para hacer sentir que se está vivo, que la vida es completa y que hay que comparti esa felicidad.

El último mariachero que pudiera ser calificado de mítico fue don Rafael Arredondo, quien por más de ochenta años conformó grupos musicales; el último del que fue parte fue el célebre mariachi Azteca. En los años treinta fue uno de los músicos del mariachi del mítico Cirilo Marmolejo (1890-1960). Cuando fenecía el milenio, murió don Rafael justo antes de cumplir un siglo de vida. Fue uno de los últimos músicos de un mariachi tradicional que tocaba con instrumentos de cuerdas, prescindiendo de los metales. Considerado guapo por las muchachas y valiente por los hombres, llegó a ser un viejito por antonomasia. Recordaba sonriente que en una ocasión un cliente no pagó con moneda sino con malas maneras, y lo descontó de la fiesta. ¿Qué hizo en la cárcel? ―Pues un mariachi con tantos músicos que había dentro‖. Y cuando salió, se llevó la alegría de la cárcel. Su voz no era cascada sino juvenil, y su rostro amanecía en cada son con una gran sonrisa. Parecería que ya no nacen hombres como don Rafael, hombres de palabra leal, de sensibilidad viril y de perseverancia a toda prueba.

La música del mariachi no desvela a tristes, ni llora amores imposibles; es música para celebrar la vida. Se canta porque se vive y se grita porque la vitalidad reboza al corazón. Pocas letras son cantadas porque lo importante es la vibración musical de los sones, aunque la gracia de las letras enaltezca al ingenio popular. Es música para llevar con ligereza el diario vivir y para engrandecer las efemérides.

Hace unas décadas, nuestra sociedad mexicana dividía con una frontera insalvable la cultura universal mirada bajo la óptica europea de la cultura gestada por el pueblo. La porcelana europea o china era preferida a la cerámica regional. Las ollas de barro eran consideradas por todos como útiles, pero se escatimaba cualquier calificativo de belleza. La música era de cámara, de gran teatro o de iglesia, pero los cantares interpretados por grupos populares quedaban fuera de toda clasificación, y tenían su lugar afuera del pórtico de las catedrales y de los palacios. En el siglo XX, todo ha cambiado porque vivimos tiempos nuevos. El arte popular de cada región alcanza el mismo valor; así lo útil ha sido sobrepasado por lo bello, y encontramos artesanía en museos y mansiones. La música popular es rescrita para alcanzar los requerimientos de los ochenta o noventa músicos que constituyen una filarmónica, y compositores de carrera internacional componen piezas orquestales con influencia del mariachi —como Sones de Mariachi, de Blas Galindo, y Huapango, de Pablo Moncayo—. Todo tipo de música celebra el arte del oír, pero cada país posee un patrimonio musical que resulta emblemático.

¿Qué podemos hacer para que el mariachi sobreviva otro milenio? Su misma versatilidad puede ser un peligro porque los gustos del público alejan al mariachi del son y de su armonía tradicional, para acercarlo al bolero y a la música caribeña, con introducción de otros instrumentos musicales y otras formas musicales. Los mariachis saben tocar de todo, pero deben reconocer a qué tradición pertenecen. Por otra parte, hace falta investigación

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etnomusical. Necesitamos compositores que sepan heredar, para que luego logren crear nuevos sones que revitalicen el repertorio del mariachi.

Detrás de todas las manifestaciones regionales se confronta con la nostredad; es decir, la capacidad de sentirnos nosotros y de compartir lo que hemos sido. La comprensión de la herencia cultural es el principio de la nostredad, la que hay que engrandecer sin poner en riesgo la esencia de lo que somos. En esta época de globalización, Jalisco necesita tener un asidero regional que le recuerde lo que ha sido y lo que es. Recibir ideas e inversiones de otras culturas no constituye ninguna amenaza, mientras sepa afianzar lo propio. Crear un futuro mejor para todos pero con un ancla segura en nuestro pasado.

El mariachi es hoy el grupo musical más representativo de México, a pesar de que en cada uno de sus pueblos tienen su música propia. Tanto el aguardiente de agave como el mariachi son herencia de un pueblo que se esmeró en festejar cada día de su vida. La músi- ca de mariachi no guarda espacio para la tristeza, no se llora mientras se canta, sino que es una melodía que celebra el gozo del vivir. Las letras de los sones jaliscienses no hablan del mal de amores, sino del triunfo del amor. Hoy Jalisco cuenta con un museo del tequila y dos museos del mariachi, lugares donde se nos recuerda que cuando bebemos tequila y es- cuchamos mariachi, bebemos historia y escuchamos resonancias de nuestro pasado.

Hay muchas cosas que la globalización no cambiará. Por el contrario, los nuevos tiem- pos acrecentarán su importancia. El mariachi es nuestra carta de presentación musical en un mundo en que los escuchas globalizados sólo tienen oídos entrenados para ese tipo de música y no para las armonías de otras regiones de México. La música fue y será símbolo del occiden- te mexicano. Dos siglos de existencia mejoraron al mariachi, pero por fortuna siguieron tocan- do sones y llevando el atuendo regional. Sin embargo, la utilización de otros instrumentos y la mezcla con otros tipos de música pudiera ser un suicidio musical. El Festival Internacional del Mariachi, que la Cámara de Comercio organiza año con año, debe estar vigilante de no que- brantar esta tradición, ya que en su afán de llevar el mariachi al mundo, acaso sofoque esta tradición por haberle traído el mundo al mariachi. Ha habido noches en que los mariachis in- ternacionales tocan en el Teatro Degollado, mientras los mariachis locales no consiguen traba- jo y quedan olvidados en la calle.

¿Qué constituye la imagen de México en el mundo? Si pudiéramos aislar del horizonte mundial al mariachi y al tequila, encontraríamos que México, como país, perdería mucho de su imagen y sobre todo se ensombrecería. Cuando el turista mundial viene a México, se lleva entre sus mejores recuerdos el de la música del mariachi y el de la degustación del tequila. Cuando llega a su patria, puede revivir su estadía en México, mientras nostálgicamente escu- cha un mariachi y su imaginación está estimulada por el aguardiente de mezcal. Al escuchar los mariachis de otras partes del mundo y saber que la bebida que un día fue regional ahora posee denominación de origen y es degustada por el mundo entero, los jaliscienses deben sen- tir orgullo porque comprueban que están logrando progresos sin que hayan perdido el funda- mento de lo que son, ni hayamos olvidado lo que colectivamente han sido.

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XI El tequila ante la globalización

Charros del siglo XXI

El maguey fue un vegetal apreciado por todos los pobladores del México antiguo. Sin em- bargo, también existía en otros lares, como en Las Antillas, de donde proviene la palabra maguey. En lengua náhuatl se decía metl, tocamba en purépecha, y guada en otomí. Los jugos fermentados de esta planta insólita fueron la única bebida embriagante de los indíge- nas: el pulque, que era bebido bajo la protección de Mayahuel, la diosa de cuatrocientos pechos. Sin embargo, no todas las plantas eran iguales: las había grandes en el altiplano y azules en las faldas del volcán llamado Tequila. El origen de la palabra tequila es incierto; se ha querido decifrar como tlán, lugar de, y téquitl, trabajo. Palabras que acaso describen más las numerosas haciendas que rodean el volcán que la bebida misma.

Beber este líquido fermentado de bajo contenido alcohólico no era placentero. Para alcanzar la embriaguez, grandes cantidades del fermento tenía que ser ingerido y la abun- dancia de substancias ajenas dificultaba su asimilación y daba trastornos despiadados horas después. Algún criollo cansado del alto costo del aguardiente de uva que era monopolizado por la monarquía española, puso el fermento en un alambique y lo destiló. El invento del alambique había sido introducido en España por los árabes,y hasta hoy la palabra utilizada guarda la etimología de su origen. El calor hizo bullir el líquido y se desprendió un vapor, que al ser enfriado por un refrigerante se condensó en lágrimas doradas. El primer mezcal había sido destilado, y aquellos que lo probaban recibían un sabor deleitable y una asimila- ción más placentera en su organismo. Más tarde, en razón a su habitat natural, tomó presta- do el nombre del volcán y se llamó tequila.

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Todo lo que el indio utilizaba podía ser fabricado en la Nueva España, y todo lo que el criollo requería debía ser importado de España. Así eran las disposiciones favorecedoras de monopolio real. Pero el vino mezcal era una bebida de indios transformada por el proce- so del alambique, así que por muchos años no pagó impuestos. Más tarde, fue tanto su uso que hubo disposiciones hacendarias llamadas estancos que permitían su bebida mediante el pago de un impuesto, y periodos de prohibición de su fabricación. Permitida o no, la bebida se seguía fabricando. El primero en reglamentar la fabricación y el comercio del vino mez- cal fue el doctor Juan Canseco y Quiñones, quien creó el estanco para cobrar impuesto al destilado a partir de 1636, y hasta 1640. Después vinieron tiempos de prohibición.

En 1671, bajo la regente Mariana de Austria, se volvió a abrir el estanco de 1685 a 1695. En 1730, el gobernador Tomás de Rivera y Santa Cruz, bajo Felipe V, autorizó que lo recaudado en el estanco se gastase en traer agua y en hacer reparaciones del palacio de go- bierno. En 1740, se concluyeron las obras hidráulicas que permitieron la llegada del agua a Guadalajara, bajo la realización del padre Pedro Buseta; el líquido llegó a la plaza de Ar- mas, al palacio Real y a las plazuelas de los conventos del Carmen, San Francisco y San Agustín. Por otra parte, el palacio de gobierno fue terminado en 1775. Ambas inversiones fueron pagadas con los impuestos recabados por los estancos del vino mezcal. El virrey Matías de Gálvez consiguió que Carlos III prohibiera la fabricación y venta de bebidas em- briagantes en México, para favorecer nuevamente el aguardiente peninsular. Sin embargo, en 1785 la prohibición se levantó parcialmente y se abrió el estanco y ya nunca se volvería a cerrar.

Se bebió tequila mientras se luchaba por la independencia y se brindó con esta bebida cuando se logró la libertad. En el México independiente la fabricación del tequila no tuvo prohibiciones. Los conservadores y los liberales mantuvieron una guerra civil pero siempre brindando con el aguardiente de agave. Por tradición el tequila se vendía en barriles de made- ra, pero en 1889, durante la exposición titulada Las Clases Productoras se presentó el aguar- diente en garrafones de vidrio traídos de Alemania.

Durante la Revolución Mexicana, con tequila se lavaron las gargantas el polvo del camino, al menos así lo muestra la imagen que hemos visto en el cine mexicano clásico. En 1927, la ciudad de Tequila tuvo ferrocarril y la utilización de este medio de transporte abrió todo el horizonte geográfico mexicano como posible mercado. Con la Segunda Guerra Mun- dial, la demanda de Tequila creció más allá de lo esperado. Sin embargo, las ganancias favore- cieron mayormente a la industria del vidrio, ya que por más que los productores jaliscienses quisieron comprar con anticipación botellas a las vidrieras de Monterrey y de la capital, a la larga la botella resultó más cara que el aguardiente. Así que las ganancias de la exportación fueron obtenidas por las vidrieras y no por los fabricantes de tequila. Era imperante abrir una vidriera en Guadalajara; ya existía la de Monterrey desde 1906. Hasta 1949 fue fundada la primera fábrica de vidrio en Jalisco por tres socios tapatíos, pero fracasó meses después por desarmonía entre los recientemente asociados. Al inicio de los años cincuenta, Vidriera Mon- terrey abrió una planta en Jalisco y ya ningún tapatío se interesó en abrir una para la industria tequilera que pudiera tener una importancia nacional.

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No es coincidencia que el mariachi y el tequila sean originarios de Jalisco. La música y el buen beber aparecen en una cultura cuando los requerimientos básicos están satisfechos. Un pueblo celebra cuando tiene la dicha de poder cumplir con los dos postulados de toda celebración: el deseo de festejar una ocasión feliz y la suerte de contar con excedencia de recursos que permitan el compartir. Ambos requerimientos se dan únicamente en sociedades en plenitud, donde la tierra es fértil, el comercio exitoso y el vivir bueno. Todos los rincones de México tienen su propia música y su bebida regional —inclusive algunos comparten el nombre de mezcal—, pero ninguno hace de su música y de su bebida un motivo tan acabado del celebrar mexicano.

Jalisco es fiesta por antonomasia porque la alegría es compartida por todos, mientras que nuestros dolores son escondidos sólo entre los dolientes. Para sus pobladores el arte de celebrar no es nuevo porque sus antepasados hicieron del él una tradición. Así, toda fiesta es transformada en festividad. Un natalicio, una boda o un cumpleaños no es sólo una reunión familiar, es un festejo, porque cada invitado se siente generador y partícipe de esa ceremonia. Una fiesta religiosa en Jalisco es alabanza llevada al paroxismo. Una fiesta patriótica es exaltación estrepitosa de la historia mexicana.

¿Por qué será que el celebrar en Jalisco es una tradición? Cuando Ehécatl era el único dios en estas tierras, ya había equipales, ya se bebía mezcal y los antiguos pobladores gozaban del disfrute musical. El equipal moderno es heredero del trono-equipal indígena anterior a la conquista; el tequila es sucesor de las bebidas de indios, y los ascendientes del mariachi son los protomúsicos indígenas con sus instrumentos primitivos de aliento, como lo prueban las antiguas figurillas de barro de hombres sentados en equipales, otras de parejas bebiendo mezcal y algunas de grupos tocando música. Hoy, cuando un turista visita Jalisco debe sentirse pleno porque reposa su cuerpo en un trono mientras degusta una bebida prodigiosa y escucha piezas musicales susurrantes del pasado.

El aguardiente de agave es otra de las aportaciones de nuestro occidente a la mundiali- zación, en el que lo regional adquiere un mayor valor. En un mundo globalizado, lo regional alcanza una mayor valoración; así como las minorías logran un mayor impacto que la masa. Antes se bebía un martini en alguna parte del mundo para sentirse neoyorquino; hoy beben en Nueva York tequila porque con esta bebida se sienten unidos al género humano. De esta ma- nera, nuestra herencia que fue por muchos años considerada únicamente de importancia regio- nal, en estos tiempos de la mundialización ha sido presentada y aceptada por el mundo como paradigma de la tradición mexicana. El tequila es otra particularidad de Jalisco que no cam- biará con la globalización. Se beberá en el occidente de México y en el mundo entero. Es un logro patrimonial del Jalisco moderno: de un mezcal indígena pasó a ser un licor imperial, y hoy es un aguardiente degustado con el mismo regocijo mundialmente. En Tokio o en París, si no tiene mariachi y tequila en un restaurante mexicano, se arriesga a no ser considerado mexi- cano porque la comida no lo es todo.

El mundo globalizado tiene una visión mayor que la mostrada por la política cultu- ral de la capital de México. El 13 de julio de 2006, la UNESCO nombró Patrimonio Mun-

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dial a la región circundante al Volcán de Tequila.5 El mensaje oficial de la nominación es paradigmático:

Este sitio, situado entre las estribaciones del volcán de Tequila y el profundo valle del Río Grande, se extiende por una superficie de 34,658 hectáreas y forma parte de un vasto paisaje formado por cultivos de agave azul, una planta que se viene usando desde el siglo XVI para elaborar la tequila y, desde hace 2.000 años por lo menos, para producir bebidas fermentadas y confeccionar ropa gracias a sus fibras textiles. Dentro de esta zona paisajísti- ca están en actividad las destilerías de tequila que son un exponente del au- mento del consumo de esta bebida alcohólica a lo largo de los siglos XIX y XX. Hoy en día, el cultivo del agave se considera parte integrante de la iden- tidad nacional mexicana. El sitio comprende el paisaje formado por los cam- pos donde se cultiva actualmente el agave azul y los asentamientos urbanos de Tequila, Arenal y Amatitán con grandes destilerías en las que se fermenta la piña de la planta para fabricar el alcohol. El sitio inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial comprende, además de los campos, las destilerías y fac- torías –en actividad o no–, las tabernas (destilerías clandestinas en tiempo de la administración colonial española), las aglomeraciones urbanas y los vesti- gios arqueológicos de Teuchitlán. Dentro del perímetro del sitio hay nume- rosas haciendas que, en algunos casos, datan del siglo XVIII. El estilo arqui- tectónico de las factorías y haciendas se caracteriza por el uso del ladrillo y el adobe y la presencia de muros encalados con tonos ocre, arcos de piedra y piedras angulares con una ornamentación tradicional, neoclásica o barroca. El sitio es un testimonio de la fusión de las tradiciones prehispánicas de fer- mentación del jugo de mezcal con los procedimientos de destilación europe- os, y de las técnicas locales con las importadas del Viejo Continente y los Estados Unidos. El sitio comprende también zonas de vestigios arqueológi- cos de cultivos en terrazas, viviendas, templos, túmulos ceremoniales y te- rrenos de juego de pelota que constituyen un testimonio de la cultura de Teuchitlán, predominante en la región de Tequila desde al año 200 hasta el 900 a.C.6

La oportunidad de poner en valor la región y de convertirla en una comarca de degustación para turistas no puede perderse; el ejemplo de la región de Bordeaux en Francia o del valle de Napa en Estados Unidos pudiera ser copiado. Sin embargo, debido a la crónica miopía del gobierno estatal y la ceguera endémica del nivel nacional, los funcionarios en turno pu- dieran pensar que así como el volcán está extinto, el proyecto debiera pasar al archivo muerto.

5 Carlos Eduardo Gutiérrez Arce fue el primero en visualizar la importancia del paisaje tequilero para ser presentada ante la UNESCO. Fue también este tapatío de excepción quien ideó la presentación del Cabañas ante la UNESCO. Ambos proyectos recibieron la aceptación patrimonial de la UNESCO. 6 http://portal.unesco.org/es/ev.php-URL_ID=33834&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

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XII Las artes, patrimonio de los jaliscienses

Tibores originales de Jesús Guerrero Santos

Si fueran restadas las aportaciones artísticas de los jaliscienses de la historia de la cultura mexicana, no habría historia loable por escribirse. Sin José Clemente Orozco y Roberto Montenegro, en la pintura; sin Agustín Yáñez, Juan Rulfo y Juan José Arreola, en la litera- tura; con el olvido de José Rolón en la música y de Luis Barragán en la arquitectura, el arte mexicano perdería sus cimas más altas.

Si de mujeres hablamos, Jalisco ha tenido una pléyade de creadoras. En el siglo XIX a Isabel Prieto de Landázuri, quien había nacido en España pero hizo su carrera literaria desde Guadalajara; su poesía fue celebrada durante su vida y hoy reconocemos que fue la segunda mujer que escribió teatro en la historia literaria de nuestro país —la primera fue sor Juana Inés de la Cruz—. En el siglo XX descuellan varias escritoras. La frágil y hermo- sa Chabela Villaseñor, quien fue pintora, escritora y actriz cinematográfica. Concha Mi- chel, la escritora y también musicóloga de la canción vernácula y una de las primeras co- frades del partido comunista. Y María Izquierdo, la más reconocida pintora de la escuela mexicana. Y tantas otras.

Las hermanas Marín fueron paradigma obligado de la mujer mexicana en el mundi- llo cultura en la mitad del siglo XX y, años más tarde llenaron con dramatismo el papel de viudas de artista. Cronológicamente llevaron los nombres de: Lupe, María, Carmen e Isa- bel. La mayor, Lupe, escribió dos novelas y marcó con su belleza y personalidad toda una época; especialmente notorio fue su matrimonio con Diego Rivera, con quien procreó dos hijas, Lupe y Ruth. Por su parte, María casó con Carlos Orozco Romero, el gran pintor ja- lisciense, y también vivió cercana al mundo del arte. Carmen casó con Octavio G. Barreda, poeta e intelectual jalisciense y fue la primera directora del Museo de Arte Moderno de México; posteriormente, colaboró en museos de arte de Monterrey y de Saltillo. A su muer- te, dejó inconcluso el proyecto del Museo de Arte Moderno de Jalisco. También colaboró en el servicio exterior como agregada cultural de la embajada de México en Dinamarca.

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Isabel destacó como antropóloga y alcanzó en su profesión un notable conocimiento. Casó con el afamado pintor vienés Wolfgang Paalen y fue fundadora de dos museos de culturas populares en Jalisco. Estas cuatro mujeres fueron vírgenes imprudentes, pioneras en vivir destinos discordantes que una generación anterior parecían vedados para el sexo femíneo, en una sociedad no tenía perspectiva de género.

La trayectoria vital de los artistas de Jalisco ha llegado a dividirlos en dos sendas. Los que se fueron y los que permanecieron en su lugar natal. Los que abandonaron su te- rruño, triunfaron en México y algunos en el mundo; de los que se quedaron, pocos lograron un reconocimiento regional. De los mejores artistas jaliscienses, la mayoría nació en la pro- vincia de la provincia, en un pueblo y no en Guadalajara. Como excepción quedan los ta- patíos Enrique González Martínez, poeta y médico, el arquitecto Luis Barragán, y Agustín Yáñez, el político escritor. La trayectoria de vida de muchos artistas fue emigrar de su pue- blo a Guadalajara, y en ese lugar a la capital de país, ciudad que en los años treinta y cua- renta era capital cultural de Hispanoamérica. Lo atestiguan las visitas de Bretón, Artaud, Troski, Eisenstein y tantos otros intelectuales europeos que convivieron en esos años con los artistas mexicanos. Algunos de los mejores creadores jaliscienses continuaron su sende- ro itinerante de la ciudad de México al mundo exterior, como Barragán, Orozco y Arreola.

Barragán necesitó llevar a cabo dos viajes a Europa de extenso aliento —en 1920 y 1931— para desarrollar su estilo arquitectónico personalísimo de poetizar el espacio. Al volver Barragán a Guadalajara logró hacer simbiosis de algunos elementos pertenecientes a diseños marroquíes y a la arquitectura mediterránea, a los que sumó la riqueza de los colo- res y de las texturas de los pueblos jaliscienses.

Por su parte, Orozco radicó en Estados Unidos de 1927 a 1934. En Nueva York plasmó imágenes de la deshumanización de la gran metrópolis; en Pomona College de Cali- fornia, pintó un mural gigantesco de Prometeo, y en Dartmouth College, un conjunto de cuadros que incluyen Cristo destruye su cruz. Orozco no sólo dejó patente su creatividad en Estados Unidos, sino desde esa atalaya le tomó el pulso al mundo. Por eso es el más cos- mopolita de los muralistas mexicanos. En 1936, Orozco regresó a su estado natal para pin- tar el hombre pentafásico en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara; posteriormente en la escalera del Palacio de Gobierno del Jalisco, el gran retrato de Hidalgo llevando una antorcha encendida, y en la capilla del Hospicio Cabañas plasmó su obra maestra. Los mu- ros un día religiosos fueron transformados en una tablilla histórica para que nunca olvidá- ramos lo que somos y para que vislumbráramos lo que podríamos ser. Imágenes del mundo indígena y de la cruenta conquista, de los ubicuos gesticuladores y los signos tutelares de la ciudad amenazados por las cuatro jinetes del Apocalipsis, todo bajo la premonición de la hegemonía de la masa humana. En la cúpula, un anillo pictórico de las actividades creativas que pudieran salvar a la sociedad, y en el corazón de la cúpula, una invitación para que nos convirtamos en una humanidad incandescente, sin que las flamas puedan consumirnos por- que emergen de nuestro espíritu. Las cuatro figuras humanas pintadas en la cúpula repre- sentan las cuatro edades de la humanidad: el hombre-caminante, el hombre-agua y el hom- bre-razón, quienes deber convertirse en el hombre-ígneo, al inflamar su espíritu con su pro- pia necesidad de realización. Este llamamiento no sólo está dirigido a la humanidad, sino específicamente a Jalisco, ya que varios de los edificios emblemáticos de Guadalajara están incluidos en los murales.

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De la manera como contaba Arreola su viaje a la Europa de la posguerra, resultaba un itinerario mítico: ver renacer el París de la posguerra mientras su pluma se cargaba de creatividad. El que fue uno de los mejores conversadores de México contó una y mil veces su partida ferroviaria de su Zapotlán de infancia con rumbo a la ciudad de México y, pocos años después, prosiguió por barco su viaje a Europa. Como estos tres intelectuales jalis- cienses, otros más miraron el mundo y desde esa perspectiva encontraron su filón creativo. Quedarse en su terruño natal hubiera sido enterrarse.

Varios de los mejores escritores de Jalisco abandonaron las letras en plena madurez creativa. Juan Rulfo publicó Pedro Páramo en 1955 y Juan José Arreola editó La feria, en 1963; posteriormente, ninguno de los dos llegó a publicar una segunda novela, a pesar de que Rulfo murió en 1986 y Arreola en 2001. Difícil resulta explicar este silencio creativo de casi tres décadas. Sería temor a la crítica descarnada, o porque Rulfo resolvió después el conflicto interior que lo ensombrecía en lares sicológicos; o porque Arreola decidió susti- tuir la belleza de la palabra escrita por la seducción de la palabra oral. No se puede saber, pero nadie discutiría que fueron excelentísimos escritores con un equilibrio personal de sorprendente fragilidad, cuya languidez de espíritu bien pudiera ser paradigmática en otros habitantes de su estado natal.

En 2001, murió Arreola y no hubo otro escritor jalisciense que pudiera heredar la estafeta del mejor escritor del estado, como este zapotlense había recibido la estafeta litera- ria de Jalisco a la muerte de Rulfo. En el inicio del siglo XXI, sorprende el dato que a pesar de que la nómina de escritores actuales de Jalisco resulta muy numerosa, ninguno posee una obra comparable a la de Rulfo o de Arreola. Tampoco hay un pintor comparable a Orozco, ni un arquitecto con una aportación similar a la de Barragán. Sin embargo, nunca antes había habido tantos jóvenes que se consideraran artistas, aunque habría que reconocer que entre los pintores jaliscienses de la siguiente generación se dieron excelentes pintores, como Juan Soriano y Luis Valsoto, y más tarde Marcos Huerta e Ismael Vargas. Entre los jóvenes artistas, los sueños son muchos; pocos de ellos son realmente creativos y nadie celebra el advenimiento de una generación pictórica. Entre los nuevos escritores, todos es- criben, unos pocos publican y nadie es leído. El cauce de la genialidad se ha vuelto goteo. Los nóveles artistas ya no sueñan con emigrar a la capital, ni menos al mundo, porque re- sultaría poco cómodo; pero tampoco sueñan con agrandar su espíritu al tomar el pulso des- de su ciudad a un cosmos posmoderno mundializado.

Los artistas se agrupan más por temor a la envidia profesional que por el amor a la creación, y los más celebrados son aquellos que dan muestras de ser agresivamente lengüi- largos, y los que presentan obras perturbadoramente creativas son borrados del horizonte de referencia. El sedicente artista tapatío tiene que luchar para abrirse paso entre los envidio- sos y no precisamente entre los geniales. Escribir en revistas que nunca acaban de nacer parecería la actividad más vivificante, pero siempre cuidando no heredar a los grandes por- que resultaría poco original. Y así, nadie ha recibido el legado de Orozco, ni el de Rulfo, por el temor de ser acusados de imitación. Ningún compositor de hoy parece comparable con Rolón o Carrasco, porque los músicos desconocen la obra de sus antecesores, y si se sospecha que alguno sea valioso, como Manuel Enríquez o Domingo Lobato, hay que po-

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ner cuidado de que su obra no trascienda. Se vale de todo, hasta el flagrante desprecio de la obra de aquellos creadores más meritorios. Ya nadie inicia obras colosales porque todos intuyen que no pueden ser terminadas. Y cuando emprenden una obra grande, como los arcos del tercer milenio, el político en tur- no invita a un artista chihuahuense y deja la obra inconclusa. Dos años después de que el Hospicio Cabañas fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la placa alusiva fue retirada del sitio y nunca la propaganda turística oficial ha incorporado con me- recimiento este triunfo cultural. Todo por la envidia: ―Si yo no lo hice, tampoco nadie lo hizo ni menos nadie lo hará‖. En lugar de fortalecer los bienes culturales que posee su Es- tado, los mecenas jaliscienses han puesto su interés en modelos extranjeros, como el museo Guggenheim, sin que nadie haya aportado recursos a los proyectos locales, como el Museo de Arte Moderno de Jalisco que lleva casi medio siglo de peregrinar sin arribo, ni menos en los varios museos de culturas populares que languidecen sin aportación privada o pública.

Tratar de descubrir el imaginario jalisciense en la literatura es labor más que impo- sible. Cuatro son las cimas de la narrativa del occidente de México. La narrativa hispanoa- mericana se inicia con la publicación, en 1915, de Los de abajo, una novela escrita en El Paso, Texas, por Mariano Azuela, un médico nacido en Lagos de Moreno. La trama de la novela es sencilla: Demetrio Macías es un revolucionario no por convicción ideológica, sino por querer enfrentar la enemistad de un cacique; su espíritu revolucionario no acaricia el ideal de conformar una patria. La segunda novela es Al filo del agua, de Agustín Yáñez, publicada en 1947, en la que relata los días anteriores al advenimiento de la Revolución Mexicana desde la perspectiva de la torre de la iglesia frente a la plaza de Yahualica, Jalis- co. Personajes que viven la historia sin hacerla. En estas novelas se simboliza la vida humana con dos imágenes; en la primera, con las piedras que ruedan y ruedan, y en la se- gunda, con las canicas que ruedan y se tocan. Vidas sin propósito dentro de una confluencia histórica.

La tercera novela es Pedro Páramo, de Juan Rulfo, publicada en 1955, que es con- siderada por la crítica extranjera como la mejor novela mexicana. La trama es compleja porque es contada con un mosaico de textos: unos narran la infancia y la madurez de Pedro Páramo con la utilización de formas verbales en pasado, mientras otros textos en tiempo presente narran la historia del hijo abandonado, Juan Preciado. Es la crónica del ruinoso pueblo de Comala, contada por personajes que no se han percatado que están muertos. Es un acertijo de episodios desarticulados en jirones textuales hasta convertir el libro en el fantasma de una novela. El período histórico presentado incluye los años anteriores a la revolución mexicana y los años posteriores a la cristiada, sin presentar estos conflictos béli- cos que, al ser omitidos en la narración, desarticulan las causas históricas de los efectos sociales. No hay presente ni menos futuro para aquellos que no acaban de resolver su pasa- do.

La cuarta novela es La feria, de Juan José Arreola, publicada en 1963. En una fiesta de la palabra que presenta personajes pueblerinos que sufren los problemas del México de ayer y de hoy. La falta de conciencia histórica y los requerimientos sociales del pueblo de Zapotlán son expuestos a través de singulares relatos que pudieran ser compartidos con cualquier otro pueblo del país.

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Estas cuatro novelas constituyen la máxima aportación de la imaginería jalisciense y el más preciado legado literario de Jalisco al mundo. Varias teorías críticas afirman que la literatura expresa el cosmos en que fue escrita hasta el punto de que si estudiamos la socie- dad dentro de la novela, podremos comprender la verdadera sociedad y los tiempos del au- tor. En conclusión, la sociedad jalisciense debe estar pincelada dentro de estas novelas. ¿Cómo pintan los literatos a su Jalisco? Cuando tratan de presentar a un personaje jaliscien- se en la novela, ¿con qué caracterología lo colorean? Vidas truncadas y caducas, con in- consciencia pueblerina del momento histórico en que habitan y con una visión ausente de futuro. La manera como es presentado el jalisciense en estas magistrales novelas hace pen- sar que como sujeto cultural —para utilizar la terminología de la sociocrítica— posee baja habilidad para su transformación interior, acaso porque al estar aherrojado a los problemas del pasado, no puede visualizar su futuro. Además, ninguno de los personajes de las cuatro novelas mencionadas posee la fuerza interior suficiente que lo empuje a cambiar su medio ambiente; son personajes pasivos sin deseo de futuro. Si son aceptados los apotegmas de que la vida imita al arte y que la literatura es espejo de lo social, habría que admitir que los jaliscienses no están preparados para efectuar los cambios que les demandan el nuevo mi- lenio y la globalización.

El investigador Geert Hofstede, de la Universidad de Maastricht, Holanda, ha iden- tificado cinco aspectos culturales que explican los comportamientos de miembros de las diversas culturas en el mundo. Los cinco aspectos propuestos por Hofstede para México son: 1. Alta distancia del poder: autocracia, obediencia de la autoridad sin cuestio- namientos y admiración al poder. 2. Alto colectivismo: tendencia a formar grupos sociales con bajo individualis- mo y poca iniciativa. 3. Alta masculinidad: grado en que los valores dominantes de una sociedad son los masculinos, como éxito, dinero y cosas, y no los femeninos, como cali- dad de vida, el buen ambiente social y el bajo estrés. 4. Fuerte inclinación a evitar la incertidumbre: sentimiento de inseguridad y horror a la ambigüedad, baja habilidad para tomar riesgos. 5. Pobre orientación hacia el largo plazo: alta importancia de la tradición y poca habilidad para cambiar.7

Los valores propuestos para México por Hofstede son significativamente similares a cómo se comportar los personajes de las cuatro novelas jaliscienses. En consecuencia, es baja la disposición de los jaliscienses para enfrentar los retos del futuro cercano, por su respeto a los poderosos, su bajo deseo de tomar riesgos, su insuficiente individualidad, su masculini- dad excesiva y su ceguera para visualizar el futuro.

Junto a los grandes artistas jaliscienses, existe otro triunfo excepcional del Estado de Jalisco, no un laurel individual sino uno colectivo: la artesanía jalisciense. Las mejores ma- nos alfareras de los antiguos mexicanos fueron las de los habitantes del occidente. Como prueba están las colecciones de varios de los museos mejores del mundo: el museo Metro-

7 Referencia de los valores de Geert Hofstede: http://www.geert-hofstede.com/hofstede_mexico.shtml

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politano de Arte de Nueva York cuenta con una importante colección, así como el museo de Historia Natural de esa ciudad y algunos museos europeos. Frida Kahlo y Diego Rivera disfrutaron de su colección arqueológica privada de las culturas de occidente y pintaron algunas de las piezas, como los mal llamados perritos de Colima que también son patrimo- nio de Jalisco.

La artesanía jalisciense es un estallido moderno de colores y texturas. Hoy es Jalisco el centro de distribución artesanal más importante del país. Tlaquepaque descuella por su alfarería y su vidrio soplado, sus trabajos de latón y de hierro forjado. En Tonalá, hay alfa- rería y cerámica vidriada, con decoración de petatillo o con bruñidos de tipo canelo y ban- dera y barro negro. La talabartería piteada fue original de Colotlán, y ahora es fabricada por los internos de las cárceles de Jalisco. Además, destacan los trabajos de marquetería de Teocaltiche, los equipales de Zocoalco, los textiles de Los Altos y la cantera labrada de Yahualica. Manos poseedoras tanto de destreza como de creatividad, manos de artesanos que no se consideran artistas.

En el mundo posmoderno no hay división entre la llamada alta cultura y la cultura popular. Varios artistas han intentado borrar esa oposición. Jesús Guerrero Santos elabora un arte que es artesanía y una artesanía que es artística. Cerámica neobarroca que con imágenes de vírgenes, santos y ángeles confecciona candelabros, cajas, altares y piezas de utilería. Son obras de un artista-artesano que ha logrado construir vasos comunicantes entre el mundo coti- diano del utensilio y el mundo de lo sagrado, con técnicas azules de Talavera y con labores de dedos cuasi monacales por su delicadeza. Paralelamente, Jorge Wilmot encontró cómo mari- dar la cerámica popular con las técnicas de la cerámica china, con materiales que no pasan de ser barro aglutinado por la alta temperatura y tierras que aportan colores prodigiosos. En Jalis- co, el futuro de la artesanía está en el presente del arte, y el futuro del arte está en el presente de la artesanía.

Desde hace cuatro mil años Jalisco es un pueblo artesanal con hálitos de artista. Tan alfareros fueron los antiguos moradores de estas tierras como lo son ahora los actuales jalis- cienses. Si el equipal fue trono de los señores antiguos, ahora sirve de poltrona para los que se sienten cansados. Si durante la colonia fue la ciudad más importante en el camino de la plata, no resulta extraño que Guadalajara sea hoy el centro joyero más importante de América Lati- na. Mucho de lo que estas tierras fueron lo seguirán siendo. Y lo que antes nunca fue, tampoco lo llegan a ser.

La posmodernidad ofrece a Jalisco la recuperación del sendero que ha perdido. Algu- nos de los jóvenes artistas están mirando al mundo con ojos nuevos, como el pintor Irán Lo- melí, que ha sabido heredar lo mejor de las generaciones pasadas pero con un pincel novísimo que propone la promesa de ser heredero, al paso de los años, de la estafeta de los grandes pin- tores de su estado. Por el momento, nadie más anuncia el advenimiento de un gran escritor en Jalisco, ni tampoco la llegada de un gran músico. Sin embargo, el maridaje del arte y la arte- sanía seguirá dando frutos y se abrirán nuevos senderos en este estado artista por antonomasia.

Jalisco ha vivido la paradoja de amar la tradición y de amar el cambio. En muchas oca- siones, el aprecio por conservar su esencia ha sido traicionado por una febril demanda de todo lo nuevo. Un ejemplo de esta paradoja es la destrucción del paisaje urbano de Guadalajara. Al

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abrir el siglo XX esta ciudad era todavía testimonio arquitectónico de los tres siglos que había sido parte este territorio del Imperio español. Iglesias barrocas y neoclásicas dibujaban su horizonte, inmensos claustros junto a mansiones afrancesadas. Todo el centro estaba comuni- cado por arcadas calificadas familiarmente de portales que permitían deambular sin mojarse en las generosas lluvias. En varios temblores sucedidos a principios del siglo XIX, la catedral perdió sus torres; años después le construyeron otras cambiando el estilo plateresco por el ne- ogótico, más tarde la catedral perdió su atrio y su balaustrada para dar lugar a la ampliación de una calle. Así, el edificio emblemático de Guadalajara ha sido mutilado en varías ocasiones por las fuerzas de la naturaleza y por las mismas manos de los tapatíos.

En la década de los cincuenta, Jalisco se sintió rico y se sintió moderno. Varios proyec- tos que podrían calificarse de suicidio urbano destruyeron su centro histórico. Con el objeto de darle lucimiento a la misma catedral que años atrás le habían mutilado el atrio, decidieron des- truir cuatro manzanas de inmuebles para construir lo que calificaron de una cruz de plazas. A la larga, esta destrucción/construcción llegó a ser una cruz urbana que Guadalajara tuvo que cargar y que complicó su propio crecimiento, especialmente cuando fueron ampliados los es- pacios libres hasta conformar lo que se llama Plaza Tapatía, con edificios de escenografía y pequeños negocios que no prosperan.

En 1950, al ampliar la calle Juárez los urbanistas tuvieron el obstáculo del edificio de la Telefónica y concluyeron que debería ser derrumbado, pero repararon en la incomodidad de suspender ese servicio. El inconveniente fue salvado con un milagro de la ingeniería tapatía: mediante la utilización de rodillos, el ingeniero Jorge Matute Remus —con la colaboración de Vicente Gutiérrez Rentería, funcionario de la Telefónica y quien tomó profesionalmente el riesgo— logró desplazar doce metros el edificio, mientras el personal seguía laborando dentro y el servicio telefónico no era interrumpido. Este alarde de ingeniería fue anécdota obligada para demostrar cuán moderna era Guadalajara. Fue un logro indiscutible en el nivel nacional. Sin embargo, en el gobierno de Jesús González Gallo, cuando se destruyó tanto o más que en las Guerras de Reforma, nadie pensó en utilizar esa técnica de los rodillos para salvar edificios del siglo XVII y XVIII, ni valiosas residencias porfirianas que fueron hechas polvo para abrir calles insulsas y sembrar plazas inútiles.

Otro ejemplo de la paradoja de destruir lo que se considera valioso, es la historia del Teatro Degollado, sin duda el mejor escenario decimonónico que conserva México. Su pórtico estaba soportado por ocho pesadas columnas de piedra de estilo corintio, las cuales parecían demasiado obesas a los ojos del ingeniero Ignacio Díaz Morales —funcionario en turno de obras públicas—, especialmente si eran comparadas con el pórtico del Panteón en Roma; cuya belleza hizo exclamar a Miguel Ángel: Disegno angelico e non umano (―Diseño angélico y no humano‖). Con otro alarde de ingeniería tapatía, este ingeniero construyó un armazón que sostuviera el pórtico, para poder retirar las ocho columnas originales y colocar debajo dieciséis columnas de tanta esbeltez que fue necesario reforzarlas con corazones de acero. Tampoco importó que con esos cambios el foyer del teatro perdiera espacio, porque era indudable que todo Jalisco tenía ante sus ojos una prueba más de que la ingeniería moderna había llegado a Guadalajara. La efigie del constructor quedó cincelada en la techumbre del pórtico, como lo hacían los antiguos maestros de obras catedralicias. No contento con este logro, el ingeniero Díaz Morales decidió fortalecer las columnas que sostenían la cúpula de la capilla del Hospi- cio Cabañas. En un alarde más de ingeniería, construyó un andamiaje que sostuviera la cúpula

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del ―Hombre de fuego‖ —la obra máxima del muralista José Clemente Orozco—, para apro- vechar colocar columnas dobles con alma de acero. Luego se bajó la cúpula con la precisión con que se tapa una olla. Indiscutiblemente la modernidad había llegado a Jalisco.

En el gobierno de Agustín Yánez, se colocaron varias esculturas para engalanar la ciu- dad de Guadalajara. Entre ellas destaca la colosal escultura de la diosa Minerva. La glorieta que la rodea hoy es el epicentro de todo festejo deportivo o político, en un remedo de la plaza Cibeles de Madrid. En la capital española admiran a la diosa de la tierra, la agricultura y la fecundidad, mientras en Guadalajara celebran a Minerva, la diosa romana de la sabiduría y de la guerra. Con lanza, casco y escudo, su rostro mira desafiante hacia el occidente de la ciu- dad de Guadalajara, oteando el horizonte en dirección de la carretera que conduce al norte. Fue pensada como un símbolo de la defensa tapatía en contra de la influencia norteamericana, sal- vo que hoy la vía rápida que conduce al norte parte del punto contrario; por lo que si imagi- namos la improbable entrada de una invasión norteamericana, veríamos la sorpresa de la diosa al sentirse atacada por detrás. En la base de la altiva escultura se lee la sentencia ―Justicia, Sabiduría y Fortaleza, custodian a esta leal Ciudad‖, y en la parte posterior de la base con- tinúa: ―A la gloria de Guadalajara‖. En el pedestal están grabados los nombres de dieciocho hombres ilustres de Jalisco. Ninguna mujer. La obra escultórica no es de un artista jalis- ciense, sino de un oscuro escultor hidrocálido llamado Pedro Medina. La inscripción trata de integrar tres de las cuatro virtudes que el capítulo IV de la República de Platón propone ejem- plares para toda ciudad. La virtud faltante es la templanza, acaso porque el artista pensó que el orden y el dominio de los placeres y de la concupiscencia no podía ser virtud jalisciense. En otro edificio se presenta una enseñanza a los cuatro vientos. En el friso del Teatro Degollado se puede leer la inscripción: ―Que nunca llegue el rumor de la discordia‖, tomada del himno de Maitines. La primera inscripción niega a los tapatíos la virtud de la templanza que vence al vicio de la gula, y en la segunda se les adjudica el defecto de la discordia que contrasta con la incauta avenencia.

Otra escultura de bajo merecimiento la fuente de la Inmolación de Quetzalcóatl si- tuada en el centro de la plaza tapatía, en el epicentro del terremoto arquitectónico que des- truyó planeadamente el centro de la ciudad. Una serpiente de 25 metros de altura se eleva verticalmente en un espejo de agua, con cuatro esculturas laterales que representan los cua- tro cielos de los puntos cardinales, con un peso de 23 toneladas de hierro y bronce. Es obra del escultor tapatío Manuel Contreras. La razón del porqué erigir esa escultura fue que el presidente en turno, José López Portillo, había escrito una novela sobre esta deidad de los antiguos mexicanos. La monumental escultura no logró ostentar su enorme cabeza porque no hubo grúa que la pudiera subir. La escultura fue inaugurada sin su testa. Hasta hace po- cos años, la cabeza de Quetzalcóatl estaba tirada en el jardín posterior del Hospicio Caba- ñas y hoy está escondida en una plaza menor. Los antiguos mexicanos hubieran sentido miedo de desatender la figura del dios creador de la humanidad, la llamada serpiente em- plumada, una deidad que fue inmolada en Guadalajara por degollación.

De entre las capitales de los antiguos reinos del Imperio español, sin duda es Guadala- jara una de las mayormente mutiladas. El antojo de darle plazas a una ciudad que no las tenía en su trazo original y el deseo de facilitar la vialidad con anchas avenidas para que circulen libremente automóviles modernos, fueron las sinrazones que destruyeron el centro colonial de Guadalajara. No se conservó ningún claustro completo, ni palacetes del siglo XIX en toda su

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magnificencia. Quedan muñones de claustros y portadas de casas, como la llamada Casa de los Perros. La Universidad de Guadalajara había perdido el edificio que fue su primera sede, y años más tarde, el rector y arquitecto Enrique Zambrano Villa hizo dinamitar la actual sede, pero felizmente no fue todo el edificio, sino sólo la mitad porque era el espacio en que requer- ían construir un insípido rascacielos para oficinas universitarias.

La lista de edificios que deberían ser parte de su patrimonio actual y que Guadalajara ha perdido constituye, no un muro de lamentaciones —porque ni los muros dejaron—, sino una letanía de ausencias: el antiguo arzobispado, el templo y convento de santo Domingo, la iglesia de la Soledad, el complejo arquitectónico de San Francisco que hoy conserva única- mente dos templos de los ocho que tenía, el claustro de Santa Mónica y el del Carmen, la casa del mayorazgo de los Cañedo, la cárcel de Escobedo, la antigua plaza de toros y, sobretodo, el trazo y la silueta de una ciudad colonial que fue parte del mayor de los imperios. Los ocho capiteles que le quitaron al teatro Degollado fueron convertidos en fuentes enanoides que pa- san desapercibidas a los lados del edificio. Primero las guerras, luego los hombres y más tarde la incuria, fueron destruyendo a través de los años gran parte del patrimonio artístico y arqui- tectónico que la ciudad poseía. Cierto es que Guadalajara atesora mucho de lo que fue, pero deplorablemente es más lo que se ha perdido que lo que se conserva.

Jalisco debe olvidar la paradoja de amar en unos periodos la tradición y, en otros, de- sear caprichosamente lo moderno. ¿Cuándo aprenderá a amar el pasado y el futuro simultá- neamente? El desarrollo no está en guerra con el patrimonio de los pueblos. En el cambio de milenio, la sabiduría de algunos jaliscienses ayudará para que el estado de Jalisco cruce el um- bral de la mundialización, sin perder ni su esencia ni su gracia. Hay que aprender a conquistar el futuro, sin que tengamos que sacrificar el pasado. Debido a la vasta pérdida que Guadalajara ha sufrido, los tapatíos deberán cuidar con mayor esmero su patrimonio cultural para que con- serven su pasado mientras se deslizan gustosamente hacia el futuro.

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XIII Jalisco, ¿religioso o mocho?

Romería zapopana

Jalisco es uno de los baluartes católicos de México. Es mayormente mariano por la veneración que tiene por tres pequeñas imágenes: la Virgen de la Expectación de Zapopan, la Virgen del Rosario de Talpa y la Virgen de la Asunción de San Juan. El municipio de Zapopan organiza la mayor romería de México, con la itinerancia de la imagen que visita la mayoría de las iglesias de la zona metropolitana de Guadalajara. Antaño era para pedir el milagro de evitar la muerte por rayo, pero hoy es más una manifestación de cariño mariano y un recorrido de regocijo cristiano. En cada iglesia hay vendimia de comida y por las noches castillos de fuegos pirotécnicos. El regreso de la imagen a su basílica es el 12 de octubre y más de un millón de romeros despiden a la virgen.

Talpa y San Juan de los Lagos reciben peregrinaciones. A pie se va a Talpa por via- jar distancias caminables. A San Juan se dirigen en autobuses y en aviones por las largas distancias recorridas al ser la patrona de los mexicanos que emigran al norte. Lo que tienen las imágenes de pequeñas lo tienen de milagreras, y debido a su tamaño pequeñín, el pueblo afirma ingenuamente que son ―primas‖.

Cruenta fue la guerra cristera en Jalisco, al inicio una lucha soterrada de la población en contra de la arbitrariedad de gobiernos anticlericales y, posteriormente, fue una lucha mili- tar de 1926 a 1929. Uno de las primeras resoluciones de los cristeros fue suspender los servi- cios de los templos y hacer un boicot católico a los espectáculos, disminuir el pago de impues- tos con la limitación de compras y la disminución del uso de gasolina por ser negocio del go- bierno. Fue una guerra de hombres en los campos de batalla y de mujeres en las ciudades. Ellas entregaban las municiones y los abastecimientos a sus héroes cristeros.

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El 1 de enero de 1927, la guerra se generalizó principalmente en los estados del centro y del occidente. El general Gorostieta, quien había sido cristero en Jalisco, fue nombrado jefe del Ejército Nacional Liberador, cuyos objetivos eran el desconocimiento de los poderes fede- rales y locales, el restablecimiento constitucional anterior a la Reforma y la redistribución de tierras sólo cuando fuera necesario para el bien común. Su lema era ―Dios, Patria y libertad‖. En la ciudad de México hubo un intento fallido para asesinar al presidente Calles y, ocho me- ses después, se perpetró el asesinato del candidato electo a la presidencia, Álvaro Obregón. El jefe Gorostieta fue muerto por traición en un lugar cercano a Atotonilco, Jalisco. Pocos meses después la iglesia convino con el gobierno la paz y la amnistía general sin que las leyes anti- clericales fueran derogadas; las iglesias abrieron sus puertas y las casas curales y episcopales fueron devueltas. Esta guerra dejó resentimientos en ambos bandos. En el periodo de 1926 a 1932, correspondiente al conflicto cristero, Jalisco tuvo diez gobernadores; Margarito Ramírez duró más de dos años en el poder, pero los demás gobernaron un promedio de cinco meses. En estos años decayó la agricultura, cerca de 250 edificios escolares fueron abandonados y mu- chos niños quedaron sin escuelas; sus maestros fueron despedidos debido a la disminución de los ingresos oficiales. En estos años en que oficialmente se negaba lo espiritual, también lo material faltaba.

En 1935, hubo una segunda crisis entre el gobierno y la Iglesia: el arzobispo Orozco y Jiménez fue desterrado y el obispo de Guadalajara, José Garibi Rivera, fue detenido por vestir traje talar en la entrega de premios del colegio jesuítico Instituto de Ciencias. En respuesta las autoridades eclesiásticas optaron por cerrar los templos en todo Jalisco, pero dos semanas des- pués de la firma de varios acuerdos, el culto se reanudó. A pesar de la paz, algunas gavillas de cristeros inconformes permanecieron activas por varios años, como lo cuenta Rulfo al final de su novela Pedro Páramo. Nunca se ha cerrado del todo la cicatriz de esta guerra civil; acaso porque la Iglesia conservó la memoria de sus mártires y porque había recibido el beneplácito del papa Benedicto XV —quien inspiró al sumo pontífice actual al punto de tomar el mismo nombre—. Casi una treintena de los inmolados fue canonizada por el papa Juan Pablo II en el cambio de milenio. No han sido canonizados aquellos que entraron belicosamente en el con- flicto, sino únicamente a los que murieron sin defenderse, como los primeros cristianos en el circo romano. El grito de ―Viva Cristo Rey‖, últimas palabra de muchos de los cristeros antes de su fusilamiento, es un clamor que sigue resonando en Jalisco.

Insultar al jalisciense con la calificación de mocho es lugar común para describir su excesiva dedicación a la rezandería, sobretodo de los hombres, con más novenas que teología y con más apego al rito que a la fe. El epíteto de mocho fue utilizado en el vasto imperio espa- ñol para calificar, en forma peyorativa, a legos y frailes de órdenes menores, por su vestimenta de hábitos cortos que facilitaban el trabajo físico. En Nueva España se calificó de mochos a los hombres que vestían enaguas y dedicaban desmesuradas horas en los oficios parroquiales.

En el siglo XIX, el mundo masculino de otras partes de México era más ―liberal‖, en- tendida esta acepción como libre de la influencia eclesiástica, y veían mal a los hombres que practicaban devotamente el rezo de novenarios, la asistencia a romerías y la aceptación sin razonamiento de la voz episcopal. Este adjetivo no califica a la mujer que da muestras excesi- vas de su catolicismo, sino únicamente al hombre devoto. Las razones para que algunos acu- sen de mochería a los jaliscienses son la excesiva presencia de los prelados en turno, las mues-

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tras públicas de extrema religiosidad y los recuerdos aún no borrados de la cristiada. La geo- grafía de ―Mochilandia‖ se extiende a lo largo del llamado camino de la plata: del Bajío a la región de Zamora pasando por todo Jalisco, regiones en donde la guerra cristera fue más cruenta. Resulta irónico constatar que en estas tierras de ―Dios y María Santísima‖ han prolife- rado, acaso como reacción, los comecuras. Jalisco es y será siendo católico por decisión, ma- riano por veneración y anticlerical por excepción.

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XIV Jalisco, baluarte de la independencia y del federalismo

Catedral de Guadalajara

Durante tres siglos, la Nueva Galicia conservó su sueño de independencia y sufrió la pesa- dumbre del centralismo novohispánico y del imperio. Al llegar las guerras de insurgencia, Jalisco fue el primer estado en declarar su independencia, el 13 de junio de 1821, en la ca- sona colonial de la familia Martínez Negrete, en la calle Real de Tlaquepaque (hoy Inde- pendencia 208). Al día siguiente las fuerzas del general brigadier Pedro Celestino Negrete hicieron su invicta entrada a Guadalajara. El 23 de junio, en el palacio de gobierno se pro- clamó con toda solemnidad la independencia del Estado Libre y Soberano de Jalisco y en catedral se cantó una misa de acción de gracias a instancias del obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, quien había estado de acuerdo con el Plan de Iguala. El espíritu independiente de los jaliscienses quedó patente con su temprana separación de España, y más tarde quedó manifiesto su deseo de federalismo al querer formar parte de la República Mexicana.

En lo político, el naciente Jalisco exigía una ―república representativa y federal‖, en la que cada estado gozara de una autonomía interna. Otros Estados se fueron uniendo a esta orientación política, primero Oaxaca y más adelante Yucatán, Querétaro y Sonora. En la Constitución de 1824 quedó plasmado este espíritu, y en ese tiempo se escribió el siguiente texto que es definitorio de lo que Jalisco demandaba: ―Darse cada pueblo así mismo leyes análogas a sus costumbres, localidad y demás circunstancias; dedicarse sin trabas a la crea- ción y mejoría de todos los ramos de prosperidad; dar a su industria todo el impulso de que sea susceptible, sin las dificultades que oponía el sistema colonial y otro cualquier gobierno que hallándose a enormes distancias, perdiera de vista los intereses de los gobernadores;

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proveer a sus necesidades en proporción a sus adelantos; poner a la cabeza de su adminis- tración sujetos que, amantes del país, tengan al mismo tiempo conocimientos suficientes para desempeñarla con acierto; crear los tribunales necesarios para el pronto castigo de los delincuentes y la protección de la propiedad y seguridad de los habitantes; terminar sus asuntos domésticos sin salir de los límites de su estado; en una palabra, entrar en el pleno goce de los derechos de hombres libres‖.8

Desde su nacimiento, Jalisco fue semillero de la idea de libertad dentro de una unión republicana. En los primeros años de libertad nacional, el concepto de federalismo fue con- siderado casi sinónimo del naciente estado de Jalisco, pero pronto ambas porfías perdieron el derrotero soñado ante lo arrollador del centralismo. De querer ser México una república federal pasó a ser simplemente un país dominado por el centro. El federalismo norteameri- cano permaneció porque se respetó la decisión de todos; por el contrario, en la historia mexicana fue una aportación de unos pocos visionarios, algunos nacidos en Jalisco y todos foráneos al centro.

Pronto despertaron los jaliscienses de su primera ensoñación de independencia para descubrir que su segunda ilusión, la del federalismo, iba a quedar frustrada. Pronto hubo una oposición abierta en contra de esta visión política de apertura, con una discordia nefasta que proponía el centralismo. La llamada Carta de 1843 concentró tanto poder en el presi- dente de la República que esta forma de gobernar llegó a calificarse de ―despotismo consti- tucional‖. Durante el siglo XIX, las discrepancias entre liberales y conservadores devinie- ron en luchas fraticidas; Guadalajara fue doloroso escenario de la conflagración, aunque sirvió mayormente a las fuerzas liberales. Al final, triunfó el centralismo y se malogró la idea de una república federal. Por la necesidad de fortificar a la presidencia, Juárez impulsó nuevamente el centralismo. Durante la dictadura de Porfirio Díaz volvió a imponerse un centralismo que pervivió hasta la primera década del siglo XX. Jalisco fue un oponente natural del poder centralista y vivió las consecuencias de su infatigable labor republicana. Durante esos años México fue república de nombre pero nunca de hecho.

Jalisco nunca volvió a influir tan manifiestamente en el devenir político nacional y eso le hizo mengua. Es la razón que explica por qué sólo contados jaliscienses han podido escalar las alturas políticas de México. Minar a Jalisco ha sido una disposición soterrada del centro. En cuanto a la geografía, también hubo mutilaciones. En tiempos de Imperio Espa- ñol, los antiguos territorios de la Nueva Galicia fueron recortados al restarle los territorios pertenecientes hoy a los Estados de Colima, Zacatecas y Aguascalientes; posteriormente se sustrajo el sur de Sinaloa y parte de Michoacán, y en 1885 se determinó que el séptimo cantón de Jalisco se convirtiera en el Estado de Tepic, que pasó definitivamente a ser un estado con la constitución de 1917. La forma geográfica del territorio que le quedó a Jalisco pudiera pintar en su parte superior, con un poco de imaginación plástica, el dolorido gesto de una mano con tres dedos que demandan autonomía.

De los gobernadores que ha tenido Jalisco, ninguno es tan notable como Ramón Corona (1837-1889), quien tuvo el cargo de 1887 a 1889, con logros que fueron mayúscu-

8 Acta Constitutiva de la Federación del 31 de mayo de 1824. Citado por la Enciclopedia de México, vol. 5, pág. 2672.

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los a pesar del poco tiempo que gobernó; cabe mencionar la construcción del ferrocarril México-Guadalajara, que fue inaugurado el 15 de mayo de 1888, y la gestión de una sucur- sal del Banco de Londres y México, primera institución bancaria que llegó al estado en 1889. Al someterse, en 1867, el emperador Maximiliano de Habsburgo a las fuerzas libera- les, fue Corona quien recibió la rendición de la espada imperial en Querétaro. En 1873, enfrentó el levantamiento del Tigre de Álica, Manuel Lozada, y salvó a Guadalajara con la victoria de La Mojonera, peleada en Zapopan. Sobre la memoria de este jalisciense ronda el entresijo de haber sido el padre biológico de Alfonso XIII, por una furtiva relación con la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, durante la estancia del apuesto varón en Madrid como ministro plenipotenciario de México en España y Portugal, de 1874 a finales de 1885. Habladurías palaciegas agigantadas por el hecho de que el príncipe nació el 17 de mayo de 1886, hijo póstumo de Alfonso XII quien había muerto de tuberculosis el 25 de noviembre de 1885, murmuraciones que más que ensombrecer parecían fulgurar a este gallardo jalis- ciense. El buen gobierno de Corona fue interrumpido por su inusitada muerte, acuchillado por un civil, cuando su esposa y él se dirigían a una función de teatro. Circunstancialmente, el médico que socorrió al moribundo gobernador, años después llegó a ser el primer nove- lista moderno de Hispanoamérica: Mariano Azuela.

Ningún jalisciense posee mayor negrura en la crónica de su vida que Victoriano Huerta, quien orquestó, en 1913, el golpe de estado que condujo a la renuncia presidencial del Madero y, posteriormente, a la innecesaria y turbia muerte de este demócrata.9 El 19 de febrero Madero y el vicepresidente Pino Suárez firmaron su renuncia y recibieron la pro- mesa del salvoconducto para ellos y sus familias. La dimisión fue aceptada por el Congreso y se nombró presidente interino a Pedro Lascuráin, quien era ministro de relaciones exterio- res en el gobierno maderista. En cuarenta y cinco minutos Lascuráin nombró a Huerta Se- cretario de Gobernación, y después dimitió con la finalidad de poner en manos del traidor la presidencia. Cuando Huerta renunció, el 14 de julio de 1915, había perdido el apoyo nor- teamericano debido al cambio presidencial del republicano Taft por el demócrata Wilson. En los meses siguiente, viajó por Europa en medio de la primera guerra mundial y por Es- tados Unidos, en donde se entrevistó con agentes del gobierno alemán —Franz von Rinte- len y Franz von Papen—, quienes le ofrecieron apoyo bélico para retomar el poder político y preparar una ofensiva alemana hacia el norte. Tras de ser aprendido en Nuevo México, murió en 1916 en la cárcel militar de Fort Bliss de insuficiencia hepática. Sorprende consta- tar que la mayoría de los traidores mueren en su cama.

Además de Victoriano Huerta, únicamente dos jaliscienses han llegado a la silla presidencial. José Justo Corro fue presidente interino en 1836 y permaneció en ese cargo poco más de once meses; eran los años aciagos de la guerra de Texas y el presidente Anto- nio López de Santana permanecía en lucha por aquellos territorios que ya había perdido México. El otro jalisciense que ejerció el Poder Ejecutivo fue Valentín Gómez Farías, quien en su cargo de vicepresidente sustituyó temporalmente las ausencias del presidente López de Santana en cinco ocasiones. Ningún jalisciense ha sido presidente por elección popular;

9 En política sorprende constatar acontecimientos de gran coincidencia: sesenta años más tarde, en 1973, Au- gusto Pinochet, abusando de ser la máxima autoridad militar de Chile, traicionó a Salvador Allende y usurpó el poder en 1973. En ambos casos el apoyo de los Estados Unidos fue otorgado a un militar que a pesar de que poseía una aureola de lealtad, pronto había aprendido la recompensa de la traición.

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sin embargo varios fueron dignamente presidenciables, como Ramón Corona y Bernardo Reyes, pero el centro nunca permitió que llegaran a esa cima de su carrera política. Existe la opinión que si Corona o Reyes hubieran llegado con oportunidad a la presidencia, acaso se hubiera evitado el derramamiento de sangre de la Revolución Mexicana. Ambos desapa- recieron del escenario político mediante el magnicidio.10 Años después, otro jalisciense fue presidenciable, Jesús González Gallo, quien al término de una excelente gubernatura, de 1947 a 1953, aspiraba a ser candidato oficial a la presidencia; su muerte en un oportuno accidente carretero en 1957, dejó una estela de sospecha de un asesinato que nunca fue aclarado.

Para llegar a la democracia, hay que caminar senderos viejos y senderos nuevos. Al llegar al cambio de milenio debemos meditar sobre las encrucijadas políticas que se han avecinado. Los cambios tienen a favor que la invitación ubicua a la Democracia y, en su contra, el desconocimiento de los caminos que pueden conducirnos a ese magnífico estadio político. Ser demócrata no es únicamente poder elegir con libertad a nuestros gobernantes, sino especialmente sembrar en la Polis un nuevo hálito vital de concordia y de superación. No hay que ignorar que el error extremo de la monarquía es la tiranía; y en la democracia el peligro de la anarquía. ¿Cómo lograr que el cuerpo completo de la sociedad gobierne y no únicamente aquellos que se consideran los más competentes?

Umberto Eco ha señalado en uno de sus ensayos el hecho de que el fascismo es eterno porque gobiernos con características análogas a las del fascismo de Mussolini habían gober- nado con anterioridad en otros países y porque este tipo de régimen político ha reaparecido en otras latitudes después de la Segunda Guerra Mundial.11 Eco propone trece características del fascismo y afirma que con una que esté presente ese régimen ha cruzado el umbral fascista. Eco nos dice: ―Una de las características típicas del fascismo histórico es su llamado a las cla- ses medias frustradas, una clase sufriendo de una crisis económica o con sentimientos de humillación política, o atemorizada por las presiones de grupos sociales inferiores‖. Cuando la clase media está insatisfecha, apoya a los gobiernos de derecha que prometen retomar el control del país. El mejor ejemplo está en las dictaduras del Cono Sur: Argentina por siete años (1976-1983), Uruguay por más de once años (1973-1984), y Chile por diecisiete años (1973-1990). Con una perspectiva ultraconservadora, un incauto pudiera afirmar que para orquestar favorablemente un país es más conveniente un poder gubernamental irrestricto; la democracia parecería complicarlo todo porque el poder puede ser fragmentado. Con esta lógi- ca obtusa se pudiera pensar que para acabar con los robos habría que matar a los ladrones, y para impedir los secuestros, habría que asesinar a los secuestradores.

Por el contrario, cuando la clase baja pierde toda esperanza, como solución abre las puertas a una revolución y luego implanta un gobierno de izquierda con la esperanza de remediar los males sociales, como en Rusia en 1917 y en Cuba en 1959. Únicamente en la democracia, el orden parte de abajo a arriba y tiene como búsqueda ubicua y permanente al

10 Reyes murió frente a Palacio Nacional el 9 de febrero de 1913, en el inicio de la Decena Trágica; ingenua- mente creyó que su sola figura le permitiría la entrada a ese magno edificio. Su muerte preludió la de Madero el 22 de febrero. En párrafo anterior se describe el asesinato de Corona. 11 Umberto Eco, ―El fascismo eterno”, en Cinco escritos morales (Barcelona: Editorial Lumen, 1998). Tam- bién en http://www.nybooks.com/articles/1856.

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bien común. La tentación de las soluciones rápidas ha acogido al fascismo como el mejor de los atajos; sin embargo, la democracia, aunque nunca sea instantánea, es el camino único para lograr el triple sueño de toda sociedad: Fraternidad-Igualdad-Libertad.

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, el 4 de julio de 1776, fue el primer documento democrático que un país puso en la práctica. Sus palabras suenan a verdad universal: ―Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad‖. Irónicamente, Benjamín Fran- klin agregó: ―La Constitución únicamente garantiza a los estadounidenses el derecho a bus- car la felicidad. Tú tienes que alcanzarla por ti mismo‖. Palabras que fueron parafraseadas por Agustín de Iturbide cuando México fue independiente: ―Yo ya los hice libres, ahora a ustedes les toca ser felices‖.

Qué extraña es la historia que presenta los términos de derecha e izquierda con con- notaciones de bipolaridad cuando el bien común es uno solo; son un recuerdo del lugar en donde se sentaban los representantes de la Asamblea Constituyente de Francia a partir de 1792: a la derecha del Presidente se encontraban los Girondinos que propugnaban con res- taurar la legalidad y la monarquía y que eran en su mayoría miembros de la burguesía, mientras que el grupo de la Montaña se situaban a la izquierda y daba muestras de una enérgica dedicación revolucionaria. Más tarde se calificó de derecha a los que procuraban mayormente el bienestar de las clases privilegiadas, y de izquierda a los que apoyaban las causas sociales de los menos privilegiados.

Hay una pregunta que aún permanece imperativa: ¿Qué hacemos con los pobres? Las nuevas Democracias siguen dos tendencias actuales de gobierno: el neoliberalismo, con el predominio de los valores económicos sobre los sociales, y la democracia social que apoya el humanismo y el bien común. El neoliberalismo en un nuevo capitalismo que busca liberar, no a los individuos, sino a los mercados; en su esencia no es una forma de gobierno, sino un sis- tema económico, mientras que la democracia que se matiza de social es una forma de gobierno que se afana por las necesidades de la sociedad en pleno.

Mijaíl Gorbachev impulsó en la URSS un orden nuevo y sus ideas deberán ser to- madas en cuenta por todo país que quiera instaurar una democracia que aúne el desarrollo económico con la participación social. En una conferencia que impartió en los Estados Unidos, resumió su pensamiento con estas palabras: ―La idea de avanzar hacia el futuro de una forma inmediata es tentadora, pero las consecuencias de dichos avances, pueden ser muy peligrosos. Por lo tanto, mientras se responda a los requerimientos de nuestro tiempo y mantengamos la paz con ellos, debemos avanzar de una forma gradual, paso a. paso, identi- ficando el surgimiento de problemas. Aprender las lecciones del pasado, significa rechazar cualquier clase de intolerancia, impaciencia y, sobre todo, persistir en la búsqueda de inter- eses comunes, evitando recaídas, particularmente en el uso precipitado de la fuerza. Final- mente, creo que todos debemos comprender que la democracia es algo más que sólo princi- pios políticos o las elecciones de parlamentos o presidentes. Democracia significa valores morales, que sin éstos se da un deterioro o degeneración que lleva al establecimiento de regímenes totalitarios y autoritarios. Democracia significa instituciones políticas estables, basadas en la primacía de la ley y la justicia, enraizadas en las tradiciones de las naciones y

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en la concientización pública. La democracia no siempre estará garantizada contra la derro- ta. La democracia siempre será puesta a prueba. La democracia se viste de muchas maneras y tiene muchos falsos amigos. La democracia no viene por sí sola. Siempre deberá ser cul- tivada y protegida.12

En el siglo XX, México ha tenido una historia que no es intercambiable con el acon- tecer político de otro país hispanoamericano. Únicamente México sufrió una revolución al inicio del siglo y una guerra cristera en la segunda década; ningún otro país de América Latina propuso abiertamente un plan socialista en los años treinta, ni ganó tanto dinero en la segunda guerra mundial; ni fue tan sobrio en los años cincuenta; es el único país en que bastó la masacre del 2 de octubre de 1968 para que el gobierno comprendiera que urgía abrir el enfoque político hacia los jóvenes; pocos países derrocharon las ganancias del petróleo de un forma tan improductiva en los años setenta y ochenta; ningún otro ha sido tan globalizante en la última década del siglo XX en que firmó el tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. Con la fuerza del monopartidismo, México permaneció uni- do en periodos en que otros países latinoamericanos cayeron en la anarquía que los condujo a buscar la solución en los gobiernos dictatoriales. Si no podían tener orden, creyeron al menos que era imperante tener control. México abrió el siglo XX bajo una dictadura y cerró esa centuria sin haber sufrido otra dictadura; un tipo de gobierno que fue inevitable para todos los otros países hispanohablantes.

México ha sido diferente debido a la potente presencia del partido hegemónico que manejó sus destinos políticos por siete décadas. Se ha dicho, equivocadamente, que fue una dictadura de partido; más bien fue un señorío sexenal, con grandes atemperaciones según las necesidades del país. México pudo aproximarse por años hacia el socialismo sin que fuera un país comunista y, en otros periodos, acercase en demasía al capitalismo sin que el país fuera engullido por alguno de los países calificados de primer mundo. Con respecto a los Estados Unidos, ha sido su mejor amigo en unas temporadas, y en otras, su mayor críti- co. No ha habido amor ni odio continuo, toda correlación fue afinada según las circunstan- cias. Este fluctuar resultaría cínico si no fuera un rasgo muy mexicano.

Jalisco tiene un perfil señero en un país sin par en Latinoamérica, con oportunidades hoy mayores que las que ha tenido en tiempos pasados. La mundialización es una oportuni- dad que le permitirá desarrollarse y no únicamente crecer. Los tiempos que se avecinan serán benéficos para México, y más especialmente para Jalisco.

12 Mijaíl Gorbachev. La búsqueda de un nuevo inicio. Desarrollando una nueva civilización (México: State of the World Forum, 1996).

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XV Jalisco y las nuevas democracias

Iglesia colonial

El llamado filósofo de los administradores, Peter Drucker, propone la existencia de cuatro nuevas realidades en el mundo posmoderno: Una sociedad pluralista entendida como un ma- crosistema con subsistemas; una mayor participación en las organizaciones de todos aquellos que la conforman, del empresario al obrero; un cuerpo político que privilegia la calidad de la función y no tolera el abuso del poder y la generación de sistemas integracionistas que con- forman una sociedad sin clases ni categorías. Estas nuevas realidades son el fundamento de la Unión Europea, la máxima aportación humana en el cambio de milenio y, para los no europe- os, son una invitación para que prosigamos los senderos de la democracia en un mundo globa- lizado. Con estos cambios, Jalisco tiene una nueva oportunidad de abrirse exitosamente trayec- torias en el mundo globalizado.

En los años cercanos al cambio de milenio, México experimentó con las nuevas democracias. Antes de que el país lograra su primera alternancia presidencial en el año 2000, con la presidencia de Vicente Fox, Jalisco tuvo el primer cambio de partido en la historia del estado con el triunfo de Alberto Cárdenas en 1995, con el número de votantes más grande jamás registrado en la entidad. El gabinete del gobernador Cárdenas estuvo integrado por empresarios que habían sido cabezas de cámaras, por académicos que no per- tenecían a ningún partido y únicamente por cuatro miembros de Acción Nacional: prueba de que esta nueva democracia pretendía poner en el poder a aquellos que consideraba mejor dotados para cada función. Los nuevos senderos de la democracia fueron difíciles. Los pri- meros tres años, el gobierno de Jalisco no sufrió mayormente de luchas externas, sino parti-

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cularmente de rivalidades internas, estas últimas promovidas por algunos ambiciosos panis- tas que pretendían suplantar a aquellos funcionarios que no eran miembros de su partido. El gobernador Cárdenas se sintió obligado a sustituir al secretario general de Gobierno —Raúl Octavio Espinosa, el panista que era el mentor que había guiado la candidatura al triunfo— y a otros secretarios más, poniendo en esos puestos a panistas de pensamiento derechista — uno de ellos, Fernando Guzmán Pérez Peláez, había sido apodado ―Pinochet‖ cuando estu- diaba leyes en la capital del país—. El fascismo eterno señalado por Umberto Eco ensom- breció la nueva democracia jalisciense. Siendo esta señal una más que avisa del endureci- miento de las estructuras políticas y también de lo proclives que son éstas a una dominación de la derecha. Fue un sexenio cuya oposición política no tuvo su origen en las contiendas contra miembros de otros partidos, sino en las querellas de sus propios afiliados.

Al final del sexenio de Cárdenas, el voto popular favoreció de nuevo a Acción Na- cional, aunque no con un número de votantes tan generoso como en la primera ocasión. El dirigente electo —Francisco Ramírez Acuña— pretendió sustentarse en el poder con me- dios inflexibles, dando la espalda al pueblo y amenazando a aquellos que creían en otras ideas. Fueron seis años más de espera sin que el bien común fuera entronizado como el ma- yor logro del espíritu democrático. En 2006, el sufragio para gobernador favoreció al mis- mo partido al elegir a Emilio González Márquez, y el aire político siguió enrarecido por la creciente presencia de una subrepticia derecha.

Los nuevos caminos de la democracia han convocado a la libertad y la igualdad, pero también deberán convocar a la fraternidad —con la tolerancia y la pasión compartida que es compasión—. Otros países han luchado también para alcanzar simultáneamente esta triple exigencia. Uruguay ha marcado el umbral de la democracia, con Julio María Sangui- netti, quien fue elegido presidente en 1985 después de los casi doce años de la dictadura y quien volvió a ser presidente una década después. Su presencia y su pluma trajeron nuevas ideas a la democracia latinoamericana, porque nos han señalado el rumbo seguro alejándo- nos del temor a abandonar los senderos ya recorridos y con la impaciencia de recorrer los nuevos caminos: ―Democracia es dignidad. No hagamos de ella soberbia, sino amplio árbol de tolerancia bajo cuya sombra siempre podrán cosechar los que sembraron. Todavía, fe- lizmente, ésta es una empresa que nos sigue convocando. La democracia sigue siendo el más revolucionario de los principios y la libertad la más humana de las ideas‖.13

Como todo mexicano, el jalisciense cree ser hábil para manipular lo político, a pesar de que sus comportamientos erróneos demuestran lo poco capacitado que está en esta arena. De las llamadas tres necesidades superiores de Abraham Maslow, el mexicano considera las necesidades sociales como las más imperantes, a pesar de que muy pocos consiguen los satisfactores que demandan porque la familia mexicana fomenta la necesidad afectiva pero no propone caminos sanos para su satisfacción. Un hogar desarticulado, con ausencia de la figura paterna y exceso presencial de la materna, es la configuración del microcosmos hogareño en más de la mitad de las familias mexicanas. La necesidad de poder propone un

13 Julio María Sanguinetti, Meditaciones del milenio: Los viejos y nuevos caminos de la libertad (Montevideo: Arca, 1994, p.102). También ver su ensayo El temor y la impaciencia. Ensayo sobre la transición democráti- ca en América Latina (Buenos Aires: FCE, 1991).

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aprecio desmedido a algunos satisfactores comunes en la sociedad mexicana: el omnipre- sente compadrazgo y el eficaz apoyo de los amigos influyentes, así como la admiración desproporcionada para los poderosos y la inclinación a mandar al otro dejando en claro su inferioridad.

Poco hemos adelantado los mexicanos en los senderos de la autorrealización, como califica Maslow a la necesidad superior que invita a maximizar la potencialidad humana. Para algunos mexicanos, la desidia o el trochimochi es método distintivo, y si alguno mues- tra dotes para algo más, hay que doblegarlo con la infamante maledicencia o detenerlo en pleno con la eficaz calumnia. Únicamente a los poderosos les es permitido triunfar. No es que el mexicano haya nacido así; su circunstancia es la causa equivocada que lo alecciona para sobrevivir en una colectividad aquejada de males sociales.

El jalisciense no es excepción. Es tan mexicano como el que más. Tiene en su iden- tidad, la raíz y los frutos tanto de sus deficiencias y como de sus fortalezas. El mexicano no podrá cambiar de dentro hacia afuera, porque son hombres y mujeres influenciables en de- masía por el núcleo social que lo rodea. En México, ―el qué dirán‖ es más importante que el ―yo me propongo‖. Sin embargo, cuando un coterráneo emigra al norte, se convierte en un excelente jornalero: es puntual, ahorrador y sorpresivamente sobrio. Un milagro provocado por el ambiente norteamericano que propone el modelo del hombre y la mujer laboriosos. Cuando el jalisciense equilibre el deseo social con los satisfactores que estén a su alcance; cuando, además, balancee la estimación que recibe de los otros con su autoestima, alcanza- remos un mayor estadio de desarrollo. David McClelland (1917–1998), el distinguido sicó- logo y profesor de las universidades de Harvard y Boston, probó que las sociedades que fundamentan su desarrollo en la autorrealización son las que alcanzan el mayor progreso en todos los campos; mientras que aquellos pueblos que están aherrojados a la sobrevaloración del poder y no resueltos en lo familiar y lo social, son los que menos se desarrollan. Sus estudios incluyeron a México y su investigación demostró que los mexicanos tenían baja necesidad de logro al privilegiar lo social y la estima sobre la autorrealización.

Un ejemplo palpable de lo que puede hacer una comunidad en Jalisco, es el prodigio que ha sido realizado en el centro de readaptación social de Puente Grande, en Zapotlanejo, Jalisco. Una cárcel estatal que sufrió un sangriento motín en mayo de 1995 y que pasó de ser centro incontrolable a ser modelo del sistema carcelario mexicano. ¿Cómo lo hicieron? Con funcionarios inteligentes que decidieron no imponer su autoridad y con internos que decidieron crear un mejor lugar para vivir. Sin haber leído a Gandhi ni al Dalai Lama, un grupo de internos —entre los que sobresale José Luis Gallardo Parra— propuso un cambio impulsado por un nuevo tipo de liderazgo, aquel que parte de los menos poderosos y cuyo poder va de abajo hacia arriba. Puente Grande recluye a cinco mil internos en proceso de readaptación, número que constituye un conglomerado social mayor que el de algunos de los municipios pequeños de Jalisco. En el levantamiento de 1995 hubo numerosos muertos, una situación límite que hizo pensar que el gobierno interno había perdido el control del centro. Fue entonces cuando varios internos comprendieron que sólo ellos podían ayudar a aquietar el motín. Lo lograron y por más de una década han trabajado infatigablemente, siempre por la vía del cambio pacífico, con paciencia y perseverancia han logrado convertir el centro en la mejor cárcel estatal de México. Su actual sobrepoblación al doble de lo de- bido no es causada por aumento de la criminalidad en nuestra sociedad, sino por la exage-

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rada diligencia en el ingreso por parte del poder ejecutivo estatal, y al endurecimiento de las sentencias y la baja eficiencia de salida por parte del sistema judicial. Como prueba del éxito de este centro está la baja reincidencia y la paz que adentro se respira. Mejor cumple esa institución con su función social que afuera cumplen los demás organismos del gobier- no estatal. Mejor ejemplo de democracia es una cárcel que el Jalisco que se proclama de- mocrático.

Insólitos y múltiples son los caminos de la democracia para alcanzar el bien común. El sistema comunal que se vive en el centro de readaptación de Puente Grande no es tan diferente del propuesto por uno de los libros más influyentes en la historia de la humanidad: Utopía, de Tomás Moro (1478-1535). Dentro todos son iguales, como la ley carcelaria lo demanda, y nadie pretende abusar del poder que allí pudiera gestarse. Afuera estamos que- riendo fundamentar la democracia únicamente en la libertad, y lo mejor que hemos podido lograr es poner en práctica el modelo neoliberal; y si queremos fundamentar la democracia en la igualdad, pensamos en modelos socialistas poco eficaces, mientras que el cambio en esta cárcel ha sido fundamentado en la fraternidad, virtud social también propuesta por la Revolución Francesa y que afuera de este centro desconocemos. ¿Por cuánto tiempo será este centro un modelo de convivencia humana? Mientras existan funcionarios idóneos que no estén sedientos de poder mientras estén los convictos dispuestos a cambiar sus compor- tamientos desacertados, y, sobre todo, mientras que entre los internos existan líderes infor- males que aborrezcan el poder que proviene de arriba y que acepten únicamente aquel que mana desde abajo. Más democrático parece ser este microcosmos que la comunidad que conformamos el resto de los jaliscienses. Un corolario final a la ejemplaridad de esta cárcel sería que el jalisciense muestra su espíritu democrático cuando vive situaciones límite — como las explosiones del 22 de abril de 1992—, mientras que pueden ser déspota cuando la balanza del poder lo favorece.

A partir de la revolución francesa, unos países buscaron la libertad como valor máximo y se autocalificaron de liberales; otros buscaron primordialmente la igualdad y se autollamaron comunistas. Ningún país en el pasado buscó la fraternidad. Sin embargo, los pensadores que rescataron las ideas fraternales fueron los fundadores del pensamiento humanista, como Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam en pleno Renacimiento. Como país, México necesita alcanzar simultáneamente la libertad, la igualdad y, más imperiosamente hoy, la fraternidad. Esta triple condición es sine qua non para alcanzar la felicidad social que nuestra Constitución nos propone y también nos demanda.

En las primeras décadas del tercer milenio, México podrá llevar a cabo la elección de gobiernos que maximicen la libertad, la igualdad y la fraternidad, especialmente ahora que tenemos la ventura de que ya no existe la bipolaridad ineludible entre la derecha o la izquierda, que obligaba a la definición unilateral entre el capitalismo o el comunismo. Un gobierno con visión socialista no debe temer nunca más el manipuleo internacional de los poderosos. Varios países de Latinoamérica han optado por un socialismo moderado y no han perdido la simpatía de los Estados Unidos, ni menos las relaciones con países europeos. Hay que reconocer que la Unidad Europea ha traído un nuevo hálito de abierta democracia al mundo globalizante.

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En estos últimos años, han vuelto los vientos frescos del federalismo a ser respira- bles en México, y mayormente, en Jalisco, gracias a la democracia que propone un mejor equilibrio entre los tres poderes y a una mayor autonomía de los estados; esto es especial- mente oportuno en un periodo en que el mundo se globaliza y la riqueza de lo regional se pone en valor. Jalisco tiene hoy la posibilidad no sólo de ser libre, sino también federal. El mundo se comunica con Jalisco como una entidad dentro de una república y el centro no tiene la fuerza ni la voluntad de impedirlo. Dos sueños idealizados en las tierras que un día fueron flacas de Jalisco, hoy son dos realidades que comienzan a dar frutos: libertad y fede- ralismo. Algún día experimentaremos y gozaremos con la igualdad y la fraternidad, que nos guiarán al verdadero humanismo.

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XVI El futuro ha tocado de nuevo las puertas de Jalisco

Óleo de Irán Lomelí

Al analizar el paso del segundo milenio al tercero, algunos expertos han vaticinado el na- cimiento de una nueva era. Un sociólogo alemán radicado en los Estados Unidos, Daniel Bell, fue el primero que presagiar este cambio en 1973, como lo apuntó en su estudio El adve- nimiento de la sociedad posIndustrial. Otros nombres han sido propuestos para bautizar el futuro mundial: Posmodernidad, para utilizar la palabra acuñada por Jean-François Lyotard en su libro La condición posmoderna (1979). David Lyon califica a nuestro tiempo con el epíteto de ―el agotamiento de la modernidad‖. Y Alvin y Heidi Toffler denominan a esta nueva era de Tercera ola (1980), mientras Zygmunt Bauman la conceptúan como modernidad líquida.

La revolución industrial estuvo fundamentada en la utilización de dos inventos extra- ordinarios como fueron la máquina de vapor y el motor eléctrico; hoy estamos frente a una máquina aún más revolucionaria: la electrónica. Ernest Mandel ha propuesto estas tres tecno- logías para explicar cómo fue la revolución industrial en el pasado y cómo será en el futuro la revolución electrónica. El microchip es el promisorio símbolo de nuestro presente mundializa- do. Jalisco no fue parte destacada de la revolución industrial, pero el futuro es prometedor y los jaliscienses tienen aún por descubrir el lugar que tendrá el occidente de México en el mun- do globalizado.

La Modernidad, como lo ha explicado Davil Lyon, presentó una mayor diferenciación porque el trabajo se separó del hogar, de la religión y del ocio, y la familia abandonó su razón

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de ser como unidad de producción para convertirse en una unidad de consumo. La autoridad fue la razón calculadora que fundamentó la sociedad, no en la predefinición de roles sociales como en la Edad Media, sino en una meritocracia que valoró únicamente los logros individua- les. Fue un periodo de gran desarrollo urbano, en el que se fincaron inmensos núcleos urbanos. La disciplina y el control —herencia del militarismo— fue la fuerza que mantuvo unida a las nuevas sociedades, y la secularización promovida por la Revolución Francesa que destronó a Dios y propuso en su lugar al progreso. La modernidad fue y sigue siendo una época de gran- des logros y de excesivos contrastes. Para algunos el resultado fue la alienación humana y la explotación de los más pobres.

La Posmodernidad es la nueva era histórica y por su diversidad ha sido calificada de: circo de las comunicaciones. Hoy la televisión es el mundo, según expresión de Baudrillard para explicar un planeta dominado por los medios. Para su ventaja, el colonialismo ha sido erradicado de la tierra y ningún país puede impunemente apropiarse de otro por la fuerza. La celebración de la libertad lleva consigo la ironía de ―viva la heterogeneidad‖. Las meta narra- ciones han perdido su capacidad de ser creídas y creíbles, como el nacionalismo y el comu- nismo. Como balance, un nuevo humanismo ha entrado a ser el factor más importante de esta era. La Unión Europea es paradigma de este revés histórico que abandona lo bélico como el único medio de resolver conflictos. El eje de la humanidad deja de ser el Océano Atlántico, para pasar su mira hacia el Océano Pacífico, en un movimiento mundializante que enfatiza los factores económicos y donde el Occidente va dejando de ser paradigmático. Los mismos nombres de los océanos anuncian un futuro pacífico y no uno fundamentado en la fuerza béli- ca de los atlantes.

Por su parte, el futurólogo Toffler presenta como factores para la posmodernidad: una mayor importancia de lo económico sobre lo industrial, lo que lleva a un proceso de destecni- ficación que simplifica los métodos productivos y brinda mayor importancia al servicio que al producto. Con una desurbanización que afirma que las ciudades grandes ya no seguirán cre- ciendo, mientras que las ciudades medias se consolidarán. Haciendo eco con las grandes ur- bes, la ciudad de México ha dejado de crecer con el ritmo amenazador con que venía expan- diéndose. Con la mundialización, el centralismo va en disminución y las minorías adquieren una mayor significación. Lo humanístico va en contra de la masificación anterior y hay la cer- teza que la ecología salvará nuestra casa-tierra.

El nuevo espíritu del humanismo comienza a ser percibido en el cambio de milenio. Desde los mayores humanistas Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro del siglo XVI, no hab- ía habido la oportunidad de vivir en una sociedad el espíritu humano a pleno pulmón. Erasmo escribió el Elogio de la locura para invitar a los europeos del siglo xvi a no ser tan extremadamente racionalistas. En el siglo xxi, habría que considerar elogiar irónicamente la estulticia, por no decir la estupidez, porque los excesos de inteligencia han sido responsa- bles de más períodos de guerra que de paz. Aquellos que creyeron en su inteligencia extre- ma son los que han cometido las mayores fechorías históricas en los cinco siglos que van desde el Renacimiento al agotamiento de la modernidad. Decimos atinadamente hoy: más

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vale la inteligencia social que la inteligencia abstracta, o en otras palabras, sobre la tecno- logía y la ciencia, ha vuelto a reinar el humanismo.14

La compasión, la tolerancia y la contención son virtudes que nunca antes fueron frutos de una sociedad, sino sólo virtudes en individuos insólitos; sin embargo, hoy son llamamientos para despertar una nueva conciencia en todos los pueblos. El xiv Dalai Lama lo ha dejado escrito en su libro El arte de vivir en el nuevo milenio (1999), que la compasión que nos permite compartir, la tolerancia que nos permite aceptar las diferencias y la conten- ción que limita la avaricia, son virtudes que el budismo tibetano ha vivido por siglos, pero que hoy son demandas sociales para que los países democráticos aseguren el desarrollo global y su supervivencia. El fin del colonialismo ha enseñado a los países fuertes que para sobrevivir necesitan de todos los países globalizados, aún de los débiles. La Unión Europea establece la libertad y la cooperación como fundamento del desarrollo, pero también el perdón de las pasados afrentas históricas ha sido demandado. Sesenta años después de que Francia, Ingla- terra y Alemania intentaban destruirse en la segunda guerra mundial, hoy presentan un mo- delo político y económico de desarrollo fundamentado en la paz y en la ayuda para que todo un continente crezca. El humanismo exige los derechos de todos, no sólo de aquellos que son poderosos, sino particularmente de los que son débiles. El mundo cierra el segundo milenio hinchando sus velámenes con vientos frescos de democracia. No se avizora otra guerra mundial y las dictaduras nacionalistas que fueron el mayor mal del final de la Mo- dernidad, hoy están siendo erradicadas del planeta.

¿Cómo se prepara Jalisco para cruzar el umbral de la nueva era histórica que está comenzando a vivir su alborada? Si en esta tierra hubo miradas visionarias cuando el mun- do acababa de descubrir que era redondo y aprendía a vivir en una tierra esférica, luego estas tierras se fortalecieron por dos siglos hurgando en su interior la libertad, tanto política como individual, ahora vendrá un tiempo nuevo, una nueva oportunidad de continuar la movilidad del desarrollo que, con reglas globalizantes, anuncia una tierra prometida.

14 Véase Guillermo Schmidhuber, Elogio a la estupidez. Ensayo fabulado, México: Consejo Cultural de Nue- vo León, 2005.

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XVII El empresario jalisciense en el siglo XX

Arco de Zapopan, Jalisco

Cuando se ha querido tipificar el prototipo humano de una época, se ha recurrido a aquellos seres de excepción que personifican a esa época. El señor Barroco es el sujeto cultural de los siglos XVI y XVII de México, según la apreciación del escritor cubano José Lezama Lima, quien concretamente propone a don Carlos de Sigüenza y Góngora como la figura barroca por antonomasia. Como señor Independiente del siglo XIX pudiéramos proponer a Ramón Corona, gobernador de Jalisco y liberal; como señor posRevolucionario pudiera ser Agustín Yáñez y aún no se dilucida quien será el señor o la señora n eoLiberal. Personajes categóricos que sintetizan en su cima biográfica una época con sus logros y carencias.

¿Quién puede ser el sujeto cultural del cambio del siglo XX al XXI? Este libro pro- pone al empresario tapatío como tipificación por antonomasia del habitante del Jalisco a principios del siglo XX; así como El Hacendado pudiera ser calificado de sujeto cultural del siglo xix. Las fuerzas restrictivas del empresario son análogas a las restricciones del estado de Jalisco, y las virtudes empresariales son las virtudes sociales que comparten más de seis millones de jaliscienses. No todos los habitantes de Jalisco hoy son ricos, pero aun los ricos con intrínsecamente jaliscienses.

¿Cómo conocer el perfil del empresario jalisciense? Una investigación académica que duró un lustro analizó la caracterología del sujeto cultural llamado Empresario Jalis- ciense. En este estudio llevado a cabo por el autor de este libro, las fuerzas impulsoras y las restrictivas de este empresariado fueron determinadas con la utilización del método de aná-

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lisis de fuerzas de Kurt Lewin. Las fuerzas tanto impulsoras como restrictivas que deter- minó este estudio están enlistadas a continuación en orden alfabético en forma sucinta. Los perfiles son mostrados de la siguiente manera: 1) Empresario tapatío, y 2) Empresario re- giomontano:15

1) Fuerzas impulsoras del empresario tapatío:

Comerciantes negociantes Diversificados Empresas familiares Humanos Mentalidad emprendedora Prácticos Regionalistas Saben aprovechar la situación geográfica Tradicionalistas Visión a corto plazo.

Fuerzas restrictivas de los empresarios tapatíos:

Apáticos Baja inversión en el negocio Buscan liquidez Carecen de procedimientos Celosos Conformistas Conservadores Desordenados Elitistas Faltos de compromiso Individualistas Informales Nepotismo No buscan el crecimiento tecnológico No dan importancia a la capacitación No hacen equipo entre empresarios No innovadores

15 En la Escuela de Graduados en Administración y Dirección de Empresas (EGADE) del Instituto Tecnológi- co y de Estudios Superiores de Monterrey, campus Guadalajara, los alumnos graduados del curso ―Liderazgo para un desarrollo sustentable‖, efectuaron un diagnóstico del empresariado jalisciense durante el período 2001-2008. Paralelamente, con la misma metodología se llevó a cabo un diagnóstico dentro del marco del ―Diplomado en Empresas Familiares‖, curso dirigido a empresarios jaliscienses. El diagnóstico se hizo con la asesoría del autor del presente libro. También se incluyó información sobre el empresariado regiomontano, ya que varios de los asistentes habían laborado en Monterrey, o al menos lo conocían. El número de personas encuestadas sobrepasa al requerido para asegurar la confiabilidad estadística de su opinión. Cabe aclarar que las características propuestas por los estudiantes graduados —en su mayoría ejecutivos y empresarios jóve- nes— son similares a aquellas apuntadas por los empresarios mismos.

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No institucionales Poco orientados al cambio Poco flexibles Prefieren la seguridad al riesgo Sin visión de futuro.

Como parte del diagnóstico se elaboró una comparación con el perfil del empresario de Monterrey. Cabe señalar que los asistentes a los cursos y diplomados han nacido, trabajado o estudiado en Monterrey, por lo que su opinión debe ser considerada valedera:

2) Fuerzas impulsoras de los empresarios regiomontanos:

Apoyadores de la educación Aprovechan la cercanía con Estados Unidos Astutos Audaces Ayuda social Buscan oportunidades Comprenden la diferencia entre inversión y gasto Con mayor educación Congruentes entre pensar, decir y actuar Dinámicos Directos Disciplinados Diversificados Emprendedores Enfrentan riesgos Entregados Francos Grandes empresas Hábiles Idioma inglés Industrialización Infraestructura Innovadores Intuitivos Laboriosos Más arriesgados Nivel educativo alto Organizados Planeación estratégica Pragmáticos Preparados Proactivos Profesionales Proteccionistas de la región Regionalistas

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Sinceros Son objetivos Tendencia a la institucionalización Trabajo con satisfacción personal Ubicación cercana a los Estados Unidos Visión de negocio amplia y a largo plazo.

Fuerzas restrictivas de los empresarios regiomontanos:

Adopción de valores extranjeros Avaricia Concentración del poder y del capital Corporativismo empresarial Corruptos Demasiada influencia norteamericana Exagerado consumo de productos extranjeros Falta de identidad nacional Malinchismo No éticos No hay cultura heredada de muchos años Oportunistas Orgullosos Primacía de los negocios Regionalistas y proteccionistas Soberbia Sociedad poco abierta Voracidad.

Como proposición de perfil empresarial, los asistentes a los cursos y diplomados recomen- daron los siguientes aspectos al empresario tapatío:

... En cuanto a visión y planeación:

Apertura a la inversión Buscar la permanencia de la empresa Conocer más el mercado Cumplir metas por objetivos Habilidad multifuncional en las diversas áreas del negocio Lealtad en los negocios Llevar los valores humanos al negocio Mayor diversificación Mejorar la planeación estratégica Mejorar la planeación financiera Orientados a negocios internacionales Quitar cultura cínica Sentido de urgencia Ser más institucionales

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Visión global.

... En cuanto al compromiso social:

Buscar el respecto a leyes e instituciones Cultura empresarial Hacer presión para lograr una mejor legislación Más conciencia del medio ambiente Más solidaridad con la región. Menos corrupción Responsabilidad social Transparencia de las cifras.

... En cuanto a la actitud:

Buscar estar en la vanguardia tecnológica. Con dominio de lenguas Con pensamiento estratégico Convocador Creer en sí mismo Dejar de ser aguerridos Disciplinado Formación formal y profesional Habilidad para trabajar en equipo Invertir en capacitación individual Mayor unión empresarial Ser proactivo Tolerante Visión de futuro.

Las fuerzas impulsoras y restrictivas perfilan a los empresarios tapatíos como exitosos en una forma de hacer negocios, pero con baja adaptabilidad a otras prácticas, siendo éstas las más demandadas por la mundialización. La necesidad de un nuevo perfil para el empresario jalisciense ha sido propuesta en tres áreas:

1. Visión y planeación. 2. Compromiso social. 3. Actitud que exige una transformación profesional y personal..

La comparación con el empresariado regiomontano con el tapatío hace pensar que ninguna puede ser considerada la panacea. Ambos comportamientos tienen que cambiar y adaptarse a las nuevas realidades mundiales. Los tapatíos tiene que aprender de Monterrey y los re- gios tienen que aprender de Guadalajara. Las fuerzas impulsoras de ambos perfiles apuntan a desarrollar un mejor empresariado en ambos núcleos urbanos. Las cámaras que aglutinan a empresas según su producto pudieran ser las impulsoras de los cambios propuestos.

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XVIII Un Jalisco para el siglo XXI

Fiesta popular en Chapala

Octavio Paz pregunta al inicio de El laberinto de la soledad: ―¿Quiénes somos? ¿Y hasta dónde podemos llegar con eso que somos?‖. No podemos negar que las diferencias geográfi- cas, étnicas e históricas puedan disgregarnos, pero también debemos aceptar que el haber compartido un mismo horizonte, el haber vivido una misma historia y continuar viviendo una misma tradición, debe habernos unido. Seamos criollos, mestizos, mulatos, sambos (indio con negro), negros cambujos o indígenas puros; compartimos algunos factores que determinan el comportamiento: genes similares y la misma circunstancia, decisiones paralelas y análogas oportunidades. Aunque pertenezcamos a diferente tribu, clan o ralea, somos parte de un mis- mo tronco, raíz y rama, y compartimos cuna, casa, solar y tumba; y si no todos hemos comido lo mismo, todos hemos tenido alimento suficiente, en un espacio en que lo más valioso es pa- trimonio de todos: la tierra, el clima y el gusto por el vivir.

Un nuevo milenio y un nuevo siglo para Jalisco, una tierra que puede ser llamada mi- lenaria y que sigue viviendo en un pasado cargado de sabor, hilvanado de tradiciones conser- vadas a flor de piel. Esta oportunidad es a la vez un milagro y una promesa. Ayer manos de alfareros, hoy manos que cultivan y producen, mañana manos entrenadas para la calidad. Ayer hacendados terratenientes, hoy astutos comerciantes, mañana emprendedores en un mundo globalizado. Los ayeres y los posibles mañanas coexisten en el hoy de Jalisco, y las confluen- cias diacrónicas de los tres tiempos —pasado/presente/futuro— otorgan a esta tierra un dina- mismo promisorio.

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Una pregunta es pertinente ahora: ¿Cómo ve la otredad a los Jaliscienses de hoy? El jalisciense es un mexicano con características distintivas. Contestar a esa pregunta no es fácil, acaso la respuesta en labios de un tapatío pudiera ser:

Somos... querendones de nuestro terruño, gozadores de la vida, espíritus independientes que gustamos en demasía del soñar; hombres y mujeres tan cambiantes como la luna y que podemos envenenarnos fácilmente por la envidia y la traición.

Según reza el dicho popular: ―Jalisco nunca pierde... y cuando pierde, arrebata‖. Si nunca pierde, para qué arrebata, se preguntan los que no habitan tierras jaliscienses y menos com- prenden el porqué de que cuando arrebata, nada sabe hacer con su triunfo.

La mujer jalisciense es diferente de las otras mujeres mexicanas. Pocos nombres feme- ninos que han pasado a la historia regional —una y otra vez se menciona a Beatriz Hernández, cofundadora de Guadalajara en el siglo XVI—, y ninguna mujer jalisciense parece haber im- pactado a la historia nacional —¿la esposa del insurgente Pedro Moreno?—. No ha habido grandes heroínas, ni siquiera una santa. Los panteones dan cobijo a restos de mujeres que vi- vieron y murieron sin que hayan dejado otro rastro que su descendencia y su polvo mortuorio. Sin embargo, las mujeres de Jalisco son más valientes que sus consortes y menos deslengua- das; conservan su dignidad por encima de todo, sin caer en la altivez; su sentido de maternidad es profundo y sus pasiones son dirigidas por la cabeza: cuando sienten, piensan, y cuando piensan, sienten. Son bravas porque el machismo de sus hombres ha mudado la fragilidad en reciedumbre.

Una mirada incauta pensaría que la liberación femenina ha tardado en llegar a Jalisco, porque no hay un movimiento organizado, pero la verdad es que comparativamente con otras mexicanas, estas mujeres han logrado si no la total liberación, sí la emancipación. Ser mujer y sentirse encumbrada no es singularidad. Muchas mujeres son poseedoras de iniciativa, que las ha hecho comerciantes y empresarias. La mujer empresaria hoy no es la excepción, sino la regla. Como ejemplo histórico habría que recordar que los conquistadores al llegar a Tonalá, ciudad hoy perteneciente a la zona metropolitana de Guadalajara, descubrieron que era gober- nada por la reina Cihualpilli. Durante el periodo imperial, varias haciendas fueron heredadas por vía femenina y no por el mayorazgo que obligaba a que el hijo mayor recibiera todo. Va- rias haciendas tequileras fueron escenario de anécdotas en que intervienen mujeres fuertes. La vida de las grandes damas en nada ha sido diferente de las vidas de las mozas de pueblo, por- que todas las mujeres han sabido lo que quieren y la mayoría lo alcanza gracias a su entereza. Estas características no fueron forjadas en años recientes sino que pertenecen a muchas gene- raciones. Ya la abuela de las abuelas era así. Hay historias y leyendas sobre mujeres que supie- ron tener hijos mientras manejaban sus haciendas. Una elaboración narrativa de anécdotas ha sido convertida en novela por el autor de este libro, bajo el título de Mujeres del volcán de Tequila. Actualmente habitan Jalisco más mujeres que hombres, y su benéfica influencia podr- ía convertirse en una de las mayores fuerzas impulsoras del desarrollo estatal.

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La guerra de los sexos está simbólicamente representada en el folclore jalisciense. El traje de charro presenta al hombre con una indumentaria adornada con botonaduras de plata y elegante sombrero de ala ancha, mientras que la indumentaria femenina tradicional presenta a las mujeres vestidas de larga falda bordada con listones multicolores a manera de un doble abanico que al girar pinta una circunferencia completa de coloreadas serpentinas. El baile fol- clórico regional es el jarabe tapatío, la danza mexicana más conocida, cuya coreografía está inspirada en el cortejo del macho a la hembra, seguido de la aceptación mutua del amor. Para cerrar la danza bailan el triunfo de la mujer en la dominación del varón cuando la bailadora coloca su pie sobre la rodilla hincada del bailador, y ella se pone el sombrero del charro, quitándole así el símbolo del poder machista al varón. Luego la pareja termina bailando, hom- bro con hombro, en una danza de la igualdad.

Corren decires que tipifican a los hombres jalisciense como los más temerarios entre los mexicanos; en lo privado algunos son más que maridos, galanes; y más que padres, padras- tros. Pudieran ser definidos como los más masculinos entre los mexicanos, por eso han queda- do como prototipo del macho mexicano, al menos en el cinematografía. La expresión ―murie- ron pies con pies‖ era usada para describir a dos hombres que se retaron con las pistolas al pecho y que del doble impacto los cuerpos se separaron, mientras que los pies quedaron tocan- tes. Hoy habrá violencia urbana pero ha desaparecido la inútil vendetta para medir la hombría. El machismo es sembrado por la ausencia del padre y la sobrepresencia de la madre. Hoy ha disminuido la presencia de la madre en el hogar debido a su esfuerzo por contribuir al soste- nimiento económico, lo que permitirá que su influencia en los hijos esté equilibrada con una mayor presencia de la figura paterna que las generaciones actuales van teniendo.

La molicie de los ricos ha forjado hombres poco laboriosos porque por generaciones recibieron la misma compensación sin importar el esfuerzo que hicieran. En el extremo contra- rio de la escala social, surge la flojedad porque ningún esfuerzo recibe una compensación justa entre los pobres. ¿Para que excederse? Por el contrario, la clase media es laboriosa porque su esfuerzo y la consecuente compensación guardan un equilibrio que los impulsa a continuar con su proyecto de vida. En la segunda parte del siglo XX, el esfuerzo social más notorio entre los jaliscienses fue el llevado a cabo por el último peldaño de la clase baja, quienes pasaron a integrar la magnánima clase media. Abuelos que no sabía leer, hijos que tienen comercios y nietos que poseen educación universitaria. Para trabajar menos algunos emigran a las ciuda- des, mientras algunos citadinos emigran al extranjero; en el norte todos terminan por aprender la regla de oro del trajín diario: El trabajo es lo único que dignifica al hombre.

El hombre sueña con emigrar mientras que la mujer permanece en Jalisco. Por eso las muchachas tienen los ojos puestos en la tierra que pisan, mientras que los muchachos tienen mente de ―papel volando‖. La mayor emigración registrada en la historia de la humanidad es la de los hispanos cruzando el continente americano, con o sin pasaporte, hacia el país que posee la primera economía del mundo. Actualmente más de dos millones de jaliscienses viven en los Estados Unidos; es decir, uno de cada cuatro jaliscienses ha emigrado. El comporta- miento de los emigrados es ejemplar, si comparamos su conducta con la que tenían esos mis- mos hombres en su pueblo natal. En México el ambiente los lleva al holgazaneo y al vicio, sin presentarles más horizonte que el de la frontera, mientras que allá todos los caminos conducen al trabajo. Aquí comían mal sin trabajar; allá comen mejor y ahorran dinero, pero únicamente si trabajan arduamente. Es un drama nacional que para progresar muchos mexicanos deben

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abandonar las tierras que los vieron nacer, y es una tragedia nacional que el dinero que envían a sus familias que se quedaron ―acá deste lado‖, sea la mayor contribución económica de México después del ingreso del petróleo. Si contabilizamos los números fríamente, los pobres colaboran más que los ricos en sostener este país. La lástima es que los pobres sigan siendo muchos y que los ricos sean cada vez en menor número.

¿Cómo deberá ser el jalisciense del futuro? Guadalajara se ha convertido en metrópoli que puentea los estados de costas pacíficas de Michoacán a Baja California norte. Por su buen clima y su mayor calidad de vida, muchas familias de otros Estados han decidido adoptarla como residencia. Debido al crecimiento de las ciudades medias, ahora Jalisco ha engarzado un collar de perlas urbanas. Hoy el tapatío ya no es el amo absoluto de su tierra, ha necesitado compartirla por el bien de todos, aunque a veces resienta haber tenido que repartir su paraíso con advenedizos.

El jalisciense de la primera parte del siglo XX vivía en una sociedad de clases prove- niente de la estratificación por castas del periodo novohispánico. Podría dudar de su identidad individual, pero nunca le cabía duda sobre la clase a la que pertenecía. ―Que Dios me perdone, pero no somos iguales‖, decían las matronas de la clase alta, aún cuando hubieran perdido su riqueza con la revolución o el reparto de tierras. Y los dichos populares afirmaban la estratifi- cación social: ―Somos del mismo barro, pero no es lo mismo bacín que jarro‖. Con el creci- miento de Guadalajara y de las ciudades medias, las fronteras entre las clases sociales se fue- ron esfumando. Hoy la clase alta no es tan visible como en otros entidades de México y tam- poco nadie sabe con certeza dónde termina la clase alta e inicia la media, o termina la media para principiar la baja. La clase media se perfila como uno de los mayores logros de Jalisco, porque es amplia, laboriosa, tradicional y recia. La clase alta se ha ido volatilizando y la clase menos privilegiada tiende a emigrar hacia el norte o a subir su nivel económico. Algún día Jalisco, con ricos o con menos ricos, será el estado de la clase media por anto- nomasia.

La búsqueda jalisciense de mejores formas de democracia es pionera en el país y ates- tigua que otro espíritu jalisciense se está conformando, menos siglo XVII y más siglo XXI. Pronto se podrá decir: «Jalisco nunca pierde... y cuando pierde, aprende y comparte». Tendrá que cambiar de pautas de pensamiento. Einstein escribió que si no cambiamos nuestros patro- nes de pensamiento, no vamos a poder resolver los problemas que hemos creado con los ac- tuales.

¿Cómo adaptarse al cambio? Según la terminología propuesta por Russel Ackoff, es- pecialista en desarrollo sistémico de Wharton School de la Universidad de Pensilvania, cuatro son las formas de planeación del cambio:

Inactividad, Reactividad, Proactividad Interactividad.

Si el cambio fuera una ola, con la inactividad el nadador puede sentirse feliz si logra flotar pasivamente. Es reactivo si nada y suma su esfuerzo a la potencia de la ola. En el umbral del

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siglo XXI, Jalisco ha sabido pasar de la inactividad a la reactividad; ahora sólo le falta redise- ñar su futuro adelantándose al cambio y siendo proactivo. Si aventaja a la ola, logrará orientar a su favor toda la potencialidad del cambio, lo que es calificado de proactividad. Sin embargo, la mejor planeación del cambio es la interactividad globalizada que fabrica las olas. En los actuales procesos de la mundialización son efectivas únicamente la proactividad, que se ade- lanta al cambio, y la interactividad, que permite el desarrollo sistémico que logra que todos los factores que intervienen se beneficien y los vínculos establecidos sean duraderos y de gran eficacia. Jalisco necesita diseñar su futuro proactiva e interactivamente. Otra idea de Ackoff es que crecimiento no es sinónimo de desarrollo: por el crecimiento nos hacemos más grandes, por el desarrollo aumentamos nuestro potencial para el futuro. Jalisco ha sabido crecer pero es ahora el tiempo de desarrollarse.

Según las teorías del aprendizaje del harvariano David A. Kolb, aprendemos mientras hacemos las siguientes funciones: hacer, sentir, observar y pensar. Si privilegiamos un tipo de experiencia sobre otro, nuestros comportamientos pudieran estar limitados. Kolb ha diseñado una prueba para medir el grado de afinidad con cada uno de estos estilos de aprendizaje. El empresario y el ejecutivo jalisciense poseen la preferencia por el actuar y el sentir, pero mues- tra menor predilección por el observar y el pensar, según lo determinó un estudio llevado a cabo por el autor del presente libro en varios cursos del ITESM, campus Guadalajara, con un número de pruebas que asegura el valor estadístico de la opinión. En su calidad de acomoda- dor, según es calificado por el alto predominio de la acción y del sentimiento, es un inquieto iniciador que no sabe consolidar lo que ha fundado. Una persona que vive experiencias con- cretas y resuelve los problemas basado en la intuición. Su máxima fortaleza está en hacer co- sas. Alcanza sus mejores resultados cuando le exigen reacciones inmediatas. Nunca está del todo equivocado, pero también nunca posee toda la verdad. Este perfil es recomendable para administradores, comerciantes y personas que se sienten cómodas entre personas.

La planeación estratégica requiere de la observación reflexiva y del pensamiento abs- tracto, dos armas que el jalisciense tiene, pero que rara vez esgrime. Para consolidar el nuevo horizonte histórico de la mundialización, el jalisciense tiene que observar y pensar, como si fuera un científico y un filósofo, y no olvidar que también tiene que actuar como comerciante que es y sentir como todo gozador del diario vivir.

El occidente de México llega al umbral del siglo XXI fortificado por raíces profunda- mente ancladas en su historia, pero también en falsedades. Mentira histórica es que en las tie- rras del Jalisco de hoy no hubo un gran desarrollo antes de que los españoles colonizaran estas tierras. Lo atestigua la tradición de Teuchitlán y los más de doscientos centros arqueológicos localizados. Mentira histórica es el criollismo de los jaliscienses, quienes son una mezcla de sangres indígena, negra e ibérica, que a su vez posee trazas: protoibéricos, visigodos, romanos y árabes. No hay etnia que pueda superar su mestizaje con m de México.

El devenir histórico de los antiguos pobladores del Occidente quedó interrumpido al final del periodo clásico, cuando Europa vivía la alta Edad Media. Sin embargo, quedan datos suficientes para dilucidar lo que fue distintivo de estas tierras: estos ecos del pasado milenario tienen pasmosamente continuación en el Jalisco de hoy. Fueron comerciantes y somos comer- ciantes por antonomasia. Sabemos que a los habitantes de Guadalajara se les llamó tapatíos

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por una medida de trueque utilizada por los indígenas. Aquellos primeros pobladores fueron escultores del barro y hoy somos un estado con manos creativas que trabajan el barro.

La ubicación geográfica de Jalisco es inmejorable, está localizado en lo que podríamos calificar del ombligo del globo mundializado, en medio del oriente y del occidente, y en la mejor de las zonas entre el norte y el sur. La brújula que guía el devenir económico ya no apunta hacia Europa; su aguja ahora señala hacia el occidente con orientación a los países asiá- ticos. El océano Atlántico ha dejado de ser el eje acuático del mundo, ahora el océano Pacífico es el mare magnum del siglo XXI. Estar ubicados en el occidente de México es estar en un lugar privilegiado, ¿qué no daría Europa central, África del Sur, o el Cono Sur, por tener la ubicación de Jalisco en un mundo globalizado?

Jalisco tiene que aprender que es parte de Hispanoamérica. En América hay veinte países en busca de identidad. Todos hablan castellano. Todos formaron parte por tres siglos del Imperio Español. Comparten hoy la idiosincrasia hispanoamericana. Poseen retos simi- lares y oportunidades análogas. Bolívar no distinguiría hoy entre unos y otros, porque todos serían sus partidarios. Jalisco es parte de Hispanoamérica y es una peculiaridad que no po- demos olvidar. Habría que llevar a cabo la peregrinación contraria al camino que muchos hacen hacia el norte en busca de dólares norteamericanos; salir del lugar más nórdico de nuestra América, de la primera casa que hay en las playas de Tijuana, donde habita la seño- ra Esperanza, y caminar hasta la última casa de Ushuaia, en la Patagonia argentina. Es la mayor distancia del mundo en que podemos recorrer hablando un mismo idioma y convi- viendo con una misma tradición. Somos muchos, más de cuatrocientos millones, y aún po- demos ser grandes. Ya es tiempo de que la raza cósmica, como calificó José Vasconcelos a los hispanoamericanos, sea copartícipe de la cima de la humanidad y de su historia. La mundialización es para nosotros una gran oportunidad.

La globalización descubrirá a Jalisco la verdadera riqueza que posee en los confines de su propia provincia, porque el estado vale tanto como la suma de sus partes, y valdrá más en cuanto deje de pensar tanto en Guadalajara y descubra los logros y las posibilidades de las ciudades medias. La nómina de ciudades que están en proceso de consolidación ur- bana son: Ameca, Autlán, Ciudad Guzmán, Colotlán, La Barca, Lagos de Moreno, Ocotlán, Puerto Vallarta (la segunda ciudad del estado), Tamazula y Tepatitlán. El proceso de des- centralización que forma parte de la globalización está dando el mayor de los frutos: el cre- cimiento de las ciudades medias en recientes años ha sido mayor que aquél alcanzado por Guadalajara. Políticamente Jalisco ha sido dividido en doce regiones que integran a sus 125 municipios. En un mundo globalizado, los jaliscienses tienen que pensar que ―o somos to- dos, o no seremos nadie‖.

Cada una de las regiones posee condimentos propios dentro de la sabrosura jalis- ciense. Los alteños son austeros, laboriosos, dicharacheros y ordenados; Un dicho alteño dice que ―no importas que ganes poco, siempre que no lo gastes‖. Mientras que los sureños son alentados, fiesteros, alborotados y gastadores. ―Escoge esposa en los altos y amante más hacia el sur‖, decían los viejos jaliscienses. El sur es la región más placentera y ha sido el semillero de los artistas. La región de la costa se ha ganado el calificativo de alegre en la publicidad, y constituye un Jalisco tropical. Puerto Vallarta es la playa más apreciada por los turistas extranjeros. La propaganda turística del estado enfoca en demasía su atención en

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el turismo del bikini y el tequila, sin invertir en el turismo cultural que pudiera apreciar los verdaderos valores de Jalisco:

1. La región tequilera y arqueológica del volcán de Tequila: Teuchitlán, Ama- titlán, Tequila, Arandas, San Juanito de Escobedo y otros municipios aleda- ños al volcán de Tequila., constituye un microcosmos complejo con historia, tradición y riqueza lugareña que ha merecido el ser nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

2. La región de los Altos, con ciudades del siglo XVIII como Lagos de Moreno y centros religiosos como San Juan de los Lagos;

3. Las más de cien haciendas y casonas que Jalisco posee y que pudieran ser convertidas en centros vacacionales, siguiendo el ejemplo de la Exhacienda del Carmen, en el municipio de Ahualulco, la Casa de los dos patios en Sa- yula y la hacienda de San Isidro Mazatepec. Es un patrimonio de Jalisco que debe ser salvado de la incuria y el abandono;

4. El lago de Chapala que fue centro vacacional hace más de un siglo y que hoy ha perdido su atractivo. Salvar el lago no es únicamente demanda ecológica, sino también cultural. La región que va de la ciudad de Chapala hacia Joco- tepec posee llamativo desarrollo turístico, pero otras ciudades cercanas al la- go pudieran fortalecer sus atractivos, como Ocotlán y Jamay. En Atequiza hay una de las plazas más interesantes de Jalisco, un teatro de ópera y un pa- lacete estilo francés conocido como La Florida que perteneció a la familia Cuesta Gallardo.

5. La ruta de Rulfo que siga los espacios literarios de Pedro Páramo y El llano en llamas: San Gabriel, Sayula (con el taller de cuchillería de don José Oje- da) y los llanos cercanos a las faldas del volcán de Colima.

Jalisco no ha sabido poner en valor sus ciudades medias y sus rincones pueblerinos. A pesar de no contar con apoyo publicitario, el turismo europeo ha ido descubriendo esos tesoros y los ha convertido en rutas informales de turismo cultural.

Es mandato que Guadalajara reconozca lo mucho debe a las tierras del interior, que por cierto, van dejando de ser flacas. La propaganda turística de Jalisco que viaja por el mundo tiene como lema: ―Jalisco es México‖, metonimia que hace que una parte se con- vierta en el todo; pues habría que agregar que las tierras del interior son más significantes para Jalisco que este estado lo es para el país. Si Jalisco es México, más lo son sus pobla- ciones medias y pequeñas, porque Jalisco es, antes de cualquier otro espacio, sus tierras del interior. ¿Quien no reconoce en el país la toponimia de Chapala, Tlaquepaque, Tecalitlán, Cocula o Tequila? Todas estas ciudades son nombradas en letras de canciones que todo mexicano entona.

En párrafos anteriores se presentó la idea de que la zona occidental de México fue tri- ple frontera. Cuando fue parte del Imperio español, la Nueva Galicia fue frontera hacia el nor-

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te, hacia los espacios aún no conquistados, por toda la costa del pacífico hasta llegar a Alaska y adentrados en el contienen americano hasta Texas. Fue frontera hacia oriente, ya que de sus playas salieron en 1565 los barcos que conquistaron las islas llamadas Filipinas. Y frontera hacia el centro, ya que en las tierras neogallegas se desarrollaron con una mayor indepen- dencia que la que tuvieron las tierras circundantes de la ciudad de los palacios. Por razones de otra índole, las tres fronteras han vuelto a ser vigentes en el Jalisco mundializado.

Jalisco es hoy frontera hacia el norte por la gran influencia que este estado tiene entre los hispanos habitantes de tierras norteamericanas y por los más de dos millones de jaliscien- ses que viven en el otro lado. Las estadísticas informan que diez por ciento de la población norteamericana es de origen hispano y el español es la segunda lengua del país con la econom- ía más rica del mundo. En un mundo globalizado, la emigración es uno de los fenómenos más trascendentes, pero tanto el país poderoso influye en el inmigrado, como éste influye en el país huésped. Hay méxico-norteamericanos que son triunfadores, como Carlos Santana, y su triun- fo nos obliga a preguntarnos, ¿porqué en nuestro país no hubieran podido alcanzar los mismos logros? Es una tragedia nacional que las oportunidades para muchos son mayores si llegan a emigrar.

Frontera hacia el oriente en un mundo globalizado en donde Jalisco será puente entre los países productores del Pacífico y el México de los múltiples tratados de libre comercio. Si recorremos mentalmente la costa del Pacífico, descubrimos cuatro núcleos urbanos de primera importancia: Vancouver-Seattle, San Francisco-Los Ángeles, Guadalajara, capital del occiden- te de México y el núcleo alrededor de Santiago de Chile. Mejor ubicación geográfica no podr- íamos tener en un mundo globalizado.

Y somos también frontera con el centro nacional por el espíritu federalista de la histo- ria de Jalisco y por la firmeza de los mexicanos del occidente en contra del centralismo nacio- nal. En el México del siglo XXI se presentan dos fuerzas centrífugas. La primera nace de un nuevo federalismo que permite una autonomía mayor que la ejercida en los siglos xix y xx, con el cambio de la brújula política del centro del país al centro del estado y, a su vez, del es- tado al municipio.

La segunda fuerza centrífuga es el nuevo equilibrio de los tres poderes —ejecutivo, legislativo y judicial—, tanto federal como estatal. Estas dos fuerzas centrífugas hacen de los estados que han logrado un mayor desarrollo, núcleos urbanos globalizables. A parte de la capital federal, los tres centros urbanos globalizables del país son Guadalajara, Monterrey y Tijuana, tres ciudades que pueden comunicarse entre sí sin tener que pasar por la ciudad de México. Jalisco ha sido y será tres veces frontera por su ubicación geográfica y por lo liberta- rio de su espíritu. La oportunidad está frente de nosotros, aprovecharla es obligación. Única- mente al inicio de la Nueva Galicia imperial, las tierras de occidente tuvieron tantas oportuni- dades. El mundo ha vuelto a ser un globo y la oportunidad vuelve a presentarse para los que lean las señales de la historia y de la cultura.

En estos tiempos que surgen después del agotamiento de la modernidad, Jalisco puede tener un lugar preponderante. Su singularidad será la llave que abrirá los senderos hacia el mundo por globalizado que éste llegue a ser, porque en el futuro será más valedero lo regional que está fincado en su historia y puede ofrecer al mundo algo que nadie más puede. Su conve-

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niencia geográfica, su puenteo comercial y la especialización en sus productos regionales, serán la clave de su éxito. Jalisco deberá fincar su desarrollo futuro en su actual riqueza pro- ductiva —agropecuaria, electrónica, indumentaria y bebida—. No es ciencia ficción pensar en los puertos de alto calado que habrá en sus costas y en Manzanillo y que comunicarán estas tierras convertidas en centros de distribución con el globo terráqueo. No es falso futurismo imaginar empresas mundializadas que se acogerán a la generosidad de esta tierra y maquilado- ras que necesitarán antiguas manos de alfareros. Los centros universitarios serán los más pres- tigiosos de México y el número de profesionales crecerá hasta constituir el número más gran- de del país. Los medios de transporte crecerán, un puente aéreo nacional al Distrito Federal y varios puentes aéreos comunicando con ciudades norteamericanas. Vías terrestres unirán el sur de los Estados Unidos con Jalisco y continuarán hasta Centro América. Un tren bala unirá a Guadalajara con la región de Los Altos y el Bajío. Los productos tradicionalmente regionales ahora serán vendidos a los cuatro confines de la tierra. El tequila y el mariachi nunca deberán de ser siempre jaliscienses, Vender al inversionista extranjero las productoras tequileras — Sauza, Herradura, Cazadores— es un atentado al patrimonio de los jaliscienses; se diría con palabras bíblicas que es como vender el patrimonio por un plato de lentejas. ¿Por qué las re- giones vinícolas francesas no han sido vendidas, ni tampoco las regiones de Escocia, produc- toras de whisky? Jalisco ha estado vendiendo sus industrias tequileras dando visos de ceguera de las extraordinarias posibilidades que le brinda la globalización.

El futuro ha llegado a Jalisco y sus tierras serán tan venturosas como prósperas. Sin embargo, habrá que alcanzar el nivel de excelencia en todos los proyectos en que se embarque. Habrá también que vivificar, día con día, sus tradiciones milenarias y fortalecer sus puentes geográficos con otras culturas que los comunican hacia los cuatro puntos cardinales y hacia la cuarta dimensión, el tiempo. Y lograr ser libres, iguales y sobretodo fraternales, con espíritu humanista, Al seguir el sendero de la democracia, el Jalisco globalizado alcanzará la felicidad social. El futuro que se brindará a esta buena tierra de Jalisco será hartamente generoso, pero sólo si cumple con una triple condición:

Que el jalisciense sepa heredar todo lo bueno que fue, que sepa persistir en aquello en que es el mejor y que sepa optimizar todo lo pueda llegar a ser.

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Nota del autor

El autor quiere reconocer numerosas conversaciones disfrutadas con intelectuales y cono- cedores de la historia de México y, particularmente, del occidente de México: Luis Fernan- do Brehm, Yolis y Héctor Baruqui, Omar Castro de la Mora, Israel Cavazos, Juan Enríquez Reyes, Carlos Fregoso Gennis, Lupita y Jesús Guerrero Santos, Pilar Gutiérrez Lorenzo, Carlos Eduardo Gutiérrez Arce, Sergio López Rivera, Manuel Peña Doria, Olga Martha Peña Doria, Héctor Antonio Rodríguez, Guadalupe Sánchez Robles, mis hijos Guillermo, Martha y Erika Schmidhuber Peña, Acelia y Phil C. Weigand, Beatriz y José Dolores Ver- gara Ochoa, el Grupo de La Candelaria en pleno, y tantos otros conversadores. Así como a varios interlocutores que han muerto y que me hacen falta: Juan José Arreola, Carmen Aru- fe Calderón, José Trinidad González Gutiérrez, Fernando González Quintanilla, Constancio Hernández Allende y Manuel Peña Gutiérrez.

Agradezco su contribución a mis alumnos de la Escuela de Letras de la Universidad de Guadalajara y del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), Campus Guadalajara, por las horas compartidas en el análisis de algunos de los temas e investigaciones presentadas en este libro. Igualmente agradezco los apoyos para publicar este libro al Centro Universitario de la Ciénega, a la Universidad de Guadalajara, y a su Rector Dr. Raúl Medina Centeno; al Ayuntamiento de Teuchitlán y su presidente mu- nicipal Enrique Meza Rosales; y a la Editorial Plaza y Valdés, de la ciudad de México.

En forma especial va mi gratitud para Olga Martha Peña Doria, mi esposa, y para mis tres hijos, Martha, Erika y Guillermo, por horas compartidas en la vivificadora convi- vencia familiar. Reconozco que algunos de estos temas han sido parte de nuestras conver- saciones de familia.

Al ser este ensayo la expresión de la opinión de su autor, no es necesaria la inclu- sión de citas bibliográficas. Sin embargo, quiere apuntar que los siguientes libros fueron fundamentales para apreciación de Jalisco:

Alba Vega, Carlos, y Dirk Krujt, ―La burguesía industrial de Guadalajara‖, en Las empre- sas y los empresarios en el México contemporáneo, Grijalbo, 1991, Ricardo Pozas y Matil- de Luna, coordinadores.

—. Empresarios y región: la dinámica de la industrialización de Guadalajara, Zapopan, Jalisco, El Colegio de Jalisco, 1985.

Cámara de Comercio de Guadalajara. ¡Al son que nos toquen...!, ciudad de México, Edito- rial Siglo XXI, 1998.

Enciclopedia de México, México, Enciclopedia de México, 1996. Director: José Rogelio Álvarez.

González y González, Luis, La querencia, Guadalajara, Editorial Hexágono, 1982.

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Gutiérrez Arce, Carlos Eduardo, La ciudad de Guadalajara, México, Multiguía Cultural, 2006.

Olveda, Jaime, La oligarquía de Guadalajara, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991.

Weigand, Phil C., y Carmen Castañeda, Carlos Romero Giordano, Gonzalo Valdés Me- dellín, Jaime Sánchez Susarrey, Marco Antonio Cortés Guardado, Et al. Jalisco milenario, México, Editorial México Desconocido, 2000.

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