LA GRAN EMBOSCADA Carlos Quintero Gamboa Universidad Militar Bolivariana de Fondo Editorial Hormiguero Un Sueño, Una Estrategia, Un Libro

EDITOR

G/D Alexis José Rodríguez Cabello Rector Consejo Editorial del Fondo Editorial Hormiguero

G/D Jesús Zanotty Urbina Vicerrector G/D Oscar González Ortiz Secretario G/D Jesús Zanotty Urbina Director del Centro de Estudios Estratégicos G/B Rogelio Osilia Heredia Director del Centro de Estudios Tácticos, Técnicos y Logísticos G/B Alexander Duno Coronel Director del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional G/B Ramón Yépez Avendaño Director de la Escuela Superior de Guerra de la FANB CA Carlos Rodolfo Celis Tarife Director del Centro de Investigación Estratégico Nacional en Ciencias y Artes Militares Tcnel Sara Otero Santiso Coordinadora de Currículo de la UMBV Coordinadora del Fondo Editorial Hormiguero de la UMBV

Portada, diseño y diagramación Saira Arias

Depósito legal: DC2016001593 ISBN: 978-980-7535-22-9 Impresión: Tiraje: 000 ejemplares

Caracas, mayo de 2016 República Bolivariana de Venezuela

Página web: www.hormiguero.com.ve Twitter: @Hormiguero_UMBV Blog: http://hormigueroumbv.wordpress.com/ Fanpage: https://www.facebook.com/hormigueroumbv LA GRAN EMBOSCADA Y LA REVOLUCIÓN LIBERAL RESTAURADORA

Carlos Quintero Gamboa

Presentación PARA LA EDICIÓN DE 1986

Yo soy yo y mi circunstancia”, decía el escritor José Ortega y Gasset, en un afán de precisar un principio filosófico que “sirviese por igual a todos los seres humanos. Pero parece que a veces hay hombres nacidos para determinadas circunstan- cias, o como prefieren plantearse los otros pensadores: son éstas las que hacen a los hombres. Sea cualquiera de ellas la tesis va- ledera, el caso del general Cipriano Castro es digno de análisis. Quizás desde los tiempos de Ezequiel Zamora, dotado de una energía mesiánica, que vivía las veinticuatro horas del día pensando en una revolución, no ofrece nuestra historia cerca- na otro hombre más controvertido, simultáneamente vapulea- do y ensalzado, como el del general Castro. Elogios como no los escuchó en vida del mismísimo Libertador, halagos simi- lares a los que le ofrecieron a Guzmán Blanco; pero al mismo tiempo objeto de vituperios, insultos, calificativos denigrantes. Sin embargo, otro caudillo, contemporáneo suyo, que lo cono- ció, y mejor que conocerlo lo midió en su potencial político, ese “taita de la guerra”, según lo bautizó alguna copla folklórica, el general , dijo que Castro tenía una ambición que no le cabía en el pecho. A esta apreciación le correspon- dería Cipriano Castro con su asombrosa, inesperada, insólita marcha triunfante que lo llevó en menos de seis meses, del le- jano territorio tachirense a la capital de la República, y lo trans- formó de jefe de una mesnada en dueño del poder. Repetir que Cipriano Castro era libidinoso, pedantesco y ri- dículo, resulta más sencillo que ojear algunos libros de la his- toria reciente de la patria. Decir que el líder de la Restauradora no era más que un hombrecito de barbas abisinias y ojos de sátiro, requiere menor esfuerzo que seguirle la pista a su cam- paña guerrillera en las frías regiones andinas o en sus fatigo- sas marchas por el centro del país. Parece que la cursi oratoria de Castro, tantas veces mofada por sus enemigos, no fue obstáculo alguno para que la repi- tiese, ya no en los cafetales de las haciendas tachirenses ante una peonada boquiabierta, sino en la Casa Amarilla frente a los doctores caraqueños y las fogueadas personalidades de la política nacional. Otro caudillo, ídolo de multitudes, pero que es su contrario en la sobriedad del temperamento y también en la inestabili- dad de propósitos, compartirá con Cipriano Castro la atención de la Venezuela finisecular. Es “el Mocho” Hernández, a quien el cabito saca de la cárcel en cuanto se posesiona de Caracas, lo meterá a ella poco después cuando el jefe nacionalista se levanta en armas y lo volverá a liberar con ocasión del bloqueo contra Venezuela. Pareciera como si Castro se hubiese adue- ñado del destino de Hernández. Similar tratamiento le aplicará Castro al general Matos, jefe de la mal llamada Revolución Li- bertadora, llevándolo a la cárcel, luego a la guerra y por último a la derrota. Solo que “el Mocho” es caudillo de la política y Matos lo es de las finanzas. Para Castro, de temperamento avasallante, electrizado, im- pulsivo, no hay obstáculo en su carrera política. Se siente po- seído, así lo llegó a confesar en las postrimerías de su vida, de un aliento interior, de una fuerza suprema que lo lleva inexora- blemente hacia un “destino glorioso”. Los incidentes, llámese el general Hernández, o el general Matos, o el Bloqueo, o la Libertadora, no detendrán al cabito en su avance meteórico. No hay, pues, que anclarse en las palabras: Castro es “un mono trágico”, Castro es un ególatra, un cursi, un payaso. Todo eso podría ser cierto, pero ante la evidencia de los hechos es solo una pirotecnia verbal que oculta las verdaderas acciones del caudillo. “Dadme un hecho y me postraré ante él”, dijo alguna vez Carlyle en una frase que es toda una invitación al estudio de la conducta humana. Y los hechos de Cipriano Castro desdi- cen la leyenda negra que le inventaron sus depredadores. Pareciera elemental recomendar al venezolano de hoy, que oriente sus lecturas acerca de nuestro acontecer histórico, no por apreciaciones subjetivas sin otra base que las motivacio- nes del afecto o de la aversión, sino fundamentándose en estu- dios serios, con la dimensión científica que reclama la nueva historiografía. Tal es este libro que su autor, el coronel y licen- ciado en Historia, Carlos Quintero Gamboa, intitula La Gran Emboscada, y que estudia desde un punto de vista histórico militar la campaña de Cipriano Castro, conocida en el argot popular como “invasión de los sesenta”. La obra, ya laureada antes de su publicación con el premio “Gran Mariscal Antonio José de Sucre” que ha creado la Presi- dencia de la República para estimular el trabajo creativo en los miembros de las Fuerzas Armadas, está precedida de un pró- logo, conceptuoso y valiente, del teniente Raúl Oviedo Rojas. Vale la pena dejarnos conducir en las palabras del prologuista a las del autor en su análisis del capítulo conque Venezuela cierra el siglo XIX, y que es al mismo tiempo, por su cargado dramatismo y por sus consecuencias inmediatas, uno de los episodios más fascinantes de los muchos que pueblan la vida contemporánea de Venezuela.

José Rivas Rivas

Presentación

ntre los apasionados por la historia del país figura el cara- queño Carlos Enrique Quintero Gamboa, egresado de la EEscuela Militar en 1960 (Promoción General de División Pedro León Torres), graduado de la Escuela Superior del Ejército, con estudios en la Escuela de Artillería de Venezuela, Licenciado en Educación mención Ciencias Sociales (UCAB) y Especialista en Defensa Nacional (Universidad de La Sorbona-París). Reco- nocido profesor de la Academia Militar, la Escuela de Armas y la Escuela Superior del Ejército. Militar con treinta años de servicio a la Fuerza Armada y veinte años como cronista. Paralelamente a su sólida formación y aportes a la milicia, se distinguió por sus dotes de investigador-historiador con la primera publicación: La Gran Emboscada, merecedora de dos premios: Gran Mariscal Antonio José de Sucre (1979) y Enrique Bernardo Nuñez (1980). El Coronel Carlos Enrique Quintero Gamboa representa para los venezolanos una referencia en materia educativa, histórica y militar. Forma parte del acervo de hombres intelectuales que sirvieron a la Revolución. La Gran Emboscada, publicada en el año 1986, por la Editorial Circulo de las Armas, ha sido considerada en Venezuela y Colombia como texto de lectura obligatoria, basta revisar el catálogo en línea de la Biblioteca Nacional y el Instituto Colombiano de Antropología e Historia para darnos cuenta de ello. Nuestro Caballero de la Revolución, Cronista de la Fuerza Ar- mada, apasionado historiador, educador, fundador de la Cátedra Filosofía de la Guerra, director del Departamento de Historia del Ejército, director del Museo Histórico Militar, dejó un legado y compartió como buen maestro sus enseñanzas a jóvenes ge- neraciones. Algunos tuvieron la fortuna de conocerlo y ser sus discípulos, otros se acercaron por el ejemplo y la mística de su trabajo que no cesaba de rendir frutos. Su amor por la fami- lia, el trabajo y el país traspasaron las pantallas durante una entrevista que le realizaran para el año 2007, en el programa Fuente Viva en el canal Vive Tv. Ciertamente un material digno de compartir y divulgar. La Universidad Militar Bolivariana de Venezuela, a través del Fondo Editorial Hormiguero agradece a familiares y amigos del Coronel Carlos Enrique Quintero Gamboa, esta edición Post- Mortem de La Gran Emboscada. Obra maestra de incompara- ble valía que nos recuerda la importancia de mirar al pasado desde las fuentes de interpretación que nos da la Historia y las Ciencias Militares. Solo un hombre de su talla lo ha hecho posible. Nos ha obsequiado este escenario para el aprendizaje, la escritura y la investigación. La Gran Emboscada propone la revisión de conceptos fun- damentales de la Historia Militar a partir del estudio de la cam- paña militar de la Revolución Restauradora, que encabezó Ci- priano Castro el 23 de mayo de 1899 desde Colombia y en un acelerado periplo lo lleva el 14 de septiembre de ese mismo año a la Casa Amarilla en Caracas, como Jefe del Gobierno Venezolano. A propósito de esto, el autor estudia la historia y las categorías relevantes dentro de ese contexto económico, social, político y militar. La concepción de guerra de guerrillas para aquella revolu- ción, destaca su recurso táctico más relevante: La emboscada. Con particularidades propias que mantiene a Castro en una po- sición de comando que jamás abandona la visión de conjunto y de totalidad en las operaciones. Una lógica que no opera en la casualidad o improvisación sino desde la planificación táctica. Quintero Gamboa así la describe: “Siempre mantiene una visión de totalidad en el combate (…) para decidir el momento y sitio oportuno y no dejar al azar los resultados de la acción”. Como se advierte, ello habla del genio militar indiscutible de Castro y de sus estrategias que le garantizaron el triunfo con ventajas importantes respecto a la precaria resistencia de sus oponentes, expresado por el gobierno con explícitos intereses de algunos poderes, entre los cuales destacan banqueros y caudillos. El panorama nacional a finales del siglo XIX era desalenta- dor. Entre descomposición social, debilitamiento de las institu- ciones y un mando militar representado por Ignacio Andrade, crean las condiciones para la llegada al poder de Castro. Mar- cadas diferencias cuantitativas, en términos de hombres para el combate, mostraron notorias deficiencias tácticas: desunión del ejército, ausencia de fuertes liderazgos, división de poderes y desacertadas decisiones. Magistralmente el autor nos acerca a revisar las acciones militares de la Batalla de Tocuyito. Una lección, que debe ser estudiada por las implicaciones político- militares en la historia venezolana. La Gran Emboscada contiene sobrados méritos. Uno de ellos el profundo análisis de los aspectos militares que lo con- vierten en una referencia fundamental de nuestra historiogra- fía militar y como tal, debe ser asumida y heredada por esta y próximas generaciones.

G/D Jesús Alberto Zanotty Urbina Vicerrector Universidad Militar Bolivariana de Venezuela

15 PALABRAS PARA COMENZAR

Por el Teniente Raúl Oviedo Rojas Cronista de las Fuerzas Armadas

Epígrafe: a) “… antes pluma de cronista que de historiador…” induce Gil Fortoul. b) “héroe de leyenda, que no el héroe de la historia…” deduce Gil Fortoul.

istoria, cuento, crónica. Hay cuentos que se vuelven historia y hay crónicas que lo pretenden, pero jamás Hla historia es cuento o es crónica. Otra cosa es la le- yenda. Esta la realizan -porque la leyenda es realidad- los pro- pios héroes y el pueblo para los historiadores con “h” minúscu- la, se complazcan en adulterarlas o en contarlas a su manera. Es decir, que en las exposiciones, aparentemente históricas, contemporáneas o no, hay mucho de fantasía y de folklore, y esto, porque solo abundan los cronistas. La generalidad de nuestros historiadores no termina de ex- plicarnos el porqué del 19 de abril de 1810. Se queda allí mis- mo, en el cuento, en la crónica y les basta con decir que Mada- riaga dijo “no”, que Salias gritó “vamos” y Emparan murmuró “hasta luego”. Así es como observo que en nuestro tiempo hay un solo his- toriador militar: Lino Iribarren Celis. ¿Por qué Iribarren Celis? Porque es el único que se ha puesto a estudiar Historia Militar para después escribirla. Los demás, grandes trabajadores de archivo, no lo niego -también él- grandes memorizadores, cier- to -también él-. Es como si yo a través de un trabajo meticuloso, 16 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

incansable y muy meritorio, desde luego, de averiguación -que no de investigación- de fechas, operaciones y documentos abundantes, me pusiera a escribir la Historia del Hospital Var- gas sin saber Medicina; o a base de dinero que me permitiera hacer una gran compilación de nuestras leyes, me dedicara a lograrla sin saber Derecho. Dicho lo que también puede explicar mi presencia intem- pestiva en este libro, LA GRAN EMBOSCADA, llego a él sin nin- guna clase de prejuicios. Conceptos: La emboscada es una trampa. Cuando está bien armada, no hay animal, por muy feroz, poderoso o astuto que sea, que escape a ella, asimismo, cuando está bien tendida, no hay enemigo capaz de evitarla o zafarse de ella, una vez en sus fauces. Tal cual se realiza en Tononó, Páramo del Zumbador, Parapara, Nirgua o Tocuyito; o se presenta en Mucuritas, Las Queseras del Medio o Santa Inés; o, si se quiere, en La Victoria. Otros conceptos: En la campaña contra la Revolución Liber- tadora, después de la batalla de La Victoria, no hay sutilezas de comando, no hay emboscadas. Solo la fuerza del gobierno que va aplastando al detal a pequeños comandantes anarquizados. Gómez, el jefe expedicionario del gobierno, va avanzando, por aquí, por allá, y con su “pesadez” característica atropella y se lleva por delante aquellos pedazos que encuentra. El general Castro, tanto lo comprende así, que ni siquiera se ocupa personalmente, de la persecución, aunque sí se preocu- pa por la liquidación de los focos y lo hace desde el palacio. El hecho punitivo lo deja en manos de un segundón y le basta con entregarle a este los medios y darle las órdenes e instrucciones: lo dirige por telégrafo y el elefantón va así, por Coro, El Guapo, Carúpano y hasta Ciudad Bolívar, poco a poco, como su pacien- cia, aplastante con sus poderosas patas de gobierno, lo que el talento del otro le señala, que no son sino restos preteridos. En la campaña de 1899, como la estudia el autor de este li- bro, en cada aspecto hace notar la precisión del zarpazo, ágil, inevitable y seguro: en la Campaña contra la Libertadora, es la danta que avanza, destruyendo, con su peso y su incapacidad Carlos Quintero Gamboa / 17 para cambiar de dirección. En la primera el talento conduce, en la segunda la mecánica produce. Frente al hecho concreto del comienzo de la Campaña del 99, podría decirse: No invadieron 60; podrían haber sido 1000 y más, o menos. Invadió Cipriano Castro. Desde ese momento histórico, el autor de este libro, toma en sus manos la campaña para analizarla militarmente, haciendo destacar lo que otros no han hecho, su característica guerrillera al mismo tiempo que destaca la conducción y la capacidad del comandante para “adaptarse a las nuevas situaciones, adaptación que ha- brá de terminar por darle la victoria”, y así es como comienza a estudiar los puntos de importancia militar. Capacho: Centro de reunión. Otro: la fuerza sobre el terreno, como la realiza el Comandante; otro: Como cosecha los frutos de su actividad. Otro: Previsión y como se desarrolla la idea preconcebida de la emboscada a todo trance, principalmente con la sistemática búsqueda y explotación de la sorpresa. Asimismo, cómo Castro en función de la “gran emboscada” que tiende, conjuga en todos los momentos, dos factores im- portantes, dos órdenes definitivas: Orden político y orden tácti- co. Porque es necesario recordar que en lo estratégico, no hubo sorpresa. El trampolín es Capacho, ¿la trampa? La trampa es el comandante Cipriano Castro, quien, con el impulso del salto llegará hasta Caracas, por encima de las montañas y del tiem- po, ambos reducidos a la expresión de un hombre, y, a esto se le llama voluntad. Es aquí donde debemos buscar al historia- dor. ¿Qué hace el historiador? El historiador amplía su investi- gación, incluye la ciencia, la tecnología: y es entonces cuando se evidencia lo superfluo de los cronistas, de los contadores de cuentos, en función de hechos y de fechas, y sale a la luz el his- toriador que hace historia razonada, o comparada. Es por esto que, en el momento auténtico, aparece la historia como “crea- dora de la emergencia de nuevos valores”. En otras palabras, creadora de nuevos valores para las emergencias presentes o futuras de la Patria. Antes de seguir a Castro por los pedre- gosos caminos de Los Andes, en su variedad de emboscadas 18 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

militares, saltaremos al final, a la emboscada política, que es esta la que le define la victoria: el poder, situación definitiva. Porque, es curioso observar cómo el general Castro traslada la emboscada desde lo militar a lo político. En valencia comienza la trastienda que le entrega el poder. Allí con hábil maniobra embosca a militares y políticos, quienes obnubilados, bajo la influencia trastornadora del guerrero, ahora desdoblado en po- lítico y de esta acción –ahora conformada en terreno civil- se entregan a discreción. Es el factor desconcertante de la maniobra –la emboscada-, ahora en el campo político. Es interesante también contemplar, cómo las grandes em- boscadas políticas de este país se han producido en Valencia. Así como también las decisiones militares que han influido en el porvenir de la República se han resuelto en Trujillo. Verlo, si no en la Campaña Admirable, como en la del 99, “guerra a muerte; cambio de dirección del eje principal de la ofensiva”. Una, la de Páez, conquista el poder. Otra, la de Castro, reci- be el poder. En ambos casos, estos dos grandes guerrilleros, trascienden a lo civil su maniobra predilecta. Para adueñarse del poder embosca a los políticos, riéndose un poco socarro- namente de los malabarismos de estos, no apareciendo ellos, sino los otros, como culpables o como traidores. Páez y Castro, entonces, necesarios para la paz, se estable- cen, satisfacen ambiciones y consolidan intereses. Quizás sea necesario explicar, que hay diferencias entre la emboscada y la traición. En aquella, la presunta víctima puede defenderse, tiene medios para ello, aunque se encuentre atrapada por cir- cunstancias que el enemigo le ha creado y aunque perezca, lo hace combatiendo; frente a la traición, no hay defensa, ni con- trataque probable. A la una le corresponde la derrota, muchas veces con honor y con conciencia. A la otra la muerte política o humana, pero sin explicación porque anonada. Emboscadas políticas y militares las hubo en La Cosiata, en 1830 y en 1899. Traiciones en Vinoni; en Monagas, en el balazo de San Carlos, en el Tratado de Coche, en diciembre de 1908, Carlos Quintero Gamboa / 19 en octubre de 1945, en noviembre de 1948 y en noviembre de 1950. En San Carlos se traiciona al jefe y a una idea; en Coche, a la doctrina de Zamora, no a la liberal contemplativa; en el 45, traición al jefe y al juramento; en el 48 a la República; en el 50, al camarada; pero, más aún, en el 1908 además de traicionar al jefe y al amigo, se es desleal, infidente con el subalterno, tam- bién hay los jefes que se hacen en función de felonía, es decir, que también hay los jefes que traicionan. Los comandantes de Batallón que en sus cuarteles de Caracas reciben de buena fe a quien es su superior, son traicionados con premeditación y alevosía por aquel a quien respetaban cuando con sigilo los aprisiona, cambiándoles intempestivamente el sistema de se- guridad interna; tal como cae Pedro María Cárdenas, inerme, solo y valiente, atropellado por una gavilla de conspiradores. No fue emboscado, fue traicionado. Es a través de estas disquisiciones como he comprendido la intención del coronel Carlos Quintero Gamboa, importante, especialmente para los profesionales militares. Hasta ahora en mis lecturas no he encontrado una historia militar de Venezue- la, todas políticas, sociológicas, eminentemente admirativas y asimismo, he visto crónicas y esfuerzos muy plausibles. Debido a esta ausencia, aún se consideran diferencias mi- litares entre Bolívar y Napoleón o cualesquiera otros grandes jefes. Y es que, estos, han tenido historiadores, mientras aquel, cronistas. Dijo Carlyle: “Napoleón, atravesó una vez Los Alpes y esto es motivo de admiración; Bolívar lo hacía a cada rato con Los Andes y nos parece natural, simple y sencillo”. Sucede algo parecido con la Campaña del 99. Que si los sesenta, que si González Pacheco, que si el machetazo que recibió Olivares, que si la traición en Tocuyito o la discusión sobre Linares Alcántara. Crónicas, cuentos y cada quien con su cada cual. Claro, que es bien sabido, que la historia la escriben los vencedores; pero esto es cierto en la historia política, no en la militar. Aun ven- cidos, está la dictan los verdaderos comandantes. Aníbal, el 20 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

de Zama, sigue siendo el maestro de Cannas; Napoleón el de Waterloo, el de Austerlitz, Hindemburg, el del Frente Occiden- tal, el de Tannenberg y Rommel, en la guerra total, en el África. Es lo que sucede con Castro. Gómez el vencedor político, esconde –que no opaca- al verdadero conductor. Castro, el jefe Militar, se pierde; si no es que ahora el autor de esta tesis-libro lo pone en su sitio, desde el punto de vista del análisis históri- co-militar. Se dice siempre, como echando el cuento: Invadieron “los sesenta”. Mentiras. Invadió Cipriano Castro, solo. Con 500, con 100, con 60 o con más, habría sido lo mismo. Es el comandante quien avanza, es el Comando, es el jefe. “No es el Ejército Ro- mano, sino César quien conquistó las Galias” (Napoleón). Los medios, la fuerza, los soldados, van adelante, porque allá los había situado la concepción primera. (En la Mulera, Capacho, Rubio, Táriba, Palmira, Lobatera, La Grita, primer ensayo de levantamiento de pueblos, o mejor, de poblaciones, que deja a San Cristóbal aislado, sitiado y con una quinta columna en su interior, también primera aplicación de este procedimiento político-militar). Castro cosecha lo que capaz, paciente y tenazmente ha sem- brado. De un salto de su mula, esguazando un río, conquista y tiene en sus manos una Base de Operaciones, somete un tea- tro a su acción militar inmediata, asegurándose el hinterland la trastienda necesaria para una campaña ofensiva. Es lo que es analizable, para nosotros los militares. Sin prejuicios, esto es lo que es memorable, y lo memorable, más que todo, es lo que caracteriza la historia. Regresemos a la Historia Militar. Esta es análisis del pen- samiento militar y no el volver a contar las acciones con fe- chas, fuerzas en presencia, etc. El pensamiento generó estos hechos, luego, es éste al que hay que analizar y estudiar, para concluir en la doctrina necesaria. Con oportunidad un historia- dor militar, como tal, dice: “el general Castro piensa, el general Castro decide”. Cuando se decide es porque se han conjuga- do debidamente los elementos de la decisión, prerrogativa del Carlos Quintero Gamboa / 21 jefe, acción del pensamiento o pensamiento en acción. Y no simplemente el general Castro combatió en El Zumbador, o en La Grita, no lo hizo, o si lo hizo, allá o acullá, en Barquisi- meto tampoco, también en Nirgua y finalmente en Tocuyito. Así como así, no, no tan simple. Es por eso por lo que el coro- nel Quintero Gamboa, sí analiza a la luz del arte-ciencia de la guerra, la campaña del 99, como, guardando el sentido de las proporciones, lo hiciera el Mariscal Foch, de la campaña na- poleónica en Italia, y de la ciencia de la historia, que también puede ser arte, si así lo quiere el talento, como en Baralt o en Juan Vicente González. Distingue así lo que debe ser entre no- sotros un verdadero comandante, capaz de saltar de la acción guerrillera en grandes proporciones, a los combates que van en busca de la solución definitiva. Ahora, Castro, como capitán, por acción del autor tendrá que ser estudiado en nuestras Academias Militares, como tendrán que serlo Crespo, Zamora, (ya lo ha hecho con éste, felizmente, el coronel Jacinto Pérez Arcay en su trabajo La Guerra Fede- ral. Sus consecuencias) Páez; principalmente Sucre, nuestro primer estratega y comenzando por la cima: Bolívar, el Genio. Esta es una razón entre otras muchas por lo que una vez dije, que la doctrina de guerra venezolana no tiene por qué buscar inspiración peregrina. Las enseñanzas están aquí, solo hay que aplicarles un aprendizaje lógico, cónsono y patriótico. Pero no hemos sabi- do hacerlo y seguimos copiando lo que nada nos enseña y por consecuencia no despierta nuestra capacidad profesional. Un lúcido pensador, ¿Juan Liscano? ¿Escovar Salom?, afir- ma que “la vaguedad y el equívoco son los peores enemigos de las ciencias históricas”. Si esto es cierto ¿Qué habremos de hacer? ¿Habremos de quedarnos con los falsificadores de la historia, mejor que con los historiadores? Aquellos los de la vaguedad y el equívoco, circulan la información pasiva, des- cuidadas del esfuerzo de la investigación activa. Como el conocido periodista que se trasnochó con la his- toria y amaneció insomne, mitómano, escribiendo en un libro 22 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

de defensa, quizás propia, quizás ajena, pero de todas mane- ras manejando la historia a su antojo, que en 1935 a la muer- te de Gómez, el general Velasco Ibarra era el dueño del poder en Maracay y que generosamente lo cedió al general López Contreras. El factor de poder que el periodista contempla –el Comando de Brigada 5- a duras penas disponía de cuatro ba- tallones, cuerpos de 200 hombres cada uno, mal regidos, mal equipados y sin apoyo. Ostentaba el señor general señalado la pomposa condición de comandante de la guarnición, buro- crático escalón al que las otras unidades de combate daban apenas un protocolar parte diario, muchas veces expresado en un escueto “N.N” y que mecánicamente relataba, por ejemplo, altas y bajas de hospital, arrestos, permisos, servicios de día y otros propios del Servicio en Guarnición y pare de contar. Para acción inmediata de comando se mantenían en contacto direc- to con el ministro de guerra, general López Contreras, o con su alter ego el coronel Medina Angarita: el Regimiento de Caballe- ría, la Escuela Militar y Naval, el Curso Especial de Clase para Servicios Técnicos, el Regimiento de Artillería, el de Aviación, la Escuela de Aviación y otras reparticiones (servicios). ¿Cómo podría ser entonces el personaje del poder en Maracay, el co- mandante de una brigada, débil, desde el punto de vista de los medios a su alcance? Pero este conocido editor y columnista, metido a historiador, por no investigar, se va por lo fantasioso. Será digo yo, siguiendo el pensamiento del historiador-so- ciólogo Gil Fortoul, para analizar al novelista, “que con la curio- sidad cosmopolita que hemos notado en los grandes prosistas, coincidiera la tendencia a formar literatura nacional, así en el campo de la imaginación, como en el dominio de la historia” o tomando el mismo camino, para darle justificación aparente al periodista, quizás a los dos, pienso yo, con el filósofo, “que ambos se resistían a pensar que la Patria volviera a ser grande en otra forma”. Ojalá en posteriores ediciones de esta obra, el autor agregue lo relativo al concepto de la emboscada, total, o el concepto total de la emboscada, ya en el plano político o militar, que Carlos Quintero Gamboa / 23 se presenta posteriormente cuando la Revolución Libertado- ra, concretamente en la batalla de La Victoria, concepto que el analista histórico determina en esta primera parte y espero que llegue así a la explicación completa de la original conclusión que envuelve su análisis de Cipriano Castro, como un gran em- boscador, que no quiero decir embaucador, porque ciertamen- te es el artífice de la “gran emboscada” militar y política, que lo hizo “gran caporal” de cincuenta años de historia. He aquí, pues, otra historia lógica, que ahora comienza a aparecer, la de aquellas contiendas y enfrentamientos arma- dos que nos precedieron. A la luz de la doctrina clásica del arte-ciencia de la guerra, el Coronel Quintero Gamboa, busca la clave de nuestra esencia militar y las verdaderas vías nacio- nales para las enseñanzas académicas.

Señor coronel: ¡Siga escribiendo de frente al porvenir!

Caracas, abril de 1986.

General Cipriano Castro General Joaquín Crespo Ilustración del texto de Ramón J. Velásquez. La caída del Liberalismo Amarillo, tiempo y drama de Antonio Paredes. Ediciones de la Contraloría General de la República. Caracas, 1972. Pág. 51. General José Manuel “Mocho” Hernández Ilustración del texto de Ramón J. Velásquez. La caída del Liberalismo Amarillo, tiempo y drama de Antonio Paredes. Ediciones de la Contraloría General de la República. Caracas, 1972. Pág. 305.

29 INTRODUCCIÓN

Se admite que la política une y reconcilia todos los intereses de la administración interna y también los de la humanidad y todo lo que el espíritu filosófico puede concebir, porque no es, en sí misma, sino la representante de todos esos intereses frente a los otros estados. No nos interesa, por el momento, que la política pueda ser mal orientada y hacerse la mejor ser- vidora de las ambiciones, de los intereses particulares o de la vanidad de los dirigentes, porque el arte de la guerra no puede, en ningún caso, considerarse como su mentor y solo podemos considerar aquí a la política a título de representante de todos los intereses de la comunidad entera. (*)

(*) Karl von Clausewitz: De la Guerra. Círculo Militar. Buenos Aires. T. IV. Pág. 174

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a historia contemporánea de Venezuela es en sí apasio- nante y delicada, por lo profuso y por lo inmediato de su Lubicación cronológica. Implica elaborar conclusiones y emitir juicios que sensibilizan diversos sectores nacionales y extranacionales que estuvieron y están ligados a estos aconte- cimientos. El tema de este trabajo es el estudio del desarrollo de la Campaña Liberal Restauradora conducida por el general Ci- priano Castro, en 1899, que le allanó el acceso al poder político del país después de conducir una singular empresa de carác- ter político-militar. Esta campaña del general Castro ha sido enfocada de muy di- versas maneras: novelada, narrada, distorsionada, parodiada y hasta ridiculizada. Ahora intento, en consecuencia, elaborar un enfoque concreto, de orientación militar, basado en las fuentes documentales que consideré más apropiadas: general Eleazar López Contreras: Páginas para la Historia Militar de Venezuela. El Boletín del Archivo Histórico de Miraflores –publicación de la Secretaría de la Presidencia de la República- fuente valiosa para estudiar el proceso político venezolano, desde 1899 hasta 1935; en este voluminoso repositorio de documentos logré, por ejemplo, ubicar el texto de una narración hecha por el general Antonio Fernández, uno de los personajes centrales de las ope- raciones militares que aquí se tratan, y de él pude extraer una serie de datos que, unidos a los que aporta el general López Contreras, me permitieron demostrar la tesis que aquí propon- go. Examiné con detenimiento un escrito del general Francisco Linares Alcántara: Mi bautismo de Sangre, en el que relata su 32 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

participación en la Batalla de Tocuyito, como comandante del Cuerpo de Artillería del ejército gubernamental. Otras y varia- das obras consulté para conseguir los datos y opiniones. Las contradicciones halladas me sirvieron para diafanizar muchas dudas. Cada una de las fuentes reflejaba su particular compromiso intentando resaltar u ocultar algo; no obstante, fue tarea sencilla descubrir dónde estaban los datos ciertos. La profusión de documentos que contiene el Boletín del Archivo Histórico de Miraflores me dio apoyo decisivo. De la misma posición –aparentemente imparcial- del gene- ral López Contreras, pude sacar muchas conclusiones como, por ejemplo, que el mismo general no se muestra como un ver- sado en Ciencia Militar, más si, en la narrativa y la crónica. Pude constatar que los cuadros del ejército tenían una pre- caria preparación militar –profesionalmente hablando- y esta- ban sujetos a una férrea disciplina que rayaba en la sumisión personal hacia el jefe. El asunto fundamental de la monografía es demostrar el ca- rácter guerrillero de la actuación militar del general Cipriano Castro y destacar la baja calidad de adiestramiento que tenían los mandos y tropas del Ejército Nacional de la época. Con ello pretendo estimular la preparación de una doctrina de guerra con características propias para Venezuela y la transformación del sistema educativo militar para que, ajustados a las más modernas corrientes del pensamiento militar, puedan ayudar a constituir unas fuerzas armadas versátiles tal como corres- ponde a un país en vías de desarrollo, que todavía no alcanza un nivel óptimo en lo industrial, científico y tecnológico, y que para afrontar sus compromisos de seguridad nacional debe re- currir al ingenio para aumentar la capacidad y rendimiento de los medios con que cuenta. No intenté agotar el tema, hice una aproximación limitada para continuar posteriormente con él. Hay todavía muchos documentos que estudiar para elaborar una historia comple- ta sobre la Campaña Restauradora. El gobierno de Andrade y su política militar es de obligado estudio para una visión más Carlos Quintero Gamboa / 33 amplia sobre este proceso. Encontré varias limitaciones que in- cidieron para no abordar el gobierno de Andrade y su posición frente a la organización militar. Este asunto es de suma impor- tancia para aclarar otros aspectos con relación a los resultados de la Restauradora. Con muchos compañeros de armas discutí sobre los puntos de vista doctrinarios. Sus opiniones me fueron de utilidad para, al final, consolidar los conceptos y juicios que en este trabajo expongo. Conté con el decidido apoyo de los historiadores Dr. Elías Pino Iturrieta, jefe del Departamento de Investigaciones del Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos” y del Dr. José Rivas Rivas, periodista y abogado, quienes con su di- latada experiencia en el campo de la elaboración histórica y la agudeza propia de los profesionales de esta ciencia leyeron los borradores y aportaron una serie de juicios e ideas de inesti- mable valor que determinaron un mejor acabado de la obra. A ellos un reconocimiento muy particular. Debo dejar constancia de mi agradecimiento al Lcdo. Pedro R. Quintero Gamboa, al bachiller Ely Quintero Gamboa, a la señora Ana Dilia Zambrano, a la señorita Belén Calderón y a la señora Mislin de Bolívar, quienes me ayudaron a revisar y mecanografiar los borradores. Al teniente Raúl Oviedo Rojas, egresado de la Academia Mi- litar de Venezuela, como integrante de la promoción “Simón Bolívar” (1936), de la que, como primer cadete que fue del Alma Mater de la Institución Armada, lució las tres estrellas de alférez mayor, me honró al aceptar la tarea de prologar estas consideraciones.

Caracas, marzo de 1979

EL AUTOR

General Ignacio Andrade Ilustración del texto de Ramón J. Velásquez. La caída del Liberalismo Amarillo, tiem- po y drama de Antonio Paredes. Ediciones de la Contraloría General de la República. Caracas, 1972. Pág. 145.

CAPÍTULO I

1. La gran emboscada 2. Antecedentes de la Revolución 3. La concentración y la primera emboscada

Salta a la vista que las circunstancias son más favorables a la concentración del fuego cuando se puede tirar sobre el enemi- go desde varios lados a la vez, es decir, atacándolo por medio de un movimiento envolvente, mientras él mismo no puede en- volverse más que hacia un solo lado. (*)

(*) General Erick von Ludendorf: La Guerra Total. Ediciones Pleamar, Buenos Aires, 1964. Pág. 104.

41 1. LA GRAN EMBOSCADA

Por mucho que forcemos el pensamiento para adecuar esta campaña a los patrones de la guerra convencional siempre habremos de caer en las consideraciones relativas a la guerra revolucionaria; tanto en el orden político como en el espacio táctico. El tamaño de las fuerzas en este teatro de operacio- nes y el objetivo de la guerra apoyan este aserto. No nos lleva- mos por su rótulo: Revolución Liberal Restauradora, sino por los elementos concretos que ahora pasaremos a analizar. Denominaremos esta campaña que llevó al general Cipria- no Castro al poder La Gran Emboscada. La emboscada es una táctica predominante en las operaciones que realizó en el Esta- do Táchira contra las fuerzas del general Andrade y fueron es- tas operaciones las que abrieron el camino de la sierra rumbo a la capital, para tomar el poder.

2. ANTECENDENTES DE LA REVOLUCIÓN RESTAURADORA

Siempre se llega al caos cuando no se cumple con el prin- cipio de emplear a los hombres en los cargos que les son ade- cuados. Para 1898, en Venezuela está planteada una situación política interna, por demás convulsa, causada por la actuación del general Joaquín Crespo. El caudillo militar y como conse- cuencia, político del Partido Liberal Amarillo, después de ha- ber manipulado deshonestamente el proceso electoral, llevó a la silla presidencial al general Ignacio Andrade, político, libe- ral amarillo también, pero en quien no se reunían las mejores condiciones para conducir el país y que fundamentalmente, no contaba con la aprobación de sus mismos compañeros de par- tido. Crespo, desatendiendo las aspiraciones de su tolda, lleva a Andrade a la Casa Amarilla y pone su espada a la orden para respaldar al gobierno. Es entonces cuando se levanta en armas el general José Ma- nuel Hernández, líder del Partido Liberal Nacionalista y guerri- 42 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

llero de gran carisma entre las masas populares, que llegaron hasta venerar su efigie y atribuirle poderes milagrosos, repre- sentando así, la gran amenaza para la estabilidad política del Liberalismo Amarillo. Contra el general Hernández (El Mocho) sale en campaña el general Joaquín Crespo y encuentra la muerte en la Mata Carmelera. En esta refriega, las fuerzas de Hernández, después de haber liquidado al jefe del ejército del gobierno y obtener una decisión prácticamente a su favor, se retiran del campo de batalla, sin destruir al enemigo. De esta manera, Venezuela sufre una guerra intestina dirigi- da por dos hombres que no saben responder –cada uno en su bando- a los requerimientos que la historia les demanda: uno, Andrade, quien gobierna desde la Casa Amarilla y no puede mantener la paz interior; y el otro, Hernández, quien dirige un movimiento guerrillero, pero que no consolidará un triunfo mili- tar a su favor, cosa que repetirá tanto en este aspecto como en lo político, lo que al final lo llevará a la muerte política definitiva. El general Cipriano Castro ha mirado hacia Caracas desde hace muchos años. Su fuerte obstáculo era la presencia militar del general Joaquín Crespo, pero ahora muerto éste, el año de 1899 surge como el de las decisiones inaplazables y es entonces cuando pone en marcha la Revolución Liberal Restauradora. El general José Manuel Hernández es para los liberales ama- rillos un enemigo irreconciliable, con quien no se puede nego- ciar. Es necesario enfrentarle a alguien con la garra de Crespo para condenarlo a la destrucción. Así, en el pensamiento de los liberales amarillos, prende la idea de que si triunfa la Restaura- ción habrá que convertirla en la salvación del partido. La guerra comienza en mayo y concluye en octubre. La victo- ria militar se define a favor del general Castro en la última ba- talla: en Tocuyito, el 14 de septiembre. Esta le permite obtener la otra victoria, la política, que lo lleva a la Casa Amarilla el 22 de octubre, en donde recibe del presidente encargado general Víctor Rodríguez, las riendas del gobierno. El general Ignacio Andrade abandonó el país y a sus partidarios a su suerte. Carlos Quintero Gamboa / 43

A quien titulan como clásico filósofo de la guerra es al ge- neral Carlos María von Clausewitz. Sus consideraciones sobre este fenómeno social, llevadas a un plano de especulación bas- tante abstracto, le han valido que en el campo intelectual se le catalogue así. A él recurriremos muchas veces para explicar algunos fenómenos relacionados con el desarrollo de la Cam- paña Restauradora. De ninguna manera ello quiere decir que el enfoque hecho sea eminentemente clausewiziano; más bien se utiliza para criticar al mismo general Clausewitz y como ele- mento de comparación para resaltar los errores de quienes con- dujeron, en ambos bandos, las operaciones en esta revolución. A pesar de ser harto conocido, es muy pocas veces estudia- do en sus verdaderas dimensiones. La mayoría de las veces se oye el lapidario subtítulo con que encabezara un párrafo de su obra: la guerra es la simple continuación de la política con otros medios. (1) A dicha obra recurriremos en este aparte para re- ferirnos a algunos aspectos del tema que se está presentando. Antes de iniciar nuestro punto de vista sobre el papel de la guerra en la dinámica política haremos referencia a las ideas que al respecto presenta Maquiavelo:

Han opinado, Lorenzo, y opinan muchos, que no hay nada tan desemejante y que tanto difiera como la vida civil y militar, y se ve con frecuencia a los que se dedican al ejercicio de las armas, cambiar inmediatamente de traje, usos, costumbres y hasta de voz y de aspecto, por parecerles que no cuadran bien los modales del paisano a quien está pronto y dispuesto a cometer todo género de violencias: ni en el rigor convienen los hábitos y costumbres civiles a quienes juzgan de afemina- dos e impropios de su profesión, como tampoco muestren la presencia y lenguaje ordinario los que, con las barbas y los ju- ramentos, quieren intimidar a los demás hombres. Lo que ocu- rre en estos días justifica esta opinión; pero examinando las instituciones antiguas, no se encontrarán cosas más unidas, más conformes y que se estimen tanto entre sí como estas dos profesiones; porque cuanto se establezca para el bien común 44 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

de los hombres, cuanto se ordene para inspirar temor y respeto a Dios y a las leyes sería inútil si no existiera una fuerza pública destinada a hacerlo respetar, cuya fuerza bien organizada y a veces sin buena organización, mantiene las instituciones. Por el contrario, sin este apoyo en la milicia, el mejor régimen polí- tico y social se derrumba… (2)

Retomemos el texto de Clausewitz:

Pero la Guerra sigue siendo un ‘Medio’ grave para un ‘Fin’ gra- ve […] Tal es la guerra, tal el general que la dirige y la teoría que la reglamenta. Pero la guerra no es un pasatiempo, un sim- ple capricho de arriesgarse y alcanzar éxitos, no es obra de un franco entusiasmo: es un grave medio empleado para un grave fin. El centelleo de la fortuna que en ella se observa y la vibra- ción de las pasiones, del valor, de la fantasía, del entusiasmo que ella encierra, son únicamente propiedades de este medio […] La guerra de una comunidad –pueblos enteros y especial- mente pueblos civilizados- se origina en una situación política y estalla por un motivo político, es pues, un acto político. (3)

Más adelante continua diciendo:

La guerra es la simple continuación de la política con otros medios […] Así vemos, pues, que la guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios. Queda como exclusivo de la guerra la peculiar naturaleza de sus medios. Puesto que las orienta- ciones y los propósitos políticos no están en oposición con es- tos medios, podrá requerirlos el arte de la guerra en general y el general en jefe de cada caso particular […] pues el propósito político es el fin, la guerra el medio y jamás pueden concebirse medios sin un fin. (4) Carlos Quintero Gamboa / 45

Ante estas dos posiciones de eminentes tratadistas del as- pecto político-militar de la vida de los estados, es importan- te, para complementar este trabajo, destacar cuales serían los paralelos de opinión entre ellos, no tomando partido por la posición de Maquiavelo ni por la de Clausewitz. El primero, funcionario público en la Florencia renacentista y conocedor del manejo que se hacía de los problemas militares antes que se consolidaran los estados modernos. Hombre siempre en re- laciones con los mercenarios, condottieri y tropas varias que vendían sus servicios a los reinos de la Europa de la época. El segundo, militar de carrera, como oficial de estado mayor pudo seguir muy de cerca las guerras napoleónicas, pero nunca fue directamente responsable de la dirección de operaciones (al menos formalmente, porque en esos años los jefes de estado mayor eran quienes “al servicio de monarcas desconocedores del arte militar” configuraban las decisiones de campaña a eje- cutar por los ejércitos: ejercían las mismas funciones de los condestables). El general Clausewitz llega a desmenuzar, a su manera, el acontecer político que se está viviendo. Influido por la filosofía hegeliana y por la tendencia a la clasificación que generó Lin- neo y siguió Darwin, hace coincidir el fenómeno de la guerra con la vida política de las sociedades. Pero cabe preguntarse si la vida del Estado no es permanentemente una confrontación de voluntades, una “permanente guerra” que utiliza diferentes armas o medios, de acuerdo con la situación que se esté vivien- do. Contestes con Clausewitz, no podemos identificar la guerra con las armas, con los medios; estos no son la guerra, sencilla- mente porque son los instrumentos que se utilizan cuando se conduce esta y la guerra es política. Cuando los profesionales de las armas se concretan a estudiar el empleo de las armas o de los medios se están dedicando a la guerra como arte, más olvidan la connotación científica de la guerra que es la visión de totalidad sobre el acontecer social. Quienes hayan interpretado la conocida y ya citada frase de Clausewitz como una injerencia de lo militar en la política es- 46 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

tán en un error; y sí como militarista lo clasificaron por ella, también están en un error. Nadie más lejos del militarismo que este oficial prusiano. En su expresión de quela guerra es la sim- ple (5) continuación de la política con otros medios, se encua- dra perfectamente el concepto de los instrumentos y no de la instrumentación, que es una idea más amplia y compleja que abarca todo el contenido social de la vida del Estado. Y cuando agrega con otros en lugar de por otros, “descosifica” sustan- cialmente la idea con esta última expresión. Con otros medios da la idea de herramientas, de armas en su sentido lato y no en sentido general, abstracto, como generalmente se entiende. Con esta concepción de totalidad, de entender la guerra como la política misma y no subordinada la una a la otra, fue como pudo el general Castro imponerse a las fuerzas del presi- dente Andrade. De ninguna manera esto implica que los mili- tares sean los árbitros de la política, sino más bien que quienes manejan la política deben ser tan militares como los que usan uniformes, entendido esto en su acepción más amplia, más ge- neral y no específica. Por ello la importancia de señalar estas consideraciones, ahora cuando tratamos el problema de la Revolución Restau- radora. Se debe también decir que independientemente que los actores de este hecho político conocieran o no tales impli- caciones, sus ejecutorias estarán siempre sujetas a este tipo de encuadramiento teórico. De nuevo, refiriéndonos al general Castro, veremos cómo en su campaña y en su gobierno, las acciones políticas y milita- res están concentradas en una sola mente. Las decisiones de tipo militar saldrán del mismo jefe del poder político. Y por esta particular situación podrá acabar con los caudillos y mantener- se por años en el poder, él, y posteriormente, el general Juan Vicente Gómez. Carlos Quintero Gamboa / 47 3. LA CONCENTRACIÓN Y LA PRIMERA EMBOSCADA

El 23 de mayo de 1899 cristaliza una decisión que cambiará el rumbo de la historia venezolana en el siglo XX y signará me- dio siglo de política, conducida muy a lo latinoamericano: por un lado las leyes y por otro el poder ejecutivo concentrado en manos de un solo personaje: en nuestro caso el general Castro, luego el general Gómez, también el general Eleazar López Con- treras, y tal vez el general Medina. Mencionamos a estos últi- mos porque no se pueden desligar de los dos primeros manda- tarios al general de Queniquea y al del 18 de octubre de 1945, por cuanto representan realmente la liquidación y fase final del gomecismo en Venezuela. Sesenta hombres acompañan a los generales Castro y Gó- mez. El sitio de la concentración es Capacho. La invasión con procedencia de Colombia vadea el río Táchira por la hacienda “Los Vahos”, propiedad del general Juan Vicente Gómez. Loca- lizada un tanto al sur de la población de San Antonio, les per- mite evitar un combate prematuro con las fuerzas del gobierno que se encuentran allí controlando la aduana y que además forman la guarnición militar al mando del general Leopoldo Sarría, para entonces, jefe de Fronteras. Es el comando de la revolución y sus cuadros quienes hacen el cruce. Las fuerzas están de este lado de la frontera. Una vez coordinada y fijada la fecha de la invasión, es ejecutada. El 24 de mayo se acoplan los elementos de comando y los de com- bate. Se han rebelado contra la autoridad del gobierno factores de las poblaciones de Colón, Lobatera, Táriba, Palmira, Tovar, La Grita, Santa Ana, Río Frío y Mérida. En las crestas de la cordillera la guerra formó los caminos. Los peones trocados en soldados y los hacendados en coman- dantes habrían de ejercitar el mando militar en lugar de ser capataces de siembras y potreros. Siempre se harían obedecer. Los soldados conocen el manejo de las armas; la sierra impo- ne la presteza para usarlas “no es necesario el ejército para 48 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

ello”; los incorporados son gente taimada, agresiva “el medio obliga” tienen la base para ser combatientes. Chopos, revólve- res, rifles, machetes, “fatigosas” son familiares en manos de patrones y peones. De esa manera se concentra en Capacho, hoy Independencia, como un resorte que se comprime para soltarse sobre la ciudad de San Cristóbal que para entonces era reducto del gobierno. Pero no todo saldrá como los jefes de la Restauradora lo concibieron ya que surgieron los asuntos difíciles de la campa- ña, lo esencial: su conducción. La realidad varía lo planificado y la capacidad de comandante para adaptarse a las nuevas si- tuaciones terminará por darle la victoria, o al menos, impedirle la destrucción de sus fuerzas. La revolución tenía sus partidarios en la población de Ru- bio, pero allí los leales del general Castro no pudieron dominar la situación local. Tampoco en San Cristóbal. De modo que la operación que daría el control de la Sección Táchira, un gran golpe de mano, habría de completarse con movimientos, ma- niobras, escaramuzas, fuegos y el blandir de los machetes. Co- mienzan las acciones de fuerza al tronar de los combates, la confrontación armada contra el enemigo. Vadeado el río Táchira el 23 por la noche, pasan por el ca- serío Las Dantas donde se incorpora un primer contingente. Dejan las tierras bajas y calientes de la depresión xerófila. Se enrumban hacia las montañas por el camino Paso Real “Las Adjuntas” San Francisco y llegan a La Mulera. Ningún contra- tiempo serio impidió el movimiento. Allí se incorporan los an- tiguos peones del general Juan Vicente Gómez. Desde aquí a Cedralito, luego se enrumban al norte, tocan en Capacho Viejo, hoy Libertad, y entran en Capacho Nuevo, donde sus partida- rios redujeron a las autoridades. Cien hombres fueron reunidos por los caudillos locales. Para el 24 de mayo, el movimiento ha triunfado en diversas poblaciones y estos efectivos se dirigen a Capacho para incorporarse a la revolución. Castro no trajo la fuerza, la tenía sobre el terreno. Cosecha los frutos de su activi- dad revolucionaria. Veamos de dónde procedían los efectivos: Carlos Quintero Gamboa / 49

LUGAR CAUDILLOS LOCALES (Familias) Capacho Nuevo Cárdenas, Bello y Velazco

Colón Régulo Olivares y Familia, Florentino Vargas y Hermanos Medina Lobatera Santiago Briceño, Clodomiro Sánchez, Aniceto Cubillán Tovar y La Grita General José María Méndez

Santa Ana Coronel Luis Valera Río Frío Coronel Eulogio Moros

Cuadro (6)

La acción continúa sobre San Cristóbal. Ya no son “los se- senta”. En Capacho se ha incorporado Eleazar López Contreras (un joven que con el trascurrir de la Restauradora y posterior- mente de la Rehabilitación heredará a los que ahora comien- zan la historia de ambas), y asimismo grupos de oficiales y tro- pas, como hemos anotado. El mismo 24 de mayo se inicia el movimiento ofensivo contra San Cristóbal, sede del gobierno regional. Es un primer objetivo inmediato, cuya conquista asegurará el dominio de la región, desde donde el General Castro habría de salir hacia el centro del país. Apenas salió le comunican que el intento de reducir a las fuerzas gubernamentales de Rubio había fracasado y que el general Ramón Velazco iba presuroso a interceptar el movi- miento de la revolución para luego unirse a la fuerza del general Peñaloza en San Cristóbal. Enterado el general Castro y a sa- biendas que llevaba una considerable ventaja en tiempo cam- bió su plan para caer directamente sobre la capital del Estado. Resuelve dirigirse al sur, tomando el mismo camino por donde marchaban las tropas del gobierno, para impedirles el control de la vía a San Cristóbal. Su ventaja era considerable y 50 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

le permitió avanzar por esta ruta unos 14 kilómetros para pre- parar una emboscada a la altura de Tononó. Allí esperó a las tropas enemigas y logró una decisión favorable. Aprovechó el factor sorpresa, principio fundamental de la guerra irregular, y enfocando el hecho a través de lo que dice Sun Tzu atacó de arriba hacia abajo logrando no solo impedir que el enemigo interfiriere su marcha, sino destruirlo. Allí murió el general Ve- lazco y el general Antonio Pulgar, y sobre el campo de la acción capturó el material de guerra del enemigo y hasta su impedi- menta. Había resultado así positiva la primera emboscada, ha- bía sido riesgosa la operación para un ejército con poco arma- mento y construido ese mismo día. A cambio de ello se explotó la sorpresa: sorpresa sobre masa. Una fuerza menor destru- ye una mayor. ¿Hubo temeridad en Castro? No, San Cristóbal estaba en manos del enemigo. Destruir a Velazco disminuía las posibilidades de aumentar la resistencia en esta ciudad. Atacarla antes era temerario. Era necesario batir al enemigo por separado y logrado esto, capturarle su armamento. La sor- presa garantizaba un amplio margen de éxito a esta maniobra. Ningún comandante habrá de empeñar combate si no tiene amplio margen de certeza para conseguir la victoria. Así culminó la emboscada de Tononó. Se interceptó el avan- ce enemigo sobre un terreno donde no podía desplegarse y fue blanco de los fuegos cruzados establecidos por los revolucio- narios, aprovechando los accidentes naturales del terreno.

CITAS DEL CAPÍTULO I

1. Carlos María von Clausewitz, De la Guerra T.1. pág. 51. 2. Nicolás Maquiavelo, El Arte de la Guerra, pág. 545. 3. Von Clausewitz, Op. Cit. T.1., pág. 49. 4. Idem, pág. 51. 5. El subrayado es nuestro. 6. Eleazar López Contreras, Páginas para la Historia Militar de Vene- zuela, pág. 4. Eleazar López Contreras

CAPÍTULO II

4. El Enganche a Sarría 5. Como en Junín o la Irreverencia 6. Asalto a San Cristóbal 7. Emboscada en El Zumbador

“La Sagacidad, la inteligencia, cierta delicadeza de imagina- ción, deben ser cualidades – de las tropas- desde el jefe hasta el último soldado, porque la independencia y la espontaneidad de acción son el alma de la guerrilla”. (*)

(*) General Mayor Ch., Decker: De la guerrilla, Según el espíritu de la Estrategia Moderna. C. Baylly- Bailliere. Madrid 1878, pág. 19.

57 4. EL ENGANCHE A SARRIA

Los resultados de la emboscada en Tononó impidieron que llegaran los refuerzos al general Antonio Peñaloza, quien se había atrincherado en San Cristóbal. Grave error suyo por cuanto si hubiese salido en persecución de Castro, una vez en conocimiento de su llegada a Capacho, en una jornada le ha- bría cortado el avance, la misma que gastó este “Castro” en arribar a Tononó. En cualquier punto de la vía San Cristóbal-Capacho hubiese podido librar un combate favorable a sus fuerzas que conta- ban con mejor organización, por cuanto eran fuerzas regulares acantonadas en la ciudad, con su armamento completo y con sus cuadros de oficiales y tropas, con un cierto grado de expe- riencia en las luchas contrarrevolucionarias que desde varios años antes se libraban por esa región fronteriza. Impedir la llegada del general Sarría a San Cristóbal consti- tuía un objetivo de prioridad para el general Castro. Convencido estaba que el general Peñaloza no tomaría la iniciativa de salir en su búsqueda y que le sería más “económico” enfrentar al enemigo al detal que concentrado o a la defensiva en la ciudad. El 24 de mayo, después del combate de Tononó, llegaron las fuerzas revolucionarias de Colón y Lobatera al mando del co- ronel Régulo Olivares. La intención de Castro era caer sobre Rubio y derrotar a Sarría y al general Pedro Cuberos. Pensaba emboscarlos en el camino de Rubio, pero pudo llegar sin opo- sición a esta población donde se enteró que las fuerzas leales al gobierno habían escapado. Sigue su persecución y a medio camino, antes de llegar a San Antonio “en Capote” se consigue con fuerzas amigas que le comunican que San Antonio tam- bién ha sido desalojado por el enemigo. Estas tropas venían al mando del general Froilán Prato, quien había salido de Tononó. 58 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora 5. COMO EN JUNÍN O LA IRREVERENCIA

Los días 26 y 27 de mayo estuvo el general Castro marchan- do a ciegas. Con la sola información de que las fuerzas de la frontera habían tomado la vía del norte. Por ello dirige su atención a Táriba y Palmira. Así marchó más de dos días sin ningún rastro preciso. Hasta ahora su servicio de postas e in- formantes, especie de patrullas de reconocimiento, le habían sido bastante útiles, pero ahora estaban sin ninguna referen- cia cierta para tender una emboscada, táctica que predominó en La Campaña del 99: la sorpresa y la rapidez decidieron la mayoría de las acciones. Y cuando no la sorpresa, como en Parapara, fue la seguridad, elemento contrapuesto a aquella, pero que como factores concurrentes en la interpretación dia- léctica de los principios de la guerra, nos permiten dar solu- ciones acertadas en un momento dado, extraer la síntesis de la situación concreta que se está manejando y que de ningún modo obliga a tomar posiciones ortodoxas y terminantes para solucionar los problemas tácticos y estratégicos, sino que, por el contrario, imponen una movilidad constante y una flexibili- dad racional en el pensamiento y acción de los comandantes y los responsables de asesorar la toma de decisiones. Ya oscurece cuando se divisan las tropas gobiernistas que comanda el general Sarría. Es 27 de mayo de 1899:

Durante el día 26 y en la mañana del 27, el general Castro estu- vo en continuo movimiento entre Táriba, Palmira y Mochileros, tratando de descubrir la marcha de las fuerzas gubernamen- tales, y solo en la tarde del 27 pudo comprobar por el servicio de información que Sarría y Cuberos remontaban la cuesta de Gallardín para caer por Toico y Las Pilas”. (1)

Castro al tener conocimiento del movimiento procede a una maniobra para interceptarlo. Lleva ventajas numéricas, de mo- ral y situación táctica. Va a intentar otra vez una emboscada. Decide esperar a que el enemigo caiga a terreno descampado Carlos Quintero Gamboa / 59 ya que viene descendiendo e interceptarlo así, sería un tanto peligroso por cuanto la fuerza de gravedad, ya que ataca de arriba hacia abajo, y habría de ser elemento de ventaja para el atacante. Así lo señala Sun Tsu en su libro El Arte de la Guerra, donde aconseja que los ataques deben realizarse de arriba ha- cia abajo. La emboscada en preparación no se da porque el ene- migo se percata del movimiento del general Castro. Se topan los primeros elementos de combate y comienza una refriega que se generaliza. Castro había violentado la escasa en busca de ellas a Capacho, y siguiendo el camino a San Antonio in- corporó las fuerzas de Eustoquio Gómez y del coronel Patroci- nio Peñuela. Toda la fuerza contramarcha sobre Rubio; y unos ocho kilómetros antes de alcanzar esta población marchan en dirección noreste dejando el camino e internándose en la sie- rra para ir a pernoctar en Pata de Gallina. Había sido un día agotador. Desde la noche del 23 hasta la del 24. Veinticuatro horas de operación continua. Un día de combates, marchas, contramarchas, organización. El primer día de la Campaña del 99, ellos habían recorrido ochenta kilómetros y prácticamente estaban en el mismo sitio de donde partieron. El ejército del ge- neral Castro continuaba buscando el enganche con las fuerzas de los generales Sarría y Cuberos. Divide sus fuerzas en dos columnas: una “bajo su mando” que marcharía sobre Táriba, Palmira y Mochileros, con la intención de detectar la posición del enemigo que había escapado al norte, y la otra “al mando del general Prato, de los coroneles Luis Varela y Eulogio Moros, quienes cortando camino sobre la montaña, van a ubicarse en La Popa” para impedir cualquier movimiento enemigo con mi- ras a reforzar las tropas de San Cristóbal. El general Castro maniobra sin informaciones precisas. Des- conoce el paradero de los generales Sarría y Cuberos. De lo que sí está seguro es que sus tropas pueden decidir cualquier combate contra estos generales. Cuenta con superioridad tác- tica por ser él quien tomó y mantiene la iniciativa. Sus tropas están con la moral alta a pesar de la fatiga. Esta superioridad justifica que se busque el combate. De lo contrario habría sido 60 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

un contrasentido. Ningún combate debe trabarse si no existen probabilidades de obtener un resultado favorable; cualquier otra actitud es “temeridad”. Solo que el enemigo nos obligue al combate debemos aceptarlo y en la primera ocasión soltarnos para poner a salvo los recursos y esperar la mejor oportunidad de batirlo. Poner en peligro la integridad de la fuerza sin ningu- na justificación es un desacierto censurable a un comandante, cualquiera que sea la magnitud de las fuerzas que le dependan. A estas tropas gubernamentales era necesario interceptarlas para impedir su incorporación a las del general Peñaloza en San Cristóbal. La búsqueda incesante del general Castro va a con- cluir cuando las detecta; ellas, después de hacer un gran rodeo, intentan caer sobre San Cristóbal en dirección este-sur-oeste, pero al ser interceptadas en Las Pilas, son batidas allí mismo. Con la seguridad montada por Peñaloza en las afueras de San Cristóbal pudo llegar sin contratiempo a situarse en Las Pilas. El encuentro se decide con armas blancas. Como en Junín, el filo acerado es el que toma las riendas del combate. Peñaloza y Sarría han incurrido en dos errores fundamentales. Peñaloza no estableció una fuerza de seguridad lo suficientemente grande para que protegiese la entrada de Sarría a San Cristóbal. Sarría no se comunicó oportunamente con Peñaloza para pedirle esta iniciativa. Fallaron las comunicaciones; Peñaloza desconocía la llegada de Sarría. De nuevo la sorpresa se impuso a las fa- llas de seguridad. Por otra parte, el general Peñaloza, quizás por los permanentes alzamientos de caudillos locales, no creyó necesario salir a combatir los insurrectos o su mentalidad no estuvo a la altura de la del general Castro que en solo tres días de campaña había mantenido una actitud de cinetismo increí- ble, rasgo propio de las unidades de guerra irregular. Peñaloza dejó virtualmente en libertad de movimiento a las fuerzas de la revolución, cuyos desplazamientos por las tierras del Táchi- ra se realizaron durante estos tres días con relativa facilidad y casi absoluta seguridad, porque no es sino hasta el 23 de junio cuando el general Antonio Fernández recibe instrucciones de movilizarse hacia Los Andes para combatirlos. Carlos Quintero Gamboa / 61

El fusil de sistema Máuser era un arma de repetición que podía cargarse para un nuevo disparo, con un movimiento de su palanca de armar. Pero como estos combates llegaban a en- cimar las tropas era un tanto difícil aprovechar todas las capa- cidades técnicas del arma: velocidad inicial y precisión de los instrumentos de puntería. Además, el largo de los fusiles impe- día su manejo en los combates a corta distancia. Hoy día, con los fusiles plegables y las subametralladoras, livianos ambos, es posible tener un encuentro a corta distancia. Por esta razón los soldados apelaron a sus instrumentos de labranza, troca- dos en armas de guerra para mantener el ritmo del combate. A este impedimento de la maniobrabilidad a corta distancia “que impuso el combate cuerpo a cuerpo” se aunó la caída de la tarde: la visibilidad era escasa para tomar puntería. Hemos colocado como título de este aparte Como en Junín o la irreverencia, para resaltar dos aspectos: el duelo de armas blancas y la tendencia que entre nosotros ha existido de paran- gonar los actores de nuestras guerras civiles con los próceres de nuestra Gesta Magna, cayendo en una manifiesta irreveren- cia. La Restauración pensionó como héroes a quienes actua- ron en La Campaña del 99. (2) En Las Pilas, Cuberos pierde la vida. El general Castro tomó el armamento del enemigo y de- más impedimentas y se retiró a Táriba. Con solo una fracción de sus fuerzas había obtenido el triunfo. El grueso, al mando del general Froilán Prato, sellaba la salida de San Cristóbal por La Popa. El establecimiento de esta importante fuerza de seguridad garantizó el triunfo de los revolucionarios al negar a Peñaloza la “movilidad o iniciativa”. El presuroso movimiento del general Castro desde Táriba hasta Las Pilas le permitió esperar las fuerzas enemigas y montarle una nueva emboscada. Después de ser largamente buscado, el enemigo fue puesto en tal posición, de manera que en vez de las fuerzas revolucionarias ser las esperadas, fueron los gobiernistas quienes cayeron en una nueva trampa. Con esta sorpresa logró subsanar el general Castro su inferio- 62 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

ridad numérica y de armamentos. Muere el general Cuberos, del gobierno, y es herido el coronel Régulo Olivares, revolu- cionario, quien no se incorporará más en esta campaña. La revolución se apoderó del armamento abandonado por los sol- dados enemigos. Cuando unas tropas no están lo suficientemente adoctrina- das (y es el caso de las fuerzas de la época), cuando el reclu- tamiento es forzoso, resulta bastante difícil lograr la cohesión requerida en un ejército para ser considerado como tal. Estas tropas del gobierno no tenían otra disciplina que la relación siervo-señor o la relación recluta-castigo. Una mayoría de los efectivos de Castro eran voluntarios, ventaja manifiesta y por ello se explican: primero, los resultados favorables de los com- bates y, segundo, como se decidían. Las tropas del gobierno tiran el armamento, como diciendo: ¡este fusil no es mío, lo cargo obligado porque me prometieron matarme si lo soltaba! ¡Yo no estoy contra ustedes y como señal de ello les entrego este fusil! ¡No me interesa la guerra ni la comprendo. No sé qué es la revolución ni sé por qué la combato. Solo me interesan mis animales, mi mujer y mi veguita! ¡Lo mejor es largarse! José Vicente Abreu en su reciente libro dedicado al maestro Rómulo Gallegos, dice:

En el guerrear se sobrevive mejor que en la alternativa de la cría y la agricultura. La paz trae consigo los riesgos mediatos o inmediatos de decomisos y requisas (la paz es una calami- dad “pensaban” que trae consigo la necesidad del trabajo). La guerra “pensaban” trae la muerte o la vida para no trabajar. (3)

Esta generalización es bastante válida; si bien es cierto que muchos de los soldados eran reclutas a la fuerza, los demás huían del trabajo esclavizador al que estaban sometidos por los dueños de haciendas o los seguían en sus aventuras para Carlos Quintero Gamboa / 63 buscar una mejor perspectiva, siempre ofrecida por los caudi- llos que se levantaban en armas. Esos que estaban en el poder ya no tenían nada que ofrecer: todo lo habían tomado para ellos y siempre repitiendo el mismo cuadro que ofrecieron reformar. Esta campaña fue un “viaje de Colón”: campesinos que se des- plazaron a las órdenes de su “almirante” abalanzados sobre el mar ignoto que era el centro de la República.

6. ASALTO A SAN CRISTOBAL

¿Por qué Castro insiste en San Cristóbal? Hubiese sido pre- ferible que, después del combate de Las Pilas, sigilosamente avanzara hacia el centro del país a la Casa Amarilla, donde es- taba su verdadero objetivo estratégico-político. San Cristóbal era un hito al que mantenía prácticamente sitiado desde que comenzó la campaña “desde el 24 hasta el 28” día del asalto. Lo único que justifica esta insistencia en tomar San Cristóbal es la necesidad de asegurarse la retaguardia. No existe ninguna otra explicación. Liquidar las fuerzas de Peñaloza, desarmarlas y dejarles un gobierno sin gobierno, un gobierno con autori- dad oficial, con tropas a su disposición pero sin “máuseres ni cápsulas”. Si dejaba detrás a San Cristóbal, con medios, es posible que largasen una persecución en su contra. Indepen- dientemente de lo que dicen algunos autores sobre las capa- cidades militares del general Peñaloza, en esta Campaña del 99 solo puso de manifiesto negligencia, inactividad y falta de iniciativa. La situación superó sus aptitudes. No es lo mismo el lance a la batalla; ni la batalla a la campaña; ni la campaña a la guerra. La guerra es igual a la política y no diferente: cuestión de doctrina y de cualidades personales. Las tropas al mando del general Froilán Prato “ahora consti- tuidas en grueso del ejército” se movilizan desde La Popa has- ta Táriba donde se procede a una reorganización. Castro había librado su combate en Las Pilas con solo una cuarta parte de las fuerzas. Seguía en su mente la idea de liquidar las tropas de la guarnición de San Cristóbal. Era necesario iniciar la mar- 64 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

cha a Caracas con la retaguardia, si no protegida, al menos sin enemigos de consideración que pudiesen poner en peligro la campaña. El no domina los territorios que va dejando atrás, pero tampoco en ellos debe existir el peligro de que se organi- ce una fuerza suficientemente fuerte para detener su avance. Sus planes están en mantener la vanguardia. De esa vanguar- dia van surgiendo los abastecimientos y las adhesiones políti- cas, esa vanguardia castrista invierte totalmente el concepto clásico de los teatros de operaciones: la zona de combate y la zona de comunicaciones. Marcha solamente con la primera; la otra va construyéndose a medida que avanza. Este combate de Las Pilas dirigido por el coronel Régulo Oli- vares marcó el fin de la campaña para él. Las heridas recibidas le imposibilitaron seguir con el ejército. Entre las lesiones re- cibidas, la que le dejó una marca indeleble fue un machetazo que recibió en una mejilla, herida de la que estuvo padeciendo toda su vida ya que nunca le sanó completamente. Eufórico por el triunfo de Las Pilas, el Ejército Restaurador intenta asaltar a San Cristóbal en la madrugada del 28, más frustrado el intento por la imprudencia de algunos elementos avanzados “algunos dicen que del lado de Castro se hicieron unos disparos para alertar a Peñaloza” resolvió establecerse con todas sus tropas en Táriba (…) (4)

7. EMBOSCADA EN EL ZUMBADOR

Sin rendir las fuerzas acantonadas en San Cristóbal, la mar- cha hacia Caracas era una empresa peligrosa. Partir con la re- taguardia amenazada, obligaría a atender dos frentes. La caída de esta plaza era imprescindible para desarrollar la campaña. A tal efecto, después de Las Pilas y del intento de tomar la ciu- dad, decide Castro ir a Táriba, reorganizar las tropas y ubicar las nuevas fuerzas que se le habían unido y que estaban disper- sas al mando de jefes subalternos que poseían sus pequeños destacamentos o “guerrillas”; era necesario encuadrarlos en unidades de combate. Al respecto dice el general Eleazar Ló- Carlos Quintero Gamboa / 65 pez Contreras: El 27 se me dio la comisión de ir a Independencia en solicitud de sal, papelón y víveres para los cuerpos que más tarde vinieron a formar el Batallón Libertador. (5) Este proceso de incorporación progresiva de fuerzas a medida que avanzaba el tiempo y la marcha, creó una situación irregular dándose el caso de que en algunas unidades hubo, en un momento dado, más oficiales o tanto como tropas. La Orden General emitida el 23 de agosto de 1899, en Carora, dice lo siguiente:

Art.26. Dispone el Ciudadano General Jefe del Ejército, que to- dos los Jefes de Batallón retiren los Jefes y Oficiales que no tienen colocación en ellos y los hagan pasar al Escuadrón de Caballería. La mente del General Jefe es que no quede en los batallones ningún jefe u oficial que pueda estorbar ya en las marchas, ya en los momentos de combate y quiere aprovechar las aptitudes de ellos en el Escuadrón. (6)

Severo fue el general Castro en este asunto de la organiza- ción militar, por ello se cuidó en la proliferación de ascensos y de repartir indiscriminadamente jerarquías. Ya constituidos los Batallones “Junín”, “23 de Mayo”, “Bo- lívar” y “Libertador”, el Comando y demás servicios de apoyo instalan su vivac1 en la población de Táriba, se atiende a los heridos, se aceitan los “máuseres”, se distribuyen las municio- nes y se realizan todas aquellas tareas propias de una fuerza estacionada. Fundamentalmente, es necesario establecer en primera instancia la seguridad de la fuerza. Para esto había destacado el general Castro al general Froilán Prato y también con la misión de reforzar las fuerzas procedentes de Mérida a la orden del general José María Méndez; simultáneamente mantuvo vigilancia sobre San Cristóbal y sobre los caminos que allí conducen. Distribuyó sus informantes en los pueblos y caseríos, esperando el momento de asaltar la ciudad. El general Leopoldo Sarría estaba prisionero desde el com- bate de Las Pilas. Los Generales gobiernistas “liberales amari- 1. Campamento 66 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

llos” Velazco, Pulgar y Cuberos habían muerto en acción. Pero no todo era tranquilidad. Había que esperar otras acciones de fuerza por parte del Gobierno. Estas no se hicieron esperar. Los generales José María Méndez y Froilán Prato habían sido bati- dos en El Tabacal por el general Espíritu Santos Morales. (7) Estas fuerzas de Castro se replegaron hacia la vía de El Zum- bador con los restos de sus efectivos, sus jefes tuvieron el buen tino de no dejarlas dispersar, como habían hecho los jefes sub- alternos gobiernistas en Tononó y Las Pilas, combates en que no hubo quien pudiese reorganizar las tropas que estaban siendo batidas y realizar un contraataque. Fue un acierto: ellas no ejecutaron el contraataque, porque no había esperanza de victoria. Más tomaron la otra alternativa válida: retirarse opor- tunamente para mantener la integridad de las fuerzas restan- tes, las cuales pudieron incorporarse al general Castro que ya marchaba en dirección noroeste. Ayudaron así a aumentar el poder de combate del grueso de la fuerza que esperaría al ge- neral Morales. Ya Castro contaba con cuatro batallones orga- nizados, mas su comando y los servicios auxiliares, pero aún habían “cuerpos” sin organización por el continuo movimiento de bajas y altas, además de las enfermedades propias de las concentraciones humanas donde existen deficiencias sanita- rias, que diezmaban a este ejército como: disenterías, heridas infectadas y fiebre por resfriado común; también las- deser ciones contribuían a este permanente flujo y reflujo de tropas que hacían variar la organización. En los ejércitos el cuidado y protección de los pies exigen una atención especial. Pero la “peonada restauradora” estaba acostumbrada a sus alparga- tas, ¿botas para qué? si no las había. Las Memorias de Guerra y Marina nos revelan que por mucho tiempo las alpargatas fue- ron el calzado de dotación orgánica. Esa permanente reorganización de las tropas dio al general Castro un factor importante para mantener la coherencia de su ejército. Siempre alerta a la ubicación del hombre. Los jefes que se ocupan constantemente de organizar llegan a conocer muy a fondo sus hombres, familias, nombres, mujeres, y sus Carlos Quintero Gamboa / 67 padecimientos. No hay elemento de magnetismo más fuerte para un jefe que conocer a sus hombres: ¿Antonio, no has reci- bido carta de Rafaela?; ¡Ignacio, bájate el pantalón para verte la herida de la ingle!; ¡Nicolás, andas enguayabado!; ¡Cuando llegues a Caracas la mandas a buscar y déjate de vainas que nos quedan pocos días para llegar! Este magnetismo lo tenía Castro; sabía llegar a sus hombres. Esa es la guerra, saberle llegar al enemigo… si le supo llegar al general J. V. Gómez. Desgraciadamente la gestión de Castro como jefe militar ha sido enfocada deficientemente y distorsionada por intereses de diversa índole. Unos lo llevan a donde nunca estuvo, a en- diosarlo, otros lo llevan al infierno. Es asunto de racionalizar el enfoque y concluiremos que fue un excelente comandante militar que poco tenía que envidiar a sus contemporáneos. Por esta razón los generales Méndez y Prato regresan a incorpo- rarse a su comandante. Y guardando las distancias: como lo hizo el teniente Pedro Camejo, cuando herido mortalmente en la Batalla de , fue a despedirse del general Páez. Ni Castro es Páez, ni Méndez y Prato son Pedro Camejo, es el magnetismo del jefe que se desvela por sus hombres. La gue- rra es una empresa de hombres y a ellos se debe su comandan- te, la guerra se hace para defender al hombre de las ofensas del hombre, es deshumanizada, pero es de humanos. El objeto de la guerra no deberá ser otro que impedir las guerras. Así lo plantean los teóricos antiguos y modernos. ¿Acaso existe em- presa más devastadora que una contienda bélica? Solo cuando las contradicciones universales cesen, será posible borrar de la mente humana el flagelo de la guerra. Mientras tanto hay que afrontarla como algo tangible, concreto y real, que está pre- sente en la vida de las sociedades. Y la manera de afrontarlas es plantear soluciones válidas para salir airoso de los enfrenta- mientos y sentar las bases para una paz duradera. Quedamos en que los generales Prato y Méndez con el resto de sus tropas se incorporaron a los batallones “Junín”, “Bolí- var”, “23 de Mayo”, “Libertador” y otros “cuerpos”. Se llamó cuerpos a grupos de combate del tamaño de un batallón. 68 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

Ya a esta altura de la revolución los problemas de la campa- ña habían evolucionado un poco más. Ya no eran Peñaloza y Morales las únicas amenazas. El ámbito táctico de la situación estaba controlado, ¿pero qué había hecho el gobierno central de Caracas? Era necesario mantener una vigilancia sobre los movimientos estratégicos del enemigo. A pesar de la derrota de El Tabacal este mantenía la iniciativa. Frente al avance del general Espíritu Santos Morales, la situación era controlada por el general Castro “el principio de la ofensiva” que no es atacar, sino mantener la iniciativa; obligar al enemigo a ata- car, moverse, combatir en el terreno que le es desfavorable, a engañarle haciéndole pensar que, como es él quien ataca, él es quien lleva el ritmo de la campaña o de la batalla. Debía mantener vigilancia sobre las posibles avenidas de aproxima- ción del enemigo. La Fría, San Juan de Colón, Ureña, San An- tonio y Rubio eran rutas que debían vigilarse; principalmente las dos primeras. Por allí se canalizarían las fuerzas que, desde el centro del país embarcarían por el lago de Maracaibo, vía a Encontrados, para combatirlo. Conocer la progresión de las fuerzas le permitiría emboscarlos o evadirlos por la ruta Colón – La Fría, o por la de El Cobre – La Grita. Para detectar estos posibles movimientos enemigos, proteger sus fuerzas y pre- ver futuros movimientos, En Táriba y Palmira dejó fuerzas sufi- cientes al mando del general J. V. Gómez y del coronel Santiago Briceño para contener a Peñaloza y mantuvo destacamentos de observación en Rubio, San Antonio y Ureña… (8) Era de impor- tancia conocer cuál sería la avenida de aproximación que es- cogerían las fuerzas que enviaban desde Caracas. Otra razón para posponer la salida hacia el centro. Hacerlos incursionar en la sierra para abatirlos y tomar la ruta sin problemas. Sobre esa vigilancia sigue diciendo el general López Contreras: … y muy especialmente en Colón y La Fría para vigilar la importante vía de Encontrados. (9) El día 9, el peligro inminente estaba en el avance del ge- neral Morales. Las fuerzas Restauradoras sitúan 200 hombres a la altura del caserío El Palmar. Allí pensó Castro aguardar Carlos Quintero Gamboa / 69 el momento adecuado para trasladarse a El Zumbador. Quiso pernoctar allí; buscaba seguro abrigo a sus tropas contra la in- clemencia del tiempo… (10) No por ello descuidando la segu- ridad de sus fuerzas para lo cual dispuso que adelantaran úni- camente destacamentos que deberían darle aviso oportuno de la aproximación del enemigo (11) El 9 de junio el general Castro estaba en El Palmar y el 10 estuvo Morales en El Cobre. El pri- mero “como siempre” esperando al enemigo para emboscarlo. El sitio escogido por los revolucionarios fue El Zumbador; lle- vaban 24 horas de ventaja y estaban acampados a 6 kilómetros del lugar donde serían esperados aquellos. Otra emboscada estaba en preparación. Alguien ha dicho que “las órdenes tienen cien veces”. En ello se insiste a los futuros jefes y se le inculca a los clases y sub- oficiales. Se debe enseñar así a todos los escalones de mando, pero, ¿qué quiere decir esto? Sencillamente, supervisión (que las órdenes se dan una sola vez y las otras noventa y nueve son para vigilar su cumplimiento). Es labor del comandante y su estado mayor, dar y transmitir órdenes que se puedan cumplir fácilmente y se puedan vigilar y controlar. Pero esta vez el ge- neral Castro falló, o mejor dicho, fallaron sus órganos de ejecu- ción; la vigilancia que había ordenado sobre las fuerzas recién llegadas a El Cobre fue deficiente, por cuanto el enemigo:

Remontando por Yerba Buena con el grueso de sus tropas, ocupó el día 11, de cinco a seis de la mañana, el sitio deno- minado La Cruz, como centro y puesto de comando; destacó un batallón a su derecha, cubrió su izquierda con fuerzas de línea que por el camino de Los Mirtos atacarían la derecha de Castro para llegar a El Palmar y cortarle la retirada a los revo- lucionarios. La reserva, en el curso del camino hacia El Cobre, tratando de llegar por colinas escarpadas al camino que sigue de El Zumbador hacia Los Hornos y Michelena. (12)

Morales había pensado un plan excelente: (I) Enganchar el grueso de Castro en el camino de El Zumbador-El Cobre, destru- 70 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

yéndole sus fuerzas con un desbordamiento sobre El Palmar. (II) Realizar un envolvimiento sobre San Cristóbal para apoyar a Peñaloza, atravesando la sierra en dirección oeste para caer al camino que, de Michelena, conduce a San Cristóbal. Es de- cir, que lo que afirma el general López de que las fuerzas que intentaron este último movimiento era la reserva, no es cierto. Este era el esfuerzo principal: llegar a la retaguardia profunda del enemigo para reforzar la sitiada ciudad de San Cristóbal. Morales logra sorprender las “moscas” del general Castro y en la madrugada del 11, se adelanta en el movimiento hacia El Palmar. Llega la alarma al Restaurador que ya se había puesto en marcha sin conocer el avance enemigo, consigue llegar al Páramo de El Zumbador casi coincidiendo con Morales y le monta la emboscada que tiene prevista en este difícil paso. Ya Morales se había lanzado al ataque desplegando sus fuerzas en los pocos terrenos planos que hay en este nudo montañoso, pero los revolucionarios mantuvieron la iniciativa al tomar las alturas y atacar de arriba hacia abajo, rescatando la ventaja que habían perdido por la sorpresa de la que fueron víctimas. La revolución no aceptó el ritmo de combate que le imponía el enemigo: impuso el suyo. La fuerza que estaba dispuesta para cruzar las montañas y llegar al camino de Michelena para ha- cer el envolvimiento, debió empeñarse en combate “ya como reserva” y no pudo cumplir la misión que tenía encomendada. De nuevo el general Castro logra decidir un combate recurrien- do a las técnicas de la emboscada. En este combate las fuerzas de ambos lados estaban equilibradas; su diferencia numérica era muy poca por lo que se puede afirmar que triunfó la sagaci- dad del general Castro al imponer su estilo al general Morales. … La persecución se encomendó al general José María Méndez con sus tropas merideñas. (13) Carlos Quintero Gamboa / 71

CITAS DEL CAPÍTULO II

1. Eleazar López Contreras, Páginas para la Historia Militar de Venezue- la, pág. 5. 2. Venezuela. Ministerio de Guerra y Marina. Memoria de 1907, pág. 167 y ss. 3. José Vicente Abreu, Rómulo Gallegos, Ideas Educativas en La Albo- rada, pág. 11. 4. Eleazar López Contreras, Páginas para la Historia Militar de Venezue- la, pág. 7. 5. Eleazar López Contreras, Páginas para la Historia Militar de Venezue- la, pág. 6. 6. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 1, pág. 87. 7. López Contreras, Op. Cit. Pág. 7 8. Ibídem, pág. 9. 9. Ibídem. 10. Ibídem. 11. Ibídem. 12. Ibídem. 13. Ibídem, pág. 9.

Batallón “23 de Mayo” en campaña. Fotografía de Esperón Ilustración tomada de El Cojo Ilustrado- reimpresión- Tomo IX, volumen I, de 1900.

CAPÍTULO III

8. El Sitio a San Cristóbal 9. La expedición contra el Estado “Los Andes”

Es importante en la dirección de la guerra establecer una re- lación certera entre las diversas formas de combate. Al co- mienzo hay que conceder gran atención a la guerrilla y a su desarrollo. En un nuevo período, habiendo surgido la guerra de movimiento, es preciso coordinar las dos formas de combate, reservando a la guerrilla el lugar esencial y a la guerra de mo- vimiento un segundo plano, pero cada vez más importante. (*)

(*) General Vo Nguyen Giap: Viet-Nam, Liberación de un pueblo. Ediciones DEPI, pág. 112.

79 8. EL SITIO A SAN CRISTOBAL

Ya derrotadas las fuerzas del general Morales y emprendi- da la persecución con una unidad menor, el general Castro va a ocupar nuevamente su posición central en Táriba. Contrajo una enfermedad y debió permanecer en cama por unos días paralizando las operaciones. Y es otra oportunidad que pierde el general Peñaloza de atacar al enemigo. Solo las patrullas y otras medidas de seguridad primordiales eran actividades que se realizaban. Hasta el 22 de junio Castro reposó por indicación médica. El 23 procede a materializar un plan que ha venido me- ditando en estos últimos días: asaltar a San Cristóbal de nuevo para reducir al general Peñaloza. Lo intenta, pero el día 24, a pesar de sus logros en el ataque, debe orientar su atención sobre las tropas del gobierno que el general Sulpicio Gutiérrez conducía sobre él por el camino de Encontrados “La Fría–Co- lón”. Tomó ese camino porque quería emboscar al enemigo, pero a medio andar regresó en virtud de una información se- gún la cual el general Sulpicio Gutiérrez […] que había seguido la vía de La Ceiba para ir por el Zulia a incorporarse a Morales en Mérida, regresó nuevamente a Táriba. (1) Los intentos de tomar la ciudad el 28 de mayo y el 23 de ju- nio fueron fallidos. El general Peñaloza tuvo la precaución de establecer un sistema de barreras cavando zanjas a manera de trincheras, obstáculos y tal vez casas convertidas en reductos, que impedían el fácil acceso a tropas asaltantes. El 10 de junio insiste el general Castro contra las defensas:

Las operaciones sobre la capital fueron muy complicadas. En el primer momento se pensó en tomar la ciudad en una sola noche de asalto, pero el avance de los cuerpos a costa de gran- des pérdidas y teniendo que escalar edificios, obligó a estabili- zar el combate en los sitios donde el enemigo había construido sus trincheras con verdadero sentido técnico, inexpugnables, necesitándose de artillería para reducirlas, arma de que care- cían los atacantes. (2) 80 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

Esta usencia de artillería acentuaba aún más el carácter guerrillero de las operaciones que ejecutaban. Ello, no obstan- te, redundaba en provecho de la rapidez en los movimientos. Las piezas de artillería necesitaban de mulas para su transpor- te y el de sus municiones y accesorios.

Hubo varios intentos de capitulación y al efecto suspendieron los fuegos para un armisticio; pero Peñaloza, seguro de reci- bir un ejército en su auxilio, fue alargando las conversaciones por medio de comunicados hasta el 12 de julio, día en que se levantó el sitio por aproximarse al general Antonio Fernández con un ejército de 6.000 plazas. (3)

Diecinueve días habían transcurrido desde que al general Antonio Fernández le fue encomendada, en La Victoria, la mi- sión de atacar a la revolución.

9. LA EXPEDICIÓN CONTRA EL ESTADO “LOS ANDES”

Un mes tardó el gobierno de Andrade en mover las fuerzas que había organizado para destruir la invasión del general Ci- priano Castro. En los primeros días de julio llega a encontrados el ejército expedicionario cuya misión era pacificar el Estado “los Andes”. Van a unirse a él los efectivos que están al man- do de los generales Sulpicio Gutiérrez, Abelardo Gorrochote- gui, Rafael Rodríguez, Agudo y Alarcón. Ellos aguardan a la altura de El Vigía, sitio geográficamente crítico; desde allí se dominan las vías de comunicación que bordean el lago de Ma- racaibo por su margen oriental, a la cordillera de Los Andes por su vertiente occidental. Y es posible marchar sobre San Cristóbal evadiendo un gran trecho de montaña hasta llegar a Colón o tomar la vía de Tovar-La Grita, rutas obligadas por donde los revolucionarios deben moverse para materializar su proyectada marcha hacia el centro del país. La situación no es favorable al general Castro. La fuerza expedicionaria llega a los Carlos Quintero Gamboa / 81

6.000 hombres, 2 piezas de artillería marca Krupp, de montaña, calibre 60 mm, 1 ametralladora Colt con 10.000 cartuchos y más de 600 cajas de cartuchos para máuseres. (4), (5) Está entre dos fuerzas: Fernández y Peñalosa. Ahora es el momento cuando la capacidad de decisión dará al general Castro la ventaja. El general Fernández es un jefe valeroso, más no talentoso. Ade- más, viene con un ejército pesado. Los problemas logísticos de la revolución son la tercera parte o menos que los del go- bierno, aquellos apenas tendrían para esta fecha unos dos mil hombres. El general Fernández pierde algunos días intenta- do resolver problemas logísticos. Las bestias de carga son su principal inconveniente, pues necesita transportar 600 cajas de cartuchos, las dos piezas de artillería y la ametralladora, ade- más de la impedimenta. Pero él pudo haber apelado a un “ex- pediente de campaña” y utilizar las fuerzas de su retaguardia para cargar las cajas de municiones para las que los “bagajes” no habían sido suficientes; y aprovechar los pocos disponibles para mover la artillería y la ametralladora. Bien sabía que esas fuerzas del segundo escalón no iban a ser atacadas por cuanto el enemigo estaba adelante y no había efectuado ningún movi- miento. La tropa pudo haber construido parihuelas y cada par de soldados, llevándolas a manera de camillas, habrían podido cargar cuando menos dos cajas, lo que hubiese ocupado 300 hombres que al fin y al cabo estaban disponibles para cual- quier eventualidad; con dejarlas en el suelo o en lugar protegi- do era suficiente para incorporarlos al combate. Además, para una fuerza de 6.000 hombres, con superioridad numérica sobre el enemigo, no le era demasiado riesgoso tomar estas medidas sencillas y mantener en la retaguardia 500 hombres. Esta operación militar contra los revolucionarios, desde un principio, está signada por la incoherencia. El primero que es nombrado “jefe del ejército expedicionario sobre el Táchira” es el general Santiago Sánchez, tal como está registrada una reso- lución del Ejecutivo Federal, fechada en Caracas el 27 de mayo de 1899, tres días inmediatamente después de haberse reali- zado la invasión: Comunicado de Aquilino Suárez para Santia- 82 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

go Sánchez. Caracas, 27 de mayo de 1899. Hoy se ha dictado por este Despacho la Resolución siguiente: Por disposición del Presidente de la República se nombra al ciudadano general San- tiago Sánchez, Jefe del Ejército Auxiliar Expedicionario sobre el Táchira…. (6) Más tarde es el general Antonio Fernández quien se encarga de esa fuerza en virtud de una orden del mismo ejecutivo: … Por disposición del Presidente de la República se nombra al ciudadano Antonio Fernández, Jefe del Ejército Expe- dicionario sobre los Andes… (7) Esta resolución está fechada el día 23 de junio, es decir, el mismo día que partió el general Fernández, lo que da a entender que el general Sánchez ha- bía sido sustituido antes de iniciar la campaña. Tal es así que en la correspondencia relativa al Parque Nacional reposan los comprobantes de que ya antes de esta fecha estaban siendo pertrechadas las fuerzas al mando del general Fernández, por cuanto estos documentos están inscritos a su favor: Parque Nacional del Distrito despachó para el general Antonio Fernán- dez, en La Victoria, un mil quinientas cápsulas de Winchester y doce (12) sables de caballería. Parte diario del 20 de Junio. (8) Luego antes del nombramiento oficial ya el general Fernández había reemplazado efectivamente a su predecesor en el mando del Ejército Expedicionario. Mal augurio. En menos de un mes ya las fuerzas habían cambiado de comandante. Para el día 3 de julio ya está instalado el cuartel general en Encontrados. Aquí comienzan las penalidades de Fernández. Se deja arrastrar por los inconvenientes logísticos y en lugar de plantearse soluciones sobre la marcha, pierde tiempo yen- do el mismo a buscar provisiones en lugar de utilizar su estado mayor. Antes de establecer el comando en Encontrados, man- dó la flotilla que llevaba, por el río Catatumbo, aguas arriba y él se desvió a recibir 500 hombres y 200 bestias, tarea que muy bien pudo desempeñar su jefe de Estado Mayor el general Martín Tamayo Pérez. Estas fuerzas que esperaba recibir Fer- nández no le eran imprescindibles para iniciar la campaña y en todo caso pudo haber elaborado las instrucciones para que se incorporaran, pero sin él, ya que prácticamente estaba so- Carlos Quintero Gamboa / 83 bre el territorio dominado por el general Castro y lo imperativo en este caso era ir en busca de los revolucionarios. Los recur- sos humanos y materiales con que contaba eran suficientes para emprender la campaña y mantener una retaguardia. Esos 500 hombres lo que hicieron fue aumentar sus necesidades de aprovisionamiento y favorecer al general Castro. Cada bestia, cada caja de municiones que hubiese dejado en la retaguardia, habría aligerado su ya pesado ejército. Pero el general Fernán- dez había ganado su grado de general y su cargo de coman- dante de este ejército, sin haber comandado nunca una uni- dad semejante. Su valor personal y su experiencia como jefe de partidas de guerrillas no fue suficiente para arrastrar las responsabilidades de jefe del ejército. Ya no es él lo que hace falta, es el “genio de la guerra” “expresión clausewitziana” la imaginación creadora, la capacidad para adaptarse a nuevas situaciones y solucionar grandes problemas. En talento el ge- neral Castro lo superaba enormemente; es notable como en ningún momento intentó organizar un ejército gigantesco. El general López dice que:

Durante algunos días, el Ejército Restaurador llegó a contar con 2.500 hombres, pero en vista de la falta de armas, el ge- neral Castro dispuso que una parte regresara a las faenas de los campos abandonados. El Ejército se mantuvo entre 1.500 y 2.000 hombres. (9)

Castro no da de baja a esta gente por falta de armas. ¿Aca- so no se decidió el combate de Las Pilas con armas blancas? Era sencillamente un problema de movilidad. La guerra que se estaba conduciendo era rápida. Si el general Fernández quería dar caza a la revolución debió haber organizado sus fuerzas para el combate irregular; las guerrillas se combaten con guerrillas. Las primeras acciones entre los facciosos y el Ejército Expe- dicionario las relata el mismo general Fernández en un escrito que publicara en Caracas el 29 de septiembre de 1899; expli- 84 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

cando el porqué de su fracaso en Los Andes. En ese documen- to dice:

Oficié a los generales Sulpicio Gutiérrez y Gorrochotegui, que se movieran con los 800 hombres que estaban a sus órdenes, sobre la facción de los Méndez, Pedro Araujo Sánchez y Arís- tides Sánchez, que en número de 600 hombres ocupaban las posiciones de La Culebra, El Bolero, La Palmita, La Mocotie y San Felipe. Después de tres reñidos combates y desalojado el enemigo de estas fuertes posiciones, ordené a los jefes triun- fadores que se incorporasen a los generales Bravo, que venían con 300 hombres, Medina que traía igual número y Montaña y Parada que conducían 200; y juntos marcharon por La Grita a incorporárseme en Colón, atravesando el Páramo de El Zum- bador para salir a Los Hornos y bajar a Las Vegas. (10)

Pero no se decidía él mismo a abrir operaciones por falta de bestias de carga. Parece que la magnitud de esta operación llevó a este general al “límite de su competencia” profesional. En su escrito agrega que: … No está demás manifestar que para poder salir de allí tuve que mandar a Maracaibo a comprar una mula para mí, pues todo en aquel lugar era difícil. (11) Deja mu- cho que pensar que el general detenga su salida por una mula que mandó a buscar desde Encontrados a Maracaibo cuando allí pudo hacer tomado alguna de las bestias de que disponía. El paso de las tropas del gobierno por el Estado Táchira fue una verdadera “plaga de langostas”. Ese era el estilo que co- nocía el general Fernández, de modo que ninguna de estas explicaciones que da para justificar el fracaso de su empresa son válidas ni para él ni para cualquier otro general. Existen testimonios de que se aprovechó bastante bien de las riquezas y recursos de la región para uso de su ejército. De una carta enviada al general Castro – ya en el poder – se extrae esto:

Desearía narrarle punto por punto todos los sufrimientos y pe- nalidades que afligieron, después de su partida en esa madru- Carlos Quintero Gamboa / 85

gada del 27 de julio, a mi espíritu y a los de mi pobre familia; pero, sería una cosa incontable, ¡Dios Mío!, parecían dragones salidos de los más profundos infiernos, una negrada sin Dios ni ley; desde el primer jefe hasta el último soldado, no reinaba sino el espíritu de la destrucción completa. (12)

Es decir, que el general Fernández no era hombre de pararse en contemplaciones para hacer una requisición. El mismo lo ratifica en su informe de defensa cuando narra lo que ocurrió al dejarlo en los Puertos de Altagracia, cuando ya regresaba y al respecto escribió:

Me entregaron mil quinientos (1.500) pesos para raciones del ejército por seis días […] Comprendiendo que no podía con la expresada cantidad llegar a mi destino, me vi en la necesidad de embarcar en Quisiro ochenta carneros, que fueron valo- rados en cien pesos, por cuya suma di un giro contra el doctor Andrade. (13)

Hay un detalle importante en todo este informe que elaboró el general Fernández. Se cuidó de no colocar las fechas en que dio cada uno de sus pasos. De modo que cuando intentamos elabo- rar un minucioso examen militar de su campaña nos encontra- mos con que ese documento tiene un valor limitado en cuanto a la apreciación operativa propiamente dicha. Sí, él fue hombre de pocas luces. En cambio, sagaz en la elaboración de ese informe. Si presentaba una descripción cronológicamente pormenoriza- da quizás sus enemigos habrían arreciado los ataques que de todas formas tuvo que recibir por el fracaso de la campaña. Los primeros contactos del ejército del gobierno, como ya señalamos, fueron con elementos de seguridad y exploración de los revolucionarios. Un detalle más que nos sirve de ayuda para enjuiciar, para catalogar la capacidad militar del general Fernández, es este párrafo del informe en el que narra que el cónsul de Venezuela en Cúcuta, doctor Alejandro Andrade, le mandó una carta donde le comunicaba que: 86 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

La situación de Peñaloza en San Cristóbal era desesperante, que no resistiría el sitio por más de seis días, porque se le ha- bían agotado a tal extremo las provisiones que estaban comién- dose las bestias […] Esta tremenda noticia me llenó de angus- tia, porque me imaginé yo el sitiado; y sin esperar las órdenes del jefe del país, dispuse que se tomara a Colón de cualquier modo, operación que efectuaron los generales Adrián, Montilla y Colina con pocas bajas porque los generales Olivares que defendían la plaza, se retiraron a Michelena. Inmediatamente ordené que se colocaran dos pabellones blancos en el cerro El Chimborazo, que queda frente a San Cristóbal y a avisarle así a Peñaloza la aproximación de mis fuerzas. (14)

Fue esa la segunda operación ordenada por el general An- tonio Fernández. Otro choque con elementos avanzados y de seguridad de la revolución. Mientras tanto, como se recordará, frente a San Cristóbal, atacando la guarnición estaba el grueso del Ejército Restaurador sin comprometerse en otras acciones; allí recibieron la noticia de que el gobierno había avanzado sus tropas a Colón y decidieron desengancharse y hacerle frente a la amenaza inminente; era día 12 de julio cuando el general Castro ordenó la suspensión del sitio. Pero lo más importante de la cita anterior del informe del general Antonio Fernández es que remarca y sin recibir órde- nes del jefe del país, expresión que no se compadece con la autonomía de un jefe expedicionario. Es inconcebible que el general Ignacio Andrade se reservase el control táctico de las operaciones. Los medios de comunicación de esa época no le permitían tal centralización. Ni siquiera hoy día “con todos los adelantos tecnológicos disponibles” se mantiene esa centra- lización sobre un comandante en operaciones. Este detalle lo que hace es poner en tela de juicio la capacidad profesional del general Antonio Fernández y tal vez la capacidad política y administrativa del general Ignacio Andrade al nombrar Jefe Expedicionario a este oficial, disponiendo de otros con mayor preparación y experiencia militar. Para esa fecha estaba ya en Carlos Quintero Gamboa / 87 el país, aunque demasiado joven, Francisco Linares Alcántara quien recién había egresado de West Point en 1897, como el primer venezolano que cursó estudios en esa academia militar norteamericana y ostentaba la jerarquía de coronel. Posterior- mente lo vamos a ver como comandante de artillería del ejérci- to que combate en Tocuyito contra la revolución. No era Linares el indicado, pero había otros con mejor aptitud para conducir esta campaña. Los mismos que, a posteriori, asistirían también a Tocuyito con el gobierno. Tal vez fue que en Caracas se pensó que la invasión de Castro era un alzamiento más de los que fre- cuentemente ocurrían o también que la descomposición moral se vino a reflejar en la designación del jefe expedicionario. A pesar de los recursos materiales, que fueron cuantiosos, los resultados de la campaña, para el gobierno, tanto en lo militar como en lo político, fueron desastrosos. ¡Espere órdenes!, ¡Mándeme refuerzos! Estas son las salidas de los jefes que no toman decisiones. El general Fernández an- tes de apersonarse en Colón, atascado como estaba en Encon- trados y:

Mientras vencía todas las dificultades para la movilización del parque “ordenó” al general Adrián que avanzara con la Divi- sión del General Montilla a La Uracá, al general Wiedeman con su División a La Fría y el jefe de Estado Mayor que se situara en La Uracá y “esperara órdenes”. (15)

En una carta del general Castro a monseñor Jáuregui – fe- cha 23 de julio de 1899 – escribe: … cuando el señor general Fer- nández, en su correspondencia al general Andrade, le dice que está bien, pero dadas las fuertes posiciones que tiene el enemi- go, se hace necesario que le envíe más fuerzas; (16) se ratifica allí su incapacidad para superar la situación con los recursos de que dispone. Y lo peor para Fernández es que así lo está apreciando su adversario. Antes de avanzar sobre las tropas del enemigo, se organizan las fuerzas del gobierno así: 88 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

Cinco Divisiones de ochocientos hombres cada una; doscien- tos hombres para mi guardia y cien para el Cuerpo de Arti- llería; y luego ordené que con su División quedase el general Sulpicio Gutiérrez guarneciendo la importante plaza de Colón y custodiando un parque de setenta mil tiros. Con el resto del ejército salí en solicitud del enemigo y por escasez del bagaje llevaba doscientas cajas de quinientos tiros, en hombros de los soldados que comandaba el valeroso general Alfonso […] después de algunas dificultades y de constantes tiroteos con el espionaje enemigo, ocupé la plaza de Michelena defendida por cien hombres. (17)

Pasados tres días, ordené al general Alvarado que con la Di- visión del general Colina marchara por el camino nacional a amenazar la vanguardia del general que se hallaba en Borotá, Palo Gordo y Mochilero y que se descolgara por Lagunitas a incorporárseme en Las Guamas, sitio donde yo me dirigía con el resto del ejército y en el cual pasamos la noche frente al enemigo. (18)

Posición intermedia ésta entre Borotá y Michelena. Al res- pecto dice el general Eleazar López:

En tanto el Ejército del Gobierno logró acampar entre Colón y Michelena y posiciones adyacentes en espera del ataque de Castro, pues temía empeñarse en las alturas escogidas por este y aunque se sucedieron choques entre cuerpos aislados, especialmente de noche, fue el 24 de julio cuando el general Fernández hizo efectuar algunos reconocimientos en dirección de Borotá. (19)

Es decir, que el general Antonio Fernández se tardó desde el 12 al 24 de julio: doce días para decidir su ataque contra las fuer- zas de la revolución que estaban numéricamente en inferioridad y peor armadas. Con un ataque quizás habría arrollado al gene- ral Castro. Este no tenía artillería ni ametralladoras. Con la sola Carlos Quintero Gamboa / 89 ametralladora Colt le habría bastado para apoyar el avance de su fuerza. El alcance de la ametralladora superaba el de la fusilería. Y los cañones Krupp de montaña “con granadas explosivas” hu- biesen causado suficientes bajas al enemigo antes de proceder al asaltado definitivo de sus posiciones. Tal cual lo afirma el gene- ral Antonio Fernández, que las fuerzas al sobrepasar Michelena estaban visibles y es cierto, por cuanto desde varios días antes estaban mirándose frente a frente en una distancia no mayor de seis kilómetros, cada uno ubicado en alturas que permitían divi- sarse mutuamente, entonces pudo haber utilizado el alcance de su artillería para abrirse paso. Para ello disponía de 12 granadas de percusión, 27 botes de metralla, 32 garguzas y 10.000 cartuchos de Colt. (20) Solo con el uso de los botes de metralla habría causa- do grandes estragos en las líneas que sostenía el enemigo. O apo- yando el movimiento con fuego de ametralladora hubiese podido asaltar las posiciones de la revolución y ponerlos a la desbanda- da, aprovechando la sorpresa que había sido el empleo de estas armas, de uso poco común para la época en nuestras guerras ci- viles. Ya veremos cómo quince años más tarde, la ametralladora va a desempeñar un papel importante en la táctica de las tropas durante la Gran Guerra 1914-1918. Y ya lo había desempeñado en la Guerra de Secesión Americana. De toda esta situación se dedu- ce que el general Antonio Fernández quería llegar a San Cristóbal sin disparar y decir en su parte, parafraseando a Delfín Aguilera, que después de cuatro horas de vivo fuego, hemos tomado esta plaza sin un tiro. (21) La revolución había instalado un dispositivo de vigilancia sobre el gobierno que llegaba desde Palo Gordo a Mochileros, pasando por Borotá. El gobierno hizo una finta al enemigo:

Disponiendo la marcha de la “División del general Colina… por el camino nacional a amenazar la vanguardia del general Castro que se hallaba en Borotá, Palo Gordo y Mochilero y que se descolgara por Lagunitas a incorporárseme en Las Guamas, sitio a donde yo me dirigía con el resto del ejército y en el cual pasamos la noche”, (22) 90 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

Es decir, que en lugar de aprovechar el engaño que hacía la división de Colina para sorprender a los adversarios se quedó durmiendo en Las Guamas, permitiendo al enemigo que se en- terara del movimiento. Estando tan cerca pudo haber hecho este movimiento en la madrugada y sorprenderlos en Cordero al amanecer. En la mañana fue cuando dispuso la marcha sobre Cordero por el camino que viene de El Cobre, el día 26 de julio. Las disposiciones del general Fernández fueron que:

A vanguardia la División del general Colina a las inmediatas órdenes del general Rafael Adrián… seguían la División del General R. Montilla, la Artillería, la Guardia, la División del ge- neral Isidoro Wiedeman. Pasamos al fiscal (sic), y al llegar a “Salomón”, la vanguardia avistó al enemigo que estaba atrin- cherado en Cordero y contrariando mis terminantes órdenes de aguardar en sus posiciones, rompió los fuegos por el Ca- mino Nacional, quedando el resto de las fuerzas interceptadas en un zanjón de más de media legua. Cuando me apercibí del peligro, encargué al general Medina de la pasada del parque y corrí a la vanguardia donde se peleaba como a diez metros de distancia y con un cañón colocado a sesenta. (23)

La vanguardia es para eso, para contactar al enemigo, para detectar su presencia, es lógico que no pretenda esta vanguar- dia decidir un combate; ella no es el grueso del ejército, pero a través del contacto con el enemigo es posible saber su disposi- tivo, del emplazamiento de los cañones, de la infantería, de sus ametralladoras, obstáculos en el camino, de la cantidad o mag- nitud de las fuerzas que están enfrentándose. Una vanguardia en un movimiento hacia el contacto, no debe estacionarse: si precisamente ella va a detectar dónde están los enemigos, debe desplazarse. De tal manera que estas observaciones del general Fernández no son válidas para explicar su fracaso. Por otra parte, no fue por el choque de la vanguardia por lo que sus tropas se quedaron en un “zanjón de media legua”, la culpa es suya por: 1° No haber dispuesto una maniobra para cuando Carlos Quintero Gamboa / 91 se contactara el enemigo, y 2° Mantener el grueso de la fuerza demasiado cerca de la vanguardia. Errores crasos. ¿Con qué tiempo iba a reaccionar el grueso si venía pegado a la cabeza? Quizás acá tenga razón Delfín Aguilera cuando dice, refirién- dose al resultado de las operaciones que:

Muchas veces el mismo que la ejecutó no viene a saber la he- roicidad máxima por él realizada hasta no leer la explicación del fenómeno, explicación que comúnmente se llama Parte Oficial de la Batalla. Por esta parte, escrito casi siempre por quien no presenció la pelea, es por donde viene a saberse que hubo plan para ella, que distribuyeron órdenes, que en vista de tal operación del enemigo, se dispuso cual otra; y en fin, que en el momento preciso el vencedor vio claro, clarísimo y orde- nó con su habitual prontitud de concepción, la carga definitiva, determinando la derrota del enemigo. (24)

Pero la razón de Aguilera es relativa. No puede decirse lo mismo de Carabobo o de Ayacucho “guardando las considera- bles distancias” ni de Waterloo; ni de Cannas; ni de la Batalla de Santa Inés; Aguilera fustiga a un militar de las montoneras. A quien no es “académico” de las armas. Porque no estamos hablando de la antigüedad. Estamos en pleno siglo XIX y ya para esta época están delineadas las características de lo que es la profesión militar; una profesión que, al igual que otras, ha sufrido un proceso de transformación progresiva: de la arte- sanía a la ciencia. Estamos en la época de los filósofos y teóri- cos de la guerra. El general Fernández no había dispuesto ningún plan para atacar a Cordero. Por ello ordena que las tropas se retiren y desenganchen del enemigo, replegándose a Salomón y La Fis- cala. Ordenes que no tienen sentido. Con una fuerza superior no ordena asalto. El general Castro, como era de su costumbre, había organi- zado en la población de Cordero una emboscada. Cubrió las alturas que dominan al pueblo, rodeándolo con los batallones 92 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

“Bolívar” y “Junín”; el grueso del “Libertador” y “Escuadrón de Caballería”, el Batallón “23 de Mayo”, parte del Batallón “Li- bertador” y la “Guardia de Honor” en el centro del dispositivo: Atraer al enemigo sobre el centro del poblado para acorralarlo, fue la intención. Sin embargo, las alturas de Pan de Azúcar no fueron posibles dominarlas y quedaron en manos del contrario. Así está dispuesta la situación para el día siguiente, 27 de julio. El ataque comenzó con disparos de la artillería y fuertes car- gas de la infantería del gobierno que causaron serias bajas a los revolucionarios. El general Peñaloza fue alertado para que se pusiese en movimiento contra la retaguardia enemiga, pero ejecutó su movimiento erráticamente por las montañas y vino a converger sobre una de las unidades del propio gobierno, permitiendo al general Castro desenganchar sus fuerzas en pe- ligro de ser totalmente destruidas por la superioridad del ene- migo y replegarse ordenadamente, en la tarde, hacia Palmira, a la espera de un nuevo ataque contra sus fuerzas. Pero éste no se produce y para su tranquilidad, el comando revolucionario observa el desfile de las tropas gobiernistas hacia San Cristó- bal, desechado el camino que pasa por Palmira. El 29 ordena el general Castro el desplazamiento de sus unidades hasta Capa- cho. Este sitio le es más seguro ya que domina la confluencia de varios caminos, mantiene la vigilancia sobre el enemigo y puede recuperar las pérdidas del día anterior. El amuniciona- miento está fallo y ha sufrido bajas de consideración por efecto de los combates y por las deserciones. Los errores del general Fernández son tan manifiestos que él mismo los describe así – refiriéndose al momento en que su vanguardia.

Sin autorización, suya, tomó contacto con el enemigo en Cor- dero: Inmediatamente hice pasar al general Adrián a retaguar- dia y dispuse la sacada del cañón para otro punto más venta- joso. Hecho esto, mandé la vanguardia a sostener los fuegos, mientras que el general Montilla flanqueaba por la izquierda y ocupaba una llanura frente al grueso del ejército contrario. (25) Carlos Quintero Gamboa / 93

Más adelante continúa diciendo lo siguiente:

A mi guardia, que se encontraba frente a una casa de Lazareto, le solicité un baquiano y ordené que entrara por el portón de di- cha casa, trepara una colina situada a la izquierda, descendie- ra la llanura y rompiera los fuegos en la plaza del enemigo. (26)

En primer lugar, si el general Adrián venía comandando la vanguardia, como él mismo dijo anteriormente, ¿para qué le quita el contacto que ya ha tomado con el enemigo? Si con el empuje que traía y la superioridad numérica pudo haber arrollado desde un principio a las fuerzas que se le oponían. Si es cierto lo que dice él en su informe, no cabe lugar a dudas que fue una decisión mal tomada. En todo caso con una parte de la División de Adrián “800 hombres” pudo haber fijado la fuerza enemiga y con el resto de los batallones in- tentar el desbordamiento de las posiciones. Pero el enemigo había tomado las alturas adyacentes y los puntos a ocupar eran esas alturas dominantes sobre el poblado y no a este en sí mismo, de modo que cuando ordena que sus fuerzas desborden y tomen la llanura está ubicando sus fuerzas en pleno campo de tiro de las armas del enemigo y haciéndole el juego a la emboscada. El “flanqueo” que ordenó el general Fernández estuvo acer- tado; por el contrario, la bajada de las tropas a la llanura fue un error. Tomar posiciones dominantes o asaltar las que el enemi- go tenía usando su ametralladora y sus dos cañones, eran al- ternativas muy válidas. Solo las decisiones erradas le permitie- ron a las fuerzas del general Castro sortear el ataque y obligar al enemigo a que se retirara a Salomón y a La Fiscala hasta el día 27 cuando se reanudaron las hostilidades. El general Fernández elaboró este reporte de la campaña, en septiembre de 1899, para defenderse de los reproches de los que fue objeto, pero desgraciadamente no encontró un buen asesor para redactarlo a su favor “si es que pensaba justificar- se” y sí se ciñó a la absoluta verdad, lo que hizo fue ratificar 94 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

los errores que sus enemigos políticos le señalaron por haber conducido desatinadamente esta campaña. Las fuerzas de la revolución aparentemente no logran concluir con éxito la emboscada, pero si evaluamos sus re- sultados puede afirmarse que salieron triunfantes por cuanto mantuvieron su integridad. La misión no era destruir al enemi- go ni conquistar terreno, sino desgastarlo y colocarlo en una posición tal, que permitiese alcanzar el objetivo estratégico: Caracas. Carlos Quintero Gamboa / 95

CITAS DEL CAPÍTULO III

1. Eleazar López Contreras, Páginas para la Historia Militar de Venezue- la, pág. 10. 2. Ibídem. 3. Ibídem. 4. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 1, pág. 109. 5. Eleazar López Contreras, Páginas para la Historia Militar de Venezue- la, pág. 343. 6. Ibídem, pág. 344 cfr. Archivo Nacional. 7. Ibídem, pág. 347 cfr. Archivo Nacional. 8. Ibídem, pág.346. 9. Ibídem, pág. 10 10. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 11, pág. 30. 11. Ibídem, pág. 30. 12. Ibídem, N° 10, pág. 2. 13. Ibídem, N° 11, pág. 36. 14. Ibídem, N° 11, pág. 30. 15. Ibídem. 16. Ibídem, N° 6, pág. 10. 17. Ibídem, N° 11, pág. 30. 18. Ibídem. 19. López, Op. Cit., pág. 10. 20. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 1, pág. 110. 21. Delfín Aguilera, Venezuela 1900, pág. 92. 22. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 11, pág. 31. 23. Ibídem, pág. 32. 24. Aguilera, Op. Cit., pág. 92. 25. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 11, pág. 32. 26. Ibídem.

CAPÍTULO IV

10. El objetivo es llegar a Caracas

División Táchira: Batallones 23 de Mayo en campaña

Aprender no es fácil, y aplicar lo que se ha aprendido es aún más difícil. Al tratar de la ciencia militar en las aulas o en los li- bros muchas personas parecen igualmente competentes, pero en la guerra real, algunas ganan batallas y otras las pierden. (*)

(*) Mao Tse Tung: Seis Escritos Militares, Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín, 1970.

103 10. EL OBJETIVO ES LLEGAR A CARACAS

Guerrillero como era, el general Castro no orientó su cam- paña a destruir el enemigo; no en el sentido “absoluto” como lo dice Clausewitz. Fue a reducirlo. Y cuanto más económica le resultaré esa reducción, más favorable. La intención no era destruir a las fuerzas de los generales Fernández y Peñaloza que ya estaban unidas en San Cristóbal. Era impedir ser des- truido él mismo y llegar a Caracas, centro del poder político nacional. Tomada Caracas, será solo asunto de conducir sen- das campañas militares contra los insurrectos y desafectos; tal como ocurrió hasta la toma de Ciudad Bolívar en 1903. Diversos factores impulsaron al General Castro a emprender la marcha hacia el centro de la república. Las tropas estaban intranquilas, desertaban con frecuencia porque, a pesar de los días de campaña, habían regresado a su lugar de partida y es- taban enterados de la superioridad numérica del enemigo y de los estragos que estaban causando las fuerzas que trajo el go- bierno: éste no los batió en Cordero por un repliegue a tiempo y por los desatinos del jefe atacante, pero eran numerosos y ello influyó en el ánimo de las tropas. Además, en algún momento, el enemigo podría disponer una operación en su búsqueda y la situación se les tornaría un tanto difícil. Por los momentos las tropas barloventeñas que en mayoría integraban el ejército del gobierno estaban a sus anchas dedicadas al saqueo de las ciudades y aldeas bajo la mirada tolerante del general Antonio Fernández. Dice el general Fernández que:

Llegado a esta plaza después de multitud de trabajos, pues siempre tenía que trasladar en hombros el parque, ordené inmediatamente que salieran ochocientos hombres a Zorca, ochocientos al Cedral y doscientos a Táriba […] Hice ocupar a Rubio con seiscientos hombres y destaqué cien hombres de las fuerzas del general Peñaloza sobre Santa Ana […] Avisa- do por mi espionaje, que el general Castro sacaba doscientas 104 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

reses por el camino de La Chiriri, y sabedor que sus jefes sub- alternos le habían manifestado que lo acompañaban a todo, menos a librar otro combate, no me quedó duda de que se pre- paraba para abandonar el Táchira y como para lograrlo no le quedaba otra vía que la de La Grita, telegrafié a Maracaibo al doctor Alejandro Andrade y para que lo hiciera saber al presi- dente de la República que era probable que el enemigo busca- ra el centro y que para impedirlo mandase a poner quinientos hombres en La Grita, al mando del valeroso y leal doctor Rafael González Pacheco. (1)

Una cita de Delfín Aguilera es indispensable para remarcar lo que aconteció al general Fernández:

A pesar de nuestros bosques de laureles militares; a pesar de todas esas latas que tan caro cuestan al país, hay quien diga que en Venezuela no hay un general a quien le quepan en la cabeza diez mil hombres: que este número de soldados rarísi- mo será el que lo haya manejado alguna vez en un campo de batalla. Que los combates o refriegas se deciden generalmente porque uno de los adversarios corre primero, dándose el caso de que muchas veces el vencedor no sabe que lo es, hasta dos o tres días después de haber alcanzado la victoria. Afirman otros airada o melancólicamente que no hay cosa más triste que arriesgar su vida “aun siendo la que se lleve aquí” a las órdenes de semejantes bárbaros: que quien no sirva humana- mente para nada útil sirve para General venezolano…” (2)

Son dos cosas para articular: las afirmaciones del general Fernández y las opiniones de Aguilera. Ambas cargadas de un comprensible apasionamiento; el primero, porque trata de de- fenderse de sus adversarios, y el segundo, porque sufre los ri- gores de una prolongada cárcel. Pero aún así revelan aspectos concretos de su momento histórico, al margen de las motiva- ciones que los llevaron a expresar cada una de las citas que ahora traen a colación. Carlos Quintero Gamboa / 105

Los días de ventaja que llevaban las fuerzas de la revolución “delante de las del gobierno, vía hacia El Centro” nos permite deducir con certeza que el general Fernández en ningún mo- mento dispuso los movimientos de tropa que él relata, antes del 2 de agosto, pues si esto hubiese sido así el general Cas- tro no se habría movido de Los Capachos sin ser detectado o sin ser interceptado en Palmira, donde se suponían doscien- tos hombres del gobierno. El movimiento del ganado por La Chiriri no fue un indicio de la salida del general Castro, fue la confirmación de que hacía varias horas que marchaba desde Táriba vía El Cobre. Esto se confirma con el telegrama al doc- tor Alejandro Andrade para que ordenara la intercepción en La Grita. Ese no me quedó duda de que se preparaba a abandonar el Táchira, no es cierto; no era ninguna preparación, era un hecho consumado, de haber sido preparación habría actuado con sus fuerzas para impedir tal movimiento, para ello contaba con la superioridad numérica de sus tropas y una mejor dotación de armamentos. Ahora, refiriéndonos a Aguilera, comenzaremos diciendo que de la lectura de sus escritos se infiere que este periodis- ta habría sido un buen corresponsal de guerra porque cono- ció al dedillo el acontecer de la organización militar. O fue un profesional que no logró consolidar en el ejército su verdadera vocación y desde la trinchera de su pluma se dedicó a trazar los rasgos del ejército modelo que todos los profesionales de las armas conciben. De este grupo, militares de vocación, han salido grandes pensadores y teóricos de las artes y ciencias militares de este siglo; entre ellos el capitán B.H. Lidell Hart, in- glés, uno de los tratadistas militares más profusos de esta épo- ca y cuyos aportes han contribuido a moldear el pensamiento táctico y estratégico de esta era. Aguilera es inflexible con la corrupción, la ataca en sus raí- ces, de ahí su pasión por lo militar, por una institución ejem- plar, sustraída de las distorsiones que él observa. No adversa al ejército, adversa la parodia a que muchos han querido lle- varlo. Critica a quienes se arrogan jerarquías alegremente. Al 106 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

gran ejército de generales y coroneles con mando sobre cien hombres, cada uno. Por ello el general Cipriano Castro quien sí poseía un concepto claro de lo que tenía entre sus manos, mantuvo por política la congelación de los ascensos militares hasta tanto no se sancionó el Código Militar de 1904, en el cual se establecieron los requisitos mínimos para que un candidato fuese considerado para una promoción jerárquica. Del 23 de mayo de 1899 hasta 1904, el Ejército de la Restauración no as- cendió ningún oficial, excepto al coronel Emilio Fernández que lo fue después del combate en Parapara, por su demostración de valor. El mismo Aguilera llegó a cuestionar la formación militar que se estaba impartiendo en Venezuela, calificándola de pri- mitiva por cuanto se circunscribía a aspectos mecánicos del combate y se desechaban las interpretaciones científicas in- dispensables para una educación militar sólida. Y Aguilera no estaba equivocado, pues estamos en plena era espacial, de la computación, del rayo láser y muchas de nuestras academias aún bordeaban el contenido de la ciencia militar con ejercicios prácticos “de campo y de gabinete” pero siempre mecánicos. Situaciones donde es el reflejo y no la reflexión lo que se impo- ne. Eso ya lo estaba combatiendo Aguilera. Y esta crítica agria no hace más que revelar la personalidad militar de quien, a través de sus escritos, intenta llevar a la conciencia pública un problema que incumbe resolver a todos. A la llegada del gene- ral Castro al poder la situación de las tropas de los cuarteles mejora radicalmente; las palabras de Aguilera, no se las llevará el viento y quizás tuvo el campo propicio para materializar sus ideas de soldado “cuando se incorporó a la Libertadora”. No hay peor cuña que la del mismo palo Aguilera llegó a os- tentar la jerarquía de general, de modo que el periodista era ya militar. Sigamos con la marcha hacia el centro emprendida por el Ejército de la Revolución Restauradora. Comienza este crono- grama el día 2 de agosto de 1899, cuando se pone en prácti- ca la decisión tomada por el comando castrista la noche del Carlos Quintero Gamboa / 107

31 de julio. Para guiarnos tomaremos como referencia lo que el general Eleazar López Contreras nos dice en su obra, cita- da varias veces, Páginas para la Historia Militar de Venezuela, considerando que él fue uno de aquellos revolucionarios, que emocionado por los ideales que propalaba al general Castro, se incorpora con apenas 16 años como oficial de esta monto- nera en formación que luego tendrá fisonomía militar cuando toma el camino a Caracas:

JORNADAS DE LA REVOLUCIÓN LIBERAL RESTAURADORA

“2 de agosto de 1899 Salida de Capacho (hoy Libertad) para ir a per- noctar en El Palmar y la Viravira. 3 de agosto de 1899 Llegada a la población de El Cobre 4 de agosto de 1899 Llegada a La Grita 5 de agosto de 1899 Llegada a Villa Páez 6 de agosto de 1899 Llegada a Tovar, donde se libró un combate

7 de agosto de 1899 Llegada a Estanques 8 de agosto de 1899 Llegada a San Juan de Lagunillas 9 de agosto de 1899 Llegada a Ejido 10 de agosto de 1899 Llegada a Mérida 11 de agosto de 1899 Llegada a Tabay 12 de agosto de 1899 Llegada a Mucuchíes 13 de agosto de 1899 Llegada a Chachopo 14 de agosto de 1899 Llegada a Timotes, luego crucé por Lagunita y la Puerta 15 de agosto de 1899 Llegada a Valera, pasando por Mendoza 16 de agosto de 1899 Llegada a Valera 17 de agosto de 1899 En Valera 18 de agosto de 1899 Salida de Valera, pasando por Motatán y monta- ña de Butaque para acampar en Pampam 19 de agosto de 1899 Llegada a Monay 20 de agosto de 1899 Llegada a La Viciosa 108 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

21 de agosto de 1899 Llegada a Quediches 22-23 de agosto de En Carora 1899 24 de agosto de 1899 En Parapara, pasando por Aregue y Río Tocuyo 25 de agosto de 1899 Llegada a Parapara 26 de agosto de 1899 Combate de Parapara 27 de agosto de 1899 Llegada a Las Playitas 28 de agosto de 1899 Llegada a Los Guaimaros, pasando por Siquisique 29 de agosto de 1899 Llegada a Campo Alegre 30 de agosto de 1899 Llegada a Bobare 31 de agosto de 1899 Salida de Bobare para llegar a un sitio entre Bo- bare y Barquisimeto 1 de Desfile frente a la ciudad de Barquisimeto, sos- septiembre teniendo un ligero tiroteo, y llegada a Cabudare 2 de septiembre En Cabudare 3 de septiembre En Yaritagua 4 de septiembre En Urachiche 5 de septiembre En Chivacoa 6 de septiembre En Boraure 7 de septiembre En la montaña de Báquira 8 de septiembre Llegada a Nirgua como a las 11 y 30 de la mañana y combate en la tarde desde la 1 a las 4 9 de septiembre En Nirgua 10 de septiembre En Nirgua 11 de septiembre Llegada a 12 de septiembre Llegada a Tocuyito, cruzando el Campo de Ca- rabobo, precisamente por la Pica de la Mona 13 de septiembre En Tocuyito 14 de septiembre Batalla de Tocuyito 15 de septiembre En Tocuyito 16 de septiembre En Tocuyito 17 de septiembre Llegada a Valencia, permaneciendo en esta ciu- dad hasta el 21 de octubre. 22 de octubre Entrada del general Cipriano Castro a Caracas con el grueso del ejército 2 de noviembre Llegada del general Juan Vicente Gómez a Cara- cas con los enfermos, heridos e impedimenta”. (3) Carlos Quintero Gamboa / 109

De este itinerario que nos dejó el general Eleazar López Con- treras es fácil deducir que el camino de la Revolución Restau- radora hacia Caracas prácticamente estaba allanado. Con la sola excepción de la Batalla de Tocuyito, los demás obstáculos que tuvo este ejército, en su marcha hacia el centro, no fueron más que escaramuzas. Durante su paso por Los Andes des- taca el combate de Tovar. Más adelantada ya la campaña, se pueden citar: el de Parapara, el de Nirgua y la propia Batalla de Tocuyito. El general Castro prácticamente realiza “un gran escape” desde Capacho hasta Caracas. Dirían algunos críticos que iba con la retaguardia descubierta dejándola siempre en manos del enemigo, como en efecto ocurrió; aunque para Castro la reta- guardia no era su “talón de Aquiles”, siempre y cuando no le amenazaran con seriedad. Y asimismo aconteció, pues en nin- gún momento estuvo en peligro. Su objetivo y la retaguardia estaban en Caracas y en sí mismo, y allá fue concluir victorioso su campaña. La persecución dispuesta por el general Fernández al ente- rarse de la escapada de los revolucionarios fue de resultados desastrosos como desastrosa su preparación:

Venciendo las dificultades por la falta de bagaje salí de San Cristóbal para Mochilero y de ese lugar para los Arabucos y Los Hornos, a fin de atravesar por una punta del páramo de El Zumbador y caer a El Cobre, lo que pude lograr, no sin dejar por detrás más de 400 hombres desmayados por hambre y abru- mados por el excesivo frío que reina en aquellos lugares. Per- manecí en El Cobre y mientras descansaba el ejército recogía a los infelices que se habían desmayado en la marcha y se me in- corporaba el general Gutiérrez que en las mismas condiciones mías venía con el parque, conduciéndolo en hombros. Supe allí que los Méndez y Pedro Araujo Sánchez, incorporados ya al general Castro, marcharon sobre Tovar. (4) 110 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

Es decir, que el general Fernández se vino a enterar del com- bate de Tovar estando en El Cobre. El general Castro llevaba cinco días de ventaja, en espacio y en tiempo. El 6 de octubre, las fuerzas insurrectas libran el combate de Tovar contra el doctor Rafael González Pacheco. En este com- bate la Restauración ya no puede apelar a su recurso de la emboscada, ahora es lo contrario, debe romper una posición cuyo dispositivo es similar a una emboscada. Debieron asaltar las diferentes posiciones que dominaban el camino principal para avanzar el grueso del ejército: fue una contraemboscada. El combate fue sangriento y necesitó utilizar un mayor número de tropas para dominar las posiciones del enemigo y desalojarlo mediante movimientos de flanco que hicieron ceder el centro facilitando la derrota. (5) En ningún momento se intentó ejecu- tar una maniobra frontal. De hacerlo, las pérdidas habrían sido cuantiosas, el general González Pacheco ejecutó una defensa a fondo y por ello se dice que este combate fue tal vez el más fuerte de la campaña. No olvidemos que la forma de comba- te más fuerte es la defensa tal como lo afirma Clausewitz en su obra De la Guerra. En este combate se impuso la habilidad y superioridad numérica del general Castro, ya que el doctor y el general Rafael González Pacheco no contaba con los re- cursos de que disponía, más atrás, el general Fernández, los que, por su secuencia de desatinos, no había podido emplear acertadamente a través de toda la campaña. La Restauración aprovecha este combate para reabastecerse: Toma cientos de “máuseres”. En este choque de Tovar muere el general José María Méndez. Del itinerario que registró el general López se infiere que el general Castro tenía prisa por abandonar la zona de montañas. Estaba en movimiento y por esto era susceptible a una embos- cada. De las fuerzas del enemigo, las más importantes: una había quedado atrás, Fernández; la otra, la de González Pache- co, había sido derrotada. Pero aún podría el gobierno desem- barcar refuerzos en Santa Bárbara del Zulia, en La Dificultad o en La Ceiba. De concretarse cualquiera de estas alternativas Carlos Quintero Gamboa / 111 sería más difícil abandonar la cordillera. Era imperativo y ur- gente llegar a las tierras bajas de Carora. Esta marcha fue una verdadera estampida, especialmente sobre la sección Mérida; el paso por los páramos afectó a los soldados y desorganizó las unidades, que perdían sus bagajes, hombres y equipos, por las empinadas laderas y precipicios. El fango, la lluvia, la neblina, el frío y los equipos inapropiados hicieron de las suyas contra las fuerzas revolucionarias. Si el general Castro no hubiese apresurado el ritmo de su marcha el gobierno habría podido desbordarlo o cortarle el avance en Valera, pero cuando el general Fernández llegó a esta población, ni el ejército había mandado refuerzos por otra vía, ni Castro se encontraba allí. Lo que halló el jefe gobiernista fue un telegrama del gobernador del Estado Zulia en que le decía:

Me ordena Ignacio decir a usted que siga sin detenerse de Valera a Motatán, donde encontrará usted el ferrocarril a su disposición, para que pase a La Ceiba y zarpe para Maracaibo donde hallará vestuario para sus tropas y los demás recursos que necesite. El Gobierno tiene una nueva evolución. Acelere la marcha. (6)

Un gobierno razonable, al enterarse que el día 2 Castro se había “escapado” de Capacho, pudo haber telegrafiado a Ma- racaibo para que dispusiesen una fuerza, que a través del lago, desembarcara en La Ceiba y avanzara sobre Valera para cortar el movimiento revolucionario. Optaron por la peor de las solu- ciones: Retirar a Fernández, que aunque en forma deficiente, estaba conduciendo una persecución, la que era, en todo mo- mento, una amenaza para el general Castro. Y si los refuerzos del gobierno hubiesen llegado por el lago, estos se habrían in- corporado al general Fernández, fortaleciéndolo para darle caza al general Castro. Este no tenía quien le enviara suministros, el gobierno sí dominaba la vía; pero una vez sobrepasada el área de influencia de ella y ordenado el retiro de Fernández, prácti- 112 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

camente se estaba dando una libertad de acción increíble al enemigo. Si este no se destruye hay que limitarle su capacidad de combate lo cual lo desgastará y obligará a distraer en varios frentes su atención, y a lo mejor, en un momento dado, se logra un instante de superioridad por razones de espacio y tiempo, es en ese momento cuando se puede dar batalla o combate, sino definitivo, sí de importancia tal que varíe el equilibrio de las fuerzas en pugna. Es inaudito como el presidente y el general Andrade interfi- rieron en la conducción táctica de las operaciones. La primera interferencia la vemos cuando el general Fernández justifica el retraso que tiene la apertura de las operaciones en el Táchi- ra porque el general Andrade no ha dispuesto lo conducente, estando aquel en el propio teatro de operaciones. La otra inter- ferencia grave fue embarcar las tropas del general Fernández, porque, aun con lo mal que las conducía, estaba siguiendo a la revolución. Este seguimiento seguramente hubiese decidi- do los combates posteriores a favor del gobierno y no de los insurrectos. Las gestiones del general Castro no solo eran en el campo militar. En las poblaciones que ocupa establece relaciones con sus simpatizantes a través de los activistas de su movimiento. Ello explica por qué a su paso por las regiones del Estado Truji- llo, por ejemplo, no tuviese ningún encuentro militar de impor- tancia. Aquí se le incorporan amplios sectores de las “fuerzas vivas”. Personalidades a quienes días antes hubo de batir en combate. Así general Rafael González Pacheco aparece como miembro de la fracción que le apoya en Trujillo.

Gabriel Maya Urdaneta, Pedro Maya U., Jesús Escalona, Víctor Miliani Lares, Alfonzo Terán, José Manuel Delgado, Chico Vás- quez, José Briceño, León Chirinos, los Pulgar Paredes, Rafael Briceño y otros se incorporaron a las fuerzas del Táchira y Mé- rida, siguiendo algunos todo el curso de la campaña hacia el Centro; otros recibieron instrucciones del jefe Revolucionario para actuar en el mismo Estado Trujillo o en Mérida y Lara, in- Carlos Quintero Gamboa / 113

corporándose al general y doctor Rafael González Pacheco y a los generales Emilio Rivas y Rafael Montilla. (7)

La prematura salida del general Antonio Fernández del tea- tro de operaciones le facilitó a la Restauración establecer un gobierno afecto en Trujillo, que si bien es cierto no le sirvió de zona de comunicaciones, efectivamente, le permitió marchar hacia el centro con un problema menos que resolver, como era la protección del área de retaguardia. Es el juego de la política el que ha decidido la marcha de las operaciones en Trujillo. Lección de importancia para quien es responsable de conducir una campaña. Cuatro días pasó el general Castro en Trujillo. Fructíferos. Adhirió caudillos locales a su causa, consolidó el gobierno regional a su favor y no tuvo necesidad de entablar combates que habrían desgastado sus fuerzas. Después de estos cuatro días de descanso las tropas podrán emprender de nuevo la marcha: recuperadas, con nuevos pertrecho y por terrenos más llanos. Las fuerzas de seguridad de la Revolución Restauradora cum- plieron a cabalidad su función pues permitieron que el grueso del ejército pudiese iniciar la marcha el día 18, vía Pampam “en donde pernoctaron” no sin antes, aquellas haber librado unos combates de menor cuantía con guerrilleros del gobierno que hostigaban la revolución. Las noches de los días 16 y 17 fueron de refriegas con fuerzas del gobierno ubicadas en La Cejita y Carvajal, que no fueron capaces de impedir que la Restaura- ción, ya en marcha el 18, ocupase a Motatán. Algunos ataques en la retaguardia del ejército fueron recibidos, pero ellos solo produjeron alguna alarma tomándose un lote de ganado con sus conductores. (8) El general Eleazar López Contreras resalta las penalidades que pasaron las tropas andinas cuando debieron atravesar las tierras bajas de Monay, terrenos de vegetación xerófila y clima desértico, donde el agua escaseaba y la tem- peratura era de consideración para quienes venían de tierras frías. Podría decirse lo mismo de los soldados del general An- tonio Fernández a quienes les correspondió una tierra agreste, 114 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

templada, de habitantes no acostumbrados a tratar con gentes de color “lo era el mismo general Fernández” un ambiente eco- lógico de horizontes limitados, lleno de nubes y neblinas, de escarcha y llovizna. Soldados acostumbrados a tierras cálidas, rindieron su vida a una pulmonía, como ahora estos hombres andinos estaban siendo acosados por la insolación y la sed. Sobrepasado el hostigamiento de que fueron objeto en el lu- gar llamado San Gonzalo, en la montaña de Butaque, (9) siguie- ron su itinerario rumbo al centro: Monay, La viciosa, Quediche y Carora, donde arribaron el 22 de agosto. Se tomó el pueblo sin ninguna resistencia. Los caudillos locales eran desafectos al régimen de Andrade. Permanece el Ejército Restaurador los días 22 y 23 en Carora. Es necesario “refrescar” las tropas y bes- tias que se resienten del cambio de temperatura, vegetación y escasez de agua; ya el baño diario se está haciendo necesario y reglamentario: N° 17. BAÑO, a) Letra: A bañarse, a bañarse, aprovechar el día, vengamos festejemos con camaradería. (10) (Toque de corneta que ordena el baño de las tropas). Las fuerzas durante su paso por Lara cometieron algunos desmanes y por ello fueron amonestados y sancionados mu- chos oficiales y tropas. Tales los problemas, que en la Orden del Día del Ejército Restaurador fechada en Quediches, antes de llegar a Carora, el general Joaquín Garrido publica las si- guientes disposiciones:

Art. 1° Tengo instrucciones del ciudadano general comandante en jefe del Ejército para llamar la atención muy seriamente a todos los jefes del Batallón, sobre la conducta reprensible de sus subordinados toda vez que se llega a un poblado o caserío; y recordarles también la forma empleada por aquel jefe, verbal- mente en dos conferencias, a fin de poner coto a los desmanes […]; tolerable pudo ser que en Los Andes se admitieran ciertos procedimientos que castiga el Código Militar; pero hace dos días que hemos invadido el Estado Lara y es preciso que la conducta del Ejército Liberal Restaurador le atraiga simpatías y no odiosidades. (11) Carlos Quintero Gamboa / 115

El general Castro confirma así lo que se había expresado en relación a su aquiescencia por los “arrebatos” que hacían las tropas para evitarse los problemas de cargar con una pesada “cola logística”. Estas disposiciones para frenar los abusos de las tropas te- nían por objeto atraerse la simpatía de los caudillos locales, tal como lo hizo, y cosechar los frutos de la campaña abierta por el general Diego Colina quien se había declarado jefe de Ope- raciones de la Revolución Restauradora en los Estados Lara y Falcón. No solo con la fuerza militar iba Castro logrando sus objetivos. Había que ganar tiempo. Los informes del centro del país, de oriente, de la capital, indican que el gobierno de Andrade estaba agonizando y Castro era su salvador. Los mis- mos agentes del gobierno ansiaban la llegada del hombre de Capacho para utilizarlo en el puesto de Andrade, para que sea fuese otro Crespo, pero más manejable. El 24 abandona a Carora, pasa por Aregue y pernocta en río Tocuyo: una crecida del río impide que sea vadeado. En la ma- ñana del 25 baja el caudal de las aguas y logra seguir la marcha hasta Parapara, ubicada un tanto más al noroeste del camino. Está en tierras bajas. Seguirán: Barquisimeto, Cabudare, Ura- chiche, Chivacoa, Boraure, Nirgua, Miranda, Tocuyito, Valencia y Caracas. 116 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

CITAS DEL CAPÍTULO IV

1. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 11, pág. 33. 2. Delfín Aguilera, Venezuela 1900, pág. 93. 3. Eleazar López Contreras, Páginas para la Historia Militar de Venezue- la, pág. 325. 4. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 11, pág. 33. 5. López Contreras, Op. Cit., pág. 16. 6. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 11, pág. 32. 7. López Contreras, Op. Cit., pág. 21. 8. Ibídem. 9. Ibídem. 10. Venezuela. Ministerio de la Defensa, Reglamento Provisional de To- ques de Cornetas y Marchas Militares para Bandas de Guerra, pág. 22. 11. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, N° 11, pág. 86. División Táchira: Batallones 23 de Mayo, Junín y Bolívar. Fotografía de Esperón Ilustración tomada de El Cojo ilustrado – reimpresión – Tomo IX, volumen I, 1900. Ediciones Emar, C.A. Caracas, Venezuela. El Cojo Ilustrado, 15 de abril de 1900, pág. 250.

División Táchira en el campo. Fotografia de Esperón Ilustración tomada de El Cojo ilustrado – reimpresión – Tomo IX, volumen I, 1900.

CAPÍTULO IV

11. Emboscada en Parapara 12. La Batalla Decisiva

Aunque es inútil, en verdad, crear una artillería especial para la guerrilla, es necesario al menos instruirla para este uso. En donde no se tiene la costumbre de dar esta instrucción, se echa mano de la parte más libre de dicha arma, de la que me- nos traba ha de hallar, es decir, de la artillería montada, sea cual fuere el terreno. (*)

(*) General mayor Charles Decker: De la guerrilla, pág. 34.

125 11. EMBOSCADA EN PARAPARA

El haber salido de las tierras altas no es óbice para no inten- tar de nuevo las emboscadas. Estas son factibles de “montar” en cualquier terreno que reúna un mínimo de condiciones.

Una emboscada bien puesta es preferible muchas veces a los demás planes de ataque por la impresión, el efecto y hasta la desorganización muchas veces producida por la baja o bajas que se pretendan hacer en la persecución o espera de un ene- migo, pues téngase presente: que cuatro balas bien dirigidas causan más daño que cualquier fuego a discreción. (1)

El Ejército Restaurador llegó al caserío Parapara el 25 de agosto estableciendo allí su campamento con el siguiente dis- positivo:

Algunos cuerpos cubrían la vía hacia el río: el Batallón “Junín” a la derecha, el “Bolívar” y el Escuadrón por la izquierda, el par- que y servicios en el trapiche; el Batallón “Libertador” cubría la retaguardia y el comando estaba en el centro. (2)

Se cumplía así lo que indicaba el coronel León Valles en su Compendio de Guerrillas:

1. Para acampar, colocaremos la fuerza por batallones. 2. La posición que se elija para acampar debe tener condicio- nes para combatir. 3. La vigilancia será extremada, especialmente si estamos in- mediatos al enemigo en cuyo caso mantendremos nues- tro frente guardado por una cadena de tiradores además de las rondas avanzadas de que en ningún caso prescin- diremos. (3) 126 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

Mucho se ha escrito sobre la actuación del general Castro como jefe de campaña. Aquí intentamos detallar un poco más sobre ello y hemos logrado acercarnos a algunas caras, sino ocultas, un tanto oscuras, tales como su condición de táctico. Se sabe que redujo caudillos, que llevó la revolución a Cara- cas. Casi epopéyicamente por unos ha sido descrita la Revolu- ción Restauradora: otros lo han hecho llenos de ira o carentes de objetividad. Esta aproximación la hacemos apegados a la Ciencia Militar, para enfocar cada uno de los incidentes que ja- lonaron la campaña, dentro de un marco táctico “estratégico”. Trataremos a la vez de descubrir los aciertos, como también los errores, en la actuación de las fuerzas contendientes y vere- mos al final como la balanza se inclina “lógicamente” en favor de quien más juicio tuvo en la conducción de las operaciones. El dispositivo adoptado al establecer el vivac táctico en Pa- rapara es una clásica emboscada; es el recomendado en los manuales y textos militares de la época, como el que anterior- mente citamos. Se había tendido una trampa a cualquier fuer- za que intentase penetrar. El presidente del Estado Lara, general Elías Torres Aular, comandaba las tropas gobiernistas encargadas de destruir a los revolucionarios: una fuerza de 800 hombres que traía en su vanguardia una pieza de artillería, marca Krupp cuya misión era la de alertar al grueso, en caso de encontrar al enemigo. Los exploradores de la vanguardia, una vez en contacto debían ejecutar un repliegue y unirse al grueso para desplegarse to- dos juntos en disposición de combate.

El 26 de agosto, como a la seis de la mañana, se presenta por la retaguardia el enemigo (…) Con el disparo de una pieza de artillería, situada en todo el camino, se anunció que las tropas del gobierno debían replegarse para el ataque, sin advertir que ocultas por el espeso cardonal y por los bordes de una quebra- da seca, se encontraban las tropas de la Revolución. (4) Carlos Quintero Gamboa / 127

De nuevo se había instalado otra emboscada efectiva. Cuan- do las tropas de Torres Aular quisieron replegarse para tomar disposiciones de combate y atacar, ya le salían al paso, por el camino, las fuerzas del Batallón “Libertador” que la tarde an- terior habían recibido la misión de cuidar la retaguardia de la Restauración. Estaba atrapado Torres Aular entre las posicio- nes que tomó el “Libertador” “y que él había sobrepasado con sus efectivos” y las fuerzas del “Junín”, “Escuadrón” y “Bolí- var” que cuidaban el camino que da al río. En el medio estaba el comando del ejército. A la derecha de Torres “en dirección al río” una quebrada seca estaba siendo ocupada por los revo- lucionarios. Por esta quebrada, al mando de una fuerza y por instrucciones personales del general Cipriano Castro, se des- plazó el coronel Emilio Fernández con la misión de desbordar el flanco derecho del enemigo; pero este oficial, por su propia iniciativa, se salió de la quebrada y se lanzó en combate cuerpo a cuerpo “frontalmente” sobre las tropas del gobierno que se habían apelotonado sobre la pieza de artillería. En este inci- dente se ven dos cosas muy curiosas que destacan: la escasa instrucción militar, así como el arrojo personal. Esa decisión del general Castro de desbordar el emplazamiento de cañón Krupp era la más sensata por cuanto iba a tomar lateralmente al enemigo por un flanco por el que no estaba esperando el ataque: lo sorprendería. Al coronel Emilio Fernández le pareció mejor el arrojo que la sorpresa, algo muy propio de quien pien- sa que la guerra es un lance personal; es de notar como, esta misma actitud lo llevará a una muerte inútil en el combate de Cumaná, en 1929, contra las tropas desembarcadas del gene- ral Román Delgado Chalbaud. Parece que el único que mante- nía la cabeza militarmente en su puesto era el general Castro porque siempre lo vemos tomando disposiciones racionales de repliegues, maniobras, fintas, engaños, sorpresas y evitando desgastes innecesarios. También es de apuntar en esta embos- cada un fenómeno de orden psicológico: los cañones eran de poco uso en las guerras civiles del siglo XIX, en nuestro país, y cuando llega a manos de los contendientes, como ocurre con 128 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

todas las armas nuevas, se les atribuye un poder ofensivo-de- fensivo muy superior al que ellas realmente poseen y esto ex- plica el hecho que, después de ser producida la sorpresa por la emboscada, el único elemento que mantuvo cierto nivel de co- hesión fue el cañón; quizás la tropa pensó que con su poder de fuego podría defenderse de una carga de fusilería o de una car- ga al arma blanca. Este fenómeno fue el que indujo al coronel Emilio Fernández a desobedecer la orden de desbordar y lan- zarse al combate directo con armas blancas sobre los que se habían aglutinado alrededor del cañón. Este cañón bien opera- do con botes de metralla habría causado bajas a la revolución y puéstoles a la desbandada de habérseles disparado siquiera un par de estos proyectiles. Con una dotación bien entrenada y con un cañón tan fácilmente manejable como es el Krupp del que ellos disponían, las bajas de la Restauración habrían sido cuantiosas, pero en estos combates, una vez abiertos los fue- gos, parecía que cada quien estaba dispuesto a ganar la guerra por sí solo y en lugar de ser una acción acoplada de conjunto, se convertía en la “suma de duelos individuales”. El coronel Emilio Fernández decidió el combate, es cierto, con su arrojada acción, pero podemos estar seguros de que al general Castro le habría satisfecho más decirlo con una ma- niobra bien ejecutada, que evitase el desgaste inútil, que con una carga frontal sangrienta que inestabilizará el resultado. Él no es general de ataques frontales: la sorpresa y la maniobra son sus “herramientas” favoritas. Más tarde, al llegar al poder, le pondrá especial atención a las unidades de artillería sin olvi- dar su experiencia como combatiente guerrillero: una excelen- te conjugación. No más de media hora duró este choque: en la acción se capturó a los generales Planas, Narváez y otros oficiales, 200 in- dividuos de tropa, seiscientos máuseres, treinta mil cartuchos, un cañón con sus accesorios. (5) El parte oficial del Ejército Restaurador nos dice lo siguiente: Carlos Quintero Gamboa / 129

Orden General para hoy 26 de agosto de 1899, en Parapara (es- tado Lara). Artículo 1. A nombre del ciudadano general jefe del ejército Li- bertador (sic), felicito a todos los compatriotas que lo constitu- yen. La Divina Providencia, prodiga siempre con la magna em- presa que principió el 23 de mayo último, dirigida por el eximio y predestinado Castro, acaba de marcar con dedo infalible la fecha de hoy, que en la historia quedará anotada como timbre histórico para el Ejército Liberal Restaurador. Un cañón Krupp con todos sus accesorios y municiones, 500 máuseres, 30.000 cápsulas y 200 prisioneros, todo quitado al enemigo, he aquí un trofeo que tiene que enorgullecer a todos los tachirenses que se han batido en los márgenes del Tocuyo con el mismo denuedo que lo hicieron en El Zumbador. Artículo 2. Se nombra jefe de hoy para mañana al general Ma- nuel Antonio Pulido. Servicio el que se ordene. El general jefe Joaquín Garrido. (6)

Allí nace la artillería del Ejército Restaurador. Es también significativo que el general Castro autorizase la publicación de esta orden con expresiones radicalmente discriminatorias para los no tachirenses, pues es notable que la política que sigue es la de acercar la mayor cantidad de afectos a su causa. Esta disposición no fue de él. Fue, seguro, una imprudencia de algún jefe subordinado y esto se puede confirmar a través de toda su acción de gobierno, en la que siempre estuvo preocupado de unificar al país, y no regionalizarlo; no iba a ser precisamente ahora, cuando está conduciendo la campaña que lo llevará a la Casa Amarilla, cuando va a tomar posiciones provincianas. Pre- cisamente a ello se va a dedicar Castro: a eliminar los regiona- lismos persiguiendo y destruyendo los caudillos que tanto daño hacían al proceso de integración e identificación nacional. Dice el general López: han transcurrido muchos años, y los actores de aquel combate no tenemos una explicación satisfac- toria de esa acción, especie de entrega en masa, ocurrida en Pa- 130 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

rapara. (7) El general López se caracteriza en sus escritos mili- tares por sustraer de cualquier interpretación los hechos que narra. Cuando ha sido participante es un buen cronista y gra- cias a ello, a sus testimonios, es posible interpretar parte de la historia militar contemporánea (1899). Pero sus elaboraciones de tipo militar carecen de un marco filosófico de referencia; y es que siempre mantuvo esa posición de no comprometerse y por ello se situó al margen de las especulaciones científicas. Ese no comprometerse es un rasgo característico de la obra del general López Contreras y realmente ello le resta valor cuando intentamos descubrir cuál es su juicio en relación a los hechos concretos. Esto de que no se explica por qué hubo la entrega en masa de Parapara, no es aceptable para un general en jefe. ¿Acaso olvida la campaña de Diego Colina? ¿Acaso olvida las propias razones de la Revolución Liberal Restauradora de la que fue pilar importante y heredero de los generales Castro y Gómez? ¿O era que desconocía los procedimientos de reclutar, entrenar y educar los soldados? ¿Y el nivel cultural que tenía todo el pueblo venezolano? ¿Acaso los 200 soldados que se en- tregaron en Parapara lo hicieron para ayudar a la Restauración o para desfavorecer el gobierno de Andrade? Estos soldados se rindieron, porque era la oportunidad de no seguir combatiendo y salvar la vida. Esta es una reacción lógica y, más aún, para un hombre de formación rudimentaria cuyos valores fundamen- tales se reducen a muy pocas cosas. Para los soldados de esa época era lo mismo servirle a Andrade que a Castro. ¿En cuál escuela habían aprendido a respetar los símbolos de la Patria? ¿En qué cuartel habían entendido que la disciplina no es por la disciplina en sí misma, sino para mantener la cohesión institu- cional? Nada de eso debió extrañar al general López. Él debió estudiar mejor los hechos. Y no es que se esperase de él que sus contribuciones a la historia militar estuviesen rellenas de citas de los clásicos militares; no, no es eso, es que no le da al hecho militar la noción de totalidad que en sí tiene. Este ensimismamiento, en el que los militares sumen “en ge- neral” a la disciplina de la cual son profesionales, la hace apare- Carlos Quintero Gamboa / 131 cer siempre cerrada, conservadora y a la zaga en los progresos del conocimiento. Gracias a la cibernética, a los viajes espacia- les y al gran desarrollo de las ciencias sociales, actualmente, es imposible mantener enclaustrados en los cuarteles a los es- tudios militares. Y ello es factor positivo que no solo ha benefi- ciado a la ciencia militar, sino a los propios profesionales como integrantes del conglomerado social al que necesariamente pertenecen y con el que, en forma simultánea, evolucionan.

12. LA BATALLA DECISIVA

El Ejército Restaurador flanquea la ciudad de Barquisime- to el 1 de septiembre; no hay ninguna resistencia, salvo los choques con una que otra fuerza avanzada. Fue sobrepasado otro obstáculo, sin desgaste. La marcha continuó. Ya el ejército ha organizado los batallones “Urachiche”, “Tovar” y “Lara” con los pertrechos capturados y efectivos que se han unido a la revolución. En Nirgua deben conducir un tipo de combate di- fícil: el combate en localidades, del que en Tovar tuvieron que desarrollar un poco. La marcha de la campaña se orienta hacia Boraure, donde el ejército pernocta el día 6 de septiembre, pero el día siguiente las fuerzas se enrumban:

Hacia la montaña de Santa María por el camino de Mesa de Piedra, para caer en un sitio llamado la Boyera, al noroeste de Nirgua. La duda que pudo abrigar el general Medina” (8) […] sobre la marcha del enemigo, fue disipada y en consecuencia se movió sobre Nirgua, donde llegó con 1200 hombres a las diez de la mañana del día 8 de septiembre. (9)

El general Castro había dispuesto su movimiento sobre Nir- gua para una fecha y hora, que casualmente casi estableció coincidencia en su llegada y la del comandante enemigo: este llegó a las diez de la mañana y el general Castro a las once, aproximadamente. El general Medina no se había percatado 132 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

de esta acción, de tal manera, que cuando se avistan, la fuerza opuesta ya amenaza el poblado. Medina intenta realizar una defensa periférica distribuyendo pequeños destacamentos a sus flancos, pero ya el general Castro lo había cercado y prac- ticado un doble desbordamiento, con un fuerte ataque frontal. La crónica del general López nos trae así el combate:

Eran las doce y media del día cuando el jefe revolucionario, llevando en vanguardia el Batallón “Urachiche” y el “Lara”, se- guidos del “Junín”, “23 de mayo” y de la Guardia de Honor, resolvió empeñarles sucesivamente por los flancos y por el centro. Estas unidades fueron reforzadas con el batallón “Li- bertador”, que entrando por el centro y por la izquierda decidió la acción. (10)

Esta participación del batallón “Libertador” es un típico em- pleo de la reserva para alcanzar la victoria. En ese combate fue sorprendido el general Rosendo medina quien no tuvo oportu- nidad de establecer una resistencia fuerte y profunda, apoya- da con obstáculos y obligar al enemigo a combatirlo casa por casa. Si lo hubiese hecho de esta manera las bajas de la revo- lución habrían sido considerables, por ejemplo: los altos de las casas tomados por tiradores; asimismo las ventanas; obstácu- los organizados alrededor del poblado, tal como lo hicieron en San Cristóbal. El objetivo del general Castro no era tomar a Nirgua, ni atacar las fuerzas del gobierno. Para él habría sido más favorable flanquear este poblado, como lo hizo en Barqui- simeto, evitando poner en peligro sus fuerzas; pero el general Medina se aprestó a impedir el paso hacia Valencia y es por lo que el comandante rebelde decidió empeñar este combate. Los resultados fueron favorables al general Castro. Derrotó al enemigo que se dispersó. Capturó materiales de guerra y pudo “frente a la dispersión de su adversario” tomar un día de des- canso para las tropas. De los resultados de estos combates se puede inferir la ca- lidad del adiestramiento. Como se viene observando, a través Carlos Quintero Gamboa / 133 del curso de la campaña, los combates terminan con la disper- sión del derrotado o por una rendición, lo que nos lleva a con- cluir que estas fuerzas no eran tropas disciplinadas; ni dentro de ellas existía la menor organización de cuadros. En ninguno de esos combates se produce un contraataque para retomar la iniciativa; y lo que destaca, no obstante, es el valor del jefe que comanda la unidad. Esto realmente ocurría así. Las fuerzas ac- tuaban tal como lo hacían sus comandantes inmediatos, por esto vemos a generales a la cabeza de choques con arma blan- ca, igual que en la Edad Media. El general Castro, en cambio, siempre mantiene una visión de totalidad en el combate; he aquí como se distingue su condición de comandante. Nunca se destaca en esta campaña una acción suya como la ejecuta- da por el coronel Emilio Fernández en Parapara. En este com- bate de Nirgua, y posteriormente en el Tocuyito, se mantendrá observando el curso de las acciones para decidir el momento y sitio oportuno y no dejar al azar los resultados de la acción. Aún aceptando parcialmente lo que dice Clausewitz sobre los imponderables en el desarrollo de los combates, la dirección de estos no deberá nunca ser dejada en manos del azar. Es un factor que, hoy día, ha sido reducido a través de la Ciencia Estadística. Por ello es cuestionable la participación decisiva que Clausewitz le da en los resultados de los enfrentamientos bélicos. Un mes había transcurrido desde que el general Castro par- tió en su campaña hacia el centro. Desde Coro pudo el gobier- no destacar fuerzas sobre Barquisimeto para cortarlo. No lo hizo; tampoco sobre Valera, a través del lago de Maracaibo. La resistencia que se hace a la revolución es precaria. Se intenta perseguirla con los restos de Torres Aular, pero esta operación no se concreta con seriedad y en ningún momento llega a ame- nazar el grueso del ejército revolucionario. Es una insurrección que se está combatiendo sin quererla combatir. Pareciese que se cumpliera las tesis de Michael Klaire en su obra La guerra sin fin, de que los enfrenamientos bélicos no terminarán nun- ca porque existen grupos de presión interesados en mantener 134 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

focos de confrontación, para así manejar mejor sus negocios: industriales, financieros, comerciales y políticos. Esta Revo- lución Restauradora era un buen negocio para en banquero Manuel Antonio Matos; para el indeciso general José Manuel Fernández; para los caudillos orientales y demás jefes de fac- ciones en todo el territorio nacional. Continuar con la guerra era su sostenimiento en el poder; mientras, las fronteras es- taban abiertas al contrabando; los obreros y campesinos su- jetos a explotación semifeudal; la industria sin desarrollarse y los importadores usufructuando esta situación. La burocracia haciendo y deshaciendo con el erario público. Todo el esfuer- zo del gobierno destinado a mantenerse escasamente en pie mientras los demás factores de la vida nacional quedaban en manos de intereses privados: la guerra convertida en un nego- cio. Esto explica en gran parte la llegada del general Castro a la Casa Amarilla. El día 12 de septiembre se instala el puesto de comando del Ejército Restaurador en Tocuyito. El sitio Altos de Uslar es to- mado como un punto de control y vigilancia, la seguridad es importante. En Valencia hay reunidas más de 6000 plazas del gobierno con una muy escasa artillería (3 cañones Krupp de montaña y 2 ametralladoras Colt). El general Antonio Fernán- dez se ha incorporado al ejército gobiernista: arribó por mar, vía Puerto Cabello con un ejército grande como el que llevó al Táchira. Mientras, el general Castro no dispone de más de 2000 hombres y una sola pieza de artillería, la capturada en Parapara. En Tocuyito van a converger todos los males de los que pa- decía el gobierno y el ejército del general Ignacio Andrade, presidente de la República. El principal: la falta de unidad de mando, provocada por el débil carácter de su comandante en jefe. La batalla de Tocuyito se intenta decidir con un mando compartido, mal este al que se suman los desatinos de los generales Antonio Fernández y Ferrer en la conducción de las operaciones; errores ya puestos de manifiesto, por el primero, durante la campaña contra el Estado de los Andes. Un presi- Carlos Quintero Gamboa / 135 dente juicioso no habría designado al general Fernández para que participase en Tocuyito después de su fracaso en el Táchi- ra. Además de ello, el mismo presidente Andrade se instala en La Victoria “declarado en campaña” como un elemento más de perturbación para la toma de decisiones. El general Antonio Fernández desembarcó en Puerto Cabe- llo con las fuerzas que traía del Táchira. Todavía con su nom- bramiento de jefe expedicionario, el presidente le giró instruc- ciones de ponerse a las órdenes del general Ferrer (a propósito nombrado ministro de Guerra y Marina) como una fuerza auxi- liar del ejército de Carabobo. Esta situación produjo roces que inmediatamente se manifiestan, para comenzar, con la solici- tud de baja que le presentó el general Fernández al general Aranguren, en protesta por esta nueva relación de comando. Asimismo, el general Fernández manifiesta que su disciplina era tal, que si el general Andrade (…) ordena servir como asis- tente a Ferrer, así lo haría. (11) Nada más lejos de la realidad, sus permanentes choques con el general Ferrer hicieron con- fundir las ejecuciones el día de la batalla. El general Linares Alcántara relata su encuentro con el general Fernández el día que llegó con la artillería del gobierno a Valencia y había repor- tado sus novedades al general Ferrer:

De regreso al cuartel me encontré con el general Antonio Fer- nández, quien venía a visitarme con varios oficiales de su Es- tado Mayor y al enterarse de que había ido a manifestarle al general Ferrer la falta de bestias para movilizar mi parque, me significó con algún disgusto que era él la autoridad ante quien debía yo formular esa petición, pues el jefe del ejército era él y estando mi Cuerpo de Artillería adscrito a ese ejército, él me proveería de las bestias necesarias. Al notificarle que yo traía instrucciones de ponerme a la disposición del general Ferrer, hasta segunda orden ratificó que él era el Jefe del Ejército. (12)

Esto nos da una idea clara de cuál fue la verdadera actitud del general Fernández frente a Ferrer, quien el día 12 había sido 136 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

nombrado ministro de Guerra y Marina, con la deliberada in- tención de colocar al primero bajo las órdenes del segundo sin quebrantar susceptibilidades, cosa que en realidad fue impo- sible evitar. Durante los preparativos de la operación, la noche del 13 de septiembre, el entonces coronel Linares Alcántara, jefe de la artillería, quien había cursado estudios es la U.S.M.A. (Uni- ted States Military Academy, West Point), fue a recomendar al general Ferrer que era conveniente que designara un oficial de su Estado Mayor para que dirigiera el fuego de la artillería. Por toda respuesta me dijo entonces: “pierda cuidado. Todo se arre- glará” usted será colocado en Alto Uslar. (13) El coronel Linares estaba dando su recomendación como oficial de artillería: era necesario colocar un oficial que observara el tiro, es decir, que previó cumplir su misión mediante la puntería indirecta (esto quiere decir que quien opera los cañones no ve el blanco y las correcciones a que hubiere lugar le son transmitidas por ese observador que domina visualmente el campo de batalla). Pero el general Ferrer no tenía intenciones de emplear así su arti- llería, era demasiada complicación para él y para usar un solo cañón, ya que los demás no pudieron concurrir a la batalla por falta de medios de transporte. El siguiente testimonio nos muestra cómo estos oficiales disponían para el combate de 6000 hombres que el Estado les había confiado para conducir una operación militar de media- na envergadura. Dice el general Alcántara:

Desde las once de la noche del 13 empezaron a salir distin- tos cuerpos componentes del ejército a la calle, convergiendo todos a la plaza Bolívar. A las 5 de la mañana llegó el gene- ral Fernández a la esquina de la Gobernación con su Estado Mayor. No había transcurrido mucho tiempo cuando también llegó el general Ferrer acompañado de su Estado Mayor. No se saludaron y el general Fernández dirigiéndose al general Ferrer le inquirió: - ¿Qué hubo? ¿Me voy? Carlos Quintero Gamboa / 137

- Salga usted. Contestó el general Ferrer, y volviéndose hacia mí ordenó: - coronel, siga a retaguardia de las tropas del gene- ral Fernández. (14)

Es decir, que estos generales no habían preconcebido un plan detallado de las operaciones a realizar. El general Ferrer se dejó llevar por las desavenencias que le separaban del gene- ral Fernández y condujo sus fuerzas a la derrota, explicable so- lamente por la incapacidad militar de ambos. Esta afirmación es definitivamente válida en virtud de los resultados, y muy a pesar, no obstante, de la opinión que sobre el general Ferrer ex- pone el general López Contreras: (…) hombre de capacidad de mando y espíritu organizador, fue de gran valor para mi carrera militar. (15) Marchando en vanguardia, sin instrucciones ni disposicio- nes previas del general Ferrer, las tropas del general Fernández iniciaron la marcha para Tocuyito (hacia allí conducían dos ca- minos: uno que partía de Valencia hacia Alto Uslar y otro, tam- bién desde Valencia directamente a Tocuyito; ambos discurren en dirección suroeste. El primero permite el acceso a la parte norte del poblado y el segundo aproximársele por el este y su- roeste) tomando un camino de recuas, paralelo al camino prin- cipal, pasando por lo que hoy es la hacienda El Cují. Por éste venían todas las fuerzas marchando en columna; al coronel Li- nares Alcántara no le impartieron las órdenes correspondien- tes para emplazar el cañón Krupp y las ametralladoras Colt; la comunicación entre los dos jefes principales se hacía a través de mensajes enviados con oficiales ayudantes; la marcha era lenta; de Valencia a Tocuyito hay once kilómetros más o me- nos y sin embargo, eran las doce horas y aún no se avistaba al enemigo en sus posiciones. Según el testimonio del general López Contreras la batalla se inició de las doce y media a la una de la tarde (…) (16) A esta hora ocurrió el primer contacto con las fuerzas revolucionarias, que esperaban el ataque parapeta- das en los alrededores del poblado y sobre un curso de agua que protegía su frente. Pasando este río las tropas del gobierno 138 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

irrumpieron en el flanco derecho de las tropas revolucionarias y golpearon las posiciones del batallón “Lara”, que las recupe- ró después de un exitoso contraataque realizado conjuntamen- te con los batallones “Bolívar”, “Junín” y “Urachiche”. Inicia la persecución el Escuadrón de Caballería, pero una vez llegado a la sabana fue recibido con nutrido fuego del grueso de las fuerzas del gobierno debiendo retornar a sus posiciones des- pués de sufrir serias bajas. El combate siguió sobre el mismo río donde el gobierno había recuperado el lado izquierdo y se parapetaba en dos casas allí localizadas y que ocuparon. A todas estas el flanco izquierdo de los revolucionarios no era atacado, de manera tal que lo dicho por el coronel Linares Alcántara, al señalar el momento en que las tropas del gobierno tomaron contacto, de que: Los batallones que marchaban delan- te de mis fuerzas se abrieron en dos alas (…) (17), debe ser ob- servado con sumo cuidado. Eso no quiere decir que el general Fernández hubiese ordenado una maniobra, sino que las tropas se dispersaron en impensada reacción ante el encuentro intem- pestivo con el enemigo. Podríamos decir que hubo maniobra, si se hubiesen dispuesto tropas sobre Alto de Uslar o sobre la retaguardia inmediata de los revolucionarios, pero todos estos movimientos brillaron por su ausencia. El general Fernández afirmó que él había convenido un movimiento sobre Alto de Us- lar y que tal maniobra no se realizó; hecho inaudito, pues ellos tenían en este momento “aparentemente” la iniciativa. De haberse realizado una operación sobre las alas de la posi­ ción enemiga, el general Castro no habría podido ejecutar su enérgico contraataque con los batallones “Libertador” y “23 de Mayo”, lo que le permitió retomar el río y llegarse hasta la pro- pia sabana para —en batalla a campo abierto— batir las des- concertadas tropas del gobierno, que, no obstante el engan­ che, aún estaban sin organizarse; esparcidas por grupos sobre el terreno esperando las órdenes que nunca llegaron, para des­ plegarse y combatir. De haber asumido un general cualquiera esta situación, con un poco de tino, habría dado al traste con la Revolución Restauradora en media hora de acción. Era asun- Carlos Quintero Gamboa / 139 to de arrollar al enemigo llevando una proporción de casi 3 a 1 a favor del gobierno. El general Castro aprovechó este mo- mento y atacó algunos de estos grupos causándoles serias ba- jas. Y frente a esta situación las tropas enemigas optaron por abando­nar a sus inmediatos jefes y regresaron a Valencia para ponerse a salvo. Aquí no hubo traición como se ha intentado demostrar; hubo sí, incapacidad militar. Colocando en primer escalón una fuerza de dos mil hombres para el asalto inicial y tres mil como segundo escalón y reserva, cae Tocuyito en una hora o menos. En el ataque hecho por el general Castro sobre el flanco de- recho del gobierno, dispuso el empleo de su pieza de artillería sobre las casas que tomadas por el enemigo eran usadas como reducto. Los impactos las destruyeron y sus ocupantes abando­ naron el lugar facilitándose la acción que había ordenado. Pe- dro María Morantes en un panfleto atribuye estos disparos al coro­nel Linares Alcántara: Un oficial que en su vida había sido artillero, que no sabía por consiguiente manejar una pieza, dirige la puntería a la casa donde las fuerzas del gobierno, atrinchera- das, hacían mucho daño al ejército revolucionario’. (18) Nada más falso, por dos cosas: primero, Linares Alcántara no veía el pueblo desde donde emplazó la pieza de artillería, y además él no disparó granadas allí, sino botes de metralla; segundo Mo- rantes no presenció los hechos. En cambio López Contreras sí, y afirma que la casa fue derrumbada por el disparo ordenado por el general Castro y no por la artillería del gobierno. Lo que sí contribuyó a la desmoralización de las tropas fue la falta de enlace y comunicaciones, así como otros medios de identificación que hicieron posible el infortunado incidente en el que se vio envuelto el coronel Linares Alcántara, por haber disparado un bote de metralla contra sus propias fuerzas. A este oficial, al igual que los demás que participaron, del lado del gobierno, en la batalla de Tocuyito, se le presentaron serios momentos ante los cuales tenían que tomar decisiones debi- do a la falta de instrucciones. La primera situación que se le presentó fue cuando, estando ya las tropas en contacto con 140 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

el enemigo, él le pregunta al general Ferrer que cuáles son las órdenes para la artillería y este jefe le contesta de una forma un tanto sui generis:

—Péguese, que estamos pegados. (19)

Una orden un tanto peculiar para disponer el uso de su uni- dad de artillería y bastante difícil para que el coronel Linares Alcántara pudiese cumplirla. No le quedó otra alternativa que salirse del camino —donde estaba todavía esperando instruc- ciones— y colocar su cañón y la ametralladora, desplegadas en dirección del frente. Por informaciones equivocadas, llegó a su conocimiento que una fuerza enemiga iba a asaltar la posición, desde un cañaveral situado en su flanco izquierdo. Dispuso lo conducente y disparó sobre los asaltantes que re- sultaron ser tropas del gobierno que no llevaban bandera de identificación, ni tampoco uniformes: andaban de paisano, como los revolucionarios. Momentos antes las víctimas habían sido unos oficiales a la orden suya. Las tropas de la retaguar- dia del ejército confundieron a la artillería del gobierno con la enemiga y abrieron fuego contra ella hiriendo y dando muerte a varios efectivos al mando del teniente Norberto Lugo, encar- gado de la seguridad de la batería; en esta oportunidad la ar- tillería tampoco tenía bandera que la identificara como fuerza del gobierno. Desde este momento en adelante cundió la des- bandada. No había quien diera órdenes ni quien condujera los contraataques. No podemos calificar al general Castro de genio militar, pero sí podemos señalar en su favor que en todo momento man­ tuvo —como hemos dicho antes— una visión de totalidad so- bre la situación que se desarrollaba, lo que le permitió atacar opor­tunamente el flanco derecho del gobierno y provocar la desban­dada entre ellos. Llegó a tanto la desmoralización de las tropas gobiernistas que dieron muerte al general Adrián cuando intentó detenerlas; y al general Fernández le hicieron unos disparos al aire. Más que la acción militar de Castro, se Carlos Quintero Gamboa / 141 impuso la inca­pacidad de mando del gobierno: en todos los órdenes, tanto en el político como en el militar. En el político, porque una tropa adoctrinada, con una formación específica para sostener un sistema,­ no habría actuado como lo hicieron aquellos en Tocuyito. Y fue realmente un espectáculo la mane- ra como se decidió la batalla: una huida despavorida porque ni siquiera se trató de un re­pliegue o de una retirada, solo de una fuga desordenada. De lo contrario el gobierno hubiese podido ordenar fuertes contra­ataques y cambiar el curso de las accio- nes; para ello disponía de hombres y de material de guerra. Los generales Fernández y Ferrer se retiraron a Valencia, lue- go a Maracay y después a La Victoria en donde estaba el presi- dente Andrade: fueron en busca de “refuerzos”. El recurso del genio militar pobre. Lo que vino después de Tocuyito pertenece al campo de la estrategia político-militar. Las fuerzas de la revolución entran en Valencia el 16 de septiembre de 1899, sin disparar un tiro, ya que el gobierno local había abandonado la ciudad en manos del ocupante. El 22 de octubre llega el general Cipriano Castro a Caracas con el grueso de su ejército, después de haber superado par- cialmente la luxación sufrida en una pierna durante La Bata- lla Decisiva. El general Ignacio Andrade había abandonado a Caracas y estaba encargado de la presidencia el general Víctor Rodríguez, presidente del Consejo de Gobierno. Para recibir al caudillo triunfante él decreto lo siguiente:

El Ejecutivo Nacional a los habitantes de Caracas Hoy 22 de octubre entrará a la ciudad de Caracas el general en jefe del Ejército Restaurador, general Cipriano Castro, en cuyas manos pondrá el Ejecutivo Nacional el Gobierno de la República. Venezuela tiene fundadas esperanzas de alcanzar, después de un período de desaciertos que la han sumido en tristísima si- tuación, un Gobierno reparador, justo, obediente a las leyes, probo en el manejo de los caudales públicos, tolerante con las 142 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

opiniones, restaurador del Crédito Nacional, y en suma, de po- lítica fraternal que restablezca la unidad de la familia venezo- lana; todo lo cual prometen los antecedentes y principios que profesa el jefe de la Revolución. El Ejecutivo Nacional espera que el pueblo de Caracas recibirá al general Castro con el júbilo que las esperanzas inspiran y con la cultura que tanto le distingue entre los pueblos civili- zados. Caracas, 22 de octubre de 1899. El Consejo Encargado de la República. V. Rodríguez. (20) CITAS DEL CAPÍTULO V

1. León Vallés. Compendio de Guerrillas Práctico, pág. 11. 2. Eleazar López Contreras. Páginas para la Historia Militar de Venezue- la, pág. 22. 3. Vallés. Op. cit., pág. 42. 4. López Contreras, Op. cit., pág. 22. 5. Ibídem, pág. 23. 6. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, Nº 1, pág. 89. 7. López Contreras, Op. cit., pág. 23. 8. El general Rosendo Medina fue el padre del general Isaías Medina Angarita, quien más tarde sería (1940-1945), presidente de la Repú- blica. En este momento comanda las fuerzas leales al general Igna- cio Andrade. 9. Eleazar López Contreras, Páginas para la Historia Militar de Venezue- la, pág. 26. 10. Ibídem, pág. 27. 11. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, Nº 11, pág. 37. 12. Francisco Linares Alcántara, Mi bautismo de sangre, cfr. Pedro Artu- ro Omaña, Historia de la Artillería, pág. 206. 13. Ibídem, pág. 207. 14. Ibídem. 15. López Contreras, Op. cit., pág. 46. 16. Ibídem, pág. 30. 17. Linares Alcántara, Op. cit. cfr. Omaña, Op. cit., pág. 208. 18. Pedro María Morantes, El Capitán Tricófero, pág. 14. 19. Linares Alcántara, Op. cit. cfr. Omaña, Op. cit., pág. 208. 20. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, Nº 1, pág. 118.

En la antigüedad, lo mejor para una república era tener mu- chos hombres ejercitados en las armas porque no es el esplen- dor de las piedras preciosas o del oro lo que hace someterse al enemigo, sino el temor a las armas. (*)

(*) Nicolás Maquiavelo: El arte de la guerra, Libro segundo.

CAPÍTULO VI

13. Con la logística por delante 14. La ofensiva no es atacar 15. Gómez, el tercer hombre

No basta para organizar un buen ejército tener hombres en- durecidos en las fatigas y haberlos hecho vigorosos, ágiles y diestros, se necesita que aprendan a estar en filas, a obedecer las se¬ñales, los toques y las voces de los jefes, estando a pie firme, retirándose, avanzando, combatiendo y caminando, por- que sin esta disciplina, cuidado¬samente observada y practi- cada, nunca habrá ejér¬cito bueno. (*)

(*) Nicolás Maquiavelo: El arte de la guerra. Libro segundo.

151 13. CON LA LOGÍSTICA POR DELANTE

Un aspecto que es necesario solucionar en la planificación y ejecución de una campaña es el de la logística. Napoleón debe gran parte de su fama a la aplicación “en su época” de los más recientes principios sobre esta área específica o rama de la ciencia o arte militar y que fueron planteados en las obras de Jomini. Las carreteras, la eliminación del sistema de almace- nes y el auto-abastecimiento, dieron una flexibilidad inusual a los ejércitos del emperador. Vivir de lo que producen las tierras ocupadas fue norma primordial para el sostenimiento de las fuerzas y también condición determinante para que cristaliza- ra el, hoy todavía vigente, concepto de conducir las operacio- nes con el “sistema divisionario”. Los Andes era un estado fértil, agrícola, pecuario, de hom- bres de dinero, de caudillos que disponían­ de peonadas arma- das rudimentariamente con “chopos”, rifles, revólveres, esco- petas y machetes. Asímismo región de contacto con Colombia a través de la frontera y con Europa por los puertos del sur del lago de Maracaibo. De modo que Castro no necesitó cargar con lo que podría llamarse “una pesada cola logística”. Ade- más, los soldados se las arreglaban para hacer de las suyas y solucionarse las necesidades perentorias: camisas,­ alparga- tas, pantalones, machetes, cuchillos, taparas de aguardiente cachicamo, cebo, sal, panela... constituían los blancos de la tropa. También la “revolcada” de cualquier muchacha­ que se aventurará en los caminos. Era asunto de recibir de los partida- rios locales; arriar y pagar; o simplemente de tomar sobre el te- rreno. Y todo esto, no obstante, la severidad de Castro para con los abusos. Él fue inflexible con los cazados­ in fraganti. Pero no iba a gastar esfuerzos en erradicar un problema que al fin y al cabo le solucionaba uno mayor. ¿Qué podrían importarle a Castro las molestias de la población, si sostuvo siempre que el poder residía en el ejército y no en la opinión pública? Cuando en la prolongada batalla de El Zumba­dor el Batallón “Bolívar” le pide a Castro que le dé máuseres, Castro responde: “Los 152 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

máuseres los tiene el enemigo, vayan a cogerlos’, dice jactancio- so”. (1) Así le dice Mariano Picón Sa­las, lo llama jactancioso porque desconoce los manejos de la guerra revolucionaria. La campaña del 23 de Mayo partió con 60 hombres y llegó a Caracas con siete batallones, artillería y un Estado Mayor. Vale la pena referirnos a| general André Beaufre para encuadrar­ es- tas acciones en alguno de sus cinco “modelos estratégicos”.­ De la interpretación concreta de los hechos, es posible ubicar las operaciones que llevaron a Castro al poder, en el “modelo” número cuatro:

Si el margen de libertad de acción es grande, pero muy esca- sos los medios disponibles para obte­ner una decisión militar, se puede recurrir a una estrategia de conflicto de larga dura- ción tendente a lograr el desgaste moral y la laxitud del ad- versario. Para poder durar, los medios emplea­dos serán rústi- cos, pero la técnica de empleo (generalmente una guerra total apoyada en una guerrilla generalizada) obligará al adversario a un esfuerzo más considerable que no podrá soste­ner indefini- damente. Este modelo de lucha total prolongada, con débil intensidad militar, ha sido generalmente empleado con éxi- to en las guerras de descolonización. Su principal teórico es Mao Tse Tung. Señalaremos que esta estrategia, que requiere un enorme esfuerzo moral por parte del que toma la iniciativa supone un elemento pasional y una buena cohesión del alma nacional. Es la que mejor corresponde a las guerras de libera­ ción. Más solo tiene posibilidades de éxito si la puesta es muy desigual entre los dos partidos (casos de las guerras de desco­ lonización) o bien si se aprovecha de intervenciones armadas (casos de la guerra de liberación de Europa en 1944-1945, en Es­paña 1813-1814) a las que sirven de coadyuvante. (2)

Este modelo número 4 está expresado a manera de acciones sobre el terreno, así: Carlos Quintero Gamboa / 153

Mao Tse Tung fija seis reglas: repliegue ante el avance ene- migo mediante ‘retiradas centrípetas’, avance ante la retirada enemiga, estrategia de uno contra cinco, táctica de cinco con- tra uno, abastecimiento a costa del enemigo, cohesión íntima entre el ejército y las poblaciones. (3)

Si se toma como modelo de referencia este de Beaufre, el Ejército Restaurador tuvo un comportamiento en campaña que puede hoy día encua­drarse entre los de la guerra revoluciona- ria. No tenía otra salida. De Castro no haberlo comprendido ha- bría aplazado los planes o incurrido en serios errores en detri- mento de sus propósitos. Insistimos en apreciar que llevaba la “Logística por delante” no como una pesada carga, sino como algo por conquistar para completar la campaña y lograr los ob- jetivos estratégicos trazados. Recoger los frutos del triunfo era la paga, ración y recompensa. Son muchos los pasajes de la campaña que muestran como los soldados solucionaban sus problemas logísticos, y no solo las tropas sino también los mismos Cuadros de Oficiales. En la Orden General del Ejército Restaurador del 17 de agosto de 1899 se lee lo siguiente, en su artículo tercero:

Notando el ciudadano general en Jefe del Ejército la falta de regularidad que hay en la solicitud de bestias y teniendo en cuenta que él es el que debe proveer las necesidades de aquél, me ordena prohibir en absoluto el arrebato de bestias, ya sea en el campo o en poblado (...) (4)

De mayo a agosto, ¿cuántas bestias arrebatadas habrían ido a parar a manos del Ejército Restaurador, y posteriormen- te? ¿Y solamente bestias? Este patrón no solo lo utilizó Castro. Nuestra Campaña Ad- mirable, que siguió un itinerario semejante, no llevaba tampo- co “cola logística”; de modo que aún siendo Mao quien expre- só esto del abastecimiento a costa del enemigo, ya nosotros en Venezuela habíamos realizado campañas “en diversas épocas 154 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

de nuestra historia” con aplicación de los postulados de la gue- rra revolucionaria, en muchos aspectos y fundamentalmente en el logístico, cuyo enfoque hacemos ahora. Hay autores que insisten en atribuir al general J. V. Gómez “por la experiencia de este como hacendado” los aciertos logís- ticos logrados en la campaña. Así lo afirman porque ignoran que los asuntos de una hacienda se asemejan mucho a los de un ejército regular, pero no a los de una fuerza revolucionaria. La habilidad de Gómez fue determinante como fue decisivo su aporte en dinero para el inicio de los proyectos y ejecución de los primeros pasos para abastecer y equipar las fuerzas; su ca- pacidad de adecuación y flexibilidad mental le permitieron, a él y a Castro, solucionar los problemas de aquella peonada en movimiento, no de la que va a la casa de la hacienda a recoger su paga y su comida. Son problemas distintos. El flujo de abas- tecimiento no venía de la retaguardia sino “por delante”. Bue- na lección para cualquier campaña, cualquier iniciativa. ¿Para qué comprar recursos?, hagámosle un inventario al enemigo. Es más barato. Es un concepto que permite liberarnos de la ortodoxia; cuya combinación con las concepciones napoleóni­ cas habrá de plantear nuevas alternativas a los dirigentes de países o grupos en conflicto que no cuentan con una organiza­ ción industrial necesaria y suficiente. Y surgen interrogantes de respuestas urgentes para esas confrontaciones entre “atra- sados” y “desarrollados” o entre “atrasados” mismos con dife- rentes escritos. ¿Son mis problemas logísticos los mismos que están escritos en los manuales de quienes tienen recursos; o son mis soluciones las que han encontrado los que no han es- crito manuales?

14. OFENSIVA NO ES ATACAR

En muchas escuelas y academias militares existe el inve­ terado error de confundir el principio de la guerra “ofensiva” con el hecho de “atacar”. En los nuevos soldados y cadetes es común oír las frases de “seguirme”, “adelante”, “al ataque” y Carlos Quintero Gamboa / 155 las repiten también los jóvenes oficiales como una forma de manifestar agresividad en el entrenamiento y en las propias acciones de combate de ayer y hoy. Estas frases compulsivas salen, la mayoría de las veces, de estilos de comando que inten- tan identificar la capacidad militar con la vocinglería y con un mal definido espíritu militar; otros ocultan miedo tras de esta cortina de aparente conducción agresiva cuando usan estas cuasi-interjectivas expresiones. Algunos creen encontrar­ en esto una “gran moral”. Todo este “ruido” lo que logra provocar es la pérdida del raciocinio al soldado, cuando más lo necesita. Algunos utilizan este recurso para justificar sus desa­tinadas decisiones, y antes de ordenar una retirada a tiempo, prefie- ren un ataque desafortunado: decisión errada. Tardíamente,­ todos esos desatinos son justificados en nombre del espíritu de la ofensiva y con el Principio de la Ofensiva. El Principio de la Ofensiva no es atacar. Bien claro debe tener esto un co- mandante racional y profesional, sin dejar de ser agresivo. Es un desacierto confundir un ataque, como hecho concreto de ofender al enemigo, con el Principio de la ofensiva que en sí es una concepción abstracta, más no concreta. A través de la ofensiva el comandante obtiene o mantiene la iniciativa, retiene la libertad de acción e impone su voluntad sobre el enemigo. (5) Esta es la primera idea expresada en el párrafo dedicado al principio de la ofensiva en un Manual del Ejército de los Esta- dos Unidos. En ella hay una expresión abstracta, ambivalente que no se orienta por el hecho concreto del ataque, sino de la “iniciativa” que puede caracterizar al ataque o a la defensa. Pero, en el mismo texto, cuando en una idea consecutiva trata de reforzar la primera, logramos identificar cual es la verdade- ra “doctrina” que este enseña. La gran ventaja de la acción ofen- siva “es decir, el ataque” es que permite que el atacante escoja la hora, el lugar y la forma de entablar combate con el enemigo. (6) Es una clara incitación al “ataque” y no al mantenimiento de la iniciativa. Poder estar a la defensiva y conservar la iniciativa. Defendiéndonos, evitando el ataque del enemigo o abstenién- donos de atacar mantenemos nuestra propia iniciativa, hasta 156 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

que se dé el lugar y momento oportuno para efectuar una ac- ción ofensiva claramente favorable a nuestros propósitos. De estos manuales es de donde surge la confusión entre el ataque y el Principio de la Ofensiva. Y todo ello tiene su razón. Es un asunto cultural. El ejército americano puede sostener una posición filosófica o abstracta frente al Principio de la Ofen- siva que se traduzca, en términos concretos, en el choque vio- lento de fuerzas: tiene recursos humanos, materiales y cultu- rales para sostener una posición así. Pero otros pueblos con menores recursos, deben mantener unos conceptos abstrac- tos sobre este asunto que, cuando se trastruequen en hechos concretos, sean más económicos y más efectivos. Observando el desarrollo de las guerras revolucionarias podemos darnos cuenta de que el mantener la iniciativa, más no el atacar, es la constante en la evolución de las operaciones. Si fijamos nuestra atención en la campaña que ejecuta el general Cipriano Castro desde que partió del Táchira, el 23 de mayo, es fácil descubrir que su estrategia ha sido la de man- tener la iniciativa: obligar al gobierno a seguir el ritmo de sus combates, evadir en cuanto fue posible, los choques con fuer- zas importantes, manteniendo siempre él la iniciativa. El ejér- cito del gobierno, superior en tamaño, no puede ni siquiera ha- cerle cambiar el rumbo a la columna revolucionaria. Ya para el 12 de septiembre, se encuentra el general Castro en Tocuyito y obliga al enemigo a salirle al paso. No busca atacarle. No tiene superioridad numérica necesaria para iniciar un ataque con reales posibilidades de éxito. Le acompañan sí, una gran movilidad, por ser fuerza menor y que viene con cuadros de mando de elevada moral, frente a los desmoralizados del go- bierno, que al fin se habrán de lanzar sobre él en un ataque por el ataque mismo. Una operación sin preparación previa, sin planes elaborados, sin coherencia. Esta irracionalidad en el ataque de las fuerzas del general Ferrer, pondrán la “iniciati- va”, el Principio de la Ofensiva, en manos del general Cipriano Castro y como resul­tado, la victoria será suya. Las tropas del gobierno se dispersan sin siquiera combatir; en pleno campo Carlos Quintero Gamboa / 157 de batalla arrojan sus armas y van a retaguardia. ¿Pero será por cobardía? No. Senci­llamente porque no consiguen un jefe que tome la iniciativa y diga qué es lo que hay que hacer. En el campo del gobierno no hay quien le imponga ritmo a sus acciones, no hay quien tenga en sí el “espíritu de la ofensiva” “que no es atacar” sino mantener la iniciativa, sea cualquiera la actitud que en un momento dado tengamos. Pero mirando con detenimiento el transcurrir de toda la campaña iniciada el 23 de mayo por la Revolución Restaura- dora y el 23 de junio por el gobierno del general Ignacio An- drade, podemos identificar dos factores que fueron determi- nantes. En primer lugar, en las fuerzas del gobierno había un desconoci­miento total de la ciencia militar. Se manejaban solo los ele­mentos mecánicos que influyen el curso de la táctica en las unidades de bajo escalón. Las experiencias de los genera- les y coroneles se circunscribían o se extendían a refriegas un tanto “primitivas’’, parecidas más a los duelos de los caballe- ros que a batallas o campañas, como ya en esa época se con- ducían. Recordemos que para esa fecha ya estaban echadas las bases de los estados mayores, del combate divisionario, de las aca­demias militares, de las escuelas de estado mayor; se había estudiado la guerra de 1870, en donde se emplearon los ferro­carriles, los telégrafos, los cañones y los fusiles de retrocarga, y los franceses habían sufrido un descalabro por tener un ejército­ que adolecía de males similares a los de las fuerzas de Andrade: inculto, sin ordenamiento, desmoraliza- do, con la jerarquía­ desvalorizada y todas aquellas cosas que hacen a un ejército vulnerable. En segundo lugar, el ejército de Andrade estaba compuesto de facciones personales en lu- gar de unidades constituidas, situación que acarreaba serios problemas de comando en virtud de que la sustitución o baja de un jefe podía desbandar una unidad, como ocurrió en plena acción en Tocuyito. 158 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora 15. GOMEZ, “EL TERCER HOMBRE”

A través de toda la campaña del 23 de mayo no hemos visto al general Juan Vicente Gómez realizar o participar en accio- nes relevantes. Su papel se ha reducido a ser el “inversionista” de la empresa. Ha cuidado anónimamente, en oportunidades, la base de operaciones mientras el general Castro sale a dar algún combate. Todos lo respetan como el “general Gómez”; el otro es “Don Cipriano”, el jefe. El general Castro en primer término y el general Gómez en segundo. Pero este lugar de segundo lo tiene el general Gómez en virtud del significativo apoyo mate­rial que prestó al general Castro para movilizar el Ejército Restaurador.­ Nunca ha sido guerrero, ni militar o gue- rrillero, pero es quien está financiando la guerra; ello le da de- recho a un lugar en el comando. No reclamó lugar en el estado mayor; sen­cillamente esperaba, a la larga, recoger las rentas de su aporte. Ya dirá muy sabiamente en otras circunstancias, en diciembre de 1908: Yo estoy aquí porque he sabido esperar. No tenía ninguna prisa de ser el comandante en jefe de la Re­ volución Restauradora. Ese no era su negocio pero invertir sí; y eso era lo que estaba haciendo. Se acepta como un hecho que el general Juan Vicente Gó­ mez siempre jugó el papel de “segundo” del general Cipriano Castro. Desde los días de exilio en Bella Vista fue esta la corre­ lación de fuerzas: Castro primero, Gómez después. Pero formalmente esto no ocurrió así. Si bien es cierto que el general Gómez fue quien financió la campaña y ello le garan­ tizaba el lugar de segundo comandante, en la organización del ejército se le asignó un lugar en el estado mayor que corres­ pondía a su poca experiencia en los asuntos de la guerra. A partir del 23 de mayo ya las cosas trascendían el mero finan- ciar la campaña o abastecer las tropas. El tamaño que fue to- mando el ejército obligó al general Castro a darle una fisono- mía ad hoc y por esto organizó un estado mayor. ¿Pero era el general Gó­mez el indicado para ser el jefe de Estado Mayor del general Castro? Este ya sabía cómo se conducían las campa- Carlos Quintero Gamboa / 159

ñas: sus lecturas y su experiencia le plantearon la urgente ne- cesidad de integrar uno y el general Gómez no era el indicado para tal cargo. En las filas de la revolución militaba el general Joaquín Garrido, hombre de armas y experimentado en la ad- ministración militar, conocedor de las ordenanzas y del código militar vigente. El general Castro no vaciló —en beneficio de la revolución— en relegar al general Gómez a un tercer plano militar y nom­bró al general Garrido jefe de Estado Mayor. Pudo nombrarlo segundo comandante del ejército, más no lo hizo. Desde esta posición el general Gómez no podía tomar ninguna resolución sin que esta pasara por las manos de Garrido, quien era su jefe inmediato. Esta designación del general Gómez como subjefe del Es­ tado Mayor no sólo lo colocaba en un tercer plano, sino que lo ubicó en un órgano consultivo del comando, donde no se toman decisiones: asesora, y mucho más teniendo de primer coman­dante a un hombre como el general Castro, individuo difícil de asesorar por su vehemencia y pasión por las cosas en que cree. Todavía en esa época, en Europa, los jefes de estado mayor —asesores de los monarcas en campaña— tenían una gran influencia en las decisiones de los jefes. Pero es difícil creer que el general Castro se dejara asesorar por el general Joaquín Garrido y si puso al general Gómez a las órdenes de aquél, mucho menos iba a seguir las recomendaciones milita- res que este último tratara de darle. Pero el general Gómez no estaba empeñado en estar to- mando decisiones en esta campaña: Aprendía el manejo del aparato militar y esperaba. Esta campaña fue una excelente experiencia plena de lecciones. De ellas la más fructífera fue aquella de que con la artillería se deciden los combates, con una artillería bien empleada. Mal empleada no produce efec- tos favorables, más bien contraproducentes. Por ello Gómez no protesta su designación como tercer hombre de la campaña y, como siempre, calla. El general Joaquín Garrido desempeñaba su cargo como subjefe del estado mayor desde el 21 de julio, dos días antes 160 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

del asalto a San Cristóbal, quizás desde fecha anterior. Veamos qué dice la Orden General del Ejército Restaurador:

Orden General para hoy 7 de agosto de 1899, dictada en Estan­ ques por el jefe del Ejército Liberal Restaurador: Artículo 1º —Nombrado el general Joaquín Garrido jefe del Es- tado Mayor del Ejército desde el 21 del mes próximo pasado, debe tenerse por tal y hacerle guardar respeto y obediencia en todos los asuntos del servicio, de conformidad con el Código Militar. Artículo 2º —Se nombra subjefe del Estado Mayor al General­ Juan Vicente Gómez. (7)

Gómez es hombre que sabe esperar. Para 1900, ya es jefe ex- pedicionario del Ejército en Campaña. Es la mano derecha del general Castro, su compadre y segundo en la escala de mando. Otro puesto para esperar. Ya vendrá diciembre de 1908 y su célebre frase: De aquí sólo me quita Dios. Carlos Quintero Gamboa / 161

CITAS DEL CAPÍTULO VI

1. Mariano Picón Salas, Los días de Cipriano Castro. 2. André Beaufre, Introducción a la Estrategia, pág. 36. 3. Ibídem, pág. 44. 4. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores. N° 1. pág. 86. 5. Ejército de los Estados Unidos, Operaciones Tácticas, T.I., pág. 9. Nº TE-3-9. Escuela de las Américas. Fort Gulick, ona del Canal de Pana- má, julio de 1969. 6. Ibídem. 7. Boletín del Archivo Histórico de Miraflores. Nº 1, pág. 82.

CONCLUSIONES

A través de todo el desarrollo de este estudio se demuestra el carácter guerrillero de las operaciones militares que llevaron al general Cipriano Castro al poder como corolario de su Revo- lución Liberal Restauradora, iniciada el 23 de mayo de 1899 y que partió desde la Hacienda Bella Vista, más allá de nuestra frontera occidental en el Táchira. Panegiristas y detractores del general Castro insisten en que las características de la fuerza que condujo son las de un ejér- cito regular; pero en capítulo anterior pudimos encuadrar sus operaciones dentro del modelo número cuatro que presenta general André Beaufre en su obra Introducción a la Estrategia y tomando este patrón de referencia podemos demostrar que sí fue una campaña de orden guerrillero. Naturalmente que el carácter guerrillero de las operaciones y del ejército de Castro se debió a factores determinantes de la realidad nacional. Los sistemas de carreteras no existían; las principales rutas del país (de Los Andes a Caracas) no eran servidas por ferrocarriles; no se utilizaba la radio como ele- mento de comunicación, sino el telégrafo, que por cosa muy curiosa y peculiar circunstancia, explicable, era usado por los dos bandos indistintamente: los “Telégrafos Federales”. Los problemas de abastecimiento del Ejército Restaurador fueron resueltos sobre el mismo terreno con el apoyo de la es- casa población que habitaba las tierras del país. Plantear el concepto “Con la logística por delante” no es otra cosa que ratificar la ruptura del “estilo” del general Castro con las for- mas tradicionales de conducir las operaciones. Y este aspecto acentúa la naturaleza guerrillera de su campaña y de su pen- samiento. Nunca pensó el general Castro en acarrear cajas de muni- ciones en las cantidades que Antonio Fernández movió por las escarpadas laderas de la cordillera andina. Prefirió siempre que sus soldados llevasen la dotación que les serviría para re- 164 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

solver una situación inmediata y una vez salvada, asaltar los restos del enemigo para resarcir las perdidas: Tononó, Las Pi- las, Para­para son ejemplos de ello. Y en casi todos los com- bates, una vez concluidos, va la recolección del material que abandonó el enemigo. ¿No es eso un rasgo guerrillero? De los escritos mili­tares de Mao Tse Tung se extraen enseñanzas muy útiles respecto a esto: El abastecimiento a costa del enemigo. Y ¿Cuántas veces lo hizo Castro? ¿Acaso no le dio resultado positivo? Y atendiendo a estas proposiciones valdría la pena recordar lo que ya hemos sugerido: ¿No podríamos nosotros, en Venezuela, hoy día, establecer una doctrina logística basa- da en estos postu­lados: “hacerle un inventario al enemigo para saber qué le vamos a capturar y cómo se lo vamos a capturar”. Todas estas astucias son propias del combate guerrillero. Cuando el general de un ejército se sale de los patrones regu­ lares y orienta sus acciones hacia lo astuto, ligero y guerri­llero, cambia el juego al enemigo, probablemente obtendrá una victoria por desconcierto del contrario. El general Fernández, cuando intentó atacar a Castro o atraparlo, lo hizo con la inten­ ción de conducir una campaña de grandes masas —con las limi­taciones del caso— y se consiguió conque la reacción del ge­neral Castro fue totalmente opuesta a su estímulo; le reac- cionó con una campaña guerrillera desconcertante que al final le hizo sucumbir en Tocuyito. Para los resultados de Tocuyito se dan muchas explicacio­ nes, pero esta que ahora se plantea tiene mucha validez. Una turbación general cundió cuando frente a los estímulos que pro­ducía el ejército gobiernista a su adversario, recibía una res­puesta inesperada: frente a las formas de guerra de masas, una reacción de fuerzas ligeras; frente a un ejército volumino- so, el otro liviano. Tal vez la educación del general Castro le indujo a intere­ sarse por los temas militares. Esta literatura circulaba en Vene­ zuela traída de España o Francia. Y en nuestra Federación hubo oficiales que seriamente estudiaron con profundidad los asun- tos de guerra. El coronel Antonio Jelambi, muerto durante la Carlos Quintero Gamboa / 165

Guerra Federal, dejó una serie de escritos al respecto y Cas- tro no pudo haberlos ignorado. Sus lecturas de los clásicos lo introdujeron en el estudio de las Guerras del Peloponeso, las Guerras Mé­dicas y las Guerras Púnicas. Escipión El Africano fue un per­sonaje bastante conocido para él; lo mismo que Aní- bal de Cartago. La Guerra de las Galias, de Julio César, tampoco pudo faltar en su biblioteca. El Príncipe, Discursos, El Arte de la Guerra, para nombrar solo estos, de la obra literaria de Maquia- velo, contribuyeron­ a modelar y a formar su talento militar. El Código Militar de 1882 y el de 1896, contenían todo el manejo de la táctica y la estrategia empleada por el Ejército Nacional. Estos códigos fue­ron materiales de uso público y se utilizaban en todos los cuar­teles para la administración y educación de las tropas. Negar la preparación militar de Castro no tiene fundamento. La educación militar no se circunscribe a la vida del cuartel y demás formalidades externas: se requiere de la formación de un carácter recio, de una disciplina y esencialmente de una pre­paración intelectual. La preparación militar se obtiene en los libros y en la práctica de la guerra y no en la vida rutina- ria de los cuarteles. Los cuarteles son asientos administrativos que anquilosan el pensamiento sino se convierten en verda- deras escuelas del Arte Militar, para las tropas; y de ciencia militar, para los cuadros de oficiales. Se ha dicho con suma insistencia que en el desarrollo de la Campaña Restauradora se empleó la artillería. Esto necesita un análisis concreto para aceptarlo como cierto. ¿Dónde se uti­ lizó esta artillería? ¿Cuáles fueron los resultados de su empleo? En el combate de Cordero el ejército del gobierno hizo unos disparos; pero fue con una sola pieza y las bajas que causó al Ejército Restaurador no fueron de consideración, por lo menos no se registran daños considerables por el uso de esta arma. El empleo masivo de artillería nunca se puso de manifiesto para decidir ningún combate; la misma disponibilidad de dos piezas niega que pudieran haberse usado como armas de des- trucción en masa. Y el inventario que se registra del parque (12 166 / La Gran Emboscada. Cipriano Castro y la Revolución Liberal Restauradora

granadas de percusión) confirma que la artillería no pudo ser empleada apropiadamente y que no se disponía de suficiente municiones y piezas para informar y hablar de un “empleo de artillería” En donde más se afirma su empleo es en la Batalla de Tocuyito. ¿Pero puede hablarse de empleo de la artillería en acción donde solo se disparó una granada y no de percusión sino un bote de metralla, que se destinan especialmente para la defensa inmediata de la posición? En ningún momento se dio profundidad al campo de batalla por el uso de la artillería. Y por parte de los revolucionarios, solo la utilizaron —también en Tocuyito— para derribar una casa, pero no como arma de des- trucción en masa; además se registra que solo dispararon dos granadas. En conclusión podemos afirmar categóricamente que no se usó la artillería. Ya en esa época estaban en boga los conceptos tác­ticos de artillería establecidos por Napoleón y el principal de ellos es el empleo masivo. Menos aún se usó esa arma con puntería­ indirecta. Y como elemento de mayor peso para confirmar que no tuvo participación podemos señalar la no existencia de oficiales del arma, calificados como tales, que conocieran su táctica. El mismo general Linares Alcántara como jefe que fue del Cuerpo de Artillería afirma que nunca habían realizado siquiera ejercicios de “escuela de pieza” por la carencia de bagajes para mover el material. De ninguna manera se puede pensar que este es el examen definitivo de la Revolución Restauradora: es apenas una sim- ple aproximación, un intento de análisis y un juicio en el orden mili­tar. El tema seguirá siendo un filón para los estudiosos y en especial para los interesados en la ciencia militar. De la cró­ nica militar hay bastante, tal vez falte recoger, por medio de la historia oral, los testimonios que hoy están en boca de testigos sobrevivientes de aquellos hechos históricos. No se puede dejar pasar la oportunidad para decir que los cuadros de oficiales y tropas del ejército del 1900 se presenta­ ban bastante limitados en cuanto a su preparación militar: La rutina del cuartel y una “obediencia a toda prueba” eran sus ras­gos determinantes. Y en campaña, el arrojo personal Carlos Quintero Gamboa / 167 reempla­zaba al raciocinio y a la Ciencia y Arte Militar. Fueron pocos los oficiales con un verdadero sentido de lo que es ser un profesio­nal de las armas, entre estos, Castro. Él supo que con el arrebato y el “lance personal” no se deciden los com- bates. El general­ Gómez, sin el talento militar del general Cas- tro, acepta pacientemente su posición de Tercer Hombre en la campaña. Más tarde superaría al general Castro: era más estable y supo ocultar y manejar sigilosamente sus pasiones humanas y desde 1899 a 1908, fue mucho lo que su inteligencia asimiló de Don Cipriano. De los generales de la Restauradora, el único que mantu- vo una cosmovisión de lo que acontecía a su alrededor fue el gene­ral Castro. Por ello mientras el general Crespo vivió no se aven­turó a buscar una solución de fuerza. Fue tan concreta y razonable su percepción de la realidad que en las primeras disposiciones que toma para el ejército está la de insistir en el entrenamiento sobre el ORDEN DIS- PERSO (Guerra de Guerrillas), para adiestrar las unidades de bajo esca­lón; su experiencia y sus estudios le llevaron a esta decisión: no por intuición, ni por iluminación. Manuales como el del coro­nel León Valles: Compendio de Guerrillas Práctico, fueron de uso corriente en las unidades tácticas. Del fracaso de la artillería del gobierno se pudo detectar que esta, con una buena operación técnica y táctica bastaba para obtener resultados positivos. La artillería, al igual que todas las armas de apoyo, sirve para sustituir el factor humano por material bélico. Por ejemplo, una batería de artillería es capaz de causar daños materiales similares a los que lograría una compañía de infantería. Lo mismo un grupo de artillería, en com­paración con un batallón de infantería. No es caprichosa- mente como se establece el número de bocas de fuego, caño- nes, obuses y morteros que deben constituir las unidades de artillería; ello responde a un análisis cuantitativo de los daños que puedan causar.

ANEXOS 1 (Facsímil de algunas de las páginas del “Coronel León Va- lles”, mencionadas en las páginas de esta obra)

NOTA: los anexos de esta edición respetan fielmente las normas ortográficas de la primera edición de La Gran Emboscada.

ANEXOS 2

NOTA: los anexos de esta edición respetan fielmente las normas ortográficas de la primera edición de La Gran Emboscada.

ANEXOS 3

Plano de las operaciones realizadas durante la Revolución Restauradora, en el Estado Táchira. (Tomado de la obra Páginas para la Historia Militar de Venezuela, por el General Eleazar López Contreras)

NOTA: los anexos de esta edición respetan fielmente las normas ortográficas de la primera edición de La Gran Emboscada.

ANEXOS 4

Plano Plano de la Batalla de Tocuyito (Tomado de la obra Páginas para la Historia Militar de Venezuela, por el General Eleazar López Contreras)

NOTA: los anexos de esta edición respetan fielmente las normas ortográficas de la primera edición de La Gran Emboscada.

ANEXOS 5

Documentos relativos a pensiones militares (Tomado de la Memoria de Guerra y Marina, 1970) .

NOTA: los anexos de esta edición respetan fielmente las normas ortográficas de la primera edición de La Gran Emboscada.

ANEXOS 6

NOTA: los anexos de esta edición respetan fielmente las normas ortográficas de la primera edición de La Gran Emboscada.

BIBLIOGRAFÍA

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Universidad Militar Bolivariana de Venezuela Fondo Editorial Hormiguero Un Sueño, Una Estrategia, Un Libro