LA FIESTA DE LOS TOROS EN LOS DIARIOS DE VIAJE POR ESPAÑA DE GEORGE TICKNOR*

Antonio Martín Ezpeleta Universidad de Jaén [email protected]

RESUMEN: El presente trabajo analiza, tras la breve presentación de George Ticknor y sus Diarios de viaje por España, que redactó durante la visita a la Península Ibérica que el famoso hispanista norteamericano llevó a cabo en 1818, la descripción de la fiesta popular de los toros que el autor plasmó en dichos diarios. En los Diarios de viaje por España, en parte inéditos y sin traducción hasta el momento, Ticknor estudia el paisaje y paisanaje nacionales en busca de la esencia del espíritu popular español. La fiesta de los toros revestía para él un interés especial, como lo prueba el hecho de que publicara el fragmento dedicado a ella en una importante re- vista de Nueva Inglaterra, The North American Review. Ticknor, más allá de su repulsa contra la violencia del espectáculo, admira el pintoresquismo del mismo y la extraordinaria posibilidad de ver representado el carácter nacional español.

Palabras clave: George Ticknor, Diarios de viaje por España, viajeros extranjeros por España, toros, carácter nacional español.

ABSTRACT: This paper, after introducing briefly George Ticknor and his his Diarios de viaje por España, which this famous American Hispanist wrote during his visit to the Iberian Peninsula in 1818, analyses the popular bullfighting party. In these journals, partly unpublished and untranslated, Ticknor studies the national landscape and peasantry searching for the essence of the Spanish popular character. The bullfighting party had special interest for him, as proves the publication of a paper about it in the important New England journal, The North American Review. Ticknor, regardless his repulsion about the violence of the performance, admires his picturesqueness and the extraordinary posibility of observing the Spanish national character in action.

Key words: George Ticknor, Diarios de viaje por España, foreign travelers to , bullfighting, Spanish national character.

* Este trabajo se enmarca en el proyecto de mi beca postdoctoral Fulbright / MEC, desarrollada en la Universidad de Harvard. 362 La fiesta de los toros en los Diarios de viaje por España de George Ticknor

El hispanista George Ticknor (, 1791-1871) es conocido por ser el autor de la ímproba History of the Spanish Literature (1849), considerada la primera Historia literaria española como tal, así como por su papel de pionero hispanista norteameri- cano (en 1819 se convirtió en el primer catedrático de lengua y literatura españolas en Estados Unidos, en la Universidad de Harvard).1 Sin embargo, ambas cosas no habrían sido posibles si en 1818 no hubiera recorrido España durante siete meses. Su incursión por la Península Ibérica respondía, de un lado, a su atracción por el carácter nacional español (conocía muy bien la brillante Historia de España y la lectura de los diarios de otros viajeros extranjeros por España, como los del Marqués de Laborde, que no hicieron más que aumentar su curiosidad); y de otro, a la necesidad de aprender bien la lengua, pues había sido invitado a convertirse, tal y como hemos señalado, en el primer catedrático de lengua y literatura españolas en la Universidad de Harvard. Lo explica el propio Ticknor (1851, i: i) en las primeras páginas de su Historia literaria:

En el año de 1818 recorrí mucha parte de España, y pasé algunos meses en Madrid: mi objeto al hacer este viaje fue aumentar los escasos conocimientos que ya tenía de la lengua y literatura de aquel país, y adquirir libros españoles, que siempre han sido raros en los grandes mercados de librería de la Europa: en algunos puntos, mi visita correspondió al objeto que me había propuesto, en otros no.

A lo largo de su viaje Ticknor fue preparando unos diarios que fueron publicados sumariamente después de su muerte. La parte referida a España, que en la actualidad estoy concluyendo de traducir tras recuperar además un porcentaje de texto inédito en los manuscritos, compone, tal y como yo la título, unos Diarios de viaje por España de gran interés para la historia de los viajeros extranjeros por España, de la intrahistoria de España, que describe con cuidado, y de la vida de George Ticknor y su pensamiento sobre estos aspectos a la altura de 1818.2 Y es que en los Diarios de viaje por España

1. La crítica ha atendido a Ticknor sobre todo por su faceta de historiador de la literatura (vid. Dewey 1928; Hillard 1950; Hart 1954; Rathbun 1960; Guillén 1999; Mainer 2000; Pozuelo Yvancos 2000; Fer- nández Cifuentes 2004; Núñez/Campos 2005 y Romero Tobar 2006, entre otros). Respecto a su condición de pionero hispanista, fueron Farinelli (1902), Romero Navarro (1917) y Meregalli (1989) los primeros en llamar la atención sobre él, a los que hay que unir el reciente estudio de Jaksic (2007), quien asimila en su importante monografía sobre los intelectuales norteamericanos interesados en España otros estudios anteriores sobre la biografía y la labor social de Ticknor en Nueva Inglaterra, como los de Tyack (1967) o Kagan (ed., 2002), por ejemplo. 2. Las citas a esta obra remitirán sencillamente a los números de página provisionales de esta edición entre paréntesis. Los manuscritos autógrafos en los que se basa la edición se encuentran microfilmados en la Biblioteca Widener de la Universidad de Harvard (los originales están custodiados en la biblioteca de la Universidad de Darmouth). Las antiguas ediciones de los diarios de viaje de George Ticknor por España son dos. De un lado, Life, letters and journals of George Ticknor, que selecciona en dos volúmenes fragmentos de todos los diarios de viaje de Ticknor, y fue dirigida por Hillard (primera edición, 1876; lo relacionado con el viaje a España se encuentra en Ticknor 1968, I: 185-249). Y, de otro, la edición de Northup Ticknor’s Travels in Spain (Ticknor 1913), que recupera algunos fragmentos e incluye una introducción. La traducción a cargo de Antonio Dorta titulada Diario (Ticknor 1952) solo presenta sobre España diez páginas, y está llevada a cabo a partir de los diarios publicados en inglés citados. Antonio Martín Ezpeleta 363 se lleva a cabo una profunda revisión de la situación sociopolítica española (España estaba recuperándose de la Guerra de la Independencia y reinaba Fernando VII, no demasiado bienquisto por Ticknor), el arte (su análisis de la arquitectura en España, por ejemplo, es muy preciso) y, entre otras muchas cuestiones, el paisaje y paisanajes españoles, que le subyugan de una manera extraordinaria (sobre todo el espíritu de las clases bajas).3 De todas ellas, en el presente trabajo estudiaremos los apuntes que George Ticknor tomó en sus diarios sobre la fiesta nacional de los toros, uno de los aspectos donde nuestro autor cree adivinar una representación única del carácter na- cional español que tanto le interesa, y a la que no por nada dedica una digresión de casi cuarenta cuartillas en los manuscritos originales. Antes, sin embargo, conviene que terminemos de contextualizar muy brevemente el viaje de Ticknor y sus diarios. A la edad de veinticuatro años, George Ticknor se había ganado la fama de persona de amplia erudición y talento, como lo prueba el hecho de su temprana candidatura para trabajar en Harvard. Pero Ticknor, antes de establecerse profesionalmente, quiso realizar un viaje formativo por Europa, que consideraba fundamental para su correcta preparación, puesta siempre al servicio de su nación, a la que, como el grupo de intelectuales conocidos como los Boston Brahmins, intentaba modernizar (vid. García Castañeda 1999). Así, en 1815 partió hacia Europa. Su primer destino, vía Inglaterra, fue la Universidad de Gotinga,4 donde estudió las novedosas teorías del Volksgeist herderiano y el nacimiento de las literaturas na- cionales europeas de la mano de . Su paso por la Universidad de Gotinga fue, sin duda, fundamental para su posterior quehacer intelectual y su Historia literaria española. Enfrascado en sus estudios, es cuando recibió la invitación formal de Harvard, que determinó que su viaje por Europa tuviera que acelerarse y que su estancia en España cobrara un lugar de más importancia, ya que debía aprender bien la lengua y adquirir numerosos libros, como explicaba Ticknor en la cita allegada. Antes de ir a España, sin embargo, tuvo tiempo de visitar Francia, Italia y España (desde Alemania había pasado a Suiza y Austria), para terminar su viaje con un breve paso por y finalmente Inglaterra, desde donde regresó a Boston en 1819. Durante este largo viaje, Ticknor fue preparando unos diarios, sobre los que el mismo autor explicó en una nota inédita redactada en 1868 lo siguiente (6):

Los siguientes nueve volúmenes, aunque en muchas de sus partes no están escritos de manera descuidada, contienen meramente un recuento interrumpido, imperfecto y desarticulado de cómo pasé una parte de mi vida desde que embarqué en Boston hacia Europa el dieciséis de abril de 1815 hasta mi vuelta a casa el seis de junio de 1819.

3. Los estudios sobre los viajeros extranjeros por España son casi inabarcables. Citaré ahora solo los catálogos de Farinelli (1979) y García Romeral Pérez (2004), así como el repertorio de bibliografía secundaria que incluye Ortas Durand (2005). Respecto a las referencias bibliográficas sobre los diarios de Ticknor en concreto, se pueden añadir ahora las notas de Ortas Durand (1999; 2006) y dos trabajos míos en prensa sobre el género de los diarios de Ticknor y el carácter nacional (Martín Ezpeleta 2010a; 2010b). 4. Se acaba de publicar una edición muy completa sobre los diarios de viaje de Ticknor por Alemania (Ticknor 2009). 364 La fiesta de los toros en los Diarios de viaje por España de George Ticknor

El principal objetivo de estos cuatro años de ausencia era encontrar maneras de educación y cultura mejores que las que podía obtener en casa; pero, en cuanto al uso que hice de estos modos, aquí casi no doy noticia. Este no era el lugar apropiado para ello. No obstante, este objetivo ocupó casi todo mi tiempo y es, por tanto, solo una pequeña porción del resto, solo de esa parte que dediqué a viajar, la sociedad y los divertimentos, de las que he hablado por extenso en estos diarios.5

Como señala Ticknor, buena parte de sus diarios están dedicados a dar cuenta de los divertimentos que fue encontrándose en su largo viaje. En el caso de España es muy evidente, pues, como podremos comprobar, estos llamaron poderosamente la atención de Ticknor, singularmente la fiesta nacional de los toros, que analizaremos a continuación. En fin, el treinta de abril de 1818 Ticknor entró por la Junquera a España, donde permaneció hasta finales de octubre. Se convertía así en uno de los primeros viajeros románticos norteamericanos por la Península Ibérica, como luego lo fueron, por ejemplo, sus amigos Washington Irving o William H. Prescott. Como nos informan sus Diarios de viaje por España, la aprensión que suscitaba a los viajeros extranjeros un país fa- moso por sus bandoleros y asaltacaminos, así como por sus problemas de transporte o alojamiento, de los que Ticknor se queja recurrentemetne, fue contrarrestada con la satisfacción de aprender in situ la apasionante cultura española y con poder presenciar muestras del carácter nacional español. Este último asunto vertebra sus diarios, y en este sentido se puede afirmar que son fundamentales para entender el origen de su His- toria literaria española, cortada según el patrón del carácter nacional, como es sabido. Los Diarios de viaje por España nos presentan el reflejo del paisaje y paisanaje españoles, diferenciando perfectamente las provincias españoles por donde pasa (Bar- celona, Lérida, Zaragoza, Segovia, Madrid, Sevilla, Granada…), mientras el curioso Ticknor se afana en explicar la historia de todos los lugares y monumentos emblemá- ticos españoles que visita (Basílica del Pilar, Paseo del Prado, Alcázar de Segovia, El Escorial, Mezquita de Córdoba…), así como en profundizar en el conocimiento del pueblo español, especialmente en las clases sociales bajas, donde se manifiesta más claramente el carácter nacional. Por esta razón y por su falta de educación y decoro, Ticknor no muestra tanto interés por la aristocracia, los políticos, la Corte o el propio Rey Fernado VII, a quien llega a conocer personalmente, y a los que critica durante su estancia en Madrid sobre todo. De estas clases sociales altas, solo los pocos inte- lectuales españoles que se encuentra (José Madrazo, el Duque de Rivas, que por cierto hizo sus pinitos como picador, como refiere Ticknor, el historiador José Antonio Conde,

5. Esta nota firmada por el propio Ticknor fue escrita con motivo de la preparación de la antología de sus diarios y papeles personales a cargo de George S. Hillard. (En nuestra edición, esta nota se articula como prólogo a los Diarios de viaje por España). En la nota se explica además cómo Ticknor llevó a cabo una tarea de documentación previa al viaje (5-8); sobre España, leyó los libros del citado Alexandre Louis Joseph, Marqués de Laborde. Como es sabido, su Voyage pittoresque et historique en Espagne (París, 1806-1820, en cuatro volúmenes), además de procurar información científica de primera mano sobre la arqueología e Historia de España, ejerció una gran influencia en la fijación de los tópicos y de los estereotipos culturales de los viajeros románticos que durante el siglo xix visitaron la Península Ibérica. Ticknor siguió muy de cerca esta obra de Laborde, que tomó como guía de su viaje por España. Antonio Martín Ezpeleta 365 varios académicos…) y el cuerpo de diplomáticos en España le merecen buena opinión, y con todos ellos disfruta aprendiendo el idioma y cultura de un país cuyo genuino carácter nacional le admira y apasiona. Pero pasemos ya a analizar el caso concreto de la fiesta nacional de los toros en los Diarios de viaje por España.6 La digresión sobre los toros se encuentra en la mitad de los Diarios de viaje por España aproximadamente. Fue redactada en Madrid, donde permaneció Ticknor el verano de 1818 y donde aprovechó para repasar las instituciones del país (las educa- tivas fueron algunas de las que más llamaron su atención), el papel de las clases altas (reconoce muy pocas aptitudes en este grupo social, más preocupado en malgastar el dinero en lujos y reuniones frívolas, como las tertulias a las que es invitado, que en sacar provecho de su mejor situación impulsando a un país lastrado por el analfabetis- mo y el hambre) y, entre otras cosas, los divertimentos del pueblo español en general, sobre los que afirma Ticknor (19) que son una característica identitaria fundamental de los españoles:

Pero si su fanatismo [de los españoles] por la religión es tremendo, su fanatismo por el placer es mayor. Los paseos públicos ya están llenos a una hora temprana, y el atuendo de las mujeres, tan maravillosamente pintoresco, es un signo y una prueba de su coquetería, que un extranjero percibe al instante. Por la tarde hay bailes, sobre todo bailes públicos, llamados pesetas, por el dinero que se paga al entrar, donde todas las clases sociales acuden impacientes.

A continuación Ticknor (66-67) examina uno a uno los que considera los diverti- mentos más importantes en España: el paseo por el Prado, la afición al teatro, el gusto por las tertulias que terminan a altísimas horas de la madrugada y, por encima de todos estos, la fiesta nacional de los toros, sobre la que se lee en los diarios:

La gran diversión, la diversión nacional por antonomasia, la diversión que se come a todas las demás es la fiesta de los toros. Es pura y exclusivamente española. Y la pasión con la que la demandan todas las clases sociales, y según parece desde siempre, es inconcebible para alguien que no haya sido testigo de ello.

6. Creo que este asunto no ha sido atendido en los trabajos dedicados a revisar la relación entre la fiesta nacional de los toros y la literatura, la mayor parte de ellos concentrados en el siglo xx. Vid. ahora el apartado pertinente del volumen séptimo del Cossío (1982), completado por Andrés Amorós, entre otros trabajos, como el de Francisco Carreras Candi (1931). En el xix, son varios los autores que describen y reflexionan sobre el espectáculo de los toros; entre ellos, destaca Mariano José de Larra, que, siguiendo los escritos de los ilustrados del xviii (Feijoo, Cadalso…), critica ferozmente esta tradición tan violenta en su conocido artículo «Corridas de toros» de 1828 (Larra 1984: 168-182), que tanto recuerda el texto de los Diarios de viaje por España de Ticknor (la afluencia de la gente al circo, las terribles heridas en los caballos…), como se podrá comprobar más adelante. El contrapunto taurino en el xix se puede simbolizar en Leandro Fernández de Moratín y sus poemas sobre la fiesta (recordemos que su padre Nicolás Fernández de Moratín fue el autor de una obra muy detallada sobre los toros). Plásticamente, la referencia, claro, son los grabados de Goya. 366 La fiesta de los toros en los Diarios de viaje por España de George Ticknor

Comienza, pues, Ticknor a estudiar este curioso divertimento español. El primer trabajo que se toma en los Diarios de viaje por España es intentar fijar el origen de esta tradición, que le lleva a remontarse hasta la Grecia clásica, aunque concluye (68) que, tal y como se entiende, el divertimento ha de ser español:

No poseo apenas información sobre sus orígenes más antiguos, ni creo que se pueda hallar mucho al respecto; puesto que no se ha escrito prácticamente nada sobre ellos, y lo poco que he podido reunir ha sido por casualidad. Estoy satisfecho, no obstante, de que no se parezca en absoluto a las corridas de toros de los griegos, que fueron famosas en Larissa, y de las cuales hablan Plinio y Suetonio. Tampoco parece pro- bable que los romanos conocieran las corridas de toros como tales, por lo que más bien hay que concluir que estas son estrictamente nacionales.7

A partir de aquí, desarrolla un recorrido por todas las fuentes escritas que encuentra sobre los toros. Ticknor incluye en las hojas pares de la parte dedicada a los toros de los diarios algunas referencias bibliográficas que entiende de interés sobre esta tradición. Vistas estas referencias, así como ciertos comentarios de Ticknor sobre las mismas, en su conjunto da la sensación de que se trata de apuntes que toma con la idea de estu- diar el tema con todavía más detenimiento. Por otro lado, a juzgar por la fecha de las referencias y el trazo del plumín con que están escritas, hay que pensar que han sido escritas en un momento de redacción distinto del texto principal. En fin, entre estas referencias podemos diferenciar: de un lado, las relacionadas con la literatura de viajes, como, por ejemplo, las Cartas desde España (1821), de José María Blanco White; las memorias del Capitán George Carleton (1728), de Daniel Defoe; el libro Year in Spain (1821), del viajero y escritor norteamericano Alexander Slidell Mackenzie; o la popular Travels in Spain in 1797 and 1798 (1799), del alemán Christian August Fischer. Y, de otro lado, un segundo grupo más heterogéneo donde se incluyen referencias a obras literarias, como el Cid o el Quijote, y obras históricas, clásicas y medievales sobre todo (Heliodoro, Julio César, la Primera Crónica General, la Historia de las Guerras Civiles de Granada, de Ginés Pérez de Hita…). El repaso de la fiesta nacional en España a lo largo de su historia se extiende varias cuartillas (68-74). Luego, Ticknor se centra ya en la descripción de una corrida de toros tal y como él la ve (73-74). Comienza explicando cuándo se celebran las corridas, así como los prolegómenos de la fiesta, que llegan a detener prácticamente la actividad en toda la villa:

Tienen lugar solo en verano, y durante los meses en que el calor no es extremo. […] Siempre son los lunes, por la mañana y por la tarde: por la mañana con seis toros y por la tarde con ocho. […] Se llevan a cabo grandes preparativos con mucha antela- ción. Se traen los mejores toros de todas las partes del reino […]. Finalmente el tan

7. En realidad, parece ser que el origen clásico de la fiesta de los toros es claro. Vid. el trabajo del helenista Francisco Rodríguez Adrados «España y el toro. La fiesta y sus precedentes antiguos» (Rodríguez Adrados 1997). Antonio Martín Ezpeleta 367

deseado día llega, y para todos los negocios, Madrid es como un domingo protestante. Toda la ciudad entra en tropel al circo, incluso las clases más bajas del populacho.

Pero la parte más interesante, a nuestro juicio, es cuando Ticknor describe porme- norizadamente el espectáculo (74) narrando en primera persona sus sensaciones y las conclusiones a las que llega sobre una corrida de toros y la gente que a ella asiste:

Yo no puedo hablar con la pericia o seguridad de un connoisseur. No he ido sino dos veces; y la primera vez estuve solo el tiempo suficiente para ver matar cuatro toros y la segunda vez tres, ya que me fue físicamente imposible estar más tiempo. Las horribles imágenes que presencié me dejaron completamente exánime. La primera vez abandoné el lugar con la ayuda de uno de los guardias y la segunda vez apenas fui capaz de salir por mí mismo. Aun así, no obstante, vi todas las operaciones y manoeuvres como si hubiera estado allí cien veces y conociera perfectamente todas las técnicas y protocolos del arte. Y lo que se precisa en la práctica y experiencia de un aficionado habitual lo adquirí completamente por lo vívido de la experiencia, así como por la profunda impresión que su esplendor, su peligro y su crueldad produjeron en mi mente.

Arranca ahora la viva y lenta descripción de una corrida de toros y de las impre- siones que causó en el ánimo de nuestro autor (74-77), esto último narrado en un estilo verdaderamente plástico y novelesco:

El reloj marca las diez exactamente a su hora. El pueblo es ahora realmente un pueblo como sucedía en los juegos y espectáculos de Constantinopla, largo tiempo después de que hubiera dejado de serlo en todas partes. Puntual hasta el segundo, el corregidor, que es el oficial en jefe de la policía de la ciudad, entra a lomos de un caballo espectacular, ricamente enjaezado. Y él, vestido de terciopelo negro y seguido por cuatro oficiales de justicia, avanza respetuosamente hasta el palco real. Aquí es otorgado solemnemente el permiso real para celebrar la fiesta. […] A partir de este momento comienza la barbarie, pues tan pronto como los animales llegan a los establos donde se guardan, un pincho de hierro que lleva un lazo, cuyo color indica la provincia de la que procede su portador, es introducido entre las paletillas de cada toro. […] La fiesta comienza ahora.

El espectáculo, como podemos comprobar, es descrito como una barbarie y las notas sobre la sangre en la plaza y las vísceras de los caballos no son ni mucho me- nos omitidas. Se trata casi de un lugar común en los escritos antitaurinos de la época, según hemos advertido en el artículo de Larra «Corridas de toros», de 1828 (Larra 1984: 168-182) —que a su vez cita un texto de Jovellanos en la misma línea—, con el que guarda un gran parecido (79-80):

[El toro] agacha la cabeza lo suficiente y cierra sus ojos como para darles la ventaja necesaria en la lucha. Esta parte de la lucha con cada toro, no obstante, es la más angustiante por las imágenes horribles de crueldad a sangre fría que se ofrecen. 368 La fiesta de los toros en los Diarios de viaje por España de George Ticknor

Me encontraba continuamente angustiado al pensar que ni uno solo de los caballos o toros que vi pasar ante mí podría salir con vida de la arena. No hay coraje, sangre fría o determinación que puedan salvarlos. En esto las corridas de toros son más crueles que los espectáculos romanos de gladiadores. […] He presenciado cómo algunos caballos heridos en el pecho o los flancos tenían arrancadas grandes porciones de su carne y, aun así, eran espoleados para soportar otro ataque; y también otros completamente rasgados por los cuernos del toro y con sus vísceras colgando y arrastrando por la arena, la cual llenan literalmente de sangre a cada paso que dan de una manera muy visible. A pesar de todo esto, se les obliga a continuar hasta que se hunden completamente en las agonías y convulsiones de la muerte. He visto esto porque estaba decidido a presenciar todo lo relacionado con esta diversión nacional tan extraordinaria. Pero no puedo entender cómo se le llama una diversión, pues es imposible concebir que algún ser humano haya sido creado para contemplarlo, si no es con repugnancia y aversión.

Sin embargo, pese a lo que pueda parecer, Ticknor no censura los toros en ningún momento, pues lo que a él verdaderamente le interesa es entender el carácter nacional español, y a su juicio la fiesta de los toros es un lugar privilegiado para ello. Obviamente, piensa que se trata de un espectáculo violento que atenta contra la sensibilidad de una persona que no está acotumbrada como él. Pero sus comentarios no están dirigidos en esta dirección; sino en la de intentar comprender, como decimos, la que le parece una demostración de valor tan extraordinaria como temeraria, igual que sancionaba, por ejemplo, la resistencia en los sitios de Zaragoza, que tan honda impresión le causa- ron al apreciar sus terribles huellas. Sus últimas palabras en los Diarios de viaje por España sobre los toros (86) van dirigidas una vez más a mostrar su perplejidad ante un carácter tan primitivo y a la vez tan difícil de igualar como el de los españoles:

Pero, después de todo, ¿qué son estos placeres?, ¿qué es la impresionante grandeza de esta vasta multitud, el esplendor de estas ceremonias, esta audaz y asombrosa expresión del carácter popular y esta extraordinaria exhibición del triunfo de la destreza humana frente a la fuerza bruta, comparado todo ello con esta carnicería gratuita e inútil de tantos animales bravos y generosos, las horribles imágenes de crueldad que la arena ofrece a cada instante y las violentas pasiones desencadenadas, la dureza que imprime al corazón y al carácter, y la portentosa educación que así se da a las nuevas generaciones y al rudo populacho de una gran capital como Madrid?

Para terminar, nos resta referir brevemente el hecho de que Ticknor seleccionó el divertimento de los toros como la parte que mejor plasmaba las tradiciones del pueblo español y su carácter nacional. Estas fueron las únicas páginas procedentes de los Diarios de viaje por España que publicó en vida, ligeramente reelaboradas, tal y como se señala en una nota autógrafa en la hoja impar del diario escrita en un segundo momento de redacción: “He modificado la explicación de las corridas de toros y la he enviado como parte de una reseña a la North American”. En efecto, estas páginas aparecieron en el número de julio de 1825 de la prestigiosa revista de Boston The North American Review, donde publicaban muchos intelectuales relacionados con los denominados Boston brahmins. Antonio Martín Ezpeleta 369

Lo curioso del caso, que no se había notado, es que no firmó esta colaboración en la revista. El trabajo en cuestión, intitulado «Amusements in Spain. Recollections of the Peninsula» (Ticknor 1825), era en principio una reseña de Recollections of the Peninsula (1824; la primera edición es de 1823), “del autor de Sketches of India” (1824), según figura en la revista, es decir, del Capitán inglés Moyle Sherer. Este militar y viajero es autor, entre otros, de esta suerte de libro de viajes titulado Recollections of the Peninsula, donde describe su paso por Portugal y España en calidad de soldado de las tropas aliadas comandadas por el Duque de Wellington contra los franceses durante la Guerra de la Independencia española. Pues bien, la reseña la despacha Ticknor en muy pocas páginas, concluyendo que le falta a la obra el haber rastreado y plasmado el carácter nacional español. En este momento es cuando nuestro autor explica que la mejor manera para llevar a cabo esto es fijarse en sus divertimentos, y sin mayor pretexto empieza a reproducir con leves modificaciones en la redacción la parte del paseo del Prado y los toros de sus Diarios de viaje por España, que se extiende a lo largo de casi veinte páginas, cuando la reseña no sobrepasa las siete. Las páginas de Ticknor sobre los toros están en la línea de otras parecidas publicadas también en The North American Review.8 Existe, eso sí, una diferencia clara que ya hemos notado: Ticknor, pese a no esconder la brutalidad del espectáculo, no enjuicia este divertimento, sino que se interroga sobre él intentando comprender el arcano carácter nacional. Los otros trabajos, en cambio, son muy beligerantes en su condena del maltrato de los animales y el bárbaro gusto de los españoles, que tanto lo adoran. En un artículo titulado «Cruel Amusement», aparecido en The Friend of Peace, la publicación periódica de la Massachusetts Peace Society, escrito presumiblemente por Noah Worcester (1827: 343-343), se llega a citar los números de The North American Review como un repertorio donde documentarse sobre la terrible fiesta popular española. A juicio del pacifista afincado en Boston Noah Worcester, el civismo norteamericano no consentiría, por ejemplo, el maltrato a los caballos descrito, tal y como prueba re- firiendo el caso concreto de un señor de Boston que recientemente había sido multado por golpear a su caballo. Ticknor es mucho más respetuoso, como decimos, con una tradición que considera clave para entender a los españoles. En fin, este es, en conclusión, el ambiente romántico y controvertido que configura el origen del auténtico hispanismo norteamericano, de enorme valor como enriqueci- miento de hombres y naciones. La fiesta de los toros, como tradición extraordinaria y muy emblemática de los españoles, es uno de los lugares comunes de los autores extranjeros que, como Ticknor, contemplan expectantes la grandiosidad y violencia de las corridas de toros, y se quedan atónitos a su vez por el hecho de que todas las clases sociales, sin distinción de sexos o edades, amen esta fiesta nacional por encima de cualquier otro divertimento. Las páginas de Ticknor sobre este tema, redactadas con

8. Estos son otros artículos sobre España en la The North American Review que no olvidan, de una manera más o menos detallada, referir la fiesta de los toros: «New Documents concerning Columbus» (24.55, VI-1827, 265-295), «Spanish Devotional and Moral Poetry» (34.75, VI-1832, 277-316), «Cushing’s Remines- cences of Spain» (30.87, VII-1833, 84-117) o «Prescott’s Ferdinand and Isabella» (46.98, I-1838, 203-292). 370 La fiesta de los toros en los Diarios de viaje por España de George Ticknor especial denuedo y gracia, son tremendamente sugestivas, y la cuidada descripción de la fiesta ofrece al lector moderno un retrato sociohistórico de primer orden. El choque cultural entre Norteamérica y España, por otro lado, propicia el conocido esquema de la mirada ingenua del extranjero que tanta información ofrece sobre el mismo viajero y sobre aquello en lo que posa curiosamente su vista. Ticknor recordó toda su vida con cariño España, a despecho de que le tocara padecer no pocas calamidades, y a su cultura y carácter nacionales brindó las más de sus horas de estudio y meditación. La imagen de un obnubilado Ticknor saliendo tambaleándose de una plaza de toros en Madrid no deja de ser, por último, un maravilloso cuadro que ilustra como pocos este apasionante asunto.

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