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EL TEATRO.

DE OBRAS DRAMÁTICAS Y LÍRICAS.

INTRIGA Y AMOR,

DRAMA EN CUATRO ACTOS Y EN VERSO.

MADRID. OFICINAS: PEZ, 40, 2.° 1872.

/ ... ..

ADICIÓN AL CATÁLOGO DE 1.° DE JULIO DE 1871,

EL TEATRO,

Prop.

TÍTULOS. Actos, corres TÍTULOS. Actos, corres

A tal amo tal criado Todo. Chamusquina ó la Hija del

Al que se hace de miel Id. petróleo 1 Lib D. Ramón de la Cruz Id. ¡¡¡Palomo!!! 1 L.} El amor y la astucia. ...:.. Id. Tamberlik, Mario y Latorre.. i

El barómetro Id. Un sevillano en la Habana. . 1 Lib Entre el nieto y el abuelo. . . Id. rTocar el violón 1 La firmeza de un gallego ó las El marino 2 L. últimas elecciones Id. =¡EI Teatro en 1876!! 2 Lib La petaca Id. Los dragones 2 L.i

La verdadera nobleza ;. Id. Justos por pecadores 3

La astucia de un andaluz. . Id. Un lio entre dos castaños.. Nubes Id. La feria de las mujeres, 3 Pobres y ricos Id. La escala de la ambición. ... 3 Receta para casarse Id. El Caballero de Gracia 3 Un hombre comprometido... Id. rPerla. (Zarzuela.) 1 Lib Un momento de locura Id. La peluca de mi mujer i

Una perra y un gato Id. La fuerza de la conciencia. . . 3 Amor, honor y poder 3 Id. Un empréstito forzoso 1

El testamento de Acuña. . . 3 Id. Agustina la cantinera 1 La astucia de un asistente.. 3 Id. La Virgen del Amparo 1 Lá mosca blanca Id. Tres al saco 1 . 3 Los secuestradores de Anda- Los pastores de Belén. (Ópera.) 3 lucía 3 Id. Amor y caridad 1 To( Los dulces de la boda 3 Id. Amor paternal. 3 Id.

Los niños grandes 3 Id. La tarde de Noche-buena.. . 3 Id. Odio y amor 3 Id. La caja de Pandora 3 Id. Id. C de L. (Zarzuela.). . 1 L. ym Los zapatos de baile 1 Cuatro demonios y un cabo. \ Id. y amor 4 Id.

Han vuelto á estas galenas las obras del Sr. Boldun, que durante un ci tiempo ha administrado El Proscenio, y por lo tanto nuestros comisione se encargarán nuevamente del cobro de sus derechos. INTRIGA Y AMOR.

INTRIGA Y AMOR,

DRAMA ORIGINAL DE schiller, Fr^incH^ l'Wh.)^,

Y ARREGLADO

EN CUATRO ACTOS Y EN VERSO

DON ANTONIO HURTADO

Representado por primera vez en el Teatro Español el (lia 20

de Diciemhre de ÍS7I.

MADK1U.

ÍMPRENTA DE JOSÉ RODRÍGUEZ, CALVARIO, 18. 1872. PERSONAJES, ACTORES,

LUISA Srta. Bolduín. LADY MILFORD Siu. Hijosa. SEÑORA MILLER Sra. Valverde. SOFÍA Srta. Tenorio. FERNANDO, Barón de Wal- ter Sr. Calvo. EL CONDE DE WALTER. Morales. MILLER Alisedo. WURM, secretario del Con- de Ossorio. EL MARISCAL DE KALB. Mario. UN UJIER UN LACAYO » GUARDIAS »

Esta obra es propiedad de su autor, y nadie podrá, sin su per- miso, reimprimirla ni representarla en España, ni en sus pose- siones de Ultramar, ni en los paises con los cuales haya cele- brados ó se celebren en adelante tratados internacionalesde pro- piedad literaria. Los Comisionados de las Galerías Dramáticas y Líricas de los Sres. Gullon é Hidalgo, son los exclusivamente encargados dele o bro de los derechos de representación y de la venta de ejemplares. Queda hecho el depósito que marca la ley. Á LOS SEÑORES

DON FRANCISCO LUIS DE RETES

Y

BflN FRANCISCO PÉREZ ECHEVARRÍA,

DISTINGUIDOS AUTORES

DE JLA BELTRANEJA.

En testimonio de cariñosa amistad,

@L, ^Gwx&tDo,

Jo p Digitized by the Internet Archive

in 2013

http://archive.org/details/intrigayamordram2651schi ACTO PRIMEKO.

Habitación en casa de Miller. Puertas á derecha é izquierda, y al fondo otra secreta: un balcón á la calle: piano, un violin encima y papeles de música: mesa con recado de escribir, y varios objetos de labor femenina diseminados por la ha- bitación.

ESCENA PRIMERA.

MILLER, y su SEÑORA, haciendo labor.

MlLLER. (Paseando.)

Mil veces te Jo repito, la cosa empieza á ser seria; ya la vecindad murmura y sus visitas se cuentan. El barón es rico y joven, la niña, aunque pobre, es bella. el prójimo es malicioso y la calumnia algo deja. Á más, si esos comentarios hasta el presidente llegan, ¿quién sabe lo que es posible que aventuren sus sospechas? Créeme, vale más decirle de una vez, que aquí no vuelva, que dar pábulo á los cuentos que el vicio y la envidia engendran. 8

Sra. Tú no has traído á tu casa á ese joven por la fuerza. Miller. No en verdad, por el contrario, él es quien se ha entrado en ella. Sra. Entonces ¿por qué te asustas? por qué temes? qué te inquieta? Miller. Que qué temo! Es que ese joven, en vez de estudiar las teclas, se ha dado a amar á tu hija y ella por él está ciega. Cierto que yo tengo culpa de que estas cosas sucedan,

pues si al descubrir el juego cuando este amor juego era, hubiera corrido al punto á dar parte á su excelencia, su padre le hubiera echado una fuerte reprimenda; yo hubiera puesto á la chica en una pensión austera, y todo hubiera acabado en dos semanas y media. Mientras que ahora... ¡quién sabe! Tanto ese amor me amedrenta, que es para mí densa nube que avanza de rayos llena. Y qué diablos! Si esos rayos sobre el palacio cayeran del primer ministro, pase! pero ya verás! Si arrecia la tempestad, esos rayos caerán en nuestra viviena\ que siempre el último mono es el mono que se anega! Ser, Jesús, hombre! ¿Y á qué viene recelar de esa manera? ¿Qué es lo que podrá ocurrirte, vamos á ver? ¿No te empleas en dar lecciones de clave

al que aprenderlo desea? Si él ha venido á buscarte para aprender lo que enseñas, ¿hubieras debido acaso cerrar al barón la puerta por ser hijo del magnate que hoy la Alemania maneja? Y á más un joven bizarro, rico y galán? Bueno fuera! Eh! quita allá! Te acometen á veces unas rarezas!... MlLLER. Sí, rarezas. Sra. Tonterías. MlLLER. (Con seriedad.) Muchas, muchas. No seas necia. Crees tú que un noble tan noble llevará á tu hija á la iglesia? Sra. Vaya! ¿y si yo te dijese que esa ha sido su promesa? MlLLER. Promesa, á quién? Sra. Á Luisa! MlLLER. Á Luisa! Esta es más negra! ¿El noble barón de Walter casarse así con cualquiera? Estás loca! Sra. Es que Luisa... MlLLER. (Airado.) Silencio: tus labios sella. ¿Sabes lo que habrá exigido de ese ofrecimiento á cuenta? Cuidado, mujer, cuidado. Las madres sois en la tierra responsables para el cielo de la virginal pureza de vuestras hijas! Un dia puedes quizá sorprenderla llenos los ojos de llanto, tinta la faz de vergüenza. Si la preguntas la causa de tal rubor y tal pena, podrá decirte, inclinando sobre el pecho la cabeza, que otra nueva Margarita llora su amor y su mengua. Sra. Jesús! El cielo nos libre -lu-

de desdicha tan inmensa! Miller. Sí; pero hagamos nosotros por impedir que suceda. Sra. Cómo? Miller. Yo diré á ese joven la primera vez que venga, que el honrado carpintero que me construyó esas puertas, las hizo, según mi gusto, de tal modo, que estuvieran al vicio siempre cerradas, á la virtud siempre abiertas. Sra. Bien, no me opongo; mas antes lo que has de hacer considera. Puede tomar ese joven tus palabras por ofensa, y retirar de esta casa las ventajas que te deja. Miller. ¡Lleve el diablo esas ventajas

si viene el dolor tras ! Mira, mujer, te lo juro 'por mi salvación eterna: más preferiría mil veces mendigar por las aldeas con ese violin amigo, consolador de mis penas, que acrecentar mi fortuna, ¿qué acrecentar? defenderla contra el mayor desamparo, contra la mayor miseria,

si he de lograr mi sosiego á costa de mi coDciencia. Mira, no hablemos más de esto,

si es que no quieres que crea que durante veinte años, teniéndote siempre cerca, he vivido equivocado juzgándote honrada y buena. 3r\. Bien, no te enojes; mas oye, oye, Miller. "¡Si leyeras las cartas apasionadas del barón á Luisa!... - 11

Miller. Cesa! Sra. Amor más puro... Miller. Pues claro, así todo amor empieza: más tarde concluyen muchos con un ser más en la tierra.

Y gracias, si antes la madre no se muere de vergüenza, ó si la vergüenza misma no mata al ser que la engendra. Sr.\. Es que estás hoy tan agreste... Miller. Por qué te forjas quimeras de tal suerte? ¿Acaso ignoras que yo tengo otras ideas sobre Luisa? No sabes que Wurm ser su esposo anhela, y que le he dado palabra en su nombre? Sra. Harto me pesa de esa palabra empeñada con sobrada ligereza. Un hombre oscuro... Miller. Que es rico. Sra. Dios sabe de qué manera. Miller. Amigo del presidente... Sra. Sobre esa amistad estrecha se cuentan cosas horribles, y á más de horribles, sangrientas. Miller. Patrañas. Sra. Serán patrañas; pero cuando el rio suena... El anterior presidente ¿de qué murió? Miller. (Con recelo.) Chis! prudencia! Es arriesgado en extremo hablar de cosas como esas. Sra. Lo serán; pero yo... Miller. (Mirando á la puerta.) Calla! (Con enojo á su mujer.) Ves, mujer? Mira quién llega. ..

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ESCENA II.

DICHOS y WURM.

Sra. (Jesús! Wurm!) WüRM. Que el cielo os guarde. MlLLER. Oh! Señor Wurm, bien venido! Cáspita! andáis muy perdido; se os ve muy de tarde en tarde. Nos vedáis tanto el placer de veros, que es maravilla que hoy... acerca una silla; (Á su mujer.) pronto, una silla, mujer. SRA. (Como en otra no se siente...)

WURM. Qué queréis? si soy esquivo, es porque tengo motivo y os lo diré francamente. MlLLER. Hablad, hablad en conciencia. WüRM Como sé cuanto aquí pasa, presumo que en esta casa estorba ya mi presencia. MlLLER. Eh? (Receloso.) WlJRM. La cosa es natural! ¿Cómo queréis que compita (Sonriendo con ironía.) con el joven que os visita; cuando yo no soy su igual? Sha. Ya sé por quién lo decís. Wurm. ¡No es difícil! MlLLER. Ya! Sí; pero... WüRM Quién soy yo ante el caballero más notable del país? Sra. Señor Wurm, tenéis razón, que el Barón viene os confieso; ¿más qué tiene que ver eso para tal reconvención? Él nos honra y favorece, le queremos y nos paga; más ni esto nos embriaga, ni menos nos desvanece. Él es él, y vos sois vos; ú ambos os damos por buenos, )

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si vos os tenéis en menos, dad vuestras quejas á Dios. WlJRM. (Sonriendo forzosamente.) El consejo es muy certero por más que un tanto me humilla. Miller. Vamos, acerca una silla. (Con enojo.) (Á Wurm.) Dadme el bastón y el sombrero. Wurm. Gracias, Miller. ¿Y Luisa? ¿no puedo verla un momento? Miller. Oh! sí... SRA. NO. (Vivamente.) Wurm. Mucho lo siento. (Mirando fríamente á Miller.) Sra. Vendrá tarde: salió á misa. Wurm. Mucho me agrada saber que es tan buena y tan cristiana, la mujer á quien mañana he de llamar mi mujer. SRA. (Vivamente.) ' En eso hay mucho que hablar. WüRM. Hablar COnmigO? (Mirándola atentamente.) Sra. En efecto. WURM. Eh? (Dirigiéndose receloso á uno y á otro.) Sra. Toda boda en proyecto se puede desbaratar. Miller. Mujer! (Con disgusto.) Wurm. Dejadla seguir, que el oiría me recrea. Conque hablad; con esa idea, ¿qué habéis querido decir?

Sr.\ . Ello es muy claro, señor; un refrán de ciencia lleno, dice: «si lo bueno es bueno, lo mejor es lo mejor.»

WURM . Ah ya ! (Desconcertado , . Miller. ¿Mujer, callarás? Sra. No; se trata de mi hija, y es muy justo que ella elija aquello que valga más. Una madre previsora, ¿qué es lo que debe querer? ¿No la puede Dios hacer .

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acaso una gran señora?

WüRM . Eso es cortar de raíz mi aspiración, según creo. Sra. No sé: lo que yo deseo es hacerla muy feliz. WURM. Y acaso teméis que yo no haga su ventura? Sra. ¡Acaso! Miller. Eh! qué diablos! (con enojo.) (Á Wurm.) Ño hagáis caso! yo sé que sí. Sra. Pues yo no. Miller. Qué lengua de Lucifer y qué hablar más importuno. Las diez son, y el desayuno pienso que está por hacer.

Wurm . Dispensadla Miller. Es que está hoy como picada de un bicho. Vete. Sra. Bien. (Á Wurm.) Lo dicho, dicho Miller. Eh! (Con enojo.) Sra. Ya me voy, ya me voy. (váse.)

ESCENA III

Wurm. Señor Miller, no creía tener tal recibimiento. Miller. Señor Wurm, yo os aseguro que me avergüenza en extremo lo ocurrido. Las mujeres tienen el diablo en el cuerpo, y á lo mejor... Wurm. (interrumpiéndole.) Hasta ahora os he tenido en concepto de hombre formal; yo creia cuando aceptasteis mi empeño, que tener vuestra palabra era tener más que el sello del duque en una escritura — 15 —

ó en otro igual documento.

Porque en verdad, si no valgo lo que vale el Barón, creo que no soy un hombre indigno que merezca este desprecio. Tengo un empleo en palacio honroso y de valimiento: el presidente me otorga su protección y su afecto, y á querer subir muy alto, muy alto elevara el vuelo. Siento que os hayáis dejado arrastrar, á lo que veo, por ofrecimientos vanos, cuya intención sabe el cielo. Millek. Os engañáis, señor mió, que yo sé lo que me debo; y ni oropeles me ofuscan, ni el fausto me sorbe el seso. La prueba de cuanto os digo está en que os digo de nuevo las palabras que hace un año pronuncié al hablaros de esto. ¿Qué os dije entonces? «Luisa «es quien debe responderos;

y procurad vos agradarla, »que á ser así, yo os prometo, »que por muy bajo que diga «padre mió, yo lo acepto,» llegarán á mis oidos de esas palabras los ecos. No os acordáis? ¡Es extraño! Movéis la cabeza? Bueno: ¿qué queréis que os diga ahora? ¡Sea lo que quiera el cielo! Si ella no os ama, paciencia, que eso no tendrá remedio; pues ni torceré sus gustos ni violaré sus afectos. Bebéis conmigo ese día una copa de lo añejo, y seguiréis tan mi amigo .

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como si fuerais mi yerno. Puedo hacer más? WüRM. Sin embargo, mucho podréis en mi obsequio, que en el alma de una hija que os tiene tanto respeto, mucho los ruegos influyen, mucho alcanzan los consejos. Vos, me conocéis. MlLLER. Qué diablos! ¿qué hago yo con conoceros? Á mis años y á sus años andan los gustos revueltos. Preguntadme qué partido de vos quizás sacar puedo en una orquesta, y sin duda que os lo diré en el momento. Pero, señor Wurm, el alma de una mujer no tan presto se compagina y arregla como una orquesta. Yo ofrezco sosteneros mi palabra en tanto alcanzáis su aprecio. Pero empujarla, obligarla contra todos sus deseos á ser vuestra; dar motivo á que el diablo, que es muy terco, venga á decirme al oido constantemente, /perverso, »tú has perdido á tu Luisa, »la has hecho infeliz.» —Oh, eso, lo que es eso, es imposible; ni debo hacerlo, ni quiero. WUKM, Está bien: Miller, mil gracias; vuestra franqueza agradezco.

(Recoge el sombrero y el bastón.) MlLLER. Qué! ¿ya os vais? WüRM. (En ademan resentido. )$SÍ; DÍOS OS guarde. MlLLER. Como gustéis! No os detengo. WüRM. Adiós. MlLLER ¿Volvereis? (Siguiéndole.) WüRM (Con sonrisa irónica.) Qttién Sabe! — 47 —

Acaso sí. Ya veremos. (Váse.)

ESCENA IV.

MILLER solo, después de verle salir'.

Allá veremos ha dicho: ¡y lo ha dicho con un gesto! La verdad es que ese hombre tiene un no sé qué! Comprendo que por él sienta Luisa la repulsión que yo siento. Hay criaturas tan extrañas, que á veces presumo y pienso que las arroja á esta vida de contrabando el infierno. ;Y esta es una de ellas! Tiene siempre un mirar tan incierto, una sonrisa tan fria y un tono tal, que da miedo. Suya Luisa! Imposible! (seriamente.) Si ella no podrá quererlo! ¿Y obligarla yo? qué diablos! Lo dicho dicho... no quiero.

ESCENA V.

LUISA y MILLER.

Miller. AhJ mi Luisa! Luisa. Aquí, vos! Miller. Yo, que de verte me engrío. ¿De dónde vienes, bien mió? Luisa. De rezar por él á Dios! MlLLER. (Con pudorosa pasión.) ¿Por Fernando?

Luisa. Ay padre, sí, por él, por el mundo entero; pues tanto y tanto le quiero, que este amor no cabe en mí. Que es tal la dulce piedad que me infunde su cariño, 2 — 48

que con él acareo y ciño á toda la humanidad. Miller. Luisa, amor de tal jaez no es amor, que es desvarío. (Con pena. Luisa. Lo niego yo, padre mió? Miller. Eso es locura.

Luisa. ; Tal vez. Locura ó debilidad, no es infame hipocresía, que amor que se ostenta al dia respeto exige. Miller. (inclinando la frente.) Es verdad. Luisa. Antes que este amor cruel su esclava me hiciera así, Dios sólo alentaba en mí, ahora alienta Dios y él. Y en mis constantes desvelos, cuando cerca no le miro, inquieta de amor suspiro y al cabo lloro de celos. Que una voz incitadora, que dentro del pecho siento, me grita á cada momento: «¿Qué hará? dónde estará ahora?» Miller. Hija mia! Luisa. Esto es morir! Lamento la suerte mia! Por qué yo no nacería donde acostumbra á vivir? Miller. Luisa... (ofendido.) Luisa. Ah! sí; tenéis razón; perdonadme, padre mió; es despecho, no desvío, semejante exclamación. Miller. ¡Ay, mi bien, cuan loca estás! qué diera yo, por mi nombre, porque jamás ese hombro te hubiera visto. Luisa. Jamás? Qué estáis diciendo, señor? Pues no sabéis que en la tierra todo ser que vive, encierra — 19 —

un designio del Criador? ¿Cómo no miráis aquí su juicio eterno y profundo? Si Fernando nació al mundo, es que nació para mí. Que en su infinita bondad, Dios con santo amor convida á los que unidos en vida unirá la eternidad. ¡Ay, padre, cuando le vi me estremecí de alborozo! nunca tal pena y tal gozo á un mismo tiempo sentí. Deleite, amor, parasismo, todo hubo en mí: parecía que mi existencia salía á otra luz desde . Movida á un nuevo interés corrió mi sangre indecisa: sopló la brisa, y la brisa me dijo al pasar: ¡Él es! Y el aire, el sol, el ruido, la flor, el ave y la rama, todos me dijeron: «Ama, ama, que ese es tu elegido.»

Ah! sí; desde aquel momento despertó mi alma dormida, y hallé en mi vida más vida, en mi aliento más aliento, y al comprendernos los dos, jamás admiré en mi anhelo más ancho y hermoso el cielo, más grande el poder de Dios. Miller. ¡Destino fiero y tirano que trueca en dolor mi gozo! Ño quiera Dios que ese mozo venga á pedirme tu mano. Luisa. La negareis? Miller. Puede ser. Luisa. Imposible! (Sonrriendo.) Miller. Estoy perplejo. (Abismado de dolor.) — 20 —

Á quién pediré un consejo que me inspire lo que hacer? Luisa. Á Dios. MlLLER. (Con vaguedad.) ¿Á DÍOS? Luisa. (Con dulzura.) No os asombre. Corréis de un fantasma en pos: contra el designio de Dios, ¿qué vale el poder del hombre? (Miller sale abstraído lentamente.)

ESCENA VI.

LUISA , continuando su pensamiento.

Después de todo, ¿qué importa no hacer aquí su ventura? No existe acaso otro mundo mejor detrás de la tumba? El tiempo es leve rocío que en la yerba se columpia; cae, se desvanece, pasa, y al fin la tierra lo oculta. Vendrá undia... pronto acaso, en que á la luz vaga y turbia de la eternidad, los ricos con los pobres se confundan. Allí no valdrán honores,

allí no valdrán fortunas; que la humanidad entera estará ante Dios desnu^da, ostentando temblorosa sus virtudes ó sus culpas. Yo seré rica ese dia, muy rica, más que ninguna; que irán orladas de flores mis sienes y mi cintura lo mismo que las de aquellas que aquí no pecaron nunca. Dios pesará en su balanza mis lágrimas una á una, y me hará tan poderosa, por ser mis lágrimas muchas, - ±\ -

que inútilmente Fernando buscará entre aquella turba mujer que tenga más precio que la que allí será suya.

ESCENA VIL

LUISA V FERNANDO.

Fern. Luisa! Luisa. Jesús! (Dando un grito de gozo^) Fern. Prenda amada! Luisa. Gracias al cielo que vienes! Fern. Qué pálida estás! ¿Qué tienes? ¿Qué tienes? Luisa. (Con apasionada alegría.) Nada ya, nada.

Fern . ¿Por qué estás triste? Luisa. Ay! de mí!

(Procurando sacudir su tristeza.) ¡Triste yo y te estoy mirando! Es que pensaba, Fernando,

en Dios, en el cielo, en tí!

Fern . Me ocultas tu sentimiento. Tú has llorado. Luisa. (Sonriendo. Desatino. Fern. No; ya sabes que adivino tu más hondo pensamiento. Habla, di me la verdad; ¿por qué te apenas así? ¿por qué pensabas en mí, en Dios y en la eternidad? Cada instante de dolor, en la ansiedad consumido, es un instante perdido para tu amor y mi amor. Depon tu angustia tirana y mi pesadumbre acorta. Luisa. Ay, Fernando! ¿Qué te importa el pesar de esta villana? Fern. ¿Villana tú? Esa razón — 22 —

me coloca en tu camino: ¿quién pretenderá sin tino oponerse á nuestra unión? Luisa. Tu mismo padre quizás. Fern. ¿Y eso te roba la cnlma? En los asuntos del alma mi padre es Dios, nadie mas. Luisa. Tienes respetos sociales que guardar.

Fern . Yo tengo honor; y por la ley del amor, Luisa y yo somos iguales. Luisa. Oh! cesa de hablar así, que aún más mi desdicha labras, que á pesar de tus palabras te han de separar de mí. Fern*. Mi padre? Luisa. Así lo recelo. Fern. Aunque son fuertes sus brazos, ¿cómo romperá los lazos conque nos sujeta el cielo?

Luisa . Cadenas tiene. Fern. Eso sí: mas rotos son sus eslabones, con ellos haré escalones

que me suban hasta tí. Si quiere guerra, habrá guerra. Luisa. Y si á mí viene derecho? Fern. Tu escudo será mi pecho, y á más es ancha lá tierra. Luisa. Oh! silencio, por piedad: no engañes más mi deseo: Ser tuya aquí! Si no creo en tanta felicidad! Estaba tan avenida ya á la idea de perderte, que ansiaba sólo la muerte por ser tuya en la otra vida. Mientras que ahora, ay! ahora, perdido el dulce reposo,

tiemblo por tí... por mi esposo! Ferm. Si, tu esposo que te adora. — 525 —^

mas no temas que sucumba mientras me guardes tu fe. Luisa. Dudas? Pues de quién seré

sino tuya ó de la tumba? \ Fern. Galla y el pecho sosiega. Alguien la escalera sube: quién será? Luisa. Quizás la nube que henchida de rayos llega.

ESCENA VIII.

DICHOS, un LACAYO.

. Lac El señor Conde de Walter pide licencia de entrar. Fern. Mi padre? (con asombro.)

Luisa. (Con espanto.) Jesús! Fernando. , ¿No lo ves? la tempestad, la tempestad que se acerca:

SI este no miente jamás! (Señalando ei pecha:) Fern. Mi padre! ¿qué es lo que busca? qué es lo que viene á buscar? Lac Qué respondo á su excelencia? Fern. Que espere. (Resuelto.) Lac Ved... Fern. Nada más.

(interrumpiéndole seriamente. Váse el Lacayo.)

ESCENA IX.

LUISA y FERNÁMDO.

LUISA. (Con doloroso espanto.) Viene á arrancarte de aquí. No ves? No te lo decia? Fern. Oh! no temas, Luisa mia, no tengas miedo por mí. Ven; no quiero que taladre tu alma con su voz severa; ten valor, ten calma; espera. Ven que te lleve á tu madre. — n —

Si en curiosidad sin tasa ella á escuchar te convida, huye á esconderte, mi vida en un rincón de tu casa. No, no quieras ver ni oír, el que escucha su mal labra; que una frase, una palabra pudiera hacerte morir. Lo harás? Luisa. Sí, sin vacilar. Fern. ¿Y dudas de mí, alma mia? No saber que moriría? (Con doiorosa energía.) Pues cómo podré dudar? (Salen por una puerta lateral.)

ESCENA X.

El CONDE DE WALTER y WURM por el fondo.

Conde. Conque decis que es tan linda? Wurm. No tiene igual en belleza. Conde. Tanto? Wurm. Os juro que en la corte no hay quien compita con ella. CONDE. (Sonriendo.) Señor Wrum, en ese caso que tiene gusto prueba. Wurm. Sí, mas rebajarse al punto de hacerla formal promesa de matrimonio... Conde. Estáis loco? vuestros celos exageran

el asunto. Wurm. No exagero. Conde. Bah! Wurm. ¿No lo cree su excelencia? Conde. Señor Wurm, mí hijo no puede faltar al nombre que lleva. Wurm. Daré pruebas. Conde. Sois celoso, y un celoso siempre sueña. Conque hablemos de otra cosa, — 2o

Decid; ¿no os causa extrañeza la soledad de esta casa? WURM. Más me extraña la respuesta de vuestro hijo! «Que espere!» Mucho tiene de insolencia.

Conde. Verdad que SÍ? (Conteniendo su ira.) Wurm. Por lo menos poco respeto demuestra. Conde. Sí, con efecto!... ¡esto es raro!

(Mirando por el halcón á la calle.) Decidme, Wurm, ¿no es aquella del mariscal la carroza? Wurm. Sí; su escudo lo revela. Conde. Pues id al punto á palacio antes que él llegue. —Á la puerta tenéis mi coche. —Decidle que mi amistad le aconseja que á Lady Milford visite antes de ver á su alteza y la diga de mi parte que su prometido anhela besarla los pies. Wurm, (Sorprendido.) Qllé esCUCho? ¿Su alteza á su dama deja? Conde. No la deja, es que la casa por razón de conveniencia. Wurm. ¿Y quién es el venturoso que su blanca mano acepta? (Con tono irónico. Conde. Mi hijo el Barón. Wurm. Eh? (Con asombro.) Conde. (Con naturalidad.) Os sorprende? Pues no entiendo esa sorpresa. Su alteza adora á Milady: mas como el país le fuerza á tomar también estado con su prima la princesa, las apariencias exigen que Milady esposo tenga. WURN. Voy comprendiendo. Conde. Me alegro, que es muy claro. Si con ella caso á mi hijo... .

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WURM. Ya entiendo. Conde. Será mi privanza eterna.

WüRM. Entonces. .

Conde. Gracias al cielo que adivináis!... Wurm. Luisa... (Con marcada intención.) Conde. Es vuestra. (Brevemente y con gravedad.) Wurm. Oh! gran plan! Pero es el caso

que si el futuro se niega... Conde. No se negará; os respondo del éxito de mi idea. (Sonriendo.) Wurm. Entonces iré á palacio y haré que al punto se extienda la noticia. Conde, Oh! no hace falta; Kalb hará por extenderla. Si yo pintase á la fama. en lugar de hacerla hembra,

al mariscal pintaría de uniforme y con trompeta. Pero partid, que oigo pasos. Wurm. El Barón. (Saliendo.) Conde. Id. (Aquí llega; demos al fin la batalla; ruda será, pero es fuerza.)

ESCENA XI,

El CONDE DE WALTER y FERNANDO.

Fern. Ah! vos aquí, padre mió? Conde. (Severo.) Sí; yo mismo, yo, Fernando yo que tengo que buscarte por lugares ignorados toda vez que no te dignas buscarme á mí por palacio. Fern. Oh! perdonad, padre mió... Conde (lutermmpiéndole.) No busques pretextos vanos. Hace tiempo que te observo,

y, con pena lo declaro,

ya no veo en tí aquel joven alegre, risueño y franco que en tiempos más venturosos formaba todo mi encanto. Hoy estás triste; tu rostro tiene siempre un tinte pálido que me enoja; no te veo ni en reuniones, ni en teatros. Cuidado, Barón, cuidado: las locuras se perdonan

á tu edad si son de paso; mas tener una manía, es ridículo á tus años. S^ern. No os entiendo, padre mió. ("onde. No? Pues yo me iré explicando. ¿Merezco yo por ventura tu desvío? Hablemos claros. Por quién tu padre ha querido subir tan alto, tan alto, que quizás con Dios y el cielo ha roto por alcanzarlo? (Movimiento de Fernando.) Tú no entiendes lo que digo, ni sabes de lo que hablo; mas qué importa? Yo me entiendo: no quieras tú averiguarlo. El antiguo presidente cerraba á mi anhelo el paso, y aquel hombre ya no existe y yo su puesto he logrado. Por quién he querido honores, fortuna, riquezas, rango, poder de príncipe? Fern. Es cierto; por mí, señor; mas me espanto ante ese hecho que ignoro y que por mí os ha obligado á romper como habéis dicho con vuestra conciencia. Conde. Ingrato! - 28 —

¿qué te importa, si recibes el bien por segunda mano? Si crimen ha habido en esto, no será tuyo el legado de ese crimen. Fern. Padre mió, no me habléis así: rechazo desde este instante una herencia que al parecer cuesta tanto. Conde, (impaciente.) Por mi honor que necesito la calma que Dios me ha dado para escuchar en paciencia esas razones del diablo. Eres noble, rico, jefe de un regimiento: á tus años no se alcanza fácilmente tales ventajas: há un rato

que de tí hablaba su alteza para un cargo extraordinario en París: ¿es todo esto quizás para despreciado? ¿Qué sangre en tus venas corre que á la privanza hacéis ascos? Fern. La privanza, padre mió... no sirvo para privado: vivir cercado de envidias, de temores de contrarios, cortejo que al poder sigue,

si es que no le sigue un rastro de sangre! no, padre mió: dejad que viva ignorado, tranquilo con mi conciencia, en cuyo recinto guardo aspiraciones más dulces y efectos que á Dios son gratos. (Ionde Cáspita! Bien sermoneas! Eso es hablar como un sabio! En qué libro has aprendido ese discurso bizarro? Te llama el hogar? corriente; yo te haré feliz. Fern. No alcanzo ;

el sentido de esas frases. Combe. Es cosa breve: te caso. Fern. Padre! CONDE. (Con actividad.) Nada de aspavientos; he prometido tu mano á Lady Milford. FERN. (Con repugnancia y dignidad.) Qué escucho? Conde. Y ella te aguarda en palacio. Fern. Yo esposo de Lady Milford? Conde. Y bien, que tiene de extraño? Fern. Qué! ¿quisierais ser el padre del hijo infame y menguado que á la dama de su alteza diera su nombre? Conde. Y acaso, negaras tú ser el hijo de tal padre? Fern. (con energía.) Sin reparo lo negaría ante el mundo, y ante Dios también. CONDE. (Yendo á él y conteniéndose-) Malvado! Pues bien, sea: harto conoces que yo no prometo en vano. Fern. Pero decid, padre mió,

si con tal mujer me enlazo, dónde ocultaré mi rostro de tanta infamia manchado? ¿No valdrá más... más mil veces que yo, cualquier artesano que disponga por completo de su honor! Ah! por Dios santo, pedidme, padre, la vida

si mi vida puede en algo aumentar vuestra fortuna y haceros subir más alto mi vida es vuestra; os la debo, y devolviéndola os pago: pero mi honor, padre mió, el honor de mis pasados, rico legado de gloria 30.

de más de trecientos años, ese es mió, sólo mió, y no os lo doy ni lo mancho. CONDE. (Afectando entusiasmo.) Bien, Fernando: así me gusta: eres un mozo muy bravo, y por tu honradez mereces otro enlace más preclaro. ¿Qué dices de la Condesa de Olsthein? Fern. Ante esa callo! que es espejo de virtudes y de belleza un dechado. Conde. No reprocharás ahora mi elección. Fern. Ay! no la amo! y no la merezco! Conde. (Con ira reconcentrada.) Cierto? Luego no es tu honor sagrado el que niega y se revela contra mi anterior mandato? Eapues, basta de farsa. Milady te está esperando; tu enlace el príncipe anhela, y yo quiero realizarlo. Fern. Padre ¿qué queréis decirme? Conde. Que estoy de todo enterado, que á mí han subido rumores de abajo... Fern. Y qué? Conde. (con intención.) Muy de abajo. No des lugar á tu padre á que se acerque al obstáculo que entre los dos se interpone: que si das lugar á tanto, puedo bajarme, cogerle, deshacerlo y aplastarlo. (Entra Miller y se queda absorto á la puerta.)

Fern. , Padre!

Conde. Id á la parada, y luego en palacio aguardo. Fern. Pero... Conde. Basta con lo dicho: hacecllo así, yo lo mando.

(Momento de silencio. Sale el Conde y aparece Luisa y la señora Miller. Fernando aparece inmóvil y abstraído.)

ESCENA XII.

FERNANDO, MILLER, la SEÑORA MILLER, LUISA.

Miller. (á su mujer,) No ves lo que yo decía? ves como al fin ha ocurrido? LUISA. (Acercándose á Fernando.) Fernando, todo lo he oído. rERN. (Saliendo de su estupor.) Lo oíste todo, vida mia? Pues bien, á palacio iré: yo seguiré su consejo, y asomándola á un espejo, su infamia la mostraré.

Y si aún en ello insistiera, retenerme será en vano, pues rechazaré su mano ante la Alemania entera. Luisa. Oh, Dios! te vas á perder, Fernando! Fern. Espera, confia. Voy á luchar, vida mia, voy á luchar y vencer. No quieren guerra? habrá guerra. ¡Ay del que humillarte intente! (Sale.) (Miller y su esposa parecen aterrados. Luisa sede- ja caer de rodillas y con las miradas en el ciclo y las manos cruzadas, reza fervorosamente.) Luisa. Creo en Dios padre omnipotente, creador del cielo y la tierra/

FIN DEL ACTO PRIMEHO.

ACTO SEGUNDO.

Habitación del presidente en palacio, adornada con lujo. Bal-

cón á la calle: puertas á derecha é izquierda y fondo, con otra simulada en el muro de la izquierda del actor.

ESCENA PRIMERA.

El CONDE WALTER y WURM.

Wurm. Y ahora qué decís? Conde. Declaro que me he equivocado: empiezo á sospechar que ese mozo tiene un carácter muy terco. Wurm. Dirá su excelencia ahora que hablaban por mí los celos? Conde. ¿Pero qué tiene esa niña que por ella á tal extremo llega mi hijo? Wurm. Ah! yo os juro que es como un ángel del cielo. Conde. Pues bien, ángel ó demonio, es preciso poner término á su influencia. Wurm. Y bien, cómo? Conde. Wurm, á gran mal, gran remedio. 3 .

- 34 -

Por el camino más corto llegar á mi objeto quiero. Wurm. No siempre es el más seguro. Conde. Quizás se llega más presto. Necesito que esa niña venga aquí. Wurm. Cuándo? Conde. Al momento. Wurm. No vendrá.

Conde. No? Y si la llamo? Wurm. No acudirá al llamamiento. Conde. ¿Y si en nombre de mi hijo le suplico? Wurm. Inútil ruego. No vendrá. Conde. Y á una orden mia, ¿se negará? Wurm. No por cierto; pero escuchad Jo que os digo para que vayáis con tiento. Miller matará á su hija primero que obedeceros. Conde. Tanto? Wurm. No tenéis idea del carácter de ese viejo. Conde. Pues bien, en llamando á todos, ¿podrán abrigar recelos? Wurm. Entonces no.

Conde . Pues llamadlos Wurm. Bien; yo mismo iré á traerlos. ¿Por dónde queréis que entren? CONDE. Por ahí. (Señalando una puerta secreta.) WURM. (En ademan de salir.) Basta. Conde. (Deteniéndole.) Y silencio. Que nadie se entere. Wurm. Nadie. Conde. Sobre todo, mi hijo. Wurm. Menos. Conde. Que yo haré que Lady Milford lo entretenga largo tiempo. Wurm. Estad tranquilo. Supongo que todos esos proyectos — do —

tienden á hacerme dichoso haciéndome de ella dueño? Conde. Señor Wurm, ¿podéis dudarlo? ¿no poseéis un secreto importante en garantía

de mi lealtad? - WüRM. (Desconfiando.) Sí, SÍ, pero

si ella le ama... Conde. ¿Qué importa?

Ya veréis si la convenzo de que es un marido malo mejor que un amante bueno. Wurm. Lo que importa es que sea mía, conque no os paréis en medios.

ESCENA II.

El CONDE de WALTER.

Ratón cuya gazapera no tiene dos agujeros, pronto es cogido! Este axioma, de puro sabido, es necio. Oh! de Miller entiende el negocio! El viejo será uq tunante de á folio, hipócrita y marrullero! La mujer... ¡Dios sólo sabe lo que será! Y claro; han puesto á ese serafín con faldas para que sirva de anzuelo, y el tonto de mi muchacho incauto picó en el cebo. / ¿Será estúpido? Por vida! ¡De todos al par reniego! No, de ellos no; que ellos, claro, estaban en su derecho. No es fácil todos los dias pescar un pez de tal peso. Friolera! El mejor partido de Alemania! Lo que es ellos hacen bien! Pero qué diablos! — 36 -

deben cejar en su empeño. Oh! y cejarán; yo lo juro. Wurm es rico... es rico... pero si se resisten... entonces... ¿qué es resistir? ni por pienso. Entre mi oro y mis iras obtarán por el dinero. f

ESCENA III.

El CONDE DE WALTER, el MARISCAL DE ItU.fi

Mar. Perdonad si me permito venir á veros ahora. CONDE. (Contrariado.) (Oh qué necio! Á buena hora, y hoy que eltíempo necesito.) (Yendo á su encuentro.) Mi buen primo y Mariscal. Mar. Conde, el placer me enagena, recibid mi enhorabuena más cumplida y más cordial. Wurm vuestro encargo me dijo, y aunque mi tiempo era escaso, vi á Milady; fué de paso, mas le anuncié á vuestro hijo. Conde. Oh! primo, mi gratitud... Mar. Sí; podéislo agradecer; que por vos pude caer en falta de exactitud en el servicio. Conde. Lo siento, lo siento; á haberlo sabido... eso, primo, hubiera sido un triste acontecimiento. Mar. Triste? Terrible, fatal;

si á tardarme un poco acierto, Conde, me encuentro despierto, despierto á su alteza real. Conde. ¿De veras? M\r. Como os lo digo; adivinad sus enojos 37

sí abre su alteza los ojos y no se encuentra conmigo. Diez años há dia por dia que Je sirvo con tal fe, que al despertar siempre ve la misma fisonomía. CON'DH. La vuestra? Mar. Pues claro está. Conde. (Pues tiene su alteza gusto.) Mar. Figuraos su disgusto

si hoy halla otra cara. Conde. Ya! Mar. Aun el pensarlo me inquieta. Conde. Se comprende! ¿Y qué ha ocurrido que casi se ha detenido la marcha de la etiqueta? Mar. Si mi diligencia es poca, se para como habéis dicho. Conde. Pero qué causa... Mar. Un capricho; casi nada; una bicoca. Figuraos que hace un mes que ofrecí á Milady bella cantar un dúo con ella... Conde. ¿Ante su alteza? Mar, Eso es. Ella me obligó tirana á aceptar tal compromiso, y aprenderlo era preciso siendo el concierto mañana. Conde. Y qué? Lo tenéis corriente? Mar. ¿Qué diablos he de tener,

si á un músico voy á ver, aunque en vano, diariamente? Conde. Pues cómo? Mar. No se concibe lo que pasa y lo que paso. Doy mi nombre y no hace caso, me anuncio y no me recibe. ¡Mal rascador de violin!

No sé si cuentas le exija... (Cambiando de tono.) ;

— 38 —

Apropósito, su hija dicen que es un serafín. No sé si tiene jsu cuyo, de esto el barón os dirá; pues sé que á su casa va y que es discípulo suyo. CONDE. (Con intención.) Del serafín? Mar. (Riendo.) De ella no; del papá! jé! jé! estáis chusco! En fin, mientras más le busco menos puedo verle yo. Hoy fui resuelto á ensayar, pero el diablo lo hizo aposta, y á entrar allí á toda costa? cuando estaba para entrar, llega el barón muy bizarro sobre un alazán inglés; pone en un charco los pies, y ¡zas! me cubrió de barro. ¿Qué hacer? ebrio de coraje de allí me aparté bufando; el coche tomé volando y á mudarme fui de traje. Falto de tiempo y de espacio, me afano, trabajo, sudo; tomo otra ropa, me mudo, subo al coche y á palacio. Trepo al punto la escalera, la galería atravieso, la mano á Milady beso, la doy la nueva que espera, la felicito en razón,

y, gracias á mi presteza, llegué al cuarto de su alteza en la mejor ocasión. Si me tardo pierdo el fruto de tanto escollo vencido: su alteza estaba dormido pero despertó al minuto. Conde. Cáspita! Y que correría! Mariscal, sois un gran hombre - 39 -

á necesitar un nombre, ese lance os lo daría!

Mar. ¿Conque casáis al barón? Bravo! qué dote y qué dama! primo; eso si que se llama afirmar la situación. Me alegro, y que Dios os guarde. Conde. Ya os vais? Mar. Contra mis deseos; ya veis; faltan los trineos que arreglar para esta tarde. Oh! mi cargo me sujeta de tal modo... Conde. Sí por Dios; corred, que es justo: sin vos ¿qué fuera de la etiqueta? Mar. Sí; por eso tanto aprecio me otorga su alteza real. Adiós. Conde. Adiós, Mariscal. (Despidiéndole.) Mar. (Vaya un cuco!) Conde. (Vaya un necio!)

(Al llegar á la puerta del fondo retrocede el Maris-

cal con la mayor solicitud, y luego vuelve á la puerta.) Mar. Oh! Conde. ¿Qué es ello? Mar. Que por frente de aquí, Lady Milford pasa. (Á la puerta.) ¿No queréis honrar la casa de mi primo el presidente?

ESCENA IV.

DICHOS, LADY MILFORD y SO

Lady. Por qué no? Conde. Cuánta bondad! cuánto honor á mi morada! Lady. (Al Mariscal.) Esto ha sido una emboscada M%r. No por Dios, casualidad. - 40 —

Pasabais; yo iba á salir, y hubiera sido indiscreto no rendiros el respeto que os debiéramos rendir. Lady. Oh! mil gracias, Mariscal; gracias, señor presidente; llevada por el torrente

de la música marcial, salí de la estancia mia... MAR. (interrumpiendo.) Por ver la parada á fe! Lady. Justo: y dije, ¿á dónde iré mejor que á la galería? Conde. Y habiendo en mi habitación balcones, los olvidáis?

Mar. Oh condesa, si ahora os vais no sois digna de perdón. Lady. Bien; confieso mi torpeza; me quedaré. Mar. (ai Conde.) ¿No estáis loco? Conde. Gracias, Milady. (inclinándose.) Mar. Hace poco que de vos me habló su alteza. (Descorriendo las cortinas.) LADY. De Veras? (Sonriendo.) Mar. No hará una hora que estando solos los dos, me hizo entrega para vos de una joya encantadora. Al punto la iré á buscar. Lady. Gracias, Ka! b. Mar. No las merece. LADY. (Con intención.) Oh! su alteza os favorece de un modo bien singular. Mar. Es tan bueno y placentero conmigo! Lady. (siempre irónica.) Tenéis estrella! Id por la joya. Mar. Es muy bella; ya veréis

LADY. Aquí OS espero. (Váse el Mariscal.) — 41 —

ESCENA V.

LADY, el CONDE, SOFÍA.

Lady. Aun la línea está incompleta, según creo. Conde. Así parece. Lady. ¡Sin duda el Barón de Walter está de servicio!

Conde. , Puede. No ha ido á veros? Lady. (Marcándolo.) No he tenido el alto placer de verle. Conde. (Oh! lo temía!) Milady, ¡son tan rudos los deberes de la disciplina!... Lady. Cierto. Conde. Que en gracia de ellos merece vuestro perdón. Lady. ¿Quién lo duda? No es esto que yo me queje: el servicio de su alteza ante todo. Conde. Ciertamente. Lady. Mas ya sabéis, en palacio son tan mordaces las gentes, que pudieran lastimarme

si ven que el barón no viene. Conde. Milady, sois harto hermosa, y esto os lo diré mil veces, para que abriguéis sospechas y temores de esta especie. Sin embargo, por calmaros saldré de palacio en breve; buscaré al barón yo mismo y haré que las filas deje. Lady. De veras? Conde. Podéis dudarlo? ¿No soy yo quien lo promete? Pues yo os juro por mi nombre que no tardareis en verle — m —

bendiciendo la fortuna que vuestro afecto le ofrece. Lady. Oh, qué bueno sois! acepto vuestra palabra solemne; partid, mi orgullo está herido, y á más estoy impaciente por daros el dulce nombre que en mis labios vaga siempre.

CONDE. (Besándola la mano.) Perdonad que os deje sola. (Saliendo con ha.

(ap .) Oh! vendrá mal que le pese. (Suenan á lo lejos clarines y tambores.)

ESCENA VI.

LADY MILFORD, SOFÍA.

LADY. (Después de verle salir y saludándole. Acercando* rápidamente al balcón.) Ven, acércate, Sofía; mira, investiga, repara; acaso encuentren tus ojos lo que mis ojos no hallan.

¿Ves al barón? Sofía. No le veo. Lady. No está entre la turba magna de oficiales? Sofía. No, señora, nO ha Venido. (Suenan lejos músicas militares.) Lady. Dios me valga! Sofía. Aquel es su regimiento, y ya veis que otro lo manda. Lady. Podrá venir todavía! Sofía. Oh! ya no, vana esperanza; los batallones desfilan y su escuadrón se prepara á marchar! LADY. (Separándose del balcón con despecho.) No sé qué tengo. SOFÍA. (Acudiendo á ella solícita.) Oh! qué es ello? os sentís mala? LaDY. (Dejándose caer en una marquesita.) — 4o —

No sé, me muero de hastío! SOFÍA. De hastío? (Asombrada.) Lady. Sí, que el tedio mata! Sofía. ¡Que tal diga Lady Milford, que con sólo una mirada un mundo de cortesanos puede tener á sus plantas! Lady. (con desprecio.) Los cortesanos! Sofía... ¿Sabes tú de quiénes hablas? Bonito entretenimiento pueden traer á mi alma esas gentes sin conciencia que por los palacios andan. Mezquinos aduladores sin afecto y sin entrañas, que movidos por resortes, como muñecas de pasta, llevan siempre por costumbre de humillarse ante el que manda, la complacencia en los labios y la vergüenza á la espalda. Sofía. (Con temor.) Señora... L\DY. (Levantándose con calor.) Dame por ello* un hombre de ciencia ó de armas; un hombre en cuyo cerebro el fuego del saber arda; en cuyo pecbo fermente del entusiasmo la llama, y en cuya frente coloca Dios coronas más preciadas que las de los reyes... SOFÍA. (Mirando á uno y otro lado.) Cielos! Lady. Y por una de esas almas dignas, grandes, generosas, tan nobles como entusiastas, daré yo toda esta pompa que me avergüenza y me mancha. Sofía. ¿Qué estáis diciendo, señora? vos! la favorita... Lady. Calla! ¿No has adivinado acaso — 44 -

que esta inquietud que me abrasa, es que mi pecho ambiciona una dicha que no alcanza? Sofía. Milady, por Dios... (Con inquietud.) LaDY. (Con calor.) El día en que una voz adorada... (La del barón por ejemplo.) me diga: «Lady, esas lágrimas «son para mí de más precio «que los brillantes que radian «en vuestra frente,» ese dia

verás* si arrojo á las plantas del príncipe su corona, los grillos con que me ata, el fausto con que me compra, y el poder con que me paga. Sofía. Dios mió, pueden oíros. Lady. ¿Qué han de oir? no temas nada; aquí están ciegos y sordos todos cuantos de mí tratan. (Bajando la voz, pera con org-ullo y pasión á la Ese enlace que proyecto, pero que todos achacan á la ambición de ese hombre que de aquí salir acaba, es obra mía tan sólo, ¡de mi amor! Sofía. (Con timidez.) Lo sospechaba. Lady. (Con deleite.) Todos presos en mis redes! Oh! con cuánta confianza jurarán que es un gran medio de tenerme asegurada el amor del duque! Necios! Que Walter dé su palabra de ser mi esposo, y entonces yo me arrancaré la máscara, y diré adiós para siempre á este favor que me infama. Sofía. Oh! callad: alguien se acerca. El Mariscal! Lady. (Recordando.) Ah! la alhaja. 4o —

ESCENA VIL v

DICHAS y el MARISCAL, con estuche en la mano.

LaDY. (Cambiando de tono.) Ya de vuelta, Mariscal! sois un rayo en ligereza. Mar. Oh! en asuntos de su alteza no reconozco rival. Aquí tenéis lo ofrecido: joya digna de su empleo! No hace mucho que un correo de Venecia la ha traído. Lady. (Abriéndolo.) Oh! Dios mió! qué rauda! de luces! Sofía. (Con asombro.) Es admirable! LADY. (Después de un momento.) Y esta joya inestimable, ¿qué cuesta á su alteza real? Mar. Oh! nada: una fruslería, casi un mülon mal contado; precio en que un noble ha comprado no sé qué coronelía. Por cierto que sin razón la estúpida soldadesca, armó al buen hombre una gresca cuando tomó posesión. LADY. (Con atención.) Cómo? Mar. Esa tropa debía partir á América y... pues! algún bribón que interés en sublevarla tendría, furioso empezó á gritar que era infame aquel intento; de modo que el regimiento se negó todo á marchar. Entonces el coronel, que es mozo de pelo en pecho, usando de su derecho cerró la puerta al cuartel; y atrapando á un pelotón — 46 —

que gritaba con exceso, - sin más forma de proceso y sin otra apelación, se dio trazas de tal suerte, que matando á tres ó cuatro, hizo del cuartel teatro del silencio y de la muerte. Lady. Oh! qué horrible, Mariscal! ¡qué cuadro más espantoso! Mar. Al contrario, delicioso! y de qué efecto! Fué tal, que calmada la aspereza del anterior movimiento, salió al cabo el regimiento gritando: ;viva su alteza! LADY. (Conteniendo su dolor.) Mariscal, tenéis razón...

eso es nada... casi nada. (Con risa irónica. ¡Rica joya! ¡una asonada! cuatro muertes y un millón. Mar. Diré a su alteza real que os es su presente grato! Lady. Mucho! mucho! (Mentecato!) MAR. Condesa... (Saludando.) Lady. Adiós, Mariscal.

ESCENA VIII.

LADY MILFORD y SOFÍA.

LaDY. (Con vehemencia.) Y quizás presenciarían aquella escena de sangre las hermanas de los muertos las esposas ó las madres. Lejos de mí ese presente, que me sonroja al mirarle: ten, Sofía; no sé dónde presa de un fuego gigante, ha quedado hecha cenizas una de nuestras ciudades. Trueca esa alhaja en dinero — 47 -

y haz que al punto de mi parte se reparta entre los pobres que han perdido sus hogares. Las lágrimas de alegría que por esto se derrame, serán de Dios á los ojos más preciadas y agradables que todas las minas juntas de záfiros y brillantes.

( Al tiempo de salir Sofía aparece un ujier.)

ESCENA IX.

DICHAS, UN UJIER.

Ujier. El barón de Walter. Lady. Cielos! Él es! (Aguarda un instante.) (Á Sofía.) SOFÍA. (Acudiendo á sostenerla.) Qué tenéis? Estáis temblando. Lady. Oh! no sé: tiemblo de hablarle. Yo que ha poco le llamaba con el acento vibrante de la pasión ¿por qué ahora me siento muda y cobarde? Ujier. Qué digo al barón? Lady. (vacilante.) Sofía... no sé... decidle que pase.

Sofía. Milady, valor! (váse el Ujier.) LADY. (Sin poder reponerse.) DÍOS mío! Sofía. Os dejo? Lady. (vivamente.) No, no te apartes de mí. Sofía. Silencio, que él llega. LADY. (Mirando al cielo.) Señor, no me desampares. — 48 —

ESCENA X.

DICHOS y FERNANDO.

FeRN. (En la puerta del fondo inclinándose.) Lady Milford? L.\DY. (invitándole con timidez y ansiedad amorosa.) Pasad. Fern. Gracias, señora. Perdonad que á esta hora, importuna tal vez, soldado y hombre llene un doble deber que no desdora al hombre ni al soldado, pues al cumplir con quien me dio su nom- obedezco á un ministro del Estado. [bre, LajDY. (Desconcertada.) Ah! sólo la obediencia os conduce hasta mí? Por mi conciencia, os juro que creia que un afecto más tierno os dirigía hasta haceros llegar á mi presencia. Fern. Un afecto más tierno? No os entiendo, y por Dios que me pesa, que en la esfera que vivo no comprendo una razón tan grave como esa. ¿Quizás pensáis, condesa, que respeto merece el que en escalas inferiores anda? ¿Qué le importa saber á aquel que manda cómo está el corazón del que obedece? LADY. (Con cierta frialdad.) Entonces ya adivino: vuestro padre quizás, ciego y sin tino, os impone que humilde y obediente unáis vuestro destino á mi destino. ¿No es cierto? Fern. Exactamente. Lady. Y vos... Fern. Quisiera ahora que hablásemos los dos. (Lady hace una seña de despedida á Sofía.) Sofía. Salgo, señora. .

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ESCENA XI.

LADY MILFORD, FERNANDO.

Lady. Queréis, señor barón, tomar asiento? Fern. Gracias, seré muy breve. LADY. (Procurando cobrar su dignidad.) (Qué tormento! Con mi soberbia y con mi afecto lucho: ¿qué me viene á decir?) Hablad, ya escucho. (Se sienta.) Fern. Milady, tengo honor! Lady. Nadie lo duda. Fern. Soy noble. Lady. Y el mejor del principado. Fern. Soy soldado ademas. Lady. Todo os escuda, sí, lo honroso, lo noble, y lo soldado. ¿Mas qué queréis con eso decir á mi razón? hablad; confieso que preámbulo tal lo encuentro raro.

Fern . Pues lo siento por Dios, porque es muy claro Esto quiere decir, bella señora, que está reñida con la noche umbría la roja tinta de la clara aurora, y que es mi honor como la luz del día. LaDY. (Levantándose.) ¿Es acaso un ultraje el que hacerme queréis con tal lenguaje? Fern. No os quisiera ofendida ni agraviada, mas con lenguaje tal, esto os confiesan mi honor, mi escudo, mi luciente espada: tres riquísimas prendas que de Dios, de la patria y mis mayores al nacer recibí, y esas ofrendas han de guardar sus puros resplandores hasta que roto de la vida el velo el acento de Dios me llame al cielo.

Lady. Sin embargo, si el príncipe reclama... Fern. Le debo mi lealtad, también la vida; pero mió es mi honor, mia mi fama. 4 — 50 —

Que nunca me los pida! Él puede hacer caer sobre su dama, como escudo de honor y de cariño, paru borrar la nota que la infama, su rico manto de nevado armiño; pero nunca podrá, yo así lo espero, ya mande, ya se humille, impedir que á la luz del cielo brille el desnudo blasón de un caballero.

LADY. (Se cubre el rostro llorando.) Oh! Dios mió!

Fern. Perdón si enardecido de lo justo los límites traspaso; ¿mas qué os debo decir, ya que he venido? Por la postrera vez os hablo acaso, y pues estamos solos frente á frente, dejad que os diga lo que el alma siente. Lai>y. No más, señor barón, ya todo es en vano. Qué más debéis decir? rehusad mi mano; no os odiaré por ello: de ese tono con que me hundís en la mundana escoria, no guardaré memoria en mi memoria; pisad mi corazón, yo os lo perdono. Mas escuchad siquiera la historia lastimera de la que ansiando remontar el vuelo, en vos buscó peldaño para el cielo; de ese cielo, barón, de que he bajado por culpa del dolor, no del pecado. Al menos, al mostraros mis enojos, quizás halle piedad á vuestros ojos. Fern. Os escucho, señora, y entregad al olvido mis agravios. LáDY. (Se sienta.) Oh! mil gracias, barón! oid ahora, lo que nadie jamás oyó en mis labios. (ün momenlo de pausa.) Nacida en un condado de Inglaterra, cuyo recuerdo en la memoria guardo, mi raza entera se anuló en la tierra después que sucumbió María Eslaardo.

Mi padre reducido al aislamiento - ol —

se encerró en su condado, pero al cabo acusado como amigo de Francia al parlamento, fué en su misma prisión decapitado. Confiscada y vendida su fortuna, su familia del reino desterrada, triste como la luna cuando cruza la bóbeda azulada en esas noches de frialdad umbría sin luceros ni estrellas,

así la madre mía salió arrastrando sus penosas huellas por un suelo enemigo, que sordo á sus querellas, pan le negaba y le negaba abrigo. Fern. Oh! Milady! qué horror! Lady. Seguidme atento. Yo era niña, muy niña: en mi inocencia no conocí el pesar ni el sentimiento que acabó de mi madre la existencia. Mas la recuerdo aún: descolorida una noche en sus brazos me estrechaba; fué la postrera noche de su vida: llorando y silenciosa me miraba, yo risueña y alegre la besaba, y al besarla una vez, quedó dormida... Qué fué de ella después? Con vivo -anhelo al sol naciente pregunté por ella: sólo mi aya respondió á mi duelo, pues aún buscando al parecer su huella, alzó una mano y señalóme el cielo. Fern. Milady, por piedad. Lady. Mucho más tarde, —¡ya era joven, barón!— supe mi historia; míreme sola y me sentí cobarde. Mísera y sin fortuna, muerta la anciana que veló mi cuna, sin medios de vivir, ¿qué hacer? Un dia pensé en morir. El Elba que corría mansamente á mis pies, su Manca espuma por eterno sudario me ofrecía. Lloré, recé: las manos sobre el pecho, la mente en Dios con santo desvarío, busqué en el Elba mi virgíneo lecho; sentí el rumor de un coche á corto trecho . y sin pensar en más, lánceme al rio. Ferv. Jesús! LADY. (Con la vaguedad del dolor.) Callad.— Cuando torné á la vida, respiré en otro hogar y en otro espacio; me hallaba en una estancia enriquecida: de quién? Lo supe al fin, era palacio. Al pasar junto al Elba, diligente el duque que miró mi arrojo fiero, se lanzó de su coche de repente; y rompiendo el cristal de la corriente volvióme á un mundo en el que nada es-

¿Qué más debo de decir? si agradecida [pero, cedí al halago de mi nueva suerte, ¿merezco el deshonor por mi caida? ¡Es tan triste la muerte cuando se está en la aurora de la vida!... Ferpí. Oh? Milady, perdón; perdón, señora. Lady. Ya mi historia sabéis; juzgadme ahora. Ff.rn. Juzgaros yo! ¿Quién puede haceros cargo sin ofender á Dios? Lady. Y sin embargo,

si vierais los enojos que triste devoré cuando mis ojos vieron la realidad! revuelto cisma noté dentro de mí; perdí la calma, y en fiera lucha la razón y el alma, hasta sentí vergüenza de mí misma. ¿Queréis saber ahora lo que ha hecho esta impura pecadora por redimirse del pecado inmundo á los ojos de Dios, si no del mundo? Al pueblo preguntad, tomad noticia de aquellos que sujetos á hondas penas vieron rotas al cabo sus cadenas y templando el rigor de la justicia. Preguntad al mendigo:

preguntad al anciano: á todo aquel que mudo y sin testigo — 53 —

piedad demanda al padre soberano, y todos os dirán... Fern. (Con entusiasmo.) Alma bendita! Lady. «Quién amparo nos da, quien nos da abrigo.., Fern. Es un ángel!

1 Lady. Ah! no: ¡la favorita . (Con profundo sentimiento.) FERN. Milady! (Dulcemente.) Lady. No os asombre; así me juzgo yo, dadme ese nombre. Fern. Ah! no lo merecéis! Lady. (Con doiorosa melancolía.) ¿Cuál me daría

vuestro labio, barón, si yo os pidiera con la voz del dolor y la agonía, que sin pensar en nada, ni en vos mismo, me sacarais del fondo de este abismo? Fern. Os juro por mi honor, señora mia, que resuelto y valiente, ante el mundo que hollara vuestra frente mi esposa y mi adorada os llamaría. LADY. (Con ansiedad.) Y no os muevo á piedad? Fern. (Con pena.) Ah! si no puedo! LaDY. (Con desaliento.) Oh! veis cómo me fundo? ¿Cómo llamarme esposa ante ese mundo, quien á la voz del mundo tiene miedo? Fern. Miedo? No me ofendáis! Walter me llamo. Lady. ¿Es que me despreciáis? Fern. Ah no: es que amo.

LADY. Amáis? (Ocultándose el rostro.) Fern. Con frenesí, con desvarío. Amo á una niña que al efecto mió me abrió su alma sincera, cual se abre una flor en primavera á las primeras gotas del rocío. ¿Queréis, señora, que de aliento prive á quien vive en mi amor y por él vive? Lady. Triste de raí y de vos. Fern. Por qué? Lady. Los cielos enemigos nos hacen en la tierra. — 54 -

Fern. Qué me queréis decir? Llamáisme á guerra? IjADY. (Con dolorosa energía.) Es que yo amo también y tengo celos. Fern. Mas vale así, Milady, casi inerte mal de vuestro dolor me defendía; ahora que amenazáis me siento fuerte, y el cielo se pondrá de parte mia. Lady. Perdonad que os lo diga con rudeza: vuestro padre el ministro presidente cumplirá su palabra con su alteza. FERN. (Con lástima.) Ah! Milady! ¿por qué tan de repente bajáis del pedestal en que fulgente brillaba sin rival vuestra grandeza? Lady. Soy mujer, tengo amor, me siento herida. Fern. Se ve que amáis, pues que arriesgáis la vida. Lady. Tales desdichas en mi vida toco, que perderla, barón, me importa poco. Fern. Sea, pues lo queréis. Lady. Ah! no os extrañe este empeño tenaz, es de mi raza. Fern. Más que el llanto me gusta la amenaza. Lady. Pues bien, adiós. Fern. ¿Queréis que os acompañe? Lady. No teméis que se sepa esta visita? Fern. Ya veis que no, puesto que voy de frente. Lady. Pues bien, venid, honrad la favorita. FERN. (Dándole la mano.) No quita lo cortés á lo valiente.

(Salen por el fondo derecha.)

ESCENA XII.

Se abre una puerta secreta y aparecen MILLER, su SEÑORA y LUISA.

Miller. Que aquí aguardemos han dicho! Está bien, aguardaremos. (Reparando en Luisa.) Mas qué es eso? estás temblando? Luisa. Ay! sí, padre, tengo miedo. - 55 -

Miller. De qué? no estoy á tu lado? Luisa. Estáis á mi lado, pero... no lloréis más, madre mía. Miller. Eh! ¿qué es llorar? á buen tiempo! Si antes hubiera evitado lo que ahora está sucediendo... Sra. Oh! perdona, amigo mió; tienes razón, lo confieso: pero ¿qué quieres? soy madre, y ya se ve, en el deseo de hacer feliz á mi hija... Miller. Pues ya verás lo que es bueno! ¿Piensas tú que el presidente nos llama con tal apremio para pedirnos la mano de mi Luisa? Á ser eso él hubiera descendido

á la casa del maestro de música, en vez que airado nos trae entre sayones presos! Luisa. Dios mió; qué habrá ocurrido? qué harán de nosotros? (Viendo á Fernando.) Cielos! Ya no temo nada. (Abraza á su madi

ESCENA XIII.

DICHOS, FERNANDO.

Fern. Luisa. (Reparando en los padres.) Vosotros también? Qué es esto? En el cuarto de mi padre! ¿Qué hacéis en este aposento? Miller. Parece que el presidente, barón, ha querido vernos... FERN. (Con extrañeza.) Veros aquí? No adivino... Miller. Ni yo tampoco lo entiendo. LuifA. Pero tú, Fernando mió, no me dejarás, ¿no es cierto? Fern. Dejarte yo en este instante 1 que vengo de orgullo lleno! Luisa. Viste á Milady? Fern. (Con arrogancia.) La he visto.

Luisa. (Celosa.) Ah! sí, por algo mi pecho se agitaba hace un instante con rudo estremecimiento! Fern. Aquí mismo en este cuarto la lie pintado el hondo afecto

que siento por tí! Luisa. (Con alegre ternura.) Veis, padre? dudareis mas? Fern. Bueno es ello! ¿Quién duda de vuestro esposo? MlLLER. Cómo! Fern. (Resuelto.) Qué importa no serlo ante el mundo, ante los hombres,

V si á jurar voy ante el cielo? Luisa, tu mano en mi mano, y escucha mi juramento. (Se dan la mano.) «Que en la hora de mi muerte me abandone el Ser Supremo, si por miedo ó cobardía se rompe este lazo estrecho, que, por el amor formado, será cual mi amor eterno.»

Luisa. (Abrazándose á él.) Fernando! Sra. ¿Ves cual la adora? ¿Y ahora, qué me dices, terco? Miller. Digo... no sé lo que digo; esto es grave; allá veremos.

Luisa. Tu padre. (Viendo al Conde.) Miller. (Á su señora.) Mira quien llega. Sk*. (Jesús! el Conde!) (Á MUier.) Miller. (Silencio!) - 57 -

ESCENA XIV.

DICHOS, el CONDE, pálido cierra la puerta del foro.

Conde. (Mirando á su hijo de reojo mientras cierra la puerta.) (Oh, te juro por mi nombre que, de mí te acordarás!) Fern. Padre!

Conde. (Como si no lo hubiera visto.) Eh! hola! Ahí estás? me alegro! (Á Miiier.) Quién sois, buen hombre? MlLLER. Me llamo Miller, señor. Conde. Y esta mujer? MlLLER. Es mi esposa. Sra. Sí, la madre cariñosa... Conde. (interrumpiendo.) Ya sé; mejor que mejor. Luisa. Fernando! Conde. (Airado.) ¿Quién osa hablar? Fern. (Á Luisa.) Ten valor; nada te aflija. Sostened á vuestra hija, (Á Miller, con firmeza.) porque se va á desmayar. Conde. Tan tierna es esa mujer? Vaya un ser más delicado! Fern. Padre! (En tono de reconvención.) Conde. (Apartando á su hijo.) No tengas cuidado, que pronto la haré volver. (Se dirige á Luisa.) Una respuesta reclamo: ¿de qué tiempo es vuestro amor para mi hijo? Fern. (Anticipándose.) Ah! SeflOl'! ya hace un año que la amo. Conde. Un año ya! de esa suerte ¿le tendréis bien conocido? Fern. Mucho. .

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Conde. Y bien, ¿qué os ha ofrecido? Fern. Adorarla hasta la muerte. Conde. No hablo con vos, caballero. Fern. Para el caso, qué más da? Conde. Puesto que lengua tendrá, que ella me responda quiero. FERN. (Á Luisa.) Bien; depon todo cuidado y di cuanto he prometido. LUISA. (Con temor.) Señor, amarme ha ofrecido. FERN. (Con energ-ía.) Qué es ofrecer? Lo he jurado. Contéstale así en conciencia, puesto que yo no me escondo. CONDE. (irritado.) Oh! callad, ó no respondo, Fernando, de mi paciencia. (Momento de pausa, dirigiéndose á Luisa con kiten- cion.) Y os paga bien ese amor? Fern. Padre, ¿su amor mercenario? Conde. Donde hay oficio hay salario. Fern. Padre!

MlLLER. (Dando un paso hacia el presidente.) Qué decís? LUISA. (Con espantosa energ-ía.) Señor! ¿Qué profiere vuestro acento? Mercenaria mi pasión? (Á Fernando.) Libre sois, señor barón, libre desde este momento Fern. Padre mió! Conde. Basta ya. Fern. No, que honor aquí reside, y el honor respetos pide en donde quiera que está. Conde. Respetos? Fern. Yo os los exijo. Conde. Bueno fuera por mi vida! ¡Respetos yo á la querida, la querida de mi hijo! - 59 -

MlLLER. Conde! (En actitud amenazante.) Sra. Infame!

(Luisa, con dolor, se arroja en los brazos de su pa- dre.) Conde. ¿Cómo osados contra mí? FeRN. (Tirando de la espada.) CÍCllta bebo! Padre, oid: la vida os debo, (Envainando.) pero ya estamos pagados. No me empujéis hacia el mal, que hombre soy, ciño una espada, y está la deuda pagada de mi deber filial. Miller. Conde, devoro la mengua que hacéis hoy á la honra mia, mas Dios me pondrá algún dia donde os arranque la lengua. Conde. Todos en rebelión? Me alegro, voto á mi nombre. Hola! á una torre ese hombre; (Á los guardias.) ellas á una corrección. rERN. (interponiéndose.) Padre mió, aunque no os cuadre, oid: dentro de mi pecho hallo un sitio oscuro, estrecho, donde ese nombre de padre pienso que aún no ha resonado. Por Dios, por esta mujer, no me hagáis retroceder á ese lugar apartado. Conde. Eh! qué necio desvarío! Ye que cansándome vas! Cumplidlo que mando.

Fer\. (Desnudando la espada.) Atrás! (Á los guardias.) Ni un paso más, padre mió. Conde. Si es tal tu resolución, acomete, hiere, acaba. Fern. Padre! (Vacilante entre la cólera y el respeto.)

Conde. Veamos si sn clava — 60 -

tu espada en mi corazón.

(Muestra el pecho.) Fern. í\o, no temáis que este acero en vuestra sangre se tina; mas tercio sobre esta niña mi espada de caballero. Conde. Vuestra espada! estáis en vos? no veis que os tiembla la mano?

Fern. Tenéis razón; si esto es vano.

(Arroja la espada.) ¿No tiene justicia Dios? Á él cedo vuestro castigo. (Á los guardias.) Llevadlos, por Belcebúi (Á Luisa.) Vé pues! Donde vayas tú irá Fernando contigo.

(Los g-uardias se llevan por la puerta secreta á la familia Miller.)

ESCENA XV.

FERNANDO, el CONDE.

FERN. Va á la Corrección? (Con energía.)

Conde. Oh! sí, (Satisfecpo.) que así lo quiere su estrella. Fern. Pues, padre, parto con ella, y á esperaros voy allí. Y con acento potente diré al pueblo allí agrupado cómo mi padre ha llegado al puesto de presidente. Conde. Cómo! tú sabes!... horror! (Espantado.) Fernando, mi amor, mi gloria! FERN. (Desde la puerta que cierra tras sí.) Id; no empezaré la historia hasta que lleguéis, señor.

(Sale por el fondo.) — (51 -

ESCENA XVI.

El CONDE DE WALTER, desconcertado.

Olí! rae burla Lucifer! sabe mi crimen impío! Barón! Fernando! hijo mió! (Llamando.) Hola! pronto! esa mujer!

(Cae en un sillón ocultándose el rostro coa las manos.)

FIN DEL ACTO SEGUNDO.

ACTO TERCERO.

Habitación de Miller.

ESCENA PRIMERA.

El CONDE DE WALTER y WURM

Wurm. Pero, señor, ¿qué sucede? ¿Qué busca aquí su excelencia?

CONDE. (Después de recorrer la habitación.) Nadie! no ha venido nadie. Esta casa está desierta! Confieso que tengo miedo; todo me asusta y me altera. Wurm. ¿Teméis que su negativa con Milady os comprometa?

Conde . Ahora no se trata de eso señor Wurm; la cosa es seria, muy seria; estamos perdidos

si el cielo no lo remedia. Wurm. Cómo? Conde. Aquel niño dormido en cierta noche, ¿te acuerdas? Wurm. El veintiséis de Diciembre; ¿no os referís á esa fecha? Conde. Sí; me refiero á esa noche .

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cuyo recuerdo me inquieta. Mi predecesor y hermano, de una horrible angustia presa, pidió de beber; con ansia apuró una taza llena de no sé qué... tú los sabes; la taza estaba á tu diestra; ¿qué echaste allí? Dios eterno! aún me espanta aquella escena. Llevó sus manos al pecho lo mismo que el que se quema;* rígido se alzó en la cama y cayó á poco sin fuerzas: quiso gritar y no pudo, que encontró muda su lengua. Después, nada; ni un suspiro, ni un ay! la quietud eterna. Würm. Bien! qué? tales y recuerdos. . Conde. Ah, Wurm, en la noche aquella, su hijo, al parecer dormido, no dormía, estaba en vela. Lo sabe todo! hace poco con desusada íiereza me amenazó: nieve y miedo corrió á la par por mis venas, y por cerrarle los labios mandé que al punto pusieran en libertad á Luisa;

pero ya ves, ni él ni ella están aquí. ¿Dónde han ido? dónde están? ¿por qué no llegan? Habrán ido á delatarme? Ah! Wurm! me espanta esta idea! Wurm. Y ella está libre? Conde. Está libre. Wurm. Entonces, qué os amedrenta? puede que el barón abrigue quizás alguna sospecha; pero, bah! será tan débil, tan vaga reminiscencia, que no hallará en sus recuerdos ni aun el rastro de su huella. - 6o

Ademas que era muy niñ o, y hoy si no os ama, os respeta, y por honor de su raza ocultará cuanto sepa. Bah! no está todo perdido. ¿Queréis fiarme esta empresa? Conde. Wurm, ¿cuáles son tus intentos? Wurm. No siempre la línea recta es la mejor, os he dicho: quizás quien la curva emplea llega más pronto. Conde. No entiendo. Wurm. Basta con que yo me entienda. Luisa volverá á su casa, dejadme solo con ella. Conde. Pero... Wurm. Dentro de una hora puede volver su excelencia, y si aquí encuentra á su hijo, otórgale cuanto quiera sin temor. Conde. Cómo? Wurm. Quién sabe! puede que el odio suceda á tanto amor. Conde. No te entiendo; mas pues que tú lo quieres, sea, que á veces pienso que el diablo es quien te sopla á la oreja. Wurm. Silencio, ¿ois? Alguien sube. Mar. (Dentro.) Qué demonio de escalera. Wurm. (Vivamente.) El Mariscal! idos presto. El diablo ó la Providencia (sonriendo.) pone siempre en mi camino quien ayude mis empresas. Tornad pronto y sin cuidado. Conde. (Saliendo.) Dios ó el diablo te proteja, (váse.) — 66 —

ESCENA II.

El MARISCAL y WÜRM.

Al salir el Conde penetra el Mariscal, que se queda atónito al

ver que no le saluda.

Mar. Miller, á ver si ese dúo podréis ensayarme ya!

(Viendo salir al presidente.) Oh! primo! calla! y se va silencioso como un buho! (Reparando en Wurm.) Hola, señor secretario, ¿podéis decirme qué ocurre, que así mi primo se escurre como huyendo de un contrario? ¿Mi presencia le hace mal? Wurm Oh! no le hagáis tal ofensa: harto sabéis que os dispensa un cariño fraternal. Mar. ¡Como va tan distraído que apenas me ha saludado! Wurm. Qué! ignoráis lo que ha pasado? M\r. Nada sé: qué ha sucedido? Wurm. Una friolera, por Dios, que está en crisis su privanza, y esa crisis os alcanza lo mismo que al Conde á vos. Mar. Á mí, Wurm? Á ver, á ver; qué crisis del diablo es esa que á mí también me interesa y que me puede perder? Wurm. Ya conocéis esa unión con Milady proyectada.

Mut. Ah! sí; una boda arreglada con notable previsión. Con ella se consolida el poder del presidente. Wurm. Pues eso precisamente 67 —

provocará su caída. Mar. (Aturdido.) Eh! qué? á ver? tal confusión! no es posible, el diablo os ciega. VVURM. Es que á esa boda se niega vuestro sobrino el barón. Mar. Se niega! Dios de justicia! Negarse ese desdichado! Diablo! y yo que he circulado por palacio la noticia! WüRM. Ya veis! falta de respeto! Mar. Falta! ¡Si es más que un insulto! WüRM. Claro! Y ella se irá al bulto creyéndoos en . Mar. Qué secreto? WüRM. Que el barón ama á otra! Mar. Dios sagrado! Vamos, ese desgraciado va á causar mi perdición! Vaya una disculpa bella! Buena Milady estará! Que ame á otras mil, ¿qué mas da? pero que cargue con ella. Würm. Es que falta lo peor! Mar. Cómo? Wurm. Bolk, que es cortesano,, pide á Milady la mano: y si la obtiene... Mar. Qué horror! Bolk, mi mortal enemigo, un genio de Barrabás! Oh! querido Wurm, no hay más, esto da al traste conmigo. Wurm, Esa misma exclamación hizo el Conde sin rebozo. Mar. Pero Wurm, vos que sois mozo de provecho y de intención, ¿en nuestro mutuo interés no podréis hallar remedio á este asunto? Wurm, (Pensativo.) Solo Un medio se me ocurre. .. .

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Mar. Y bien, ¿cuál es?

WüRM . Cuál? despertar los recelos del barón contra su dama. Mar. Despertar... eso se llama en buen romance, dar celos. WüRM Cabal! Mar. Remedio es por Dios muy sencillo de aplicar. ¿Y bien, ¿quién los ha de dar? WURM. Pues ello está claro! Vos. Mar. Yo, señor Wurm, Estáis loco? S\ mi sobrino se irrita... WüRM Es que la niña es bonita; muy bonita. Mar. (Satisfecho.) Eíl? pOCO á pOCO. Muy bonita? WüRM; Un serafín! La hija de Miller. Mar. Canario! ¡La hija de ese estrafalario mal rascador de violin! Wurm. Que os ama! Mar. Cómo! WüRM. Sin tasa Yo sé que os ama sin tino, por eso vuestro sobrino no os da entrada en esta casa. Mar. Conque ella... (Con aire conquistador.) WüRM. Sí... Mar. (Restregándose las manos.) Es singular! me adora? WüRM. Con desvarío! Mar. (Con fatuidad.) Pues por Dios, sobrino mió, que me la habéis de pagar. ¿Y qué debemos hacer, que ya la cosa me incita? Wurm. Nada, acudir á una cita que os va á dar esa mnjer. Mar. Á dónde? Wurm. Aquí. .

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Mar. ¿Estáis seguro? Wurm. Pues no? Mar. Vendré sin demora. Cuándo? Wurm. Dentro de una hora. Mar. Wurm, ¿no os burláis? Wurm. Yo os lo juro. Mar. ¡Qué chasco más soberano! Al verse burlado... Wurm. Pues;

irá á arrojarse á los pies. . Mar. Á dar á Lady su mano. No es verdad? Wurm. Justo y cabal. Mar. Y Bolk será derrotado. Wurm. Y todos se habrán salvado. Mar. Todos... Wurm. Y vos, Mariscal. Mar. Ah! Wurm! dejad que en mi pecho os estreche como amigo. Wurm. Tanto honor!

Mar. Ah! yo OS lo digO, (Abrazándole •) sois un hombre de provecho. Adiós; voy por los salones su derrota á publicar.

Wurm. Bravo! así! Mar. (Saliendo.) Me ha de pagar sus malditas intenciones.

(Sale por el fondo.)

ESCENA III.

WURM.

Y habrá quizás quien pregunte ¿para qué sirven los necios? Pues sin ellos ¿qué serian los hombres de chispa y genio? Allá va ese pobre tonto á toda infamia dispuesto, por conservar en palabra - 70 -

su papel de bufón serio! ¡Qué humanidad más pequeña y más digna de desprecio! Alguien sube... ¿Será ella? aquí me escondo y veremos, pues que el diablo está conmigo me ayudará en mis intentos.

(Se oculta en la habitación de la derecha.)

ESCENA IV.

FERNANDO y LUISA.

LUISA. (Contemplando la soledad de la casa.) Mis pobres padres! Fern. No temas; está tranquila por ellos. Luisa. Que esté tranquila!... Ay, Fernando, cómo tranquila estar puedo si al par de mis ilusiones mis esperanzas han muerto. Fern. ¿Que tal digas siendo libre? ¿No has visto cómo á mi acento las puertas de tus prisiones de par en par se han abierto? Oh! Si á tus padres retienen una hora más, yo te ofrezco hacer que á mis labios salga lo que se esconde en mi pecho. Luisa. Oh! no, imposible; imposible! ¿Cómo usar de tal secreto contra tu padre? Fern. Mi padre!

si dudo que pueda serlo!

si no lo es! LUISA. (Cerrándole los labios con las manos.) No blasfemes!

Fern. Oh! Dios sabe si blasfemo! Á veces aquí en mi mente se pintan tantos sucesos!... Luisa. Sueños quizás! — 71 -

Ferpc. Ah! Luisa! También son verdad los sueños, que á veces la Providencia avisos nos da con ellos. (Cambiando de tono.) Pero sueños ó verdades ¿qué necesidad tenemos de recurrir á una lucha que ofende acaso á los cielos? Tú y yo! para nuestra dicha qué más, mi vida, queremos? ¿No basto yo á tu ventura cómo bastas tú á mi anhelo? Luisa. Fernando, no te adivino. Qué quieres decir con eso? Fern. Que no me entiendes? Luisa! ¿Allí donde nos amemos no tendremos una patria? La patria es el universo para mí; si estás conmigo será mi patria el desierto. Por qué no huir de estos sitios? Partamos lejos, muy lejos, que donde quiera que "huyamos no han de faltarnos, por cierto, sol que vida nos infunda, aire que nos preste aliento. Si no tenemos palacios una cabana tendremos, quizás á orillas de un rio,

quizás de un bosque en el centro. Y al murmullo de las ondas y al arrullo de los fresnos, uniremos nuestras voces, que en amoroso concierto cantarán las alabanzas del Ser divino y supremo que en el espacio infinito da á los mundos movimiento. Luisa. Y antes de tu amor, Fernando, no tienes otros afectos que respetar? Fern. No, ninguno; tu amor en mí es lo primero. Luisa. Ah! yo tengo un padre anciano, una madre anciana tengo, y ambos en mí se contemplan cual si yo fuera su espejo. Fern. Ambos vendrán con nosotros al punto en que nos fijemos. Luisa. Ah! sí; y á cualquiera parte irá á buscarnos el eco del acento de tu padre, que, en son airado y soberbio, maldecirá nuestra dicha y la gloria que alcancemos. Oh! Fernando, á tanta costa perderte mas bien prefiero. Fern. Luisa! mi bien! Luisa. Nadie pierde, nadie pierde mas que aquella que posee; mas tu Luisa qué tiene ya? ya qué tengo? tuve esperanzas un dia que ha desvanecido el viento. Fern. Dios mió! me desesperas. Luisa, Por qué me miras con ceño? merezco acaso tus iras? tu compasión no merezco? Ah! mírame dulcemente, míname en calma y risueño, como se mira á los niños que piden al fuerte aliento. Por qué negar á mi pena del heroísmo el consuelo? Déjame volver á un padre el hijo sumiso y tierno. Pues qué, ¿no tengo la culpa de cuanto está sucediendo? amor me cegó cual ciega Tu ¡ la viva lumbre del cielo, y Dios, por mirar tan alto, me abate y su pena acepto. .FEKN. (Desesperado.) Me pides que te abandone, ie te olvide, yo que quiero dar por tu amor al olvido honor, patria nacimiento! Luisa. Oh! Walter, ¿por qué te irritas? ¿por qué no escuchas mi ruego? olvídame. Tú mereces, tú eres digno de otro empleo. En ese mundo que vives encontrarás sin esfuerzo, cuna, juventud, belleza, gloria, virtud; todo eso harás que dentro de poco des quizá al olvido eterno á la pobre bellorita perdida en el musgo espeso del campo! Feun. Qué dices? Luisa. Vete;

déjame; si nada espero! Contra el poder de tu padre es inútil todo empeño. FERN. (Después de un momento.) Por última vez, Luisa, escúchame: estoy resuelto á abandonar la Alemania;

contigo ó sin tí me ausento. Tendrás valor de dejarme partir solo? Luisa. Sí lo tengo; mis padres quieren morirse donde sus padres murieron. Cómo dejarlos, Fernando? Cómo llegar al extremo de obligarles á que espiren lejos de su patrio suelo? Fern. Luisa... vuelvo á las prisiones; vendré con tus padres presto: piensa entre tanto y decide, decide en tanto que vuelvo. Ve que llevo el alma enferma y que va mi vida en ello. .

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Luisa. Adiós, Fernando! Fern. (Dios mió! ¿qué temor me rasga el pecho?)

ESCENA Y.

LUISA

Oh! pobre corazón mió! ¡pobre corazón dohente seco ya cual la corriente que absorbe el sol del estío! Pobre corazón vacío sin esperanza de amor! Cómo infundirás valor á quien te guarda en el pecho si en él te encuentro deshecho por las iras del dolor? Se puede esperar, creer,

cuando en tí el amor no anida? Ay, sí; que también en vida la que nace del deber. Dios supremo, eterno ser, tú que miras mi dolor, dame el aliento y valor que hoy te exige mi martirio, porque amando con delirio te sacrifico mi amor.

ESCENA VI.

LUISA, .LADY MILFORD, SOFÍA, en el fondo.

Sofía. (á Milady.) Sí, señora, era él! Lady. Es tan escasa la luz de ese farol agonizante... Sofía. No importa: he descubierto su semblante. Lady. Entonces, entra pues, esta es su casa. ¡Casa humilde en verdad! Sofía. (Con mofa.) Á esto os inmola? - 75 -

Ah! ved.., una mujer! Lady. Calla! Está sola! Luisa. Cielos! ¿quién anda ahí... Lady. (Con cierto desden.) Yo, señorita, que á Miller vengo á hacer una visita. Luisa. No está en casa, señora. Sofía. (á Lady Miiford.) (Pues es bella.) Lady. Sois acaso su esposa ó su doncella? LUISA. (Con dignidad.) Soy su hija. Lady. Ah! perdón! con ese porte... (Con impertinencia.) ¡Ni siquiera lo hubiera presumido! Oh! muy bella! ¿sabéis que por la corte estáis haciendo hoy mucho ruido? LUISA. (Conteniendo su ira.) Yo, señora? Lady. Y está justificado! Sois muy linda, pardiez! Luisa. (Con ira.) (Impertinente.) Lady. Por qué mirarme con el ceño airado? Luisa. Señora! Lady. Qué tenéis? bajáis la frente! estáis muy agitada! Habéis llorado? Luisa. Ah! señora, no sé qué responderos; decidme, á qué venís? Lady. Á conoceros: me han hablado de vos tan largamente, que al pintaros más bella que una perla... LUISA. (interrumpiéndola con ira.) Habéis dicho curiosa: «voy á verla.» Lady. Y habéis adivinado exactamente. Luisa. (Oh! Dios mió!) Lady. (Sonriendo.) Ademas vengo movida de cierta compasión; en mí reside la caridad que á proteger convida... LUISA. (Estallando.) Me ofrecéis compasión! Quién os la pide? Lady. Soberbia parecéis! Luisa. Sí, por mi vida; que á fe que es justo que os responda airada la que se ve ofendida y humillada. Lady . Me conocéis quizás? Luisa. Oh! no os asombre! no os he visto hasta ahora; pero mi pobre corazón, señora, me da en cada latido vuestro nombre.

Lady . Y por él me mostráis tal entredicho? Oh! qué importa? mi labio os lo repite. LüISA. (interrumpiéndola.) Señora, no sigáis! Quién os ha dicho que yo de vuestro amparo necesite? Lady. Oh! muy bien; callaré si eso os fatiga; más ya que estoy aquí, dejad que os hable con el afecto tierno de una amiga. Sin duda que creéis que perdurable como la vida eterna, ha de ser ese brillo inimitable de vuestra fresca tez: la risa tierna, la luz de esa mirada que provoca, que como el sol en el cénit oscila, una se borrará de vuestra boca, 'otra se apagará en vuestra pupila. Si alguno regalando vuestro ido os ha dicho otra cosa, no lo creáis; con lengua licenciosa, por esforzar su amor, habrá mentido. Vendrá la vejez fria un dia sobre vos, y en ese dia, en vano buscareis á vuestro lado

al amante galán que enamorado amor hasta la muerte os prometía. Ah! y entonces, ¿qué liareis? Desconsolada al mundo tornareis vuestra mirada, y con dolor profundo, al ver que el mundo para vos es nada, diréis: «mal haya amen la desdichada que desdeñó los bienes de este mundo! Creedme, señorita; por algo Dios os manda esta visita; y aunque os moleste en ella, permitidme que os diga y os repita, que siempre de un apoyo necesita, la que nacida con menguada estiella y en miserable cuna, no encontrará refugio en su fortuna al dejar ele ser joven y ser bella. Luisa. Mucho por mí vuestra piedad se agranda; ¿por qué tanto interés? No sé, lo ignoro; pero á más de la voz de mi decoro, otra voz siento en mí que audaz me manda rehusar vuestra piedad; porque en conciencia, no lo toméis á ultraje, casa mal vueslro traje con mi traje; pues las dos por extraña coincidencia, ofrecemos al mrmdo en maridaje, vos el vicio real, yo la inocencia. L.\DY. (Airada.) Oh! niña... ¿qué decís? Luisa. El son esquivo conque me habláis, señora, de mi suerte, harto claro me advierte que otro de esa piedad es el motivo.

Lady. Ay de vos si mi orgullo se afianza á esa oculta razón! Luisa. Que temer puedo? Creéis que tenga miedo al tremendo rigor de una venganza? Oh! tan alta ha subido hoy en mi pecho la desdicha mía, que dudo que al pasar por la agonía pueda ser mi dolor más del que ha sido! Queréisme hacer feliz? Es oportuna esa oferta á mi ver: ¡pobre señora! Vos que así disponéis de la fortuna, decidme, ¿sois feliz? Si acaso ahora yo, que de la virtud gozo la calma, os prepusiera con menguado tino trocar por vuestra suerte mi destino y trocar por mi alma vuestra alma; ¿no aceptarais el cambio en el momento con intensa alegría? No me digáis que no, señora mia, si no queréis que os venda el sentimiento. Lady. Pues bien; ya que leéis en mi flaqueza, dejad el tono esquivo, - 78 -

yo depondré también mí acento altivo y hablaremos las dos con más franqueza. Luisa. ¿Qué me queréis decir? Lady. Deciros quiero que debéis renunciar al que os inspira ese orgullo inflexivo y altanero. Luisa. ¿Que renuncie á su amor? Lady. Sí; qué os admira? Luisa. (Sonriendo con dulzura.) Vuestra razón delira! Y porque yo renuncie... empeño vano, ¿pensáis quizás que lograreis su mano? No esperéis, no, que os ame porque renuncie á él! No es tan infame! Lady. Ah! no! no tengo de él tan ruin idea. Noble es; es leal; es caballero; mas le amo también, é impedir quiero no siendo yo feliz que otra lo sea. Será infamia, locura; (Movimiento de Luisa.) mas destruir de mi rival la dicha, es para mí no un bien, es la ventura. Luisa. Oh! ¿por qué os calumniáis? por qué ese (Con dulzura y exaltándose.) [alarde de tan mal corazón! Si no es posible que seáis tan ruin ni tan cobarde! Si se está reflejando en vuestra frente todo cuanto sentís! Si el labio miente. Si lo lleváis sobre la cara escrito! Si para vos no es crimen ni delito el delito de amar á mi Fernando, al hombre mismo á quien estáis amando con el amor que yo, que es infinito! ¿No es verdad que el despecho os estravía? Hablad tal como sois! Lady. Ah! Sí, hija mia!

(Tendiéndola los brazos.) tenéis razón; mi peclio no es de roca,

perdón si os ofendí, yo estaba loca cuando amenazas tales proferia.

Ahora sí que os ofrezco mi leal protección; ya os es propicio mi afecto y mi poder; presa del vicio, — 79 —

yo no soy digna de él, no lo merezco. Luisa. ¡Señora! Lady. No os asombre! Sois un ángel... ¿le amáis? tendréis su nom- tendreis riquezas, galas, [bre. respeto sin segundo; justo es que la virtud tienda sus alas y con regio esplendor deslumbre al mundo. Luisa. Oh! por Dios, no os burléis! Lady. ¿Quién dudar osa de lo que ofrezco yo? Seréis su esposa. Mañana que abandono la corte y el poder, que dejo el trono, al príncipe real, en justa paga de mi pasado amor, diré que os haga

feliz con él. Luisa. Oh! Dios! Lady. Y estad segura de que el príncipe hará vuestra ventura. Luisa. Ah, señora! Lady. No mas: tan sólo os pido que en premio de mi anhelo, no echéis mi pobre nombre en el olvido; orad por mí cuando rogueis al cielo. Luisa. Ah! Sí, bendita vos, señora mia, que aún me traéis un rayo de alegría; vos, que sois para mí grato rocío. Lady. (Qué más queréis, Dios mió?) LUISA. Os Vais? (Besándola una mano.) L\DY. (Después de un momento.) No puedo más. Vamos, Sofía.

ESCENA VII.

LUISA.

Ser mi esposo, ser mi dueño! próxima yo á tal ventura! Si esto parece locura! Si esto me parece un sueño!

filia afirmó con empeño, — 80 ~

y por indigna se dio: desdichada! ¿cómo no? Cómo no? Creo, confio! quién puede hacerle, Dios mió, más venturoso que yo? Sin embargo, á mi pesar no quiero hacer de esto alarde: la desdicha es tan cobarde que ni aún se atreve á esperar. Oh! no puedo respirar. Toda mi sangre está aquí.

(Señala al corazón.) Por qué tiemblo? por qué así todo me asusta y me pasma? Ay! es que veo un fantasma siempre delante de mi.

(Wurm, que ha salido á la mitad de esta décima, se

ha colocado como si acabase de entrar en la v puerta del fondo, y Luisa al verle retrocede.)

ESCENA VIII.

LUISA, WURM.

Luisa. Jesús! Wurm. Yo soy, señorita; no os asustéis: buenas noches. Luisa. Quién sois? ¿Qué queréis? Wurm. Miradme; deponed vuestros temores: soy yo, yo, Wurm, vuestro amigo!

Luisa. ¡Ah! SÍ! (Procurando reponerse.) (Qué busca este hombre?) perdonad, pero estoy sola... Wurm Oh! ya lo sé: por el Conde he sabido los sucesos que hoy han pasado en la corte; y á pesar del desacato he corrido á las prisiones. Luisa. (Con vivo interés.) Y qué? Wurm Á vuestro padre lie visto .

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Luisa. Oh! le habéis Visto! (Con ansiedad.)

Wurm . Sí, el pobre le han puesto en un calabozo bien fatal! Luisa. Dios me perdone. (Conteniendo su ira.) Wurm. Ah! también á vuestra madre he estado á ver; sus clamores ' me han atravesado el alma, .y con razón. ¡Es enorme su tormento! Anciana, sola, envuelta en perpetua noche... Luisa. Madre mia! almas infames! (Desesperada.) Wurm. Por Dios, no deis esas voces. El presidente... (con recelo.) Luisa. Es un tigre.

Wurm. Pues por lo mismo, si os oye! Está como nunca airado, y Dios tan sólo conoce el mal que pueden causaros sus tremendas intenciones. Si vos fuerais razonable, accedierais á los nobles deseos de vuestros padres, que en vos su esperanza ponen Luisa. Oh! sí; decidme, ¿qué piden? Wurm. Piden que olvidéis al joven causa de tanta desdicha, causa de tantos dolores.

Luisa. Oh! sí; comprendo, Dios mió! comprendo lo que eso esconde. (Mirándolo fijamente.) Hablad, señor secretario, hablad claro, ¿qué suponen tales palabras? mis padres deben sufrir más rigores del presidente? Wurm. Quién sabe! fácil es, tiene razones de tanto peso, y le irritan de un modo vuestros amores!... Luisa. Seguid... 6 — 82 —

Wurm. - Si yo no sé nada! nada; mas si el dique se rompe de su soberbia... Luisa. Hablad claro. Wurm. Que más queréis? Guando acoge un mal pensamiento... Luisa. Entiendo. Wurm. Entonces... Qué sé yo! entonces, capaz es de cualquier cosa. LUISA. (Con despecho.) Triste oficio! oficio innoble es el vuestro! ¡qué mezquino, qué despreciable es el hombre que cual vos, viene á gozarse en el llanto de una pobre mujer sola y perseguida por los enojos de un procer! Mirad; aunque cada angustia arrancada á los dolores de un corazón, me valieran, no sé, un raudal de millones, señor Wurm, no aceptaría la misión que se os impone. Wurm. Pues que interpretáis, Luisa, de tal modo mis favores, permitid que me retire (Con ademan de retirarse.) y que esta casa abandone. Pronto quizá vuestro padre mi auxilio y favor implore, ; y acaso cuando sea tarde iréis á hablarme en su nombre. LUISA. (Deteniéndole.) Esperad. ¿Qué temer debo por mis padres? Wurm. ¡Dios me otorgue más vida que la que pueden gozar en poder del Conde!

LUISA. (Con ademan de salir por el fondo.) Ah! VVuhM. Dónde Vais? (Deteniéndola.) Luisa. Á Palacio á ver al duque: él dispone — 85 —

de la justicia! WURM. Inocente! (Riendo maliciosamente.) Luisa. Veré á Lady Milford! Wurm. (Deteniéndola.) Torpe! qué vais á hacer? Lady Milford deja mañana la corte; os presentará al gran duque con aviesas intencioDes. Él tiene noticias vuestras; vos sois bella y él es joven, Lady Milford sabe mucho y adora á Fernando... Conque decidid de todo esto lo que más os acomode. Luisa. ¿Y no salvaré á mis padres? Wurm. Eso es según y conforme; el duque es galán y ardiente, y vos tenéis perfecciones tan relevantes! Luisa. Dios mió! Hay tormentos más atroces que apurar? ¡Vender mi honra! Antes morir. Wurm. Se supone. Quién trata aquí de la muerte cuando hay remedios mejores? Luisa. Decid uno. Wurm, Es muy sencillo, y lo diré aunque os enoje. Luisa. Cuál? Wurm. Haced que vuestro amante sus proyectos abandone. Luisa. Voluntariamente? Wurm. Es claro! Luisa. Luego queréis que me odie? Wurm. Fuera lo mejor. Luisa. Dios mió! qué hacer? Wurm. Salvar á los pobres aneianos que en vos confian. Vamos, justo es que recobren — 84 —

la libertad... Aquí hay pluma, tintero, papel y sobres; probad á escribir. LUISA. Bien, Sea! (Esforzándose.) Dictad. Wurm. Son breves renglones. (Dictando.) «Tres dias há que no os veo; »tres dias ya, ¿qué sucede?» Luisa. ¿Á quién va esto? Wuhm. Á quien puede realizar nuestro deseo. Luisa. Oh! seguid. Wurm. Tenéis temor al barón, por qué recelo?

(Luisa le mira vacilando.) Cierto que mucho me cela; ¿mas qué no puede el amor? Luisa. Ah, no! Dios mió! Escribir (Se levanta y arroja la pluma.) tal infamia! no, imposible! Wurm. Luisa! (Con dulzura.) Luisa. Si esto es horrible! (Desesperada.) pues no vale más morir? Wurm. Bien; si no queréis librar á vuestros padres, os dejo. Pues no seguís mi consejo, ¿qué hacer? Sois libre en obrar. Luisa. Que soy libre! Oh vil cinismo! ¡Si es para volverse loca! Que soy libre y me coloca en el borde del abismo! Wurm. Oh! no; ¿quién habrá que os venza? Os ruego yo? no me voy? Luisa. Ay, padre! sí, libre soy, pues que elijo la vergüenza. Dictad, dictad; me acomodo á la deshonra... ¡es mi suerte! Vendrá muy pronto la muerte y ella acabará con todo. (Se sienta y escribe.) Wurm. «Ya sabréis la gran función »que ha movido el presidente, — 85 —

»y que yo quise valiente «romper hoy con el barón.» Luisa. (Llorando.) Oh! señor Wurm, es cruel forjar esta farsa impía!

Ay, ¡si há poco me pedia que huyera de aquí con él! Wurm. Sí? seguid.— «El buen barón »me propone como un loco «huir con él; dentro de poco «vendrá á saber mi intención.» Luisa. Infame! Wurm. «Estoy muy de prisa; »no puedo haceros saber «nada más: venidme á ver, «que ahora estoy sola. —Luisa.» Luisa. Bien; y el sobre? Wurm. Al Mariscal de Kalb. Luisa. Desconozco el nombre: ¿mas qué importa? No es un hombre? ese ú otro me es igual. Tomad: en esos renglones os doy mi honor á relazos: ya podéis hacer pedazos dos honrados corazones. Wurm. Eh! quién sabe! Luisa. Cómo no? Dios al culpable maldiga! Ahora cualquiera mendiga (Llorando,) vale mucho más que yo. Wurm. Oh! no; conozco un amante que aún pudiera consentir...

Luisa. Oh! callad: vais á decir (Con fiereza.) algo odioso y repugnante. Wurm. Tal vez os diera su nombre, su fortuna. Luisa. A,h! no por Dios! (indignada.) que á ser ese amante vos, que á ser vos quizá ese hombre, por no sufrir vuestro yugo, cara á cara os mataría y con placer me pondría )

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en las manos del verdugo. Wurm. Basta, un momento. Luisa. Acabad. Wurm. Juradme por Dios bendito, decir que habéis esto escrito con entera libertad. Luisa. De salvar estáis seguro á mis padres?

Wurm. Lo estoy, sí. Luisa. Entonces qué me da á mí? (Casi loca de dolor.)

Por Dios bendito lo juro. Diré que mi voluntad dictó esos fieros renglones: vamos pues á las prisiones y Dios me tenga piedad. Wurm. No hay una puerta secreta por aquí? Luisa. Tenéis razón. (Abriéndola.) VamOS. (Sale.) Wurm. (Si llega el barón, no hay más, la cosa es completa.

ESCENA IX.

FERNANDO, después de un momento.

¿Que es esto? Por qué está sola esta habitación? Creia haber oido su acento á poco de entrar. (Llamando.) Luisa! No responde... ah! ya comprendo, quizá á partir decidida ahora lo dispone todo para huir conmigo! Oh dicha! Lejos de aquí. Si es veneno cuanto hoy aquí se respira! Mas por qué tarda? (Entra y sale asustado.) No hay nadie.

Si está la Casa VaCÍa! (Se detiene pensativo.) Qué habrá pasado, Dios mió! — 87 —

¿Qué miro? Una carta escrita. (La cog-e.) Su letra! Á quién la dirige? Al Mariscal. ¿Eh? qué indica? (La lee despavorido y al terminarla se deja caer es-.. pantado en una silla.) Jesús mil veces! Qué es esto? comprendo su negativa á huir conmigo. Dios santo! Conque era su amor mentira? Si no me atrevo á creerlo!

(Reparando en la carta con ira. Se levanta.) Ah! sí; si es su letra misma! su letra! Sí, esta es su letra,

patente, clara, distinta! (Con dolor.) Ah! ¿conque su voz, su acento, sus ojos, todo mentia cuando jurándome amores me miraba atenta y fija? Conque cuando yo estrechaba su mano nerviosa y tibia; cuando en un solo suspiro nuestras almas se fundían, cuando absortos y embebidos en todo un mar de delicias se encontraban nuestros ojos, se encontraban nuestras risas, y ella me llamaba suyo, y yo la llamaba mia, la infame pensaba en otro y eran falsas sus caricias? Conque la digna fiereza con que respondió á las iras de mi padre, era una farsa? con que mi padre tenia harta razón para hollarla, cuando á costa de mi vida la hubiera yo defendido de Dios contra la justicia? Y yo ciego la adoraba! (Sollozando.) y ella infame me vendía!

(Reponiéndose y enjugándose los ojos con fuerza.) Oh! Dios! ¿qué podrá decirme? .

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qué será lo que me diga cuando ie arroje á la cara la prueba de su ignominia? Terrible será el momento, será mi venganza impía.

Si al pensar en esto lloro. . y al par me mata la risa! (Riendo histéricamente. Cae al par sollozando en

sitial.)

ESCENA X.

FERNANDO y el MARISCAL.

Mar. Cáspita y cómo os reis! jé! jé! risa tentadora! Fern. Oh! Mariscal... ¡Á qué hora, á qué buen tiempo venís! Mar. Ah, sí? os haré la partida! nos reiremos. ¿Qué hay de nuevo? Fern. Que qué hay de nuevo? Que os debo la vida, más que la vida. Mar. Cómo! Á mí, barón! Fkriv. Sí tal. Mar. Cáspita! Á ver! Cómo es eso? Fern. Figuraos que sin seso yo amaba á un ser ideal. ¿Qué ideal! Á un ser liviano, por quien rendido y sujeto negué á rni padre el respeto, negué á Milady mi mano. Mar. Ah! Sí, sí, algo de eso sé. Fern. Y la amaba tanto, tanto... Mar. Vamos, que habéis sido un santo; casi otro casto José. Fern. Ah! sí! Mar. Eso es ejemplar; un amor puro, divino! de eso en el mundo, sobrino, hay ya poco que contar. Apuesto á que otros antojos ha tenido. .

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Fern. Sí por Dios.

Mar. Pues gracias. . FeRN. (interrumpiendo.) Á nadie: á VOS, que abierto me habéis los ojos. Mar. Yo Jos ojos! no os entiendo. Fern. Que no me entendéis? Pues ved, ved esa carta y leed. (Se la da.) Mar. Ah! Cespita! Ya comprendo!

Es Una Carta Sin tacha, (DespueB de leerla.)

(Devolviéndole la carta.) Sabéis que escribe muy bien! Qué diablos! ¿conque también amabais á esa muchacha? No lo extraño, es tan bonita, tan bonita... un serafín! Fern. ¿Conque confesáis al fin que es para vos esta cita? Mar. Qué si confieso? Pues no? xMariscal y de mi nombre, no hay en la corte otro hombre que pueda ser más que yo. Fern. Oh! que me place escucharos, Mariscal. Mar. Gracias. Fern. Sí á fé. Pensad en Dios. Mar. Eh? Por qué? (Con asombro.) Fern. Porque aquí voy á mataros. (Sacando dos pistolas.) Mar. ¿Matarme? ¡qué atrocidad! pero estáis loco, sobrino? Fern. Tomad, no soy asesino: (Dándole una pistola.) dadme una mano, y tirad. Mar. Á quema ropa! Es cruel! por qué asi tan furibundo? Fern. Ah! teméis perder el mundo? Mar. Claro, que algo tengo en él! Fern. Ah! sí, sí; tenéis razón: teméis perder una vida rebajada, envilecida, sujeta á la humillación. Vida que está á mi juicio — 90 -

fuera de todas las leyes, que al servicio de los reyes halaga y fomenta el vicio. Y es que olvidaba que vos pertenecéis á esa raza que la moral despedaza y está maldita de Dios. Cuando pienso en uno de estos seres cobardes y osados, polillas de los estados y á los estados funestos; tristes y malvados seres que de las cortes en mengua, sólo manejan la lengua para deshonrar mujeres: cuando veo con dolor, que sin razón ni derecho llevan una cruz al pecho, que es el premio del valor, os juro que mi conciencia contra Dios se volvería, á no estar cierto á fé mia de su justa Providencia. Pues si cierto y verdad es que esa raza al bien se opone, al cabo el cielo la pone de la virtud á los pies. No sois de esa raza vos? pues entonces no os asombre, que á mataros voy en nombre de la virtud y de Dios. Mar. Barón! barón, por piedad; poned coto á ese ardimiento, y escuchadme un punto atento que yo os diré la verdad. Fern. Ah! no; morid con valor! (Le apunta.) Mar. Socorro! Fern. En vano es que llame! (se detiene.) (Arrojando la pistola sollozando.) Dios mió! ¿y por este infame ella ha vendido mi amor?

(El barón va á salir despavorido.) .

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ESCENA XI.

DICHOS y el CONDE.

Conde. Eh! Mariscal, poco á poco: qué tenéis que vais de huida? Mar. Conde, acudid, por mi vida, que el barón se ha vuelto loco, (Sale precipitado.)

ESCENA XII.

El CONDE y FERNANDO.

Conde. Barón I Fernando, Fernando, qué es eso? tal desvarío! Fern. Ah! mi padre! (Abrazándole.) Padre mió! Conde. .Qué tienes que estás temblando? Fern. Que os he faltado. Conde. No tal; cálmate; yo te perdono, y perdona tú el encono

. con que te traté; hice mal. Ahora apruebo tu pasión, Luisa es buena, y yo te ofrezco.. Fern. Luisa! Ah! no; si la aborrezco con todo mi corazón!

(Sale por el foro.)

ESCENA XIII.

El CONDE, con asombro.

Dice bien Wurm, oh ventura! cuando se va á lo que importa, la línea recta es más corta, mas la curva es la segura.

(Sale tras el barón precipitadamente.)

FIN DEL ACTO TERCERO.

ACTO CUARTO.

Decoración anterior.

ESCENA PRIMERA.

LUISA, sentada profundamente pensativa: MILLER, á un lado contemplándola con dolor.

MlLLER. (Con ternura.) Luisa! hija mia! Luisa. Ligada, ligada á mi juramento! soy su esclava! Infame! infame! (Abatida.) Juré por Dios, no hay remedio.

Miller. Oh! vuelve en tí. Luisa. (Sacudiendo su estupor.) Padre mió! Qué es de mi madre? Miller. Ha un momento que á la casa de su hermana la llevé: teme el regreso de ese Wurm de tal manera, que ante el rumor más pequeño se echa á temblar de tal modo que yo á mi vez también temo. Y aunque ella tiene la culpa de cuanto está sucediendo... Luisa. Aquí no hay nadie culpable - 94 —

si no yo. MlLLER. (Con pena.) Me dices eso con un tono...

Luisa . (Enjugándose las lágrimas.) Estad tanquilo. estad tranquilo y sereno. No lo estoy yo?

Miller. (Enternecido é irónico.) Si, LUÍSU ¡Si ya me miro en tu espejo! Luisa. Ay padre! Si he sostenido un combate tan violento! Dicen que mi sexo es débil? Locura! Débil mi sexo! Cierto que á veces temblamos ante un peligro ligero; pero arrostramos la muerte algunas otras sin miedo. Descuidad, estoy tranquila: ¿no veis mi rostro risueño? Miller. Qué sé yo! Mejor quisiera contemplar triste tu aspecto. Luisa. (Levantándose y yendo á la mesa de escribir.) Yo me burlaré de todos,

de todos, sí; yo lo ofrezco. Ese Wurm tan miserable no puede comprender esto.

Ah, sí: el infame ha creído que es eterno un juramento; que una vez por él ligado no será fácil romperlo... (Deteniéndose con fruición.) Imbécil! liga á los vivo#, pero no liga á los muertos. (Se sienta y escribe.) Miller. Qué estás haciendo, hija mia? (Acerándose.) Luisa. No veis? Estoy escribiendo. Juré no ver á Fernando, no volver á hablarle; pero ¿juré no escribirle? Oh! nunca! nunca! Y le escribo por eso. Miller. Es quizás tu despedida? Luisa. Sí, padre; mi adiós postrero. - 95 —

Vos le entregareis mi carta, ¿no es cierto, padre? Miller. (Receloso.) Bien, bueno: mas á condición de verla y saber lo que le has puesto. Luisa. A.h, bien ¿qué importa? escuchadme; no entenderéis lo que quiero significarle: esta carta es más que carta, un misterio; misterio que sólo él puede descifrarlo y comprenderlo. (Leyendo. «Fernando, una intriga infame »me impide que aquí te ame; «quedan rotos nuestros lazos,

» hasta que á sus dulces brazos »el Ser Supremo nos llame. »No puedo decirte mas: ume lo impide un juramento »que no romperé jamás: » adiós, ya no me verás »sino allá en el firmamento.

«Pero si á lo que imagino

» quieres viajar de mí en pos »y ligarte á mi destino, »te haré correr un camino »que alumbrarán Luisa y Dios. »Si aquí no te liga nada »y hacer quieres tal jornada, «parte á las doce, Fernando, »que á la primer campanada »te está Luisa esperando.» Miller. Oh! me espanta presumir lo que dejas entrever. (Abrazándola.) Hija, ¿adonde quieres ir? Luisa. Padre, os lo voy á decir pues que lo queréis saber. Hay un sitio oscuro, estrecho, á que aspiran con derecho los que aquí son desgraciados: en ese sitio hay un lecho, un lecho de desposados. En él duermen con decoro — 9<3 —

las pasadas alegrías del alma rico tesoro, y encima, todos los días, tiende el sol su manto de oro. Sobre ese lecho de amores donde callan los dolores que acompañan á la vida, la primavera querida derrama aromas y flores. En él, como un santo escudo, con dulce risa aunque mudo, un genio se sienta en calma; genio que recibe al alma con cariñosa saludo. La mano el alma le da, y ya no suelta su mano

hasta que con Dios está, ' que entonces tenue y liviano como un suspiro se va. Y bien, padre! ¿no os advierte el aire que en torno zumba, que ese genio mudo, inerte, es el ángel de la muerte, y que ese sitio es la tumba? Miller. Oh! qué idea maldecida! tú soñando con el crimen? Pues qué, ¿no sabes, mi vida, que el pecado de suicida ni aun los ángeles redimen?

' ¿Hay padre más desdichado? Tú de ese crimen en pos! No, Lucifer te han inspirado! Ay, Luisa! Ese pecado no tiene perdón de Dios! Luisa. Huir de una sociedad cruel, infame y maldita, es un pecado? Oh! callad. Dios tendrá de mi piedad en su bondad infinita. Miller. Ah, no, no; escucha, mi amor: ten presente con horror que vas á tu desventura; — 97 —

porque olvidas al Creador por amor á la criatura. Á más, si tus desengaños no te han puesto el pecho duro, ya que no temas tus daños, piensa en esos veinte años que sueño en tu bien futuro.

Piensa bien, tú no harás tal; medita mi amor, medita, que estoy en la edad fatal en que un padre necesita del cariño filial. Mírame bien, ¡soy anciano! tengo ya el cabello cano, estoy débil, moribundo: ¿qué será de mí en el mundo si en él me falta tu mano? Luisa. ¿Hay más penas que apurar, Señor? Miller. (Desesperado.) Y aun está dudando? Si no debes vacilar!

si amas más que á mí á Fernando, claro, te debes matar. Luisa. Oh! basta! sé lo que hacer.

(Mirando al «ielo.) Señor, pues que ves mi duelo, ten piedad de esta mujer, y hágase pues tu querer en la tierra y en el cielo. (Rompe la «arta Esta carta ya en retazos pudo ser mi absolución, pudo volverme á sus brazos: tomadla, padre, en pedazos como está mi corazón.. Mas abreviad mi partida, pues si aún otra vez lo veo...

Miller. Ah, sí, sí; huyamos, mi vida, donde quiera tu deseo.

(Aparece Fernando en el fondo.) LUISA. (Da un grito.) Ah! ya es tarde! estoy perdida! ESCENA íí.

DICHOS, FERNANDO.

MiLLER. (Escudando á su hija, y mirando á la puerta.) Oh! qué tienes? gran Dios! FeRN. (Adelantándose con lentitud.) Es SU Conciencia que allá en los senos del temor dormía y que se ha despertado á mi presencia. Miller!. Ah barón, por piedad. FERN. (Sin atenderle.) Sí, SÍ, algUn día en pudorosa calma aguardaba á su bien que le traia con mi presencia la mitad del alma. ¿Por qué hoy con acento dolorido la que amor me juró me ha recibido? ¿Es que acaso mi aspecto la contrista? tiene miedo á mi voz, miedo á mi vista?

Mij.ler. Ah, barón, por piedad: si en vuestro pecho el sacro fuego del cariño arde, basta ya con el mal que me habéis hecho; idos por compasión; que el cielo os guarde. Fers. Oh! si tengo derecho á anunciar una nueva venturosa: ¿cómo puede Luisa mostrarse vacilante é indecisa, para venir al templo y ser mi esposa? Miíxer. Os burláis, vive Dios? Fern. Oh, no os asombre; lo juro por mi honor y por mi nombre. Lady Milford, queriendo mi fortuna, ha pedido á su alteza que nos una: y mi padre la apoya en tal manera, que ya el gran duque en su capilla espera. Á esta nueva feliz é inesperada, ¿no se alegra mi bella desposada? ¿Por qué á Dios no bendice de rodillas? ¡Oh, qué pálida está! ved sus mejillas. ¿Dudas de mis palabras? Necesito justificarlas con algún escrito? Pues bien; entonces, mira. — 99 —

repara ese papel; di que es mentira, (Muestra la carta del Mariscal.) LüISA. Jesús! (Se deja caer en un sillón.) Miller. Qué es esto? Fern. Eso es un corazón de manifiesto. No la veis como goza con su suerte? Blanca y hermosa está como la muerte. Oh! ¡Nunca así la vi! si en este instante me parece que tiene su semblante marchito y desflorado como debe tenerlo el condenado cuando se encuentra de su Dios delante! Mírame^ desdichada; mírame bien, y arrostra esta mirada. Miller. Oh! qué es esto? Qué nuevo desvarío os asalta, barón? aunque no os cuadre, defenderla sabré, yo soy su padre. Fern. Este asunto, apartad, es suyo y mió: (Con dolorosa dulzura.) quitaos de delante, dejad que sangre el corazón destile^ y que este asunto oscuro se ventile entre la fiel amada y el amante. Has escrito esta carta? (Resuelto.) Miller. (Con asombro.) Oh! qué se esconde detrás de esto? Fern. Por Dios, vamos, responde: es carta tuya esta? Miller. Es tuya? di, mi bien? Fern. Habla, contesta. ¿No ves que lo que sufro es infinito? Miller. Hija, di la verdad. Luisa. (Con acento ahogado.) Pues bien, la he escrito. FERN. (Retrocede con espanto.) Que la ha escrito? Impostura! mientes; no puede ser. ¡Si en la tortura más de una vez se acusa un desdichado de aquello que no ha visto ni soñado! Ayuda á mí razón que no penetra en esa afirmación. Ah, no blasones de tal: falsa es tu letra. ¡Si no hay quien falsifique corazones! - iOO -

¿Callas aún? Tu labio que enmudece no tiene una mentira para aliviar un alma que padece y que en las garras de tu amor espira? Habla, pues, de una vez; di tu delito ya que acaso mi angustia te recrea; di la verdad. Luisa. (vacilante.) Por duro que esto sea,

lo repito otra vez; sí, yo la he escrito. rEftS. (Se apoya en un sillón, llevándose una mano al pecho. \

Ah, basta! si supieras lo que eras para mí! lo que tú eras!

Ay! si eras tú mi eternidad, mi gloria! Y ahora te arrancaré de mi memoria! y quedará el vacío en este corazón ya sin historia; ¡corazón que fué tuyo más que mió! Desdichado de mí!

(Se oculta el rostro llorando.) Millcr. Sí, desdichado, desdichado sin tasa. Abandonad, barón, la pobre casa en que el amor os hizo desgraciado. Fern. Ah, sí, parto al momento; dejad que aún haga de valor alarde! Adiós! Adiós! Luisa. (Sollozando.) Fernando! Fern. (vacilante.) Qué tormento! Oh! qué siento, gran Dios! mi pecho se arde! Aire! agua! Luisa. (Acudiendo.) Jesús! Ff.RN. (Se deja caer en un sillón.) No sé qué siento! Luisa. Padre, acudid. Barón! Qué sudor frió! Vuestra piedad reclamo: (Á su padre.) Socorredle, se muere; yo le amo, y aún ese corazón es todo mió. (Sale precipitadamente.) - 101 —

ESCENA III.

FERNANDO, MILLER, limpiándole y dándole aire.

MILLER. (Después de un momento, á Fernando, queruelve.) Yamos, barón, valor, calma;

¿qué se ha de hacer? Si así el cielo lo dispone, ¿á qué cansarse? Si esto no tiene remedio! Luisa ha salido por agua; vamos, valor. ¡Cuánto siento veros sufrir! Fern. Gracias, Miller! No sabéis cuánto agradezco vuestro interés: sois honrado, y ademas de honrado bueno. Miller, ¿no tenéis más hijos

- que Luisa? Miller. No, no tengo más que á ella, que es mi vida, mi único bien; y á tenerlos, ¿cómo los hubiera amado

si es de ella mi amor entero? Fern. Me abraso, Miller, me abraso: no sé qué tengo en el pecho. Miller. Perdonad que os deje solo un instante; al punto vuelvo, porque ya tarda Luisa y ver por qué tarda quiero.

ESCENA IV.

FERNANDO, levantándose.

¿Lo oyes, corazón malvado? cesa en tu infame consejo: ya lo ves, el pobre viejo no tiene otro bien amado. Aunque tu acento dañado devorando una idea fija una venganza me exija, — m -

ciega, sañuda, sin nombre, no te oiré, porque ese hombre no tiene más que una hija. Á seguir tu voz aquí, ¿qué de ese anciano seria? Dentro de poco estaría desesperado ante mí. No: no quiero verlo ahí loco y con la vista fija: no quiero que Dios me exija cuenta de un crimen villano, porque ese mísero anciano no tiene más que una hija. Qué bien hice en proferir esa frase salvadora! Y bien, Fernando, tú ahora, ¿qué debes hacer? Morir.

Sí! ¡si ella debe vivir! Sí, esto es pensar con acierto! Así á su pecho despierto se asomará á cada instante la sombra del pobre amante que por su amor habrá muerto. ¿No es está mayor venganza? ¿No es castigo más impío? ¿Qué es vivir en el vacío? ¿Qué es vivir sin esperanza?

Ah! si á esta pena no alcanza la muerte con su rigor! Llevar por carga el dolor y el remordimiento eterno! Que viva! Qué más infierno que una vida sin amor?

ESCENA V.

FERNANDO, MÍLLEK.

Millek. Vamos, ya viene Luisa, vais al punto á estar servido; mi pobre niña ¡hija mia! entre llantos y suspiros, — 105 —

por última vez acaso, prepararos ha querido no sé qué dulce bebida, hecha por no sé qué estilo, que en otros tiempos hacia vuestra delicia. Fern. (Oh suplicio!) MlLLER. Quizás la encontréis amarga por el llanto que ha vertido! Aquí está!

ESCENA VI

DICHOS, LUISA.

Fern. Mil gracias, Miller. Gracias, Luisa!

Luisa. (Dejando el vaso sobre la mesa, y retirándose lloros» á un lado.) Dios mió!

Fern. Miller, si no os molestase, quisiera un favor pediros. Miller. Cuál? Fern. Que fueseis á palacio con toda urgencia; ahora mismo. Miller. Y qué? Fern. Buscad á mi padre; preguntad por Lady Milford, y decidles que es precisa su presencia en este sitio. Miller. Ahora? Fern. Ahora. Miller. (Qué proyecta?) Luisa. No pudierais, padre mió, mandar á otro? Fern. (La infame! teme quedarse conmigo!) Miller. Si no tenemos criado, ¿á quién mando? Luisa. No es más digno que vaya yo?

Miller . (Toma capa y sombrero.) Estás demente? .

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Sola y de noche? (Á Femando.) La fio á vuestro honor; vuelvo pronto. Fern. Gracias, Miller; id tranquilo.

(Sale Miller por el fondo.)

ESCENA VIL

FERNANDO, LUISA.

Fernando saca un frasco y echa unas gotas en el vaso de

agua. Luisa lo observa temblando.

Fern. Ya está todo terminado, ya no hay tiempo, ya no hay horas para mi. LUISA. (Sollozando.) Ah! Fern. Por qué Horas? Luisa. Lloro por tí, desgraciado! Fern. Mucho, sí; tienes razón; desgraciado con exceso ¿Por qué no pensaste en eso antes de hacerme traición? Luisa. Ay, Fernando! si supieras mi dolor! Fern. Por Belcebú! ¿tu dolor? ¡como si tú alma ó corazón tuvieras! Luisa. Por qué me ofendes así? vendrá un tiempo, yo lo espero... Fern. Sella ese labio embustero; ya no hay tiempo para mí. Antes de que esa bujía de alumbrar haya acabado, verás que se habrá apagado la luz de la vida mia. Luisa. Vas á matarte? Fern. Sí á fe; mi muerte está en ese vaso. Luisa. Ah, Fernando! en ese caso donde tú vayas iré. Fern. Cómo? Luisa. Sí, nada te aflija, - 105 -

¡si este mundo es lodo y cieno! Si en ese vaso hay veneno, yo lo guardo en mi sortija. Fern. Cómo? qué dices? Luisa. Sí á fe. Fern. Á eso te atreves? Luisa. (Resuelta y gozosa.) Me atrevo. Qué es la muerte? Bebe y bebo; lo mismo que hagas haré. Fern. Oh! ¿tu razón no te apunta que vas de un castigo en pos? Luisa. No temas por mí, que Dios responderá á esa pregunta. Fern. Oh, Dios mió! Alza la frente: oye y responde á mi anhelo. ¿Sabes que Dios cierra el cielo á aquel que no es inocente? Luisa. Sí, lo sé. Fern. Luego traidora no eres, Luisa, á mi amor? (Estallando en alegría.) Ah! no se miente, Señor, en esta suprema hora. Luisa. Oh! calla!

Fern. No; si presiento que hay aquí una torpe intriga. Te callas porque te liga algún santo juramento. Un juramento fatal que Dios airado deshace,

. cuando con miedo se hace por culpa de un criminal. Preso tu padre! Tú aquí! sujeta también tu madre... Te ha amenazado mi padre? te ha visto Wurm?

Luisa. (Estremecida.) , Ay de mí! Fern. Tiemblas? aún pretendes fiel no delatar á ese hombre? LUISA. (Asustada.) No; yo no he dicho... rERN. (interrumpiéndola vivamente.) — 106 —

Á su nombre te has estremecido. Es él! Por él en rudas batallas has luchado, y te ha vencido. Por él venderme has fingido; por él sufres, por él callas. Por él torturas los dos hemos estado pasando. No ves, Luisa?... Luisa. A y Fernando! (Arrojándose en sus brazos.) Fern. No ves la mano de Dios? pero silencio, alguien llega. (Rumor.) Luisa. Su voz! (Con espanto.)

Fern. (loco de g-ozo.) Él! yo desvarío! gracias, mil gracias, Dios mió, tu mano es quien me lo entrega. Luisa. Fernando, ¿qué vas á hacer? Díme qué intentas? qué ideas? Fern. Vete; no quiero que veas lo que aquí va á suceder. Luisa. Jesús! Fern. Ya que me es propicia la SUerte... (Conduciéndola.) Luisa. Deja que abone... Fern. Ruega á Dios que le perdone

si es digno de su justicia. (Entra Luisa derecha.)

ESCENA VIH

MILLER, FERNANDO, WURM.

Miller. Entrad, señor Wurm.

Wurm. (a p .) (Gran Dios! Él aquí?) Fern. (á Müier.) (Llegó el momento.) Luisa está en ese aposento; dejad que hablemos los dos. Miller. Bien; permitid que os detalle lo que en mi encargo ha ocurrido: después de haberle cumplido — 107

me encontré á Wurm en la calle. WüRM. Queriendo felicitar á su esposa... Fern. Ya! (Mirándole atentamente.) WüRM. Subí.... Mas pues vos estáis aquí permitidme retirar. Fern. Señor Wurm, ¿por qué tal prisa? WüRM. Oh! mi respeto, señor... Fern. Miller, hacedme el favor de acompañar á Luisa. (Entra Miller, y Fernando ciérrala puerta del fondo.)

ESCENA IX.

FERNANDO, WÜRM.

WüRM. (Qué es estO?) (Receloso.) Fern. Pues que á Dios plugo que arrostres mi enojo ardiente, mira, ya están frente á frente la víctima y el verdugo. Wurm. Víctima y verdugo? Fern. Sí. WüRM. NO OS entiendo. (Turbado.) Fern, Cómo no? Siendo la víctima yo, ¿quién será el verdugo aquí? Wurm. Señor, tal acusación es injusta á lo que entiendo. Fern. Ah, no! me lo está diciendo á voces el corazón. Mírame así, quieto, fijo,

sí, Wurm, aunque no te cuadre, tú asesinaste á mi padre; hoy has torturado al hijo. WüRM. (Trémulo.) Yo, yo autor de tantos daños!... Fern. No son aprensiones mias, no, que igual rostro tenias cierta noche, há veinte años. Yo era niño, estaba allí; no dormía, estaba en vela, — 108 —

y hoy tu rostro me revela la infamia que entonces vi. Por mucho tiempo he dudado, porque honrado te he creído: mas hoy que me he convencido, Wurm, de que no eres honrado; hoy que en tu faz vil y aleve tu delito se retrata, te digo, «el que á hierro mata,

muere á hierro.» Toma, bebe. (Le da el veneno.) Wurm. Oh! ¿qué es eso? Fern. Alma de cieno! No lo adivinas, malvado? mi padre fué envenenado; muere igual: esto es veneno. Wurm. Veneno! Fern. Sí: a tanto aspiro. Wurm. Por Dios! Fern. Á rogar te atreves? Toma, bebe: si no bebes te voy á matar de un tiro. (Le apunta.) Wurm. Oh barón, tened piedad, tened piedad de mi vida: yo no he sido el homicida; yo os contaré la verdad. Fern. ¿Crees que ignoro quién esconde la verdad? Wurm. Triste de mí! Fern. Después que termine aquí, empezaré con el Conde. Wudm. Me negáis vuestro perdón? Fern. ¿Lo mereces, miserable? Bebe. Wurm. Señor, soy culpable: tened de mí compasión. (Bebe.) Evitarte ha sido en vano: (Mirando al cielo*) yo me entrego á tu clemencia, que espantada mi conciencia, se pone bajo tu mano.

4, Me abraso... se va mi vida! Dejad que os implore en calma! Dios mio qué harás del alma 7 — d09 -

del que ha sido fratricida? Será horrible su tormento á medirlo por el mió. Suyo fué el crimen impío; yo fui sólo el instrumento. Piedad, he sido cruel! Oh! mi cerebro se arde! Dios mío... (Muere.) LüISA. (Saliendo espantada.) Perdón! Fern. Ya es tarde: ruega á lOS Cielos por él. (Momento de pausa.)

ESCENA XI.

DICHOS, LADY MILFORD, el CONDE.

LaDY. Barón... (Llamando á la puerta.) Fern. (Corre á abrir.) Ah! doble expiación! Conde. ¿Qué nos quieres? FERN. (Tomándole por una mano.) Ved. Conde. Wurm muerto!) Fern. Sí, sí, Wurm, que ha descubierto vuestra alevosa traición. CONDE. Oh, Suelta! (Queriendo huir.) FERN. (Arrastrándole tras si.) No hay esperanza! CONDE. (Aterrado y suplicante.) Hijo! hijo! Fern. Nombre vano! La sombra de vuestro hermano me está pidiendo venganza. Conde. Fernando, ¿serás capaz de matarme? FeRN. (Entrándole en una habitación.)

Sí, malvado! LaDY y LüISA. (Con terror mirando dentro.) Jesús! (Suena un tiro.)

ESCENA XII.

DICHOS, FERNANDO, procurando serenarse.

FERN. (Mirando al cielo.) — 410 —

Padre, estás vengado; ya puedes dormir en paz. Luisa. Lady! (Suplicante.) LADY. (Á Fernando.) Huid. FeRN. (Sacudiendo su estupor.) Confio en VOS. Lady. Si; yo amparo vuesta huida. LUISA. (Besándola la mano.) Oh! gracias!

FeRN. (Estrechando la mano á Lady Ya está cumplida la alta justicia de Dios!

FIN DEL DRAMA. . ..

ADMINISTRACIÓN LÍIUCO-DBAMÁTICA

(Adición al mismo catálogo.)

Prop. que Trop. que

TÍTULOS. Actys. TÍTULOS, Aetos. correspomd.

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