Extremadura Protohistórica: Paleoambiente, Economía y Poblamin:: Cáceres, 1998:247-278

CULTURAS INDÍGEKA --ZACIÓN EN EXTREMADURA: CASTROS, OPPIDA Y RECiXIO

Pablo ORTIZ ROMERO Alonso RODRÍGUEZ DÍAZ

Gorbea ( 1977) que, por otro, dejaba entrever la «iberización» fosilizada en la secuencia de Medellín; a finales de los ochenta comenzaron a ver la luz las primeras síntesis sobre la Edad del Hierro en Extremadura (Rodríguez Díaz, 1989 y 1990; Celestino y otros, 1992). Sus principales aportaciones podrían resumirse en dos aspectos esenciales: 1) la propues­ ta de una periodización que prolongaba la secuencia años, si bien las primeras referencias hisr1 !iográficas protohistórica de Medellín; y 2) la restitución de un sobre el tema se remontan a principios de siglo. Nos patrón de asentamiento fundamentado en unas pau­ referimos evidentemente a las noticias puntuales o tas territoriales y tecnoculturales en las que «lo de conjunto que, englobadas en el ambiguo concep­ alentejano-meseteño» en un sentido amplio intro­ to de «citanías», hicieran por enwnces autores como ducía una clara refracción respecto al Orientalizante. el Marqués de Monsalud 190! ), M. Roso de Luna Expresiones y conceptos tales como «reorganización ( 1904 y 1908) o J. Ramón Mélida l 92 5). Pero, territorial», «continentalización del sustrato orien­ como hemos dicho, no sería hasta la década de los talizante», «continuidad y/o ruptura cultural», co­ setenta, y sobre todo los ochenta, cuando la arqueo­ menzarían muy pronto a instalarse en estas prime­ logía prerromana extremeña conociera su particular ras valoraciones globales. despegue. Botija, La Coraja de Aldeacentenera, El Sobre dichas bases arqueológicas, la década de los Jardinero de Valencia de Alcántara y El Castillejo de noventa ha supuesto, finalmente, la incorporación la Orden Alcántara, en la prü\incia de Cáceres; Los de los modelos interpretativos que acerca de la Castillejos-2 de Fuente de Cantos, La Martela de indoeuropeización, la etnicidad o la paleogeografía Segura de León, El Castrejón de Capote en Higuera tan espectacular auge han conocido fuera y dentro la , Belén en Zafra, Las Cañas de Capilla, la de nuestro país (Berrocal Rangel, 1992 y 1994 a-b; de Badajoz o la propia Medellín, en la Canto, 1991; Rodríguez Díaz, 1990 y 1994-a; Almagro provincia de Badajoz, conforman en esencia la lista Gorbea y Martín Bravo, 1994; AA.VV., 1995). Pero de los enclaves cuyos sondeos es tratigráficos o in­ también es de justicia admitir que las aportaciones tervenciones sistemáticas constataron de forma ine­ de dichos estudios no siempre han conseguido lec­ quívoca una ocupación prerromana. Aunque justo turas fluidas y conjugadas del registro arqueológico es reconocer que buena parte de aquellos años for­ prerromano, las fuentes tardías, la epigrafía latina y man parte de una etapa eminentemente documen­ las nuevas concepciones sobre el tema. Como es tal que aún padecía el estrabismo cultural provoca­ sabido, el análisis interrelacionado de variables tan do por publicaciones como la de L. García Iglesias específicas y dispares como las señaladas pasa por ( 1974) que, por un lado, subrayaba los aspectos estrategias de estudio a medio-largo plazo, a partir célticos de la Beturia o como la de M. Almagro de las cuales poder rastrear -y sobre todo contras- 248 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ tar-los indicadores arqueológicos (patrones de asen­ El salto cualitativo ha sido importante y de una tamiento, posibles fronteras, sitios de culto, mode­ investigación a menudo parcial, centrada en aspec­ los de explotación económica, variabilidad estilísti• tos concretos de áreas muy localizadas, se ha pasado ca, tecnología), «históricos» (lengua, fuentes, a una visión del período mucho más integradora. El epigrafía) y antropológicos (identidad social y físi• bagaje conceptual se ha incrementado de manera ca) de la etnicidad en ámbitos geográfico-culturales notable y con él han surgido nuevos marcos muy definidos (Ruiz Zapatero y Álvarez Sanchís, interpretativos que han ido dejando obsoletos los e.p.). A pesar de todo, no son pocos los que mani­ enfoques tradicionales. A todo ello no ha sido ajeno fiestan sus reparos sobre la posibilidad de que pue­ el espectacular aumento de las intervenciones ar­ da darse una plena concurrencia «entre etnia, len­ queológicas que se han realizado en Extremadura gua, costumbres y cultura material en un mismo desde la década de los ochenta, con excavaciones territorio fijo y delimitado, habida cuenta que esta­ que se han convertido en referencias ineludibles mos ante aspectos con diferentes ámbitos de exten­ para conocer el momento anterior y posterior a la sión, abierta caracterización y con una presencia llegada de los romanos al territorio extremeño muy móvil» ( Sánchez Moreno, 1994: 498). (Enríquez y Rodríguez, coords. 1991 ). De una y otra esfera de actuación se han ido obteniendo informa­ Por otra parte, la investigación de muchos aspec­ ciones que han hecho posible la articulación de tos del mundo romano en Extremadura -tal vez planteamientos explicativos donde normalmente todo él en su conjunto- ha sido acometida tradicio­ había proliferado más el hallazgo y su descripción. nalmente bajo planteamientos poco globalizadores. Esta dinámica ha estado acompañada de una evolu­ Conocemos la realidad sólo por la forma en que la ción significativa de los propios arqueólogos, que interrogamos, y es muy posible que esta realidad han sabido trascender sus excavaciones hasta llegar sometida a nuestras circunstancias y pareceres se a la explicación del tiempo histórico, lo que ha enri­ nos escape por los registros que nos llevan hasta quecido considerablemente la discusión científica. ella. Algunos aspectos adolecen de sobreinformación mientras que de otros apenas queda poco más que No obstante, el conocimiento que tenemos de los un conjunto de interrogantes. Roma, lo romano en primeros pasos de la penetración romana en Extremadura, con el paso del tiempo ha devenido Extremadura es aún muy escaso. Esto hace, que en los estudios arqueológicos como el paradigma de pese al esfuerzo realizado, sea inevitable en una secuencia sin articular. Esto ha originado que planteamientos generalistas al ocuparnos de ciertos incluso el mismo concepto de Romanización ad­ temas, como por ejemplo el de los primeros contac­ quiera en la bibliografía arqueológica extremeña un tos entre indígenas y romanos. Por eso, es indispen­ contenido excesivamente uniformador, tal vez de­ sable asumir una concepción relativista de los me­ masiado acrítico. Los últimos planteamientos teóri• canismos de intercambio y asimilación. Ya es impor­ cos y los trabajos arqueológicos recientes inciden tante partir de la idea de que la Romanización es un más en la pluralidad de la secuencia, casi imposible proceso con ritmos diferentes en función de múlti­ de encorsetar no sólo en un término, sino en un ples factores, dentro de los cuales es fundamental la tiempo estrecho, en unos ritmos socioeconómicos y heterogeneidad del sustrato indígena, algo que se culturales de perfil plano, como si de un vuelco encuentra bien documentado para el caso extre­ único y seco se hubiera tratado. meño. Publicaciones recientes van librándose de la ser­ l. LOS CASTROS PRERROMANOS vidumbre por lo monumental y las grandes funda­ Y LA REORGANIZACIÓN ciones, aunque el peso de la historiografía tradicio­ DEL TERRITORIO nal no es desdeñable. Hay en algunos ámbitos de la investigación líneas de trabajo innovadoras que no Cada vez más, parece acreditarse la idea de que a simplifican como un mero proceso de enculturación partir del crítico «cuatrocientos», la actual región lo que acontece en Extremadura durante la presen­ extremeña es el escenario de un profundo proceso cia romana, desde sus orígenes a su declive. De de reorganización territorial, económica y sociocul­ esta manera han comenzado a cobrar peso cuestio­ turaL tras el cual quedarían configurados en torno nes importantes como pueden ser las bases econó• al Guadiana los círculos etnoculturales reconocidos micas del mundo indígena, la estructura del por la literatura grecolatina. Al norte de dicho río, el poblamiento, los recursos económicos o la defini­ «vettón-lusitano»; al sur y formando parte de la ción precisa de los ritmos del espacio cultural y denominada Beturia, el «céltico» y el «túrdulo­ político de Roma. turdetano» (Fig. 1 ). Todos ellos tienen como punto CULTURAS INDÍGENAS Y ROMANIZACIÓN EN EXTREMADURA ... 249

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Figura l.-Castros prerromanos en Extremadura (los puntos señalados en la provincia de Cáceres han sido tomados de Gonzá/ez y Quijada, 1991 ). en común la proliferación de un tipo de asenta­ tración obligada del tráfico humano como son los miento que, al tiempo que acrisola las claves de la vados del Guadiana y Tajo, no estuvieron habitados etnicidad de este espacio, reúne los aspectos más durante el Período Orientalizante, si bien es cierto definidores de un «castro»: ocupación sobre cerretes que en ocasiones se advierten yuxtaposiciones con de relativo valor estratégico, presencia de construc­ ocupaciones calcolíticas y excepcionalmente del Bron­ ciones defensivas que salvaguardan sus flancos más ce Final. Qué duda cabe que este nuevo patrón vulnerables y control visual suficiente sobre los re­ poblacional debió introducir un marco relaciones cursos potenciales de su entorno inmediato: agua, «hombre-medio» notablemente distinto al del pastos, minerales y tierras de labor, por este orden. Orientalizante y, a su vez, debió tener consecuencias Dichos núcleos, salvo en aquellos puntos de correen- paisajísticas notables. De este modo y en contrapo- 250 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ sición al modelo agrario de los siglos VIII -V a.C., la mos, en suma, a los denominados «castros de ribero» potenciación de la ganadería y la intensificación en que, con ocupaciones inscritas entre los siglos IV y I determinados ámbitos de las actividades metalúrgi­ a.C., tienen sus mejores referentes en Botija (Her­ cas debieron traducirse a corto plazo en un menos­ nández y otras, 1989), Aldeacentenera (Esteban Or­ cabo importante del bosque mediterráneo. Aunque tega, 1993), El Jardinero (Bueno y otros, 1988) y aún carecemos de estudios paleoambientales que lo Alcántara ( Ongil Valen tín, 1988). certifiquen y calibren, en el plano económico el predominio de los ovicaprinos sobre los bóvidos o la Los trabajos realizados en ellos permiten restituir especialización férrica de algunas comarcas apuntan -no sin problemas estratigráficos importantes- una en esa dirección. La agricultura parece, por tanto, imagen aproximada de estos singulares enclaves, relegada durante este período a un segundo término cuyas superficies extremas se encuentran entre l y y su práctica reducida al policultivo mediterráneo y 6-7 Ha. Aunque tales diferencias invitan a pensar hortícola en las márgenes aluviales inmediatas a los en la existencia de una estructura jerarquizada del asentamientos. A pesar de ello, no deben infravalo­ poblamiento, el desconocimiento de la evolución rarse en este sentido aspectos tecnológicos tales estratigráfica de estos núcleos obliga a ser cautos como la generalización plena de los aperos de la­ sobre esta cuestión. Aun así, parece claro que estos branza de hierro o la sustitución radical de los moli­ castros están protegidos, en su mayor parte, por uno nos barquiformes tradicionales por los molinos o dos recintos amurallados que, adaptados a las rotatorios. En cualquier caso, tampoco debe perder­ irregularidades del terreno y configurados por mu­ se de vista que dichas valoraciones de conjunto han ros macizos de considerable espesor, a veces se com­ de supeditarse siempre a la diversidad geográfica y plementan con fosos o tramos de piedras hincadas; cultural de los entornos definidos hasta ahora. soluciones arquitectónicas que subrayan el aspecto castreño y la filiación meseteña de estos lugares. El ámbito «vettón-lusitano» se identifica en esen­ Una filiación que refuerza aún más la veintena de cia con la cuenca media del Tajo, si bien dentro ella «verracos» repartidos por la geografía cacereña y es la «Penillanura Cacereña» el sector del que mayor que, a pesar de su variabilidad estilística y información poseemos. Dicho río y sus principales cronológica, forman parte junto al potencial coerci­ afluentes ( Salor, Tamuja, Ayuela y Almonte) tivo de los propios castros de las fórmulas de apro­ vertebran un poblamiento cuyos desolados entornos piación, explotación y defensa del territorio propias y particularidades geoestratégicas constituyen as­ del mundo vettón ( Álvarez Sanchís, 1990). Por su pectos claves de su personalidad. En concreto, se parte, los caseríos interiores parecen organizados en trata de paisajes montuosos o adehesados y suelos calles y espacios abiertos. Las casas son de planta tan degradados que con frecuencia dejan al descu­ angular y su organización interna permite diferen­ bierto agresivos afloramientos rocosos. Son espacios ciar espacios funcionalmente diversos (de cocina, claramente propicios para su aprovechamiento pe­ almacén, despensa, trabajo o descanso) que deno­ cuario, según se desprende también de los estudios tan un concepción compleja del espacio doméstico. realizados sobre los territorios teóricos de explota­ La tecnología asociada a tales contextos habitacio­ ción de estos asentamientos; estudios en los que los nales podría decirse que sintetiza a grandes rasgos pastizales y encinares están siempre muy por enci­ elementos de filiación meseteña y meridional. Entre ma de las tierras cultivables. La riqueza mineralógica los primeros, destacan las cerámicas con decoración del subsuelo no parece haber jugado un papel deter­ inciso-impresa y estampillada sobre recipientes a minante en la localización de estos núcleos, aunque mano o torneados y, entre las segundas, la produc­ la constatación de escorias de hierro y elementos de ción cerámica oxidante con motivos geométricos bronce de diversa entidad evidencian una actividad pintados que, asentada sobre las tradiciones alfareras metalúrgica en ellos. En este ámbito, se confirma, del Orientalizante, reflejan conceptos morfológico• por consiguiente, el carácter complementario y la decorativos afines al mundo ibérico y turdetano. Por naturaleza cerealística de la agricultura, a pesar de su parte, los instrumentos metálicos dominantes las innovaciones tecnológicas que experimenta. Desde son los realizados en hierro: podaderas, sierras, aza­ el punto de vista geoestratégico, podría decirse que, das, hoces ... (Fig. 2) . al contrario de las destacadas elevaciones ocupadas durante el Bronce Final y el Orientalizante en esta Por otro lado, los hábitos funerarios y religiosos misma zona (El Risco o Aliseda, ya abandonados), de estos grupos localizados entre el Tajo y Guadiana los lugares sobre los que se sitúan estos asenta­ durante el Hierro II abundan en su vinculación con mientos se encuentran literalmente camuflados en La Meseta. En este sentido, particular interés ofre­ el paisaje y en la orografía de la zona. Nos referi- cen las necrópolis excavadas (pero aún parcialmen- CULTURAS INDÍGENAS Y ROMANIZACIÓN EN EXTREMADURA ... 251

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Figura 2.-E/ castro vettón de La Caraja de Aldeacentenera (Cáceres) (s. Redondo y otros, 1991). ------

252 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ

te publicadas) en esta zona: Aldeacentera, Alcántara y la designación posterior de una provincia romana, y las del Mercadillo y Romaza!, éstas últimas asocia­ bien pudiera responder a un concepto globalizador y das al castro de Botija. En términos generales, todas geoestratégico en el que se integraran diversos gru­ ellas se localizan, salvo alguna excepción, en las pos prerromanos sobre los cuales algunos autores proximidades de los castros y a una distancia media como Estrabón vertieron conceptos administrativos de 200-300 m.; circunstancia que garantiza la y no exclusivamente étnicos o geográficos (Pérez intervisibilidad entre ambos puntos. El rito funera­ Vilatela, 1989-90). Así las cosas, conviene dejar cla­ rio se fundamenta en la cremación de los cadáveres ro, sin embargo, que actualmente las marcadas dife­ en ustrina aún sin localizar. Una vez concluida la rencias geoestratégicas y estratigráficas del quema del difunto, los restos se introducen en vasi­ poblamiento protohistórico reconocido en la jas de barro o un simple agujero, que también acoge «Penillanura Cacereña» invitan a contrastar aún más el ajuar en aquellos casos que existe. Si es así, éste la lectura continuista y acumulativa que sobre la consiste básicamente en pequeños objetos de uso o presencia en la cuenca extremeña del Tajo de estos acicalamiento personal (fusayolas, fíbulas, pendien­ grupos se ha propuesto recientemente. Unas de las tes ... ). Mención aparte merece el reducido grupo de alternativas posibles a dicho modelo quizá sea se­ «ajuares de guerrero», con elementos propios de la guir profundizando en los factores internos y exter­ «panoplia celtibérica» ( Lorrio Al varado, 1994). Ex­ nos que subyacen en el panorama poblacional que cepcionalmente se detectan signos de identificación la arqueología prerromana nos muestra en la actua­ exterior de las tumbas o estructuras de cubrición lidad. tumular. Por otra parte, resulta un hecho común Entre el Guadiana y Sierra Morena, ámbito de la que la organización interna de estos espacios fune­ «Beturia prerromana», se localizan los dos restantes rarios se articule en sectores configurados por un «círculos etnoculturales» definidos: el «céltico» y el número impreciso de tumbas, separados entre sí por «túrdulo-turdetano». El primero de ellos, integrado espacios o zonas estériles. Como sucede en el ámbi­ a su vez en el ambiente céltico que por estas fechas to de Las Cogotas (Cabré Aguiló, 1932; Cabré y afecta también al Alentejo portugués (Berrocal otros, 1950; Fernández Gómez, 1986 ), dichas con­ Rangel, 1992 ), se corresponde a grandes rasgos con centraciones se relacionan de forma recurrente con la mitad occidental de la actual provincia de Bada­ el tipo de organización gentilicia que, según otros joz y, más concretamente, con las cuencas del Ardila, testimonios ya de época romana (Redondo Rodríguez, Alcarrache y el propio Guadiana. Desde el punto de 1985 ), definió la estructura social vettona (Albertos vista geográfico, este sector occidental de la Beturia Firmat, 1975; Salinas de Frías, 1986; González se identifica con un paisaje montuoso y adehesado a Rodríguez, 1986). veces muy cerrado. Sin embargo, el hecho diferen­ En suma, dichos espacios funerarios muestran, cial de esta zona respecto a los restantes ámbitos por lo conocido hasta ahora, un panorama bastante definidos radica, en opinión compartida por diver­ homogéneo en todo el ámbito de la «Penillanura sos autores, en el enorme potencial férrico que ate­ Cacereña». Tal como sucede con el poblamiento, sora su subsuelo (Florido Laraña, 1987); un poten­ salvo diferencias materiales o cronológicas aún poco cial que, durante época prerromana, debió consti­ contrastadas pero que no han de perderse de vista, tuir un factor de primer orden en la localización de el mundo de la muerte nos sitúa ante un ambiente los castros de esta zona. Éstos, por lo general, se en el que cualquier diferenciación entre «lo vettón» sitúan sobre discretas elevaciones aisladas o desga­ y «lo lusitano>> resulta, hoy por hoy, insostenible en jadas de accidentes orográficos de mayor entidad, si términos estrictamente arqueológicos. Pero, trascen­ bien existen excepciones y variantes diversas dentro diendo el interés que encierra la repartición territo­ de dichas pautas globales. Sus entornos son, por rial de estos dos grupos etnoculturales, la investiga­ tanto, especialmente propicios para la práctica de ción pasada y reciente coincide en subrayar su filia­ una ganadería extensiva y su explotación minero-me­ ción indoeuropea desde diferentes parcelas de estudio talúrgica. Lamentablemente desconocemos en qué (Tovar, 1957; Molinero Pérez, 1958; Roldán Hervás, grado dichas actividades repercutieron en el entor­ 1968-69; Salinas de Frías, 1986; Sayas y López, 1991; no arbóreo de estos asentamientos, aunque las evi­ Sánchez Moreno, 1994; Canto, 1995, etc.). En cual­ dencias arqueológicas obtenidas hasta el momento quier caso, no debe ignorarse tampoco que hay quie­ hacen presumir un intenso proceso de deforestación nes entienden que la realidad lusitana, notablemen­ de los encinares y alcornocales de esta zona. En te distorsionada por su relación con una lengua concreto, nos referimos a los numerosos testimo­ arcaica (Tovar, 1987; Gorrochategui, 1987; Ruiz­ nios relacionados con la metalurgia del hierro (hor­ Gálvez, 1990) o «celta» (Unttermann, 1987 y 1992) nos, herramientas, escorias de fundición ... ) consta- CULTURAS INDÍGENAS Y ROMANIZACIÓN EN EXTREMADURA ... 253 tados en los castros excavados en este ámbito y al la molturación (molinos rotatorios), la preparación espectacular despegue que la ganadería ovicaprina de alimentos (hogar) e incluso el descanso. Por su experimenta durante los siglos IV-I a.C. Tal como parte, la división más pequeña, situada al fondo de sucede en el Tajo Medio, la agricultura debió pasar a la vivienda, debió utilizarse básicamente para el un segundo plano a pesar de las evidencias de he­ almacenaje de excedentes. Entre los elementos mue­ rramientas, cereal carbonizado o molinos rotatorios bles asociados a dichos ambientes, destacan espe­ documentadas. En cualquier caso, hierro y pastos cialmente los cerámicos modelados o a torno. Los parecen constituir las bases económicas de un primeros, decorados con motivos inciso-impresos y poblamiento concentrado y regularmente distribui­ estampillados, constituyen sin duda una de las sin­ do en torno a los afluentes que desaguan en la gularidades tecnológicas más relevantes de este lu­ margen izquierda del Guadiana (Fig. 3 ). gar, en particular, y del sector céltico de la Beturia, Sin que por el momento podamos establecer com­ en general. Dichas piezas, carentes de antecedentes paraciones con el modelo poblacional precedente, directos en nuestra región y emparentadas con las los enclaves prerromanos de la ((Beturia Céltica» se registradas en el Alentejo y otros ámbitos de La corresponden con pequeños núcleos fortificados por Meseta, constituyen un elemento de especial interés uno o dos recintos amurallados a los que, en ocasio­ para desentrañar las interacciones . socioculturales nes, se añaden fosos, terraplenes y piedras hincadas subyacentes en este horizonte crono-cultural. En que acentúan su carácter castreño. En función del cualquier caso, no debe infravalorarse la presencia terreno acotado por dichas defensas, la superficie de de otras producciones cerámicas torneadas (pinta­ estos asentamientos oscila entre 1 y 3 Ha. (Rodríguez das y grises), cuya relación con el sur peninsular o Díaz, 1987 y 1989; Berrocal Rangel, 1992). Si bien la alfarería orientalizante completan el perfil es verdad que lugares como Nertobriga rebasan so­ tecnocultural de estos poblados. bradamente dicha extensión en torno al cambio de En el plano simbólico, la limitada información Era, el conocimiento parcial que a nivel estratigráfico que aún se tiene sobre el mundo funerario la suple, aún se tiene de estos posibles ((núcleos de primer por el momento, el denominado ((Altar» o ((Santua­ orden» obliga también en esta ocasión a ser cautos a rio A» de Capote. Integrado en el propio caserío del la hora de definir una red jerarquizada de poblados poblado, dicho espacio se vislumbra como uno de ya desde época prerromana. Los Castillejos-2 de los elementos más señeros de la religiosidad e iden­ Fuente de Cantos (Fernández y otros, 1988), La tidad etnocultural de estas comunidades célticas de Martela de Segura de León ( Enríquez y Rodríguez, la Beturia. En clara contraposición al concepto y uso 1988), Belén en Zafra (Rodríguez Díaz, 1991-a) y, de la religión que durante el siglo V a.C. hicieran las sobre todo, Capote en Higuera la Real (Berrocal aristocracias rurales reflejadas en Cancho Roano o Rangel, 1992 y 1994-a) son los asentamientos La Mata de Campanario, el Altar de Capote parece excavados hasta el momento. Salvo coincidencias testimoniar -según su excavador- una celebración con ocupaciones prehistóricas, todos ellos muestran ritual, de carácter colectivo y clara connotación at­ secuencias estratigráficas comprendidas entre los lántica, relacionable con comienzo del Invierno. L. siglos IV y I a.C. En el límite septentrional de este Berrocal, tratando de profundizar en la esencia cél­ ámbito cultural y asentada sobre una dilatada se­ tica de Capote, define este lugar como ((un auténtico cuencia protohistórica, se inscribe con sus propios santuario, aunque el concepto y la imagen del dios particularismos eco-culturales la ocupación prerro­ no esté implícito». El Altar de Capote se clausuró mana de Badajoz (Berrocal Rangel, 1994-b; Enríquez con un ((acto de desacralización premeditado» en un y otros, en este volumen). momento inmediato a la llegada de los romanos, si Casas angulares articuladas en dos o más estan­ bien tampoco debe descartarse que dicho final fuera cias parecen conformar las unidades básicas de un consecuencia de la propia conquista del sitio. Sea caserío que de forma organizada se despliega por el como fuere, lo cierto es que, salvo el citado lugar interior de estos núcleos. La mayor perspectiva en sacro, Capote sería reconstruido de inmediato hasta este sentido la ofrece el castro de Capote, cuya que, a finales del siglo II a.C., una nueva destruc­ excavación en extensión ha permitido recuperar una ción del poblado provocó su abandono definitivo. ((calle central» en torno a la cual se desarrollan entre Justo el momento, en el que Nertobriga comenzaba a los siglos IV y II a.C. sendas manzanas de viviendas. consolidarse como uno de los enclaves más relevan­ Éstas son de planta subrectangular y constan de dos tes de la zona. En este mismo marco de identifica­ únicas estancias de carácter polifuncional. La más ción etnocultural de los célticos de la Beturia, dire­ próxima a la entrada es la de mayor tamaño y en mos para finalizar que desde hace tiempo vienen ella debieron realizarse actividades tan diversas como valorándose una serie de aspectos lingüísticos posi- 254 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ

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Figura J. - Tipos de hornos metalúrgicos: l. Simple, de hoyo y 2, «Cupulado>> en fábrica de y con toberas, según Hings, 1978 y Ros Sala, 1989. 15. 3. Horno de y toberas de la Ermita de Belén, según Rodríguez Díaz, 1991. 15. 4. Horno de similar estructura procedente del Castrejón de Capote ( s. Berrocal, 1994-c). CULTURAS INDÍGENAS Y ROMANIZACIÓN EN EXTREMADURA ... 255 blemente interrelacionados, como son la desapari­ dades debió traducirse, como en el resto de los ción de la llamada «escritura del Suroeste» y su círculos culturales tratados, en un paso más en la sustitución por otra que allatinizarse generó ejem­ degradación de las superficies arboladas de este es­ plos antroponímicos y toponímicos de raigambre pacio. celtibérica como Tancinus, Ablonios o las radicales y Un rasgo peculiar del poblamiento prerromano de terminaciones en Seg- y en -briga de algunos oppida la Beturia de los túrdulos es la escasez de poblados de época republicana. Pero por el momento, justo es en el interior de este ámbito, según se constata en la reconocer que, a pesar de las propuestas diversas gran plataforma que suponen los llanos de La Sere­ que recientemente se han vertido sobre el tema na. Esto contraviene en gran medida el papel que (Berrocal RangeL 1995; García y Bellido, 1994; Can­ históricamente había venido jugando la zona, por lo to, 1995 ), siguen siendo verdaderas incógnitas la que podemos plantear la existencia de un cierto filiación y las circunstancias que rodearon la llegada vacío poblacional durante los siglos prerromanos, y el asentamiento estable de estos «célticos de la quizás causado por la crisis del modelo post­ Beturia» en torno al 400 a.C. orientalizante y la emergencia de la «Beturia Célti­ Finalmente, el «círculo túrdulo-turdetano» dife­ ca» sustentada en la explotación intensiva del hierro renciado al comienzo de este apartado se correspon­ (Rodríguez Díaz, 1994-b; Canto, 1995 ). A pesar de de grosso modo con la mitad oriental de la actual ello, no debe infravalorarse en este sentido el papel provincia de Badajoz, si bien dicho ámbito cultural que pudo tener durante este período Magacela como se prolonga claramente por el norte cordobés y par­ bisagra geográfica entre La Serena y el Valle del te de la provincia de Ciudad Real. A nivel Guadiana, donde -por otra parte- el Período IV de hidrográfico, este espacio se vertebra en torno a los Medellín avala la continuidad del poblamiento en valles y cuencas menores del MatacheL Ortigas, esta zona en el marco de la llamada «Cultura de los Guadámez y, sobre todo, Zújar, cuyas aguas vierten Oppida» (450-79 a.C .) (Almagro y Martín, 1994). al Guadiana. Pero a éstos han de añadirse los cursos En cualquier caso, lo cierto es que la mayor densi­ del Cuzna, Guadiato, Bembézar y Viar, pertenecien­ dad poblacional detectada hasta el momento se re­ tes ya a la cuenca del Guadalquivir. Fisiográficamente, gistra en torno al Zújar. El seguimiento de su curso la «Beturia Túrdula» es un espacio abierto y articu­ hacia el Sur desde su desembocadura en el Guadiana lado en grandes corredores comarcales que, salvan­ a la altura de Entrerríos nos adentra en un paisaje do la dificultad montañosa de Sierra Morena, cana­ áspero y desolado, que en muchos aspectos recuer­ lizan la comunicación con el Guadalquivir Medio y da el entorno de los castros cacereños. A un lado y a la submeseta sur. El paisaje actuaL muy contrario al otro de su cauce encajonado, se alzan cerretes pla­ de las tupidas dehesas del «CÍrculo céltico», nos si­ gados de agresivos crestones pizarrosos («dientes de túa ante panorámicas peniaplanadas y desarbola­ perro») sobre los que con frecuencia existen eviden­ das, de vocación eminentemente ganadera y cias de ocupaciones prerromanas. Éstas se definen minero-metalúrgica. En este sentido, es de sobra como auténticas fortificaciones, cuyo listado se ini­ conocida la riqueza del subsuelo de comarcas como cia precisamente en Tamborrío-Entrerríos y se pro­ La Serena, Azuaga y Los Pedroches en galenas longa por todo el tramo medio del Zújar. Sus propor­ argentíferas, cobre, hierro y estaño, sin olvidar el ciones medias se sitúan alrededor de las 2 Ha., si cinabrio de Almadén. Las mismas fuentes clásicas bien ejemplos como los de Las Poyatas de Zarza se hicieron eco de este carácter minero de la Beturia Capilla o el Peñón del Pez en Capilla se encuentran y Estrabón (III, 2, 3 ), cuando la describe, parece muy por encima. Sin embargo, de nuevo el descono­ estar haciéndonos mención precisa de este sector cimiento estratigráfico de estos «enclaves mayores» túrdulo: «las comarcas donde hay metales son por nos obligan a ser prudentes sobre la estructura naturaleza ásperas y estériles ( .. . ) tal es, igualmente poblacional de esta zona. En este sentido, aparte de el aspecto de la Baeturia, cuyas secas llanuras bor­ la citada estratigrafía de Medellín, la única referen­ dean el curso del Anas» ( García y Bellido, 1945). Por cia estratigráfica de estos asentamientos sigue sien­ su parte, las posibilidades de explotación agrícola do por el momento la obtenida no hace mucho en la prácticamente se reducen a las márgenes aluviales Tabla de las Cañas ( Domínguez y Blanco, 1991). de los cursos fluviales más relevantes: el Zújar, el Ésta permitió precisar la ocupación del lugar entre Matachel o el propio Guadiana. En suma, pastos, el siglo IV a.C. y la Romanización, concretada en galenas y una fisiografía caminera parecen consti­ una superposición de viviendas de planta angular tuir los principales atractivos para quienes de forma protegidas al menos por un recinto amurallado. A lo estable ocuparon este espacio entre los siglos IV-III largo de dicha secuencia, que contradice la fecha de a.C. y el cambio de Era. El desarrollo de tales activi- pleno siglo V a.C. propuesta para el célebre «Sileno 256 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ

Simposiasta» procedente de este lugar (Olmos Ro­ partir de los cuales se aborda el asunto son dispares. mera, 1977), el perfil tecnológico obtenido nos sitúa Así, para Sayas Abengochea ( 1993:196) los túrdulos ante una producción vascular mayoritariamente rea­ de la Beturia son simplemente «emigrantes venidos lizada a torno. En ella, destaca la coexistencia de los de la Turdetania». Con argumentos más sólidos, grandes recipientes toscos con decoraciones estam­ García Moreno ( 1989) ha planteado recientemente pilladas o impresas de sabor meseteño y las vasijas la posibilidad de que las diferencias entre «turde­ de menor tamaño (aunque de mayor calidad) con tanos» y «túrdulos» pudieran estar relacionadas con motivos geométricos pintados o jaspeados, más próxi• un problema de adecuación al léxico y morfología mos al mundo turdetano y oretano; elementos a los latinos de una pronunciación puramente indígena, que, a partir de un determinado momento, se incor­ común en aquellos autores que conocieron de forma poran los primeros productos itálicos. directa la realidad etnocultural de estas tierras, a Tal precariedad de conocimientos sobre el diferencia de aquéllos que sólo la abordaron de un poblamiento túrdulo de la Beturia afecta igualmen­ modo indirecto. Por su parte, M.P García y Bellido te -o más si cabe- a los aspectos relacionados con ( 1994) desde la perspectiva particular del registro sus comportamientos rituales y su etnogénesis. De numismático subraya la filiación púnica de los hecho, ha de admitirse de entrada que, salvo hallaz­ «túrdulos» que, a diferencia de los célticos betúricos, gos puntuales de contexto indefinido, no se ha rea­ sí acuñaron moneda. Nuestra opinión al respecto, lizado excavación alguna en necrópolis prerromanas desde la no menos parcial óptica que ofrece la ar­ de esta zona. Dicha circunstancia nos ha obligado, queología, sigue girando en torno a una diferencia­ quizá con excesiva frecuencia, a recurrir a la necró• ción arqueológica (y quizá también etnocultural) de polis republicana de Hornachuelas (Ribera del Fres­ lo «turdetano» frente a lo «túrdulo», cuya esencia y no, Badajoz) como referente de los comportamien­ entidad parecen residir en la interacción sobre un tos funerarios de estas comunidades indígenas (vid. desdibujado sustrato orientalizante de elementos infra). En los mismos términos de imprecisión y «continentales», turdetanos e incluso neopúnicos; cronología avanzada de la información, nos move­ interacción surgida justamente en los límites terri­ mos al valorar el mundo religioso de los túrdulos. toriales comunes entre La Meseta y el Guadalquivir. En este sentido, las consideraciones sobre estas cues­ Quizá este mestizaje cultural constituyera también tiones no van más allá de la constatación a través de para algunos autores clásicos -Plinio y sobre todo testimonios romanos del culto aAdaegina Turobrigense Polibio (XXXIV, 11 )-el argumento principal de dife­ ( López Melero, 1986) y a Sucellus ( Blázquez Martí• renciación entre «turdetanos» y «túrdulos», reser­ nez, 1983 ); divinidades ambas que aluden a tradi­ vando esta última denominación para designar a los ciones religiosas de raigambre céltica que, en nues­ «turdetanos del interior», menos romanizados y más tra opinión, han de valorarse en el contexto forma­ influidos por las poblaciones célticas. Fuera así o tivo de la «Beturia prerromana». A dichas evidencias no, lo cierto es que a finales del siglo I de la Era, el han de añadirse, aunque con un sentido cultural propio Estrabón (III, 1, 6) no llegó a diferenciarlos distinto, los exvotos antropomorfos de tipología ibé­ (García y Bellido, 1945 y 1947). rica aparecidosen Medellín (Almagro Gorbea y Del Amo, 1985) y los restos escultóricos de Mérida, 2. EL CONTACTO CON LOS ROMANOS Magacela (Chapa Brunet, 1985) y Monterrubio de Y LA EVOLUCIÓN DEL POBLAMIENTO la Serena (Hernández Hernández, 1994). En esta misma línea, M.P García y Bellido ( 1991 y 1993) Con la llegada de los romanos, el modelo indíge• considera que, a partir de época bárquida y debido a na, en su diversidad, entra en una crisis que marca la presencia notable de elementos cartagineses en el su declive a fuerza de la reorganización que acom­ interior de la Turdetania, se constata una importan­ paña a los ejércitos romanos. Esta crisis afecta a la te revitalización de las antiguas divinidades orienta­ estructura del poblamiento indígena en su conjun­ les (Melkart y Tanit), que resulta clave para com­ to, sin que esto suponga el derrumbe del mismo prender los procesos de sincretismo religioso poste­ hasta el punto de certificar su defunción inmediata riores. y fulminante. Desde un momento aún impreciso del siglo II a.C., y básicamente durante el siglo I a.C., se Respecto a su etnogénesis, hemos de señalar que iniciará un tránsito hacia otro modelo en cuya con­ su estrecha relación con los «turdetanos» alivia en figuración se irán cubriendo etapas que culminarán algo la controversia que habitualmente rodea estas con la reorganización imperial del territorio. cuestiones. En cualquier caso, el tema no está ni con mucho cerrado, por cuanto -como veremos de El proceso podría concretarse, pues, en una se­ forma esquemática- las fuentes y los métodos a cuencia donde se destacaría el impacto, la crisis CULTURAS INDÍGENAS Y ROMANIZACIÓN EN EXTREMADURA ... 257 consiguiente, la articulación de una «solución de ésta una etapa de continuidad tecnocultural respec­ tránsito» y la conclusión del mismo. Esto se traduce to a la anterior, el hecho diferencial respecto aquélla en el registro arqueológico en unos núcleos de po­ se concreta en la presencia de los elementos propios blación concretos: castros, oppida y recintos ciclópeos. de época republicana: ánforas Dressel-1, campa­ Los castros como muestra de la pervivencia del mo­ nienses y la amonedación. Sin embargo, estos nú­ delo indígena condenado a agotarse. El cleos indígenas, cada vez más enconsertados por las como exponente de las fundaciones ex novo en torno directrices marcadas por el poder romano, inician a las cuales va a pivotar la reorganización territorial de forma inevitable (a pesar de su aparente desarro­ que lleva aparejada la consolidación y pacificación. llo) un declive estructural que -con ligeras oscila­ Igual papel parece reservado al núcleo de torres y ciones cronológicas- desembocará en su abandono fortificaciones de La Serena, que tendrán su prota­ definitivo tras su implicación en los conflictos civi­ gonismo en coyunturas concretas. La conclusión del les. Las fases republicanas de Castillejos-2 de Fuen­ proceso tiene su hito en la fundación de Augusta te de Cantos, Belén, Capote, Tabla de las Cañas, Emerita, que con su carga propagandística e ideoló• Alcántara, Botija ... ilustran de un modo especial gica estaba llamada a convertirse en la piedra angu­ dicho proceso. Sólo se mantendrán aquellos pobla­ lar del nuevo orden político de Roma y de la dos que, por su importancia geoestratégica, siguen reimplantación de un modelo económico en el que resultando de gran valor en las nuevas circunstan­ la agricultura volvería con el tiempo a ocupar un cias: Badajoz, Medellín y Cogolludo, claves en el papel destacado (Rodríguez Díaz, 1989, 1994-a y control de los vados del Guadiana; y quizá el Peñón 1995-a; Rodríguez y Ortiz, 1990; Ortiz Romero, 1991 del Pez de Capilla, fundamental en el paso hacia la y 1995; Bendala y Álvarez, 1995) . zona minera de Almadén desde La Serena. Y es precisamente en ese marco de consolidación y reor­ 2.1. Castros y oppida de la Beturia ganización territorial romana cuando comienzan a Castros y oppida no constituyen en apariencia rea­ adquirir plena carta de naturaleza la llamada «solu­ lidades poblacionales diferentes desde el punto de ción de tránsito» reconocida de un modo especial en vista organizativo, arquitectónico o económico, al los oppida de la Beturia. Aunque se siguen conser­ menos en lo que podríamos tipificar como elemen­ vando muchos de los rasgos básicos de los castros tos estructurales. Sí lo son, en cambio, desde el indígenas (núcleos fortificados, localización en altu­ momento en que entre unos y otros constatamos ra, proximidad de recursos estratégicos), estos nue­ discordancias estratigráficas y procesos de evolu­ vos núcleos dejan entrever una política territorial ción solapados que ilustran de un modo particular distinta, por ahora, poco conocida en la provincia de el período de transición que en sí representan los Cáceres (Fig. 4). siglos II-I a.C. (Rodríguez Díaz, 1995-b). Será justo Ciertamente la terminología castros/oppida puede en esos siglos donde, en nuestra opinión, se en­ llevar aparejada alguna confusión porque a menudo cuentran las claves para reconstruir desde el regis­ con ambos conceptos se ha definido una misma tro arqueológico el panorama poblacional transmiti­ realidad. Sin embargo el registro arqueológico, y do por la literatura grecolatina y, al mismo tiempo, también las fuentes clásicas, perfilan una situación aproximarnos a la hasta ahora «cara oculta» del que los diferencia. Las estratigrafías son por el mo­ proceso romanizador de nuestra región ( Gráf. 1) . mento concluyentes al respecto, lo que hace que En este sentido, hemos de partir del hecho confir­ muchos de los yacimientos que tradicionalmente se mado de que hacia mediados del siglo II a.C. la citaban como castros indígenas, aparezcan ahora práctica totalidad de los castros ocupados desde al como poblados nuevos creados a raíz de ese proceso menos doscientos años atrás sufren destrucciones e que hemos secuenciado en «impacto-crisis-abando­ incendios generalizados a los que suceden rápidas no». Aunque irreversible, el ritmo de la etapa es reconstrucciones que prolongan su existencia -in­ lento, lo que hace que los nuevos modos convivan cluso de forma pujante- hasta pleno siglo I a.C. o el durante mucho tiempo, de manera diversa por la cambio de Era. Posiblemente, una de las mejores heterogeneidad del sustrato, con las formas indíge• instantáneas de este período de crisis la ofrezca el nas. Los oppida serán a apartir de ahora centros sobradamente conocido «bronce de Alcántara», una nodales desde los cuales comenzará a edificarse una deditio fechada en el 104 a.C. encontrada hace algu­ nueva estructura política y social. El oppidum se nos años en el castro del Castillejo de la Orden de convertirá así en un agente transformador de pri­ Alcántara en la que se expresan con detalle las mer orden, encargado de integrar mediante meca­ condiciones del sometimiento del pueblo de los Seano­ nismos diversos la cultura indígena en la romana. a Lucio Cesio ( López y otros, 1984). A pesar de ser Las políticas de urbanización y municipalización que 258 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ

ASENTAM IENTO VIl a.C., VI a.C., V a.C., IV a.C., lll a.C., ll a.C., I a.C., I d.C., [[ d.C.,

El Jardinero

Alcántara

Botija

La Coraja

Medell ín

Alcazaba Badajoz

Cogolludo

Sierra de la Martela

Los Castillejos

Cas trejón de Capote

Ermita de Belén

Tabla de la s Cañas

Nertóbriga

Miróbriga

Hornachuelas

Recintos ciclópeos

Augusta Emerita

Gráfico 1.- Secuencia probable o parcialmente documentada. Secuencia estratigráfica documentada.

sobre muchos de estos núcleos recaerán irán mol­ El oppidum de Homachuelos, situado en pleno deando el proceso al tiempo que una realidad va valle del Matachel y posiblemente identificable con disgregándose en favor de otra. Entre los casos me­ la Fornacis túrdula de Ptolomeo (II, 4, lO), nos mues­ jor conocidos se encuentran Homachuelos (Ribera tra un tipo de ocupación de al menos 5 Ha. ubicada del Fresno) (Rodríguez Díaz, 1991-b y 1995-b) y sobre una elevación que destaca unos 65 m. sobre el Mirobriga (Capilla) (Pastor y otros, 1992), si bien entorno. Éste, en la actualidad, es un espacio abier­ con éstos parece mostrar grandes semejanzas Nerto­ to y aprovechado casi exclusivamente para pastos, briga (Fregenal de la Sierra). aunque no faltan campos de labor en sus alrededo- CULTURAS INDÍGENAS Y ROMANIZACIÓN EN EXTREMADURA ... 259

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Figura 4.-0ppida en Ex/remadura. res. En función de las columnas polínicas obtenidas desde entonces el entorno de Hornachuelas (refor­ en este lugar, dicha imagen no debió diferir en zado por plantas nitrófilas y malas hierbas) parece exceso con la de época romana. En concreto, se encontrar argumentos poderosos en la intensidad constata a lo largo de todas sus fases ocupacionales que las actividades agropecuarias y, sobre todo, me­ el predominio de las herbáceas sobre los taxones talúrgicas alcanzaron en este enclave durante el arbóreos. Éstos se corresponden esencialmente con siglo I a.C. En este sentido, conviene subrayar que Quercus sp. y Oleaceae, que se completan con porcen­ uno de los factores explicativos de la localización de tajes residuales de Anarcadiaeceae, Caprifoliaceae y es­ este lugar se encuentra en el potencial de galenas pecies riparias (U/mus y Juglans Regia). En cualquier argentíferas que atesora la vecina Sierra de caso, el alto grado de deforestación que muestra ya Hornachos. En sus inmediaciones y junto a una 260 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ veintena de «vestigios de minas de oro, plata, cobre, tamiento, que pueden llevar aparejados hincha­ estaño, plomo y hierro» referidas en 1779 por el mientos, grietas y roturas» (Lám. 1). franciscano Juan-Mateo Reyes Ortiz de Tovar, se Entre otras, dichas actividades minero-metalúrgi­ encuentra la explotación republicana de Las Cruces cas parecen justificar el abundante numerario pro­ (Rodríguez Díaz, 1987; Domergue, 1987). cedente de este lugar. Aunque en su mayoría disper­ so en colecciones particulares, su estudio conjunto Aparte de un primer horizonte prehistórico, este revela una notable presencia de piezas republicanas lugar -defendido desde sus comienzos por al menos que, a lo largo del siglo 1 a.C. dieron paso a las un recinto amurallado y un foso con doble terra­ amonedaciones hispánicas. A través de ellas, puede plén- ofrece al menos cuatro fases de ocupación apreciarse de una forma bastante clara la estrecha que, constatadas en distintos sectores del yacimien­ relación de este lugar con las poblaciones mineras to y jalonadas por varios procesos de destrucción, se del Guadalquivir, bien representadas en las cecas inscriben entre pleno siglo II a.C. y finales del siglo 1 mayoritarias de Castulo, Obulco, Corduba y Carmo, en­ de la Era. En la acrópolis de este oppidum, las últi­ tre otras. Pero, aparte de éstas, no debe minimizarse mas campañas de excavación han permitido cono­ el interés que ofrecen los hallazgos procedentes de cer la organización urbana del asentamiento. Pen­ las llamadas cecas celtibéricas (Sekaisa, Celsa , diente aún de un estudio más detallado, ésta se Belikiom .. . ) , lusitanas (Dipo) o levantinas (Kese, concreta en la disposición atenazada de manzanas Saitabi .. .) ( Jiménez Á vila, 1990) y, muy especial­ de viviendas adosadas, de planta rectangular y se­ mente, un pequeño conjunto de téseras con leyenda paradas por calles de trazados longitudinales a la púnica que avalan, a juicio de M.P García y Bellido orografía alargada del cerro. Al margen de las de­ ( 1995 ), la existencia un registro monetal interno en pendencias que albergan las tareas domésticas habi­ este enclave. tuales (cocina, descanso, molturación o almacén), En función de todo ello, venimos atribuyendo a especial interés encierran aquellos hallazgos que pro­ Hornachuelas (el oppidum de los hornos, como al­ porcionan sólidos argumentos sobre la vocación me­ guien ha traducido su posible relación con Fornacis) talúrgica de este asentamiento y, más precisamente, el papel de centro capitalizador de la minería y de la sobre la entidad de la explotación de la galena metalurgia republicana en esta comarca. Pero, a argentífera y su subproducto, el plomo. En este pesar de ello y casi con total seguridad, podemos sentido, destacamos el hallazgo de un taller meta­ afirmar que este lugar mantuvo su carácter peregri­ lúrgico descubierto en 1994 en plena acrópolis. Un no a lo largo de su convulsa historia. Como ya horno prácticamente completo, una maza y un yun­ hemos apuntado en alguna ocasión, la explicación a que de piedra junto a diversos bolos de mineral dicha circunstancia quizá haya que buscarla en un constituyen los elementos funcionales más destaca­ hecho particularmente trascendente para esta zona: dos de dicho espacio destruido en plent!l siglo 1 a.C. la fundación de Mérida y la definición de su territo­ El estudio de las muestras de mineral realizado por rio. Un acontecimiento que igualmente parece ex­ el Dpto. de Mineralogía de la UEX arrojó los si­ plicar el abandono de este lugar hacia finales del guientes resultados. La primera de ellas, reconocida siglo 1 (o a lo sumo, comienzos del 11 d.C.) y la como GAL-1 (galena), estaba formada por galena consecuente disgregación de sus pobladores por las (70% ), cerusita ( 10% ), anglesita ( 10%) y otros ( 10% ). decenas de villae documentadas en los alrededores. La cantidad de plata aproximada sería de cerca de 0,5%, porcentaje equivalente a unos 5 kg./Ton que Con una superficie comprendida entre las 3 y 4 hace rentable su aprovechamiento. Por otro lado, la Ha. el oppidum de Mirobriga (390m.) se localiza en segunda muestra, denominada FUN se constituye plena cuenca del Zújar, justo en una zona de parti­ esencialmente por cuarzo y una presencia marginal cular interés en las comunicaciones entre Mérida y de filosilicatos (micas), feldespatos y piroxenas. Aun­ el foco minero de Almadén. Reconocido entre los que su utilización como fundente no se descarta, «Oppida célebres de la Beturia de los túrdulos» ( Plinio también se contempla la posibilidad de su utiliza­ III, 13-14), este lugar fue excavado a finales de los ción como crisol o piedra refractaria para hornos. De ochenta (Pastor y otros, 1992). Su origen se sitúa a hecho, según el informe de M. Jesús Liso, «es curio­ finales de la República y más concretamente hacia so observar cómo esta muestra parece haberse raja­ la segunda mitad del siglo 1 a.C., si bien sus do o desgajado de otra y otras, lo cual concuerda excavadores no descartan un comienzo anterior re- con el hecho de que el cuarzo va sufriendo, a pesar de su resistencia, una serie de transformaciones y Lám ina l .-Recinto de Hornachuelas ( 1997) y elementos relacio nados dilataciones a medida que sufre la acción del calen- con e! taller metalúrgico documentado en 1994. -+ 19L ···wncrvwmuxa: NB: NQDVZINVWO"H J... SVNB:9JGNI SWfll1fl:::> 262 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ lacionado con el control estratégico-militar y econó• como es sabido, el mejor conocido es Capote, cuyo mico (agropecuario y minero) de este espacio. Un final Berrocal lo sitúa hacia el lOO a.C. En resumen proceso en parte avanzado por García Blanco y Puche y sin que descartemos de plano un origen indígena Riart ( 1989) al plantear que este lugar tomaría el del sitio, el comportamiento estratigráfico de relevo del enclave indígena del Peñón del Pez tras el Nertobriga, posiblemente capitalizadora de la meta­ control romano de la zona. Entre las construcciones lurgia del hierro en esta zona (Berrocal Rangel, documentadas en los trabajos de 1987-88, destaca el 1992; Canto, 1991), refleja un proceso más afín a hallazgo de un edificio simbólico articulado en tres los casos de Hornachuelas o Mirobriga que al de los ambientes, cuyo carácter religioso parece justificar castros prerromanos. las calidades constructivas desplegadas en su edifi­ cación: columnas, molduras arquitectónicas, En definitiva, parece claro que el registro arqueo­ estucados, pinturas, mármoles, etc. Como prueba lógico impone cronologías fundacionales para estos fehaciente de la entidad alcanzada por este lugar lugares de al menos mediados del siglo II a.C. Tal durante todo el siglo I d.C., está el hecho de la circunstancia nos lleva igualmente a considerar, por concesión del Ius Latium por parte de Vespasiano. el momento, los orígenes de dichos núcleos dentro Todo ello, a su vez, da refrendo tanto a las referen­ de un proceso de reordenación territorial y pobla­ cias literarias como a los hallazgos escultóricos y cional directamente relacionado con la presencia epigráficos relacionados con este lugar, conocidos romana en esta zona y no tanto -como reciente­ desde antiguo. mente se ha propuesto- como consecuencia de un impreciso proceso de intensificación de la estructu­ Finalmente, trataremos el caso de Nertobriga, un ra poblacional indígena (Berrocal Rangel, 1992 y oppidum con una extensión superior a las 5 Ha., 1996 ). Sin embargo, justo es reconocer que nosotros recogido también por Plinio en su archiconocida mismos en un principio contemplamos también una descripción geográfica de la «Beturia Céltica». Como opción paralela al asignar cronologías de los siglos quedó dicho, la principal riqueza de esta zona III-II a.C. a los niveles fundacionales de Hornachuelas vertebrada por la cuenca del Ardila radica en la por entonces escasamente documentados (Rodríguez dehesa y en el potencial férrico de su subsuelo. Díaz, 1987, 1989 y 1991-b). En cualquier caso, nues­ Aunque algunos trabajos de principios de siglo ya tra opinión, sin estar cerrada de forma definitiva y anticiparon el potencial arqueológico de este encla­ en función de los argumentos arqueológicos ex­ ve, no ha sido hasta finales de los ochenta cuando puestos, se inclina actualmente por considerar estos se realizaran bajo la dirección de J.L. De la Barrera lugares como verdaderos «polos de romanización» a diversas intervenciones que han permitido docu­ nivel territorial, económico, sociopolítico, demográ­ mentar con mayor rigor la monumentalidad de sus fico y cultural (Rodríguez Díaz, 1995-b). murallas y un templo en su acrópolis. Sin embargo, las estratigrafías más amplias obtenidas en este En el plano territorial, poco hay que añadir al oppidum, situado sobre una cima de 687 m. y un hecho de que estos enclaves, salvo en zonas de desnivel de casi 90, no remontan por el momento el concentración obligada del tráfico humano (vados siglo I a.C. A pesar de ello, su origen debe ser algo del Guadiana), se localizan en lugares de particular anterior si se considera la cita de Livio en la que interés geoestratégico y militar no ocupados duran­ alude a los enfrentamientos que en el 152 a.C. tu­ te época prerromana. Por su parte, la orientación vieron como escenario este lugar entre las tropas de económica de los oppida -aunque muy dependiente Marco Marcelo y los lusitanos, si bien existen opi­ de las pautas y modos indígenas- sí que comportó niones dispares al respecto (Canto, 1995: 167). En en determinadas zonas como la «Beturia Túrdula» cualquier caso, la entidad de Nertobriga como ciudad (representada en los ejemplos de Hornachuelas y romana queda igualmente reflejada en la documen­ Mirobriga) una reorganización en función de rutas y tación literaria y epigráfica alusiva a su organiza­ recursos estratégicos con especial significación du­ ción política. Al nombre de raigambre céltica se le rante estos siglos de conflicto continuado, como fue añadieron en época cesarea u octaviana los cognomina el beneficio de las galenas y el plomo. En cambio, el Concordia Julia y, con César, sería dotada del rango sector céltico de la Beturia (representado en el caso municipal y sus habitantes adscritos a la tribu Galeria. de Nertobriga) intensifica su actividad férrica hasta De todo ello se desprende que el máximo auge de el punto que A. Canto ( 1991) ha propuesto la exis­ este lugar debió desarrollarse entre fines de la Re­ tencia de un pujante distrito minero comparable pública y el Alto Imperio; un período que coincide con los más célebres del mundo romano. Todo ello, justamente con el abandono de los castros en suma, contribuye a comprender mucho mejor el prerromanos de su entorno inmediato. Entre éstos, hecho de que sean estos lugares los que acaparen CULTURAS INDÍGENAS Y ROMANIZACIÓN EN EXTREMADURA ... 263 progresivamente las políticas de municipalización y das. El yacimiento aparece fuertemente romanizado, colonización que desde César a los emperadores pero todo hace pensar que lo es a partir de una flavios se sucedieron en este territorio hasta com­ existencia previa dentro del mundo indígena. Miles pletar el cuadro que los autores clásicos nos trans­ de exvotos de fabricación local que representaban mitieron sobre la Beturia. figuras humanas de ambos sexos, algo toscas y de buen tamaño algunas (Blanco Freijeiro, 1982), se Pero de manera paralela al proceso de reorganiza­ fueron depositando tanto dentro del santuario como ción territorial, económica y política de los núcleos en una favissa que se encontraba en su parte delan­ de población prerromana se fue produciendo la des­ tera. Encima de la cueva una explanada tallada en integración del espacio cultural indígena, si bien la roca pudo servir para un culto cuyos mecanismos muchos de sus elementos pervivieron en el tiempo y características desconocemos (García y Bellido, como consecuencia del proceso de interacción con 1963; Maluquer de Motes, 1981). Parangonable en las nuevas formas. La necrópolis de Hornachuelas alguna de sus fases a este santuario puede ser el es un buen reflejo de todo ello: las cremaciones en depósito votivo altoimperial de Capote, exponente urna asociadas a estructuras tumulares dejarían paso de un ritual en cuyo horizonte también se encuen­ paulatinamente a fosas excavadas en el suelo que tran divinidades indígenas asociadas al culto impe­ suponen la primacía del individuo sobre los círculos rial (Berrocal Rangel, 1991). Sin embargo, estos funerarios tumulares. Los rituales de la necrópolis, santuarios indígenas, junto a sus divinidades, aca­ diferenciados en el tratamiento del cadáver, el ajuar barían, inmersas en un proceso de sincretismo reli­ y el rito en general, dejan abierta igualmente la gioso, ocupando un lugar en el panteón romano posibilidad, más que probable, de una coexistencia ( Blázquez Martínez, 1983; García y Bellido, 1991). dentro del mismo oppidum de grupos indígenas y En este sentido, las construcciones templarías de romanos, lo que refuerza el sentido que atribuimos Nertobriga y Mirobriga (con un evidente arcaísmo la a estos asentamientos. En este contexto, quizá no última de ellas) parecen reunir las claves que expli­ convenga perder de vista el papel que estos lugares can estos intercambios y la adecuación de unos y pudieran haber jugado también en la integración y otros modelos a las necesidades materiales y simbó• redistribución de las manifestaciones y elementos licas de sus constructores (Pastor y otros, 1992). celtibéricos constatados en todo el territorio extre­ meño durante estos siglos. Aunque el tema merece Vistas así las cosas, el proceso romanizador de la un tratamiento mucho más extenso que el de este región extremeña, en general, y de la Beturia, en apunte, queden como simples ejemplos la presencia particular, se vislumbra como una realidad en algunos de estos oppida del antropónimo Celtibera geoestratégica cada vez más compleja, en la que se (Pastor y otros, 1992), la adopción del sufijo -briga conjugan factores de muy diversa índole: militares, para sus denominaciones o la alta representación en económicos, demográficos y, por supuesto, político• el registro numismático de las cecas celtibéricas de administrativos. En dicha dinámica, la fundación Sekaisa y Titiakos, sin olvidar el controvertido caso de colonial de Mérida representará no sólo un nuevo Tamusia ( Sánchez y García, 1988; García y Bellido, paso adelante en la jerarquización del territorio, 1986 y 1995 ). Aunque las guerras de conquista y los sino la mejor expresión del Estado centralizado. conflictos civiles en el Valle del Ebro ya se han Plenamente asentada dicha estructura, la trama te­ apuntado en reiteradas ocasiones como marco y rritorial evolucionará sensiblemente en favor de una modelo de esta «celtiberización tardía» del espacio intensa ocupación del ámbito rural, que tiene en las extremeño, apuntamos -como simple hipótesis de villae a los grandes centros de producción agrope­ trabajo futura- el factor minero y los movimientos cuaria característicos del Imperio (Cerrillo, 1984; de población a él asociados como buenas justifica­ Aguilar y Guichard, 1993). Tras varios siglos relega­ ciones de dicho proceso de interacción con la do a un segundo plano, el modelo agrario volvía a Celtiberia clásica. ser reimplantado. En el plano religioso, el santuario rupestre de la 2.2. Recintos y fortificaciones de La Serena Cueva del Valle de Zalamea, aunque muy mal cono­ El panorama expuesto nos presenta un perfil de cido, puede servirnos de introducción a la evolución la región como un territorio inmerso en operaciones de este rasgo de identidad del mundo indígena ante militares diversas que concluyen con el estableci­ la Romanización. Un pequeño abrigo situado en una miento de un sistema unificado desde el punto de posición estratégica sobre la cuenca del Ortigas y vista político, económico y administrativo. En el con una excelente panorámica de la llanura de La transcurso de este proceso algunas áreas adquieren Serena, se utiliza como santuario y lugar de ofren- una relevancia especial. Circunstancias muy diver- 264 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ sas las convierten en auténticas zonas neurálgicas peso de la tradición, también referidas como recin­ para los intereses romanos, lo que se traduce en un tos tipo torre ( Ortiz Romero, 1985, 1990, 1991 y tipo de poblamiento diferenciado y en una evolu­ 1995). Los trabajos de sondeo y excavación se han ción peculiar a lo largo de las etapas de formación y centrado en este último tipo, dada su idiosincrasia, consolidación del nuevo marco de relaciones. Es el por lo que las torres serán objeto de un análisis más caso de la comarca de La Serena (Badajoz), donde detenido dentro de la secuencia que manejamos. sobre la base de su situación geográfica y su poten­ cial minero (vid. supra), se organizará un grupo de 2.2 .l. Fortificaciones asentamientos que la caracterizarán hasta el punto Asentamientos situados en las cresterías de las de hacerle recobrar el viejo protagonismo que tuvie­ sierras de la comarca. Tienen por ello accesos difíci• ra en la primera mitad del milenio. Ya se ha plan­ les puesto que se encuentran en alturas pronuncia­ teado en este sentido cómo la riqueza de los filones das. Sus murallas se disponen adaptándose a la metalíferos de La Serena constituye un factor deter­ topografía del terreno formando un espacio de habi­ minante para entender el asentamiento humano tación reducido y muy irregular. La extensión varía desde la Protohistoria. Abundan las galenas sensiblemente de una a otra dependiendo de la argentíferas, además de localizarse yacimientos de disponibilidad de espacio; algunas, como Villaverde cobre, hierro y cinabrio. Los criaderos de plomo y (Zalamea de la Serena) o Canchas de Merenilla plata son abundantes en las proximidades de (Quintana de la Serena), sólo se extienden en torno Castuera, en la penillanura de pizarras, siendo por a la cima de la sierra, mientras que otras cuentan lo general la comarca más plomiza al norte y más con varios recintos que las aproximan a la entidad argentífera al sur y este (Somoza de la Peña, 1875). de un poblado. Pero las fortificaciones no son pobla­ Estos recursos mineros, cuya explotación por parte dos en el sentido que entendemos este tipo de en­ de las poblaciones túrdulas aún no ha sido docu­ clave: su extensión es muy reducida y la habitabilidad mentada, conforman uno de los principales factores del sitio es escasa por las fuertes pendientes. explicativos de la ocupación romana de esta zona. Arquitectónicamente las fortificaciones tienen en Con la llegada de los romanos va a producirse, en la utilización del aparejo ciclópeo y en la existencia efecto, un cambio significativo que consideramos de una especie de torre-vigía en la parte más alta ligado a la revitalización de los elementos definidores sus rasgos más característicos. El Esparragal, en de la comarca: su situación estratégica como zona Higuera de la Serena, se sitúa en lo alto de una de contacto y la riqueza minera. Las excelentes con­ sierra ( 639 m.) y aparece como el paradigma del diciones físicas para moverse entre el Guadiana, tipo. Se dispone irregularmente por la cima organi­ Almadén y el sur peninsular hacen de La Serena zándose en dos recintos y una torre en la zona una posición de gran valor. Tropas y gentes van a ir superior. Esta torre, que recuerda a las del llano a afirmando la colonización del territorio desde una aunque de dimensiones más reducidas, se levanta época temprana y éste adquirirá así unos rasgos con bloques ciclópeos y sillarejo para las divisiones netamente militares. Es así como nos encontramos internas, consiguiendo una excelente panorámica en La Serena con unos asentamientos fortificados sobre gran parte de La Serena. Las línea de muralla de tipología diversa que rompen un tanto el patrón de los recintos inferiores delimitan un espacio de contrastado para el territorio extremeño y que se hábitat ocupando parte de las laderas del monte. convertirán en un elemento personalizador de la Prácticamente idénticas al Esparragal pueden enu­ zona, explicables en un tiempo extremadamente merarse las fortificaciones de La Dehesilla, Los Vue­ inestable que obliga a la fortificación de todo el los y El Banal (Valle de la Serena), Rincón de las espacio, tan definido geográficamente, de La Sere­ Yegüas (Zalamea de la Serena) o Puerto de la Cabra na. El valor estratégico de la comarca sería el (Don Benito), ésta última con un lienzo de muralla desencadenante inicial; las galenas argentíferas ha­ en su recinto inferior de 35 m. de longitud y una rían a partir de ahora el resto. Sobre dichas premisas, altura media de 4 m. Hoy existen catalogadas en La abordaremos la descripción y el análisis de las diver­ Serena un total de 11 asentamientos de este tipo. sas construcciones ciclópeas que se edifican durante estos siglos en esta comarca. Dicha diversidad nos En general, las fortificaciones, siempre asociadas obligó a realizar una clasificación tipológica que a los caminos, son establecimientos de gran valor ordenase algo el caos conceptual. Sobre la base de la estratégico en el control de los accesos a la comarca ubicación y la organización de los establecimientos, y de la circulación por el interior de la misma. El los dividimos en tres tipos: fortificaciones, recintos dominio visual que ejercen sobre el territorio es (en altura y en peñones) y torres, a menudo, por el exhaustivo, incrementado con una tupida red de CULTUR-\5 INDÍGEXAS Y ROMANIZACIÓN EN EXTREMADURA .. . 265

relaciones de intervisibilidad que abarca casi toda la de habitación en el entorno, por lo que los recintos comarca. No descartamos que en algunos casos pue­ en altura tienen un reforzado carácter de atalayas o da existir una relación estrecha entre este tipo de puntos de control seguramente dependientes de otros asentamiento y tradicione~ :ndígenas del mundo asentamientos de superior rango. Los materiales túrdulo. Los materiales no permiten mantener con cerámicos aunque son muy escasos, en varios sitios fuerza esta idea, pero lo cien. es que a la escasez de prácticamente inexistentes, coinciden técnica y cerámicas romanas hay que añadir que los restos de tipológicamente con los de las fortificaciones. superficie aparecen claramente \inculados a tipos Una variante de los recintos en altura encontra­ frecuentes en el ámbito indígena: fundamentalmente, mos en los peñones fortificados. Son núcleos de grandes vasijas de almacén de cuerpo globular, es­ espacio muy reducido, que ocupan sólo la parte caso cuello, bordes gruesos muy e::-..·Yasa dos y vuel­ superior del peñón rocoso en que se asientan. Su tos, cuencos de borde semicircular v pie anular indi­ escasa entidad apuntan a que fueran avanzadillas cado, así como fragmentos diversos de platos y de otros asentamientos, lugares destacados por ra­ ánforas de tipología ibero-púnica. zones estratégicas, aunque no es general la relación, En el estado actual de la investigación esta línea ni siquiera visual, con recintos o fortificaciones próxi• de trabajo está apenas apuntada y habrá que con­ mos. En este sentido, resulta de especial interés la trastar debidamente los indicios que sitúan a algu­ serie de peñones fortificados documentado en las nas fortificaciones en la órbita de las poblaciones inmediaciones de Hornachuelas, subrayado el ca­ túrdulas, lo mismo que las conexiones entre éstas y rácter militar de la ocupación del Matachel durante las torres del llano. No obstante más que apuntar en estos siglos. su conjunto al mundo indígena, las fortificaciones son expresión de la existencia de una organización 2.2.3. Recintos tipo torre territorial que responde a un modelo. Esto nos hace Prescindiendo de algunos aspectos que han veni­ situarlas en ese momen to de tránsito (siglos II-I do marcando el sentido de la investigación durante a.C.) en el que el sustrato indígena está desintegrán­ los últimos años, cuestiones diversas sobre las que dose al tiempo que surge una nueva estructura so­ ya se ha recapitulado (Ortiz Romero, 1995), es mo­ cial, política y administrativa, de la que en el ámbito mento ahora de centrar el análisis de las torres de del poblamiento el oppidum será su expresión más La Serena en su tiempo histórico, más allá del deta­ precisa. lle que podamos encontrar en cada uno de los yaci­ Las fortificaciones, empero, no son exclusivas de mientos. No estamos, por ello, en un punto donde La Serena. Con diferentes términos son conocidas la investigación se encuentre absolutamente cerra­ en la Siberia extremeña (Vaquerizo Gil, 1982 y 1986 ), da, lo que está muy alejado de la realidad, sino en Ciudad Real ( Silli<~res, 1980), Córdoba ( Fortea y una fase en que el verdadero sentido del problema Bernier, 1970), y en número destacado también en que suponen estos asentamientos sólo adquirirá su la zona de contacto de La Serena con las Vegas del auténtica dimensión si sabemos ubicarlos en una Gua diana ( Suárez de Venegas, 1986 y 1995). circunstancia histórica determinada. Todo ello nos lleva a tratar de forma sucinta la 2.2.2. Recintos en altura y peñones fortificados presentación y descripción de las características bá­ Los recintos situados en altura difieren de las sicas de los sitios, que tienen en la excavación siste­ fortificaciones en que son estructuras de planta re­ mática de Hijovejo (Quintana de la Serena) su mo­ gular. Siguen manteniendo la ubicación en las sie­ delo, algo por lo demás ya bien conocido en la rras buscando puntos estratégicos al pie de corredo­ bibliografía, y centrarnos en algunas claves que con­ res naturales y zonas de paso. Todos responden a un sideramos fiel reflejo de los elementos estructurales modelo prefijado que presenta pocas variantes: plan­ de las torres, tras lo cual definiremos el marco expli­ tas rectangulares y cuadrangulares, de muros cativo que manejamos: a) las construcciones y su ataludados levantados con bloques ciclópeos sin tra­ concepción; b) la ocupación del espacio; e) la vincu­ tar dispuestos en seco. Sus dimensiones oscilan en­ lación con la minería del plomo, y d) las torres en el tre los 10-15 m. para los más pequeños (Peñón de la tiempo histórico. Torrecilla, Altezuela, Argallenes, Cerro de la Torreci­ lla ... ) y los 15-30 m. para los de mayor entidad a) Las construcciones y su concepción como Sierra de los Pinos (Castuera) o Plaza de los Repartidas en número de 32 por la llanura central Moros (Monterrubio de la Serena). Salvo el espacio de la comarca y los caminos de acceso a la misma, interior del recinto, no existen restos de estructuras son asentamientos de acusado carácter utilitario. 266 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ

Sus dimensiones son reducidas, aunque se organi­ organización y con una economía de recursos consi­ zan por lo general en varios espacios en función del derable. número de recintos de que consta. El sector princi­ pal, aquél que encontramos delimitado en la zona Otros, como Hijovejo o El Equivocao apuntan en central de la torre y donde se encuentran las estan­ una dirección distinta. El recinto torre de Hijovejo, 2 en Quintana de la Serena, ha devenido en gran cias de habitación, tiene operativos entre 50 y 80 m • El aparejo ciclópeo es una constante, utilizándose medida en el modelo de todo el conjunto. Se trata para ello bloques sin desbastar o poco tratados que de una construcción en la que se pueden apreciar se colocan uno sobre otro en seco y con la ayuda de los rasgos básicos del grupo de torres de La Serena, cuñas y ripios. Las edificaciones tienen plantas cua­ ofreciendo también algunas peculiaridades que han drangulares y previamente han necesitado de sido de gran interés para conocer el funcionamiento explanaciones y acondicionamiento de los sitios ele­ de estas construcciones. Así, un recinto irregular, de gidos. Globalmente forman un núcleo homogéneo tendencia cuadrangular, se levanta sobre varios bo­ bien deferenciado de otros grupos de recintos del los de granito que forman lo que en la zona se sur y oeste peninsular con los que comparten algu­ conoce como un canchal. La elección del sitio plan­ nas técnicas constructivas, aunque las torres no son teó no pocas dificultades a sus constructores. Fue el tipo de construcción que definen estos núcleos de necesario acondicionar, rellenando los huecos inte­ recintos (Ortiz Romero, 1995; Maia, 1986; Moret, riores que formaban los grandes bolos de granito, 1990 y 1995) (Fig. 5). antes de disponer los lienzos de muralla. Dado que el interés del sitio estaba en la posibilidad de levan­ tar el recinto sobre el granito, los constructores Hay que destacar que desde la homogeneidad del debieron emplearse a fondo para conseguir unos conjunto de torres hay sensibles diferencias entre muros de más de 5 m. de altura sobre el nivel del ellas en diversos aspectos entre los cuales destaca suelo apoyados en algunos tramos directamente so­ especialmente la concepción, y por tanto la entidad, bre los bolos de granito. Las dificultades que pre­ de cada uno de los asentamientos una vez los abor­ sentaba esta elección, con algunos tramos frágiles damos de forma global. Cuando algunos recintos por las posibilidades de desplazamiento de los gran­ dan sensación de responder a una construcción con­ des bloques, llevó a reforzar la anchura de los lien­ cienzuda, donde casi nada se deja a la improvisa­ zos de muralla para ganar estabilidad. La economía ción (Hijovejo, Equivocao, Portugalesa ... ), otros en de piedra que suponía emplear en los lienzos las cambios apuntan a una construcción muy rápida, caras de los bolos naturales obligaba, sin embargo, a donde no parece que exista más ocupación que la un trabajo extra de cortado y acondicionamiento de determinada por una circunstancia muy concreta. los mismos, así como a asumir grandes dificultades Son recintos de corta vida, con escasos restos mate­ en la colocación de sillares y en la trabazón de las riales en superficie y una fábrica que apunta a cierta líneas de murallas. improvisación por parte de quienes los construye­ ron. Es el caso del típico recinto torre de La Venta, Es evidente que los constructores de Hijovejo se en Castuera, que, gozando de todos los elementos emplearon a fondo para levantar el recinto, pero la estructurales que nos llevan a definir el tipo, se nos elección del sitio y el modo en que se aprovecha lo muestra con un aparejo descuidado, con bloques de que el lugar ofrece apuntan a ciertas urgencias. cuarcita sin desbastar cuando en las inmediaciones Hijovejo debió levantarse en muy poco tiempo con abunda el granito. Los bloques no están bien en­ arreglo a un modelo simple y bien conocido; poste­ samblados y algunos problemas de índole técnica, riormente, ya controlado el sitio, vinieron varias como la existencia de un terraplén que dificulta la reestructuraciones que no hicieron otra cosa que ubicación del recinto están mal solucionados. Es un reforzar el carácter defensivo de la torre mejorando recinto, en suma, que manejando variables perfec­ sus defensas. Es así como se modifica la zona este tamente objetivables de cara a definir si han sido formando una especie de patio ante la angosta en­ aprovechadas las energías y recursos disponibles trada, y se levanta el bastión norte recreciendo la para conseguir una buena obra, nos muestra un muralla a lo largo de todo el sector. Es muy posible resultado muy por debajo de la capacidad técnica de que estas fases constructivas vinieran en gran medi­ sus constructores. A similares conclusiones se pue­ da impuestas por las urgencias que impulsaron el de llegar analizando los recintos de La Regertilla, levantamiento de la torre en el lugar que ocupa. Avenoso, Rincón Porquero o La Dehesilla. En líneas Esto es así porque los derrumbes debieron ser mo­ generales, se trata de recintos de pequeñas dimen­ neda corriente en los primeros años, cuando la planta 2 siones (en tomo a los 30 m ), muy sencillos en su cuadrada irregular del recinto acusaba la inestabili- . - -&..., 1 • ' ~ •, . •,

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Figura 5.-Núcleo de recintos-torre de La Serena (Badajoz). /) Mingorramos. 2) Pantano del Zújar. J) Cerro del Tesoro. 4) Portugalesa. 5) La Torre. 6) Cerro Porta. 7) Torruco. 8) Cabeza Redonda. 9) Moruchas. 10) Cañabandera. JI) Egida del Gravamen. 12) Hijovejo. 1J) Las Huertas. 14) Castillo de Moros. 15) Hijovejo/2. 16) Dehesilla. 17) Castillo r. del Equivocao. 18) La Mata. 19) Recinto de N Cancho Roano. 20) Cerro del Tesoro. 21) Andaque. 22) La Venta. 2J) Chozo Blanco. 24) Torruquillo. 25) Avenoso. 26) Torrecilla. 27) Regertilla. 28) Cerro del Castillo. 29) Dehesa Boyal. JO) Rincón o­ Porquero/ l. JI) Torrucha. J2) Rincón Porquero/2. -._¡ 268 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ dad de los grandes bolos de granito que le servían construcciones hicieron que la obra ya no fuera de base, lo que obligó a reforzar el recinto en mu­ necesaria. Del intento nos ha quedado una plata­ chos puntos. Hijovejo, pues, no es una obra menor y forma sobre el canchal granítico, con bloques de dentro de su sencillez no está exenta de cierta com­ caras planas que salvaban las irregularidades del plejidad. Necesitó de tareas de acondicionamiento terreno complementados con un empedrado muy dificultosas, la obra hubo de precisar del concurso regular. de un gran cúmulo de energías y se debieron buscar soluciones arriesgadas para algunos problemas téc­ b) La ocupación del espacio nicos. El modelo original fue creciendo en compleji­ dad tras las sucesivas fases, y el recinto fue ganando Sobre la ubicación y la elección de los sitios, la en empaque al tiempo que se convertía en un nú­ búsqueda de un hilo conductor que englobe todas cleo con excelentes defensas. Hijovejo responde así las unidades que componen el conjunto de torres a la plasmación de un modelo preciso que necesita­ plantea ciertas dificultades. De entrada no hay una ba de unas circunstancias muy concretas: el llano y absoluta concordancia entre las torres en lo referen­ la necesidad de fortificar férreamente un espacio te a los sitios elegidos para ubicarse, aunque sí es muy reducido (Fig. 6 y Lám. II). Elementos y cir­ fácil detectar una constante en todas ellas. Se trata cunstancias que concurren también en otros recin­ de un elemento que incluso va más allá de lo que tos de primer orden como pueden ser La Portugalesa, podía ser un análisis puramente técnico de cada El Equivocao o Esparragosa. Con algunas peculiari­ uno de los yacimientos y que nos adentra en el dades en La Portugalesa derivadas del empleo de terreno de lo conceptual. De entre las múltiples grandes lajas de pizarra como materia prima, todos opciones que el relieve y el paisaje de La Serena tienen en común el ser obras de cierta envergadura ofrece para situar un espacio fortificado que asegure desde el punto de vista arquitectónico. un control exhaustivo de la misma, tal y como se deduce de las defensas que se organizan, las torres Esta diversidad dentro de un modelo que es bas­ optan por el más arriesgado: el llano interior de una tante homogéneo nos traslada hacia la coyuntura comarca abierta. Un factor determinante en el ori­ misma de la construcción de estos sitios, a las gen y en la finalidad de estas construcciones las razones últimas que decidieron la obra en un mo­ obliga a situarse en una teórica zona de riesgo visto mento y en un contexto concreto. No tiene, por lo el despliegue defensivo que las torres desarrollan, lo demás, nada extraño que una misma coyuntura que a la postre acabará personalizando este tipo de haya generado obras de cierta envergadura y pres­ asentamiento. tancia y al mismo tiempo también otras de segundo nivel: más livianas, peor situadas estratégicamente, Este motivo, que intentaremos desgranar en las con una ocupación escasa ... Algo que se infiere de páginas siguientes buscando una explicación histó• algunos recintos que no se ajustan exactamente al rica, es el que hace que las torres relativicen su modelo que manejamos, fundamentalmente por la potencial defensivo/ofensivo despreciando otras op­ concepción del sitio y por las técnicas constructivas ciones desde el punto de vista práctico mucho más utilizadas, que . acusan de cierto primitivismo. Se operativas: sierras, lomas, peñones ... El asentamiento trata de torres de mayor tamaño, rectangulares, se construye sobre una contradicción: debe instalar­ simples por no disponer de varios anillos en torno se en pleno corazón de La Serena, en una llanura suyo y buscar únicamente la defensa que propor­ donde tiene que buscar posiciones que garanticen cionan los grandes bolos del canchal granítico. Son una buena defensa, algo que en muchos casos se los recintos de la finca de Cancho Roano, en Zalamea hubiera logrado con apenas desplazar la torre unos de la Serena, o Castillo de Moros, en Quintana de la centenares de metros. No hubiera sido, no obstante, Serena, que con un aparejo realmente ciclópeo de lo mismo de darse esta circunstancia. Las torres bloques sin apenas desbastar organizan un comple­ están obligadas a situarse donde están, porque el jo defensivo bastante limitado pese a lo aparatoso control que mantienen debe hacerse justamente des­ de la materia prima utilizada. A todo lo cual, posi­ de esas posiciones de fácil acceso. Este factor es blemente, no fuese ajena cierta improvisación a la dominante en el conjunto y podría considerarse el hora de levantar los recintos. O como El Torruquillo verdadero hilo conductor del mismo. No hay ningu­ de Castuera, que ni siquiera llegó a ser tal porque na otra cuestión que se refiera a la ubicación de los apenas acondicionado el sitio y construida la plata­ recintos tipo torre que nos aproxime a otras lecturas forma donde se iba a levantar se abandonaron los del fenómeno: aprovechamiento de vegas de ríos o trabajos. Circunstancias desconocidas pero fácilmen­ arroyos con finalidad agrícola, búsqueda de espacios te explicables en el contexto en que situamos estas ganaderos, pretensión de ocultarse ... CULTURAS INDÍGENAS Y ROMANIZACIÓN EN EXTREMADURA ... 269

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MUROS MAESTROS

1 • - ! BERROCAL GRANITICO INTEGRADO EN LA MURALLA -~·

TORRE ADOSADA

Figura 6.-P/animetría de Hijovejo (Quintana de la Serena, Badajoz) . 270 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ

El factor localización apunta directamente a las procedentes de algunas minas de Castuera, se en­ comunicaciones, y, en efecto, prácticamente todas cuentran en el MAP de Badajoz (Romero de Castilla, las torres están relacionadas con los viejos y nuevos 1896; Mélida, 192 5; Chico y Rubio, 1982). caminos que discurren por La Serena, ya sean docu­ Como suele ocurrir con las cuestiones mineras, mentadas calzadas romanas que pasan por las in­ donde no abundan los trabajos de campo y los mediaciones ( Hijovejo, Dehesilla, Regertilla, Cerro materiales aparecen muy a menudo completamente del Tesoro, La Venta ... ), ya viejos caminos que mar­ descontextualizados, La Serena pasó a ser con este can un tránsito muy antiguo remontable a secuen­ escaso bagaje al que se sumó la evidencia de una cias muy anteriores en el tiempo (Andaque, Cerro explotación intensiva durante el siglo XIX, una po­ Porra, Mingorramos, Portugalesa, Torruco ... ). Estas sible zona minera de interés arqueológico. La pre­ tradicionales zonas de paso alcanzan su concreción sunción adquirió carta de naturaleza con el testimo­ en la disposición de las torres a lo largo de los nio de Somoza de la Peña, ( 1875) luego confirmada escasos cursos de agua de la comarca: el Ortigas y el sobre el terreno parcialmente en prospecciones que Zújar. En conjunto los recintos, a nivel macro, se hemos realizado en la zona de galenas argentíferas sitúan en La Serena disponiéndose por los accesos a prox1ma a Castuera. De entre las alabanzas de la misma: frente que forman las torres de Andaque, Somoza a la riqueza de los filones de galena La Venta, Avenoso, Chozo Blanco, Torruquillo, De­ argentífera de La Serena, ciertamente interesadas hesa BoyaL Torrecilla y Regertilla por el SE, y por su implicación en el negocio minero, pero fia­ Moruchas, Cañabandera, Egido del Gravamen y Huer­ bles porque demuestra ser un hombre riguroso y tas por el Norte. En el interior, si consideramos La ecuánime en sus juicios, podemos colegir el enorme Serena como una gran plataforma de llanuras ro­ interés de la zona y cómo esto deviene en una deadas por sierras de mediana altitud que la con­ explotación por los romanos que parece fue intensi­ vierten en un espacio bastante autónomo y específi• va: «... fue, no hay duda, teatro de grandes operacio­ co, es recorrida por torres que se disponen por el nes mineras, de multiplicados talleres de beneficio, curso del Ortigas y otras que se dispersan por el que de ello existen señales indelebles en todo este llano: alineadas por el Ortigas encontramos las to­ dilatado campo, y algunos puntos de la zona, pero rres de Rincón Porquero, Cerro del Tesoro, Dehesilla, esto sucedió en remota fecha, siendo después todo Castillo de Moros, Hijovejo-2 e Hijovejo, mientras relegado al olvido, efecto de cataclismos sociales ... » que dispersa por el centro se encuentran las de (Somoza de la Peña, 1875: 2). En algunos filones se Castillo del Equivocao, La Mata, La Torre, o El apreciaban trabajos romanos «hasta la profundidad Torruco. de cien y más metros, si bien en la mayoría de los casos no pasa de diez a sesenta metros». Se trataba e) Recintos torre y minería del plomo de labores a cielo abierto, a zafarrancho, que se­ Sobre la funcionalidad de los asentamientos des­ guían los filones de los criaderos buscando galena y de el origen de nuestros trabajos manejamos la plata a la vez que despreciaban otros metales. Las posibilidad de que existiese alguna relación entre referencias de Somoza a trabajaderos romanos en la las torres y los recursos mineros de La Serena. Es zona de Castuera son numerosas, de lo que deduce justo reconocer que este planteamiento respondía interesantes ideas sobre el nivel tecnológico utiliza­ más a consideraciones teóricas que trataban de bus­ do en la antigüedad, los métodos de explotación o car razones objetivas a la presencia de los yacimien­ las razones del abandono de las minas sobre lo que tos y sus características, que a lo que el registro intuyó una crisis que acabó con ellas: «las investiga­ arqueológico estaba en disposición de ofrecernos. ciones recientes inducen a creer que en remota fe­ De esta forma, planteamos la necesidad de valorar cha fueron abandonadas estas minas violentamen­ el peso específico de la minería en la organización te, tal vez a impulso de un trastorno político-social y del espacio y en la estructura del poblamiento no por esterilidad, porque se ve que la metalización iberorromano de La Serena (Ortiz y Rodríguez, 1987). mejora a medida de su profundidad, siendo más Para ello apenas se contaban con unos pocos datos notable esta ventaja después de los ochenta metros» que servían sólo para apuntar posibilidades más que (Somoza de la Peña, 1875: 29-30). para confirmar realidades. La minería del plomo en Lo cierto es que de esa explotación antigua a gran La Serena era, y en gran medida sigue siendo, una nivel tenemos pruebas en la pujanza que alcanza la gran desconocida. Durante todo un siglo la única referencia al potencial minero de la zona y su inci­ dencia en el poblamiento antiguo no ha pasado de Lámina II.-Recinto-torre de Hij"ovejo (Quinta na de la Serena. Badajoz). una mención tímida al conjunto de materiales que, ~ ILZ ... WflQVWa:l:I.LXB: NB: NQIJVZINVWO~ J... SVN3:8JQNI SWfl.l1flJ 272 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ zona minera de Castuera a partir de finales del siglo como Los Castillejos se encuentran dos recintos lo­ pasado. La mina de mayor entidad de este tiempo, calizados en sendas lomas de cierta altura separadas Miraflores, de donde proceden la mayoría de los por una vaguada por la que discurre un arroyo. El útiles mineros del Museo de Badajoz, dedica gran recinto situado más al Norte (Castillejos-!), tiene parte de su actividad sólo a procesar las escombreras planta rectangular y unas dimensiones de lO m . de romanas, de las que extrae gran cantidad de mine­ longitud por nueve de anchura. Está construido con ral. Lo mismo ocurre en la mina Alondra (con una grandes bloques de cuarcita y arenisca bien desbas­ galena muy rica en plata), la Gamonita o Tetuán, tados y escuadrados. Los sillares se disponen en minas éstas donde los trabajos romanos alcanzaron seco, unidos entre sí por ripios. La anchura media gran profundidad, lo que hace buena la afirmación de los muros es de 1,50 m . Castillejos-2 tiene planta de Hernández-Pacheco ( 1902) cuando apuntaba que cuadrada, de 8,50 m. de lado y una anchura media era indicio desfavorable para emprender trabajos de los muros de 0,90 m. En el interior de la estruc­ mineros el hecho de que en el sitio elegido no tura, se observa una división correspondiente a al­ hubiera restos de labores antiguas. Minas romanas guna habitación. En cuanto a la técnica constructi­ fueron también la de Los Cruzamientos, La Suerte y va, difiere un tanto de Castillejos-! puesto que el La Prevención, además de los numerosos trabajaderos aparejo es de sillarejo. La cerámica romana es abun­ de menor entidad que todavía salpican la comarca dante en Castillejos-2 mientras que en Castillejos-! (Lám. III). apenas hay cerámica: sólo algunos fragmentos, muy escasos, de formas globulares con alisado superficial Planteado la importancia del factor minero como y tonos anaranjados tan frecuentes en las fortifica­ elemento impulsor del poblamiento en la comarca ciones de La Serena. Tipológicamente los sitios son (Ortiz Romero, 1985), poco a poco el registro ar­ bien diferentes, aunque bien es verdad que la ubica­ queológico iba acompañando el discurso teórico que ción, organización y lo que parece ser su finalidad elaborábamos para explicar el conjunto de torres. La los aproxima. Castillejos-! es un recinto en altura riqueza de la comarca en filones de plomo argentífero semejante a los ya referidos de Sierra de los Pinos era un factor clave para entender el devenir históri• (Castuera) o Plaza de los Moros (Monterrubio de la co de la misma y el estudio de los recintos adquiría Serena), concebido y trazado con un buen aparejo rasgos de interés con este componente. Es así como ciclópeo dentro de los mismos parámetros de los de la minería del plomo se convierte en un recurso de La Serena y zonas limítrofes. Castillejos-2, sin em­ primer orden para calibrar el asentamiento romano bargo, difiere de su vecino en cuanto a su concep­ en La Serena y las pautas económicas del mismo. ción, más próximo a las atalayas-fortines relaciona­ Dentro de ese marco las peculiaridades de la zona das con algún asentamiento de más entidad como en cuanto a la estructura del poblamiento aparecen puede ser la de Los Castillejos del Zújar (Cabeza del claramente vinculadas a este factor. Los recintos­ Buey). torre y todo el entramado de recintos en altura, en peñones y las fortificaciones, debieron tener como Con todas las limitaciones que impone un análisis trasfondo el potencial minero de la comarca y la de superficie, los dos núcleos de Los Castillejos de explotación de sus galenas. Algo que, por lo demás Azuaga resultan de gran interés dentro del estudio resulta un proceso que va a desarrollarse por gran del poblamiento romano que se articula en el siglo I parte de la Baja Extremadura durante el siglo I a.C. a.C. Y esto es así porque aparecen claramente vincu­ hasta la crisis que afecta a la minería en el II d.C. lados a numerosos recintos de La Serena desde el ( Sánchez León, 1978). punto de vista tipológico, porque pudiéramos estar ante un nexo entre el núcleo de recintos andaluces Es aquí donde hay que situar las explotaciones y el extremeño, y, más que nada, por la relación de mineras de la zona de Azuaga que, aunque tal vez estos asentamientos con la minería del plomo. Efec­ hayan gozado de mejor suerte en la bibliografía tivamente, Los Castillejos de Azuaga se encuentran arqueológica que las de la vecina comarca de La en plena zona minera, a escasos 4 km. del oppidum Serena, están cuando menos exactamente al mismo situado sobre el Castillo de Miramontes, referencia nivel (Domergue, 1970 y 1987). Un elemento que ineludible sobre la industria del plomo en el primer permite conectar ambas zonas mineras desde el pla­ cuarto del siglo I a.C. y al pie de varios registros no estrictamente arqueológico es la localización a mineros en filones de galenas argentíferas (Domer­ unos 4 km. de Azuaga en dirección a La Cardenchosa gue, 1970). Estos trabajos son idénticos a los que de dos núcleos fortificados que pudieran estar rela­ cionados con modelos de asentamientos ya bien Lámina III.-Trabajos de m inería antigua en di versos puntos de La contrastados en La Serena. En el sitio conocido Serena (Badajoz). ~ ···wnaVWtnilX3: N3: NQIJVZINVWOH X SVN3:~JGNI SWfll1fl:::> 274 PABLO ORTIZ ROMERO, ALONSO RODRÍGUEZ DÍAZ hemos prospectado en La Serena, en los que se (Quintana de la Serena), Regertilla (Zalamea de la sigue el filón con la técnica del zafarrancho atacan­ Serena), Equivocao (Malpartida de la Serena). En do la veta a cielo abierto. Definitiva resulta la pre­ La Portugalesa (Campanario) apareció una torta de sencia en Castillejos-2, junto al recinto en su ladera fundición de plomo producto del trabajo in situ del oeste, de dos bocas de mina de época antigua. De mineral (Rodríguez y Ortiz, 1990); en Hijovejo, den­ pequeñas dimensiones, irregulares, ambas son testi­ tro de la estancia 8, que una vez amortizada sirvió monio de la explotación de las galenas en el sitio, de basurero, localizamos restos de escorias de plomo por lo que tal circunstancia parece directamente junto a un cúmulo de carbones, tierra y piedras relacionada con la existencia del hábitat fortificado quemadas. Son, no obstante, indicios de una rela­ inmediato. Todo ello, en suma, viene a añadir argu­ ción, más que la constatación indudable de una mentos a la importancia de la zona minera de explotación del plomo en las mismas torres para su Azuaga, que jugó un papel destacado en las guerras posterior puesta en circulación, lo que nunca hemos sertorianas, según se desprende del depósito de pensado por la misma distribución de las torres. aproximadamente mil novecientos glandes con la Sin embargo la distribución espacial del conjunto inscripción Q.MET/Q.ME publicado por Domergue. de torres sí que apunta claramente a la necesidad de Idéntico papel parece reservado al área de la actual tener controlada la comarca y sus accesos (y, por Hornachos, donde -como quedó reflejado en su mo­ ende, su potencial minero). De hecho, el grueso de mento- se documenta una explotación intensiva de las torres no está siquiera en la zona de mayor las galenas capitalizada por el oppidum de Horna­ riqueza en plomo argentífero, que es la penillanura chuelas. de pizarras cámbricas, en un triángulo que forman Así, más allá de la vinculación que supone la Castuera, Cabeza del Buey y las sierras de Orellana. proximidad geográfica y el hecho de compartir un La estrategia de ocupación del espacio que suponen recurso económico que se revela como extraordina­ las torres y el conjunto de hábitats fortificados apunta riamente importante durante el siglo 1 a.C. y en el claramente a la existencia de un vector económico mismo modelo poblacional desarrollado por los ro­ que esté a la altura del esfuerzo desarrollado en la manos, Azuaga y La Serena parecen compartir tam­ construcción de estos asentamientos. Y ese vector bién cierto protagonismo en una misma coyuntura no puede ser otro que la minería del plomo, que histórica. En este sentido, los hábitats fortificados convierte en una urgencia la necesidad de mantener r que se sitúan en las cresterías y peñones de las el control de zonas estratégicas en determinadas sierras que separan la campiña de Azuaga de La coyunturas históricas. Serena cobran especial interés. Se trata de un grupo d) Las torres en el tiempo histórico de asentamientos que siguen el modelo de fortificaciones y recintos en peñones definidos para Si bien el proceso económico que hemos reseñado La Serena, con escasas diferencias. La concentración parece estar acotado cronológicamente, se presen­ en la zona apunta a un objetivo preciso: el control tan algunas dificultades que reducen la concreción de la zona de contacto entre ambas comarcas si­ cuando desde ese mismo proceso nos situamos en el tuando enclaves en las alturas que se abren a la modelo del poblamiento. Los oppida parecen dejar campiña, en los pasos interiores de las sierras que clara su orientación minera, al igual que varias las separan (Guindo, La Nava) y al pie del valle de fortificaciones y recintos en altura como el Castillo La Serena (Aguillas de Córdoba, Peraleda ... ). de la Nava (Zalamea de la Serena), Castillejos de Azuaga, o Castillejos de Garlitos. Las dificultades Todo esto aproxima la problemática de los hábitats que al respecto presentan las torres no es óbice para fortificados tan característicos de La Serena al tema que insistamos en un planteamiento global, donde minero, pese a las dificultades que al día de hoy integrando variables ya enumeradas, estemos en puedan existir para relacionar los diferentes condiciones de fijar un marco histórico que explique asentamientos fortificados entre sí. Ciertamente los el origen y desarrollo de tan peculiar tipo de asenta­ elementos que relacionan a torres con minería son miento. A esto nos conduce la valoración que hace­ de escasa entidad si nos referimos a los hallazgos, mos de la estructura de las torres, que creemos aunque ya estamos viendo cómo el entorno cultural básicamente militar, de su dispersión geográfica, y e histórico nos va proporcionando cada vez más de las referencias cronológicas que han proporcio­ claves sobre el particular. De una relación directa nado las excavaciones que nos sitúan, como marco entre torres y minería del plomo nos queda eviden­ general, en el siglo 1 a.C. Todo lo cual parece dejar cia en la presencia en superficie de escorias de fun­ suficientemente establecido el tiempo concreto en dición en algunos yacimientos: Egido del Gravamen que estos yacimientos tienen su momento de es- CULTURAS INDÍGENAS Y ROMANIZACIÓX EX EXTREMADURA ... 275 plendor: la crisis generada por los conflictos civiles glandes de plomo de Azuaga ( Domergue, 1970). Sirl de la República. La aceleración del control de las embargo, si a esto unirnos los últimos trabajos de minas por el Estado romano a finales del II a.C. Hornachuelos parece claro que tal coyuntura histó• desató un período de conflictividad que tiene como rica aparece directamente ligada a la cuestión mine­ escenario las zonas mineras de Sierra Morena y su ra. Y es ahí donde parece inscribirse la eclosión de entorno en un proceso asociado a movimientos de hábitats fortificados de tipo ciclópeo de La Serena, tropas, destrucciones y ocultaciones monetales como fruto de una estrategia por el control de las ( Chaves, 1994). Durante toda la primera mitad del I zonas mineras de la Baja Extremadura. a.C. las condiciones no debieron variar mientras se A mediados del siglo I a.C. concluyen el fin de las consolidaba la conquista. Será ahora, en el fragor de tensiones ligadas a los conflictos civiles. Muchas de la grave crisis política que aqueja a la República y las torres de La Serena sufren a partir de ahora una que se concreta en las guerras civiles, cuando un reorientación que les lleva a abandonar su perfil asunto adquirirá por mor del devenir bélico una militar para convertirse en establecimientos aban­ extraordinaria importancia: el acceso a las zonas donados en torno a los cuales surgen pequeñas mineras y la explotación de las mismas. explotaciones agrícolas, tal y como comprobamos en En el conflicto sertoriano García Mor á ( 1991) ha Hijovejo o Castillo del Equivocao. Esto no impide destacado cómo Metelo, del 78 al 76 a.C. queda que algunas torres pudieran mantenerse durante la abocado a una posición defensiva lastrado por la segunda mitad del siglo I a.C. plenamente operativas, urgencia por controlar los centros mineros de la tal vez por su situación estratégica, perpetuando el Ulterior. Se organizará así un muy amplio, sentido del conjunto en un tiempo aún necesitado que abarcaba desde el Alentejo portugués hasta el de enclaves de carácter militar. Estos hábitats forti­ Guadiana para seguir por Sierra Morena hasta las ficados ciclópeos debieron ser útiles en el control de cuencas altas de los ríos Guadalquivir y Segura. Este los pasos y los caminos, bien ubicados en las sierras limes se articularía en cinco núcleos: Alentejo; su­ y peñones como continuadores de una tradición roeste de Badajoz y norte de Huelva; campiña de constructiva y funcional arraigada en la zona. En Azuaga-La Serena; Los Pedroches; y suroeste de este sentido la política de César insistió en crear y provincia de Ciudad Real. Toda la frontera estaría consolidar puntos defensivos para lo que elevó a la jalonada por ricas regiones mineras, la sierra de categoría de municipia algunos oppida ( Stylow, 1991 ). Caveira y Aljustrel en el Alentejo, las cuencas del En La Serena contamos con el testimonio de Ivlipa Tinto y el Odie!, el distrito minero de Azuaga y La (Zalamea de la Serena) que, según García y Bellido Serena, la cuenca del Genil, y los yacimientos de ( 1963: lO), debió ser una fundación cesariana con Linares-Baeza (García Morá, 1991: 125). En esta estatus de colonia latina más tarde transformada en distribución de fuerzas entre Sertorio y Metelo el municipio flavio. ¿Fue sobre el Artigi que aparece Guadiana actuaría como una banda de seguridad en las fuentes y que hizo a Plinio (III, lO) referir desde la que Metelo pretendería dos objetivos: a) Artigi quod Ivlienses? Aunque por el momento no defender los centros mineros; y b) organizar una estamos en condiciones de dar una respuesta defi­ barrera que limitase las razzias hacia el valle del nitiva a dicha interrogante, lo cierto es que el con­ Guadalquivir. Esta estrategia insiste en algo ya clá­ texto en que se inscribe nos permite mirar con sico como es hacer de la Beturia un hinterland pro­ nuevos ojos la Edad Antigua en Extremadura. tector del desarrollo del valle del Betis, garantizan­ do así el asentamiento de colonos en la Bética, algo BIBLIOGRAFÍA que se está intentando desde mediados del II a.C. (Knapp, 1977; Roldán Hervás, 1978: 119). AA.VV. (1985 ): Materiales para el estudio geográfico de La Serena. Badajoz. La «Beturia Túrdula» recobraría aquí su VIeJo AA. VV. ( 1995): <

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