Facultad de Filosofía y Humanidades Departamento de Literatura Magíster en Literatura Latinoamericana

Misivas en resistencia: cartas de mujeres durante la dictadura civil-militar chilena.

Tesina para optar al grado de Magíster en Literatura Latinoamericana

Por

Valentina Pacheco Parra

Director de Tesis: Juan José Adriasola

Santiago de , diciembre 2017

AGRADECIMIENTOS

Desde comienzos a fin, un trabajo de investigación tiene una carga colectiva que excede a la unicidad de su autora. Es por ello, que primero quisiera agradecer a mis amados padres, Teresita Parra y Freddi Pacheco. Quienes han motivado y acompañado cada paso en estos años de cariño por el estudio histórico y literario, avivando siempre las inquietudes e inculcando una sensibilidad social y política.

También a mi entrañable amigo Gerardo Cruz quien, desde su cariño y visión crítica, ha leído y comentado estas páginas. Gracias por las largas conversaciones, por tu contención en el peso de lo cotidiano y por todos estos años de apoyo y amistad.

Para mi querida amiga Valentina Alvarado, por su confianza, incondicional cariño y por darme una de las mejores noticias mientras realizaba este estudio, el futuro nacimiento de Emma que me ha llenado de entusiasmo y alegría en este tiempo.

Infinitos agradecimientos para Juan José Adriasola por guiar cada una de las ideas que se materializaron en esta investigación. Le agradezco el compromiso y la calidad humana que ha tenido para acoger cada inquietud, sobre todo cuando esto parecía ser una tarea desbordante y de nunca acabar.

Este estudio es para ustedes y para aquellas mujeres que, generosamente, nos legaron sus cartas para ser leídas con un compromiso social y político. A ellas y ellos les hablo en las siguientes páginas, desde una sensibilidad con nuestro pasado reciente, desde la responsabilidad de enfrentar el presente y desde un conjunto de sueños a futuro que podemos compartir.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ...... 1 Desde dónde se escribe: contextualización histórica y posicionamiento de las cartas ...... 6 Algunas consideraciones teóricas: géneros menores, epístola y memoria ...... 14 Apuntes sobre la perspectiva de género ...... 24

I CAPÍTULO: Construcción de comunidades: emisor, receptor y lector ...... 30 Cartas de petición: aproximación de un emisor privado a un receptor público ...... 32 Cartas de Gabriela Richards: formas de exteriorizar el aislamiento de la prisión...... 44 De un yo a un nosotras: intercambio epistolar entre Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo ...... 54

II CAPÍTULO: Representaciones de lo femenino: un acercamiento a cómo las mujeres leen e interpretan sus experiencias ...... 64 Cartas de petición: espacios desestabilizados y transgresión de la cotidianeidad ...... 68 Gabriela Richards: sobre las complejidades del entramado identitario ...... 78 Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo: intersticios entre lo político y lo personal ...... 85

III CAPÍTULO: Narrativa en contexto de crisis y puntos de fuga: la carta como dispositivo político en la reconfiguración de los sujetos y sus espacios de acción/enunciación ...... 98 Imaginarios sociales y construcción de categorías colectivas ...... 100 Crisis en los límites simbólicos del espacio: reconstrucción de lo político y lo cotidiano 113

CONCLUSIONES: Algunos aportes a las representaciones del pasado reciente para nuevas miradas de las narrativas femeninas en dictadura ...... 126

BIBLIOGRAFÍA ...... 132 Corpus ...... 132 Bibliografía citada y referenciada ...... 133

ANEXO: CARTAS DE PETICIÓN ...... 139

INTRODUCCIÓN

La presente investigación, profundiza en la escritura femenina dentro del campo del género epistolar, bajo un contexto de constantes rupturas provocadas por la violencia ejercida durante la dictadura cívico-militar chilena (1973-1990), que atravesaron hasta lo más profundo de la estructura social. En este escenario las plataformas de enunciación fueron limitadas para quienes compusieron la oposición al régimen totalitario, al mismo tiempo que este levantó un discurso cargado de una impronta masculina personificada en la figura del militar y su hombría. La implementación de esta estructura rígida y viril, implicó la reacción y producción de un conjunto de experiencias vitales en aquellos sujetos desplazados y abyectados por no seguir aquel ideal de progreso y de orden social, como lo fue en el caso de las mujeres opositoras. Considerando aquello, profundizaré en el diálogo entre plataforma escritural, ʻvozʼ enunciadora y contexto de rupturas sociopolíticas, en tanto se observa una correlación entre las misivas categorizadas dentro de los géneros menores, y las mujeres valoradas, por el sistema patriarcal, como sujetos sociales con limitadas capacidades de acción. Si bien se les ha dado un lugar secundario, mi análisis propone que durante la dictadura la carta operó como un dispositivo político y las mujeres, mediante su representación, en actoras políticas.

Para efectos de este estudio, entenderé la epístola en sus permanentes estados de cambio en los que influyen los quiebres y tensiones históricas, que repercuten directamente en los marcos culturales, políticos y sociales que envuelven a los sujetos que enuncian. En este sentido, pretendo identificar e interpretar el modo en que se construyen y operan las subjetividades femeninas a través de tres formas distintas de construcción de cartas, y analizar como aquello incide en la resignificación del género epistolar durante la dictadura

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y la post-dictadura1 chilena. La relación que busco establecer entre el género epistolar y la especificidad de que las misivas sean emitidas por mujeres, responde a dos intenciones: primero, poner en discusión al género epistolar en tanto dispositivo político y examinar las formas en las que este operó en un contexto de crisis como contenedor de subjetividades y memoria. La segunda intención nace de la interrogante: ¿qué ocurre cuando la mujer se apropia de aquel dispositivo político? pensando en que la carta intervino como un espacio en donde ellas pusieron en cuestión el desequilibrado poder del régimen, al mismo tiempo de que manifestaron la exclusión de su propia existencia. Entonces, la propuesta pasa por dilucidar cómo a través de las epístolas las mujeres fueron capaces de narrar/narrarse bajo un contexto de extrema violencia.

En concordancia con los objetivos de investigación, se contemplarán tres formas distintas de construcción del género epistolar, en diálogo con diferentes espacios que la mujer transitó durante la dictadura y los roles que en ellos cumplió. Una primera parte del corpus considera una selección representativa2 de las cartas de petición ubicadas en el

Archivo de la ex Vicaría de la Solidaridad. Por medio de ellas se realizará una aproximación a las mujeres que asumieron la tarea de buscar a sus familiares detenidos y/o desaparecidos, como también identificar y denunciar a los perpetuadores de las violaciones a los Derechos Humanos. Así, las cartas de petición posibilitan explorar dos puntos importantes para este estudio: primero, a raíz de los relatos se puede indagar en la relación

1 Cuando me refiero a la post-dictadura es aludiendo al marco temporal en el que fue producido uno de los conjuntos de cartas, específicamente, el texto “Antes de perder la memoria” de Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo. Sin embargo, este estudio no contempla una exhaustiva indagación acerca de la producción literaria durante la post-dictadura, más bien recoge los relatos que refieren a las experiencias suscitadas durante la dictadura. 2Los criterios a seguir para la selección de las cartas de petición, fueron: 1) que hayan sido escritas por mujeres; 2) que existiera algún grado auto-representación de ellas en las misivas; 3) que existiera presencia de rasgos testimoniales como, por ejemplo, dar cuenta de testigos o cruce con otras situaciones similares; 3) y también que algunas de las epístolas tuviesen algún grado de denuncia en su contenido. 2

entre epístola y testimonio, en la medida de que la imagen del testigo va cobrando un lugar importante en los relatos. Y en segundo lugar, visibilizar la tensión entre la cuestión pública y lo privado, a través de la figura femenina que desde su mundo privado se aproxima, a partir de las misivas, a una institución pública y jerárquica. De esto último se desprende el cruce que esta plataforma escritural tiene con el ejercicio político, pues se disputan las nociones de verdad que enfrentaron al discurso del régimen con el de la sociedad civil.

Otra parte del corpus examinará el texto Calugas. Correspondencia de una joven chilena presa política en dictadura (2012) de Gabriela Richards, en donde la autora junto a su hermana Paulina Richards elaboran una compilación de cartas que Gabriela envió a su pareja y familia mientras estuvo detenida en la cárcel de San Miguel y en la de Santo

Domingo. En base al epistolario que abarca desde 1987 a 1988, me aproximaré a la relación personal e interpersonal que la autora establece en un espacio que se propone ser de aislamiento: cómo se presenta a sí misma mediante sus escritos, su relación con las demás mujeres en una condición similar, y los lazos afectivos que busca perpetuar y que la motivan a escribir. De este modo, las cartas de Gabriela R. permiten trazar un mapa de las vías sobre las cuales la correspondencia se hizo posible, una gran red que conectó su ʻYoʼ con el ʻexteriorʼ.

Por último, Analizaré el texto Antes de perder la memoria (2015) de Ana María

Jiménez y Teresa Izquierdo, quienes comenzando con un título sugerente y con claves importantes para su lectura, retratan la historia de amistad, de militancia en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y de resistencia frente a la dictadura. Este intercambio epistolar para la reconstrucción dual de la memoria, se construye con posterioridad al régimen de facto, en el denominado período de ʻtransición a la democraciaʼ. Esta

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característica le entrega una particularidad a dicha correspondencia: la de una mayor mediación entre el tiempo de los acontecimientos y la producción escritural de las mismas, por lo que el relato tiende a contener una mayor cantidad de elementos sistematizados y un conocimiento global acerca de los hechos que envolvieron a sus propias experiencias. De este modo, las misivas de Jiménez e Izquierdo conducen a indagar en la representación de la militancia, la clandestinidad, el exilio, la prisión y cómo aquello dialogó con su construcción como mujeres en un sentido más amplio. Un ʻnosotrasʼ que constantemente retorna a un ʻyoʼ y viceversa.

Considerando lo anterior, el modo de aproximación a cada uno de los conjuntos de cartas, es a partir de lo que Josefina Ludmer señala en su ensayo Tretas del débil (1985), al decir que en la escritura femenina se deben leer los elementos que no le son permitidos, que en el caso de las epístolas remitiría a la lectura que las mujeres plasman acerca del período dictatorial, y la representación de sus acciones durante el mismo. Esto contemplando que sobre ellas se ejerció una represión que transitó por dos caminos: una relativa al autoritarismo fascista y otra acerca de la sujeción patriarcal. Tanto dictadura como patriarcado, son estructuras de opresión que pueden funcionar de manera autónoma sin necesitar la presencia constante de la otra, sin embargo, se entretejen conforme al proyecto político, cultural y social que se busca implementar. Por tanto, ambas dialogan en función de una escalada de poder, es decir, mientras la dictadura ejerce un dominio global sobre el territorio y sus habitantes, el androcentrismo penetra en cada dimensión humana para determinar las jerarquías entre lo masculino y lo femenino, dando a este último el deber de obedecer el absolutismo y voluntad del patriarca.

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En suma, la presente investigación contempla una breve contextualización del período histórico en el que se sitúan las cartas, un acercamiento al género epistolar y su diálogo con otros géneros como el testimonial y autobiográfico, como también una aproximación a la perspectiva de género que envuelve a este estudio. Tras ello, y en base a los objetivos planteados, en cada capítulo se abordará un tema específico: el primero indaga en las formas en las que se construye el emisor y el receptor en cada uno de los conjuntos de cartas, proponiendo que se forman nociones de comunidad y asociatividad en la medida de que estas misivas se abren a otros lectores (nosotros), quienes recibimos los relatos y los vamos resinificando, reinterpretando y nos hacemos cómplices de ellos. En el segundo se analizará cómo se construye lo femenino en las cartas, según las perspectivas con que representan la maternidad, la militancia, la participación política y todas sus aristas, al igual que indagar en algunas características de las narrativas femeninas. Por último, se pretende englobar los puntos anteriores a través del análisis de la epístola como un dispositivo político en un contexto de crisis, en donde visualizo la instauración de imaginarios sociales y cómo por medio de ellos se cuestionó la división binaria de los espacios públicos y privados.

En definitiva, este recorrido mediante el género epistolar permite conocer de una manera más cómplice a la mujer opositora al régimen, a partir de sus distintas expresiones: familiar de detenidos desaparecidos, como militantes, presa política, exiliada, entre otros.

Roles que la mujer conjugó en paralelo a las reflexiones sobre su propia condición, produciendo un trastoqué en la comprensión de sí como sujetos políticos durante la dictadura, ya que un aspecto relevante de la violencia política en el período fue precisamente modificar los escenarios políticos (Goicovic, 2014), posibilitando la

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incorporación paulatina pero persistente de distintos sectores sociales a su quehacer. En esta línea, veré cómo las mujeres opositoras invierten en su escritura la condición de sumisión, para retratarse en tanto actoras políticas que pusieron en cuestión la lógica androcéntrica sobre la cual se estructuraba la visión en torno ellas, ya sea la mirada que tenían los partidos y movimientos de izquierda, como también los discursos de femineidad de la dictadura. Según esta persistente pugna entre ʻlo que nos dicen serʼ y ʻlo que queremos serʼ proyectado en las cartas, es que me pregunto: ¿De qué modo la mujer, como sujeto de enunciación, permite repensar el género epistolar a partir de las experiencias suscitadas durante la dictadura cívico-militar chilena? En una aproximación a dicha pregunta, planteo que la epístola se avizora como un espacio de fuga en donde la represión tiende a desbordarse y parte de la resistencia se plasma en la escritura.

Desde dónde se escribe: contextualización histórica y posicionamiento de las cartas

Como he anticipado, las misivas a analizar en este estudio responden a un contexto histórico determinado: el de la dictadura civil-militar. Tras el golpe de Estado de 1973, se implementó en la sociedad chilena el imaginario del ʻenemigo internoʼ con el fin de justificar las detenciones de opositores al régimen, y generar la idea colectiva de que la

Junta Militar actuó con el objetivo de proteger la integridad del país3. Bajo este contexto se desplegó una intensa represión4 que fragmentó las relaciones sociales y sus formas de

3 Uno de los ejemplos de operaciones para llevar a cabo lo mencionado, fue a partir de la información de un supuesto complot de izquierda denominado ʻPlan Zʼ, que tendría como objetivo asesinar a altos mandos oficiales del ejército y a reconocidas personalidades del régimen (Winn, Stern, Marchesi y Lorenz, 2014). Plan que fue difundido en los medios de comunicación con el propósito de hacerlo parecer verídico y, más aun, fue una forma de introducir un tipo de discurso en la memoria colectiva durante la coyuntura misma. 4 La represión y las detenciones estuvieron a cargo principalmente, primero, por la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), la cual operó hasta el año 1977 debido a la puesta en práctica de nuevas políticas que promovían la institucionalización de los distintos organismos como un símbolo de progreso. En este contexto se creó la Central Nacional de Informaciones (CNI), la cual cumplió el mismo rol que la DINA pero operando de una manera más selectiva. Tras el recambio de las centrales de inteligencia, en 1978 se declaró una Ley de 6

organización, en donde, por ejemplo, fueron desbaratadas las cúpulas partidarias de oposición al régimen, impidiendo que estas se reconectaran con las bases populares. Es así como esta etapa se ve marcada por una represión masiva bajo la justificación de estar en un estado de Guerra, que ejercía por medio del uso mediático y discursivo –por ejemplo el

Libro Blanco–, un imaginario de ʻejército rivalʼ con capacidad de fuego equiparable al de las Fuerzas Armadas, aunque con estrategias propias de una insurgencia. El ʻenemigo internoʼ, quien a juicio de los militares de Seguridad Nacional aplicaba estrategias de sigilo, política civil y cultura, se representaba como antesala a un movimiento armado guerrillero, por lo que sus prácticas ʻpacíficasʼ eran interpretadas en forma de amenazas tan alarmantes como el empleo de armas ligeras y pesadas. Bajo tal imaginario bélico, la dictadura mantuvo un proceder cimentado en ʻlo preventivoʼ, más que en lo factual.

Aquello se tradujo en que la Junta estableció las detenciones, las desapariciones forzadas y la tortura como prácticas sistemáticas, ya que al declarar un estado de guerra fueron suspendidos todos los derechos y libertades constitucionales, permitiéndose categorizar a quienes eran o no enemigos. Este contexto de polarización que observaba la

Junta, lo hizo en perspectiva al período de Guerra Fría, la instauración de los socialismos reales y los Movimientos de Liberación Nacional que expandieron sus ideas por

Latinoamérica. En base a ello, se declaró que enemigos del régimen eran todos aquellos que fueron funcionarios y simpatizantes del gobierno del presidente y quienes

Amnistía por los crímenes cometidos durante el período de estado de sitio, comprendidos entre el 11 de marzo de 1973 y el 10 de marzo de 1978, según indica el Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (69). Significando esto un primer proceso de impunidad respaldado por la legislación chilena, justificando que esos crímenes se llevaron a cabo por excesos personales y no como una práctica sistemática promovida por el régimen dictatorial. 7

se identificaran con partidos políticos de carácter marxista5. En consecuencia, la persecución de los denominados ʻenemigosʼ conllevó a la implementación de distintos centros de detención y exterminio, en donde se amedrentó física y psicológicamente a los detenidos con tal de obtener información y neutralizar su iniciativa política individual.

En respuesta a esta lógica con la que procedió el régimen dictatorial, es que se fueron generando agrupaciones que construyeron una ʻcontramemoriaʼ6 en relación a la imagen que el régimen quería dejar de sí. Estas agrupaciones actuaron de manera inmediata en la denuncia por la violencia ejercida y emprendieron el camino por la búsqueda de los detenidos. Tal es el caso de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos creada en 1975 y compuesta, principalmente, de mujeres que buscaban esclarecer lo ocurrido tras la aprehensión de sus familiares. Dicho organismo recibió el apoyo del

Comité de Cooperación para la Paz en Chile (COPACHI o Comité Pro Paz) formada por líderes religiosos a pocos días del Golpe, quienes debido a los altos grados de persecución dejaron de funcionar bajo el nombre del Comité y pasaron a formar la Vicaría de la

Solidaridad en el año 1976. Así mismo, pero desde el mundo civil, se formó la Agrupación de Mujeres Democráticas en octubre de 1973 en las afueras del Estadio Nacional. El lugar

5 Pese a que estas fueron las características originales para catalogar a los denominados “enemigos internos”, con el transcurso de la dictadura se agudizaron las detenciones indiscriminadas hacia todos los que representaran una amenaza para el orden nacional. De este modo, la represión se expandió hacia gran parte de la sociedad sin que, necesariamente, fueran de algún partido político de oposición o adeptos al gobierno de Salvador Allende, llevando a que cualquiera pudiese ser detenido o muerto en cualquier momento. 6 Dicha contramemoria, vista como un ejercicio de resistencia que instaló las exigencias de verdad y justicia, desafió las historias de encubrimiento y desinformación por parte del régimen. Parte de la activación de dicha contramemoria fue a través de casos emblemáticos, como: el asesinato de Carlos Prats (1974), ataque contra Bernardo Leighton (1975) y el asesinato de Orlando Letelier (1976). Sin embargo, los hitos no solamente abarcaron a reconocidos personajes que participaron del gobierno del presidente Salvador Allende, sino que también a otros casos que pusieron de conocimiento público el asesinato de personas civiles como lo fue el descubrimiento de restos humanos en Lonquén, los cuales pertenecían a quince campesinos que habían participado activamente en la Reforma Agraria. Para una mayor profundización del tema, ver: Winn, Peter, Steve J. Stern, Federico Lorenz y Aldo Marchesi. No hay mañana sin ayer. Batallas por la memoria histórica en el Cono Sur. : LOM Ediciones, 2014. 8

que en aquel momento pasó a funcionar como un centro de detención, congregó a un conjunto de mujeres que se reconocieron por su militancia, por la búsqueda de sus familiares y por la lucha contra la represión, tal como señalan alguna de sus participantes

(Prudant 27).

Las mencionadas entidades tuvieron el objetivo de prestar asistencia a las necesidades más inmediatas de las víctimas y sus familiares: acudieron en la contención del núcleo familiar, elaboraron instancias de formación y cooperación para contrarrestar los problemas económicos, intercedieron en la búsqueda de sus parientes, visibilizaron a nivel nacional e internacional las violaciones a los Derechos Humanos, entre otras funciones. En esta línea, la Vicaría de la Solidaridad se estableció como una organización reconocida por la ayuda brindada al pueblo perseguido y a los sectores más desprotegidos. En el período de la dictadura, poseían una amplia variedad de colaboradores de distintas disciplinas, en donde destacó el equipo legal que permitió mediar entre los afectados y las instituciones del régimen. En este espacio se levantaron las cartas de petición elaboradas por los familiares y respaldadas por la Vicaría, que permitieron en algunas ocasiones obtener información y la liberación de los detenidos.

Según como he mencionado, estos espacios de denuncia y resistencia fueron ocupados mayoritariamente por mujeres que, tras las transgresiones cotidianas, se fueron insertando en un campo activamente político. De acuerdo a lo señalado por Sandra Palestro en su estudio Mujeres en movimiento 1973-1989 (1991), la incorporación de las mujeres en política y sus distintas expresiones durante la dictadura, tuvo etapas que clasifica como: incorporación en el trabajo por la defensa de los Derechos Humanos (1973-1976);

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Creciente formación de organizaciones de mujeres de distinta índole7 (1977-1981);

Intensificación de las movilizaciones y de las Jornadas de Protesta (1982-1986); y la formulación de propuestas a la democracia (1987-1989). En virtud de ello, “el gran logro de las mujeres del período no sólo fue unirse, superando sus diferencias de clase y/o ideología política, tras objetivos coyunturales como derrocar al dictador o hacerle frente a la crisis económica, sino que a más largo plazo re-significaron la ciudadanía femenina” (Tessada

98), teniendo como punto inicial una feminización de la resistencia en espacios cotidianos.

En estos intentos por reconstruir el tejido social, algunas organizaciones de mujeres abrazaron el feminismo como una corriente ideológica de renovación del pensamiento de izquierda, y como un motor de cohesión de distintos tópicos de segregación: pusieron en cuestión las bases patriarcales sobre las que se estructuraba/estructura la sociedad chilena, y también visibilizaron que la discriminación de género se entrecruza con otras categorías como la de clase y raza. Estas discusiones sacaron al movimiento de mujeres de lo netamente coyuntural, para posicionarlo como una fuerza con capacidad de generar propuestas y proyecciones.

Para Pamela Urra, la integración de las mujeres al ámbito político siempre se ha visto como una categoría secundaria que requirió de una socialización violenta (5), por el hecho de que, desde las orgánicas políticas, se ostentaba/ostenta el poder de una manera

7 Con esto refiero a las distintas plataformas y perspectivas sobre las cuales emergieron las organizaciones de mujeres, ya sea al alero de partidos políticos, organizaciones evocadas a la producción de conocimiento, desde las bases populares donde emergen agrupaciones de mujeres pobladoras, grupos de defensa de los Derechos Humanos, orientadas a la subsistencia o evocadas a la reflexión sobre la condición de la mujer, entre otras. Pese a las distintas orientaciones, cabe señalar que existió un diálogo entre las distintas organizaciones y, cada una de ellas, cumplió más de una labor. Una mayor profundización de las agrupaciones de mujeres que emergieron durante la dictadura, ha sido abordada en estudios como el de Teresa Valdés en El movimiento social de mujeres y la producción de conocimiento sobre la condición de la mujer; el de Teresa Valdés con Marisa Weinstein Mujeres que sueñan. Las organizaciones de pobladoras en Chile: 1973-1989; y también en la investigación de Edda Gaviola, Eliana Largo y Sandra Palestro, Una historia necesaria. Mujeres en Chile: 1973-1990. 10

hegemónica, jerarquizada y androcéntrica. Pese a las complejidades de su participación, las mujeres de oposición, levantaron con fuerza la demanda por la vida, pues “las mujeres madres de Chile y de toda América Latina fueron las primeras en salir a la calle con los rostros sonrientes de sus hijos, banderas al viento, clavando en la herida colectiva la estaca de la pregunta irrenunciable: “¿Dónde están?” Ellas ayudaron a romper el hielo de la impotencia, resistiendo la prepotencia de la política del terror” (Illanes 110). Esta demanda por la vida movilizó a un conjunto de mujeres que se organizaron en partidos políticos, en organizaciones de subsistencias o en espacios para discutir acerca de la condición de la mujer y las implicancias del contexto dictatorial. Formas de organización que no solo estuvieron “al margen del Estado, sino también contra el Estado” (Salazar y Pinto 261).

Bajo este marco se mueven las misivas a analizar por esta investigación. Si bien existen pocas referencias y reflexiones en torno a ellas, cabe señalar que se ha rescatado su carácter político. En torno a las cartas de petición, Leonidas Morales (2006) indica que ellas son una nueva forma de hacer literatura, pues se observa una dualidad y amalgamiento entre lo literario y lo político. En el prólogo a la edición del libro de Morales, Diamela Eltit señala que la propuesta de poner en un primer plano estas epístolas, demuestra “que el trabajo de la crítica literaria puede operar como una producción política situada en el centro de la contingencia y de la historia” (13), develando un diálogo humano en un escenario que resultó ser completamente inhumano. Con un enfoque similar, Jaime Concha en

Testimonios de la lucha antifascista (1978), plantea, tempranamente, que con la dictadura se produjo una ruptura que posibilitó que los sujetos no relacionados con el ámbito de lo literario, comenzaran a apropiarse de ese espacio para generar narraciones que retrataran las experiencias desatadas, por lo que el autor propone que aquello significó una confluencia

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de lo literario y lo político. En este sentido, Eugenia Brito (1994) reconoce que en el período se produjo la emergencia de una nueva escena de la escritura que:

Activa en espacio replegado de la letra y propone, desde ella, el continente de una

nueva aventura, que pasa, por supuesto, como toda aventura, por un duelo de la

tierra-madre: la matriz generadora del lenguaje, violada, tomada, reducida a la

calidad de fantasma, pero finalmente posesión de otro, que la administra, ordena sus

leyes, exilia alguno de sus términos y redistribuye su cuerpo en un orden nuevo, que

escribe palmo a palmo, sobre las redes, las rejas impresas en el cuerpo tomado,

herido, domesticado. La nueva escritura exhibirá hasta la exageración este carácter

opresivo, victimario y reductor del sistema dominante, transgrediendo sus leyes e

intentando liberar ese cuerpo ocupado (11).

Para Brito, en este nuevo escenario escritural hay lugares que deben ser redefinidos, por lo que sería una exigencia planteada a los escritores la responsabilidad histórica de dar un nombre a las cosas, buscar ʻel lugarʼ desde ʻel no lugarʼ, releer tanto el escenario nacional como el latinoamericano y estar en una constante pugna contra la amenaza de aniquilación

(14). Así, el lugar que tuvo la nueva escena para su desarrollo fue el del margen, puesto que desde ahí era donde se podían repensar los códigos impuestos por el régimen y proponer unos nuevos a partir de la disidencia. Plasmar a través de la escritura la reconstitución de un país en donde sus propuestas de memoria histórica y de compromiso político, eran tenazmente perseguidas por una estructura que colocó el terror y el mercado como principales valores de la comunidad nacional. En consecuencia, la escena literaria de oposición permaneció presente operando en ʻespacios de silencioʼ, combatiendo y

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desmintiendo el denominado ʻapagón culturalʼ8 que el régimen promovió sistemáticamente

(Eloy 11).

Al igual que las cartas de petición, las epístolas de Gabriela Richards se insertan dentro de esta nueva escena que conjuga lo político con lo literario, a manos de quien no es precisamente parte del campo literario. Aunque son nulas –por el momento– las referencias al texto de Richards, me aventuro en decir que son misivas que si bien no se centran en una descripción detallada de la situación del país, su característica pasa por dar a conocer cómo se desenvolvió la subjetividad de la autora en un contexto de crisis, y la manera en que el

ʻespacio de intimidadʼ se desdibuja para volverse un asunto público. En una línea similar se encuentra la correspondencia entre Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo que, en palabras de Constanza Vergara, son “un recuento histórico escrito desde el afecto” (párr. 6), es decir, son también un espacio en donde las historias personales de Jiménez e Izquierdo se entrecruzan con la historia nacional. Se narran fragmentos de la dictadura haciendo disipar los límites simbólicos de lo que se considera privado y lo público para hacer converger distintas identidades. Por lo tanto, un rasgo en común en los tres tipos de epístolas a analizar es, precisamente, que cada acontecimiento narrado traza un mapa vital en donde lo personal y lo colectivo aparecen como una imagen móvil, que disputa espacios de

8 Si bien no adentraré en la veracidad del denominado “apagón cultural” durante la dictadura, cabe precisar algunas orientaciones con las cuales observo el fenómeno. Las políticas estatales del régimen ante la producción artística, literaria e intelectual tuvieron el fin de restringir y censurar todo aquello que promoviera ideas o una ideología contraria a la que buscó implementar la Junta Militar, lo cual se tradujo en organismos como la DINACOS (División Nacional de Comunicación Social), orientada a otorgar o negar los permisos de circulación. Posteriormente, esto estuvo a cargo del Ministerio del Interior durante el período de ensayo constitucional previo a la promulgación de la Constitución de 1980. Pese a las políticas institucionales dictadas por el régimen, nos limitamos a hablar de “apagón cultural” pues aquello resta relevancia a toda la producción intelectual y artística que se produjo en la clandestinidad, desde el exilio o la producción de conocimiento de las distintas organizaciones y ONGs. Un estudio relevante sobre la especificidad de la producción en el campo literario de la época, es el realizado por Horacio Eloy en su investigación Revistas y publicaciones literarias en dictadura (1973-1990). 13

reconocimiento y propone interpretaciones sobre el pasado reciente y el papel que en él cumplieron las mujeres.

Algunas consideraciones teóricas: géneros menores, epístola y memoria

La carta se ha reconocido dentro de los denominados ʻgéneros menoresʼ que

Deleuze y Guattari, caracterizan como “la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor” (28), debido a que se considera como una plataforma secundaria puesta, generalmente, al servicio de otros intereses9. Dentro de sus principales elementos, se encuentran: una desterritorialización de la lengua, una articulación de lo individual en donde todo es político, y un fuerte valor colectivo (Deleuze y Guattari 28-31). Entonces, la literatura menor es aquella que entrega un espacio de enunciación a otras formas de conciencia y sensibilidades que, en la unicidad del relato, se vuelven una pieza de circulación colectiva con componentes fuertemente políticos. Lo individual y lo social en estas literaturas, se encuentran en un mismo plano, porque cada uno debe su existencia al otro, produciendo, por tanto, solidaridades particulares. De esta forma, las literaturas menores no hablan de universalidades –como es a las que refieren las literaturas primarias de voces, generalmente, masculinas–, más bien apelan a la identificación de determinados grupos, por ejemplo, cuando las mujeres escriben y hablan de sí mismas, están hablando de las mujeres y no del género humano en general (Segarra 79). En palabras de Salinas, los géneros de minoría “recogen esa misión de descender en busca de claridades a estos recintos tenebrosos del alma humana” (269). Dentro de estas características de los géneros

9 Según Darcie Doll (2002), algunos de estos otros intereses son: 1) el uso de la carta como fuente documental para reconstruir una biografía; 2) abordarla como elemento auxiliar para estudiar la producción literaria de un determinado autor (para unir vida y obra); 3) considerar la carta como factor estructural de géneros mayores, como es el caso de la novela epistolar; 4) y verla como documento auxiliar de la investigación histórica que posibilite la interpretación de distintos períodos. 14

menores, se posiciona la carta que, siendo un espacio de enunciación abierto, no posee normas fijas en su escritura y apela a la espontaneidad de quien enuncia.

En su función comunicativa, la epístola se caracteriza por ser un diálogo escrito, diferido en tiempo y espacio, y con estrategias específicas en la construcción del mensaje basado en lo que se espera recibir del destinatario (Barrenechea 53). En este sentido,

Patrizia Violi (1987) indica que no se puede hablar de la carta como un texto aislado por la unicidad del sujeto que enuncia, sino que el epistolario considera una secuencia interaccional que se produce por el intercambio de cartas que hay entre dos sujetos. Trabajo que se complejiza cuando el saber contenido en la epístola debe ser completado con elementos que no se encuentran explicitados en el texto, lo cual ocurre cuando se tienen las cartas de solo uno de los emisores y damos paso a la especulación de la información faltante. Esta complejidad responde al carácter de diálogo diferido contenido en las misivas y que Violi caracteriza diciendo que:

Ambos sujetos no están jamás presentes al mismo tiempo; la presencia real de uno

tan sólo puede acompañarse de la reconstrucción imaginaria del otro, en un tiempo

y lugar distintos, nunca compartidos. Se escribe para ese futuro en que la carta sea

leída, pero cuando ello ocurra el futuro se habrá convertido en pasado. El presente

de la escritura tiende a desaparecer, continuamente negado por una anticipación que

se realizará en el pasado, prefiguración de futuro que ya ha tenido lugar (La

intimidad de la ausencia 89).

Según lo señalado, se visualiza que la información concentrada en la carta “habla” por sí misma, testimonia su propio ser y querer ser en cuanto a tiempo y espacio que tematizan la

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narración, haciendo que la escritura y la correspondencia realicen un juego de constante presencia y ausencia, en donde esta “distancia es algo más que una realidad espacial y geográfica, que se interpone entre dos personas: es una situación psicológica nueva entre ellas dos y que demanda nuevo tratamiento. Este trato, en la lejanía, es la correspondencia”

(Salinas 61). El trato que implica el intercambio epistolar, puede producir un efecto de inmediatez y un efecto de realidad cuando hay una pérdida de presteza en la mediación de la realidad (Doll, La carta privada 5). Según estos efectos de sentido, Violi indica que el efecto de realidad exige que el lector de la carta realice un ejercicio interpretativo, a partir de los elementos textuales, para reconstruir la situación de enunciación del emisor. Esta actualización de la situación de enunciación, a través de las estrategias textuales, son las que producen un efecto de inmediatez de la existencia misma (La intimidad de la ausencia

94). En parte, a este efecto de realidad es al que Pedro Salinas se refiere en su defensa del género epistolar, al decir que la carta

Aporta otra suerte de relación: un entenderse sin oírse, un quererse sin tactos, un

mirarse sin presencia, en los trasuntos de la persona que llamamos, recuerdo,

imagen, alma. Por eso me resisto a ese concepto de la carta que la tiene por una

conversación a distancia, a falta de la verdadera, como una lugartenencia del diálogo

imposible (36).

Por lo tanto, lo que Salinas propone es entender la epístola no solo en su función comunicativa, sino que incita a observar las variables epistemológicas de las relaciones sociales que la carta abre como posibilidades.

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Esta correlación de efectos de sentido que he mencionado, involucra de manera distintiva a los sujetos que interactúan con el objeto-carta. Con esto me refiero al emisor, receptor y al lector (nosotros). Un lector que desde su distancia con los hechos narrados y la situación de enunciación, interpreta y re-significa la interacción entre el emisor y el receptor, siendo interpelado y/o afectado por las narraciones. En esta línea, Claudio Guillén

(1998) propone la idea del doble pacto epistolar para referirse al binomio escritor- destinatario, el ʻyo textualʼ y el ʻtú lectorʼ, en donde lo central está en la presuposición de conocimientos previos que hacen que escritor-destinatario se muevan en el mismo espacio imaginado, con experiencias, pensamientos y formas interpretativas que los hacen compartir un mismo plano de la realidad. Es así que la escritura de las cartas apunta, dinámicamente, a una condición poética que no está definida por una rigurosa elección de palabras o un adecuado orden sintáctico, sino a la cuestión alrededor del sentido.

En base a esa búsqueda e interpretación de sentidos es donde posiciono la triada interaccional entre emisor-destinatario-lector ya que, como señala Philippe Lejeune para la autobiografía, se produce la trinidad entre narrador-autor-personaje, tan independientes como coexistentes, en donde la estructura identitaria se entiende como un Yo, Tú y Él.

Triada conceptual imbricada no solo en el ejercicio de la escritura, sino también en la experiencia de lectura. Mientras el Yo se refiere al auto (narrador y personaje), el Tú hace referencia explícita al lector. Entonces, en un ejercicio retrospectivo, ese Tú es al mismo tiempo un Yo (55). En otras palabras, queda de manifiesto que el autor desea que el lector adopte un estilo de lectura, determinado previamente por los puntos nodales y coyunturas críticas que anhela revelar en su relato individual.

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Ahora bien, durante la dictadura chilena, la carta tomó una connotación diferente sobre todo para quienes fueron perseguidos y silenciados públicamente por el régimen. Esto debido a que la epístola posibilitó conjugar su carácter de diálogo diferido en el tiempo y espacio, con las prácticas de clandestinidad y sigilo de los sujetos que deseaban comunicarse entre sí. Para Leonidas Morales, el advenimiento de la dictadura tuvo repercusiones en el funcionamiento de los géneros referenciales –y por consiguiente de la carta–, en tanto:

El ejercicio cotidiano, y sin límites, de los poderes represivos de la dictadura. . . y

la urgente necesidad de denunciarlos, crearon las condiciones para que algunos de

estos géneros referenciales abandonaran el lugar que hasta entonces ocupaban, un

lugar más bien de trasfondo, de escasa o pobre visibilidad, y pasara a ocupar otro,

notorio, principal, fuertemente visible (Cartas de petición, 19).

De ello se puede interpretar que el discurso presente en las epístolas no solo opera conforme a lo concretamente escrito, sino que aquello se encuentra mediado por diversos elementos que, en este caso, refieren a un contexto de extrema violencia, constante incomunicación, quiebre en las relaciones sociales y políticas, entre otras. Es así como en este período la carta posibilitó transmitir de manera silenciosa, austera y marginal los vestigios de existencia y vida de aquellas voces acalladas por la violencia, pero que exclamaban una fuerte denuncia. En base a esto, es que una característica de la epístola es la de hacer conjugar las pretensiones individuales con el contexto que envuelve al emisor, y que no solo aparece como un telón de fondo, sino que delimita los marcos en los que el sujeto transita y que lo determinan al momento de escribir-comunicar-transmitir.

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En relación a los múltiples elementos que se concentran en la carta, es que la observo a modo de dispositivo. Como un conjunto multilineal que en relación a los sistemas (macro-estructuras) “forman procesos siempre en desequilibro” (Deleuze 155), en donde desenredar cada uno de sus elementos implica levantar un nuevo mapa desconocido hasta el momento. En este sentido, Deleuze y Guattari indican que “no hay sujetos, sólo hay dispositivos colectivos de enunciación; y la literatura expresa estos dispositivos en las condiciones en que no existen en el exterior, donde existen sólo en tanto potencias diabólicas del futuro o como fuerzas revolucionarias por construir” (31). Considerando aquello, el carácter de dispositivo de la carta emerge desde el deseo, y con ello me refiero a lo que se expresa, literaria y poéticamente, en la escritura epistolar a partir de la exposición de los deseos que van generando nuevas formas de engranaje, paralelos a los establecidos por el sistema imperante. Estos engranajes que nacen en el margen, poseen líneas de visibilidad, de enunciación, de fuerza, subjetivación y de ruptura, que implican un distanciamiento de los universales y proponen nuevas dimensiones del saber y el poder

(Deleuze 157-159).

La epístola como dispositivo, implica trazar distintas líneas que se entrecruzan al interior de cada misiva. Que dialogan, se desencuentran y generan nuevas formas para pensar este género. Uno de los cruces que visibilizo es entre la carta y el uso que esta hace del testimonio, en tanto ambos poseen rasgos de oralidad y cotidianeidad que cimientan su espíritu retórico (Beltrán 240). Para John Beverley (1987), el testimonio contiene un grado de urgencia que surge de una vivencia en particular y, más precisamente, de una vivencia que representa una preocupación o represión que acontece al emisor, que devendría de la relación influyente entre el sujeto y su contexto material y simbólico. Por tanto, “el eje del

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testimonio es. . . una situación social problemática que el narrador testimonial vive o experimenta con otros” (Beverley, Anatomía del testimonio 11) a través de otros o desde otros. De este modo, tanto la epístola como el testimonio, proliferan ante la necesidad y urgencia de comunicar algo, construyéndose el emisor como un actor vivo y consciente de su propia condición, ya que:

El narrador del testimonio es una persona que continúa viviendo y actuando en una

historia que también es real y también continúa. El testimonio por lo tanto es en su

esencia una “obra abierta” que afirma el poder de la literatura como una forma de

acción social. . . El deseo y la posibilidad de producir testimonios, la creciente

popularidad del género, quiere decir que hay experiencias vitales en el mundo hoy

que no pueden ser representadas adecuadamente en las formas tradicionales de la

literatura burguesa (Beverley, Anatomía del testimonio 15).

Para el autor, la proliferación del testimonio se debe a una conciencia de los factores10 que conectan al sujeto de enunciación, su contexto y el campo literario. Jaime Concha refiriéndose a los emergentes testimonios durante el régimen fascista chileno, dirá que este fue el escenario propicio para que la escritura volviera a su punto cero y en donde escribir fuese un acto literario y político a la vez (135-136). En suma, las cartas y el género testimonial poseen una característica importante, que es el hecho de no limitarse “a poner en juego unas determinadas relaciones de poder, sino que instala en el centro de su escenario discursivo la “voz” del subordinado” (Morales, La escritura de al lado 19-20). La

10 Para Beverley (1987) algunos de esos factores que posibilitaron la proliferación del testimonio en el tercer mundo durante la década de 1960, son: la tradición del texto de carácter documental, la popularidad de la historia de tipo etnográfica, la estrecha relación entre el testimonio y el desarrollo de la lucha armada en el tercer mundo, y la importancia que la contracultura le entrega al testimonio y la oralidad en cuando a su carácter de “Revolución Cultural”. 20

misma voz que padece y que se encuentra marginada en la escala de poder, es la que narra y confiere de sentido a los hechos que durante la dictadura parecían abstractos, transformándose en un “intelectual orgánico” de los grupos subalternos (Beverley, La voz del otro 19).

Entonces, el nexo y retroalimentación entre epístola y testimonio, deviene de la historicidad presente en la existencia social de ambos géneros. Con esto quiero decir que sujetos distantes del mundo de la escritura, llegan a ella por medio del deseo de transmitir lo que en el lenguaje hablado no tiene cabida. En relación a esta retroalimentación, Tzvetan

Todorov (1988) propone que un símbolo de modernidad es dejar de estar sujetos a la separación tajante de los géneros. Es más, esto no significaría su pérdida en el tiempo, sino que más bien implicaría su resignificación en donde un género va dando paso a la existencia de otro. Esta actividad del conocimiento tendrá directa relación con el punto de vista con el que se observa el amalgamiento y cruce de los elementos en discusión, implicando estar constantemente redefiniendo el/los objeto/s o, más bien, mutar su horizonte de expectativas.

Un eje que convoca tanto a la epístola y al testimonio, en relación a cómo los lectores recibimos estos relatos, es el ejercicio de memoria. Esto último les entrega a ambos géneros una densidad que sobrepasa a las experiencias que se buscan narrar, pues el lenguaje posee la limitación de verbalizar la experiencia del horror-dolor, la cual siempre será expuesta de manera incompleta (Aranguren, Juan Pablo 3). Aspecto que el lector interpreta y proyecta sobre las situaciones en donde impera la no-razón, ya que como diría

Elizabeth Jelin, las memorias son elementos en disputa que actúan como “procesos subjetivos, anclados en experiencias y en marcas simbólicas y materiales” (36), y que

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orientan el sentido de pertenencia a determinados grupos o comunidades (44). En consecuencia, “la memoria desconfía de una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos del recuerdo (derechos de vida, de justicia, de subjetividad)” (Sarlo 9). El rescate de la memoria como componente subjetivo presente en las cartas, opera a modo de mapas mentales, para dar cuenta de las claves con las que se interpreta y estructura la realidad, conllevando un grado de transformación en el tiempo y, tal como indica Norbert Lechner,

“reformular nuestros códigos interpretativos. . . es una necesidad tanto para la política que busca trazar la trayectoria del país como para los ciudadanos que buscan su lugar como partícipes de un mundo común” (10). Bajo esta premisa, es que resulta relevante estudiar las representaciones de las mujeres que les entrega un lugar en la historia, tanto para la comprensión de sí mismas, como para el entendimiento colectivo en torno a ellas. En el fondo es un rescate de las variables subjetivas, emocionales o afectivas que entregan otros elementos para el análisis de la violencia durante la dictadura.

La idea de los mapas mentales indaga en las tensiones entre cómo pensamos y recordamos el pasado, de qué manera vivimos el presente y cómo pretendemos construir el futuro. Sobre todo considerando que la política moderna nos lleva a pensar en un futuro cimentado en las ansias por el progreso, en donde la política institucional intenta dejar de mirar el pasado, más aun si este ha significado rupturas en la estabilidad nacional. Pese a ello, “la erosión de los mapas mentales” posibilita la emergencia de distintas subjetividades y maneras de recordar, pues esta sería la forma que tienen los sujetos para encontrar un lugar en la historia y significar/resignificar los hechos. En esta misma línea, Jelin rescata la dimensión subjetiva de la memoria, en vista de que esta complejiza las temporalidades a partir del rescate de elementos simbólicos que atañen directamente a los sujetos y

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contraponen sus dimensiones de pasado y futuro. Es decir, este es un cuestionamiento que nace de la subjetividad y que pone en tela de juicio el tiempo lineal del progreso, de la teología de lo nacional, lo cual implicaría, necesariamente, “entrar en el análisis de la dialéctica entre individuo/subjetividad y sociedad/pertenencia a colectivos culturales e institucionales” (Jelin 25).

De esta manera, la construcción del pasado está en permanente transformación, presentándose como un campo en disputa donde convergen todas las formas de recordar y las plataformas propicias para su ejercicio. Pasado del cual “no se prescinde por el ejercicio de la decisión ni de la inteligencia; tampoco se lo convoca simplemente por un acto de voluntad. El regreso del pasado no es siempre un momento liberador del recuerdo, sino un advenimiento, una captura del presente” (Sarlo 9). De la reconstrucción de las memorias, la búsqueda de identidad emerge como una fuerza exigente y aglutinante que, según José

Bengoa, guarda relación con los lazos de solidaridad particulares que se generan en cada grupo humano (60), y en donde confluyen los sentidos colectivos e individuales. Desde este punto, se advierte la propuesta de una convergencia entre epístola, testimonio y memoria, debido a que implica pensar las cartas dentro de un marco temporal, generacional y político. Las misivas a analizar por esta investigación hablan de un período que aún no se ha cerrado, de la displicencia de la memoria y sus complejidades. Se representa un pasado incompleto, como un tiempo que aún padece y que constantemente vuelve a ser presente.

De ahí proviene la actual lectura de las cartas de un grupo de mujeres opositoras al régimen fascista.

En suma, sus epístolas cumplen más que una función comunicativa pues, desde su poeticidad, convocan a un conjunto de sujetos y entregan lugar en sus narraciones tanto a

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las experiencias propias como a las ajenas, presentando relatos que permiten una lectura colectiva del período. Esto pensando en los efectos individuales y sociales que produjo el totalitarismo chileno, en donde “la dictadura, el exilio, la violación sistemática de los

Derechos Humanos, fracturó familias, desarraigó hijos; fue un golpe que atravesó hasta la intimidad de los hogares, haciendo estallar las contradicciones en medio de la soledad”

(Illanes 113). Contradicciones que realzaron el retrato de un yo al mismo tiempo de que se relató a otros, mediante narrativas que circularon en espacios bastante restringidos.

Entonces, el nexo entre contexto y quien enuncia, lo dilucido a partir de lo que R. Kosellek denomina como espacio de experiencia, en cuanto “se fusionan tanto la elaboración racional como los modos inconscientes del comportamiento” (338). Desde esa óptica es que planteo que la epístola reúne una amplia gama de perspectivas que en su construcción hacen converger un yo y un nosotros, en un relato coral que incluye al lector que empatiza con ellos y los resignifica.

Apuntes sobre la perspectiva de género

En los últimos cuarenta años, en Chile, ha existido una incorporación paulatina, pero profunda, del género como categoría de análisis en las distintas disciplinas humanas y sociales. Específicamente en lo que respecta a la difícil inserción de las mujeres en espacios públicos, y la redefinición/cuestionamiento del espacio privado como característico para el desenvolvimiento de sus habilidades. Sin embargo, pese a la avanzada de corrientes de pensamiento feminista, aún persiste en el ámbito académico, social, cultural, político, entre otros, la necesidad o exigencia de justificar los estudios de género. Corroborando frecuentemente la necesidad y pertinencia de ellos. ¿Por qué rescatar las narrativas femeninas y a la mujer como una actora política? ¿Qué tienen de particular sus experiencias

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vitales que las diferencia de lo que ya se ha narrado en torno a la dictadura? Estas preguntas abiertas, se relacionan con lo que Héléne Cixous plantea al decir que “la economía

(política) de lo masculino y de lo femenino está organizada por exigencias y obligaciones diferentes, que al socializarse y al metaforizarse, producen signos, relaciones de fuerza, relaciones de producción, un inmenso sistema de inscripción cultural legible como masculino o femenino” (38). Una división binaria de los sexos que, por lo demás, no incorpora las múltiples identidades sexuales que se expresan a modo de disidencia. Pero eso ya será tema para una siguiente investigación.

Desde un intento por construir un estudio con una perspectiva de género y feminista, en relación a la escritura de mujeres en torno al período dictatorial, se observa una similitud entre las críticas hacia la participación política de las mujeres en dicho período, y las apreciaciones sobre la crítica literaria feminista que estudian la escritura de mujeres. En el caso de la participación de las mujeres en el quehacer político, hubo quienes consideraron que durante el período las feministas representaron un movimiento separatista, divisionista y preocupadas de elementos secundarios en momentos en donde lo que importaba era la lucha contra la dictadura y el capitalismo (Isis Internacional 90). De una manera similar se ha interpretado a la crítica literaria feminista, sobre la cual se ha dicho que tiene pretensiones de construir un sector paralelo, cerrado y aislado dentro de la

“literatura” (Doll, Escritura/literatura de mujeres, 85). Ambas consideraciones distan de lo que las mujeres y feministas planteaban dentro de los distintos campos de acción y participación. Por una parte, un segmento del movimiento femenino consideró que debían mantener su autonomía organizativa, pero interactuando con otros sectores de oposición para la conquista de la democracia. Por otra parte, según señala Darcie Doll, un sector

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importante de la crítica feminista desestima el aislacionismo, ya que esto significaría anular las potencialidades políticas y de transformación cultural, por lo que propusieron la apertura del canon siempre y cuando este fuese modificando sus códigos

(Escritura/literatura de mujeres 86).

En este sentido, realizar un acercamiento a la escritura de mujeres, significa hablar de múltiples identidades que coexisten en un medio altamente masculinizado. En donde algunas de manera consciente tomaron posturas reivindicativas y emancipadoras con respecto a la condición femenina, mientras que otras demuestran este paso a partir de una transgresión a los espacios que no le eran permitidos a las mujeres –cómo el espacio público y político–. Ambas dimensiones plasmadas en una escritura que es contestataria y rebelde, porque significa un primer paso en donde las mujeres se apropian de su voz. En esta perspectiva, Eliana Ortega indica que observar la escritura de mujeres es un mirar simultáneo: “no preguntarse solamente ¿quién soy yo? Sino que también preguntarse

¿quién es la otra mujer? ¿cómo la nombro? y ¿cómo me nombra ella a mí?” (Lo que se hereda no se hurta 23). Miradas siempre cruzadas que testimonian las contradicciones sociales y culturales, en donde examinar las representaciones que hacen las mujeres de sí, de ʻotrasʼ y también del contexto que las envuelve, es un acto político porque pretende reordenar y disputar las nociones de normalidad, por ende, es también hablar de las relaciones de poder hegemónicas.

Ahora bien, el análisis de las cartas que componen el corpus de esta investigación, está pensado como una posibilidad de indagar en la construcción multilineal de las representaciones del pasado reciente, a través de voces femeninas que poseen una impronta de tensionar y debatir sobre su lugar en el escenario de oposición a la dictadura. De ello,

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proviene el interés de poner atención en la representación de las experiencias que, como diría Joan Scott, “no son los individuos los que tienen las experiencias, sino los sujetos los que son constituidos por medio de la experiencia” (Experiencia, 49). De este modo, el rescate de las experiencias femeninas suscitadas durante la dictadura tendría, entonces, la intención de individualizar a la mujer y aceptarla como un sujeto diferente, las cuales generaron una colectivización de esas experiencias que se contrapusieron a los sistemas ideológicos hegemónicos, como el dictatorial y el patriarcal. No obstante, la colectivización no significa una pérdida de la unicidad de cada una de las mujeres, ya que “la evidencia de la experiencia se convierte entonces en evidencia del hecho de la diferencia, más que una forma de explorar cómo se establece la diferencia, [es observar] cómo opera, cómo y de qué maneras constituye sujetos que ven el mundo y que actúan en él” (Scott Experiencia,

48). Por lo tanto, es un intento por visualizar cómo se revierte la condición de la mujer atada al mundo de lo privado y evidenciarla como una actora política, pues como señalaba

Julieta Kirkwood (2010), una forma de superar la subyugación femenina sería volviendo lo privado y cotidiano en un asunto público y político, simultáneamente.

La posición asignada a las mujeres dentro del sistema y orden social, emana del establecimiento de una escala de poder que se cimienta en la idea de que “los hombres saben y las mujeres sienten” (Laufer y Rochefort 9), en donde la sentimentalidad femenina las volvería incapaces de acceder a la razón emancipadora. En concordancia, para J. Scott el género como categoría, es un “campo primario dentro del cual o por medio del cual se articula el poder” (El género una categoría útil 292). Articulación que se da desde un discurso que en sus reiterativas prácticas producen el efecto que enuncian, lo cual es denominado por Judith Butler como performatividad. Dicho acto se cristaliza en la

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diferencia sexual y en la materialidad, produciendo un efecto de poder que se impone especialmente sobre el cuerpo sexuado (Cuerpos que importan 18). En otras palabras, para

Butler el sexo es un ideal regulatorio cuya materialización se impone y controla todo lo que da sentido a un cuerpo. Dicho control se ejerce por medio de oposiciones homologas entre lo masculino y femenino: “alto/bajo, arriba/abajo, delante/detrás, derecha/izquierda, recto/curvo, (oblicuo) (y pérfido), seco/húmedo, duro/blando, sazonado/soso, claro/oscuro, fuera (público)/dentro (privado)” (Bourdieu 20). Este orden binario basado en las oposiciones, Bourdieu lo califica como una economía de los bienes simbólicos que organiza e impone determinada percepción del mundo social, desde la producción económica hasta la reproducción biológica (60). Para la superación de ello, Scott propone que “la fuente de la liberación de las mujeres reside en una comprensión adecuada del proceso de reproducción, la apreciación de la contradicción entre naturaleza de la función reproductora de las mujeres y la mistificación ideológica (que el varón hace) de la misma”

(El género una categoría útil 273).

En base a lo señalado, se observa cierto consenso en los estudios sobre el tema de la división genérica de los sexos, al considerar que el género es una construcción cultural y discursiva (Butler, El género en disputa 56) que se extiende hacia todos los ámbitos de socialización y de representación. Una muestra de ello es la propuesta de correlación entre las mujeres y los géneros menores, pues como explica Beatriz Sarlo, “estos sujetos marginales, que habrían sido relativamente ignorados en otros modos de la narración del pasado, plantean nuevas exigencias de método e inclinan a la escucha sistemática de los

“discursos de memoria”: diarios, cartas, consejos, oraciones” (19). O como propone

Salinas, al señalar que las mujeres encuentran en la epístola un campo para explayar sus

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cualidades y volverse pública (89-95), por lo que “carta y mujer tienen de común darse a conocer por sus rasgos, y a la vez mantenerse secretas” (Salinas 95-96). Este acercamiento entre mujeres y epístola, no lo observo como una relación que perpetúa los estados de subyugación hacia otras estructuras, o ver la carta como un espacio de intimidad que sigue manteniendo a la mujer en el silencioso ámbito de lo privado. Más bien, mis proyecciones pasan por pensarlos como elementos/sujetos en disputa, que en su encuentro son poseedores de una potencia cuestionadora del lugar que a cada uno se les ha entregado para su existencia social.

Desde dicha perspectiva, las páginas que siguen indagarán en cómo a través de las misivas las mujeres se representaron a sí mismas y también al contexto sociopolítico que las envolvió durante la dictadura. En algunos casos, se contemplará que el sistema sexo/género que yace en los orígenes de la estructura social, fue cuestionado por las mujeres de oposición, quienes conjugaron sus dudas cotidianas y de la condición femenina, con problemáticas políticas. Es por ello, que las voces de las madres, de las militantes partidistas y de las presas políticas, aparecen en las cartas de petición, como también en las de Gabriela Richards, Teresa Izquierdo y Ana María Jiménez, como imágenes desequilibrantes de los órdenes establecidos, y que hacen repensar las representaciones y narraciones del pasado dictatorial.

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I CAPÍTULO

Construcción de comunidades: emisor, receptor y lector

De la lectura de las cartas emerge un mapa geográfico y humano sobre el cual se construyeron las distintas historias. Mapa que nos acerca a sus protagonistas y que deja al descubierto una amplia red que posibilitó la comunicación, que se puede visualizar en el anudamiento entre el ʻyoʼ que padece y un ʻexteriorʼ que segrega y convoca a la vez. Ese exterior significa tanto las complejidades de la dictadura, como también los específicos lazos de solidaridad que germinaron producto de la violencia del régimen. En donde las diversas voces que se relacionaron bajo este complejo escenario, son las que al interior del relato epistolar generan la sensación de estar frente a un diálogo coral que, en sus múltiples estados de cambio, forja comunidades compuestas por diferentes identidades pero con sentidos en común. Así, lo dispuesto en esta parte de la investigación pasa por dilucidar las formas en las que se construye al emisor y receptor de las misivas, quienes en su interacción convocan a un lector más amplio, con el que se generan lazos identitarios y/o afectivos que posibilitan que estos relatos persistan en el tiempo.

En base a lo mencionado, se observa la emergencia de comunidades imaginadas, que son interpretadas por Benedict Anderson al decir que “lo más importante de la lengua es, como mucho, su capacidad de generar comunidades imaginadas, forjando en efecto solidaridades particulares” (189). Es precisamente en lo señalado por Anderson, en donde se posicionan estas cartas de resistencia, ya que las narrativas que se construyeron durante y acerca de la dictadura, por una parte, pusieron de manifiesto un sentir y pensar diferenciado contra el régimen de facto, y por otra, permiten visualizar una nueva óptica sobre la cual se construye la idea de nación, de comprender la interacción entre quienes la habitan y las

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formas en las que ello debiese ser administrado. Es decir, hablar de emergentes comunidades dentro de la oposición, es referirse a la descentralización de las lecturas que se tenían sobre la dictadura durante la coyuntura misma. De este modo, la formación de comunidades estaría íntimamente ligada a la generación de una identidad en común, pues se representarían como espacios sociales restringidos desde donde rescatar símbolos perdidos para contrarrestar el estado de fragmentación de la sociedad chilena en aquel período. Por lo demás, fueron espacios en donde el terror y el miedo no determinaron el actuar de los sujetos, por lo que operaron como plataformas propicias para darle un sentido a cada

ámbito de la vida, en donde lo privado (identidad personal) y lo político (identidad colectiva) se unieran, ya que “las miradas de una comunidad son siempre cruzadas, se cruzan en su interior y se cruzan con las de afuera. Son miradas en las que el deseo muchas veces se convierte en realidad” (Bengoa 68). En el fondo, a partir de estas comunidades los sujetos fueron capaces de construir micro-espacios para re-conocerse, compartir experiencias y generar miradas a futuro.

Me refiero a comunidades en plural, para resaltar la heterogeneidad de identidades y sujetos que compusieron la oposición a la dictadura, y es más, para poner en evidencia que tampoco todas las mujeres escribieron sus epístolas desde la misma óptica. Este es un aspecto que enriquece la lectura acerca del emisor, receptor y lector a modo de comunidad, debido a que las múltiples estrategias discursivas que se utilizaron para la elaboración de las cartas, aluden a la identidad y posición que tomó cada una de las mujeres para aproximarse a su receptor. Por tanto, este acercamiento implica mirar cómo se reconstruyen las experiencias y cómo estas epístolas se conectan con el contexto dictatorial. Es preguntarnos sobre cómo se imaginan las experiencias, con qué recursos, a quiénes

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convocan y qué tipo de lector prefiguran las cartas. A partir de estas preguntas se lee en las misivas la emergencia de comunidades, las cuales también convocan a un lector que no solo interactúa con estas narrativas desde la distancia, cosificándolas, sino que conducen a relacionarnos de manera activa y crítica, levantando un llamado que es político y afectivo a la vez. Esto implica abordar sus historias desde amplias reflexiones que generan una experiencia de lectura, en donde si bien encontramos más preguntas que respuestas, nos volvemos cómplices, somos interpelados y nos vemos afectados por los relatos, pues como indica J. Culler, el lector es un producto de códigos y estereotipos que genera una experiencia de interpretación (35-40). Bajo esta lógica, se examinará en cada uno de los conjuntos de cartas, cómo se construyen comunidades a partir de la relación entre emisor, receptor y lector.

Cartas de petición: aproximación de un emisor privado a un receptor público

Dentro de las muchas labores que desempeñaron los voluntarios de la Vicaría de la

Solidaridad, destaca el rol intermediario entre la sociedad afectada y las instituciones del

Estado dictatorial. Esta mediación provino de la necesidad de saber acerca de la situación física, emocional o judicial de los detenidos, a raíz de lo cual los familiares levantaron solicitudes que interpelaron a las autoridades para la entrega de información. Un acto de interpelación que visibilizó la ocultación de personas y produjo rupturas en las prácticas sigilosas de la dictadura, en la medida de que los sujetos se hicieron cargo de manifestar un estado consciente sobre la situación nacional. Esta tarea de recordar, insistiendo en la democratización del país y de la información, llevó a que los familiares de los detenidos elaboraran misivas que apelaron a desenmarañar la red de incomunicación impulsada por el régimen. De esta manera, en el Archivo de la ex Vicaría son centenares las cartas de

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petición que han sido archivadas y que actualmente pueden ser visitadas de manera abierta.

Para efectos de este estudio, cabe señalar que la denominación de ʻcartas de peticiónʼ refiere a una categoría que pone en evidencia un rasgo en común de las misivas: la de levantar distintos tipos de solicitudes. Característica que no implica que las epístolas deban ser leídas de manera homogénea. Por tanto, de la muestra representativa seleccionada, se irá individualizando a cada una de las mujeres, para divisar, desde sus distintas estrategias discursivas y marcas textuales, cómo dialogan entre sí para la construcción de comunidades.

En términos generales y descriptivos, para Leonidas Morales, en las cartas de petición existe un cruce entre lo público y lo privado que se caracteriza por la presencia de:

1) un destinatario con un alto grado de poder público; 2) un emisor privado que se encuentra expuesto al ejercicio de poder del receptor; 3) elementos discursivos que apelan a la ʻbuena voluntadʼ del destinatario; 4) y de un relato testimonial que tiene como referencia los acontecimientos de violencia (Cartas de petición 24-25). Rasgos que ayudan a poner en perspectiva dos dimensiones de la formación de comunidades en las misivas: en primera instancia, la que se forja a partir del uso retórico de la petición, en donde se busca generar un acercamiento hacia el receptor por medio de un discurso comprensivo que reconoce las

ʻsuperioresʼ facultades del destinatario. Este tipo de lenguaje aparece, generalmente, cuando las mujeres se aproximan hacia quienes forman parte de las instituciones del régimen, con quienes se forma una comunidad que he denominado como de los

ʻdesigualesʼ, ya que en sus prácticas de asosiatividad lo que impera son las marcas jerárquicas que posicionan de manera distintiva a los sujetos. En segundo lugar, aunque pareciera que en la escritura epistolar existiera, constantemente, un temor y cautela al

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momento de exponer cada acontecimiento, se advierte que en las cartas hay puntos de fuga en donde las exclamaciones de denuncia desbordan el relato. Estas fugas que desbaratan lo contenido en las misivas, es lo que ampliamente denomino como comunidades de la resistencia, que se caracterizan por ser amplias, diversas y que logran que estas epístolas, desde sus diferencias, tengan un sentido de pertenencia a una misma constelación política y social.

Según el catastro realizado, se observa que el destinatario de las cartas de petición corresponde a distintas personalidades posicionadas, jerárquicamente, en instancias de poder. Dentro de ellas se pueden encontrar embajadores de otros países en Chile, abogados, líderes eclesiásticos, representantes de las Naciones Unidas, directores de periódicos locales que son interpelados por la información/difamación propagada en sus artículos, como también varias dirigidas a miembros políticos de la dictadura y algunas destinadas a Lucía

Hiriart o Augusto Pinochet (en menores ocasiones), entre otros. A todos se les expone como sujetos con grados de superioridad política, económica, intelectual e incluso moral.

Tal como Virginia Moreno se dirige al Cardenal Raúl Silva Enríquez, exponiendo:

“confiada en la magnitud de su autoridad moral de padre y pastor” (Párr. 7); o como Alicia

Lorca se aproxima a los Obispos de Chile: “Acudo a ustedes que son los representantes de

Dios en la tierra” (párr. 6). Si bien la forma de dirigirse y de relatar los hechos a cada una de las personalidades no es igual, se puede leer que: cuando escriben, por ejemplo, a líderes eclesiásticos o embajadores, el contenido de la misiva tiende a la denuncia, a detallar momentos de la detención y a entregar valoraciones sobre las formas en las que operó el régimen, pidiendo, o más bien suplicando, que se interceda por ellos y los detenidos. Mientras que cuando se dirigen a agentes del Estado, si bien aún persiste el tono

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de denuncia, este se expone de una manera más mesurada y cautelosa, denunciando casos particulares y no así responsabilizando al conjunto del aparato dictatorial. Pese a las distinciones conforme quien sea el destinatario, este aparece como una entidad suprema, enaltecida por el emisor quien le entrega una excesiva valoración.

Cuando el emisor se aproxima a una figura pública del régimen que tiene, mediana o gran, responsabilidad en los hechos que le aquejan, existe una relación de subalternidad que determina las formas en las que se elabora el mensaje. Elemento que Julia Contreras relata en su carta a raíz de que el abogado de su caso se haya declarado incompetente y remitiera “la causa a la justicia militar, los cuales son a la vez juez y parte en estos casos”

(Carta a Karole Priestley párr. 3). En este sentido, para Morales este tipo de relatos contiene un conjunto de marcas, tales como: 1) se recalca que el beneficiario (por quien intercede el familiar) no representa peligros para la Seguridad Nacional; 2) el emisor señalará que el detenido no participa en política y que solo le importa su trabajo, estudios y familia; 3) se exponen recuerdos detallados de las irregularidades de la detención con el fin de deslegitimarla; 4) recurren a normas establecidas en la Constitución; 5) y por último, también se apela a elementos éticos que generen empatía con el destinatario, tal como indicar que, por ejemplo, al ser también padres o madres podrían llegar a entender la situación que les aflige (Cartas de petición 36).

Sumadas a las características mencionadas, se visualiza que en sus narrativas las mujeres consideraron la polarización política, la criminalización de la militancia y, en general, de la organización social de oposición, tal como María Luisa Vidal reconoce que su hijo fue parte del “proscrito P.C” (Carta a Lucía Hiriart párr. 3), refiriéndose a la falta de reconocimiento institucional del Partido Comunista. O como señala Graciela Sáez al

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indicar que su marido “tuvo que asilarse por ser dirigente de la Federación Nacional de

Trabajadores de la Salud, siendo por esta razón intensamente buscado por la policía obligando a su asilo y posterior salida de Chile” (Carta a Juan de Castro párr. 4). Esto se produce cuando hay una asimilación de que “la práctica de la desaparición forzada apuntaba a redes de relaciones más que a individuos, [lo cual] todo invita a pensar que esas redes eran políticas, que se definían a sí mismas como políticas y que eran definidas de esa forma por los militares. . . todo lo que en Chile era susceptible a construir una oposición al poder” (García 55). Por tanto, al ser conscientes de las lógicas con las que el régimen y sus aparatos criminalizaban el ejercicio político de oposición, es que en las epístolas se lee una desvalorización forzada de dicho quehacer, siendo contrarrestado con valores que sí eran promovidos por el ideal de nación que la dictadura buscó construir. Por ejemplo, esto se presenta en una carta que Urbelinda Rivas le envía al Cardenal Raúl Silva Henríquez:

Mi hijo es operario de la armaduría de Casa Blanca (automóviles) se llama

Francisco Dagoberto Venegas Rivas y su detención se debe creo a que era Director

del Sindicato de esa Empresa, pero en todo caso puedo dar fe que él es una persona

con un alto espíritu de justicia, tal como los señala el evangelio, además es católico

desde su niñez, pues lo eduqué a mi manera (párr. 2).

Así mismo, Eliana Galindo se refiere a su hermana desaparecida, diciendo que “ella es una persona de elevados ideales cívicos y de servicio a sus semejantes más necesitados. Como lo demostró con una intensa actividad apostólica como dirigente nacional de la JOC,

Juventud Obrera Católica” (Carta a Jorge Alessandri Rodríguez Párr.4). En este sentido, de lo expuesto por Urbelinda y Eliana, se lee que hay un intento por recalcar características del detenido que invisibilicen su posición política. Esto puede llevarse a cabo por medio de

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distintas estrategias: según como vimos en los ejemplos, a través de la puesta en evidencia de que el familiar posee una formación religiosa y que es un fiel creyente; también resaltando la profunda preocupación que el detenido tiene por su familia y cómo su ausencia afecta a sus hijos (si es que los tiene); enfatizan en la desestabilización familiar en términos económicos, debido a que el detenido sería el primordial sustento del hogar; o también apelando a características positivas del familiar, lo cual podría ser corroborado por todas las personas que lo/la conocen al indicar que sería: “una joven culta, delicada muy sensible y que adora a su familia” (Moreno, Carta a Raquel Lois párr. 7), “un muchacho tranquilo, de una bondad infinita, incapaz de hacer daño a persona alguna” (Lorca, Carta a los Obispos de Chile párr. 4), “era un hombre sano, bueno, abominaba de la violencia. . . un hombre que nunca conoció el rencor ni el odio” (Vidal, Carta a Lucía Hiriart párr. 3).

Las mencionadas características buscan, retóricamente, un acercamiento a la comunidad de los desiguales y, con ello, a los ideales de país que impuso la dictadura. De ahí que se resalte la familia como uno de los primeros núcleos desde donde establecer un orden con un determinado marco valórico: que se comprenda al ciudadano como un fiel devoto religioso, el esfuerzo constituiría un valor primordial en la manera en que los sujetos se insertan socialmente, por lo que el trabajo, los estudios y la familia son los límites que tendrían las personas para desarrollarse11, y no así, la protesta, visión crítica y el quehacer político. Todo esto acompañado de valores en donde la obediencia y la disciplina eran los elementos fundamentales para el progreso nacional, lo cual llevó a que las mujeres se identificaran con dicho proyecto esbozando una “sincera y patriótica devoción de lealtad”

11 Todos esos valores que anhelaba la dictadura –reconstrucción, trabajo y fe– están enmarcados en el proyecto de Refundación Nacional plasmado en los Bandos Militares de 1973, siendo catalogados por la Junta Militar como pilares cívicos. 37

(Ortega, Carta a Lucía H. párr. 9). Por tanto, todas las acciones fuera de estos marcos representan un atentado contra la estabilidad nacional, por lo que quienes representen o estimen una oposición al régimen, fueron considerados sujetos abyectos. Dentro de esta identificación de los detenidos como sujetos abyectados por el ideal dictatorial, también se encuentran las mujeres que escriben las cartas. Esto porque ellas se construyen en la medida de que retratan al detenido, en donde las características positivas que le atribuyen a su familiar son también las propias. De aquí proviene la identificación entre emisor, sujeto por el cual se levanta la petición y, en cierto modo, es a la vez hablar del lector que invocan estas misivas.

De manera paralela a lo aludido, se desarrollan las comunidades de resistencia que se abren en las cartas, a partir de distintas marcas que muestran una colectivización de los hechos a denunciar. Con esto me refiero a las formas en las que el relato abandona el aislamiento para incorporar a ʻotrosʼ, a partir del conocimiento de que las situaciones que las afligen de manera particular, también involucran a un conjunto de otras personas que muchas veces no han sido capaces de levantar la voz para denunciar, tal como da cuenta

Virginia Moreno al momento de exponer las ofensas que sufrió durante el allanamiento a su hogar: “seguramente envalentonados porque ya han practicado en otros hogares indefensos estas tropelías, una profesión del vejamen y el atropello, ya que hay personas que ni siquiera tienen la posibilidad de escribir como lo hago yo dirigiéndome a Ud.” (Carta a

Fernando Aristía Ruiz párr. 2). Este reconocimiento colectivo se puede leer como una responsabilidad que adoptan las mujeres al momento de escribir las misivas, ya que en sus palabras estarían reflejadas un conjunto de otras experiencias que no han podido ser transmitidas, como se representa en la epístola de Alicia Lorca: “acudo a ustedes para

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contarles mi tragedia que, en estos momentos, es la misma que aflige a cientos de madres chilenas” (Lorca, Carta a los Obispos de Chile párr. 1). Esto implica, al mismo tiempo, insertarse dentro de una misma comunidad, que posibilita que la emisora se represente como una actora dentro de una constelación mayor: “soy una de las miles de mujeres chilenas que por diversas circunstancias se encuentran repartidas por el mundo en calidad de exiliadas” (Sáez, Carta a Juan de Castro párr. 1), así expresa Graciela Sáez su condición de exiliada, la cual se presenta como un acontecimiento de ruptura individual, por el hecho de haber tenido que forzosamente realizar un exilio físico e identitario, pero también pone en perspectiva cómo esas rupturas son compartidas, en donde se genera algo más que, en este caso, concierne a las formas de asociatividad, de conocerse y reconocerse con otros.

El hecho de compartir experiencias pareciera ser una forma para también comprender las propias, tal como ocurre cuando grupos de mujeres levantan misivas colectivas12, para hacer converger sus voces en una denuncia que desestima la idea de que durante la dictadura las desapariciones solo fueron ʻcasos puntualesʼ. De esta manera, las redes comunitarias apoyan, dan voz y, eventualmente, contribuyen a trascender la posición de sumisión/pasividad que de momentos pareciera ostentar el emisor en relación al destinatario investido de poder. Escribirle, por ejemplo, a personas que se encuentran en el exilio, es una forma de visibilizar a nivel internacional la manera anómala con la que operó la dictadura, y fraternizar con aquellos que empatizan con la búsqueda de los detenidos desaparecidos, tal como expresa Julia Contreras en una carta enviada a Karole Priestley con remitente hacia el Reino Unido:

12 Ver anexo, carta 10. 39

Respecto a las acciones que Uds. están realizando, las veo de gran significado. Es

indispensable que continúe la movilización en el exterior en favor de la casa de los

detenidos desaparecidos en Chile. Esta tremenda violación de derechos humanos

que ha ocurrido en Chile no puede caer en el olvido. Debe continuar siendo

denunciada a nivel de opinión pública y organismos internacionales y exigiéndose al

gobierno militar chileno que dé información acerca del paradero de los detenidos

desaparecidos. El gobierno es responsable, ya que los organismos de seguridad, en

especial la DINA, la policía secreta, depende directamente del gobierno (párr. 2).

Saber que hay más personas que han tomado los mismos símbolos de lucha, ayudaron a que estas comunidades se mantuvieran durante el período dictatorial y no abandonaran las indagaciones por lo ocurrido con sus familiares, porque tal como significa Julia Contreras:

“me ha ayudado a sentirme fuerte y animosa y continuar con espíritu de lucha en esta búsqueda, el saber que muchas personas y grupos de gran corazón y sentido de justicia han estado conmigo, tanto dentro como fuera del país” (Carta a Karole Priestley párr. 1).

Desde estas redes de apoyo, solidaridad y saber que no están solas, es que se lee en las epístolas la valentía por cuestionar las prácticas del régimen. Estos cuestionamientos poseen distintos tintes y formas que he pesquisado: una es al indicar que no se puede creer que los actos de violación a los derechos humanos sea abalada por el Estado chileno, como indica Adriana Arismenia: “la detención de mi cónyuge fue realizada por agentes de seguridad, actuando al margen de disposiciones constitucionales y legales, y sin dar aviso alguno a los familiares, como la propia Junta de Gobierno lo ha establecido en disposiciones legales que ha promulgado” (Carta a Lucía Hiriart párr. 4). Otro mecanismo, es el que alude a que los vejámenes y atropellos corresponden a hechos aislados y no así a

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todo un sistema que lo abale, tal como se refiere Virginia Moreno al retratar que tiene “la absoluta certeza de que ningún miembro del gobierno podría consentir las atrocidades y horrorosas felonías que algunos de sus subordinados cometen y que tal vez no han llegado a su conocimiento” (Carta a Humberto Magliocchetti párr. 2), por lo que expondría los hechos que la aquejan para que los excesos sean investigados y “para alejar cualquier sombra de duda sobre las Instituciones que nos gobiernan” (Carta a Fernando Aristía Ruiz párr. 6). La última forma que se evidencia, es a partir de una confrontación directa, en donde se reconoce a un aparato represivo justificado a nivel institucional. Mismo modo en el que un conjunto de mujeres le exponen a Howard Backer, quien preside una delegación parlamentaria que visitaría Chile, al decir que: “en nuestro país, la C.N.I. practica sistemáticamente la tortura en contra de los detenidos políticos y sus crueles acciones quedan siempre impunes” (Montero et al. párr. 4).

Las distintas formas y matices para exponer los cuestionamientos, dialogan al interior de cada una de las misivas, acompañado de un acercamiento con el destinatario que pasa por un intento de hacer que el receptor se proyecte en las palabras del emisor y, por tanto, se genere empatía entre ambos. De ahí que las mujeres emplearan recursos destinados a encontrar rasgos en común entre emisor y destinatario, como cuando Virginia

Moreno dice: “seguramente tendrá hijos tan nobles y generosos como los míos y un hogar feliz y tan unido como era el mío” (Carta a Humberto Magliocchetti párr. 8); o como María

Luisa Vidal se acerca a Lucía Hiriart exponiendo: “me dirijo a Ud. porque es madre y comprenderá mi dolor y angustia” (párr. 2). Recursos a los que Josefina Ludmer alude diciendo que “dar la palabra y el identificarse con el otro para constituir alianza implica una exigencia simultánea: el débil debe aceptar el proyecto del superior (51). Hecho que

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conllevaría una separación entre el ʻsaberʼ y el ʻdecirʼ, en donde el acto de ʻno decirʼ todo lo que se sabe con fines de generar alianza, respondería a una posición de subalternidad y de reconocimiento del poder que posee el interlocutor. Sin embargo, el ʻno decirʼ implica un episodio de silencio que se lee a modo de resistencia. No es necesario decir para confrontar, ya que callar información también es una forma de vulnerar los saberes de ese destinatario representado como superior.

Cuando Leonidas Morales describía que parte de la construcción de estas misivas emplea la no-confrontación, interpreto que se refería a la ʻcontenciónʼ del lenguaje, es decir, a que este no desborda el completo sentir de quienes escribieron cada una de las cartas de petición. En otras palabras, estas epístolas no transmiten los gritos y sollozos que, probablemente envolvieron la situación de enunciación. No obstante, este estudio habla de confrontación según la poeticidad del lenguaje empleado, palabras en crisis que interpelan ya sea a través de preguntas retóricas como: ¿es posible que este servicio de Inteligencia

Militar tenga tanto poder de crueldad, que nadie pueda interceder por nuestros hijos?

(Lorca, Carta a los Obispos de Chile párr. 5), o también por medio de la puesta en evidencia de los sujetos que lograron ser identificados como perpetuadores de las violaciones a los Derechos Humanos. Actos que parecieran transmitirse de manera inocente, pero que dejan al descubierto el estado consciente, tanto del dolor provocado, como también de que los actos de amenaza funcionaban a modo de estructura. Esto se ve cuando los hechos se van conectando con otros dentro de un mismo relato. Un ejemplo de ello es la carta de María Luisa Vidal, quien en los intentos por saber sobre lo ocurrido con su hijo, entrecruza su situación con la historia de la Sra. Dolores de García, quien también buscaba a su marido (Carta a Lucía Hiriart párr. 3). María Luisa da espacio en su relato

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para retratar la experiencia propia y una ajena que también la ronda, en donde ambas confluyeron en un trágico final. Esta misiva habla de un sentir comunitario al momento de exponer los hechos, retratando una misma red de apoyo, dos vivencias enlazadas, dos desapariciones que ocurrieron el mismo día y dos muertes injustificadas.

La incertidumbre y la esperanza rondaron a todos los relatos epistolares, pues el hecho de ʻno saberʼ todo lo que implicaban las detenciones, generaba una incapacidad para visualizar los alcances de los actos cruentos de los que fueron capaces los aparatos de inteligencia de la dictadura. Dentro de esta complejidad, se involucra el lector. El cual reconstruye e imagina los marcos posibles de la situación de enunciación, a partir de elementos que, durante la coyuntura misma, no eran conocidos a cabalidad por quienes levantaron las cartas de petición. Es por ello, que cuando en las misivas se refieren a aparatos como la DINA y la CNI, a centros de detención como Villa Grimaldi13, Estadio

Nacional14 y Tejas Verdes15, o cuando reconocen a personajes como Osvaldo Romo16 y

13 , también conocido como Cuartel Terranova, funcionó como un centro secreto de secuestro, tortura y exterminio, que operó desde fines de 1973 hasta 1976, a cargo, primeramente, por la DINA y dirigido por Manuel Contreras y administrado por la Brigada Lautaro encabezada por Miguel Krassnoff. En el año 1976, y tras la disolución de la Dirección de Inteligencia Nacional, pasó a ser administrado por la CNI, organismo que habría continuado sus actividades represivas hasta 1978. Se estima que por dicho recinto transitaron alrededor de 4.500 personas, las cuales se encuentran repartidas en calidad de ejecutados políticos, detenidos desaparecidos y sobrevivientes. Posteriormente, tras la lucha de ex- detenidos, familiares y colaboradores, se logró la promulgación de un decreto de ley que expropió el sitio para ponerlo a disposición de la ciudadanía a fines de 1994. Ya para el 22 de marzo de 1997 se inauguró el Parque por la Paz Villa Grimaldi, con el fin de preservar la memoria y promover las reflexiones sobre el pasado reciente. Sus instalaciones pueden ser actualmente visitadas, al igual que el archivo material y oral en donde se reúnen testimonios de quienes estuvieron detenidos en el Cuartel Terranova. Dentro de las memorias que se pueden visitar sobre este recinto, ver: “Una mujer en Villa Grimaldi” de Nubia Becker. 14 A los pocos días del golpe de Estado, se habilitó el Estadio Nacional como un centro de detención y tortura, que funcionó hasta 1974. Fue el centro de detención más grande que se estableció en la región Metropolitana debido a la gran cantidad de detenidos que albergó. Dentro de las memorias que se pueden visitar sobre este recinto, ver: “Estadio Nacional” de Adolfo Cozzi. 15 Ubicado en la provincia de San Antonio, Tejas Verdes fue un enclave del Ejército destinado a la detención, tortura y exterminio de opositores a la dictadura. Tras las investigaciones realizadas por el periodista Javier Rebolledo, se develó la participación del ex alcalde y actual procesado Cristián Labbé, quien habría participado en calidad de instructor de tortura en dicho recinto. Sobre las memorias que se pueden visitar en relación a este recinto, ver: “Tejas Verdes. Diario de un campo de concentración en Chile” de Hernán Valdés. 43

Marcia Merino17, el lector completa la información de la carta y difícilmente logrará abstraerse de todos los conocimientos previos que posee al momento de leer cada epístola, implicando una relación problemática que lleva al lector a una toma de posición y a preguntarse sobre con quién empatiza. Momento en el que –a modo de posicionamiento de esta investigación–, se establece un vínculo afectivo con las emisoras de las cartas y se implanta una distancia con los funcionarios de la dictadura, más aún cuando se tiene conocimiento sobre la manera que tenían para operar durante el período. El uso de conocimientos previos al momento de leer cada una de las cartas, sumado a los marcos culturales que envuelven al lector, llevan a que se vayan redefiniendo los horizontes de expectativas de las misivas, lo cual para Jauss implica elaborar un juego dialectico y de diálogo con respecto a la tensión que se produce entre el texto y la actualidad (175), en donde el lector debe asumir una posición activa y crítica conforme a los métodos de recepción del texto. Entonces, esta reconstrucción de los ya mencionados horizontes de expectativas, se observa en la vigencia, vitalidad y dinamismo de los relatos epistolares, sobre todo cuando nos están hablando de la dictadura que, en una actual lectura, se nos presenta como un período todavía abierto.

Cartas de Gabriela Richards: formas de exteriorizar el aislamiento de la prisión.

En el análisis de las cartas de petición, se dio cuenta de que el poder del régimen dictatorial tuvo un lugar importante en la construcción discursiva de las misivas, en la medida de que

16 Osvaldo Romo Mena, también conocido con el alias de “guatón Romo”, fue un agente de la DINA que cometió una serie de violaciones a los Derechos Humanos, principalmente, en Villa Grimaldi. Lo curioso de su caso es que durante el gobierno de Salvador Allende fue un activo dirigente poblacional y militante de una organización de izquierda. Actualmente, Romo permanece detenido en Punta Peuco. 17 Marcia Merino, también conocida como “flaca Alejandra” en la clandestinidad, fue una militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que tras quebrarse en la sesiones de torturas, comenzó a entregar información sobre sus compañeros de partido y pasó a ser una agente de la DINA y la CNI. Sus memorias pueden ser visitadas en su libro titulado “Mi verdad” y en el documental “La flaca Alejandra” de Carmen Castillo. 44

fue receptor de las mismas y también responsable de los hechos que aquejaban al emisor.

Sin embargo, dicho poder tiene lugar en las epístolas de Gabriela Richards, no como un destinatario posible, sino que más bien como un elemento que determinó su situación de enunciación. Con esto me refiero a la detención de Gabriela el 24 de junio de 1987, a manos de la Policía de Investigaciones y de la Central Nacional de Informaciones (CNI).

Estando en el espacio de la prisión, ella elaboró un conjunto de cartas enviadas a su familia y, principalmente, a su pareja “el Negro”, quien también fue detenido y tomado como prisionero político, al igual que Gabriela. Es así, como estas misivas se construyen desde los afectos fragmentados por la dictadura y por la detención. Tales situaciones llevan a que sus relatos se caractericen por externalizar un estado de intimidad aparente, más aún cuando el espacio que transita es el del aislamiento, de la constante observación por un sistema que funciona como un panóptico al interior de la prisión, en donde todo es vigilado, controlado y dirigido. De ahí que externalizar lo que pasaba en su mundo imaginado, tuviese como fin generar conexiones con quienes se encontraban en un espacio distinto, o similar en el caso de su pareja. Esa conexión entre el interior y exterior, es lo que se lee como una emergente comunidad que se abre cuando el espacio de intimidad de la autora es compartido.

En estas cartas, los destinatarios se construyen en la medida de que Richards les entrega un lugar y valoración dentro de las narraciones. Lo cual se da a través de las marcas de silencio o en las respuestas que ella da sobre los hechos que le han sido transmitidos.

Así, en estas cartas se hace presente lo que Darcie Doll denomina como ʻpacto epistolarʼ, lo cual implica que se cree “una relación convencional entre los interlocutores [… en donde] el pacto funciona como propuesta, no en la publicación, sino en la relación de los interlocutores; un marco con forma de pacto, que instituye un modo de lectura y un tipo de

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escritura” (7). Pacto que es posible en la medida de que los sujetos que dialogan, comparten un conjunto de experiencias que los posicione dentro de un mismo marco interpretativo, tal como Gabriela le expone a su madre acerca del momento de su detención: “tú mami, viviste conmigo toda la angustia de saber que estaban maltratando de esa forma a mi Negro en la pieza y viste como deshacían y desmenuzaban los objetos de nuestra familia, cómo desarmaban a tirones nuestra casa… y luego ese viaje el infierno” (19). El pacto, entonces, emerge de esas experiencias que son compartidas y comprendidas entre ambos sujetos, lo que significa, en las cartas de Gabriela, que se puedan expresar aquellos elementos que solo cobran sentido en la soledad y en los encuentros consigo misma, pero que son acogidos de manera afectiva por su interlocutor:

Tuve momentos terribles. Lloré y lloré, pero nunca lo suficiente. Trataba de no

hacerlo tanto porque me dejaba mal, así que pensaba en cualquier otro tema, me

acordaba de cosas, inventaba historias. No dejaba que la angustia llegara a mí. Pero

cada noche era un castigo, mis sueños eran los castigadores. Tenía pesadillas noche

tras noche. Muchas veces desperté llamando a algunos de ustedes, o al Negro, o

despertaba llorando (22).

Esta exposición de los sentimientos, abren un espacio íntimo que es compartido y en donde tiene lugar la “relación intrapersonal o intradiálogo, re-flexión sobre los propios sentimientos, conciencia, tanto en el sentido de conciencia gnoseológica, como en el de conciencia moral; y también autonarración y autointerpretación, contarse a sí mismo la propia vida y subjetividad, sintiéndolas como tales” (Aranguren, José Luis 20). Esta exposición de la intimidad invita a los destinatarios y lectores, a hacerse parte del

“movimiento interior” (Puértolas 119) que va representando Gabriela dentro de sus cartas,

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lo cual puede ser pesquisado a partir de los distintos estados psicológicos y emocionales que se retratan. En este punto destaca la complejidad de analizar estas misivas, ya que los vaivenes propios de estar prisionera, de momentos confunden al lector a partir de los mundos imaginados que se va creando la autora: por una parte, pareciera que se difuminan los límites de la prisión, y por otra, germinan puntos de crisis que la conectan nuevamente con su situación de encarcelamiento.

Remitir a la intimidad como un elemento que es compartido, es también hablar del desdibuje de aquel espacio en cuanto a la contención de las expresiones que solo serían conocidas por la propia autora, tal como indica al retratar los momentos en los que la llevaban a la fiscalía: “podía verlos a ustedes al bajar del furgón, escucharlos, sentir sus gritos de ánimo que realmente me renovaban las fuerzas y me hacían sentir que mi soledad no era tan profunda y mi preocupación no tan solo mía” (22). Así, la experiencia de

Gabriela se transformó en una de carácter colectiva, tanto en su pesar como en las transformaciones del comportamiento que cada uno de los sujetos involucrados, directa o indirectamente, debieron asumir. Gabriela da cuenta de aquello cuando relata: “todos cambiamos. Por ejemplo, ahora veo a mi Mamita convertida en una mujer fuerte, ejecutiva, con mi Papi moviéndose y hablando en radios y revistas. Mi familia linda. ¡Cómo crecimos todos!” (22). De aquí se desprende la idea de comunidad, en donde tanto Gabriela, su familia y pareja, parecieran estar compartiendo una misma prisión identitaria, la cual delimita las formas de expresarse entre sí, dirigen las luchas hacia un mismo sentido de libertad y las acciones cotidianas se orientan en vistas a un horizonte en donde la distancia se anule. En este sentido, la intimidad externalizada presente, se percibe como algo ajeno, que no le perteneciera solo a ella pues, la Gabriela que escribió dichas misivas, no sería la

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misma persona que hoy es capaz de hacerlas públicas, según indica la familia en el prólogo a la edición del libro. La lectura que se desprende de ello es que releer las cartas significaría el encuentro con ese ʻyoʼ del pasado que se ha difuminado con el tiempo, en donde tanto la autora como su familia se observan en estas epístolas con una distancia temporal y emocional que los transformó en ʻotrosʼ, en donde ellos se vuelven lectores críticos de sus propias misivas. De aquí que estas cartas transiten por un espacio imaginado, cargado de fantasías que exploran tanto un vertiginoso encuentro con el ʻyoʼ, como un acercamiento hacia ese ʻnosotrosʼ que es seducido por la ausencia.

Pese a todos los detalles que envuelven a la situación de enunciación en la que se encuentra Gabriela, ella entrega escazas referencias al contexto dictatorial que transformó su vida en una serie de fragmentos. Este es un aspecto cargado de contradicción y desde donde emerge la fantasía, lo cual Zizek explica diciendo que “la relación entre fantasía y el horror de lo Real que oculta es mucho más ambigua de lo que pudiera parecer: la fantasía oculta este horror, pero al mismo tiempo crea aquello que pretende ocultar, el punto de referencia “reprimido” (15). Bajo esta lógica Richards dirige sus fantasías a la reconstrucción de aquellos sujetos ausentes, que sería aquello que le es reprimido por las fuerzas dictatoriales, como cuando le escribe a su pareja y le dice: “ven a mí un ratito, quédese aquí en mi pechito, que te voy acariciar tu pelo, así despacito, tu carita, con mis dedos voy a caminar por tus ojitos, tu boca, tu nariz; así, mi Negrito, quédate quietito conmigo este rato y escucha” (56). Escribir estos actos y transmitirlos es volverlos posible y real en su mundo imaginado, incluso cuando nada de eso hubiese sido probable de efectuar al estar ambos detenidos. Estas son formas en las que Gabriela construye y organiza sus deseos, en pos de también dirigir el deseo ajeno y generar un espacio de

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intimidad mutua, pero que nunca se desarrolla en el mismo tiempo y lugar: “mi negrito, me gusta lo que escribes sobre las cosas que sientes allá, en tu mundito, que es pequeño y restringido, pero está lleno de ti” (27). Para Gabriela, las palabras escritas de su amado se volvieron un elemento palpable, palabras que podían ser abrazadas y besadas, como si a quien tuviese en frente fuese su pareja, de aquí que estas cartas significan, en sus palabras:

“leña para mi fuego, siempre me divierten mucho, es como un oasis, es como pararme arriba de un monte y de ahí ver todo lo que pasa” (60).

De este modo, “al poner en las cartas el rostro ausente del otro como objeto de deseo, construye al mismo tiempo el rostro también ausente de su mundo cotidiano deseado. . . es un lugar analógica o metafóricamente propicio para la construcción de una verdadera constelación de ausencias” (Morales, Cartas de amor 27). Ausencias que buscan ser contrastadas con distintos elementos, por ejemplo, a través de una detallada descripción del espacio físico en el que se encuentra ella y su pareja, con tal de hacer parecer que esos espacios son conocidos y transitados por el interlocutor. Gabriela describe: “mi pieza tiene seis camas. Yo duermo en camarote y tengo un escritorio (donde estoy escribiendo ahora).

Hay cinco piezas más, unas grandes, otras chicas y somos veintinueve mujeres presas en total” (18). Descripción que se transmite a modo de imagen y que intentan construir un efecto de realidad, un intento por sacar la prisión de la misma prisión para volverla algo público y conocido por el destinatario y también por el lector. Es el intento por compartir un mismo espacio desde la distancia, describir lo más detalladamente posible con el fin de disminuir la lejanía corporal y afectiva que, en este caso, apelan a que el Negro recorra los pasillos de la cárcel que a diario transitaba Gabriela, que se imagine durmiendo en las mismas literas y que sienta conocer a las mujeres que, al igual que ella, estaban resistiendo

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las consecuencias de la persecución política. Mismo modo en el que la autora buscaba hacerse parte de la cotidianeidad de su pareja para visitar ese espacio que le era tan distante y desconocido: “Negrito, cuéntame más de tu pieza, quiero saber si duermes en camarote o en cama, muéstrame todo, colores, olores, cuántas frazadas, qué tipo de almohada. Negro, quiero viajar a tu país, ayúdame tú. ¿Tienes ventana? ¿Tienes tubo de luz? ¿Tienes radio?”

(58). Preguntas similares a las que se realiza el lector al momento de aproximarse a estas misivas, ya que se pregunta acerca de los detalles que constituirían el complejo escenario de enunciación, tratando de dilucidar cada elemento que compone las experiencias concentradas en las cartas.

Entonces, se interpreta que hablar del espacio cumple más que una función netamente descriptiva: es un intento por reconstruir la situación de enunciación del destinatario y dar a conocer la propia. En donde ʻsaberʼ y ʻsaber decirʼ es una manera de orientar la forma de interpretar los mensajes, para que el destinatario sepa los detalles que envuelven – en un ahora prefigurado – el momento en que la palabra está siendo escrita para él/ella con el fin de pretender conectarse física y afectivamente. De aquí se desprende un intento de Gabriela, por controlar el diálogo diferido que caracteriza a la correspondencia, diciéndole al Negro: “leí tus cartitas y eres un Negro desordenado, tengo que cachar por los acontecimientos en qué día están escritas. ¡Ponles fecha!” (72). La insistencia por demarcar los límites del espacio y tiempo de enunciación, guarda relación con un querer interpretar por parte de la autora: saber que expresiones realiza el destinatario al leer sus epístolas, desde donde está leyendo y escribiendo, intentar descifrar cada uno de los elementos ausentes en la correspondencia. Puesto que en la medida que ella

ʻsepaʼ interpretar la situación de enunciación, habría una realidad objetiva que no se

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terminaría de materializar: la de la ausencia, distancia y encarcelamiento, tal como Gabriela señala al decir que: “es difícil porque no estamos juntos, porque recibimos noticias a través de otros, que demoran días y horas; estamos lejos, en el tiempo y en el espacio… la única manera de acercarnos es con el pensamiento, con la imaginación, pensar que en estos momentos tú estás allá, haciendo tus cositas, y te imagino…” (28). Forma que tiene la autora para disipar su estado de prisión, pero que de momentos pareciera entrar en contradicciones, como un golpe de realidad que la devuelve a la cárcel y a ser consciente de la distancia que la separa de su pareja, tal como cuándo él le habla sobre darse una pausa, a lo que ella contesta:

¿Qué más pausa quieres que esta que estamos viviendo, cabro de mierda? ¿No te

basta con estar separados? ¿Con tener que percibir pequeñas moléculas de ti a través

de mil conductos? ¿Recibir un saludo dado de reojo, recibir palabras que cruzaron

en micro hasta mí? ¿Leerte, leerte interminablemente, como una maldición, sentirte

desperdigado en millones de pedazos de letras, de puntos, de comas? ¿Tratar de

adivinar tu mano conduciendo un lápiz, tus dedos callosos, fuertes; imaginar tus

ojos fijos en el papel como los tengo yo ahora, la luz suave sobre ti, la bulla de tu

ambiente?” (142).

En el fragmento persiste un anudamiento entre un movimiento afectivo-emocional y uno sobre los espacios. Esto porque parte de la significación que la autora hace acerca del espacio y el sentido de apropiación con el mismo, es – de una manera análoga – la forma en la que interpreta su propia experiencia. Tal aspecto se hace notar cuando Gabriela relata:

“también pensé en adornar la pared con afiches bonitos o cosas así y en otro estante para libros, plantitas, material de trabajo, revistas… bueno… preocuparme de todo esto a lo

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mejor es ser pesimista, pero por otro lado también es una manera de hacer mi vida sin echarme a morir” (23). Por una parte, volver suyo el espacio de la prisión significaría asumir la condición de presa política como una situación que difícilmente podría ser revertida, y por otra, no apropiarse de ese espacio implicaría anular parte de su identidad dejando que la prisión la dirija y determine en todo sentido. De este modo, la reconfiguración del espacio y sus significados representan el choque de identidades que coexistieron en Gabriela: los derrumbes, continuidades y transformaciones del espacio, serían determinantes en la intimidad colectiva que la autora entabló con su familia y pareja.

Parte importante de la comunidad que se abre en las calugas18 de Gabriela, fueron los lazos afectivos que generó al interior de la prisión, en donde la resignificación del espacio y de sí misma, fue producto de las relaciones que entabló con mujeres que se encontraban en una situación similar a la de ella, aunque con determinados matices, tal como señala al decir que:

Ninguna de nosotras, las más jóvenes, ha sido torturada, todas lo pasamos re mal,

pero no el infierno de dolor que pasaron ellas, la Peli, la Carmen, la Luz Miriam.

Fueron torturadas, no sé exactamente qué les hicieron, pero ellas tuvieron la mala

suerte de caer presas cuando aún reinaba sin límites el mundo de los chanchos.

Nosotras nos salvamos y ojalá que eso sea siempre de aquí para adelante (136).

Hablar de las demás detenidas, implica realizar una serie de contrastes entre ellas y su propia experiencia, al igual que ser consciente de otras variables que la rondan pero que no la han alcanzado, por ejemplo: la tortura. Richards, en conjunto a las otras prisioneras,

18 Le llamaba “calugas” a las cartas que le enviaba a su familia y pareja, ya que como la correspondencia se desarrollaba de manera oculta, los trozos de papel eran arrugados hasta parecer pequeños dulces. 52

perpetúan prácticas políticas que ejercían en el exterior, tal como señala al indicar la formación de grupos dependiendo de la militancia de cada una: “las mujeres de esta cárcel se dividen claramente en “las viejas” y “las jóvenes”, entre las del MIR, las del Partido

Comunista y las de la Fracción (Frente Patriótico Manuel Rodríguez Autónomo). Yo, por ahora, soy parte de las jóvenes y de las “jotosas” (21). Mujeres con las cuales mantenían reuniones políticas de análisis de la situación nacional e internacional, estudiaban para rendir la prueba de admisión a la universidad y con quienes compartían una comunidad política al ser mujeres de oposición, ligadas a partidos de izquierda y afectadas por el peso de la dictadura, elementos que generaron lazos de solidaridad entre las presas políticas. Esta es una comunidad con encuentros en cuanto al encarcelamiento como una experiencia compartida, pero también de desencuentros en la medida de que la cotidianeidad de la prisión producía rupturas en las relaciones entre las mujeres.

En definitiva, las expresiones de comunidad en las cartas de Gabriela son móviles, vulnerables y con ansias de consolidación. En donde las experiencias que retrata en las misivas, también pueden ser las de alguien más, tal como señala en algunos momentos cuando se refiere a la situación de otra compañera. Junto con la comunidad que forma con su familia, pareja y las demás prisionera, para el lector emerge una más. Con esto me refiero a la comunidad que su familia estaba gestando en el ʻexteriorʼ, debido a que ellos lucharon por distintos medios para que Gabriela fuese liberada, ligándose a organismos de derechos humanos, levantando solicitudes e interpelando a las autoridades para que se hiciese justicia. Esta comunidad imaginada, y hasta cierto punto soñada, es la que liga la propia experiencia de sus padres con la situación de las mujeres de las cartas de petición, a las que se hizo referencia en las páginas anteriores. Gabriela encarna el deseo de la familia

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por saber dónde está el/la detenido/a, ella es la respuesta que buscaban las mujeres que levantaron cartas de petición. Con esto quiero decir que la propuesta de leer la construcción de las misivas a modo de comunidad, es una forma de trazar un mapa en donde cada epístola no solo expone una experiencia particular y colectiva bajo ciertos parámetros de acción, sino que para el lector significa un intento por dimensionar una especie de geografía epistolar que se gestó en paralelo a los acontecimientos de horror de la dictadura.

De un yo a un nosotras: intercambio epistolar entre Ana María Jiménez y Teresa

Izquierdo

Las cartas de petición y las de Gabriela Richards fueron misivas que se construyeron durante la coyuntura dictatorial, en donde la escritura emergía casi al mismo tiempo de que se suscitaban las experiencias. A diferencia de ello, las epístolas de Ana María Jiménez y

Teresa Izquierdo, fueron elaboradas con posterioridad al término del régimen de facto, cuando todos los hechos que envolvieron a cada autora pudieron ser reflexionados y, hasta cierto punto, ser vistos desde una perspectiva crítica. De este modo, Antes de perder la memoria es un balance biográfico y testimonial, que siendo elaborado a modo de intercambio epistolar, puso en diálogo las experiencias vitales de dos amigas que vierten en las cartas tanto sus subjetividades, como también los elementos que las congregaron para transmitir sus vivencias, no de manera aislada, sino que en conjunto. Así, estos relatos van construyendo una geografía del Chile dictatorial, en donde se dan un espacio para contarse la propia vida y también contar parte de la historia de un país: hablan de sus infancias, de los primeros acercamientos a la política, caracterizan el período de la Unidad Popular, retratan la angustia del advenimiento de la dictadura militar y le dan un espacio de enunciación a todos sus muertos, quienes se presentan como los ʻausentesʼ de toda la

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sociedad chilena. Este dibujo del pasado traza distintas comunidades presentes en las misivas: la que se construye entre ellas mismas, la que emerge de la militancia política, del exilio, de la prisión, con sus propias familias y la que se gesta con el lector, quien es el que recibe el llamado de no olvidar el pasado reciente.

En el intercambio epistolar de Jiménez e Izquierdo, destaca el lazo afectivo y de solidaridad que se transmite a partir de un ʻyoʼ que constantemente se transforma en un

ʻnosotrasʼ. Esto implica relatarse simultáneamente, ligar la propia experiencia a la de la interlocutora y volver su historia parte de sí misma, lo cual se interpreta como dos relatos vitales que se entrecruzan y en donde una no podría contarse sin recurrir a la otra. Así, Ana

María cuenta:

A fines de los 60 yo comenzaba a estudiar música en la Universidad de Chile y tú

terminabas la Enseñanza Media en el Manuel de Salas. El mayo del 68 en Francia

influía fuertemente en los jóvenes del mundo entero. Nosotros no éramos excepción

y las consignas de Nanterre o La Sorbonne se podían leer en los muros de mi

facultad en la calle Compañía, al lado de El Mercurio, durante los días de la toma de

esos años: “Cambiar la vida, transformar la sociedad”, o “Prohibido prohibir” (14).

En el fragmento señalado, se puede visualizar la forma en las que el relato toma un carácter colectivo, en donde Jiménez incorpora a su amiga y, a la vez, habla de una generación que fue sensible y susceptible a los procesos de transformaciones globales, que influyeron en las corrientes de pensamiento e ideología que adoptaron un conjunto de jóvenes en los años

60 y 70. En esta primera carta, Ana María relata sus inquietudes en el ámbito de lo político, con qué elementos se nutría dicha búsqueda identitaria y de dónde emerge la motivación

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para militar en un movimiento de carácter revolucionario como el MIR. Es también una presentación a cómo ellas eran antes del golpe de Estado, tal como Jiménez le pregunta a

Teresa: ¿te recuerdas, Teruchita, que cuando nos conocimos hace más de 40 años éramos unas muchachas llenas de esperanzas, alegres, soñadoras? (13). De lo expresado por Ana

María, se desprenden dos dimensiones que dialogan simultáneamente: lo histórico con lo personal, lo objetivo con lo subjetivo. Elementos que se aúnan y que posibilitan la comprensión de que los procesos sociopolíticos también se desarrollan en base a la intimidad y particularidad de los sujetos, pues ellos serían los encargados de forjarlos, desestabilizarlos, cuestionarlos, construirlos y también combatirlos. Por tanto, el dialogo entre contexto histórico y construcción subjetiva de los sujetos, invita a pensar en los colapsos de la dicotómica relación entre lo público y lo privado como categorías estáticas.

Parte del colapso proviene cuando en estos relatos se ponen en un primer plano las experiencias, como un campo en disputa de las interpretaciones colectivas e individuales, que, para J. Scott, siempre tendrán un carácter político (Experiencia 66-67). Dicho de otro modo, la experiencia pone en entredichos la separación de lo público y lo privado, en la medida de que nace desde una significación subjetiva de la realidad que busca disputar un lugar de reconocimiento colectivo (público).

Dicho lugar de reconocimiento es el que genera comunidad al interior de las cartas, a partir de poder decir lo que durante la coyuntura dictatorial no podía ser anunciado, pues los acontecimientos, generalmente, ocurrían más rápido de lo que alcanzaban a asimilar las autoras. Es por ello, que sus voces individuales se extienden hacia un relato colectivo, en donde dan espacio de representación a quienes lucharon contra el régimen. De ahí que permanentemente se realice un nexo entre el ʻyoʼ y una constelación mayor que padeció

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durante la dictadura, tal como retrata Teresa: “la mayoría de los chilenos estábamos agotados de esa vida miserable y sometida” (204). Esta forma de colectivizar los relatos, son los que trazan un mapa histórico en sus narraciones, como por ejemplo al hablarnos de casos emblemáticos que sitúan al lector en un plano más amplio que las propias experiencias de las autoras. Ellas hablan del caso de Rodrigo Rojas19, sobre el cual Teresa dice que significó “el dolor profundo de un pueblo conmovido por el asesinato de un joven”

(222), también mencionan el asesinato de José Carrasco Tapia20 y de Orlando Letelier21, el

“caso degollados”22, la matanza de Corpus Christi23, el triunfo del “NO”, entre otros.

Acontecimientos significativos que, afectándolas directa o indirectamente, se representan como hechos que forman parte de sus historias personales. En este sentido, las cartas muestran fragmentos de la oposición a la dictadura, se les reconoce como parte de una

19 En 1986, en el marco de una Jornada de Protesta, un grupo de militares apresaron, rociaron con combustible y prendieron fuego a los jóvenes Rodrigo Rojas de Negri y Carmen Gloria Quintana. Posterior a ello, sus cuerpos fueron dejados abandonados en un sitio eriazo. Carmen gloria logró sobrevivir con muchas secuelas producto de las quemaduras. Rodrigo no sobrevivió. 20 José Carrasco Tapia fue un periodista mirista que trabajo en la Revista Análisis, levantando un fuerte discurso contra la dictadura y la censura. Tras el atentado a Pinochet, a modo de represalia, fue detenido y asesinado un 8 de septiembre de 1986 a manos del denominado comando “11 de septiembre”. 21 Orlando Letelier fue un político chileno que trabajó como Canciller y Ministro de Defensa en el gobierno de la Unidad Popular. Tras el golpe de Estado, Letelier fue tomado prisionero en Isla Dawson, de donde logra salir en libertad y exiliarse en Estados Unidos. Durante su exilio levantó un fuerte trabajo en contra de la dictadura, logrando desestabilizar algunas de las relaciones internacionales que el régimen buscaba entablar, por lo que se le visualizó como una amenaza y enemigo de la dictadura. Se especula que Pinochet de manera personal encargó el asesinato de Letelier en EE.UU el 21 de septiembre de 1976, haciendo explotar el automóvil en donde viajaba junto a su secretaria y ciudadana norteamericana, Ronni Moffitt. Este acontecimiento provocó el cuestionamiento internacional hacia la dictadura, pues se les responsabilizó directamente por los hechos y, en particular, a Manuel Contreras como autor intelectual del atentado. Esto provocó el recambio de la DINA a la CNI, como medida paliativa por el desprestigio de las prácticas represivas del Estado Chileno. 22 El denominado “caso degollados”, refiere a la desaparición y asesinato de los militantes comunistas José Manuel Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino entre el 28 y 30 de marzo de 1985. Fueron torturados, degollados y dejados expuestos, tanto para demostrar los alcances del poder del régimen, como para amedrentar y replegar las investigaciones sobre violaciones a los Derechos Humanos que realizaba la Vicaría de la Solidaridad. Tras las pericias de este caso, a mediados de 1985, se establece el retiro del General Director de Carabineros y miembro de la Junta Militar, César Mendoza, al igual de que se decreta la disolución de la DICOMCAR (Dirección de Comunicaciones de Carabineros). 23 La “matanza de Corpus Christi”, o también conocida como Operación Albania, fue el asesinato de doce militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez entre el 15 y 16 de junio de 1987 a manos de agentes de la CNI. 57

comunidad que se continuaría gestando con ellos y desde ellos, también se les entrega un rostro e identidad para rescatar la vigencia de los sujetos que tienden a caer en el anonimato dentro de las extensas listas de detenidos, desaparecidos y combatientes.

Según lo señalado, de la lectura de estas cartas surge la reflexión en torno al gran nudo de conflicto que determina los énfasis en la construcción de las misivas. Con esto me refiero a la dictadura como un factor que totaliza cualquier otro recuerdo: los que anteceden a dicho período y los que le siguieron. Esto se observa en los saltos temporales que van ligando un pasaje de la vida con el otro, por ejemplo, cuando hablan de la infancia o del período de la Unidad Popular, inmediatamente se retorna al proceso dictatorial o relatan el advenimiento del mismo, tal como señala Ana María al referirse al período previo del golpe de Estado: “no sabíamos que eso que estábamos viviendo, casi la felicidad, iba a durar tan poco. Que en esa casita nos iba a encontrar el golpe militar y que todo iba a cambiar para nosotras y nuestros compañeros” (15-16). Fragmento que muestra una lectura reflexiva del pasado, al mismo tiempo de que devela una situación incierta de la memoria, pues pareciera que no pudiesen relatarse sin que el quiebre producto de la dictadura, sea el eje problemático que determine cualquier otro recuerdo. Esta cualidad surge de la mirada en retrospectiva hacia el pasado y las instancias de reflexión dentro del relato:

Pero lo que no podíamos llegar a imaginarnos, lo que ni en los peores pensamientos

se nos pasaba por la cabeza, era el horror de la dictadura que se nos venía. Ni mucho

menos que el Peque iba a ser detenido un 14 de febrero y no volveríamos a saber de

él nunca más. Tampoco nos imaginamos que empezando el 75 yo iba a caer en

manos de la DINA e iba a permanecer casi dos años presa. Y que después ibas a

seguir tú (16).

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En el fragmento se aprecia un juego con los tiempos y contextos que mantienen al lector pensando que ese ʻayerʼ también es ʻhoyʼ, y desde donde se trazan trayectorias de vida que ponen en tensión el ʻyo actualʼ con el ʻyo pasadoʼ para el relato de la experiencia en contextos de crisis. En parte, esta tensión se visualiza a partir del ʻno saberʼ que imperaba durante la coyuntura dictatorial y los hechos adyacentes que rondaban a las propias experiencias de la autora. Es más, el no saber o advertir que se instauraría una dictadura por diecisiete años, lo cual si es advertido en el relato construido desde el presente, tal como retrata Teresa al decir que “el año 1973 se presentaba difícil: se aproximaba la dictadura y el conflicto iba en serio” (53). Período turbulento en donde una etapa se cerraba y comenzaba otra igual o más incierta que la anterior, como se puede observar en lo narrado por Ana María:

Esto es solo para contarte cómo terminó esa etapa de la vida, la de la prisión, la de

Tres y Cuatro Álamos. Un período se cerraba, pero eso no significaba que nada

fuera diferente: la represión continuaba, seguía habiendo detenidos por todo el país,

las listas de desaparecidos se seguían engrosando y el trabajo de la Agrupación de

Familiares de Detenidos Desaparecidos continuaba incansable. Sabíamos que esta

guerra iba a ser larga, pero no pensábamos que faltaban aún doce años de lucha

marcados por el dolor, por la ausencia definitiva de tantos y tantas compañeras. Tal

vez nuestro único triunfo es que seguimos vivas y aún podemos narrar un pedazo de

esta historia (105).

Estos turbulentos encuentros del ʻyo actualʼ con el ʻyo pasadoʼ son los que demarcan el espacio de enunciación de las autoras. Un espacio difuso en donde el ʻyoʼ constantemente cambia y, a ratos, se fuga. Por tambaleante que esto pareciese, es la característica que

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permite generar una comunidad entre las autoras, porque al relatarse desde el presente y el pasado simultáneamente, posibilita que completen lo ʻno dichoʼ acerca de las experiencias particulares y conjuntas, que abren una ventana para la lectura cómplice de las percepciones sobre los hechos vividos por cada una. Tal como cuenta Ana María refiriéndose al día de su detención cuando iba de camino al punto de encuentro que tenía con Teresa: “había que esperar una semana más y volver al mismo lugar: dos veces regresaste, era tu forma de estar conmigo, de decirme que creías en mi” (60). Manera de acompañarse en la distancia y de negar la posibilidad de una ruptura permanente, la cual podía producirse tras la detención de alguna.

A raíz de los encuentros y desencuentros que vivieron las autoras, Ana María le dice a Teresa: “nunca me acostumbré a esta comunicación en blanco y negro. Me faltaban los sonidos, las miradas que dicen más que cien palabras, las risas que todavía acompañaban nuestras conversaciones” (243). Haciendo de la comunicación a distancia un estar presente de manera incompleta, ya que el saber o dar cuenta de la existencia de la otra, no es un ver o palpar la vitalidad ajena, empaparse de ella y conectarla a la propia experiencia. Para

Teresa, la esperanza del reencuentro con sus seres más cercanos y con quienes compartía el objetivo de dar término a la dictadura, se originó con el inicio de las Jornadas de Protesta, significándolo como “ese movimiento que se produjo cuando el pueblo perdió la paciencia y afortunadamente nunca la recuperó” (203). De acuerdo a las palabras de Teresa, se podría decir que en su percepción de las movilizaciones sociales es cuando más se cristalizan las nociones de comunidad, dando luces de un gran sector de la sociedad que se congregó, sin conocerse, para emprender una lucha bajo una constelación en donde se compartían sentidos comunes muy distintos a los impuestos por la dictadura.

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De ahí que Ana María relate sobre cuando obtuvo la libertad, rescatando la emoción que le produjo la cantidad de personas que fueron a esperarlas fuera del recinto: “cuando salimos a la calle había cientos de personas del barrio, familiares y amigos que esperaban rodeando el campamento y protegiéndonos. Yo creo, Teruchita, que nunca en mi vida volveré a vivir algo tan emocionante como esa salida” (104). Lo que engrandeció el espíritu de liberación de Ana María, no fue solo la recuperación de su libertad, sino que también ver congregada a todas aquellas personas que las recibieron, simbolizando una victoria dentro de la gran guerra desatada. Es por ello que, tanto dentro de los recintos de detención, como en todo el escenario dictatorial, “en que las nociones de horror y muerte están presentes, cada pequeño gesto de ternura te ayuda a seguir” (73), según agrega Ana María. Por esa razón las epístolas de las autoras excedan a la unicidad de cada una, pues ellas se fueron construyendo identitariamente en el encuentro con otros, que hacen leer estas misivas como un gran mapa o red. Un acercamiento que realiza Teresa, por ejemplo, hacia las mujeres que levantaron cartas de petición, fue su encuentro con madres de militantes miristas, a las cuales caracteriza diciendo que “ellas vivían por sus hijos y el dolor lo habían transformado en rabia. Mujeres admirables que eran capaces de dejar sus vidas pasadas en un proceso de identificación con sus hijos” (140). De esta forma, las cartas de Ana María y Teresa, presentan en sus relatos las múltiples formas y expresiones de la comunidad de resistencia durante la dictadura, sobre las cuales he intentado dar luces de existencia y la manera en que las autoras las retratan.

Comunidades que se presentan por medio del retrato vivo de los hechos del pasado y proyectándolos hacia un presente que tiene el compromiso de no olvidar. Ellas a través de sus misivas construyen el efecto de estar observando una sociedad, en donde sus voces

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participan pero también dan paso para que otros hechos y sujetos tomen voz, tal como se refiere Teresa: “esta va a ser la última carta que te escribo, porque siento que mi vida personal se desliga ahí de las muchas historias de los que resistieron y derrocaron la dictadura esa noche del No” (240). En parte, el rasgo distintivo de estas epístolas es precisamente señalar que ningún relato, de estas características, surge por la unicidad de quien transmite, sino que más bien es necesario hablar de un “nosotros”/ “nosotras” para darle un dinamismo, vigencia y sentido a la narración de los hechos. De este modo, la

última carta que aparece en el libro, escrita por Ana María, está dedicada al recuerdo del fallecido hijo de Teresa, Manuel, y también para conmemorar a todos aquellos que perdieron la vida durante la dictadura, a los que sobrevivieron y a los que siguen emprendiendo luchas desde distintas perspectivas. Para todos aquellos que se llevaron una parte de Teresa y Ana María con ellos: “cuando se va alguien tan querido, la posibilidad de volver a amar se hace más pequeña. Parece que el que parte se lleva consigo un trozo de tu afectividad y lo entierras con él” (245), dice Jiménez. Este cierre es más bien una apertura a un camino tan o más largo que la propia dictadura: el camino de la justicia y la verdad. De ahí que se levante un llamado abierto a que los lectores y la comunidad en general, nunca perdamos la memoria.

Llamado que tanto las cartas de petición, las de Gabriela Richards, Ana María

Jiménez y Teresa Izquierdo, dejan a partir de la exposición de una memoria que se retrata como abierta, susceptible a múltiples interpretaciones y para la disputa de sentidos colectivos. En base a ello, recojo la reflexión que abre Eugenia Brito, al preguntarse sobre cómo la resistencia chilena pudo sobrevivir a un sistema opuesto conceptual e ideológicamente al suyo, cómo se disputa la memoria y se construyen lenguajes para

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reconstruir a ese Otro silenciado por el lenguaje de la dictadura (19). Dicha reconstrucción se realiza en estas cartas a partir de voces femeninas que al relatarse a sí mismas generaron, en ocasiones, un cuestionamiento bidireccional: por una parte, hacia la dictadura y la institucionalización de la violencia, y por otra, menos visible e incluso menos consciente, hacia el sistema patriarcal que ha delimitado los radios de acción y expresión de las mujeres. El retrato de esto último, es lo que propongo como una disputa política por el reconocimiento, en donde el hablar de sí mismas posibilita que aquellas experiencias y voces femeninas concentradas en el mundo de lo privado, tomen una expresión pública.

Elemento que se analizará en las siguientes páginas.

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II CAPÍTULO

Representaciones de lo femenino: un acercamiento a cómo las mujeres leen e

interpretan sus experiencias

Como se ha ido indagando, cada conjunto de cartas tiene sus particularidades, siendo amplios los escenarios de enunciación y las estrategias discursivas empleadas para construir los relatos. En el caso de las cartas de petición se observó que no hay un emisor y receptor homogéneo, pero que ambos se construyen en base a relaciones de poder específicas; en las de Gabriela Richards toma protagonismo un ʻyoʼ que se externaliza desde una intimidad que se presenta como compartida, en tanto el receptor se dilucida en la medida de que ella le entrega un espacio de enunciación en sus narraciones; mientras que las de Ana María

Jiménez y Teresa Izquierdo presentan una nueva forma de entender la epístola, utilizándola como una plataforma escritural que posibilita la construcción y articulación de una memoria dual, en donde interactúan, de manera complementaria, dos voces. Por su parte, el lector emerge como un agente que muta al igual que las emisoras de las misivas, siendo interpelado por las mismas, haciéndolo parte de la construcción de las distintas comunidades imaginadas y la redefinición de sus alcances.

Ahora bien, lo dispuesto en esta parte de la investigación indaga en las formas de construcción de lo femenino, a partir de las representaciones que ellas realizan de los diferentes espacios que ocuparon durante la dictadura. Este análisis da cuenta de las múltiples voces que coexistieron bajo un mismo escenario, rescata la mirada femenina sobre territorios que generalmente se han leído en clave masculina, y, también, es una forma de leer en las epístolas las diferentes perspectivas, énfasis y nudos problemáticos de los que dan cuenta las mujeres. En otras palabras, esto significa: leer en las cartas de

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petición cómo se retrata la madre que recibe el golpe de la desestabilización de la cotidianeidad y asume, analógicamente, la misión de reconstruir el tejido social. En las cartas de Gabriela Richards, implica acercarse a una identidad en crisis producto del encarcelamiento por motivos políticos, en donde se producen vicisitudes entre el adentro y el afuera, el deseo y la represión de los impulsos, que conducen a la autora hacia distintos cambios en los paradigmas de la libertad. Y por último, en las epístolas de Ana María

Jiménez y Teresa Izquierdo, es leer el modo en que ellas retratan la militancia política, la clandestinidad, la tortura, y cómo ello se entrecruzó con el desarrollo personal y los proyectos de cada una. Lo central en el análisis será, entonces, examinar cómo las mujeres leyeron e interpretaron los distintos espacios y roles. Dimensiones que, por lo demás, fueron resignificadas a la luz del contexto de crisis de la dictadura, lo cual será analizado en el último capítulo de esta investigación.

En base a las intenciones del análisis propuesto, se visualiza que en las misivas la construcción de lo femenino transita por dos momentos, uno correspondiente al contexto histórico que remite a la dictadura y a la condición de la mujer con los ʻlímitesʼ de sus posibilidades, y el otro momento es el que se genera a través de la escritura desde donde nace la construcción de una ʻvozʼ femenina que desacraliza y cuestiona dichos límites. Para

Hélène Cixous, “al escribirse, la Mujer regresará a ese cuerpo que, como mínimo, le confiscaron; ese cuerpo que convirtieron en el inquietante extraño del lugar, el enfermo o el muerto, y que, con tanta frecuencia, es el mal amigo, causa y lugar de las inhibiciones.

Censurar el cuerpo es censurar, de paso, el aliento, la palabra” (61). En las cartas, la palabra apropiada por las mujeres es un reflejo de las marcas del cuerpo en tránsito, que se constituye por medio de la experiencia que van definiendo su identidad.

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En este sentido, la mirada hacia la experiencia implica rescatar un lenguaje cotidiano y vivido que ayuda a establecer diferencias y similitudes, al mismo tiempo de que se expone como un tipo de conocimiento inalcanzable (Scott, Experiencia 72-73). Por tanto, la experiencia siempre es una interpretación que requiere ser interpretada. De aquí surge la subjetividad como un mecanismo que, por medio de la experiencia, construye comprensiones del mundo, da cuenta de la constelación de posibilidades en donde se ordena y administra el deseo, y, por ende, siempre se enmarca dentro de relaciones de poder. En palabras de Cristina Moyano,

La configuración de los universos de lo deseable, de lo anhelable, de lo justo, de lo

ético y de lo bueno son construcciones culturales simbólicas que dan cuenta de las

relaciones de poder sobre las cuales se fundamentan, se constituyen, cambian y se

descomponen. Dichas relaciones de poder, son, por ende, relaciones de política.

Política de lo cotidiano, política de la vida diaria, que nutre los discursos públicos y

viceversa (46).

El discurso presente en la narrativa de las mujeres, para Patrizia Violi, debe dar cuenta de la diferencia como un lugar en donde es reconocida la especificidad que, implica para hombres y mujeres, “modos distintos de experiencia, caminos no simétricos y no eliminables” (El infinito singular 155). Aceptar esta diferencia sexual, requiere que las mujeres construyan lo que para ellas es ser mujer por medio del discurso y la conciencia

(Violi, El infinito singular 155). Esto, dando cuenta de las distintas dimensiones que la componen, ya que la escritura femenina transita y hace posible los encuentros con el otro, a través de efímeras o permanentes estancias en él, ellos, ellas (Cixous 32). Aunque pareciera que de momentos las mujeres cedieran o compartieran su espacio de enunciación para

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retratar a otros, esto no es más que una de las característica de su escritura, o sea, sería propio de las mujeres el acto de des-apropiarse y comprenderse como una totalidad que se encuentra compuesta por diversas partes, ninguna más importante o independiente que la otra, sino que más bien funcionan como un conjunto móvil y cambiante (Cixous 48), que en su totalidad no significan a la mujer como una categoría universal ni particular, sino que más bien como un sujeto singular que puede comprenderse fuera de los marcos establecidos para ella.

En concordancia a lo anterior, se advierte que la escritura epistolar de las mujeres funciona a modo de dispositivo, el cual genera experiencias, las interpreta y disputa los sentidos dentro de un sistema. Este dispositivo se caracteriza por entretejer voz y escritura, en donde las mujeres “hacen jadear el texto o lo componen mediante suspensos, silencios, lo afonizan o lo destrozan a gritos” (Cixous 54-55). De este modo son construidas las misivas que componen el corpus de esta investigaciones, en donde hablan mujeres que llenaron los organismos de Defensa de los Derechos Humanos para buscar a sus familiares, mujeres que integraron partidos políticos debiendo definir lo que significaba ser una militante al mismo tiempo de que avanzaban los tiempos de acción contra la dictadura, y también observar que las cárceles fueron ocupadas por mujeres marginadas socialmente por su opción política. Varios espacios desde donde se expanden voces femeninas que leen e interpretan estos territorios a partir de sus experiencias, abriendo caminos hacia otros nudos problemáticos acerca de lo que implica ʻser mujerʼ bajo una dictadura que ejerce sobre ellas tanto una represión fascista, como también una de carácter patriarcal.

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Cartas de petición: espacios desestabilizados y transgresión de la cotidianeidad

En ocasiones las representaciones que hacen las mujeres de sí y de sus diferentes roles, se exponen desde una perspectiva que no dista mucho de la imagen tradicional que se tiene acerca de ellas, es decir, las mujeres también pueden representarse en clave masculina y resaltar aquellos roles sobre los cuales ha sido definida. Sin embargo, la diferencia que radica en cuando las mujeres son representadas y cuando ellas se representan, son los matices o intersticios que se reflejan en la escritura. Por ejemplo, en los tres tipos de cartas existen referencias explícitas a la maternidad como un rol totalizante en la vida de una mujer, desde donde también se reordenan sus cosmovisiones y prácticas cotidianas. Sin embargo, y pese a la importancia que se le otorga a la maternidad, esta es plasmada como un rol que va más allá del ejercicio de control que un sistema machista y dictatorial pueda ejercer en ellas, por medio de, la considerada, indisoluble relación identitaria entre ʻser mujerʼ y ʻser madreʼ. El campo específico de la maternidad, pese a estar, en ocasiones, permeado por la lógica patriarcal, puede ser resignificado a partir de la lectura que tienen las mujeres sobre ello, cuáles son los simbolismos que le otorgan, las transformaciones que tiene bajo un contexto de crisis, y en el fondo preguntarse sobre qué implica para ellas ser madre.

En el caso de las cartas de petición, dicha implicancia posee dos dimensiones: la transgresión y la reconstrucción. Ambas producen una analogía entre un proceso general/coyuntural, y la autopercepción que tienen de sí las mujeres. Por una parte, la transgresión remite al proceso de ruptura de la vida cotidiana y a la desestabilización del núcleo familiar provocado por las prácticas de la dictadura, a raíz de lo cual las mujeres plantean su identidad de madres, esposas, compañeras o hijas, como identidades que

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también fueron fragmentadas por el hecho de encontrarse definidas en base al espacio del hogar que fue quebrado. Por otra parte, la reconstrucción refiere a los intentos por rearmar el entramado de lo cotidiano a través de la búsqueda de sus familiares, proceso que se plantea como símil a los esfuerzos por reconstruir tanto los ejes identitarios de la mujer bajo dicho espacio, como también la búsqueda de rearticulación del territorio nacional que leeré como la matria.

Algunas mujeres al comienzo de sus epístolas, elaboraron una presentación de ellas mismas. Una suerte de breve definición sobre los puntos importantes que la componen e identifican. Así, expresa una de las protagonistas: “Me llamo Graciela Sáez Pardo, 44 años, casada, madre de 5 hijos” (Carta a Juan de Castro párr. 3). Forma de exponerse que va acompañada de otros datos que dan cuenta de su domicilio, cédula de identidad, entre otros.

Sin embargo los énfasis en la presentación están puestos en las categorías de madre y esposa, lo cual es reiterativo en la mayoría de las cartas. Esta forma de definirse frente a un

ʻotro/aʼ, pasa por la comprensión de la mujer como un sujeto tridimensional: es casada, es madre y a la vez es mujer (Badinter 15). Dimensiones que parecieran encontrarse enraizadas bajo un mismo significado. De ahí que algunas enfaticen aún más en ello: “soy una esforzada mujer trabajadora, madre de ocho hijos y que he colocado siempre lo mejor de mis energías para dar lo mejor a los míos y procurar su felicidad y bienestar” (Carta a

Lucía Hiriart párr. 2) indica Adriana Arismenia, quien también se dirige a su interlocutora a partir de su “calidad de esposa, madre y ciudadana chilena” (Carta a Lucía Hiriart párr.

2). Mismo modo en el que Carmen Vivanco se dirige a Sergio Diez Urzúa, indicando que busca “exponerle por escrito un problema que me afecta seriamente en mi calidad de madre, esposa y ciudadana chilena” (párr. 1).

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La muestra anterior sobre los elementos que las mujeres escogen para presentarse, exponerse a un ʻotro/aʼ y, en parte, definirse, puede interpretarse de distintas formas, ninguna categórica ni aislada de las demás. Una es por medio del análisis sobre la manera en que ellas administran sus afectos: ante cualquier otra cosa ellas son madres y/o esposas, lo cual determina sus prioridades y el grado de involucramiento en asuntos políticos como lo es la búsqueda de su familiar. Otra lectura es, relacionada a la anterior, que las mujeres hacen palpable la institución de la familia como un sistema en donde ella internaliza la idea de que su destino es casarse y ser madre, pues no existiría fuera de los marcos de una familia, conllevando a que nunca se comprenda solamente como Mujer (Valdés, Mujer y derechos humanos 6). Y la tercera lectura que me surge, refiere a la idea de la familia como un territorio fértil, desde donde se expande la vida y se genera la sociedad, por lo que el remarque de sus roles que la anexan a la familia sería una respuesta que ellas dan a las prácticas del aparato dictatorial, es decir, “la política de la vida como respuesta a la política de la muerte” (Valdés, La mujer y la dictadura en Chile 15). Acción que simboliza un primer paso para la visualización de la mujer como una actora política, en base a los ejes clave que ellas consideran para su construcción social.

Siguiendo esta perspectiva, la familia es el núcleo primario de las mujeres, siendo casi el único espacio de socialización que ellas poseían. Es por ello que las rupturas de este territorio que se sostiene desde la cotidianeidad, al ser detenido uno o más miembros, produjo quiebres en los puntos nodales sobre los que la mujer se comprende: cómo puede definir su existencia social como madre y esposa si su hijo/a o esposo han sido desaparecidos, si están ausentes esos ʻotros/asʼ a través de los cuales ella estructura su mundo. Esta transgresión de lo cotidiano es definido por Rosa Ortega como una “tragedia

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hogareña” (Carta a Lucía H. párr. 2), en donde su familia fue “sacrificada moral y económicamente, al grado ya de desesperación” (Carta a Lucía H. párr. 3). En el caso de

Rosa Ortega, ella es una hija que levanta una solicitud para la liberación de su padre, quien fue detenido por segunda vez. En su misiva retrata lo que para ella, su madre y hermanos, significó la detención, señalando que: “sufrimos, no sólo por la ausencia de papá, sino además por ver martirizada a nuestra madre, con la ausencia de nuestro ser querido. Ella sufre –y como buena madre– en silencio y en la soledad de su vida enclaustrada en su dolor” (Carta a Lucía H. párr. 8).

En parte, las palabras con las que Rosa se refiere al estado de su madre, son una muestra sobre cómo las mujeres (madres) son interpretadas. Para ella es símbolo de ser buena madre el hecho de que padezca de manera oculta e inclusive de que el dolor se experimente de manera solitaria. Bajo esta perspectiva, se le atribuye como propio de ella el hecho de vivir para otros, pero vivir para sí misma bajo espacios restringidos, en donde su situación no tenga necesidad de ser atendida por esos “otros” por los cuales ella se moviliza. Desde otro punto de vista, Carmen Vivanco en medio de la búsqueda de su esposo e hijo, relata la situación en donde se le informa que su hijo resulta inexistente dentro de los registros:

He quedado muy sorprendida y alarmada cuando me enteré que en la respuesta del

gobierno de Chile de 1976 a la Comisión de Derechos Humanos de la NU, se

menciona a mi hijo como una persona cuya identificación aún no ha sido encontrada

en el Gabinete de Identificación. La existencia de mi hijo el algo que no puede caber

duda a su madre, y por lo demás es fácil ubicarla y acreditarla por los medios

legales del caso (Carta a Sergio Diez Urzúa párr. 3).

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Para Carmen Vivanco, “un hijo no puede ser declarado inexistente” (Carta a Sergio Diez

Urzúa párr. 3), pues también conllevaría una anulación del sujeto-madre que habita en ella.

En este punto, la transgresión deviene de la vida, de las formas en las que esta puede retratarse y también los modos en que se trazan los vestigios vitales de otros. Dicho de otro modo, si la desaparición “es un pedazo de vida que no se puede relatar” (García 74), el hecho de declarar la inexistencia del ser buscado, en este caso un hijo, la mujer en su calidad de madre tampoco puede ser relatada. De aquí que la búsqueda del familiar contenga un doble objetivo: la identificación corporal del desaparecido dentro del territorio nacional, y el reencuentro con la identidad materna que ha sido negada y declarada inexistente.

Como se mencionó en un comienzo, las representaciones que hacen de sí las mujeres, tienen matices que hacen observar el ejercicio de la maternidad desde distintas perspectivas. En el caso de Rosa Ortega se ve cómo la mujer-madre es representada por su hija, y de otro modo, cómo lo ocurrido con Carmen Vivanco puede interpretarse a la luz de la declaración de inexistencia de su hijo. Ambas experiencias entregan claves sobre las cuales se construye el sujeto-madre en el escenario dictatorial, dando cuenta de que son miradas cruzadas, con líneas externas que atraviesan a las mujeres y las leen como sujetos que padecen, líneas adyacentes que las rondan y van transformando el territorio de la maternidad –la política de la muerte–, y las líneas que nacen de ellas para verter en la sociedad una fuerza cuestionadora. En parte, este cuestionamiento puede ser visualizado a raíz del encuentro con el/la desaparecido/a, al momento en que se tienen conocimientos directos sobre la situación del familiar. Tal es el caso de Virginia Moreno, quien tras la búsqueda de sus tres familiares detenidos, tiene la posibilidad de visitar a su hija, Luz de las

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Nieves Ayress Moreno, la cual le relata la experiencia de tortura-sexual política a la que fue sometida:

Con profundo dolor y asco, escuche de sus propios labios el relato de las salvajes y

bestiales violaciones a que fue sometida por tres o cuatro sujetos depravados.

Estando amarrada y con los ojos vendados, fue objeto de vejámenes inimaginables y

salvajes torturas. Le aplicaron corriente en los oídos, lengua y vagina. Le separaban

y amarraban las piernas y al tenerla así, la violaban, le introducían palos en la

vagina, le hacían andar ratas por las piernas que luego se las introducían a la vagina.

La colgaron varias veces tanto de los brazos como de las piernas y la golpeaban

constantemente en el estómago y en la cabeza, detrás de los oídos especialmente. Se

desmayaba tantas veces que, por estar con los ojos vendados, perdió totalmente la

noción del tiempo (Carta a Raquel Lois párr. 5).

Imágenes que retratan los actos de los aparatos de la dictadura para deshumanizar a su hija, para tomar posesión de una vida y transformarla a la calidad de objeto. La tortura sexual durante la dictadura fue una práctica sistemática, que atentó contra las mujeres de manera específica para su degradación física y emocional. Esta particularidad proviene de la identificación de la prisionera como símbolo de la mujer política-pública, la cual es incompatible con el proyecto de hegemonía social de la dictadura (Zamora párr. 34). Es por ello, que el tipo de tortura aplicada a las mujeres “expresaba una forma real de materializar el castigo subjetivado” (Zamora párr. 31), pretendiendo disciplinar aquel cuerpo abyecto, por medio de lo que diferencia a la mujer en términos de su construcción sexuada. De ahí que los métodos estuviesen orientados hacia su integridad como mujeres, como una forma

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de devolverlas a ese lugar que la cultura patriarcal le otorgó, transgrediendo su cuerpo e identidad, y atentando contra los elementos que simbolizan el ʻser mujerʼ.

La práctica de tortura sexual arrastró una serie de consecuencias que solo pueden ser experimentadas por una mujer, como lo es la maternidad involuntaria producto de la violación. Hecho que extiende la práctica de la tortura en el tiempo, para transformarse en un macabro recordatorio de lo que le ocurría a las mujeres cuando irrumpían el orden social. Así es retratado por Virginia Moreno, al mencionar las consecuencias que afligían a

Luz de las Nieves: “producto de estas atrocidades, mi hija está con síntomas de embarazo, su menstruación no le ha venido y tiene mareos y vómitos. Ojalá la Divina Providencia no permita tal monstruosidad porque somos una familia que tenemos un gran concepto del amor, del hogar y la familia: los hijos deben ser el fruto del amor y no de una aberración sin nombre” (Carta a Humberto Magliocchetti párr. 7). En este caso, se muestra una mirada completamente distinta sobre los acercamientos hacia la maternidad que he pesquisado y las que expondré más adelante, ya que se dilucida que ante un hecho de violación a los derechos humanos, se produce una tensión entre las arraigadas concepciones del ʻser madreʼ y la comprensión que las mujeres tienen de ella a partir de experiencias de extrema violencia.

Según las palabras de Virginia Moreno expresadas anteriormente, su comprensión de la maternidad está construida en base a las dimensiones más tradicionales en las que se debiese desarrollar: en un núcleo familiar bien conformado y como producto del amor. Esa imagen que también fue impulsada discursivamente por el régimen, era completamente contradictoria a las prácticas que sus agentes tenían con las mujeres que fueron detenidas y que rompieron el esquema de feminidad que ellos legitimaban. De modo que para la doble

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moral del régimen, algunas mujeres serían las encargadas de la reproducción social y la transmisión de los íntegros valores familiares, mientras que otras recibirían la maternidad a modo de castigo materializado en un hijo/a que es producto de una violencia sistémica.

Esto, simbólicamente, podría interpretarse como el hecho de parir el castigo por su desobediencia, o como diría Virginia Moreno, traer a la vida a quien “sería un ser maldito e infeliz porque recordaría en cada instante las horas más horrorosas por las que puede pasar una mujer” (Carta a Humberto Magliocchetti párr. 8).

Mirada que pone en perspectiva dos cosas: primero, que el ejercicio de la maternidad no es un espacio estático ni homogéneo, sino que más bien muta acorde a los marcos experienciales de cada caso; y en segundo lugar, el cuerpo puede ser observado como un territorio en donde nacen las subjetividades y por medio del que se practica una resistencia contrahegemónica, por lo cual es el primer espacio sobre el que se ejerce disciplina y violencia para la mantención de un determinado orden. En este sentido, las identidades de madre y mujer pueden leerse de manera complementaria, que territorializan y des-territorializan un cuerpo, rearmando su entramado y también poniéndolo al borde de la aniquilación. Relación que lo vuelve un espacio en disputa y, por ende, también político.

Desde el cuerpo-territorio se emprendieron las luchas por la reconstrucción del entramado social, que puede ser visto a partir de tres ejes: 1) la expansión de la madre como concepto y práctica, tal como se ha señalado, 2) la búsqueda de los detenidos desaparecidos, 3) y la rearticulación de la nación como proceso paralelo a la reconciliación entre cuerpo e identidad. En base a este último punto, el territorio nacional puede leerse

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como la matria24 para recalcar el arraigo identitario entre mujer-mater-matriarcado-madre tierra, opuesto al concepto de patria con el dialogismo entre pater-padre-patriotismo- patriarcado, es decir, la matria agudiza lo relativo a la madre-patria. Aplicado al contexto de dictadura, la matria será el reflejo de la “política maternal” (Montecino 96) que se produjo a raíz de “la ruptura de la atomización de las madres para superar las privaciones y permitir la continuidad de su núcleo” (Montecino 105). Así, la matria da cuenta de los ausentes y de la patria desaparecida, que llevó a las mujeres de oposición al tránsito de lo público hacia lo privado, o desde una lectura más propia del territorio latinoamericano, del hogar hacia la calle, manifestando la ausencia de aquellos que fueron escondidos en el espacio nacional, los cuales fueron mayoritariamente hombres. De aquí que un simbolismo y expresión de la matria, haya sido la ʻCueca sola” en donde, alegóricamente, “la mujer baila sola para mostrar su viudez, su abandono, su “lealtad” al que partió; pero también para convocar su silueta perdida” (Montecino 107).

Por medio de una lectura matria, las nociones de territorio fértil no se ajustarían a lo netamente administrativo para la construcción de la nación, sino que más bien es un espacio en constante expansión como la vida. De modo que bajo un contexto en donde primó la política de la muerte, la matria será el lugar disidente en donde habitan los ausentes y los silenciados por la dictadura. La tensión entre resistencia-matria y poder dictatorial-patria, harán que este último agudice cultural y simbólicamente su fuerte poder masculino, conllevando a que las pulsiones de vida fuesen violadas, marginadas y cosificadas para la refundación de la patria bajo fundamentos mercantiles de la vida y su desarrollo. Es por

24 Según Sonia Montecino, la matria también puede ser leída en relación a las mujeres partidarias de la dictadura. Sin embargo, en este estudio solo será aplicado a las mujeres de oposición para dotar de perspectiva la relación de ellas con el territorio quebrado tras el golpe de Estado. 76

dicha tensión que la búsqueda de los familiares detenidos/desaparecidos, sea complejizada por los aparatos dictatoriales, tal como relata Alicia Lorca: “Todos los días salgo de la casa en que vivo, con la esperanza de llegar con alguna buena noticia, pero lo único que encuentro es una enorme pared infranqueable sin tener contestación a mi inquietud, sin siquiera saber si mi hijo es está vivo o muerto” (Carta a los Obispos de Chile párr.8).

Manera de plasmar un poder que extendió sus prácticas hacia los intentos por invisibilizar a los sujetos en tanto cuerpo e identidad. Sin embargo, de la ocultación nació el deseo por buscarlos, en donde el encuentro del ausente sería la única manera de que la mujer-madre pudiese reordenar su goce.

Para Zizek, “una nación existe sólo mientras su goce específico se siga materializando en un conjunto de prácticas sociales y se transmita mediante los mitos nacionales que la estructuran” (46). En alguna medida los mitos refieren a las nociones de orden y estabilidad nacional que se habría vivido en la patria antes del advenimiento del golpe de Estado, tal como señala Eliana Galindo al referirse a la detención de su hermana por parte de la DINA: “esto es algo totalmente inusitado y brutal, que no conoce antecedentes en nuestra historia patria, que rompe todos los moldes de convivencia democrática y ajustada a la legalidad y al respeto a los derechos humanos, que ha caracterizado a nuestro país en más de un siglo y medio de trayectoria republicana” (Carta a Jorge Alessandri Rodríguez párr.3). Aquí, el cuestionamiento acerca de las formas de concebir y estructurar la patria, siguen siendo vistas a partir de la ausencia o presencia masculina, sin adentrar en cuáles fueron las prefiguraciones positivas de esa ʻhistoria patriaʼ hacia las mujeres. De alguna manera esta es una crítica que fue abordada por las mujeres de la época, quienes desde las distintas organizaciones que formaron, levantaron un

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cuestionamiento sobre lo que para ellas significaba la patria, la democracia y el orden social. Pese a ello, en los fragmentos de cartas analizados, se ve un primer paso de ese cuestionamiento y posterior autoconciencia, que refiere a la identificación de un problema y de cómo afecta a las mujeres de manera específica.

Gabriela Richards: sobre las complejidades del entramado identitario

En el análisis de las cartas de petición busqué resaltar como comenzó a emerger la política de la vida, como respuesta a la política de la muerte impulsada por la dictadura. Elemento contestatario que se desplegó en los tres conjuntos de epístolas, como también en la realidad concreta de las mujeres de oposición durante dicho período, transformando aquella política también en una cultura de la vida (Hinner 869) que se arraigó, principalmente, en las prácticas de resistencia de las mujeres de distintos sectores sociales. Así, esta cultura se desplegó como una característica aglutinadora de las diversas agrupaciones femeninas –y asimismo de aquellas mujeres no organizadas– que se caracterizó por tener una mirada sobre la resistencia basada en la no-violencia activa (Hinner 869). Esta expresión de la resistencia se desplegó incluso al interior de la prisión, en un espacio que de por sí es coercitivo, jerárquico y violento (Hinner 870). En el caso de las cartas de Gabriela

Richards, la prisión que ella transita es de carácter común, es decir, una cárcel a la cual se llega tras un proceso de juicio, de condena y de acceso medianamente expedito para las visitas a la detenida. A diferencia de las prisiones en las que de manera inmediata pensamos al contextualizarlas durante la dictadura, las que son más bien campos de concentración, de tortura, exterminio y de funcionamiento clandestino.

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Sin embargo, la prisión habitada por Gabriela toma un carácter político de acuerdo a los motivos por los cuales ella fue recluida, transformando estas cárceles comunes como partes del aparato dictatorial, en otras palabras, funcionaron – en mayor o menor medida en relación a los centros de tortura–, como “engranajes más profundos del proyecto de cambio socio-político que se buscaba implementar” (Hinner 871). De cualquier modo, este espacio representó una fragmentación del sujeto que la habitó, intentado inhibir sus pulsiones de vida y restringiendo su desarrollo personal. Bajo estas dimensiones Gabriela se construyó en sus cartas, una construcción que por lo demás no fue lineal ni categórica, sino que más bien con permanentes estados de cambio. Siendo, también, más difusa y menos plausible que en las cartas de petición, pues las misivas de la autora son limitadas en su contenido ante la amenaza de que sean obtenidas por la seguridad dictatorial y usadas en su contra. Es por ello, que lo político en las epístolas de Gabriela se encuentra operando en un espacio diferente al de su realidad psíquica y emocional, dando paso a su construcción a partir de aquellos elementos que pudieron ser transmitidos: sus relaciones afectivas interrumpidas, los anhelos de libertad, la maternidad que se comienza a gestar en la prisión y los cambios espaciales que se condicen con sus cambios identitarios.

De este modo, en la lectura de las cartas de Gabriela, se pueden visualizar tres tránsitos físicos importantes: la aprehensión en la cárcel de San Miguel, el traslado a la cárcel de Santo Domingo y su liberación. Esta circulación produjo diversos cambios identitarios en ella, como también diferentes grados de involucramiento en cada uno, implicando que cada espacio signifique un tipo de encarcelamiento y de libertad al mismo tiempo. La dicotomía mencionada, se puede leer en las misivas de Gabriela a través de las marcas presentes en las firmas con que ella finaliza algunos de sus relatos, en donde da

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cuenta de una identificación como presa política y, a la vez, de las pulsiones de vida que aun estaban presentes en aquel espacio de aislamiento. Modo en el que la autora se despide de su familia y pareja, diciendo: “a lo mejor más adelante podría dar a cada uno un regalo hecho con mis manos de P.P (presa política)” (23); “la hija P.P” (26); “te quiere, tu hermana presa; enamorada y presa” (44); “tu mujer presa pero no muerta” (48); “chao, un beso y una lagrimita de su hija presa, pero viva y amante” (52); “te ama tu mujer presa injustamente” (91). Marcas en donde se conjuga una identidad ausente y trastocada como la de ser prisionera política, con aquella identidad que se extiende en este espacio de encarcelamiento y que pretende ser un recordatorio de que su ausencia en el ʻexteriorʼ es solo un proceso transitorio.

En esta pausa vital que significó su encarcelamiento, ella se plantea como objetivo retomar las relaciones que fueron interrumpidas por dicha aprehensión, como una de las grandes metas que se construyó dentro de la prisión para mantener la esperanza de en algún momento salir. Con respecto a ello dice que: “nosotros con el Negro tenemos la gran tarea por delante de recuperar el tiempo de cana. No estoy dando la batalla por perdida, solo estoy adaptándome a este juego que me hizo la historia…” (51). En este contexto, la identidad de Gabriela se construye por medio del cuerpo tomado, del cual hicieron posesión aquellos otros que intentaron normarlo y condicionarlo, proyectando una constante pugna entre la resistencia de la autora por sobrevivir a este espacio y el poder hegemónico que en ella se ejercía. En palabras de Andrea Rodó, “el cuerpo es una ventana abierta a nuestra identidad, es el lugar donde se manifiestan, con extraordinaria nitidez, los signos de nuestra condición social” (109), signos que se tensionaron ante el anhelo de contrarrestar aquel juego de la historia al que hace referencia la autora, y la vulnerabilidad que implicó estar

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bajo la tutela de las lógicas y prácticas de la dictadura, sobre lo cual ella indica: “y esto de estar presa, de vivir en esta cárcel maldita, de estar en las manos mismas del enemigo, a su entera disposición” (43).

A partir de la vulnerabilidad, la autora encontró espacios dentro de la prisión para

ʻseguir siendoʼ, principalmente a través de mecanismos de socialización que la enfrentaron de manera obligada al encuentro con otras mujeres con las que compartía la experiencia carcelaria. En torno a este acercamiento, Gabriela indica que “es difícil acostumbrarse, son tantas caras nuevas, cada mujer una historia, una sonrisa, un cariñito” (20). Mujeres con las que estableció lazos de confianza para un reajuste de lo cotidiano y con quienes generó nuevas relaciones afectivas. Sin embargo, pese a que la cárcel posibilitara la confluencia de mujeres políticas, este también fue un lugar que representó la inestabilidad de los vínculos al tener cada prisionera una situación distinta de inserción en aquel espacio. Con respecto a ello, la autora reflexiona: “es peor estar incomunicada después de estar acá, porque se echan de menos más cosas. Bueno, no sé, yo espero que la Jessy se porte bien mujer y saque a relucir su fortaleza escondida que intuyo está detrás de esa niña regalona y malcriada. La echo harto de menos y me pena como otro fantasma, como el Negrito” (40), refiriéndose a su amiga y compañera que fue incomunicada. Este lazo que formó con la

Jessy, es interrumpido por diferentes condicionantes de la situación intramuros, haciendo que dentro de la prisión misma también se fueran produciendo situaciones de lejanía que repercutieron en la estabilidad de la autora: “ahora mismo estoy en mi cama y sin la Jessy al lado me cago de nuevo” (40). Relaciones que parecieran ser circunstanciales, pero que hermanaron en las experiencias conjuntas, a mujeres que se agruparon dentro de la prisión

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bajo el reconocimiento de los signos de solidaridad, voluntarismo y de cuidado que implicaron una manera de resistir con características colectivas.

Tanto de la experiencia en la primera prisión y del encuentro con otras mujeres,

Gabriela realiza un balance diciendo que: “ahora siento que quiero mucho más a la gente, en realidad esta vida acá en la cárcel no es mala, no se hace difícil mientras una tenga la esperanza de salir en algún momento” (25). Palabras que detentan una cierta comprensión y adaptación de su espacio habitado. En esta primera cárcel, pese a que le faltase su familia y pareja, la autora estableció una cotidianeidad, amistades y una rutina que la hicieron sentir como un fragmento del lugar, en parte debido a los esfuerzos de resistir al quebranto de la prisión y del encuentro con otras mujeres con las cuales compartir dicho mundo. Sin embargo, esto se vio interrumpido al ser trasladada a la cárcel de Santo Domingo, en donde la relativa estabilidad conseguida en la prisión anterior, fue desbaratada al enfrentarse nuevamente a un cambio corporal, psíquico y emocional. Acerca de este hecho ella señala que: “ando trayendo una tristeza extraña, como que aquí, en esta nueva cárcel, me siento más sola, más trasplantada, me siento más presa que nunca. Es difícil tener que aprender a adaptarse a muchas cosas otra vez, es como haber caído presa de nuevo” (143). Forma de expresar lo que significó una transmutación en donde volvieron a fragmentarse tantos sus relaciones personales, como la identidad quebrantada que intentó entretejer al ser aprehendida por primera vez.

Estas distintas variables al interior de la cárcel y los cambios físicos y afectivos que debió realizar Gabriela, incidieron en su comprensión de libertad. Según lo que señalaba en el fragmento anteriormente expuesto, una prisión pudo simbolizar más libertad que la siguiente, implicando una frecuente apropiación y desapropiación de los espacios

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transitados. En este sentido, el traslado de una cárcel a otra y su posterior liberación, llevaron a que su percepción sobre lo que significaba estar libre o la relación entre un

ʻadentroʼ y un ʻafueraʼ, se transformaran en algo extraño, en elementos poco conocidos por la autora y en donde no sentía un fuerte arraigo identitario para formar parte de un proyecto común-colectivo-comunitario. De esta forma, Gabriela indica con respecto al momento en que fue liberada:

Después de tanto soñarlo, planificarlo, colorearlo, te das cuenta que se cumplió

nuestro primer plazo: los dos afuera, al fin. La libertad es maravillosa, pero arrastro

una sensación extraña que no sé cómo definir; es principalmente que algo me falta,

como que ando por acá de prestado, de visita; todo lo que pensé encontrar está ahí,

tranquilito, y no hay euforia ni sorpresa cotidiana. Es raro, vida (355).

Las palabras de Gabriela expresan el espacio de incertidumbre que existía entre como imaginaba la libertad estando en la prisión, y cómo palpa su liberación real. Esta disociación que experimentó, significa un intento por encontrar su lugar en un nuevo orden, un cuestionamiento sobre cómo dar cabida a sus experiencias en un mundo que no se detuvo por su ausencia, y simboliza el encuentro con un territorio que cambió al igual que ella, pero el cual aún no se encontraba listo para acoger a la nueva Gabriela que encontraba una libertad imaginada mientras aún persistía el terror de la dictadura. En el caso de la autora, la libertad era su objeto de deseo, ya que ella permitiría el encuentro con sus seres queridos y la posibilidad de reestructurar su identidad fuera del espacio de la prisión. Una identidad que estando aprehendida, conllevó una identificación con aquellos a quienes le escribía, tal como ella indica sobre su pareja que: “él es una parte de mí, es mi brazo, mi ojo, mi pulmón derecho y me falta. Pero también es mi bandera, es una luz que no se apaga

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y me acompaña a donde voy, es la tinta con que voy dibujando mi vida” (24). A esto refería en páginas anteriores al señalar que las mujeres se comprenden compuestas por diversas partes conectadas entre sí. Sin embargo, en Gabriela hay segmentos que se presentan como más grandes que otros, los cuales influyeron en la representación que hace de ella misma.

Dicho de otro modo, al estar ausente su pareja, en este caso, parte de ella también se encontraría en otro lugar, produciendo una desterritorialización tanto de su cuerpo como de su identidad.

Por su parte, la libertad soñada por la autora, se volvió tangible en el momento que confirma el hecho de que será madre estando en la cárcel de Santo Domingo. Aquí el significado de la libertad excederá al mero abandono de la prisión, para comprenderse como lo que Gabriela puede crear, engendrar y dar al mundo, es decir, el hijo o hija simbolizaría un fragmento de vida de la autora que se resiste a ser encarcelado. Modo en el que Gabriela le trasmitió la noticia a su pareja, diciendo que: “ya es realidad. Nuestra hija o nuestro hijo está creciendo dentro de mí, ajeno a toda la mierda que estamos viviendo, formando sus patitas y manitos libres de leyes procesales, gendarmes y fiscales. Está multiplicando sus células en mi útero, dentro de mi cuerpo y dentro de esta cárcel, y a pesar de eso es lo más libre de todas las cosas que hay acá” (333). De este fragmento se puede interpretar una analogía entre maternidad y libertad, significando el vientre materno como un espacio en donde reside la vida libre. Para la mujer-madre no existiría cárcel –prisión y cuerpo– que pudiese contrarrestar la fuerza creadora que habita en el territorio-matria, dado que de aquellos elementos que han sido catalogados como las debilidades femeninas –la maternidad una de ellas–, nace la fuerza política por proteger la vida, mientras que la idea de libertad se expande.

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En definitiva, Gabriela Richards se construye en sus misivas desde un espacios que es bastante restringido y normado, pero que tiene puntos de fuga en donde las ansias de vivir libremente exceden a los muros de la cárcel. Una de las características de las cartas de la autora, y que habla también de los modos en que transitó aquel espacio, es dar a conocer los momentos de vulnerabilidad, los de resistencia, los de alegría y tristeza que se entrecruzaron. En síntesis, ella señala acerca de la cárcel aquellos elementos que no pueden ser encarcelados, interrumpidos sí, pero no aniquilados en post del cambio social de la dictadura. Con esto me refiero, específicamente, a sus deseos, a los retratos de libertad que arma y rearma constantemente, a la maternidad y los lazos afectivos solidarios que estableció con otras mujeres. De este modo, el espacio carcelario como enclave dictatorial, tuvo una contrarespuesta o contra-efecto, ya que de los intersticios del horror e incertidumbre germinaron maneras de conocerse y reconocer a otros que produjeron relaciones difícilmente diluibles en el tiempo como lo fueron los vínculos entre mujeres al interior de la prisión, tema al que volveré en las siguientes páginas.

Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo: intersticios entre lo político y lo personal

A diferencia de lo visto con anterioridad, en las cartas de Ana María Jiménez y Teresa

Izquierdo, se lee un espacio que trasciende y compone todos los relatos: la militancia.

Como un contenedor de las múltiples experiencias de ambas autoras y de donde se abren caminos hacia otras dimensiones que se desarrollaron de manera paralela, tales como: la prisión, el exilio, la tortura, la maternidad y los intentos de articulación de identidades particulares y colectivas. En el tránsito de ambas mujeres en su calidad de militantes, leeré que el espacio de la militancia política que había sido considerada como uno de los lugares para la construcción de la masculinidad, es descompuesta a la luz de las subjetividades de

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las autoras, quienes verán tensionada su construcción social como mujeres políticas debido a sus miradas singulares acerca de los procesos y experiencias suscitadas durante la dictadura. Sin embargo, cabe hacer la salvedad de que para las autoras, estas perspectivas diferenciadas sobre determinados puntos en torno a la militancia, no desestimarán el arraigo identitario hacia el MIR que ellas poseían, ya que en gran medida sus identidades particulares se conformaron a raíz de la identidad colectiva que se generó al interior del partido, tal como señala Ana María: “ya no pertenecía al MIR orgánicamente, pero siempre sería mirista” (179). Estas definiciones identitarias se arraigan en la cultura política del partido, que significa el:

Modo en que un movimiento entiende la actuación política y simbólica de sus

miembros dentro de la construcción de un orden social determinado; la significación

que realizan de su actuación; las luchas por la búsqueda de las hegemonías del

recuerdo y del presentes; la direccionalidad que le entregan a la acción y las lecturas

que hacen de ella; las redes sociales que articulan sus relaciones; en suma, la manera

en que construyen una identidad partidaria forjada en la vida cotidiana misma

(Moyano 52).

Bajo esta perspectiva, la militancia se configuró como un eje modelador y delimitador de la vida en su conjunto. El ejercicio de ésta exigía una completa dedicación a la construcción de un proyecto político, que durante la dictadura significó mantener una posición más defensiva que ofensiva, truncando, en gran medida, las fuerzas movilizadoras de los partidos de oposición. En el caso del MIR, la arremetida de la dictadura contra sus participantes, conllevó la pronta desarticulación del movimiento tras hechos emblemáticos

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como lo fue, en los primeros años del régimen, el asesinato de Bautista Van Showen25 y la muerte en combate de Miguel Enríquez26. Ambas muertes fueron golpes representativos y orgánicos para el movimiento, que posteriormente desencadenaron en la detención de muchos militantes, el exilio, asesinatos tras operativos fallidos como la guerrilla de

Neltume27 o la Operación Retorno28, debido a las complicaciones de cohesión y comunicación dentro del MIR. Este contexto de aciertos y desaciertos, de amenaza frecuente contra la vida y el ímpetu de seguir adelante con un ideal de proyecto político, es caracterizado por Teresa al decir que: “resistir era la consigna. Éramos marionetas de un drama y, como en el caso de muchos otros compañeros, no había ninguna diferencia entre

25 Co-fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y miembro del Comité Central del mismo. Fue detenido y asesinado en diciembre de 1973. 26 Co-fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y Secretario General del mismo. Fue muerto en combate el 5 de octubre de 1974, mientras se encontraba en su casa de seguridad ubicada en calle Santa Fe, en donde residía con su compañera Carmen Castillo. Tras su muerte el MIR se desarticula al estar desbaratado el Comité Central, sumando también la muerte de Bautista Van Schouwen meses antes. La conducción fue tomada por Pascal Allende, pero con todas las complejidades que significó reartircularse tras la muerte de varios fundadores del partido y, también, por los varios militantes que se encontraban en el exilio o detenidos. 27 En Agosto de 1981 ocurrió el primer enfrentamiento armado convencional entre el Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro, perteneciente al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, contra una fuerza conjunta –detalles clasificados por las FF.AA.– del Ejército y la Fuerza Aérea de Chile. Conocido también como la Guerrilla de Neltume, fue un operativo llevado a cabo por miristas chilenos exiliados en el marco de la Operación Retorno, quienes recibieron preparación castrense en Cuba con el objetivo de establecer una célula guerrillera, inspirada en el foquismo guevarista. La disonancia logística entre la resistencia nacional y los futuros guerrilleros en el extranjero decantó en dos consecuencias: no existía apoyo mayoritario de las masas populares a una insurrección armada, y las Fuerzas Armadas detectaron la avecinada infiltración antes de su arribo. Finalmente, cuando los combatientes del Toqui Lautaro se establecieron en la zona montañosa de Neltume, el Ejército puso en marcha la Operación Machete: fueron rodeados por unidades motorizadas terrestres comandadas por el Capitán Rosauro Martínez, al mismo tiempo que el área era atacada esporádicamente por helicópteros de combate. Según el testimonio de los pocos guerrilleros que lograron escapar de Neltume, sus compañeros que no cayeron en acción fueron sometidos a ejecuciones sumarias bajo las órdenes del Capitán Martínez, violando los Convenios de Ginebra y el derecho internacional en materia de prisioneros de guerra. Dicha causa de violación a los Derechos Humanos sigue siendo investigada. 28 La Operación Retorno comenzó a gestarse desde 1978, organizada mayoritariamente desde el exilio por militantes del MIR. Esta se estructuró bajo un conjunto de supuestos políticos estratégicos: 1. Que el pueblo chileno estaba listo para iniciar una escalada de violencia que culminaría con la salida del régimen de facto; 2. Que el MIR tenía la obligación de ser parte de este movimiento; 3. Y que para eso debía volver desde el exterior la mayor cantidad de combatientes para insertarse en el pueblo y desde ahí tomar la conducción de la lucha. En ese conjunto de supuestos políticos estratégicos se puso en evidencia el fuerte voluntarismo político de la organización, pese a que no se encontraban las condiciones materiales y humanas para realizarla, lo cual produjo un conjunto de tensiones que afectaron no solo el espacio de las definiciones teóricas ideológicas, sino que también los soportes sobre los cuales se habían establecido los parámetros de la militancia. 87

nosotros como personas individuales o como seres sociales. Los hilos de nuestras biografías de títeres estaban manejados por fuerzas externas y terribles en las cuales la vida y la muerte se peleaban cuerpo a cuerpo” (56).

En este caso, Teresa se construye en medio de la difusa línea entre ella como individuo y como ser social, haciendo parecer ambas dimensiones de su subjetivación, como aristas que no pudiesen coexistir bajo dicho escenario. Espacio en donde la pulsión de muerte es permanente durante aquel período: el Peque (su compañero) “soñó un día que teníamos una niña y él estaba solo caminando tristemente con la criatura igual a mí. Yo había muerto” (56). Finalmente, el hijo nació y se parecía a su padre, cuenta Teresa, añadiendo que con ello la suerte ya estaba echada, pues al tiempo su compañero fue muerto

(57). Las experiencias vitales y mortíferas se entrecruzaron con lo político, en tanto campo como trabajo29, para determinar la forma en la que se construyen los sujetos dentro de la militancia, añadiendo a ello, el decreto subterráneo de los elementos que eran permitidos y los que debían ser postergados, tal como relata Teresa:

En esa vida loza que teníamos no había mucho espacio para el amor de pareja.

Tampoco para madurar afectivamente. Todo era un revoltijo. No había espacio para

dudas. Ni por un minuto se me pasaba por la cabeza que no estaba siguiendo el

único camino correcto, que la revolución era lo más importante y mi vida estaba

consagrada a ella. Era una luz que no cesaba nunca, lo abarcaba todo. Desde la

alimentación hasta las relaciones afectivas. Todo, todo estaba inmerso en la

revolución versus revoltijo de la vida personal y los espacios para tomar decisiones

29 Según Pierre Rosanvallon, la política como campo designa un lugar donde se entrecruzan los múltiples hilos de la vida de hombres y mujeres, es decir, aquello que brinda un marco tanto a sus discursos como también a sus acciones. Por otra parte, la política como trabajo califica el proceso de agrupamiento humano que, progresivamente, va tomando forma de comunidad. 88

propias. En aquellos tiempos yo no lo sentía como una utopía, sino que era nuestra

realidad cotidiana, desde el té con pan de la mañana hasta el guitarreo conversado

de la noche (20).

Ante la fiel creencia de un proceso revolucionario para la liberación social, que totalizó cada espacios de sus vidas conduciéndolas hacia extremos, como retrata Teresa: “Jamás nos cansábamos, jamás nos cuestionábamos, nunca perdíamos las esperanzas, estábamos en el

“hay que”: amar como se debe o puede; comer lo que haya; dormir cuando se puede, y así sucesivamente” (21). Se encuentran los intersticios en donde la propia vida clama ser expresada, es decir, luchar por las transformaciones globales, pero también luchar por su singularidad dentro de la revolución, lo cual se deja entrever en las palabras de Ana María al señalar que “también nosotros queríamos cambiar el mundo. Y los ojos nos brillaban en ese empeño” (13), añadiendo más adelante, que “éramos militantes, luchadoras, pero seguíamos siendo unas muchachas de veintitantos años que amábamos la vida” (88). Las complejidades de la militancia bajo el contexto dictatorial, se enfatizó con el estado de clandestinidad de los militantes, ya que debieron redefinir el entramado de lo cotidiano radicalmente.

El paulatino traspaso de los militantes del MIR a la clandestinidad, desde fines de la década de 1960, se agudizó con la instauración de la dictadura, en donde sus miembros debieron rearticular su cotidianeidad en virtud de la incesante persecución por parte de los aparatos del régimen. En este marco, la clandestinidad implicó “no sólo el límite entre la vida y la muerte, entre el triunfo y la derrota sino que ella misma se transforma en una forma de vida, en una visión de mundo que confronta con el poder, desde la cotidianeidad de los sujetos que asumen ese enorme desafío” (Vera 10). Experiencia que, por su parte,

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tensionó el ejercicio de la militancia. Si esta ya significaba un entramado de la vida del sujeto que la ejercía, la clandestinidad enfatizó en el sigilo con que los cuerpos militantes debían transitar en el territorio nacional. Esto condujo a un constante movimiento, el traslado de una casa de seguridad a otra y adoptar distintas identidades en pos de protegerse la vida, tal como es caracterizada la clandestinidad por Teresa: “ninguna casa de seguridad era perfecta. Yo estaba clara que había que cambiarse frecuentemente. Asumir siempre nuevas identidades o chapas. Eso no me complicaba. A esas alturas, después de dos años de clandestinidad, ya no sabía ni como me llamaba” (96).

Las palabras de Teresa dan cuenta de que los turbulentos pasos que daban como mujeres políticas no fueron compatibles con el tiempo que se necesitaba para cuestionarse la propia identidad, ya que los asuntos personales pasaban a un segundo plano en instancias en donde la muerte estaba más cerca que nunca. Y así, lo temido por las autoras ocurrió, ambas cayeron detenidas para vivir/sobrevivir a una experiencia que las marcó para siempre. Ana María remarca sobre las torturas que recibió en Villa Grimaldi que “esto era el dolor físico, esto era la humillación. Esto era el miedo que te acompaña por el resto de tu detención (¿de tu existencia?)” (62), a lo cual sigue agregando que “además del dolor físico, está esa terrible sensación de indignidad, cuando sales de allí para tu celda y percatas de que no controlaste la orina ni los esfínteres, clamas por un baño, la sed te mata, la sangre mana de los pechos morados (esto era, Tere, esto era). Y cuando paran contigo, la tortura es escuchar los gritos de los otros compañeros” (64). La violencia que en sus términos más generales significa la agresión sobre un cuerpo, en la tortura esta toma otra connotación: la de anular al sujeto en su identidad y en su integridad como ser humano, tal como se observó en el caso de Luz de la Nieves en las cartas de petición.

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En este sentido, la tortura “no sólo mantiene vivo el miedo a la muerte, que refuerza la obediencia, sino que además engendra un miedo aún peor: el miedo a una agonía sin fin”

(Sofsky 85). Ese miedo es el que demuestra la omnipresencia del poder del régimen, desde donde hace valer todos sus mecanismos para que el sujeto observe su cuerpo como el principal enemigo. Aquí el cuerpo es el que hace padecer a Ana María, a Teresa, a Luz de las Nieves y a todas aquellas/os que fueron torturados. La fragilidad corpórea conlleva, en este caso, a la fragmentación de la identidad, a partir de lo cual Ana María le dice a su amiga: “siento, amiga querida, que algo se quebró en mí en la Villa Grimaldi” (83-84). En la destrucción del lenguaje que provoca la tortura, rebajando a la torturada a una expresión prelingüistica (Sofsky 95-96), el flagelo se vuelve un espacio eterno e inverosímil, en donde “hay que inventarse en la oscuridad a pesar de todo, una línea para ser, para seguir siendo uno mismo” (Castillo y Girard, La Flaca Alejandra).

Los intentos de aniquilación hacia Ana María como sujeto, llevaron a la reflexión en torno a este espacio y la vulnerabilidad que en él se vivieron, porque no todos los cuerpos soportaron la tortura de la misma manera, tal como señala Jiménez al referirse sobre quienes se quebraron en la tortura y entregaron información: “pensaba que nadie habló por gusto. Que hay distintos grados de fortaleza o resistencia al dolor y distintos niveles de compromiso ideológico” (85-86). La delación produjo sospecha y desconfianza, transformándose en un antagonista más dentro de aquella historia. Sin embargo, Ana María no juzga el acto de delatar y se pregunta: “¿cuánto se puede resistir cuando tienes un hijo y ves que lo pueden torturar? ¿Cuánto si llevan a tu mamá y la torturan para que tú hables?”

(86). Todas las circunstancias eran distintas, haciendo de cada una un sujeto particular que afrontaban la experiencia que hace aún más indivisible la línea entre la vida y la muerte.

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Aquí la preparación de los militantes a partir de las diversas experiencias de otras latitudes frente a la tortura no fue suficiente, puesto que no hay manual que contenga lo que Ana

María cataloga como los distintos grados de fortaleza y resistencia. Por tanto, en este espacio de exterminio, las mujeres también desarrollaron otras formas de solidaridad, como por ejemplo, lo que ocurría con las mujeres embarazadas, sobre lo cual Jiménez le relata a

Teresa que:

Hay muchas cosas para contarte, y algunas que no puedo dejar de mencionar. Una

de las principales era sentir el valor de las compañeras que fueron mamás en la

prisión, como Lucrecia Brito, Rosita Lizama, Patty Guzmán y las demás que no

conocí o no recuerdo. Pero si sé que Lucrecia vivió la tortura y el horror de la Villa

Grimaldi en la noche del 31 de diciembre de 1974 con una guatita enorme. Su hijo

Alejandro nació estando ella detenida y cuando regresó a Tres Álamos con ese

bebito precioso todas sentíamos que era un regalo de la vida, una compensación al

dolor. Rápidamente Alejandro, junto a Isabel y Amanda, hijas de Rosita y Patty

respectivamente, se transformaron en el tesoro del lugar. Todas las “tías” nos

turnábamos para cuidarlos, alimentarlos y lavar su ropita. Por suerte las mamás con

bebitos nacidos adentro pudieron salir al cabo de unos meses (87).

Cuando me refería, en páginas anteriores, a los gravámenes específicos en la tortura dirigida hacia mujeres, pensaba en la maternidad como uno de ellos. Una diferencia sustancial que ya no solo implicaba poner en peligros su propia vida, sino que también la de otro ser que se gestaba dentro de ellas. El hecho de ser madres reconfiguró las formas en las que observaban un determinado espacio, al igual que las formas en las que habitaban la clandestinidad y ejercían la militancia, porque el miedo se hacía cada vez más grande: “no

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quiero volver a ser torturada. Tengo un hijo. Tengo miedo” (142), dice Teresa. Aludiendo a un miedo que solo podía ser experimentado por las mujeres y que las diferenciaba de las percepciones masculinas, incluso cuando ellos mismos serían padres, según señala

Izquierdo: “mientras yo me rencontraba en mi maternidad con la fuerza de mi naturaleza animal a mi socio se le empezaban a notar los defectos que tenía debajo de su poncho.

Estaba colérico y atormentado” (56), añadiendo que “seguía actuando igual, pero me sentía diferente y ya no tenía tanta confianza. Yo era una persona que tenía a otra en su interior, ahora era fuerte y única. Por su parte Antonio empezaba a sentir su fin, como una polilla atraída por la luz se debatía entre la impotencia y la rebeldía” (56). La maternidad Teresa no la comprendía fuera de la lucha, inclusive pensaba que el gran privilegio de su hijo era tener padres que aspiraban a la construcción de una sociedad diferente para él (132).

Conforme a lo mencionado, vuelvo a retomar el análisis matriarcal con el que se pueden miran los procesos, las acciones y la vida en su conjunto. En las palabras de Teresa, remarcando una diferencia entre ella y su compañero, se asocia la maternidad a la vida y a la lucha constante, mientras que lo masculino simbólicamente es la contraparte, aludiendo a esa lucha perecedera, que ve más cerca el final de la vida que los comienzos de esta. Aquí la matria opera análogamente como una extensión de las transformaciones sociales aspiradas por las militantes, es decir, permite esa lectura de expansión de la vida, de la lucha y de la sociedad disidente a la dictadura, en donde los hijos forman parte del proyecto emancipador que contrarresta la política de exterminio que acaeció en el MIR, en este caso.

En esta lectura matria, la identidad surge como un elemento cohesionador pero complejo, porque no es en ningún sentido homogéneo. En el caso de las autoras, la identidad colectiva que se generó desde el movimiento, se extendió hacia la identidad que ellas configuraron

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como sujetos singulares, tal como retrata Teresa: “eso era mi identidad, ser parte de un colectivo que luchaba y vivía por lo mismo. Alimentar la mente significaba estar informada, discutir y aprender, y el eje era la política. Nutrir el corazón era amar al pueblo y en la pareja, el “somos mucho más que dos” de Benedetti era la consigna que fijaba las prioridades aludiendo al compromiso político” (21). Rasgos identitarios que excedieron a la militancia, para seguir siendo parte de ellas incluso cuando habían abandonado su quehacer orgánico en el MIR.

Dichos rasgos tienen relación con las sensibilidades humanas que se desarrollan al pensar y luchar por un proyecto de transformación social. Puesto que el mundo del individuo no se estructura según la unicidad de su existencia, sino que se construye mediante el levantamiento de procesos colectivos, de la solidaridad entre compañeras/os y de las acciones que puedan emprenderse en conjunto. En esa colectivización –del encuentro con otros– surgen las identidades de las autoras, quienes extrajeron de la militancia el ensueño de la lucha social y de la incandescente utopía revolucionaria, que se extendieron en el tiempo para construirlas en actoras políticas dentro de un territorio que “se había transformado en islotes que no se topaban” (139), tal como lo caracteriza Teresa. Esos ideales se mantuvieron en el presente de las autoras, sobre lo cual Ana María indica que:

Nos siguen conmoviendo las luchas de los estudiantes por cambiar el sistema de

educación gratuita para todos. La causa mapuche, las huelgas de hambre, que han

puesto a muchos al borde de la muerte peleando por la recuperación de sus tierras y

sus derechos ancestrales arrebatados hace siglos, continúa siendo nuestra. O los

desfiles variopintos de los miles de chilenos que predican –y a veces practican– el

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respeto a la diversidad. Y por siempre los derechos humanos. Nuestros compañeros

desaparecidos. Nunca más. Nunca más (13-14).

Luchas que se despliegan en la historia, que se resignifican y que expanden el análisis de las problemáticas de cada período. En la consciencia de transformación social de las autoras, se vislumbra su construcción como mujeres. Una comprensión de ellas que no se da fuera de los marcos que apelan a las reivindicaciones de sectores que se han visto marginados por las prácticas y discursos hegemónicos. El hecho de que sus cartas sean construidas como una memoria dual, con experiencias particulares que se entrelazan, son una muestra de que la identidad no se puede comprender o analizar solamente por la singularidad de los sujetos, sino que contemplando todos los elementos que atraviesan a cada persona, aquellos ʻotrosʼ que lo determinan y promueven, los escenarios de enunciación desde los que ellas se representan y, en este caso, también los lineamientos ideológicos que dotan de sentido sus existencias.

En suma, el recorrido a través de los tres tipos de cartas, con el propósito de pesquisar la construcción de lo femenino bajo espacios específicos, significó también un camino para preguntarse acerca de las formas en las que se fueron articulando identidades particulares y colectivas; una reflexión relativa a cuáles fueron los elementos cohesionadores en los tres conjuntos de misivas, pues todas hablan desde espacios de enunciación diferentes; y, también, conllevó una introversión por los nudos problemáticos que ellas presentan. En concordancia a cada uno de los puntos mencionados, propongo en relación a las epístolas que: 1) ʻlo femeninoʼ no se presenta como una categoría estática que sea capaz de contener las múltiples subjetividades de las mujeres, especialmente en un escenario como el dictatorial en donde se jugaba con extremos: el latente sentimiento de

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que la muerte las alcanzara y la lucha por preservar la vida con toda su magnitud, un período que tuvo muy pocos matices a diferencia de los que sí tuvieron ellas para enfrentar la violencia y sus diversas expresiones. 2) Por su parte, la matria es un eje unificador en las cartas para la lectura que tenían del período dictatorial, una mirada que nace desde la ausencia para dar respuesta a la política de la muerte con la política de la vida. La matria, entonces, es en parte el espacio feminizado de la resistencia, como una especie de repensar el territorio desterritorializado. 3) Y por último, que la transgresión de la cotidianeidad, ya sea porque uno o más familiares fueron detenidos, por la clandestinidad que envolvió a la militancia de oposición, las experiencias de la prisión y tortura, movilizaron a las mujeres del hogar hacia la calle, provocando un conjunto de tensiones en los espacios que habitaron las protagonistas de esta investigación. De modo que no se puede establecer una identidad transversal para todas ellas, ya que cada una la construye de manera diferente a la luz de sus experiencias vitales, del encuentro con ʻOtrosʼ y de las miradas de mundo que dieron origen a su tránsito por el escenario dictatorial. Es por ello que en el capítulo anterior se interpretó en las cartas la formación de comunidades, las cuales dan espacio para la expresión de subjetividades y, también, como una forma de reconocerse desde la diferencia para formar un proyecto común: dar término al régimen de facto.

A partir de las diferentes expresiones de lo femenino, emergió una disputa de los sentidos comunes que estaban enraizados en cada espacio transitado, a través de lo cual se propusieron nuevos lenguajes y conceptualizaciones para la resistencia que surgió en el centro de la crisis. Las formas en los que los espacios son reconfigurados, en el lenguaje y la práctica, es lo que se analizará en las siguientes páginas para señalar que las mujeres en su desarme de la vida, también la construyeron y propusieron el carácter que debía tener

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para la inclusión de ellas. Es por ello que, tras leer cómo las mujeres se representaron bajo determinados espacios, volveré en el último capítulo a la imagen de la madre, la militante y la presa política, para mirar como a través de ellas la carta se presenta como un dispositivo político y las mujeres en actoras políticas.

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III CAPÍTULO

Narrativa en contexto de crisis y puntos de fuga: la carta como dispositivo político en

la reconfiguración de los sujetos y sus espacios de acción/enunciación

En los análisis previos se indagó en la emergencia de comunidades imaginadas que involucran y contraponen al emisor, receptor y lector de las misivas. Estas comunidades móviles se conformaron como espacios aglutinadores de diversas identidades, que se conectaron mediante sentidos y conceptualizaciones comunes. De estas identidades polivalentes, se examinó lo femenino como la construcción de “voces” enunciadoras que contuvieron experiencias particulares de resistencia y denuncia, poniendo en tensión los diferentes roles que jugaron un grupo de mujeres durante la dictadura chilena. En esta línea, la última parte de esta investigación, ahondará en dos elementos cruciales para explorar el género epistolar en tanto construcción literaria y como dispositivo político bajo un contexto de crisis. Con ello me refiero a una aproximación hacia el sujeto y sus espacios transitados/habitados en relación a un una coyuntura crítica específica.

La perspectiva para acercarme a estos dos elementos serán, en primer lugar, la representación de imaginarios sociales que se instalaron tanto práctica como discursivamente durante la dictadura, enfocándome en: la figura del detenido desaparecido, de la madre como autoridad moral y ética en la defensa de los Derechos Humanos y la reconstitución nacional, y, también, la figura de la mujer militante partidista o social. Lo anterior se presenta en forma de imágenes que parecen disonantes, pero que en su representación dialogan para resignificarse, instalarse en el imaginario colectivo y para nutrirse de nuevos símbolos movilizadores. En segundo lugar, remitiré a la crisis de los límites simbólicos de los espacios en los que transitan estas figuras, proponiendo que en

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estas narrativas epistolares se puede visualizar una representación de la politización de lo cotidiano, poniendo, entonces, en cuestión las diferencias totalizantes de la división binaria del espacio, distinguiendo uno público-político asociado a lo masculino y otro privado- cotidiano asociado a lo femenino.

Desde estos elementos y sus ramificaciones, pienso la epístola como un dispositivo en tanto objeto de enunciación colectiva y de deseo (Deleuze y Guattari 117), que desestabiliza las nociones de verdad-normalidad y contradice las representaciones hegemónicas de los sujetos que compusieron la trama de la oposición a la dictadura.

Específicamente observando que las mujeres protagonistas de estas misivas no se mantuvieron en un rol sumiso y abnegado de madre y esposa, o como meras acompañantes de ʻlos valientes hombres militantesʼ. Sino que sus narrativas muestran un giro en la comprensión de dichos roles: a través de las cartas se agencia una mirada contrahegemónica y crítica, en donde esas labores se experimentaron –y representaron – de manera política, como un conflicto trasladado a la esfera pública y con atisbos, que en algunos casos, se orientan hacia un horizonte emancipatorio y cuestionador del orden tradicional.

Esta reconversión de los roles y de los espacios para su ejercicio, responde a la dimensión subjetiva del dispositivo, que para Deleuze (1990) corresponde a un “proceso de individuación que tiene que ver con grupos o personas y que se sustrae a las relaciones de fuerza establecidas como saberes constituidos” (157). En este sentido, examinar las cartas como un dispositivo implica trazar varías líneas a partir de los puntos de fuga de la estructura dictatorial, en donde las voces enunciadoras y, en específico, la enunciación en sí

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misma, constituye un engranaje de significados en disputa que se desterritorializan

(Deleuze y Guattari 73).

Ahora bien, este dispositivo político y social de la enunciación, opera y se nutre en un contexto específico: el de la crisis. Desde una perspectiva crisológica30 aplicada a la literatura, Ramón Ramos (2016) comprende la crisis como “el anudamiento de esos (y otros) fenómenos que desbordan la normalidad cotidiana” (333), es decir, una crisis es fenomenológicamente un estado de desborde de las interacciones mundanas, cotidianas y de inestabilidad en las relaciones de poder. Así, el dispositivo que se configura a partir de la interacción de las imágenes que se abren a través de las cartas y sus espacios de enunciación, remiten a la inmanencia de la crisis como elemento promovedor de movilidad de subjetividades que van reconfigurando las identidades colectivas, las cuales se producen en los bordes de los puntos de fuga de la dictadura, proyectando caminos alternativos para la representación de aquella transgresión provocada en los sujetos.

Imaginarios sociales y construcción de categorías colectivas

En la selección de cartas, la condición de estar bajo un estado de crisis traspasa las narrativas al poner en un primer plano la transgresión de la vida cotidiana. Con esto me refiero a cuando un “Yo” totaliza el espacio de enunciación y se expone como una voz vulnerable/vulnerada, afectada y con miedo, pero a su vez con capacidad de movilizar discursos, conceptos y comprensiones de sí. Gabriela Richard siendo consciente de su condición de presa política y, por ende, de constate vigilancia, dirá que “si pillan estas cartas. . . quedaría una cagadita más o menos. ¡Qué irresponsable que soy, la cárcel me tiene así!” (63). Los temores a ser descubierta, sus prácticas de clandestinidad y silencio

30 Rama de la sociología evocada al estudio de las crisis. 100

que operaban en su vida cotidiana, permearon a las estrategias narrativas debido a que hay hechos que necesitan ser enunciados pero se coartan. Sin embargo, este sigilo en la enunciación, que oculta cosas y ostenta el “no saber”, no implica que dejen de existir sentidos comunes en gestación. Al igual que Richards, Ana María Jiménez y Teresa

Izquierdo advierten las complejidades de narrar acontecimientos del período en crisis del cual aún quedan elementos abiertos: “solamente un disparo al aire sacó a los empleados de

C de C (abreviado porque nos pueden reabrir el proceso) de su error” (97). Por una parte el fragmento da cuenta de procesos judiciales aun abiertos, una memoria que todavía permanece viva, vigente y activa. Por otra parte, también nos deja ver como las experiencias en aquel contexto de crisis, un período particular en sus vidas, excedieron y determinó su comprensión de los fenómenos y la representación de los mismos. En este sentido, cabe preguntarnos ¿cómo a través de las cartas se significa la experiencia de la crisis? Y ¿cómo los sujetos mutan en la representación de sí mismos a la luz de estas experiencias?

Parte de la significación de la experiencia de la crisis, se constituye a partir de la instauración de imaginarios sociales que tienen como función primordial la “organización y el dominio del tiempo colectivo sobre el plano simbólico” (Baczko 9), disputando legitimidad, proponiendo la implementación de nuevos órdenes y articulando paradigmas de distribución del poder. En este sentido, y pensando específicamente en este corpus, lo que anexa representativamente tanto contexto de crisis como la configuración de los sujetos en él, son los lenguajes que se generaron a partir de los efectos del horror dictatorial. Ana

María Jiménez reflexiona al momento de relatar sus apreciaciones sobre el golpe de Estado:

“no sabíamos que nuestras miradas se iban a empañar definitivamente, que por muchos

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años hablaríamos en sordina, que el candor se iba a quebrar una y otra vez en la medida en que las nociones de “tortura”, “muerte”, “desaparecidos” iban teniendo un espacio en nuestra cabeza y nuestro cuerpo” (16). Este fragmento si bien se origina a partir de su perspectiva particular, es una muestra representativa de las ideas fuerza que atraviesan a cada conjunto de epístolas, pues los afectados por los estragos de la dictadura tuvieron que rápidamente adecuar sus lenguajes, saber comunicarse en los términos de la subsistencia y resistencia. Lenguajes que no solamente se quedaron en un plano discursivo, sino que también se materializaron en las vivencias. Hablar de tortura, desaparecidos y de muerte ya no resultaba algo ajeno, sino que se transformó en una forma de vida e implicó la modelación de nuevas conductas y con ello también nuevas comprensiones de la realidad, pues como indica Moyano,

Los universos discursivos que los sujetos construyen acerca de su mundo ayudan a

la comprensión de los períodos históricos, ya que dan cuenta no solo de una

“realidad aparentemente objetiva”, sino que, con la utilización de tal o cual

lenguaje, determinan la manera como dicho sujeto o grupo comprende la realidad.

El lenguaje como instrumento de comprensión, y como herramienta de construcción

a la vez, permite articular identidades propias que vuelven visibles a los sujetos a sí

mismos y a los demás (37).

En esta relevancia del lenguaje y su intrumentalización como modelador de imaginarios sociales, es que observo la figura de los Detenidos Desaparecidos, los cuales no solo tuvieron una implicancia nuclear en el seno de sus familias, sino que además se transformaron en un símbolo colectivo, ya que “el uso del plural señala lo que podría ser un pacto implícito. . . hay que buscarlos a todos porque cada uno de ellos es algo de alguien”

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(García 21). La figura de los Desaparecidos, transitó en el plano de la ausencia, un personaje del cual solo tenemos imágenes memoriales a través de los relatos vivenciales presentes en las misivas. La repetición discursiva de “Detenidos Desaparecidos” implicó una noción colectiva de los mismos. Virginia Moreno en una carta a objeto de saber sobre el paradero de su esposo, hijo e hija, señala que: “las madres y familias amigan rezan y hacen mandas para que a nuestro hogar regresen pronto mis familiares desaparecidos”

(Carta a Fernando Aristía Ruiz párr. 4). Esta experiencia individual se comprendió como colectiva y generó una red de apoyo a partir de un imaginario, el cual se insertó como un símbolo político y de la transgresión del hogar. Así, vemos que la experiencia se anuda a otras, es decir, se vuelve un elemento que narrativamente implica a otros, tal como señala

Moreno en otra de sus epístolas al referirse de que en Chile se están cometiendo una “serie de torturas” (Carta a Humberto Magliocchetti párr. 6). Si las rupturas en el hogar implicaron un aislamiento del familiar que quedaba “libre”, ese aislamiento se tradujo en una respuesta a la experiencia de la crisis al verla como una afección que también implica a otros. A “otros” que pese a que no se conozcan, se les entrega un espacio dentro de las cartas, se les identifica sin nombre, sin rostro ni identidad, pero sí se da cuenta de que forman parte del dispositivo generado a partir de ellos.

Esta noción de los Detenidos Desaparecidos, se construye narrativamente a la luz de determinadas experiencias vitales cruzadas por fuertes pulsiones de muerte, en donde “la muerte amenaza, golpea la puerta, pero no entra. Porque no se vio. Porque no se pudo constatar que están muertos” (García 19). Lo que los aparatos de la dictadura interpretaron como una anulación del sujeto y, por ende, su olvido, se tradujo en una reactivación de la memoria: “sólo siguen vivos en nuestro recuerdo, como todos los compañeros que han

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partido” (52), dice Ana María Jiménez. Las ideas de desaparecidos y de muerte se entrecruzan, siempre existe la posibilidad de un desenlace fatal, pero cuando aún se permanece en la categoría de “desaparecido”, hablar de muertos se podría interpretar en forma de traición al familiar ausente, por tanto hacer circular la idea de “desaparecidos” también es una forma de contrarrestar los imaginarios sociales que se instalaban por parte de la dictadura. Dicho de otro modo, esos imaginarios que veían a los desaparecidos como enemigos, como sujetos que atentaban contra la estabilidad ideológica y moral de la nación.

Sin embargo, cuando la desaparición es lo que atenta contra la estabilidad, la esperanza fluctuante se vuelve el centro de la narrativa, tal como Teresa Izquierdo señala al citar una misiva que le habría escrito al Peque (su gran amor):

En los primeros meses desde tu detención, yo no perdía la esperanza de que

aparecieses vivo en un campo de concentración. Empecé a tejer una chomba para

que no tuvieses frío, porque ya venía el otoño. Nunca me viste tejer y creo que lo

hice muy pocas veces en la vida, pero era una manera de esperarte. Sabía que si

aparecías no podría ir a verte, así que te enviaría ese regalo. Tejía con lana negra y

en el cuello y a las mangas les ponía hebras de rojo. Cuando estaba lista la chomba

y tú no aparecías, te hice un gorro también rojo con negro. Cayó el invierno y la

desesperanza cuando, el día 24 de julio de 1975, en la tarde, leí en el diario La

Segunda que habías sido exterminado ʻcomo rataʼ. Me subí a una micro y me senté

en un rincón. Me acurruqué y lloré despacio hasta llegar al terminal (93).

Carta que nunca encontró su destino, que fue escrita sin saber el paradero de su gran amor.

Solo tuvo su motivación en plasmar el recuerdo de lo que significó aquel hecho. La desaparición forzada y la información mediática del desprestigio. Una imagen muy lejana a

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la que Teresa tenía sobre él: “nada más distinto a una rata era mi socio” (58). Ella en su carta retrata la esperanza y el anhelo por la vida, por la justicia y la sobrevivencia, discurso que plasma la angustia y contradice los dichos y suposiciones que el régimen tenía acerca de los militantes de izquierda, que en este caso refieren a un hecho controversial como lo fue el asesinato de 119 miristas conocido como Operación Colombo31. En base a esta polarización, Nelly Richard indica que:

Durante el período del gobierno militar, Chile se escinde en dos campos de discurso

que buscan reorganizarse, con signo invertido, en torno a la fractura. El polo

victimario disfraza su toma de poder de corte fundacional y hace de la violencia

(bruta e institucional) un instrumento de fanatización del Orden que opera como

molde disciplinario de una verdad obligada. El polo victimado aprende

traumáticamente a disputarle sentidos al habla oficial hasta lograr rearticular las

voces disidentes en microcircuitos alternativos que impugnaban el formato

reglamentario de una significación única (61).

Desde el polo de la oposición, y en específico de las mujeres, esa disputa de los sentidos de la que habla Nelly Richard, se observa que tiene como motor a los desaparecidos y la muerte, “el asesino deja tras de él un cuerpo, y aunque trate de borrar los rastros de su

31 La Operación Colombo es un ejemplo de la guerra psicológica que desató la dictadura para desarticular al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y generar un rechazo y miedo infundado (violencia no material) dentro de la sociedad civil. Esta Operación, llevada a cabo en 1975, consistió en una exhaustiva persecución de militantes miristas que se conjugó con una estrategia por parte de los medios de comunicación, en donde se hizo parecer como si las muertes hubiesen sido a través de enfrentamientos internos de militantes del MIR, supuestamente debido a ajustes de cuenta o presuntas traiciones al interior del movimiento. La Operación se desarrolló a partir de publicaciones en medios de comunicación que contemplaron la prensa brasileña y argentina, las cuales emitieron comunicados en torno a 59 y 60 personas chilenas, respectivamente, que se habrían encontrado muertas en distintos países latinoamericanos y en Europa. Estas listas suman a las 119 personas desaparecidas por una Operación-montaje que llevó a cabo la dictadura chilena con la ayuda de Argentina y Brasil. El estudio que ha profundizado en la bitácora y análisis del caso, es la investigación periodística de Paz Rojas, María Inés Muñóz, Viviana Uribe y Erika Hennings, titulado La gran mentira. El caso de 119 detenidos desaparecidos. 105

propia identidad, no tiene poder para borrar la identidad de su víctima del recuerdo del mundo superviviente” (Arendt 349). Esta imagen de los Detenidos Desaparecidos, como un cuerpo totalmente ausente y como una idea inmaterial que cobra fuerza política en el imaginario colectivo, fue puesta en la escena pública principalmente por mujeres. Ideas que circularon en los espacios femeninos de resistencia y que configuraron gran parte de la comprensión que ellas tenían de sí mismas y su relevancia social, sobre todo en momentos en donde los discursos de la dictadura las plasmaban como consumidoras y serviles al proceso de capitalización con horizontes de progreso. Este cuestionamiento proviene de interrogantes inconclusas como las que se realiza María Luisa Vidal al enterarse de la muerte de su hijo: “¿Por qué lo llevaron?” “Dé que se le acusaba?” “Porqué mataron a mi hijo?” “Por qué no se le juzgó o procesó?” “podré saber las causas por las cuales mataron a mi hijo?” (Carta a Lucía Hiriart párr. 3-4). Estas preguntas casi retóricas que no recibirían ningún tipo de respuestas por parte de los ejecutores de las muertes, son cuestionamientos movilizadores: por una parte, desde el ʻno saberʼ se emprende un camino por la búsqueda de la verdad, y por otra, esas nociones de verdad serán disputadas porque ninguna justificación será suficiente, en este sentido el desaparecido “convertido en referencia, ordena actitudes y acciones” (García 69).

Decir que este imaginario social modeló determinadas acciones, refiere específicamente a su impacto en la cotidianeidad de los familiares que los buscan, poniendo en un primer plano la fractura de la familia. Teresa Izquierdo al enterarse de la desaparición de su pareja, cuenta que “ese fue el fin de nuestro trío. El padre se había convertido en un detenido desaparecido, yo en una resistente clandestina que intentaba cumplir con la misión que me había dejado mi socio, y mi niño era puesto a salvo y recibido por mi familia” (57-

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58). El desaparecido como elemento simbólico resignifica el espacio de lo privado, conlleva una nueva forma de socializar, de comprender el funcionamiento familiar y también promueve –quizá de manera obligatoria y abrupta – la readecuación de los otros integrante de su núcleo, quienes también se comprenden de manera diferente. Un ejemplo de esto, es que se comienzan a denominar como “familiares de detenidos desaparecidos” o, también como “familiares de ejecutados políticos”. Se da una identificación con el detenido o el ejecutado, tal como se presenta Emma Rubilar al señalar que “quien le escribe es la esposa de un detenido-desaparecido chileno” (Carta a Maryamn Mahaffey párr. 1).

Pareciendo como si una parte de sí mismos también hubiese sido desaparecida y ejecutada, haciendo palpable la idea del duelo como parte de su mapa vital. En esta remodelación de las conductas, la comprensión de la realidad, según Antonia García, puede traducirse en una serie de gestos cotidianos, como: “comer, beber, abrigarse, dormir en una cama son acciones que pueden hacer recordar que, a lo mejor, el ausente tiene hambre, sed, frío, que no va a dormir tranquilo” (67).

En relación a esta reorganización de las actitudes cotidianas, observo la resignificación de la maternidad y la comprensión del campo de acción de las madres que buscan a sus familiares desaparecidos. Tradicionalmente el rol de madre se ha construido desde una perspectiva androcéntrica, que tiene por fin la mantención, cuidado y reproducción de la familia moderna, como núcleo central de la organización social. Bajo esta lógica, el cuerpo femenino, como elemento material en tránsito, “es expresivo del enorme peso de las normas, valores y estereotipos referidos a su condición genérica, que la atan a culpas, a miedos, y le niegan gran parte de las posibilidades de autonomía y placer”

(Rodó 113). Paralela a esta comprensión de la maternidad, comienzan a operar nuevos

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significados en base a los espacios que se les abren según las experiencias directas o indirectas durante la dictadura. Un ejemplo de ello es la apertura del ámbito laboral y la integración de las mujeres como fuerza de trabajo, lo cual tuvo como uno de sus motores la desestabilización del núcleo familiar en términos económicos a partir de la desaparición, muerte o encarcelamiento de uno de sus miembros, tal como señala Urbelinda Rivas: “a objeto de saber en la situación en que se encuentra mi único hijo hombre y por tanto sustento de mi modesto hogar” (Carta a Raúl Silva Henríquez párr. 1).

Bajo este escenario, el llamado a ser “buenas madres” tuvo distintas respuestas, por una parte, estuvieron aquellas que bajo esas características fueron funcionales a las estrategias del régimen, debido a que ante la amenaza y amedrentamiento promovieron el antipoliticismo tanto de ellas como de sus familiares ante el miedo de la desaparición o agresión; por otra parte, hubo aquellas mujeres que atendiendo al eslogan de “buenas madres”, se involucraron en el movimiento de la oposición, transformándose en actoras políticas (Valdés, Las mujeres y la dictadura 11-13). Sin duda una de las reconfiguraciones simbólicas que se da dentro de los imaginarios sociales aludidos, es precisamente el referido a las madres ya que se resignifica en tanto actora social y política. Ya no es una madre recluida en los límites del hogar, sino que toma una voz con fuerza pública. Esto a su vez lleva a pensar en la maternidad, en cuanto a su significancia social, como un elemento mutable pues no se ha encontrado “ninguna conducta universal y necesaria de la madre”

(Badinter 309), sino que más bien es un rol que se ejerce acorde a los paradigmas sociopolíticos, económicos y culturales en los que se encuentra inserto.

Esta significación de las mujeres como actoras políticas, tuvo directas repercusiones en la comprensión de la maternidad. En su rol de militante y madre, Ana María Jiménez

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cuenta: “y yo, que tenía tanto miedo de ser mamá, me sentí absolutamente feliz y realizada con ese negrito precioso, tan diferente a todos los bebés que nos rodeaban. Mi juanki nació con sus ojos negros muy abiertos, como preguntándome: ¿por qué aquí?” (114-115). Lo que se cuestiona no es la maternidad en sí misma, sino que se cuestionan los medios en los cuales se es madre, pues el miedo ante la amenaza tensiona la decisión de tener hijos en un contexto que vuelve relativa la posibilidad de ejercer una maternidad en sus comprensiones más comunes, tal como señala Teresa Izquierdo: “el pequeño Manuel nació y fue una alegría para todos, pero igual te acompañaban los sentimientos de mucho miedo e incertidumbre por el futuro” (115). Estas aprensiones se acompañan de una lectura contextual, en donde para aquellos que vivieron bajo un constante estado de amenaza, la idea de una familia unificada no era posible, en donde las parejas se separaban debido a que uno partía al exilio, el hijo quedaba a cargo de los abuelos u otros familiares o, como ya hemos mencionado, porque alguno de los integrantes fuese desaparecido.

La resignificación de la maternidad, puso a las madres como un nuevo imaginario social que nace desde la ruptura. Estas madres que son políticas, actoras sociales y que revirtieron sobre el espacio público una fuerza que provenía del mundo privado. El desdibuje de los espacios, promovió una lectura de la reconstitución del escenario nacional como analogía de las fuerzas emprendidas para re-articular el espacio familiar, porque buscar a los detenidos desaparecidos, también fue una forma de decir que algo falta y la nación en su conjunto es la responsable de que no se les encuentre. Este hecho lo interpretamos como un desapego identitario, ya que con el golpe de Estado se trastocaron todos los sentidos de la vida y se promovió una política del terror y de la muerte, lo cual se contrapone a la mujer, que en la dimensión simbólica de su cuerpo, representarían al

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territorio fértil, en donde se gesta la vida. Estas significaciones de lo femenino, al interior de la oposición a la dictadura, también entran en conflicto provocando, en algunas ocasiones, “una fuerte tensión entre su identidad materna y su identidad militante”

(Zalaquett 137), ya sea en el ejercicio de una militancia social o una partidista, como era el caso de Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo.

En términos generales, cuando se habla de militancia partidista suele referir a esta en claves masculinas, otorgándoles características, formas de enunciación y representaciones que no contemplan la amplia gama de actores que adoptaron este rol durante la dictadura chilena. En el caso de Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo, al ser militantes del MIR, se enfrentaron al llamado del “hombre nuevo” que recorría los ideales del partido. Una categoría que no enunciaba ni incluía a la mujer en su formulación explícita, porque también el lenguaje, como mecanismo, ha tenido una función discursiva que perpetúa las relaciones diferenciales que se realizan a partir del sistema sexo/género, o como diría Teresa Valdés, “la gramática exige que se hable en masculino plural cuando se hace referencia a un grupo compuesto por miles de mujeres y un solo varón” (Mujer y derechos humanos 9). Estas formas discursivas que recorrían a los partidos, fueron también un reflejo de como las mujeres experimentaron y vivieron la militancia, es decir, con una serie de tensiones que contraponían a su rol de militante con los múltiples otros roles que ejercían. En esta dicotomía entre el ejercicio de lo político y la vida cotidiana (su identidad como mujeres), Teresa Izquierdo señala que: “pese a nuestra juventud sabíamos que las revoluciones no caían del cielo, que había que hacerlas y defenderlas. . . Éramos conscientes de que nadie nos iba a regalar nada. Estábamos en plena densidad de la vida entendida como “patria o muerte”. Para mí y creo que para todos los militantes, esos ideales

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eran el eje de nuestras vidas” (19). Al mismo tiempo de que reflexiona sobre sus propios deseos que operaron de manera paralela y conjugada a su rol militante:

“También soy una mujer joven”, me decía. Quería amar, necesitaba sentirme

acogida. Quería disfrutar más de la vida y tú, esa pianista gozadora que en el

lenguaje de hoy podría llamarse “alternativa”, me alentaste. Podías ser líder,

pobladora, estudiante de música o socióloga, y además tener aventuras amorosas y

todo al mismo tiempo. Así te hiciste mi cómplice, fuiste capaz de ver a través de

mis bototos, vestimentas negras, rigideces, y encontrarme a mí, Paula32, una chica

sensible, enamorada e idealista y con una mochila cultural que no tenía espacio en la

vida de los “revolucionarios”. Cine, literatura, música eran secretos muy bien

guardados para no ser calificada como “pequeño burguesa” (19).

Estas contradicciones identitarias que confrontaron a su construcción como militante con sus otros ámbitos vitales, son identificables en la medida de que la “militancia femenina” se vuelve un imaginario social con un espacio específico durante la coyuntura dictatorial. Si bien no es propio de este período la incorporación de las mujeres en la esfera política, si toma una mayor fuerza y un incremento considerable que, también, promueve nuevas experiencias que nutren la reconfiguración de lo que se entiende por ʻlo femeninoʼ a partir de la apertura de nuevos espacios. Al igual que Teresa, Ana María Jiménez, reflexionará al respecto diciendo que su decisión de militar:

Pasaba más por el corazón que por fundamentadas convicciones políticas emanadas

de la teoría marxista. Yo sabía que quería luchar por los niños que pasaban hambre

y frío, por los viejitos tirados en la calle. Y contra la violencia institucional. Poco

32 Nombre de Teresa Izquierdo en la clandestinidad. 111

importaba si la estrategia era “guerra popular y prolongada” u otra. No sabía de eso.

Pero sí sabía que quería dedicar mi vida a trabajar por un mundo más vivible, más

justo y feliz (14).

Jiménez relata su vocación de lucha política por medio de reflexiones y vivencias cotidianas, realizando un reconocimiento de los sectores olvidados. Estas ideas provienen también de la comprensión que la autora tiene de la lucha política y cómo esta puede ser leída en claves femeninas. Una de estas lecturas es la que podemos observar en las cartas de

Izquierdo y Jiménez, pensar la política desde el plano de los afectos que es lo que históricamente se ha tomado como una debilidad de las mujeres y que los hombres se han negado a experimentar. Estas características femeninas, Teresa Valdés las denomina como los verdaderos poderes de las mujeres (Mujer y derechos humanos 17), los cuales no reconocen ningún tipo de norma y desborda todos los ámbitos sociales. Esto que se ha tomado como un elemento fundante de la esclavitud de las mujeres al ámbito de lo privado, vemos que en sus misivas es el elemento principal que las nutre en su plano de militantes: hacer conjugar el rigor de la militancia y la relevancia de la dimensión afectiva en la política. Sin embargo, la resistencia masculina ante esta perspectiva, conduce al colapso de las relaciones militantes, pues en un plano simbólico, la mujer no se encuentra representada. En esta perspectiva, Izquierdo dirá que “nunca más volví a ser una militante cerrada y obediente, con características de soldado” (111).

Este imaginario de la militancia, también abrió otros imaginarios posibles con respecto a las mujeres. Por ejemplo, se abre la categoría de “presa política”, como un

ámbito que también había sido mayormente habitado por hombres, porque él es el agente político “por excelencia” según una comprensión falogocéntrica de la política y sus efectos.

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Esto se vislumbra en lo que Gabriela Richard cuenta en una de sus epístolas: “los examinadores se cayeron de culo cuando vieron que éramos mujeres y políticas, pensaban que se iban a encontrar con presos comunes. Nos preguntaban harto sobre por qué estamos acá, por qué habíamos caído, cómo vivimos y todo eso” (95). La impresión de los examinadores es de sorpresa, pues se enfrentaron a la construcción misma de un imaginario que, al menos en Chile, tomó fuerza durante el período dictatorial.

En definitiva, en las cartas analizadas por esta investigación, se puede leer que, bajo el contexto de crisis en el que se sitúan, ellas mismas son productoras de imaginarios sociales que operaron bajo la coyuntura dictatorial como modeladoras de nuevas formas de comprender la participación femenina durante el período mencionado. Y más aún, aportaron en la masificación de categorías que no se encontraban presentes en el lenguaje nacional. En este sentido, hablar de los Detenidos Desaparecidos también fue una forma de hablar de ellas mismas, en la medida de que aquello impacto en su cotidianeidad, posibilitando su apertura hacia nuevos espacios de participación y enunciación. Bajo esta lógica, las ideas de la maternidad, de la militancia y la apertura de la categoría de ʻpresa políticaʼ, se resignifican e instalan a modo de lenguajes móviles que constituyeron un dispositivo que era político, social y con una fuerte carga de lo femenino que disputó nociones de verdad, cuestionó los órdenes establecidos y redefinió la comprensión que tenían de sí mismas.

Crisis en los límites simbólicos del espacio: reconstrucción de lo político y lo cotidiano

Según las observaciones de Bronislaw Baczko, “toda ciudad es una proyección de los imaginarios sociales sobre el espacio” (31). En este sentido, vemos que los espacios

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totalizados por la lógica dictatorial, son resignificados, se comienzan a pensar desde un exilio que es físico, pero también psíquico y emocional. Aquí es donde se posiciona una tensión entre la identidad particular con la identidad nacional, en donde el territorio se presenta como un elemento que es ajeno pero que intenta ser apropiado, un espacio desaparecido y de los desaparecidos. Un territorio que toma múltiples imágenes de rostros heridos. Así, las protagonistas de estas epístolas y la construcción de imaginarios sociales como el de los Detenidos Desaparecidos, las madres, las militantes y las presas políticas, fueron dando nuevos significados a los espacios. Sobre todo cuando pensamos en la disputa generada entre lo público y lo privado, en donde la distribución de los lugares que ocupan los sujetos, contienen, discursivamente, elementos simbólicos normalizadores que son puestos en cuestión a partir de la generación de un dispositivo que es narrativo y experiencial. Entonces, con esto me pregunto cómo a través de las cartas se representa un posicionamiento de los imaginarios sociales en el territorio nacional y, a su vez, como este se resignifica.

Los espacios contienen discursos que se leen al momento de observar la distribución del orden que hay en aquellos. Ángel Rama, identifica esto como el orden de los signos para la concentración del poder que opera con discursos ideológicos para su legitimidad

(19). Sin embargo, en la interpretación de los símbolos de los espacios, también se les puede leer a modo de signo invertido, cuestionando dicho orden según el transito subjetivo de los sujetos. En términos más concretos y desde una perspectiva de género, los efectos de la dictadura significaron un vuelco en los órdenes espaciales comprendidos como lo público y lo privado. Reconversión simbólica que implicó diferentes lecturas en torno a la participación de las mujeres, pues si históricamente el espacio “opera como un elemento

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ordenador del género, cuyo impacto en la subjetividad femenina es de restricción, mientras que en la masculina es de expansión” (Vélez 159), dentro de las cartas, observamos que esta idea comienza a desdibujarse. Empieza una tensión entre el ejercicio de los roles y los espacios adecuados para ello, que se tradujo en expresiones materiales pero también significativas: las mujeres se presentan en tanto cuerpo concreto que sobre el espacio público subvierte una carga ideológica, ya que no se muestran solo como un cuerpo que procrea, que es frágil y martirizado, sino que también es un cuerpo –territorio– político que hizo de sus aprensiones cotidianas un elemento público, o como diría Arteaga, las mujeres fueron portadoras de una “resistencia doméstica” (576).

De este modo, la reconfiguración de los espacios, tiene una gran relevancia en cuanto a la comprensión y participación política de un grupo de mujeres de oposición.

Pensando en que esta línea divisoria entre lo privado y público se tensiona al momento en que la desestabilización de lo privado toma expresiones públicas para su reconstitución. Así mismo, el espacio se resignifica en la medida de que estas mujeres, tal como se esgrime en las cartas, van mostrando que las calles tienen rostros, incluyen experiencias particulares y colectivas, las cárceles ya no se piensan solo como lugares contenedores de la delincuencia marginal, sino también como un lugar de aprehensiones indiscriminadas. El hogar como núcleo organizacional de la sociedad, ya no se percibe como un espacio seguro, por lo que las familias se disgregan ante el miedo de que la detención de un familiar repercuta en la detención de otros. El exilio se piensa de manera interna y externa, como hemos mencionado. Interna porque los sujetos dejan de comprender su existencia bajo los parámetros acostumbrados, como las mujeres, que deben integrarse a espacios políticos, económicos y de denuncia. Y es externo en cuanto a la movilidad y migración por causas

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políticas, en donde el éxodo de chilenos hacia distintas partas del globo toma el significado de “refugiados políticos”.

Esta resignificación del espacio se puede explorar a partir de tres representaciones presentes en las epístolas: la cotidianeidad, la militancia y la prisión. En la primera representación se observa una transgresión del primer –y casi único – espacio de socialización de las mujeres hasta ese momento: el hogar. La detención de familiares y la fractura del núcleo conllevaron un traslado de las mujeres hacia distintas instancias públicas, como lo es el hecho de acercarse a dependencias administrativas para levantar peticiones, o ir directamente a los centros de detención en búsqueda de información. Actos que sin tener una intencionalidad política (en algunos casos), fueron adoptando los lenguajes políticos y las formas organizacionales de dichas instancias de denuncia. Una socialización brusca, repentina y que iba generando una conciencia paulatina que “les permite visualizar que la situación que las aflige no es de índole personal ni constituye una excepción sino que, por el contrario, es de carácter social y por ende susceptible de ser modificada” (Arteaga 580). El encuentro de las mujeres en distintos lugares y convocadas por los desaparecidos, produjo un reconocimiento entre ellas que se expresó por ejemplo a través de cartas de petición colectivas que reunían a un grupo de mujeres para expresar lo que fueron experiencias comunes.

Virginia Moreno en una de sus misivas al relatar la detención de tres integrantes de su familia, cuenta que: “un hogar formado con tanto cariño y esfuerzo en un lapso de 3 horas se ha derrumbado física y moralmente” (Carta a Raúl Silva Henríquez párr. 3). Esta exposición de preocupaciones “privadas o personales” en un ámbito que es netamente público va cambiando la percepción y los significados que se tienen de los espacios y sus

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dimensiones, haciendo que lo privado se transforme en político (Arteaga 590), tal como expresa una consigna levantada en la época que exigía “democracia en el país y en la casa”33. Sobre todo en momentos en que la persecución a los militantes y activistas de izquierda, desequilibró el escenario de la resistencia de oposición, por lo que ese espacio fue ocupado por agentes sociales y actores políticos en construcción, como las mujeres.

Así, la transgresión del espacio cotidiano condujo a nuevos significados para el mismo. Lo que antes del golpe de Estado eran lugares de encuentro, pasaron a significar solo recuerdos de “otros tiempos”, tal como cuenta Teresa Izquierdo al recordar pasajes vividos con el

Peque:

Hicimos una cita a ciegas en el lugar más mágico de Santiago, la Plaza Italia, donde

todo converge y se licúa. Para mí la Plaza Italia es el corazón de la ciudad y cuando

me siento triste me voy para allá. Muchas veces, desde aquella tarde que nos

conocimos, he ido al mismo lugar donde por primera vez Antonio me tomó la mano

y nos besamos. Allí, al lado de la estatua de Balmaceda, le he enterrado cartas y

regalos, allí he buscado su apoyo y le he entregado mi cariño desde que su cuerpo se

esfumó aquel 14 de febrero de 1975 (54).

La politización de la ciudad, se da tanto en términos de acciones colectivas que se toman un espacio, que lo significan y lo disputan, como también se da por la carga simbólica que en ellos se vierte. Teresa Izquierdo hace de un recuerdo afectivo, una acción que es política, porque sus motivaciones lo son, porque la ausencia de Antonio es un abandono involuntario. Así, para ella, la Plaza Italia que había significado un lugar de encuentro, pasó

33 Consigna que toma fuerza desde 1983 y que sintetiza los contenidos y demandas del movimiento social de mujeres de la época. Fue acuñado por el Movimiento Feminista y adoptado por distintas organizaciones a nivel nacional y también Latinoamericano. 117

a significar el desencuentro, la desaparición y presunta muerte. Esto es lo que Doreen

Massey explica como la conceptualización de los lugares a partir de las interacciones sociales, en donde conceptualización e interacción son elementos móviles que forman procesos (127). Procesos que conllevan otros mecanismos de socializar las experiencias, de relacionarse con un lugar en específico y de conectarse con “otros”. El acercamiento a lugares habitualmente no transitados, en ocasiones fue promovido por la búsqueda de los familiares para situarlos en un espacio concreto, tal como se cuestiona Emma Rubilar ante las infructuosa búsqueda de su marido: “si no ha salido del país, sino se encuentra fallecido, sino ha sido ubicado en el país, si no ha sido encontrado en Postas u hospitales, ¿Dónde se encuentra entonces?” (Carta a Maryamn Mahaffey párr. 8). El cuestionamiento de Rubilar pasa por dar sitio a la desaparición, por hacer posible el encuentro y por materializar a su marido dentro del territorio. De esta manera, la nación pareciera volverse un lugar pequeño en donde algunos cuerpos no tienen espacio para vivir/sobrevivir.

La segunda representación del espacio, el de la militancia, se caracterizó por anular las instancias privadas de los sujetos, implicando que cada extensión de sus vidas fuese una preocupación colectiva. La militancia como rol totalizante de los espacios, Teresa Izquierdo lo recuerda diciendo: “no teníamos derecho a vidas privadas, eso era contrario a la concepción del hombre nuevo” (54). En este espacio las relaciones afectivas venían, en parte, por la necesidad o la imposibilidad de generar otras. Los hijos eran considerados futuros militantes y, por tanto, preocupación del partido: “tus hijos, mis hijos, son nuestros hijos” (147), según señala Ana María Jiménez. Al mismo tiempo de que la desaparición de uno de los integrantes de las familias formadas al interior del mismo, era rápidamente reemplazado por otro/a militante, tal como Teresa recuerda al señalar el acuerdo al que

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habían llegado con su pareja, el Peque, por si él caía detenido: “Yo debía sustituirlo y me pareció que el mejor candidato era un hombre que había sido nuestro jefe en la Fuerza

Central y que se encontraba en París” (123). En este sentido, el espacio de la clandestinidad también poseía sus normas, reglas y formas de socialización, que si bien integraba a las mujeres en un espacio público/político, esto no significaba que dejara de existir un universo discursivo operando sobre ellas: diciéndoles qué hacer, como comportarse, que espacios determinados debían transitar y, en el fondo, cómo debía ser su conducta femenina dentro de la militancia, pues “el espacio de la militancia en organizaciones de la izquierda revolucionaria no dejó de ser un ámbito regido por valores, códigos y disciplina masculina, que le exigía a las mujeres patrones de comportamiento similares a los de los hombres”

(Waldman 84). Sin embargo, la militancia no se aplicaba de manera igualitaria para hombres y mujeres, pues ellas debían seguir cumpliendo con los roles tradicionales (madre, esposa, dueña de casa) y saber conjugarlo con la lucha política. Esta experiencia es valorada por Teresa Izquierdo al señalar que:

Nuestros hombres eran revolucionarios de la casa para afuera y algunos, después de

las cárceles, cuando se reencontraban con sus mujeres, no entendían que hubiesen

cambiado. ¿Cómo no íbamos a cambiar si rescatando a nuestros compañeros nos

habíamos convertido en la fortaleza personificada ocupándonos de todo? Muchas

parejas se quebraban y todos sufrimos bastante (127).

Las distintas experiencias relatadas en las cartas de Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo, dan cuenta de que hay un cuestionamiento a las formas del ejercicio de la militancia, en tanto espacio de socialización y de integración de la mujer: “era una militante de segunda clase” (124) reflexiona Teresa Izquierdo. Este cuestionamiento desarrollado en el acápite

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anterior, llevó a que las mujeres trastocaran el espacio de la militancia, a partir de los significados y lecturas que ellas propusieron de lo político. En otras palabras, ellas exponen una manera diferenciada de vivir la política y la militancia como espacios públicos en donde se anula el segmento de privacidad.

Por último, el tercer espacio de representación es el de la prisión. Este lugar de aislamiento poseía significados previos, en donde era habitada principalmente por sujetos periféricos y marginales. Sin embargo, sus significados varían dependiendo de quien lo habite, ya que lo que no se puede aislar son las subjetividades que llegan para llenar cada uno de sus rincones, como también los diálogos que se dan al interior de ella. Entonces, desde la resignificación del imaginario social de ʻpresa políticaʼ, se visualiza este espacio con diferentes connotaciones que afectan a las detenidas en torno a su percepción del mundo, de lo que es real, una rivalidad entre el adentro y el afuera. Una disociación del espacio que como dirá Gabriela Richard: “la vida presidaria es lenta, pero como el agüita, va dejando marcas profundas hasta en la roca más dura” (103). En la cárcel también se disipa lo que es público y privado, puesto que hay un ente mayor que todo lo observa, que todo lo analiza y juzga –un panóptico en palabras de Foucault–. El encierro provocó en estas mujeres un análisis distinto de lo que significa estar fuera –en la calle –, pues para

Gabriela R. eso significaba la libertad (119), o como expresa Ana María Jiménez: “después de casi dos años de prisión, puedes imaginarte qué difícil resultó adaptarse de nuevo a la calle y la normalidad” (105). Una normalidad que no era como tal en la medida de que aún estaba latente la posibilidad de la persecución, de volver a estar detenidas o tener que recurrir al exilio como una forma de resguardar su seguridad.

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Las tres representaciones del espacio, tienen por objeto dar una muestra de lo que implicaba ser mujer en espacios tensionados por la división de lo público y lo privado, recayendo en ellas la fuerza del hogar, de la cotidianeidad y de la estabilidad familiar.

Nociones naturalizadas que se cuestionan desde un plano simbólico, representativo y discursivo. Sin embargo, la desterritorialización de las mujeres como agentes políticos, se entrecruza y problematiza con otro espacio en disputa: el de la verdad y que tiene como personaje principal, al testigo. Pienso estos elementos como espacios concretos pero subjetivos, en donde dialoga el “yo lo vi” con el “yo lo viví”. De este modo, el testigo sería un imaginario social que deambula por las epístolas, no lo vemos ni sabemos quién es, pero aparece como parte del engranaje que posibilita la circulación de discursos y significados.

El testigo es un personaje adyacente dentro del relato epistolar, un sujeto que valida los hechos, corrobora información y es una presencia material que reafirma discursos. Que territorializa los acontecimientos. En el caso de las cartas de petición, el testigo aparecerá como quien puede dar fe de los hechos que los aparatos de la dictadura niegan, como por ejemplo se observa en Emma Rubilar quien señala que: “testigos de este hecho anormal, acaecido durante la plena vigencia del toque de queda, fueron los vecinos del sector en donde está ubicado nuestro domicilio. Estos fueron testigos involuntarios, por la simple razón de que los agentes en un primer momento se equivocaron y buscaban a mi esposo en un domicilio que no correspondía” (Carta a Maryamn Mahaffey párr. 5). Tal como se aprecia en el relato de Rubilar, el testigo es quien puede dar conocimiento del tránsito corpóreo del desaparecido o los detenidos, y que a veces sin ser afectado de manera directa, forma parte de una red de apoyo que contiene una verdad y, al mismo tiempo, contribuye a la formación del imaginario social. En este sentido, el testigo se liga a la figura del lector en

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tanto el trastoque de los espacios necesita ampliar sus horizontes de reconocimiento. Tanto testigo como lector, generan una empatía con quienes padecen y replican discursiva y simbólicamente un conocimiento que se encuentra en tensión.

Esta disputa por la verdad necesitaba ser narrada, transmitida y que entrara en circulación para difundir lo que no estaba contando mediáticamente el régimen. Dentro de las cartas de petición hay algunas de carácter colaborativo, en donde grupos de mujeres

(madres, esposas, hermanas, etc.) que buscaron saber el paradero de sus familiares, se unieron en torno a significados compartidos. En una misiva emitida el 4 de enero de 1982 a

Howard Backer, un grupo de mujeres expusieron:

Si a Ud. y a la delegación de parlamentarios que llegan a nuestro país le interesa

realmente conocer el inhumano tratamiento que la C.N.I. ha dado a nuestros

esposos, si desean conocer verdaderamente el grado de impunidad con que opera

ese siniestro Servicio y las increíbles aberraciones que comete en contra de la vida y

la integridad de las personas, gustosamente pondremos a su disposición los

antecedentes que lo demuestren. Esta situación no es un caso aislado, se sigue

multiplicando con el tiempo y afecta a miles de familias chilenas y a la comunidad

nacional que vive permanentemente expuesta al temor y a la amenaza de la C.N.I.

cuyos poderes no reconocen límites (Montero et al. párr. 5).

La idea de escribir y relatar los acontecimientos a personalidades extranjeras, es un grito de auxilio y de denuncia para revertir la imagen que internacionalmente se tenía sobre la dictadura y, a su vez, para que en el imaginario colectivo se instalara una verdad alternativa, real y marginal de los hechos. Es un intento por desacralizar los significados

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dictatoriales y posicionar los significados de quienes padecen, luchan y son la contraparte del régimen. Esta disputa por la verdad, también la interpreto como la búsqueda de anular el anonimato y decir que cada una de esas muertes no son cifras vacías de identidad, tal como expone un tanto desesperanzada Teresa Izquierdo: “hasta que la huella de ambos se perdió y quedaron incorporados a esa lista de nombres que esconde a las personas y los transforma en víctimas” (111). El dar testimonio y disputar las nociones de verdad, implica individualizar los hechos y al mismo tiempo colectivizarlos, es entregar rostros a cada uno de los casos, trazar trayectorias, establecer lazos de solidaridad y/o afectividad. En virtud de ello se pueden interpretar las disputas por la verdad como un espacio determinado, que es material y simbólico, porque posiciona a sujetos ausentes y a los aun presentes en un mismo mapa vital que conecta unas experiencias con otras. De este modo, la ciudad, por ejemplo, con sus calles, rincones y edificaciones son el medio propicio que convoca a la memoria. El palacio de la Moneda (como símbolo) desde el 11 de septiembre, para algunos significará el espacio, tiempo y lugar en donde se liberó a Chile del “cáncer marxista”34, mientras que para otros significará el día y lugar en donde comenzó un largo recorrido de botas militares que transitaron por todo Chile con la impronta de la muerte. Memorias que operan de manera paralela y que corren a la misma velocidad en una carrera que disputa significados, tal como destaca Stern al decir que “la memoria no es sólo el recuerdo de los acontecimientos y las emociones de una experiencia: es también el significado que nosotros asociamos a esa experiencia” (146).

34 De esta manera se refirió Gustavo Leight, Comandante en Jefe de las Fuerzas Aéreas, sobre el gobierno de la Unidad Popular y sus adherentes. Esta denominación fue enunciada el mismo 11 de septiembre de 1973 desde el edificio Diego Portales, en la primera declaración televisiva –y nacional- que realiza la Junta Militar, horas después de retirar el cuerpo de Salvador Allende de La Moneda. 123

Las representaciones de los espacios que levantan las protagonistas de estas cartas, repercute de manera actual en los lectores, quienes leemos la ciudad con aquella carga experiencial que está presente en los relatos. En este sentido, la ciudad fue adoptando nuevos significados y los lectores también vamos aportando otros nuevos. Quizás dando continuidad a las significaciones ya entregadas y re-significando otras. La Plaza Italia y la arteria principal de la ciudad, La Alameda, siguen siendo el lugar insigne para las manifestaciones, para la lucha y la protesta. Los centros de tortura, tras una ardua disputa por su pertenencia, se repensaron como centros de memoria, de convergencia del dolor y símbolos de un proceso de recuperación del trauma. Por ello no es casual que Villa

Grimaldi hoy se denomine como Parque por la Paz, una definición tan discordante en relación a lo que ese lugar significó durante la dictadura. Londres 38 alberga de manera visible la presencia de todos aquellos que transitaron por ahí en donde, precisamente en el suelo, alberga los nombres de los detenidos y su militancia correspondiente. Si, en el suelo para recordar que por ahí hubo personas que transitaron para nunca regresar. Los muelles, costas y puertos reciben a familiares que teniendo presente la ausencia de sus desaparecidos, concurren a esos lugares para recordar, para rendir un simbólico homenaje a aquellos que se encuentran en algún lugar del mar. Todos los rincones de Chile significan para los afectados por la dictadura un símbolo específico que conecta la experiencia al espacio y sus connotaciones.

En definitiva, la representación de los espacios y su re-significación, es también hablar de sus puntos de fuga, de los intersticios que tiene el orden y que posibilitan que se generen órdenes nuevos. Precisamente porque el espacio en sí mismo, no puede ser una representación de conductas y sujetos homogéneos, sino que más bien, es la representación

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de la movilidad constante de los mismos, o como dice Lucía Guerra: “a pesar de que en la nación, como en la ciudad misma, se imponen diversos órdenes, de manera simultánea, en ellas se inserta también un territorio diferencial, que, de manera transgresiva, emite voces, discursos e imágenes que ponen de manifiesto la invalidez del modelo de lo homogéneo y denuncia su carácter colonizador” (13). Un conjunto de acciones, discursos, símbolos y significados que entran en circulación y diálogo entre las mismas protagonistas de estas cartas como también con el lector, quienes recorremos junto con ellas el Chile de la dictadura y sus proyecciones de democracia.

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CONCLUSIONES

Algunos aportes a las representaciones del pasado reciente para nuevas miradas de las

narrativas femeninas en dictadura

El análisis de las cartas presentadas por esta investigación, ha recurrido al estudio del pasado reciente para dar continuidad e historicidad a las acciones de las mujeres en el tiempo, ya sean estas de índole práctica o narrativa –como se examinó en este trabajo–. Un pasado reciente que en las epístolas de las mujeres se presenta como aun abierto, en constantes disputas para su comprensión memorial en el largo camino que se abrió post 90, en el denominado período de transición a la democracia. En los tres conjuntos de cartas se rescata un llamado al ejercicio permanente de la memoria, en donde todavía persiste la lucha por la justicia, por la búsqueda de los desaparecidos, por la reconstrucción de un tejido social que se ha blanqueado y escondido bajo el alero de un afianzado sistema de carácter neoliberal, que ha pretendido dar un cierre a las violaciones de los Derechos

Humanos en Chile, instalando discursos oficialistas para la comprensión de que el camino correcto es la reconciliación. Un perdón inhóspito que se explaya pese a que aún hay procesos de duelo que no han podido ser cerrados o, incluso, iniciados por no saber qué es lo que realmente ocurrió.

En base a una mirada crítica del presente con el cual han sido leídas estas misivas que hablan de un pasado cercano, es que los objetivos de esta investigación apuntaron a identificar e interpretar el modo en que se construyen y operan las subjetividades femeninas en los tres tipos de cartas seleccionados, y analizar como aquello incidió en la resignificación del género epistolar durante la dictadura. Ambos objetivos, fueron planteados para dar paso a temas más específicos, tales como: indagar en la carta como un

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dispositivo político que permite visualizar, a través de ello, a la mujer como actora política; caracterizar los modos de asociatividad que abren las epístolas, en relación a su receptor, a la comunidad nacional y el lector; dar cuenta del tránsito de las mujeres desde el espacio privado, anclado en el hogar, hacia lo público materializado en las calles; y, también, profundizar en el lenguaje empleado por las mujeres para la construcción de imaginarios sociales que sintetizaron parte de sus acciones y redefiniciones en el contexto dictatorial.

En suma, cada una de estas dimensiones fueron abordadas de manera específica en tres capítulos, los cuales buscaron abrir discusiones y dar interpretaciones de lectura, más no dar definiciones cerradas y concluyentes para cada elemento, esto debido, principalmente, a que tanto plataforma de enunciación y sujeto son dimensiones complejas, amplias y de una profundidad que dota de proyecciones a la temática para que esta siga siendo estudiada.

Según lo mencionado, el primer capítulo, Construcción de comunidades: emisor, receptor y lector, abordó las diferentes formas en que las cartas convocan a la formación de comunidades de resistencia, e indaga en los modos en que se articula el poder entre emisor y destinatario. En este análisis el lenguaje de las misivas se presentó bajo la relación entre resistencia y poder, conforme a la perspectiva de cada una de las autoras, para comenzar a introducir la epístola como un dispositivo político por medio del cual se generan diferentes tipos de asociatividad, que posibilitan la comprensión de las mujeres de oposición bajo una misma constelación política y social. Desde esta perspectiva, leer las cartas como emergentes comunidades, tuvo la intención de pesquisar cómo a través de las narrativas epistolares se retrataron aquellos engranajes que surgieron desde el margen con miradas transformadoras hacia el centro, para el cuestionamiento del sistema dictatorial. En la palabra de las mujeres la formación de comunidades es más solidaria en su representación y

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se encuentra operando en la intención misma de escribir, con esto me refiero a que solidarizar con otros y retratarlos dentro de las misivas, es una forma de comprender que la singularidad del sujeto y la formación de sociedad, son elementos cruzados que no pueden comprenderse de manera aislada, ambos inciden en el otro para su existencia social y cultural.

Por su parte, en el segundo capítulo, Representaciones de lo femenino: un acercamiento a cómo las mujeres leen e interpretan sus experiencias, se observó que ʻlo femeninoʼ no es una categoría cerrada sobre la cual realizar lecturas homogéneas, intentando comprender y caracterizar a todas las mujeres bajo un mismo significado. Cada cual habló desde un espacio específico, con pretensiones diferentes y con subjetividades singulares, haciendo ver que la maternidad no se experimentó de igual manera, que la prisión puede producir maneras particulares de transformar la identidad, y que la militancia se tensiona a la luz de las experiencias de violencia. Si hay algo en común en la construcción de lo femenino en los tres tipos de cartas, es precisamente la de comprenderse en la medida de que interactúan con otras/os, les dan espacios de enunciación a los ausentes y se identifican con ellas/os. Un punto de convergencia en donde las mujeres de a ratos se desapropiaron de su escritura y luego la retomaron, como una forma de dar a conocer cada uno de los ejes que la componen como un todo indivisible.

Por último, el tercer capítulo, Narrativa en contexto de crisis y puntos de fuga: la carta como dispositivo político en la reconfiguración de los sujetos y sus espacios de acción/enunciación, tuvo como motivación englobar los análisis de los capítulos anteriores, proponiendo que de las comunidades de resistencia, bajo la mirada atenta y voz crítica de las mujeres, emergieron nuevos lenguajes con los que se comunicó y comprendió el

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entramado identitario, sobre el que coexistió la oposición a la dictadura. En este sentido, la instalación discursiva y material de los imaginarios sociales analizados, erosionaron el lenguaje de la resistencia y las formas de denominar las cosas, los hechos y a los sujetos, haciendo de esta nueva escena el espacio propicio para la reconfiguración de figuras femeninas como la madre, la militante y la presa política. Esto fue posible bajo un contexto de crisis que movilizó a las mujeres desde un adentro (el aislacionismo del hogar y lo doméstico) hacia un afuera (la asociatividad de la calle y la politización de lo cotidiano), que significó también un paso desde el silencio a la apropiación de la palabra.

Por su parte, la incorporación del lector como un actor activo dentro del análisis de las cartas, tuvo dos intenciones fundamentales: primero, de orden literario, analizar cuáles fueron los tipos de lectores que prefiguran las misivas, pensar en las formas en que estos relatos nos llegan para ser manipulados, resignificados, darle una continuidad a las luchas emprendidas en dicho período, y dar cuenta de comunidades que se extendieron en el tiempo. En segundo lugar, de orden más metodológico, fue un intento por incluir una metodología investigativa de tipo feministas, la cual es explicada por Teresa Valdés como aquella que rompe “con la tradición académica y cuestiona el concepto de “verdad” objetiva, la “objetividad” y ausencia de valoración y busca incorporar de manera deliberada y consciente la subjetividad de la investigadora en el proceso de investigación” (El movimiento social de mujeres 101). Es decir, fue un intento por verter la experiencia de lectura personal, pues al leer cada una de las misivas los relatos no se vuelven algo ajeno, sino que un elemento con el cual se convive, se comparten visiones de mundo y se retoman luchas que fueron planteadas en décadas anteriores y que siguen siendo vigentes. Sin que esto signifique abandonar la rigurosidad que implica una investigación académica, más bien

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es ampliar los mecanismos, conllevando a que se vaya realizando un análisis del sujeto/objeto de estudio, al mismo tiempo de que nos comprendemos como parte de ese mundo imaginado al que hay que investigar.

Cabe indicar que la lectura de las misivas de mujeres, resultó ser una posibilidad de indagar en algunos aspectos para su resignificación en el contexto dictatorial, tales como: 1) ver que en este período la carta funcionó como un dispositivo político que operó al unísono con el estado de sigilo y marginalidad de las mujeres de oposición, siendo una plataforma política desde donde denunciar, plasmar los recuerdos sobre determinados hechos y cuestionar las prácticas de la dictadura. A diferencia de la mirada de la carta como un artefacto en donde figura una intimidad aislada y personalista, este estudio dio cuenta del desdibuje de lo íntimo y privado, proponiendo que, tanto la carta como las mujeres, tomaron un lugar en los asuntos públicos-compartidos. 2) A su vez, la carta se cruzó con otros géneros como el testimonial (presente en los tres conjuntos de cartas) y autobiográfico

(principalmente en las misivas de Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo). Este rasgo dotó de sentido humano y político a cada relato, haciendo estallar las subjetividades en un llamado a no perder la memoria y para ser reflexivos sobre el pasado reciente, en paralelo a las luchas por la justicia, ya que la epístola con sus componentes testimoniales también

“hizo posible la condena del terrorismo de estado. . . Ninguna condena hubiera sido posible si esos actos de memoria, manifestados en los relatos de testigos y víctimas, no hubieran existido” (Sarlo 24). Las mujeres concertadas en este estudio, tuvieron la valentía y elocuencia para transmitir lo que en el lenguaje no podía ser plasmado, retratando aquellas experiencias que difícilmente fueron verbalizadas por las distintas mujeres sobrevivientes a

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lo cotidiano del autoritarismo, para heredarnos el legado reflexivo y la responsabilidad activa de continuar en la lucha por dar término a cada atisbo dictatorial aun presente.

Finalmente, cada propuesta de interpretación expuesta en los capítulos, abre proyecciones para que las cartas de petición, las de Gabriela Richards, Teresa Izquierdo,

Ana María Jiménez, y en general la escritura epistolar de las mujeres, siga siendo explorada por la crítica literaria. En el caso de lo desarrollado por este trabajo, dos aspectos a profundizar, son: en primer lugar, las formas en que el carácter de dispositivo presente en las misivas, fue transformándose en cada una, para dar cuenta de su dinamismo y manera de operar al interior de ellas. Es decir, ahondar en las líneas de visibilidad, de enunciación, de fuerza, subjetivación y de ruptura que se entrecruzan en la escritura, y ver cómo estas coexisten dentro de un mismo relato. En segundo lugar, expandir el análisis en torno al cruce de la carta con otros géneros literarios, como por ejemplo, novelas o cuentos, para proponer que la epístola es un género que puede existir de manera autónoma, pero que toma recursos de otras escrituras para nutrirse en contenido y forma. De igual manera en que otras prosas recurren a los signos epistolares, para exponer lo que en otros modos del lenguaje no puede ser transmitido con la misma proximidad que figuran las cartas. En definitiva, tanto las proyecciones sugeridas como los temas abordados en esta investigación, buscan transmitir la importancia de continuar con el estudio acerca de las cartas y la participación de las mujeres en dictadura, con tal de que ambas abandonen el lugar secundario que otras interpretaciones y narraciones del pasado les han otorgado.

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ANEXO CARTAS DE PETICIÓN

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[CARTA 1] Santiago, Domingo 3 de Febrero de 1974 MONSEÑOR FERNANDO ARIZTIA RUIZ OBISP AUXILIAR DE SANTIAGO Distinguido Señor: Me permito adjuntarle copia fiel de la petición de amparo dirigida con fecha 31 de Enero del presente año, al Sr. General de Carabineros y miembro de la Junta de Gobierno, lo que le permitirá informarse de mi tragedia. En mi hogar tenemos gran conciencia del momento que vive el país, pero creemos que de ninguna manera, si se vienen a practicar allanamientos para esclarecer hechos o confirmar lo que se investiga, haya necesidad de sembrar pánico, angustia destrucción y saqueo. Los encargados de cumplir una orden de esa naturaleza deben ser respetuosos, honestos y humanos y, en ningún caso, excederse en el cumplimiento de sus deberes creyéndose dueños de vidas y cosas y haciendo, seguramente envalentonados porque ya han practicado en otros hogares indefensos estas tropelías, una profesión del vejamen y el atropello, ya que hay personas que ni siquiera tienen la posibilidad de escribir como lo hago yo dirigiéndome a Ud. Monseñor, le ruego que si en sus manos está conversar con nuestros gobernantes, lo haga para que estas afrentas a la dignidad humana cometidas por ciertas personas encargadas de allanar hogares, carentes de idoneidad por su conducta y faltas del sentido humanitario más elemental, se investiguen. En el sector donde vivo por más de 15 años, las madres y familias amigas rezan y hacen mandas para que a nuestro hogar regresen pronto mis familiares desaparecidos en tan siniestra forma. Mis hijos no han dejado Comisaría, Sección de Investigaciones u organismo creado para el objeto, que no han visitado y nadie da ningún dato o noticia. Esto debe terminar, nadie bien nacido tiene miedo de que se aclaren dudas o se investigue, pero si se realiza actuando de ese modo las explicaciones, en este caso, después del error de nada valen cuando ya se ha causado un grave daño físico, moral y económico, cuando muchas más personas de lo que parece se han visto afectadas como es el caso de los obreros de nuestra industria que están impagos. Hoy mandé a poner un aviso de venta de un televisor para ver si puedo paliar en parte este daño la próxima semana. Soy madre de tres hijas, de 25, 21 y 15 años, y de tres varones de 23, 20 y 16 años respectivamente; todos viven y trabajan en nuestra industria. Confío que Ud., con la serenidad y grandeza propia de la Majestad que representa, se acercará a nuestras autoridades solicitando se regularicen los actos de esta naturaleza, evitando los excesos e investigando aquellos en los han habido, para alejar cualquier sombra de duda sobre las Instituciones que nos gobiernan. Queda de Ud. confiada y agradecida Virginia Moreno de Ayress Carlos Valdovinos 1403 – San Miguel Teléfono 569554

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[CARTA 2] Santiago, 14 de Marzo de 1974 SR. GENERAL DON HUMBERTO MAGLIOCCHETTI B. JEFE DE GABINETE M. JUNTA DE GOBIERNO Sr. General: Tengo en mi poder su carta de fecha 1° de Marzo de 1974 y que yo he recibido el 12 de Marzo en que me comunica que mi esposo y mi hijo se encuentran en el Estadio Chile y que serán trasladados a Chacabuco y que mi hija, Luz de las Nieves Ayress Moreno, se encuentra en la Casa Correccional de Mujeres y que será trasladada a Pisagua. Agradezco infinitamente su gentileza pues se trata de la primera respuesta oficial a todas las gestiones que he realizado desde el mismo día de su detención, el 30 de Enero de 1974, para poder averiguar donde se encontraban. El motivo por el cual me dirijo a Ud. es para hacerle llegar con angustiada esperanza una solicitud y también para darle a conocer los hechos que la motivan. Yo tengo la absoluta certeza de que ningún miembro del Gobierno podría consentir las atrocidades y horrorosas felonías que algunos de sus subordinados cometen y que tal vez no han llegado a su conocimiento. Hasta donde mis conocimientos alcanzan no he sabido jamás que alguien haya autorizado en parte alguno para que se degrade a un ser humano en tal forma como se ha hecho con mi hija Luz de las Nieves. Mi hija, durante los primeros días que siguieron a su detención, quedó en poder de tres o cuatro individuos desquiciados, de bajo nivel intelectual como lo demuestran sus actuaciones y de una inmoralidad extrema. Estos desnaturalizados, sin ningún signo de sensibilidad humana ante las desesperadas súplicas de su víctima, la sometieron a los vejámenes más increíbles mientras la mantenían amarrada y con los ojos vendados. Le ruego que perdone, Sr. General, los términos que empleo pero comprenda toda la desesperación y el asco que puede sentir una madre al saber lo que han hecho con su hija. Estos tres o cuatro depravados violaron ferozmente a mi hija y, no bastándole con eso, le introdujeron palos en la vagina, le separaron y amarraron las piernas y le hacían caminar ratas por las piernas para luego introducírselas a la vagina. Como estos perversos aún no satisfacían sus instintos criminales, le aplicaban corriente en la lengua, oídos y vagina, le golpeaban salvajemente la cabeza, especialmente detrás de los oídos. Pegarle en el estómago durante todo el proceso de tortura, era para ellos lo más natural. Como aún necesitaban más, la colgaron unas veces de las piernas y otras de los brazos. Por efecto de todas aquellas torturas, mi hija perdía el conocimiento, con lo cual, apenas volvía a recuperarse, nuevamente la sometían a nuevas torturas. Tal sería el derrumbe físico y moral de mi hija, que había momentos en que estos depravados temían que se les muriera y comentaban sin escrúpulos: “No le hagamos más nada a esta [ilegible]uevona porque se nos puede morir”. Toda esta serie de torturas estaba dirigida por un tal comandante Esteban que resulta ser el mismo que dirigía el grupo que allanó la industria de mi marido y saqueó mi casa en dos oportunidades el 30 de Enero de 1974. Mi hija Luz de las Nieves reconoció su voz por

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el timbre y el acento inconfundibles. Para sorpresa nuestra, en la edición del Jueves 7 de Marzo del diario La Tercera de la Hora, en la página 7, aparece un párrafo y fotografía correspondiente al mencionado comandante Esteban, afeitado de barba, usando bigotes, lo que no lo hace cambiar en nada su aspecto retenido en mi memoria y en la de mis hijos. Producto de estas atrocidades, mi hija está con síntomas de embarazo, su menstruación no le ha venido y tiene mareos y vómitos. Ojalá la Divina Providencia no permita tal monstruosidad porque somos una familia que tenemos un gran concepto del amor, del hogar y la familia: los hijos deben ser el fruto del amor y no de una aberración sin nombre. Ud., Sr. General, como padre, seguramente tendrá hijos tan nobles y generosos como los míos y un hogar feliz y tan unido como era el mío y, en nombre de ellos, le suplico que interceda para que mi hija sea tratada urgentemente, como corresponde a un ser humanos que se encuentra en tan desesperada situación, para que sea hospitalizada si es posible y sea atendida por un ginecólogo y un neurólogo. Tal vez así, después de tanta angustia, mi hija pueda recuperar su fé y su confianza, y su serenidad de espíritu cuando no se consume el hecho que en su vientre germine un ser que no es producto del amor ni de su voluntad y que sería un ser maldito e infeliz porque recordaría en cada instante las horas más horrorosas por las que puede pasar una mujer. Quedo en sus manos con mi mayor esperanza Virginia Moreno de Ayress Carlos Valdovinos 1403 – san Miguel Teléfono 5695564

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[CARTA 3] Santiago, 14 de Marzo de 1974 Sra. Raquel Lois Visitadora Social Secretaría Ejecutiva Nacional de Detenidos Ministerio de Defensa Nacional. Respetada señora: Siendo Ud. Visitadora Social de ese organismo es que me dirijo para exponerle los siguientes hechos: El 30 de Enero de 1974, mi hija Luz de las Nieves Ayress Moreno, de 25 años, fue sacada por un grupo de operativos junto con su padre, Carlos Orlando Ayress Coto, y su hermano, Carlos Orlando Ayress Moreno, de 16 años, desde el local que ocupa la industria de propiedad de mi esposo. Desde el 26 de Febrero, mi esposo e hijo se encuentran en el Estadio Chile. Mi hija Luz de las Nieves, ingresó a la Casa Correccional de Mujeres, procedente de Tejas Verdes y en calidad de “prisionera de guerra” en la misma fecha. A esa Secretaría Ejecutiva solicité permiso para visitar a mi hija y me fue concedido para el Sábado 9 de marzo de 1974. Cuando estuve con ella, pude ver con gran congoja y espanto que mi hija se encontraba totalmente aniquilada, tanto física como moralmente. Con profundo dolor y asco, escuché de sus propios labios el relato las salvajes y bestiales violaciones a que fué sometida por tres o cuatro sujetos depravados. Estando amarrada y con los ojos vendados, fue objeto de vejámenes inimaginables y salvajes torturas. Le aplicaron corriente en los oídos, lengua y vagina. Le separaban y amarraban las piernas y al tenerla así, la violaban, le introducían palos en la vagina, le hacían andar ratas por las piernas que luego se las introducían a la vagina. La colgaron varias veces tanto de los brazos como de las piernas y la golpeaban constantemente en el estómago y en la cabeza, detrás de los oídos especialmente. Se desmayaba tantas veces que, por estar con los ojos vendados, perdió totalmente la noción del tiempo. Pienso, Sra. Visitadora, que aún suponiendo que mi hija tuviera algo de responsabilidad en referencia a lo que se le acusa, no creo y es más, estoy segura que no es así, que haya legislatura en el mundo que faculte para cometer tanta aberración y con tanto sadismo y perversión, con un ser humano. Mi hija es una joven culta, delicada muy sensible y que adora a su familia; hizo sus estudios en el Liceo N°1 y al finalizar, obtuvo una beca para estudiar Cine en Cuba en el año 1971; regresó al fallecer mi madre y no regresó a continuar sus estudios. En el allanamiento encontraron documentos que ella guardaba y que certificaban sus estudios y estadía en Cuba, y la han aterrorizado y torturado para que hable de cosas que no tiene idea. En estos momentos, mi hija casi enloquece ante el sólo hecho de pensar que está embarazada porque su menstruación no ha llegado con la normalidad acostumbrada y, además, sufre mareos, vómitos y fuertes dolores de cabeza. Hasta hoy, desde el miércoles 30 de Enero, hacen 43 días que no ha tenido ningún tipo de atención médica no obstante es sensible el deterioro de su estado de salud, tanto física como mental.

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Por las razones que le he expuesto, le suplico a Ud. que interceda ante quien corresponda, para que mi hija sea hospitalizada a la brevedad y atendida por un ginecólogo y un neurólogo o un neurocirujano, para que se le [ilegible] radiografías y le hagan los exámenes correspondientes para verificar si el malestar que siente es producto de un embarazo o de una [ilegible] cerebral, producto de los golpes y torturas. Finalmente no me queda más que rogarle angustiada que, en su condición de mujer y seguramente de madre, comprenda nuestra desesperación ante esta horrorosa situación. Queda de Ud. agradecida y esperanzada VIRGINIA MORENO DE AYRESS Carlos Valdovinos 1405 – San Miguel Teléfono 569564

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[CARTA 4] Santiago, Jueves 18 de Abril de 1974 A su Eminencia señor Cardenal Arzobispo de Santiago Monseñor Raúl Silva Henríquez. Con el corazon de una madre me dirijo a Ud. Excelentísimo señor Cardenal. He leido y oido su mensaje de humanidad y generosidad para los días de Semana Santa, cuán! reconfortada e interpretada me he sentido junto a los míos cuando le oíamos. Esta es la razón que me inspira dirijirle estas lineas. 26 años de matrimonio, un hogar formado con tanto cariño y esfuerzo en un lapso de 3 horas se ha derrumbado física y moralmente. El día miércoles 30 de Enero de 1974, como a las 11 de la mañana llego un grupo de gente a nuestra industria, sin uniforme ni orden de ninguna autoridad y se repartieron en grupos a nuestro domicilio y cometieron cuanto saqueo fué posible, llevándose a mi esposo de 55 años, mi hija de 25 años y mi hijo de 16. En la tarde del mismo día el extranjero que parecía argentino y que dirigía el grupo de la mañana, innecesariamente fué a saquear mi dormitorio y demás dependencias que en la mañana no fueron registradas, esta vez este extrangero solamente acompañado de 2 jovenes que no eran mayores de 18 años, pero ahora armados con metralletas, cometieron el 2° desvalijamiento, que en ningún caso eran armas. En primera instancia presente un Recurso de Amparo al Señor General Director de Carabineros de Chile, el día jueves 31 de Enero de 1974; después al señor Obispo Fernando Aristía el 3 de Febrero de 1974, le diriji una carta; El 7 de Febrero, presente un Recurso de Amparo a la Ilustrisima Corte de Apelaciones cuyo # es 115 = y por último debido a esta petición la Ilustradisima Corte, ordenó al 1er Juzgado del Crimen de San Miguel, se investigara el motivo del desaparecimiento de los míos. Le adjunto los documentos citados. Han transcurrido 77 días y mi angustia crece al ver la salud de mi hija actualmente detenida en la Correccional, tan seriamente quebrantada mas que nada por su serio desequilibrio nervioso. Mi esposo padece de una Angina de pecho y debe cada cierto tiempo hacerse 1 Electrocardiograma y controlar su colesterol. Confiada en la magnitud de su autoridad moral de padre y pastor suplico, que en el momento justo, haga llegar hasta nuestros gobernantes el dolor de este hogar, haciéndoles conocer el daño infinito que provocan seres sin ningún pudor ni misericordia. Estoy cierta que nuestros Gobernantes no tienen conocimiento de estos excesos cometidos impunemente. Con la esperanza de que nuestro llamado sera oído le saluda filialmente. Virginia M. de Ayress Fono 569564 Calle Carlos Valdovinos 1403

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[CARTA 5] Stgo. 16 de Diciembre de 1974 A LOS OBISPOS DE CHILE: Acudo a ustedes para contarles mi tragedia que, en estos momentos, es la misma que aflige a cientos de madres chilenas. Desde hace cinco meses no se de mi hijo que fue detenido en la puerta de la casa en que vivía, el día 13 de Julio del presente año. Dicha detención fue comprobada tres días mas tarde, al ser llevado a dicha casa en busca de ropa de abrigo, por tres funcionarios de la DINA, siendo uno de ellos identificado como Osvaldo Romo, quién le aseguró a la única persona que ese día se encontraba en dicha casa que dentro de cinco o diez días sería puesto en libertad, pués era una detención de rutina y contra mi hijo no habría cargo alguno. Mientras estos hechos ocurrían, yo me encontraba en Argentina, país donde tuve que emigrar junto a mi marido en busca de trabajo. Esto último, unido a las aseveraciones del Señor Romo, demoró mi conocimiento de la suerte corrida por nuestro hijo, ya que las personas que estaban en conocimiento del hecho considerando innecesario alarmarnos. Mi hijo quedó terminando sus estudios; cursaba el segundo año de mantención mecánica en la UTE, siendo un excelente alumno, reflejado esto tanto en sus notas, como por el decir de sus compañeros, tal vez el mejor alumno del nivel. Cabría agregar que desempeñaba una ayudantía ad-honorem en la misma Universidad y para ayudarse económicamente, junto a un grupo de amigos, hacía clases particulares. En sus vacaciones trabajaba en su especialidad en un taller mecánico. Quien conoce a mi hijo podrá probar que es un muchacho tranquilo, de una bondad infinita, incapaz de hacer daño a persona alguna. He acudido a todos los organismos de gobierno e internacionales y nadie a podido darme noticias de su paradero y me dicen no poder hacer nada para averiguarlo. En especial acudí a la Cruz Roja Internacional, para ver si ellos podían averiguar algo y llevarle atención médica, ya que mi hijo sufre de gastritis, razón por la cual ustedes comprenderán cual es mi angustia al pensar en que estado se encontrará, tantos meses sin tener un tratamiento adecuado. Dicha institución me contestó que por tratarse de un detenido por la DINA, no podían intervenir, pués de hacerlo su organización peligraba. Yo les digo: “¿Es posible que este servicio de Inteligencia Militar tenga tanto poder de crueldad, que nadie pueda interceder por nuestros hijos?”… Y así se dice que en nuestro país se respetan los derechos humanos. Ustedes comprenderán cual es la angustia de esta madre que en momentos se siente desfallecer y sólo la Fé en la Justicia Divina es lo que me alienta a seguir adelante. Acudo a ustedes, que son los representantes de Dios en la Tierra, para que por vuestro intermedio me ayude a encontrar a mi hijo. Yo podría alargarme en más detalles, pero temo cansarles con cosas que ustedes tienen en vuestro conocimiento. Todos los días salgo de la casa en que vivo, con la esperanza de llegar con alguna buena noticia, pero lo único que encuentro es una enorme pared infranqueable sin tener contestación a mi inquietud, sin siquiera saber si mi hijo es está vivo o muerto. Creo que ustedes podrán comprender mi desolación.

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Esperando una acogida a ésta y por sobretodo, la ayuda de ustedes, quedo de antemano agradecida de vuestra bondad. Se despide Atte. de Udss. S.S.S Alicia Lorca de Buzio

Dir: Suarez-Mujica #1336 Tel: 254086

Los datos de mi hijo son: Nombre: JAIME MAURICIO BUZIO LORCA Edad: 22 años Carnet: 77.671 Ñuñoa-Stgo. Detenido: Día 13-VII-74 en: República de Israel #1220 hora: 9 A.M.

Estudios: Segundo año Mantención Mecánica Instituto Tecnológico Universidad Técnica del Estado (UTE).

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[CARTA 6]

Santiago, 29 de Noviembre de 1973 Señor Cardenal de la Iglesia Católica de Chile Monseñor Dn. Raúl Silva Henriquez PRESENTE Honorable Señor Cardenal: La suscrita, sierva del Señor, viene en rogar a Ud. si puede interceder ante las autoridades pertinentes a objeto de saber en la situación en que se encuentra mi único hijo hombre y por tanto sustento de mi modesto hogar, quién se encuentra detenido injustamente en Valparaiso, en el barco “Lebu”, según me han informado en la Cruz Roja. Mi hijo es operario de la armaduría de Casa Blanca (automóviles) se llama Francisco Dagoberto Venegas Rivas y su detención se debe creo a que era Director del Sindicato de esa Empresa, pero en todo caso puedo dar fe que él es una persona con un alto espíritu de justicia, tal como los enseña el evangelio, además es católico desde su niñez, pues lo eduqué a mi manera. El fue detenido el 11 de Octubre sin que hasta la fecha las autoridades den su veredicto. Y espero en Dios y nuestro Señor que Ud. me pueda hacer este favor, abogar por mi hijo que además es casado y tiene un niño de cuatro meses. y seré su eterna agradecida. Que Dios le bendiga Atentamente a Ud. Urbelinda Rivas de Venegas Mi dirección es: Juan Hamilton Ñandú N° 2509 San Miguel Santiago.

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[CARTA 7] Santiago de Chile, Junio 26. 1980 Mrs. Karole Priestley 29 Everest Avenue Llanishen Cardiff, South Clamorgan Wales, U.K. Mi querida amiga: Tengo en mi poder su carta de 16 de Junio último. Se la agradezco mucho, ha constituido un gran apoyo para mí el conocer la preocupación que existe en grupos de su país por el destino de mi hija Jacqueline Binfa, detenida por los organismos represivos del gobierno chileno y por tantas otras personas que han corrido su suerte. Dentro del sufrimiento y preocupación continuas que he experimentado por el lapso de casi seis años que he pasado en la búsqueda de mi hija – fue ilegalmente detenida en el centro de Santiago el 27 de agosto de 1974 – me ha ayudado a sentirme fuerte y animosa y continuar con espíritu de lucha en esta búsqueda, el saber que muchas personas y grupos de gran corazón y sentido de justicia han estado conmigo, tanto dentro como fuera del país. Me agradaría continuar escribiéndole en forma periódica, y en la misma forma recibir noticias suyas. Respecto a las acciones que Uds. están realizando, las veo de gran significado. Es indispensable que continúe la movilización en el exterior en favor de la causa de los detenidos desaparecidos en Chile. Esta tremenda violación de derechos humanos que ha ocurrido en Chile no puede caer en el olvido. Debe continuar siendo denunciada a nivel de opinión pública y organismos internacionales y exigiéndose al gobierno militar chileno que dé información acerca del paradero de los detenidos desaparecidos. El gobierno es responsable, ya que los organismos de seguridad, en especial la DINA, la policía secreta, dependen directamente del gobierno. El proceso por el secuestro de mi hija ya no se encuentra en poder de Servando Jordán. El se declaró incompetente, y remitió la causa a la justicia militar, los cuales son a la vez juez y parte en estos casos. Los agentes de seguridad están protegidos por el fuero militar, aun los civiles. Dos de los que intervinieron en el secuestro de Jacqueline se encuentran identificados, Osvaldo Romo Mena y Marcia Alejandra Merino Vega. Esto se lo anoto ya que, además del envío de una carta a Servando Jordán –lo que también debería hacerse– les solicito enviar también una carta al Fiscal de la 2ª. Fiscalía militar, Gonzalo Salazar Swett, que es el juez directamente encargado ahora del proceso de mi hija. La dirección de esta Fiscalía es Gálvez 102, 2° piso, Santiago. Respecto a los datos que Ud, me solicita sobre mi hija, le envío una fotografía suya. Es la que ha circulado con motivo de su desaparecimiento. Fue tomada el año 1968, pero no hay grandes cambios en su fisonomía. Ella nació en 12 de marzo de 1946, tenía 28 años al momento de ser detenida. Jacqueline es soltera, fue estudiante de Servicio Social en la Universidad de Chile hasta 1973 y se desempeñó como secretaria en la fábrica de Hilados Binfa hasta que fue detenida. Su cédula de identidad es el N° 74.010. Mi hija mide 1.75, ojos color café claro, pelo castaño, piel color pálido, dientes incisivos algo levantados, cuello largo. Jacqueline tiene un hermano, José Antonio Binfa Contreras, de 32 años.

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Cualquier otra información que Ud. requiera acerca de mi hija, su trayectoria anterior, el estado de la causa por su secuestro y las diligencias principales que se han realizado en ella, estoy pronta a hacérselos llegar. Espero pues sus noticias. En el intertanto, le agradezco nuevamente su comunicación y la saludo de manera fraternal. Su amiga, Julia Contreras Ulloa Av. Lyon 2924, casa 3, Santiago, Chile.

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[CARTA 8]

Buin, 26 de Agosto de 1974 Señora Lucía Iriart de Pinochet, Santiago.

Respetada señora: Me dirijo a Ud. con humildad, sin odios ni rencores, porque nunca los he sentido ni aún encontrándome azotada por la horrible tragedia, como es el hecho de haber perdido a mi hijo. Me dirijo a Ud. porque es madre y comprenderá mi dolor y angustia. Relataré a Ud. los hechos, que son la verdad absoluta. Mi hijo Jorge Rubén Lamich Vidal fué detenido durante el Pronunciamiento Militar, el día 13 de Septiembre de 1973, fué enviado al Estadio Nacional, saliendo en libertad el día 6 de Noviembre pasado sin cargos en su contra, él había pertenecido al proscrito P.C. Saliendo del Estadio y habiendo jurado no volver jamás a inmiscuirse en política, trabajó en sus labores de constructor, sin que nadie lo molestara hasta el día 13 de Agosto pasado, cuando una patrulla militar llegó hasta su casa que es una parte de la mía; venían dos carabineros, cuatro militares y dos civiles, eran las cuatro de la madrugada, le dijeron que se vistiera y que los acompañara; mi nuera al preguntar a los militares porqué se lo llevaban, le contestaron “tranquila señora, nada le pasará”. Mi hijo parece que presentía su trágico fin, pues se despidió de sus pequeñas hijitas de 6 y 9 años. Mi nuera lo acompañó hasta la calle donde lo subieron a un furgón blanco y negro. Llegada la mañana mis hijos hicieron averiguaciones en la Gobernación de Buin, donde el Sr. Gobernador Subrogante los tranquilizó diciendo que si nada había hecho no teníamos porqué temer. De todas maneras mi hija encargó a la Sra. Dolores Gracia de García, que también estaba averiguando por su marido el Dr. Héctor García, que había sido detenido a las 9 de esa misma mañana en el Hospital de Buin donde trabajaba. Como dije, mi hija encargó a la Sra. de García y a otras personas que la acompañaban, llevara ropas a mi hijo, por si estaba en San Bernardo. Todas las averiguaciones fueron infructuosas, mi hijo no aparecía. El día siguiente, 14, como a las 14 horas nos impusimos con verdadero terror de la muerte del Dr. García y presumimos lo peor para mi hijo, no tuvimos noticias de él en todo ese día ¿porqué lo llevaron? Me preguntaba llena de angustia al igual que su esposa y hermanos. Dé que se le acusaba? Mi hijo era un hombre sano, bueno, abominaba de la violencia, era un hombre que le trabajaba a mucha gente del pueblo, era excelente maestro constructor, el mejor de los hijos, trabajó para educar a sus hermanos menores cuando mi marido falleció en un accidente de transito hace 26 años; él fué un hombre que nunca conoció el rencor ni el odio, respetuosos de todos como lo pueden probar todos los que le conocieron. Amaneció esa larga noche del día 14 sin saber su paradero. Más o menos a las 8.30 del día 15 golpea la puerta un individuo que pregunta si ahí vivía don Jorge Lamich, mi hija y nuera

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responden afirmativamente y dijo que venía a ofrecer los servicios de unas pompas fúnebres de frente del Instituto Médico Legal, pues en el Instituto se encontraba el cadáver de mi hijo. Nuestra desesperación no se puede describir. Señora… se imagina nuestro dolor? Porqué mataron a mi hijo? Porqué no se le juzgó o procesó? Señora, somos una familia trabajadora que no conoce el rencor no el odio Porqué se lo llevaron y nadie nos avisó de su muerte? De qué se le acusó? En el Instituto Médico Legal dijeron que el cadáver procedía de la Escuela de Infantería de San Bernardo, fué muerto por una bala en la región craneana el mismo día 13 y su rostro demostraba evidencias de haber sido torturado. Respetada y digna señora podré saber las causas por las cuales mataron a mi hijo? Como ya lo expresé él salió del Estadio el 6 de Novbre. sin cargos y su único afán era su trabajo su hogar y su regreso temprano a su casa. Sé que mi hijo es inocente si se le acusara de algo. Porqué se ha asesinado a un hombre inocente? Porqué Dios mío?. Cuando su ánimo era el de unir y hermanar a todos los chilenos como lo propicia la Honorable Junta y su Excelentísimo esposo el Presidente? Porqué se ha cometido este terrible error, nunca dejaré de preguntármelo con el dolor eterno que llevaré en mi corazón. La consternación del pueblo dice lo mismo. De qué se le acusó? Porqué no se le procesó como habría sido lo legal?. Señora, con todo respecto, le pido y le suplico como Primera Dama y primera mujer que representa a todas las madres de Chile, interceda ante su esposo el Excelentísimo Sr. Presidente para que ordene una amplia investigación y se aclare la muerte de mi hijo.

Saluda a Ud. con todo respeto

María Luisa Vidal vda. de Lamich

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[CARTA 9] Berlín, 8 de Enero 1981. Señor Obispo Juan de Castro, Vicario de la Solidaridad Santiago CHILE Estimado señor Obispo: Soy una de las miles de mujeres chilenas que por diversas circunstancias se encuentran repartidas por el mundo en calidad de exiliadas. Cuando usted viajó a Europa, en Junio de 1980, tuve oportunidad de escucharle y justamente ese recuerdo me hace ahora escribirle para exponerle mi situación. Me llamo Graciela Sáez Pardo, 44 años, casada, madre de 5 hijos. Abandoné Chile a fines de Noviembre de 1973 con mis hijos menores acompañando a mi marido Mario Merino, quien tuvo que asilarse por ser dirigente de la Federación Nacional de Trabajadores de la Salud, siendo por esta razón intensamente buscado por la policía obligando a su asilo y posterior salida de Chile. Yo fui funcionaria del Instituto Bactereológico desde 1959 hasta noviembre de 1973, donde renuncié voluntariamente a mi cargo para dirigirme al extranjero, sin que haya pesado sobre mi ninguna amenaza de despido, sumario administrativo ni suspensión de mi cargo. Por mala información y quizás por el angustioso momento, no procedí a sacar pasaporte y fuí incluída en la lista de personas que salieron con salvoconducto sin que haya estado asilada, ni perseguida. Me establecí con mi familia en la RDA y en Junio de 1978 procedí a sacar pasaporte en el Consulado de Chile de Berlín Occidental, el que recibí sin la letra L. Desde que llegué a este país, pese a la acogida que nos han brindado moral y materialmente, no he logrado como muchos de mis compatriotas en diversos lugares del mundo, asimilarme a un medio de costumbres e idiosincrasia tan diversas a las nuestras. A esto se agrega el hecho que mis padres Arturo y Francisca Sáez de 76 y 70 años de edad respectivamente, debido a los sacrificios de toda su vida, las actuales privaciones y sufrimientos y su edad tienen la salud muy deteriorada y mi único anhelo y mi única esperanza es verlos otra vez, presenté en marzo de 1978 una solicitud de retorno a mi patria en el Consulado de Berlín Occidental. En septiembre de 1978 recibí la respuesta: Negativa. Señor Obispo: comprendo el ingente trabajo que lo preocupa. No ha sido mi deseo distraer su atención de aquellas tareas fundamentales que lo requieren. Me he demorado en reunir audacia para solicitarle ayuda en mi caso. Como no tengo “L” en mi pasaporte, no estuve asilada ni hubo cargos en mi contra, no me puedo explicar la negativa de entrada a mi país. Por eso recurro a usted. Es posible que usted conozca el interticio que me posibilite abrazar a mis padres, o en su defecto conocer las causas que se invocan para dicha negativa. Deseo esclarecerle que es mi anhelo visitar a mi familia, ni siquiera pretender, por el momento quedarme en Chile. Se trataría más bien de una autorización de entrada y salida del país por un tiempo determinado, repito, que me permita abrazar a mis padres quizás por última vez.

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Usted es señor Obispo mi última esperanza y desde ya le agradezco su gentileza y confío en su buena disposición que hasta ahora ha demostrado innumerables veces hacia nosotros los exiliados. Le hago llegar mis saludos y buenos deseos en lo personal y en su trabajo en pro de la paz y la reconciliación nacional. Atentamente Graciela Sáez Pardo

Mis datos personales son: GRACIELA SAEZ PARDO Nacida el 22/05/1936 en Concepción Pasaporte N° 167/78 extendido en el Consulado de Chile en Berlín Occidental, Junio 1978. Dirección: 1136 Berlín Moldau Strasse 28 Rda.

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[CARTA 10] SANTIAGO, 4 de enero de 1982 Señor Howard Backer Presente Distinguido señor: Pocos días antes de la llegada a Chile de la delegación parlamentaria que Ud. preside, nuestros esposos Germán Molina Valdivieso, Pablo Fuenzalida Zegers, Eugenio Díaz Corvalán, Sergio Aguiló Melo y Raúl Reyes Susarte – fueron detenidos sin orden competente por funcionarios de la Central Nacional de Informaciones (C.N.I.) que vestían de civil y que no se identificaron ni dieron oportunidad de conocer las acusaciones que contra ellos se formulaban. Los trasladaron a un lugar secreto de los muchos con que cuenta ese Servicio y los mantuvieron incomunicados, sometiéndolos a tratamientos crueles, inhumanos y degradantes. Sergio Aguiló, Pablo Fuenzalida y Raúl Reyes, además, fueron sometidos a terribles tratamientos con electricidad cuyos efectos aún perduran. Mientras se mantenían totalmente incomunicados e inermes ante sus aprehensores, la prensa distribuía comunicados infamantes que los hacían aparecer involucrados en delitos graves contra la seguridad del Estado. Durante sus tormentos, se los obligó a firmar declaraciones que los incriminaban y se vieron forzados a aparecer ante cámaras de televisión, algunos de ellos portando armas. Todos fueron amenazados de que se tomarían represalias contra sus esposas e hijos si relataban las torturas recibidas. Cuando la C.N.I. entregó a los arrestados al Fiscal Militar, nuestros esposos afrontaron con valentía esas amenazas y relataron los tormentos a que los habían sometido sus captores. Lo mismo hicieron ante el Ministro de la Corte de Apelaciones que actualmente conoce de las acusaciones formuladas por el Gobierno. Sus abogados han iniciado las querellas correspondientes ante la justicia militar. Nosotros, como esposas de los afectados, hemos tratado de ser escuchadas por la Ministra de Justicia a quién le enviamos una carta que se explica por sí sola. Pero rodo ha sido inútil. Por que en nuestro país, la C.N.I. practica sistemáticamente la tortura en contra de los detenidos políticos y sus crueles acciones quedan siempre impunes. Son pocas las personas que se atreven a denunciar esas atrocidades cuando han abandonado los recintos secretos de la C.N.I. Cuando alguien se atreve a elevar su voz de protesta y a enfrentar las amenazas, el Gobierno las ignora o les atribuye móviles orientados a desprestigiar su imagen. Si a Ud. y a la delegación de parlamentarios que llegan a nuestro país le interesa realmente conocer el inhumano tratamiento que la C.N.I. ha dado a nuestros esposos, si desean conocer verdaderamente el grado de impunidad con que opera ese siniestro Servicio y las increíbles aberraciones que comete en contra de la vida y la integridad de las personas, gustosamente pondremos a su disposición los antecedentes que lo demuestran. Esta situación no es un caso aislado, se sigue multiplicando con el tiempo y afecta a miles de familias chilenas y a la comunidad nacional que vive permanentemente expuesta al temor y a la amenaza de la C.N.I. cuyos poderes no reconocen límites. Cuando nos toca vivir las trágicas experiencias que hemos enfrentado en estos días, cuando nuestras familias se ven expuestas a tantas amenazas, nada más falsas nos parecen

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las afirmaciones de quienes sostienen que en Chile se advierte una mejoría en la situación de los Derechos Humanos. Porque si así fuera, no tendríamos que deplorar tantas aberraciones, crueldades y presiones como las que se cometieron contra nuestros maridos. Ellos están ahora en la Penitenciaría, esperando el desarrollo de un juicio donde las infamantes imputaciones iniciales han sido desechadas por falta de pruebas y donde está quedando demostrado que su único delito, ya que tal parece ser la grave falta cometida, es el de haber discrepado de la opinión oficial, denunciando, como mienbros de la Comisión de Derechos Humanos en Chile, las injusticias que se venían cometiendo o ejerciendo el inalienable derecho a sostener sus convicciones cristianas y sus opciones políticas, que en cualquier nación civilizada serían dignas de todo respeto. Esperamos que estas líneas no caigan en el vacío y que nuestra denuncia sea investigada por la Comisión que Ud. preside para que el informe que deban rendir a su regreso, sea lo suficientemente objetivo y veraz. Saludamos atentamente a ud. Ximena Montero de Molina Lucía Valenzuela de Fuenzalida Eugenia Rodríguez de Díaz Pilar Bascuñán de Aguilo Adriana Susarte Lagos (madre) Luz Zegers de Fuenzalida (madre)

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[CARTA 11] Santiago, noviembre 25, 1976 SRA. LUCIA HIRIART DE PINOCHET SANTIAGO Respetada señora: Me dirijo a Ud. en mi calidad de esposa, madre y ciudadana chilena, afectada en estos momentos por graves problemas, que creo Ud. sabrá comprender y apoyarme. Mi nombre es Adriana Arismenia Alvarado Herrera, 54 años, domiciliada en Las Cañas 1691, Renca. Soy una esforzada mujer trabajadora, madre de ocho hijos y que he colocado siempre lo mejor de mis energías para dar lo mejor a los míos y procurar su felicidad y bienestar. He estado casada por muchos años con Julio Roberto Vega Vega, carpintero, de 61 años, que ahora falta del hogar desde hace más de 3 meses, causando una gran angustia a todo el grupo familiar, y empeorando nuestra situación económica en estos tiempos difíciles, viéndonos privados de sus ingresos. El día 16 de agosto del año en curso, mi marido salió del hogar rumbo a una farmacia vecina, con el fin de comprarme medicinas, ya que yo me encontraba enferma. Antes de llegar a esa farmacia, que está ubicada en Av, Panamericana Norte con Sta. María, y poco después de las 11 am, mi cónyuge fue obligado por civiles a subir a un vehículo de color rojo, que arrancó de inmediato. Esto fue presenciado por vecinos, que me informaron posteriormente de lo ocurrido. Desde entonces, no he vuelto a tener noticias directas de mi marido, y su detención ha sido negada por las autoridades. Sin embargo, estoy cierta que la detención de mi cónyuge fue realizada por agentes de seguridad, actuando al margen de disposiciones constitucionales y legales, y sin dar aviso alguno a los familiares, como la propia Junta de Gobierno lo ha establecido en disposiciones legales que ha ha promulgado. Por informaciones de personas diferentes, he sabido que mi cónyuge se encuentra, o se ha encontrado detenido en “Villa Grimaldi”, recinto de detención en el sector Peñalolén, dependiente de la DINA. Además, he sido seguida en la calle y mi hogar vigilado por desconocidos, todo lo cual me corrobora en lo expuesto, esto es, que mi cónyuge se encuentra incomunicado por los servicios de seguridad. Sra. Lucía, mi marido es un hombre ya de edad, que necesita cuidar su salud, que requiere ser visitado y atendido por los suyos. Lo mínimo que puedo solicitar, aunque sé que debería estar gozando de plena libertad, es saber donde se encuentra, visitarlo y atenderlo, y con esto calmar la gran inquietud que embarga a mis hijos. Esperando contar con su apoyo en esta crisis, la saluda, ADRIANA ARISMENIA ALVARADO HERRERA

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[CARTA 12] Sr (a) Maryamn Mahaffey Presente.- Estimada Sra. Maryamn, quien le escribe es la esposa de un detenido-desaparecido chileno, a fin de que en uso de su buena voluntad y disposición respecto de estas causas, conozca los antecedentes que conforman la desaparición de mi marido, a fin de que puedan ser puestos al conocimiento de las organizaciones que Ud. estime conveniente para su difusión y ejercicio de acciones en favor de ella. Mi marido, JOSE DEL CARMEN SAGREDO PACHECO, chileno, carpintero, en la actualidad 70 años de edad, cédula de identidad Nro. 297.519 de Santiago, desapareció luego de ser detenido por efectivos de seguridad del Gobierno de Chile, el día 4 de Noviembre de 1975. Su detención ocurrió en horas de la madrugada, 2 hrs. del 4 de Noviembre 1975 y fué practicada en nuestro hogar (Independencia 432, casa 7), por 4 sujetos de civil, los que procediendo arbitrariamente allanaron el hogar, luego de irrumpir violentamente en el, y se llevaron detenido a mi esposo que se encontraba acostado en ese momento. Los agentes no se identificaron ni mostraron orden legal de detención. Testigos de este hecho anormal, acaecido durante la plena vigencia del toque de queda, fueron los vecinos del sector en donde está ubicado nuestro domicilio. Estos fueron testigos involuntarios, por la simple razón de que los agentes en un primer momento se equivocaron y buscaban a mi esposo en un domicilio que no correspondía. Esto despertó a los demás vecinos, los que ante los ruidos que hacían los agentes al golpear las puertas, no tuvieron otra posibilidad que transformarse en testigos presenciales de la detención de mi marido. A una de las vecinas que presenciaba los hechos a através de su ventana se la hizo cesar en su actitud con un grito de “métase a su casa y cierre bien las ventanas”. Sin embargo, la testigo principal de lo ocurrido, fuí yo, pues me encontraba junto a José cuando los agentes entraron a la casa y se lo llevaron sin más trámite. Todas las circunstancias de hecho, la negativa a identificarse, la no exhibición de orden legal, las armas que portaban, la ocurrencia de estos hechos en plena vigencia del toque de queda, y la evidencia cierte de que mi marido hasta el día de hoy permanece desaparecido, no hacen sino confirmar la participación de la policía secreta del régimen en estos hechos. Se interpuso un Recurso de Amparo en su favor, el que fué rechazado sin más trámites. Luego se interpuso denuncia por presunta desgracia ante el Tercer Juzgado del Crímen, causa Rol 120.316. Proceso en el cual no se ha logrado establecer el paradero de José Sagredo Pacheco, pero que por lo menos ha servido para establecer que no ha abandonado el territorio nacional, no se encuentra sepultado en los cementerios de la capital, no ha sido ubicado en Postas u hospitales, ni se encuentra registrada la ocurrencia de alguna desgracia en su persona en ningún organismo del país. Todo lo cual deja más latente la interrogante: si no ha salido del país, sino se encuentra fallecido, si no ha sido ubicado en el país, si no ha sido encontrado en Postas u hospitales, ¿Dónde se encuentra entonces? Es esto lo que le solicito a Uds. me ayuden a exigir del Gobierno chileno una respuesta clara y terminante respecto de lo que ha sucedido con mi anciano marido.

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Agradeciendo de antemano vuestra generosa ayuda, me despido atte. de Ud. Emma Rubilar Rodríguez Independencia 432, casa 7.- Santiago de Chile, Septiembre de 1979.-

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[CARTA 13] Santiago, enero 20, 1977 Sr. Sergio Diez Urzúa Santiago Sr. Diez: Me dirijo a Ud. para exponerle por escrito un problema que me afecta seriamente en mi calidad de madre, esposa y ciudadana chilena. El día 5 de agosto de 1976 fue detenido en nuestro domicilio por agentes de seguridad mi hijo OSCAR ARTURO RAMOS VIVANCO, junto con su padre, esposo mío, OSCAR ORLANDO RAMOS GARRIDO. Desde entonces, ambos se encuentran desaparecidos, a pesar de las múltiples gestiones que he realizado para dar con su paradero, o al menos tener noticias de ellos. He quedado muy sorprendida y alarmada cuando me enteré que en la respuesta del gobierno de Chile de 1976 a la Comisión de Derechos Humanos de la NU, se menciona a mi hijo como una persona cuya identificación aun no ha sido encontrada en el Gabinete de Identificación. La existencia de mi hijo el algo que no puede caber duda a su madre, y por lo demás es fácil ubicarla y acreditarla por los medios legales del caso. Por consejo de don Alejandro Silva Bascuñán, y en compañía de familiares de otras personas que también figuran en la misma categoría de mi hijo en el informe del gobierno, concurrí el pasado jueves 13 de enero a su oficina, para plantearle este problema, y la natural inquietud que en mí despierta. No logré ser recibida por Ud. ese día, pero le hice llegar el certificado de nacimiento de mi hijo, para que no pudiera caberle duda alguna al respecto. En todas las instancias que he realizado buscando a mi hijo, su existencia legal ha quedado debidamente acreditada. Deseo enterarme cuanto antes de su respuesta ante este planteamiento. No puede haber equívocos en esta materia. Mi hijo lleva ya [más] de 5 meses desaparecido, y su salud, su integridad, y aun su vida me inspiran serios temores. Además, como ya le expuse, se encuentra en la misma situación mi marido Oscar Orlando Ramos Garrido, y otros familiares, como son mi hermano Hugo Ernesto Vivanco Vega, mi cuñada Alicia Herrera Benítez y mi sobrino Nicolás Vivanco Herrera. Ud. comprenderá cuál es mi estado de ánimo, y como debo realizar todos los trámites posibles ante esta situación. Un grupo familiar no puede esfumarse en esta forma. Un hijo no puede ser declarado inexistente. Si hay cargos en contra de él o de los otros, lo lógico es que se los juzgue ante un tribunal competente de la república, con oportunidad de defenderse y hacer valer sus descargos. Ya que no he podido ser recibida por Ud., le solicito me dé una pronta respuesta en cuanto a que no puede caber duda alguna en cuanto a la existencia legal de mi hijo Oscar Arturo Ramos Vivanco. Lo saluda, CARMEN ROSA VIVANCO VEGA Parque Apoquindo, calle 7, N° 7801

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[CARTA 14] Santiago, abril 15, 1977 Sr. Presidente del Consejo de Estado don Jorge Alessandri Rodríguez Santiago De mi consideración, Me dirijo a Ud., para exponerle un grave problema que me afecta, y en el cual espero obtener su apoyo, dada la alta investidura que Ud. ocupa. Mi nombre es Eliana Galindo Ramírez, dueña de casa, 32 años, chilena, domiciliada en Villa Salvador, block 9, Dpto. 301, Renca, cédula de identidad 5.476.744-7 de Santiago. El día 22 de julio de 1976 salió del hogar que compartía conmigo, mi hermana MARIA GALINDO RAMIREZ, 2[8] años, secretaria ejecutiva. Desde entonces, no he vuelto a tener más noticias de ella, y me consta que fue detenida por agentes de seguridad, en concreto por DINA. El día 2 de agosto, dos personas que se identificaron con credenciales de DINA, allanaron mi casa sin orden alguna, y haciendo ver que disponían de información concreta acerca de mi hermana, que sólo ella pudo habérselas proporcionado. Además, ella fue vista hacia fines del mes de agosto en el recinto de detención “Villa Grimaldi”, en el sector Peñalolén, dependiente también de DINA, por otro detenido, Pedro Rolando Jara Alegría, quien consiguió ser liberado, y dejó una declaración jurada suscrita ante notario, de estos hechos, antes de salir del país. Mi hermana se veía en muy malas condiciones físicas, y mostraba evidentes muestras de haber sido torturada. Junto a ella estaba Marta Ugarte Román, quien poco más tarde fue encontrada asesinada en una solitaria playa porteña. Todos estos antecedentes me hacen temer muy seriamente por la vida de mi hermana, totalmente a merced de este grupo, que actúa al margen de la ley, que no responde a la justicia, que toma en sus manos los derechos más fundamentales de los ciudadanos, su vida incluso, como lo destaca la reciente declaración del Comité Permanente del Episcopado chileno. Esto es algo totalmente inusitado y brutal, que no conoce antecedentes en nuestra historia patria, que rompe todos los moldes de convivencia democrática y ajustada a la legalidad y al respeto a los derechos humanos, que ha caracterizado a nuestro país en más de un siglo y medio de trayectoria republicana. Sr. Alessandri, recurro a Ud. en busca de una información que por lo menos me permita saber en qué lugar está mi hermana, si ella vive, si saldrá en libertad pronto, ya que no hay cargo alguno en contra de ella. Ella es una persona de elevados ideales cívicos y de servicio a sus semejantes más necesitados, como lo demostró con una intensa actividad apostólica como dirigente nacional de la JOC, Juventud Obrera Católica. Lo saluda atentamente. ELIANA GALINDO R.

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[CARTA 15] Santiago, 17 de Marzo de 1976. Sra. Lucía H. de Pinochet. Presente.- Distinguida Primera Dama: Respetuosamente a Ud. y con el más humilde de nuestros ruegos. Quiero dirigirme a Ud. para exponerle nuestro caso, o más bien, nuestra tragedia hogareña; somos 6 personas en nuestra familia: mamá, dos hermanos (uno de 22 y otro de 19), dos hermanas (una de 3 años y yo de 20) y nuestro padre que es el que está detenido desde hace 6 meses. El se llama MARIO ORTEGA ROJAS, quien, en virtud de las medidas de prevención y orden de la ley del Estado de Sitio, fué detenido por las Fuerzas Armadas el día 8 de Septiembre a las tres y media de la madrugada. Anteriormente, fué detenido el año 1973. Debido a esto nuestra familia está siendo sacrificada moral y económicamente, al grado ya de desesperación. Mi hermano mayor hubo de abandonar sus estudios en la Universidad de Chile, en la Primera Región (ciudad de Arica); el segundo hermano de nosotros está cumpliendo con su deber militar, en el Regimiento de Transporte de la capital. Y yo no he podido seguir ninguna carrera debido a la situación económica. He tratado de buscar trabajo y no me lo dan, debido a que necesito un título y años de experiencia, y yo tengo solamente 4° Medio. Mi otra hermana –la chica– sufre mucho por la ausencia de papá, debido a que es la regalona, por ser la menor. Además, la niña necesita tratamiento, ya que tiene sus caderas desviadas. Por el momento no se le nota, pero el médico dice que, cuando tenga unos 9 o 10 años, va a empezar a cojear y necesita estar cada año sacándose una radiografía; pero como no podemos pagarla, ya la niña quedó un año sin su radiografía. La niña es pequeña, pues sólo tiene 3 años, pero sufre mucho por su papá. Confiamos en su buen corazón de madre y en su alto espíritu cristiano, para que interceda por nosotros. Deseamos y tenemos plena fe en que será leída mi carta. Influya ante su Excelencia, don Augusto Pinochet, y vistos los antecedentes que abonan nuestros clamos, resuelva ordenar la libertad de papá, para que se reintegre a nuestro hogar y con ello se repare, en parte, el daño que estamos sufriendo por su ausencia. En la hoja de vida interna, en el sitio de su detención en “Tres Alamos”, consta que es tranquilo, sin alteraciones a la disciplina que allí se exige. Está bien catalogado, se le quiere por su trato afable y respetuoso. Estos informes se podrían suministrar a su Excelencia, a cualquier requerimiento oficial. Rogamoa a Nuestro Señor que inspire la humana piedad en Ud. y acojan el pedido de esta familia desamparada. Sufrimos, no sólo por la ausencia de papá, sino además por ver martirizada a nuestra madre, con la ausencia de nuestro ser querido. Ella sufre –y como buena madre– en silencio y en la soledad de su vida enclaustrada en su dolor. Llora a espaldas nuestras, y eso lo sabemos y nos impacta hasta la desesperación, respetable y benefactora señora. Agradeciendo de antemano cuanto haga por nosotros, que jamás la olvidaremos, la saludo haciendo voto por la prosperidad de todos sus familiares, en una sincera y patriótica devoción de lealtad.

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Se despide reiterando su agradecimiento Rosa del Carmen Ortega Albornoz. Carnet de identidad N° 8?000. 487-7 de Santiago Dirección: Copacabana 458, San Miguel, Santiago.

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