Tanto Lagos García como Emilio Civit y Delfín Gallo, que lo acompañaron en su postura, registraron la fortaleza de los argumentos de la Comisión y trata- ron de poner su propio proyecto a resguardo de la tacha de ateísmo; Gallo, por ejemplo, sostuvo que

nuestro proyecto dice que será obligatoria la enseñanza de la moral…Nosotros decretamos el estudio de la moral que se basa en Dios, que se basa en la respon- sabilidad humana, es decir, en el gran dogma de la inmortalidad del alma.

Pero en el fondo de sus alegatos persistía como incansable leit motiv el rechazo a la influencia social de la Iglesia junto con el repudio a su obra en la América española. La participación en el debate del ministro Eduardo Wilde no mostró com- promiso ninguno con la realidad histórica y social de la impregnada de cristianismo. Se presentó sin ambages como adversario decidido de todo re- manente de un pasado supuestamente oscuro e incompatible con la filosofía del progreso que encontraba en él a un celoso apóstol. La religión, y no solo su en- señanza, estaba llamada a extinguirse en beneficio del positivismo y sus teorías del perfeccionamiento permanente. Entusiasta con su credo optimista, sentenció ante la Cámara que la ciencia era incompatible con la religión. Tristán Achával Rodríguez replicó concretamente a este punto:

Yo me he ocupado muy seriamente de las ciencias naturales y puedo asegurar que a medida que he avanzado en ellas mi creencia en Dios ha adquirido una mayor fuerza…Es imposible para mí que una ciencia destruya jamás la reli- gión. Mientras más investigaciones he hecho, mientras más he avanzado en los descubrimientos, más me ha conmovido la grandeza de Dios.

Achával Rodríguez puso fin al debate con un largo y sustancioso discurso que ahondó las razones de Goyena. Practicadas las votaciones, el proyecto de “los diez” apoyado por el Ejecutivo obtuvo cuarenta votos contra diez favorables al preparado originalmente por la Comisión. Una vez girado al Senado, se repitió el enfrentamiento: la Comisión de Legis- lación que se hizo cargo del análisis del proyecto produjo dos dictámenes; el de mayoría, integrada por José Baltoré y Rafael Cortez, se pronunció por la aproba- ción de lo votado por la Cámara de Diputados; el único miembro de la minoría, Miguel Nougués, propuso insistir con el proyecto anteriormente aprobado por la Cámara de Senadores. El 28 de agosto, otra vez en gira legislativa, el ministro Wilde escuchó sin duda con satisfacción en el recinto a los senadores Baltoré y Aristóbulo del Valle defender el texto de “sus diez diputados”, pero le esperaba el mal trago de que Nougués, con el apoyo de Nicolás Avellaneda y Rafael Igarzábal, convenció a la mayoría del cuerpo a decidirse por el despacho original que conservaba la ense- ñanza religiosa en las escuelas.

-165- Devuelto a Diputados, el proyecto permaneció sin ser tratado hasta el 23 de junio de 1884, cuando una distribución similar de votos –cuarenta y ocho con- tra diez_ ratificó la decisión anterior de la Cámara. En el Senado se necesitaban quince votos para que el resultado final confirmara su decisión favorable a la enseñanza religiosa, pero al efectuarse la votación los partidarios de esta postura llegaron apenas a once sufragios. Es posible que la celeridad con que se convocó a la sesión haya incidido en la lista de ausentes y presentes, y sin duda también lo fue el hecho de que ese día Avellaneda no ocupara su banca por auténticas razones de enfermedad. Faltó su elocuencia pero el torneo oratorio contó con brillantes paladines; en el campo liberal, Eduardo Wilde, Miguel Juárez Celman y Aristóbulo del Valle; a favor de la enseñanza religiosa, Manuel Dídimo Pizarro e Igarzábal.

Roca se sentía orgulloso de su uniforme de gala, un regalo de sus compañe- ros de armas recibido al asumir la presidencia. Enfundado en él, recorría a pie el 10 de mayo de 1886 los pocos metros que mediaban entre la Casa de Gobierno y el viejo edificio del Congreso, quizás meditando la lectura de su último mensaje presidencial de apertura del año legislativo que debía leer unos minutos después. Le esperaba ahora una larga exposición, a diferencia de las anteriores que se habían caracterizado por su brevedad. Sean cuales hayan sido sus reflexiones en aquel instante, de ellas lo arrebató el fuerte golpe que piedra en mano le asestó en la frente un desconocido llamado Ignacio Monjes. No parece que su agresión haya respondido a otro impulso que la enajenación mental, pero quedó como un símbolo de época: con el uniforme y la banda presidencial cubiertos de sangre, Roca sin demorarse ingresó en el Congreso, como la imagen de un combatiente en batalla, pero para anunciar que sentía haber cumplido con su programa de paz y administración, “sin odios ni rencores para nadie, ni siquiera para el asesino que acaba de atentar contra mi existencia”. A diferencia de lo previsto, fue el más corto de sus mensajes en cuanto a lo que expresó de viva voz, pues su estado físico no le permitió completar la lectura. Tuvo, sí, tiempo de agradecer a los legisladores que lo habían acompañado desde 1880 y que lo harían aun durante algunos meses, apoyando sus propuestas o dis- crepando de ellas, compartiendo sus metas o interpretándolas como quiméricas o mezquinas. Con igual apreciación se juzga desde la perspectiva histórica a aquel Congreso de la primera presidencia de Julio Roca, con sus matices de luminosi- dad y de penumbra expresivos de una Argentina que parecía haber dado con su rumbo pero que carecía de brújula segura.

-166- LA CORTE SUPREMA DE LA GENERACIÓN DEL OCHENTA Perfil de sus jueces (1880-1886)

ARTURO PELLET LASTRA*2

Julio Argentino Roca, ascendido a general de brigada en el campo de la batalla de Santa Rosa en 1874, después de haber derrotado al general Arredondo sublevado contra el presidente Sarmiento para evitar que Nicolás Avellaneda accediera a la pre- sidencia, y después su ministro de Guerra y Marina, antes de marchar a la Patagonia para derrotar y someter a los Mapuches que la ocupaban es, a principios de 1880, el “hombre del momento”, el general afortunado de tan solo 36 años de edad que ha renunciado al gabinete ministerial para ser proclamado pre candidato presidencial. Pero se encuentra con un formidable obstáculo, consistente en que también esa es la pretensión del gobernador de la provincia de , Carlos Teje- dor. El choque era inevitable en los primeros meses de 1880, y la gran aldea que era la Buenos Aires que tan bien describiera Lucio Vicente López en su novela homónima, será un nuevo campo de batalla para resolver, de una vez por todas, si Buenos Aires será la capital definitiva de la República organizada o seguirá siendo una capital interina, en donde los gobernadores porteños son los anfitrio- nes y los presidentes sus transitorios huéspedes. La “gran aldea” tenía en aquel tiempo casi 300.000 habitantes y no incluía en su plano territorial a los entonces pequeños poblados de Belgrano y Flores. Había sido el teatro de los grandes acontecimientos nacionales, que incluían el motín o revolución del 74 cuyo jefe, Bartolomé Mitre, volvería a ser la figura prócer de los acontecimientos que se avecinaban. Para complicar más la situación, otras dos personalidades, el ex presidente Sarmiento y el juez de la Corte en uso de licencia, Saturnino María Laspiur, sucesivamente ministros del Interior del presidente saliente, eran candidateados como integrantes de fórmulas políticas alternativas a las ya enfrentadas de Roca y Tejedor. En el caso de Laspiur, a quien en seguida ubicaremos en la Corte cuya integración nos ocupa, había sido promovido como eventual vicepresidente y luego como posible presidente, para terminar siendo negociador en nombre del alto tribunal de algún tipo de solución política a esa disyuntiva no resuelta.

* El autor es doctor en Derecho y Ciencias Sociales (UBA, 1972) y autor de Historia política de la Corte (1930-1990) (Editorial AD HOC, 2001, 480 págs.). Se han publicado asimismo otros 16 libros por él redactados, entre ellos: Y vendrá el hombre nuevo (Premio publicación del Fondo Nacional de las Artes, l964) y La libertad de expresión (Premio Nacional de Ensayo en Derecho y Ciencia Política a la producción 1972-1975).

-167- Ésta era entonces la situación a comienzos de 1880: Un país en permanente crisis, en la que se ponían de acuerdo o se enfrentaban porteños y provincianos, católicos contra masones, autonomistas contra nacionalistas de Mitre, positivis- tas y liberales contra el que no lo era, subyaciendo en todos estos conflictos los “viejos odios”, como muy gráficamente Mitre le describiera años más tarde al precursor del revisionismo histórico, Adolfo Saldías. Entre 1879 y 1880 estaba culminando un sistema político en el que, como gráficamente describiría José María Rosa1, “los integrantes de la clase gobernante se repartían exclusivamente los cargos públicos en un juego electoral de oficia- listas y opositores de salón _alsinistas o mitristas_ alternativa o conjuntamente partícipes del poder. A veces se daba colorido a la discordancia con la sangre de algunos chinos arrastrados por lealtad criolla a los combates de los atrios electo- rales o de las periódicas “revoluciones” de las aldeas, pero no tardaba en llegar la conciliación o el acuerdo y Mitre y Alsina se daban un abrazo histórico y distribuían fraternalmente los cargos públicos…”. A esta descripción de “la cosa pública” de la época, habría que actualizarla para 1880, reemplazando a Alsina por Tejedor e introduciendo el factor Roca.

La corte en este contexto

En este contexto histórico de políticos viscerales, casi invariablemente patrio- tas, que raramente se tuteaban si no eran amigos desde la juventud o parientes y de la misma generación, se desarrollaba la historia de la clase política judicial. Y podemos decir con toda propiedad, “clase política judicial”, ya que casi sin ex- cepción los ministros de la Corte Suprema de Justicia, los jueces de los tribunales supremos de provincia y los primeros jueces de sección (léase federales) eran integrantes de la clase alta política. Eran políticos de raza, de oficio, que alternaban en aquellos años la toga ju- dicial con las oficinas ministeriales y las bancas parlamentarias. Eran unos y otros protagonistas de pequeñas y grandes tragedias y comedias de la época en la que pretendían, también unos y otros, ser “la solución política”, ya que reiteradamente en esos meses iniciales de la década del ochenta, llegaban nombres y pretensiones a las redacciones de los periódicos para que, de un día para otro, se encontrara “la solución política”, “se salvara a la patria”. En fin, ubiquémonos con estas precauciones en los últimos meses de 1879 y en los primeros de l880, para seguir la trayectoria de la Corte Suprema de la generación del 80. En torno de una mesa rectangular están sentados los cinco ministros que la integran, que conforman el número de sitiales, léase vocalías, establecidas por la ley nacional 27, de octubre de 1863 y que obviamente han sido colocados allí para interpretar la Constitución , más de una vez mal entendida o tergiversada por

1 JOSÉ MARÍA ROSA, Historia Argentina, Editorial Oriente, tomo 8, pág. 157 y sigts.

-168- los gobiernos provinciales (y por cierto también por el Poder Ejecutivo federal), traficada de aquí para allá por una multitud de abogados y leguleyos que mani- pulan causas para beneficio o perjuicio de toda clase de comerciantes, políticos y contrabandistas. Por cierto deben marcar tendencia en sus fallos y hacer florecer una jurisprudencia que contribuya al diseño de un Estado de Derecho. El alto tribunal tiene solamente dos secretarios y unos pocos empleados, cuya mayor jerarquía la ostenta el Ujier, todo un personaje de la gran aldea. Son ellos José Benjamín Gorostiaga, su presidente y decano, único sobre- viviente de la primera Corte (aunque asumió el cargo recién a mediados de l865), José Domínguez, Saturnino María Laspiur, Uladislao Frías y Onésimo Leguizamón. También rodea aquella histórica mesa, que Julio Oyanarte2 supone que pro- viene de un rústico taller de costura, el procurador general Eduardo Costa, que como los ministros tiene debidamente colgado en su despacho el diploma que certifica su doctorado en jurisprudencia. Costa, en aquel entonces, integraba el alto tribunal, participando en todos los acuerdos que se realizaban los días martes y jueves. Todos se reunían alrededor de la legendaria mesa, vestidos con jacuet y también con su inevitable jacquet, pero detrás de los ministros se sentaban los secretarios (y por supuesto doctores en jurisprudencia) Nemesio Rojo, que estaba en el tribunal desde septiembre de 1868 y Antonio Tomassi, en funciones desde 1866. A ellos los asistían para pasar sentencias, resoluciones y minutas de los acuer- dos y, en su caso, llevar notificaciones, una docena de empleados, en su totalidad vinculados por lealtad, amistad o parentesco a los ministros o secretarios. Solo dos ordenanzas atendían las tareas menores, tales como traer y llevar la papelería, los expedientes y cafés. Todos, sin excepción, eran servidores muy leales y discretos que tenían por cierto el privilegio de alternar a diario con jueces, ministros y congresales. Sin duda unos y otros se horrorizarían si les hubiera tocado históricamente en suerte alternar con delincuentes con tacha y sin honestidad como han sido algunos, demasiados, de los actores del escenario político gubernamental en los últimos años. Esto ocurría en la casona que ocupaba la Corte en San Martín 273, a pocas cuadras de la Casa Rosada y del edificio del Congreso, situados ambos templos del poder sobre la Plaza de Mayo, que todavía estaba dividida por la Recova. Roca, victorioso ocupante el año anterior de los territorios del sur, en los que señoreaban los últimos caciques, regresó así a mediados de 1879 a Buenos Aires, donde fue recibido en triunfo con un gran banquete en el teatro Politeama por la flor y nata del poder que ejercía Nicolás Avellaneda y que integraban los minis- tros, diputados y senadores oficialistas3.

2 JULIO OYHANARTE, “Historia del Poder Judicial”, en Revista Todo es Historia – N° 61, pág. 86 y sigts. 3 JOSÉ MARÍA ROSA, ob. cit., pág. 24 y sigts.

-169- El candidato opositor era, como ya señalamos, el gobernador Carlos Tejedor, enconado adversario tanto del Presidente como del joven general en ascenso, quien había ascendido, valga la redundancia, de teniente a general en el campo de batalla. Como una tercera candidatura, supuestamente de conciliación, apare- ce en nuestra crónica el ministro de la Corte Suprema Saturnino María Laspiur, quien en uso de licencia de su sitial en el alto tribunal ofició de ministro del Interior de Avellaneda, desde mayo de 1878 hasta septiembre de 1879, o sea a lo largo de un año y cuatro meses. Así dos recientes ministros del presidente saliente están enfrentados por su ambición de poder presidencial. Laspiur, de cuya trayectoria completa en seguida nos ocuparemos, se había sentido alentado como ministro y hombre de confian- za de Avellaneda, pero al ver ahora que su jefe alentaba la candidatura de su cole- ga de gabinete Julio Roca, se indignó y dio un portazo diciendo , casi gritando, en el texto de su dimisión, que había dejado el “puesto tranquilo y respetable de la alta magistratura nacional” para “seguir al amigo a sacar triunfante la política de conciliación”… y agrega: “Ahora me encuentro que el presidente está fortificado y promoviendo la candidatura presidencial del ministro de Guerra general Roca, abandonándome en un momento en que la verdadera opinión pública comenza- ba espontáneamente a levantar mi nombre como candidato a la presidencia de la República, protegiendo así una candidatura que no tiene otros sostenedores que algunos gobernadores alzados con el poder”4. Esta renuncia, a fines de agosto de 1879, provocó una reacción contra el afortunado general “… en los diarios, en los centros sociales, en la universidad, en los colegios…”, cuenta Adolfo Saldías en su documentado libro Un siglo de las instituciones, y agrega Rosa: “…en todas partes5 se propagaba la necesidad de resistir con las armas…”. En la noche del 27 de septiembre, Roca fue agredido al salir del edificio del Congreso, ubicado sobre la calle Victoria, frente a la Plaza de Mayo. La crisis continúa y se acelera con polémicas y crónicas periodísticas de tono poco conciliador, cuando estalla a principios de junio de 1880 una sublevación militar, cuyo liderazgo es compartido por varias figuras allegadas a Tejedor, en- tre ellos nada más ni nada menos que el casi prócer general Bartolomé Mitre .

La corte se reúne

Ante la gravedad de la situación la Corte asume un rol marcadamente político, que posteriormente se repetirá ya en nuestra época, en pleno siglo XX, tal como sucedió al producirse la revolución que derrocó a Yrigoyen , con la acordada del 10 de septiembre de l930, que reconocía al gobierno de facto emergente, o como sucedió ante la revolución” del 4 de junio de 1943, con la acordada del 7 de junio

4 Ibídem. 5 Ibídem.

-170- de ese año, por la cual la Corte también reconoció a un gobierno de facto , o tal como aconteció en las semanas previas al conmocionante 17 de octubre de l945, o en fin por su trascendencia emblemática, cuando los jueces supremos Oyha- narte y Aberastury ejecutaron con éxito la “solución Guido” que, tramada por Frondizi y su ministro Rodolfo Martínez, se dio el 29 de marzo de l962, haciendo jurar como presidente constitucional al presidente del Senado José María Guido, para reemplazar al mandatario derrocado en la madrugada de ese día por un golpe militar6. Sobre estas intervenciones directas de la Corte en el casi siempre revuelto escenario político nacional, cabe sacar una conclusión elemental: casi siempre se produjeron en tiempos de gobiernos militares y fueron, en mi criterio, positivas y concurrentes con otros factores para facilitar en esas circunstancias un desa- rrollo menos conflictivo y dañino para la historia de la República real. Volviendo a esos días de junio de 1880 nos cuenta Rosa7: “En la noche del 6 se reúne la Corte Suprema, en apariencia para notificarse del decreto que traslada la capital [de la República] a Belgrano” entonces, como ya señalamos, en territorio provincial y en realidad para instrumentar un arreglo que tiene como base la candidatura de Gorostiaga –a la sazón presidente del alto tribunal_ como jefe provisional del Estado, porque entendían los jueces que la candidatura de transición del ex presidente Sarmiento, que estaba siendo promovida como otra alternativa a Roca y Tejedor., “no es solución…” . Y continúa Rosa: A la una de la mañana del 6, Laspiur (evidentemente más político que juez) entrevista a Tejedor en nombre de la Corte, ofreciéndole “la solución Gorostiaga”. Tejedor contesta que “él no hace cuestión de nombres… pero no es él sino Roca el que debe retirar la candidatura”. “Entonces los ministros de la Corte comisionan al juez Leguizamón para que viaje a Rosario a pedirle al conquistador del desierto que retire su candidatura , cosa que éste se niega a hacer…En cuanto al traslado de la Corte , para asentarse en Belgrano, los ministros de la Corte tenían sus reparos , ya que entendían que el decreto de Avellaneda, designando a ese pueblo capital interina de la República violaba la ley de residencia , ya que el Congreso Nacional no se había reunido para autorizarlo a trasladarse allí y constituir el poder presidencial fuera de Bue- nos Aires…”. El problema en realidad radicaba en que ante este grave conflicto entre el gobierno nacional y el provincial, o sea entre Avellaneda y Roca, la Corte quería mantenerse imparcial: Trasladar la capital a Belgrano, en opinión de los jueces, los indisponía con Tejedor e implicaba tomar partido por Avellaneda. Con otra dinámica, y por cierto mayor riesgo, cerca de la mitad de los diputa- dos y la mayoría de los senadores fletaron un tren especial y se instalaron en el edificio de la municipalidad (hoy museo Sarmiento) ubicado frente a la iglesia “de

6 ARTURO PELLET LASTRA, Historia Política de la Corte (1930-1990), Editorial AD HOC, 2001, pág. 247 y sigts. 7 JOSÉ MARÍA ROSA, ob. cit., pág. 24 y sigts.

-171- la Inmaculada Concepción”, que conocemos actualmente como “La Redonda”, entre las calles Cuba y Juramento. Así el 7 de junio a la tarde se reunió allí el Senado, con quórum ajustado, pero no lo pudo hacer la Cámara de Diputados, ya que el número de los presentes no alcanzó para tener quórum: Los diputados tejedoristas se habían negado a trasladarse y tercamente resistían en la capital, que ya estaba siendo sitiada por las tropas nacionales de Roca.

La cuestión capital

De lo que vamos contando surge que el eje político de esta crisis que dificultaba el acceso de Roca a la presidencia era la “cuestión capital”; la capital con las rentas de sus aduanas y su tendencia centrípeta , unitaria, que ya había sido el motor de varias crisis anteriores como las protagonizadas en l820 y 1831 entre federales y unitarios y, por cierto, la crisis que se había producido después de la derrota de Ro- sas en Caseros en febrero de 1852 y de la “revolución de septiembre”, también en 1852, episodio éste que fue el evento a partir del cual los porteños que rechazaban el poder emergente de Urquiza, no participarán en la Convención que sancionó la Constitución del 53, dividiendo la República a lo largo de una década en dos Esta- dos, el de Buenos Aires y la Confederación con capital en Paraná. En esos días de junio de 1880, esta cuestión irresuelta iba ahora a ser dirimida entre el nuevo líder de los gobernadores del interior, Julio Roca y el paladín de los viejos porteños, con resabios de una mal disimulada ideología unitaria, Carlos Tejedor. Roca y Avellaneda querían federalizar el territorio de Buenos Aires y Tejedor no. En 1860, la Convención nacional reformadora de la Constitución del 53, votada como hemos indicado sin la presencia de los representantes de Buenos Aires, enmendaron el artículo 3° que originalmente establecía a Buenos Aires como capital, o sea cabecera definitiva de la Nación, convirtiéndola en capital provisoria, al escribir en el nuevo texto: “Las autoridades que ejerzan el gobierno federal, residen en la ciudad que se declare capital de la República por una ley es- pecial del Congreso, previa cesión hecha por una o más legislaturas provinciales del territorio que haya de federalizarse”. Pero los gobernadores y la mayoría en las cámaras legislativas de la provincia de Buenos Aires, venían negándose sistemáticamente a ceder su ciudad a la Nación. No querían compartir las rentas de la aduana ni perder el control de la ciudad más importante del país. O sea ni coparticipar las rentas ni debilitar su poderío.

Se resuelve la “cuestión capital”

En fin, como hemos visto ni Roca cedió su candidatura ni Tejedor cejó en su resistencia ni tampoco declinó su candidatura y por eso guerrearon en Buenos

-172- Aires entre el 6 y el 27 de junio de l880 las tropas nacionales que lideraba Roca y las porteñas que comandaba Mitre. La República volvía a estar dividida, ya no por casi una década como había ocurrido entre l852 y l861, sino por esos 21 días de junio. Después de los sangrientos combates de Barracas, Puente Alsina y los Corra- les, se rindieron los porteños anti federalización y las tropas nacionales ocuparon la ciudad, con la Casa Rosada y el Congreso de la calle Victoria, incluidos. La Provincia cedió por ley el territorio a federalizarse y los presidentes “hués- pedes” se convirtieron en anfitriones en los dos años que demandó la cons- trucción de la ciudad de La Plata para que la habitaran los gobernadores de la provincia, a partir de Dardo Rocha, su fundador. Era el final de una larga disputa, una de las tantas, y tal vez de las más impor- tantes que tuvimos los argentinos cuando aún no habían desembarcado las masas de inmigrantes que se irían incorporando a un país que todavía soportaría varias revoluciones o motines militares en lo que quedaba del siglo XIX y revoluciones o golpes de estado, a lo largo de casi todo el siglo XX. Es que quedaban sin resolver otras graves cuestiones: La asimetría econó- mico-fiscal de Buenos Aires en relación con las otras provincias, el interven- cionismo presidencial en los gobiernos locales, la coparticipación federal de los impuestos, el fraude y, entre otros problemas muy actuales, la prepotencia del poder presidencial, violando la división de poderes, lo que convirtió al Congre- so nacional en la década que ha estado gobernando el matrimonio Kirchner en una mera escribanía, que basándose en mayorías parlamentarias transitorias, hizo redactar las leyes en los ministerios para que las mayorías adictas votaran a libro cerrado y las aprobaran a mano alzada sin dejar que se agregaran ni comas ni puntos en sus textos, imponiendo así un sistema partidocrático casi despótico, de baja calidad y muy dudosa honestidad . En sus despachos de la calle San Martín 273, los ministros de la Corte Goros- tiaga, Laspiur, Domínguez, Frías y Leguizamón y los secretarios más aliviados y siempre acompañados por el procurador general Costa retomaron sus expe- dientes y volvieron a debatir y acordar para resolver o complicar a los litigantes y abogados que ahora sí tenían las cosas más claras. Y por cierto, para que todos los jueces _federales y provinciales_ tuvieran la ilusión de que con la República unida, las cosas iban a ir mejorando.

Cómo eran estos próceres

Los ministros de la Corte de la generación del ochenta eran tal como habían sido sus predecesores, básicamente políticos. Formados unos en los años finales de la Confederación rosista y otros en los primeros años de la Confederación urquicista, se entendían porque se respetaban y se manejaban con principios y valores casi idénticos. En general no se llegaba a la Corte culminando una carrera judicial sino por compartir o participar de las políticas del presidente que los pro-

-173- ponía, aunque hubo excepciones como cuando Mitre nombró a Salvador María del Carril, notorio adversario, actitud que se repitió en otros casos antológicos. Otra razón , meramente histórica, era que recién en 1863 se habían creado catorce juzgados federales, uno por provincia, cuyos jueces entonces se denomi- naban jueces de sección y era reciente también la creación e integración de los primeros tribunales de alzada, tanto federales como provinciales. Es decir, recién se estaba armando la estructura de la carrera judicial a nivel federal. Por otra parte no eran en su mayoría especialistas en derecho público, aun- que también aquí había excepciones, como la que ocurrió en los días de Roca, al incorporarse al alto tribunal el doctor Saturnino María Laspiur, que venía de ser profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba. Claro que está el caso de José Benjamín Gorostiaga que era, nada más ni nada menos, que el principal redactor de la Constitución del 53. Pero si bien no venían estos próceres tribunalicios de los monacales despa- chos de los jueces de la época, tenían en cambio experiencia como legisladores o ministros del Gabinete nacional. En algunos casos eran parientes entre sí, como fue el caso de Domínguez, cuñado de Salvador María del Carril o el de Frías, que lo era de Zavalía. Su formación intelectual estaba influida por filósofos como Bentham yla lectura cuidadosa de economistas como Adam Smith. En esa época al presidente de la Corte lo nombraba por decreto el presidente de la República, costumbre no legislada que se mantuvo inalterable hasta sep- tiembre de l930, en que el alto tribunal nombró por primera vez a su presidente y lo hizo en la persona de José Figueroa Alcorta, de quien no se podía decir que le faltaran pergaminos: Antes de ocupar la cabecera en la mesa de acuerdos , instala- da desde los años del centenario en el Palacio de Justicia frente a la Plaza Lavalle, había sido presidente nato del Senado y presidente de la República. El primer presidente había sido Francisco de las Carreras, designado el 6 de enero de 1863. De los ministros en funciones al asumir Roca el 12 de octubre de 1880, solo Domínguez y el procurador general Costa eran porteños. Uladislao Frías había nacido en Tucumán, Gorostiaga en Santiago del Estero, en tanto que Laspiur era natural de la provincia de San Juan y Leguizamón de Entre Ríos. O sea que de los cinco ministros, cuatro eran provincianos y uno solo porte- ño, pertenencia que compartiría sólo el procurador general Costa. A su vez, de los tres ministros nombrados e incorporados posteriormente, en los años de la primera presidencia de Roca, Federico Ibarguren era salteño, Manuel Pizarro procedente de Córdoba y Calixto de la Torre, también cordobés. Una característica y se podría decir clave ideológica de estos jueces, era que unos y otros eran liberales y conservadores, con un particular énfasis en sus sentencias, en fallar protegiendo obviamente a la propiedad privada y a las inversiones nacionales y extranjeras, con plena garantía para los derechos constitucionales individuales económicos y políticos. Ponían así al resguardo a los capitales e inversiones de cualquier tipo de amenazas arbitrarias o confisca- ciones prepotentes.

-174- Entre las libertades reiteradamente garantizadas, dos eran esenciales y casi de- rivadas del orden natural de las cosas: La libertad de expresión y la de navegación para proteger a los pioneros del desarrollo nacional, por la vía que fuera, férrea o navegable. El juspositivismo era la esencia y la norma acordada en l853 para armar la estructura del Estado de Derecho, que de una u otra forma, con entre- veros cívico militares como ocurrió en el 90 y el 93, leyes marco para encuadrar la legislación ordinaria, buenos modales, una remarcable honestidad en el manejo de la cosa pública y otros factores concurrentes, ya estaba engendrando la Ar- gentina del centenario, que a diferencia de lo que vivimos en estos primeros años del siglo XXI, aceptaban y en muchos casos enorgullecían a nuestros ancestros.

El juez Gorostiaga

Sin duda el más famoso e importante de los jueces de esta primera presidencia de Roca fue José Benjamín Gorostiaga, que en opinión escasamente controverti- da por los historiadores liberales y revisionistas, fue el verdadero autor de la parte orgánica de la Constitución del 53 y co-autor , con Juan María Gutiérrez, de la parte dogmática, como que nadie discute _lo admire o no ideológicamente_ que Alberdi fue el inspirador de todo el texto, con algunos injertos de uno que otro de los convencionales de Santa Fe. Por cierto que Alberdi reprodujo casi a la letra el texto constitucional nor- teamericano, agregándose algunos artículos como el 6° sobre intervenciones fe- derales a los gobiernos locales y el 23, sobre estado de sitio, que serían con el tiempo fuente de reiteradas crisis institucionales. José Benjamin Gorostiaga había nacido en la ciudad más antigua del país, Santiago del Estero, el 20 de mayo de 1823 y después de hacer sus estudios secundarios en el Colegio de los jesuitas en aquella ciudad bajó, como se decía entonces, a Buenos Aires para inscribirse, estudiar y practicar en la Academia de Jurisprudencia , en la que se doctoró en abril de 1844, a la edad de 21 años, con una tesis sobre “los derechos hereditarios de los ascendientes legítimos (padre, madre y abuelos)”. Al recibirse en plena época de “federación o muerte”, practicó la profesión en el estudio de Baldomero García, y aunque en esa época era rosista no actuó en política ni fue empleado o funcionario del gobierno. Era un federal convencido, pero esto no lo animaba a alternar con los dirigentes del poder porteño. Prefería quedarse en las tertulias de los cafés aledaños al tribunal. Después de Caseros, en febrero de 1853, se animó a mostrarse un poco más y se llegó a la casona que Rosas ocupara hasta unas semanas antes en San Benito de Palermo, en donde lo ubicamos en las antesalas del hombre fuerte de la nueva Con- federación, que a diferencia de lo que esperaban los unitarios exilados que acaba- ban de regresar de Montevideo, mantenía a raja tabla las consignas y usos federales. Allí lo encontró Sarmiento, a la sazón boletinero del Ejército Grande que acababa de vencer al Restaurador en Caseros, y tal como cuenta José María Rosa

-175- en Nos los representantes8, lo describe como “un joven estimabilísimo , de aspecto manso y suave en su voz” y agrega que mientras ambos hacían la típica amansa- dora de la época se quejaba del uso obligatorio de la divisa punzó costumbre de la era rosista, que mantenía e imponía el caudillo que ahora gobernaba , Justo José de Urquiza, y con voz lacrimosa le preguntaba en la intimidad de la antesala, “si debía resistirla…”. Gorostiaga en toda su vida no había usado otra cosa que esa divisa en su so- lapa, como que en la víspera de Caseros era un conspicuo redactor de La Gaceta Mercantil, el diario oficial de Rosas. Y continúa Sarmiento: “…el afligido visitante pasó enseguida al despacho del vencedor de Caseros, con su divisa punzó en su solapa y el sombrero (de copa) bajo el brazo…No tardó en aficionarse Urquiza a ese joven tímido y benévolo. Yo tuve ocasión de apreciar la influencia que tienen en política estas voces lacri- mosas y aquellas almas de candor… El doctor Gorostiaga fue, sin saberse cómo, uno de los instrumentos más dúctiles y más leales por su blandura de rama de mimbre, de esas con la que puede hacer cestos para lo que uno quiera”. Y remata el sanjuanino este juicio por cierto no muy benévolo en su libro Campaña del Ejército grande9: “... Fue rápida en verdad la carrera política del ex periodista de Rosas. No obstante sus pocos años –tenía entonces 29_ Urquiza lo señala como ministro de Hacienda de Vicente López, cargo en el que serviría de lazo de unión entre el caserón de Rosas de la calle San Francisco, donde había quedado instalado el gobierno provincial del gobernador López y la residencia que había abandonado el derrotado en Caseros y que ahora ocupaba Urquiza” y con sagacidad política agrega: “ Gorostiaga tenía el arte de hablarle a cada uno con su lenguaje… atinó a mantener una doble armonía entre el círculo de viejos y nuevos federales de Palermo y el núcleo de nuevos y viejos unitarios que empezaba a formarse alre- dedor de Valentín Alsina”. Sin duda que este prócer de la primera y segunda Corte Suprema argentina logró colocarse en el lugar y el tiempo en que circunstancialmente había que ubicarse para ser catapultado por las avenidas del poder : Si bien logró hacerse nombrar diputado constituyente por la influencia de su tío Taboada, federal que gobernaba Santiago del Estero bajo Rosas y también bajo Urquiza, el caudillo entrerriano lo liberó de compromisos con aquél y lo embarcó junto a él y otros diez diputados pro urquicistas en la fragata Countess of Londsdale , con proa al puerto de Santa Fe, en cuya Convención, y a partir de noviembre de 1852, Go- rostiaga toma parte en el fascinante proceso que se iniciaba, al ser designado en la comisión redactora del proyecto constitucional. Instalado en los altos del edificio de la célebre alfajorería “de Marengo”, que sirvió de albergue y pensión donde comían y trabajaban varios convencionales constituyentes, mientras otros bailaban y se entretenían en largas veladas sociales,

8 JOSÉ MARÍA ROSA, Nos los representantes, Editorial Huemul, 1963, pág. 229. 9 DOMINGO F. S ARMIENTO, Campaña del Ejército grande. Obras completas, tomo 14, pág. 49.

-176- se puso a la tarea de “enderezar el proyecto de Alberdi 10 y la labor de la Comi- sión puede reducirse en definitiva a su obra personal, ya que el otro redactor del texto constitucional , se limitó a enmendar frases y armonizar períodos gramati- cales, sin que sus correcciones fueran más allá de la sintaxis…Gorostiaga fue el miembro informante y soportó el peso del debate en las diez históricas noches en que se discutió el texto constitucional entre el 20 y el 30 de abril de 1853 . Fue responsable de la unidad jurídica del proyecto y Gutiérrez del pulido de la redacción de algunos artículos de la parte dogmática”. Por eso, en su medulosa tesis sobre este constituyente, Jorge R. Vanossi sostiene que el verdadero autor de nuestra carta constitucional , sin duda ba- sada en Las Bases de Alberdi y la Constitución americana …fue Gorostiaga… Tal como el propio Gorostiaga sostiene en el “leading case” Lino de la Torre : “…El sistema constitucional que nos rige no es una creación nuestra… Lo hemos encontrado en acción, probado por largos años de experiencia y nos lo hemos apropiado…”. Después de la Constituyente, fue diputado nacional y ministro de Hacienda y de Justicia del presidente Urquiza en Paraná. Con su experiencia fue diputado a la Convención Nacional Constituyente Ad Hoc, reunida en Buenos Aires en 1860, en donde tuvo una activa participación revisando su propio texto e interviniendo en especial en la redacción de una en- mienda al artículo 3°, por la que se eliminó , tal como recién apuntamos, la men- ción de Buenos Aires como capital de la República , norma original de la cons- tituyente del 53 que los porteños, triunfantes en Pavón, nuevos amos del poder, no aceptaban porque como también recién consignamos , no querían compartir con las provincias las rentas de la aduana ni coparticipar impuestos derivados de ellas. No querían tampoco los viejos unitarios ahora detrás de Mitre y el nuevo orden, que el poderío de Buenos Aires fuera sólo un bastión del presidente, si el presidente fuera un provinciano. Buenos Aires quedó así, al unirse la República, como capital interina hasta que en la revolución del 80, como acabamos de ver en este capítulo, se convirtió en capital definitiva. Continuó luego como diputado nacional entre 1862 y 1863, siendo convoca- do a la Corte como quinto y último integrante de su primer elenco, a partir del 23 de octubre de 1865, aunque su designación se había producido por el decreto de Mitre del 10 de junio de l863. Ya en la Corte en la que permaneció hasta su retiro por jubilación en 1883, fue presidente del alto tribunal seis años entre 1877 y el año de su retiro. Cuando murió en 1891, tenía 68 años y había estado en la Corte 19 años, todo un record para la época, que recién superaría Antonio Bermejo, que estuvo como juez su- premo 26 años, ya en pleno siglo XX (1903 a 1929) y que ahora detenta como un record imbatible el juez Carlos Fayt, que a los 96 años de edad lleva 31 años consecutivos en torno de la mesa de acuerdos.

10 JOSÉ MARÍA ROSA, Nos los representantes, cit., pág. 233.

-177- A propósito de los dos principales autores de nuestra Constitución, Juan Bau- tista Alberdi y José Benjamín Gorostiaga, cabe hacer una puntualización que yo estimo necesaria a esta altura de los tiempos y estando ya casi clausurada la etapa de investigación y archivo de todo lo que aconteció en los años fundacionales de la segunda organización nacional, entre 1853 y estos años de la generación del 80. Ambos se formaron en los años en que gobernaba don Juan Manuel. Y aun- que uno y otro actuaron en distintos ámbitos , sabían y nunca negaron que la de l853 era la segunda organización nacional y la emergente del Pacto Federal de 1831, que fundó la Confederación rosista, la primera.

El juez Onésimo Leguizamón

Cuando Onésimo Leguizamón fue designado ministro de la Corte por el pre- sidente Nicolás Avellaneda el 1° de octubre de 1877, tenía solo 38 años de edad. Había nacido en Gualeguay, Entre Ríos, el 15 de febrero de 1839. Como alumno del célebre Colegio Nacional de Concepción del Uruguay tuvo profesores y cela- dores que habrían de formar pocos años después a Roca, Wilde y otros próceres. A los 19 años de edad formó parte, como secretario, de la misión diplomática encabezada por Juan del Campillo, Enviado extraordinario y ministro plenipo- tenciario de Urquiza ante la Santa Sede. Al regresar completó sus estudios de abogacía en la Universidad de Buenos Aires, en donde se recibió de doctor en derecho con una tesis, sin duda avanzada para la época, sobre “Los hijos reconocidos que deben ser herederos ab-intesta- to, no habiendo hijos ni descendientes legítimos”. Además del ejercicio de la abogacía, unos años después, en 1872 y 1873, se dedicó un tiempo al periodismo como redactor jefe del recién fundado diario La Prensa, del que era dueño el ganadero José C. Paz. Era juspositivista y como Roca, Laspiur, Gorostiaga y muchos otros prota- gonistas de la generación del 80, a la que pertenecía por edad y convicción, un convencido liberal y masón. Con esa impronta escribió, junto con José Olegario Machado, Instituta del Código Civil Argentino, publicado a poco de ocupar una banca en la Cámara de Diputados de la Nación en 1873, obra que causó impacto en su momento, por ser uno de los primeros trabajos que divulgaron el nuevo Código civil, que había redactado in totum Dalmacio Vélez Sarsfield, otro veterano federal que aportaba lo suyo en el emergente orden republicano. Su actividad política lo llevó a mediados de 1874 a ser ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública de Avellaneda quien, como recién señalamos, lo llevó del gabinete ministerial a ocupar una poltrona en la mesa –entonces rectan- gular_ de las reuniones de los martes y jueves de la Corte Suprema, en la casona de la calle San Martín 273. Siendo ministro, y antes de ingresar a la Corte, fue creador de las escuelas na- cionales y secundarias para mujeres y comenzó a plantear la necesidad de una ley

-178- de enseñanza laica y obligatoria, temática que retomaría al dejar la Corte y volver a ingresar a la Cámara de Diputados en 1883. Es así que fue uno de los diputados que participaron más activamente en la redacción y aprobación de la famosa ley 1420 de enseñanza laica, gratuita y obli- gatoria, participando en los más cruciales debates, en los que sostuvo su posición ultra liberal, frente a los diputados partidarios de la enseñanza libre y católica, como José Manuel de Estrada. Ahora bien, en cuanto a lo que a nosotros nos ocupa, también fue muy acti- vo como ministro de la Corte en las gestiones para encontrar una solución a la crisis desatada en junio de 1880, de la que recién nos ocupamos, y así tratar de conciliar un acuerdo entre Roca y Tejedor enfrentados por “la cuestión Capital”, mediación que como recién vimos fracasó. Una y otra actuación nos revelan a un hombre ejecutivo y proclive a negociar, ya sea para realizar sus ideales laicistas o evitar una guerra civil. Estas cualidades de negociador y conciliador nato explican por qué fue seis años Presidente de la Corte, a la que había ingresado cubriendo la vacante que había dejado Salvador María del Carril.

Saturnino María Laspiur

Tan masón y laicista como Leguizamón fue Saturnino María Laspiur, y como él trabajó tesoneramente desde el llano, en la cátedra y el parlamento, por cier- to también en la Corte, para llevar adelante las banderas ideológicas centrales de la generación del 80: libre cambio, juspositivismo, progresismo conservador indefinido, defensa acérrima de la propiedad privada, así como de la inversión de capitales europeos en el país y de la garantía irrestricta de las libertades cons- titucionales, siempre y cuando se ejercieran dentro de los límites del poder con- sensuado por esa minoría de notables que creían más en el consenso de la clase política dirigente que en la expresión genuina y no trampeada de los electores que se acercaban con su voto a los atrios electorales de la época , cosa sin duda difícil en esos tiempos de fraude admitido. Con estas precauciones veamos cómo fueron otros aspectos de la vida de este sanjuanino que conoció, respetó y trató a Sarmiento y fue indiscutible amigo del presidente Avellaneda. Tan amigo que el tramo más importante de su vida política transcurrió en un ir y venir entre la Corte , la Casa Rosada y el Congreso, el viejo Congreso ubicado en la calle Victoria, frente a la Plaza de Mayo. Había nacido en San Juan el 9 de octubre de 1829 y como otros jueces de la Corte de los ochenta había estudiado Derecho en la Universidad de Córdoba, la única que existía en el interior del país en aquellos años… En esa casa de estudios se doctoró en Derecho Civil en el penúltimo año de la Confederación rosista. Con tan solo 23 años de edad fue _nada más y nada menos– secretario de la Convención Constituyente de Santa Fe y en esa oportunidad trabajó y colaboró con Gorostiaga, co-redactor y miembro informante de la pieza fundacional de la

-179- nueva Confederación, que los nuevos próceres prefirieron denominar República, después de Pavón, aunque fuera una República cuestionada y dividida desde la jura solemne de la Constitución el 1° de mayo de 1853. Siguió trabajando como secre- tario y estuvo a cargo de los originales definitivos del texto constitucional, su envío a la imprenta y otras tareas adicionales en los meses siguientes a esa ceremonia. Tan prometedor comienzo en la vida pública, lo llevaría de vuelta a su provin- cia natal, en donde no tardó en convertirse en ministro del gobernador Manuel José Gómez, del que era sobrino. Entonces __a principios de 1858__ fue asesinado el general Nazario Benavídez, y el dictador de la época, Justo José de Urquiza, abusando una vez más de sus po- deres presidenciales, acusó a ambos del crimen perpetrado , ordenando detener al gobernador y su ministro y llevarlos encadenados a Paraná . Pero de la misma forma en que habían sido acusados y encadenados, sin pruebas concluyentes, fueron liberados unos meses después por el presidente, Santiago Derqui. Mucha política, poco derecho y casi nada de justicia. Pero con todo este ajetreo, ya Laspiur no quería saber nada con la gente de su provincia, que lo había entregado atado de pies y manos al mandamás de Paraná. Se mudó entonces a Córdoba, en donde su talento no tardó en ser aprove- chado por el gobernador Justiniano Posse, que lo nombró ministro de Gobierno en marzo de 1860. Sin duda Laspiur era más político que abogado o juez, pero supo aprovechar toda ocasión que se le presentara para seguir escalando a la cima del poder. Así, después de su paso por el gabinete ministerial no tuvo inconveniente en aceptar ser juez de sección (léase federal). Estamos así en julio de 1863 y es en esa instan- cia histórica que decide probar suerte en la cátedra universitaria, aceptando dar clases de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de la docta. Esta experiencia lo convertirá en el único especialista en derecho público _téc- nicamente hablando_ de la Corte de la generación del ochenta, aunque no puede dejar de apuntarse que su colega y decano, José Benjamín Gorostiaga, había sido ni más ni menos que co-autor del texto constitucional , aunque careciera de títu- los académicos especializados en la materia .

Laspiur en la Corte

Consumía así sus días este notable sanjuanino, cuando Nicolás Avellaneda lo convoca a la Corte y con el consabido acuerdo del Senado, se lo designa por el decreto presidencial del 28 de septiembre de 1875. Pero tal como nos cuenta con lujo de detalles Tanzi debió, más bien digamos que quiso, interrumpir estas funciones para ocupar como su titular el ministerio del Interior en el gabinete nacional en mayo de 1878, y agrega: “…Barruntaba que retornaría a la Corte, pues pidió licencia y la vacante no fue ocupada…” terminando por reintegrarse por otro decreto del 5 de septiembre de 1879, inci- dente al que más arriba nos referimos al tratar la “cuestión Capital”. Todo fue un

-180- juego político –continúa Tanzi_ entre el presidente Avellaneda y el juez…..Éste tenía grandes aspiraciones y desde el ministerio intentaría fomentar su candida- tura presidencial. El almanaque de El Mosquito __periódico de la época__ editado en 1878, dice risueñamente que “…Don Saturnino quiere ser presidente de la República o de la Corte Suprema o del Senado o de la Cámara de Diputados o de una comisión de un club o, en fin, de un banquete, pero sus deseos fracasaron y volvió a la Corte…”. Sin embargo “dejó un precedente poco feliz, pues un juez de la Corte sin renunciar ocupó un cargo en el Ejecutivo. En parecida situación, Gorostiaga renunció y volvió a la Corte con un nuevo acuerdo del Senado y un nuevo nombramiento…”. Laspiur después de esta experiencia no volvería a la política activa y seguiría participando en los acuerdos de los días martes y jueves, caminando metódica- mente todas las mañanas, lenta y parsimoniosamente, desde su casa hasta el case- rón de San Martín 273, en donde lo esperaba su secretario letrado y su ordenan- za, un moreno que lo venía acompañando desde sus días de abogado bisoño en Córdoba Capital. Ya retirado falleció en Buenos Aires el 26 de Agosto de 1885. No había cumplido sesenta años, pero esos años los había vivido intensamente, dando pelea, desafiando.

José Domínguez

José Domínguez fue en los días de Roca, el más juez de los jueces, lo que yo denomino en mi libro Historia política de la Corte (1930-1990), un juez neto, sin carrera previa en la política ni notorias connotaciones, en su madurez, con los políticos de la época. Perteneciente a una familia unitaria, y comprometido en alzamientos contra el Restaurador, se vio obligado a exilarse cuando todavía no había concluido sus estudios de abogacía, que continuó en la Universidad mayor de Montevideo, en donde se graduó de doctor en jurisprudencia en 1850. De regreso en Buenos Aires participó en la Convención revisora de la Cons- titución Nacional convocada en 1859 por el Estado de Buenos Aires, como consecuencia de la victoria de Urquiza en la batalla de Cepeda y cuando estaba ya dedicado a la práctica de la abogacía, se le ofreció ser juez de sección en la provincia recién reincorporada a la República reunificada, cargo que no aceptó, pero sí aceptó ser juez del Tribunal Superior de Justicia provincial bonaerense. Este juez, que por su bajo perfil era y sigue siendo el menos conocido de la Corte de la generación del 80, permaneció quince años en el alto tribunal, desde su designación el 14 de octubre de 1872 hasta que se jubiló en el cargo el 27 de julio de 1887. O sea que la integró, como fue el caso también de Gorostiaga y Frías, durante el sexenio de la primera presidencia del general Roca. En realidad en esa época los jueces en su casi totalidad se jubilaban o morían en el cargo. Solo los muy comprometidos en el juego político del poder como

-181- puede ser el caso de Laspiur o Pizarro, renunciaban para volver a las lides parti- darias electorales de las que procedían. Como hombre reflexivo y estudioso que era, dejó un legado codificado. Fue el autor del Código de procedimientos civiles y comerciales y de un proyecto de ley de enjuiciamiento para la Provincia de Buenos Aires, que intentaba ser operativo de la cláusula constitucional del juicio por jurados. Este sistema de juicio por jurados legos, extraídos de listas insaculadas por sorteo entre los varones electores registrados, fue un repetido error de esa época y de otras épocas hasta la actualidad. Estoy convencido de que este sistema con- natural a los pueblos anglosajones, en donde se lo viene aplicando desde tiempo inmemorial, no tiene tradición ni responde a la idiosincrasia argentina. Es un producto de imitación, ajeno a nuestras costumbres y entonces, como ahora, resulta extemporáneo. Después de jubilarse en la Corte, Domínguez, siempre discreto, tratando de vivir en su retiro familiar sin sobresaltos ni tentaciones provenientes de la políti- ca, murió a los ochenta y ocho años en la ciudad que lo vio nacer, el 24 de octubre de 1903. A esa altura de los tiempos, ya era un sobreviviente, testigo voluntario o invo- luntario de las pasiones, ideas fuerza y por qué no, también de las debilidades de los hombres de su generación y de la generación de sus hijos.

El juez Frías

El quinto juez que Roca encontró formando parte de la Corte Suprema de Justicia y que lo saludó como tal, cuando el joven general asumió la presidencia el 12 de octubre de 1880, fue Uladislao Frías. Frías tenía en ese entonces 59 años de edad (nacido el 13 de agosto de 1821) y era tucumano, es decir, uno de los cuatro sobre cinco ministros de la Corte nacidos en el interior. Como Domínguez, era también de familia unitaria, y muy unitaria, ya que era hijo del gobernador José Frías, que se había visto obligado a exiliarse en , para radicarse en Chuquisaca, ciudad célebre en la colonia y todavía en aquellos años por su Universidad, en la que habían estudiado leyes algunos de los próceres de la revolución de mayo, como Moreno y Passo. Si bien comenzó su vida profesional e intelectual en el exilio, regresó después de Caseros y logró insertarse con singular éxito en la vida política, representan- do a su provincia como diputado nacional en el período 1854-1860, años de la Confederación urquicista de Paraná y luego como diputado a la Convención Nacional ad–hoc, que revisó la Constitución del 53 (1860). Era evidente que Frías, por pertenecer a una familia tradicional, proveedo- ra de políticos, se sentía a sus anchas tanto en el debate electoral como en el parlamentario, vocación que tuvo su premio con la banca que ocupó en el viejo Congreso de la calle Victoria como senador, obviamente en representación de

-182- su provincia, a la que volvía frecuentemente para también frecuentar contactos y debates, que lo llevaron a culminar su periplo político como gobernador en el período 1869-70. Pero no solo se había destacado en las lides conservadoras de su provincia, sino que en ese ir y venir de Tucumán a Buenos Aires, se vio de un día para otro en el gabinete nacional, nombrado ministro del Interior en 1872 por el presiden- te Sarmiento. Y cuando todo hacía prever que el activo doctor Frías volvería a su terruño y se mantendría un tiempo en cuarteles de invierno, urdió nuevas aventuras políti- cas con su comprovinciano y presidente Nicolás Avellaneda, que era por carácter y edad la contracara del impetuoso sanjuanino. A pedido del nuevo presidente y para respaldarlo, volvió al Senado por dos años en 1875-77. Parecía que allí se iba a quedar, pero no fue así, ya que en plena feria judicial, en enero de 1878 fue nombrado por el presidente para ocupar un sitial como juez del alto tribunal. Allí se quedó, cómodo en su sillón, en torno de la mesa rectangular de los acuerdos de los días martes y jueves hasta que se jubiló cuando bordeaba los 70 años de edad, en las vísperas de la revolución del 90. Ya había visto casi todo lo que se puede ver desde las cimas del poder en un país que no era por aquel entonces tan complicado como lo es en nuestros días.

Los tres jueces que nombró Roca

Ya hemos visto cómo eran y cuál era el perfil de los jueces que encontró Roca en la Corte al jurar en octubre de 1880. Veamos ahora a los que se vio en el predicamento de nombrar para cubrir las tres vacantes que se produjeron en los años de su primera presidencia. Al renunciar Leguizamón lo reemplazó por decreto presidencial del 24 de octubre de 1882 con el cordobés Manuel Pizarro, que había conocido en los días de la ajetreada política provincial cordobesa que frecuentaba el joven_veterano general entre batalla y batalla, que era lo mismo que decir entre ascenso y ascenso en su carrera militar, una de las más brillantes de la historia post Caseros. Pizarro, a diferencia de Laspiur y Leguizamón, paladines del laicismo y con- vencidos masones, era católico militante y había estudiado dos años en la Acade- mia de Jurisprudencia de Buenos Aires, de la que egresó en 1862, doctorándose en 1864, con una tesis sobre “La intervención federal a las provincias”. Al respecto es necesario aclarar que su posición era restrictiva respecto del uso de esa facultad del gobierno nacional, que fundándose en el artículo 6° de la ley suprema , había sido utilizada muchas veces más de lo que la prudencia acon- sejaba, y casi siempre para meterse abusivamente en las políticas locales , vulne- rando así las autonomías provinciales a lo largo de los casi treinta años en que se le venía aplicando, tanto en el período de la Confederación de Paraná como en la República ya organizada y unida a partir de la batalla de Pavón en 1860 y se la siguió aplicando por Congresos y presidentes hasta el fin del siglo XIX y a lo

-183- largo del siglo XX, alcanzando un total de 292 intervenciones ordenadas tanto por gobiernos civiles constitucionales como por gobiernos militares “de facto”. Es, sin duda, la cláusula que más ha dañado al sistema federal de gobierno y cabe precisar que es original de nosotros, los argentinos, ya que el gobierno fede- ral de los Estados Unidos, modelo político de los precursores y desarrolladores de nuestra República, no ha intervenido a ningún Estado miembro de la Unión americana para sustituir a los gobiernos locales en sus más de dos siglos de his- toria independiente, a partir de la jura de su Constitución en 1787. Si lo ha hecho por ley del Congreso o decreto presidencial, ha sido para reponer en el poder a gobernadores desplazados o apresados por un motín o más recientemente , en la segunda mitad del siglo XX, para hacer cumplir por la fuerza y con la inter- vención de la Guardia nacional, los fallos de la Corte Suprema sobre integración racial en las escuelas y universidades así como en los medios de transporte públi- co o, en fin, para restablecer el orden , alterado por actos de violencia llevados adelante por turbas populares, como ocurrió hace pocos años en California.

La actuación de Pizarro

Al ocupar su sitial en la Corte, Pizarro vino a sentarse al lado del juez Laspiur, que a fines de 1867 lo había encarcelado en su provincia natal por un conflicto político y que al ser liberado lo llevó a radicarse en Santa Fe, en donde fue elegido diputado provincial. Al hacerse conocido en los tradicionales lugares de reunión social y política de esa época en la capital de Sante Fe, que incluían a la ahora célebre “Alfajorería de Marengo”, en donde Gorostiaga había redactado la Constitución del 53, Pizarro se convirtió en eventual candidato a otros cargos de más relevancia aún del que ocupaba en la Legislatura, y así fue que se lo nombró juez en el Superior Tribunal de Justicia de la Provincia. Pero inquieto como era este cordobés, anhelaba volver a la política y así fue que logró que se lo eligiera senador nacional por Sante Fe, poltrona desde la cual defendió la federalización de Buenos Aires y apoyó la candidatura presidencial de Roca. También fue ministro de gobierno del gobernador Vayo. Al llegar Roca al poder, su amistad y lealtad con el “afortunado general” lo convirtió en una suerte de íntimo político, a pesar de que no compartía algunas de sus decisiones. Es que hay que entender que en esos tiempos de lucha muy personalizada en la cumbre del poder, era más importante el afecto y la lealtad que la coincidencia o no coincidencia en circunstanciales políticas de Estado, por muy importantes que éstas fueran. Y así fue que Roca lo necesitaba en el gabinete ministerial y lo nombró ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública y después al necesitarlo en la Corte, lo nombró juez del alto tribunal el 24 de octubre de 1882. “Quédate ahí un tiempito _le dijo_ que enseguida te traigo de nuevo al ruedo político, para que te muevas como pez en el agua…”.

-184- Apenas un año largo estuvo Pizarro en la Corte y retornó a la política, en ese incesante tránsito de los tribunales al parlamento y del parlamento a los tribunales. Así fue que volvió al Congreso, primero como diputado, y luego como Sena- dor por Sante Fe. En el último tramo de su carrera política fue gobernador de Córdoba durante unos meses en l892, y entre otras frases que dejó para sus nietos y para nosotros que ahora lo recordamos, dijo al comentar la Revolución del Parque en julio de 1890: “Sí, la revolución está vencida, pero el gobierno está muerto…”. Nada más exacto: Si bien Leandro Alem, Aristóbulo del Valle y los demás pre- cursores de la Unión Cívica Radical debieron rendirse a las tropas del presidente Juárez Celman, que comandaba corajudamente el vicepresidente Pellegrini, Juá- rez Celman no pudo seguir gobernando y se vio poco después en la necesidad de renunciar y dejar el poder en manos de aquél, que completó el período hasta 1892, con un talento y un olfato político que hizo historia. Pellegrini pasó a la pequeña historia en esos días, antes de protagonizar la gran historia, por una foto poco conocida en la que aparece cabalgando un pe- tiso, sobre el que montaba con su metro noventa de estatura, dejando caer sus largas piernas a uno y otro lado del animal. Era el hombre que se había encontrado con su destino por un accidente de la historia, en esos años revueltos que Mariano Grondona ha intentado describir como propios de una “pax romana”, cuando en realidad eran años pletóricos de asonadas, motines y revoluciones como la del Parque en 1890, que dejó un saldo de más de tres mil muertos, sumando a los civiles y militares caídos en pocos días, por la certera puntería de remingtons y otras armas no menos mortíferas. Pero Pizarro fue ajeno a todo esto. Él era hombre de paz, de misas puntuales y de familia. En esas pacíficas ocupaciones lo sorprendió la muerte, ya retirado, el 15 de octubre de 1909, a la edad de 68 años.

Federico Ibarguren

Cuando Pizarro se retiró para volver a la política activa, lo reemplazó Federico Ibarguren, que estará en la Corte hasta su fallecimiento el 19 de noviembre de 1890. Pero dejemos que sea su hijo Carlos Ibarguren quien nos cuente algunos tramos de la historia de su padre, tal como lo hizo en su libro de memorias La historia que he vivido11: “Mi padre fue el primer Ibarguren que salió de su provincia nativa. Y se orientó en otra senda que la de sus antecesores. Nació en Seclantás y fue bautizado en la parroquia de San Pedro Nolasco el 21 de enero de 1832. Una vez hechos sus primeros estudios, pasó al célebre Colegio de Concepción del Uruguay, fundado por Urquiza, en donde también estudiaron muchos de los que más tarde dieron lustre a la República Argentina, entre ellos Julio A. Roca,

11 CARLOS IBARGUREN, La historia que he vivido. Editorial Dictio, Buenos Aires, 1969, pág. 26 y sigts.

-185- Olegario Andrade , y Eduardo Wilde . En 1860, la Conven- ción Constituyente de Entre Ríos, que sancionó la Constitución de la Provincia y nombró una vez más gobernador y capitán general a Urquiza, lo nombró secre- tario de esa asamblea…”. Y continúa: “Se recibió mi padre en Montevideo (en donde estaba exiliado) y se incorporó al estudio de Vicente Fidel López, que había emigrado después del repudio al acuerdo de San Nicolás por parte de Buenos Aires y permaneció allí durante la larga lucha de este Estado y la Confederación…”. “…Más tarde fue en Santa Fe presidente del Superior Tribunal de Justicia y gobernador interino de esa provincia. Fue allí ministro de Gobierno del gober- nador Benjamín Zorrilla y luego vino aquí, a Buenos Aires, a representar a su provincia, Salta, en el Senado Nacional…”. Estando en el Senado, nos cuenta su hijo un hecho que para mi resulta para- digmático y marca la honestidad y sentido del honor que tenían los prohombres de esa época, en notorio contraste con las miserias a las que asistimos en esta Argentina de la “década ganada”. A diferencia de lo que nos muestra el vicepre- sidente Boudou, que ya tiene tres procesos en su contra y no renuncia, mientras a diario es repudiado en el recinto del Senado por la oposición, Federico Ibar- guren dio ejemplo de probidad al ser elegido presidente del Senado y de la Repú- blica en caso de acefalía, en la sesión del 9 de septiembre de 1873. Al respecto narra su hijo: “…En esa sesión, en la que él no estuvo presente por delicadeza, su elección fue el resultado de una ardiente lucha política entre los dos bloques senatoriales, el opositor al presidente Sarmiento o sea el mitris- mo, que tenía como candidato al doctor Manuel Quintana y el sarmientista que sostenía el nombre de Ibarguren, que fue elegido por once votos… Pero mi pa- dre…obedeciendo al dictado de su conciencia y de su convicción legal, al abrirse la sesión del 11 de septiembre (la primera que se celebraba después de haber sido elegido presidente) tomó la palabra para observar su nombramiento, cuestionar- lo, porque no había sido hecho por mayoría absoluta de votos, como lo requiere la ley, sino por pluralidad de los mismos y sometió el caso a la consideración del cuerpo. Después de un debate entre varios senadores…se lo confirmó en la designación por doce votos contra diez…” y no tuvo más remedio que aceptar ese repúblico que fue Federico Ibarguren…”. Cerremos esta reseña agregando que al año siguiente Ibarguren renunció al cargo, más por razones familiares (habían muerto dos de sus hijos) que políti- cas, y pidió y fue designado juez de sección (federal) de Salta. En 1881 volvió a Buenos Aires para ser vocal y presidente de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil. Estaba en esas funciones cuando el presidente Roca lo nombró en la Corte Suprema para reemplazar a Manuel Pizarro, que había renunciado para ingresar a la Cámara de Diputados. Esta poltrona en torno a la mesa rectangular de los acuerdos de aquella épo- ca, fue su último destino y su último servicio, ya que murió en el cargo el l9 de noviembre de 1890.

-186- O sea que en la Corte por aquellos tiempos, si estos caballeros de toga no volvían a la política de la que procedían, su destino era morir sentenciando con recato y acendrado patriotismo. Eran señores en el sentido exacto de la palabra. Señoreaban en el foro.

Calixto de la Torre

El tercero de los jueces nombrado por Roca en su primera presidencia y octa- vo en esta reseña de la Corte de la generación del ochenta, fue Calixto de la Torre, ministro en el Tribunal entre el 29 de mayo de 1886 y el 15 de junio de 1892, en que se jubiló a la edad de 45 años, por decreto del Poder Ejecutivo. Al respecto debe aclararse que en esa época no existía un régimen jubilatorio para la justicia, pero a los jueces de la Corte y a su pedido, se les otorgaba una jubilación especial. Era natural de Córdoba, en donde había nacido el 15 de septiembre de 1847 y en cuyo Colegio universitario de Monserrat estudió, para pasar después a la Universidad de Trejo en donde se graduó de abogado en 1870. Enseguida ingresó al Poder Judicial de la Provincia, siendo nombrado Defensor oficial y más tarde juez en lo civil y comercial, pero en realidad su carrera la hizo en Mendoza, en donde fue nombrado juez federal. Estando en estas funciones lo eli- gieron convencional constituyente para elaborar la nueva Constitución provincial. En seguida, y gracias a nuevos amigos que hizo en esta instancia política, pasó como juez federal a Rosario, Santa Fe; pero a esa altura de su vida ya de la Torre se estaba perfilando como un perspicaz político, que, vinculado con el general Roca, terminó siendo nombrado por éste ministro en la Corte, cuando ya estaba por entregarle la banda presidencial a Juárez Celman. No sería su destino final en la vida pública, ya que pasó de la Corte al gabinete ministerial de Luis Sáenz Peña, presidente como consecuencia del acuerdo Mitre-Roca. Asumió así el mi- nisterio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, desde donde pasa al Senado en representación de Córdoba, su provincia natal. Estando en el Senado, participa como diputado en la Convención Nacional Constituyente de 1898, que reformó varios artículos de la Constitución del 53. Éste fue su último servicio destacado, ya que enseguida se retiró definitiva- mente para fallecer, tras largos años de vida privada, el 5 de diciembre de 1915. Era un hombre de entre siglos, y parecía haber vivido una eternidad, pero sólo tenía 68 años de edad.

El procurador general Eduardo Costa

A lo largo de los seis años de esta primera presidencia de Roca, Eduardo Costa acompañó a los jueces a los que recién presentamos y participó activa- mente en los acuerdos de los martes y jueves en la casona de la calle San Martín 273, a la que llegaba como algunos de sus colegas, caminando por la entonces

-187- empedrada calle Florida y las no tan transitadas pero también empedradas Can- gallo y San Martín. Desde su nombramiento por decreto presidencial de Avellaneda del 17 de ju- nio de 1878, tenía la inveterada costumbre de desayunar en su despacho con su secretario letrado y ponerse al tanto de los asuntos entrados en el día. No faltaba tampoco el mate de media mañana que puntualmente le acercaba su ordenanza, el negro Ballester, que lo venía acompañando desde que entró al tribunal y aún antes. Había nacido, como el juez Domínguez, en Buenos Aires, el 27 de abril de 1823, de manera tal que se había formado en los años del gobierno de Rosas, pero como la mayoría de los pro-hombres de su generación había actuado en po- lítica, como diputado en la legislatura del Estado de Buenos Aires en los tiempos de la República dividida, de 1852 en adelante. Más adelante, ya amigo de Mitre, fue elegido convencional constituyente en la Convención ad hoc reunida en Buenos Aires en 1860 para revisar la Constitución jurada en Santa Fe el 1° de mayo de 1853. Al asumir la presidencia el general Mitre, fue su histórico ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública a lo largo de los seis años en que aquél la ejerció. Estos datos, el haber sido primero ministro de un presidente durante un pe- ríodo completo de seis años y después procurador general doce años, incluso el período completo, también de seis años, de la primera presidencia de Roca, nos define a un hombre extremadamente ordenado y metódico, como efectivamente era Costa, desde que llegaba al tribunal a la mañana hasta que apagaba la lám- para de gas de su escritorio, antes de regresar a su casa. De su casa al trabajo y desde el trabajo a su casa, todos los días de la semana, hubiera o no reuniones de “acuerdo”. Claro está que cuando Mitre se sublevó contra Sarmiento alteró algunos días su rutina, aunque en esa época todavía no estaba en la Procuración, y su condi- ción de abogado de la matrícula le permitía moverse con más libertad. Se exilió en Brasil y al regresar a Buenos Aires, volvió a la política. Pactada la paz entre Mitre y Avellaneda, este último lo designa procurador general ante la Corte en 1878. En sus dictámenes, invariablemente liberales, fue defensor de la política lai- cista de Roca y en general opinó en coincidencia con el presidente en todo lo relacionado con el conflicto planteado con la Iglesia en 1884, cuyo momento más álgido fue la expulsión del nuncio papal, monseñor Matera. En la misma línea ideológica, este jurista mitrista luego roquista, aconsejó la destitución del vicario capitular de Córdoba, Gerónimo Clara (Caso Estado nacional c/ Clara), que había emitido una carta pastoral criticando la enseñanza impartida por maestras protestantes y lo mismo ocurrió en otro conflicto con la Iglesia, de gran repercusión en la opinión pública, como consecuencia de la carta pastoral del obispo de Salta, monseñor Buenaventura Risso Patrón. Volvió a la política tras renunciar a la procuración en 1890 y así ocupó prime- ro el ministerio de Relaciones Exteriores del presidente Carlos Pellegrini y más adelante las carteras de Justicia e Instrucción Pública y de Interior con el presi-

-188- dente Luis Sáenz Peña. O sea que fue integrante de los gabinetes ministeriales de Mitre, Pellegrini y Sáenz Peña (padre), todo un récord en los años de consolida- ción del Estado Nacional conducido por las figuras centrales del conservadoris- mo finisecular de la Argentina. Sus misiones como interventor federal, enviado por Sarmiento a Santa Fe en 1868 y a Santiago del Estero por Sáenz Peña en 1892, marcan también que su estirpe política estaba avalada por excepcionales condiciones de negociador y mediador en conflictos provinciales. A los 70 años ya estaba cumplido y creyó oportuno retirarse. Le quedaban solo cinco años para disfrutar en su hogar, en donde falleció rodeado de afecto el 13 de julio de 1897. Así eran estos hombres de la generación del ochenta que pasaron por la Corte Suprema de Justicia en los días de Roca. Hombres de su tiempo, invaria- blemente políticos, no cabe duda que conservadores, y bien conservadores. Eran amigos de sus amigos y qué amigos, nada más ni nada menos que los presidentes que los nombraron y que hoy son próceres, más allá de las virtudes y defectos propios de su generación. Eran caballeros sin tacha, de toga, que iban y venían de la Corte a la Casa Rosada. Y con la excepción del doctor Domínguez, juez neto, políticos profesio- nales que servían al país, ya sea firmando decretos o sentencias. Para ellos_ y para mi_ tenían claro que integraban tanto en la Corte como en la Casa Rosada, po- deres políticos bien diferenciados y que más acá o más allá de amistades y com- promisos, actuaban con independencia de criterio: Sabían que estaban haciendo el país en un Estado de derecho, también con sus virtudes y defectos.

Bibliografía general

CUTOLO, VICENTE, Nuevo Diccionario biográfico argentino, 7 tomos. Editorial Elche, Bue- nos Aires, 1968. TANZI, HÉCTOR, “Historia Ideológica de la Corte Suprema de Justicia de la Nación” en Revista de Historia del Derecho “Ricardo Levene”, Núm. 33, pág. 237 y sigts. Ediciones Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1997.

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ROCA Y EL FIN DE LAS FUERZAS PROVINCIALES

JORGE OSVALDO SILLONE*12

INTRODUCCIÓN

En este trabajo abordaremos un tema sustancial en la historia de las Guardias Nacionales cual fue su reestructuración con sede nacional a partir del gobierno del General Roca. El estudio del origen, formación, evolución y comportamiento de la Guardia Na- cional de Buenos Aires a través de su historia (1852 – 1901), es un tema no explorado profundamente en su totalidad, con una visión integral, organizacional y sincrónica en el marco de los acontecimientos históricos que evolucionaron a partir de Caseros. Las Guardias Nacionales, incluida la de Buenos Aires, jugaron políticamente un rol fundamental en el sustento de autoridades políticas locales, participan- do en acontecimientos de importancia y desequilibrios políticos en la evolución institucional de la Argentina en el período histórico de convulsión, como fue el de la Organización Nacional, la Secesión de Buenos Aires y la consolidación del territorio en la conquista del desierto y lucha contra el indio.

Para llegar a la decisión de Roca, reconstruiremos sintéticamente la historia de la Guardia Nacional de Buenos Aires como un proceso en el marco del desa- rrollo de la vida nacional, para poder dimensionar la importancia de la decisión presidencial y las consecuencias que trajo, tanto para las Guardias Nacionales y su futuro como para el futuro de los poderes de caudillos que se sustentaban, entre otros, en la capacidad de movilización de esta organización. Para poder abordar el tema propuesto en plenitud, debemos considerar las acciones pertinentes desarrolladas en el primer período de gobierno de Roca (12 de Octubre de 1880 - 12 de Octubre de 1886), la continuidad de la misma a través

* Jorge Osvaldo Sillone, Tcnl. (R) Oficial de Estado Mayor, Magister en Historia de la Guerra, Lic. en Estrategia y Organización, Lic. en Administración y Gestión de la Educación y Profesor en Historia. Investigador Acreditado por el Ministerio de Educación de la Nación. Coautor del libro La Táctica en las Batallas de la Historia, De Jenofonte a la Primera guerra Mundial, tomo I, EUDE, Buenos Aires, 2010, y La Táctica en las Batallas de la Historia, Grandes Batallas Sud- americanas, tomo II, EUDE, Buenos Aires, 2010. Compilador del libro La táctica en las Batallas de la Historia, de la segunda guerra mundial a las Guerras asimétricas, tomo III, Buenos Aires, 2011. Autor de Jenofonte, Primer pensador táctico y estratégico de Occidente, EUDE, Buenos Aires, 2011, y de artículos periodísticos y académicos sobre Defensa, Historia Política e Historia Militar, con obras publicadas en el país y en el exterior.

-191- de la sucesión de Juárez Celman (12 de Octubre de 1886 - 8 de Agosto de 1890) y de Carlos Pellegrini (7 de Agosto de 1890 - 12 de Octubre de 1892), el corto período presidencial de Luis Sáenz Peña (12 de Octubre de 1892 - 22 de Enero de 1895) y su continuidad con Uriburu (22 de Enero de 1895 - 12 de Octubre de 1898) para concluir la política instrumentada con el segundo período de Roca (12 de Octubre de 1898 - 12 de Octubre de 1904) donde se da paso a la ley que organiza el ejército argentino del Siglo XX, fundado entre otras cosas, en la experiencia de la Guardia Nacional y en esta reorganización realizada por Roca. En simultáneo se esbozarán acciones de gobierno que fueron destacadas y que requirieron de la participación de la Guardia Nacional.

Qué era la Guardia Nacional ?

Desde la época de la colonia las milicias fueron cuerpos populares que se organizaban para la defensa de los centros poblados, no eran permanentes, pero cumplían su misión lo mismo que las instituciones armadas regulares. En la Pro- vincia de Buenos Aires, desde 1820, el mando sobre esas milicias estuvo a manos del Gobierno Provincial1. El nombre Guardia Nacional fue tomado de la Guardia Burguesa de la revo- lución francesa, denominada Guardia Nacional desde 17902. Había sido creada para “custodia fiel y firme” de las leyes y brindar un apoyo fuerte a la autoridad legítimamente constituida. La Guardia Nacional fue el elemento más importante por su número y sus tradiciones, participando en la composición de las fuerzas militares de la República.

El término de “milicias” con que hasta entonces se había designado a las agrupaciones ciudadanas, a menudo armadas para la defensa del interés partidis- ta, para el sostén de un credo político o, simplemente, de ambiciones personales, recordaba otra época y circunstancias. Esta nueva denominación tendía, además, a enaltecer la misión del ciudadano llamado a defender la patria y las institucio- nes, y se abría el camino para nacionalizar una organización sometida anterior- mente al capricho de los gobiernos de provincia, que a menudo la utilizaban de instrumento para el logro de mezquinos intereses o para sostener sangrientas luchas internas3. La Guardia Nacional según la legislación vigente se organizaba por provincias y sus integrantes debían adscribirse a los cuerpos de infantería o caballería, los que debían organizarse según las bases del Ejército. Los jefes de la Guardia Nacional eran designados por los Gobiernos de Provincias y los oficiales por sus compañías

1 MUZZIO, Diccionario Histórico y Biográfico de la República Argentina, Vol. II. Buenos Aires, Libre- ría La Facultad de Juan Roldán, 1920, pág. 279. 2 Ídem, pág. 664. 3 BEVERINA, La Guerra del . Resumen Histórico. Círculo Militar, Volumen 652/653, Abril-Mayo 1973, págs. 100/101.

-192- respectivas. Así conformaba la parte pasiva y potencial del Ejército, organizada en cuadros y por armas y a disposición del gobierno para los casos de extrema nece- sidad que preveía la Constitución y en que fuera necesario recurrir a su concurso. Ante la lenta modificación y evolución de las instituciones en esas épocas, se confundía en ciertas circunstancias con las Milicias Provinciales, que podían ser convocadas para prestar servicios a los gobiernos de provincias y destinados a cu- brir necesidades internas de las mismas. No obstante, generalmente la convocatoria de la Guardia Nacional respondía a la necesidad de completar o aumentar el servi- cio prestado por el Ejército de Línea y se hallaba bajo el mando de jefes y oficiales designados por los respectivos gobiernos provinciales y en algunas oportunidades con el apoyo de algunos jefes y oficiales del ejército de línea nacional.

Las tareas habituales de las Milicias Provinciales, que venían de épocas ante- riores, consistían en la vigilancia de fronteras y tareas de policía en las ciudades y medios rurales, pero fueron pocas las provincias que dispusieron de recursos para mantener Milicias y las que las tuvieron, contaban con escaso número de plazas. Antes de disponer de Milicias permanentes los Gobiernos Provinciales preferían convocar a los Guardias Nacionales de algunas zonas o departamentos para prestar servicios por turno, durante breve tiempo, para luego licenciarlos, tendiendo así a ir reemplazando a aquéllas. Los cuerpos de Guardias Nacionales que en la década de 1850 comenzaron a establecerse, lo hicieron en algunas provincias con cierta lentitud, pues la más mínima convocatoria y concentración exigía recursos de los que las provincias no siempre disponían; además era necesaria una organización administrativa su- ficiente como para localizar y censar a todos los individuos que se hallaban en las condiciones establecidas para integrar la Guardia Nacional, cosa que no siempre resultaba fácil para las deficientes instituciones de los Gobiernos Provinciales y la amplitud territorial que cada provincia abarcaba4.

En el caso de la Guardia Nacional de Buenos Aires el historiador Néstor To- más Auza, en la introducción de una de sus obras5, expresó: “…de este estudio hemos sustraído el análisis de la institución militar del Estado de Buenos Aires por constituir de por sí una realidad distinta, que merece un estudio aparte”, ha- ciendo referencia a que su estudio sobre Guardias Nacionales era inconcluso al faltarle Buenos Aires.

Ese trabajo sobre la Guardia Nacional de Buenos Aires ya está realizado y en etapa de publicación, siendo este ensayo un desprendimiento de esos estudios para colaborar con la difusión permanente que realiza la Academia Provincial de Ciencias y Artes de San Isidro sobre temas de interés cultural e históricos.

4 NÉSTOR AUZA, El Ejército en la Época de la Confederación 1852 – 1861. Círculo Militar, Vol. 633- 634, Set-Oct 1971, pág. 60. 5 Ibídem.

-193- La Guardia Nacional de Buenos Aires – Síntesis histórica Fundada en 18526, la Guardia Nacional de Buenos Aires tuvo durante toda su existencia dos ejes de empleo muy notorios: – El empeñamiento de la Guardia Nacional en las luchas políticas dentro de la Provincia de Buenos Aires y fuera de la misma. – El problema del desierto, el indio y la actuación de la Guardia Nacional en el marco de las políticas adoptadas. El problema del desierto y el indio atravesó todo el Siglo XIX. El mismo fue en cada Presidencia una problemática permanente y un tema a resolver a medida que la población se incrementaba y que los espacios vacíos se empezaron a tocar, producto del avance de la civilización sobre el desierto y el hábitat de los indios (nativos y foráneos). Mirando el mapa de población desde el inicio del Siglo XIX comprobamos que vastas y feraces zonas de nuestro país se encontraban en poder del indio. El mayor problema contra esta población originaria, y dentro de la lógica his- tórica de esa época, lo constituían los frecuentes malones, algunos de los cuales alcanzaron proporciones considerables. Es famosa, en el sur y sobre la provincia de Buenos Aires la metodología de irrupción a nuestro territorio ya que la indiada arreaba decenas de miles de vacunos y yeguarizos, que luego transportaban a Chi- le por los pasos cordilleranos de la actual Provincia del Neuquén, vendiéndolos allí y generando un negocio ilegal a través del robo y muerte a los dueños de las haciendas y sus familias. Relacionado con el problema político desde el período fundacional _1852_ la Provincia de Buenos Aires tuvo desde Caseros en adelante un complicado proceso interno que en esencia pasó a ser definitivo para el País en sus acciones, contradicciones internas y sus enfrentamientos con otras provincias. La Guardia Nacional tuvo un papel relevante en todas las decisiones políticas, aun en las de conflicto externo ya que la Guardia Nacional de Buenos Aires se cubrió de gloria en la guerra del Paraguay.

SÍNTESIS DE LOS PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS Gobierno de Urquiza: 1854 – 1860 Nace la Guardia Nacional de Buenos Aires El Gobernador dictó un decreto en el mes de marzo de 1852 disponiendo la organización de la Guardia Nacional de la Provincia de Buenos Aires, designan- do como responsable para su instrumentación al coronel Manuel Rojas7. Se for-

6 JULIO NÚÑEZ, La Guardia Nacional de Buenos Aires: datos para su historia, Editorial Impr. y Li- brería de Mayo, 1892, Buenos aires. Procedencia del original, la Universidad de California, Digitalizado 30 de agosto de 2007. 7 Ibídem.

-194- maron inmediatamente dos Batallones constituyendo así el Primer Regimiento de Guardia Nacional con efectivo total de 1000 hombres: 1er Batallón, constituido por los jóvenes que habitaban al norte de la ciudad, nombrando Jefe del mismo al ciudadano don Felipe Llavallol. 2° Batallón constituido por los jóvenes del sur de la ciudad, nombrando jefe a don Juan L. Miguens. Debemos tener en cuenta que los dos Batallones de Guardias Nacionales eran conformados por ciudadanos de la Ciudad de Buenos Aires, los que, a la fecha, se dividían en las siguientes tendencias políticas relacionadas con la organización nacional: Un grupo autodenominado federal o urquicista, que apoyaba la idea del in- minente acuerdo de San Nicolás y la unión de Buenos Aires a la Confederación. Otro grupo sostenía las libertades de Buenos Aires a toda costa. Un tercer grupo que respondía a la iniciativa de Bartolomé Mitre, compuesto por nacionalistas, o sea partidarios de la organización nacional, se declararon adeptos al sistema federal y proclamaron que Buenos Aires debía ser la cabeza e inspiración de esa organización federal. Los dos últimos grupos tenían coincidencias ya que se oponían a Urquiza, al que veían como un obstáculo para la preeminencia de Buenos Aires sobre el resto del país. Estas personas constituyeron el núcleo de la organización política que sería conocida como Partido Liberal. En este contexto y en la evolución de las disputas políticas, la Guardia Nacio- nal de Buenos Aires participó de los siguientes eventos:

– Revolución del 11 de septiembre de 1852 en la Ciudad de Buenos Aires. – Proceso de secesión de Buenos Aires. – Ofensiva de Buenos Aires contra la Confederación. – Sublevación de Lagos. – Sitio de Buenos Aires (1853).

– Presidencia de Derqui (1860 – 1861). – Batalla de Pavón (17 de septiembre de 1861). Participó en las actividades de combate de la misma.

– Presidencia de Mitre (1862 – 1868). La Guardia Nacional en este período fue empleada haciendo frente a las exi- gencias que se presentaban; la frontera interior en la lucha contra el indio, las luchas internas entre facciones políticas y el gran desafío de la guerra de la Triple Alianza.

– Presidencia de Sarmiento (1868 – 1874). La Guardia Nacional de Buenos Aires participó en el marco de la política del período en dos aspectos centrales: la relación política, sus manifestaciones y convul- siones y la avanzada contra el indio.

-195- Debe destacarse que Sarmiento inició un proceso de avance sobre el desierto que se inscribe en una epopeya de construcción del país, sentando las bases para futuras acciones.

– Presidencia de Avellaneda: 12 de Octubre de 1874 - 12 de Octubre de 1880. La visión que sostuvo el mandato del nuevo presidente fue Progreso, Paz interior y estar abierto a un nuevo mundo a través de obras de infraestructura que debían realizarse. Para que ello fuera posible, la pacificación nacional era la clave y la Guardia Nacional jugó un papel decisivo. Existen enrolamientos diversos y reorgani- zación de Unidades en la ciudad y la campaña. Las invasiones y depredaciones indígenas querían neutralizar los planes de Al- sina que proyectaban un nuevo avance de la frontera. En este marco en 1877 se ejecutó la Zanja Alsina, para contener las acciones de los indios y proteger a las poblaciones. La Guardia Nacional tuvo un rol destacado. En 1879 se desarrolló la campaña al Desierto comandada por el general Roca. Otro acontecimiento destacado de este período fue la conocida Revolución de 1880 (21 de junio) en Buenos Aires, que movilizó a miles de personas en la provincia y culminó en un combate entre las fuerzas nacionales y las milicias bonaerenses. El conflicto, que enfrentó a los Guardias Nacionales, bomberos y Rifleros de Tejedor _Gobernador de Buenos Aires_ con los cuerpos del ejército nacional que respondían al presidente Avellaneda y a Roca, se resolvió con la renuncia del gobernador, que dejó el cargo en manos del vicegoberna- dor José María Moreno.

LA REESTRUCTURACIÓN DE LA GUARDIA NACIONAL CON VISIÓN REPUBLICANA

La evolución de la violencia y el uso que los distintos caudillos provinciales realizaron para beneficio propio y de su territorio de las fuerzas con que con- taban, incluidas las Guardias Nacionales que dependían de su poder, llegaron a un punto culminante con el conato realizado por Tejedor en la Provincia de Buenos Aires.

En este contexto de violencia política, Roca asumió la presidencia el 12 de octubre de 1880, tras el derrotado golpe de estado intentado por el gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor8.

8 MARIO A. SERRANO, La Capitalización de Buenos Aires y la Revolución de Carlos Tejedor. Círculo Militar, Vol. 759, Buenos Aires, 1995. Es un estudio profundo sobre las circunstancias que rodearon el proceso que elevó al rango de capital de la República a la ciudad de Buenos Aires. Enfatiza el contexto militar que lo encuadró.

-196- Simultáneamente inauguró la ciudad de Buenos Aires como capital de la República, tras la federalización9 llevada adelante por Avellaneda al final de su mandato. “Concluida casi totalmente la lucha en la frontera interior y sofocada la rebe- lión de Buenos Aires en junio de 1880, el presidente Roca decidió fijar nuevas pautas orgánicas para el Ejército y la Armada. Disponía la creación de los estados mayores permanentes, la sanción de reglamentos que fijaban con claridad las características de los uniformes para romper con las tendencias anárquicas de algunos jefes de unidades al respecto, la constitución de nuevos agrupamientos al uso de casi todos los países modernos; el establecimiento de normas sobre ascensos militares que reemplazaban en ambas fuerzas las ordenanzas españolas de fines del siglo XVIII aún vigentes, y la creación de diversos organismos ad- ministrativos, de formación y de perfeccionamiento ”.

Se imponía la necesidad de pacificar el país, por lo tanto una de las primeras leyes fue la sancionada el 20 de octubre, “prohibiendo a las Autoridades de Pro- vincia la formación de Cuerpos Militares, bajo cualquier denominación que sea”. En simultáneo se procedió a la reorganización militar ordenando que “Los Cuerpos que guarnecen esta Capital y las existentes en la Chacarita formarán la lra División del Ejército. Nómbrase Jefe de esta División al General D. Nicolás Levalle10 y se autoriza al Poder Ejecutivo para invertir hasta la suma de veinte mil pesos fuertes en la construcción de depósitos para armamento”.

En la Provincia era necesario organizar la Inspección General de Milicias en los términos de la Ley de 11 de Mayo de 1880 ya que la Ley de 7 de Junio del corriente año había refundido la Inspección de Milicias en el Ministerio que creó, según su artículo, o “sus efectos cesarán una vez que la Provincia vuelva a sus condiciones normales”. Al respecto, como la Provincia había vuelto a esas condiciones, y por consi- guiente, habiendo cesado el Ministerio de Milicias, quedó en vigencia la Ley de 11 de Mayo de 1880 que dispuso su organización. Se imponía entonces organizar la Administración de las Milicias de Campaña de una forma normal y estable, poniéndola en relación directa con el Poder Eje- cutivo de quien dependía. Con fecha 23 de octubre el Poder Ejecutivo decretó: “Queda reorganizada la Inspección General de Milicias de la Provincia, en los términos de la Ley de 11 de Mayo del corriente año”.

El 5 de noviembre, a través de un Decreto, el Poder Ejecutivo ordenó el licen- ciamiento del Batallón Guardia Provincial de Buenos Aires.

9 ISIDORO J. RUIZ MORENO, La Federalización de Buenos Aires. Hyspamérica, Buenos Aires, 1986. Estudio detallado y documental de este hecho histórico. 10 ERCILLO DOMÍNGUEZ, Mayor de Infantería, Colección de Leyes y Decretos Militares concernientes al Ejército y Armada de la República Argentina (1810 a 1896) (Con anotaciones de derogaciones, modificaciones , etc.), Tomo segundo ( 1854 a 1880), pág. 650. Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, Calle Chile 20S y San Martin 155, Buenos Aires, Argentina, 1898.

-197- Con respecto a la Guardia Nacional, era necesario efectuar una completa reorganización de la misma ya que los acontecimientos de la Revolución habían generado distorsiones en su implementación. La Institución debería responder a los cánones impuestos por la Constitución Nacional y además, servir como reservorio de recursos humanos para la remonta del Ejército de Línea, según la Ley del 30 de septiembre de 1872. El enrolamiento ordenado por el Decreto de diciembre de 1877 no fue lo eficaz que se suponía para el reclutamiento y se necesitaban recursos para com- plementar los efectivos del Ejército de Línea ya que no habían sido suficientes los medios del alistamiento voluntario y el enganche de que hasta el momento se había hecho uso. Con estos antecedentes, el 10 de diciembre firmó el siguiente documento,

El Presidente de la República ha acordado y Decreta: Artículo 1° — Procédase en todo el Territorio de la República a un nuevo enrolamiento de la Guardia Nacional, que empezará el 15 de Enero y deberá quedar cerrado el 31 de Marzo, Art. 2o — Los ciudadanos avecindados en las Ciudades y Pueblos formarán Batallones de Infantería y los de Campaña, Regimientos de Caballería, dividi- dos según los varios Departamentos o Distritos. Art. 3° — Quedan encargados los Gobernadores de Provincia de la ejecución de este Decreto, pasándose al efecto la nota acordada. Art. 4o — Terminado el enrolamiento los Gobiernos de Provincia remitirán a la Comandancia General de Armas los Registros y Listas respectivos y al Minis- terio un conocimiento del resumen general del enrolamiento en cada Provincia acompañado de una Memoria en que conste el procedimiento seguido y las di- ficultades ocurridas a efecto de informar al Congreso respecto al cumplimiento de la Ley vigente de la materia y oportunidad o conveniencia de su reforma. Art. 5° — Comuníquese, publíquese e insértese en el Registro Nacional.

Roca Benjamín Victorica (Registro Nacional de la República Argentina)

En línea con los documentos emanados por el Poder Ejecutivo Nacional, la Provincia de Buenos Aires, con fecha 23 de diciembre ordenó un enrolamiento general de la Guardia Nacional de la Campaña.

DECRETO

El Poder Ejecutivo, ha acordado y Decreta: Artículo 1° — Todos los ciudadanos que por la Ley Nacional están obligados a enrolarse en la Guardia Nacional, concurrirán el 15 de Enero al 31 de Marzo a las Comandancias de sus respectivos Partidos a enrolarse en ella.

-198- Art. 2o — Los exceptuados por el artículo 2o de la Ley acudirán también para que se les dé la constancia de la excepción. Art. 3o — Los vecinos de las Ciudades y Pueblos en que haya a lo menos doscientos Guardias Nacionales avecindados en ellos, serán enrolados como Infantes ; los de la Campaña y de los Pueblos en que haya menos de doscien- tos Guardias Nacionales, como Caballería. Art. 4o — Inmediatamente después de concluido el enrolamiento los Jefes de la Guardia Nacional de cada Partido darán cuenta al Gobierno del número de Infantería enrolada, propondrán su organización y los Oficiales que han de mandarla. Art.5° — Los Jefes de la Guardia Nacional publicarán en su Partido este De- creto y el artículo 16, Título III de la Ley Nacional de Reclutamiento fecha 28 de Septiembre de 1872, en los parajes más públicos y por todos los medios posibles, pidiendo al efecto su cooperación al Juez de Paz, Comisario de Poli- cía, Alcaldes y Tenientes Alcaldes. La publicación será hecha desde que reciban este Decreto hasta el 31 de Mar- zo de 1881. Art. 6° — Los Jefes de la Guardia Nacional de cada Partido llevarán al mismo tiempo tres Registros de enrolamiento: Uno que dejarán en su Comandancia para las necesidades del servicio y dos que remitirán al Gobierno. Uno de éstos será remitido al Excmo. Señor Ministro de la Guerra en cumpli- miento del artículo 4° del Decreto de 10 del corriente mes. Art. 7° — Concluido el enrolamiento los Jefes de la Guardia Nacional darán cuenta de su resultado y de las dificultades que hayan sentido para el mejor y más fácil enrolamiento de la Guardia Nacional. Art. 8° — Comuníquese, publíquese y dese al Registro Oficial.

Romero Carlos D’Amico (Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires).

A la luz de la lectura del documento precedente se puede inferir que la situa- ción de rebeldía provincial estaba controlada y que los problemas esenciales de gobierno volvían a ser tenidos en cuenta con visión de futuro. Se puede asegurar que “el triunfo de la Guardia Nacional sobre las milicias de la provincia de Bue- nos Aires, establece el afianzamiento del ejército nacional”11.

Paralelamente con esta evolución, Roca debía atender un asunto que era cons- tante en este Siglo XIX, el problema del desierto. En este marco debe afirmarse que la actuación de la Guardia Nacional en su esfuerzo para avanzar las fronteras del desierto y la custodia de las poblaciones

11 TORCUATO S. DI TELLA; GINO GERMANI; JORGE GRACIARENA, Argentina Sociedad de Masas, pág. 36. Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, octubre 1971.

-199- contra los malones indígenas se desarrolló a través de una verdadera política de Estado. Cuando Roca asumió la presidencia en 1880, no estando satisfecho aún con su primer avance, encomendó a su ministro de Guerra, el general Benjamín Victorica, nuevas operaciones contra los indígenas. Éste envió al comandante de la línea del río Negro, el coronel Conrado Villegas, al mando de una expedición sobre el territorio de Neuquén, lugar en que se refugiaban las tribus que todavía permanecían hostiles.

En la Capital, en cumplimiento de las órdenes del Poder Ejecutivo, a partir del 8 de enero de 1881 se procedió al enrolamiento de la Guardia Nacional de la Ciudad de Buenos Aires12 , “con arreglo a la Ley de 5 de Junio de 1865”:

Hasta que se le diera la organización definitiva, sus efectivos se dividirán en ocho Regimientos de Infantería, compuestos de dos Batallones acorde a los siguientes detalles:

Primer Regimiento, todos los ciudadanos a quienes corresponda el deber de enrolarse y tienen sus domicilios en las Parroquias de la Catedral al Norte y San Nicolás de Bari. El segundo Regimiento, de los domiciliados en las Parroquias de Catedral al Sud y San Telmo. El tercer Regimiento, de los domiciliados en las Parroquias de Monserrat y San Miguel. El cuarto, de los domiciliados en la Parroquia de la Concepción. El quinto, de los domiciliados en las Parroquias del Socorro y Pilar. El sexto, de los domiciliados en las Parroquias de la Piedad y Balvanera. El séptimo, de los domiciliados en las Parroquias de Barracas al Norte y San Juan Evangelista. El octavo, de los domiciliados en la Parroquia de San Cristóbal.

Como medida administrativa siguiente, se nombró a los Jefes de la Guardia Nacional de la Capital, en virtud de la organización que se le había dado por Decreto fecha 8 del corriente. La extensa lista13, debido a la reorganización y a la confiabilidad de las personas, es la siguiente:

Artículo 1° — Nómbrase Jefe del primer Regimiento de Guardias Nacionales de la Capital, al Doctor D. Carlos Pellegrini. Segundo Jefe, al Teniente Coronel D. Segundo Arce. Jefe del primer Batallón, a D. Bernabé Artayeta Castex. Jefe del segundo Batallón, a D. Agustín Pinedo.

12 ERCILLO DOMÍNGUEZ, Mayor de Infantería, Colección de Leyes y Decretos Militares concernientes al Ejército y Armada de la República Argentina (1810 a 1896) - (Con anotaciones de derogaciones, modificaciones, etc.), Tomo Tercero (1881 – 1894). Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, Calle Chile 20S y San Martin 155, Buenos Aires, Argentina, 1898, pág. 6. 13 DOMÍNGUEZ, op. cit., tomo III, págs. 6 y 7.

-200- Art. 2o — Nómbrase Jefe del segundo Regimiento, al Doctor D. Miguel Goyena. Segundo Jefe, al Teniente Coronel D. Guillermo Buteler. Jefe del primer Batallón, al ciudadano Doctor D. Luis Eizaguirre. Jefe del segundo Batallón, al Doctor D. Estanislao S. Ceballos.

Art. 3° — Nómbrase Jefe del tercer Regimiento, a D. Antonino Cambaceres. Segundo Jefe, al Teniente Coronel D. Alejandro Etchichury. Jefe del primer Batallón, al Doctor D. Gregorio Torres. Jefe del segundo Batallón, a D. Mateo Victorica.

Art. 4° — Se nombra Jefe del cuarto Regimiento, al ciudadano D. Jacinto L. Arauz. Segundo Jefe, al Teniente Coronel Doctor D. Roque Sáenz Peña. Jefe del primer Batallón, a D. Manuel Dantas. Jefe del segundo Batallón, a D. Manuel Rodríguez.

Art. 5o— Queda nombrado Jefe del quinto Regimiento, al Doctor D. José Juan Araujo. Segundo Jefe, al Teniente Coronel D. Juan Giles. Jefe del primer Batallón, a D. José A. Lagos. Jefe del segundo Batallón, a D. Pedro Latorre.

Art. 6°— Nómbrase Jefe del sexto Regimiento, al ciudadano D. Eduardo Amadeo. Segundo Jefe, al Teniente Coronel D. Domingo Sagastizábal. Jefe del primer Batallón, al Doctor D. Gabriel Larsen. Jefe del segundo Batallón, a D. Manuel Romero.

Art. 7o — Nómbrase Jefe del séptimo Regimiento, al ciudadano José Fernán- dez. Segundo Jefe, al Teniente Coronel D. Melchor Suasnabal. Jefe del primer Batallón, a D. Natalio G. Silva. Jefe del segundo Batallón, a D. Celedonio Castañeda.

Art. 8° — Nómbrase Jefe del octavo Regimiento, al ciudadano D. Miguel Méndez. Segundo Jefe, al Sargento Mayor D. José Poviña. Jefe del primer Batallón, a D. Amadeo Muñoz. Jefe del segundo Batallón, al Doctor D. Daniel Dónovan.

Estas medidas fueron complementadas el 11 de febrero reglamentando las excep- ciones al enrolamiento a la Guardia Nacional “a los ciudadanos que tengan alguna de las excepciones mencionados en el artículo 2° de la Ley Nacional de Junio 5 de 1865”.

En la campaña, atravesando la provincia de Buenos Aires, Villegas rastrilló y combatió en todo el territorio de Neuquén. En abril de 1881, sus tres brigadas, a las órdenes de Wintter, Bernal y Rufino Ortega, se unieron a las orillas del Na- huel Huapi. En este lugar, Villegas comprobó la necesidad de reforzar los pasos cordilleranos, pues los indios podían continuar con sus invasiones desde Chile.

-201- Además, éstos tenían conocimiento de que Villegas había tenido que reple- garse hasta sus anteriores guarniciones por no estar sus hombres equipados para soportar las bajas temperaturas del invierno en la zona precordillerana. En junio, atento a que el Partido de Tres Arroyos, por su extensión, hacía difícil e incómodo a los ciudadanos el cumplimiento de los deberes que imponía la Ley de Enrolamiento de la Guardia Nacional, el Poder Ejecutivo creó “una Comandancia de Guardia Nacional14 del Territorio comprendido entre las tierras de Curruma- lán y Pillahuincoó al Sud; de Sud a Este, por los campos de los señores Pradere y González, hasta el de Aldao; de Este a Norte, por los campos de Cabral, Gómez, Echegaray y Leyría, hasta el de Córdoba; y por el Oeste hasta el desierto. Se nom- bró para desempeñar esta Comandancia al ciudadano D. Pedro Soler”. En el mes de abril de 1882, el Poder Ejecutivo resolvió cumplir lo dispuesto en la Ley del 27 de Octubre del año próximo pasado, que señalaba el 24 de Mayo próximo para que se hiciera la distribución en acto público de la medalla que esa Ley acuerda al Ejército del Sud, por la Campaña al Río Negro. Se designó a la Plaza General San Martín para proceder a la distribución pública de aquella me- dalla a los Jefes, Oficiales y Tropa de los Cuerpos de la Guarnición que hubieran tomado parte en la campaña al Río Negro.

Efectivos de la Guardia Nacional de Buenos Aires participaron de esa campaña

Durante el inicio de la primavera de 1882, Villegas inició una avanzada de la línea militar hacia la propia cordillera y efectuó minuciosas batidas hasta el mismo límite con Chile. De esta manera, Villegas aseguró la frontera austral en forma definitiva. En marzo de 1883 se prorrogó el plazo acordado para el nuevo enrolamiento de la Guardia Nacional de la República hasta el 30 de abril. El 28 de julio se nom- bró al teniente coronel Etchichury como 2° Jefe del Regimiento 8 de Guardias Nacionales de la Capital. Los indios, imposibilitados de realizar ninguna acción efectiva, se rindieron con Namuncurá a la cabeza, en marzo de 1884. Más o menos simultáneamente con la acción de Villegas, se desarrolló en la Patagonia la etapa final de la guerra contra el indio. Como gobernador de la mis- ma y jefe de la guarnición estaba el general Lorenzo Vintter, quien, entre fines de 1883 y principios de 1884 inició una campaña contra las tribus rebeldes del po- deroso cacique Sayhueque , de Inakayal y de Foguel. Vinter salió vencedor de la misma y tomó prisioneros a los caciques y a alrededor de 3500 indígenas de lanza. Estas operaciones permitieron la instalación definitiva de poblaciones esta- bles, tales como Conesa y Pringles en río Negro, Chos Malal y Junín de los Andes en Neuquén y Acha y Victorica en La Pampa.

14 DOMÍNGUEZ, op. cit., tomo III, pág. 21.

-202- El 10 de diciembre se implementaron las medidas necesarias para realizar la organización de la Guardia Nacional de la Capital Se basaba en el mandato que otorgaba el artículo 2° del Decreto expedido por el Excelentísimo Gobierno Nacional en Diciembre de 1880: “que los ciudadanos avecindados en las Ciudades y Pueblos formarán Batallones de Infantería y los de la Campaña, Regimientos de Caballería, divididos según los varios Departamentos o Distritos”. El avance de la frontera sur pampeana, 188315

15 , Iconografía Militar. Museo Roca, Buenos Aires, 2006. Mapa en: MIRTA ZAIDA LOBATO y JUAN SURIANO, Atlas histórico de la Argentina. Sudamericana, Bue- nos Aires, 2004.

-203- La prescripción citada había sido cumplida en toda la Provincia, en virtud del Decreto expedido por el Gobierno de la misma en diciembre 23 de 1880; pero no había sido cumplida, ni podido serlo, en el territorio de la nueva Capital de la Pro- vincia, por ser la fundación de ésta muy posterior a la fecha de aquellos Decretos. Era necesario que el territorio de la nueva Capital estuviera en las mismas condiciones que el resto de la Provincia, en cuanto a la organización de la Guar- dia Nacional, de manera que ella respondiera a los fines de la Constitución Na- cional y que aquéllos no quedaran sin cumplir las disposiciones del Excelentísimo Gobierno Nacional consignadas en los decretos de Diciembre de 1880 y Marzo 12 de 1883.

Teniendo en cuenta estos antecedentes,

El Poder Ejecutivo Decreta:

Artículo 1°___ Con la Guardia Nacional de la Capital se formarán dos Batallo- nes de Infantería, con los enrolados vecinos de la Ciudad, y un Regimiento de Caballería con los enrolados vecinos de la Campaña pertenecientes a la Capital. Art. 2°—El primer Batallón de Infantería se compondrá de todos los ciudada- nos enrolados que tengan su domicilio en las Secciones 32, 84, 30, 16, 15, 28, 12, 4, 26, 10, 2, 9, 8, 7, 22, 21 y 20 del plano de la Ciudad. Art. 3°— El 2o Batallón de Infantería se compondrá de todos los ciudadanos enrolados que tengan su domicilio en las Secciones 1, 3, 5, 6, 11, 13, 14, 17, 18, 19, 23, 24, 25, 27,29, 31 y 33. Art. 4°—El Regimiento de Caballería se compondrá de todos los ciudadanos enrolados que tengan su domicilio en el resto del territorio de la Capital. Art. 5°—Nómbrase Jefe del primer Batallón de Infantería a D. Guillermo Pintos, y Jefe del 2° Batallón a D. Ernesto M. Boero. Art. 6o—Nómbrase Jefe del Regimiento de Caballería al Teniente Coronel de Guardias Nacionales D. Joaquín Lopes Osornio. Art. 7o—Los Jefes nombrados propondrán al Poder Ejecutivo, por intermedio de la Inspección General de Milicias, los Oficiales de sus respectivos Cuerpos. Art. 8°—El Inspector General de Milicias queda encargado del cumplimiento de este Decreto. Art. 9°—Comuníquese, publíquese e insértese en el Registro Oficial.

D’Amico Nicolás Achával (Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires).

Debemos resaltar que en 1884 se sancionó la ley 1420 para organizar la en- señanza escolar primaria en la Capital Federal y en los territorios nacionales. ¿? El 29 de Abril de 1885 el Gobierno nacional dispuso un nuevo enrolamiento de la Guardia Nacional en todo el Territorio de la República que empezaría el 1° de junio, y debería quedar cerrado el 30 de julio.

-204- Los ciudadanos avecindados en las Ciudades y Pueblos formarán Batallones de Infantería; y los de la Campaña Regimientos de Caballería; divididos según los varios Departamentos o Distritos.

El 9 de mayo la Provincia de Buenos Aires estableció la forma como se lleva- ría a cabo el enrolamiento16:

Para los efectos de este enrolamiento y organización de la Guardia Nacional, divídese la Provincia en once Sub-Inspecciones de Milicias, a saber:

1ra Sub -Inspección —Comprende el Municipio de la Capital. 2a Sub-Inspección—Comprende los Partidos Barracas al Sud, Lomas de Za- mora, San Vicente, Cañuelas, Las Heras, Quilmes y Almirante Brown. 3ra Sub-Inspección—Comprende los Partidos de Moreno, San Martín, Belgra- no, Morón, Merlo, Marcos Paz, San José de Flores y Matanzas. 4a Sub-Inspección—Comprende los Partidos de Zárate, Exaltación de la Cruz, Luján, Pilar, Las Conchas, San Fernando, San Isidro y General Rodríguez. 5a Sub-Inspección—Comprende los Partidos de San Antonio de Areco. San Andrés de Giles, Mercedes, Suipacha, Carmen de Areco, Chivilcoy, Chacabu- co, Junín y Bragado. 6a Sub-Inspección—Comprende los Partidos de San Nicolás, San Pedro, Arrecifes, Rojas, Pergamino, Baradero, Ramallo y Salto. 7a Sub-Inspección—Comprende los Partidos de Navarro, Lobos, Monte, Ranchos, Brandzen, Magdalena, Rivadavia, Chascomús, Biedma y Castelli. 8a Sub-lnspección—Comprende los Partidos de Las Flores, Pila, Dolores, Ve- cino Ayacucho, Arenales, Rauch, Azul y Tandil. 9a Sub-Inspección—Comprende los Partidos de Lincoln, 9 de Julio, 25 de Mayo, Bolívar, Alvear, Saladillo, Tapalqué y Olavarría. 10a Sub-Inspección—Comprende los Partidos de Tordillo, Ajó, Maypú, Tuyú, Mar Chiquita,Balcarce, Pueyrredón y Lobería. 11a Sub-Inspección—Comprende los Partidos de Necochea, Juárez, Tres Arroyos, Pringles, Suárez, Bahía Blanca, Patagones, Guaminí, Puan y Carhué.

Art. 4o— Estas Sub-Inspecciones tendrán su Sub-Inspector cada una, de- pendiente del Inspector General, los que deberán vigilar los enrolamientos y presidir la organización de la Guardia Nacional en la Circunscripción que les queda señalada. Art. 5°—Los Comandantes de la Guardia Nacional de los Partidos deberán en- tenderse para todo lo relativo al cumplimiento de su cometido con el Sub-Ins- pector que le corresponda, de quien en consecuencia dependen inmediatamente. A su vez los Sub-lnspectores se entenderán con el Inspector General de Milicias sin perjuicio de dirigirse éste a los Comandantes cuando lo creyese necesario.

16 DOMÍNGUEZ, op. cit., tomo III, pág. 146.

-205- Art, 6°— Nómbranse Sub-lnspectores: Para la 1ra Sub-Inspección, Manuel Jiménez. Para la 2a Sub-Inspección, Sebastián Casares. Para la 3a Sub-Inspección, Luis Basail. Para la 4a Sub-Inspección, Melitón Panelo. Para la 5a Sub-Inspección, Pedro D. Lorea. Para la 6a Sub-Inspección, Juan L. Somoza. Para la 7a Sub-Inspección, Felipe Arostegui. Para la 8a Sub-Inspección, Matías Minaña. Para la 9a Sub-Inspección, Martín Boneo. Para la 10a Sub-Inspección, Juan A. Domínguez. Para la 11a Sub-Inspección, Paulino Amarante.

Este documento fue base para reorganizar la campaña. Para más detalles so- bre distintas atribuciones, es conveniente ampliar en el documento citado.

El 30 de Junio, la Capital también realizó su enrolamiento de la Guardia Na- cional17 y a la vez nombráronse los Jefes de Regimiento.

El enrolamiento de la Guardia Nacional de la Capital de la República se hará en el número de Regimientos de Infantería, determinados por el Decreto de 10 de enero 1881 y con las modificaciones que se establecen por el presente. Créanse dos Regimientos de Caballería, en los que corresponderá enrolarse a todos los que ejerzan la profesión de carreros, y a los que trabajen en los corrales de Abasto. Estos Regimientos se organizarán tomando el número 1o la parte de la Ciudad en los límites del Municipio, de la calle Rivadavia al Norte; y el segundo, de esa misma calle al Sur. Nómbrase Jefe del 1r Regimiento al Coronel D. Salvador Maldonado; y del 2o al Teniente Coronel D. Benito Meana; y Segundo Jefe del 1r Regimiento al Mayor D. Juan Martínez; y del 2° Regimiento al Mayor D. Miguel Torres y Sal. Los Regimientos de Infantería se dividirán en la forma siguiente:

El 1r Regimiento, al mando del Doctor D. Carlos Pellegrini, en cuatro Batallones. El 2o Regimiento, al mando del Doctor D. Miguel Goyena, en tres Batallones. El 3r Regimiento, al mando de D. Antonino Cambaceres, en tres Batallones. El 4o Regimiento, al mando de D. Jacinto Aráuz, en tres Batallones. El 5o Regimiento, en tres Batallones, nombrándose Jefe de este Regimiento al Doctor D. Roque Sáenz Peña. El 6o Regimiento, en cuatro Batallones, nombrándose Jefe de este Regimiento a D. Marcos Paz. El 7o Regimiento, al mando de D. José Fernández, en tres Batallones. El 8o Regimiento, al mando de D. Miguel Méndez, conservará su organización de dos Batallones.

17 Domínguez, op. cit., tomo III, pág. 148.

-206- Habiéndose terminado el enrolamiento previsto el 30 de junio, se procedió el 28 de octubre a decretar18 la organización definitiva de la Guardia Nacional de la Capital:

Regimiento número 1 Jefe de Regimiento, Doctor D. Roque Sáenz Peña. Segundo Jefe, Teniente Coronel D. Segundo Arce. Jefes de Batallón Batallón 1° — D. Bernabé Artayeta Castex. » 2o — D. Ramón Gómez. » 3° — D. José M. Reibaud. » 4° — Doctor D. Julián Balbín.

Regimiento número 2 Jefe de Regimiento, Doctor D. Miguel Goyena. Segundo Jefe, Teniente Coronel D. Guillermo Butteler. Jefes de Batallón Batallón 1° — D. Celestino Castañeda. » 2 o — D. Alberto Méndez. » 3° — D. Samuel Dónovan.

Regimiento número 3 Jefe de Regimiento, D. Antonio Cambaceres. Segundo Jefe, Teniente Coronel D. Manuel Dantas. Jefes de Batallón Batallón 1o — Doctor D. Guillermo Torres. » 2° — Doctor D. Víctor M. Molina. » 3° — Doctor D. Estanislao Zeballos.

Regimiento número 4 Jefe de Regimiento, D. Jacinto L. Aráuz. Segundo Jefe, Teniente Coronel D. Bonifacio Zapiola. Jefes de Batallón Batallón 1° — Doctor D. Alberto Larroque. » 2° — D. Enrique Rodríguez Larreta. » 3° — Doctor D. Gabriel Larsen del Castaño.

Regimiento número 5 Jefe de Regimiento, D. Reinaldo Parravicini. Segundo Jefe, Mayor D. Pedro Cáceres. Jefes de Batallón Batallón 1o — D. Ángel Silva.

18 Domínguez, op. cit., tomo III, pág. 159.

-207- » 2o — D. Julio A. Costa. » 3° — Doctor Daniel J. Dónovan.

Regimiento número 6 Jefe de Regimiento, D. Marcos Paz. Segundo Jefe, Teniente Coronel D. Manuel Montenegro. Jefes de Batallón Batallón 1o — Doctor Justino Obligado. » 2° — D. Ceferino Luque. » 3° — D. Roque Irigoyen. » 4° — D. Pedro Cernadas.

Regimiento número 7 Jefe de Regimiento, D. José Fernández. Segundo Jefe, Teniente Coronel D. Melchor Zuasnaval. Jefes de Batallón Batallón 1° — D. José Herrera. » 2° — D. Germán Balcarce. » 3° — D. Luis Guerello.

Regimiento número 8 Jefe de Regimiento, D. Miguel Méndez. Segundo Jefe, Mayor D. José Poviña. Jefes de Batallón Batallón 1o — D. Frank Levinstong. » 2° — D. José M. Martínez.

Los dos Regimientos de Caballería, creados por Decreto de 30 junio, conser- varán la organización que se les dio por ese Decreto.

Presidencia de Juárez Celman: 12 de Octubre de 1886 - 8 de Agosto de 1890

Se continúa la reorganización de la Guardia Nacional ya que la organización de la Guardia Nacional de la Capital debía comprender también los Partidos de Flores y Belgrano. Se reorganiza la Guardia Nacional de la campaña.

La Revolución de 1890

La situación económica grave y las sospechas de corrupción que imperaban sobre el gobierno de Juárez Celman, llevó a un grupo de ciudadanos, encabezados por Leandro Nicéforo Alem, a formar una agrupación conocida con el nombre de Unión Cívica. Este

-208- grupo llevó adelante un movimiento revolucionario el 26 de julio de 1890, contando con el apoyo de algunas unidades militares a las órdenes del general Manuel J. Campos. Si bien el intento de golpe de Estado fue sofocado por el gobierno, la posición de Juárez Celman quedó seriamente debilitada. El 6 de agosto, el Presidente de la Nación se vio forzado a renunciar a su cargo. El 7 de agosto se levantó el estado de sitio de la Capital y quedó licenciada la Guardia Nacional movilizada en toda la República.

Presidencia de Carlos Pellegrini: 7 de Agosto de 1890 - 12 de Octubre de 1892

Se disponen medidas para el enrolamiento de la Guardia Nacional de la Repú- blica, y en consecuencia para la Guardia Nacional de Buenos Aires. Mapa de Expediciones militares a la Patagonia, 1879 - 188519

La mayoría de los esfuerzos de la campaña partieron de la Provincia de Buenos Aires, disponiendo en la misma de apoyos de Guardias Nacionales para su realización.

19 JULIO ARGENTINO ROCA, Iconografía Militar, cit.

-209- Presidencia de Sáenz Peña: 12 de Octubre de 1892 - 22 de Enero de 1895 Se siguió con el reordenamiento de las Guardias Nacionales. Siguiendo con el ordenamiento de la Guardia Nacional de Capital, el Poder Ejecutivo dividió los Regimientos 5 y 6 de la Guardia Nacional de las Parroquias del Socorro y Pilar, Piedad y Balvanera. Durante el período la reorganización, el completamiento, provisión de uni- formes y adiestramiento de la Guardia Nacional fue constante.

Presidencia de Uriburu: 22 de Enero de 1895 - 12 de Octubre de 1898

Ya se proyectaba la conscripción obligatoria. Se aumentó el número de efectivos voluntarios enganchados llegándose al número necesario previsto para las unidades con jóvenes que hubieran cumplido 20 años y que podrían ser convocados a las filas para recibir instrucción y participar obligatoriamen- te en una maniobra anual, con lo que quedaban incorporados a la Guardia Nacional Activa. En 1896 se realizó la primera de esas maniobras obligatorias, en las sierras de Curú-Malal. Participaron 1.730 oficiales, jefes y oficiales superiores y 20.402 hombres de tropa y clases.

Presidencia de Roca: 12 de Octubre de 1898 - 12 de Octubre de 1904

Interpretando certeramente las necesidades presentes y futuras de la Repú- blica, el ministro Riccheri preparó la ley que llevó el número 403120, llamada Ley Riccheri, que estableció el servicio militar obligatorio, siendo nuestro país el primero que lo implantó en América. El debate a que dio lugar duró desde el 4 de septiembre hasta el 11 de octubre de 1901 (20 sesiones públicas y una secreta).

CIERRE Y REFLEXIONES FINALES

La Guardia Nacional de Buenos Aires constituyó una organización muy im- portante en acontecimientos trascendentes no solo para la Provincia sino para el país. De participación sustancial en acontecimientos que sucedieron a los presentados, como fueron el proceso de secesión de Buenos Aires; la ofensiva de

20 ROSENDO FRAGA, La amistad Roca Riccheri a través de su correspondencia. Círculo Militar, vol. 767, Buenos Aires, 1997. Análisis documental del proceso que condujo a la ley citada.

-210- Buenos Aires contra la Confederación; la reacción ante la sublevación de Lagos y el accionar durante el sitio de Buenos Aires. La interacción complementada con el Ejército Nacional en la Guerra de la Triple Alianza (1865 /70), la defensa de las poblaciones rurales ante las ofensivas de los indios, la participación en la proyección de la civilización hacia las dimen- siones patagónicas y la participación en las convulsiones internas que caracteri- zan el fin de siglo XIX, verá a la Guardia Nacional de Buenos Aires con una participación activa. Roca, desde su primer período presidencial, pone fin al uso localista de la fuerza Guardia Nacional y le da un sentido organizacional con marco nacional. Este aspecto es sustancial ya que las experiencias de la misma serán capitalizadas en el proyecto que dará inicio al Ejército Argentino del Siglo XX en la acción organizativa que emprenderá el General Riccheri. Hombres de honor y de valía, la guardia Nacional de Buenos Aires supo defender los intereses de la ciudad y del ámbito rural, no solo en el límite de sus locaciones sino allende la frontera, combatiendo junto al Ejército de Línea, en el mismo nivel y estado de eficiencia.

Bibliografía

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-211- junio de 2009). Versión html del archivo http://www.mindef.gov.ar/Comision%20 Bicentenario/PONENCIA%20DE%20MARCO.doc ROCA, JULIO ARGENTINO, Iconografía Militar. Museo Roca, Buenos Aires, 2006. RUIZ MORENO, ISIDORO J. / MIGUEL ÁNGEL DE MARCO, Historia del Regimiento 1 de Infantería “Patricios de Buenos Aires”. Edivern, Buenos Aires, sep. 2000, ed. limitada de 2000 ejemplares. SERRANO, MARIO A., La Capitalización de Buenos Aires y la Revolución de Carlos Tejedor, Círculo Militar, Vol. 759, Buenos Aires, 1995.

-212- General Julio Argentino Roca Julio A. Roca (derecha) con Carlos Pellegrini (izquierda) C. 1880 Recova y Plaza de la Victoria Congreso Nacional

Cabildo y Policía Fotografía tomada el 25 de mayo de 1883 desde la torre modificada del Cabildo Plaza de Mayo después de la demolición de la Recova

Catedral de Buenos Aires Banco Hipotecario