EL CORTIJO DE TIRGO: APUNTES SOBRE SU CRONOLOGÍA, FUNCIÓN Y PARALELOS

Pedro Álvarez Investigador agregado del IER

1. La iglesia parroquial de Tirgo y su cortijo La iglesia del Salvador de Tirgo es uno de los ejemplos mejor conservados de la arquitectura románica rural que proliferó por la cuenca del río Tirón, en Alta, durante el siglo XII y comienzos del XIII. Esto no es óbice para que, a lo largo de sus ocho siglos de historia, haya visto cómo se iban modificando, tanto su fábrica, como su entorno. En el primer caso, los cambios llegaban, unas veces, como consecuencia de la adición de elementos a la iglesia, y otras, como resultado de reformas acometidas para solventar problemas de ruina. Por lo que respecta al entorno, su configuración fue variando a medida que se transformaban los usos de los espacios aledaños. En principio, buena parte de ellos sirvieron como campo- santo hasta que, en un momento dado, que cabe situar en el siglo XVI, se habilitó con fines funerarios el interior de la iglesia, organizando una retícula de sepulturas bajo el pavimento. Mientras tanto, en el exterior, proliferaron diversas edificacio- nes que terminaron rodeando el templo por tres de sus cuatro lados, dejando libre, únicamente, parte de la plaza meridional hacia la que se abría la puerta principal del mismo. Desde 1972, el proceso ha sido el inverso. Las intervenciones realizadas a partir de ese momento han tenido como objeto liberar el entorno de la iglesia y eliminar elementos añadidos a la fábrica románica. Así, en el curso de las obras de 1972, se desmontó un cuerpo construido sobre la cubierta original de la nave del templo. Luego, en la década de 1980, se demolió la antigua ermita de Santa Catalina, ubi-

457 PEDRO ÁLVAREZ CLAVIJO cada junto a la esquina sudoccidental del mismo, que había servido de escuela. Fi- nalmente, en 1996, durante los trabajos de urbanización del entorno de la iglesia, se procedió al derribo de una serie de pequeños inmuebles alineados al norte del templo, junto a la calle Campanas. Tras ellos, quedó a la vista un muro de sillería contra el que se apoyaban dichos edificios y que, a su vez, discurría en paralelo al eje longitudinal de la iglesia, quebrando en ambos extremos para rematar contra la fábrica del templo. Entre este lienzo y la parroquial, quedaba un recinto descubier- to, al que se accedía por una puerta abierta al oeste, junto a la sacristía del templo, que no era la entrada original (fotos 1 y 2)1. Mientras que las razones por las que fueron surgiendo el resto de las edificacio- nes construidas en torno a la iglesia eran fácilmente comprensibles, no sucedía lo mismo con el recinto delimitado por dicho muro. Por ello, la investigación subsi- guiente se planteó, por una parte, para tratar de determinar su relación estratigráfi- ca y, en consecuencia, cronológica, con las restantes construcciones y, por otra, para intentar dilucidar los motivos de su erección. El estudio arqueológico del conjunto de edificios permite señalar que la secuen- cia constructiva fue la siguiente: – Durante las excavaciones, se documentó la existencia de una gran necrópolis, con tumbas excavadas en los estratos naturales de arenisca. Es probable que las sepulturas se distribuyeran en torno a un primitivo templo, quizás el que, bajo la advocación de Santa María, se cita en el documento fundacional de la abadía de Santa María la Real de Nájera, en 10522. – La iglesia románica que ha llegado hasta nosotros se construyó sobre dicha necrópolis, como prueba el hecho de que algunas de las sepulturas se prolon- guen por debajo de los muros del templo. – Aunque las obras posteriores enmascaran la relación estratigráfica directa entre el muro que delimita el recinto septentrional que nos ocupa y la fábrica de la iglesia, sabemos que es el siguiente elemento construido porque sobre él se cargaron, tanto el cuerpo inferior de la torre, como la capilla funeraria de Santa Ana. – La citada capilla se construyó durante el segundo cuarto del siglo XVI3.

1. Datos concretos sobre las características del muro y del recinto se recogen en: ÁLVAREZ CLAVIJO, P.: Excavaciones en Tirgo. Campaña de 1997. Estrato, nº 9. Logroño. Gobierno de La Rioja, 1998, pp. 54-61. 2. CANTERA MONTENEGRO, M.: Santa María la Real de Nájera. Siglos XI-XIV. Madrid. Universidad Complutense. Colección Tesis Doctorales, nº 11/87, 1987, pp. 194-195. 3. ÁLVAREZ CLAVIJO, Mª T.: Tirgo: Iglesia parroquial de El Salvador y otras construcciones de la villa. Estrato, nº 9. Logroño. Gobierno de La Rioja, 1998, pp. 67-68.

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Foto 1. Tirgo. Muro del cortijo, adosado a la iglesia parroquial del Salvador.

– Carecemos de datos concluyentes sobre la fecha de construcción de la torre, aunque se apunta que, al igual que la capilla de los Remedios y la sacristía, pudo ser levantada en las últimas décadas del siglo XVI4. – En fechas posteriores, que pueden llegar hasta el siglo XIX, se irían constru- yendo la serie de edificios apoyados contra el lienzo de sillería, y abiertos a la calle Campanas, ahora desaparecidos. Vemos así que, en función de la cronología relativa derivada de la secuencia constructiva, sólo estaríamos en condiciones de afirmar que la estructura que nos interesa debió construirse después que el cuerpo románico de la iglesia y antes que la capilla de Santa Ana, es decir, entre el siglo XIII y comienzos del XVI. La excavación practicada en el interior del recinto aportó algunos datos sobre los usos del mismo. En primer lugar, confirmó que la fábrica del muro también se superpuso al nivel de enterramientos anterior a la iglesia románica, ya que las tum- bas se extendían, con orientación divergente, más allá del lienzo. Además, se loca- lizaron elementos arquitectónicos amortizados que, por su tipología, pudieron co- rresponder al edificio religioso que precedió a la iglesia del Salvador. Pero, la

4. Vid nota 3.

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Foto 2. Tirgo. Recinto del cortijo, en parte ocupado por la capilla de Santa Ana, construida a principios del siglo XVI.

única función específica documentada dentro del espacio delimitado fue la funera- ria, ya que, constreñidas entre el lienzo y la iglesia se localizaron una serie de in- humaciones, carentes de señalización y delimitación, cuya valoración cronológica es dudosa. Lo que parece seguro es que el muro, dada su entidad, no debió ser construido para servir como mero delimitador de un recinto funerario y, más bien, todo indica que el espacio fue reaprovechado en un momento en el que perdió su primitiva función. Dado que, en el relleno cortado por las fosas para los enterra- mientos, aparecieron varios fragmentos de cerámica de pasta gris, bien torneada, y una moneda, todo ello datable en el siglo XIV, se intuye que este espacio pudo ser utilizado en torno a dicha centuria, antes de su amortización con fines funerarios. En una primera instancia, ni las características morfológicas de la estructura –un muro ciego de 1,30 m de espesor, con careado de sillería al exterior y al interior–, ni los datos aportados por el estudio arqueológico, ni siquiera la información obtenida tras revisar las fuentes escritas disponibles, permitían determinar cuál fue la razón

460 EL CORTIJO DE TIRGO: APUNTES SOBRE SU CRONOLOGÍA, FUNCIÓN Y PARALELOS que motivó la construcción de este recinto. Una nueva vía de investigación se abrió al saber que los habitantes de Tirgo conocen este espacio como el cortijo.

2. El concepto de cortijo en la baja Edad Media En la actualidad, el término cortijo nos remite al ámbito agropecuario del sur de España, tal como refleja el Diccionario de la Real Academía: “En Andalucía y Ex- tremadura, extensión grande de campo y el conjunto de edificaciones para labor y vivienda”. Sin embargo, varios trabajos generales sobre arquitectura militar medieval, pu- blicados durante la década de 1990, convinieron en que esta denominación tam- bién se aplicaba a determinados recintos localizados en el ámbito rural, y adscritos temporalmente a la Edad Media, a los que se atribuía una funcionalidad defensiva5. Siguiendo esta pista, fue posible reunir una serie de referencias cir- cunscritas al ámbito de la cuenca alta del Ebro que hablaban de la existencia de to- pónimos, noticias históricas y morfologías urbanísticas, vinculadas a esta segunda acepción del término, que venían a confirmar tales valoraciones6. Para apoyarlas, se traían a colación algunas referencias de interés para comprender el campo se- mántico del término cortijo en aquellos siglos. Entre ellas, cabe reiterar la que apa-

5. MOYA VALGAÑÓN, J. G.; RUIZ-NAVARRO PÉREZ, J.; ARRÚE UGARTE, B.: Castillos y fortalezas de La Rioja. Logroño. Cajarioja, 1992, pp. 63-64. MARTINENA RUIZ, J. J.: Castillos reales de Navarra (siglos XIII al XVI). Pamplona. Gobierno de Navarra, 1994, pp. 217-218 y 557. En la misma línea, también se inscribe la valoración reflejada en: COBOS GUERRA, F.; DE CASTRO FERNÁNDEZ, J. J.: Castilla y León. Castillos y fortalezas. León. Edilesa, 1998, p. 18: “En el medio rural, restos de casonas con recintos que albergaban edificaciones agríco- las, referidos normalmente en la documentación medieval como “cortijos”, cumplían funciones defensivas”. 6. Sobre todo ello se dio cuenta en: ÁLVAREZ CLAVIJO, P.: “Los cortijos del Alto Ebro. Es- tructuras defensivas bajomedievales en el ámbito rural”. I Symposium de Arqueología Medieval. Homenaje al Profesor Manuel Riu (Berga, 25 a 28 de marzo de 1998). Puestos en contacto con el Prof. Padilla, coordinador del mismo, nos indica que pese al retraso acumulado, se prevé la publicación de las actas correspondientes durante el año 2005. Lógicamente, el tiempo transcu- rrido desde entonces ha permitido que las valoraciones allí vertidas se hayan visto superadas por trabajos como los desarrollados por el profesor Villegas, de la Universidad de Granada, quien mantiene una línea de investigación sobre el tema, centrada, especialmente, en el ámbito anda- luz, y a quien debo agradecer que se pusiera en contacto conmigo y me hiciera llegar sus publi- caciones sobre el tema: VILLEGAS DÍAZ, L. R.: “Sobre el cortijo medieval: Para una propuesta de definición”. Aragón en la Edad Media, XIV-XV (Homenaje a la profesora Carmen Orcástegui Gros). Zaragoza. Universidad de Zaragoza, 1999, pp. 1609-1626; ídem: “Los cortijos en el siste- ma defensivo de la frontera”. Actas de los III Estudios de Frontera: Convivencia, defensa y co- municación en la Frontera (Alcalá la Real, 18 al 20 de noviembre de 1999). Jaén. Diputación Provincial de Jaén, 2000, pp. 811-834.

461 PEDRO ÁLVAREZ CLAVIJO rece en un pasaje de la Primera Crónica General, de Alfonso X, el Sabio, cuando describe la batalla de los Campos Catalaúnicos7: “... los ugnos otrossi pararon sus azes muy bien ordenadas et tomaron ellos la delantera con Athila el su rey; et seye Athila en medio dellos encerrado en un corral que fizo aderredor dessi de carretas et de çarzos, et guardavan lo los ugnos arrededor... E pero que estava el rey Athila encerrado en aquel cortijo, andava por el much acucioso, catando a todos et esforçando los suyos et avivandolos a la batalla.” Destaca en esta cita la sinonimia entre corral y cortijo, unidos por la idea del es- pacio cercado que, tres siglos más tarde, podemos seguir en Covarrubias a través de un tercer sinónimo, cortinal, al que define como “un pedaço de cercado, de la palabra “chortos”, heno, y de allí cortijo, porque crían en ellos la yerva o sirve de arsenal”8. Efectivamente, la palabra griega cortov ς se define como lugar cerrado, recinto o patio, y cabe relacionarla etimológicamente con el término latino cohors, –ortis, cuya primera acepción se traduce como recinto, patio o corral9. Es muy probable que de la evolución de este vocablo surgiera en latín medieval la palabra curtis, que aparece en la documentación altomedieval leonesa, vinculada a contex- tos de hábitat cercado10, y que el profesor Villegas propone como posible origen del castellano cortijo, aunque, como él mismo sugiere, su campo semántico haya ido modificándose con el paso del tiempo11. La presencia de este vocablo romance no se generaliza en la documentación hasta que, en el siglo XIII, el roman paladino comienza a sustituir como lengua escrita al latín. Una de las referencias más tempranas se remonta al año 1223 y cita un cortijo en la localidad manchega de Alcázar de San Juan12. Sin embargo, no ha-

7. MENÉNDEZ PIDAL, R.: Cronica Adefonsis Imperatoris: Primera Crónica General de Espa- ña. Tercera reimpresión de la edición príncipe de 1906. Madrid, 1977, Tomo I, Capítulo 413, pp. 234-237. 8. COVARRUBIAS, S. de: Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Facsímil de la edición de 1943 por Martín de Riquer. Barcelona. Ed. Alta Fulla, 1998(4), p. 364. 9. SEGURA MUNGUÍA, S.: Diccionario etimológico latino-español. Madrid. Ed. Anaya. 1985. 10. BENITO MARTÍN, F.: La formación de la ciudad medieval. Valladolid. Universidad de Valla- dolid, 2000, p. 146: “Ya se ha descrito... la composición de las “villae” como núcleos básicos de explotación agrícola que agrupaban una o varias cortes. Estas cortes, unidades básicas de habi- tación y explotación, comprendían un complejo y completo programa de vivienda y elementos anejos (corral, cilla, granero, cuadras) incluidos dentro de una cerca que los independizaba de los restantes. Esta composición de las cortes y villas es muy conocida y repetida en los documen- tos altomedievales, puesto que los diplomas de venta o donación de las colecciones de los gran- des monasterios son muy expresivas de todos los bienes que comprendían estos núcleos.” 11. VILLEGAS DÍAZ, L. R.: “Sobre el cortijo medieval...”, p. 1626. 12. Ibid. Nota 12.

462 EL CORTIJO DE TIRGO: APUNTES SOBRE SU CRONOLOGÍA, FUNCIÓN Y PARALELOS bría que descartar que términos latinos presentes en textos más antiguos pudiesen designar elementos asimilables a los que luego se conocerían como cortijos. Sería el caso de vocablos como el antes citado, curtis, o como munitio, reflejado entre los siglos X y XII en fuentes como la Crónica de Alfonso III o la Crónica Najeren- se. Esta última, no describe los rasgos de las munitiones pero sí admite su carácter de fortificaciones, diferenciándolas de los castella13.

3. Evolución del concepto de cortijo en el área návarro-riojana Partiendo de las informaciones disponibles, puede apuntarse que, en los territo- rios de la cuenca alta del Ebro, el cortijo era, dentro de los cascos urbanos, un es- pacio singular cuya función y valoración fueron evolucionando a partir de una aplicación relacionada inicialmente con la defensa. Aunque la reseña más antigua de la que tenemos noticia se data en 1306 y trata del cortijo de San Juan, próximo a Logroño, en el cual tuvo lugar un hecho de armas14, no parece aventurado suponer que la realidad física de los cortijos pudiera tener sus raíces en momentos anteriores. Con todo, carecemos de bases para ase- gurar que la aparición de dicho elemento pudiera remontarse más allá del siglo XIII. En este sentido, sabemos, por la documentación escrita y por las evidencias arqueológicas, que en algunos lugares en los que en momentos posteriores existie- ron cortijos, no había rastro de los mismos antes de dicha centuria. Esta es la situa- ción que se deduce de la secuencia constructiva analizada en el caso de Tirgo y que puede hacerse extensiva a la cercana población de Villaseca. Allí, también existe una iglesia originalmente románica –la de San Román-, aunque modificada en siglos posteriores, emplazada en una pequeña elevación. Frente a su pórtico, ubicado en el lado meridional de la fábrica, se abre una plaza cuadrada, delimitada por edificaciones que se adaptaron al desnivel de las laderas occidental, meridio- nal y oriental (esta última, hoy despejada). El acceso al recinto se realizaba desde el oeste por una puerta bajo arco apuntado, al exterior, y rebajado al interior, abier- ta en un grueso muro de sillería. Dominando este paso, se alza la torre de la igle- sia, cuyos cuerpos inferiores fueron construidos a la par que el lienzo en el que se abre la puerta. Todas estas construcciones parecen añadidas al templo que, como el de Tirgo, sería construido entre fines del siglo XII y comienzos del XIII (foto 3). Un caso similar debe ser el de . Esta población riojalteña se constitu- yó a partir de dos núcleos preexistentes que, en 1134, fueron donados por Alfonso

13. PÉREZ DE TUDELA Y VELASCO, Mª I. y OTROS: Arquitectura militar castellano-leone- sa. Significado histórico y glosario (siglos VI-XIII). Madrid. Castellum, 1991, pp. 113-114. 14. ANDRÉS VALERO, S.: Documentación medieval del Archivo Municipal de Logroño (I). Cuadernos de Investigación de Historia y Geografía, V-1. Logroño. Colegio Universitario de Lo- groño, 1979, p. 115.

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Foto 3. Villaseca. Acceso al cortijo adosado a la iglesia de San Román.

VII al monasterio de San Millán de la Cogolla. Cuando se describe el lugar en el documento de donación, se habla de dos iglesuelas con sus cementerios y de dos solares yermos, llamados Quintana y Poblador15. Las iglesias referidas eran la de San Martín y la de Santa María. Actualmente, sólo la primera continúa en pie, como parroquial de la villa. Se ubica en el extremo meridional del casco urbano, sobre una pequeña prominencia que, como en el caso de Villaseca, queda rodeada por edificios que salvan el desnivel perimétrico y delimitan un recinto de tenden- cia circular. Pues bien, en 1506, se nos da noticia de que dicho recinto se denomi- naba cortijo e incluía la iglesia y su camposanto16. Aunque debamos recurrir al ar-

15. LEDESMA RUBIO, Mª L.: Cartulario de San Millán de la Cogolla (1076-1200). Zaragoza. IER/Anubar, 1989, Doc. 364 (1134, mayo, 12): “... Dono etiam in Fonte Lactis duas ecclesiolas cum suis cimiteriis et in doubus locis eiusdem ville duos solares heremos pernominatos solares de Quintana et solares de Poblador, cum sua hereditate...” 16. COOPER, E.: Castillos señoriales de Castilla. Salamanca. Junta de Castilla y León. 1991. Tomo II. Documento nº 300, datado en 1506 y conservado en el Registro General del Sello del Archivo General de Simancas.

464 EL CORTIJO DE TIRGO: APUNTES SOBRE SU CRONOLOGÍA, FUNCIÓN Y PARALELOS gumento ex silentio, cabe suponer que si, en 1134, hubiese existido el cortijo o un elemento asimilable, en el texto de la donación se habría hecho referencia a él. Circunstancias parecidas pueden entreverse en el caso de San Vicente de la Son- sierra. Las referencias al cortijo de la villa se condensan en el siglo XIV y parecen ponerlo en relación con la fortaleza que dominaba el lugar. Sin embargo, la cons- trucción de dicho castillo no se iniciaría hasta fines del siglo XII; quizás, después de que Sancho VI de Navarra diera fueros a la población, en 1172. Por esas fechas se cita a Ferrant Moro como tenente de San Vicente, y se indica que estaba cons- truyendo la fortaleza17. Ante el silencio de las fuentes y la ausencia de pruebas arqueológicas anteriores al siglo XIII, sólo es posible analizar la evolución que sufre el concepto de cortijo, en el área navarro-riojana, a partir del siglo XIV, momento en el que las referen- cias escritas proliferan sobre manera. En un primer estadio, coincidente con las apariciones del término en documen- tos de dicha centuria, el cortijo se presenta como un espacio cercado intencionada- mente que da respuesta a una clara necesidad defensiva. Estaríamos, por tanto, en la órbita del sentido dado a la palabra en el texto alfonsino. Cabe traer a colación ejemplos como los de San Vicente de la Sonsierra, Andosilla o Larraga, todos, bajo jurisdicción navarra. En San Vicente, los vecinos del arrabal, extramuros de la fortaleza, vieron cómo hubo que derribar sus casas durante la guerra contra Casti- lla (1368-1373) y, a cambio, se asentaron en los casales del cortijo y la fortaleza de la villa18. Idénticas circunstancias se describen, en 1366, en los casos de Andosilla y Larraga. En la primera, se trataba de habilitar un cortijo situado junto al castillo para que sirviera de refugio a la población de la villa, mientras que, en la segunda, las previsiones afectaban también a los vecinos de la cercana población de Berbin- zana: “... que el cortijo et fortaleza que es cerca el castiello de la villa de Larraga sea reparada et fortificada en manera que las gentes del dicho logar et los de la villa de Beruinçana se puedan en ella con su bienes defender et saluar”19. En el marco de esta concepción del cortijo deben inscribirse las numerosas refe- rencias a la construcción de cercas durante las primeras décadas del siglo XIV, que afectan, sobre todo, a las aldeas riojanas. En esta lista entrarían Leza, cercada en 1314, -Oriemo, en 1316, Santa Coloma, en 1323, Badarán, en 1326, o Gorejo, aldea de Miranda de Ebro, en 133920. De estos ejemplos se trasluce que,

17. MARTÍN DUQUE, Á. J.: Documentación medieval de Leire (siglos IX a XII). Pamplona. Institución Príncipe de Viana, 1983, p. 428 (doc. 331): “Factum est hoc donatiuum anno quo Fe- rrant Moro tenebat Sanctum Vincencium et faciebat castellum”. 18. MARTINENA RUIZ, J. J.: Castillos reales de Navarra..., pp. 559-560. 19. Ibid., pp. 557-558. 20. Las referencias correspondientes se recogen en el trabajo presentado en su día en el Simpo- sio de Berga, citado en la nota 6.

465 PEDRO ÁLVAREZ CLAVIJO en aquellos momentos, se concitaron unos factores de inseguridad desconocidos anteriormente, que obligaron a adoptar medidas de protección inéditas hasta en- tonces. Resultan muy gráficas, por ejemplo, las razones esgrimidas por el rey Al- fonso XI cuando, en 1326, autorizó al lugar de Lagunilla de Jubera, dependiente del monasterio de San Prudencio de Monte Laturce, para que se cercase21: “Sepades que el abbat de Sant Prudencio me embio mostrar en como ant que vos poblassedes, que poblaredes en un val muy peligroso e muy fondo entre unas sierras mucho altas, en manera que al tiempo del yvierno, con las gran- des aguas, que se movian las peñas et que derrivaban las cassas. Et por esta razon, que el dicho abbat que vos dio en su heredamiento en que poblaredes; et agora vos que poblastes en el dicho heredamiento e que no es aun cercado. Et por esta rasson, que rescevides muy grandes males e daños e robos et tomas et quemas e fuerzas de cavalleros et de escuderos et de otros omes fi- josdalgo et de los navarros en guissa que vos non podedes amparar dellos. Et que se yerma el dicho lugar. Et que me enviaba pedir por merced que vos embiasse mandar que vos cer- cassedes en guissa que vos pudiesedes amparar et defender de los malfecho- res...” En los casos de las aldeas reseñadas, los documentos sólo hablan expresamente de cercar o de construir una cerca para proteger núcleos habitados preexistentes. Sin embargo, a tenor de lo expuesto en un texto de 1394, referido al lugar de Leza, parece deducirse que el espacio cercado era lo que se entendía como cortijo22. Es muy probable que las causas que movieron a la edificación de las cercas do- cumentadas fueran las que obligaron a construir otros cortijos, como los de Tirgo, Villaseca o Fonzaleche, para los que carecemos de pruebas escritas, aunque las se- cuencias constructivas obligan a pensar que se delimitaron a partir del siglo XIII. Con el paso del tiempo, aunque se diluyeron los motivos de la inseguridad que los habían generado, los cortijos continuaron siendo elementos diferenciados y re- conocibles dentro de la trama urbana, como indican las precisiones topográficas sobre ubicaciones dentro o fuera de los mismos. Sin embargo, la percepción de la función de estos recintos evolucionó desde una concepción más bien castrense a otra de tipo cívico, confirmada por referencias como la datada en 1421, que atañe a las aldeas de Villaporquera –hoy, –, Negueruela –hoy, despoblado–

21. GARCÍA TURZA, F. J.: Documentación medieval del monasterio de San Prudencio de Monte Laturce (siglos X-XV). Logroño, IER, 1992, p. 110, doc. Nº 103. 22. Archivo Histórico Nacional: Clero. Leg. 2.862, lib. 2, doc. 70. Transcripción de Pedro Pérez Carazo, incluida en su tesis doctoral, inédita, sobre el dominio del Monasterio de Monjas Ber- nardas de : “E mando la mi casa del Cortijo de Leza ha Santa María del Plano para ospi- tal”.

466 EL CORTIJO DE TIRGO: APUNTES SOBRE SU CRONOLOGÍA, FUNCIÓN Y PARALELOS o el propio Zarratón, cuyos vecinos son llamados a concejo y se reúnen en los por- tales de sus respectivos cortijos23. Paralelamente, a la vez que desaparecían las referencias al recinto refugio, en los textos proliferaban las informaciones acerca del uso dado a los espacios inte- riores, que apenas se diferenciaba ya del que se aplicaba en los exteriores. Esta evolución, apuntada en el caso de Leza, antes referido24, parece confirmada, sobre todo, por documentos de la segunda mitad del siglo XV, en los que se encuentran noticias sobre casas o instalaciones agropecuarias situadas dentro de los cortijos. Así, sabemos que María Sánchez tenía unas casas en Zarratón, situadas en el “Cortiio de fuera” y que, en 1460, las vendió al hospital de Santo Domingo de la Calzada. Diecisiete años más tarde, Juana García, legó a sus hermanas “... la bo- dega e camara que es en el Cortyio de Çarraton a sulco de la iglesia de Sant Juan...”25. En la misma línea, sabemos que, en 1481, Symuel Chacón, judío de Haro, compró en Cuzcurrita “... una bodega en el cortijo a surco de Juan de Pedro Diaz”, pero que en 1493 ya la había vendido a Pedro Ximenez de Enciso, arcedia- no de Logroño, quizás apremiado por las disposiciones reales que provocaron la expulsión de los judíos. En esta segunda referencia se precisa más su ubicación: “... una bodega en el Cortixo que ha por linderos de una parte las dichas casas de Sancho Feruias e de la otra parte iunta a la çerca de la dicha villa...”26. Casi medio siglo después, todavía encontramos alusiones a cortijos bien diferenciados en las tramas urbanas, como la datada en 1537 y referida al lugar de Ábalos, en la Sonsierra de Navarra. Allí, entre los bienes del Cabildo de San Vicente de la Son- sierra se inventariaron: “... unas cassas que llaman abadia dentro del cortijo de la Iglesia...”27. A partir del siglo XVI, el desarrollo de los núcleos de población y la renovación de los caseríos terminarán por engullir o hacer desaparecer materialmente los anti- guos cortijos. Así, es muy plausible que, por ejemplo, cuando en dicha centuria se generalice la construcción de grandes iglesias parroquiales, este proceso propicie la eliminación o alteración de algunos cortijos ubicados en torno a los pequeños

23. LÓPEZ DE SILANES, C.; SÁINZ RIPA, E.: Colección Diplomática Calceatense (1207- 1498). Logroño, IER, 1989, p. 126 (doc. 45). 24. Vid nota 22. 25. LÓPEZ DE SILANES, C.; SÁINZ RIPA, E.: Colección Diplomática Calceatense: Archivo Catedral (1451-1499) y Archivo del Hospital (1431-1497). Logroño, IER, 1992, pp. 197 (doc. 14) y 206 (doc. 16). 26. SÁINZ RIPA, E.: Colección Diplomática de las Colegiatas de Albelda y Logroño. Tomo II, Siglo XV. Logroño, IER, 1983, p. 273 (doc. 346) y p. 339 (doc. 361). 27. Archivo de la Cofradía de la Vera Cruz de San Vicente de la Sonsierra: Libro de acuerdos, inventarios, etc. del Cabildo General de San Vicente de la Sonsierra, 1524-1632. Libro 2, folio 3 rº-vº.

467 PEDRO ÁLVAREZ CLAVIJO templos preexistentes, como pudo ocurririr en Zarratón o en Ábalos. No obstante, en algunos casos, su recuerdo quedará reflejado en la nomenclatura de calles o pla- zas, pese a que el sentido originario del término haya sido olvidado por sus habi- tantes. En ocasiones, estas denominaciones han perdurado hasta el presente. En la actualidad, los cortijos medievales son más un tema de estudio que reali- dades físicas evidentes, de modo que, junto a las pesquisas acerca de referencias documentales o de reliquias toponímicas, se ha abierto un nuevo campo de investi- gación que tiene su base en el análisis de las tramas urbanas para tratar de diluci- dar su desarrollo histórico. La disponibilidad de métodos de restitución planimétri- ca y aerofotográfica facilita este tipo de trabajos, en los que la geometría debe ir de la mano de la topografía y de la información histórica para valorar adecuada- mente las figuras del parcelario. En el caso de los cortijos, podemos suponer que son elementos generadores de una determinada figura urbana y que, de algún modo, han podido quedar fosilizados en el desarrollo de los cascos urbanos, condi- cionando también sus pautas de expansión. Aquí, entramos en una cuestión ardua porque, previamente, habría que determinar cómo eran los cortijos.

4. Rasgos morfológicos y tipológicos de los cortijos 4. navarro-riojanos Todo parece indicar que bajo el calificativo de cortijo, con el común denomina- dor inicial de reducto defensivo, se escondía una variada muestra de tipologías, y dentro del área estudiada pueden reconocerse las siguientes: a) El cortijo-albacara. b) El reducto creado en torno a la iglesia parroquial. c) La aldea cercada. d) El reducto de repoblación. Una primera diferenciación entre ellas vendría señalada por la existencia o no de condicionantes previos a la composición del cortijo, como un asentamiento an- terior o la existencia de algún castillo o fortaleza más antiguo. En este caso, si existiese un modelo teórico de cortijo, es de suponer que éste se aplicaría en aque- llos lugares en los que no existieran dichos condicionantes. En el grupo de los denominados cortijos-albacara, se incluirían aquellos corti- jos surgidos en torno a castillos y fortalezas preexistentes. Su función, a tenor de lo expresado en la documentación, se asimilaría con el que, tradicionalmente, se ha asociado a los recintos conocidos como albacaras, en los que se refugiarían las poblaciones del entorno de la fortificación en momentos de peligro. Como ilustran claramente los ejemplos de San Vicente de la Sonsierra, Andosilla o Larraga, antes citados, estos recintos no estaban concebidos inicialmente como solares para el

468 EL CORTIJO DE TIRGO: APUNTES SOBRE SU CRONOLOGÍA, FUNCIÓN Y PARALELOS asentamiento definitivo de las poblaciones, aunque en su evolución posterior, el caserío haya terminado por invadirlos. Por lo que respecta a la morfología de estos reductos, debemos suponer que venía determinada por las características del emplazamiento de los castillos a los que se asociaban. Conocemos bastante bien el caso de San Vicente de la Sonsierra, cuyo castillo se erigió en la cima de un cerro testigo que domina el río Ebro. Su cortijo era un recinto bastante amplio que se extendía por las vertientes meridional y oriental del cerro, abrazado por una cerca de la que quedan algunos tramos origi- nales, construidos con careado de sillería de arenisca y provistos de cubos macizos cuadrangulares. La entidad de la fábrica, propia de una muralla en toda regla, se corresponde con la importancia estratégica de la plaza para la defensa de los con- fines sudoccidentales de Navarra frente a Castilla (foto 4). No todas las cercas tendrían esta calidad constructiva. En Araciel, por ejemplo, en 1362, se utilizaron maderas y tierra para reconstruir el cortijo en torno al casti- llo, de lo que se deduce que las paredes serían de tapial. Antes de la reforma, con- taba con un andamio y con almenas que fueron desmontadas durante las obras28.

Foto 4. San Vicente de la Sonsierra. El cortijo era el espacio cercado que se sitúa debajo de la iglesia parroquial (La Rioja desde el cielo. Ed. Banco de Santander. 1994).

28. MARTINENA RUIZ, J. J.: Castillos reales de Navarra..., p. 217.

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Un segundo grupo de cortijos incluye a los que surgieron aprovechando tam- bién la presencia de un edificio preexistente que, en este caso, no era un castillo sino una iglesia. Esta práctica se encuentra bien documentada en La Rioja Alta, tanto por las fuentes escritas, como por las evidencias materiales. Se trata de una comarca que, como parecen indicar los estudios arqueológicos, debió contar con una importante red de asentamientos altomedievales. Presumiblemente, el auge de las peregrinaciones a Santiago y la constitución del burgo de Santo Domingo de la Calzada pudieron propiciar el desarrollo de estas comunidades, hasta el punto de permitirles costear la construcción, entre los siglos XII y XIII, de numerosas igle- sias románicas, de buena fábrica, emplazadas en puntos destacados sobre el case- río. No es de extrañar que cuando, a partir del siglo XIII, se generalizaron las si- tuaciones de inseguridad, las gentes de estas aldeas recurrieron a dichos edificios para organizar sus refugios. En el caso de Tirgo, nos encontramos con una de las soluciones más sencillas, pues se reduce a la construcción de un pequeño recinto adosado al templo del Salvador. Presenta, con todo, un dato interesante: el lienzo que lo delimita está provisto, en su cara interna, de una hilada de mechinales origi- nales que cabría poner en relación con la existencia de un andamio, a modo de adarve, como el que se citaba en el cortijo navarro de Araciel. Más entidad debía tener el cortijo de Fonzaleche, cuya idiosincrasia conocemos por un documento de 1506, relativamente tardío pero muy ilustrativo: “... Pedro Sanchez de Arana por si y en nombre de Juan de Vergara vesinos del logar de Fonçaleche que es en la merindad de Rioja nos fiso rrelacion... que el dicho su parte tiene sus casas en el dicho logar dentro del cortijo del e dis (que) por (que) las puertas de las dichas casas salen al cimenterio y sa- grado de la yglesia del dicho logar acordaron de pasar las dichas puertas a otra parte e dis que uno que se dize Juan de Vergara... tomo la puerta del dicho cortijo por donde todos salen e entran...”29. De estas líneas se deduce que el recinto englobaba a la iglesia de San Martín y su cementerio y quedaba delimitado por una serie de viviendas, cuyos accesos se abrían al interior del recinto, de modo que sólo se podía llegar a ellas a través de la única puerta del cortijo. Mientras tanto, los muros traseros de las casas cumplían el papel de una verdadera cerca en torno al complejo. En este caso, como, parcialmente, en el de Villaseca, no sólo se aprovechó la fá- brica de la iglesia, sino también el espacio funerario previamente definido en torno a la misma. La existencia de estos cementerios perimétricos tiene sus raíces en una tradición que se remonta a la Antigüedad tardía, pero que, con certeza, sabemos que fue regulada en sucesivos concilios de la Iglesia Hispana, como el de Coyanza, en 1055, o el de Palencia, en 1129. Entre las disposiciones emanadas de estos cón-

29. COOPER, E.: Castillos señoriales de Castilla..., tomo II, pp. 1103-1104 (doc. 300).

470 EL CORTIJO DE TIRGO: APUNTES SOBRE SU CRONOLOGÍA, FUNCIÓN Y PARALELOS claves, destaca la que prescribía el carácter sagrado de los cementerios parroquia- les y garantizaba la protección de quienes se refugiasen en ellos30. Junto a estas ga- rantías de índole religiosa, es probable que, en lugares como Fonzaleche, las pro- pias condiciones topográficas contribuyesen a diferenciar estos espacios del resto de la población, facilitando de este modo que, cuando la coyuntura de inseguridad lo exigió, pudieran ser habilitados como recintos refugio. Un caso asimilable, aun- que pendiente de estudios detallados, sería el de Soto de Cameros, donde la ermita de la Virgen del Cortijo, cuya fábrica actual no parece anterior a la Edad Moderna, domina el caserío desde un otero bien defendido por el pronunciado desnivel de las laderas (foto 5). Un tercer tipo de cortijos lo forman aquellos núcleos de población ya constitui- dos que, en un momento dado, deben protegerse por una cerca perimétrica. Se in- cluirían aquí todas las aldeas que, según la documentación, debieron afrontar la in- seguridad generalizada a comienzos del siglo XIV: Leza, Ribafrecha, Santa Coloma, Lagunilla de Jubera, Badarán, etc.

Foto 5. Soto de Cameros. La ermita de la Virgen del Cortijo domina la población (La Rioja desde el cielo. Ed. Banco de Santander. 1994).

30. BENITO MARTÍN, F.: La formación de la ciudad medieval..., p. 250.

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En un principio, las cercas debían ser estructuras exentas que, presumiblemente, con el paso del tiempo, quedaron embutidas o, simplemente, desaparecieron como consecuencia del crecimiento de los cascos urbanos. Con todo, la lectura de algu- nos parcelarios sugiere que, en su diseño inicial, estas cercas no se limitaban a ro- dear los caseríos preexistentes, sino que delineaban perímetros regulares, quizás previendo un crecimiento del poblado dentro de los mismos. Pese a que, con el ul- terior desarrollo, los pueblos hayan superado claramente estos perímetros, su figu- ra ha quedado plasmada en los planos del parcelario. En el caso de Santa Coloma, por ejemplo, es posible reconocer un plano rectangular, en cuyo límite oriental to- davía subsiste un topónimo significativo: la calle Zagalacerca (foto 6). Más ilustra- tivo resulta el casco de , en cuyo parcelario se reconoce una zona circular, delimitada por las calles Partecortijo y Barbacana. Dentro del recin- to, además del caserío, se encuentra la iglesia parroquial, cuya fábrica actual se re- monta a comienzos del siglo XVI. La documentación del siglo XV revela clara- mente la función defensiva de la cerca, complementada por una cava o foso31.

Foto 6. Santa Coloma. El plano de la población quedó condicionado por la construcción de una cerca en 1323 (La Rioja desde el cielo. Ed. Banco de Santander. 1994).

31. GARCÍA TURZA, F. J.: Documentación medieval del monasterio de San Prudencio de Monte Laturce..., p. 149. (doc. 138, año 1459): “... a espaldas del cortixo de Villamediana, jun- tamente con la caba del dicho cortixo...”

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Por último, en el cuarto grupo, se encuadrarían aquellos cortijos que, al parecer, fueron concebidos sin que existieran elementos condicionantes, como los castillos, las iglesias o los caseríos ya asentados. La reveladora morfología de sendas man- zanas situadas en las localidades riojabajeñas de (foto 7) y (foto 8), respectivamente, pone sobre la pista de unos reductos planificados de tal modo, que la protección quedaba asegurada por la agregación de una serie de viviendas, cuyas fachadas traseras definirían el perímetro exterior de un círculo cerrado. En ambos casos, se ha conservado la toponimia alusiva: la plaza del Cor- tijo, en Tudelilla, y las calles del Cortijo y de la Cava, en Aldeanueva; y, aunque carecemos de documentación precisa sobre los orígenes de estos dos pueblos, se ha planteado la hipótesis de que, al menos el de Aldeanueva, naciera del asenta- miento relativamente tardío de colonos dependientes de algún dominio monásti- co32. De ser así, esta circunstancia justificaría que, desde un principio, la morfolo- gía del asentamiento se adaptase a las necesidades defensivas impuestas por una coyuntura hostil. A diferencia de lo anotado en el caso de los cortijos del tercer grupo, no parece que en estos ejemplos, dadas sus limitadas dimensiones, se construyera una cerca contra la que más tarde se apoyó el caserío, sino que, desde el primer momento, serían los propios inmuebles los que, como veíamos en Fonzaleche, delimitaron el reducto.

Foto 7. Tudelilla. Foto catastral de 1972 en la que se aprecia la manzana circular del cortijo.

32. DEL PRADO MARTÍNEZ, M. A.: El Archivo de la Parroquia de San Bartolomé en Aldea- nueva de Ebro (La Rioja). Logroño, IER, 1997, pp. 37-38.

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Foto 8. Aldeanueva de Ebro. El perímetro circular del cortijo quedó cortado, en la segunda mitad del siglo XVI, cuando se construyó la iglesia de San Bartolomé (La Rioja desde el cielo. Ed. Banco de Santander. 1994).

La elección de la forma circular, sin que existiera una clara determinación topo- gráfica para ello, responde a una nítida percepción de las bondades defensivas de la misma frente a otras posibilidades que, al generar esquinas, propiciaban la apa- rición de ángulos muertos. Precedentes relativamente cercanos de este concepto urbanístico y defensivo los encontramos en algunas poblaciones fundadas por Al- fonso I el Batallador en la Extremadura aragonesa. Destacan los casos de Monreal de Campo, asentada en 1124, y de Cella, que lo fue en 1127. En ambos lugares, los núcleos originarios se caracterizan por presentar un caserío reducido y com- pacto, distribuido circularmente en torno a un espacio central despejado33.

33. BETRÁN ABADÍA, R.: La forma de la ciudad. Las ciudades de Aragón en la Edad Media. Zaragoza. Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón, 1992, pp. 417-423.

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5. Los cortijos y el poder La decisión de cercar una aldea o construir un cortijo estaba relacionada con la existencia de problemas de seguridad, pero conviene determinar quiénes eran, en la zona estudiada, los actores con potestad para tomarla. En el caso de Navarra, las peculiares características de un reino cuyo territorio quedó, a partir del siglo XIII, constreñido entre los poderosos vecinos castellanos, aragoneses y franceses, propiciaron que las cuestiones relativas a la defensa fue- sen, en ese tiempo, competencia casi exclusiva de la Corona. De hecho, buena parte de los castillos y fortalezas navarros pasaron a ser de titularidad real a lo largo de los siglos XIII y XIV34. No es de extrañar, por tanto, que la mayoría de las referencias a cortijos, muy abundantes durante el siglo XIV, estén relacionadas con disposiciones reales acerca de la construcción o acondicionamiento de los mismos. Como vimos, dichos cortijos suelen estar asociados a castillos o fortalezas preexis- tentes y se encuentran vinculados, por tanto, a las estrategias diseñadas por la mo- narquía navarra para controlar militarmente su territorio y hacer frente a la amena- za exterior. En cuanto a los territorios riojanos situados en la margen derecha del Ebro que, salvo episodios puntuales, quedaron definitivamente encuadrados dentro del Reino de Castilla desde 1179, conviene destacar que, como en Navarra, la proximidad de una línea fronteriza cuestionada constituía un foco de inestabilidad evidente, aun- que no era éste el único factor de inseguridad que incidía sobre esta zona. A la par que él y, en ocasiones, con más virulencia, se manifestaba un fenómeno conocido en otros territorios castellanos, en el que se veían implicados desde bandoleros hasta miembros de linajes nobiliarios, que aprovechaban la debilidad del poder real para hostigar los dominios de monasterios y villas35. Precisamente, unos y otras conformaban dos instancias de poder que, en respuesta a estas agresiones in- ternas, propiciaron la proliferación de estructuras defensivas en sus dominios. Esta es la razón por la que, en su mayoría, los cortijos y reductos asimilables documen- tados en La Rioja haya que relacionarlos con asentamientos rurales que no alcan- zaban la categoría de villazgo. Buena parte de estos núcleos se encontraban bajo jurisdicción de los principales abadengos de la región, como consecuencia de las generosas donaciones realizadas a los mismos por los monarcas navarros y caste- llanos, desde los siglos X y XI. Por este motivo, los aldeanos no podían proceder a la construcción de las cercas sin obtener la previa autorización de los abades, ava- lada, en ocasiones, por una sanción real que, en apariencia, era meramente proto-

34. MARTINENA RUIZ, J. J.: Castillos reales de Navarra..., p. 119. 35. VALDEÓN BARUQUE, J.: Los conflictos sociales en el reino de Castilla en los siglos XIII y XIV. Madrid. Págs. 54-60. MORETA, S.: Malhechores feudales. Violencias, antagonismos y alianzas de clases en Castilla, siglos XIII y XIV. Madrid, Cátedra, pp. 104-105.

475 PEDRO ÁLVAREZ CLAVIJO colaria. Ya se hacía referencia anteriormente al caso de Lagunilla de Jubera, de- pendiente del monasterio de San Prudencio de Monte Laturce, pero lo mismo su- cede, por ejemplo, en 1314, cuando el concejo de Leza se declaraba vasallo del monasterio de Santa María la Real de Nájera y reconocía que: “... fizisteis gran bien et merced a nos... en que nos mandastes cercar de nuevo en Leza...”36. En la misma línea, en 1326, es el abad de San Millán de la Cogolla el que decide reunir a varias poblaciones dispersas de su valle en el lugar de Badarán, y permitirles que se protejan con una cerca37. Había un segundo grupo de cortijos ubicados en aldeas que no dependían de los monasterios sino de las villas realengas, las cuales, desde el siglo XIII, se estaban constituyendo como un poder territorial emergente, con vocación de desempeñar un dominio quasi señorial sobre su entorno rural. Es el caso de Logroño, bajo cuya jurisdicción se encontraban las aldeas de Villamediana de Iregua y de San Juan, ci- tada desde 1306 como el Cortijo de San Juan, o el de la villa de Navarrete que, en 1325, compró el lugar de , con su torre y su cortijo38. Finalmente, carecemos de datos ciertos que permitan asegurar si alguna comu- nidad aldeana pudo haber gozado de autonomía para cercarse, bajo la única juris- dicción de la Corona. No obstante, este podría ser el caso de Negueruela, Villapor- quera y Zarratón, porque en un documento de 1421, relativo a un pleito que mantenían con la villa de Santo Domingo de la Calzada, no se menciona su depen- dencia de señorío alguno, cosa que sí se hace con otras localidades implicadas, como Cidamón y Hormilla39. Al autorizar a sus aldeas para que se cercasen, los monasterios y las villas rea- lengas corrían ciertos riesgos porque se facilitaban medios a sus dependientes para que se insubordinasen. Pero el mayor peligro residía en que las fortificaciones fue- sen aprovechadas por enemigos declarados de ambos señoríos, como de hecho su- cedió en Leza, donde, Juan Alfonso de Haro, hijo del señor de Cameros, se encas- tilló durante años, beneficiándose del cortijo construido por los aldeanos en 131440. Aunque ya en una coyuntura histórica diferente, las prestaciones castrenses de otro cortijo, el de Fonzaleche, todavía fueron aprovechadas, en 1506, por un personaje díscolo que trató de hacerse fuerte en su interior: “... uno que se dize Juan de Vergara tiene una casa en el dicho logar [el cortijo] cabe la dicha yglesia

36. CANTERA MONTENEGRO, M.: Santa María la Real de Nájera..., p. 1074 (doc. 231). 37. GARCÍA DE CORTÁZAR, J. A.: Una aldea en La Rioja medieval: Aproximación metodoló- gica al caso de Badarán. Actas del II Coloquio sobre Historia de La Rioja. Zaragoza. Colegio Universitario de La Rioja, 1986, pp. 247-248. 38. Real Academia de la Historia: Colección Salazar y Castro. Tomo 28, M/1, fols. 36-37. 39. Vid nota 23. 40. CANTERA MONTENEGRO, M.: Santa María la Real de Nájera..., p. 1154 (doc. 266).

476 EL CORTIJO DE TIRGO: APUNTES SOBRE SU CRONOLOGÍA, FUNCIÓN Y PARALELOS la qual dis que ha fecho casa fuerte sin nuestra licencia con cubos y bobedas e tro- neras e saeteras almenas y cavas y que las ha juntado con el campanario e torre de la dicha yglesia para sojudgar la dicha yglesia e dis que tomo la puerta del dicho cortijo...”41.

6. Consideraciones finales A lo largo de las líneas anteriores se ha tratado de explorar las razones por las que, junto a la iglesia del Salvador de Tirgo, se construyó un muro de sillería de buena fábrica para delimitar un espacio cuya finalidad inicial resultaba incierta. Partiendo de la cronología relativa que se deducía de la secuencia constructiva, y de la denominación de cortijo, aplicada por los habitantes del lugar a este recinto, se ha analizado, por una parte, la evolución semántica de dicha de palabra y, por otra, los posibles paralelos para la estructura localizada en Tirgo, para terminar va- lorando las razones que pudieron justificar su construcción. A modo de conclusión, en primer lugar, conviene reseñar que, durante los siglos XIII y XIV y dentro de la zona navarro-riojana, con la voz cortijo se designaba un reducto defensivo vinculado a un núcleo de población, y nunca aislado en campo abierto, cuya misión era la de servir de refugio a personas y bienes en caso de pe- ligro. En segundo término, se constata que las fuentes históricas analizadas aplican esta denominación a cuatro tipos diferentes de recintos. Tres de ellos se caracteri- zan porque su morfología viene determinada por la existencia previa de construc- ciones de cierta entidad a las que se adaptan, como castillos, torres e iglesias, o bien, de caseríos ya consolidados que deben ser protegidos. El cuarto tipo, en cam- bio, recoge aquellos recintos creados ex novo y es el único en el que podría reco- nocerse la aplicación de un modelo preconcebido que respondiese a la idea abs- tracta de lo que debía ser un cortijo. Finalmente, cabe apuntar que, exceptuando los casos de algunos cortijos surgi- dos en jurisdicción navarra, como los de San Vicente de la Sonsierra, Andosilla o Larraga, que, en realidad, eran albacaras asociadas a castillos reales, donde encon- traban refugio los vecinos de poblaciones con categoría de villazgo, el grueso de los cortijos del área estudiada se pueden clasificar como reductos aldeanos y que, como tales, no estaban concebidos para formar parte de un sistema defensivo ge- neral, sino para hacer frente a problemas más localizados, que afectaban negativa- mente a las rentas de los señores de dichos lugares. El cortijo de Tirgo, población que, al menos hasta el siglo XII, pudo estar vinculada al dominio de Santa María la Real de Nájera, entraría en esta categoría.

41. Vid nota 29.

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