Lost Temporada 7

Carlos y Ana Belén

TSB Press 2

CAPÍTULO 1 La Isla (Parte I)

Máriam despertó algo cansada. La pasada noche había sido bastante agitada. No recordaba cuándo se quedó dormida, pero sin duda fue tarde. Guillermo no se encontraba con ella en la habitación. Máriam ni siquiera recordaba si su novio había dormido allí. Vestía un pijama de verano, camiseta de tirantes y pantalón corto. Se incorporó perezosa y caminó hasta el pequeño ventanal del camarote. El océano se abría ante ella. El color rojizo del amanecer reflejado sobre las tranquilas aguas le reconfortó. Una tímida sonrisa empezó a dibujarse en su rostro cuando, de repente, un fuerte estruendo de pasos y gritos irrumpió en sus pensamientos. El ruido venía del pasillo.

— ¡Nos Hundimos! — Máriam reconoció la voz de David — ¡Vamos a morir todos!

La joven se abalanzó sobre la puerta abriéndola con energía. Justo en- frente encontró a una somnolienta Zoe que también se había visto sobresalta- da por los ruidos. Las sonrisas de los chicos y las sonoras carcajadas de David delataban la broma. David, Álvaro y Jesús corrían perseguidos por Pablo y Héctor, aún afectados por los vapores del alcohol. A la sonrisa cómplice de Máriam acompañó el gesto torcido de Zoe, visiblemente molesta:

— ¿Por qué no se tiran por la borda y nos dejan dormir en paz? — Dijo mientras miraba a Máriam — ¡Menuda panda de borrachos!

Antes de volver a su dormitorio, Zoe esbozó una sonrisa resignada que divirtió a su amiga.

5 6 CAPÍTULO 1. LA ISLA (PARTE I)

— o —

El grupo de compañeros llevaba prácticamente una semana en aquel crucero. Las cosas iban bastante bien en el trabajo. Ese año la empresa invitó a sus empleados a unas jornadas de Team Building en un crucero durante quince días que, sin duda, estaba siendo un éxito. Aquel sábado era día libre para los chicos. Horas después del incidente en los pasillos, todos se encontraron en la cubierta del barco. Tomaban el sol en las tumbonas de la piscina. Algunos seguían riendo, por las caras que habían encontrado a su paso durante su paseo matutino. Serdula les miraba fijamente, divertido, con una medio sonrisa de incredulidad y negando con la cabeza.

— Qué mal estamos — sentenció mientras se llevaba la mano a la cara en una pose de fingida vergüenza ajena, arrancando las risas del grupo.

— No digas nada, si no te hubieses ido a acostar tan pronto te habrías venido con nosotros — espetó Héctor.

— Digamos que él se ha acostado — le defendió Zoe — cosa que vosotros no habéis hecho.

— ¡No aguantáis na! — Respondió Jesús.

— No te excuses Jesús, que no tenemos vergüenza ni la conocemos — sentenció David.

— En fin, ¡a brindar por las jornadas! — terminó la conversación Serdula — ¡Espero poder repetir esta experiencia tan cojonuda con vosotros todos los años! ¡Salud! — Los demás le siguieron levantando sus copas.

— ¡Esta noche quemamos el barco! — gritó Rubén emocionado por el momento.

— ¡Pero hoy no me seáis gayers! ¡Hoy no duerme ni Dios! — continuó Jesús.

Máriam les miraba divertida y, pensando lo movida que sería la noche, decidió relajarse. Se dejó caer boca arriba sobre la tumbona. A pesar de sus gafas oscuras, el fuerte resplandor del sol obligó a entornar los ojos. Las voces de sus compañeros se iban perdiendo poco a poco en la lejanía mientras ella se abandonaba en los brazos de Morfeo.

— o — 7

La siguiente vez que Máriam abrió los ojos notó algo diferente. Se sentía dolorida. La suave y confortable tumbona que recordaba bajo su cuerpo ya no estaba. Notaba el calor de la arena en su espalda. Un fuerte pitido taladraba sus oídos. Estaba tumbada sobre la playa, aún somnolienta. Le costó levantarse pero, cuando lo hizo, el escenario que encontró fue desolador. Aturdida, vio muchos de los cuerpos de sus compañeros sobre la playa. Con gran dificultad, alcanzó a escuchar gritos y quejidos intermitentes. Cayó en la cuenta de que había perdido las zapatillas. Tenía rasguños en sus piernas y brazos que sangraban tímidamente. Conforme su aturdimiento iba desapareciendo, Máriam pensó en Guillermo. A pesar del dolor producido por las heridas sacó fuerzas para correr en su busca. A cada paso que daba Máriam estaba más nerviosa. Reconoció a Charly y a Pancho tendidos en la arena inconscientes. Tuvo que sortear una gran cantidad de trozos del barco que llegaban a la playa. Rubén y Laura ayudaban a Gema a incorporarse, aún conmocionada. Toni y Chema sacaban a gente del agua. Máriam se acercó corriendo a Toni que sacaba en brazos a una inconsciente Sandra.

— ¿Has visto a Guillermo?— preguntó Máriam alarmada

— No lo he visto — El musculoso Toni tenía ojos vidriosos — Lo siento. . .

— ¿Cuánta gente queda en el agua?—preguntó Máriam

— No queda nadie más — Máriam leyó la frustración de Toni en su mirada

— Déjame espacio, tengo que salvar a Sandra

Con urgencia, Toni tumbó a Sandra en la arena y comenzó a hacerle la respiración cardiopulmonar.

— ¡Por favor, responde! — Toni gritó al cielo mientras hacía el masaje cardíaco

Sandra comenzó a toser tras unos segundos angustiosos. Vomitó una gran cantidad de agua y después comenzó a respirar con normalidad. Toni suspiró aliviado y se enjugó las lágrimas. Máriam continuó su desgarrada búsqueda por la playa. Más adelante, Rubén y Pablo estaban socorriendo a Raquel y María [Entraigas], con claros síntomas de ahogamiento. Al final de la playa, quedaban José Luis y Héctor, que ayudaban a Chus y a Pili, visiblemente aturdidas, y Manolo, que permanecía solo, mirando al horizonte. Ante aquella visión, Máriam terminó derrumbándose. Clavó las rodillas sobre la arena, y atormentada se preguntaba ¿Habría perdido a Guillermo?. Entonces sintió una mano sobre 8 CAPÍTULO 1. LA ISLA (PARTE I) su hombro. Al girarse encontró la tímida sonrisa de Toni. Máriam rompió a llorar abrazada a él.

— ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Guillermo? ¿Qué hacemos aquí? —Las preguntas se agolpaban en la mente de Máriam

— No recuerdo nada, debemos haber tenido un accidente. Yo estaba durmiendo — dijo Toni — ¿Tú recuerdas algo?

— Lo último que recuerdo es dormirme en las tumbonas de la piscina — respondió Máriam

— o —

Pocas horas después, una fuerte tormenta tropical hizo acto de presencia. José Luis y Charly se ocuparon de colocar botellas de plástico aparecidas del naufragio para que se llenaran del agua de lluvia. Pancho, Toni, Mari Carmen y María E. prepararon una techado en la zona boscosa cercana a la playa para refugiarse. Chema, Laura y Chus encontraron multitud de mantas en bolsas de plástico que llegaban de los restos del barco. Una vez se encontraron bajo el techado, todos se sentaron en circulo. Manolo consiguió encender un fuego a duras penas, utilizando alcohol de un botiquín y la leña más seca que Héctor pudo encontrar. Las ropas de todos estaban empapadas.

— Deberíamos desnudarnos y taparnos con las mantas secas — sugirió Toni no sin cierta vergüenza — si no, nos enfriaremos

Y así lo hicieron. Toni colgó una manta para crear un biombo separador que ofrecía cierta intimidad. Por turnos todos se desnudaron, colgaron su ropa y se sentaron alrededor del fuego. un espeso silencio se apoderó del momento

— A Carlos le hubiese gustado estar aquí rodeado de mujeres desnudas — Máriam intentó romper el hielo.

Un sentimiento de añoranza inundó al grupo que tenía el corazón en un puño. Gema no pudo evitar ponerse a llorar pensando en su marido y su hija. Gracias a dios estaban a salvo, ya que ellos no habían podido acudir a aquel viaje. 9

— Tranquila, pronto nos encontraran — Chema abrazó a Gema.

— ¿Alguien sabe lo que pasó? ¿alguien vio algo? — Toni se propuso investigar lo que había ocurrido

— A mi me pareció ver un resplandor enorme que me cegó, y justo después me recuerdo tumbado en la arena de la playa — contestó Manolo visiblemente confuso.

Varios de los allí presentes asintieron al oír aquel detalle.

— Yo creo que noté un golpe por debajo del barco. . . y no me acuerdo de más — Intervino Pancho.

— Creo que me acuerdo de ese golpe. . . recuerdo incluso el ruido metálico del golpe — dijo Chema — pero no lo recuerdo demasiado bien.

— Entonces debimos chocar contra algo — Resumió Toni — a juzgar por lo del resplandor y lo del golpe y ruido metálico, podría haber sido un submarino o algo así

Se produjo un incómodo silencio.

— ¿Alguien recuerda algún detalle más? — dijo Toni — Raquel . . . ¿Recuerdas algo de lo que pasó?

Raquel se sorprendió por la pregunta directa de Toni

— No sé . . . — Contestó visiblemente nerviosa

— Es importante, tenemos que averiguar qué es lo que ha pasado para poder saber dónde estamos — Toni estaba seguro de que Raquel escondía algo

— Yo no sé nada. . . no recuerdo nada — volvió a repetir la joven

— Al menos podrías decirnos dónde estabas — Sugirió Toni

— . . . No . . . no estaba en ninguna parte — Raquel balbuceaba pero seguía firme en su negativa a hablar. Las lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas.

— Yo creo que caí al agua . . . pero lo recuerdo como una ensoñación — dijo Chus que salió al quite, intentando evitar que Raquel sufriera por más tiempo 10 CAPÍTULO 1. LA ISLA (PARTE I)

— Es obvio que has caído al agua . . . Todos hemos caído al agua — Espetó Rubén con su permanente ironía — estábamos en un barco y ahora estamos mojados en una playa.

— Y tú Rubén, ¿Dónde estabas? — irrumpió Toni de repente evitando la contestación de Chus

— Yo creo que estaba borracho — Contestó Rubén — sólo recuerdo que subimos al barco en el puerto

— Yo tampoco me acuerdo de nada. . . sé que estaba hablando por telé- fono. . . pero no recuerdo si colgué o no — Expuso Gema sin esperar a que le preguntasen — la verdad, yo también estoy muy confundida

— Héctor y yo estábamos juntos en la sala del radar, habíamos quedado con el capitán para enseñarnos el puente — Dijo José Luis

— Y lo extraño es que no había nadie en el puente — Continuó Héctor — Me acuerdo de quedarme mirando el radar, pero no vi nada en el horizonte con lo que chocar. Ni siquiera este trozo de tierra. Ahí se acaban mis recuerdos, lo siguiente que recuerdo es estar aquí. ¿Tú, José Luis?

— No recuerdo nada más — Respondió — De hecho, no recuerdo ni el golpe ni el resplandor ese del que habláis.

Nadie más supo añadir ninguna información nueva. Toni se sintió frustra- do, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para abandonar ese sentimiento, e intentar pensar fríamente en la situación.

— En fin, pasemos esta noche y mañana será otro día. Necesito tiempo para pensar. . .

— o —

A media noche la lluvia cesó. Una blanca y brillante luna llena iluminaba la playa. Máriam que apenas había dormido una hora vio a Toni sentado en una roca en los límites de la playa. Era una noche apacible. Máriam, vestida únicamente con la manta, se acercó a Toni.

— ¿No puedes dormir? — Preguntó Máriam, y Toni se tomó un tiempo en contestar. 11

— No — Respondió escueto — Deberías descansar Máriam. Sé que lo de Guillermo ha sido duro

— Quizá sea porque aún no me he hecho a la idea, pero. . . estoy segura de que Guillermo está bien. No sé por qué, pero lo sé. — Máriam sonrió.

— Me alegro por tí, ojalá tuviera yo tus mismos sentimientos . . . — Toni habló abatido

— ¿Por qué dices eso? — Dijo Máriam confusa

— Sólo querría sentir lo mismo que tú — Contestó Toni

— No tienes que preocuparme tanto por mi. Piensa en ti. . . Tienes suerte de no haber dejado nadie atrás

Toni guardó un silencio tenso

— Preferiría no hablar de ello — Toni estaba visiblemente contrariado

— ¿Qué has pensado para mañana? — Máriam cambió de tema cumplien- do el deseo de Toni.

— Habrá que buscar comida, intentar ver si hay alguien más en la isla, y construir unas cabañas más robustas — Explicó Toni — Mañana será un día duro.

— Sí. . . Creo que será mejor que intentemos dormir — opinó Máriam

— Tienes razón, vayamos a dormir

Sin prisa y en silencio acudieron al lugar que habían construido pro- visionalmente para resguardarse de la lluvia. Tomaron sus posiciones y durmieron hasta el día siguiente.

— o —

— ¡Arriba todo el mundo, hay mucho que hacer! — Toni ya estaba en pie.

Las ropas se habían secado y el joven comenzó a repartirlas entre el grupo para que se vistieran bajo las mantas. Una vez estuvieron todos vestidos, los reunió en la playa y comenzó a explicar su plan. 12 CAPÍTULO 1. LA ISLA (PARTE I)

— Sé que estáis cansados, doloridos y jodidos, pero estaréis de acuerdo conmigo en que ahora lo más importante es sobrevivir. — Toni pre- tendía despertar a todos de su letargo — Tenemos que volver a casa . . . después ya lloraremos a nuestros compañeros

Un sentimiento de aprobación y añoranza recorrió al grupo.

— Lo primero que tenemos que hacer es repartir el trabajo, porque son muchas cosas, y deberíamos hacerlo todo antes de que anochezca. — Continuó Toni — Tenemos que construir un campamento donde refugiarnos hasta que vengan a rescatarnos. Manolo, tú que tienes experiencia con campamentos ¿puedes coordinarlo?

— Sin problemas.

— Que te ayuden Pablo y José Luis.— Ordenó Toni — Gema, cuida de Raquel, Pili y Charly que parecen bastante débiles y doloridos. Si se recuperan que os ayuden. Alguien tendría que quedarse en aquellas rocas por si aparece algún barco — Toni señalaba los límites de la playa

Todos asintieron.

— Habrá que buscar ayuda. Rubén, Llévate a Héctor, Pancho y Chus. Puede que encontréis gente que pueda ayudarnos . . . lo cierto es que es extraño que no hayamos visto a nadie aún. La isla parece grande

Todos estuvieron de acuerdo a excepción de Chus, que aceptó a regaña- dientes aún molesta con Rubén por el comentario de la pasada noche.

— En cuanto a la comida, que Máriam, María E. y Sandra vayan en busca de fruta o algún animalejo, si podéis; eso sería genial. Mientras tanto Laura y Chema se quedarán conmigo a ver si conseguimos pescar algo. ¿Estáis todos de acuerdo chicos?

Todos asintieron.

— Pues ale. . . humo que chispea — Concluyó Toni

Mientras todo el mundo se dedicaba a sus quehaceres Toni se llevó aparte a Chema y Laura. 13

— Coged unas ramas rectas y largas para hacer lanzas, e id a las rocas que os espero allí — ordenó Toni — yo mientras ayudaré a Gema a trasladar a los heridos.

Cuando Chema y Laura volvieron del bosque, Toni estaba golpeando unas piedras entre las rocas.

— ¿Para qué haces eso? — Preguntó Chema

— Para formar una piedra cortante que nos permita afilar las ramas — Contestó Toni

— ¿Por qué no las astillamos y ya está? — Dijo Laura. Chema asentía aceptando la idea de Laura.

— ¿Cómo? No entiendo — Toni fruncía el ceño

— Así

Chema hizo una demostración. Colocó una rama apoyada en el suelo y en una piedra y saltó sobre ella. Aquéllo hizo que la rama se partiese en dos de forma irregular generando dos lanzas afiladas. Chema y Laura sonrieron a Toni.

— Pues sí, esa idea es mejor — dijo Toni sonriendo y soltando las piedras que estaba partiendo.

Tras crear otra lanza se propusieron ir a pescar con cierto excepticismo. Nadie confiaba en sus cualidades para hacer funcionar aquel rudimentario sistema.

Mientras tanto, Manolo, José Luis y Pablo comenzaron a crear un campa- mento. Manolo se encargó de recoger cañas. Próximo a la playa, encontró un bosque de cañas de bambú. Enseguida llamó su atención una vieja zapatilla colgada de una de las cañas. Con cuidado, la cogió y sonrió. Aquéllo le dio buena espina. Era una buena señal, o bien había alguien más en la isla, o quien fuera que perdiera ese calzado habría sido rescatado. Recogió un buen montón de cañas y le enseñó la zapatilla a los demás, que también vieron aquel viejo trozo de cuero y goma como una ventana a la esperanza de ser rescatados. Pablo y José Luis se dedicaron a recoger lonas y telas para construir el campamento. La cañas crearían la estructura. Las lonas serían las paredes de las tiendas de campaña. Las telas servirían para crear cuerdas para fijarlas a la estructura. Entre los tres tardaron toda la mañana en montar cinco tiendas 14 CAPÍTULO 1. LA ISLA (PARTE I) de campaña grandes. Cuatro de ellas estarían destinadas a resguardar a los miembros del grupo, mientras que la quinta sería el almacén de la comida que recolectaran. Rubén, Héctor, Chus y Pancho se adentraron en la selva. Un incómodo silencio envolvía el pequeño grupo. Tenían todos los sentidos puestos en aquella frondosa vegetación, buscando señales de vida o cualquier cosa que pudiera ser útil. Rubén no aguantaba ese silencio y lo rompía a menudo con sus quejas.

— ¡En esta mierda de isla no vamos a encontrar nada! — Rubén no paraba de luchar contra el mundo — En qué cojones estaría pensando el puto timonel para meternos en este embolao.

— ¡Cállate ya, cansino! — Gritó Héctor harto — ¡No ves que aunque te quejes no vas a solucionar nada!

— ¡Me callo si me apetece! ¡Y aunque no solucione nada, al menos me desahogo! ¡Además, así espanto a los bichos que pueda haber!

— ¡O llamas su atención! — replicó Héctor

— ¿Pero qué cojones va a vivir en esta mierda de Isla? — respondió Rubén levantando sus manos con vehemencia mientras fruncía el ceño

— ¿Queréis callaros ya? — Gritó Chus

De repente un sonoro y extraño ruido alarmó al grupo.

— ¿Qué coño ha sido eso? — dijo Pancho asustado

Se trataba de un ruido metálico repetitivo que por momentos recordaba el sonido de una chicharra o una serpiente de cascabel. El sonido era cada vez más nítido, y se acercaba cada vez más. Los cuatro amigos quedaron pet- rificados. El sonido los rodeaba. Ellos miraban a un lado y a otro esperando ver aparecer alguna criatura en cualquier momento. De repente, los árboles comenzaron a moverse con violencia. Algo estaba a punto de aparecer. Ninguno de aquéllos chicos estaba preparado para ver lo que apareció de repente ante ellos. Una inmensa columna de humo negro era la causante de aquel estruendo. Parecía tener vida propia, y se acercaba a ellos a gran velocidad. Los cuatro se miraron con la boca abierta sin poder moverse, hasta que Rubén por fin dio la señal de salida.

— ¡Corred! 15

Pancho y Héctor huyeron rápidos hacia la playa. Rubén y Chus corrieron en sentido contrario como alma que lleva el diablo. Tras unos momentos de carrera angustiosa, Rubén tropezó con una rama y cayó al suelo. El sonido infernal había desaparecido, y Rubén intentó procesar qué es lo que había pasado.

— ¿Qué coño era eso? — dijo mientras alzaba la cabeza

Miró después a Chus, petrificada mirando hacia arriba.

— ¿Qué has visto? — Rubén se asustó

Los restos oxidados de la cabina de un avión estaban colgados de un árbol entre ramas y enredaderas. En el lateral, Rubén alcanzó a ver el logo de la Compañía Oceanic.

— o —

Mientras tanto, en otra parte de la isla María E., Sandra y Máriam buscaban árboles frutales cerca de la playa, y agua dulce para beber. No tardaron en encontrar una zona con bastantes árboles.

— ¿Esto se podrá comer, verdad? — Dijo Sandra mientras recogía una fruta desconocida para ella con forma redondeada.

— Seguro que sí — Contestó Máriam — de todas formas, no hay mucho más donde escoger.

Empezaron a recolectar y no tardaron en llenar una manta.

— ¡Con esto no tendremos bastante para todos! — Dijo María E.

— Bueno . . . pues llevad ésta entre las dos a la playa, y mientras yo recojo más fruta para llenar otra manta — propuso Máriam — Pero no tardéis mucho, me da un poco de miedo quedarme sola.

Las chicas asintieron. No habían pasado ni cinco minutos desde que Sandra y María E. habían salido hacia la playa cuando, de repente, un ruido la sobresaltó. Era algo que le resultaba tremendamente familiar. Tanto que no podía creer que fuera cierto lo que estaba pensando. De nuevo, aquel extraño sonido se repitió. Ahora no cabía la menor duda: era el relinchar de un caballo. A pesar del respeto que le daba adentrarse entre el espesor de la selva, la curiosidad pudo con ella, y no pudo evitar hacerlo. No tardó en encontrar al animal. Se trataba de un precioso corcel negro. Parecía salvaje, sin montura. Al acercarse Máriam, el animal reaccionó algo nervioso; sin embargo, lejos de huir, el hermoso caballo aguardó expectante la respuesta de tan inesperada visita. Máriam logró acercarse lo suficiente como para acariciarle con suavidad. Al principio, el caballo apartó la cabeza, pero poco a poco empezó a aceptar sus manos, y se dejó acariciar. Una amplia sonrisa se dibujó en la cara de la joven. Acercó su cara al lomo del animal. Apenas la piel de su cara entró en contacto con la piel del caballo cuando una voz turbó su ensoñación.

— Creo que le gustas

Máriam dio un brinco que asustó al caballo, lo que lo hizo apartarse unos metros. La joven observó a su alrededor, y entonces apareció ante ella un hombre de mediana estatura. Los ojos saltones y una voz muy peculiar. Vestía una camisa y un pantalón de pinzas.

— No te asustes. . . no te voy a hacer daño.— dijo aquel hombre con una convincente a la par que siniestra sonrisa.

— ¿Quién es usted? — Máriam contestó asustada.

— Soy el dueño del caballo — contestó — y la pregunta te la debería hacer yo a ti . . . ¿no crees?. Yo llevo viviendo aquí hace mucho tiempo.

— ¿Hay más gente en la Isla? — preguntó Máriam sorprendida.

El hombre sonrió y esperó unos instantes antes de responder.

— De momento estamos tú y yo — Dijo el hombre — ¿Vienes con alguien más?

— Nuestro barco naufragó. . . bueno, o eso creemos — intentó explicar Máriam

— ¿Eso creéis? . . . — aquel hombre soltó una carcajada algo maléfica — eres una chica muy interesante, María Amparo.

— ¿Cómo sabes mi nombre? — Preguntó alarmada y confundida

— Sé muchas cosas de ti. . .

— ¿Quién eres? — Replicó Máriam 17

— Puedes considerarme como. . . tu ángel de la guarda. Mi nombre, es Benjamin. Benjamin Linus

CAPÍTULO 2 La Isla (Parte II)

Toni abrió los ojos despertando de un sueño placentero. Estaba en su camarote, en el crucero de las Jornadas, vestido únicamente con un pantalón corto de pijama, desperezándose mientras deslizaba la mano entre las suaves sábanas de su cama. Esperaba encontrar a alguien acostado a su lado, pero tan sólo estaba él. Volvió la cabeza hacia el cuarto de baño, la puerta se abrió lentamente y del interior apareció María M. que terminaba de vestirse, con el cabello mojado tras haberse duchado.

— ¡Buenos días! — saludó cariñosa regalando una dulce sonrisa a un Toni reconfortado

— Buenos días. Has madrugado. . .

— Es tarde — Ella le enseñó el móvil a Toni para que viese la hora. Él sonrió, no podía ocultar sus sentimientos

— Vuelve a la cama, por favor — le rogó remoloneando entre las sábanas utilizando su amplia sonrisa como arma

— Sabes que no puedo — respondió María M. algo intranquila — he de aprovechar ahora que los chicos están durmiéndola para volver a mi camarote sin que me vean

— Vas a despertar a Chus igualmente — él continuaba tratando de retenerla— y te preguntará dónde has estado. Mejor quédate conmigo, ya inventaremos algo

— Chus seguro que lleva horas despierta. Y además, ella ya sabe lo nuestro

19 20 CAPÍTULO 2. LA ISLA (PARTE II)

Toni torció el gesto. María M. se inclinó ligeramente sobre él y le despidió con un tierno beso en los labios.

— ¿Nos vemos luego? — Dijo María antes de abandonar la habitación con voz cálida

Toni le sonrió.

— o —

María M. observaba fijamente el horizonte desde la orilla de la playa. Su rostro estaba magullado y sus ropas algo ensangrentadas. Un profundo sentimiento de tristeza le invadía. Tras ella, a lo lejos, José Francisco acudía a su encuentro, cojeando y portando una bolsa de viaje

— ¡María! — la joven sacudió sus pensamientos para atenderle — están llegando restos a la orilla; mira — le mostró el interior de la bolsa— aquí hay bastante ropa, y una bolsa de aseo. Seguro que encontramos algo que nos sirva

— ¿Hay más bolsas? — preguntó con desgana

— ¡Sí! — Jose trataba de animar a María, había que eliminar los malos pensamientos — Y también están llegando trozos del casco del barco. Necesitamos tu ayuda para recuperar lo que podamos

María asintió con la cabeza y acompañó a Jose hasta una zona de la playa donde ya estaban a la tarea José Enrique, Claudio, Ana [Navarro] y Abel, todos igualmente magullados. Los restos que iban recogiendo del agua, maderas, bolsas, botellas, ropa etc., lo iban llevando hasta el refugio que los náufragos habían logrado construir en unas pocas horas. Jesús y Zoe, junto a Alejandro y Juan, terminaban de acondicionar el campamento. Utilizaron cañas de bambú, troncos, ramas y lonetas para fabricar las tiendas donde poder resguardarse hasta el momento de ser rescatados.

— o —

En una de las tiendas estaba Nacho, el médico del grupo, atendiendo a Ana Belén, que permanecía inconsciente desde la llegada a la Isla. Con un 21 paño húmedo limpiaba la profunda brecha que la joven tenía en la sien. Nacho no podía ocultar su preocupación. Carlos [Fernández] apareció en la improvisada enfermería con gesto serio.

— ¿Cómo está? —preguntó Carlos — Tiene el pulso muy débil. . . y no responde a ningún estímulo — Nacho estaba frustrado — Si no despierta, no podremos saber si hay lesiones internas y el alcance que pueden tener

Carlos bajó la mirada pensativo

— No puedes hacer nada más Carlos — Nacho posó la mano en su hombro — si no hubieses buceado para encontrar mi maletín ni siquiera estaríamos hablando de posibilidades

Aquello no pareció consolarle. Carlos se arrodilló a su lado y acarició su mano.

— A simple vista no parece haber signos de fracturas en extremidades superiores ni inferiores. Pero la herida de la cabeza. . . — Nacho torció el gesto, cansado y desanimado — ¿Crees que puede tener algo grave? — preguntó Carlos — De momento sólo podemos esperar. . . esperar a ver si pasa esta noche. . . Pero, la verdad, no tengo esperanzas de que llegue a mañana. . .

Carlos miró a Ana Belén con amargura, permaneció un momento junto a ella.

— Os dejaré solos — Dijo Nacho mientras salía a tomar un poco de aire

— o —

Cerca del campamento, en otra zona de la playa, junto a unas rocas, Serdula iba al encuentro de Guillermo. Ambos despeinados, magullados y con rotos en su vestimenta. Guillermo estaba sentado en una roca, se había fracturado el brazo y lo llevaba en cabestrillo; la vista perdida en el océano, gesto melancólico. Serdula llegó a su altura, no dijo nada, se sentó junto a él, con cierta dificultad, dolorido por las contusiones. Guillermo lloraba en silencio. 22 CAPÍTULO 2. LA ISLA (PARTE II)

— ¡No puedo creer que no esté. . . ! — Se lamentaba el joven con gran amargura — ¡La tenía agarrada! ¡La tenía. . . !

Guillermo — Serdula trató de reconfortarle — Ahora tienes que ser fuerte, y no venirte abajo. Y por favor, piensa que Máriam puede estar viva. Mira a tu alrededor, es una Isla grande. Puede haber alcanzado la costa por otra parte — Guillermo se derrumbaba por momentos — No hemos encontrado ningún cuerpo, piensa en ello

— ¡Los cuerpos se han hundido Serdula! — sentenció un inconsolable Guillermo — se han hundido con el barco. . .

Serdula rodeó con el brazo a Guillermo, apoyando la mano en su hombro.

— Escúchame: Si nuestros compañeros aún siguen con vida. . . si Máriam está viva, te prometo que la encontraré — Serdula estaba crecido — Confía en mí; los encontraremos a todos.

— o —

La comida fue muy animada, pero Raquel parecía en otro mundo. Las risas y los comentarios jocosos de los miembros del grupo parecían no divertirle. En más de una ocasión incluso parecieron molestarle.

— ¿Te pasa algo? — Le dijo Carlos en una ocasión

— Nada. . . estoy bien — Respondió Raquel con una terriblemente forzada sonrisa

Carlos decidió dejarle espacio, incluso la protegió de los ataques sarcás- ticos de Rubén generando una irónica guerra dialéctica que hizo que las carcajadas del grupo fueran cada vez mayores. Pero Carlos no fue el único preocupado por la actitud de Raquel. Juan no paró de lanzar miradas a la joven . No entendía qué era lo que le pasaba ni por qué actuaba de esa manera. No era normal en ella. Nada más terminar de comer, los chicos se levantaron preparándose para ir a las zonas comunes. Raquel evitó ir con ellos.

— ¿No vienes con nosotros? — Preguntó Carlos preocupado 23

— De verdad, que estoy cansada. . . he pasado mala noche — Respondió Raquel visiblemente nerviosa

— ¡Si es que a estos de la ciudad no se les puede sacar de casa! — Se burlaba Rubén — ¿Os he contado del día que querían que la feria durara un mes?

— Ala tira p’alante Rubén — David le empujó hacia la salida de la habitación

— Bueno si quieres algo . . . ya sabes donde estamos — Se ofreció Carlos

Raquel desapareció en dirección a las habitaciones.

— o —

A la mañana siguiente, el grupo se reunió junto a las tiendas para hacer inventario y organizarse.

— Deberíamos adentrarnos en la selva y buscar ayuda — Dijo Serdula

— Y tratar de encontrar agua — apuntó Ana N.— casi hemos acabado la que recogimos de la tormenta

— ¡Agua y comida, quilla. . . ! ¡que me muero de hambre! — Jesús hizo un gesto con su mano en el vientre — como no empecemos a pescar le hinco el diente a uno de vosotros. ¡Lo que daría yo por una barra de pan!

Los chicos se organizaron enseguida. Serdula se llevó a José Enrique, Jesús, Guillermo y Juan hacia el interior de la Isla, mientras que Zoe, David, Abel, Alejandro, Ana N. y Álvaro tomaron el paso de la orilla en dirección a las rocas. José Francisco, Carlos, Claudio y María M. se quedaron en la playa junto a Nacho que seguía al cuidado de Ana Belén .

— o —

El grupo de Zoe bordeó la playa hasta que no pudo avanzar más. Una vez traspasadas las rocas, el mar se abría en un pequeño acantilado, y comenzó el debate sobre si debían adentrarse en la zona de bosque. 24 CAPÍTULO 2. LA ISLA (PARTE II)

— Yo creo que podemos encontrar comida si entramos en el bosque — Expuso Abel— Tiene que haber árboles frutales.

— No sé. . . me da mal rollo — David mostraba su desacuerdo — Ahí dentro debe haber de todo: lagartos, arañas del tamaño de mi puño, serpientes. . .

— ¡Perdona!¡Serpientes. . . , no jodas! - protestó Ana N., asqueada- Yo paso. . .

— Venga chicos, hay que echarle un poco de valor — Zoe apoyaba la idea de Abel — podemos pasar algún día más sin comer pero, si no encontramos agua moriremos. Iremos con cuidado

Álvaro la miró decidido y emprendió el paso hacia el bosque. Los demás le siguieron, unos más conformes que otros.

— o —

Mientras tanto, el grupo de Serdula avanzaba por la selva en dirección opuesta a sus compañeros.

— Deberíamos dejar algún rastro para saber por dónde regresar — Guiller- mo miraba continuamente a su alrededor, intentando memorizar el camino

— Buena idea Guillermo — dijo Juan — yo llevo un rato perdido, todos los árboles me parecen iguales

— Yo voy rompiendo ramas — apuntó José Enrique — A ver si nos sirve. . .

— Creo que siguiendo este pequeño sendero no tendremos problemas — Serdula estaba confiado de saber el camino

El grupo llegó a una zona de claro. Encontraron un pequeño remonte, y a lo lejos, vislumbraron un valle. Jesús perdía la paciencia por momentos.

— ¡Cago en mi vida. . . ! ¡Que no encontramos na! Ni un triste conejo. Me voy a comer los muñones, te lo juro

— Yo ya veo doble — dijo Juan, igualmente hambriento

— Yo veo un oso — apostilló Guillermo 25

Los chicos se giraron a donde miraba Guillermo y, atónitos, descubrieron un enorme oso blanco parado frente a ellos, a unos veinte metros de distancia. No podían creer lo que veían

— ¡Que es blanco, quillo! — susurró Jesús sin salir de su asombro

— Como que es un oso polar — aclaró Serdula

Los muchachos estaban petrificados. Observaban al animal y no se veían capaces de reaccionar. Al fin, Guillermo, con su habitual tono templado y pausado, propuso, siempre en voz baja.

— Yo creo que deberíamos dejar de mirarlo a los ojos, dar la vuelta muy lentamente y marcharnos por donde hemos venido

— Parece tranquilo — José Enrique sentía curiosidad

— ¿Qué cojone hace un oso polar en la selva? — El miedo de Jesús iba en aumento, más aún cuando el animal de volumen descomunal les sorprendió echando a correr hacia ellos

— Yo voto por. . . ¡¡Salir echando hostias!! — gritó Serdula

Todos salieron despavoridos dirección a la selva. El oso avanzaba rápido a pasos agigantados, rugiendo y mostrando sus afilados colmillos. Los chicos parecían competir en una pista de atletismo, y huían todo lo rápido que podían. Guillermo era el que más dificultad tenía por la lesión en su brazo. Un par de veces tropezó, pero tenía a sus compañeros para ayudarle a levantarse. El animal era más rápido y poco a poco iba recortando distancia. En un momento, el grupo se dispersó, corrían sin dirección fija y, de repente, Juan y Serdula se encontraron solos mientras el resto huía hacia otra parte. Jesús saltó para encaramarse a la rama de un árbol, Guillermo optó por esconderse en una zona de arbustos, y José Enrique no paró de correr hasta comprobar que el oso no le perseguía; fue entonces cuando cayó al suelo agotado. Mientras, el fiero animal trataba de dar caza a Serdula y Juan, que trataban de ir más rápido, sin éxito. En un momento, Juan tropezó y se dio de bruces contra el suelo.

— ¡¡Juan!! — Serdula trató de regresar a por su compañero

Entonces el oso se les echó encima. Lanzó un terrible zarpazo al pecho de Serdula, que le hizo caer violentamente y retorcerse de dolor. Después saltó sobre Juan atacándole con brutalidad. El joven gritaba e intentaba liberarse, 26 CAPÍTULO 2. LA ISLA (PARTE II) pero no podía competir en fuerza con el animal. Atrapó al muchacho con un tremendo mordisco y lo retorció hasta arrancarle el antebrazo. Entonces apareció Serdula por detrás y, utilizando un tronco, asestó al animal un duro golpe en la cabeza. Aturdido, se giró hacia Serdula que volvió a la carga con otro golpe certero que empujó al oso por un terraplén. Después, soltó el tronco y aprovechó para recoger a su compañero y tratar de escapar. Serdula ayudó a Juan a levantarse, y a alejarse tan rápido como pudieron.

— o —

Raquel llevaba un buen rato en su habitación cuando los demás estaban dispersos por el barco. Carlos, que bajaba de cubierta, se encontró con Juan en los sillones del Bar.

— ¿Has visto a Raquel? — Preguntó Carlos

— No, sigue en la habitación — Informó Juan

— ¿¡Sigue en la habitación!? — Exclamó Carlos

— Sí — Respondió Juan algo preocupado

— ¿Nadie ha ido a ver cómo está? — Volvió a preguntar Carlos

— No lo sé . . . No lo creo — Dijo Juan

— ¡Joder! — Carlos se lamentó — Escúchame una cosa . . . ¿Y porqué no vas tú?, A lo mejor te hace más caso.

Juan miró el reloj

— Tienes razón, creo que lleva demasiado tiempo sola — Dijo Juan cabizbajo

— Eso. . . a ver si la consuelas Don Juan — Carlos le hizo un guiño

Juan no respondió y se dirigió a la habitación de Raquel. Apenas Juan se asomó al pasillo donde se encontraba el camarote de Raquel, la vio salir de su habitación, pero en lugar de dirigirse a la zona de cubierta exterior se encaminó a la zona de mantenimiento que se encontraba en la misma cubierta de camarotes. Raquel estaba visiblemente nerviosa y tensa. Juan no le dijo nada, se limitó a seguirla. 27

Raquel se plantó delante del mostrador de mantenimiento. Encima del mismo había un manojo de llaves. Sin hacer ruido y con toda la delicadeza que pudo, cogió las llaves para no alarmar a nadie Unas voces se oían en el interior de la zona de mantenimiento

— ¡Me cago en la hostia! ¡ Dónde coño habré dejado mis llaves! Pedro ¿Las has visto?

— ¡Me ha parecido verlas en el mostrador! — Una voz lejana contestó a la primera

Al oír aquello, Raquel, asustada, se agachó tras el mostrador.

— ¡Pues aquí no están!

La voz sonaba justo encima de donde se encontraba Raquel. Un frío recorrió su frente y el color rojo pronto pobló sus mejillas

— ¡Pero qué coño es esto! — la voz se tornó enfadada. A Raquel se le paró el corazón.

— Pedro, ¡Te has vuelto a dejar abierta la escotilla de la sala de máquinas! — Gritó aquella voz. Raquel suspiró — ¡El capitán te va a meter el timón por el culo esta vez, y a mi me despedirá por ir perdiendo las llaves!

La voz se iba perdiendo hacia el interior de la bodega de mantenimiento. Raquel salió gateando de allí hacia las escaleras más próximas que encontró. Juan la siguió de cerca. Raquel, mucho mas tranquila pero con el corazón en un puño bajó las escaleras hasta la cubierta 2. Entonces se paró frente a una puerta. En ella había un cartel donde rezaba No pasar. Zona fuera de servicio. Raquel sacó las llaves y la abrió. Después de suspirar, entró y dejó la puerta abierta. Juan, despacio, entró tras ella . A continuación cerró la puerta tras de sí. Raquel oyó el ruido y se quedó totalmente paralizada. estaba de espaldas a la puerta sin estar segura de quién había entrado Juan se acercó sin prisa a Raquel. Ella no se movió. Cuando estaba justo tras ella, rompió el silencio.

— ¿ Qué haces aquí? — Juan susurró dulcemente al oído de Raquel a la vez que besaba su hombro que dejaba descubierto su vestido palabra de honor 28 CAPÍTULO 2. LA ISLA (PARTE II)

— Juan. . . tenemos que dejar de hacer estas cosas. . . algún día nos van a pillar — La tensión de Raquel desapareció tan pronto como los labios de Juan acariciaron la suave piel de Raquel.

— No me digas que no te ha gustado — Contestó mientras la abrazaba por detrás con sus fuertes brazos y masajeaba sus pechos por encima del vestido

— mmmm. . . Sí me gusta mmmm. . . pero como nos pillen me moriré de vergüenza — dijo Raquel con una enorme sonrisa de placer .

— No te preocupes más y dime cómo se quita esto.

— ¿Estás seguro de que este Jacuzzi funciona? — preguntó Raquel

— Totalmente — contestó Juan — Ayer oí hablar a los operarios de lo bien que iba. . . mañana lo dejarán disponible, así que aprovechemos hoy.

Raquel tiró de una cremallera en el lado izquierdo del vestido que deslizó hacia abajo hasta quedar totalmente desnuda. La manos de Juan comenzaron a recorrer el cuerpo de Raquel. Ella giró la cabeza y fundió sus labios con los de Juan en un intenso beso. Raquel utilizó un pie para encender el Jacuzzi. En un momento se zafó de Juan y se dispuso a sumergirse de espaldas en sus aguas, poco a poco, mirándole con una pícara sonrisa.

— Te espero dentro, Cariño. — Raquel le lanzó un beso

Juan se desnudó tan rápido como pudo y se sumergió en el Jacuzzi. intentó acorralarla , pero ella tenía otros planes.

— ¡Hoy mando yo! — Advirtió Raquel

— Tú mandas — respondió Juan condescendiente con una enorme sonrisa en la boca.

Raquel se sentó a horcajadas sobre Juan y comenzaron a hacer el amor mientras las burbujas acariciaban su cuerpo. De repente, cuando estaban a punto de llegar al climax ella paró. Le había parecido oir un ruido.

— ¡Qué ha sido eso! — Exclamó Raquel

Un extraño pitido se oía en la lejanía. Raquel salió del agua y se vistió asustada 29

— No te preocupes. . . No será nada — Intentó tranquilizarla Juan desde el Jacuzzi

De repente una fuerte explosión les sobresaltó. Las paredes del casco parecieron no aguantar, y el agua entró a borbotones. Una cegadora luz blanca entró por el agujero del barco. Juan se hundió bajo el agua. pudo ver la silueta de Raquel al contraste de la luz. Sin embargo, ésta era tan intensa que tuvo que cerrar los ojos. A tientas la buscó desesperado, pero no la encontró. De repente, encontró el agujero del casco y salió por el, esperanzado de que ella hubiese hecho lo mismo. Juan salió con la silueta de Raquel grabada en su retina. Las lágrimas inundaban sus ojos con tal intensidad que se sentía nadando entre ellas.

— o —

En la playa, mientras tanto, María M. ayudaba a Nacho a cambiar el vendaje de Ana Belén, aún inconsciente, cubriendo con mimo la herida de su cabeza. Jose y Claudio intentaban pescar con un improvisado anzuelo, que en realidad era un alfiler largo de un kit de costura encontrado en una de las maletas, al que habían dado forma curva y atado con una cuerda fina. Su esfuerzo y paciencia por atrapar algún pez no daba sus frutos, pero no desesperaban.

— Y que no vamos a parar hasta pescar uno de estos maricones — dijo Claudio con empeño — Pues nos quedamos sin cebo — apuntó José Francisco— se han comido casi todos los gusanos. — Hay que buscar más larvas o lo que sea. ¿Dónde está Carlos? — Date la vuelta – José Francisco señaló detrás de Claudio, donde se encontraba Carlos, en la orilla, bastante alejado de ellos —No sé qué está haciendo, pero lleva un buen rato ahí

Carlos estaba parado en la orilla; descalzo, permitía que las cálidas olas murieran en sus pies. Miraba fijamente el horizonte. Después, giró la cabeza y también buscó con la mirada hacia el interior de la Isla. Empezó a caminar muy pausado y, tras recorrer unos metros, se detuvo, sacó de su bolsillo un pequeño bloc de notas y un lápiz y comenzó a escribir. Segundos después volvió a reanudar el paso, después se paró y siguió escribiendo. Parecía como si estuviera contando. Entonces, María M. interrumpió su actividad 30 CAPÍTULO 2. LA ISLA (PARTE II)

— Hola — saludó María con tono apesadumbrado

— ¿Cómo sigue Ana? — preguntó Carlos con interés

— Mal. . . aunque la herida parece estar curando rápido, el hecho de que no haya despertado. . . es mala señal

Carlos quería evitar pensar en lo peor, y cambió de tema enseguida

— ¿Tú cómo estás?

— No lo sé. . . — Contestó María con desánimo— aún no soy consciente de lo que nos ha pasado. . . Me siento angustiada por mi familia, por las familias de los compañeros que no están aquí. . . No sé si nos estarán buscando o. . .

— Ahora sólo tienes que pensar en que tú estás bien — Carlos intentaba consolarla — y que tu familia también lo está. Que tu chico está a salvo, en casa. Que todos estarán esperándote cuando regreses, felices por reencontrarse contigo.

Las palabras de Carlos no la consolaron. Él, prudente, mantuvo un mo- mento de silencio. María ladeó la cabeza, evitando la mirada de Carlos. No quería que le viese llorar. Éste lo advirtió, quedó pensativo unos segundos, y después rompió el silencio

— Quiero caminar un poco playa abajo. ¿Me acompañas? — Preguntó Carlos

María asintió con la cabeza y ambos marcharon alejándose de la zona del campamento.

— o —

El grupo de Zoe avanzaba entre el espesor del bosque. Parecían relajados, y también un poco aburridos de caminar.

— ¿Vamos a seguir mucho más? Lo digo porque a este paso se va a hacer de noche, y no hemos encontrado una mierda — protestó Ana N.

— ¡Y dale. . . !, tranquila mujer, un poco de paciencia — David se mostraba más optimista 31

— Yo también me estoy cansando — apuntó Alejandro — ¿No sería mejor regresar? A lo mejor Serdula y los otros han encontrado algo para comer

— Venga chicos, sigamos un poco más — Zoe no se rendía — Y si encontramos gente que nos ayude. . .

— ¿Aquí? — Dijo de forma escéptica Ana — ¡Ni de coña!

— Me da que hemos caído en tierra desierta — apoyó Álvaro

De repente, algo extraordinario sobresaltó a los chicos. Una especie de sonidos extraños que surgieron de la nada les alertaron.

— ¿Qué es eso. . . ? — Preguntó Abel — ¿Vosotros oís lo que yo?

— ¿Qué coño ocurre? — David miraba a su alrededor, giraba la cabeza a un lado y otro con rapidez.

Aquellos sonidos susurrantes les envolvieron. Ninguno de ellos fue capaz de localizar el origen de los extraños ruidos.

— ¿De dónde vienen? ¡Parecen voces! — Zoe estaba asustada

— Alguien nos está observando. . . — aventuró Abel — parece como si trataran de hablarnos

— ¡Hablarnos! ¡no me jodas! ¡Yo me voy de aquí! — Ana echó a correr muerta de miedo, y los demás la siguieron.

Sin rumbo fijo, intentaban dejar los inquietantes sonidos atrás. El grupo siguió corriendo volviendo la vista de vez en cuando para comprobar que nadie les seguía. Al fin, los susurros parecieron desvanecerse. Los muchachos relajaron la marcha hasta que David puso freno.

— ¡Vale, vale! — Se detuvo agotado David — Ya no se oye nada. . . Creo que no he corrido tanto en mi puta vida

— ¡Me cago en to! — Gritaba Alejandro mientras intentaba recobrar el aliento — ¡que yo no he visto a nadie! ¿Qué era eso?

— Me da que nos estamos volviendo paranoicos. . . tendríamos que volver— apuntó David

El grupo intentaba recuperar el aliento, algunos se apoyaron en los árboles, otros directamente se sentaron 32 CAPÍTULO 2. LA ISLA (PARTE II)

— ¿Pero, qué coño era eso? — Álvaro se mostraba desconcertado

— ¡Yo me he cagao! — respondió Alejandro — No quiero creerlo, pero a mi me suenan a fantasmas ¡No es coña! Un día en la Rosa de los Vientos escuché algo muy parecido a eso. . .

— No. . . , si ahora tendremos que llamar a Iker Jiménez a que resuelva esto — Dijo David Incrédulo

— Esperad. . . callad un momento — Algo alarmó a Zoe, que agudizó el oído —- ¿Oís eso. . . ?

Cuando los chicos guardaron silencio empezó a escucharse el sonido de un arroyo.

— ¡Es agua! — Dijo alegre Abel— ¡Vamos!

Se dirigieron con determinación hacia el lugar donde se escuchaba el fluir del agua. Enseguida encontraron un pequeño arroyo de agua dulce que salía de unas rocas macizas. Álvaro no perdió tiempo en comprobar si era potable.

— ¡Está buena! — informó animado

Los demás se acercaron a beber con ansia. Saciaron su sed intentando respetar los turnos, pero las ganas les podían

— ¡Qué gusto por dios! — exclamó Ana N. — ¡Qué alegría!

— Vale, ya hemos encontrado el agua — Exclamó David — Ahora ya podemos volver y avisar a los demás

— ¿Pensáis que podremos encontrar fácilmente el camino de vuelta? — Zoe se mostró preocupada — nos hemos puesto a correr a lo loco

— A ver. . . — organizó David — No es tan complicado. Yo al menos he corrido en línea recta. . . Mi mente no daba para más

— Ah, pero. . . ¿Es que pretendéis volver por el bosque de los fantasmas? — Ana no daba crédito

— Hombre, si prefieres quedarte a pasar la noche aquí. . . en mitad de la selva misteriosa — Alejandro tenía claro que iba a regresar

Comenzó una discusión airada, y mientras Abel observaba con interés la zona de las rocas. 33

— Chicos — llamó su atención — me parece que eso de ahí son unas cuevas

El grupo entero calló y dirigió la mirada hacia las rocas.

— ¿Cuevas? — preguntó extrañada Zoe

Se acercaron con prudencia, Álvaro el primero de ellos, que tomó la decisión de escalar las piedras. En efecto, en la parte alta encontró la entrada a una oscura y fría cueva. Se asomó intentando ver algo en el interior. Los demás le miraban desde abajo.

— ¿Hay algo? — preguntó David

— Barro. . . ramas. . . hojas. . .

— ¿Comida? — apuntó Zoe que empezaba a sentir hambre

De repente, Álvaro dejó de hablar. Tras unos segundos, contestó a Zoe.

— Bueno. . . digamos que en su momento podría haber sido carne. . . — Dijo Álvaro

— ¡Ahh. . . un animal muerto! — Zoe interpretó el comentario de Álvaro

Álvaro se volvió al grupo, estaba blanco.

— ¿Pero qué has encontrado? — Alejandro sentía gran curiosidad

— No estamos solos. Aquí hay dos esqueletos. . . — Explicó Álvaro

— o —

Nacho regresaba desde la orilla hacia las tiendas después de haberse tomado unos minutos de descanso. Mantenerse al cuidado de Ana Belén estaba resultando agotador, y el eternamente optimista médico perdía la fe cada minuto que pasaba. Tras refrescarse y respirar hondo, volvió junto a la enferma, a la que había sacado de la tienda y mantenía en el exterior echada sobre una pequeña manta. Se sentó en la arena, a su lado, y le tomó el pulso. Se distrajo un instante observando cómo Claudio y José Francisco trataban de 34 CAPÍTULO 2. LA ISLA (PARTE II) pescar en vano. Mientras les miraba, algo alteró su calma: de repente, el débil pulso de Ana Belén se aceleró considerablemente. Nacho no daba crédito. Se levantó rápidamente y entró en la tienda en busca de su maletín; apareció a los dos segundos y, al arrodillarse de nuevo, encontró a la joven con los ojos abiertos, las pupilas muy dilatadas.

— ¡Ana! — exclamó Nacho sorprendido. Ella no respondía — Ana, ¿puedes oírme? Soy Nacho

Ana Belén no pestañeaba, mantenía los ojos muy abiertos, mirando al cielo.

— No puede ser. . . ¿cómo es posible. . . ? — El médico no podía creer lo que estaba viendo; entre la incredulidad y el alivio insistía — Ana, ¿me oyes?

Entonces, ella reaccionó: su rostro se tensionó y estremeció en un momen- to. Horrorizada, con respiración entrecortada por unos nervios que iban en aumento, fue desviando la mirada hasta encontrar la de Nacho. Sus ojos se llenaron de lágrimas, comenzó a pestañear mientras trataba de decir algo. El doctor intentó calmarla, sabedor que de quería hablar.

— Tranquila.. . tranquila. . . está bien, no pasa nada — el tono de Nacho trataba de ser un bálsamo.

Entonces Ana Belén pronunció un angustioso e inquietante lamento

— Máriam. . .

— o —

Mariam se encontraba nerviosa ante aquel hombre que decía llamarse Benjamin Linus

— Encantada — Dijo Máriam con una mezcla de nerviosismo y curiosidad — tienes un nombre curioso.

— ¿Curioso? — Ben no perdía su sonrisa. 35

— Nada . . . es una tontería — Dijo Máriam visiblemente sonrojada

— Tranquila, puedes decírmelo . . .

— Si, ¿Nunca te han dicho que tienes nombre de sistema operativo — Expresó ella

— No . . . pero tampoco sé lo que es un sistema operativo. ¿Parezco un sistema operativo? María Amparo — Preguntó Ben

— No, un sistema operativo no puede ser una persona, es una parte de un ordenador, la parte que hacer funcionar los dispositivos electrónicos. Es como un medio para comunicarse con ellos— Máriam notaba que esa conversación no tenía sentido — Bueno . . . da igual.

— Igual no soy tan diferente a un sistema operativo entonces — Ben amplió su sonrisa

— Qué quieres decir ¿Tienes algún tipo de mando o poder aquí?, ¿En esta isla? — Preguntó Máriam intrigada por la críptica respuesta de Ben

— ¿Te parezco poderoso? — Ben inquietaba a Máriam con sus preguntas

— No sé. . . has aparecido así . . . de repente, sabiendo mi nombre, tan misterioso, bien vestido con tu caballo . . . — Máriam cayó en la cuenta — Espera . . . ¿ Podrías ayudarnos para volver a casa? . . . es decir, salir de de la isla.

Ben mantuvo un momento de silencio sin dejar de mirar fijamente a Máriam. Ella se sentía cada vez más nerviosa.

— Siento desilusionarte María Amparo, no puedo hacer que salgas de la isla — Dijo Ben al fin — ¿Por qué tienes miedo? — Ben no había movido ni un músculo de su cara

— No lo sé, esta situación es un poco rara.

— ¿Rara?, ¿Te parece rara? — Preguntó Ben — ¿Qué pensarías si encon- traras a unos extraños en tu casa?

Máriam no supo qué contestar

— Si quisiera hacerte daño . . . ya lo habría hecho. ¿No lo crees? — La afirmación de Ben sonaba terriblemente convincente

— En eso tienes razón. 36 CAPÍTULO 2. LA ISLA (PARTE II)

— Me caes bien María Amparo, y me gustaría ayudarte, si me dejas

— ¿Y qué puedes hacer por mí?— Preguntó Máriam

— Sígueme — propuso Ben a Máriam

Máriam no podía creer lo que estaba haciendo, confiando en aquel hombre. No sabía por qué, pero sentía que podía hacerlo. Algo dentro de ella no sentía ningún tipo de temor. De hecho, se sentía reconfortada a su lado. Ben le mostró una caja de madera con una marca a pintura donde se podía leer DHARMA initiative. Ben abrió la caja y le mostró kilos de comida enlatada y agua embotellada. A Máriam se le abrieron los ojos como platos. Ben sonrió complacido

— Con esto tendréis para una semana más o menos.

— ¡Muchísimas gracias!

— En fin, he de irme ya — dijo Ben — Pero me gustaría volver a verte. Quizá me necesites en un futuro próximo.

— ¡Espera! te presentaré a los demás — dijo Máriam animada

— Lo mejor es que tus amigos desconozcan de momento mi existencia — expuso Ben — tal vez se sientan amenazados, y yo no querría eso.

— ¿Y cómo les explico lo de la comida? — Máriam estaba confusa

— Diles que simplemente la has encontrado — Respondió Ben — La próxima vez volveré a traer a John

— ¿Quién en John?

— Mi caballo — explicó Ben — Escogí el nombre por su color negro.Verás, tuve un viejo amigo . . . en fin es una larga historia y ahora tengo prisa María Amparo. Entonces ¿Guardarás el secreto?

— De acuerdo — afirmó sinceramente Máriam

— Buena chica . . . Buena chica, estoy convencido de que seremos grandes amigos. Mejor aún, serás como una hija para mí.

Ben dedicó una amplia sonrisa a Máriam. Ella le correspondió. Luego dio media vuelta y desapareció, andando por la espesura de la selva tan silencioso como había llegado. 37

— o —

Carlos y María M. caminaban despacio y en silencio. Carlos garabateaba su bloc de notas

— ¿Qué haces? — Preguntó María con curiosidad.

— Intento averiguar dónde estamos — Contestó Carlos con seguridad

— ¿Cómo?

— Simplemente busco referencias, algo que me pueda dar alguna pista. — dijo Carlos sin parar de escribir — Intento mantener la mente ocupada.

— Pero eso es como buscar una aguja en un pajar, no vas a llegar a ninguna conclusión

— Pues no te creas. . .

María M. paró de andar, se colocó frente a Carlos obstaculizando su paso con los brazos cruzados

— ¿Ah sí? ¿Y qué has descubierto? — Dijo María incrédula con cierta ironía.

Carlos dirigió la mirada hacia ella

— De momento, que no hemos sido los únicos habitantes de la isla — Dijo Carlos sin turbar su gesto — Como mínimo ha habido una decena de habitantes. . . creo que incluso más. Pero eso no puedo probarlo.

— ¿¡Cómo!? — María miraba a Carlos con la boca abierta.

— Además, puede que hayan sido rescatados, o incluso que esta isla esté habitada. . . — continuó Carlos

María miraba a Carlos totalmente maravillada.

— ¿Cómo. . . Cómo es posible? ¿Cómo lo has averiguado ?

— Muy fácil. Tan sólo tienes que observar los pequeños detalles — Dijo Carlos mientras señalaba en dirección al interior de la isla María M. y Carlos alcanzaron a ver un pequeño conjunto tumbas en un montículo cercano al bosque. Rápidamente se acercaron al pequeño cementerio . El grupo funerario estaba formado por nueve tumbas marcadas con una cruz de madera. Conforme se acercaron, pudieron leer los nombres de aquellas personas tallados a mano en la madera. En el primero aparecía el nombre de Scott Jackson, al que le seguían Boone Carlyle, Shannon Rutherford, Ana Lucía Cortez, Libby Smith. . .

— Mira aquí hay dos juntos: Nikki Fernández y Paulo — Dijo María — Debían de ser pareja

Las tres ultimas tumbas parecían las más nuevas. La primera pertenecía a John Locke. En la segunda se podía leer Jack Shepard, y finalmente, la última de ellas, decía contener los restos de Benjamin Linus. CAPÍTULO 3 Lo que quiso Ben

Sandra, María E. y Máriam regresaron a la playa portando la caja de comida, ayudándose de unos troncos que hacían las veces de rodillos. Desplazaron la caja hasta llegar a la arena.

— ¡Chicos! ¡Traemos comida! — María E. gritó con júbilo a los compañeros que aguardaban en la playa. Todos se acercaron curiosos y bastante extrañados

— ¿De dónde ha salido esto? — preguntó Chema sorprendido

— Máriam lo encontró — apuntó Sandra mientras se sentaba a descansar

— ¿Dónde? — Toni también estaba intrigado

— Estaba cerca de un claro — Máriam improvisó mientras la gente inspeccionaba la comida, alegres a la vez que desconcertados

— ¿Y no viste a nadie? —preguntó Manolo

— No. Sólo la caja cerrada

— ¡Qué extraño! — dijo un desconfiado Pablo

— Parece la típica caja de víveres que lanzan desde los aviones — aclaró José Luis — Tal vez saben que estamos aquí, y nos han lanzado comida hasta que puedan venir a rescatarnos

— Eso me suena raro — apostilló Pilar — Quizás simplemente se trate de comida restante de una antigua colonia en la isla.

— Iniciativa Dharma. . . — leyó Mari Carmen en la caja — ¿Qué clase de ONG es ésta?

39 40 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

— Por de pronto, la que nos ha salvado la vida jeje — Gema estaba feliz por tener agua y comida

— ¡Qué bien! — exclamó Charly — ya me veía subiendo a los cocoteros y cazando mandriles para sobrevivir

— Buen trabajo chicas — Toni felicitó a las tres porteadoras, que sonrieron complacidas

El grupo se organizó para llevar la comida hasta la zona del campamento, mientras Máriam se quedó atrás para tomarse un momento. Aún intrigada, volvió la cabeza hacia el interior del bosque, pensando en aquel hombre misterioso que había conocido.

— o —

En otra parte de la isla, Rubén y Chus inspeccionaban los restos del avión que acababan de encontrar

— ¿Qué cojones hace eso ahí? — se preguntó Rubén mientras miraba la cabina del avión que estaba colgada de unos árboles

— Debió estrellarse hace bastante tiempo — apuntó Chus — mira el fuselaje, está todo oxidado.

— Hay que subir ahí, tenemos que verlo — Rubén estaba emocionado con el descubrimiento

— De eso nada majo — Chus no estaba por la labor — Tiene pinta de que vaya a caerse en cualquier momento

Rubén ignoró sus palabras y emprendió, decidido, la escalada a uno de los árboles, apoyándose en las grandes ramas que daban paso a la base.

— ¡Qué se va a caer! . . . Lleva años ahí, y se va a caer ahora — el joven despreciaba la opinión de Chus — ¡Sube conmigo, copón! A lo mejor encontramos algo, una radio o algo que nos sirva

— Yo no subo, Rubén

— ¡Bah! Antes molabas Chus — el joven seguía trepando, buscando apoyos en las ramas y la dura corteza del árbol — Los de ciudad sois lo más inútil del mundo ¡joder! 41

Rubén avanzaba hacia la copa del árbol con cuidado de no resbalarse. Estaba tan concentrado en su tarea que no vio llegar a Chus. La joven trepó con gran agilidad y en seguida sobrepasó a Rubén. Molesta con sus palabras, le demostró que su poca disposición a subir no tenía que ver con sus habilidades físicas. Rubén quedó sorprendido y avergonzado por la rapidez y destreza con que trepaba su compañera. Intentó alcanzarla, pero ella llegó primero hasta la cabina.

— Ten cuidado — avisó Rubén subido a una rama, a unos metros de la meta

— ¡Ahora!,¿no? —la dulce Chus perdía la paciencia con él

La cabina del avión estaba partida. Entre las ramas y enredaderas que habían crecido alrededor del fuselaje, podía verse un poco del interior del aparato. Chus asomó la cabeza y pudo ver una zona de asientos rotos y descolgados que correspondían a las primeras plazas del avión, y al fondo, la cabina del piloto. Todo estaba enterrado en plantas y ramas, vegetación que se había abierto camino a lo largo de los años, atravesando cristales y demás materiales.

— ¿Ves algo? — Rubén terminaba de subir, sentía gran curiosidad

— Aquí hay mucho follaje Rubén — Chus movía la cabeza a un lado y a otro intentando encontrar algo

— ¿Follaje dices? — El joven regaló una sonora carcajada— No me hagas reír hostia, que me caigo

— Es imposible entrar ahí — Chus bajó la cabeza hacia su amigo — Necesitaríamos quitar toda la maleza, y no tenemos nada para cortar

Rubén torció el gesto, disconforme con la opinión de Chus.

— Yo voy a entrar. Aparta. . .

— o — 42 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

— ¡Rubén coño baja de ahí! — David chillaba a Rubén que estaba empeña- do en subirse al palo mayor. — ¡Que sí! ¡Por mis huevos que soy capaz de llegar! — Rubén parecía algo bebido — ¡Que esto no es un velero! — Dijo Jesús — ¡Mejor nos escondemos en los botes salvavidas y acojonamos a los que vayan pasando! — ¡Ni una idea buena! ¡Ja ja ja!— Carlos pasaba por allí cuando vio a Rubén encaramándose por una de las ventanas de la cubierta de la piscina. — ¡Porque no nos echamos un mus! — dijo David — ya somos cuatro con Carlos — Pues va a ser que no — contestó Carlos — voy a echarme una siestecita. . . que si quiero seguiros el ritmo esta noche. . . — ¡Carlos, ya no molas nada! — Dijo Rubén bajándose de la ventana — Tú también deberías irte a dormir. . . — dijo Carlos a Rubén — ¡Yo no soy un gayer como tú! ¡Tus genes manchegos deben estar renegando de ti! — contestó Rubén — Bueno. . . yo os dejo chicos. . . luego os veo — Carlos fue andando hacia la zona de camarotes.

David quedó pensando qué podían hacer

— Podríamos buscar a Héctor y José Luis y echarnos un poker descubierto — Va ser que no — Dijo Rubén — esos dos retramonguers han quedado para ir ver al Capitán. . . para que les enseñe el puente. Tiene que ser divertidísimo aguantar la chapa de un tío de cincuenta años vestido de primera comunión — ironizó

Los tres lanzaron una carcajada al unísono

— pues yo. . . tío casi te voy a decir que abandono. . . llevamos ya una semana de un lado a otro sin parar — Dijo Jesus — ¡Tú también hijo mío! — Dijo Rubén — La tarde es joven — Pues vas a tener razón — David estaba de acuerdo con Jesús — Cuando volvamos en un par de días leo el proyecto. . . y todavía no he hecho una puta transparencia 43

— ¡Vosotros antes molábais! — espetó Rubén — ¡Ale iros a dormir niños, que esto es para mayores!

Jesús y David marcharon en dirección a los camarotes. Rubén se quedó solo en la piscina. Su gesto se tornó serio. Tenía la mirada fija en al agua. De repente comenzó a asentir.

— ¡Se va a cagar la perra! — parecía enfadado.

Rubén se dirigió a su camarote con paso firme. Tenía los ojos inyectados en sangre. Cuando llegó al camarote encontró a su compañero de habitación durmiendo. Intentó no hacer ruido, pero Chema no pudo evitar despertarse.

— ¡Tío, qué haces! — Dijo Chema aún somnoliento con los ojos entornados

— Nada, Sigue durmiendo — Rubén abrió el armario y cogió su mochila.

— ¿Dónde vas con la mochila? — Dijo Chema

— Ya te enterarás — dijo Rubén

Sin dejar que Chema contestara, Rubén salió por la puerta. Chema le ignoró e intentó volver a conciliar el sueño. Rubén se quedó de pie justo delante de la puerta de su camarote. Se agachó y abrió la mochila para asegurarse que contenía lo que buscaba. En efecto, la bolsa estaba llena de unas pastillas de color marrón del tamaño de una cinta de video . En cada una de ellas, en color blanco se podía leer C-4 Manejar con cuidado

— Lo dicho, se va a cagar la perra — se repitió para sí Rubén

— o —

Héctor y Pancho llegaron a la playa como alma que llevaba el diablo. Nada mas verlos Toni salió a su encuentro.

— ¿Qué ha pasado? — preguntó Toni — ¿Donde están los demás?

— ¡No lo sé. . . Ha corrido tras de ellos. . . a lo mejor se los ha comido. . . o lo que sea que haga eso! — Dijo Héctor entre jadeos 44 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

Toni no entendía nada.

— ¡Un monstruo. . . un monstruo en forma de humo negro gigante nos ha atacado! — Intentó explicar Pancho

— Humo negro. . . Un monstruo. . . ¿De qué narices estáis hablando?

Los chicos empezaron a rodear a Pancho y Héctor para ver qué pasaba

— Íbamos por el bosque y de repente apareció una columna de humo que se movía como si estuviera viva — Dijo Héctor

— Alucináis, habéis comido una seta o algo por el camino — Expuso incrédulo Toni.

— Te aseguro que estaba allí. Todos lo vimos — Replicó Héctor y Pancho asintió

— ¿Dónde están los demás?

— Cuando nos empezó a perseguir el humo, nos separamos y Rubén y Chus corrieron hacia el interior de la Isla. Nosotros lo hicimos hacia la playa — Explicó Pancho

— ¡Mierda! lo que faltaba. Ahora Rubén Y Chus perdidos en esta puta Isla. — Toni se desesperaba.

— ¡Tenemos que ir a buscarlos! — La voz de Máriam sonó entre la multitud

— ¡De aquí no se mueve nadie! Y menos si hay un monstruo o lo que sea por ahí dentro — Ordenó Toni señalando al interior de la Isla — Si están bien. . . volverán

— Pero. . . no podemos dejarlos solos — suplicó Máriam

— Y ¿Cómo piensas luchar contra el humo negro. . . , soplando?

Máriam no contestó. Pero sabía cómo podía hacerlo. Necesitaba a Ben.

— o — 45

Había sido una noche dura, durmiendo en la zona de las cuevas para resguardarse del frío, pero al fin regresaban a la playa. Con el amanecer, el grupo de Zoe, David, Álvaro, Ana N., Abel y Alejandro consiguieron encontrar el camino de vuelta al campamento. Llevaban consigo botellas llenas del agua que recogieron del manantial encontrado, aunque eran conscientes de que necesitarían más recipientes para abastecer a todo el grupo. Visiblemente agotados por la larga caminata, dejaron atrás los últimos árboles y respiraron aliviados cuando por fin llegaron a la playa.

— ¡Ya estamos aquí. . . ! — Zoe suspiró contenta

A lo lejos, Claudio, María M., José Francisco y Carlos les vieron aparecer

— ¡¡Chicos!! — gritó Claudio mientras saludaba agitando el brazo

El reencuentro fue distendido. Enseguida mostraron las botellas de agua, ansiosos por contarles lo que habían encontrado.

— Estábamos preocupados — dijo José Francisco — ¡Qué bien que hayáis encontrado agua!

— Sí bueno. . . — Abel quiso matizar — agua, y dos esqueletos

— ¿En serio? — Dijo Claudio sorprendido

— Bueno pues. . . nosotros encontramos a sus amigos —intervino María — Hay un cementerio a unos doscientos metros de aquí

— ¡¿Qué?! —Ana N. quedó petrificada

— ¡La virgen, qué isla! —David tampoco daba crédito

— ¿Qué os ha pasado? — preguntó Carlos con interés

— Ahora, ahora. . . — David quería llegar a la zona de las tiendas para tirarse sobre la arena — Dejad que respiremos cinco segundos

El grupo se dirigió hacia las tiendas, excepto María M., que cambió el rumbo hacia donde se encontraba Ana Belén. La joven estaba sentada sobre la arena, junto a la orilla, contemplando el mar. Su frente estaba vendada pero la sangre de la herida había logrado traspasar tímidamente la gasa. Su gesto era serio, ausente. A lo lejos, Carlos la observó un momento, ella lo advirtió e intercambiaron miradas y sonrisas de cariño. Carlos alzó su mano saludando, y después marchó hacia otra zona de la playa. María se acercó, sentándose a su lado. 46 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

— Bienvenida al mundo de los vivos — le dijo en un intento por animarla

— Gracias — respondió Ana reconfortada

— ¿Cómo estás?

— La verdad. . . siento como si me hubiese pasado un barco por encima — Ana se mostraba dolorida, María hizo una mueca, divertida por el comentario — ¿Qué hacemos aquí? ¿Cómo hemos venido a parar a esta isla?

— ¿No recuerdas el accidente? — preguntó con interés la joven

Ana Belén quedó pensativa, no sabía qué responder; trataba de buscar en su memoria, pero no había nada. Sólo esperaba despertar de un mal sueño

— ¿Dónde están los demás?

— Ayer Serdula se llevó a Jesús, Enrique, Juan y Guillermo a explorar la isla — informó María — pero aún no han vuelto. Y el resto estamos aquí. . .

— ¿Nadie más? — dijo una Ana afligida

María negó con la cabeza, igualmente apesadumbrada

— Nacho me ha contado que recobraste la consciencia pronunciando el nombre de Máriam. Que despertaste pronunciando su nombre. . .

— Es cierto —Ana le confirmó

— ¿Por qué Máriam?

— No lo sé. . . — la joven trataba de organizar sus ideas

— ¿No sabes por qué dijiste su nombre? — María insistía

— No lo sé María — Ana se agobiaba por momentos

— Trata de recordar por favor —María estaba preocupada por su amiga desaparecida

— Creo que. . . creo que la vi —dijo con dudas

— ¿La viste en el barco? — María interrogaba, temerosa con cada respues- ta

— No —sentenció al fin Ana con rotundidad— La vi en la isla. 47

María cambió el gesto, aturdida. No esperaba esa información. La miró con incredulidad mientras Ana Belén giraba la cabeza hacia el interior de la selva, abstraída por algún pensamiento.

— o —

La misteriosa aparición de esa columna de humo negro, y la desaparición de Rubén y Chus minaron la moral del grupo. Sin embargo, Máriam se sentía silenciosamente emocionada por su nuevo amigo Ben. No entendía por qué, pero sabía que podía confiar en él. Máriam pensaba que Ben podría ayudarlos. Primero, protegiéndoles o al menos, ayudarles a evitar a ese extraño monstruo, y segundo, ayudarles a encontrar a los dos amigos perdidos. Es por esto que decidió salir en su busca. No sabía dónde podría encontrarlo, pero pensó que si lo buscaba, él la encontraría. Máriam se adentró en la selva sin miedo. Estaba segura que no había nada que temer. Ben la protegería. Empezó a buscar por el bosque de árboles frutales, donde le encontró la primera vez. Caminó por la zona con la esperanza de que él la viera. Pasaba el tiempo y Ben no aparecía. Se decidió a avanzar sin rumbo fijo . Ni siquiera pensó que podría perderse. Tras prácticamente una hora vagabundeando hacia el interior de la Isla, Ben apareció en un claro. Vestía igual que la última vez. En medio de un claro, quieto, con la mirada puesta en Máriam, como si estuviera esperándola pacientemente. Máriam se alegró de encontrarlo, Y apretó el paso.

— Me alegro de verte María Amparo — Dijo Ben con media sonrisa en la boca

— Hola Ben, ¿Me estabas esperando?

— Si hubiese sabido que me buscabas . . . no habrías tardado tanto en encontrarme — Contestó Ben — Sin embargo, al pasar por aquí, supe que venías hacía mí

— Necesito tu ayuda, Ben — Pidió Máriam

— Por supuesto — Ben abrió su sonrisa — ¿Qué puedo hacer por ti?

— Verás.. . — Comenzó Máriam — Hemos encontrado otro habitante en la isla. . .

Ben frunció el ceño interesado

— ¿Otro habitante? 48 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

— Si. . . , Es difícil de explicar. . . quizá me tomes por loca— Máriam se sintió sonrojar.

— No te preocupes María Amparo — Dijo Ben comprensivo — A veces en esta isla las cosas no suceden como se supone que deben hacerlo. Cuéntame sin miedo.

— Resulta que unos amigos encontraron en la selva una extraña columna de humo negro que les atacó — Expresó Máriam— Tenemos miedo.

— ¿Una columna de Humo Negro dices? — Dijo Ben — No te preocupes, Smokey no te hará daño. No tiene nada contra vosotros.

— ¿Smokey? — Preguntó Máriam — ¿Conoces a esa cosa?

— Yo, al menos le llamo así — Respondió Ben con una sonrisa divertida — Y sí, le conozco muy bien, no os hará nada malo.

— Pues dos de mis amigos no han aparecido. — Explicó Máriam — Y ese tal Smokey les perseguía

— Rubén y Chus están bien — contestó Ben — pronto volverán al campamento.

Máriam miró a Ben confusa. Sentía un contenido temor porque ese hombre conociera sus nombres. De repente, pensó que quizás el podría saber algo de Guillermo.

— ¿Ocurre algo más? — preguntó Ben — Hasta hora sólo te he dado buenas noticias.

— Es que. . . — Máriam bajó la cabeza visiblemente nerviosa — Pareces saber mucho sobre la isla y sobre nosotros. . . . ¿ Nos conoces a todos? ¿Sabes qué le ha ocurrido a cada uno de mis amigos?

Ben sonrió, se acercó a Máriam y apoyo la mano suavemente en su hombro, comprensivo.

— Él está vivo, María Amparo — Dijo mientras clavaba sus claros ojos en los ojos de Máriam — Guillermo está bien, y, si quieres, yo puedo llevarte con él. Pero deberás confiar en mí

Máriam se acercó a Ben reconfortada.

— ¿Es cierto lo que dices? ¿Dónde está? — Máriam estaba feliz 49

— Sígueme y te lo mostraré

Ben comenzó a andar hacia el interior de la Isla, Máriam dudó un momento, pero finalmente decidió acompañarle, ansiosa por reencontrarse con Guillermo; ambos se perdieron entre la maleza

— o —

En la otra parte de la isla, Ana Belén terminaba de preparar un pequeño macuto en el que guardó, entre otras, una camiseta y una botella de agua. Nacho se acercó desde la zona de las tiendas

— Hola. ¿Qué haces? — preguntó simpático

— Voy a dar una vuelta. Necesito caminar

— No, no — al médico no le gustaba la idea — Aún no estás recuperada. Lo que necesitas ahora es descansar

— Será un paseo corto, te lo prometo — Ana estaba decidida a irse

— De eso nada — Y Nacho no estaba dispuesto a ceder — Has tenido un trauma muy serio, debes quedarte cerca por si recaes

— Pero. . . enseguida vuelvo Nacho

— Que no Ana, que no. . .

Nacho no pudo acabar su frase. Unos gritos lejanos les alarmaron. Tanto ellos como el resto de compañeros de la playa vieron llegar del interior de la selva a Serdula y Juan. Éste último chorreaba sangre mientras lanzaba unos terribles gritos de dolor.

— ¡¡Ayuda!! — Serdula se desgañitaba pidiendo la atención de los demás

Todos corrieron a su encuentro preocupados.

— ¿Qué ha pasado? — Gritaba Nacho mientras corría hacia ellos

— ¡Nos han atacado! — Serdula hincó las rodillas en el suelo, agotado por llevar a Juan agarrado a su hombro hasta la playa 50 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

El grupo atendía horrorizado. Claudio, Alejandro y Álvaro se agacharon a recoger a Serdula, que también sangraba por la herida de su pecho. Nacho, José Francisco y Zoe se arrodillaron junto a Juan para socorrerle.Juan llevaba un torniquete en el hombro que le salvó de desangrarse durante el tedioso viaje de vuelta. Todos se echaban las manos a la cabeza, contemplando la escena y preguntando una y otra vez qué había ocurrido. Mientras, desde la orilla, Ana Belén atendía con el mismo gesto serio, inmutable. Aprovechó el momento para tomar su macuto, darse media vuelta y alejarse en dirección a la selva.

— ¿Pero qué os ha pasado? — Abel estaba muy asustado, al igual que el resto

— ¡Mi maletín! — reclamó Nacho a José Francisco — ¡Rápido!

Jose echó a correr hacia las tiendas para buscarlo.

— ¿Quién os ha hecho esto? — María M. tampoco daba crédito. Veía con horror como Juan se retorcía en el suelo, llorando por el intenso dolor

— ¡Nos ha atacado un oso! — Serdula estaba fuera de sí

— ¿Perdona? ¿Un oso? — exclamó Ana Navarro con estupor — Yo no vuelvo mas ahí dentro

— ¡Un oso! — Serdula no podía mantener la calma — ¡Un oso polar!

El desconcierto general iba en aumento. Todos se miraban entre sí, sin entender nada. Carlos agarraba a Juan con cuidado, tratando de calmarle, mientras intentaba procesar las palabras de Serdula.

— ¿Dónde están los demás? — preguntó alarmado David a un Serdula que trataba de recobrar el aliento

— ¿No han vuelto. . . ? — dijo entonces Serdula contagiando la angustia al resto de compañeros.— No se nada de ellos desde que nos atacó el oso.

— o — 51

Los chicos deambulaban junto a la tienda de Nacho muy preocupados por el estado de Juan. En el interior de la enfermería el médico atendía al joven malherido por la amputación del antebrazo. El grupo aguardaba fuera, oyendo los gritos desgarrados de Juan. De repente dejó de chillar, y los muchachos temieron lo peor. La voz de Nacho les tranquilizó

— Ha perdido el conocimiento — les dijo sin salir de la tienda

— Pobre. . . — Zoe estaba muy angustiada por su amigo

Mientras tanto, también el exterior, Claudio, Ana N. y Abel mantenían echado a Serdula y le curaban la herida provocada por el zarpazo del oso. Por fortuna, el animal no había logrado hincar en profundidad sus garras, aunque el joven sentía que le ardía el pecho.

— Esto te va a doler un poco — dijo Abel escurriendo un trapo en un recipiente de agua salada y pasándolo con cuidado sobre la herida

— ¡¡Ahhh. . . !! — Serdula apretaba los dientes pero escocía demasiado- ¡¡Dioss. . . !!

— Vamos aguanta, que sólo es un rasguño — Claudio trataba de animarle — Como si te arañase un gatito

— Un gatito, sí. . . — Álvaro estaba alucinando — Un gatito que se ha comido a nuestros colegas

El grupo le miró con un gesto de desaprobación, pese a compartir el mismo temor por Jesús, José Enrique y Guillermo. Alejandro se inclinó hacia Serdula, intentando aclarar lo sucedido

— ¿ No viste hacia dónde huyeron?

— Echamos todos a correr, cada uno hacia una punta. Yo qué coño sé. . . — Serdula no podía pensar, la sal en la herida abierta le estaba destrozando

— Pues habrá que ir a buscarlos — Dijo David con decisión

— ¿Habéis pensado qué vamos a hacer si ese oso nos encuentra aquí en la playa? — Ana estaba inquieta — ¡Claro! contando con que sólo haya un oso polar en esta jodida isla

Mientras el grupo discutía, Carlos intentaba ordenar sus pensamientos. Tras unos segundos, miró a su alrededor y cayó en la cuenta 52 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

— Un segundo. . . ¿Dónde está Ana Belén?

Los chicos guardaron silencio buscando con la mirada.

— ¿Alguien la ha visto? — Insistió Carlos

— Hablé con ella hace un rato, estaba junto a la orilla — informó María M.

Nacho salió un momento de la tienda para aclararlo

— Creo que se ha ido — dijo el doctor mientras se limpiaba con un trapo las manos manchadas de sangre — Por lo visto no me ha hecho caso

— ¿Cómo? — Carlos no daba crédito — ¿Qué se ha ido a dónde?

— Dijo que necesitaba dar un paseo — prosiguió Nacho mientras volvía junto a Juan — Creo que se fue hacia el interior, siguiendo la línea del mar

— ¡¡Joder!! — Carlos estaba enfadado — ¡Hay que ir a buscarla ahora!

— ¿En qué coño estaría pensando esa chica? — José Francisco no entendía nada — Irse sola. . .

— ¡Me voy a buscarla ya! — dijo Carlos contundente

— Conmigo no contéis esta vez — Serdula se retorcía en el suelo

— Yo voy contigo — Claudio se incorporó envalentonado

— Yo también — dijo Zoe

Los demás callaron y desviaron la mirada. El miedo a lo desconocido y a los peligros que podían acechar les hacían comedidos.

— Yo creo que. . . con el poltergeist de ayer tuve suficiente — Ana N. no estaba dispuesta a volver a la selva

— Pues necesitaríamos a alguien más — protestó Zoe — ¡Vaya expedición de mierda!

— ¿Alguien ha dicho expedición? — profirió a lo lejos Guillermo apare- ciendo del interior del bosque junto a Jesús y José Enrique — ¡Me apunto!

— ¡Guillermo! — exclamó María contenta 53

Todos sonrieron aliviados al ver llegar sanos y salvos a sus amigos. Fueron a su encuentro, David y Jesús se abrazaron, y Claudio abrazó a José Enrique.

— ¡No vais a creer lo que nos ha pasado! — Jesús estaba ansioso por contar, pero enseguida vio a Serdula tendido en el suelo y aventuró que ya lo sabían — Quillo, ¿estás bien?

— Lo peor se lo ha llevado Juan — informó Abel

— Y encima ahora Ana Belén ha desaparecido — añadió David

— A ver, a ver, vamos por partes — Guillermo estaba perdido

— No hablemos de partes chicos. . . que Juan ha vuelto ligero de equipaje — dijo Álvaro

— ¿Como puedes bromear en un momento como este? — María reprendió a Álvaro

— ¿Pero de qué estáis hablando? — José Enrique tampoco entendía nada. Se acercó a la tienda de Nacho asomándose con cautela, y entonces vio la dantesca situación — ¡¡Hostia!! ¡joder, joder. . . !

— ¿Qué le ha pasado a Juan? — Jesús estaba terriblemente alarmado, intentó entrar también, pero sus compañeros le frenaron

— ¡Vamos a centrarnos, coño! — Carlos perdía la paciencia — Me llevo a Claudio y Zoe a buscar a Ana Belén. A ver, María, y tu Alejandro, ¿Nos acompañáis?

— Vale — respondió una María reticente — La verdad es que estoy inquieta. Antes estaba rarísima, con lo de Máriam y. . .

— ¿Máriam? — dijo Guillermo con sorpresa

— Ana Belén me dijo que creyó haberla visto en la isla —aclaró María M.

Los nervios de Guillermo afloraron en un momento.

— Voy con vosotros — El joven estaba decidido a averiguar el misterio

— ¡Pues ale! Démonos prisa — Alentó Carlos iniciando la marcha

— Tened cuidado chicos — Serdula les despidió mientras quedaba al cuidado de Ana y Abel 54 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

El grupo empezó a alejarse, no sin antes coger un par de mochilas y llenarlas con botellas de agua. Guillermo, que cerraba el grupo, se giró un momento hacia Jesús y José Enrique con los que había compartido la última experiencia

— ¡Equipo. . . ! — se despedía afectuoso

Los chicos le miraron, se miraron un momento entre ellos, y después decidieron unirse a la expedición.

— Algo me dice que nosotros tenemos que estar juntos —Jesús quería transmitir seguridad— Y ya tenemos experiencia con los bichos del ártico

El grupo de 9 formado por Carlos, Zoe, Alejandro, Claudio, María M., Jesús, Guillermo y José Enrique se adentraron en la selva en busca de Ana Belén. En la playa quedaron Nacho, Juan, Serdula, Abel, José Francisco, Ana N., David y Álvaro.

— o —

En el otro grupo, Gema, Héctor, Manolo, Mari Carmen y Raquel ter- minaban de acondicionar la nueva despensa, en la que iban colocando los víveres de la caja encontrada por Máriam. Mientras, Laura se ocupaba de hacer un rápido inventario, anotando en unas hojas de periódico rescatadas del naufragio. Mari Carmen alzó un momento la vista, justo para ver llegar a Chus y Rubén

— ¡Han vuelto! — exclamó con alegría

El grupo les buscó rápidamente con la mirada, al igual que el resto de compañeros que andaban cerca.

— ¿Dónde os habéis metido? — preguntó Héctor aliviado al fin

— ¿Estáis bien chicos? — Pancho parecía intranquilo

— Sí, sí — Chus agradecía las muestras de preocupación — Es una larga historia, pero hemos vuelto sanos y salvos.

— Héctor y Pancho nos han contado lo del monstruo de humo — dijo Chema aún desconcertado — ¿Es cierto? 55

— Parece ser que sí — afirmó rotundo Rubén — No sé qué cojones era eso. . . pero el caso es que lo vimos, y no parecía muy amistoso

— ¿Por qué habéis tardado tanto en volver? — preguntó Sandra mientras abrazaba a Chus

— Encontramos algo más. . . — respondió Chus

— ¿Qué encontrasteis? — Pili sentía gran curiosidad

Rubén y Chus se miraron un momento, y guardaron un silencio inqui- etante.

— ¡Vamos chicos! Contadnos — María E. perdía la paciencia

Permanecieron callados, se les veía realmente incómodos

— ¡No me jodas! ¡Dejaos de intrigas! — dijo un nervioso Pablo

— Cada cosa en su momento. . . — Rubén por fin habló, mientras seguía mirando a Chus

— ¿Pero qué os pasa? —Chema no entendía nada

Chus se fue hacia la zona de las tiendas acompañada de las chicas. Necesitaba descansar. Rubén se abrió paso entre los demás, y caminó pau- sadamente hasta la orilla del mar. Quería estar solo; con las manos en los bolsillos, quedó de pie, en silencio, contemplando el horizonte. El grupo se miraba con desconcierto

— No entiendo nada — Toni se sentía confuso

— Mírale — señaló José Luis a Rubén — Ahí se ha quedado. . .

— Está en modo reflexión —aclaró Pancho

En ese momento ellos no veían su cara, estaba de espaldas a ellos, pero el gesto imperturbable de Rubén dejaba percibir una enorme tensión.

— o — 56 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

Rubén cerró la mochila y se la colgó al hombro. Intentando no hacer ruido, bajó las escaleras en busca del sitio idóneo. Un golpe en la espalda le despertó de su letargo.

— ¿Dónde vas con la mochila? — Claudio, que se dirigía a la piscina con bañador y una toalla, asustó a Rubén.

— ¡Joder, tío que susto me has dado! — Rubén se puso la mano en el pecho.

— Algo malo estarías pensando hacer — Dijo Claudio sin dejar de pintar una sonrisa en su cara.

— Sí, voy a volar el barco — Dijo Rubén correspondiendo la sonrisa de Claudio — llevo aquí cinco kilos de explosivos. ¡Por fin os voy a matar a todos! ¡ja ja ja!

— Vale, pues me voy a pegar un bañito antes — contestó Claudio — Quiero estar presentable en el mas allá ¡ja ja ja!

Rubén sonreía mientras Claudio iba hacia la piscina.

— Eso. . . corre. . . corre. . . báñate — Rubén tenía una diabólica sonrisa en la cara

Tal y como había planeado durante esas dos semanas en el barco, Rubén continuó bajando escaleras hasta llegar a la cubierta tres. Las gamberradas que había realizado le habían dado una excusa ante todos para conocer perfectamente el barco, y cuál era el mejor sitio para ejecutar su venganza. Rubén tenía todos sus movimientos calculados desde hace tiempo. Fingir su borrachera fue de gran ayuda para no levantar sospechas entre sus compañeros. Una vez en la cubierta tres, se acercó a la sala de mantenimiento Con sumo cuidado. La entrada a la sala de máquinas era una escotilla que Bajaba directamente de la cubierta dos. Para acceder a esa escotilla era necesario cruzar la sala de mantenimiento. Los operarios siempre estaban dentro, incluso dormían allí. Sin embargo, Rubén había estudiado sus movimientos y sabía que en aquel preciso instante estarían descansando en los catres. Rubén cruzó sin dificultad y se encontró de cara a la escotilla de acceso. No estaba cerrada con llave, los operarios nunca lo hacían. Sin embargo, un sensor de luz en el mostrador indicaba cuando se abría. El joven abrió la puerta con cuidado y se coló dentro. Para llegar a la sala de máquinas principal, habría de bajar una escala y recorrer tres habitaciones llenas de botones y marcadores que apenas comprendía. 57

Rubén entró en la sala y soltó la mochila de su espalda. La dejó en el suelo. Comenzó a armar el C-4 instalando el detonador. La detonación seria por tiempo. Clavó un par de electrodos en el explosivo plástico y la cerró dejando los cables colgando hacia fuera. Seguidamente conectó los cables al temporizador. Se daría unos minutos, suficientes para subir a un bote salvavidas y huir de ese barco abocado al hundimiento. Tras escribir el número en el temporizador, pulsó el botón y la cuenta atrás comenzó a correr. Rubén se dedicó unos segundos a contemplar su obra.

— ¡A la mar, calamar! — Rubén se despidió de la bomba

A continuación empezó a recorrer las salas previas. Se encontraba sumido en sus pensamientos cuando, de repente, comenzó a escuchar voces en la sala de mantenimiento que estaba justo sobre su cabeza.

— Pedro, ¡Te has vuelto a dejar abierta la escotilla de la sala de máquinas! ¡El capitán te va a meter el timón por el culo esta vez, y a mí me despedirá por ir perdiendo las llaves!

— ¡No jodas tío! — contestó otra voz

Rubén cayó en la cuenta, se había dejado la puerta de la escotilla abierta, y por desgracia, habían visto el sensor del mostrador de mantenimiento. Rubén se quedó sin aliento. Un chirrido de colchón viejo seguido de unos pasos que se dirigían hacia la escotilla se oyeron por encima de su cabeza. Rubén se temió lo peor. Aquel la hombre cerró con fuerza y pasó la llave

— ¡Mierda! — Rubén no pudo reprimir un gesto de desaprobación

Los pensamientos se agolpaban en su cabeza . Tenía que salir de allí y no le quedaba mucho tiempo. Pasaron unos minutos hasta que cayó en la cuenta. La sala de maquinas compartía orificio de ventilación con la sala del SPA que estaba en la cubierta inmediatamente superior. Pensó que podría salir por allí. Rubén no sabía el tiempo que le quedaba, pero tampoco se paró a pensarlo, huyó en dirección hacia el orificio de ventilación, abrió la rendija con el destornillador que había usado para armar la bomba y comenzó a subir por una escala que era utilizada para el mantenimiento. Entonces empezó a oír ruido de agua y risas.

— No puede ser, el SPA está cerrado por mantenimiento — Se dijo a sí mismo Rubén 58 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

Rubén se acercó a la rejilla y alcanzó a ver a Raquel y Juan a través de él, jugueteando en el jacuzzi del SPA.

— ¡Mierda! — Un grito de rabia le salió a Rubén sin pensar

— ¡Qué ha sido eso! — Raquel se asustó .

Rubén se lamentaba en silencio, cuando, de repente, se dio cuenta de que un extraño silbido muy agudo le envolvía y retumbaba en los oídos. Parecía no ser el único en oirlo: Raquel asustada se había levantado y vestido. De repente algo fuerte como una explosión se oyó, y un golpe de aire empujó a Rubén que hizo saltar la rejilla cayendo en la habitación del SPA. La explosión había abierto un agujero en la pared. El agua entraba con violencia, y con ella una cegadora luz que aumentaba en intensidad del mismo modo que lo hacía el ensordecedor pitido que les envolvía. Aquéllo fue lo ultimo que recordó Rubén

— o —

Ajena al grupo formado en su búsqueda, Ana Belén avanzaba por la selva con determinación con su mochila a la espalda. Sus sentimientos eran contradictorios. Había abandonado a sus compañeros en un momento de crisis, pero el sentimiento que aquel entorno le provocaba era muy extraño. Ana Belen se sentía llamada por la isla. Se detuvo unos segundos para examinar su posición, y después prosiguió la marcha sin dudar. Parecía totalmente concentrada en sus pensamientos, no cabía la incertidumbre en su paso firme. Se llevó la mano a la frente vendada en un signo de molestia. Volvió a detenerse un momento, esta vez para beber agua y escuchar con atención los sonidos de la selva, los sonidos de los animales y de la vegetación. Miraba continuamente a su alrededor, empapándose del paisaje. Aquel entorno le desconcertaba, por algún extraño motivo, lograba orientarse en aquel inhóspito lugar. Era como si como si supiera donde tenía que ir en cada momento, como si fuera la propia isla la que le guiase. Tomó un sendero aún más frondoso cuando, de repente, un ruido la sobresaltó. Se giró bruscamente, sintiendo la presencia de alguien. Buscó a su alrededor con la mirada, pero no vio nada. Retomó la marcha cuando, de nuevo, escuchó algo: una rama se partía como si la pisaran. Ana volvió a girarse y tampoco había nadie. Decidió proseguir abandonando la zona más frondosa su desconcierto se transformó en inquietud. 59

La selva se hacía cada vez más grande para Ana Belén, agotada de caminar sin rumbo aparente. Se detuvo y volvió a tocarse la herida de la cabeza. Estaba aturdida y el dolor de cabeza iba en aumento. Ya no estaba segura de encontrar el trayecto de vuelta a la playa. Pensó en sus sentimientos, pensó que aquel sentimiento de llamada debía haberse producido por el traumatismo sufrido en la cabeza. Se maldijo por no haber hecho caso a Nacho. Decidió deshacer el camino cuando, al dar media vuelta, encontró un obstáculo inquietante. Cerca de su posición, un hombre joven de unos 30 años la observaba entre unos arbustos, a una distancia prudente. Aquel hombre, tenía el pelo castaño, algo rizado, vestido con ropas desgastadas de un extraño tejido parecido al lino. El joven que la había estado siguiendo estaba plantado frente a ella, a unos diez metros de distancia, mirándola con atención. Ana pegó un bote y retrocedió unos pasos asustada mientras se llevaba la mano al pecho. El muchacho la observaba muy serio, sin decir palabra, y ella era incapaz de reaccionar. A lo lejos, una voz les sobresaltó

— ¡¡Ana!! — Carlos y su grupo la buscaban. Ella no podía verles, pero las voces se oían cerca — ¡¡Ana!!

— ¡Aquí! —gritó Ana con resolución tratando de que la localizaran rápidamente

No tuvo tiempo a más. El joven sacó de su cinturón una pistola y disparó a Ana al cuello, clavándole un dardo tranquilizante que la derribó al instante. Segundos después apareció a la carrera un veloz José Enrique seguido del resto de amigos. Inmediatamente descubrieron a Ana tumbada en el suelo, pero no tuvieron tiempo de reaccionar; una lluvia de dardos impactaron en todos ellos, sin posibilidad alguna de zafarse. Estaban rodeados, y fueron cayendo uno a uno. Una vez derribados e inconscientes, salieron de su escondite seis personas acompañadas del joven que capturó a Ana. Armados e igualmente vestidos con ropas viejas, permanecieron de pie observando a sus presas con gesto inquietante.

— o —

Álvaro y José Francisco se afanaban en su tarea de pescar sin mucho éxito. Prácticamente, se habían tirado tres horas sin conseguir ningún resultado. De repente la caña de José Francisco se empezó a tensar. Álvaro y Jose empezaron a saltar pensando que por fin habían pescado algo.

— ¡Tira Jose! — Dijo Álvaro eufórico. 60 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

— ¡Ya lo hago! ¡Este cabrón pesa un quintal! —

Álvaro se puso a tirar con él. Pero aun así pesaba demasiado. Temían romper el anzuelo o la cuerda. Al final, Álvaro se tiró al agua para atraparlo.

— ¡Mierda, sólo es una mochila! — Dijo Álvaro desencantado.

— En fin, ya que la tenemos veamos que hay en ella. . . — Dijo Jose

Jose se dispuso a abrir la mochila. Cuando lo consiguió, sus ojos no podían creer lo que veían.

— ¿Qué pasa tío? — Dijo Álvaro extrañado al ver la cara de asombro de Jose mientras salía del agua

Álvaro se acercó y vio en su interior unas pastillas en las que se podía leer C-4 Manejar con cuidado

— ¡Qué coño es esto! — Exclamó Jose que se puso blanco como la pared

— ¡Explosivos! — Dijo Álvaro — No puede ser. . . pero. . . , pero ¿Así ocurrió el accidente?¿Hemos sufrido un atentado?

— Desde luego, no con éstos. . . éstos no han explotado. . . Eso sí. . . , estaba preparado para hacerlo. Estos cables debían de estar conectados a un detonador. — explicó Jose

— ¿Quién ha podido ser el hijo de puta que llevaba esto? — Se preguntaba Álvaro

— No lo sé.

— o —

Mientras tanto, Máriam continuaba siguiendo a Ben. Ben miraba siempre fijamente el horizonte. Caminaba de forma segura y directa. Se notaba que conocía la isla perfectamente.

— ¿Cuánto tiempo llevas aquí? — Preguntó Máriam a Ben. Ella intentaba conocer más a Ben 61

Ben sonrió y miró Máriam sin reducir el paso

— Mucho tiempo. . . llegué siendo apenas un niño — respondió Ben — pero aquí el tiempo no importa

— ¿Y cómo llegaste aquí?

— Mi padre trabajaba en esta isla. Yo me vine con él. — contestó Ben

— Entonces, ¡hay más gente en la isla. . . y sabrán salir de ella!

— Ojalá fuera tan fácil, María Amparo — Ben cortó las alas de Máriam — no queda ninguna de las personas que trabajaban con mi padre.

— ¿Qué pasó? — preguntó inocente Máriam

— Los Hostiles los mataron — Dijo Ben fríamente

— ¡¡Los mataron!!¿Los Hostiles? — Máriam abrió mucho los ojos — Me estás asustando

Ben paró de repente y miró a los ojos de Máriam y colocó la mano sobre su hombro

— No tienes por qué preocuparte, María Amparo — Ben tenía una cálida sonrisa en su boca — ellos no te pueden hacer daño. Yo te protegeré

Máriam se sintió protegida y el miedo desapareció

— ¿Tienes familia? — Máriam seguía sintiendo curiosidad por aquel hombre.

— Mi padre murió durante el ataque de los hostiles. Mi madre murió mientras daba a luz, así que no la conocí. Tenía una hija, pero la mataron delante de mí — A Ben se le encendieron los ojos

— Qué triste — Máriam estaba conmovida — no debí haber preguntado

— No te preocupes, María Amparo, ahora es agua pasada— Ben le intentó quitar hierro, pero no sonrió.

Máriam decidió mantener silencio durante todo el camino. Tras un buen rato andando encontraron un pozo de piedra en un claro del bosque.

— Hemos llegado — Sentenció Ben 62 CAPÍTULO 3. LO QUE QUISO BEN

Máriam echó un vistazo al pozo. No parecía tener fondo. No entendía muy bien aquello

— ¿Qué es esto? — Máriam estaba muy confusa

— Es una puerta María Amparo. Es la única manera de llegar a donde está Guillermo. — Respondió Ben

Máriam miraba a Ben sin saber qué decir ni qué hacer. Ben no tardó en despejar sus dudas.

— Estás seguro de que Guillermo está ahí dentro — Máriam no estaba del todo convencida

— Este pozo es especial. Si no me crees, asoma la cabeza y escucha — ordenó Ben

Máriam hizo lo que Ben había dicho. Oyó un extraño crepitar al fondo del pozo.

— ¿Qué se supone que es eso? — Máriam estaba asustada.

— María Amparo, Guillermo está en la otra parte de la Isla. No podrás llegar si no pasas por aquí. — Explicó Ben

— ¿Se supone que tenemos que bajar ahí abajo?

— María Amparo, yo no te puedo acompañar ahí abajo. Solo tú puedes hacerlo — Ben mantenía un rictus serio — Es la única manera de que te encuentres con Guillermo.

— No entiendo

— Confía en mí — Insistió Ben paciente

— ¿Y cómo voy a bajar? — Máriam miraba en busca de una escalera

— Tendrás que saltar

— Será una broma — Máriam miró a Ben aterrorizada

— Es el único modo. — Ben miraba a los ojos a Máriam

Máriam, resignada, se subió al borde del pozo. Miraba a Ben que asentía, animándola. Ella cerró los ojos y se dispuso a saltar. — No puedo Ben. . . No puedo— Dijo Máriam nerviosa

— Lo siento, María Amparo

En ese instante, Ben aprovechó para empujarla dentro. Un alarido de horror se oyó mientras Máriam caía dentro del pozo. Ella miraba a Ben asustada, mientras Ben no cambió un músculo de su cara. En un segundo, Máriam desapareció de la vista de Ben. De repente, un fuerte sonido metálico sonó desde el interior. Ben se asomó y vio una mota de luz subiendo lentamente. Tomó la mota de luz incandescente, atrapándola en una cápsula del tamaño de una canica. Ben sonrió y se guardó la luminosa cápsula en el bolsillo. Tras lo cual desapareció caminando hacia el interior del bosque.

CAPÍTULO 4 A la sombra de la estatua

Gema estaba preocupada. Hacía tiempo que su marido no la llamaba y no sabía nada de su hija. En aquel barco no había cobertura de teléfono. El sistema satélite de las habitaciones estaba estropeado y no había manera de comunicarse con el exterior si no era a través del centro de comunicación. Normalmente, Ese tipo de llamadas estaban restringidas a emergencias. De normal, el marido de Gema le llamaba cada día, sin embargo llevaba dos dias sin saber nada de ellos. Gema comentó el problema en la comida.

— La verdad es que. . . no puedo evitar echar de menos a la peque — Gema tenía la mirada inquieta. — Tranquila— Zoe intentaba tranquilizarla — seguro que están bien, tú disfruta, que falta te hace — Sí, sí lo sé. . . — sollozó Gema — ¿Y por qué no te cuelas en el centro de comunicaciones y llamas sin que nadie se de cuenta? — Propuso Zoe — Normalmente ese sitio está vacío, no ves que normalmente no reciben llamadas. — Pues. . . , me da un poco de reparo — Respondió Gema — ¡No seas tonta!— replicó Zoe — así te quedas tranquila de una vez — No lo estarás diciendo en serio — Máriam, que estaba atenta a la conversación dio su punto de vista. — No hagas eso que se te puede caer el pelo. Ese canal es sólo para emergencias. — No seas agorera. . . qué le pueden hacer. . . no la van a arrojar por la borda. — Zoe animaba a Gema

65 66 CAPÍTULO 4. A LA SOMBRA DE LA ESTATUA

— Gema, de verdad, no lo hagas — Máriam temía por su amiga

Gema no contestó. Al terminar la comida decidió retirarse a dormir. No paraba de dar vueltas a lo que Zoe había dicho. Un cosquilleo de temor le recorría el cuerpo sólo con pensar en el hecho de colarse en el centro de comunicaciones. Sin embargo, el no saber de su familia le superaba. Decidió relajarse. lo mejor que podía hacer era intentar dormir para tranquilizarse.

— o —

Ana Belén abrió los ojos tras horas inconsciente. Lo primero que alcanzó a ver fue el techo de la amplia tienda de campaña donde se encontraba. Ya no llevaba la frente vendada, la herida parecía curar rápido y sólo estaba tapada por unos puntos americanos. Su visión estaba algo borrosa pero pudo distinguir una figura junto a la entrada, observándola. Era el joven que la capturó en la selva disparándole el dardo. Ana trató de incorporarse, alarmada, pero se dio cuenta de que tenía las manos atadas.

— Tranquila —dijo el joven con voz suave alargando el brazo en señal de calma — No debes hacer movimientos bruscos, el efecto del sedante dura un buen rato.

Ana Belén permaneció sentada, terminando de enfocar la vista para verle con nitidez.

— ¿Dónde estoy? — preguntó la joven atemorizada

— Estás a salvo, no tengas miedo — respondió él acercándose un poco

— ¿A salvo? — alzó la voz una nerviosa Ana - ¡No de vosotros! ¡Me has disparado!

— Creeme. Tú y tus compañeros estábais en serio peligro. Si no os hubiésemos traído. . . Habría sido peor — aclaró el joven

— ¡Traído no! ¡Nos habéis secuestrado! — protestó Ana Belén más altera- da — ¿Dónde están mis amigos? ¿Y dónde coño estamos? 67

— ¿Por qué no te tranquilizas Ana? — en ningún momento perdía la compostura — Tus amigos están bien, descansando en las otras tiendas. Os trajimos a uno de nuestros campamentos, en la zona norte de la Isla. Sé que tienes muchas preguntas, si mantienes la calma podré responderte a la mayoría de ellas.

— ¿Quién eres? ¡¿Cómo sabes mi nombre joder?! — los nervios de Ana iban en aumento, más cuando el muchacho fijaba la mirada en ella de forma inquietante, dejando apreciar el azul en sus ojos.

— Sabemos muchas cosas sobre vosotros, aunque quizá no suficientes, por eso estáis aquí. Pero no debéis temer. Mi nombre es Sam — se presentó finalmente — Al parecer te diste un buen golpe en la cabeza — señaló su frente sonriendo —- Ahora debes cuidar que no se infecte.

— No te hagas el simpático — Ana no bajaba la guardia — De acuerdo Sam, primero me vas a desatar las manos y después quiero hablar con tu jefe — dijo seria, incorporándose con más o menos equilibrio, apoyándose como pudo en sus manos atadas. El gesto de Sam mostraba desaprobación, y Ana insistió — ¡Ahora! ¡Y juntos me contáis qué está pasando!

Sam pareció acceder, sacó de la parte trasera del cinturón una pistola y apuntó a Ana.

— De acuerdo — dijo Sam — pero no harás ninguna tontería — señalando su arma — Ésta no dispara dardos

Ana Belén asintió con la cabeza al tiempo que elevaba las manos ligera- mente en señal de docilidad. Sam le dio paso para que se acercara a la salida de la tienda y se colocó tras ella para llevarla vigilada. Salieron de la tienda de campaña y Ana Belén pudo ver la totalidad del campamento, un enclave situado junto a la costa, un pequeño valle libre de vegetación custodiado por dos montañas, donde había unas diez tiendas todas iguales, de grandes dimensiones, repartidas en una extensión no muy grande de terreno. Había un par de hogueras apagadas, y unas cuentas sillas plegables. Un hombre entrado en los 40, pelo lacio y oscuro y barba desarreglada, se acercó a ellos rifle en mano.

— Quiere verle —informó Sam a su compañero — Desátale las manos

El hombre asintió, le desató las manos y se dirigió a una tienda. Ana pudo ver a otras personas, hombres y mujeres, caminando entre las tiendas, todos 68 CAPÍTULO 4. A LA SOMBRA DE LA ESTATUA ellos armados, y vestidos con ropas muy desgastadas. Miraban a Ana Belén con desconfianza mientras caminaba junto a Sam hacia una de las tiendas. Sam agarró del brazo a Ana para que se detuviera; con la otra mano seguía apuntándola a la espalda. Fue entonces cuando, del interior de la tienda donde se había metido el compañero de Sam, apareció un hombre un poco mejor vestido, de unos 35 años, bastante atractivo, alto, tez clara, cabello corto y rubio claro. No llevaba ningún arma.

— Buenas tardes Ana Belén — saludó amistoso el hombre — Espero que la siesta te haya sentado bien.

— ¿Dónde están mis amigos? ¿Quién cojones sois? ¿Y por qué nos habéis atacado? — preguntó Ana con tono agresivo, quería respuestas ya

— Tal vez deberíamos empezar por. . . qué estáis haciendo en nuestra isla, ¿no te parece? — El hombre replicó — Vosotros habéis entrado en nuestra casa y no nos gustan los intrusos

— Pero. . . ¡No me jodas! — contestó Ana envalentonada — Nuestro barco naufragó y. . . déjame adivinar, hemos ido a parar a una isla perdida de la mano de Dios tomada por una secta de frikis. ¡Qué mala suerte! — El grupo se reunió alrededor de ellos, y Ana sentía que no eran amistosos. Entonces, rebajó el tono irónico— No sé qué decir, sentimos mucho haber naufragado. Nuestra intención no era aparecer en esta isla, en vuestra isla. Nosotros sólo queremos volver a casa. Y espero que podáis ayudarnos.

— Gracias por entenderlo, Ana Belén — El hombre seguía mostrándose amistoso — Y creo que es de recibo aclarar que, nosotros, no formamos parte de ninguna secta — añadió divertido — Nuestro cometido aquí es muy distinto. Permíteme que me presente por favor — alargó el brazo para estrechar la mano de Ana, que rechazó el saludo, reticente sin perder de vista las armas apuntándola. El hombre bajó el brazo y prosiguió — Me llamo Aaron Littleton; llevo años viviendo y prote- giendo esta isla.

— ¿Protegiéndola. . . ? ¿De qué? — Ana sólo podía pensar que aquellas personas estaban totalmente locas. Aaron no contestó a su pregunta, tan sólo la miraba, al igual que el resto de presentes. Los nervios de Ana iban en aumento, trataba de seguir su lógica — ?´De náufragos desvalidos asesinos?

— En esta isla. . . uno no naufraga por casualidad — Dijo Aaron críptico — Sólo queremos saber de qué bando estáis 69

— Quiero ver a mis amigos. Dejadnos ir por favor, no tenemos ninguna intención de hacer daño a vuestra tierra, sólo dejadnos marchar en paz. En cuanto nos rescaten tendréis toda la isla para vosotros, la playa. . . todo.

Aaron no contestaba miraba fijamente a Ana Belén.

— ¿Dónde están mis amigos? — Ana Belén volvió a encenderse. Exigía una respuesta

— No tientes a tu suerte Ana — Dijo Aaron — No estás en posición de exigir nada.

— Aún no entiendo qué es lo que queréis de nosotros — Dijo Ana — no os hemos hecho nada

— Mira, sois vosotros los que habéis invadido la Isla. Si no fuera por Hugo. . . — Aaron negó con la cabeza

— ¿Quién es Hugo?

Aaron mantuvo silencio durante unos momentos. Al final se decidió a Hablar, pero esta vez en un tono más duro.

— Hugo es el que te mantiene con vida.

— ¿Hugo es tu jefe? — Ana Belén elucubraba, no tenía muy claro qué estaba pasando — ¿Le conozco?

— No te lo puedo decir con seguridad — Explicó Aaron — pero creo que no.

— ¿Y qué es lo que estamos esperando? — Dijo Ana

— Esperamos a Ben — Aaron habló en tono serio — él sabrá qué hacer.

— Así que tú no tienes poder de decisión aquí, ¿Me equivoco? — Ana hablaba cada vez con más dureza. Aaron no respondió — No entiendo nada

Entonces, de otra tienda, apareció otro hombre armado arrastrando a un Guillermo golpeado. Tenía sangre en la cara, se revolvía, pero su captor era más fuerte. Le llevó junto al grupo y le dejó caer bruscamente contra el suelo arenoso. 70 CAPÍTULO 4. A LA SOMBRA DE LA ESTATUA

— ¡Guillermo! — Exclamó Ana. La joven vio las heridas de los golpes en el rostro de su amigo, y se asustó aún más — ¡¿Qué queréis de nosotros?!

— ¿Cuántos sois en total? — Se interesó Aaron — ¿Cómo naufragasteis?

— ¡No les digas una mierda! — gritó desde el suelo Guillermo escupiendo sangre - ¡No les digas nada a estos hijos de puta!

Acto seguido se acercó por detrás un hombre joven. Dejó su rifle a un lado y agarró por el pelo a Guillermo echando su cabeza hacia atrás con gran violencia.

— Eres un mal hablado — le dijo intimidante, al tiempo que empezó a golpearle con el puño cerrado. Propinó tres puñetazos en el rostro maltrecho de un Guillermo al borde de la inconsciencia.

— ¡Basta ya! — Aaron quiso detener a su compañero, que no hacía caso— ¡Brian! — el joven entonces se detuvo, soltó a Guillermo y se incorporó obediente, cruzando una mirada resentida con Aaron — Es suficiente. . .

Sam había bajado la guardia y la joven aprovechó para robarle el arma y encañonarle la sien a Aaron. Los demás cargaron y apuntaron hacia Ana

— ¡No disparéis! — Ya sabéis lo que ha dicho Hugo

— ¡Soltad a Guillermo! — Ordenó Ana — ¡Soltad a todos!

— No lo vamos a hacer. . . — Dijo Aaron confiado — no puedes escapar.

Guillermo aprovechó la confusión para correr hacía la selva. Uno de los esbirros de Hugo apuntó y se propuso disparar cuando Ana Instintivamente disparó a aquel hombre, que cayó al suelo fulminado.

— ¡Brian, no! — Gritó Aaron — ¡Que no escape!

Los demás hombres se dispusieron a correr tras Guillermo cuando Ana efectuó un disparo al aire

— ¡Que no se mueva nadie! — Todo el mundo quedó petrificado.

— Ana. . . — insistió un Aaron imperturbable — No podéis escapar; esto es ridículo. Soltad las armas, no empeoréis las cosas aún más. 71

— ¿Qué voy a hacer? — Ana intentaba mostrarse amenazante, pero los nervios la delataban. Estaba muerta de miedo, su voz se quebraba— ¡Ya has visto de lo que soy capaz! — Ana pensaba a toda velocidad. Entonces cayó en la cuenta — Hugo me protege a mí. . . él no dudó en intentar matar a Guillermo pero. . . a mí no podéis dispararme

— Está bien — cedió Aaron, seguro de tener el control de la situación. Se dirigió a su grupo — Bajad las armas chicos — Los demás le miraron reticentes — He dicho que bajéis las armas.

Finalmente obedecieron a su líder y dejaron de apuntar a Ana, que empezó a retroceder lentamente Sin dar la espalda en ningún momento a los hostiles, fue alejándose del campamento y acercándose a una zona boscosa. Una vez junto a los árboles, Ana elevó la voz para decir una última cosa

— ¡Dejadnos ir! ¡No nos sigáis, lo único que queremos es encontrar a nuestros amigos y salir de esta isla! ¡Nada más!

— ¡No disparéis! — Gritó otra vez Aaron — Ana, tú no lo entiendes, no puedes escapar. Tarde o temprano te encontraremos. Sé razonable, no empeores las cosas. . .

Ana Belén no dijo nada más. Una vez hubo alcanzado el bosque se dio la vuelta y se puso a correr como alma que lleva el diablo. En seguida se encontró con Guillermo que se había quedado escondido esperándola. Los hostiles salieron tras ellos de inmediato. Guillermo y Ana corrían entre los árboles tratando de esquivar obstáculos

— ¡Joder, cómo corren estos tíos! ¡Nos van a coger! — Guillermo gritaba presa del pánico

— ¡Sigue corriendo! — Ana le alentaba pero el terror también se reflejaba en su rostro —¡Por aquí! — La joven se movía con soltura y se orientaba a la perfección — ¡Por aquí! — En milésimas de segundo cambiaba la orientación y dirigía a su amigo — ¡Aquí! ¡Vamos!

Guillermo tenía una complexión atlética y casi doblaba en estatura a Ana Belén, pero ella corría a más velocidad, mostrando gran agilidad, y al joven le costaba seguirla. Los hostiles también eran rápidos y poco a poco les iban dando caza; seguían disparándoles al tiempo que corrían. Entonces Ana agarró del brazo a Guillermo y le apartó bruscamente del camino, empujándole y cayendo ella con él hacia un pequeño terraplén cubierto de 72 CAPÍTULO 4. A LA SOMBRA DE LA ESTATUA vegetación. Ambos rodaron hasta que las plantas les hicieron frenar. Ana le agarró la mano y, en silencio, le indicó para que la siguiera reptando hasta una zona donde la espesura de la selva no dejaba ver el suelo. Se escondieron bajo unos arbustos y esperaron la llegada de los hostiles. Estaban agotados de correr, pero trataban de controlar la respiración para que no les escucharan y descubrieran. Enseguida llegaron a la zona varios hombres, todos armados. Unos pocos siguieron corriendo, mientras otros se detuvieron a inspeccionar el terreno. En este grupo estaba Sam, portando otra pistola, y bajó el pequeño terraplén con cuidado de no resbalar. Todos observaban a su alrededor en silencio, buscando a los fugitivos. Sam se detuvo muy cerca del lugar donde se escondían Guillermo y Ana Belén. Parado, de perfil, alcanzó a ver de reojo dos sombras. El dedo que posaba sobre el gatillo de su arma se tensionó, gesto que apreciaron unos asustados Ana y Guillermo.

— ¿Has visto algo? — preguntó a Sam uno de sus compañeros desde lo alto del terraplén

Sam giró la vista hacia su compañero, titubeó unos segundos, y después contestó

— Aquí no hay nada. Sigamos

Acto seguido marchó junto al resto de hostiles. Guillermo y Ana suspi- raron de alivio, más Ana que no entendía lo que acababa de ocurrir. Estaba segura de que Sam les había visto, y no alcanzaba a comprender por qué no les había delatado. Esperaron a que el grupo de hostiles se alejaran de la zona para salir con prudencia de su escondite.

— o —

— o —

Cuando los hostiles regresaron al campamento Sam acudió a ver a Aaron.

— Han escapado. — Dijo Sam

Aaron se quedó pensativo unos instantes. 73

— Creo que al final Ben tenía razón, son más peligrosos de lo que Hugo predijo. voy a llevar al resto a Dharmaville. Tú ve y dile a Ben lo que ha pasado.

— Pero entonces él. . . — Sam miró desconcertado a Aaron — No Aaron, ellos no son así. Yo también he oído a Hugo. Ella no nos va a hacer ningún daño. . . lo noto.

— Sam, han matado a Brian — Dijo él — Son ellos o nosotros. Ben tiene razón. Hay que liberar el sistema de seguridad. Hugo ha de entenderlo.

— Brian era un gilipollas y tú lo sabes. ¿Has visto lo que ha hecho con ese tipo? Jamás ha hecho las cosas bien. A Hugo nunca le ha gustado.

Aaron se acercó a Sam y puso las manos en sus hombros

— Sam, ¿Has olvidado quién eres y dónde estás?

Sam no estaba convencido, pero al final cedió.

— Así lo haré. . . pero. . . déjame que salga a buscarles. . . dame la oportu- nidad de encontrarles antes que él lo haga. — Rogó Sam

— Me parece bien. . . pero. . . ten cuidado — Dijo Aaron con una sonrisa — Aún estoy a tu cuidado

— o —

Gema había tenido una pesadilla horrible. En su sueño su hija y su marido estaban en medio del mar, en un bote salvavidas, alejándose, mientras ella estaba en el barco. Su marido llevaba a la pequeña en brazos, parecían tranquilos. Él no la miraba. Miraba al horizonte. Gema quería gritar pero no podía. Por mucha fuerza que aplicara a sus cuerdas vocales, apenas podía articular unos leves susurros. Ana Belén aparecía en el sueño. Ella intentaba tranquilizarla sin éxito.

— ¡Tranquila Gema! — hablaba Ana Belén con gesto serio — Todo está bien. Este es nuestro destino.

— Grita. . . tú que. . . puedes. . . — Gema se desgañitaba por intentar hacerse entender. 74 CAPÍTULO 4. A LA SOMBRA DE LA ESTATUA

— Déjalo estar — Ana Belén mantenía el mismo tono — Lo que tenga que pasar. . . pasará

Gema no se resignó y decidió ir a buscarlos. Saltó del barco en un último intento de alcanzarles. Despertó en el momento en el que su cuerpo tocó el agua. Estaba sudando, y su corazón latía con gran fuerza. Aquel hecho fue decisivo. Iba a hacer lo que le había sugerido Zoe. Se colaría en el centro de comunicaciones. Se preparó en un instante y se dispuso a salir. Se dirigió a la cubierta de la piscina. El centro de comunicaciones estaba en la cubierta del puente a la que se accedía por una escalerilla desde justo al lado de la piscina. Allí hablaban Rubén, Jesús y David. Tenía miedo a que la vieran y decidió esperar a que se fueran. Se sentó en una tumbona. Mientras esperaba, se empezó a reprochar lo histérica que se estaba volviendo. Pensó que lo mejor que podía hacer es tranquilizarse y volver a su habitación. Apenas había decidido volver cuando de repente, Ana Belén cruzó por delante de ella.

— ¡Hola Gema! — Saludó Ana

Gema dio un brinco. No la había visto llegar.

— Dios qué susto me has dado. . . — Gema quedó de piedra al reconocer a Ana Belén

— ¿Qué pasa? — preguntó Ana Belén extrañada — Tengo algo en la cara?

— . . . ehhh . . . Nada, nada — Gema intentó tranquilizarse — estoy algo nerviosa por el tema de las comunicaciones.

— Gema. . . no te agobies. . . y disfruta — Ana Belén intentó animarla

— Sí, quizá tengas razón. — Gema agachó la cabeza.

— Bueno, te dejo relajarte en la tumbona, marcho a mi cuarto —- dijo Ana Belén — De todas maneras. . . estés nerviosa o no, lo que tenga que pasar, pasará.

Ana Belén se dirigió a su cuarto. Gema se quedó blanca como la pared. Lo que tenga que pasar, pasará la frase de Ana Belén retumbaba en su mente. Había vuelto a cambiar de opinión. Su intranquilidad alcanzaba límites inaguantables. Y ahora lo haría de una vez por todas sin volver a pensar en ello. Cuando Gema levantó la vista vio que ninguno de los chicos estaba en la piscina. Se decidió a ir. Cuando se hubo asegurado que no había nadie más se dirigió a la escalerilla y subió a la cubierta superior. 75

Apenas entró en la cubierta del puente vio como Héctor y José Luis subían por la misma escalerilla que ella había utilizado. Asustada, corrió hacia el pasillo que llevaba a la sala de comunicaciones escondiéndose tras la esquina. Héctor y José Luis doblaron hacia el puente. Gema se sintió aliviada. Esperó unos minutos hasta estar segura que no le seguía nadie y continuó su camino. La sala de comunicaciones estaba abierta. No había nadie, tal y como había predicho Zoe. Gema cerró la puerta con cuidado, y se acercó al enorme teléfono satélite que estaba en una de las paredes de la pequeña sala. Con una mezcla de impaciencia y miedo descolgó el aparato y comenzó a marcar. Sin embargo, parecía no funcionar. Un extraño sentimiento de angustia recorrió su cuerpo. Gema estuvo un buen rato intentando que aquel aparato funcionara hasta que de repente se le ocurrió pensar que aquel aparato estaba desenchufado. No podía ser. El sistema era lo suficientemente importante como para estar permanentemente enchufado. Gema se agachó en busca del enchufe y, de repente, el alma le cayó a los pies. Efectivamente, el cable que conectaba el teléfono a la toma de corriente estaba en el suelo. Gema se metió bajo la mesa y enchufó el cable. En un momento, una protocolaria sinfonía de pitidos se puso en marcha. Gema no quiso perder el tiempo más y comprobó que había línea. Tras hacerlo, comenzó a marcar el número de su marido. Cuando escuchó el primer tono un sentimiento de felicidad le inundó. Apenas empezó el segundo tono una voz con claros síntomas de ansiedad se oyó a través del auricular

— ¿Diga? — La familiar voz de David, el marido de Gema la reconfortó.

— ¿David?, soy yo, Gema — Contestó ella

— ¡Gema! ¡Gracias a dios! — David parecía estar eufórico — ¿Os han encontrado? ¿Dónde estábais? ¿Qué ha pasado?

— ¿Cómo? ¿Como que qué ha pasado? — Gema estaba extrañada — nada. . . seguimos en el barco

— ¿No os han rescatado? — David empezó a ponerse nervioso — Gema escúchame. . . el barco se ha perdido no os encuentran. . . llevamos dos dias sin saber vuestro paradero

— ¿Cómo? — Gema se asustó — ?Que se ha perdido el barco?

— Busca al capitán y que se ponga en contacto con el guardacostas. . . — La voz de David se perdía

— ¡David! — Gema estaba aterrorizada — ¡No te oigo! ¡David! 76 CAPÍTULO 4. A LA SOMBRA DE LA ESTATUA

Gema empezó a escuchar un terrible e inquietante silbido. De repente un tremendo golpe le hizo perder el equilibro. Gema cayó al suelo y se golpeó la cabeza. Mientras perdía el conocimiento, una potente y cegadora luz se colaba en sus retinas.

— o —

Ajenos a los problemas que el grupo de Carlos había encontrado en la isla, En la playa, el resto de miembros de su grupo se encontraban en sus cotidianos quehaceres . Nacho cuidaba de Juan y Serdula que seguían en la tienda médica. Serdula estaba prácticamente recuperado. Juan seguía inconsciente. Nacho había tenido que cortarle el resto del brazo. Aunque el torniquete le había salvado de morir desangrado, el tejido se estaba necrosando y tuvo que amputar. Nacho, que prácticamente había gastado la mitad de su reserva de antibióticos„ era optimista, y pensaba que a pesar de todo sobreviviría. José Francisco y Álvaro estaban tumbados en la playa, descansando después de haber conseguido pescar unos cuantos peces.

— ¡Somos unos cracks! — Pensaban que no lo conseguiríamos — José Francisco y Álvaro se felicitaban por su éxito

El grupo estaba relativamente contento. Después de la desgracia del naufragio aquella tarde les esperaba un festín. Una pequeña luz de esperanza en la minada moral del grupo que aún esperaba que sus amigos volvieran con Ana. Incluso tenían frutas para el postre que habían encontrado por el bosque. Abel y David a las órdenes de Ana Navarro se pusieron a preparar el pescado para la cena. David y Ana N. se quedaron limpiando el pescado, mientras Abel había ido a recoger más leña para el fuego.

— ¡Vamos a flipar! ¡Este pescado nos va a saber a gloria! — Dijo David mientras desgarraba el pescado. — La verdad es que me está entrando un hambre. . . — Ana tenía Una enorme sonrisa en la cara — ¿Qué habrá sido de éstos? — preguntó David — Pues no lo sé. . . y la verdad es que me tienen un poco preocupada porque llevan demasiado tiempo fuera — Contestó Ana — espero que no se hayan perdido. 77

De repente un extraño ruido les sobresaltó. Un repetitivo ruido metálico salía del interior de la selva.

— ¡Fuego! — Gritó Álvaro

Ana y David vieron a Álvaro correr hacia la zona del bosque más cercana a la tienda médica. Llevaba una cubeta llena de agua. Nacho y Serdula fueron en su ayuda. José Francisco también se acercó. De esa zona, empezó a surgir ante ellos un denso humo negro.

— Aquí está el humo pero. . . dónde está el fuego — advirtió Nacho — y. . . ¿Qué es ese ruido?

En un momento, parte del humo negro pareció cobrar vida. El Humo, que parecía tener brazos, agarró a Nacho y lo introdujo dentro de sí. El alarido de terror de Nacho se escuchó en toda la playa, provocando la huída de Serdula y Álvaro. En la distancia, José Francisco no entendía qué ocurría y huyó por inercia hacia donde se encontraban Ana y David, que no comprendíannada. Un desagradable crujir de huesos detuvo de golpe el grito de Nacho. Segundos después, el cuerpo sin vida del médico volaba hacia el mar.

— ¡Yo me largo! — Ana corrió hacia el interior de la selva sin saber muy bien dónde huir.

David la siguió y José Francisco tras ellos. Apenas entraron unos metros dentro del bosque cuando chocaron con Abel que volvía con laleña.

— ¿Qué pasa? — Abel miraba a todos enfadado — ¿Por qué no miráis por donde vais?

— ¡Calla y corre!

Abel miró hacia la playa extrañado. Vio cómo una columna de humo negro volaba detrás de Serdula y Álvaro que corrían como alma que lleva el diablo. Al monstruo no le costó alcanzarlos. Dos brazos de humo cogieron por los pies a sus amigos que cayeron violentamente a la arena. Serdula y Álvaro gritaban aterrados. Abel se quedó blanco y huyó por donde lo habían hecho Ana, David y José Francisco. Atrás iba dejando los gritos desgarrados de Álvaro y Serdula. Cuando sus voces se ahogaron de golpe, a Abel se le encogió el corazón. 78 CAPÍTULO 4. A LA SOMBRA DE LA ESTATUA

— o —

Guillermo y Ana Belén avanzaban por la selva temerosos de volver a encontrarse con los hostiles. Estaban cansados de caminar, Guillermo se limpiaba las heridas con la manga de la camiseta, y se extrañó al comprobar que el brazo fracturado tres días antes ya apenas le dolía.

— ¿Crees que habrán matado a los demás? — preguntó Guillermo mien- tras andaban. Ana le miró un momento preocupada, pero no respondió, no quería pensar en ello. — ¿Qué coño está pasando? — Guillermo estaba confundido —¿Ha perdido todo el mundo la cabeza? ¿Dónde coño estamos?

— No lo sé Guillermo, estoy tan confundida como tú.— Terminó contes- tando Ana

— ¿Por qué te protegen? ¿Por qué nos quieren eliminar a los demás?

— Es raro. . . — Ana Belén especuló — pero quizá tenga que ver con. . . no sé. . . a veces siento cosas. . . desde que estoy en esta isla

— ¿Cómo que cosas? ¿Qué tipo de cosas?

— No sabría decirte. . . a veces siento . . . como si supiera dónde tengo que ir

— Creo que te estás volviendo loca — se resignó Guillermo — Pero con lo que está pasando. . . es normal.

Ana Belén se levantó de repente y comenzó a caminar en una dirección fija

— No te enfades. . . Perdona. . . No lo he dicho con intención de molestarte — Se explicó él

Guillermo la siguió, intentando encontrar el foco de atención de su compañera. Enseguida dejaron atrás la maleza y llegaron hasta una pequeña playa de arena blanca y aguas cristalinas. Los ojos de Ana se abrieron pero no más que los de Guillermo cuando alcanzó a ver, junto a la orilla, una increíble edificación: era la base de una estatua derruida hecha de roca de la que sólo quedaba el pie izquierdo. Se acercaron a la construcción y comprobaron que el pie representado tenía sólo cuatro dedos. Aquello la hacía realmente inquietante. 79

— Madre mía. Esto debió de medir lo menos 200 metros de alto — elucubró Guillermo

— No, 77 metros exactamente — Ana Belén hablaba con voz grave — Usaron esquisto micáceo y granito

— ¡Claro!, lo olvidaba . . . que eres de Letras — Guillermo recordó que Historia del Arte no entraba entre sus asignaturas del Instituto — ¿Qué estatua es?

— No lo sé. . . — Ana miró a su amigo confundida — No lo entiendo. . . de alguna manera sabía que la encontraría aquí.

— ¿Cómo lo sabías? — preguntó Guillermo igualmente desconcertado. Ella dudaba, trataba de encontrar la respuesta en su cabeza — Ana, me estás asustando

— Tenía cuatro dedos en los pies, cinco dedos en las manos. . . un Ankh en cada mano. Recuerdo una frase. . . La tierra de la fertilidad había de ser infértil. . . —Ana parecía hablar sin sentido — Pero no recuerdo de qué

— Ana, ¡ ¿Qué estás diciendo? !

Ana Belén volvió de nuevo la vista hacia la construcción, tenía una sensación muy extraña; era la primera vez que tenía ante sí aquella base, pero le resultaba tremendamente familiar. Era como si conociese aquel lugar, la playa, la selva. . . todo. Para Ana no era un paraje extraño, podía orientarse con facilidad, moverse de un sitio a otro sin problemas, pero a la vez estaba segura de que nunca antes había pisado ese lugar. La insistente voz de Guillermo hizo que, de repente, tomara conciencia de algo.

— Guillermo, Yo he estado aquí antes.

— ¿Qué? — Guillermo miraba a Ana con la boca abierta

— No sé. . . , sólo recuerdo fragmentos. . . recuerdo la estatua. . . yo viví a la sombra de la estatua — Ana miró la cara de Guillermo

Guillermo estaba perplejo con todo aquello, pero realmente sólo tenía una cosa en la cabeza. Necesitaba saber si Ana podría ayudarle.

— Sólo dime una cosa. . . ¿Sabes dónde está Máriam?

Ana Belén quedó pensativa. Intentaba recordar. Finalmente habló. 80 CAPÍTULO 4. A LA SOMBRA DE LA ESTATUA

— Creo. . . que sí. . .

— Llévame con ella por favor — Suplicó Guillermo con lágrimas en los ojos

Ana Belén asintió. Entonces se dirigió de nuevo hacia el interior de la selva. Guillermo la siguió esperanzado

— o —

Los demás asistieron a la fuga de Ana Belén arrestados en el interior de las tiendas. Se encontraban atados y las únicas referencias que tuvieron fueron auditivas. En un momento, los hostiles procedieron a levantar el campamento. Agruparon a Zoe, Carlos, Alejandro, Claudio, Jesús, José Enrique y María, les ataron las manos y les encañonaron con sus armas.

— ¡Andando! — gritó Aaron — Espero no tener problemas con nadie. Ya hemos tenido bastante por hoy.

Los ánimos de los hostiles estaban bastante alterados. Así que los naúfra- gos debían andarse con cuidado. Alejandro, Jesús y Jose Enrique caminaban alicaídos. Claudio arropaba a María que estaba visiblemente afectada. Zoe estaba indignada con la actitud de Ana Belén.

— Si al final nos van a matar y todo — Dijo Zoe — ¡Y todo por culpa de esta loca!

— No digas eso Zoe — Carlos intentó calmarla — no te sulfures

— ¿Que no me sulfure? Deja de protegerla, Carlos — Zoe estaba encendi- da — Se va de la playa cuando han atacado a Juan. Vamos a buscarla, se escapa ella sola y mata a uno de los suyos. . . con quién crees que se van a desquitar estos cabrones

— Nosotros no somos peligrosos. No hemos hecho nada por escaparnos. Colaboremos y no nos pasará nada — Dijo Carlos intentando calmar al grupo.

— Hacedle caso a éste – Dijo Aaron señalando a Carlos — Sabe lo que se dice — Aaron había estado atento a lo que habían hablado Zoe y él 81

Carlos le dedicó una mirada encendida a Aaron. Aaron le respondió con una sonrisa socarrona. Sin embargo, Carlos se contuvo y bajó la cabeza dando ejemplo. Todo el mundo imitó el gesto de Carlos, incluida Zoe. Nadie volvió a hablar por el camino, que transcurrió tranquilo. Tras unas horas caminando. El grupo llegó a un conjunto de casas que se encontraban en un precioso valle. Ben les esperaba a las afueras de la pequeña aldea. Vestía una sonrisa en la boca.

— ¡Buen trabajo Aaron! — Dijo Ben — ¿Tuviste problemas con Sam?

— No demasiados. . . El chico es joven. . . impetuoso. . . creo que pasa de- masiado tiempo con Hugo. — Contestó Aaron

— Es igual que su padre — Dijo Ben

— Por cierto, hemos perdido a Brian — Informó Aaron

— A Brian lo perdimos hace mucho tiempo — Contestó Ben

Carlos cruzó la mirada con la inquietante mirada de Ben mientras les llevaban dentro del pueblo. Ben le observó y le respondió con una sonrisa. Carlos le saludó con un movimiento de cabeza con gesto serio. Los hostiles les condujeron hasta una de las casitas. abrieron unas puertas que llevaban a los sótanos donde les esperaban una celdas donde pasarían las próximas horas.

— o —

Guillermo y Máriam pasaban la tarde juntos. El viaje estaba siendo toda una luna de miel para ambos. Después de la comida, era bastante habitual que ambos se dirigieran a la proa del barco. Aquel día, Ana Belén estaba de pie en la barandilla sintiendo el aire que corría por su piel. Estaba sola, pensativa. Máriam se acercó a ella.

— Hola — Dijo Máriam posando la mano sobre su hombro — ¿Qué haces aquí sola?

Ana Belén se dio la vuelta y la miró

— Hola Máriam, sólo estaba pensando — Contestó ella 82 CAPÍTULO 4. A LA SOMBRA DE LA ESTATUA

— Últimamente te veo distante. . . ¿Te pasa algo? — Máriam estaba pre- ocupada por su amiga

— No es nada. . . — Ana Belén intentó tranquilizar a Máriam con una forzada sonrisa — De verdad.

— Sabes que puedes hablar conmigo — Máriam se ofreció

— No te preocupes, en serio — Dijo Ana Belén — Es que me mareo un poco en los barcos

— ¿Sólo es eso? — Máriam no estaba convencida

— Sólo eso

Tras ello, Ana Belén se dirigió por cubierta hacia la piscina, dejando solos a Máriam y Guillermo. Como tantos otros días, se recostaron en las hamacas. Guillermo se sentaba abrazando a Máriam que se tumbaba delante. A pesar del caluroso sol, el viento que corría en esa zona era tan intenso que provocaba frío a Máriam. Ella se acurrucaba en los brazos de Guillermo con una cálida sonrisa en sus labios. En esos momentos ellos se sentían plenamente felices, no necesitaban nada más. Sus miradas, sus gestos, sus sonrisas, todo era perfecto. Allí pasaban los minutos como si fuesen segundos

— No quiero que este momento termine nunca — A Máriam le brillaban los ojos

Guillermo sonreía y acariciaba con cariño el cabello de Máriam.

— Si quieres nos quedamos aquí para siempre — Contestó él

— Ójala pudieramos

Guillermo acercó sus labios a las mejillas de Máriam y la besó con toda su ternura. Máriam giró la cabeza y le besó en la boca con pasión. Después descansó su cabeza sobre el brazo de Guillermo y le miró a los ojos pícaramente.

— No me gusta esa mirada — exclamó Guillermo con una media sonrisa .

— ¡jo! es que me hace mucha ilusión hacer una cosa. — Máriam le miró rogándole

— Casi que prefiero no saberlo a preguntarte qué es. 83

— Venga, por favor — Máriam aumentó la intensidad de su mirada e hizo pucheros con sus labios

— Me voy a arrepentir, pero está bien ¿Qué es lo que quieres? — La mirada de Máriam le resultaba casi irresistible

— Porque no hacemos lo de Titanic — Pidió Máriam señalando a la proa del barco.

— Me da un poco de respeto — Guillermo no estaba muy convencido

— Venga, por favor, será un momento

— Vale, pero sólo un momento

Máriam se colocó en la pasarela de la proa del barco. Al principio se agarró en la barandilla justo hasta que Guillermo se colocó para agarrarla por detrás. Una vez la tenía fuertemente agarrada por la cintura, ella abrió los brazos. Se sentía libre. Solo veía mar a su alrededor. El viento acariciaba su rostro con fuerza y hacía ondear su melena al viento. Sentía como si volara.

— Vamos a dejarlo ya — Guillermo se estaba poniendo un poco nervioso

— Sólo un poquito más por favor — Rogó ella

De repente, algo imprevisto empezó a ocurrir. Un fuerte silbido irrumpía a la izquierda del barco, ambos miraron hacia allá. No había nada, sólo agua. En un momento, una pequeña esfera de luz cegadora pareció formarse justo en la superficie del agua a unos pocos kilómetros del barco. La intensidad del silbido comenzó a subir al mismo tiempo que la esfera crecía de tamaño a gran velocidad. En apenas décimas de segundo la esfera impactó sobre la base del lateral izquierdo del barco. El golpe fue brutal. El navío comenzó a volcar hacia la izquierda al mismo tiempo que se desplazaba a gran velocidad a la derecha. Máriam se resbaló de entre las manos de Guillermo y cayó irremediablemente al agua.

— ¡Máriam! — Gritó Guillermo aterrorizado

Guillermo vio como su novia caía al agua. Aquellas milésimas de se- gundo le parecieron minutos. La esfera de luz cegadora comenzó a cubrir a Máriam lo que le obligó a cerrar los ojos. Perderla de vista le ahogó el corazón. En cuanto la luz desapareció Guillermo abrió los ojos. Pero era demasiado tarde. Máriam ya no estaba allí. El barco terminó de volcar y comenzó a hundirse sin remedio. Guillermo saltó al agua y se agarró a una 84 CAPÍTULO 4. A LA SOMBRA DE LA ESTATUA hamaca que flotaba en el agua. Pensó que ya era demasiado tarde para los dos. El violento hundimiento del barco arrastraría a todos sin remedio al fondo del océano. Sin embargo, aunque el barco se hundió rapido, llegó muy rápidamente al fondo. Había tierra cerca. Una imponente isla se mostraba ante sus ojos.

— o —

A Guillermo y Ana Belén les encontró el amanecer terminando de recorrer el largo camino hasta el poblado de los hostiles. Estaba lloviendo tímidamente, habían dormido pocas horas, estaban sedientos y muertos de hambre, pero al fin llegaban al destino. Desde una colina pudieron ver el poblado en su totalidad: un conjunto de casas de madera de una planta, en modo vecindario, con sus zonas ajardinadas pero sin vallas de separación entre las mismas. El pueblo estaba recogido en un valle con laderas que caían a pico como una montaña. Además de diferentes construcciones decorativas, como una pérgola, un parque infantil o una pequeña fuente, también había edificaciones más grandes como un taller mecánico, un dispensario médico y otras viviendas que se asemejaban a almacenes. Varias personas caminaban e interactuaban, bien vestidas, ropa cómoda pero limpia. Todos aseados, iniciaban su rutina diaria. Ana alcanzó a ver a Aaron saliendo de una de las casas, y expectante reemprendió la marcha.

— ¿Tú estás segura de que no nos estamos suicidando? — Guillermo la seguía con dudas — Has disparado a uno de ellos, y en cuanto a mí. . . no vi reparo en ellos por querer cazarme.

— Si hubiesen querido matarnos ya lo habrían hecho — contestó Ana muy segura de sí — Esta gente tiene las respuestas que necesito. Ellos sabrán explicarme qué es lo que pasa conmigo.

En cuanto los dos jóvenes se aproximaron, saltó la alarma entre los pre- sentes. Rápidamente aquellos que llevaban armas encima las desenfundaron, y encañonaron a Guillermo y Ana Belén, que levantaron los brazos como un resorte, mostrando rendición. Las voces de alerta hicieron acercarse a Aaron. Tres de los hostiles agarraron por detrás a los jóvenes y les hicieron arrodillarse mientras les apuntaban.

— Las manos en la nuca, por favor — solicitó Aaron a los apresados, que obedecieron — Ahora entiendes lo que quería decirte, ¿verdad Ana Belén? 85

— Necesito hablar con tu líder

— ese que llamas Hugo — dijo Ana con cierto temor — Quiero verle.

En pocos segundos comenzó a llover con más intensidad, lo que acom- pañó el tono más grave de Aaron.

— Me parece que primero deberías disculparte con todos nosotros por la grave afrenta de ayer. Has de saber que Brian, al que disparaste, ha muerto — el rostro de Ana se estremeció, no podía creerlo — Y he de confesar mi sorpresa al verte aparecer aquí esta mañana, entregándote junto a tu amigo sin oponer resistencia.

— Nunca pretendimos causaros daño — Ana se excusó — Lo único que queríamos era preservar nuestra vida. Estábamos asustados, sólo pensábamos en escapar. Ahora regreso a vosotros porque necesito saber.

— ¡Todos quieren saber! — una voz familiar irrumpió desde una de las casas. Era Ben — La infinita curiosidad. . . — dijo distendido mientras se acercaba al grupo cobijándose bajo un paraguas — Es tan connatural al ser humano que resulta impensable ponerle límites — Ben llegó a la altura de Guillermo y Ana, que seguían de rodillas con las manos levantadas tras su cabeza, empapados por la lluvia que no dejaba de caer. Aaron se apartó ligeramente para dar paso a Ben — Por fin nos conocemos, tenía muchas ganas de encontrarme contigo Ana Belén, bueno, y contigo también Guillermo.

— Otro que nos conoce —Guillermo habló en voz baja, la situación le desbordaba — ¿Por qué sabéis quiénes somos? ¿Cómo es posible? ¿Han hablado en la tele sobre nuestro accidente?

— Todo a su tiempo Guillermo, tengo que pedirte un poco de paciencia —contestó Ben amistoso. A continuación se dirigió a Aaron— ¿Ya ha regresado Emily?

— Me llamó hace una hora, estaba de camino — informó Aaron mientras oteaba el horizonte — Mira, por allí viene.

Todos los ojos se giraron hacia el punto señalado por Aaron. A lo lejos pudieron ver un jinete acercarse a gran velocidad montando un precioso ca- ballo negro. Cubría su cuerpo con un chubasquero largo, y la capucha grande guardaba su rostro de la lluvia. Guillermo y Ana Belén atendieron curiosos su llegada. Emily frenó al caballo justo al llegar al poblado, acercándose al grupo de inmediato. Bajó del animal de un salto soltando las riendas, se quitó los guantes, se arrimó a Ben y, mientras se quitaba la capucha, le saludó con un cariñoso beso en la mejilla

— Buenos días padre.

Los rostros de Guillermo y Ana se descompusieron en un instante. No podían creer lo que veían. Era Máriam. Los dos jóvenes eran incapaces de procesar aquello, los ojos se les salían de las cuencas.

— Quiero presentaros a mi hija Emily — les dijo educadamente Ben

Máriam observó con atención a Guillermo y Ana, sorprendida por la presencia de aquellos extraños, y sobre todo por su manera de reaccionar al verla. Aaron también lo advirtió y, igualmente sorprendido, se acercó a Máriam tomándole suavemente de la mano y captando un momento su atención para saludarla con un leve beso en los labios. CAPÍTULO 5 De lo que hay que proteger la isla

Guillermo y Ana Belén no podían salir de su asombro aquella lluviosa y fría mañana en la que llegaron al poblado de los hostiles con el objetivo de hallar respuestas, y donde en cambio encontraron más confusión. Con las rodillas en tierra, empapados por la lluvia, las manos alzadas y vigilados por los cañones de las armas que les rodeaban apuntando directamente a sus cabezas, presenciaban con estupor la aparición de Máriam. La joven saludó a su padre con afecto, y después a Aaron con un tierno beso en la boca. No entendía por qué Ana y Guillermo la miraban tan fijamente boquiabiertos. Ben no tuvo tiempo de acabar las presentaciones; Guillermo se levantó como un resorte al ver a su novia

— ¡¡Máriam!! — exclamó al tiempo feliz y aturdido — ¡Máriam! ¡Estás viva!

Acto seguido varios hostiles le sujetaron para que no avanzara hacia ella. Le redujeron en el suelo sin dejar de apuntarle, amenazándole para que estuviese quieto. Guillermo no entendía nada, al igual que Ana Belén.

— ¡Soltadme joder! — gritó Guillermo, y volvió a mirar a una confusa Emily — ¡Máriam! ¿Estás bien? ¿Qué está pasando? ¿Qué haces con esta gente?

Emily miró a su padre y después a Aaron totalmente desconcertada; después devolvió la mirada a Guillermo. No comprendía qué ocurría con esos extraños.

87 88 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

— Creo que te has confundido de persona— Ben quiso aclarar a Guillermo — Estás agotado, sin duda ha sido un largo viaje hasta aquí. Tú y Ana Belén debéis descansar, recuperar fuerzas y despejar la mente.

— Máriam. . . — susurró Ana tratando de captar la atención de la joven que parecía no conocerles

— Pensáis que soy alguien que no soy — dijo al fin Emily con prudencia — Lo lamento, pero mi nombre es Emily.

— ¿Qué coño está pasando aquí? — Guillermo se revolvía en el suelo, nervioso, tratando de zafarse, pero los hostiles eran más fuertes — ¿Máriam! ¿Qué te pasa? ¿Qué te han hecho. . . ? — la joven reaccionaba a sus palabras únicamente con incomodidad lo que alteró aún más a Guillermo — ¡Máriam. . . ! ¡Soy yo. . . Guillermo! Soy tu novio. . . — Emily estaba intranquila y se cobijó en Aaron, gesto que advirtió Guillermo — ¿Qué le habéis hecho cabrones? — Guillermo lloraba de rabia, forcejeaba en el suelo con sus captores que le mantenían agarrado y no le permitían acercarse a Emily— ¡Hijos de puta, soltadme! ¿Qué le habéis hecho a mi novia? — Guillermo estaba fuera de sí, gritaba furioso mirando a Ben, apenas podían sujetarle entre tres hombres- ¡¡Voy a mataros a todos!! ¡Ahhhh. . . ! ¡¡Soltadme joder!!

Aaron escudó a Emily detrás de sí mirando con extrañeza a un Guillermo indómito. Ben mantenía la templanza, contemplaba la escena en silencio, observando primero a Guillermo y después a una Ana que no salía de su asombro. Todos excepto él, cobijado bajo su paraguas, estaban empapados por la incesante lluvia. Por detrás del grupo que forcejeaba con Guillermo se acercó otra persona rifle en mano: una mujer joven, de treinta y pocos años, alta, delgada, cabello largo y moreno recogido en una coleta. Con semblante serio, se acercó enérgica, le doy la vuelta al rifle y lanzó la culata con gran violencia sobre la cabeza de Guillermo, que cayó aturdido golpeándose la cara contra el embarrado suelo. Ana Belén, que seguía arrodillada, presenciaba la escena aterrada a dos metros escasos de su amigo. El hombre que la custodiaba dejó paso a otro compañero, Sam, que apareció para hacerse cargo de ella. La ayudó a incorporarse y después permaneció a su lado, apuntándola con su arma. Mientras tanto, la mujer morena apartó a sus compañeros dando el rifle a uno de ellos, se agachó agarrando del pelo a Guillermo y comenzó a descargar puñetazos contra su maltrecho rostro.

— ¡Estás en nuestra casa! — exclamó enfadada mientras le golpeaba— ¡No te permito que nos hables así! ¡Eres escoria!

— Ya está bien. . . — le dijo tímidamente Ben 89

La joven hostil no cesaba, seguía con la paliza y Guillermo apenas podía defenderse, lo justo para proteger su rostro. Ana estaba escandalizada. Al fin, Aaron decidió intervenir para detener a su compañera

— ¡Para! ¡Es suficiente! — ordenó Aaron a la joven, que hacía caso omiso — ¡Ji Yeon!

Entonces, la mujer se detuvo, levantó la vista un momento para cruzar con Aaron una mirada resentida, y pudieron advertirse con detalle sus rasgos asiáticos. La joven, de gran belleza, soltó finalmente a Guillermo, dejándole derrumbarse en el suelo encharcado. Después volvió a coger su rifle y marchó en silencio hacia una de las casas mientras miraba a Aaron visiblemente enojada.

— Llevad a Guillermo a la enfermería y curadle — solicitó Ben a sus hombres — que se asee, descanse, y coma un poco. Después acom- pañadle junto a sus amigos — mientras los hostiles se llevaban a un Guillermo semiinconsciente, Ben se dirigió a Ana amistosamente — Mientras tanto, invitaré a Ana Belén a un reconfortante desayuno.

Ana respondió con una mirada cargada de miedo. Aquel hombre la inquietaba de veras, más sabiendo que había presentado a Máriam como su hija.

— ¿Quieres esperarme en casa? —dijo Ben con cariño a Emily para que se retirara prudentemente

Emily asintió, marchando hacia su casa no sin antes volver a intercambiar miradas de desconcierto con Ana. La siguió Aaron, reculando un momento para preguntar a Ben en voz baja

— ¿Tienes algo que contarme? —inquirió Aaron comedido

Ben le aguantó la mirada tres segundos, y después respondió con su eterno gesto inmutable

— No

La contestación pareció convencer a Aaron, que marchó tras Emily dejando a Ben en compañía de Ana Belén y Sam. 90 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

— o —

Héctor y Jose Luis descansaban en su habitación. Se preparaban para ir al puente donde se encontrarían con el capitán que les había prometido enseñárselo.

— ¿Estás seguro de que hemos quedado, verdad? — preguntó Héctor

— Sí, quedé claramente hoy, sólo que no he podido confirmarlo, porque hace varios dias que no los he visto, pero lo de quedar hoy es seguro.— Contestó Jose Luis

— A ver si es verdad y no vamos para nada — dijo Héctor — que una siestecita no habría venido mal

— Tranquilo — ya verás como sí.

Tras prepararse salieron para la biblioteca, donde habían quedado con el capitán. Pasaban quince minutos de la hora convenida, y el capitán no aparecía.

— No puede ser que se haya olvidado — Jose Luis se maldecía

— Bueno, ya quedaremos con él otro día — Dijo Héctor resignado — prefiero irme a dormir que quedarme esperando

— Vamos a intentar otra cosa, por qué no vamos al puente directamente — propuso José Luis — Así, si no está el capitán, le buscarán y le preguntarán, y a lo mejor nos lo enseñan sin él. . .

— Vale — concedió Héctor — pero si nos ponen muchas pegas nos vamos, no tengo ganas de discutir hoy

Ambos se fueron decididos hacia el puente. Por el camino se encontraron a Ana Belén que se encontraba ensimismada en sus pensamientos.

— ¿Qué tal Ana ? — Dijo Héctor — Dónde vas tan solita

— De paseo — Contestó — No me encuentro muy bien. Voy hasta popa.

— Si estás mareada, en proa hace más aire — dijo José Luis

— Ya, vengo de allí, pero es que están los dos tortolitos y no me apetece estar de farol. 91

— ¡je je! — rió Héctor — pues no sé yo qué decirte, allí suelen estar Zoe y Carlos

— No seais críos — Dijo Ana Belén — Zoe y Carlos sólo son amigos

— No te preocupes Héctor — Continuó José Luis — lo de Carlos es sólo sexo. . . — Giró la cabeza hacia Ana — Tú vete para allá, seguro que os propone algo a ti y a Zoe

— ¡ja ja ja ja! — José Luis y Héctor rieron a carcajadas. Ana Belén sonreía.

— Bueno. . . marcho a popa, y ya os cuento cómo nos ha ido — Ana Belén guiñó un ojo

— Bueno. . . Bueno. . . pero queremos detalles — pidió José Luis — Fotos si es posible

Los tres rieron. Ana Belén se dirigió a popa, y Héctor y José Luis subieron por la escalerilla que llevaba a la cubierta del puente Una vez llegaron a la puerta del puente, José Luis llamó con los nudillos. Nadie contestó. Aguardaron unos minutos y lo volvieron a intentar Con el mismo éxito. Esperaron largo rato fuera hasta que cuando estaban a punto de irse, José Luis giró el pomo de la puerta del puente. Estaba abierta.

— ¿Hola? ¿Se puede pasar? — José Luis se asomó con cuidado. — No hay nadie. . . ¿No te parece extraño?

Héctor asintió. Con la mirada convinieron entrar, y así lo hicieron. El puente era una habitación relativamente grande había tres asientos y los tres estaban vacíos.

— A lo mejor es la hora de merendar — Dijo Héctor

— ¿Y se van todos? — José Luis no entendía nada — no hay más accidentes porque Dios no quiere. . .

— Mira, ahí está el timón.— Héctor señaló una gran rueda en mitad del cuadro de mandos

Los dos jóvenes se acercaron. Miraron el cuadro de mandos intentando elucubrar el significado de cada uno de los signos que se veían.

— Este ha de ser el radar — dijo Héctor señalando una pantalla

— Pues sí. . . no se ve nada en el horizonte 92 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

— Aquí hay una hoja de ruta. — José Luis cogió un mapa que estaba encima del cuadro de mandos, donde estaba trazada a bolígrafo la ruta a seguir por el barco.

— ¿Qué es esto?

Al levantar el mapa Héctor se dio cuenta que una luz roja estaba parpadeando. Un pequeño cartel informaba de que se había producido un desvío con respecto a la ruta base programada.

— Aquí en el mapa hay un trozo dibujado en lápiz — Informó José Luis

— ¿Dónde?

— Mira, por aquí. . . se desvía de la ruta marcada y se termina aquí en un punto en medio de la nada. . .

— Pues . . . si hacemos caso a ese GPS estamos a punto de llegar justo a ese punto. — Héctor señalaba otro de los aparatos del cuadro de mandos

— Hay unos números en ese punto: 4, 8 . . . En fin ellos sabrán — Dijo José Luis dejando el mapa tal y como lo había encontrado

— Oye, ahí hay algo — Héctor señaló una especie de almacén que tenía la puerta medio abierta.

Se acercaron al armario. Abrieron la puerta y se quedaron de piedra. No podían creer lo que veían. El capitán y dos tripulantes estaban dentro del almacén atados, amordazados e inconscientes.

— ¿Qué coño es esto? — dijo Héctor nervioso

— ¿Qué está pasando? — José Luis dio dos pasos atrás — ¿Han secuestra- do el barco?

De repente, un potente silbido empezó a sonar. Las alarmas del cuadro de mandos comenzaron a volver locas. Los chicos se acercaron al cuadro de mandos. En el radar podía verse una creciente masa, justo en la parte izquierda. Miraron a la izquierda y alcanzaron a ver una esfera de potente luz acercarse al barco a gran velocidad.No tuvieron tiempo para reaccionar,una violenta sacudida les alcanzó de lleno, golpeándose fuertemente en la cabeza, y perdiendo el conocimiento al instante 93

— o —

En el poblado que aquellos llamaban Dharmaville, los miembros del grupo que había salido en busca de Ana Belén estaban encerrados en unas celdas subterráneas. Los habitantes de Dharmaville los habían encerrado en celdas diferentes, incomunicadas entre sí. En una de ellas mantenían a Carlos, Zoe y Alejandro , mientras que en la otra estaban Claudio, María M., Jesús, y José Enrique. Zoe empezó a escuchar gritos de fuera, y se puso en pie enseguida. Alejandro la siguió. Carlos miró hacia la puerta, sentado. Los carceleros abrieron la puerta que llevaba a la superficie. Traían a Guillermo que no ofrecía resistencia. Estaba magullado y parecía en estado de shock. Abrieron la celda y Guillermo entró en ella. Tal como entró, Guillermo se sentó en el rincón más alejado de los chicos sin mediar palabra.

— ¿Qué le pasa? — Dijo Alejandro en voz baja para que Guillermo no le oyese

— ¿No le habrán hecho nada estos cabrones? — Zoe tenía los ojos encendidos

— No lo creo — Dijo Carlos que se incorporó — Dejadme que hable con él.

Carlos se dirigió al rincón en el que se encontraba su amigo.

— ¿Cómo estás? — Carlos le puso la mano en el hombro mientras se sentaba a su lado

Guillermo parecía querer hablar, pero no podía. No contestó a la pregun- ta.

— Estábamos preocupados. No sabíamos de vosotros. ¿Ana está bien? ¿También está aquí? —Guillermo no hablabla — ¿Ha pasado algo? — Insistió Carlos

— Ana está bien. Y . . . He visto. . . a Máriam — Guillermo por fin habló, cabizbajo

— ¡Pero. . . Eso es una buena noticia! — Zoe entró de repente en la conversación con una enorme sonrisa — ¿Dónde la has visto? 94 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

— No tanto . . . — Guillermo miró a los ojos a Carlos. Él vio como las lágrimas corrían por sus mejillas — Está con ellos. . . vive con ellos en este pueblo. . . no sé qué le han hecho. . . pero no me ha reconocido. Le he gritado. . . pero. . . ella me ha mirado como si no me conociese. . . me la han quitado Carlos.

Carlos se inclinó haciadelante y tomó un rato para pensar. Apretó fuertemente los labios y las manos de pura rabia, pero no hizo ningún ruido. Levantó la mirada y vio a Alejandro con la boca abierta, haciendo aspavientos visiblemente exaltado por lo que había contado Guillermo. Zoe, que parecía intentar mantener la cabeza fría, continuó la conversación intentando calmar a Guillermo.

— Piensa una cosa Guillermo. Ella está bien. Ha tenido la suerte que prob- ablemente no han tenido los demás. . . es probable que sea simplemente amnesia del accidente.

— Ya no estoy seguro de nada. . . — Guillermo siguió cabizbajo — pasan cosas muy raras en esta isla. Quizá a ella le haya pasado lo mismo que a Ana Belén.

— ¿Ana Belén? ¿Cosas raras en la Isla? ¿Qué le ha pasado? — Carlos preguntó visiblemente preocupado.

— Nada. . . , aparentemente, pero el caso es que. . . la isla parece que le habla. . . — Guillermo hablaba con gesto de no entender qué estaba pasando

— ¿Que. . . la isla. . . le habla? — Carlos se había quedado de piedra

— Sí. . . , por eso se marchó del campamento de la playa,. . . Por eso quiso escaparse. . . — contestó Guillermo — La isla la está llamando

— Pero. . . no nos volvamos locos. . . Ana Belén ha tenido un golpe muy fuerte en la cabeza. . . podría ver enanitos verdes y ser normal — Zoe intentó poner un poco de cordura en la conversación — además, esa chica no ha demostrado tener la cabeza muy bien amueblada — Zoe sentía cierto resentimiento hacia Ana Belén

— Ójala fuera tan fácil. . . — Exclamó Guillermo

— ¿A qué te refieres? — Carlos frunció el ceño

— Cuando Ana y yo nos escapamos, cuando nos quedamos solos, me contó que sentía cosas. En ese momento, yo no la creí, pero de repente empezó a correr como si estuviese poseída en una dirección, hasta que 95

finalmente encontramos una estatua. Estaba destrozada, sólo quedaba un pie, pero ella sabía muchas cosas de esa estatua.

— ¿Cómo? ¿Una estatua? — Preguntó Carlos desconcertado— ¿Que cosas sabía?

— Pues para empezar, estaba flipando. Empezó a narrar detalles de la estatua, como la altura, lo que había tenido en las manos. . . Dijo una frase extraña. . . la tierra de la fertilidad debía ser infértil. . . o algo así. Después pareció tomar conciencia de algo, recordar algo . . . entonces me dijo que ella vivía allí, que vivió a la sombra de la estatua.

Carlos se levantó y se puso a andar por la celda pensativo. Zoe se sentó al lado de Guillermo ocupando su puesto.

— Pero vamos a ver. . . por mucho que ella dijera. . . ¿No dices que la estatua estaba destrozada? — Apuntó Zoe

— Sí. . . sólo quedaba un pie — respondió Guillermo

— Entonces no podemos corroborar que todo lo que diga sea verdad. . . A lo mejor encontró la estatua por casualidad y el resto se lo inventó. . . — Las palabras de Zoe parecían tener lógica — De ella no me extrañaría en absoluto.

— Ya, pero luego le pregunté si ella sabía dónde estaba Máriam — El tono de voz de Guillermo se tornó sombrío — y me trajo hasta aquí. . . y Máriam. . . está aquí con ellos

Zoe no supo qué decir. Carlos, serio, lanzó una pregunta a Guillermo

— ¿Y dónde está Ana Belén ahora?

— Parece que tenga algún tipo de valor para su líder, Hugo creo que se llama. . . — recordó Guillermo — No tenían ningún problema en dispararme a mí, pero a ella. . . a pesar de haber matado a uno de ellos. . . nadie se atrevió a dispararle. Creo que se la han llevado ar- riba. . . creo que está con un tal Ben. . . parece otro de los líderes. . . — Guillermo habló casi en susurros — aquél al que Máriam llamó papá. . .

— Entiendo — Dijo Carlos — Por eso crees que a Ana Belén le puede estar sucediendo lo mismo que le pasó a Máriam.

— Sí — Respondió Guillermo — Creo que esta Ana Belén terminará olvidándose de nosotros como lo hizo Máriam. Creo que ellos nos están haciendo algo. 96 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

Un silencio sepulcral se hizo en la celda. Zoe y Alejandro se miraban. Guillermo miraba al suelo desconsolado, y Carlos paseaba por la celda con gesto serio. De repente, Carlos rompió el silencio.

— Tenemos que huir. No podemos seguir ni un minuto más aquí

— Conmigo no contéis — Dijo Guillermo — Quiero estar donde esté Máriam

— ¿Estás seguro Guillermo? — el joven asintió angustiado — Me parece justo — Concedió Carlos — Zoe, Alejandro ¿Puedo contar con vosotros?

Los dos asintieron

— Pues estad atentos porque cuando tengamos la oportunidad no la desaprovecharemos — Dijo Carlos

— ¿Pero cómo lo haremos? — preguntó Zoe confusa — ¿Cómo escapar de aquí?

Carlos quedó callado, pensativo, apoyado en la pared y con la mirada perdida.

— o —

En la otra playa, Chema abría el día dándose un chapuzón en las tranquilas aguas del mar. A distancia, sentado en una roca, Pablo le ob- servaba con atención. Su rostro revelaba claramente los pensamientos más enjundiosos. Se le veía irritado, lo que contrastaba con el estado de Chema, que salió del agua totalmente relajado y reconfortado por el primer baño de la mañana. El joven no se percató de la presencia de Pablo, pero sí vio llegar a Manolo, que venía en carrera suave por la orilla.

— Buenos días — saludó cordial Chema; Manolo se detuvo a su altura, recuperando el aliento— Hemos madrugado, ¿eh?

— Sí — contestó Manolo — es la mejor hora para correr. ¿Cómo está el agua? ¿Fría?

— Bueno. . . ahora mismo no me siento las pelotas, pero por lo demás. . . jejeje — respondió Chema jocoso 97

Los dos rieron, y Pablo desde su posición seguía observando. Contrastaba la seriedad del joven con los gestos relajados de sus compañeros. En la zona de las tiendas, la gente comenzaba a desperezarse; poco a poco, los chicos iban saliendo de las tiendas, entre bostezos y estiramientos. Chus salió de su tienda con ojos somnolientos y a punto estuvo de chocarse con Rubén. Fue un momento incómodo para los dos. Rubén se apartó para abrirle paso y los dos cruzaron durante un segundo una mirada inquietante. Cerca de ellos, Mari Carmen alcanzó a ver cómo el rostro de Chus se descomponía; entonces, aguardó unos segundos y se acercó a ella

— Buenos días — saludó Mari Carmen

— ¡Hola. . . ! — Chus cambió el gesto rápidamente, regalando una tierna sonrisa a su amiga — ¿Qué tal has dormido?

— No muy bien — respondió Carmen visiblemente cansada — supongo que me puede la preocupación, pensando en mi familia. Espero que esta pesadilla acabe pronto — Chus asintió con la cabeza, transmitién- dole confianza— ¿Tú cómo estás Chus? ¿Te encuentras bien? Dentro de lo que cabe, claro. . .

— Estoy bien, gracias — Chus se mostraba escueta, sonreía, pero su mirada la delataba — También un poco cansada.

— Ocurrió algo el otro día, en la selva. . . ¿verdad? — Mari Carmen estaba preocupada por Chus — Desde que Rubén y tú volvisteis. . . no habéis querido hablar de ello, estáis raros. . . pero es evidente que pasó algo — Chus torció el gesto, se la veía incómoda, y se limitó a negar con la cabeza; Carmen quiso mostrarle su apoyo — Puedes contarme lo que quieras, ¿vale? Cuando necesites hablar, aquí me tienes.

Chus le agradeció con una sonrisa sincera. Carmen marchó a otra zona del campamento y se cruzó con Toni, Héctor y Pancho, que se dirigían al agua para pescar con aparejos fabricados por ellos mismos. A lo lejos se acercó Pablo, increpándoles

— ¡¡Ehh!! — les gritó mientras se acercaba enérgico — ¡Esa caña es mía! — los muchachos se miraron sorprendidos por la reacción de Pablo, que llegó a su altura agarrando con brusquedad la caña que llevaba Héctor — ¡Es mía! ¿Quién coño te ha dado permiso para cogerla?

— Lo siento Pablo. . . — contestó Héctor totalmente descolocado — no pensé que importara. Se supone que las cañas son de todos, da igual quién las haya hecho; son para que las usemos todos, ¿no? 98 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

— ¡Una mierda! — Pablo estaba muy agresivo — Aquí cada uno que se haga sus cosas. Si quieres pescar te buscas la vida, pero no cojas lo mío.

— A ver Pablo. . . —Toni trató de poner cordura— Que no pasa nada, tío — Pablo se revolvió, seguía increpándoles, y los muchachos no entendían nada; Toni no sabía cómo calmarle— Pero. . . ¿Cuál es el problema? Estamos todos juntos, compartimos las cosas. Ahora nosotros vamos a buscar comida para todo el grupo, tú incluido. Si conseguimos pescar, tú podrás comer al igual que el resto. No entiendo. . .

— ¡Que no me cuentes tu vida! — Pablo empujó a Toni, no atendía a razones — ¡Aquí cada uno a lo suyo! ¡Yo no veo trabajo en equipo aquí! Llevamos cinco días en esta puta isla y nadie hace nada. Parece que no queráis salir de aquí. ¡Así que dejad mis cosas, no las toquéis! ¡Yo no toco las vuestras!

— Pablo, estás sacando las cosas de quicio — Pancho también se mostró conciliador, y posó la mano en el hombro de Pablo para calmarle, pero éste reaccionó peor y le dio un manotazo que molestó de veras a Pancho — ¡Oye! Cuidadito con las manos. . . !

— ¡Qué pasa! — Pablo soltó la caña y acercó su cara intimidante a la de Pancho. Toni y Héctor intervinieron agarrando a Pablo para frenarle, pero se revolvió aún más — ¡No me toquéis coño!

Toni se hartó de la actitud de su compañero, y le empujó enérgicamente haciéndole caer de culo en la arena.

— ¡Cálmate joder! — ordenó Toni imponiéndose — ¿Qué es lo que te pasa hoy? Todos estamos cansados, pero no tienes que pagar tu mal humor con nosotros.

Entonces Pablo se levantó del suelo con los ojos inyectados en sangre y lanzó un violento puñetazo contra Toni. Los demás quedaron petrificados. Los que estaban cerca de las tiendas acudieron enseguida alarmados para poner paz. Toni se levantó rápidamente y devolvió el golpe a Pablo. Comenzó una tremenda pelea, Pancho se metió en medio y recibió un puñetazo de un enfurecido Pablo, que repartía a diestro y siniestro. Pancho se echó a un lado, dolorido, y tras tomar aire unos momentos se lanzó a por Pablo, descargando golpes y patadas. Enseguida llegaron los demás, agarrando a los chicos para separarles. Sin que nadie le esperara, llegó Ruben sin mediar palabra. Se acercó al grupo cogió la caña y la partió sobre su rodilla. 99

— ¡A ver si así os calláis de una puta vez! — dijo mientras volvía a su recogimiento

Los demás quedaron petrificados sin saber qué decir. Pablo se soltó de las manos que lo agarraban, miró a Rubén con odio, pero no dijo nada. Se alejó del resto para estar solo.

— o —

Hacía un rato que había dejado de llover. El día parecía abrir por fin, el sol se asomaba entre las nubes, y Ben respiraba con los ojos entornados el aire fresco mientras aguardaba la llegada de Ana Belén sentado en una cómoda silla, en la pérgola, presidiendo una mesa repleta de comida: fruta, leche, cereales y otros alimentos ligeros para el desayuno. Ana llegó hasta la terraza custodiada por Ji Yeon; la acompañó a su asiento y después marchó obediente a otra zona del poblado. Ana vestía ropa limpia, vaqueros y camiseta, y aún con el pelo mojado se sentó frente a Ben.

— ¿Café? — le ofreció Ben mientras servía una taza

— Prefiero tomar zumo — Ana rehusó cogiendo ella misma una jarra de zumo y llenando su vaso

— Estarás hambrienta — dijo Ben muy cordial señalando la apetitosa comida — Espero que el menú sea de tu agrado

— Le agradezco la cortesía — respondió Ana después de dar un buen trago a su bebida. Muy comedida, a la vez que cogía una tostada, se atrevió a preguntar— ¿Tiene usted el mando aquí? — Ben no contestó, y Ana así lo entendió — Supongo que ya sabe por qué estoy aquí. . .

— Por favor Ana Belén, tutéame — rogó Ben amistoso — Por supuesto, sé qué es lo que te trajo hasta aquí. Supongo que ahora mismo te encontrarás en un mar de dudas. . . ignorando por qué pareces saber ciertas cosas sobre esta isla, por qué parece que la conozcas, y por qué has sido capaz de encontrarnos.

— Quiero saber qué ocurre en la isla — Ana estaba impaciente por conocer — Quiero que me cuentes quiénes sois, por qué sabéis nuestros nombres, y qué queréis de nosotros.

Ben se sonrío al tiempo que arqueó las cejas. 100 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

— ¡Vaya! Me habrán preguntado eso como un millón de veces jajaja — respondió distendido — Lamentablemente, no es tan sencillo de explicar. He de pedirte un poco de paciencia Ana Belén. En este momento, si respondiese a esas preguntas, no podrías entenderlo, no serías capaz.

— Pruébame — replicó Ana — Llevamos en la isla cuatro días y han ocur- rido cosas demasiado extrañas. Nuestro barco se hundió, naufragamos en esta tierra extraña, y a partir de entonces todo ha sido confusión. Disparé a uno de los vuestros y ahora está muerto. . . pero habéis reaccionado como si nada. ¿No vais a tomar represalias contra mí? — Ana no entendía nada, Ben permanecía callado, escuchándola, lo que aumentaba su inquietud — ¿Qué me está ocurriendo? — Ana sentía angustia y temor- ¿Cómo es posible que esté recordando cosas que nunca antes había visto ni vivido?

— Repito Ana. . . has de tener paciencia — Ben se mostraba relajado mientras tomaba su café — Así no conseguirás ordenar tus pensamien- tos. . . y ver con claridad. De momento tu única preocupación debe ser descansar, pasar unos días de tranquilidad en el poblado, con nosotros, y en compañía de tus amigos. Iremos hablando, intercambiando re- flexiones, y verás cómo en poco tiempo tus dudas se despejarán — Ben se mostraba coherente y templado — Esta mañana sólo pretendo que te relajes, que entiendas que puedas confiar en nosotros. Lo único que quiero pedirte es que no te obsesiones por todo lo que estás viendo y sintiendo aquí. Os hemos traído al poblado por vuestra propia seguridad, aquí estaréis a salvo. No te preocupes de nada más.

— ¿Piensas que mis amigos y yo estamos en peligro? — preguntó una incrédula Ana — ¿Y que vosotros sois nuestros protectores, armados hasta los dientes como un pequeño ejército? — Ben intuyó el sarcasmo y respondió con una mueca— ¿Acaso estáis librando una guerra en esta isla? ¿Lucháis contra las fuerzas del mal o algo así? ¿Me equivoco?

— Creo que no comprendes tu situación, Ana Belén — contestó Ben sin perder su buen humor — Comprendo que la primera impresión tal vez conduzca a error. . . que parezcamos un grupo de chiflados buscando adeptos para nuestra pequeña secta. Pero no lo somos, creo que eso ya fue aclarado. No somos una secta, ni unos hippies trasnochados revelados contra el mundo — A Ana le molestó que le pisara la idea, porque era lo siguiente que iba a sugerirle. Ben parecía conocerla muy bien — Pero efectivamente, hay peligros en esta isla ante los cuales debéis de cuidaros. Decís que llegasteis aquí de forma accidental. . . eso está por ver. Nada es casualidad aquí. De momento, hasta que tomemos 101

una decisión respecto a vosotros, permaneceréis en el poblado. Sólo aquí estaréis a salvo.

— Necesito saber ciertas cosas sobre mí — Ana se resistía a no obtener respuestas de Ben — Al menos respóndeme por qué estoy recordando cosas. Ayer vi una estatua. . . — Ben reaccionó con sorpresa — Puedo moverme por la selva sin perderme, conozco los caminos, y sabía dónde estaba el poblado.

— Entiendo. . . — asintió un misterioso y reflexivo Ben — No has de in- quietarte por ello Ana Belén. Te prometo que, cuando estés preparada, contestaré a cada uno de los enigmas que llevas en tu cabeza — A continuación Ben se levantó y se dispuso a marchar — No debes preocuparte por lo que estás sintiendo, ahora sólo piensa en relajarte y disfrutar la estancia. He de irme, luego volveremos a hablar.

— Pero. . . — Ana no estaba conforme y también se incorporó — un momento Ben. . . ¿Qué pasa con Máriam? ¿Qué le habéis hecho para que no nos recuerde? ¿Vas a decirme que eso también es normal y que no debo preocuparme?

— ¿Máriam? — preguntó Ben sorprendido — Lo lamento pero. . . me temo que Guillermo y tú sufrís algún tipo de alucinación postraumática. La joven que habéis conocido, y a la que confundís con esa otra persona, es en verdad mi hija Emily —Ana no daba crédito, Ben parecía muy convincente en su explicación— No hay ninguna Máriam en esta isla, créeme. Yo lo sabría. . . —concluyó con una enigmática sonrisa

Ben se fue hacia su casa, dejando a Ana en la nueva compañía de Sam que llegó a la pérgola de inmediato.

— ¿Te acompaño en tu desayuno? — Saludó cordial Sam mientras se sentaba y cogía una pieza de fruta — Parece que todo tiene buena pinta — Ana no dijo nada, se limitó a bajar la mirada y acabar su zumo — Veo que te han dado ropa nueva, te queda bien.

— ¿Qué quieres? — respondió Ana — No tienes que darme conversación. Si no vais a responder a mis preguntas no sé qué haces hablando conmigo.

Sam guardó silencio un momento mientras la observaba fijamente. Su semblante era agradable, transmitía paz y confianza. No parecía molestarle el tono agresivo de Ana, a la que le incomodaba cada vez más la forma en que el joven la miraba. 102 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

— ¿Acaso eres mi guardaespaldas personal? — Ana se sentía contrariada y desviaba la mirada para no encontrarse con la de Sam — ¿Tienes que vigilarme para que no me vuelva loca y mate a otro de los vuestros?

— No tuviste la culpa de lo de Brian — Sam se mostraba receptivo — Fue algo fortuito. Él quería haceros daño. Te defendiste y protegiste a Guillermo.

Ana estaba sorprendida por el trato afable que recibía de Sam. No alcanzaba a comprender cuál era el interés del joven.

— Dime una cosa Sam — preguntó Ana, curiosa — ¿Por qué dejaste que Guillermo y yo escapáramos en la selva? Sé que nos viste. . . pero no delataste nuestra posición. ¿Por qué?

Sam volvió a responder con un silencio abrumador, no dijo nada pero le devolvió una mirada limpia, simpática y atrayente, acompañada de una sonrisa cuanto menos seductora. Entonces Ana se ruborizó y no pudo aguantar la mirada. Él lo advirtió y sonrío aún más.

— ¿Puedes decir algo cuando te hablo, por favor? — solicitó Ana real- mente incómoda— No me gusta que te quedes callado y me mires así.

— Lo siento, te pido perdón — Sam se apresuró en disculparse — Lo último que quiero es incomodarte.

— Contéstame a esto. . . — Ana trató de cambiar rápido de tema — Ese hombre. . . Ben. . . ¿Confías en él?

El gesto de Sam se tornó serio; a esto sí respondió: había mucha seguridad y convicción en sus palabras

— Absolutamente. Ese hombre, salvó la vida de mis padres —afirmó rotundo Sam— Hace años les ayudó a escapar cuando la isla estuvo a punto de. . . —entonces interrumpió su discurso— Bueno, esa es otra historia. . . una vieja historia que no querrás oír — Ana sí quería saber, más viendo a un emocionado Sam, pero él no parecía dispuesto a proseguir y cambió de tema, prudente — El caso es que Ben fue uno de los que hizo posible que mis padres salvaran la vida. Todos nosotros le debemos mucho, sobre todo los más jóvenes, los que llevamos aquí menos tiempo.

— ¿Cuánto tiempo llevas viviendo en la isla? — preguntó Ana con una curiosidad creciente 103

— Aún no había cumplido los 18 cuando desembarqué — recordó Sam con un poco de nostalgia — Cuando Hugo y Ben nos pidieron que viniésemos. . . no pudimos negarnos. Ji Yeon, Aaron, Charlie y yo lleg- amos cargados de ilusión, deseosos de poder ayudar a nuestros amigos — Ana notaba que poco a poco Sam se abría, y eso le gustaba.

— Y. . . — Ana decidió probar suerte — ¿A qué os dedicáis exactamente? Quiero decir, ¿Cuál es vuestro cometido aquí?

Sam sonrió divertido, advirtiendo el intento de ella por sacarle informa- ción.

— Pues mi misión en concreto es. . . —respondió Sam con aparente disposición— Vigilarte, mantener la herida de tu frente limpia y libre de infección procurando que no pierdas ningún punto y. . . por supuesto, cuidar que no vuelvas a robar ningún arma. Soy el encargado de tu salud y bienestar.

Ana sonrió por primera vez; Sam le hacía olvidar por un momento la difícil situación en la que se encontraba.

— o —

Zoe y Alejandro permanecían sentados en sus catres, en silencio. Todos pensaban un plan para escapar, pero parecía complicado en su situación. Guillermo permanecía tumbado en silencio, con los ojos abiertos y mirando al techo. Carlos llevaba largo rato de pie con la mirada perdida, pensativo. Zoe empezaba a preocuparse por él. Se levantó y se acercó a su compañero.

— ¿Te pasa algo? — Zoe miraba a los ojos perdidos de Carlos.

— Nada. . . Sólo que esta situación me desespera y hemos de encontrar la manera de salir de aquí — Dijo Carlos volviendo en sí.

— Sabes que puedes contar conmigo — Zoe se ofreció — yo también estoy cansada de esta situación

— Ven aquí — Carlos abrió los brazos y le ofreció un tierno abrazo con una cálida sonrisa en la boca

Zoe se dejó caer sobre el hombro de Carlos y este le rodeó con sus brazos, acariciando su espalda. Zoe que había estado en tensión desde el accidente, 104 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA se sintió enormemente relajada al calor de los brazos de Carlos. Su tensión desaparecía al tiempo que no podía evitar que las lágrimas asomaban a sus ojos. Carlos notó temblar a Zoe, que se derrumbó en un silencioso llanto sobre el pecho de su amigo. Carlos besó tiernamente la frente de Zoe y le acarició el pelo.

— Tranquila, no dejaré que te ocurra nada — Le susurró Carlos al oído — no tienes nada que temer.

Zoe abrazó fuertemente a Carlos agradeciendo sus palabras. Y seguida- mente intentó eliminar el sentimiento de melancolía de su cuerpo. Zoe no quería sentirse débil.

— ¡No me pienso acostar contigo! — Dijo ella enjugándose las lágrimas con una de sus manos mientras con la otra seguía abrazando a Carlos. Zoe vestía una amplia sonrisa

— ¡Jajaja! me has pillado — Carlos continuó bromeando — pero, nunca digas de este agua no beberé.

Zoe no contestó y volvió a hundir la cabeza en el pecho de Carlos. Éste le correspondió acariciándole de nuevo la espalda. De repente, un golpe seco en la puerta sobresaltó al grupo. Zoe se apartó de Carlos Un hombre entrado en la treintena, alto, pelo castaño ligeramente largo, apareció con una bolsa de papel con sandwiches y una botella con agua. Carlos le miró fijamente. El hombre sonrió tímidamente y se acercó a la celda.

— Os traigo comida y agua — Dijo aquel hombre

Nadie movió un músculo. Zoe, Carlos y Alejandro le miraban fijamente. Guillermo continuaba sumido en sus pensamientos. El hombre pasó la botella entre las rejas y Zoe la cogió. A continuación, pasó la bolsa de sandwiches. Carlos alargó la mano, y cuando sus manos se rozaron, una fuerte descarga de electricidad estática les sobresaltó. Carlos y aquel hombre se miraron a los ojos.

— ¿Tú eres Carlos, verdad? — Dijo el hombre con la mano aún temblando por la descarga.

— El mismo — Carlos hacía gestos de dolor y movía la mano intentando sacudirse la molestia — ¿ Por qué lo preguntas? 105

— Ana Belén y tú sois los líderes del grupo. . . ¿verdad? — Dijo él. Zoe torció el gesto al oír el nombre de Ana Belén.

— Siento decirte que en este grupo no hay líderes. . . — dijo Carlos — Sólo soy uno más — ¿tú quién eres?

— Me llamo igual que tú. Bueno, me llaman Charlie, Charlie Hume — Se presentó el hombre

— ¿Y qué quieres de nosotros, Charlie? — Preguntó seguidamente Zoe

— Únicamente deciros, que no estoy de acuerdo con lo que están haciendo con vosotros. . . creo que es una injusticia. . . vosotros habéis llegado a la isla por una razón que ellos no alcanzan a comprender

Carlos, Zoe y Alejandro se miraron sorprendidos.

— ¿Y qué se supone que hemos de hacer? — Zoe preguntó contrariada

— No lo sé. . . — Charlie bajó la cabeza — sólo sé que mi padre me advirtió de que algún día llegaríais, y que yo debía ayudaros.

— ¿Quién es tu padre? — Preguntó Carlos

— Desmond. . . se llamaba Desmond, Desmond Hume. — Contestó Char- lie

— Pues siento decirte que no le conozco de nada — Carlos miró al resto — ¿Y vosotros? — Zoe y Alejandro negaron con la cabeza. Guillermo no contestó, parecía ajeno a la conversación — pero si quieres ayudarnos — Continuó Carlos — Sácanos de aquí.

— Como queráis — respondió Charlie

— ¿Así de fácil? — Preguntó Zoe

— Así de fácil, mi destino es hacerlo — dijo él.

— Y como sabemos que no es una trampa — preguntó Alejandro

— y ¿Para que habrían de meternos en una trampa? — Dijo Carlos — nos han capturado. . . pueden hacer con nosotros lo que quieran. Entonces, has dicho que puedes sacarnos de aquí.

— Si, pero. . . estamos en pleno centro de la aldea, es imposible salir sin que os vean. — Dijo Charlie. 106 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

— Podemos tomarte como rehén — Pensó Carlos — Prefiero que no te descubras. Necesitaremos a alguien dentro para saber cómo siguen nuestros amigos.

— No puedo aseguraos que no os disparen. Los ánimos están muy caldeados aquí

— Correremos el riesgo — Carlos miró a Zoe y Alejandro, que asintieron.

— Como queráis — Hablaba Charlie mientras habría la puerta — Tengo una pistola.

Charlie le pasó la pistola a Carlos. Zoe, Alejandro y Carlos se miraban alucinados, no podían creer que aquello fuera a resultar tan fácil.

— Pase lo que pase Charlie, Muchas gracias por todo — agradeció Carlos

— Sólo hago lo que el destino me ha marcado. Nada más — Charlie hablaba cual miembro destacado de una secta — En algún momento vosotros también haréis lo que os está predeterminado hacer.

Carlos no corrigió a Charlie y se dispusieron a escapar de la aldea.

— o —

Sam y Ana Belén llevaban un rato charlando mientras concluían el paseo por el poblado. Sam se había ofrecido a ser su guía para mostrarle la pequeña aldea conocida como Dharmaville. Llegaron hasta la última zona, la más alejada de las casas donde había un gran jardín repleto de plantas y flores de colores llamativos.

— Pues esta es nuestra pequeña ciudad —dijo Sam distendido— Aquí concluye la visita guiada. Espero que haya sido de tu agrado.

— Me ha gustado mucho —agradeció Ana— Es un estilo de vida un poco clásico, pero parece que sois felices en esta especie de oasis. Cargados de armas. . . pero felices — Sam sonrió, se encontraba realmente cómodo conversando con Ana — Aunque, creo que te ha faltado mostrarme una de las casas. . . No me has enseñado dónde vive Hugo.

— Hugo no vive en la aldea — aclaró Sam tornando comedido — su casa está lejos de aquí. 107

— Quiero que me lleves con él — pidió Ana con decisión — Quiero conocerle. Aaron dijo que Hugo era el que me mantenía con vida. Entiendo que es vuestro líder, es vuestro jefe por encima incluso de Ben. . . Él me dará las respuestas que necesito. — No has escuchado a Ben —Sam no estaba de acuerdo— Quieres saber acerca de cosas que se escapan a tu comprensión. Es necesario que confíes, que tengas paciencia. . . y poco a poco irás descubriendo tú misma todas esas cosas. ¿Acaso alguien te contó lo de la base de la estatua? — Ana respondió con sorpresa — Fuiste tú quien dio con esa playa, quien la encontró. No tengas prisa. . . o no podrás ver lo demás. — ¿Por eso me dejaste escapar? — preguntó Ana Belén — ¿Querías que llegara hasta el pie? — En realidad. . . — Sam dudó un momento antes de atreverse a responder — No quería que te hicieran daño. Pese a las órdenes de mantenerte con vida, temía que mis compañeros de exploración tomaran represalias contra vosotros por la muerte de Brian. Estaban muy enfadados y nerviosos. — Claro, lo olvidaba. . . —apuntó Ana sonriendo cómplice— Eres el garante de mi salud y bienestar — Sam le devolvió la sonrisa desplegando todo su encanto, hecho que incomodaba de veras a Ana, de nuevo ruborizada — ¿Hugo te ha pedido personalmente que me protejas? — Cada uno cumplimos una función aquí — aclaró el joven — Todos tenemos una misión. . . incluida tú, aunque aún no sepas cuál es jejeje — añadió Sam un tanto misterioso — No es justo que me digas eso y después me pidas que no indague ni tenga prisa por conocer. . . — fingió una protesta Ana sonriendo, cada vez más cómoda y relajada — ¿Crees que voy a hacerte caso sólo por tu dulce voz y tu cara bonita? — ¿Te parece que la tengo? ¡Vaya! Me siento halagado — Sam también se mostraba cómplice, y le divertía ver cómo Ana, más nerviosa, hacía esfuerzos por desviar la mirada y no encontrarse con el azul claro de los ojos del apuesto joven — No estoy acostumbrado a los piropos, muchas gracias. — Ten cuidado Sam. . . no bajes la guardia. . . — insinuó Ana Belén — o podría volver a robarte la pistola.

Sam le regaló una gran sonrisa; no se habían dado cuenta, pero estaban hablando muy cerca el uno del otro. Ciertamente había una química especial entre ellos. 108 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

— o —

En las celdas, antes de irse los chicos se acercaron a Guillermo

— ¿Sigues pensando en quedarte? — Preguntó Zoe

— Si, no podría irme aunque quisiera — Guillermo miró a Zoe directa- mente a los ojos

— Que te vaya bien con Máriam — Dijo ella mientras lo abrazaba — Espero que seas capaz de despertarla.

Carlos le estrechó la mano a Guillermo para despedirse

— Mucha suerte Guillermo. — Le dijo Carlos cruzando con él una triste mirada.

— ¡Hasta luego tío, Cuídate! — Alejandro se despidió también de Guiller- mo.

— No quiero ser aguafiestas. . . pero hemos de irnos — recordó la voz de Charlie desde la puerta.

— Ok, Vamos — Dijo Carlos — Pero no cierres la puerta, porque si no sabrían que nos estás ayudando

Los chicos se dispusieron a abandonar la celda. Carlos preparó la pistola. Todos salieron al exterior con sigilo.

— ¡Hemos de liberar a los nuestros! — Dijo Zoe viendo que Charlie les llevaba en dirección hacia la selva

— No hay tiempo Zoe. Nos descubrirían y no serviría de nada. — contestó Charlie

— Tiene razón, Zoe — Dijo Carlos poniendo su mano sobre el hombro de su amiga — Volveremos por ellos.

Zoe aceptó las palabras de Carlos. Charlie les guió por detrás de los barracones. La suerte les sonreía y nadie se percató de su presencia. Cuando llegaron al último barracón, vieron a Ana Belén hablando con Sam an- imadamente. Charlie comandaba al grupo, haciéndoles avanzar por una zona de arbustos para camuflarse e intentar que nadie les viera. Al ver a la pareja se detuvieron un momento y se agacharon. Zoe entonces advirtió 109 la complicidad entre Ana y Sam; era la primera vez que la veía desde que marchó de la playa, y se sorprendió al ver que no había sido apresada ni encerrada, como sí lo fue ella y el resto de compañeros, que estaba charlando relajadamente con aquel hostil como si fuesen amigos, libre de angustias y preocupaciones.

— ¿La han dejado libre? — Zoe hablaba indignada — ¡Mírala! nosotros encerrados preocupados por nuestra vida, y ella tan tranquila, a lo suyo.

Carlos le hizo un gesto para que mantuviera silencio. Zoe aceptó pero su malestar con Ana Belén aumentaba por momentos. De repente, un ruido alertó a Sam y a Ana Belén. Alejandro había golpeado con el pie un jarrón decorativo que se encontraba en el suelo partiéndolo en varios pedazos. Sam tomó su pistola y se acercó. Carlos agarró a Charlie y le utilizó como escudo, apuntando a su sien con la pistola. Zoe y Alejandro se colocaron detrás de él.

— ¡Charlie! — Exclamó Sam

— ¡Carlos! — Dijo Ana Belén al tiempo que Sam. Sam y Ana Belén se miraron

— ¡No os mováis! — Amenazó Sam

— Dejadnos ir — Advirtió Carlos sin amedrentarse — O me llevo a éste por delante.

— ¡Carlos, no hagas ninguna tontería. Es todo un error! — Ana Belén rogaba a Carlos

— ¡Sabes el tiempo que llevamos encerrados por tu culpa! — Gritó Zoe — Cómo sabemos que no te han hecho lo mismo que a Máriam.

— ¡Zoe! ¡No. . . ellos no quieren hacernos daño! ¡Únicamente protegen la isla! — Respondió Ana Belén — No lo entendéis

— ¡No la escuches Carlos! — Dijo Zoe enfurecida, más al ver cómo Sam escudaba a Ana detrás de él, en un gesto protector, — Hace tiempo que dejó de estar de nuestro lado. Ahora ha mostrado su verdadera cara. . . Nos ha vendido. — Zoe se dirigió de nuevo a Ana, que se sentía defraudada con la actitud de su compañera, y se apoyó en Sam tomando su brazo en señal de cobijo — ¡Espero que no hayas olvidado lo que tienes fuera! 110 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

Ana Belén no dijo nada. Sólo miró a Zoe con una mezcla de resentimiento y sorpresa. En un gesto desafiante, se arrimó más a Sam. De repente, un disparo se escuchó a lo lejos, Carlos empujó rápidamente a Zoe logrando evitar que la bala le impactara. Sin embargo, Alejandro no tuvo tanta suerte y recibió el disparo en el pecho cayendo al suelo sin vida. Zoe se refugió tras Carlos, que había localizado con la mirada el origen del disparo segundos antes de producirse. Unos metros más allá, Ben se acercaba con una pistola en la mano. Apuntaba a Carlos que aún sujetaba la pistola apuntando a Charlie, agachado en el suelo.

— No podéis escapar. — Dijo Ben con suficiencia — No hay nada que hacer

Ben siguió apuntando a Carlos cuando llegó a la altura de Sam y Ana Belén. Allí se detuvo sin apartar la vista de ellos. Sam entonces guardó su arma confiando en la pericia de su superior. Carlos dedicó una mirada de odio a Ben.

— En esta isla no hay ningún sitio donde esconderse que yo no conozca — Sentenció Ben — Así que rendíos, y no sufriréis la misma suerte que vuestro amigo.

Sin mover casi un músculo de la cara, Carlos le susurró a Zoe.

— Corre

— ¿Cómo? — Dijo Zoe con el mismo volumen de voz de Carlos

— Confía en mi — Insistió Carlos — Corre hacia la selva. Ahora

Zoe hizo caso ciegamente a Carlos y comenzó a correr a gran velocidad hacia la selva. Ben desplazó su objetivo apuntando a la joven. Carlos aprovechó para abrir fuego sobre Ben. La bala impactó sobre la pistola de un soprendido Ben, que cayó al suelo. Carlos dirigió una mirada tierna a a Ana Belén, llevó la palma de su mano izquierda a los labios y le lanzó un beso al aire. Se despidió con la mano y echó a correr tras Zoe. Sam hizo amago de disparar a Carlos, pero Ben le detuvo.

— ¡No! ¡Déjamelo a mi! — Ben dirigió una mirada de seguridad a Sam, que asintió. 111

Ben se dio la vuelta y se dirigió al interior del poblado. Sam acudió junto a Charlie, que aún yacía en el suelo. Ana Belén permaneció en silencio, mirando en la dirección por donde habían huido Carlos y Zoe.

— o —

Guillermo aguardó unos minutos después de que sus compañeros mar- charan para escapar de su celda. Procurando no hacer ruido, subió unas escaleras y accedió a la primera planta. Charlie había dejado una puerta lateral abierta para él, y aprovechó para salir no sin antes ponerse una chaqueta que había colgada en un ropero; parecía un uniforme, bordado con un logo donde podía leerse DHARMA. Guillermo pensó que así podría pasar algo más desapercibido, pero aún así procuró que nadie le viese deambular por el exterior. Salió a la calle y comenzó a caminar escudándose a cada paso tras el mobiliario, los árboles, o cualquier objeto grande que le sirviese de escondite. En ese momento había poca gente en la zona donde él se encontraba. Sí alcanzó a ver a Máriam, que entraba en una de las casas. Cuidando que nadie le descubriese, salió de su escondrijo y corrió hacia la vivienda. Guillermo optó por acceder por una de las ventanas que daban a la parte trasera; estaba medio abierta, y el joven encontró la oportunidad para entrar discretamente. Apareció en uno de los dormitorios, en donde no había nadie; no se escuchaba ningún ruido en la casa, Máriam parecía estar sola. Guillermo se acercó a la puerta de la habitación y se dispuso a abrirla cuando, entonces, algo llamó su atención: una foto colgada en la pared en la que aparecían retratadas varias personas. Estaban sentadas, posando en la misma playa en la que Guillermo y sus compañeros tenían el campamento. El grupo de la foto sonreía, todos alegres y relajados. Guillermo quedó obnubilado viendo a Máriam en esa fotografía, y no se percató de que, la de carne y hueso, le había descubierto y estaba tras él apuntándole con una pistola.

— No te muevas — ordenó Máriam con tono amenazante; Guillermo se giró sobresaltado y levantó ligeramente las manos — ¿Cómo has llegado hasta aquí?

— Tranquila Máriam, tranquila. . . — Guillermo no quería alarmarla, bus- caba rápido una explicación — Estoy aquí porque necesito verte. No sé qué es lo que te han hecho esos desgraciados, pero esta no eres tú. He venido a sacarte de aquí, a llevarte conmigo.

— ¡Fuera! — Máriam no dejaba de apuntarle con el arma y le dio paso para que saliera del cuarto y fuera hacia el salón — Las manos en alto, y no hagas ninguna tontería — Guillermo obedeció y caminó despacio 112 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

hasta el salón seguido de una Máriam desconcertada e inquieta — No tengo idea de cómo has escapado, pero me parece que te has metido en un lío tremendo. Y por cierto. . . deja de llamarme Máriam. Mi nombre es Emily, creo que ya te quedó claro esta mañana.

— ¡Escúchame por favor! — rogó Guillermo desesperado, deteniéndose en mitad de la amplia sala y girándose para mirarla a los ojos — Estás confundida, ahora no lo entiendes pero esta gente no son tu familia. Han debido drogarte o algo para hacerte creer que vives aquí con ellos. Pero tú venías en el barco con nosotros, me llamo Guillermo y soy tu novio. Vivimos en Valencia.. . en España — Máriam seguía sin reaccionar — ¿Acaso no recuerdas dónde vives? ¿No recuerdas a tus padres y a tu hermana?

— Mi madre murió cuando yo era muy pequeña — replicó Emily, harta de la insistencia de aquel extraño — No tengo hermanos, a mi padre lo has conocido esta mañana. . . y es este hombre — Emily cogió una foto enmarcada de una estantería y se la mostró a Guillermo: en ella aparecía Ben junto a una Emily mucho más joven, los dos montados a caballo, ella detrás de Ben agarrándole por la cintura, posando sonrientes en uno de los valles de la isla. Guillermo alucinaba y Emily trataba de ser comprensiva y convincente — Esta foto es de hace quince años, fui con Ben, mi padre, de excursión. Siento de veras que me confundas con otra persona. Sufriste un gran accidente y es posible que haya dejado secuelas físicas que han alterado tu percepción de la realidad. Puede que me parezca a esa persona que buscas, pero yo soy Emily Linus. . . y lo soy desde el día que nací. Lo siento.

Guillermo seguía contemplando la foto sobrecogido. No podía entender cómo aquello era posible, e intentaba encontrar una explicación rápida.

— ¡Esto está trucado! ¡No es posible! — Se negaba a aceptarlo — ¡Sé quién eres! Yo no soy el que está alucinando. . . te han hecho algo y ahora eres víctima de una especie de ilusión — Emily no quería seguir con aquella conversación, le parecía ridículo, y aprovechó un momento en que Guillermo bajó la mirada para accionar un diminuto dispositivo que llevaba guardado en el bolsillo del pantalón — No es posible. . . — susurraba Guillermo — ¿Cómo han logrado borrar tu memoria? No lo entiendo. . .

En menos de un minuto la alarma de Emily había atraído a Aaron, que irrumpió en la casa rifle en mano, encañonando a un sobresaltado Guillermo. 113

— ¡Quieto! —gritó Aaron haciendo retroceder a Guillermo— ¡Maldito bastardo, no te muevas! — Guillermo obedeció agachando la cabeza. Aaron, se acercó a Emily y le habló con ternura al oído — ¿Estás bien?

Emily asintió, suspirando aliviada. Los dejó a solas no sin antes acariciar suavemente la mejilla de Aaron, gesto que irritó a Guillermo como una patada en el estómago. La joven salió de la casa cruzando una rápida mirada con Guillermo; se la veía molesta. Guillermo esperó a que Emily saliera por la puerta para cargar verbalmente contra Aaron.

— ¿Qué coño habéis hecho con mi novia? — Guillermo estaba enfurecido

— ¡Para ya con ese disco rayado! — Aaron también estaba harto — ¡No sé por qué motivo crees que conoces a Emily! Vuelvo a repetirlo. . . ¡No es tu novia! ¡No la conoces! — Guillermo negaba con la cabeza, no quería escucharle, y Aaron insistía— ¡Conozco a esa chica hace años! ¡Es mi prometida, joder! ¡Mi prometida!

Guillermo quedó blanco; no podía procesar aquello. No comprendía absolutamente nada.

— ¡Mientes! — Guillermo no desistía, se negaba a aceptar la nueva realidad

Entonces Aaron dejó el rifle a un lado con brusquedad, empujó a Guiller- mo haciéndole sentar en una butaca, y a continuación sacó de su bolsillo un aparato de color negro bastante extraño. Era pequeño y alargado, y de la base sobresalían varias pestañas. Apuntó a Guillermo con aquel artilugio, cosa que alarmó al joven, creyendo que lo que sostenía Aaron era un arma y se disponía a dispararle. Aaron pulsó una de las pestañas y, de repente, un haz de luz inundó todo el salón pasando a través de Guillermo, que se escudó en sus propios brazos cerrando los ojos asustado, pensando que le estaba atacando. Nada más lejos, cuando volvió a abrirlos pudo ver que del extraño dispositivo salía una imagen tridimensional que ocupaba casi todo el salón. Aaron mostraba un archivo de video a través de aquel pequeño aparato, en donde podían verse diferentes grabaciones en las que aparecían tanto Emily como otros de los habitantes de Dharmaville. Los fragmentos de video en tres dimensiones mostraban varios momentos de la vida de Emily, en diferentes épocas de su vida. Guillermo no daba crédito, contemplaba aquellas imágenes entre el aturdimiento y la incredulidad. Pudo ver a Emily de niña montando su primer pony, luego cuando era adolescente estudiando en una de las aulas al aire libre del poblado junto a otros compañeros, en otra secuencia de video aprendiendo a tocar el piano en compañía de Ben, 114 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA el momento de su graduación siendo felicitada por Charlie, Sam y Ji Yeon y recibiendo un romántico abrazo de Aaron acompañado de un intenso beso. . . El último fragmento de video mostraba la fiesta de compromiso de Emily y Aaron, una fiesta en la playa con muchos asistentes, todos disfrutando del evento entre brindis y regalos.

— Nos prometimos la pasada primavera — Añadió Aaron — Esta es nuestra vida. . . esta es la vida de Emily. ¿Vas a decirme que nada de esto es real?

Acto seguido Aaron apagó el dispositivo. Guillermo estaba de pie, quieto, en mitad del salón, tan sobrecogido que era incapaz de reaccionar. Sus mús- culos estaban tensionados, su rostro desencajado. No podía creerlo. . . pero era cierto. Pasó casi un minuto hasta que pudo decir algo

— ¿Qué es este aparato? — Guillermo estaba alucinando — ¿Que qué es? — Aaron le miraba extrañado — Un visor 3D. Se inventaron hace siglos. — Siglos. . . ¿En qué año estamos. . . ? ¿Cuánto tiempo ha pasado? — pre- guntó al aire Guillermo — ¿En qué año crees que estamos? — respondió un sorprendido y curioso Aaron — En 2010. . . —dijo asustado Guillermo — Me temo que eso es imposible. . . — apuntó Aaron con una mueca inquietante — Porque. . . si estuviésemos en 2010. . . yo tendría seis años.

La respuesta cayó como una losa en Guillermo, boquiabierto y ojiplático.

— o —

Zoe y Carlos se adentraban en la selva cuando oyeron un extraño sonido.

— ¿Qué es eso? — Gritó Zoe asustada

De un salto Carlos le tapó la boca a Zoe. Con la otra mano le hizo un gesto de silencio. Zoe asintió comprendiendo que Carlos quería que se mantuviese en silencio. Quitó la mano de su boca y se acercó lo suficiente como para susurrar a su oído. 115

— Escóndete tras esas ramas — ordenó Carlos — Voy a echar un vistazo. Vuelvo enseguida

Carlos sin casi hacer ruido se internó en la selva en busca del causante de ruido. Apenas habían pasado unos minutos cuando un hombre de ojos saltones apareció por la selva. Zoe le seguía con la mirada escondida entre la maleza. Aquel hombre comenzó a otear a su alrededor, y cuando el giro de su cabeza tomó la dirección del lugar donde se escondía Zoe, comenzó a hablar

— Hola, Zoe — Su tono de voz neutro resultaba escalofriante

Zoe salió de su escondite

— ¿Quién eres? y ¿Cómo sabes mi nombre? — Dijo Zoe en tono ame- nazante

— Me llamo Ben — Dijo mientras le tendía la mano que Zoe no aceptó — Estás en el bando equivocado, Zoe

Zoe mantenía una distancia de seguridad con aquel hombre. Desempolv- aba a marchas forzadas sus olvidados conocimientos de Karate para poder defenderse de aquel extraño.

— Eso tendré que decidirlo yo — Zoe intentaba ganar tiempo para analizar a su contrincante

— ¿Sabes?, no es algo personal, pero no puedo dejar que hagáis lo que habéis venido a hacer

— ¿Y qué se supone que vamos a hacer? — Dijo Zoe extrañada

— Dímelo tú, Zoe.

Ella mantuvo un silencio absoluto manteniendo la mirada fija en su Rival, intentando detectar cualquier movimiento extraño.

— Vamos Zoe, vas a hacerme creer que habéis llegado hasta aquí por casualidad. — Continuó Ben — Llevo demasiado tiempo en esta isla como para saber cuándo alguien la conoce.

— Cree lo que quieras, pero yo nunca he estado aquí — Las palabras de Zoe eran contundentes 116 CAPÍTULO 5. DE LO QUE HAY QUE PROTEGER LA ISLA

Ben frunció el ceño. Zoe no entendía nada.

— Aún así no puedo dejar que continúes — A pesar de sus dudas Ben se mostraba intransigente

— ¿Y cómo me lo vas a impedir?

— No te gustará saberlo — La mirada de Ben asustó a Zoe, que empezaba a desear que Carlos llegase pronto y pudiese ayudarla.

— Bueno. . . pues no iré — Zoe intentaba ganar tiempo — pero para eso debo saber dónde no tengo que ir.

Ben estaba confuso

— ¿Dónde está tu amigo? — preguntó finalmente Ben

— No lo sé, supongo que habrá ido a buscarte — Contestó Zoe

— ¿A buscarme?

— Hemos oído un ruido, supongo que eras tú, y Carlos ha ido a compro- bar qué era — respondió Zoe

— ¿En qué dirección marchó ? — Preguntó Ben curioso

Zoe dudó si decir la verdad, pero al final lo hizo

— Se fue en aquella dirección — dijo señalando el camino que había seguido Carlos

Ben se puso blanco, y retrocedió un par de pasos atrás.

— ¿Quiénes sois? — Dijo Ben visiblemente sorprendido

Zoe no supo qué responder, estaba tan sorprendida como él.

— No lo puedo permitir — dijo Ben visiblemente contrariado — prepárate a morir 117

Zoe se puso en posición, esperando el ataque de aquel hombre. Sin embargo el ataque que recibió no fue tan convencional como esperaba. Ben extendió sus brazos hacia ella. Zoe contempló cómo éstos se Deshacían en un segundo en millones de partículas formando un espeso humo negro. Poco a poco el cuerpo de aquel hombre se fue desintegrado ante la cara de espanto de Zoe que quedó totalmente paralizada. El extraño y ensordecedor ruido metálico que producía aquél extraño ser espantó aún más a Zoe que apenas pudo salir de su parálisis para caminar un par de pasos atrás. De repente, aquella masa gaseosa se lanzó contra ella y la empujó unos metros por el aire hasta impactar brutalmente con un árbol. Una rama le traspasó el hombro haciéndole sangrar abundantemente. La masa informe se retiró unos metros para ganar fuerza y lanzar su ataque final, cuando la voz de Carlos retumbó en los oídos de Zoe

— ¡Zoe! ¡No! — Carlos salió del bosque corriendo en auxilio de la maltrecha joven

Zoe vio cómo Carlos, en un intento desesperado, se introducía en el interior del humo negro. Zoe pensó en su fin, era demasiado tarde. Repentinamente, a apenas dos centimetros de la cara de Zoe, el humo negro paró en seco. Ante la sorpresa de la chica, el humo se apartó de ella y las partículas volvieron a combinarse parcialmente. Conforme el humo se disipaba, La figura de Carlos en su interior era cada vez más visible. El joven estaba de pie, con la mano levantada, agarrando algo invisible. Una luz excepcionalmente brillante salía de las manos de Carlos, que se hacía más patente conforme el humo se combinaba, e iba formando la cabeza de Ben encima de la mano de Carlos, como si este le estuviera agarrando por el cuello. El resto del cuerpo de Ben seguía orbitando en forma gaseosa bajo la mano.

— ¡Ya tenía ganas de conocerte en persona! — Carlos no estaba nervioso, más bien parecía dominar perfectamente la situación — así que tú eres el conductor ¡Qué ironía! jajaja — La risa de Carlos produjo escalofríos a Ben

La cara de Ben era un poema. No sabía qué hacer ni qué decir.

— ¿Sabe el elegido lo que has hecho con Máriam? — Continuó Carlos — no lo creo — se auto contestó — si lo supiera se enfadaría mucho. Sabes que has incumplido vuestras dichosas reglas ¿no?.

— ¿Cómo. . . sabes. . . eso. . . ? — El miedo de Ben paralizaba sus cuerdas vocales — Sé muchas cosas. Conozco esta isla mejor que tú. Viví aquí por mucho tiempo. De hecho, sé más cosas de este humo que tú mismo. Yo lo cree.

— ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mi? — balbuceó Ben

— Voy a ser bueno, voy a darte la respuesta que estabas esperando durante décadas, encerrado en esta isla. Voy a darte el sentido de tu vida. Yo soy aquel del que tienes que proteger la Isla CAPÍTULO 6 La vuelta a Casa

Carlos permanecía de pie apoyado en la barandilla del barco. Tenía la mirada clavada en el horizonte. Estaba solo. En sus ojos se podía leer un sentimiento de melancolía. En su mano un manojo de papeles se agitaban por el viento.

— ¿Qué haces?

Una voz familiar le despertó de su ensoñación. Era Zoe, que se presentó ante él con una cálida sonrisa en la boca. Carlos intentó sonreir, pero sólo pudo esbozar una tímida sonrisa.

— Nada. Miro al mar — Contestó él

— Te veo muy melancólico últimamente. — Dijo Zoe preocupada por él — ¿Te pasa algo?

Carlos se tomó su tiempo en contestar

— Tranquila. No me pasa nada, sólo que tengo muchas cosas en la cabeza

— Pues tienes que disfrutar, estamos de crucero — Zoe dirigió su mano a los papeles que Carlos tenía en su mano — ¡Trae acá! A ver qué estás haciendo.

Carlos hizo ademán de impedir que los cogiera, pero, tras un momento de duda, se lo enseñó . Zoe abrió el papel y quedó extrañada. En él podían verse

119 120 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA cientos de ecuaciones, algunas de ellas con extraños símbolos que ella nunca había visto. Seis números se repetían continuamente en esas ecuaciones: 4, 8, 15, 16, 23 y 42.

— ¿Qué narices es esto? — Dijo Zoe

— Es un juego. Nada importante.

— Mira que eres friki — Dijo ella con una sonrisa en la boca — Y. . . ¿cómo se juega a esto? No parece que sea fácil.

Carlos se quedó pensativo. Zoe creyó notar algo de recelo en Carlos. Lo que fuera, pareció ser descartado por él y, divertido, se puso a explicar lo que había en esas páginas.

— La idea principal del juego es encontrar algo

— Encontrar algo — Zoe empezó a reír — Sí, esto es como buscar a Wally — Dijo ella señalando la cantidad de fórmulas y numeros que había en el papel

— ¡Jajaja! Bueno, Es algo más complicado — Intento explicar Carlos con una sonrisa— Se trata de encontrar un punto móvil que tiene una localización espacio-temporal aparentemente incierta.

Zoe miró a Carlos con la boca abierta.

— ¿Me estás hablando en serio? Estás peor de lo que creía ¿Qué son estas fórmulas tan raras?

— ¿Has oído hablar de la ecuación de Schrödinger? — Zoe puso cara de poker y no respondió — Pues describe la evolución temporal de una partícula. Utilizando esa idea en modelos mayores podemos calcular la posición exacta en el espacio y en el tiempo. . .

De repente una voz llamó la atención de ambos

— Ya estás intentando engañar a la chiquilla

Alejandro se había acercado al oír la conversación. Él a menudo discutía con Carlos sobre física. Tenían teorías diferentes de cómo se movía el mundo. Carlos y Zoe le recibieron con una sonrisa. 121

— Que no te engañe, Zoe — Empezó a hablar Alejandro — No se puede calcular la posición exacta de un punto utilizando la ecuación de Schrödinger — Alejandro dirigió su mirada hacia Carlos — La ecuación de Schrödinger sólo permite calcular la probabilidad de que esté en un sitio en un tiempo determinado, nada más.

— Eso es porque todavía no se tiene la ciencia necesaria. . . todo sigue un patrón que se puede calcular — replicó con una sonrisa cómplice — El destino está escrito. Hasta el movimiento de una minúscula partícula, y eso no lo puede cambiar nadie.

— ¡Ya habló el científico determinista! — Volvió a replicar Alejandro — Las teorías de Laplace son del siglo XVIII; vuelve al siglo XXI.

Zoe miraba a ambos sin creerse lo que estaba oyendo.

— Que sean antiguas no significa que no sean correctas, ni lógicas — Contestó Carlos — El azar no existe. Ya lo dijo Einstein , Dios no juega a los dados.

— Si quieres te digo lo que le contestó Bohr a esa frase. . . No le digas a Dios lo que tiene que hacer — Volvió a rebatir Alejandro.

— Tú no sabes lo que Dios ha decidido — Sentenció Carlos

— ¡Ah! ¿y tú sí? — Alejandro no contuvo la risa

— Pues. . . a lo mejor. . .

Carlos zanjó la conversación con una enigmática sonrisa.

— o —

Carlos sujetaba firmemente el cuello de Ben, que le miraba con los ojos inyectados en sangre.

— No puede ser. . . tú. . . ¿Quién o Qué eres?

— No puedo contestar a tus preguntas. . . , No ahora — Dijo Carlos a Ben mirando a Zoe desangrándose en el suelo — no tengo más tiempo que perder contigo. Vete. Ya arreglaré cuentas contigo más tarde. 122 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

El resplandor de la mano de Carlos aumentó de intensidad. El humo comenzó a moverse con virulencia. De repente, la cabeza de Ben, y con ella el humo, salió disparada como arrojada por Carlos por encima de los árboles . Carlos no se lo pensó dos veces y corrió al auxilio de Zoe, que se encontraba en el suelo sobre un charco de sangre. Una rama del árbol había atravesado su hombro tras el violento golpe de Ben. La rama se había partido, hacía de tampón y la sangre salía despacio pero de forma constante. Aquello les daba tiempo, pero la herida no tenía buena pinta.

— Carlos. . . Eres tú. . . ¿Qué era eso? — preguntaba Zoe que se encontraba débil

— ¡Shhh! No hables, has perdido mucha sangre. Si no hago algo rápi- do. . . — Carlos miró hacia el sitio desde donde había salido a defender a Zoe — ¡Mierda! ya casi había llegado.

— Llegar. . . ¿A dónde? — Zoe preguntó casi sin fuerzas. Él no respondió.

Sin mirar atrás, Carlos cogió a Zoe en sus brazos y salió corriendo de allí tan rápido como pudo en dirección contraria a donde su mente apuntaba.

— o —

Cuando el despertador marcó por fin las 7:00, éste hizo un intento de empezar a zumbar que fue rápidamente contenido por la mano furibunda de Rubén, lo que desembocó en un sonido sordo y apagado.

— ¡Puta mierda! — Su voz sonaba ronca — Otra maldita noche en blanco

Rubén llevaba varias noches sin dormir. Demasiadas pensaba él. Sobre todo desde que ella se había ido. Aquella noche la vio por última vez. Estaba acostumbrado a dormir más bien poco pero esta situación era ya excesiva. Lentamente se levantó de la cama y empezó a toser violentamente.

— Me cago en vida. Debería dejar el tabaco, me vendría mejor la maría. . .

Miró alrededor. La habitación era un caos: había ropa por el suelo, un cenicero rebosante de negras cenizas y el ambiente que se respiraba en ella era, cuanto menos, insalubre. Todo el cuarto permanecía en un estado de semioscuridad que le daba cierto aire trágico a la escena, como si fuera una película en blanco y negro. Como si no hubiera lugar para el color allí. 123

Poco a poco su cabeza iba recobrando la conciencia de un nuevo día, lo cual le producía una gran desazón. Tambaleándose consiguió llegar a la ventana del cuarto. Haciendo un esfuerzo sobrehumano para aguantar las nauseas y el dolor de cabeza provocado por la resaca, tiró de la cuerda de la persiana y la tímida luz del alba se abrió paso, llenando de matices la habitación. Los ojos de Rubén quedaron fijos en un punto que ahora quedaba perfectamente visible: junto a la mesa de su cuarto varios paquetes no más grandes que una tableta de turrón en los que se podía ver claramente: C-4 Manejar con precaución y gran montón de billetes de diversa cuantía. Sin tiempo para detenerse a meditar mucho sobre ello salió corriendo al cuarto de baño a realizar su, ya habitual, vómito matutino. Tras las arcadas y la horrible tos se levantó haciendo acopio de la poca dignidad que aún le quedaba y se lavó la cara y los dientes.

— ¡Joder! — Se dijo mirándose en el espejo — Si en lugar de feo hubieras nacido listo. . .

Cuando hubo terminado volvió a la habitación, tomó un cigarro del paquete que había encima de los explosivos, lo cual le provocó una leve sonrisa torcida en el rostro.

— Ojalá reventara esto de una puñetera vez — encendió el cigarro y se quedó mirando un segundo los explosivos — Nada, no ha habido suerte.— Se dijo para sí con cierta cara de desilusión.

Se dio media vuelta y se acercó al escritorio donde reposaba un solitario sobre en blanco. Rubén lo abrió esperando que su contenido hubiera cambi- ado de alguna forma desde la última vez, pero no fue así. El gesto de Rubén se tornó duro, apretó los dientes y frunció el ceño mientras contemplaba la firma de la carta: Penélope Widmore.

— Vamos, Rubén. — Su gesto se relajó con una divertida mueca — Tenemos que tomar un barco. . .

— o —

Aaron, en contra de lo esperado, trasladó a Guillermo a otra de las casas del poblado, donde pudo reencontrarse con sus compañeros Claudio, Jesús, María M. y José Enrique. Los encontró en perfectas condiciones, liberados de 124 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA la celda y realojados en una amplia casa de una planta, amueblada con todas las comodidades de una vivienda. Aaron dejó a Guillermo en el recibidor y se marchó no sin antes cruzar con él una mirada de advertencia, señal de que estuviese quieto en aquella casa y no intentara volver a buscar a Emily. María M. salió al encuentro de Guillermo, abrazándole.

— ¡Guillermo! Cómo me alegro de que estés bien. Estábamos muy preocu- pados por vosotros. Nos han soltado, no entiendo qué ocurre con esta gente — María turbó el gesto cuando vio la cara descompuesta de su amigo — ¿Qué pasa?

— María. . . Todo esto es muy extraño. . . Estamos en el futuro. . .

— No me digas. . . ¿Tú crees? — apuntó María con ironía al tiempo que le daba paso con la mano para que alcanzase a ver al resto de sus amigos.

Entonces Guillermo avanzó unos metros hasta el salón donde se encon- traban Jesús, J. Enrique y Claudio, parados en mitad de la sala, llevando unos extraños y aparatosos cascos de color oscuro que les cubrían cabeza y rostro, moviendo los brazos como si quisieran coger cosas en el aire. Guillermo les observaba sorprendido.

— ¿Qué es esto? — preguntó el joven

— Son reproductores de realidad virtual — aclaró María M. — Tienes que verlo, proyectan unas imágenes increíbles. Jamás había visto algo parecido.

Guillermo no conseguía salir de su asombro. Claudio se despojó del casco y se acercó a abrazar a su amigo. Segundos después, los demás hicieron lo propio.

— Guillermo tío. . . estoy alucinando — Claudio se mostraba afectuoso por volver a verle al tiempo que le narraba lo que habían descubierto — Esta tecnología es bestial, no sabes lo realista que llega a ser

— Acabo de ver imágenes de Máriam en un visor 3D supermoderno — Guillermo les explicó mientras examinaba curioso uno de los cascos — ¡Hemos viajado años en el tiempo!

— ¿¿Máriam?? — interrumpió María M. — ¿Está aquí? ¿Está bien? 125

— Está viva. . . — Guillermo no sabía cómo explicarles — Pero ahora. . . no sé cómo lo han hecho. . . ella es otra persona. . . es otra mujer. La llaman Emily, ha vivido en esta isla toda su vida, aunque tiene nuestra misma edad. . . tiene el mismo rostro que Máriam, pero no recuerda nada de su vida. . . no se acuerda de nosotros. . . no se acuerda de mí. . .

— A ver a ver, espera un momento — Jesús quería poner cordura — Está claro que le han lavado el cerebro, estará drogada quillo

— ¡¿Y yo también estoy drogado?! — replicó Guillermo alterado — ¡He visto su vida joder! — todos atendían impactados — La he visto cuando era pequeña y también adolescente. . . ¡y estaba en esta puta isla! Ahora es otra persona.

— ¿Qué coño está pasando? — Jose Enrique buscaba una explicación — Naufragamos en una isla tropical donde viven osos polares, nos capturan unos dementes, primero nos encierran, y luego nos liberan en uno de sus chalets repleto de aparatos y una tecnología de la ostia, porque ahora resulta que estamos en el futuro. . . ¿Nos hemos vuelto locos o qué?

— ¿Dónde están los demás? — preguntó María M. a Guillermo

— Carlos, Zoe y Alejandro han escapado ayudados por un tal Charlie — informó Guillermo — Es uno de los hostiles, pero tenía mucho interés en ayudarnos. Yo quise quedarme para buscar a Máriam. . . Carlos me dijo que volvería a por vosotros.

— ¿Lo habrán conseguido? — se preguntó José Enrique

— No tengo ni idea — respondió Guillermo — Y aún no os he contado lo de Ana Belén. . . De repente cree saber un montón sobre la isla, habla de cosas sin sentido, dice que ha vivido aquí antes. Ahora está ahí fuera, con los hostiles; se relacionan como si nada. . . aunque también, no hace ni dos días se cargó a uno de ellos — los chicos atendían boquiabiertos — Está totalmente despreocupada de nosotros. . . dice que la isla le habla

— Es curioso. . . la psicóloga ha sido la primera de nosotros en perder la cordura — Claudio apuntilló con tímido humor

— ¿Qué vamos a hacer ahora? — preguntó un inquieto Jesús — ¿Esper- amos a que esta gente nos cuente qué ostias pasa aquí?, ¿intentamos escapar como Carlos y Zoe? Si nos quedamos, puede que nos hagan lo mismo que a Máriam. 126 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

— Yo estoy aturdido — Opinó Guillermo — Primero nos apresan como animales. . . luego nos dejan en libertad como si no pasase nada. . . A lo mejor ya nos están lavando el cerebro como han hecho con Máriam. Yo quiero irme de aquí. Este sitio no me gusta nada. La sonrisa del que dice ser el padre de Máriam. . . ese tal Linus. Me da escalofríos. . .

— ¿¿Cómo?? — María agarró el brazo de Guillermo pidiendo aclaración— ¿Cómo has dicho que se llama?

— Benjamin Linus — contestó Guillermo

El rostro de María cambió en un segundo al estupor. De repente recordó algo, se llevó la mano a la cara mientras dejaba la mirada perdida, inten- tando comprender cómo era posible que Guillermo hubiese conocido a un individuo cuyo nombre ella había visto grabado unos días antes en una de las tumbas de la playa, que encontró junto a Carlos. Los chicos la miraban intrigados esperando respuesta, cuando de repente un ruido en la entrada de la casa desvió su atención. Todos volvieron la vista hacia la puerta, que se abrió dando paso a Ana Belén. Entró sola, en silencio, cerró la puerta despacio y se dirigió a sus compañeros con gesto frío y voz templada.

— Tenemos que hablar. . .

— o —

El atardecer pintaba de rojo el cielo que rodeaba a aquel barco. Ana Belén estaba sola. Paseaba melancólica por la cubierta de la piscina, como los días anteriores, de proa a popa y de popa a proa. Aquel día se encontró a Carlos también solo. Apoyado en la barandilla y mirando al horizonte. Un enorme sol era engullido por las tranquilas aguas de aquella tarde.

— Es bonito, ¿no? — Ana Belén se apoyó en la barandilla al lado de Carlos

— Hace mucho tiempo. . . todos los días me quedaba observando el atarde- cer. — Dijo Carlos melancólico

— Y. . . ¿Por qué dejaste de hacerlo? — Preguntó Ana

— Perdí la ilusión. . . Perdí a alguien importante para mí. . . Alguien que siempre estaba a mi lado mientras el sol se escondía. — Contestó él. 127

— ¿Te dejó? — Ana intuyó que se trataba de una antigua novia

— Fue algo más complicado. . . simplemente la perdí— Carlos no cambió el gesto y continuó mirando al horizonte.

— Si quieres puedo sustituir hoy a ese alguien — Ana dedicó a Carlos una media sonrisa

— ¿Sabes?. . . Te pareces mucho a ella — Carlos dirigió su mirada a Ana, pero continuó con su rictus serio. — En tu forma de ser, tu forma de sentir la vida. Creo que te hubiese caído bien.

— Se me hace raro verte solo y tan melancólico — Ana cambió el tema.

— No sé a qué te refieres. — Carlos frunció el ceño

— Últimamente. . . no te despegas de. . . bueno. . . — Ana se puso colorada.

— ¿Zoe? — Carlos preguntó extrañado

— Sí, ella

— ¿Piensas que tengo algo con Zoe?

— Yo.. . no lo sé. . . pero más de uno en el barco lo cree. . . — Ana bajó la cabeza.

Carlos se giró hacia ella y con su mano derecha levantó su rostro suavemente,

— ¿Estás celosa? — Carlos le clavó la mirada

El rubor inundó las mejillas de Ana que se quedó paralizada

— ¡No! ¡No, No, No! — Ana Belén sobreactuó su respuesta — ¿Por qué iba a estarlo?

— Porque llevas intentando decirme algo desde hace varios días, pero todavía no has encontrado la ocasión

Ana Belén se quedó petrificada

— ¿Me equivoco en algo? — Ana no habló, confirmando las sospechas de Carlos — Creo que te pasa algo y por eso te he buscado aquí, yo solo.

— ¿Y qué le has dicho a Zoe? — Preguntó Ana 128 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

— No le he dicho nada. . . No tengo que darle explicaciones. . . no tenemos nada, únicamente lo pasamos bien juntos. . . además, ella tiene novio.

— Yo creo que ella va trás de ti — Dijo Ana segura de sí

— No te preocupes. . . que en ese caso tengo para las dos — Dijo Carlos divertido acercándose para abrazar a Ana — Déjate de tonterías y dime qué es lo que te pasa.

Ana abrió la boca para hablar, pero no salió ningún sonido de ella. En su lugar, las lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas. Carlos la abrazó más fuerte y le besó en la frente.

— ¡¿Qué pasa, Cariño?! — Carlos estaba empezando a preocuparse

— Algo me está pasando Carlos. . . Algo horrible. . . y no sé lo que es — confesó una atormentada Ana

Carlos la miró fijamente, intrigado .

— ¿Qué ocurre ? — preguntó Carlos con interés

— Es. . . algo en mi cabeza. Nadie sabe qué es . . . pero está dentro del hipocampo y está acabando con todas las neuronas. Cada día que pasa voy perdiendo memoria. He empezado a olvidar cosas. . . nombres. . . hasta personas. ¡Es horrible porque no puedo hacer nada para detenerlo! . . . Y los médicos temen que se extenderá al resto del lóbulo temporal, y tal vez a otras zonas.

— ¡¿ por qué no me lo habías contado?! — Carlos se quedó de piedra

— ¿Y qué hubieses podido hacer? — Ana estaba hundida

— Al menos no estarías sola — Carlos la abrazaba mientras Ana lloraba con amargura

— Tranquila.. . — Dijo Carlos — Seguro que hay una manera de parar el proceso. Confía en los médicos. . .

— No. . . no hay nada que hacer. . . los médicos están Desconcertados. No es Alzheimer, tampoco es un tumor. . . nadie sabe qué es — Ana mostraba mucha rabia .

— Pero. . . tiene que haber una solución — Carlos se negaba a aceptar aquella realidad 129

— No te preocupes Carlos. . . — Dijo Ana enjugándose las lágrimas y recomponiéndose mientras se separaba de Carlos — Te lo he dicho porque sentía la necesidad de contártelo. No puedes hacer nada para cambiarlo. . .

— No. . . Eso no es cierto. . . — Carlos habló serio y rotundo — Es seguro que muy pronto estarás curada. . .

— Carlos, no necesito esperanzas. . . ya no. . . — Ana hablaba abatida.

Carlos dio un paso hacia Ana la tomó de la barbilla y la obligó a mirarle a los ojos. La mirada de Carlos era profunda, casi hipnótica.

— Sé que no es fácil que me entiendas. Pero todo esto pasará pronto.

— Pero. . . — Replicó tímidamente ella.

— Confía en mi

Las palabras de él resonaron con fuerza en su cabeza. No tenia sentido pero, de repente, se sintió reconfortada por las palabras de Carlos. Comenzó a notar una sensación extraña en su cuerpo, como un calor intenso. En un momento, la esperanza pareció volver de nuevo a ella.

— No sé cómo lo has hecho. . . pero gracias. — Ana sonrío a su amigo— Muchísimas gracias.

— Yo no he hecho nada. Únicamente te digo lo que sé. Estoy seguro de que esto va a pasar. Tu enfermedad remitirá y volverás a estar bien — Ana no pudo encontrar ningún tipo de inseguridad en las palabras de Carlos. Aquello le dio más ánimos todavía.

— Eres un cielo

Ana le miró intensamente, después le abrazó con ternura y, antes de irse, le regaló un fugaz beso en los labios. Acto seguido, ella tomó la dirección de los camarotes, y dejó a Carlos solo, incapaz de reaccionar,con sentimientos contradictorios en su interior, Pero con una idea muy clara de cuáles iban a ser sus siguientes pasos. Todo estaba predefinido. El destino estaba escrito.

— o — 130 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

Carlos apenas llevaba 30 minutos corriendo cuando avistó su destino. Un extraño templo construido en mitad de la selva aguardaba su llegada. No aminoró la marcha ni daba muestras de cansancio, estaba seguro de lo que iba a hacer. Zoe se había desmayado. Se encontraba en los límites de la supervivencia. Su corazón latía muy débil, y la sangre no paraba de brotar de su herida. Carlos pasó por la puerta del templo y cruzó un patio interior. El lugar parecía abandonado, la maleza se había adueñado de él. Sin pensarlo, Siguió corriendo hasta cruzar el arco interno del templo. Dentro del edificio una gran sala se abrió ante él, presidida por lo que parecía un burbujeante y claro manantial de agua de forma rectangular. Sin pensárselo dos veces, Carlos se acercó con Zoe. Unas escaleras que rodeaban el manantial permitían un fácil acceso al agua. Carlos, con Zoe en sus brazos, se introdujo en el agua. parecía saber perfectamente lo que estaba haciendo

— Espero no haber llegado demasiado tarde— Dijo Carlos en voz alta con gesto serio, mientras sumergía completamente el cuerpo de la débil mujer en aquel extraño manantial.

Carlos tenía el gesto turbado. Una mueca de preocupación pintaba su rostro mientras observaba la impasible cara de la joven a través del agua. Mientras la sujetaba con un brazo, con el otro arrancó de un estirón el trozo de rama que la atravesaba. La sangre de ella pronto comenzó a enturbiar el agua del manantial. Tras unos eternos segundos bajo el agua, el reflejo de la respiración del cuerpo de Zoe se puso en marcha e hizo que ella despertara. Una desagradable sensación de ahogo le recorrió el cuerpo. La falta de respiración y la mirada de terror de la mujer contrastaba con la ahora tranquila mirada y la satisfecha sonrisa de Carlos, que mantenía el cuerpo de su amiga bajo el agua permitiendo su asfixia. Zoe pedía ayuda a Carlos, que no hacía nada por impedir que se ahogase en aquel manantial. Ella, con el terror en sus ojos, utilizó las pocas fuerzas que tenía para patalear e intentar escaparse de él, pero le agarró aún con más fuerza para evitar que se soltase. Aun con los ojos abiertos, Zoe dejó de respirar bajo el agua. Carlos la aguantó unos segundos más, tras los cuales sacó su cuerpo del agua. A continuación giró su cabeza y presionó su pecho y abdomen para expulsar una buena cantidad de agua de su cuerpo, que aún continuaba sin respirar. Con una sonrisa en la boca. Carlos besó la frente de Zoe, y la volvió a levantar entre sus brazos para dirigirse lentamente con ella a una de las habitaciones interiores del templo.

— o — 131

Situada cerca del monasterio de Eddington en Escocia, donde su dueño pasó algunos años de su vida, la mansión Hume era una enorme casa victoriana situada en mitad de un inmenso y verde prado que abarcaba hasta donde alcanzaba la vista. El musgo y los estragos del tiempo le daban el toque de una novela de Edgar Allan Poe pero aún así conservaba una cierta dignidad intemporal. Afuera llovía a cantaros. El último relámpago irrumpió en las cuatro paredes de la lujosa habitación de la mansión Hume, dejando entrever, durante unos breves instantes, todos los detalles de la misma. Entre ellos destacaba, por encima de cualquier otro, un retrato familiar en el que se podía apreciar a una bella mujer de intensos ojos abrazada al que parecía ser su marido, un hombre de larga melena castaña que sostenía en sus brazos un rubito bebé. El matrimonio sonreía feliz sobre la cubierta de un pequeño barco velero. Tras el fugaz resplandor, la habitación quedó de nuevo en penumbra. Un Desmond Hume canoso y arrugado contemplaba el retrato desde su recargado sofá con cierta nostalgia pero sin llegar a la melancolía. Debía rondar los 60 años, pero el tiempo no había sido muy generoso con él. Con un gesto mohíno y lleno de desgana alargó el brazo para alcanzar la copa de güisqui de marca MacCutcheon. Desmond se quedó mirando la botella que reposaba en la mesilla adjunta y no pudo evitar rememorar la cantidad de problemas que aquella marca de güisqui había traído a su vida. De repente, el teléfono empezó a sonar insistentemente. Desmond descol- gó sin más.

— Dígame — En cuanto escuchó la voz al otro lado su gesto cambió radicalmente. Algo de miedo creció en su interior mientras oía hablar a su interlocutor — ¿Que? — Los nervios se transformaron en ira, sus ojos, antes tranquilos y relajados, amenazaban con salirse de sus cuencas y sus manos comenzaron a agitarse mientras sostenían violentamente el aparato. — ¡Eso no es cierto. Se podía haber evitado. Tu eres el responsable! — Continuaba Desmond. Su interlocutor seguía hablando — yo creía en tí ¡Yo confiaba en tí! — Su voz se quebraba con cada sílaba

Sin mediar una palabra, Desmond colgó con fuerza tirando la base del aparato al suelo. Se levantó furioso y en un arranque de ira arremetió contra todo lo que encontró a su paso. Tiró la mesilla cercana al sofá, lo que provocó la caída de la carísima botella de güisqui y su consecuente rotura en mil pedazos. Acto seguido, ya gritando y abandonado completamente a su furioso delirio, se lanzó contra la chimenea destruyendo cualquier objeto de valor que se hallara en su camino. Sólo paró cuando sus ojos se posaron repentinamente en el cuadro de su amada Penny junto a él y a su pequeño Charlie. La irá se tornó amargura y 132 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA poco a poco fue doblegando su espíritu, haciendo aflorar las lágrimas en sus ojos y, finalmente, postrándolo de rodillas frente al retrato. El llanto de Desmond se detuvo poco a poco. Tras algunos sollozos más, levantó la vista. Sabía exactamente lo que había que hacer.

— o —

La cálida luz del amanecer despertó a Emily, que abrió los ojos lenta- mente, dando paso al nuevo día. Tumbada en la cama, desnuda y cubierta únicamente por la sábana, se desperezaba mientras buscaba con la mirada. Se incorporó ligeramente dejando al descubierto los hombros, apartó de la cara su indomable y rizada melena al tiempo que inquirió

— ¿Cariño. . . ?

Aaron acudió a su llamada, entrando en el dormitorio, taza de café en mano. Ya estaba vestido y terminaba su desayuno. Se acercó a la cama dejando el café sobre la mesilla.

— Buenos días — saludó Aaron regalando a Emily un dulce beso en los labios.

— Buenos días — respondió la joven agarrándole para que se tumbara junto a ella

— No me entretengas — dijo un cariñoso Aaron — Hoy es un día complicado. Tenemos mucho trabajo.

Emily se hacía la remolona e intentaba retenerle con apasionados besos. Forcejearon un poco con cariñosos arrumacos, y después Aaron se incorporó, despidiéndose de su novia

— Tengo que irme, tu padre me ha encargado coordinar la búsqueda de los fugados. He de hablar con el grupo.

— Te llamaré desde la Flecha —apuntó Emily— Voy a revisar el sistema; Cliwe me dijo que hay problemas. Creo que tendré que arreglar la antena. . . , otra vez. Estaré todo el día allí. Pediré a Maggie que me acompañe.

— Ah es verdad, lo olvidaba. . . Ahora tienes una becaria -Aaron sonrió y dio a Emily un último beso — Te quiero — después salió del dormitorio 133

Emily, desde la cama, escuchó cómo la puerta de la casa se cerraba. Después, respiró profundamente tomando fuerzas para levantarse e iniciar el día.

— o —

En el bosque cercano a la playa, Mari Carmen, Pili Y María Entraigas se encontraban recogiendo leña para la hoguera de la noche. Los últimos acontecimientos que habían ocurrido al grupo habían enrarecido la situación hasta tal punto que los nervios de todo el mundo estaban a flor de piel.

— La verdad, no sé qué es lo que nos está pasando últimamente — María E. negaba con la cabeza — Parece que nos estemos volviendo locos

— No lo sé, quizá han pasado muchas cosas — Intentó explicar Carmen — Esta situación puede con cualquiera.

— Como sigamos así, vamos a terminar matándonos los unos a los otros — Continuó María.

— Es extraño — dijo Pili casi imperceptiblemente — ¿Os acordáis del cabreo que se pilló Pablo ? . . . Fue algo sin sentido. . .

— Llevamos días esperando, y nadie ha venido a rescatarnos — apuntó Carmen — Todos estamos alterados. Pero supongo que algunos con- trolamos los nervios mejor que otros

— Es que su reacción no tiene justificación alguna —insistió María E. — A no ser que tenga algo personal con Héctor. . . . Porque únicamente por una caña de pescar, no lo entiendo. . . En fin De todas formas, no son los únicos que están raros, ¿Qué creéis que les ha pasado a Chus y Rubén? — Dijo María

— Sí, es verdad. Esos dos me tienen intrigada — Dijo Carmen — ¿Vosotras pensáis que se han liado?

— ¿Rubén y Chus? — María torció el gesto — Tú estás loca. . . si se llevan a matar

— A lo mejor a Rubén le gusta Chus. . . y ella le ha dado calabazas — Propuso Pili

— Eso quizá me cuadra más — Dijo María

— Yo no lo creo . . . Conozco a Chus. . . y está más rara que eso. — Dijo Carmen — Quizá han descubierto algo que nosotros no sabemos. 134 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

— Ya.. . pero. . . ¿Qué podrían haber descubierto? — Se preguntaba María E.

— No lo sé. . . tal vez les ha poseído uno de los monstruos de la isla. — Pensaba Carmen — O quizá han encontrado a alguno de nuestros amigos

— Eso no tendría sentido. . . — Interrumpió Pili — Si fuera así sería una buena noticia.

— No, si lo que han encontrado es un cadáver — Carmen se puso en lo peor.

Las tres amigas quedaron en silencio. Ninguna quería pensar en ello, Pero no pudieron evitarlo

— No tiene sentido. . . por qué querrían ocultarlo — Dijo María E.

De repente Pili tuvo un flash. Sintió como si algo no fuera bien. La imagen de Máriam le vino a la cabeza.

— Un momento, ¿Y Máriam? ¿Dónde está? hace tiempo que no la he visto — Exclamó Pili — Desde que desaparecieron Chus y Rubén.

— ¿Máriam? — Carmen intentaba recordar cuándo la vio por última vez

— Tranquilas, tranquilas. . . Máriam está bien — Dijo María tranquilizando a las chicas — Miradla allí, en la playa— ¡Máriam! — Gritó María E.

A lo lejos, se podía ver la silueta de una mujer joven jugueteando con las olas. Parecía Máriam. Al oír la voz de María, la joven se giró y miró hacia ellas.

— ¡Hola chicas!

La inconfundible voz de Máriam llegó hasta los oídos de las tres, que sonreían al verla. Y hacia la voz se dirigieron sin ahondar más en las preocupaciones que asaltaban al grupo.

— o — 135

En el barco todo estaba listo para Carlos. Era el momento. Aquella tarde hacía un calor terrible, con un denso y caliente viento desértico. Un ambiente demasiado cálido para lo que podían aguantar los chicos, que permanecían encerrados en sus camarotes dando buena cuenta de la agradable temperatura que el aparato de aire acondicionado dejaba para ellos. El margen de error era muy corto. Demasiado corto. Si confiaba en sus cálculos, volvería a casa en apenas un par de días. Carlos tenía una extraña sensación de nerviosismo que hacía tiempo que no sentía. Volvería a ver los árboles y los ríos. Volvería a ver el amanecer desde la playa. Volvería a recorrer el tiempo y el espacio. Volvería para quedarse. Para liberar la isla de aquéllos que la mantenían presa, de aquéllos que no la entendían, de aquéllos que se negaban a usarla para lo que fue creada. Pero para conseguirlo no podía fallar. Tenía que cazarla y sólo había una oportunidad. La ventana espacio-temporal era muy limitada. Los movimientos de Carlos eran precisos. Había de cumplir su plan al segundo. El barco estaba a dos días del lugar preciso, pero el rumbo que el capitán le había dado al navío no era el adecuado. Apenas unos grados hacia el Este bastarían. Si no corregía el rumbo con apenas unas décimas de segundo de tolerancia en el momento preciso, con apenas 4 o 5 segundos de grado de error, corría el riesgo de perder la ventana y, con ello, perder la oportunidad de acceder a la isla. Ya había perdido esa oportunidad en algunas ocasiones. El acceso a la isla es imposible cuando no se sabe donde está, a no ser que se controle la ventana de entrada o se tenga la capacidad para predecir cuándo y dónde va a producirse el salto, que ocurría de forma aparentemente aleatoria. Carlos conocía perfectamente los métodos para predecir cuando iba a hacerse visible la isla. Aún así no era fácil conseguirlo. Carlos subió por la escalerilla que llevaba al puente para ejecutar su plan. Lo primero que debía hacer era cortar las comunicaciones, para lo que se dirigió a la sala dedicada a tal efecto. La comunicación del barco con el exterior en alta mar únicamente podía realizarse a través del centro de comunicaciones. Unos días antes, Carlos había preparado el terreno inutilizando el módulo que conectaba las habitaciones con el centro de control. Gracias a este hecho, los tripulantes se acostumbraron a ser más autónomos y no tener comunicación periódica con tierra. Esto permitía poder desconectar el sistema un par de días sin que nadie lo echara en falta, lo suficiente para que el plan de Carlos se cumpliese. La sala estaba vacía. Como las comunicaciones estaban restringidas a llamadas de emergencia, solo estaban permitidas las llamadas desde el puente, donde el capitán las aprobaba. El recorte presupuestario de la agencia de viajes hacía que el personal estuviera bajo mínimos, con lo cual habían trasladado al tripulante encargado de la radio a labores mas necesarias que cuidar una radio que nadie utilizaba. Carlos se agachó bajo la mesa del sistema de comunicación y estiró del cable que proporcionaba alimentación 136 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA al aparato. Nadie podría entonces comunicarse con tierra. Ahora sólo le quedaba cambiar el rumbo del barco para seguir con su plan. Se dirigió al puente que se encontraba en la misma cubierta. Allí estaban el capitán y los dos timoneles, los cuales alternaban turnos de 12 horas. Carlos había aprovechado la hora exacta del cambio de turno para poder controlar a las tres únicas personas con poder para estar en el puente. Durante 2 días normales, nadie les echaría de menos, siempre que no ocurriese nada extraño. Todos los tripulantes tenían demasiadas tareas que hacer. Carlos irrumpió en el puente donde el cambio de turno se estaba llevando a cabo.

— Lo siento señor, pero no puede estar aquí — Dijo el Capitán amable- mente

Sin mediar palabra Carlos se acercó al Capitán sin cambiar el paso. Mientras se acercaba, la mano derecha del extraño pasajero comenzó a brillar de forma inusual. El brillo fue creciendo hasta rodear toda la mano con una esfera blanca, formando un poderoso campo de fuerza.

— ¿Qué diablos es eso? — Los tres tripulantes quedaron paralizados ante tal visión

Carlos golpeó con su mano al Capitán, que cayó fulminado al suelo.

— ¡Dios mío! ¡Huyamos! — Los otros dos tripulantes se miraron e inten- taron escapar.

Ya era demasiado tarde. Las dos brillantes manos de Carlos golpearon a los timoneles antes de que pudiesen emprender la huída , Cayendo inconscientes al suelo. Carlos amordazó y ató a los tres tripulantes tras lo cual los encerró en uno de los armarios del puente.

— Lo siento mucho. — Dijo Carlos a sabiendas que ellos no podían oírles — Siento que os haya tocado a vosotros. Espero que cuando todo ocurra tengáis alguna oportunidad

Carlos terminó de cerrar la puerta del armario y se dirigió al timón electrónico. Contaba con unos minutos de tiempo antes de modificar el rumbo. Mientras esperaba el momento adecuado, dibujó en el mapa de ruta el nuevo rumbo que debía seguir el barco, utilizando una regla y un lápiz. Luego sonrió y escribió 6 números en el mapa: 4, 8, 15, 16, 23 y 42. 137

Los seis números que le habían llevado hasta ahí. La llamada constante hexadimensional que tan bien conocía Carlos. Llegado el momento Carlos introdujo el nuevo rumbo en el timón.

— 9 grados, 20 segundos, 6 décimas — Se repitió Carlos mientras cambia- ba los valores — Ahora sólo falta esperar

Carlos salió tranquilo del puente hacia su habitación. Nadie le había visto. Nadie sospechaba de él. Pronto todos conocerían la tierra donde él creció, donde él vivía, a la sombra de la estatua.

— o —

En uno de los almacenes del poblado, los habitantes de Dharmaville comenzaban su rutina diaria. Un grupo de tres personas hacían inventario, ordenando y clasificando cajas. Sam apareció en la zona de la armería saludando a sus compañeros.

— Buenos días chicos —dijo Sam distendido— ¿me habéis llamado?

— Sí. . . aquí tenemos un problema —respondió uno de los operarios— Es posible que alguien haya cometido un error al clasificar las armas.

— ¿Error. . . ? —preguntó Sam extrañado

— Según esta lista faltan tres warriors y una deagle b3 —explicó el hombre— pero según el registro nadie ha sacado esas armas. ¿Es posible que Aaron y su equipo las cogieran pero olvidaran anotar estas cuatro? O tal vez alguien ha sumado de más. . .

Sam meditó durante unos segundos, intranquilo. Después, sin mediar palabra, salió con decisión del almacén. Fuera, en otra parte del poblado, Emily se disponía a entrar en su furgoneta para marchar hacia la Estación La Flecha. Vestía ropa cómoda, vaqueros y camiseta de tirantes con un logo Dharma, y junto al bolsillo de su pantalón una pequeña identificación con su nombre. Subió al vehículo por el lado del conductor, y a su lado aguardaba sentada su acompañante, enfundada en un mono gris Dharma y con el rostro oculto bajo una gorra de beisbol. 138 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

— Buenos días Maggie — saludó mecánicamente Emily mientras activaba el motor pulsando una tarjeta diminuta que llevaba en la mano — ¿lista para comenzar el día?

Entonces su acompañante se giró y levantó tímidamente la cabeza, Emily la miró y, con gran sorpresa, encontró a otra persona sentada a su lado. Era María M.

— ¿Quién eres tú. . . ? ¿Qué. . . ? —Emily farfulló sobresaltada

Emily hizo amago de coger una pistola bajo su asiento, pero rápidamente algo la detuvo

— Schh schh. . . Yo no haría eso — la voz de Claudio salió de debajo de una lona que cubría la parte trasera de la furgoneta, junto a la boquilla de un rifle que apuntaba directamente a Emily — Ahora vas a tranquilizarte y a hacer lo que te digamos.

Emily asomó la cabeza despacio y alcanzó a ver varios bultos bajo la gran lona. Claudio se ayudó de su arma para levantar la lona un poco más y mostrar a la joven al resto de sus compañeros, Guillermo, Jesús y J. Enrique, igualmente tumbados, los dos últimos también armados y apuntándola.

— Máriam. . . quédate tranquila por favor —susurró María M. en tono conciliador — estamos aquí para ayudarte.

— No sé cómo habéis logrado llegar hasta aquí. . . — Emily volvió la vista al frente, y habló intimidante — Está claro que han sido muy permisivos con vosotros dejándoos fuera de las celdas Más cuando vuestros compañeros se fugaron. No os conozco. . . lo repito una vez más — Emily se mostraba fría y distante — Yo no soy la persona que buscáis.

— Eso lo discutiremos luego — la voz de Guillermo se escuchó bajo la lona — Ahora arranca y sal del poblado sin llamar la atención. Más tarde nos darás las respuestas que necesitamos.

— Yo no voy a ningún lado — desafió Emily — y vosotros tampoco. No vais a obligarme, y no me siento amenazada por las armas. Si estáis convencidos de que soy vuestra amiga Máriam, está claro que no me haréis daño — Emily tenía los nervios templados, muy segura de sí — No vais a dispararme. 139

— Tal vez nosotros no. . . — puntualizó Jesús asomando la cabeza — pero ella sí podría hacerlo. . .

Jesús torció la cabeza señalándole a Emily una dirección. Frente a ellos, a unos metros de distancia de la furgoneta, Ana Belén apuntaba amenazante con un rifle, medio oculta entre los árboles que custodiaban un pequeño parque cercano a la zona donde se encontraban. Fue entonces cuando Emily se alarmó de veras.

— A Ana no le temblará el pulso — dijo Claudio — Ya lo ha he- cho antes. . . y ahora mismo no muestra gran estima por ninguno de nosotros. Le da igual lo que pase contigo.

Emily trataba de pensar rápido, pero el grupo la presionaba para que actuara.

— No tenéis dónde ir — Emily intentaba ganar tiempo — Nos encontrarán en cualquier parte de la isla. . . y entonces sí que tendréis problemas. Pensadlo un poco, aquí en el poblado estáis a salvo. . .

— ¿A salvo? — replicó María — ¡Han matado a Alejandro! Y a punto estuvieron de hacer lo mismo con Guillermo y Ana

— ¡Arranca de una vez! — ordenó José Enrique amenazante — A mí me importas una mierda, podría dispararte ahora mismo. Sólo nece- sitábamos tu llave para poner en marcha este trasto. . . o sales ya, o te vuelo la cabeza.

Emily accedió, terriblemente inquieta, y puso en marcha la furgoneta. Fue avanzando lentamente por la calle principal aproximándose a la zona ajardinada donde esperaba Ana Belén. Tras echar un vistazo y asegurarse de que nadie la viera, Ana bajó su arma y se apartó de los árboles, dirigiéndose al vehículo. De repente, vio cómo Sam llegaba corriendo para detenerles, pistola en mano. Ana Belén alertó a sus compañeros

— ¡Marchaos! ¡Rápido!

Claudio clavó la boquilla del rifle en el costado de Emily forzándola a acelerar para escapar rápido antes de que Sam diese la voz de alarma. Al tiempo que la furgoneta salía del poblado a gran velocidad, Ana echó a correr dirección al bosque perseguida por Sam. Ambos iban armados, pero ninguno abría fuego, únicamente corrían, una para escapar, el otro para darle caza. Finalmente, tras unos minutos, Sam la alcanzó empujándola contra un 140 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

árbol. Ana Belén estaba agotada por la carrera, aunque puso resistencia y trató de soltarse de las manos de Sam. Su esfuerzo fue inútil, él la tenía bien inmovilizada contra el árbol.

— ¡Déjame ir! — gritó Ana esperando su ayuda — ¡Suéltame!

— ¿Por qué has tenido que hacerlo? — respondió Sam decepcionado — Has puesto tu vida en peligro. . . y acabas de matar a tus amigos

Ana no quería escucharle, sólo forcejeaba.

— Les has ayudado a escapar. . . llevándose a la hija de Ben — Sam seguía reprochando — ¿Cómo has podido ayudarles a hacer esa locura? Es un suicidio. . . ¿O es que acaso lo has planeado tú?

— ¡Te dije que me marcharía! — replicó Ana — Te pedí que me llevaras junto a Hugo. Con o sin tu ayuda voy a encontrarle. . . no puedes retenerme aquí, y menos a mis compañeros. . . después de ver cómo tu idolatrado Ben mataba a Alejandro. . . ¿piensas que estamos seguros en este poblado de locos? — Ana seguía revolviéndose para zafarse de Sam, pero era inútil — Habéis lavado el cerebro a Máriam, y os negáis a explicarme lo que pasa conmigo. ¡No quiero estar aquí! ¡Déjame ir por favor!

— ¡No puedo, maldita sea! — le rebatió Sam igualmente alterado — Ahora tus amigos están expuestos. Van a perseguirles, van a encontrarles. . . y estarán perdidos. Pero aún no es tarde para ti. Puede que nadie te haya visto robar esas armas y ayudarles en la fuga. Si vuelves conmigo al pueblo ahora trataré de cubrirte y dejarte fuera del secuestro de Emily — Sam intentaba que Ana atendiera a razones, pero ella seguía luchando por escapar — Puede que pienses que te da igual si alguien descubre que lo planeaste con ellos. . . Pero créeme. . . por tu bien es mejor que nadie se entere. . . principalmente Ben.

Entonces Ana Belén cedió en su forcejeo, templando un poco los nervios

— Si hago caso, y vuelvo contigo. . . entonces. . . quien estará en peligro serás tú — el tono airado de Ana se rebajó un poco — Porque si alguien ha visto la huída, si se descubre que soy cómplice y que tú estás ayudando para no ser descubierta. . . No saldrá bien para ninguno de los dos, Sam — Ana intentaba convencerle — Déjame ir por favor.

— Nunca encontrarás a Hugo tú sola, es imposible — Sam no aceptó su petición 141

Entonces Ana reaccionó sorprendiendo a Sam, girando su codo con rapidez y asestándole un violento golpe en la cara para intentar escapar. No le sirvió de mucho, porque el joven respondió de inmediato, un poco aturdido, agarrándola de nuevo con fuerza y bloqueando sus movimientos. Ana sentía deseos de gritar, terriblemente frustrada y también atemorizada por la posible represalia de Sam a su agresión. Él parecía perder la paciencia, visiblemente molesto por la actitud de Ana Belén. Presionó su cuerpo contra el de ella para inmovilizarla del todo, hecho que no rebajó los nervios de ninguno de los dos.

— Por favor, no me obligues a noquearte para llevarte de vuelta conmigo — advirtió Sam

La respiración entrecortada de ambos acompañaba al intenso forcejeo. Sam se tomó unos segundos para pensar cómo reducirla, entonces Ana le lanzó una mirada encendida, desafiante, y él respondió de una manera imprevista. No lo pensó, acercó su rostro al de ella hasta encontrar sus labios. Fue un beso rápido pero intenso. Ana reaccionó con gran desconcierto. Sus pulsaciones aumentaban por momentos, pero ahora el motivo de su nervio- sismo era otro. Muy confundidos, se miraron unos segundos, deteniendo el forcejeo para, a continuación, entregarse a un deseado y apasionado beso.

— o —

Zoe despertó y abrió los ojos con cuidado. Todo parecía borroso. Estaba confusa, lo primero que observó fue un techo de piedra. Poco a poco su vista se fue acomodando, y empezó a intentar recordar lo que había pasado. Se recordaba atacada por un extraño monstruo de humo negro que le provocó una herida en el hombro. Recordaba el resplandor en las manos de Carlos y cómo éste había intentado ahogarla . . . o todo había sido un sueño. . . lo cierto es que, aunque cansada, se sentía mejor que nunca.

— ¿Cómo te encuentras? — La voz de Carlos irrumpió de repente en sus pensamientos.

Zoe se sobresaltó y se incorporó rápidamente, mirando con recelo a Carlos.

— La verdad, . . . No es que me moleste, pero deberías taparte no sea que cojas frío. — exclamó él. 142 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

Al incorporarse, Zoe había dejado caer la manta que le tapaba, y sus pechos quedaban a la vista. Cuando se dio cuenta, Zoe se tapó de inmediato.

— ¿Qué ha pasado? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué estoy desnuda? — Zoe estaba confundida

— ¿No te acuerdas de nada? — Dijo Carlos mientras azuzaba el fuego de una chimenea que había en la habitación

— Sólo recuerdo retazos — exclamó ella rascándose la cabeza — No sé qué parte de lo que recuerdo es real.

— Probablemente, todo lo que recuerdes lo sea — Carlos respondió serio

— Incluido el hecho de que intentaras matarme — Zoe clavó su mirada en los ojos de su amigo

— Yo no he intentado matarte. No podría hacerlo — Carlos bajó la mirada — Te he salvado la vida.

— Intentaste ahogarme

— ¿Sientes como si te hubiese ahogado? — La cara de Carlos mostraba una enigmática sonrisa. — Aquello parece agua, sabe como agua, se siente como agua, pero no es agua. Ese líquido es medicina pura.

— ¿A qué te refieres? — Zoe no entendía

— En ese líquido hay miles de microorganismos que son capaces de reparar tu cuerpo, eliminando todo aquello que no sea saludable para ti. — Carlos levantó la mano hacia Zoe — No creo que hayas estado más saludable en tu vida

— ¿ Y qué hago desnuda? — Dijo Zoe tapándose aún más

— Pues tu ropa está empapada. . . y llena de sangre. La he lavado y tendido. Yo también estoy desnudo. — En aquel momento Zoe se dio cuenta que Carlos estaba tapado únicamente por una manta como la que ella tenía

— ¿Me has desnudado tú? — Zoe se sonrojó

— ¿Has visto a alguien más? — Carlos miró a los lados — Lo hice por tu bien. No me digas que te ha molestado.

— No. . . pero no hemos hecho nada más, ¿verdad?

— ¡ja ja ja ja! no te preocupes — Carlos tenía una enorme sonrisa en la boca — seguimos siendo sólo amigos 143

— Lo que pasó con el monstruo de humo negro aquel. . . ¿También fue real?

Carlos torció el gesto. No solía hablar sin tapujos de sí mismo.

— Sí, lo fue.

Zoe mantuvo un tenso minuto de silencio

— Entonces. . . tú. . . — Zoe señaló la mano de Carlos, que levantó suave- mente para mostrársela

— Sí, como te he dicho, lo que viste fue real. — Carlos contestó con total seriedad

— . . . Creo que tienes muchas cosas que contarme

— Me temo que así es. . . — Dijo Carlos mientras se acercaba a arropar a Zoe — Pero no será ahora. Tienes que descansar un poco más para terminar de recuperarte. Mientras tanto yo estaré fuera vigilando para que nada malo vuelva a pasarte — Carlos acarició con ternura la cara de Zoe

Zoe no se atrevió a llevarle la contraria a Carlos y obedeció. A pesar de las muchas preguntas que se agolpaban en su cabeza, el cansancio hizo que no tardara en dormirse. Mientras lo hacía una pregunta no hacía más que rondar por su cabeza. ¿Quién o qué era aquel ser?

— o —

Habían pasado dos días desde que Carlos había cambiado el rumbo del barco. Hasta ese momento todo había ido según el plan previsto. Nadie había descubierto sus acciones, tal como él había pensado. Sólo deseaba no haberse equivocado en los cálculos. El reloj parecía no dejar pasar el tiempo. Cada minuto parecía un siglo. Carlos aguardaba en popa, desde allí esperaba que a la parte izquierda del barco pronto se divisara la isla. permanecía silencioso,tan expectante que no oyó llegar a Zoe a su lado.

— Siempre te encuentro aquí — Carlos sonrió al ver a Zoe — ¿No tienes otro sitio donde estar? 144 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

— Es una estrategia, si siempre estoy aquí, cuando quieras buscarme sabrás dónde hacerlo.

— ¡Jajajaja! ¡Uuuyyyy sí! — Contestó riendo Zoe — ¿y para qué querría buscarte a ti?

— Bueno. . . algún encanto he de tener

— Seguro que sí, El día que lo encuentre te lo digo ¡ja ja ja! — Zoe reía fuertemente — De momento busco el encanto de tus manos, creo que tengo una contractura en el cuello — habló ella mientras llevaba la mano de Carlos a su cuello

— Siéntate ahí — Carlos le mostró el camino hacia una de las tumbonas de la cubierta — Veré lo que puedo hacer

Carlos calentó sus manos y se puso a masajear el maltrecho cuello de Zoe.

— ¡mmmm, qué bien! — Zoe se relajaba con el masaje de Carlos — ¿Qué has echo estos dias que no se te veía el pelo?

— He estado por aquí, también he estado con Ana Belén. — Confesó Carlos — Tiene ciertos problemillas, y he estado aconsejándole.

— ¡mmmm! así que aconsejándole — Dijo Zoe irónica — ¡Je je je!

— No seas mala, que lo está pasando mal. . .

— Bueno si tú lo dices. . . te creo — dijo Zoe — pero que vamos. . . tampoco pasaría nada si. . .

— Sabes que sólo tengo ojos para tí — Carlos lucía una socarrona sonrisa.

— ¡Ja ja ja! ¡Qué morro tienes! — Reía Zoe — entonces. . . ¿No tienes nada que contarme?

— No que yo me haya enterado

— Entonces no te enteraste del beso que te dio el otro día — Zoe tenía una pérfida sonrisa

— Tú ¿Cómo sabes eso? — Carlos paró de masajear el cuello de Zoe y se mantuvo expectante

— Porque. . . Lo vi

— Bueno. . . No es lo que parece — Carlos se excusó 145

— ¡Ja ja ja! si, si. . . la típica excusa. — Dijo Zoe — de verdad que a mí no tienes que darme explicaciones

— De verdad te digo, no es lo que parece, sólo fue un beso

— Fíjate que fue exactamente lo que me pareció. . . un beso ¡ja ja ja!

— Ya te dije que ella está un poco preocupadilla. . . le estuve dando ánimos. . .

— no me digas más, la historia de siempre. ¡Ja ja ja! — Zoe seguía en sus trece — ¡Qué morro tienes!

— Pero qué mala eres cuando quieres — Carlos sonreía — De verdad que no hay nada entre nosotros.

— ¡Claro, cla. . . !

En aquel momento Zoe calló. Ana Belén apareció ante ellos. Se mantenía algo cabizbaja y melancólica. Se acercó despacio y saludóamigablemente.

— !Hola Chicos! Carlos. . . ¿Tienes un segundo para mí?

— ¡A la cola! — Zoe sonrió alegre intentando hacerse la simpática — yo voy antes. Cuando termine conmigo empezará contigo.

— No te preocupes, sólo te lo quitaré un momento — Ana Belén estaba confusa y no interpretó correctamente la ironía de Zoe, respondió molesta — luego puedes quedártelo para ti solita.

— !Pero a ti que te pasa. . . ! — Dijo Zoe ligeramente enfadada — Que no aceptas una broma

— ¿Una broma? — exclamó Ana — A ti lo que te pasa es que estás celosa.

— Pero. . . ¿Qué me estas contando? — Zoe se levantó amenazante — No tienes ni puta idea

Ana Belén torció el gesto, se acercó a Zoe y le susurró al oido

— Espero que no hayas olvidado lo que tienes fuera. . .

A Zoe se le encendió el alma, Carlos fue a intentar mediar cuando, de repente, el momento llegó. Un potente silbido se coló en los oidos de los tres. Zoe y Ana Belén miraban anonadadas. Carlos miró hacia el horizonte donde la isla comenzaba a aparecer. Una sonrisa se formó en sus 146 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA labios. Había acertado plenamente sus cálculos. La esfera de luz comenzó a formarse rápidamente. La sonrisa de Carlos pronto se tornó en mueca de preocupación. Había sido demasiado preciso. El barco había aparecido demasiado cerca de la isla e iba a encallar. De repente, Carlos pensó en Zoe y Ana. Corrió hacia ellas para intentar agarrarlas y prevenirlas del golpe. Llegó justo a tiempo para cogerlas antes de que la isla impactara en la base del barco e hiciese a éste deslizarse en dirección contraria y volcar. Con una agarrada a cada lado, Carlos saltó hacia el agua. Ana Belén miraba a Carlos petrificada por el miedo y Zoe se abrazaba a él con fuerza, pero ambas confiaron para que encontrara la manera de salir vivos de allí. Un trozo de madera cayó sobre la cabeza de Ana, que quedó inconsciente. Zoe se había desmayado. Carlos nadó como pudo hacia la playa y dejó a las dos chicas a salvo . Un extraño sentimiento le recorrió el alma. Volvía a estar en conexión. Había vuelto a casa

— o —

El labio de Rubén sangraba profusamente y la cabeza le daba muchas vueltas. Estaba tirado boca abajo en mitad de un charco de algo que una vez fue agua. El ingenioso e hiriente comentario acerca de la madre de Dimitri que salió de la boca de Rubén, no debía haberle hecho mucha gracia al serbio de más de 2 metros que ahora se preparaba para rematar su faena.

— ¡Maldito guilipollas! — el acento era marcadamente balcánico — Prepar- rate, bastarrdo.

— ¿Qué cojones vas a hacer? ¿Chuparme la sangre, Conde Drácula? — Rubén estaba claramente borracho - ¿Podrías intentar al menos matarme sin cometer ninguna falta gramatical?

Dimitri le propinó una fuerte patada en el estómago. Rubén gimió de dolor.

— ¡Vale! Hagamos un trato, —se detuvo para toser — tu me dejas en paz y a cambio te enseño a leer. ¿Qué te parece?

La última apreciación acabó con la paciencia de Dimitri que se disponía a pisar la cabeza de Rubén con su enorme bota militar.

— Tu te follen , maldito cabrron ... 147

— ¡Pum! — Un único disparo retumbó en aquel callejón de mala muerte. Dimitri cayó fulminado, produciendo un ruido seco.

Rubén se incorporó pesadamente mientras se limpiaba la sangre de la boca. Un hombre con traje, alto y de aspecto aseado lo miraba al otro lado de la callejuela desde sus oscuras gafas de sol, a pesar de ser noche cerrada. Se miraron un segundo. Por fin, el hombre del traje habló:

— ¿Señor Aguilar?

— Batman, ¿eres tu? — Rubén lo miró divertido

Acto seguido se desplomó. Estaba demasiado borracho.

— o —

En Dharmaville los ánimos estaban encendidos. La alerta había saltado, y todo el mundo buscaba a los recién fugados. La gente corría de un lado a otro, organizándose en grupos. Aún no sabían que Emily había sido secuestrada pues se suponía que estaría todo el día trabajando en La Flecha. Aaron y su grupo tampoco estaban, ya que habían salido al amanecer a la búsqueda de Carlos y Zoe. Uno de los hostiles se acercó corriendo hasta donde se encontraba Ji Yeon.

— ¡Ji Yeon! — gritó el hombre mientras llegaba a su altura — Han confirmado el robo de cuatro armas. . . — y añadió temeroso — entre ellas una deagle. . .

El rostro de la joven koreana se desencajó al conocer este último dato

— ¿Una deagle? — dijo alarmada

Su compañero asintió con la cabeza. Entonces Ji Yeon sacó del bolsillo un minúsculo aparato de metal, accionó una pestaña que hizo abrirse un pequeño resorte lateral, y comenzó a hablar a través del mismo. Parecía una especie de transmisor

— ¿Sam? —dijo la joven arrimando el aparato a su boca — ¿Sam me recibes? — nadie respondía- Aquí Ji Yeon desde la base. Contesta por favor. 148 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

A unos metros de ellos, se acercó comedida una joven vestida con un mono gris Dharma, en cuya identificación rezaba el nombre de Maggie.

— Disculpe señorita kwon. . . — dijo respetuosa — Mi nombre es Mag- gie. . . soy la nueva ayudante de Emily Linus.

— ¿Y bien? — respondió una intimidante Ji Yeon

— Verá.. . — prosiguió la muchacha — esta mañana debía acompañar a Emily a la Estación La Flecha, pero ha marchado sin mí. No me ha comunicado ningún cambio, y aún no he podido hablar con ella. No sé qué debo hacer.

Ji Yeon atendía las explicaciones de la joven becaria mientras le daba vueltas a una idea inquietante. Sam seguía sin responder al otro lado del trasmisor. Finalmente se dirigió a su subordinado

— ¿Dónde coño está Ford?

— o —

Los cálidos ojos azules de Sam fijaban la atención en un punto. Su mirada era limpia, parecía reconfortado. En mitad de la selva, parado junto a unos matorrales, observaba con detenimiento una pequeña edificación. Se trataba de una cabaña de madera de una sola planta con tejado a dos aguas, custodiada por un pequeño porche en el que había una vieja mecedora blanca. La cabaña estaba enterrada entre la maleza del bosque. Sam avanzó dos pasos, y tras él, una intrigada Ana Belén permanecía a la espera, a unos cuantos metros de distancia.

— Aquí es. . . — anunció Sam

— La verdad. . . no parece muy difícil de encontrar —dijo Ana— Está lejos del campamento, pero la ruta no se ve complicada.

Sam se giró hacia ella y le regaló una mueca

— Vuelve mañana y tal vez no la encuentres aquí. . . —respondió el joven, enigmático 149

Ana Belén le miró sorprendida. Sentía un gran interés por averiguar los secretos de la isla, por descubrir qué era aquel insólito paraje y por qué estaba despertando en ella sensaciones y emociones tan extrañas. Sam permanecía quieto, concentrado en aquella pequeña casa. Parecía una especie de santuario, algo sagrado por la forma en que el joven la contemplaba.

— ¿Qué he de hacer ahora? — los nervios y expectación de Ana aumenta- ban por momentos

— Esperar —respondió Sam

De repente una voz de hombre irrumpió tras ellos

— Aún es pronto. . .

San y Ana se giraron sobresaltados buscando el origen, pero no encon- traron a nadie.

— ¿Por qué me has desobedecido? — espetó de nuevo la misteriosa voz

Entonces se volvieron hacia la cabaña y encontraron a un hombre sentado en la mecedora donde segundos antes no había nadie. Era de constitución robusta, con evidente sobrepeso, pelo castaño largo y rizado, y una poblada barba. Su aspecto se veía descuidado, pero aún así parecía joven. Sam se acercó despacio, temeroso.

— Lo siento Hugo — se disculpó el joven

— ¿Cómo ha logrado convencerte? — preguntó Hugo con interés

Sam bajó la mirada, no quiso contestar. Se retiró prudencialmente y dio paso para que Ana Belén se acercara a aquel peculiar individuo.

— Acércate —solicitó Hugo— puedes sentarte aquí.

Ana obedeció y avanzó despacio, sentándose en uno de los escalones del porche mientras observaba con temor a Hugo, que se balanceaba suavemente en la mecedora. Sam comenzó a caminar alejándose de la cabaña para dejar- los a solas. Ana entonces se sintió desprotegida, quería que Sam estuviese allí. Hugo lo advirtió 150 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

— No debes temer Ana — dijo un Hugo sosegado — Él estará aquí cuando terminemos de hablar

— Espero que no te enfades con él por traerme — se disculpó Ana — prácticamente le obligué. Y también espero que entiendas por qué no podía esperar

— Nunca podría enfadarme con Sam — apostilló Hugo — Es como un hijo para mí — Ana atendía con interés mientras Hugo extraía de uno de los brazos de la hamaca un vaso grande de cartón con tapa de plástico y pajita como recién sacado de un restaurante de comida rápida, y daba un gran sorbo a la bebida— Supongo que Sam ha hecho lo que tenía que hacer. . . el único inconveniente es que lo ha hecho antes de tiempo. Y eso. . . —apuntó con su vaso a Ana— se debe a tu impaciencia.

Ana permaneció callada. Todo aquello la sobrepasaba, le parecía muy extraño, más aún cuando vio que, del otro brazo de la hamaca, Hugo sacaba un enorme cubo repleto de muslitos de pollo frito, tomaba uno con su vasta mano y le daba un buen mordisco. La joven se sentía cuando menos desconcertada. Mientras masticaba, Hugo siguió con su diatriba.

— Pues bien. . . ahora estás aquí. Querías verme a toda costa. Es momento para las explicaciones. . . para tus explicaciones.

— ¿Mis explicaciones? — preguntó una confusa Ana Belén — He venido porque necesito que alguien me explique qué estoy haciendo en esta isla. Quiero saber quiénes sois, a qué coño os dedicáis aquí y por qué parece que nos conozcáis a mí y a mis compañeros. ¿Quiénes sois y qué queréis de nosotros?

Hugo negaba con la cabeza mientras seguía engullendo el pollo y bebien- do su refresco.

— Tú no has venido hasta aquí, a mi casa, para hacerme esas preguntas Ana Belén — el hombre hablaba con mucha templanza y seguridad en sí mismo, lo que contrastaba con la intranquilidad de ella— Has venido. . . para hablar de ti. . . de lo que te ocurre —Ana escuchaba con interés— y es por ello que las explicaciones las debes dar tú.

— Lo siento, pero no puedo explicar aquello que no entiendo —replicó Ana, ansiosa por saber— Lo que está ocurriendo desde que llegamos a la isla se escapa a mi comprensión. Aparte del hecho de que, de repente, hayamos viajado treinta años en el tiempo pero sigamos teniendo la misma edad, y de que tu gente haya abducido a una de mis amigas 151

hasta convertirla en otra persona, lo que está pasando conmigo no tiene explicación lógica. En esta isla pasan cosas, no sé qué es. . . pero ha hecho como si en mí se detonara algo, introduciendo ideas e imágenes dentro de mi cabeza. . . cosas que antes no estaban ahí.

— Comprendo. . . —asentía Hugo mientras engullía su comida— ¿Sabes una cosa Ana Belén? Eres especial. . . pero tú no lo sabes. Voy a contarte algo —Ana escuchaba tremendamente intrigada— Nadie llega a esta isla sin mi permiso. . . nadie puede encontrarla sin mi intervención. Pero vosotros. . . tú y tus amigos lo lograsteis. Y fue gracias a ti —Ana atendía las palabras de Hugo pensando que tenía ante sí a un ermitaño chiflado que poco podía ayudarla— Ahora lo sé, eres la responsable. Sabías exactamente dónde estaría la isla.

Ana aguardó unos segundos para responder

— Sé con exactitud una cosa. . . que estás hasta el culo de hierba —el sarcasmo hizo al fin aparición— Vengo aquí con la esperanza de encontrar a una persona que pueda contarme lo que ocurre. . . y me encuentro con un colgao que en realidad no tiene idea de nada.

— ¿Tienes problemas con tu memoria Ana? —saltó entonces Hugo ele- vando el tono y dejando paralizada a la joven— Sufres un problema de salud, ¿verdad? Tu cerebro se está friendo como este pollo — dijo al tiempo que mordía un trozo de muslito— Y no puedes hacer nada para detenerlo. . . —Ana le miraba perpleja, con la boca abierta, Hugo por fin mostraba sus credenciales— Sabes que tu tiempo se acaba y vives atormentada por ello. Sin embargo. . . desde el momento en que pusiste un pie en la isla. . . todo eso cambió —los nervios de Ana Belén aumentaban por segundos. Hugo se mostraba tajante— De repente, tu cabeza comenzó a funcionar de nuevo, recobraste la memoria perdida, y además empezaron a entrar en tu mente nuevos recuerdos. . . imágenes y sensaciones que hasta entonces no habías vivido.

— ¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Ana

— La isla me lo ha contado. . . —respondió un misterioso Hugo— Y es la isla quien te mantiene sana —Ana Belén era incapaz de procesar lo que decía aquel ser esperpéntico, pero se le veía tan convincente que no sabía qué pensar— Estás aquejada de una grave enfermedad, cosa que lamento. Y también lamento decirte que fuera de esta isla no habrá futuro para ti. . . aunque eso también lo sabes tú —las palabras de Hugo caían como una losa en Ana Belén— Sin embargo, eres importante 152 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA

para nosotros. Ana. . . —sentenció Hugo— te necesitamos aquí. Debes ayudarnos.

— o —

Cuando Rubén despertó en aquella lujosa habitación de hotel se encontró frente a él a una atractiva mujer de pelo rubio de unos 30 años que le miraba fijamente.

— Buenas días, Rubén.- Era evidente que la mujer no era española probablemente estadounidense.

— ¿Quién cojones eres? ¿Dónde coño estoy? Y lo más importante, ¿cuánto te debo?

Penny Widmore hizo caso omiso a sus comentarios y continuó hablando.

— Me llamo Penélope Widmore. Tienes una extraña forma de jugarte la vida, Rubén. Ese tipo podría haberte matado.

— ¿Penélope Widmore? La hija de Charles Widmore, ¿el multimillonario desaparecido? — Rubén recobraba poco a poco el sentido común.

— Así es.— respondió ella con una amplia sonrisa — Y necesito tu ayuda.

— Dudo que tengas algo que yo quiera — Rubén se incorporó ligeramente sobre el cabecero de la cama dejando la mirada ligeramente perdida — Hace tiempo que dejó de importarme cualquier cosa.

— Ella se ha ido, no deberías torturarte más por ello.

— ¿Cómo mierdas sabes. . . ? — Rubén estaba perplejo ante la cantidad de información acerca de él contenida en aquella simple frase.

— Digamos que eres importante para nuestros planes. Además puedo ayudarte a vengarte de la gente que te ha llevado a esta situación.

— ¿Planes?¿Vengarme? ¿Se puede saber de qué va todo esto? — Rubén barajaba la posibilidad de golpear a Penny con el cenicero de la mesita y salir huyendo, pero reparó en el hombre de traje de la noche anterior. Parecía ir armado. 153

— Lo que te está haciendo esa gente no está nada bien. Desprecian tu trabajo, te han negado el ascenso, te ningunean. Y para colmo te han robado tu idea. Yo puedo ofrecerte la posibilidad de recuperar tu dignidad y devolverles el golpe. — Ahora Rubén parecía más atento a sus palabras.— Además te pagaré bien, podrás empezar una nueva vida. Podrás incluso hacer que ella vuelva a tu lado.

— ¿Qué tengo que hacer?- Rubén no se podía creer que estuviera siquiera planteándose aceptar la propuesta de aquella mujer.

— Dentro de 15 días partirá el crucero de tu empresa. Un aparente viaje de placer para los empleados. Pero ese viaje esconde un secreto. A bordo de ese barco viaja un prototipo experimental muy importante para su empresa y. . . altamente ilegal. Su misión será destruirlo.

— Quién crees que soy, ¿un espía o algo así? ¿Has visto estas lorzas? Rubén se agarró los michelines de la barriga.

— Lo único que deberás hacer es colocar una serie de explosivos en una zona concreta del barco.

— ¿EXPLOSIVOS? ¡Yo no quiero matar a mis compañeros!

— Y no lo hará. Al menos, no si sigue las instrucciones al pie de la letra.

— ¿Y si me niego? Podría contarlo todo. Podría ir a la prensa — Rubén se jugó el mayor órdago de su vida a una mano perdida.

— Entonces, te acusaríamos del asesinato de Dimitri. Tus huellas están en el arma, y todo el mundo os vio discutir en el bar. Sería fácil. — El gesto de Penny se tornó duro.

— Prométeme que nadie morirá.

— A deal is a deal. . . — Penny respondió en un perfecto inglés

— o —

En la playa, Rubén seguía solo, sumido en sus más profundos pensamien- tos y totalmente alejado de todos su amigos y enemigos que se había forjado a fuego aquellos días. Sin embargo, todo aquello parecía no importarle lo más mínimo. Las pocas palabras que Rubén había mantenido con todo el mundo eran para incrementar el malestar del grupo hacia su persona. Nadie quería hablar 154 CAPÍTULO 6. LA VUELTA A CASA con él y la indiferencia pronto se extendió hasta que a nadie le importó lo que le pasara a Rubén. Chus le observaba a distancia con cierto aire melancólico. No se les había visto juntos desde que ellos volvieron del encuentro con el humo negro. A pesar de haber sido interrogada en varias ocasiones, Chus nunca dijo qué es lo que vieron en la selva, qué les hizo cambiar, y por qué no querían compartirlo con sus compañeros. Sólo una persona entre todos fue capaz de intentar hablar con Rubén directamente. Máriam se dirigió lenta pero segura hacia donde estaba Rubén. Sus compañeros la miraban esperanzados de que ella pudiese convencer a Rubén que terminase con su extraña hostilidad, y que por fin les contase lo que fuera que pasara en la selva. Sólo su dulzura podría ablandar el corazón de su hostil amigo. Cuando llegó a la altura de Rubén, éste ni siguiera le dirigió la mirada. Seguía sentado, mirando al mar. La llegada de Máriam no pareció molestarle, pero tampoco le cambió el gesto. Simplemente parecía ignorarla

— Rubén. . . ¿Qué pasa? — Dijo Máriam con gesto serio — Por qué estás así con nosotros

Máriam esperó un buen rato, a que Rubén le contestara pero él continua- ba ignorándola.

— Al menos dime algo, estoy empezando a preocuparme — Máriam no entendía por qué la ignoraba

Rubén seguía sin dar señales de vida, parecía como si no la escuchara. Máriam probó a la desesperada y se puso delante de Rubén. Justo hacia donde él miraba

— ¡Por favor Rubén, soy yo, Máriam! — Sollozaba Máriam — Al menos dime que todo está bien.

Por fin, Rubén se dignó a dirigirle la mirada, pero no era la mirada a la que Máriam estaba acostumbrada. Rubén le miraba con los ojos encendidos. Se levantó y se encaró con ella. Finalmente habló.

— ¡Tú no eres Máriam! — Dijo Rubén seguro de sí — Así que vete por donde has venido y no vuelvas más

— ¿Qué? Rubén, me estas asustando. cómo no voy a ser Máriam mírame, soy yo. . . — Mira, seas quien seas. . . o lo que seas. . . tú no eres Máriam. No puedes engañarme, no ahora. . .

— ¿Qué puedo hacer para demostrarte que soy yo? — Máriam estaba asustada — Sé secretos de ti que nadie conoce, puedo contarte miles de cosas que nos han pasado juntos. . . yo soy, Máriam.

De repente Rubén dejó plantada a Máriam y se puso a andar rápidamente por la playa en dirección contraria al campamento . Máriam quedó perpleja. Rubén, al ver que ella no le seguía, se giró y le habló duramente.

— Sígueme, voy a enseñarte una cosa.

Máriam le siguió expectante. Siguió durante unos minutos a Rubén por la playa. No se dirigieron una palabra en todo el recorrido, aunque llegaron pronto a su destino. Máriam y Rubén se encontraron de repente en un cementerio cercano a la playa. En él se encontraban una serie de tumbas dispuestas de forma perpendicular a la orilla, coronadas por unas cruces de madera toscamente grabadas.

— ¿Esto es lo que hemos venido a ver? ¿Un cementerio? No lo entiendo — Expresó Máriam

Rubén ando entre las tumbas hasta llegar al final. Parecían estar enter- radas de derecha a izquierda, ordenadas por el orden en que sus ocupantes murieron. Máriam se dedicó a pasear entre las tumbas. Nombres de per- sonas desconocidas para Máriam se encontraban tallados en la cruces: Scott Jackson, al que le seguían Boone Carlyle, Shannon Rutherford, Ana Lucía Cortez, Libby Smith, Nikki Fernández y Paolo, John Locke, Jack Shepard, Benjamin Linus. . . había tres tumbas más pero Máriam se quedó un segundo observando esta última tumba. El nombre le parecía curioso. Rubén esperó impaciente entre las tres últimas tumbas. Máriam se quedó de piedra cuando vio los nombres de las últimas tumbas de Izquierda a derecha los nombres que podían leerse en las cruces eran: Ana Belén, Guillermo y Máriam. Máriam levantó la mirada y la dirigió a Rubén que se dispuso a hablar con rictus serio.

— Tú no eres Máriam, porque Máriam está muerta.

CAPÍTULO 7 El Secreto

Había caído la noche, y el grupo de fugados del poblado Dharma descansaba en un improvisado campamento en mitad de la selva. Horas antes habían dejado la furgoneta para adentrarse en el enmarañado bosque, esconderse allí e intentar no ser encontrados por los hostiles. Alrededor de una pequeña hoguera que les mantenía calientes, aguardaban sentados y arropados con las mantas que había en el vehículo Claudio, Jesús, María M., José Enrique, Guillermo y Emily, esta última atada de manos, ya que fue sacada a la fuerza del poblado por los chicos.

— ¿A nadie se le ocurrió coger algo de comida antes de escapar? — Jesús se agarraba el estómago, muerto de hambre

— Cogimos lo importante — apuntó Guillermo — No era momento de pensar en comer. Ana Belén nos llevó hasta las armas y la furgoneta. No necesitábamos más

— Tú conoces la isla — dijo Jesús a Emily — ¿Puedes cazarnos un jabalí o cualquier otro bicho apetitoso?

— Teníais una oportunidad —Emily se mostraba serena e intimidante a la vez — En cuanto mi gente os encuentre. . . daros por muertos

— ¿Pero de qué coño hablas? ¿Tu gente? —replicó José Enrique— Qué te han hecho estos desgraciados. Este lugar esta lleno de putos chiflados ávidos de sangre, y te han comido la cabeza.

— ¿No te has preguntado por qué todos nosotros creemos que eres otra persona? —María trataba de hacer razonar a Emily— ¿No te resulta extraño que para todos seas nuestra amiga Máriam?

157 158 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

— Piénsalo un momento — prosiguió Claudio- Nuestro barco tiene un accidente hace 30 años , y Máriam desaparece junto al resto de nuestros amigos. Naufragamos en esta isla y, de repente, hemos saltado tres décadas en el tiempo, pero nos encontramos con que somos igual de jóvenes, y contigo convertida en otra persona.

— No me he convertido en nada — replicó Emily — Soy otra persona, ¿por qué no lo asumís? No soy vuestra amiga.

— El mismo físico, la misma estatura, los mismos gestos, la misma voz — María M. no daba crédito — ¿De verdad no te parece raro?

Guillermo observaba a Emily con gesto apesadumbrado. Sentía un gran deseo de acercarse y abrazarla, hacerla recordar, pero veía con impotencia cómo la mujer de su vida le miraba como a un extraño. No parecía haber sen- timientos en ella más allá del temor y la preocupación por estar secuestrada.

— ¿Cuántos años tienes? — preguntó Guillermo a Emily

Ella se giró hacia él, aguantó la mirada un segundo y después respondió con tono frío

— Voy a cumplir 30

— ¿Pero es que no lo ves? — José Enrique se desesperaba por momentos — ¡Fue cuando tuvimos el accidente, cuando Máriam desapareció! Justo entonces naciste tú. Y 30 años después te encontramos, pero ninguno hemos envejecido, seguimos teniendo la misma edad. Y para nosotros tan sólo ha pasado una semana.

— Debes aclararnos qué ocurre en la isla, por qué nos ha pasado esto — Guillermo quería saber — No es normal, admítelo. ¿Dónde estamos?

— Admito que es posible que vuestro grupo haya saltado al futuro — Emily al fin empezó a aclarar las cosas

— ¿Así que es verdad? ¿Se puede viajar en el tiempo? — preguntó Claudio asombrado — ¿Todos esos juguetitos que hemos probado en la casa no eran ciencia ficción? Realmente estamos en el futuro. . .

— En este lugar es posible moverse en el tiempo — añadió Emily — Pero lo que resulta del todo imposible es que una persona pueda convertirse en otra diferente. 159

— ¿Estás segura? Tal vez no lo sepas todo. . . Tal vez tu padre, ese tal Benjamin, no te haya contado todos los secretos de la isla — Claudio seguía con el interrogatorio

— Tan sólo os diré que estoy segura de que he vivido toda mi vida aquí, junto a los míos — respondió una contundente Emily — Conservo todos y cada uno de los recuerdos, mis vivencias durante todos estos años. He nacido y crecido aquí, al lado de mi padre y el resto de amigos. Conozco cada rincón de la isla, no hay misterios para mí.

— Entonces podrás ayudarnos a escapar, a salir de este maldito agujero — protestó Jesús — No sé qué cojones ocurre aquí, por qué se supone que debéis proteger la isla, y de quién. Por qué es posible viajar en el tiempo. . . y por qué ostias hay osos polares aquí.

— La iniciativa Dharma para la que llevamos trabajando durante años se dedica al estudio científico y tecnológico en diversos campos — Emily compartía información siempre comedida- Realizamos multitud de experimentos, y las pruebas con animales forman parte de ellos, aunque esos osos ya estaban cuando llegamos. La isla, con sus extrañas características, tiene un gran interés científico para nosotros; sobre los saltos en el tiempo, aquí se concentra una gran cantidad energía electromagnética que ha hecho posible que en algún momento hayáis viajado al futuro. No puedo contaros más.

— Entonces. . . si tú no eres Máriam, ¿Puedes decirnos dónde está ella? — inquirió Guillermo — ¿Dónde están el resto de nuestros amigos?

— No lo sé — respondió Emily — Si vuestro barco naufragó en mitad del océano, es posible que algunos de los vuestros no sobrevivieran. O puede que lograran alcanzar la costa y estén perdidos en alguna parte de la isla. Quizá, si confiaseis en nuestra gente podríamos ayudaros a encontrarlos.

— ¡No me jodas! —saltó José Enrique — ¿Confiar? ¿En aquéllos que según tú nos darán caza y nos matarán? ¿Los mismos que se cargaron a Alejandro e intentaron matar a Carlos y Zoe? — José E. apuntó con su arma amenazante a Emily — Lo que vas a hacer es decirnos cómo salir de la isla. Nos vas a llevar a donde haya algún barco, o donde haya alguien medianamente civilizado que nos saque de aquí y que nos devuelva a nuestro tiempo.

— Una vez en la isla, y una vez que sabéis de este lugar. . . — Emily negó con la cabeza — no es tan fácil salir. . . No es fácil que os dejen abandonarla. Lo siento, no puedo ayudaros, mucho menos hacer que volváis a vuestra época. 160 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

Una voz lejana les alertó e hizo que saltaran de sus asientos

— Yo me encargaré de eso — exclamó Hugo apareciendo de la oscuri- dad, haciendo que todos apuntaran con sus armas sobresaltados — Tranquilos, podéis bajar las armas. Soy un hombre pacífico. . . un amigo. Confiad en mí por favor.

— ¡Hugo! — exclamó Emily con gran sorpresa — ¡Me han secuestrado! ¡Tieness que ayudarme!

Tras aquel hombre orondo aparecieron también Sam y Ana Belén, que se alegró por ver a salvo a sus compañeros. Emily se sintió confusa. Hugo le hizo una seña para que se tranquilizara.

— ¿Quién coño eres tú? — Jesús nervioso apuntaba con su rifle

— Traigo comida — Hugo descargó una enorme mochila de su espalda y se dispuso a abrirla cuando Jesús, desconfiado, abrió fuego a los pies de Hugo para que no se acercara más. Sin embargo, Hugo pareció no inmutarse — Cuidado, el ruido puede alertar a aquéllos que os están buscando — Hugo mantenía la calma — No debéis temer, como habéis oído, mi nombre es Hugo, y he venido a ayudaros.

Sin inmutarse, siguió abriendo la mochila y sacando del interior bolsas con lo que parecía ser comida rápida, ofreciéndosela al grupo: hamburgue- sas, kebabs, pollo frito y refrescos.

— ¿Quien eres, y por que no tienes miedo de nuestras armas? — Dijo Jesús confuso

— Aun no es mi momento. — Contestó Hugo — Llevo demasiado tiempo aquí como para saberlo, tengo mas de 70 años.

— Pero pero. . . — Guillermo atendía boquiabierto — Esto parece sacado de una película de David Linch ¿Estamos en Twin Peaks o qué? ¿Qué ocurre aquí? ¿Quién eres?

— ¿70 años? eres una especie de elfo o algo así— dijo José Enrique cagado de miedo

— Jajaja — a Hugo le divertía la reacción de los chicos — No soy un elfo. Digamos que tengo este aspecto y lo tendré hasta que llegue mi momento. 161

— ¡Podemos dejarnos de estupideces! — Ana Belén intervino — Reservad las balas para los que quieren hacernos daño y sí pueden morir. Este hombre está aquí para ayudarnos. . . y para darnos de comer.

Hugo fue repartiendo la comida entre los chicos, que cogían las bolsas realmente temerosos y asustados. No entendían nada, la situación se volvía cada vez más surreal. Bajaron las armas sin perder de vista a aquel ser tan peculiar. Sam se acercó para desatar a Emily.

— ¿Qué está pasando Ana? — preguntó Guillermo — ¿Quién es esta gente y por qué estás de su lado?

— Yo os explicaré lo que necesitéis saber, pero ahora tranquilos, comed y descansad — intervino Hugo mientras se sentaba junto a la hoguera. Luego Hugo de dirigió a Ana Belén al oído — Ana Belén, has de regresar al poblado. Es fundamental que Ben siga confiando en ti. Cuando te encuentren les contarás lo que hemos acordado, nadie debe sospechar que has ayudado a tus amigos a escapar, ni has colaborado en el rapto de Emily. Mantente cerca de Ben. No te harán daño.

— De acuerdo — asintió Ana Belén obediente, cruzando un amistoso gesto de despedida con los demás.

Según inició la marcha la detuvo un momento Sam. Se alejaron unos metros para hablar a solas

— Ten cuidado. Ahora es importante que permanezcas al lado de Ben — le dijo el joven con tono protector — Por favor, no hagas ninguna tontería.

— Gracias por arriesgar tanto — respondió Ana — Estoy en deuda contigo

Ambos aguantaron miradas tiernas por un segundo y después se re- galaron un cálido beso en los labios. Algunos del grupo alcanzaron a ver la escena, mirándose sorprendidos. Ana Belén se alejó del campamento mientras Sam regresaba y se sentaba a comer junto a Emily.

— No lo entiendo. . . — susurró María M. a Claudio — ¿Qué está haciendo Ana con ese chico? No entiendo por qué actúa de esa manera. ¿Acaso ha olvidado nuestra vida? ¿Se ha olvidado de los suyos? ¿La gente de fuera?

Claudio quedó pensativo unos segundos, buscando la mejor respuesta 162 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

— Han pasado treinta años María. . . Ya no hay nadie esperándonos ahí fuera.

Sus palabras cayeron como una sentencia en la joven. La angustia se apoderó de ella, mientras el resto de sus compañeros accedían a probar la suculenta cena por cortesía de Hugo.

— o —

Carlos estaba en la puerta principal del templo con la vista pegada a las estrellas tapado con una manta. Se había despojado de sus ropas empapadas que había colgado en la chimenea justo al lado de las de Zoe. Zoe continuaba descansando en la misma habitación. Tal y como el la había dejado Carlos recordaba pasajes de sus anteriores vivencias en aquellas tierras. Por primera vez desde hacía demasiado tiempo, él se sentía en casa. Una densa paz inundaba su cuerpo al tiempo que una sonrisa se iba dibujando en su cara.

— ¡Hola! — La voz de Zoe apareció de repente en aquel silencioso momento.

Carlos levantó la vista vio a Zoe. Estaba de pie, tapada por una manta como la que llevaba él.

— Deberías descansar — reprendió Carlos a Zoe

— Lo sé, pero no puedo — Se excusó ella — además no me apetece nada estar sola ahí dentro

Carlos aceptó y le hizo un sitio a Zoe a su lado. Nada más sentarse Zoe pegó un respingo.

— ¡La piedra está congelada! — exclamó Zoe — ¿ no tienes frío?

— Pasa adentro, allí estarás mejor. — repitió Carlos

— Creo que me apetece más estar contigo haciendo lo que sea que estés haciendo — Dijo ella. Carlos sonrió al oír estas palabras.

— Estoy recordando viejos tiempos, creo que hace mucho tiempo que no estaba tan relajado. 163

Carlos pasó su brazo por encima de los hombros de Zoe para pasarle algo de calor.

— ¡Pero si estas congelada! — Exclamó Carlos — Esto no es bueno para ti. Insisto. Deberías pasar dentro

— No sin ti. No quiero quedarme sola en ese sitio.

— Ven aquí.

Carlos hizo que Zoe se levantara y se sentara entre sus piernas. abrió la manta de Zoe por la parte de atrás y la suya por la parte de delante, e hizo que ella apoyara su espalda desnuda sobre su pecho tapándose con la manta por delante. Carlos abrazó a Zoe y puso sus manos sobre su vientre. El calor del cuerpo de Carlos reconfortó instantáneamente a Zoe.

— ¡Joder! — Exclamó Zoe — parece que tengas calefacción central.

Carlos guardó un momento de silencio. Al final habló

— Algo así. . . — Carlos contestó casi con vergüenza

— ¿Tiene que ver con las luces que salen de tus manos? — Preguntó Zoe que estaba muy intrigada por todo lo que había pasado.

— Veo que comienza el interrogatorio. . .

Zoe sonrió y no dijo nada

— En fin. . . tarde o temprano esto tenía que pasar — dijo Carlos resignado — Lo del calor no está directamente relacionado con las luces. Pero no te preocupes, no es nada mágico, es todo física pura. La luz que sale de mis manos es producida por un campo magnético. Digamos que soy capaz de mover a la vez los electrones de mi cuerpo para generar un campo magnético que me permite controlar algunas cosas. . .

Aquella conversación no había hecho nada más que comenzar, pero ella se lo tomó con calma. Zoe se acomodó en el torso de Carlos y ambos se encontraron desnudos y abrazados bajo el manto de estrellas que aquella noche les había regalado.

— o — 164 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

Rubén y Chus habían encontrado la cabina de un avión en su huida del extraño monstruo de humo negro que se les había aparecido en la selva. Chus había subido hasta el fuselaje. Pero la poca estabilidad que ofrecía la cabina del avión, y la cantidad de maleza que había dentro, hizo que ella recelase de entrar. Rubén, decidido, entró en la cabina sin pensárselo dos veces.

— Ten cuidado Rubén. No hagas ninguna tontería o el avión caerá contigo dentro.

De repente Rubén se quedó parado. no podía dar crédito a lo que apareció ante sus ojos. Rubén había entrado en la cabina del avión sin estar preparado para aquello. Chus le veía desde atrás paralizado.

— ¿Qué has visto? — Dijo Chus. Rubén no contestaba — ¡Rubén qué pasa! ¡Me estás asustando!

— Hola Rubén — Chus oyó una voz que se dirigió a Rubén

— Rubén, ¿Quién es? — Dijo chus asustada — Necesitas ayuda

— ¿Qué haces tú aquí? — Rubén parecía ignorar las palabras de Chus y se dirigió a la extraña voz. Chus no veía nada a través de la maleza.

— Hay algo que tengo que contaros. — Dijo la voz — Estáis en peligro

— ¿En peligro? — Dijo Rubén – Vaya novedad, dime algo que yo no sepa — Chus calló intentando escuchar la conversación de Rubén. Chus tenía la sensación de haber escuchado esa voz en alguna parte.

— Rubén, No eres consciente de dónde estás. Corréis el peligro de quedar atrapados aquí para siempre.— Continuó aquella voz

— ¿Quedarnos atrapados? Más vale eso que morir engullidos por un monstruo asesino — Respondió Rubén

— Ese sería el menor de vuestros males — La voz resultaba tremenda- mente familiar a Chus

— ¿Hay alguien más contigo? — Dijo Rubén a la voz

— No te preocupes, tiempo habrá para resolver vuestras dudas — Re- spondió la voz.— Como os he dicho, estoy aquí para ayudaros

— Por qué no bajamos de aquí y hablamos tranquilamente — Gritó Chus desde fuera. 165

Rubén pensó en hacer caso a Chus y empezó a salir por la maleza. Se encontró cara a cara con ella, que le preguntó extrañada.

— ¿Con quién hablabas?

— Compruébalo tú misma — contestó Rubén

La maleza comenzó a moverse. Alguien se disponía a salir del avión.

— o —

En la otra playa, Sandra, Carlos Sanchez, Laura y Manolo regresaban de disfrutar de un cálido baño. Se tumbaron en la arena para secar sus cuerpos al sol, totalmente relajados.

— Me pregunto cuándo vendrán a rescatarnos — dijo Laura — Esto es un paraíso, pero nuestras familias deben estar muy preocupadas. Si al menos pudiéramos hablar con ellos, decirles que estamos bien.

— Es cuestión de tiempo — apuntó Manolo — No pueden pasar por alto esta isla. Es bastante grande, tiene que estar en los mapas. Pensemos que las Jornadas se han alargado un poco más.

— Yo espero que el resto de compañeros se encuentren a salvo — añadió Sandra — Tal vez deberíamos inspeccionar el otro lado de la isla. Buscarles allí, o en el interior.

— No es buena idea después de la experiencia con aquel monstruo de la selva — Laura se mostraba desconfiada — Chus, Rubén, Pancho y Héctor no guardan buenos recuerdos de aquello, fuese lo que fuese. No podemos arriesgarnos.

— Tampoco podemos quedarnos aquí para siempre — replicó Carlos S.- Yo estoy con Sandra, deberíamos organizarnos y salir un grupo en busca de ayuda. Podríamos seguir la costa, tal vez sería una ruta más segura.

Manolo levantó la voz desde su sitio, mientras permanecía tumbado, para llamar la atención del resto de compañeros que deambulaban por la playa y la zona del campamento

— ¡¿Quién se apunta a una expedición de reconocimiento?! 166 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

El resto de la gente se volvió hacia la orilla, algunos se acercaron, otros pasaron y siguieron a su tarea

— ¿Dónde queréis ir? — preguntó curiosa María E. sentándose junto a ellos — Yo tengo ganas de explorar

— Pensamos seguir la costa hasta que podamos, sin adentrarnos en la selva — aclaró Sandra

— No me parece buena idea chicos — Héctor llegó a la orilla negando con la cabeza — Esa cosa de Humo no parecía muy amistosa. No hay que arriesgarse. Aquí tenemos todo lo que necesitamos. Ya vendrán a rescatarnos.

— Pues quédate tú si quieres — se encaró María E. — Si el resto queremos ir. . .

Comenzó un debate sobre la conveniencia de separarse para explorar la isla o permanecer todos juntos. Pronto se elevó el tono de la discusión ya que los chicos no conseguían ponerse de acuerdo. Los ánimos se iban encendiendo por momentos.

— Nadie va a llevarse los machetes que yo hice -Pancho intervino en contra de la iniciativa

— ¿Para qué están entonces? — le reprochó Manolo — ¿Sólo para partir cocos?

— Para lo que a mí me venga en gana — respondió Pancho

Los chicos se enzarzaron en una discusión sin fin. Parecía haber dos gru- pos divididos, cada cual defendiendo su postura. Viejas rencillas empezaron a aparecer y se sucedieron los reproches.

— Vamos a largarnos, y llevaremos lo que nos haga falta — desafió Carlos S. a los que se oponían a la expedición — Aquí nadie manda sobre nadie, ya estoy harto

Enseguida comenzaron los empujones y las malas formas. La tensión en el grupo iba creciendo; sólo una pequeña controversia había encendido la mecha. Alejada a unos metros, Chus contemplaba el espectáculo, con semblante serio. 167

— La situación se está volviendo inaguantable — se quejó Chus a si misma — ¿ Cuándo acabará todo esto?

— o —

Un tiempo antes de que se encontraran a los fugados, Hugo, Sam y Ana Belén se abrían paso entre la maleza, ayudados por un machete y una vieja brújula que guiaba a Hugo por el bosque. Hacía horas que dejaron la cabaña de Hugo y ahora se dirigían a otro punto de la isla. Enseguida llegaron a un claro donde el enmarañado bosque daba paso a un manantial. Aguas serenas y poco profundas regaban la zona. El río iba a morir a una gruta de la que emanaba una luz muy brillante. Ana Belén se detuvo en cuanto alcanzó a ver el manantial. Quedó paralizada, con la mirada perdida, sobrecogida por la visión que tenía ante sí.

— Hemos llegado —suspiró Hugo dejándose caer en una roca, agotado por la caminata

Ana se adentró un poco en el río y sumergió las manos en aquellas aguas cálidas.

— Yo he estado aquí antes. . . — susurró Ana — Recuerdo este sitio, pero no sé por qué — siguió acariciando el agua mientras intentaba actualizar recuerdos — Este agua. . . tiene algo especial — Ana calló, su memoria fallaba y tenía grandes lagunas— Pero no sé lo que es. . .

— Tranquila, necesitas un poco más de tiempo —la serenidad de Hugo contrastaba con el malestar de ella— la isla te está ayudando. Ya te he contado que, mientras permanezcas aquí, tu enfermedad no hará aparición. Estás mejorando cada día, y para sorpresa de todos, estás recuperando recuerdos que ni tú sabías que tenías. El mal que sufres tiene cura en la isla.

Ana Belén seguía dando vueltas a la cabeza, visualizando aquel lugar

— Estuve aquí antes, pero era diferente —Hugo y Sam escuchaban con atención. Ana entornó los ojos y un sentimiento amargo le vino a la mente. Enseguida sacudió los malos pensamientos y aclaró los 168 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

recuerdos — Aquí había gente siempre, las veinticuatro horas del día. Había un completo control sobre la luz — Ana tomaba conciencia por momentos, parecía entender a la perfección qué era aquello, y su gesto tornó serio — ¿Cómo es posible que ahora esté así Hugo? Está abandonado ¿Que es lo que pasó aquí?

— ¿Sabes por qué te he traído aquí verdad? — Hugo se mostró satisfecho — Tú conoces este lugar mejor que muchos de los que vivimos en la isla. Sabes la importancia que tiene el manantial de luz, el tremendo poder que contienen sus aguas.

— Dime una cosa Hugo ¿Sabes que hay en el interior de la gruta? — preguntó Ana Belén cada vez más firme, como si al ver el manantial hubiese tenido una revelación

Hugo se tomó unos segundos para responder, dubitativo

— Mmm. . . a mi me lo describieron como. . . ¿Un tapón? Un cierre que no debe ser destapado bajo ningún concepto.

Ana respondió con una sonrisa incrédula

— Me refiero a debajo. . . — las palabras de Ana Belén eran inquietantes — ¿Tienes idea de lo que se oculta debajo del tapón? ¿Lo que contiene en verdad esa gruta? — Hugo no estaba del todo seguro, y Ana sólo podía alucinar — Cómo es posible que no haya nadie custodiándolo

Entonces Hugo quiso imponerse, no iba a tolerar que aquella recién llegada le hablara de esa manera y minara su posición de poder. Al fin y al cabo él era el guardián de la isla.

— Muy pocos han logrado encontrar la Fuente. No sin que alguien les guíe — Hugo mostró sus cartas con altivez, Sam escuchaba comedido — En efecto, yo he estado ahí dentro y sé lo que esconde la gruta, conozco el poder del manantial — Hugo seguía su discurso, seguro de sí — Y por la seguridad no te preocupes, si llega una amenaza. . . lo sabré

Entonces Ana elevó la vista, presintiendo algo. Miró a Sam con gran inquietud, y después a Hugo

— Te refieres a una amenaza para la isla, o para ti — Dijo enigmática Ana 169

— No se a lo que te refieres. — frunció el ceño Hugo — Si es una amenaza para la isla lo será para mi.

— Siento que hay algo más cerca, y no es uno de los nuestros. Sin embargo, empiezo a no estar segura si la isla lo considera una amenaza. — sentenció

— Sigo sin saber a lo que te refieres — Hugo no entendía

— Yo no fui quien trajo el barco a la isla, Hugo. Yo no fui quien la encontró.

— o —

Tras un rato observando en silencio las estrellas, Zoe se dispuso a hablar. Miles de dudas asaltaban su cabeza.

— ¿Dónde estamos?

— Esto es una especie de hospital. Aquí daban baños curativos a las personas que como tú sufrían heridas de consideración.— Contestó Carlos

Zoe se llevó la mano a la herida. La cicatriz prácticamente no se notaba.

— Me han curado bastante rápido. ¿Qué son esas aguas? — volvió a preguntar Zoe

— Como te conté, esas aguas están llenas de encimas diseñadas genética- mente para curar el cuerpo humano. — Respondió Carlos — Éstas se meten en tu cuerpo, leen tu ADN y activan la creación de células para reparar el cuerpo rápidamente. De hecho aún siguen trabajando en tu organismo.

— ¿Y tienen algún tipo de efecto secundario? — dijo Zoe —- lo digo porque me siento rara y no se por qué.

— Bueno. . . — Continuó Carlos — Para acelerar el proceso puede que tengas las hormonas algo alteradas. . . De hecho, es posible que la gente piense que eres una persona diferente, porque esta alteración afectará a tu personalidad. Tanto que algunos incultos pensaban que estas aguan te maldecían y te poseían, ¡Ja ja ja! — Carlos continuó con su explicación 170 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

— tendrás la adrenalina y los estrógenos altos, la progesterona baja aunque eso por otra cosa. . . y es posible que la oxitocina también esté alta. . . eso te puede dar un estado de bienestar. . . especial — Carlos sonrió.

— No entiendo, ¿ Por qué especial? — Preguntó Zoe extrañada.

— Esas hormonas regulan la excitación sexual — Dijo Carlos algo sonro- jado

— ¡jajajaja! así que me alteras las hormonas, me desnudas y pegas a ti. . . no eres listo tú ni nada — rió Zoe

— No era mi intención molestarte

— No te preocupes. No me molestas — Dijo Zoe — Aun no te he dado las gracias por salvarme la vida. — Zoe giró la cara y dejó caer sus labios en la mejilla de Carlos

— Cuidado, que mis hormonas se alteran mucho más fácilmente ¡jajajaja! — Dijo Carlos.

Ambos rieron un rato tras lo que se hizo un silencio. En la risa de Carlos Zoe notó algo extraño. Palpó el abdomen de Carlos y notó unos fuertes músculos marcados. Asombrada se giró y destapó a Carlos para ver su abdomen.

— ¿Y esto? — Dijo Zoe extrañada

— ¿El qué? — Carlos no entendía a que se refería

— Tú nunca has tenido el vientre tan plano. Al menos que yo recuerde — Dijo Zoe.

— ¡Jajajaja! — rió Carlos — Bueno hubo un tiempo que sí. . . pero de eso hace mucho.

— ¿Entonces?

— Recuerda que yo también me he metido al agua contigo. En mí, las encimas de las que te hablado han valorado mi sobrepeso como una enfermedad. . . así que lo han eliminado — Respondió Carlos

— Pues. . . con este agua podríamos montar una clínica de estética que nos íbamos a forrar. — apuntó Zoe.

Carlos mantuvo un rictus serio durante un rato y al final habló. 171

— Sí. . . muchos pensaron como tú. . . y no sólo pensaron en quitarse los kilos de más, sino también en darse velocidad y agilidad, ponerse alas o fuerza sobrenatural. — Bajó la cabeza con melancolía — Así empezó la gran guerra.

— ¿Qué gran guerra? — Zoe que empezaba a sentir frío de nuevo volvió a acurrucarse encima de Carlos.

— Hace muchos años. Muchos como yo habitaban la tierra. Yo investigaba en lo que ahora vosotros conocéis por genética. Fuimos capaces de entender perfectamente las leyes de la genética y creamos este agua y muchas otras cosas que permitían a las gentes cambiarse el cuerpo a su antojo. — Zoe giró la cabeza para mirar a Carlos. La mirada de Carlos estaba perdida — Sin embargo, en lugar de disfrutar de los dones que tenían se dedicaron a competir entre ellos. Se crearon envidias entre distintos grupos, se formaron guetos. Se crearon bombas raciales para exterminar grupos enteros. El final fue una irracional guerra civil de la que al final quedamos unos mil seres.

— ¿Y qué pasó después? — Siguió preguntando una alucinada Zoe, que no daba crédito a la historia que narraba su amigo

— Con la tierra arrasada, Los que quedamos vinimos a esta isla. Em- pezamos una civilización nueva. Decidimos no expandirnos. Tener descendencia no estaba permitido aquí. Y así lo preparamos —- Carlos continuaba hablando — Con el tiempo. . . la tierra fue cobrando de nuevo su vitalidad. Y el debate sobre si debíamos volver se reabrió. Lo que allí se decidió fue no volver, pero sí crear una civilización que pudiera crecer y empezar de nuevo para así hacer revivir la tierra que antes conocíamos. Entonces creamos a los hombres — Carlos dirigió la mirada a Zoe, las lágrimas empezaban a salir de sus ojos — Pero no todos estaban de acuerdo en la manera que debía ser hecho. . . tuve que hacer. . . un gran sacrificio. . .

Carlos casi no podía hablar. Zoe con un nudo en el corazón acarició sus mejillas enjugando las lágrimas que brotaban insistentemente. Él besó las palmas de sus manos con cariño. Zoe terminó por acercar lentamente sus labios a los de él. Acarició su boca con sus dos labios. Carlos respondió fundiendo suavemente su boca con la de ella en un tierno beso. Zoe se dejó caer hacia el suelo y Carlos lentamente acompañó su movimiento sin dejar de sujetar su espalda con una mano y acariciando su pelo con la otra. Ella permanecía abrazado a él abandonada a su eterno beso. Cuando ella posó su cuerpo en el suelo el se apartó un poco dejando sus labios huérfanos. A cambio acariciaba su mejilla y su pelo mientras permanecía tumbado de costado dirigiendo a Zoe una profunda mirada. 172 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

Carlos bajó la mano y destapó uno de los pechos de Zoe. Él lo acarició con dulzura. Ella sonrió y cerró los ojos para sentir con más intensidad las calientes y fuertes manos de Carlos sobre su cuerpo desnudo. El sintió como su pezón arañaba la palma de su mano y bajó su boca para unirse de nuevo con un beso a Zoe. Pero esta vez la pasión era mayor. La excitación de ambos era patente y sus respiraciones acompasadas eran cada vez más fuertes. Zoe empujó a Carlos para que se pusiese encima de ella. A él le recorrió un escalofrío al notar sus pechos desnudos en contacto con su torso. Ella le pedía cada vez más mordisqueando sus labios. En un momento, sus sexos se fundieron y ella comenzó a gemir de placer. Zoe abría la boca y tensionaba el cuello a la vez que Carlos mordisqueaba su barbilla. Los rítmicos movimientos de Carlos pronto se acompasaron a la creciente excitación de ella, que abrazó los glúteos de Carlos con sus piernas al tiempo que le apretaba fuertemente contra el pecho con sus brazos. Un estremecimiento les recorrió la columna vertebral creando una explosión de placer al unísono en sus sexos en forma de un gran orgasmo. Aún jadeantes, quedaron sonrientes y abrazados mirándose a los ojos a la luz de las estrellas.

— o —

Los hombres de Aaron hicieron un alto en su búsqueda de los fugados Carlos y Zoe. Habían realizado una batida de toda la zona norte de la isla, ayudados por unos modernos dispositivos de localización, aunque hasta el momento no parecían dar resultados favorables. A lo lejos, por el valle, vieron acercarse dos jeep de Dharma a gran velocidad. Los vehículos se detuvieron cerca del lugar donde descansaban Aaron y su equipo, y de su interior se apeó un grupo de hostiles armados hasta los dientes liderados por Ji Yeon. La joven estaba visiblemente contrariada, se dirigió con paso firme hacia Aaron.

— ¿Se ha confirmado? ¿Han escapado los cinco? — preguntó Aaron, y ella asintió — ¡Joder! Le dije a Ben que no debíamos fiarnos.

— Tendríamos que haberlos matado en cuanto los capturamos — dijo Ji Yeon — No entiendo qué interés tiene Ben en ellos. ¿Cómo es posible que les sacara de las celdas? Ahora son un peligro serio.

— No llegarán muy lejos — apuntó Aaron seguro de sí — Es cuestión de tiempo que los encontremos. No son una amenaza.

— Se han llevado armas. . . — añadió Ji Yeon 173

— ¡Qué dices! — se revolvió Aaron — ¡Cómo lo han hecho! — la joven le lanzó una mirada cómplice que le hizo comprender y aventurar — ¿Tampoco está Ana Belén? — Ji Yeon negó con la cabeza — ¡Qué coño ha hecho Sam!

— Hay algo más. . . — la joven coreana no sabía cómo decírselo. Sentía gran temor — No encontramos a Emily. Nadie la ha visto desde esta mañana. No ha llegado a la Flecha.

El rostro de Aaron se desencajó

— ¿Cómo? ¿Por qué nadie me ha informado? — el joven líder estaba realmente furioso- ¡Ji Yeon! ¿Por qué no me lo has contado antes?

— Hay prioridades, ya lo sabes — ella se excusaba

Aaron acercó su rostro al de ella, intimidante, los ojos encendidos

— Ve ahora mismo a la Flecha, activa el protocolo, ¡y encuéntrala ya!

— La antena está rota ¿recuerdas? — Ji Yeon siguió excusándose — Es Emily quien debía arreglarla.

— ¡Escúchame bien! — Aaron se mostraba muy decepcionado y amenazante— ¡Vas a rastrear cada palmo de terreno hasta que des con ella! Coge a tus hombres y marchad a la Flecha. ¡¡Arreglad esa puta antena y encontradla!!

La hermosa joven guardó silencio durante un momento. Se sentía humil- lada y despreciada. El orgullo afloró en ella

— No voy a alterar mi ruta —respondió altiva— Mi misión es dar caza a los fugados. Y eso haré. Es lo más importante ahora. Además, es muy probable que ellos se hayan llevado a tu querida novia. Es momento de pensar fríamente y tomar decisiones responsables.

— Estás bajo mi mando, y harás lo que yo te ordene —Aaron respondió al desafío

— Hubo un tiempo en que creía que tú y yo éramos uno — Ji Yeon estaba muy dolida — Por entonces no podía imaginar que un día llegarías a tratarme con tanto desprecio. 174 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

— No te desprecio. . . Hace años éramos amigos. Ahora sólo somos com- pañeros. Y además soy tu superior —las palabras de él estaban car- gadas de rencor

Una voz a través del transmisor les interrumpió

— ¡Atención base! — avisó alguien del otro lado del transmisor— Hemos neutralizado un objetivo.

— Te escucho Ritter —contestó Aaron acercando el aparato a su boca— ¿De quién se trata? ¿Son Carlos y Zoe?

— No. . .

En otra zona de la isla, cuatro hostiles acorralaban con sus armas a David, Jose Francisco, Ana Navarro y Abel.

— Estas presas son nuevas — habló un hostil al transmisor — Tres hombres y una mujer; estaban cerca de las cuevas.

— Ya sabéis lo que tenéis que hacer —ordenó Aaron— Nosotros nos ponemos en marcha.

— Entendido jefe — respondió el hostil cortando la comunicación

— o —

Los cuatro hostiles mantenían arrodillados y con las manos en la nuca a Abel, Jose Francisco, Ana N. y David, encañonándoles con sus armas.

— ¿Pero qué coño pasa? — exclamó David — ¿Quiénes sois?

— Las preguntas las hacemos nosotros — contestó uno de los hombres

— Nuestro barco naufragó y llegamos a la playa —Ana N. trataba de poner cordura— ¿Qué está pasan. . . ?

El hostil golpeó violentamente en la cara a Ana haciéndola caer

— ¡He dicho que os calléis! ¡A partir de ahora sólo habláis cuando nosotros os lo digamos! 175

— ¿Estáis solos? —preguntó otro de los hostiles, dirigiéndose a Abel— ¡Tú, responde!

— Sí — dijo tímidamente Abel

— ¿Dónde está el resto de los náufragos? — el hombre apuntaba con su rifle mientras interrogaba

— No lo sabemos — respondió Abel

Entonces el tercer hombre asestó un duro golpe al joven en la cabeza ayudándose de la culata del rifle

— ¡Hijos de puta! —gritó David furioso al ver cómo su amigo era golpeado— ¿Qué queréis?

El hostil dirigió la mirilla de su rifle hacia la sien de David.

— ¿Cuántos llegasteis a la playa? — preguntó a David, que no quiso contestar. El cuarto compañero agarró entonces del pelo a Ana N. y apuntó a su cabeza con la pistola— ¿Cuántos?

— ¡No le hagas daño por favor! — suplicó David — Éramos más de quince, algunos han muerto, y del resto no sabemos nada. Marcharon hace unos días a la selva, no sabemos dónde están.

— ¿Por qué nos hacéis esto? — Abel se atrevió a preguntar, y recibió una dura patada en la espalda

— ¡Si vais a matarnos hacedlo de una vez hijos de puta! — se encaró Ana N. desde el suelo, harta de aquella situación — ¡Tuvimos un accidente y acabamos en esta maldita isla! ¡No sabemos quiénes sois, no sabemos dónde están nuestros amigos! ¡No sabemos de dónde habéis salido vosotros, putos chiflados, ni qué queréis de nosotros! ¡Así que acabad con esto ya!

— De acuerdo — dijo uno de los hostiles sonriendo — Voy a complacerte preciosa. . .

A su señal el resto de hostiles se apartaron para colocarse juntos, en línea, dispuestos para un fusilamiento. Jose Francisco, David, Abel y Ana les miraron aterrados, temiendo lo que estaba a punto de pasar. Se miraron después entre ellos, muertos de miedo, sin comprender qué mal habían hecho para acabar así. Los hostiles se dispusieron a apretar los gatillos y abrir fuego. Sus armas apuntaban a la cabeza de los cuatro jóvenes que cerraron los ojos 176 CAPÍTULO 7. EL SECRETO para recibir a la muerte. Un disparo certero hizo desplomarse a uno de ellos, cayendo fulminado al instante. Ana N. ahogó un grito de terror y entreabrió los ojos para ver cuál de sus amigos había sido asesinado. Para su sorpresa, el abatido fue uno de los hostiles. Una lluvia de disparos lejanos irrumpieron atacando a los hostiles, que se defendieron abriendo fuego. A la carrera llegaban Claudio, Guillermo, Jesús y José Enrique disparando a discreción para defender a sus amigos. Jose Francisco, David, Ana y Abel corrieron a esconderse tras los árboles. Comenzó un , una lucha en la que destacaba la pericia de los hostiles sobre el resto. Su manejo de las armas era infinitamente mejor, y pronto los cuatro jóvenes se encontraron acorralados y sin munición.

— Jajajaja — rió divertido uno de los hostiles — ¡Pobres desgraciados! Ahora sí que estáis perdidos. Salid ahora y seremos clementes.

Un hostil atrapó a David, escudado tras un árbol, obligándole a salir a punta de pistola. Le colocó delante suyo como escudo. Los otros hostiles también se dejaron ver, apuntando con sus armas al frente.

— ¡Todos fuera! ¡Dejaros ver! — gritó un hostil

Los chicos, temiendo por la vida de David convertido en escudo humano, salieron de su escondite.

— ¡Tirad las armas!

Los chicos obedecieron, excepto Guillermo, que llevaba la pistola Deagle, y accionó sin querer una pestaña que abrió una minúscula pantalla digital táctil, que contenía diferentes comandos. Mientras, a varios metros de su posición, uno de los hombres agarró a Ana N. arrastrándola por el suelo hasta donde se encontraban sus compañeros.

— ¡Tú, el del fondo! ¡Tira el arma! — ordenó el hostil a Guillermo

Guillermo se agachó despacio haciendo ademán de soltarla mientras manipulaba con rapidez la pantalla, abriendo diferentes opciones.

— Atención base — un hostil envió un mensaje a través de su transmisor — Hemos encontrado a cuatro más aquí. Nos han atacado pero ya tenemos todo controlado. Os mandamos la posición. 177

Guillermo no tardó en encontrar en la pantalla una opción que tensó su rostro.

— ¡Eh! — gritó el hostil a Guillermo — ¡He dicho que tires la puta pist. . . ! — el hombre se quedó blanco al fijarse bien en el arma, y susurró — Es una Deagle. . .

Sin tiempo para reaccionar, Guillermo activó el comando incorporándose rápidamente y apretando el gatillo una sola vez sin apuntar siquiera a sus atacantes. De repente, de la boquilla del arma surgió una pequeña onda electromagnética que tomó cuerpo en menos de un segundo abriendo un enorme campo alrededor del grupo de hostiles, de Ana y David. La violenta onda expansiva alcanzó de lleno al grupo, esquivando a David y Ana y haciendo volar por los aires a los hostiles. Todos quedaron de piedra al ver cómo los hombres estallaron literalmente. Habían volatilizado. Guillermo quedó boquiabierto contemplando su pequeña pero mortífera arma.

— ¿Qué coño ha sido eso? —se preguntó Ana N. aturdida

— No lo sé — le respondió Abel — pero tienes trozos de ellos por todas partes

Ana y David se miraron y vieron cómo estaban impregnados de carne, vísceras y sangre.

— ¡¡Dios!! — exclamaron a la vez mientras se limpiaban con las manos, asqueados y aterrados.

— ¿Dónde habéis estado? — David preguntaba a sus amigos mientras notaba cómo se le revolvía el cuerpo — ¿Quiénes eran esos tíos? ¿Por qué vais todos armados? ¿¿Y qué cojones has disparado Guillermo??

— Hay muchas cosas por explicar. . . — Guillermo estaba tan aturdido como el resto. Claudio y Jesús se acercaron a recoger las armas de los hostiles, que permanecían intactas al igual que sus amigos— Tened calma porque. . . no vais a creerlo.

Fue entonces cuando hizo aparición Emily, escondida junto a María M. tras unos arbustos a una distancia considerable para evitar el peligro del tiroteo.

— ¡Máriam! — exclamó Abel sorprendido y contento al verla

— Chicos. . . — adelantó María — Os presento a Emily. 178 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

— o —

Mientras tanto en la playa, Mariam y Rubén seguían hablando en las tumbas. Máriam estaba anonadada, Rubén permanecía de pie ante ella con gesto duro.

— Como que estoy muerta — Máriam no entendía qué era lo que estaba diciendo Rubén

— Estás muerta. Lo sé, él me lo enseñó. Ahora sé cómo verlo. Y lo veo.

— Pero qué estás diciendo Rubén, yo no estoy muerta — Dijo Máriam — ¿No me ves?, tócame.

— No, nada de eso, tú no eres Máriam — Rubén seguía en sus trece. De repente, Rubén pareció sorprenderse, abrió mucho los ojos y señaló por detrás de Máriam — Él me lo dijo.

Máriam se giró y se quedó de piedra, Juan estaba tras ella. Vestía un pantalón y camisa de lino negra impoluto con unas sandalias de color marrón a juego con el cinturón.

— ¡Juan! — Máriam se quedó anonadada — ¿Qué estas haciendo aquí? Creíamos que estabas muerto.

Juan, ignorando completamente las palabras de Máriam se dirigió direc- tamente a Rubén.

— Yo no te dije que ella había muerto — Reprendió Juan a Rubén mientras señalaba a Máriam — Te dije que ella, simplemente, no existía

— ¿Y qué diferencia hay? En este caso es lo mismo — Dijo Rubén desorientado

— Me gusta esa respuesta — Dijo Juan sonriente — Rubén, ha llegado el momento de desvelar nuestro pequeño secreto, ¿No te parece?

— No sabes cuánto me alegro, ya estaba deseando contarlo, no aguantaba ni un minuto maás. . . — suspiró Rubén

— Te agradezco que así lo hayas hecho. — Dijo Juan — Si tú me ayudas todos se salvarán.

— Espero que no me falles, Juan — Dijo Rubén — Sabes que, a pesar de todo, confío ciegamente en ti. 179

— Lo que vamos a hacer es lo que hay que hacer, no hay otro modo, no hay otro camino.

Máriam miraba anonadada a ambos, parecían ignorarla.

— ¿Por qué me ignoráis? — Dijo Máriam — De que estáis hablando

Rubén la miró a los ojos, Juan continuó sonriendo e ignorándola mirando directamente a Rubén

— No es tan fácil creer que no es ella — Dijo Rubén mirando a Máriam de arriba abajo— Me da lástima — No te preocupes, ella no es la que está sufriendo — Dijo Juan sin variar su mirada — Ven, vayamos con los demás

Juan levantó su único brazo invitando a Rubén. Éste obedeció y se acercó. Juan le cogió del hombro y fueron juntos hacia la playa. Máriam les siguió insegura de si misma

— o —

Una vez habían llegado a la costa, el grupo al completo pudo descansar en una pequeña cala cercana a su playa de origen y compartir vivencias. Hacía un rato que se habían puesto al día, contándose lo vivido hasta el momento. Habían podido bañarse en el mar y limpiarse, sobre todo Ana y David, impregnados de trocitos de hostiles. Sentados en círculo, digerían lo que les había ocurrido aquellos días Jesús, Ana N., Claudio, Abel, David, Jose Francisco, José Enrique, Guillermo, María M., y Emily, que observaba al grupo con interés e intriga. Guillermo mostraba a Claudio y José E. las funciones de la Deagle

— ¿Lo veis? Aquí se activa el comando discriminar objetivos — explicaba Guillermo maravillado con la pistola — El sistema debe escanear el escenario, localiza los posibles objetivos, y luego tú los seleccionas. — Es increíble — José E. alucinaba — es que David estaba pegado a ese tío, que se ha desintegrado, y él no tiene ni un rasguño. ¿Cómo es posible? — Es la segunda arma más poderosa que tienen aquí. Es un cañón de fotones altamente energéticos, pero funciona como un misil inteligente. Es decir los fotones viajan en torno a un núcleo de inteligencia artificial capaz de seleccionar y discriminar objetivos. — contestó Emily 180 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

— Y. . . ¿Por que explotaron? — Preguntó Jose Enrique.

— Cuando los fotones altamente energéticos chocan con el cuerpo del enemigo. . . simplemente lo hacen explotar.

— ¡Joder! y si esta es la segunda ¿Como es su arma más poderosa? — Preguntó Guillermo

— Es lo que conocéis por Humo Negro

— ¿Esa cosa está con ellos? — exclamó Claudio con la boca abierta — Ahora si que estamos jodidos. . .

Ana N. quedó observando a Emily durante unos segundos

— Yo no puedo creerme lo tuyo — le dijo Ana — Me lo habéis contado veinte veces y sigo sin dar crédito. Es imposible que seas otra persona. Eres idéntica a ella.

— Empiezo a asustarme de veras — respondió Emily — Estáis tan seguros de lo que decís. . . No es posible que todos hayáis perdido la cabeza. Confío en que Hugo pueda aclararlo todo.

— Hemos venido hasta aquí siguiendo sus indicaciones —dijo Claudio— Esta mañana desaparece junto a su ayudante, el tal Sam, y nos dice que le esperemos en la playa, que regresará a por nosotros cuando hayan resuelto otro asunto — Claudio estaba desconfiado — Espero que nos aclare muchas cosas.

— Yo estoy alucinando con la historia que contáis — tampoco Abel podía creer lo narrado por sus amigos — Sobre todo con el hecho de que hayamos viajado al futuro. Esto es una locura, no entiendo nada. . .

— Puede que este sea un buen momento para que nos cuentes acerca de la isla y de la gente que vivís aquí — Claudio insistió a Emily — Empezando claro está por el inmortal Hugo.

— ¿Y por qué tu gente quiere hacernos daño? — añadió David

— Sois extraños en esta tierra — contestó Emily cada vez más cómoda entre ellos — Sospechamos que habéis traído una gran amenaza con vosotros. Aún no sabemos qué o quién es. . . pero hemos de protegernos, y proteger la isla. Varias personas han muerto de manera innecesaria, por nuestro lado y por el vuestro. Nada de esto habría ocurrido si desde el principio no hubieseis puesto resistencia. 181

— Lo único que hacemos es defendernos — Guillermo replicó en de- sacuerdo — No me siento especialmente bien después de haber quitado la vida a tres personas. Pero los que para ti son tu gente intentan matarnos. ¿Qué esperas que hagamos?

Emily miró a Guillermo en silencio. El joven se veía atormentado por tener frente a sí a una mujer que en todo se parecía a su novia pero que, incomprensiblemente, era otra. Deseaba con todas sus fuerzas acercarse hasta ella, tomarla en sus brazos y besarla. Rezaba por que Emily tomara conciencia en algún momento y recordara que en realidad era Máriam. Rezaba para que recuperase todos sus recuerdos. Sin embargo, aquella joven le miraba con ojos distantes, incómoda por la forma en que él la observaba, sabedora de que la tal Máriam era su pareja. Emily sentía lástima por Guillermo, pero no podía ayudarle. Un extraño ruido proveniente del interior de la selva perturbó al grupo.

— ¿Qué ha sido eso? — preguntó Jesús levantando la vista

— La isla. . . — sentenció Emily — La isla responde a vuestros ataques.

El ruido se escuchó más cercano y Ana N., David y Abel cayeron en la cuenta levantándose como un resorte. Era un sonido muy familiar.

— ¡Otra vez no! — gritó Ana N. muerta de miedo — ¡Nos han encontrado! ¡Corred! ¡Corred!

Una enorme cortina de humo negro irrumpió con gran violencia en la cala, levantando una polvareda de arena y persiguiendo a los chicos que iniciaron la carrera por la playa.

— ¡¿Qué coño es eso?! — gritaba María M. mientras corría junto a sus compañeros

El ensordecedor ruido metálico acompañaba los giros y latigazos del Humo, que pronto encontró a la primera víctima. Claudio y Jesús abrieron fuego dispararon sus armas en vano. El humo lanzó a Claudio por los aires haciéndole caer bruscamente a la altura de los compañeros que huían a la carrera. Después capturó a Jesús y le levantó varios metros estirando sus extremidades. El joven gaditano gritaba de dolor al ver cómo sus músculos se desgarraban y sus huesos se partían, estallando en el sentido literal. El Humo negro terminó la horrible tortura introduciéndose en el cuerpo de Jesús por la boca y despedazándole brutalmente, quedando sus miembros desperdigados por la arena. 182 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

El resto de los muchachos habían recogido del suelo a un Claudio que se retorcía de dolor por el tremendo impacto al caer desde la distancia que había sido lanzado. Todos corrieron despavoridos dirección al agua, excepto Emily y María M. que siguieron corriendo por la orilla. Una vez en el agua comenzaron a nadar a la desesperada, tratando de alejarse lo máximo posible de aquel terrible monstruo. Enseguida comprobaron que el Humo no se adentraba en el mar y dejaron de nadar, agrupándose para esperar a que el peligro desapareciera. Guillermo y Abel ayudaban a Claudio a mantenerse a flote, muy dolorido en la espalda.

— ¡Joder! ¡Joder! — chillaba David — ¿Qué ha pasado con Jesús? ¿Qué ha hecho con él?

— ¡Lo mismo que les hizo a Serdula, Nacho, Álvaro y Juan! — lloraba Ana N. con gran rabia — ¡Lo ha matado! ¡Es el mismo monstruo del que escapamos nosotros!

— ¡Mirad! — Abel reclamó atención — ¡Va a por las chicas!

Desde la distancia alcanzaron a ver cómo la cortina de Humo negro volaba a gran velocidad persiguiendo a María y Emily, que corrían con gran presteza pero insuficiente para el Humo. El grupo atendía desde el agua con angustia. En un momento las perdieron de vista, al adentrarse en una zona de rocas.

— ¡Tenemos que ayudarlas! — gritó Guillermo nadando de nuevo hacia la orilla — ¡Vamos!

Mientras tanto, Emily y María M. habían sido alcanzadas por el Humo, que las rodeó en cuestión de segundos. Las muchachas cayeron de rodillas, agotadas por la carrera, esperando con terror lo que les deparaba. No estaban preparadas para ese final, se miraron angustiadas y después hacia el Humo, que parecía estudiarlas con detenimiento, recreándose con cada movimiento alrededor de las jóvenes. Tras unos instantes pasando rápidamente junto a ellas, casi rozándolas, finalmente detuvo su ataque y cambió el rumbo dirección a la selva. Desapareció en un momento, y con él el temible ruido metálico que le acompañaba. Las chicas trataron de recobrar el aliento, y también el pulso. Sus rostros reflejaban todo el pánico, no entendían por qué aquel monstruo las dejó con vida.

— ¿Lo habías visto antes? —preguntó María M. asustada

— Sí. . . pero no tan cerca — Emily estaba igualmente aturdida 183

Las dos jóvenes se incorporaron echando un vistazo a su alrededor. Habían corrido tanto que dejaron atrás la pequeña cala y estaban más cerca de la playa donde naufragó el grupo. A pocos metros, María M. alcanzó a ver el cementerio que días antes había descubierto junto a Carlos. Se acercó hasta el lugar y Emily la siguió.

— ¿De quiénes son estas tumbas? — preguntó María con curiosidad

— Por lo que leo, son antiguos habitantes de la isla — aclaró Emily — Murieron hace años, antes de que yo naciera. Pero, desconocía que estuvieran enterrados aquí.

María se acercó a las últimas tumbas, estaba impaciente por saber.

— ¿Quién fue Jack Shepard? —María leyó el nombre tallado en la cruz de madera

— Jack era el tío de Aaron, mi prometido —apuntó Emily sin acercarse— Llegó a la isla por un accidente. . . como vosotros. Jack, la madre de Aaron, los padres de Ji Yeon y Sam, Hugo, y los que están aquí enterrados. Ellos ayudaron a mi padre — Emily relataba una historia que conocía bien — Jack murió por salvar la isla.

— ¿ Y quién está enterrado aquí, Emily? — concluyó de repente María, señalando la última tumba

Emily miró la cruz desde la distancia, con extrañeza, pues no estaba segura de quién estaba enterrado allí. Se acercó despacio, intrigada, y al llegar a la altura de María quedó paralizada cuando pudo leer el nombre tallado en la madera. Efectivamente, allí ponía Benjamin Linus. María M. observó la reacción de la joven, que no podía creer lo que estaba viendo.

— No puede ser. . . — musitó una alucinada Emily — No puede ser. . .

— o —

Chus estaba expectante esperando ver quién era la persona con la que estaba hablando Rubén. De repente, un hombre vestido con unos pantalones de Lino y una camisa negra salió de la maleza. 184 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

— Hola Chus — Saludó aquel hombre amigablemente

— ¡¿Juan?! — dijo Chus anonadada — ¿Qué haces tú aquí?

— Pronto lo sabréis — Dijo Juan con una sonrisa en la boca — Ahora, bajemos de aquí.

Rubén y Chus bajaron del árbol rápidamente y observaron expectantes la bajada de Juan que se tomó su tiempo en hacerlo. No tardaron en darse cuenta de que a Juan le faltaba un brazo.

— ¿Qué te ha pasado en el brazo? — Dijo Chus.

— Es una larga historia, todavía no conocéis todos los peligros de la isla. — Contestó Juan

— Chicos, ¿ dónde estábais? ¿el resto de la gente está bien? ¿están contigo? Creímos que os habíamos perdido — Chus se alegraba por ver de nuevo a sus compañeros

— Tranquila, todo está bien. ¿Qué tal os va por aquí? — Rubén respondió — ¿Cómo estáis vosotros?

Chus y Rubén se miraron.

— Bien. . . pero. . . ¿A qué viene esa pregunta? — Rubén estaba alerta — ¿Dónde está la urgencia? ¿Dónde están los demás?

— No os preocupéis, los demás están. . . donde tienen que estar. ¿Sabéis lo que ha pasado? — Juan parecía hacer algún tipo de test a los dos amigos

— Tuvimos un accidente en el barco — Dijo Chus insegura mientras Rubén bajaba la cabeza — ¿No?

Juan dirigió su voz hacia Rubén con una cordial sonrisa en la boca

— No te preocupes Rubén. Tú no tuviste la culpa. La bomba no explotó.

Rubén levantó la cara blanco. Chus miraba a Rubén y a Juan sin entender nada

— ¡¿Cómo cojones sabes?! — Rubén no entendía nada 185

— Te engañaron Rubén, te utilizaron para intentar impedir lo que estaba escrito — Dijo Juan — A ellos no les importaba nada el barco, ni la gente que iba dentro.

Rubén no dijo nada y se derrumbó. Chus se echó las manos a la cabeza

— Un momento . . . estás diciendo que Rubén puso una bomba en el barco — Chus tenía los ojos muy abiertos — pero. . . ¿por qué? ¿qué coño pretendías?

Rubén no respondió

— Tranquila Chus — Juan mantenía la serenidad — Lo mejor es que tengáis los nervios templados. Lo vais a necesitar

— Necesitar. . . ¿Para qué? — Preguntó Chus bastante enfadada

— Para poder digerir lo que os voy a contar ahora. — La voz de Juan se tornó sombría.

Chus y Rubén se miraron sin entender nada

— Prestad atención. Os contaré todo en este momento. — avisó Juan

Y Chus y Rubén escucharon con la boca abierta todo lo que Juan les fue narrando

— o —

Zoe y Carlos permanecieron mirándose el uno al otro durante un tiempo, hasta que Zoe al fin rompió el silencio.

— Entonces, ¿No eres humano? — Preguntó Zoe casi con miedo

Carlos hizo un silencio antes de contestar a la pregunta

— Técnicamente no. . . — contestó al fin — pero he de decirte que apenas existe diferencia entre nosotros.

— Bueno. . . espero no haberme quedado embarazada 186 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

— Si tu pregunta es si podríamos tener hijos, La respuesta es sí. Nuestro ADN es compatible. Sin embargo no es posible tener hijos en la isla.

— ¿Por qué?

— Como ya te dije. No quisimos expandirnos más. No podríamos man- tenernos.

— Pero. . . ¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede no permitir?

— El cuerpo en sí no es más que un receptáculo de la parte importante que es el alma — Dijo Carlos mientras bajaba su dedo índice hasta el pecho de Zoe — que está dentro de todos nosotros. Cuando un cuerpo deja de funcionar, el alma sale y se queda perdida hasta que encuentra otro receptor. Hasta que esto pase las almas viajan a lo que llamamos la caja. Esa caja está conectada con una especie de cuerda de partículas con cada uno de los receptores hembra del mundo. En todas partes menos en esta isla.

— ¿Y dónde está esa caja?

— En esta isla. — Dijo Carlos — Ahora mismo, la misión principal de la isla es guardar la caja.

— Hablas de la isla como si estuviera viva.

Carlos guardó un momento de silencio

— Yo no diría que está viva, pero es algo más complejo que un trozo de roca. Todo está conectado en esta isla. — Contesto Carlos a Zoe

— ¿Todo está conectado? — Preguntó ella extrañada — ¿Qué quieres decir con eso?

— Que si sabes escuchar puedes saber todo lo que pasa en ella desde cualquier parte. Existe un vinculo entre cada uno de los seres de esta isla.

— ¿Eso quiere decir que pueden encontrarnos cuando quieran? — Dijo Zoe alarmada

— Y nosotros a ellos — Carlos dibujó una malvada sonrisa en su boca. Zoe se tranquilizó.— De todas formas. . . no todos tienen la capacidad necesaria para escuchar

— Entonces. . . tú sabes dónde están los que desaparecieron en el acci- dente. . . Rubén, Héctor, Chus, Gema. . . todos. — Zoe se acercó a Carlos con los ojos muy abiertos 187

— Sí. . . , lo sé. . .

Carlos bajó la mirada que se tornó melancólica

— o —

La discusión en la playa era monumental. Los ánimos caldeados de los últimos días fueron el caldo de cultivo de aquel inevitable final. Chus estaba sentada esperando, alejada del grupo, como si aquella pelea no fuese con ella, como si se hubiese tratado de algo natural. De repente notó una mano posándose en su hombro. Se giró y vio a Juan. Chus abrió la boca sorprendida.

— ¿Es el momento? — Preguntó Chus sabiendo perfectamente la respues- ta

— En efecto, Chus

— Pues ahora es mal momento, — continuó Chus — se están peleando.

Juan levantó la mirada para observar el dantesco espectáculo. Nadie se había percatado de su llegada. Apenas pasó un minuto de tiempo cuando Juan supo que era el momento. Hizo lo que se suponía que tenía que hacer. Juan levantó su brazo hacia el cielo. De repente, su cuerpo comenzó a separarse en infinidad de motas negras que hacían un ruido metálico ensordecedor. Rubén y Chus se miraron boquiabiertos. Era imposible. Juan se había convertido en el monstruo de Humo Negro. El mismo que hace un tiempo les atacó en el bosque. El humo negro comenzó rodear a los chicos, que al verlo dejaron de pelear. Intentaron huir, pero era demasiado tarde. El Humo Negro les rodeó a todos. Rubén y Chus le siguieron, y detrás de ella Máriam les seguía de cerca. Cuando todos empezaban a temer por su vida, el Humo empezó a replegarse. El círculo se empezó a abrir justo por donde él estaba. El humo empezaba a combinarse y la forma de Juan se adivinaba poco a poco

— ¿Juan? — Gema gritó casi sin creerse lo que estaba viendo — ¿Eres tú?

Los demás no podían creer lo que veían. Todos empezaron a vislumbrar la figura de su amigo y fueron a su encuentro confusos. 188 CAPÍTULO 7. EL SECRETO

— ¿Juan? — Toni estaba anonadado al ver cómo el Humo Negro se había combinado — ¡Qué coño. . . !

— Por favor, acercaos . — Dijo Juan, intentando replegar a todos a su alrededor con el brazo que le quedaba— Pronto obtendréis respuestas

El numeroso grupo se encontró rodeando al Hombre de lino que tenía una sonrisa pintada en la cara.

— ¡Por fin consigo reclamar vuestra atención! — Dijo Juan dirigiéndose a todos

El grupo estaba demasiado sorprendido como para responder con una frase coherente. Se miraron unos a otros sin saber qué decir. Una persona se abrió paso entre ellos, acercándose a Juan despacio, sobrecogida al reencon- trarse de nuevo con él. Raquel se detuvo frente a Juan con ojos vidriosos. Realmente no podía creer que estuviese allí. Él le dedicó una sonrisa tierna y cálida. Raquel le abrazó con fuerza

— ¡Estás bien! —Raquel lloraba de emoción— Pensé que no volvería a verte. . .

— ¿Qué te ha pasado Juan? —preguntó José Luis confundido— Tu bra- zo. . . y ese humo extraño. . .

Raquel apoyó su cabeza sobre el hombro de Juan, reconfortada por tenerle de nuevo junto a ella. Toni se acercó y preguntó con miedo

— ¿Dónde están los demás? ¿Están todos bien? —la mirada de Toni dejaba entrever una preocupación particular. Juan asintió con la cabeza para tranquilidad del joven

— Tenéis que escucharle, ha venido a contaros algo importante. — Rubén comenzó a romper el hielo — Algo de este lugar. . . algo que nos contó a Chus y a mí

Juan guardó un minuto de silencio antes de hablar.

— La verdad, no sé por dónde empezar. . .

— Empieza por decirnos qué coño es ese monstruo que al parecer contro- las. — Pablo, continuaba irracionalmente irascible 189

— Estoy aquí para ayudaros. Pero, para eso tenéis que confiar en mí. — Respondió Juan — Lo que llamáis monstruo, es el centinela de la isla, su misión es protegerla de los invasores.

— Pues no parecía tan amistoso el otro día cuando nos atacó — Habló Héctor pidiendo explicaciones a Juan.

— Yo soy ahora el conductor, pero no os ataqué aquel día. Fue el anterior conductor, aquel que se llevó a Máriam.

Los chicos se miraron entre sí y miraban a Máriam angustiada al fondo. No entendían las palabras de Juan.

— ¿Máriam. . . ? Máriam está allí — Dijo Pili señalando su figura

— ¡Esa no es Máriam! y vosotros lo sabéis — Repitió duro Juan — Es la ilusión que todos os habéis creado porque no podéis concebir que ella se haya ido. ¡Os estáis auto engañando! — Juan bajó la mirada — ¡Todo es culpa de este maldito lugar! Tenéis que luchar por ver la verdad o nunca podréis salir de aquí

— ¡Hablas de la isla como si estuviera viva! — Dijo Chema — Juan, creo que se te está yendo la pinza

— ¿De verdad no notáis nada extraño en este lugar? — Juan levantó su mano — ¿ no veis acaso que no tenéis ni un rasguño tras la pelea? Recordáis el día en que llegásteis aquí, nadie sufrió ninguna herida . Estáis perfectamente ¿No os parece extraño después del accidente? Todos vosotros perdisteis el conocimiento en el momento del accidente, nadie recuerda fielmente lo que pasó hasta llegar aquí ¿No os parece raro, cuanto menos?. . .

El grupo se encontraba confuso, se identificaban con las palabras de Juan, pero no entendían por qué.

— Estáis aquí por una coincidencia del destino. — Juan continuó hablando — Es difícil llegar. Y hay muy poca gente que lo haya conseguido del modo en que vosotros lo habéis hecho.

— ¿Te refieres a un accidente de barco? — Toni intentaba entender qué estaba pasando

— Sí, pero no me refiero exactamente a eso

— ¿A qué entonces? — Pancho empezaba a Impacientarse— Queremos saber qué demonios está ocurriendo y dónde están los demás Juan mantuvo un momento de silencio.

— Chicos. . . Todo este tiempo. . . hemos estado junto a vosotros, aquí mismo— Juan trataba de explicarse— El resto de compañeros y yo hemos estado aquí. . . en la misma playa desde el momento del naufragio. Todos juntos en el mismo lugar. Pero no podíamos vernos. . .

— ¿Cómo? —preguntó Mari Carmen desconcertada— Juan,¿Qué estás diciendo?

— Hay una condición indispensables para poder entrar en este sitio. . . , y es. . . haber muerto.

— Pero. . . entonces qué coño hacemos nosotros aquí — exclamó Chema sin pensar

Juan no respondió. Tan sólo quedó observándoles, con gesto templado y mirada limpia. Chus y Rubén se miraron serios, ella entornó los ojos, él agachó la cabeza. Los demás sintieron las palabras de Juan como una losa: algunos no acababan de comprender, otros empezaban a tomar conciencia. En un momento, la confusión en sus rostros se tornó en angustia y profunda desesperación. CAPÍTULO 8 Bono Morti

Zoe se mantenía expectante ante las palabras de Carlos. Él le había dicho que conocía el paradero de los amigos con los que habían perdido el contacto el día del accidente. Carlos permaneció un momento en silencio y Zoe interpretó su gesto como una mala señal.

— Entonces. . . están muertos. . . — Zoe temió lo peor

Carlos inspiró y clavó sus ojos en ella.

— La muerte no existe, Zoe — Dijo Carlos. Zoe quedó boquiabierta — . . . Sé que tenía que hacerlo, pero no puedo dejar de pensar que todo es por mi culpa. . . Mis cálculos fueron demasiado precisos

— ¿Como que demasiado precisos? — Zoe no entendía lo ocurrido

— ¿Te acuerdas del papel que estaba mirando en el barco? ¿Aquellas extrañas ecuaciones de las que discutí con Alejandro?

— Sí, me acuerdo.

— Esta isla tiene un sistema de protección muy complejo. Se mueve en el tiempo y el espacio. Y no se puede saber dónde y cuándo aparecerá. . . con los conocimientos que ahora tenéis

— Me estás tomando el pelo, ¿Esta isla se mueve en el tiempo? — Zoe estaba boquiabierta

— Sí, de hecho calculo que ahora estamos unos 30 años en el futuro desde que dejamos tierra.

191 192 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

Zoe se quedó muda unos segundos,

— No puedo creer lo que me estás contando. Sin embargo la isla no esta del todo segura las formulas de las que hablabas, las habían descubierto científicos humanos, ¿No? — expuso Zoe

— Sí, pero se aplica sobre la idea errónea que Heisenberg y sus amigos, Borg y Born postularon en una conferencia en Como en 1927. Lo que se llamó la interpretación de Copenhagen. Ellos dijeron que no se puede conocer simultáneamente con absoluta precisión la posición y el momento de una partícula. Pero que ellos no lo puedan hacer no implica que no se pueda. . . De hecho, desoyeron a otros científicos como Einstein o al propio Schrödinger. . .

— Me temo que me estoy perdiendo

— El caso, es que ellos dicen que es imposible conocer el presente en un momento determinado. Y, se puede. Como prueba llegamos a contactar con la Isla en el momento determinado y en el sitio preciso, lo que provocó el accidente — Carlos bajó la cabeza

— Con eso me estás diciendo que puedes predecir el futuro. — Dijo Zoe algo turbada

— Si tengo toda la información, Sí — Contestó rotundo Carlos — Existe una constante de seis dimensiones, formada por los números 4 8 15 16 23 42, que define exactamente las respuestas del universo. Esta constante es, con la tecnología actual, aproximada con lo que vosotros llamáis probabilidad. Es decir, si se tiene la información, con la probabilidad sabremos el grado de certeza con lo que algo se producirá. Con la constante Hexadimensional, sabremos exactamente lo que pasará.

— Entonces puedes decirme cuándo abandonaremos la isla.

— No es tan sencillo. No tengo toda la información. No tengo todas las variables que afectan a eso. De hecho, si lo supiera, las variables cambiarían, porque somos parte del sistema.

— Al menos, ¿Podremos sacar a nuestros amigos de donde se encuentran?

— Es complicado. Ellos están en un infierno al que sólo se puede ac- ceder si el cuerpo se separa del alma, en el momento en que la isla aparece. . . Ahora ellos están aferrados a sus recuerdos y si no son capaces de separarse de ellos. . . quedarán desterrados así para siempre.

— ¿Y no podemos ayudarles? — Dijo Zoe 193

— Yo no puedo pasar al otro lado. — Contestó Carlos — Sólo el conductor puede. . . porque no tiene un cuerpo. Pero después de nuestro último encuentro no creo que quiera ayudarnos. . .

— Tiene que haber una manera — Casi rogaba Zoe — Tienes que hacer algo.

— Cuando llegue el momento, los salvaré a todos. Lo prometo — Dijo Carlos sonriendo — Lo haré por ti. Hasta entonces, debo terminar lo que he empezado

— ¿ Y qué es lo que has venido a hacer aquí? — preguntó Zoe — Porque creo que estarás por algo más que turismo de la infancia — bromeó Zoe

— En efecto — Confirmó Carlos — Estoy aquí para devolver al mundo al estado del que nunca debió salir. Estoy aquí para volver a controlar la caja

— ¿Controlar la caja? — Zoe preguntó esperando que Carlos diera una explicación más exhaustiva — ¿Quieres decir lo que guarda las almas de la gente?

— Así es. Después de las grandes guerras, cuando vivíamos en la isla, controlábamos y calculábamos cuáles eran los mejores cuerpos para cada una de las almas de la caja. De este modo, podíamos intervenir sobre el destino de la gente y sobre sus capacidades, para que su evolución fuese lo mejor posible, intentando limitar al máximo los errores que nosotros ya cometimos.

— ¿Y por qué dejásteis de hacerlo?

— No fue algo calculado. En aquellos días, hubo una especie de motín, en el que algunos se rebelaron contra la idea del control de la caja. Algunos pensaban que no éramos dignos para controlar a los humanos, y debíamos dejarles a su libre albedrío. Yo era científico militar y, junto con mis hombres, logré sofocar la primera revuelta. Pero tiempo después los rebeldes tomaron la isla aprovechando que yo estaba fuera . Eso pasó hace ya más de dos mil años. . . cómo pasa el tiempo

— Te conservas bastante bien. . . para ser tan viejo — bromeó Zoe. — ¿Y qué tienes pensado hacer ahora?.

— Ahora. . . deberíamos descansar, y mañana ir a reunirnos con los demás que quedan vivos. Los ánimos se están caldeando entre nuestros ene- migos, y debemos ayudarles. Han pasado demasiadas cosas ya— Dijo Carlos mientras se levantaba — No sé de qué pueden ser capaces. . .

— ¿Les ha pasado algo malo a los demás? — Dijo Zoe alarmada 194 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

— Digamos que tú no eres la única a la que ha atacado el conductor.

— ¡Cuéntame qué ha pasado!

— Te pondré al día dentro. Necesitamos descansar.

Zoe aceptó y ambos pasaron dentro. Antes de dormir, Carlos le contó de viva voz todo lo que había ocurrido aquellos días tal y como lo había captado a través de la propia isla.

— o —

En el poblado Dharma, Aaron permanecía en el puesto de mando intentando coordinar la búsqueda de los fugados y de su amada. Los nervios comenzaban a aflorar en su piel y un casi perpetuo hormigueo le provocaba unas desagradables nauseas. De repente, mientras comenzaba la rutinaria ronda por radio, un extraño ruido le sorprendió desde fuera. El mecánico y repetitivo ruido le puso en alerta y, cogiendo su arma, se dirigió a la puerta como una exhalación. Al abrirla, una nube de humo negro fue todo lo que vio. El humo negro entró rápidamente en la casa y Aaron lo miró boquiabierto. Pronto el humo se combinó formando el cuerpo de Ben

— ¿Estás loco Ben? — Dijo Aaron visiblemente enfadado — Podría haberte visto alguien.

— Aaron, ese sería el menor de nuestros problemas. — Ben estaba nervioso

— ¿Dónde te habías metido? Llevamos horas buscándote.

— Tenía que comprobar una cosa. — Ben leía a gran velocidad los informes que Aaron tenía sobre la mesa — ¿Cuál es la situación por aquí?

— Seguimos buscando a Los fugados, que ahora no son sólo Carlos y Zoe. Todos han escapado. Incluida Ana Belén y. . . Emily ha desaparecido— Aaron bajó la cabeza con miedo a la respuesta de Ben

— Lo sé. Emily está con ellos — Dijo Ben sin levantar la vista

— ¿Está con ellos? — Aaron estaba entre esperanzado y preocupado — ¿Se encuentra bien?

— Está perfectamente. Ellos no le harán daño. 195

— ¿Sabes dónde están?

— Sí. En la playa

— ¿Y por qué siguen con vida? ¿Por qué no les has matado a todos y la has traído de vuelta ? — Preguntó extrañado Aaron

— Si algún día Emily descubriese quién soy, no me gustaría que pensase en mí como en una orgía de destrucción — Dijo Ben clavando la mirada a Aaron — Además, ahora mismo está más segura con ellos que conmigo.

— ¿Qué tonterías dices? — Aaron no comprendía las palabras de Ben — ¿Qué es lo que ha pasado?

— ¿Dónde están nuestros hombres? — Preguntó Ben desoyendo las pal- abras de Aaron.

— Están buscando a todos los fugados — Informó Aaron — Ritter y sus hombres han capturado a un grupo de ellos. Tienen que estar a punto de llegar. . .

— Ritter y sus hombres están muertos, Aaron — Ben dijo con gesto extremadamente serio

Aaron quedó boquiabierto y sin palabras. Al final, un hilo de voz salió de su boca

— ¿Cómo?

— Parece que nuestros amigos han aprendido a utilizar la Deagle — Ben no cambió su gesto

— ¡No puede ser! — Aaron no podía entenderlo — ¡Eso es completamente imposible!

— No tenemos nada que hacer — Ben se sentó derrotado — Dile a todos los hombres que vuelvan

— ¡No podemos hacer eso! ¡Tenemos más y mejores Deagles! ¡Te tenemos a ti! — Aaron estaba confuso, jamás había visto a Ben así.

— ¡No es la Deagle lo que me preocupa, Aaron! — Dijo Ben con la mirada perdida—- No somos rivales para ellos

— ¿De qué estás hablando? — Aaron torció el gesto — No se qué es lo que pasa pero, si tu no sabes cómo hacerlo, seguro que Hugo lo puede solucionar. 196 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

— Hugo no puede hacer nada Aaron — Ben se llevó la mano a la frente — Hugo ni siquiera aprobaría lo que voy a hacer.

— ¿Qué es lo que pasa Ben? — Dijo Aaron visiblemente turbado — ¿Qué es lo que vas a hacer?

Ben se levantó de la silla y se dirigió a Aaron, posó una mano sobre su hombro con gesto paternal.

— Voy a hacer lo que hay que hacer — La seguridad había vuelto a los ojos de Ben

Sin mediar palabra, Ben se dirigió a un cuarto que utilizaba como despacho. Aaron le siguió. Ben palpó por la pared hasta que dio con un resorte. Al abrirlo, una falsa pared se deslizó dejando a la vista un antiguo pasadizo cuyas paredes de roca vestían extraños grabados. Ben continuó por el pasadizo con gesto seguro. Aaron le siguió intrigado. Al final del pasadizo, un extraña semiesfera de cristal integrada en la roca presidía la pared central . Ben se detuvo ante ella un momento, pensando en lo siguiente que iba a hacer. Lentamente Ben alzó su mano y la puso sobre el artefacto de cristal. La propia semiesfera respondió iluminándose vivamente. Ben apartó la mano y quedó observando la brillante luz dorada durante unos segundos.

— Jamás hubiese pensado que tendría que recurrir a esto. — dijo un críptico Ben

— ¿Qué es eso?—Dijo Aaron — ¿Qué es lo que has hecho?

— Lo que había que hacer, Aaron — fue diciendo Ben mientras abandon- aba el pasadizo despacio — digamos que. . . he pedido refuerzos.

— o —

La luz del día entraba tímidamente por los pasillos del templo. Carlos despertó relajado al lado de Zoe que aún dormía. Después de besar su frente, él se levantó y comenzó a vestirse. Aquel día sería muy largo. Tendría que reunirse con los demás y dar algunas explicaciones para conseguir salvarles de la ira de Ben, y ayudarles a salir de aquella isla. Además, tendría que volver a buscar la caja. No sería fácil de encontrar. Acceder a ella sin ser el elegido requería ser capaz de predecir sus movimientos en la isla. La tendría 197 que encontrar tal y como encontró la isla. Pero esta vez se encontraba en casa, y los movimientos de ésta le eran más que familiares. El día que Ben atacó a Zoe, Carlos estaba muy cerca de la caja. De hecho, el ataque de Ben seguramente estuvo motivado por los precisos movimientos de la pareja. Sin embargo, Carlos estaba tranquilo. No consideró aquello más que un contratiempo sin importancia. Pronto volvería a controlar la caja, y con ella, el devenir de los acontecimientos del mundo. Cuando Zoe empezó a despertarse Carlos la esperaba con el desayuno en el borde de la cama.

— ¡Buenos dias! — Carlos saludó con una cálida sonrisa en los labios

Zoe se incorporó aún somnolienta y sonrió mientras entornaba sus ojos para protegerlos de la luz. Carlos se acercó y le dio un tierno beso en los labios. Ella se dio cuenta enseguida del desayuno. No se trataba de un desayuno espectacular pero era lo suficientemente bueno como para ser un lujo en aquella isla. Apenas unos pocos trozos de fruta recién cogida. Leche, probablemente a base de leche condensada o en polvo. Agua caliente y bolsitas con hierbas. Todo presidido por unas bonitas y coloridas flores que lucían en un estrecho jarrón en el centro de una bandeja de metal.

— ¿De dónde has sacado esto? — dijo Zoe extrañada

— Mejor no preguntes porque a lo mejor no te lo comes — Contestó Carlos con media sonrisa

— Tampoco me preocupa, si me pasa algo con meterme en la bañera esa. . . se soluciona todo, ¡Ja ja ja!

Carlos sonrió y comenzó a probar el desayuno.

— Hoy será un día largo, así que es preciso comer bien. — Informó Carlos — andaremos durante un buen rato.

Zoe asintió y su rictus se tornó serio, como si quisiera sacar un tema comprometido. Al final, habló.

— ¿Tuviste a alguien cuando vivías en la isla?

La cara de Carlos se tornó seria. Se tomó su tiempo para terminar el bocado y al final contestó 198 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

— Bueno, si te refieres a algo como el concepto de esposa que se tiene hoy en día, te respondería que sí. Vivíamos en pareja en una estructura que se conocía como la estatua. Se llamaba Heket, bueno, ahora su nombre no es ese. . . porque. . . he de decirte que, si no estoy equivocado, la conoces.

— ¿¡Que la conozco?! — Zoe frunció el ceño extrañada. Carlos sonrió melancólico

— Su alma ahora ocupa un cuerpo de alguien que conoces.— dijo serio — Para mí ha sido una sorpresa. Tanto como ahora lo es para ti.

— ¿Y quién es? — Dijo impaciente Zoe

— Ana Belén

— o —

Heket se encontraba trabajando en la playa presidida por una desco- munal estatua que estaba construyendo. La efigie estaba prácticamente terminada. Heket mantenía en sus manos los planos. Quería asegurarse que cada pequeño detalle descrito en el plano tenía su correspondencia en la realidad. La arquitecta estaba tan absorta que no advirtió la llegada del coronel Jnum.

— ¡Buenos dias, señora! — Saludó cortés el coronel Jnum

Heket se sobresaltó ligeramente, pero la tranquilidad llegó a su alma cuando reconoció a Jnum.

— ¡Buenos días, caballero! — correspondió Heket con una amplia sonrisa en su rostro. — Me ha asustado, coronel

— No fue mi intención. ¿Será tan amable de disculparme?

— No se preocupe, no ha sido nada — Respondió Heket

Tras la pequeña conversación ambos quedaron mirando en silencio la estatua de casi 80 metros de alto. 199

— Estará usted orgullosa — Jnum rompió el silencio — ha hecho un trabajo magnífico.

— Estoy más que eso, estoy emocionada y con ganas entrar a vivir en mi nueva casa — respondió Heket

— Le entiendo — dijo Jnum — Pero no le parece demasiado ostentosa para tratarse de una simple vivienda

— Sabe tan bien como yo que no es una simple casa. Para mí ha sido un honor construir este símbolo. Es importante que los humanos entiendan este suelo como algo sagrado para ellos.

— Ya sabe cuáles son mis convicciones. Considero la estatua tan bonita como innecesaria. Ningún humano la contemplará jamás. Y cuando estén preparados para verla. . . ésta ya no tendrá sentido.

— Menos mal que no todos son de su misma opinión. La espiritualidad de los humanos es algo hermoso que conviene cultivar si queremos que no cometan nuestros mismos errores. — dijo Heket sin perder la sonrisa

— Invitar a los humanos a esta isla es un error.

— Eso no ha sido decidido aún. Cuando lo sea, tanto esta estatua como las demás construcciones de la isla serán la base necesaria para el aprendizaje.

— Sigo pensando que es un grave error. — Jnum no creía en la corriente religiosa como método de aprendizaje. Él abogaba por una solución basada en el control.

— Extraña manera de pensar para aquel que inventó los sentimientos en los humanos. — Heket amplió aun más su sonrisa

Jnum quedó en silencio por un momento

— Gracias por el halago, pero sobrevaloráis su importancia— Dijo Jnum algo pensativo — No creo que sean capaces de evitar el egoísmo innato del hombre.

— Eso ya se verá — Dijo Heket — consigan o no consigan su objetivo, no deja de ser una idea maravillosa.

— Lo mismo digo de su estatua — Jnum correspondió el halago — Sería perfecta si no fuera por los cuatro dedos. Sigo creyendo que el diseño de cinco dedos es mejor. 200 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

— Más dedos no significa mayor funcionalidad. Acepto que su diseño sea el que se llevó a la realidad, aplicado al cuerpo de los humanos, pero permítame la licencia de que en mi estatua sea yo la que decida.

— Tiene usted razón. Artísticamente, queda perfecta — dijo Jnum con una irónica sonrisa en la boca.

Heket respondió con una abierta sonrisa y agarró la mano de Jnum.

— Seremos muy felices aquí, ya lo verás — Dijo Heket mirando fijamente a los ojos de Jnum

— Sería feliz en cualquier sitio siempre que tú estuvieras a mi lado — respondió Jnum

Heket acercó sus labios a los de Jnum y los selló con un apasionado beso.

— o —

Cuando el Humo Negro había desaparecido, los demás comenzaron a nadar de nuevo a la costa para ver como se encontraban María y Emily. Cuando las encontraron Emily parecía tener un ataque de ansiedad. El primero en observar la escena fue Guillermo que enseguida se acercó intentando consolar a su amada. Sin embargo ella le empujó apartándole de su lado

— ¿Qué te pasa, Mariam? — dijo asustada María M. por la reacción de Emily al ver aquella tumba — ¿Quién está enterrado aquí?

— ¿Enterrado? — Guillermo no entendía qué estaba pasando.

Guillermo se dio cuenta entonces de la presencia de las tumbas. Sin embargo, Emily, parecía estar conmocionada por algo que se le escapaba a todo el mundo.

— ¡Mi padre. . . ! — Emily tenía los ojos muy abiertos — Mi padre está enterrado allí

— ¿Tu padre? tu padre no es ese de los ojos saltones que parece ser el cabecilla del campamento? 201

— Si, es él— Emily intentaba explicarse— Me llamo Emily Linus. Mi padre es Benjamin Linus. Justo el nombre que hay grabado en esa tumba.

— Podría ser tu abuelo — Intervino María

— No, mi abuelo se llamaba Roger. Él vino a esta isla con mi padre y ninguna otra generación de mi familia ha estado antes aquí.— Respondió Emily

— Entonces, ¿es posible que hayan matado a tu padre? — preguntó Guillermo

Un silencio sepulcral se hizo en el grupo, Que sólo se rompió por una voz familiar que apareció de repente

— Al que llamas tu padre está perfectamente — Dijo la voz — ahora está en el campamento

Los miembros del grupo se giraron y vieron a Carlos y Zoe acercándose. Todos se abalanzaron sobre ellos y se abrazaron con júbilo. Carlos había sabido en todo momento dónde estaban ellos y no les costó encontrarlos

— ¡Pensábamos que habíais muerto! — Dijo Ana Navarro — Como habeís conseguido escapar

— Lo nuestro nos ha costado — Carlos miró a Zoe con una sonrisa y guiñándole un ojo — Pero todo pasó.

La mirada complice de Zoe y el hecho de que iba cogida de la mano con Carlos despertó ciertas sospechas entre sus compañeros que se manifestaron en una pregunta de Abel.

— ¿Vosotros no estareis. . . ?

Zoe bajó a cabeza y Abel vio confirmada su sospecha. Abel y Ana se miraron boquiabiertos

— ¿Pero. . . desde cuándo? — Ana dirigió su pregunta directamente a Zoe

— Bueno, Dejemos el Salvame de la isla para otro momento y centré- monos. Tengo algo muy importante que contaros — Carlos intentó acaparar toda la atención 202 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

— Sea lo que sea lo que vas a contarnos, creo que no será nada comparado con lo que nosotros hemos descubierto. . . — José Enrique habló lanzán- dole una mirada cómplice a sus compañeros.

— ¿Te refieres a lo de que estamos 30 años en el futuro?— Contestó Carlos

— ¿Cómo lo has descubierto? — Dijo José Enrique boquiabierto

— Porque todo. . . es culpa mia.

Carlos bajó la cara ante las atónitas miradas de los demás que no entendían a lo que se estaba refiriendo. En aquel momento Carlos se sentó y les contó la verdad del accidente y todo lo que había pasado con sus amigos.

— o —

En algún lugar de aquella isla, Juan estaba en la isla con aquellos que no habían logrado sobrevivir al accidente.

— ¿Muertos? ¡No podemos estar muertos! — replicó Sandra — ¡Esta es una broma muy pesada Juan!

— Lamento mucho ser yo quien tenga que mostraros la verdad — contestó un Juan apesadumbrado — Chicos. . . no sobrevivisteis al incidente del barco. Todos los que estáis aquí ahora reunidos junto a mí. . . todos vosotros perdisteis la vida en el barco.

— ¡Juan, has perdido la puta cabeza! — Gritó Manolo — ¡Debiste darte un buen golpe el día del accidente y has perdido la cordura!

— ¿Y también perdió su cuerpo y se convirtió en una convención de Malboro? — respondió Rubén, harto de la situación y la ceguera de sus compañeros — ¿Acaso os parece normal lo que acabáis de ver aquí? ¿Una nube de humo negro que toma la forma de Juan?

Chus dio un paso al frente, serena y al tiempo abatida, para apuntalar las palabras de Rubén

— Es importante que escuchéis a Juan. Está aquí para ayudarnos. Debéis creerle.

— ¿Ayudarnos a qué? — Pilar estaba alterada al igual que el resto 203

— A encontrar el camino de vuelta a casa — Sentenció Juan con voz suave — Sólo vosotros podéis daros cuenta de lo que ha pasado. Cuando toméis conciencia de todo, dejaréis de aferraros a vuestros recuerdos y entonces daréis libertad a aquello que vosotros llamáis alma — Todos le miraban con ojos incrédulos, en cada pausa de Juan se hacía un silencio estremecedor. No podían soportar la realidad que estaban descubriendo — Un capricho del destino hizo que, en el momento de vuestra muerte, aparecieseis en esta isla. Justo en el momento en que la isla apareció, vuestro cuerpo y alma se separaron. Y gracias a la isla, seguís creyendo que estáis vivos. Por desgracia, sólo es una ilusión; debéis dejarlo ir. Ahora mismo veis a Máriam porque queréis seguir pensando que ella está aquí. Sin embargo, su alma fue llevada a la caja, y volvió a nacer convertida en otra persona.

— ¿Qué estás diciendo Juan? — Las lágrimas desbordaron los ojos de Gema — ¿Realmente estamos muertos. . . ? — Su voz se desgarraba por momentos — ¿Estás diciéndome que nunca más volveré a ver a mi marido y a mi hija?

Poco a poco, cada uno de los náufragos iba contagiándose del desánimo según tomaban conciencia de la realidad. Rostros abatidos, miradas de desesperación y llantos desconsolados.

— ¡No puede ser! ¡No puede ser. . . ! — Repetía una y otra vez Carlos S.- ¡Esto es una mala pesadilla! No puedo creer lo que estás contan- do. . . ¡Quiero despertar!

— ¿Y nuestras familias? ¿Qué pasará con nuestros hijos? — Gritó con desgarro Mari Carmen entre sollozos — ¿Qué será de ellos?

Juan se acercó a ella, siempre sereno, y apoyó la mano sobre su hombro intentando reconfortarla, a ella y al resto

— Vuestras familias siguieron adelante. Vuestros hijos crecieron sanos, han tenido una vida plena y feliz, formando sus propios hogares, rehaciendo sus vidas. Y no ha pasado un solo día en que no hayan pensado en vosotros. Siempre os querrán, siempre estaréis vivos en sus recuerdos. No temáis por ellos. . . son felices. Tienen sus vidas, y vosotros estáis presentes en ellas. Jamás os olvidarán.

Todos recogían las palabras de Juan entre llantos y abrazos. Toni cayó de rodillas sobre la arena rompiendo a llorar, Sandra se agachó a su lado para abrazarle. Héctor, en estado de shock, se llevaba las manos a la cabeza 204 CAPÍTULO 8. BONO MORTI intentando procesar lo ocurrido. Pancho miraba hacia el mar enjugándose las lágrimas. Chus abrazaba a una Gema rota por el dolor.

— Para nosotros sólo hace unos días que tuvo lugar el accidente. . . — dijo María E. igualmente sobrecogida — ¿Cuánto tiempo llevamos aquí en realidad? ¿Estamos en una especie de purgatorio?

— Es la sala de espera. . . como urgencias de La Fe — respondió Rubén tratando de descargar un poco del dramatismo que se estaba viviendo — Podemos pasarnos años aquí.

— Debo aclarar que la isla no es un purgatorio — apuntó Juan — No existe el cielo ni el infierno. Nunca fueron creados, al menos por los habitantes originales. Sólo ha sido una invención del hombre. Debéis estar tranquilos. . . —Juan miró a Rubén en particular — no habrá juicio final para vosotros.

Las dudas y preguntas de los jóvenes se sucedían, necesitados de respues- tas. El grupo sentía un gran desconsuelo, una inmensa tristeza al descubrir la realidad de su situación. Poco a poco, con gran pesar, iban asumiéndolo.

— Pero. . . —intervino Pancho— ahora mismo somos almas. Eso sí que existe — Juan confirmó con la cabeza, y Pancho prosiguió — En- tonces. . . ¿dónde deben ir a parar nuestras almas? ¿Dónde van las almas de las personas que fallecen? ¿Y quién se hace cargo de ellas para que vuelvan a renacer?

— Estoy aquí para acompañaros en vuestro último viaje — Aclaró Juan — Yo os llevaré hasta el lugar donde las almas son custodiadas. Os llevaré hasta la Fuente de Luz. Es allí donde pertenecéis. Allí fue llevada Máriam, pero. . . — Juan se mostró tranquilizador — no temáis, nadie manipulará vuestra alma como hicieran con la suya. Podéis estar tranquilos.

Mariam que no entendía nada, intentó hablar, pero las preguntas se sucedían y no tubo ocasión

— ¿Y el resto de compañeros, Juan? ¿Dónde están? — Preguntó Chema — ¿Cómo has llegado a convertirte en un monstruo de Humo? ¿También estás muerto?

— Soy lo que llaman el conductor. Digamos que soy un complejo sistema de seguridad — Juan se explicaba ante la atónita mirada de los presentes— Para llegar a este estado tuve que renunciar a mi cuerpo, por lo tanto, 205

a mi vida humana. En efecto, no puedo decir que esté vivo. Elegí libremente este puesto, elegí esta misión. . . Y seré el conductor hasta que otro me releve y ocupe mi lugar, tal como yo hice con el anterior conductor.

— ¿Qué hay de nuestros amigos? — Chema insistía, temeroso y hundido por la situación — ¿Qué fue de ellos? — Su voz se quebró por el llanto — ¿Murieron?

Juan se tomó unos segundos para responder. En ningún momento perdió el semblante agradable, tratando de reconfortarles con una sonrisa tímida pero limpia, y un tono de voz dulce y relajado.

— Alguien me enseñó una vez que la muerte como tal no existe. Solo deja su cuerpo. Piensa, amigo mio, que todo el mundo deja su cuerpo alguna vez. Algunos antes. . . otros mucho tiempo después. . . Los que no están aquí con vosotros sí sobrevivieron al incidente del barco. Llegaron con vida a esta isla, lucharon por mantenerse a salvo, por salir y regresar a casa — Todos escuchaban a Juan con atención — Lucharon por sobrevivir. Sin embargo. . . , aunque no todos lo consiguieron, volvieron a empezar de nuevo tal y como vosotros lo haréis — Sus palabras no hacían mas que confundir a los jóvenes — No penséis dónde están ahora, porque este ahora no existe. Este sitio es atemporal. El lugar donde os encontráis ahora no existe el tiempo.

Héctor respiró muy profundo, se enjugó las lágrimas y se dirigió con decisión a Juan.

— ¿Puedes llevarnos ahora a la caja? ¿Al lugar que guarda las almas?

— A eso he venido — Juan asintió con la cabeza pasando la mano sobre el hombro de Héctor

Con movimientos lentos, pausados, embargados por el miedo, la con- fusión y la pena, todos se pusieron en marcha siguiendo a Juan, dejando atrás la playa y adentrándose en la selva. Rostros afligidos, llantos ahogados, miradas derrotadas que por fin empezaban a aceptar su devenir.

— o —

Los miembros del grupo tardaron en digerir lo que Carlos les había con- tado. Algunos lloraron a sus compañeros. Otros se sentían algo defraudados 206 CAPÍTULO 8. BONO MORTI por aquel hombre, sin embargo, era cuestión de tiempo que todos aceptaran la situación. Carlos era el único que podía sacarles de la isla. De todo lo que Carlos Había contado María M. se sentía especialmente afligida por la muerte de Toni. Era un secreto y así se quedaría para siempre. Se alejó un momento de la playa y de sus compañeros, para poder llorar la desaparición de cualquier esperanza de reencuentro con él. De repente, algo la hizo detenerse. Había escuchado algo, pero no sabía bien qué. Reanudó la marcha y de nuevo una extraña sensación invadió su cuerpo. Esa extraña sensación le hizo mirar hacia una determinada dirección. Era Toni. Él le sonreía y se despedía levantando suavemente su mano. Sin embargo, ella no podía verle. La dulce sensación no tardó en desaparecer, provocando en María una desagradable sensación agónica. Cuando, finalmente, comprendió que todo había acabado, María se sintió bien. Permaneció unos segundos llorando y sonriendo para sí antes de regresar a la playa con los demás. Por su parte, Emily se sentía algo alejada de todo. Ella no conocía a Carlos, o al menos no creía conocerle. Para ella no fue ni una sorpresa ni una decepción. El único pensamiento que recorría la mente de Emily era por qué había una tumba de su padre en la playa. En aquel momento, Emily hubiese aceptado cualquier explicación, por absurda que fuera, que le devolviese a la ignorancia. Recordaba a su padre con cariño. Todos estos años se había desvivido por ella. Cuál era el secreto que se escondía en aquella tumba. Emily se encontraba sumida en sus pensamientos sentada frente a la tumba de su padre cuando una voz la despertó de su ensoñación

— Eres Emily, ¿No? — La voz de Carlos se coló en la mente de la mujer.

Emily se tomó su tiempo en responder

— Gracias — respondió Emily — Hace unas horas me hubiese sentido dichosa de oír que alguien me llamaba Emily, y no Máriam. Ahora no sé quien soy.

— No les culpes — Respondió Carlos — Incluso para mí es complicado no ver a Máriam en ti.

— ¿Tú también crees que lo soy? — preguntó ella con desgana

— La diferencia con respecto a ellos es que yo sé lo que eres — Carlos pintó una cálida sonrisa en su rostro

La mirada de Emily se torno incrédula

— Tú. . . ¿Tú sabes quien soy? — preguntó Emily emocionada 207

Carlos asintió

— Pues dime ¿Son correctos mis recuerdos? ¿Soy Emily, o soy Máriam? — Emily estaba nerviosa

— Tus recuerdos son correctos. Todo lo que recuerdas pasó de verdad. En este caso eres Emily.

— ¡Bien! — Emily estaba feliz. Se había estado sintiendo como una loca durante demasiado tiempo — y ¿por qué no les dices a todos que están equivocados?

— Porque no lo están.

— No entiendo — Las palabras de Carlos cayeron como un jarro de agua fría en Emily

— Los recuerdos que ellos tienen de ti también son correctos. En otro tiempo, fuiste Máriam — Carlos se explicaba tranquilo manteniendo su sonrisa

— ¿Otro tiempo? ¿Pero cuándo?

— Hace unos treinta años, cuando tú naciste. Alguien, con casi toda probabilidad aquel a quien tu llamas padre, decidió convertir a Máriam en Emily. Para ello lo único que tuvo que hacer es meter la fuerza vital de Máriam, o lo que vosotros llamáis alma, en ese cuerpo que portas, creado a partir del ADN de la joven fallecida.

— ¿Mi padre? ¿Cómo pudo mi padre hacer eso?

— Porque tu padre no es quien dice ser — Dijo Carlos dirigiendo su mirada a la tumba de Ben

— ¿Muerto? — Emily estaba incrédula — Mi padre no puede estar muerto

— Yo no he dicho que esté muerto — Dijo Carlos

— Entonces. . . ¿Qué hay en esa tumba?

— El cuerpo que tu padre dejó cuando se convirtió en lo que es ahora

— Y. . . ¿qué es lo que se supone que es ? — Emily estaba confusa

— Es lo que tu conoces como el monstruo de Humo Negro — contestó Carlos 208 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

Emily se quedó boquiabierta no supo qué decir. Pero en ese momento entendió por qué nunca había visto a Ben y al Humo negro a la vez, o por qué el humo negro estaba siempre de su lado. Todo empezaba a cuadrar

— Para poder ser el conductor se ha de pagar como tributo tu propio cuerpo.— Carlos continuó su explicación — y sólo en forma de alma se puede pasar al otro lado de la isla, que es donde Ben encontró a Máriam.

— El otro lado de la isla. ¿Qué es eso?

— Es el lugar donde van las almas que no han encontrado la caja. Almas aferradas a unos recuerdos que no quieren abandonar.

— ¿cómo llegó a ese lugar Máriam?

— Llegó en el accidente; dejó su cuerpo como los otros que no llegaron a la isla.— Carlos continuó su explicación — Cuando la Isla apareció, aquéllos que dejaron su cuerpo en ese momento exacto pasaron al otro lado, porque en ese instante de tiempo la caja no es accesible para las almas desde el preciso lugar donde se encuentra. Es el único momento en que la caja se desconecta del mundo.

— Pero, el accidente pasó hace muy poco tiempo, dijiste que Ben acudió por mi hace 30 años.

— El tiempo en esta isla es relativo. La isla saltó en el tiempo en el momento de aparecerse. Por eso han pasado 30 años más, que son los que tú has tardado en convertirte en lo que eres.

— Entonces. . . ¿Mi padre. . . me estás diciendo que es una mala persona? ¿Obró con maldad?

— Tu padre te sacó de aquel oscuro lugar, al igual que yo intentaré sacar al resto en cuanto me sea posible. Si la pregunta es si hizo mal en aquel momento, Mi respuesta es que, para mí, actuó correctamente.

Emily quedó satisfecha con la respuesta de Carlos. No quiso saber más. Ella deseaba poder seguir queriendo a su padre como hasta ahora, y sus palabras la tranquilizaron. Emily dirigió la mirada a la tumba de su padre con melancolía. Carlos se levantó y, tras ponerle la mano en el hombro en gesto de apoyo, se alejó hacia la playa.

— o — 209

Cuando la traición se consumó, los soldados del Coronel Jnum no tardaron en conquistar la gruta de la caja. Las ordenes directas eran no entrar en la habitación que la contenía. Él y sólo él entraría allí. Cuando Jnum llegó al puesto, dos soldados apostados frente a la puerta se cuadraron ante sus galones.

— Todo ha sido dispuesto tal y como usted ordenó, mi Coronel — Dijo uno de los soldados— Nadie ha penetrado en la sala.

— Bien, voy a entrar. No quiero que nadie, bajo ninguna circunstancia, entre dentro de la sala hasta que yo salga.— Ordenó Jnum

Los soldados afirmaron seguros. Jnum confiaba en sus hombres, le habían demostrado fidelidad desde siempre. Jnum abrió la puerta y la luz inundó su rostro. La luz de lo que era llamado la caja iluminaba toda la estancia. Una estructura de metal transparente de apenas un metro de alto, se encontraba en el centro de la sala. La estructura parecía impedir que los que custodiaban la caja cayeran en un profundo pozo excavado en la isla de la que parecía salir toda la luz. Un conjunto de puestos de control formados por pantallas rodeaban la estructura. Desde aquellos puestos parecía ser posible controlar el funcionamiento de tan complejo sistema El gesto de Jnum cambió drásticamente cuando entró en la caja y cerró la puerta tras de sí. Ella estaba allí, apoyada en la barandilla de la caja

— ¿Por qué. . . Heket? — Dijo Jnum mientras se sentaba en una de las mesas de control intentando asimilarlo — ¿Por qué has tenido que hacerlo?

— Jnum, no hay más remedio — habló Heket — Tienes que liberar la caja. El azar tiene que marcar el destino del mundo.

Jnum golpeó una de las mesas de control con furia.

— ¿Y por qué habríamos de hacerlo? — Jnum se acercó a ella visiblemente enfadado — ¿Para que cometan los mismos errores que nosotros cometimos?

— Este diseño funcionará — Heket miraba con cariño a los ojos de Jnum — Mira lo que has hecho — La mujer señaló uno de los monitores — Los humanos están aprendiendo rápidamente. Aún son jóvenes, pero pronto serán capaces de dar una vida digna a nuestras almas. 210 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

Jnum volvió la mirada al monitor y luego bajó la cabeza.

— No, eso no va a ocurrir — Jnum negaba con la cabeza — Los hombres seguirán siendo egoístas, seguirán ansiando el poder, seguirán matán- dose por el resto de su existencia. Necesitan un control, para protegerse de sí mismos y para que no destruyan lo que queda de planeta.

— Y qué hay de los sentimientos. . . esa gran idea tuya. . . — Heket sonreía — Eso lo cambiará todo. Ellos preferirán sentir amor a odio. Y todo gracias a ti.

— No es suficiente. Sólo son reacciones químicas añadidas, y el sentimien- to ególatra del hombre seguirá prevaleciendo — Aquel hombre seguía resignado— De hecho, el control de esos sentimientos inducirá nuevos problemas. Los humanos matarán por los sentimientos.

Heket intentaba en vano convencer a Jnum de la conveniencia de la independencia del hombre. Jnum se aceró a ella y ambos contemplaron el interior de la caja. Una intensa luz provocada por millones de pequeñas luminarias encendían sus rostros

— ¡Se lo debo a ellos Heket!— Dijo Jnum mientras señalaba al interior de la caja — Necesitan un mundo feliz donde vivir. Es nuestra única misión.

Heket se acercó a Jnum y acarició su cara con ternura

— Mi amor, Ellos serán felices, y nosotros con ellos, siendo como ellos. — Heket trataba de convencerle — Libera la caja, deja de ocupar los puestos. Custodiémosla, pero no la controlemos. No podemos seguir atando a los humanos. Démosles la libertad para elegir, para equivocarse y para aprender. Que sean ellos los que busquen su propia felicidad.

Jnum sentía el placer provocado por la mano de Heket sobre su cara. Era maravilloso sentir. Un lujoso placer únicamente restringido a los humanos y a su creador Jnum y su esposa Heket.

— ¡Jamás debí crearlos! — Las lágrimas inundaban los ojos de Jnum — Los sentimientos duelen

— ¡Es algo maravilloso! — Heket sonreía con fuerza — Siento que haber vivido sólo para estar a tu lado me completa. No necesito más 211

— Yo siento lo mismo. Sólo quiero estar a tu lado. . . Sólo deseo una cosa, a ti. Te quiero a ti — Dijo Jnum visiblemente emocionado — Pero entiéndelo. . . no podemos hacer lo que pides. Hemos de seguir velando por la seguridad de los hombres. Nos debemos a ellos, a su bienestar. Sin nuestra intervención, la vida tal y como la conocemos desaparecerá. Puede que no enseguida. . . pero al final es seguro que ocurrirá.

— Necesito que confíes en mí, Jnum — Heket le abrazó con fuerza — Ha llegado el momento de cambiar el mundo. Juntos lo lograremos. Tú y yo sabemos que los humanos están preparados para seguir solos. No cortemos su libertad. Confiemos en ellos.

— ¿Crees de veras que la bondad se impondrá sobre todo lo demás? ¿Confías en que sabrán controlar por sí mismos sus peores instintos? — Jnum estaba seguro de que Heket se equivocaba — Me gustaria creerte, pero no hay salvación sin control.

— Siempre los has subestimado amor mío —Heket regaló una sonrisa enamorada a Jnum — Déjame demostrarte que no me equivoco

Jnum acarició con ternura el rostro de su compañera. A continuación se entregaron a un apasionado beso que les hizo olvidar todo lo que a su alrededor estaba aconteciendo. En aquel momento nada parecía importales, ni la caja, ni el mundo, ni la revuelta en la isla. . . nada. Sólo existían ellos. Entonces, algo alteró de repente la mirada limpia y reconfortada de la joven Heket. Su cuerpo sintió un escalofrío, apartó lentamente sus labios de los de su amado mientras en sus ojos iba apareciendo el dolor y la angustia. Exhaló un suspiro mientras bajaba la mirada hasta su vientre, viendo horrorizada como la sangre brotaba del estómago. Pronto, las piernas le fallaron, y Jnum reaccionó con rapidez para sostenerla y evitar que cayese al suelo, soltando al tiempo un curvado cuchillo empapado en la sangre de Heket, una pequeña daga que segundos antes había clavado en el cuerpo de ella.

— Lo siento. . . — El rostro de Jnum se desencajó por momentos— Lo siento. . . —las lágrimas no le dejaron decir más

Heket era incapaz de articular palabra alguna. Su gesto dejaba ver el horror más absoluto. El intenso dolor proveniente de la herida abierta en su vientre no podía competir con la presión que sentía en su corazón. Era el dolor de la traición.

— Has. . . hecho tu elección — Dijo Heket con dificultad 212 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

Jnum se tomó unos segundos para responder. Inclinó a Heket hasta el borde del pozo de luz y la agarró con fuerza

— Te amo — susurró Jnum justo antes de dejarla caer al vacío — Te prometo que allá donde vas, te haré feliz.

Las lágrimas en los ojos de Jnum fue lo último que vio Heket antes de cerrarlos ojos rendida. Tensó la mandíbula mientras caía a gran velocidad en la caja y se confundía entre las almas que allí reposaban.

— o —

Carlos volvió de hablar con Emily y se dirigió a José Enrique. José Enrique no sabía cómo tratar a Carlos. Se había quedado mudo después de lo que él había contado y no sabía cual debería ser su actitud. El nerviosismo de José Enrique se acentuó en cuanto Carlos se sentó a su lado.

— Necesitaré de tu ayuda — habló directamente Carlos

— ¿Para qué? — José Enrique casi temblaba.

— Ven y lo verás

Carlos se levantó y comenzó la marcha dirigiéndose más allá de las tumbas. José Enrique no sabía qué hacer, miraba a su alrededor buscando a sus compañeros para que le apoyaran en decidir correctamente. Sin embargo, nadie miraba hacia él.

— Venga, te estoy esperando

José Enrique decidió obedecer y se levantó como un resorte. Por el camino pensaba que aunque podría matarle en cualquier momento, si hubiese querido ya lo habría hecho. Aquello le reconfortó, aunque no acabó con su nerviosismo. A lo lejos, José Enrique reconoció el campamento donde todos habían estado dias antes. De repente, una terrible imagen le vino a la cabeza.

— ¡Juan! ¿Quién está con Juan? 213

José Enrique hizo ademán de salir corriendo en dirección a la enfermería improvisada, pero Carlos le detuvo.

— No te preocupes. Llegamos a tiempo — Dijo Carlos con seguridad. — Esta muy débil ya, pero se pondrá bien.

Cuando los dos hombres llegaron a la enfermería, Juan no parecía moverse. Tenía el pulso casi imperceptible y la herida del brazo parecía terriblemente infectada a través de las purulentas vendas.

— ¿Cómo es posible que digas que se va a salvar? — Chilló José Enrique

— No te preocupes, lo he tenido todo controlado todo el tiempo. — Respondió Carlos con una gran tranquilidad

Carlos sacó una cantimplora llena de agua, e hizo que Juan se la tragara entera. Para José Enrique parecía como si Carlos intentara ahogar a Juan, sin embargo, él le dejó hacer. Cuando se terminó el agua, Carlos se levantó y quedó expectante. José Enrique le miraba sin comprender.

— ¿Ya? — El joven abrió los brazos con aspavientos — Eso es todo lo que vas a hacer.

Sin decir nada, Carlos, sonriente, señaló a Juan. Al volverse, José Enrique vio que Juan empezaba a moverse.

— ¡Juan! — José Enrique gritaba de alegría — ¿Estás bien?

Juan empezó a desperezarse.

— Sí, me encuentro como si hubiese echado una siesta de una semana

— ¿Y tu herida?

Juan no sentía ningún dolor en el muñón de su brazo. Con la otra mano decidió quitarse las sucias vendas y el muñón del brazo parecía perfectamente curado.

— Pues parece perfecta. Inexistente vamos — Afirmó Juan

— Bueno, ayúdame a llevarle con los demás.— Dijo Carlos — Aún está muy débil para andar 214 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

Entre Carlos y José Enrique le ayudaron a llegar con los demás. Cuando el grupo reconoció a Juan, Los gritos de júbilo se desataron. Todos le creían muerto. Mientras José Enrique describía con detalle lo que Carlos había hecho, Carlos se separó del grupo y se sentó en la orilla del mar. Zoe le siguió y se sentó a su lado.

— ¿Le has hecho lo mismo que a mí?

Carlos asintió

— No necesitabas a José Enrique para traer a Juan ¿Verdad? — Dijo Zoe — Lo has hecho para que él volviera a confiar en ti.

Carlos sonrió

— Me encanta que seas tan inteligente . — Carlos tornó a su cara de preocupación — Necesito que estemos unidos. Quedan cosas por hacer, y no quiero que haya más bajas.

Carlos y Zoe quedaron mirando el anochecer mientras las risas y el optimismo volvían a reinar en el grupo.

— o —

La expedición de la playa encabezada por Juan llegó hasta el final del camino. Todos supieron que habían alcanzado su destino cuando vislum- braron el pozo en mitad de un llano. .

— Hemos llegado

Al oír las palabras de Juan el grupo se detuvo junto a la edificación, contemplándola entre el desconcierto y el temor

— Esto. . . ¿es la caja? — preguntó tímidamente José Luis

Juan negó con la cabeza mientras regalaba al grupo una sonrisa sincera y tranquilizadora. 215

— La caja no está en este mundo —dijo Juan asomándose un momento para ver la inmensa profundidad del mismo — Pero es la prueba de fe que necesitáis para que vuestras almas dejen de aferrarse a vuestros recuerdos. Es lo único que necesito para llevar vuestras almas a la caja

Todos se miraban un poco asustados, buscando respuesta en los demás. Nadie sabía qué debía ocurrir a continuación

— Es el momento chicos — aventuró Juan — Aquí se acaba vuestro viaje. Debéis saltar aquí. . .

— Yo no estoy preparado — Pancho retrocedió unos pasos — Aún no es mi momento. Todavía me queda mucho por vivir. ¡No quiero irme!

— No es una decisión que esté en tu mano, Pancho — Juan le abrazó — No debes temer. . . — siguió hablando para todos — Vuestras almas pertenecen a este lugar y no a otro. Aquí quedarán custodiadas. Debemos despedirnos ya.

Rubén trepó con decisión hasta el borde del pozo y, de pie, dirigió una última mirada a sus compañeros

— Siempre he querido despedirme diciendo esto. . . ¡Nos vemos en la otra vida!

Acto seguido saltó al vacío fundiéndose en la espesura del pozo. Uno a uno, Juan fue abrazando a sus compañeros que, con más o menos temor, iban arrojándose al pozo. Entre abrazos, lágrimas y palabras de cariño, dijeron adiós a un mundo que ya nada tenía que ver con ellos. Todos fueron desapareciendo a través de aquella simple herramienta. Cuando llegó el turno de Raquel, Juan la tomó entre sus brazos y, antes de ayudarla a subir al borde del pozo, le regaló un último e intenso beso en los labios. Las lágrimas de Raquel recorrieron sus mejillas como un torrente encendido. No podía creer que tuviese que separarse de Juan tras haberle encontrado, separarse para siempre.

— Nos volveremos a ver — Dijo Raquel

— No lo creo — Respondió Juan

— Te quiero —musitó ella antes de caer al vacío 216 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

Juan entornó los ojos y suspiró otro te quiero que nadie más alcanzó a oír. El miedo fue dejando paso a la expectación. Los últimos en caer suspiraban con fuerza, miraban a su alrededor queriendo empaparse de todo. Traían a sus cabezas los últimos pensamientos agradables que les daban fuerzas para dar el último paso, y marcharse reconfortados por todas las cosas buenas que habían vivido, por todas las personas que habían conocido y con las cuales habían compartido momentos de gran felicidad. Era momento para los buenos recuerdos, para terminar con la mejor de las imágenes. Chema fue uno de los últimos en subir al pozo. Se asomó con cuidado y después concluyó antes de saltar

— ¡¡Me cago en las putas de Jericó!! ¡Qué jornadas. . . !

Todos entraron en la caja, todos a excepción de Toni, que permanecía junto a Juan, con rostro afligido. Juan se giró hacia él esperando su reacción, y Toni respiró profundo antes de hablar

— Tengo que pedirte un favor. . . — Toni suplicó ante la atenta mirada de Juan — Necesito verla una vez más. . . Antes de irme. . . necesito verla una vez más

Juan sonrió con una leve mueca y, tras unos segundos dubitativo, accedió posando la mano sobre el hombro de Toni. Ambos cerraron los ojos, y el rostro de Toni se tensó durante unos momentos. Empezó a temblar mientras Juan aguantaba la mano sobre su amigo. Toni se revolvió tímidamente y sin saber como comenzó a sonreir y levantó su mano en señal de despedida. De repente, volvió a abrir los ojos como si despertara de un sueño. Sobresaltado, respiró entrecortado y después se giró hacia Juan. Juan le había concedido su deseo.

— Gracias. . . — dijo con un llanto ahogado

A continuación, subió al pozo y se despidió de Juan con una gran sonrisa. Cuando Toni se disponía a saltar. Máriam gritó

— ¡Espera, Qué pasará conmigo! — Dijo llorando Máriam

— No te pasará nada. Nos vemos — terminó, guiñándole un ojo. lugo dirigió su mirada hacia Juan — Muchas gracias de nuevo

Juan alzó su brazo y dio paso al último adiós. Cuando Toni saltó Máriam desapareció a la vez que un grupo de pequeñas luminarias empezaron a 217 ascender del pozo. Juan las recogió todas con cariño, y se dirigió a la caja, desde donde volverían a empezar de nuevo.

— o —

En el embarcadero de la isla, Ben esperaba sentado mirando al horizonte. Aaron le miraba extrañado desde lejos. Ben no había sido el mismo desde que volvió de la caza de Carlos y Zoe, y él lo había notado. No sabía lo que había pasado, pero debió ser importante. Aaron le sentía entre asustado y desesperado. Ben no movía ni un músculo. Sus azules ojos perdidos en el horizonte resultaban una terrible incógnita para Aaron, que se debatía entre ir a hablar con él o no. Le preocupaba lo que había hecho en esa sala y por qué había dicho que Hugo no lo hubiese aprobado. Cuando Aaron se decidió a salir de su escondite para hablar con Ben algo sucedió de repente. Las aguas cercanas al embarcadero se movieron con fuerza. Ben se levantó como un resorte, sin cambiar un ápice el gesto de su cara. Se mantuvo expectante. Del agua emergió un submarino cuya llegada no estaba prevista. Aaron era el encargado de aprobar el tráfico, y éste no era de los suyos. La escotilla se abrió en un momento y de ella salieron dos fornidos hombres fuertemente armados. Ben les saludó pero ellos le ignoraron y se dispusieron a aferrar el submarino al embarcadero. Con aire de suficiencia, los hombres echaron un rápido vistazo a su alrededor y tras comprobar que no había ningún problema hablaron por radio.

— Señorita Cristina, todo está en orden

Los hombres se cuadraron uno a cada lado del submarino y esperaron pacientes nuevas órdenes. Tras unos tensos segundos, una grácil y joven mujer de gran belleza, salió del medio de transporte sub acuático. Cristina vestía un sencillo vestido negro corto con un cinturón de hebilla grande. Su pelo estaba cortado en forma de media melena, y una horquilla lo sujetaba por detrás para que no le molestara el flequillo. Se acercó rápidamente con gesto duro hacia Ben. La mirada de la mujer parecía clavarse directamente en el alma de Ben. Ben sintió un gran temor.

— ¿Dónde está el elegido? — Preguntó sin más la mujer

— Yo te he llamado — Ben se silenció un momento y, mientras hacía una ligera referencia, continuó — Neith 218 CAPÍTULO 8. BONO MORTI

La hermosa joven de rostro cálido golpeó violentamente con el revés de su mano la cara de Ben, que cayó redondo al suelo. Ben tuvo una sensación parecida a lo que había sentido en su encuentro con Carlos. Aquel golpe parecía haberle dolido muy dentro.

— ¿Tú? ¿el conductor? ¿cómo has osado a hacerlo? ¿Tienes idea de las consecuencias que tiene haberme molestado? — La mujer que Ben había llamado Neith estaba furiosa.

Ben habló desde el suelo

— Si dejas que te lo explique — intentaba hablar Ben mientras se alejaba arrastrándose, miedoso — Tenemos un problema Neith, un problema grave. El elegido no entiende. . .

Aquellas palabras solo aumentaron el enfado de la joven

— No eres digno de pronunciar mi nombre. Ni siquiera eres un alma primaria. ¿Quién te ha dejado a cargo de esto?. Prepárate, porque después de acabar contigo. . . yo misma me encargaré. . .

Cristina no acabó su frase, puso su mano en posición de coger del cuello a Ben, sin llegar siquiera a tocarle, y entonces éste empezó a sentir que le faltaba el aire. Nunca antes desde que su alma había ocupado el conductor había sentido una sensación tan angustiosa. Cuando Ben ya se sentía perdido, Cristina sintió algo que le hizo parar. Su cara de enfado mutó a una maléfica sonrisa. La joven cambió la posición de su mano y la puso palma arriba haciendo un gesto para que Ben se levantase. La agonía de Ben desapareció de repente. Antes de que Ben intentara hacerlo, el cuerpo del hombre se levantó sólo como habiendo recibido una orden directa de la mujer. Cristina puso los brazos en jarra y una sonrisa pintada en su cara. Andando alrededor de Ben, que aun se sentía en peligro.

— Así que dices que El elegido no te ha escuchado, y debido a ello me has llamado — la mujer habló en tono dulce

— Sí, Neith, no quería molestarte — intentó disculparse Ben — pero era vital que supieras lo que pasa aquí

— Entiendo, pero no me llames Neith, llámame Cristina — dijo ella con una sonrisa en la boca — me gusta más. Has hecho bien conductor, y aunque tú no sepas muy bien por qué , te perdono la vida. 219

— Me llamo Ben — corrigió

— Está bien, Ben. Vayamos a ver al elegido.— Dijo Ella iniciando la marcha — Tenemos muchas cosas de las que hablar

— o —

Ana Belén caminaba sola por la selva de vuelta al poblado. Tal como había acordado con Hugo y Sam, debía regresar a Dharmaville junto a Ben para que no sospechase de ella. Nadie debía averiguar que Ana había ayudado a Guillermo y los demás a huir del poblado, y que había planeado con ellos el secuestro de Emily. Tenía que ofrecer a Ben una versión convincente que no le hiciera perder la confianza en ella. Hugo había pensado en todo, y no era momento de que Ben dudase de las intenciones de Ana. Mientras avanzaba por la espesura del bosque, distraída en sus pensamientos, de repente, algo ocurrió, algo que la hizo parar en seco. Con los ojos muy abiertos, la mandíbula tensada, comenzó a notar una sensación extraña. Su cuerpo se paralizó por momentos, y empezaron a brotar en ella los pensamientos más enjundiosos, las emociones más extremas, una horrible sensación que le oprimía fuerte el pecho. No duró demasiado, pero fue suficiente para sobrecoger a Ana Belén y hacer que prosiguiera su camino con gran inquietud.

— o —

Instantes antes de aquel momento en la playa, Carlos y el grupo estaban cenando y celebrando su reencuentro sentados frente a una gran hoguera. Juan hacía chistes sobre su brazo. Las risas les hicieron olvidar por un momento donde estaban y lo que había pasado. Emily permanecía calla- da escuchando visiblemente melancólica, con sentimientos encontrados de incredulidad y resignación. Zoe permanecía agarrada al brazo de Carlos mientras él contaba anécdotas sobre la isla. Pero de repente Zoe notó un temblor interno en Carlos. Carlos paró de hablar a mitad de una frase y cambió la sonrisa por una terrible cara de preocupación.

— ¿Pasa algo Carlos? — Zoe preguntó extrañada mientras se apartaba preocupada. La frecuencia del latido del hombre había aumentado considerablemente Carlos no contestó a la pregunta de Zoe y se levantó nervioso. Volvió a conectar con la isla para corroborarlo y sus sospechas se confirmaron. Carlos miró a los ojos de Zoe. La preocupación de Carlos se propagó a Zoe como una epidemia. Al final Carlos habló visiblemente afectado.

— Tenemos un problema. Un gravísimo problema. CAPÍTULO 9 Hombre de Ciencia, Mujer de Fe

La atónita mirada de Carlos que sucedió a la frase que salió de sus labios no hizo más que aumentar la preocupación del grupo.

— ¿Cómo que un grave problema? — Dijo Ana N. asustada — ¿Y dices tú eso? ¿Vamos a morir todos?

Carlos mantuvo un silencio que incomodó aún más a Ana

— Si fuese solo eso. . . — Susurró Carlos

— Nos estás asustando — Dijo Ana que notaba su corazón latiendo en su garganta — ¿Qué es lo que pasa?

El grupo entero permaneció atento a las palabras del humanoide, que parecía sentirse cada vez más turbado. Carlos miró a su alrededor y miró las aterradas caras de sus amigos. Su mirada se cruzó con la de Zoe que estaba terriblemente asustada. La mueca de terror de su cara hizo que Carlos respondiera intentando guardar la calma. Carlos se sentó y abrazó a Zoe mientras dirigía su mirada al bosque, como buscando una salida al problema que había llegado a la isla.

— ¿Qué es lo que pasa, Carlos? — Preguntó Zoe

— Es algo complicado de explicar. . . — susurró Carlos al oido de Zoe con la suficiente intensidad como para que todos lo oyesen — pero no te preocupes, lo solucionaré.

221 222 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

Zoe se sintió reconfortada y con ella el resto del grupo. Carlos se levantó despacio, y empezó a andar en círculos, pensativo, ante la atenta mirada de todo el mundo. De repente, dirigió si mirada en una dirección del bosque y luego se dispuso a hablar

— He de ausentarme unas horas. — dijo Carlos — Ana, vosotros encon- trásteis unas cuevas a un par de kilómetros de aquí, ¿Me equivoco?

— No te equivocas— Dijo Ana

— ¿Sabrías encontrarlas de nuevo?

— ¿Ahora? ¿De noche? Ni de coña, ¿Estás loco? No se te ocurra dejarnos solos.

— He de hacerlo, tengo que hacer una cosa urgentemente. Además, de momento creo que estaréis más seguros lejos de mí, pero tampoco estáis seguros aquí. — Respondió Carlos

Carlos se quedó pensativo. De repente tuvo una idea.

— ¿Tu reloj aún funciona? — Carlos se dirigió a Abel

— Sí, ¿Por qué?

— Déjamelo por favor

Carlos se acercó con presteza y comparó la hora de su reloj con la del joven.

— A unos 1700 metros en aquella dirección — Carlos señaló en una dirección en el bosque — habrá una pequeña cabaña de madera dentro de una hora y treinta y cuatro minutos exactamente según tu reloj.

— ¿Cómo que habrá?

— Confía en mí — Respondió Carlos — allí estaréis seguros hasta que yo vuelva, pero tendréis que ser muy puntuales. Si llegáis un minuto antes o un minuto después, no la encontraréis.

Nadie entendía las palabras de Carlos

— Si salís dentro de 54 minutos exactamente, dada la orografía del terreno, a vuestro paso normal, llegaréis justo a tiempo. 223

Los chicos no parecían entender ni creer lo que estaba diciendo Carlos. Carlos se levantó y se dirigió a Zoe, se sentó a su lado y le dio un tierno beso

— Vuelvo enseguida

Antes de que Zoe pudiese responderle, Carlos se fue corriendo y se perdió en el bosque. Los chicos quedaron boquiabiertos aún sin tener claro lo que debían hacer.

— o —

Neith no era ya la misma mujer dura que tantos habían temido. Se sentía risueña. Atrás quedaba su enfado con el mundo. Aquel mismo mundo que había viajado hasta la autodestrucción. No sólo parecía diferente, Neith para sí era diferente, mucho mejor. Era amable con los demás, generosa e incluso se permitía el lujo de gastar alguna que otra broma. Nadie entendía qué era lo que había pasado, todo había cambiado desde el trágico incidente. Sin embargo, aquello que apesadumbró a casi todos los miembros de la comunidad que se encontraban en la isla, parecía haber afectado de forma positiva a la mujer, y aunque la mayoría lo celebraba, pocos, por no decir nadie, conocían el secreto que había llevado a la mujer hasta esa situación. Y es que aquel secreto no era más ni nada menos que Jnum. La llegada de Jnum como elegido, había supuesto un cambio radical, no sólo en las políticas, a veces demasiado conservadoras, sino también en la forma en que se entendía su gran obra, los humanos. Los humanos pasaron de ser considerados poco más que curiosos animales de feria que portaban las almas de aquéllos que no sobrevivieron a las grandes guerras, a ser la gran esperanza de la población. Los humanos tenían vidas plenas, eran como las vagonetas de la montaña rusa de un parque de atracciones. los sentimientos eran vivos en ellos. Podían reir, amar, llorar con extrema facilidad, lejos de la vida que los habitantes de la isla donde la vida era monótona y sin emoción. Todo aquello tenía su raíz en las creaciones de Jnum: los llamados sentimientos. Según Jnum, los sentimientos no eran más que reacciones químicas producidas en el cuerpo de los hombres que producían reacciones eléctricas en el alma que le hacían ser más conscientes de la realidad. Muchos habían pedido a Jnum que les proporcionase sentimientos. Pero él siempre se negaba. Los sentimientos eran propiedad de los humanos, así tenia que ser. Un sentimiento aplicado en un alma primaria podría suponer reacciones negativas en la sociedad de la isla. Al igual que el amor y la alegría eran sentimientos positivos, la envidia y el odio podrían corromper las almas y provocar el caos entre aquéllos que estaban destinados a controlar 224 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE el correcto devenir del mundo de los humanos. Muchos, incluso, renunciaron a la vida en la isla para convertirse en humanos, y con ello conseguir el beneplácito de Jnum para poder disfrutar de los sentimientos. Esta regla de oro para Jnum sólo fue rota, en secreto, dos veces, una vez con Heket y otra con la poderosa Neith. Nadie siquiera sospechaba de la existencia de los sentimientos en el poderoso cuerpo de Neith. Ella, al principio los había sentido como una merma de su poder más que como un valor añadido. Sin embargo, había descubierto que, por un lado, los placenteros momentos que le producían los sentimientos superaban con creces los anodinos y monótonos años que había vivido sin ellos, y por otro, había descubierto cómo la ira y el odio podían incrementar notablemente las armas que la ingeniería genética había proporcionado a Neith. Neith se despertó aquella mañana entre las sábanas de Jnum. Él aún dormía. Ella estaba desnuda. Desde hacía ya bastante tiempo le gustaba sentir las piezas de tela que les tapaban por la noche sobre su cuerpo. Sin poder ni querer evitarlo, Neith comenzó a excitarse. sus pezones se endurecieron y su deseo comenzó a crecer. Mordiéndose los labios con malicia se volvió hacia Jnum, introdujo su mano bajo la camisa de su pijama y comenzó a acariciar su pecho. Jnum entreabrió los ojos.

— Es muy pronto — se quejó Jnum

— Es perfecto — dijo Neith que llevada por la pasión arrancó literalmente la camisa del cuerpo de Jnum rompiéndola en mil pedazos

Jnum sonrió y se giró para besar a Neith. La mujer se abandonaba a la pasión y terminó de desnudar a Jnum que, lejos de luchar por defenderse, acariciaba suavemente los senos de Neith que vibraba al sentir las manos de su amante en su cuerpo. Loca de lujuria, Neith no pudo más y se sentó sobre el endurecido miembro del hombre al que previamente había colocado boca arriba. Neith sujetaba con fuerza las manos en cruz de Jnum que, al no poder moverse, se dejó llevar por el placentero baile que Neith le proporcionaba. La cadencia de los movimientos de Neith se aceleró por momentos hasta que un fuerte orgasmo llegó para satisfacer de placer a ambos. Neith se dejó caer al lado de Jnum aún jadeante y temblorosa.

— En serio, tienes que probarlo — Dijo Neith

— ¿Probar? ¿el qué? — Preguntó Jnum

— Lo que sea que me has puesto. Es maravilloso

— Es una mentira. Un conjunto de reacciones sin sentido que turban tu realidad. Yo necesito mi realidad 225

— Eres tonto. — Neith se giró hacia él — ¿Se te ha otorgado el poder de crear algo tan maravilloso, y no lo aprovechas?

— Alguien tiene que tener la cabeza fría — se excusó Jnum — mantener el mundo que conoces con vida requiere sacrificios. Y yo soy el que ha de hacerlo.

— Pero no tiene que ser así. El mundo no tiene por qué necesitar ser controlado

El rostro de Jnum se tornó sombrío.

— No eres la primera persona que me dice eso — Dijo Jnum — Empiezo a pensar que me equivoqué al darte los sentimientos

— A lo mejor no es un error — replicó Neith — A lo mejor eres tú el que está equivocado

Jnum se levantó en silencio y se dirigió a la ventana de la habitación.

— No puedo estar equivocado, porque si lo estoy. . . — Jnum mantuvo un tenso silencio — . . . No habrá salvación para mí.

Ambos quedaron callados. La palabras de Jnum quedaron resonando en la cabeza de Neith, que no llegó a entenderlas bien, mientras que las mismas palabras abrían una brecha en el corazón de Jnum que ya nunca se cerró.

— o —

Ana Belén volvía de camino al poblado, tal como había acordado con Hugo y Sam para que Ben no sospechase que ella había tomado parte en la huida de sus amigos. Durante el trayecto, de repente, experimentó un amargo sentimiento, una sensación desagradable que le oprimió el pecho durante unos segundos y le inquietó de veras. El mismo sentimiento que a la vez había notado en otra parte de la Isla Carlos, y que le había hecho marchar del campamento, dejando solos a sus amigos con la misión de encontrar la cabaña de Hugo, en la cual acordaron reencontrarse. Ana había caminado durante todo el día y, agotada, se encontraba a poca distancia de su destino, Dharmaville. Confiaba en encontrar allí a Ben, receptivo y confiado, y que no hubiese represalias contra ella. Debía relatar su historia de manera convincente para que nadie pensara que había ayudado a secuestrar a Emily. 226 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

De repente, alguien frenó su camino. Ana Belén quedó atónita cuando encontró frente a sí a Carlos, de pie, parado en mitad del sendero, mirándola.

— ¡Carlos. . . ! — exclamó con gran sorpresa — ¿Eres tú. . . ?

— Tus ojos no te engañan — respondió Carlos con una amplia sonrisa

Ana corrió a abrazarle, reconfortada. Él devolvió tímidamente el abrazo, bastante más contenido.

— ¿Dónde has estado? ¿Zoe está bien? — preguntaba con interés Ana

— Zoe está a salvo junto a los demás — la tranquilizó Carlos — He venido a buscarte a ti

Carlos la miraba con ojos nuevos, como si de otra mujer se tratase. Muchos recuerdos se agolpaban en su cabeza, y no podía evitar estremecerse y emocionarse.

— ¿Qué te ocurre Carlos? — Ana estaba inquieta — ¿Por qué me miras de ese modo?

— Vayamos a un lugar apartado, sentémonos y hablemos tranquilamente — respondió él

— o —

En la playa, los chicos aún intentaban digerir las palabras de Carlos.

— ¡¡No tiene ningún sentido!! — Dijo Jose Francisco — ¿Qué narices es eso de que va a aparecer una cabaña?

— Si él lo dice, yo le creo — Dijo Zoe — Le vi darle una paliza al humo negro ese del que hablábais.

Los demás miraron con gran asombro a Zoe

— ¡¡¡Qué me dices!!!— dijo Ana Navarro con la boca abierta — ¿Cómo es posible? al humo no se le puede pegar. 227

— Tiene razón. — habló Emily — El humo negro es humano. De hecho, es mi padre.

El asombro alcanzó el nivel máximo tras las palabras de Emily, excep- tuando a Zoe, que asintió con la cabeza baja.

— ¡Claro! ¡todo cuadra! — Dijo María — ¡Por eso no nos atacó! Pero, si tú lo sabías. . . ¿Por qué no lo dijiste?

— No lo sabía. Carlos me lo dijo antes

Un silencio tenso inundó al grupo

— En fin, Creo que he empezado mal la relación con mi nuevo suegro — Guillermo intentó romper el hielo pero no consiguió su objetivo

El silencio continuaba

— Ha llegado la hora límite que propuso Carlos — Recordó Abel — Deberíamos decidir algo

— Yo ya he decidido, a mí me ha demostrado que puedo confiar en él — Zoe se levantó de repente y siguió la dirección que dijo Carlos — Quien quiera que me siga, y el que no, que se quede.

Abel, Jose Enrique, y Ana Navarro se levantaron y siguieron a Zoe. Los demás se miraron dubitativos.

— ¡Qué cojones! — Dijo David — yo también voy

— Espera, que te sigo — replicó Mariía

Claudio y Jose Francisco les siguieron también dejando a Guillermo y Mariam solos.

— ¿No vas? — Preguntó Emily

— Iré donde tú vayas — Respondió Guillermo

— Aunque sea mi padre, no podré protegerte siempre — Dijo Emily

— Correré el riesgo 228 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

Mariam se levantó y le tendió la mano.

— Ven, vamos con los demás

Con una sonrisa de felicidad, Guillermo se levantó y andó a su lado hacia los demás.

— No te equivoques — Dijo Emily — No siento nada por ti, pero no quiero sentirme responsable de tu muerte

— Me conformo con eso — Respondió él

Más o menos en el tiempo indicado llegaron a la distancia que les había predicho Carlos.

— ¿Y bien? Aquí no parece haber nada. . . — dijo Jose Francisco

Todos miraban alrededor, buscando una luminaria, un flash, algo que les mostrara la aparición de la cabaña. Pero nada de eso pasó. De repente Zoe comenzó a andar en una dirección sin previo aviso.

— Ahí está — Zoe habló con un tono de voz neutro, sin emoción como si todo aquello no le afectase

Los demás se giraron y vieron una vieja cabaña de madera a unos diez metros de distancia. Entre caras de asombro siguieron a Zoe. Nadie habló. La cabaña parecía haber estado ahí siempre, pero todos sabían que no había sido así. En la cabaña no parecía haber nada. Simplemente una vieja mesa en el centro y unas sillas desperdigadas. Entre maravillados y temerosos se sentaron en las sillas alrededor de la mesa.

— ¿y ahora qué. . . ? — preguntó Jose Enrique

— Ya habeis oido a Carlos, — Contestó Zoe — Ahora a esperar.

— Yo tengo una duda, que no sabia si compartir con vosotros — dijo Ana — Si Carlos es capaz de parar al Humo Negro, Por qué se ha puesto tan nervioso de repente. ¿Qué puede haber más terrible que el humo negro?

— Algo muy chungo — dijo David — pero que muy chungo. 229

— o —

Mientras, en el bosque, en una zona poblada de vegetación, permanecían guarecidos Carlos y Ana. Sentados, él sobre un tronco partido, ella sobre una roca, conversaban sobre lo vivido hasta el momento. Carlos puso al tanto a Ana de lo que había pasado con sus amigos desde que ella los dejó junto a Hugo, quiénes eran Emily y Ben, qué le había pasado a Máriam, y también le contó sobre el fatal desenlace del resto de compañeros que viajaban con ellos en el barco. Carlos le relató brevemente, al igual que hiciera con el grupo, quién era él en verdad, por qué habían llegado a la isla, y cuál era su misión. Sin embargo, nada le dijo acerca de ella y su vida pasada, lo que sabía de ella que sí había confesado a Zoe. Ana no daba crédito, tan sólo podía escucharle, sin pronunciar palabra. Permaneció en silencio unos minutos tras concluir Carlos su relato.

— Te has quedado muda — dijo él con media sonrisa

— ¿La verdad. . . ? — reaccionó al fin Ana Belén — Creí que yo era la única que había perdido la cabeza al naufragar en la isla

Carlos río divertido

— Pensé que el golpe podría haber hecho que me volviera loca. . . — Continuó Ana Belen — pero ya veo que en realidad todos estamos sufriendo una especie de alucinación — Carlos la escuchaba con interés — Yo creo estar recuperando recuerdos de una vida anterior y vivo experiencias psicodélicas con un hippie adicto al carbohidrato llamado Hugo, Máriam nos ha olvidado y está convencida de ser otra persona, los chicos dicen que les ataca un monstruo de humo negro, y ahora tú te plantas ante mí creyendo que eres un semi-dios.

— Es cierto, parece de locos. Contado así, es una historia increíble — Volvió al tono sereno y comedido — Pero. . . ambos sabemos que todo es cierto

Ana le miraba con amargura. Cada día que pasaba en aquella isla parecía entender menos cosas. A medida que experimentaba nuevas sensaciones y recuerdos se desconcertaba aún más.

— ¿Lo has sentido verdad? — preguntó con misterio Carlos — Esa punzada en el estómago. . . hace unas horas. . . ¿lo has sentido? — Ana asintió con la cabeza con gran sorpresa — Lo hemos sentido los dos. Tú 230 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

no sabes lo que ocurre, no sabes por qué te ha pasado. . . pero yo sí — Ana le escuchaba sin comprender— Una gran amenaza se cierne sobre la isla y todo lo que representa, y la hemos sentido llegar. Todo por lo que he luchado, está en peligro y necesito tu ayuda.

Ana Belén no se atrevía a preguntar acerca de ella. No sabía cómo, pero estaba claro que aquel hombre tenía las piezas que faltaban en el rompecabezas de su mente.

— ¿Yo viví en esta isla?. . . porque la conozco. . .

— En efecto — asintió Carlos midiendo al detalle sus palabras — No estás sufriendo alucinaciones. . . viviste en la isla. . . hace mucho tiempo. . . — sus pausas se hacen eternas, parece tensarse al recordar— Eras maestra en Arquitectura, por eso recordaste la estatua cuyas ruinas encontraste junto a Guillermo en la playa, porque aquella efigie fue diseñada y construida por ti.

— ¿Qué más sabes de mí? — siguió preguntando Ana con temor

Carlos torció el gesto y cambió de tema, visiblemente incómodo

— No tenemos mucho tiempo Ana, debemos movernos rápido y tomar ventaja. Te prometo mejores explicaciones cuando llegue el momento. Ahora es importante que confíes en mí — Carlos quería retomar el hilo de la conversación hacia su propio interés — Es necesario que entiendas la importancia de acompañarme y cumplir la misión que te he contado, aunque no tengas todos los datos-

— Así que, pretendes llegar hasta la Fuente de Luz, y una vez allí controlar lo que llamas la caja. . . — Ana recapitulaba lo narrado por Carlos minutos antes

— Así es —asintió Carlos— Debes comprender lo fundamental que es llegar a tiempo. . . antes de que sea demasiado tarde. Tú misma has estado allí. . . El arrastrado ese de Hugo que llaman Elegido te llevó, y sentiste el poder que en ella se encierra.

Ana sospechaba que Carlos no estaba diciéndole toda la verdad. De- sconfiaba de sus palabras. Desde el momento del reencuentro mantenía una extraña sensación, y le inquietaba de veras la manera en que él la miraba, entre contenido y estremecido, como si por momentos dejase entrever algún sentimiento de culpa hacia ella. El sentimiento que inundaba a Ana en aquellos momentos era de temor y desconfianza. 231

— Dices que tú fuiste un científico militar, y que no eras humano — recapitula Ana mientras reflexiona — Dices que la caja es el lugar donde guardabais y custodiabais las almas una vez se separaban del cuerpo — Carlos seguía asintiendo — Y cuando vivías aquí y tu especie tenía el control sobre la isla, os encargabais del proceso de selección de cuerpos para cada alma, interviniendo entonces en el destino de los humanos. . .

— Pensando en lo mejor para la evolución de su especie, efectivamente — Apuntaló Carlos, dejando que ella digiriese la información

— Y ahora, pretendes volver a controlar todo el proceso. . . volver a con- trolar a los seres humanos. . . sus rasgos, sus capacidades, toda su vida. Decidir sobre su destino — sentenció Ana Belén en un tono en el que se adivinaba la disconformidad

— Digamos que en el pasado se cometieron errores que ahora trataré de solventar — contestó Carlos certero — Lo has resumido bastante bien, esa es mi misión, de este modo os ayudaré y salvaré a todos

— Cuándo dices todos te estás refiriendo a toda la raza humana, ¿verdad? — preguntó Ana con una mueca incrédula cargada de sarcasmo. Carlos sonreía dejando que ella mostrara su postura — Carlos. . . ¡estás mucho peor que yo! Porque en el caso hipotético de que la historia que hayas contado sea cierta, en el caso de que en verdad seas quien dices ser, y esta isla y lo que contiene sea lo que dices que es. . . En ese caso. . . ¿Cómo puedes pensar que vas a llegar hasta la caja, tomar el control sobre millones de almas y decidir el destino de la humanidad?

— Lleváis mucho tiempo creyendo que sois seres libres, autónomos, independientes, poderosos. . . — Carlos mantenía su sonrisa confiada, estaba harto de escuchar ese tipo de discurso durante cientos de años — Os creéis libres porque nosotros os dimos la libertad — sentencia con fuerza — Yo creé los sentimientos, que no son más que absurdas reacciones químicas sin valor alguno, y los creé para vosotros, para que pudieseis disfrutar una vida plena, para que los utilizarais con inteligencia y mesura. . . pero no fue así. . . No podéis vivir sin límites, sin control, sin un control superior. Eso quedó demostrado hace mucho tiempo. Enseguida, el hombre empezó a ansiar cosas fuera de su alcance, pasando por encima de otros para lograrlo, perdiendo el control y rompiendo la armonía.

— Hablas de los hombres como si fuesen muñecos, simples marionetas fabricadas en serie — Ana se sentía escandalizada por lo que estaba escuchando — ¿Tú decidiste darnos unos sentimientos? ¿Decidías quién debía tener un cuerpo esbelto y quién no? ¿Quién nacería con ojos azules y tez clara? ¿Quién debía tener un pensamiento analítico y 232 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

quién debía tenerlo positivista? ¿Me estás diciendo que decidías todos y cada uno de los rasgos del hombre?

— Entiendo que escape a tu comprensión — Carlos mantenía el tono sosegado — Confía en mí, ese estado funcionaba, era efectivo, y los humanos disfrutaban de vidas plenas, estaban sanos y eran felices. No había guerras, no había conflictos, no había dolor ni sufrimiento. El respeto a los demás y la naturaleza era completo. La Tierra era un lugar perfecto. Y mi propósito ahora es volver a ese estado original que logramos hace muchos años con tanto esfuerzo.

— Carlos. . . — Ana Belén no podía estar de acuerdo con sus palabras, algo dentro de ella empujaba hacia fuera unos sentimientos de irritación y frustración — ¿Quién te has creído que eres para decidir sobre nuestras vidas?

— Sólo soy el humilde científico que ayudó a diseñaros — Carlos re- spondió con un leve gesto altivo — Mi especie, mi gente, ¡nosotros! os creamos. . . el alma que ahora habitas y que hace diez mil años vivió en la isla también formaba parte de mi especie. Entiendo tu frustración y desacuerdo Ana. . . reconozco esos sentimientos —tornó al sarcasmo— ¡Vaya si los reconozco! ¡Joder. . . los fabriqué yo mismo! Pero debes aceptar que este mundo en el que ahora vivimos necesita una intervención urgente. El ser humano ya no puede dirigirse solo. Estáis destruyendo vuestro propio mundo en todos los sentidos. Os matáis unos a otros, destrozáis todo a vuestro paso. . . la ambición, el ansia de poder y de imponerse a los demás, la envidia, el odio, la maldad. . . son sentimientos que afloran en el humano y que se sobreponen a todo lo demás . . . Ana escuchaba aterrada el discurso del que hasta el momento era su amigo. . . ¡No sabes las ganas que tengo de ponerme a trabajar y acabar con las injusticias de este mundo!

— Hablas como si estuvieses manejando tu ordenador — Ana se encendía por momentos, no daba crédito — Lo planteas tan fácil. . . ¿En serio es tan fácil para ti? — Carlos mantenía su media sonrisa que alteraba aún más a la joven — ¿En plan, herramientas de configuración? ¡Hablamos de personas Carlos! ¡Personas! Y no olvides que tú eres ahora una de ellas.

— Es cierto que llevo mucho tiempo viviendo como una persona más — Carlos quería rebajar el tono de la discusión y hacerla entrar en razón — No pienses que soy una especie de monstruo sin sentimientos. Para mi desgracia, experimenté conmigo cuando vivía en la isla, y cambié mi propia configuración, como tú dices — guiño un ojo a su amiga, siempre distendido y sereno, muy seguro de sí — Probé en mí el tener 233

sentimientos, y puedo asegurarte que fue el peor error de mi vida. . . El peor, Ana. . .

El tono de melancolía apareció en Carlos, y ella se percató. Guardó silencio mientras él ordenaba sus pensamientos

— Jamás debí crear los sentimientos, jamás debí otorgárselos a nadie, ni a los humanos ni a algunos de mi propia especie, yo incluido — los ojos de Carlos tornaron vidriosos — Ahora es el momento de enmendar mi grave error, y devolver al mundo a su estado natural que nunca debió abandonar. Es necesario ejercer un control, y restablecer el orden.

— Tú no eres Dios, Carlos — dijo Ana con voz grave

— ¡Claro que no! — respondió él con firmeza — ¿Sabes por qué? ¡Porque Dios no existe! Fue una invención vuestra, permitida por nosotros claro está. El humano siempre ha necesitado de una guía, un poste de Fe al que agarrarse. Por eso os aferrasteis a la idea de un Ser superior que velaba por vosotros y vuestras almas.

— ¡Claro. . . ! — A Ana no le gustaba el tono ni las palabras de Carlos — Y en realidad lo más parecido a ese dios eras tú. Controlando las vidas humanas, jugando con las personas para que pensasen, sintiesen y actuasen a vuestro capricho. Sin posibilidad de libertad alguna.

— Repito que ese era el estado natural, y era perfecto. El hombre vivía en paz y armonía — insistía Carlos — No hay malas intenciones en mi propósito, no tienes por qué temer. Sólo intento hacerlo bien. Y puedo asegurarte de que los humanos nunca fueron conscientes de ese control.

— Yo creo en la bondad natural del hombre — Ana no se daba por vencida — ¿Vas a decirme que siglos de pensamiento ilustrado no sirvieron para nada? ¿No has leído a Rousseau?

— ¡No me lo puede creer. . . ! — exclamó Carlos arqueando las cejas — ¡Valiente ejemplo me has puesto! ¡Ese era un gilipollas, un putero y un borracho! Me tenía frito. Una vez hasta me planteé asistir a uno de sus discursos para matarle. . . ¡Vaya mierda de obras que escribió! Me dio un siglo XVIII. . .

Ana Belén le miraba boquiabierta. Carlos parecía conocer al Hombre así como toda su Historia mejor que nadie, vivida de primera mano. 234 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

— Entonces. . . — prosiguió ella con creciente curiosidad — seguro que eras fiel seguidor de los absolutistas cerrados como Hobbes. . . Siempre proclamando los peligros de que el hombre viva en un estado de naturaleza libre, y la importancia del dominio y la autoridad de un soberano para garantizar la paz y la sumisión.

— Jeje. . . — a Carlos le divirtió el comentario — La guerra de todos contra todos. . . El hombre es un lobo para el hombre. . . , diría que son las frases más bien enunciadas de la historia, si no fuera porque son mías.— Carlos sonrió cómplice

— No te conozco — atacó Ana con gesto turbado — ¿Cómo puedes estar de acuerdo en atar a los seres humanos? ¿En limitar su libertad? Yo no puedo pensar en vidas programadas desde antes del nacimiento hasta el momento de la muerte. Las personas deben poder tener derecho a elegir, a equivocarse, a tomar sus propias decisiones, a aprender por ellos mismos. Y lo que tenga que pasar pasará. . . Y no te creo Carlos, los sentimientos no pueden ser pre-fabricados. . . son connaturales al individuo — Ana insistía con su discurso — Los sentimientos son algo innato, no pueden hacerse en una probeta y administrarse como una aspirina.

— Me encantaría demostrarte que te equivocas — replicó Carlos — Algún día espero poder enseñarte cuál era mi trabajo, mi verdadero oficio.

— ¡A ver Carlos! ¡Estás tirando por tierra siglos de Ciencia y Medicina! — Ana seguía incrédula — No me puedes decir que la Teoría de la Evolución fue un cuento chino. ¡No existe la tecnología capaz de hacer lo que cuentas!

— Estás muy , y no puedo hacer nada para convencerte mien- tras tu juicio esté tan nublado — apostilló Carlos siempre sereno — No puedes darme lecciones. . . estás hablando con un hombre de Ciencia. Y no podrías siquiera imaginar la tecnología que yo he manejado cuando viví en la isla. No puedes hacerte una idea. Comprendo tu postura — Carlos esbozó una leve sonrisa irónica — me recuerdas mucho a alguien, bastante cercano a ti por cierto. Tú Fe en el ser humano, en que su bondad y valores positivos al final se acaban imponiendo a los negativos, es algo encomiable. . . Pero créeme. . . es una visión errónea. Lo he vivido Ana, y sé de lo que hablo.

Ana reflexionó cabizbaja. No podía aceptar las palabras tan crudas de Carlos. Se negaba a aceptarlas. 235

— Yo podría ayudarte con tu enfermedad, ¿sabes? — dijo Carlos llamando de nuevo la atención de ella — Podría curarte teniendo los medios apropiados. Y sería en la isla — Ana le miró sobrecogida, el joven hablaba con gran aplomo — Me siento responsable de la muerte de varios de nuestros amigos; no pude evitar el accidente del barco. Sin embargo, voy a hacer todo lo posible por mantener a salvo a los que aún están vivos. Tuya es la elección Ana. . . puedo salvarte, si confías en mí. Ven conmigo. . . ayúdame a salvar la isla.

Ana bajó la cabeza y quedó pensativa. De repente, respondió a Carlos.

— Si tengo que morir porque es mi destino, lo haré. No permitiré que decidas cuándo he de morir. — Dijo Ana mientras se levantaba para irse

Carlos le cogió del brazo para que no se fuera

— En ese caso, quiero que escuches con atención, conocerás a alguien. Oigas lo que oigas, te cuenten lo que te cuenten o pase lo que pase, has de saber que yo siempre te quise — Dijo Carlos clavando sus ojos en los ojos de Ana

Ana no contestó. Carlos soltó su brazo y ella continuó su camino mientras él quedó contrariado mirando al suelo y pensando qué hacer

— o —

Cristina no tardó en entrar en el poblado. Ben la guió con presteza. Nadie habló durante el camino del embarcadero a Dharmaville. Cristina no tenía nada que decir y sus dos esbirros se limitaban a seguirla donde ella fuera, sin más preguntas. Ben tenía miles de preguntas que hacer a la mítica Neith, de la que tanto había oído hablar, pero ni una pizca del valor necesario para enfrentarse a ella.

— Definitivamente, han cambiado muchas cosas desde que no vengo por aquí — Dijo Cristina a la entrada del poblado — ¿Qué son estas casitas?

— Es donde vivimos nosotros desde hace muchos años. Aprovechamos una base que había dejado una especie de secta científica llamada Iniciativa Dharma — respondió Ben 236 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

— Sí, había oído algo. — Dijo ella — Pero tú no eres descendiente de los que quedaron aquí al cargo.

Ben quedó sorprendido por la capacidad de análisis de Cristina

— Efectivamente — Respondió Ben — Yo vine con la iniciativa Dharma. Mi padre trabajaba con ellos. Pasado un tiempo me uní a los que quedaron al cargo en el templo.

— No siento el alma de Jacob, ni de Samuel— Dijo Cristina — ¿Qué fue de ellos?

— Jacob ya no es el elegido — Informó Ben

— ¡Ja, ja, ja! — rió Cristina — Al final Samuel consiguió acabar con él. Me alegro, Tenía grandes esperanzas puestas en él.

— Lo cierto, es que yo maté a Jacob — Dijo Ben, un segundo antes de arrepentirse por temor a la represalia de Cristina

— ¡Vaya!, así que es a tí a quien utilizó — dijo con una sonrisa Cristina — me alegro, Jacob era un gilipollas blandengue. Quizá por ello te cargaron a ti con el trabajo del conductor, mientras Samuel escapaba.

— Samuel no logró escapar, le mató el anterior elegido. Un tal Jack Shephard.

— ¿Que le mataron? — preguntó Cristina — pero si el conductor no tiene cuerpo que matar. Tú lo deberías saber más que nadie

— No pasó eso, Utilizaron el extraño mecanismo de la caverna de la luz para volver a convertirlo en humano y así poder matarlo.

— ¿Cómo? — Dijo Cristina aturdida — lo que dices no tiene sentido. No conozco ningún mecanismo que permita hacer eso

— Parece que es una especie de contenedor electromagnético que se rige con una piedra. Supongo que Jacob guió a Jack cuando le pasó sus poderes como elegido.

— Pero. . . ¿Tú no habías matado a Jacob? — Cristina no entendía nada

— Si, pero se le apareció después — dijo Ben —Supongo que esas cosas pasan en la isla

Cristino no entendía lo que había pasado, y se mantuvo en silencio pensativa. 237

— ¡Un momento! — Cristina recordó algo — ¿A lo que te refieres con contenedor electromagnético no será una piscina de luz que tiene una piedra en medio, que está justo despues de bajar la cascada?

— Si

— ¡Pero si eso es la fuente! — Cristina tenía la boca abierta

— Si, supongo que se llamará así — dijo Ben

— No, no me has entendido bien — contestó divertida Cristina — No es la fuente en sentido místico, sino una fuente en sentido decorativo. No es más que una estructura que queda bonita en la entrada.

— Pero, ¡no puede ser! al quitar la piedra, la isla comenzó a temblar, y hasta que no la volvieron a poner, no paró — Dijo Ben extrañado

Cristina se quedó pensando un momento. De repente su cara se iluminó.

— Estaba Samuel con vosotros cuando la isla temblaba.

— Si, claro, fue cuando Jack le mató.

— ¡Ja ja ja! ¡qué hijo de puta! — Cristina rió con fuerza — ¡Os engañó como a unos crios! La isla tembló así ¿verdad?

De repente todo pareció temblar alrededor de Ben. Parecía como si la isla se fuera a hundir. Ben no se atrevió a decir nada.

— Eso no es más que un pulso electromagnético que yo e incluso tú puedes lanzar a voluntad, parece que no conoces bien la tecnología que montas, ¡Ja Ja ja!— seguía riendo Cristina

— Pero Jacob. . . — balbuceó Ben

— Jacob estaba muerto, tú mismo le mataste. — afirmó Cristina — ¿Conoces a alguien de la isla que pueda tomar cualquier forma?— Ironizó Cristina. Ben sabía más que nadie que el humo negro podía tomar cualquier forma.

— Me estas diciendo que Samuel nos hizo creer que era Jacob. Pero no puede ser, él no podía cambiarse hasta que no hubiese otro elegido

— ¿Quién te ha dicho eso? — Preguntó Cristina con una sonrisa irónica en la cara a sabiendas que habría sido el propio Samuel 238 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

Ben cayó en la cuenta de su error

— Pero, ¿Qué sentido tiene? — dijo Ben aturdido — ¿Nos engaño para que le matáramos?

— Os engañó para escapar, y convenceros para que vosotros os quedáseis guardando la isla — dijo jocosa Cristina — No hay otra forma de escapar para el conductor. Saltó a la caja.

—¿ La caja? — Preguntó Ben — ¿Qué es la caja?

Cristina no daba crédito a lo que escuchaban sus oidos

— ¿No sabes lo que es la caja? — Dijo Cristina con la boca abierta

— No

— ¿Cuánto tiempo llevas aquí?— preguntó Cristina

— Cerca ya de 60 años

— ¿Y llevas encerrado aquí 60 años, sin siquiera saber lo que estás protegiendo?

— Sí.

— ¿Y por qué lo haces?

— Porque siento que tengo que hacerlo

— La estupidez humana a veces me da miedo — Concluyó Cristina — En cualquier caso, no te tortures. Samuel era un tipo especial. Muy listo y detallista. Entremos en tu casa y hablaremos sobre Por qué me has llamado.

Miles de pensamientos surcaron la mente de Ben mientras se dirigían a su barracón. Su cerebro no paraba de recordar y analizar uno a uno los pasajes de aquel tiempo. Para su desgracia, todo parecía cuadrar. Todo parecía un magnífico plan de Samuel.

— o — 239

El viento soplaba contra la cabaña de madera en la que los jóvenes esperaban pacientemente la llegada de Carlos. La premura con la que el extraño ser les había abandonado había sido determinante para aumentar el ya de por sí nerviosismo de los chicos. Tan sólo Zoe mantenía una tensa tranquilidad.

— ¿Habéis oído ese ruido? — Ana Navarro prácticamente había llegado a la paranoia

— Es una cabaña vieja. El viento está soplando fuerte fuera — Dijo Zoe — ¿Qué esperas? Este ruido es bastante normal.

— Tienes razón, pero es que estoy de los nervios — Se excusó Ana

Justo en ese instante la puerta se abrió haciendo que todos se asustaran. Carlos apareció en el umbral a las pocas centésimas haciendo que sus corazones volvieran a latir con normalidad.

— ¡vaya susto nos has dado! — Dijo Ana — Podrías haber llamado antes de entrar.

— ¿Creéis que el ruido de llamar a la puerta os hubiese asustado menos? — Dijo Carlos

— En fin, da igual, qué noticias nos traes.— Preguntó Jose Enrique.

Carlos tornó su cara sombria y se sentó antes de empezar a hablar.

— No he conseguido lo que quería.

— ¿Por qué no nos explicas qué pasa? — Dijo Ana Navarro, que no entendía nada

Carlos se levantó y miró por la ventana

— Está bien. — Dijo Carlos —- Ha llegado alguien a la isla, una vieja amiga

— ¿Y cuál es el problema? — Preguntó Ana

— Digamos que los errores del pasado me están persiguiendo

— Bueno, puedes utilizar los poderes que Zoe dice que te ha visto utilizar — Apuntó José Enrique 240 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

Carlos dirigió su mirada a Zoe, que asintió y luego volvió a mirar al grupo.

— Me temo que no es tan sencillo. Aquélla que ha llegado es muy poderosa. Demasiado poderosa.

— Pero, entiendo que tiene algo contra ti, pero por qué contra Nosotros — Preguntó Claudio

— Intentará destruir todo aquello que me importa para hacerme daño.

Carlos dirigió su mirada hacia Zoe.

— Además, está aliada con Ben — continuó Carlos mirando a Emily — o lo que es lo mismo, el humo negro.

— Y. . . ¿No podemos escondernos, hasta que se vaya? — Insistió Ana

— No de ella. No en esta isla — Dijo Carlos con una triste sonrisa pintada en la cara.— Hemos de irnos de aquí, este lugar ya no es seguro

— ¿ Dónde iremos? — Abel estaba muy inquieto

—A la caja, quizás allí tengamos una oportunidad

A Zoe se le encendió la cara. Los demás no pusieron ninguna objeción

— Confiamos en tí, iremos donde nos digas — Exclamó Zoe

— Vayamos entonces.

Y el grupo salió de la cabaña para dirigirse a la misteriosa caja.

— o —

La noche estaba cerrada, mientras el grupo se dirigía a la caja. Por el camino la gente iba en silencio, temerosa. Nadie hablaba con nadie se limitaban a seguir a Carlos que avanzaba guiándoles. Zoe seguía muy de cerca a Carlos. Era la que mayor confianza tenía en el extraño ser que tenía delante y se sentía segura a su lado. Sin embargo, desde que había pasado aquello, él parecía distante, y ella no sabía por qué En un momento, Carlos rompió en silencio de aquella noche. 241

— Zoe, tengo que hablar contigo

Zoe se acercó aún más a Carlos para que pudieran conversar al abrigo de los oídos de los demás

— No me gusta tu tono de voz — dijo Zoe — ¿Qué es lo que pasa?

— Tienes que separarte de mí — dijo él en tono serio

— ¿Qué? . . . — Zoe estaba confundida — ¿De qué estás hablando?

Carlos mantuvo un momento de silencio

— Tienes que evitar andar tan cerca de mí. — volvió a repetir Carlos

— Estás muy raro desde lo que ha pasado esta noche — Dijo Zoe — Si lo que quieres es dejar sea lo que sea que tengamos, no te preocupes lo superaré, no es necesario que me apartes de tu lado. No me debes nada.

— No, no es eso, más bien todo lo contrario — Dijo Carlos críptico

— ¿Entonces?

— Lo hago por tu bien,. . . y por el mío. — Contestó Carlos

— No lo entiendo

— Escucha, lo que ha llegado a la isla va a intentar hacerme mucho daño. Todo el que sea capaz de infringirme. Si siente que tengo algún punto débil lo utilizará contra mí — Carlos suspiró — Y. . . ella no tendrá piedad de nada ni nadie. No mereces sufrir así.

— Pero. . . — Zoe intentó hablar

— No hay peros que valgan, esto no es una película, ni una serie de televisión. No es necesario que sufras por mi. Si muero, moriré sólo, no tengo que arrastrarte conmigo.

Zoe bajó la cabeza y anduvo a su lado pensativa

— Entonces, ¿Lo que tenemos es tu punto débil? — Zoe preguntó

Carlos se quedó sin palabras ante la pregunta de Zoe. No sabía qué decir, su boca permanecía abierta intentando darle una respuesta adecuada. 242 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

— No te preocupes. Ya has contestado — Dijo Zoe mientras posaba una mano en su hombro — A veces no pareces tan superpoderoso

Carlos casi se sintió sonrojar mientras Zoe abandonaba la cabeza del pelotón para que la ocupara Carlos en solitario mientras ella se refugiaba en medio del grupo. Sin embargo, en su mente ella seguía a su lado cogida de su mano con una enorme y completa alegría.

— o —

Zoe avanzaba despacio con el sobre entre sus manos y pegado al pecho. Aquel día parecía más soleado cuando salió de aquel edificio. No podía dejar de sonreír, su amplia sonrisa pintada en la cara no hacía más que iluminar a cada uno de los transeuntes que se encontraba al paso. Su paso era liviano. Ella casi sentía que sus pies no tocaban el suelo. Nada importaba, sólo lo que estaba impreso en aquel papel. Casi sin darse cuenta llegó a su casa. Se trataba de un ático en pleno centro de la ciudad. Tenía cuatro amplias habitaciones y una terraza de 80 metros cuadrados. Demasiado grande para una persona sola, solía pensar. Y quizás tenía razón. Cerró la puerta con su espalda y quedó allí unos instantes abrazada a aquel sobre mientras dejaba salir un suspiro de lo más profundo de su ser. Se dirigió a la cocina y abrió el sobre con cuidado. Leyó su contenido para asegurarse que nada había cambiado. Así era, los resultados no dejaban lugar a dudas. Estaba embarazada. Aquel logotipo del laboratorio en la esquina del papel vestía con su elegancia el contenido y aseguraba, con su prestigio en juego, que aquello era cierto. Aquel episodio le hizo recordar la isla y lo que allí aconteció. ya habían pasado algunos años desde que la había abandonado. Y no pudo dejar de pensar en él, en todo lo que había pasado y un pequeño sentimiento de amarga melancolía le apuñaló el corazón. Aún en medio de la ensoñación, Zoe dirigió su mirada a la habitación principal al final del pasillo. La puerta estaba abierta y sobre la colcha blanca, un objeto rojo intenso contrastaba. Zoe se extrañó y se dirigió hacia allí rápidamente. Cuando llegó a la habitación, encontró una rosa roja encima de la cama. Entre ella y la colcha había una nota. Apartó la rosa con cuidado con una mano mientras con la otra cogió la nota. Al abrirla y leer su contenido no pudo evitar sonreir sorprendida. Con la boca aún abierta soltó la nota y cogió la rosa entre sus manos para acercarla a su nariz y sentir su aroma. Cerró 243 los ojos tranquila, todo estaba bien. Cualquier sentimiento de melancolía se desvaneció por el aroma de la flor. La nota rezaba será niña

— o —

Una vez en casa de Ben, Cristina dio descanso a sus guardaespaldas.

— Podeis ir a descansar — Dijo ella — No os necesito de momento

Los esbirros de Neith no rechistaron y pidieron a Ben un lugar donde descansar. Ben los acompañó a una de las casetas donde les proporcionaría cobijo. Mientras Ben acompañaba a sus hombres, Cristina se sentó en el sofá del salón. Se puso a pensar en cuales iban a ser sus siguientes pasos. La repentina llegada de un hombre le liberó de sus pensamientos

— ¡Ben! — Entró gritando el orondo hombre —¿Dónde demonios estás?

Hugo había entrado a gritos. Cristina se quedó mirándolo con curiosidad. En otro momento, ella habría desatado su ira inmediata contra él. Sin embargo, después de lo que había pasado aquella noche, estaba de buen humor.

— ¿Quién eres tú? — dijo él. Los papeles parecían estar cambiados, el siempre tranquilo Hugo parecía muy nervioso.

— Podría preguntar yo lo mismo, eres tú el que ha entrado aquí de repente.

— Conozco a todo el mundo de la isla — Dijo Hugo — y no sé nada de ti

— Entonces. . . no conoces a todo el mundo en la isla, porque yo estoy aquí— ironizó ella

— Oye, no sé que habrás venido a hacer aquí, pero no tengo ganas de. . .

— ¡Silencio! — Neith se levantó y calló a Hugo de un grito — Hasta ahora he sido amable — La mujer había cambiado el tono de voz — No querrás verme enfadada.

Hugo se intentó tranquilizar para analizar la situación 244 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

— No sé quién es el que ha decidido que un alma débil como tú quedara al cargo de esta isla.— continuó Neith— Y aunque es obvio que no sabes quién soy, y deberías saberlo, no consiento que ni aún así faltes al respeto a alguien a quien deberías rendir pleitesía.

— ¿Por qué debería saber quién eres?

— Porque yo soy quien escogió al primer elegido, y soy la que dispuse las normas. Pero está claro que en algún momento alguien dejó de hacer su trabajo. Es tu deber saber todo sobre la isla y llamarme en caso de emergencia. Soy Neith.

— ¿Neith? — contestó Hugo — no me suena de nada

— Está visto que alguien no hizo bien su trabajo. Menos mal que el conductor lo hizo por tí. Es él y no tú el que debía haber sido elegido

— ¿Por qué te debimos haber llamado? — dijo él — Lo tengo todo controlado.

— ¿Lo tienes todo controlado? — dijo ella — ¡está aquí! ¿Tienes la menor idea de lo que hubiese pasado si no hubiese llegado a la isla antes de que se hubiese hecho con la caja?

— Bueno. . . sé que Ana Belén es importante, no sé porque, pero es una buena chica — dijo Hugo — He conseguido que confíe en mi y no será un peligro.

— ¿Ana Belén? — Neith estaba confusa — ¿No te has dado cuenta? el problema no es ella sino él.

— ¿Él? — Hugo no entendía — ¿Te refieres al tal Carlos? Noto a Ben algo preocupado, pero no puede hacernos nada, soy inmortal.

— ¡Necio estúpido! — a Neith se le encendieron los ojos.

De repente el brazo izquierdo de Neith empezó a deshacerse formando una estruendosa niebla blanca que empezó a rodear a Hugo y lo levantó en el aire. Neith abrió la puerta y sacó a Hugo a la plaza del poblado en volandas mientras él chillaba asustado Ante el enorme ruido, todos los de poblado salieron para ver qué pasaba, y se encontraron con la escalofriante escena. La niebla blanca levantaba en el aire y rodeaba al elegido sin que él pudiese hacer nada. Nadie se movió y todos quedaron expectantes y asombrados. Incluido Ben que había salido despues de dejar a los esbirros de Neith en una de las cabañas. En un momento, la niebla blanca se torno espesa. Los gritos de deses- peración de Hugo hicieron temblar a los asistentes. De repente, la niebla 245 se contrajo de golpe, y un horripilante grito de dolor salió de ella. Seguido al grito apareció el silencio y la niebla se tornó rojo sangre, tras lo que una especie de lluvia roja empezó a caer de la extraña nube. Cuando la nube descargó lo que parecían haber sido los restos del elegido, la niebla, otra vez blanca, se empezó a recomponer formando de nuevo el brazo de Neith ante la mirada atónita de todos.

— ¡Escuchadme todos! — la voz de Neith rompió el tenso silencio — ¡hay nuevas normas! ¡la primera! ¡Ahora Mando yo! ¡Y la segunda y última! ¡las normas las pondré yo según me parezca en el momento! ¿Alguno tiene alguna objeción?

Ni un alma se atrevió a contradecirle.

— En ese caso todos a dormir. — Neith dirigió su mirada a Ben — Tú, ven conmigo que tenemos que hablar.

Ben se dirigió raudo con Neith, y los demás se metieron en sus casas sin rechistar. El temor se había apoderado de Dharmaville

— o —

De repente, Carlos levantó la mano en señal de stop y el grupo paró la marcha hacia la caja.

— ¡Algo ha pasado! — dijo Carlos enigmático

El hombre estaba pensativo y alerta. En un momento habló.

— No hay duda, ¡corred, seguidme! — gritó Carlos

El grupo le siguió asustado. No sabía que había pasado por la mente del guía, pero no tenían la intención de quedarse a averiguarlo. El miedo hacía que el grupo corriera con toda su alma para seguir a Carlos que corría a gran velocidad. El grupo casi no podía seguir el ritmo del humanoide. Cuando casi le habían perdido de vista. Se detuvo en seco, los demás pararon a su lado jadeantes. Carlos no daba sensación de cansancio.

— Hemos llegado — Anunció Carlos 246 CAPÍTULO 9. HOMBRE DE CIENCIA, MUJER DE FE

El grupo de encontró en lo que parecía ser un pequeño remanso del rio en el que en el centro había una gruta de la que brotaba una fuerte luz. Todos quedaron maravillados. Carlos soltó la mochila que llevaba al hombro y la dejó en el suelo. Cogió la cantimplora que llevaba atada, vació el agua que había dentro y se acercó al rio. Tras ello se sentó en una roca y la llenó con el agua de río. Miró a los demás que se estaban acercando y sin mediar palabra, bebió el agua.

— ¿Qué narices estás haciendo? — Dijo Ana Navarro indignada— ¿Nos haces correr hasta que se nos salen los hígados solo para beber agua del río?

Carlos se puso en pie.

— Digamos que ahora tenemos una pequeña ventaja que antes no teníamos. — Dijo él con una tímida, aunque tranquilizadora sonrisa pintada en la boca —Acabamos de tomar la caja. Alguien nos ha hecho el trabajo sucio

Los del grupo se miraron entre ellos sin saber lo que estaba pasando.

— y. . . ¿Ya está? — dijo incrédulo Jose Enrique — tanto para ésto. . . ¿Estamos ya fuera de peligro?

— Desgraciadamente, no —- Carlos torció el gesto — Pero ahora tenemos una mínima oportunidad de salir vivos.

— Sabes que no nos estás tranquilizando nada ¿Verdad? — Dijo Guillermo — Por qué no nos cuentas qué es lo que pasa.

Carlos se volvió a sentar en la roca antes de hablar. Los demás se sentaron alrededor.

— Tienes razón, además necesitareis toda la información para saber a lo que nos enfrentamos. Pero antes de eso. . . Algunos de vosotros conocísteis a Hugo ¿Verdad?

Varios del grupo asintieron con la cabeza

— Si alguno le había cogido cariño, deciros que Hugo ha muerto. La buena noticia es que ahora soy yo el elegido. Esa es nuestra ligera ventaja. Los del grupo se miraron extrañados. Nadie parecía entender nada, pero Carlos se dispuso a explicar la situación.

— o —

Ben sintió una punzada en el pecho justo en el momento en el que Carlos había tomado el agua del manantial.

— ¡Oh! No. . . hemos llegado tarde. lo ha conseguido — dijo Ben en voz alta

— No te preocupes querido amigo — Neith puso su mano en el hombro de Ben — No tienen ninguna posibilidad

— Pero. . . — Neith tapó con su mano los labios de Ben pintando una maléfica sonrisa en su cara.

— Hasta él lo sabe. . . está llevando a los suyos a una muerte segura. Confía en mí

De repente, alguien tocó la puerta de la cabaña de Ben. Él acudió a a abrir. Ana Belén apareció en la estancia

— Ben, ¿Qué es ese charco de sangre en la plaza? ¿Qué ha pasado?

Ben no supo que contestar. Lo primero que oyó Ana Belén fue la extrañamente familiar voz de Neith.

— Volvemos a encontrarnos Heket. Entra, te estaba esperando

— o —

CAPÍTULO 10 La Traición

— ¿. . . Quién eres?— Dijo Ana Belén confusa al notar la familiaridad con la que le habló la mujer— ¿Te conozco?

— Me llamo Cristina — dijo ella — Pero tú hace mucho tiempo me llamabas Neith

Ana Belén se sentía extraña, el rostro de aquella mujer se le sugería familiar, pero estaba segura de no haberla visto en su vida. No en esta. Ana Belén buscó respuestas en la mirada de Ben, pero él parecía tan confundido como ella.

— No. . . te recuerdo — Ni siquiera Ana Belén sabía que eso era cierto — ¿Éramos amigas?

— No, no precisamente amigas — Dijo Cristina que parecía melancólica — pero debimos haberlo sido.

— Entonces. . . — ella no entendía.

— Fuimos engañadas, forzadas a enfrentarnos. Pero ha llegado la hora de nuestra venganza

— ¿Engañadas? ¿Por quién? — Ana estaba extrañada

— Por un perverso ser, que hoy te ha llamado amiga — Cristina dirigió su mirada a Ben — ¿Cuál es el nombre que ha escogido?

— Carlos — respondió Ben

249 250 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

— Carlos. . . , ¿Perverso ser? — A pesar de la conversación que acababa de tener con Carlos, sus sentimientos hacia él distaban mucho del odio. Ella lo apreciaba mucho.

— Te haya dicho lo que haya dicho, No has de creerle.

— Lo mismo me ha dicho él — Ana dio sentido a las últimas palabras de Carlos

— Él acabó con tu vida en la isla por sus malditas convicciones. No dudó en acaba con vuestro amor por ellas.

— ¿Nuestro amor?

— Si, ¿No te lo ha contado? Tú y él erais pareja en la época en la que nos conocíamos. Tú y él vivísteis en la estatua. Pero no dudó en matarte cuando dejaste de serle útil.

— Pero eso. . . no puede ser, eso es maquiavélico.

— Por lo que sé, No me extrañaría que hubiese sido el propio Maquiavelo en persona.

Ana se petrificó recordando su conversación con Carlos

— ¿Y por qué tengo que creerte a ti?— Dijo Ana Belén

— Sólo escúchame. No pretendo más.

— Te escucho — Concedió Ana

Ana se sentó en una silla dispuesta a escuchar lo que tenía que contarle aquella mujer.

— o —

El consejo se había reunido aquel día de manera extraordinaria para solucionar de una forma definitiva el problema. Sentados a la mesa estaba el viejo Seth, Neith, Jnum y Heket. Seth era la cabeza visible de lo que podía llamarse el gobierno de la Isla. Aunque realmente el poder de decisión se reservaba al consejo, en caso de empate, su voto era el que decidía. Seth había sido un respetado político en la vida anterior a las grandes guerras y sus dotes le habían valido para crearse los suficientes apoyos para permanecer en el gobierno. En Seth recaían los poderes legislativos y judiciales. Neith era 251 la general en jefe de los ejercitos. Durante las grandes guerras había mostrado su valía y fuerza. Neith era temida y respetada en toda la isla por su firmeza a la hora de actuar. Aunque Jnum era militar a las órdenes de Neith, había tomado relevancia como científico al ser el elegido para diseñar el cuerpo de los humanos. Fue entonces cuando Jnum se convirtió en la mano derecha de Neith y el ministro de la ciencia de facto. Él atesoraba todo el conocimiento científico que quedaba tras las grandes guerras. Heket no pertenecía al consejo de forma permanente, pero había sido invitada a la reunión. Las ideas de Heket iban a ser tomadas en cuenta para tomar la decisión más adecuada.

— Has de saber, Heket, que tu relación con Jnum no va a suponer ninguna ventaja ni handicap en esta reunión — Comenzó Seth — El tema a resolver es complejo, y es la mejor solución la que ha de reinar, nada más.

— No esperaba otra cosa de este organismo — Contestó Heket — Como ya debe saber, Jnum y yo defendemos ideas diferentes, y, hasta ahora, lo hemos resuelto de forma civilizada.

— Me alegra oír eso. — Respondió un sonriente Seth — Proceda a exponer su versión.

— El problema que yo veo con el modelo actual de control a los humanos es que vamos a romper su capacidad de aprender de manera natural. De este modo, si en algún momento dejase de existir ese control, correríamos el riesgo de que no estuviesen lo suficientemente maduros; justo cuando atesorasen un poder demasiado grande llevaríamos a su fin y con él, posiblemente, el fin de la vida en la tierra.

— Si les llevamos correctamente, quizá algún día sean capaces de so- brevivir solos. Si no lo hacemos cometerán los mismos errores que nosotros. Y si consiguen un poder superior al nuestro moriremos con ellos. Y con nosotros morirá cualquier esperanza de salvación.— Contestó Jnum

— Pero no podemos controlarlos durante toda la vida. Son almas como nosotros, de hecho, hace algún tiempo ocuparon cuerpos como los nue- stros. ¿Lo que estamos haciendo no es engañarles? ¿No es engañarnos a nosotros mismos? — Contestó Heket

— Como mando del ejercito — Replicó Neith — No puedo estar más de acuerdo con el coronel Jnum. Dejarles crecer sin control será un problema para nuestra seguridad. 252 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

— ¿Y quiénes somos nosotros para interponer nuestra seguridad a la de ellos? — preguntó Heket — ¿Cuándo os vais a dar cuenta que nosotros somos ellos?

— ¿Y cuándo te vas a dar cuenta, Heket, que el hombre aún no es capaz de dominar los sentimientos? — Volvió a hablar Jnum — la misma avaricia, el ansia de poder o el odio fuera de control son incluso más nocivos que lo que nos llevó a destruir nuestra civilización.

— Sin embargo, la alegría, el amor, las ganas de vivir.— contestó Heket — Esas contrapartidas son las que necesita el hombre para ser capaz de dominar él solo su mundo. Controlándoles no les daremos la capacidad real de crecer por sí mismos, y los haremos a nuestra imagen y semejanza, con nuestros mismos temores y problemas

— ¿Cuántas civilizaciones vas a tener que destruir para darte cuenta de que solos no van a poder hacerlo? — Argumentó Jnum — Ellos mismos han inventado la religión, buscan repetidamente la figura de un dios que les ayude. Realmente quieren ser controlados. Seamos su dios, protejámosles de ellos mismos.

— ¿Y qué pasa si ellos no quieren ser protegidos? — Heket no entendía el empecinamiento de Jnum — ¿Acaso les hemos preguntado?

Jnum iba a contestar a Heket cuando Neith tomó la palabra.

— Creo que las posturas ya están claras. No perdamos más tiempo — Neith dirigió su mirada a Seth — Es tu decisión. Somos dos a uno, y tu voto empatará y decidirá.

Seth se levantó y empezó a pasear por la sala pensativo. Jnum estaba tenso. Deseaba una decisión que él consideraba inteligente. Heket estaba esperanzada en la decisión que ella consideraba correcta. Seth miraba a los dos debatiendo consigo mismo.

— Heket tiene razón — Dijo Seth al fin — Custodiaremos la caja pero no la controlaremos.

Las palabras cayeron como una losa en el alma de Jnum, que apretó las manos con fuerza y bajó la cabeza. Heket tenía sentimientos encontrados. Mientras sentía una inmensa alegría por conseguir lo que ella llamaba la liberación de los humanos, a la vez se sentía triste por su amado. Heket puso la mano en el hombro de Jnum. Jnum no se movió, ni dijo nada. 253

— Jnum, ¿Aceptas mi decisión? — Seth quería una confirmación de la boca del abatido humanoide

— La acepto. . . , pero, no la comparto.

— Gracias por tu comprensión — Agradeció Seth — Para que el proceso de eliminación del control de la caja no afecte a los humanos, no se producirá hasta dentro de un año. Eliminaremos el control paulatina- mente. Jnum será en el encargado de liderar ese proceso. — Seth intentó premiar a Jnum para que se sintiera mejor, pero no lo consiguió.

Jnum no respondió.

— En fin, si me necesitais estaré en mi despacho — Dijo Seth mientras salía por la puerta. Neith le siguió sin decir nada

Heket se acercó a Jnum

— ¿Estás bien, cariño? — Dijo ella todo lo dulcemente que pudo

— No — dijo él rotundo. Giró la cabeza y dirigió una fría mirada a Heket — Necesito estar solo

Heket no se atrevió a decir más y tras darle un beso en la mejilla lo dejó solo en aquella habitación, embebido en sus pensamientos.

— o —

En el remanso del río a la entrada de la gruta de la caja, Carlos explicaba al grupo cuan complicada era la situación.

— Estamos en grave peligro. — Comenzó Carlos — No quiero engañaros. Esta no es vuestra guerra, así que si no queréis seguir conmigo, sólo tenéis que marchar.

— ¡Y que nos coja el humo negro! — Gritó David

— El humo negro no es lo que ha de preocuparos. — Dijo Carlos — Si veis una espesa niebla blanca, entonces estaréis muertos.

Un terrible sentimiento recorrió al grupo. 254 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

— Aún así no me fío nada de ellos, creo que estamos más seguros contigo — Dijo Ana Navarro. Los demás asintieron.

— El ser que ha llegado es una mujer. No os dejéis engañar por su aspecto. . . es terriblemente poderosa. Antiguamente, se la consideraba la diosa de la guerra. — Continuó Carlos — Su forma de ataque es una densa niebla blanca, de la que tomé la idea para crear el humo negro.

— ¿Tú creaste el humo negro? — Preguntó David sorprendido

— Sí, pero eso ya no tiene importancia. Lo importante es que si veis esa forma huyáis, no podrá cogeros a todos.

— ¿Y entonces. . . qué se supone que vamos a hacer? — volvió a preguntar David.

— Ella, como todos, tiene puntos débiles. Estoy ideando un plan, en cuanto lo tenga, lo pondremos en práctica. Ahora de momento, res- guardémonos en la gruta. Allí estaremos seguros, de momento

El grupo, con el susto aún en el cuerpo, siguió a Carlos hacia la luz, que se veía a través de la gruta.

— Entonces, eso de que cuando morimos vemos una luz, ¿Es ésta? — preguntó Jose Enrique

— No, eso es producido por la falta de oxígeno en el cerebro. En el traslado del cuerpo a la caja no se siente nada, o al menos. . . eso dicen.— Contestó Carlos

El grupo llegó por la gruta a una cascada. Utilizaron una cuerda y bajaron uno a uno por ella. Un poco más adelante había una estructura con una especie de tapón de piedra detrás del cual salía una brillante luz.

— ¿Eso es la caja? — Preguntó Zoe

— No, la caja está justo debajo de esa estructura.

— ¿Entonces, para qué sirve?

— Pues empezó siendo un elemento decorativo, pero resultó ser un excelente eliminador de insectos. Todos se dirigen a la luz. . . y de ahí no pasan. — Dijo Carlos — Pero cuidado, no os acerquéis, que nadie toque el. . . 255

No le dio tiempo a acabar la frase, justo en este momento Abel pisó sin querer uno de los bordes, un suelo milenario erosionado por el paso del tiempo, y entonces un trozo de roca se desprendió provocando que la pierna del joven tomara contacto con la luz. Inmediatamente, una onda electromagnética alcanzó de lleno a Abel, que empezó a gritar roto de dolor.

— ¡¡¡¡Abel!!!! — exclamó Carlos corriendo al rescate y asustando de veras al resto de compañeros

Abel se sujetaba a la roca tratando de mantener el resto del cuerpo fuera de la fuente, mientras gritaba y convulsionaba por la tremenda descarga electromagnética.

— ¿Qué coño es eso? — José Enrique se llevó las manos a la cara, paralizado por el miedo

— ¡¡No le toquéis!! —ordenó Carlos apartando con el brazo a Claudio y Emily justo cuando se disponían a agarrar a Abel

Sólo Carlos podía tocarle en aquel momento, era muy peligroso que alguno de sus compañeros lo hiciera. Agarró con fuerza los brazos de Abel y lo lanzó fuera de la estructura poniéndole a salvo. El joven electrocutado jadeaba asustado mientras el aire volvía a sus pulmones. Tenía todo el pelo de punta y algo chamuscado, el pantalón deshecho y quemaduras en su pierna.

— ¿Qué me ha pasado? — preguntaba aturdido

— Tranquilo Abel — contestó Carlos infundiéndole calma, mientras posa- ba sus manos suavemente sobre la quemadura — Ha sido un accidente, pero todo está bien, no debes preocuparte

Abel se retorció por el dolor al contacto con las manos de Carlos, que se habían vuelto brillantes, pero enseguida notó un efecto balsámico en ellas, y el dolor se fue mitigando. El grupo contemplaba la escena con estupor, seguían sin dar crédito a lo que estaban viviendo en la isla. Cada momento parecía más increíble que el anterior. Zoe acercó su boca a la oreja de Juan para susurrarle.

— Ahí lo tienes. . . Clark Kent de día, y. . . — le dijo Zoe para rebajar la tensión de un Juan boquiabierto 256 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

Carlos ayudó a levantarse a Abel, le pasó el brazo por su hombro izquierdo para que caminara apoyándose en él, y con su mano dio paso para que Guillermo se acercara e hiciera lo propio, colocándose en el lado derecho para ser el otro apoyo de Abel. Tras el incidente reanudaron la marcha.

— o —

Jnum estaba trabajando hasta tarde en la caja. Últimamente lo hacía mucho. Heket no se atrevía a decirle nada. Ella sabía que era importante para él. Aunque no lo aprobaba, ella sabía que Jnum necesitaba aprovechar tanto tiempo como fuese concedido para ayudar al mundo, o al menos, así pensaba él. Heket decidió llevar una infusión estimulante a Jnum aquella noche en la caja. Cuando entró en el centro de control, quedó maravillada con la brillante luz que salía del artilugio. Su amado se encontraba trabajando en uno de los puestos que rodeaban al repositorio de las almas. Se encontraba tan absorto en sus pensamientos, que no la oyó llegar.

— ¿Quieres tomar algo, cariño? — Heket le acercó la taza

— No te había oído llegar — Jnum se sobresaltó — Muchas gracias — Jnum aprovechó su inesperada parada para estirar las espalda, maltrecha por tantas horas sentado ante el control.

— Trabajas demasiado. — dijo ella con toda su buena intención — de- berías dejarlo por hoy.

— No — Jnum torció el gesto — hay mucho que hacer y me quedan pocos meses para prepararlo todo.

Heket no tuvo valor para replicarle. Se sentía culpable por aquello. Heket prestó atención a la pantalla del puesto de control, y observó que estaba realizando diversos cambios relativos a las condiciones meteorológicas de la zona oriental de lo que se llamaba el mar mediterráneo.

— ¿Qué es lo que estas haciendo? — Preguntó ella

— ¿Ahora? he empezado una tormenta para esta noche en el mar Egeo, a la altura de la isla de Lesbos.

— ¿Y eso? ¿Qué sentido tiene? — preguntó ella curiosa.

— Hay un humano que no quiero que salga con su barco esta noche. 257

— ¿Qué es lo que ha hecho?

— No es lo que ha hecho, sino, lo que podría hacer.

Jnum empezó a manejar el control y de repente una imagen de un hombre joven salió en la pantalla.

— Es guapo, ¿Quién es? — Dijo Heket

— Se llama Paris. Es un principe de una pequeña provincia del mar Egeo. Ahora mismo se encuentra en la isla de Lesbos, pero cuestiones de negocios le llevan a Mikonos. Y me interesa retrasar su llegada allí. — Contestó él

— ¿Y. . . por qué es tan peligroso que llegue ahora?

Jnum de nuevo manipuló la consola y una bellísima mujer apareció en la pantalla

— Por ella. Nunca deberán encontrarse. Ella está ahora mismo en Mikonos. Saldrá de allí en una semana. Si retengo a Paris en Lesbos cuarenta y ocho horas más, no se encontrarán. — Dijo él.

— Pues a mí me parece que hacen buena pareja.

— Tienes buen ojo para esas cosas. De hecho, están hechos el uno para el otro. — Contestó Jnum — Según mis cálculos, no ha existido una pareja con una compatibilidad igual en la historia del hombre.

— Entonces. . . , ¿Por qué truncas su destino? — dijo ella extrañada — no tiene sentido. Deben encontrarse.

— Ella es Helena, la cuñada del rey de Esparta. Si se fuera con Paris, estallaría una guerra de proporciones impredecibles. Los espartanos son bastante inestables y poderosos.

— A lo mejor te equivocas

— No me equivoco — dijo él con una seguridad impactante — hay que impedir que se encuentren. Es mi decisión.

Heket asintió en silencio haciéndole creer que estaba de acuerdo con él. Sin embargo ella no pudo quitarse de la cabeza esa historia. 258 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

— o —

El grupo continuó por la gruta y bajó por unas escaleras de caracol hasta llegar a un pasillo un piso por debajo de donde estaba el ’antimosquitos’, como lo había bautizado David. En el largo pasillo había varias puertas. Carlos fue a la última de ellas y entró seguido de todo el grupo. Por fin habian llegado a la caja. Una brillante luz de la estructura de la caja. Todos quedaron absortos mirando la impresionante luminaria desde la puerta. Mientras los demás miraban la estructura, Carlos se acercó a ver una extraña estructura que había en la pared. Una serie de poleas y ruedas dentadas iban desde un potenciómetro que había en uno de los puestos de control, hasta una gran rueda que parecía un timón estaba que incrustada en la pared. El mecanismo parecía permitir mover el actuador del puesto de control desde la rueda que estaba incrustada en la pared.

— Esto ya no servirá — Carlos rompió en mil pedazos la estructura de una patada.

— ¿Que se supone que hace este actuador? — Preguntó Máriam curiosa

— Pues sirve para mover la isla, De hecho esta rueda solo la mueve en el espacio. . . — Carlos se quedó pensativo— Esto fue con lo que conseguí huir la última vez justo. Detrás de esa pared está la zona de exclusión. Si mueves esta rueda. La isla se mueve, pero tú sales de la isla. En fin, ahora ya no tiene sentido.

— ¿Y no podemos huir con esto? — Dijo Ana

— No, por dos razones principales — Contestó Carlos— la primera porque este sistema solo permite que salga uno a la vez. Y dos, porque ahora ya saben donde lleva. Estoy convencido que los esbirros de aquella de la que huimos nos están esperando al otro lado.

Tras la explicación de Carlos todos suspiraron desesperanzados Después de enseñarles la sala y los puestos de control, permitió a los miembros del grupo asomarse a la caja

— Esto es lo más bonito que han hecho los habitantes de la Tierra — Dijo Carlos con la mirada perdida entre las almas. El grupo asintió — Creo que debemos ir a descansar, las habitaciones que habéis visto a lo largo del pasillo son las alcobas de la guardia. Coged una habitación para cada dos, y mañana nos vemos. Va a ser un largo día. 259

Los miembros del grupo le hicieron caso, y en un momento se encontró sólo en la habitación. Estaba feliz, no le importaba nada, había retornado a casa.

— o —

Heket no solía salir de la isla, pero necesitaba hacerlo por ellos. No podía quitarse de la cabeza la idea de que dos personas que podrían disfrutar del amor a un nivel superior no lo hiciesen. Estaba a punto de traicionar la confianza de su amado, pero la ocasión lo merecía. Paris aún estaba en Mikonos, tomaba vino con sus ministros en una de las tabernas costeras de la isla. Heket vestía una capa larga con capucha y esperó fuera de la taberna a que el principe saliera sólo un momento para abordarle. Paris tardó un par de horas, pero al final salió hacia el puerto para atender ciertos asuntos en el barco.

— Hola Paris — Saludó con seguridad Heket

— ¿Quién eres? — Dijo el principe con soberbia — ¿Cómo osas dirigirte a mi directamente? ?

— No deberías hablarme así — Dijo ella con una tremenda seguridad, mientras se quitaba la capucha y mostraba su rostro— Sé muchas cosas sobre tí.

El rostro de Heket le resultaba familiar a Paris.

— ¿Te conozco? — Paris estaba confuso

— Me llamo Heket, aunque vosotros me conocéis como Afrodita

El rostro de Paris se tornó blanco como la cal. Tras unos segundos de pánico. El príncipe se arrodilló en señal de respeto.

— Espero sepa perdonar a un pobre mortal — Dijo Paris realmente apurado

— No pasa nada Paris, levántate — Ordenó

— ¿ Qué es lo que vuestro humilde siervo puede hacer? — Dijo Paris 260 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

— Sólo quiero que me contestes a una pregunta. Si te diese a escoger entre ser el rey más poderoso, el guerrero más fuerte, o el hombre más amado. . . ¿Cuál sería tu decisión?

Paris se quedó pensativo, pero no tardó mucho en exponer su decisión

— Me siento afortunado con mis súbditos y no necesito más poder. Confío en mis soldados y no necesito mas fuerza. Desearía con toda mi alma tener una reina a mi lado que me amase más que a nada en este mundo

Heket no pudo ocultar su alegría al escuchar la respuesta. Paris había pasado la prueba.

— Una buena respuesta, Paris. Ahora escúchame con atención. Irás a Esparta y te alojarás en casa de Menelao, Hermano del Rey Agamenón. Allí conocerás a Helena de Esparta, esposa de Menelao, de la que te enamorarás perdidamente y ella de ti. Ella es mi regalo para ti.

— Pero. . . Me pides que rompa una pareja, una unión feliz — dijo él contrariado — Un hombre que se precie no puede llevar a cabo semejante ultraje

— Te aseguro que no hay un signo de dicha en ese matrimonio — respondió Heket segura de sí — Paris y Helena están destinados a encontrarse y conocer el verdadero amor, uno al lado del otro. Ella es la mujer que te completará, y tú eres el hombre que la completará a ella.

— No sé cómo pagar por tal regalo — dijo él emocionado

— Sed felices. Ese será el pago por el regalo. — Contestó Heket

Y sin mediar más palabra Heket se dio la vuelta y tomó el camino de nuevo a la isla, segura de haber hecho justicia, sin notar las consecuencias de su acto, pensando que el amor debería prevalecer por encima de todo. Por su parte, Paris partió hacia Esparta. En busca del regalo de una diosa.

— o —

Ana, que había escuchado en silencio la historia de Cristina, la inter- rumpió de repente 261

— Un momento. . . ¿Paris? ¿Helena? Me estás diciendo que yo provoqué la guerra de Troya.

— Sí y no — contestó Cristina

— Explícate

— Jnum te hizo hacerlo. Él te conocía más que nadie. Conocía cómo funcionaban tus sentimientos. Y sabía que tú no podrías evitar ayudar a dos personas que el destino iba a unir. Era inevitable que lo hicieras.

— Si eso fuese cierto, ¿Qué ganaría Jnum al comenzar esa guerra? — preguntó directamente Ana — Era justo lo contrario de lo que él quería.

— Déjame continuar la historia y lo entenderás.

Ana Belén mantuvo el silencio mientras Cristina continuaba con su relato.

— o —

La guerra de Troya había empezado. Jnum mantenía la calma mientras oía a los habitantes de la isla gritar a la entrada de la caja. Todo el mundo echaba la culpa a Heket. Generaciones quedarían perdidas por culpa del exceso de confianza de la maestra de arquitectura, o al menos eso pensaban ellos. Los pocos que estaban de acuerdo con Heket habían tomado la caja. Mientras tanto, decenas de ciudadanos de la isla aguardaban fuera encolerizados y vociferaban consignas en favor del control de la caja. Jnum y Neith llamaron al ejército para intentar controlar a los habitantes de la isla. Neith miraba a Jnum con otros ojos, ella estaba segura que todo había sido una estrategia urdida por él, y eso, lejos de parecerle mezquino, no hizo otra cosa que aumentar su respeto por él.

— Tenemos que proteger a Seth y tomar la caja — Ordenó Neith a todos los soldados. — Nos separaremos en dos grupos, el primero irá a la caja a protegerla y con ella a Heket. Corren rumores que se ha encerrado en ella. Ese grupo irá comandado por Jnum — Neith dirigió su mirada al Coronel. — has de tomarla sin provocar víctimas

— No habrá problema — dijo él con seguridad

— Yo comandaré al resto que iremos a proteger a Seth, que ahora se encuentra en el templo. Varios ciudadanos le culpan por haber votado en contra del control. Hay que evitar el linchamiento ¿ Entendido? 262 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

El grupo asintió seguro

— Pues no perdamos más tiempo, ¡Empezad los preparativos!

Los grupos empezaron a formarse, y mientras tanto Neith se acercó a Jnum

— ¿Todo esto es por tí? — preguntó ella

— No sé a qué te refieres

— Tú has hecho que ella lo provocase — Neith no podía ocultar su satisfacción

Jnum pintó una leve sonrisa en la boca

— No sé por qué piensas eso. . . ese no era el plan.

— ¡Bien Soldado! — dijo ella, que interpretó las palabras de Jnum como una ironía — me siento orgullosa de ti. Cumpliré mi parte del plan.

— Que tengas suerte — dijo Jnum que no corrigió a Neith

— Tú la necesitarás más que yo — Dijo Neith con suficiencia

En ese momento, Jnum se separó de Neith, y guió a sus soldados que se dirigían a tomar la caja.

— o —

De noche, en de los aposentos de descanso, los muchachos trataban de relajarse, dormir un poco y recobrar fuerzas para el siguiente día. María M. y Abel compartían habitación; alumbrados por la tenue luz de una antorcha anclada en la pared, reposaban acostados en el suelo sobre un reconfortante y cálido lecho de pieles. Parecían sentirse a salvo, cobijados en aquel aposento subterráneo. María fijó la mirada en el techo y trató de ordenar sus pensamientos 263

— Todo lo que nos ha ocurrido estos días es de locos — asentó la joven — ¿Quién va a creerse esta historia? Naufragar en la isla. . . Viajar en el tiempo. . . Escapar de unos maniáticos asesinos y de un monstruo de humo. . . La historia de Carlos. . . todo lo de Máriam. . . Son cosas increíbles Abel, fuera de la realidad. Parece que estemos viviendo una pesadilla.

— Trata de calmarte y no pensar demasiado — Abel la abrazó con ternura dejando que María apoyara la cabeza sobre su pecho — Ahora no es momento de cuestionar nada, si no nos volveremos locos, porque esto es imposible de procesar. Tenemos que concentrar las fuerzas en salir vivos de aquí, escapar de esta condenada isla, y regresar a casa. Después ya tendremos tiempo de hacernos mil preguntas y asimilar lo que ha pasado.

María respondió con una mirada limpia y agradecida. Acarició el pelo ensortijado de su amigo, divertida por cómo le había quedado tras su experiencia electromagnética. Abel le devolvió la sonrisa, más relajado, y entornó los ojos mientras ella seguía acariciando su cabello.

— No puedo comprender por qué estamos aquí — Susurró María mien- tras Abel mantenía los ojos cerrados buscando el sueño — Sólo puedo pensar en nuestros amigos, los que dejamos en el barco. Ellos no sobrevivieron pero nosotros sí — Su voz se quebró, y las lágrimas aparecieron — ¿Qué sentido tiene esto si ellos ya no están? No puedo evitar sentirme mal pensando que muchos de nuestros amigos están muertos. . . algunos murieron en el barco. . . y otros aquí en la isla — María estaba atormentada, se venía abajo por momentos, consciente de la situación tan dramática, y lloraba de amargura — Nosotros seguimos vivos, ¿por qué? No podemos sentirnos felices por estar aquí a salvo, no nada es justo. Estamos 30 años por delante en el tiempo. . . Si regresamos a casa, ¿dónde estará nuestra familia? No dejo de sufrir pensando en los míos, y en que nuestros amigos nunca volverán. No volveremos a verles — María se deshacía en lágrimas — No es justo Abel, ¿por qué hemos de vivir nosotros, y ellos no? No puedo considerarme afortunada ¿Qué sentido tiene?

Entonces Abel abrió los ojos, con semblante serio miró a María y, tras unos segundos de duda, finalmente respondió

— Tiene mucho sentido. . . Porque tú debes vivir — las palabras de Abel inquietaron a María — Saldrás con vida de esta isla y regresarás a casa. 264 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

La joven se apartó de Abel, intranquila por la actitud de su amigo: rostro muy serio, mirada fría, hierático, tono de voz grave, sentenciando con cada palabra.

— Debes sobrevivir María. . . — prosiguió el enigmático Abel — Porque tendrás que salvar a Chus. Serás tú quien lo haga.

— ¿Qué estás diciendo Abel? — la joven empezó a asustarse — ¿Por qué me dices eso? Sabes que Chus está muerta. Murió en el barco junto al resto

— Volverás a casa. . . y le salvarás la vida — continuó Abel como si estuviese en trance

— ¡Abel! — alzó la voz María zarandeando a su amigo — ¿Qué te ocurre?

Entonces Abel pareció despertar, recobrando de nuevo su mirada cálida, mirando a su alrededor aturdido, un tanto despistado, y después a una María desconcertada.

— o —

Después de relatar la toma de la caja por parte del ejercito de Jnum, y cómo se produjo la muerte de Heket, Ana Belén permaneció callada, sin saber qué decir

— Él te traicionó — Dijo Cristina— tienes que odiarle

— No puede ser, él no es así. Nunca lo ha sido. — Ana se negaba a creer lo que le estaba contando Cristina — Te estás equivocando. Yo, o la persona que fui en mi vida anterior, hubiese actuado igual aunque él no me hubiese forzado.

— De eso se trata.

— Todo eso no son más que suposiciones — Dijo Ana — ¿Te dijo él directamente que lo había hecho así? Nunca te lo confirmó ¿Verdad?

Cristina mantuvo un momento de silencio.

— Bueno. . . Quizá no te lo he contado todo. . . — Terminó diciendo Cristina

— Tú dirás 265

Cristina se removió incómoda en su asiento antes de continuar con su relato.

— o —

Tras dejar caer el cuerpo ya sin vida de Heket a la caja, Jnum se enjugó las lágrimas con su brazo aún concentrado en lo que había hecho. En aquel preciso momento, una voz familiar le despertó del sueño.

— ¿Qué es ese líquido que te sale de los ojos?

Jnum giró la cabeza y vio a Neith en la puerta. Los guardias la habían dejado pasar sin rechistar. Nadie en su sano juicio en la isla intentaría llevarle la contraria a tan poderosa mujer.

— Es una solución salina de lubricación. Se llaman lágrimas — Dijo Jnum sin darle importancia a la llegada de Neith

— ¿Lágrimas? Me temo que tienes algún error de diseño, tu solución de lubricación se ha desbordado

— No — Jnum pintó media sonrisa en la cara — El exceso de lubricación es utilizado por los humanos para demostrar que se sienten afligidos

— ¿Afligidos? Te sientes afligido por lo que acabas de hacer.

Jnum se quedó pensativo por un momento

— Lo cierto es que no — respondió seco Jnum mientras se acercaba a la posición de Neith

— Y entonces ¿Por qué las lágrimas? — Siguió preguntando Neith

— Lo he hecho para que ella se sintiera mejor, para que no se sintiera traicionada

— ¿Y qué importa eso? Probablemente no la vuelvas a ver

Jnum llegó hasta Neith y se fundió con ella con un pasional beso en los labios. Tras unos instantes, separaron sus bocas y quedaron abrazados mirándose a los ojos 266 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

— Aún te queda mucho que saber sobre los sentimientos — Jnum tenia una abierta sonrisa en la boca

— No sé si me terminan de gustar. Es extraño

— ¿No te sientes más poderosa? — Preguntó Jnum

— Sí, sobre todo cuando practicamos ese ritual del sexo — Neith se mordía los labios de placer recordando ciertos momentos con Jnum — Pero al mismo tiempo, me siento débil, siento cierta dependencia de ti. Mi mente me dice que no eres de fiar pero no puedo dejar de sentirme atraída por ti. Es extraño.

— No te preocupes, soy de fiar — Jnum guiñó un ojo

— Seguro que Heket pensaba lo mismo

— Lo de Heket no tenía futuro. Nuestras ideas no eran compatibles. Es lo mejor que podíamos hacer. Ella ahora será feliz sin sentir el control y. . . , si has hecho lo convenido, yo podré dedicarme a lo que he de hacer. Mantener el control.

Neith metió la mano en un pequeño bolsillo de su traje y sacó una brillante y minúscula luminaria.

— Aquí la tienes. El alma de nuestro antiguo lider, Seth — dijo Neith — Ahora el control será tuyo

Jnum recibió el alma con una gran sonrisa pintada en su boca, luego se acercó a la caja y la dejó caer. Mientras Jnum y Neith la veían confundirse entre las demás almas Neith habló.

— ¿Sentías por Heket la debilidad que yo siento por ti?

— ¿Por qué te preocupa saberlo?— Preguntó Jnum Extrañado

— Porque desde que me inyectaste los sentimientos, algo dentro de mí no quería que tú y Heket mantuvieseis cualquier tipo de relación. Tenía un gran dolor interno cuando os veía haciendo el ritual de juntar los labios

— Besarse — corrigió Jnum

— Lo que sea. Y no quieras imaginar lo que sentía cuando os imagin- aba practicando el ritual del sexo; mis ganas de arrancarle el alma aumentaban.— Neith abrazó a Jnum y puso su cabeza sobre el pecho del hombre — Y deseo que tú tengas la misma sensación conmigo 267

— Pues no te preocupes, que esa sensación es mutua.— susurró Jnum mientras le besaba la cabeza. — Neith se sintió feliz

— Es extraño. Tengo la impresión que estos sentimientos no van a hacer más que minar mi capacidad de lucha. Van a ser una carga.

— Si sabes utilizarlos, es una gran herramienta. Si alguien te hace daño de algún modo. El odio multiplicará tu capacidad de lucha por encima de tu potencial estándar

— Supongo que tienes razón. Todo será acostumbrarse. Sin embargo, aquí, contigo, siento que tengo un punto débil. Tengo la guardia baja. Es extraño.

— No pienses en eso. — Dijo Jnum — A partir de ahora todo será diferente. Todos tus sentimientos serán positivos

Una Neith sonriente se abrazó con más fuerza a Jnum que tenía una extraña sonrisa pintada en la cara. Así permanecieron un buen rato

— o —

— ¡Me traicionásteis los dos! — Ana consideraba que el relato de Cristina no podía ser falso. No omitía detalles de su traición, pero aun así Ana no podía creer lo que estaba oyendo. — ¿Por qué habría de creerte entonces?

— Sabes que lo que estoy diciendo es verdad — dijo ella — yo fui tan engañada como tú.

— Pero. . . tú te quedaste con él. Yo fui la engañada. ¿Por qué le odias entonces?

Cristina se sintió amarga por dentro. Todavía se sentía estúpida cuando lo recordaba. Ella, la poderosa Neith, había sido derrotada por alguien como Jnum. No podía creerse a si misma.

— Eso. . . , vino después — habló Cristina — No tengo ganas de hablar de ello

— Después de todo, creo que merezco saberlo. ¿No te parece? 268 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

Cristina se resistía a pensar en ello, pero Ana tenía razón, y al final accedió a sus pretensiones.

— Está bien, te lo contaré.

— o —

Jnum se encontraba encerrado en su laboratorio trabajando. El trabajo de control aquellos dias era muy activo. Cuando Neith entró en la sala, Jnum no reparó en ella. Él seguía absorto en sus fórmulas y ecuaciones. De repente Jnum notó la presencia de la mujer y se dio la vuelta.

— Neith — Dijo Jnum sin alterar su voz — que te trae por aquí

— ¿Lo vas a hacer?

Jnum se dio la vuelta despacio y sorprendido

— Una pregunta muy directa — Respondió Jnum — No te pega estar celosa

— ¡No estoy celosa! — casi gritó Neith

— Mantén la calma — contestó Jnum — Sabías que esto iba a ocurrir

Neith bajó la mirada.

— Lo sabía, pero tú hiciste que doliera. Es tu culpa, no la mía. Exijo una compensación.

— ¿Y cuál es esa compensación?

— Que no lo hagas — Neith contestó firme

— Eso. . . No es posible — Respondió Jnum que volvió a sus ecuaciones

Neith permaneció en silencio unos segundos

— Lo tenías planeado desde el principio — Reprochó la mujer 269

— Nunca te mentí — Respondió Jnum que se volvió de nuevo — nunca te dije que esto sería para siempre

— ¡Me utilizaste!

— ¡Tanto como tú a mi!

De repente las manos de Neith se dirigieron hacia Jnum y se deshicieron formando una niebla blanca que empezó a rodear el cuello del hombre. Jnum no modificó el gesto de su rostro.

— ¿Vas a matarme? — Preguntó Jnum con una alarmante seguridad

Neith mantuvo el silencio durante unos segundos tras los cuales volvió a materializar sus brazos

— Debería — Dijo Neith con gesto serio

De repente Neith sintió una impotencia extrema que le hizo romper en un millon de lágrimas. La mujer se llevó las manos a la cara asustada y las separó totalmente mojadas. Jnum se apiadó de Neith se acercó a ella y la abrazó cariñosamente.

— No me puedo quedar, pero, no te puedo impedir que vengas conmigo.

A Neith se le iluminó la cara

— Eso. . . ¿ Es una opción?. . . — Dijo ella

— Nunca te vi capaz de abandonar la isla, por eso ni te lo planteé.

Neith se recordaba feliz en la isla desde siempre. Incluso antes de conocer a Jnum, le resultaba muy complicado pensar siquiera en la posibilidad de abandonarla

— Tú. . . ¿Quieres que me vaya contigo. . . ? — Neith se enjugaba las lágri- mas

— Hemos sido muy felices juntos. ¿Me estás preguntando si quiero seguir siendo feliz?

Neith sonrió. Ella no quería salir de la isla, pero haría lo que fuera para no perderle. 270 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

— Te acompañaré donde vayas .

Jnum pintó una gran sonrisa en su cara y acercó sus labios a los de Neith fusionándose en un apasionado beso

— Hay una cosa que no entiendo. — Dijo Neith — Después de todo lo que has hecho por llegar a donde estás. ¿Por qué lo vas a dejar?

Jnum suspiró.

— Necesito una vacaciones. Esto ha sido demasiado estresante. Además, dejaré un grupo de personas al mando de la caja. Una de ellas esperaba que fueses tú, pero me alegro que no te quedes.

Neith abrazó a Jnum. Y él le correspondió con un cariñoso beso en la frente.

— o —

Guillermo, que se había quedado una habitación individual sin cama, trataba de descansar en su cámara, tumbado en el suelo sobre el lecho de pieles, estirando las piernas y cruzando sus manos por detrás de la nuca para apoyar la cabeza y relajarse. En ese momento, la entrada del aposento se abrió y apareció Emily, cerrando la puerta tras de si.

— Hola — saludó un sorprendido Guillermo — ¿Qué haces aquí? ¿Ana te ha echado de la habitación?

Emily se mantuvo en silencio, de pie, con la espalda apoyada en la puerta, mirando fijamente a Guillermo, muy seria. El joven se incorporó ligeramente, un poco inquieto.

— ¿Ha pasado algo? — volvió a preguntar Guillermo

Entonces Emily, sin mediar palabra, se acercó con decisión y en un arrebato se sentó a horcajadas encima de un Guillermo alucinado. Acercó su rostro al del joven, haciéndole recostarse del todo, y le susurró 271

— Yo tenía una vida. . . una vida que no era ésta — Emily hablaba muy cerca de la boca de Guillermo, mirándole fijamente. Él no podía articu- lar palabra — Ben me arrebató mi verdadera existencia, mi verdadero yo. Veo cómo me miráis, me habláis y actuáis hacia mí, pero no puedo corresponder esas acciones porque todo está borrado y no puedo reconoceros. Quiero recuperar mi vida. . . saber cómo es ser Máriam. No deseo una vida prefabricada, de diseño. Quiero recuperar mis recuerdos, saber lo que pensaba, y lo que sentía. . . —Emily sentenció con firmeza — Quiero saber qué se siente siendo ella.

Acto seguido Emily besó a Guillermo con tanta fuerza que pareció quitarle todo el aire. Jamás había besado a alguien con semejantes ganas y entrega. Guillermo la apartó con brusquedad tras unos segundos, tratando de recobrar el aliento y rebajar sus propias pulsaciones

— Espera. . . — Guillermo la frenó — Tú no eres Máriam. Eso lo sabes. Sois personas completamente distintas, Carlos lo aclaró todo, y nos lo explicó bien. Máriam está muerta.

Emily hizo caso omiso, acercó su boca a la de Guillermo, tumbándose completamente sobre él.

— Ella murió, así es. Y ahora compartimos el alma y el mismo cuerpo, todo por el capricho de mi padre — replicó una resentida Emily — Así que, no puedes afirmar que somos completamente distintas. . . cuando en realidad somos la misma persona habiendo crecido en lugares diferentes con gente diferente —Guillermo atendía el discurso de Emily con cada vez menos fuerzas para resistirse. Ella continuó desafiándole- El incidente del barco te arrebató lo que más querías, y gracias a la isla lo has recuperado. ¿Vas a renunciar a ello? ¿Acaso no me deseas?

— Sólo haces esto por venganza — asestó Guillermo — por vengarte de tu padre, y también de Aaron, tu prometido. Piensas que él también conoce toda la historia y nunca te contó la verdad sobre tu verdadero origen. Y ahora deseas hacerles daño. ¿Es eso lo que quieres?

Emily le miró con ojos vidriosos, mostrando en ese instante más sen- timiento del que había expresado nunca en todos sus años de vida en la isla.

— Lo único que quiero es recuperar mi vida. . . la real 272 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

Sus palabras llegaron al corazón de Guillermo que se estremeció al contemplar a una extraña cuyas facciones, gestos y sonidos conocía de memoria. Guillermo acarició con suavidad el rostro de la joven, limpiando sus lágrimas, y apartando un mechón del ondulado cabello negro que caía sobre su cara. A continuación, Guillermo se dejó llevar fundiendo sus labios con los de Emily, entregándose a un infinito apasionado beso mientras se desvestían el uno al otro dejando paso a la sensualidad, en un gesto que aventuraba una noche carnal y de pasión desatada.

— o —

Carlos se encontraba en uno de los puestos de control de la caja. Eran ya altas horas de la noche. Todo el mundo estaba durmiendo en las diferentes habitaciones que se encontraban en la gruta. Zoe, que no podía dormir, se levantó y entró en la habitación de control donde se encontraba Carlos.

— ¿Qué haces aún despierto? — Dijo Zoe.

— Nada. . . No puedo dormir.

— ¿Qué haces? — Dijo ella mientras se acercaba al puesto donde se encontraba él.

— Controlando que todo va bien en la Tierra — Dijo él — Me ayuda a pensar.

Zoe quedó callada durante un rato mirando cómo Carlos manipulaba aquel aparato que le recordaba a un ordenador.

— ¿Tan pocas posibilidades tenemos? — preguntó Zoe

Carlos dejó lo que estaba haciendo y se dio la vuelta para hablar con ella.

— Muchas menos de las que crees. — Las palabras cayeron como una losa en Zoe

— ¿Y qué pasará contigo? . . . ¿Qué pasara con nosotros?

Carlos suspiró

— Si todo sale bien, sólo caeré yo. Ella sólo me quiere a mi 273

— ¿Quién es ella?

El humanoide se tomó su tiempo en contestar

— Es alguien a quien conocí hace mucho tiempo

— Debiste hacerle mucho daño

— Digamos que los sentimientos tienen mucho poder en la gente de mi especie.

Zoe quedó pensativa, debatiendo si hacer la pregunta que le rondaba la cabeza. Al final, la confianza que tenía con él rompieron sus dudas

— ¿Usaste los sentimientos en ti?

— ¿Por qué quieres saber la respuesta?

Zoe bajó la cabeza y mantuvo silencio

— ¿Quieres saber si tengo sentimientos?

Zoe levantó la cabeza sorprendida, el rubor llenó sus mejillas. Al final asintió con la cabeza

— Hace mucho tiempo investigué un poco con ellos en mí mismo — contestó él — pero ya casi no queda nada de aquello en mi organismo. No tengo sentimientos tal y como tú los entiendes. Tengo momentos aislados sobre todo aquí en la isla. . . recuerda que me viste llorar. . . — Carlos se acercó, cogió las manos de Zoe y le habló mirándole a los ojos— Sin embargo, el concepto de apego, el querer algo con todas mis fuerzas, eso es fuerte en mí. Es la manera de amar que tenemos en mi especie. Si tuviera más tiempo te pediría que fueras mi compañera.

Zoe sonrió a Carlos y acercó sus labios a los de él para besarle.

— ¿Y no has pensado volver a ponerte los sentimientos? — Preguntó Zoe

Carlos bajó la mirada

— Es imposible — Dijo él — Es potencialmente muy peligroso 274 CAPÍTULO 10. LA TRAICIÓN

— ¿Peligroso? ¿Por qué?

— La última vez que investigué con los sentimientos en mi, provoqué la guerra de Troya.

— o —

La noticia de la salida de Neith de la isla corrió como la espuma. Sin su guerrera en la isla, nadie quería quedarse. Todos decidieron irse. Aquello había provocado muchos dolores de cabeza a Jnum que tuvo que ingeniarse un nuevo sistema de seguridad para que la isla se protegiera sola. Una columna de Humo Negro manejada por un alma sería la encargada de proteger la caja de las manos equivocadas, y realizar el control de los humanos. Jnum hizo una estricta selección para conseguir el alma adecuada. Cuando por fin la encontró, los habitantes estaban preparados para dejar la isla. Todos embarcaron en los barcos que saldrían de la isla y no volverían en mucho tiempo. Jnum acompañó a Neith al bote que la llevaría al barco.

— Ve al barco que yo volveré enseguida. He de poner en marcha el sistema de seguridad antes de irme.

— No tardes — Dijo Neith antes de darle un beso de despedida.

Ya no quedaba nadie en la isla. Todos estaban en los barcos. Sólo Jnum se dirigía a la caja. Neith llegó despacio al Barco. No tenía prisa. Su amado le había dicho que necesitaría una hora para dejar todo a punto. Apenas había subido al barco, cuando un extraño pitido se empezó a escuchar. Los habitantes de la isla se sintieron confundidos. De repente una brillante luz salió de la isla y cegó a todos tripulantes de los barcos. Cuando la luz desapareció, la isla también había desaparecido. Al principio Neith se sintió confundida. ¿Dónde estaba Jnum?, ¿Qué le habría pasado? Segundos después todo cobró sentido para ella. No podía creerlo. Jnum la había engañado finalmente. Había realizado una jugada maestra para echar, de un plumazo a todos los habitantes de la isla, y con ellos a la poderosa Neith. Neith se sentía furiosa, agarró con tanta fuerza la barandilla del barco que la arrancó de cuajo y la lanzó al agua. 275

— ¡Te encontraré, maldito hijo de puta! — La ira abordó el cuerpo de Neith —¡ Te encontraré y ese día desearás no haber nacido!

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