OJALÁ DON QUIJOTE NUNCA HUBIERA ESCRITO A DULCINEA.

O JORGE ALADRO UNIVERSIDAD DE CALIFORNIA, SANTA CRUZ

Ya en 1905, don Marcelino Menéndez Pelayo definió el Quijote como un libro con el que se puede restaurar toda la literatura de ficción anterior, un libro de libros como lo ha llama­ do la crítica moderna, donde se mezclan los diversos géneros de nuestros siglos áureos: libros de caballerías, romances, novelas pastoriles, bizantinas, picarescas.... Todo ello se ensarta magníficamente en el Quijote, de tal manera que Cervantes hace literatura de otra literatura (Montero, 1997: 194). Ahora bien, curiosamente la crítica cervantina ha dejado de lado en su estudio de esta amalgama de géneros uno de los más populares de nuestro Siglo de Oro, me refiero al género epistolar. Hay diez cartas en la primera parte, aunque tenemos noticias de que circulan algunas cartas más cuyo texto no se menciona, y otras diez en la segunda parte. En el texto de 1605, la mayoría de las cartas se cruzan entre los protagonistas de las historias ajenas a las aventuras de don Quijote y Sancho. En la historia de Cardenio y Luscinda aparecen un buen número de cartas, algunas textualmente mientras que de otras sólo tenemos noticias referentes. Así, cuando se encuentra la maleta con la carta de Cardenio que es leída por don Quijote se dice que había más cartas junto a ésta; y cuando más tarde Cardenio cuen­ ta su desafortunada historia confiesa: "¡Ay, cielos y cuántos billetes le escribí! ¡Cuan rega­ ladas y honestas respuestas tuve!" (I, 23, 263). Estas declaraciones evidencian una nutri­ da correspondencia entre los amantes. Todas estas cartas siguen los códigos establecidos por las novelas sentimentales. En el capítulo 27 encontramos una carta de Luscinda a Cardenio declarándole su amor, esta carta la encontrará curiosamente don Fernando "entre el libro de Amadis de Gaula... y este billete fue el que le puso en deseo de destruirme" (1, 27, 306), otra anunciándole del peli­ gro en que se encuentra y de la proximidad de boda con don Fernando, también en este capí­ tulo está la respuesta de Cardenio. En medio de la correspondencia entre Luscinda y Cardenio encontramos otras cartas. Cardenio recibe de su padre la noticia de la carta del Duque Ricardo, padre de don Fernando, "Por esta carta verás Cardenio, la voluntad del duque Ricardo tiene en hacerte merced" (I, 23, 264). Esta carta cumple la función de sepa­ rar a los enamorados y dar motivo para la complicación de la historia. Más tarde en el capí­ tulo 27, cuando Cardenio regresa con don Fernando, este último se valdrá de las cartas para separarlos de nuevo y dejar el campo libre para su innoble propósito; en este caso Cardenio tiene que llevar unas cartas al hermano de don Fernando "para pedirle unos dineros para pagar seis caballos" (I, 27, 307). También encontramos cartas en la historia del Cautivo y Zoraida y en la novela del Curioso impertinente, entre Camila y Anselmo. Todas estas car­ tas tienen una función o bien informativa o de adelantar acontecimientos. Una excepción a todo lo anteriormente mencionado, la carta que don Quijote escribe a Dulcinea en Sierra Morena, a la que volveremos al final de este trabajo.

Algunas valiosas excepciones son Pulgarin y Grilli.

EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Jordi ALADRO. Ojalá don Quijote nunca hubiera escrito a Dulcinea En el texto de 1615, hay otras diez cartas. De estas se nos ofrece el texto de siete de ellas y las restantes se manifiestan en estilo indirecto aunque reflejan prácticamente y por com­ pleto el contenido de las mismas. Una diferencia con las de la primera parte: en la segunda parte don Quijote y Sancho ocupan el centro del relato y también el centro de la correspon­ dencia que circula. La gradual confianza, y por lo tanto madurez, de Cervantes en sí mismo como escritor le permitirá ya no intercalar sino enzarzar los distintos géneros literarios en un mismo fluir narrativo. Sancho escribe a su mujer para informarle acerca de su gobierno (II, 36); el Duque manda una carta a Sancho para comunicarle su temor ante posibles peligros en la ínsula, Sancho contesta al Duque (II, 47); la Duquesa escribe a Teresa Panza dándole noticias sobre su mari­ do (II, 50) y Teresa corresponde a la cartas de la Duquesa y de Sancho (II, 51); el mayordo­ mo escribe al Duque informando de la maravillas de Sancho en la ínsula (II, 51); don Quijote envía una carta a su escudero dándole consejos y finalmente éste le responde contando sus impresiones acerca del gobierno (11,51). Por lo tanto, podemos afirmar a modo de breve con­ clusión que en 1605, la funcionalidad de las cartas como un factor estructural de las novelas intercaladas y que en 1615, las cartas son puentes que enlazan la realidad con la ficción o mejor dicho, donde se ficcionaliza la realidad. La carta de don Quijote a Dulcinea merece atención a parte, que si bien es verdad que es "La mejor carta de amores de la literatura española" como la ha calificado Pedro Salinas, también es la más desafortunada. Dulcinea es la mujer ideal que alaba con devoción don Quijote, la encarnación misma de sus sueños caballerescos; pero su dama, como sabemos, no es una realidad, sino una repre­ sentación idealizada. Por lo tanto, no podría ser más que una ficción. Ella simboliza la misión que él se impone. Por muy absurda y extremada que se conciba dicha misión, sigue siendo algo por lo que vivir, que justifica su existencia ante sí mismo: "vénganse [los encan­ tadores] en las cosas que más quiero, y quieren quitarme la vida maltratando la de Dulcinea,por quien yo vivo." (II, 32, 899) El único fallo en el plan de don Quijote es que no haya pensado en las limitaciones humanas, por las cuales todo su proyecto iba a enfrentarse con el desencanto. No hay duda que el comportamiento de don Quijote en la Sierra Morena es una parodia imitativa de Amadis de Gaula y de Orlando furioso: no obstante, es Cardenio quien le influencia de manera más inmediata, no solamente por su comportamiento irracional, conse­ cuencia del recuerdo y de la traición de su dama, sino también por los poemas y "billetes" de amor que este le ha escrito. Es en este preciso momento cuando a don Quijote se le ocu­ rre la idea de escribir a Dulcinea (no es casualidad además que don Quijote escriba las car­ tas en la libreta de Cardenio). Recordemos que dicha carta nunca llegará a destino pues Sancho olvidó llevarla consigo en su abortada misión al Toboso. Sancho, de manera distor­ sionada, reproduce la carta basándose en lo que recuerda... Podemos agregar, como diverti­ da ironía, que después de leer el poema de Cardenio, don Quijote ordena a Sancho llevar la carta a Dulcinea "Escrita en verso de arriba abajo" (I, 23, 253). Por supuesto la carta de Don Quijote está escrita completamente en prosa. Sin duda, en ningún texto mejor que en esta carta se exhibe y se pone en práctica la dia­ léctica entre la realidad concreta del acto de enunciación, su anclarse a la presencia de un sujeto real, y su transformación en figura de discurso, en un efecto del discurso que se da sólo en el lenguaje y que sólo dentro del lenguaje se hace representable. El sujeto real es inasible, se coloca continuamente en otro lugar sólo alcanzable en el simulacro de la escritura.

EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Jordi ALADRO. Ojalá don Quijote nunca hubiera escrito a Dulcinea En Sierra Morena el caballero se halla solo con su nueva lengua, abstracta, abstraída del parlante y del interlocutor. Y empieza a cobrar conciencia de ella, de lo que encierra y vale, de sus potencias, de la arduidad de su uso, de lo que con ella podría decir, y quizá no pueda decir en persona. Por eso, la carta es en muchos niveles una liberación. El escritor puede ir configurando una voz diferente, una imagen preferida de sí mismo, unos sucesos deseables y deseados, en suma, imaginados (Guillen, 1997: 83). La carta como escritura, tiende a implicar a su autor en un proceso de objetivación, dis­ tancia y construcción de su propia persona, o de la imagen ofrecida al otro, y, en consecuen­ cia, implica cierto grado de conocimiento y también de ficción. Ya uno de los primeros manuales sobre cartas impresos en Europa es el de Gaspar de Texeda, que lo presenta "como cosa nueva" cuando sale a la luz en Valladolid, en 1549, y lleva como titulo Cosa nueva. Primer libro de cartas mensajeras, publicado cinco años antes que el Lazarillo de Tormes. Se reedita varias veces y lo sigue, en 1552, un Segundo libro de cartas mensajeras. En este manual Texeda hace hincapié sobre la dimensión significativa de la ficcionalidad en la elaboración de la carta. Hay en esta ficcionalización, o en la medida en que se produce, algo como una represen­ tación en que aparecen cuatro actores, cuatro protagonistas del proceso epistolar. A- El escri­ tor empírico, primero, o "yo del autor". B- En segundo lugar, el "yo textual", o sea la voz que se presenta y utiliza la primera persona. Este yo textual se va componiendo y elaboran­ do a lo largo del texto mismo. C- Luego al destinatario o "tú textual", que el autor tiene pre­ sente y va modelando en la carta misma. D- Y por último el receptor empírico, que es quien lee y da vida a la lectura. A- el lector de novelas de caballerías y sentimentales B- Alonso Quijano transformado en don Quijote, un caballero andante enamorado C- La enamorada del caballero D- Pero quien "lee" la carta, quien da vida a su lectura no es Aldonza/Dulcinea, su ori­ ginal destinatario, sino Sancho quien se inventa y recrea a su "Dulcinea" que no es la de don Quijote. Tenemos dos Dulcineas, la imaginada por don Quijote y la recreada por . Pero en este momento el hidalgo manchego no tiene ningún problema en "retraducir la traducción de Sancho" como lo llama José Manuel Martín en su análisis de las incon­ gruencias narrativas de estos episodios, y no hay ninguna dificultad en la transformación "ahechando dos hanegas de trigo" en "ensartando perlas o bordando alguna empresa con oro de cañutillo" y el "olorcillo algo hombruno" en "tuho de tienda de guantero" y "un pedazo de pan y queso" en "la joya de las albricias". Pero de momento no hay conflicto entre las dos Dulcineas. Todo se resuelve con la afirmación final de Sancho: "digo que en todo tiene vues­ tra merced razón". Ahora, el escudero se convierte en el narrador y, sin quererlo, descubrirá el poder de la ficción, aprendizaje que se ha ido y se irá gestando a lo largo de su convivencia al lado de don Quijote. Veamos algunos ejemplos:

Ellos [el cura y el barbero] le habían dicho antes que el ir de aquella suerte y vestir­ se de aquel modo era toda importancia para sacar a su amo de aquella mala vida... y que si le preguntase, como se lo había de preguntar, si le dio la carta a Dulcinea, dije­ se que sí, y que por no saber leer le había respondido de palabra (I, 27, 301).

EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Jordi ALADRO. Ojalá don Quijote nunca hubiera escrito a Dulcinea Todo esto escuchaba Sancho, no con poco dolor de su ánima, viendo que se le despa­ recían e iban en humo las esperanzas de su ditado, y que la linda princesa Micomicona se le había vuelto en Dorotea, y el gigante en don Femando (I, 37, 434)

o en la divertida transformación de la bacía del barbero en el yelmo de Mambrino, efec­ to que desgraciadamente para Sancho no sufrirá la albarda. Sancho descubre que la "reali­ dad" está sujeta a mutaciones y estas están supeditadas a quien las narra y manipula el dis­ curso. Como dice Foucault: "Supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tiene por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad" (1999: 14). Un excelente y paródico ejemplo es el episodio de Clavileño, pero donde Sancho supera a su amo en este juego de control del discurso es en el encantamiento de Dulcinea:

Y así, prosiguiendo su historia, dice que así como don Quijote se emboscó en la flores­ ta, encinar o selva junto al gran Toboso, mandó a Sancho volver a la ciudad y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora [...] Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba y de traerle tan buena respuesta como le trujo la vez primera. [...] Esto dicho, volvió Sancho las espaldas y vareó su rucio, [...] se apeó del jumento y, sentándose al pie de un árbol, comenzó a hablar consigo mesmo y a decirse : —Sepamos agora, Sancho hermano, adonde va vuesa merced. ¿Va a buscar algún jumento que se le haya perdido? —No, por cierto. —Pues ¿qué va a buscar? —Voy a buscar, como quien no dice nada, a una princesa, y en ella al sol de la hermosura y a todo el ciclo junto. —¿Y adonde pensáis hallar eso que decís, Sancho? —¿Adonde? En la gran ciudad del Toboso. —Y bien, ¿y de parte de quién la vais a buscar? —De parte del famoso caballero don Quijote de , que desface los tuertos y da de comer al que ha sed y de beber al que ha hambre. —Todo eso está muy bien. ¿Y sabéis su casa, Sancho? —Mi amo dice que han de ser unos reales palacios o unos soberbios alcázares. — ¿Y habéisla visto algún día por ventura? —-Ni yo ni mi amo la habernos visto jamás. [...] Este soliloquio pasó consigo Sancho, y lo que sacó del fue que volvió a decirse: —Ahora bien, todas las cosas tienen remedio, si no es la muerte, debajo de cuyo yugo hemos de pasar todos, mal que nos pese, al acabar de la vida. Este mi amo por mil seña­ les he visto que es un loco de atar, [...] Siendo, pues, loco, como lo es, y de locura que las más veces toma unas cosas por otras y juzga lo blanco por negro y lo negro por blan­ co, como se pareció cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes, y las muías de los religiosos dromedarios, y las manadas de cameros ejércitos de enemigos, y otras muchas cosas a este tono, no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la prime­ ra que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y cuando él no lo crea, juraré yo, y si él jurare, tomaré yo a jurar, y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere. Quizá con esta porfía acabaré con él que no me envíe otra vez a semejantes mensajerías, viendo cuan mal recado le traigo dcllas, o quizá pensará, como yo imagino, que algún mal encantador de estos que él dice que le quieren mal la habrá mudado la figura, por hacerle mal y daño. Con esto que pensó Sancho Panza quedó sosegado su espíritu y tuvo por bien acabado su negocio, y deteniéndose allí hasta la tarde, por dar lugar a que don Quijote pensase que le había tenido para ir y volver del Toboso. [...] —[...] Pique, señor, y venga, y verá venir a la princesa nuestra ama vestida y adorna­ da, en fin, como quien ella es. Sus doncellas y ella todas son una ascua de oro, todas

EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Jordi ALADRO. Ojalá don Quijote nunca hubiera escrito a Dulcinea mazorcas de perlas , todas son diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de más de diez altos; los cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros tantos rayos del sol que andan jugando con el viento ; y, sobre todo , vienen a caballo sobre tres cananeas remendadas, que no hay más que ver. —Hacaneas querrás decir, Sancho. —Poca diferencia hay -respondió Sancho-; de cananeas a hacaneas; pero, vengan sobre lo que vinieren, ellas vienen las más galanas señoras que se puedan desear, espe­ cialmente la princesa Dulcinea mi señora, que pasma los sentidos. Y, diciendo esto, se adelantó a recebir a las tres aldeanas y, apeándose del rucio, tuvo del cabestro al jumento de una de las tres labradoras y, hincando ambas rodillas en el suelo, dijo: —Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y grandeza sea servida de recebir en su gracia y buen tálente al cautivo caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol, todo hirbado y sin pulsos, de verse ante vuestra magnífica presencia. Yo soy Sancho Panza, su escudero, y él es el asendereado caballero don Quijote de la Mancha, llamado por otro nombre el Caballero de la Triste Figura (II, 10, 703-704).

¿Aldonza o Dulcinea? Puede ser una u otra, todo depende de quien elabore el discurso. La cita aunque larga no tiene desperdicio, especialmente si la comparamos con el primer viaje fustrado de Sancho al Toboso. Sancho al imitar a don Quijote le quita el control de su narración -al igual que Lázaro a Vuestra Merced cuando este último "escribe que se le escriba"- es decir de su existencia ya que Don Quijote es texto, y ahora es el escudero quien está escribiendo a Dulcinea. Desgraciadamente Sancho no es consciente de su potencialidad y cometerá un error de gra­ ves consecuencias para él y sobre todo para don Quijote: dar el poder de la "pluma" a la Duquesa y con ello la imposibilidad del desencantamiento de Dulcinea. Sancho no fue el primero en darse cuenta de la posibilidad de este juego, lo intentaron en primer lugar el cura y el barbero, ridiculamente disfrazados, se les unió Dorotea (transfor­ mada en la princesa Micomicona) con toda su troupe. Momentáneamente lo lograron al encerrar a don Quijote en un carro/jaula y hacerlo volver a su aldea. Sin embargo don Quijote se les escapó, lo intentó de nuevo el Caballero de los Espejos fracasando en un primer inten­ to, volvió a la carga el bachiller Carrasco, esta vez metamorfoseado como el Caballero de la Blanca Luna con un logro parcial, ya que don Quijote nunca renuncia de Dulcinea: "-Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caba­ llero andante de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caba­ llero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra." (II, 64, 1160). Pero quien verdaderamente lo consiguió fue, sin pretenderlo, Sancho Panza y todo por una carta no entregada. Ojalá don Quijote nunca hubiera escrito a Dulcinea. A don Quijote sólo se le vence/convence no desde nuestra realidad sino desde su ficción; bien sabía su creador que no hay regreso posible desde el mundo de la literatura, donde Cervantes fue y es invencible.

EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Jordi ALADRO. Ojalá don Quijote nunca hubiera escrito a Dulcinea Bibliografía Cervantes Saavedra, Miguel de, 1998, Don Quijote de la Mancha, ed. dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Crítica. Dolí Castillo, Darcie, 2002, "La carta privada como práctica discursiva. Algunos rasgos característi­ cos", Signos, v.35 n.51-52, 33-57. Foucault, Michel, 1999, El orden del discurso, Barcelona, Tusquets. Grilli, Giuseppe, 2004, "Don Quijote escribe cartas" en Siglos Dorados. Homenaje a Augustln Redondo, Madrid, Castalia, 613-627. Guillen, Claudio, 1997, "El pacto epistolar: las cartas como ficciones", Revista de Occidente, 197, 77-98. Martín Moran, José Manuel, 1990, El Quijote en ciernes, Torino, Edizioni dell'Orso. Montero Reguera, José, 1997, El Quijote y la crítica contemporánea, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos. Pulgarin, Amalia, 1986, "Función Novelística de las cartas en el Quijote", Anales Cervantinos, XXIV, 1-15. Salinas, Pedro, 1952, "La mejor carta de amores de la literatura española", Asomante, VIII, 7-19.

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