Vol. 14, Num. 1, Fall 2016, 226-249

Escritura sobre ruinas: , la trilogía paraguaya y el acontecimiento en Hijo de hombre

Alejandro Quin University of Utah

Augusto Roa Bastos fue sin duda uno de los escritores hispanoamericanos del siglo XX que con más frecuencia intervino críticamente en su propia producción literaria. A través de entrevistas, notas, ensayos, introducciones a libros de otros escritores y prólogos a los suyos propios, el autor mantuvo una prolífica reflexión sobre el oficio literario y sobre la relación de su obra con la convulsionada historia del , esa isla rodeada de tierra, como solía llamar a su país. Tal es el caso, por ejemplo, de las numerosas ocasiones en que Roa Bastos intentó iluminar el sentido y los temas de su destacada trilogía paraguaya, un ciclo de novelas compuesto por Hijo de hombre (1960), Yo el Supremo (1974) y El fiscal (1993).1 Escritas entre y Francia, las tres novelas se fueron gestando a lo largo de un período de más de treinta años, coincidiendo además con el prolongado exilio al que el autor fuera forzado por la dictadura de Alfredo Strossner. Tomando como punto de partida las declaraciones del autor, la primera parte de este ensayo reconstruye el argumento según el cual la trilogía se configura como un proyecto de reescritura del proceso histórico paraguayo

1 Antes de decidirse por esta secuencia de novelas, Roa Bastos incluyó ocasionalmente Contravida (1994) como parte de la trilogía, sacando de la lista a Hijo de Hombre. Esto demuestra que, como sostiene Eric Courthès, el concepto de trilogía podía ser bastante “movedizo” para el escritor paraguayo (n.p.). Quin 227 articulado a la reflexión sobre el “monoteísmo del poder”. Si bien esta constatación no es nueva, mi interés está en plantear que dicho proyecto toma en Roa Bastos la forma de una escritura sobre ruinas que a la vez expone y problematiza la relación entre soberanía e historia en Paraguay. Para ello se hace necesario considerar un tercer elemento, relacionado con lo que podría denominarse como la “perspectiva acontecimental” de la trilogía, siguiendo la teorización de Jacques Derrida sobre la noción de acontecimiento. La segunda parte sitúa esta discusión en Hijo de hombre centrándose en la narración de los sucesos que rodean las insurrecciones agrarias en la novela.

Ejes temáticos de la trilogía. Más allá del monoteísmo del poder y la historia Aproximarse a la trilogía roabastiana implica necesariamente repasar la relación ambigua entre los diferentes ejes temáticos desde los cuales el autor intentó darle sentido a su obra. En realidad, la idea de que las novelas mencionadas llegarían a conformar un “tríptico narrativo” resultó ser un descubrimiento tardío que Roa Bastos articuló retrospectivamente hacia 1982, en el prefacio o “liminar” preparado para la segunda edición de Hijo de hombre. Allí el autor sostiene que, con dicha novela, casi sin él mismo saberlo, “se iniciaba una trilogía narrativa inspirada en la vida y en la historia de la sociedad paraguaya. Hijo de hombre, Yo el supremo y El fiscal (actualmente en curso de elaboración) se han ido elaborando lentamente, amasadas en los zumos de la realidad paraguaya, en las entrañas y trágicas pericias de su vida histórica y social” (9). 2 Así, el propósito inaugural de la trilogía correspondía en este caso a una intervención ficcional en la totalidad de procesos históricos que habrían definido la emergencia del Paraguay moderno, algo evidente si se tiene en cuenta que las tres novelas cubren los hitos principales del período republicano paraguayo, entre los que se distinguen los ciclos autoritarios del siglo XIX (Rodríguez de Francia, los López), los devastadores conflictos bélicos de la Guerra de la Triple Alianza y la Guerra de Chaco, la economía de los yerbales y la larga dictadura stronista. Las novelas incorporan, además, a un nivel menos explícito, aunque igualmente decisivo, las expresiones de la memoria popular y las vicisitudes culturales que estuvieron en la base de la configuración de una sociedad bilingüe, escindida entre el predominio oral del guaraní y la cultura letrada de cuño hispánico. La dimensión histórica paraguaya constituye sin duda uno de los aspectos temáticos más visibles de la trilogía y no es de

2 Todas las citas de Hijo de hombre vienen del texto correspondiente a la segunda versión de la novela. Escritura sobre ruinas 228 extrañar que como tal haya recibido amplia atención por parte de la crítica desde múltiples perspectivas.3 Roa Bastos no pretendía ciertamente situarse dentro del subgénero de la novela histórica, si por ello entendemos la ambientación verosímil de un período específico en un texto literario, y mucho menos serle fiel a la historiografía tradicional paraguaya, sino más bien intervenir la historia para desestabilizarla en tanto discurso de veridicción o “conocimiento” (Weldt-Basson, Augusto Roa Bastos, 338; 346), lo cual equivalía también a un proceso de reescritura generado desde ángulos heterodoxos. Es por eso relevante notar, en el párrafo antes citado, que el autor hace mención de las nociones de “vida” e “historia”, señalando por supuesto una relación de coincidencia entre ambas, pero también un posible desfase o desencuentro, a partir del cual el proceso de reescritura representaría una operación simultánea de búsqueda de experiencias no codificadas en las formas convencionales de una historia nacional.4 En el mismo prefacio Roa Bastos admite haber modificado la versión original de Hijo de hombre con la que en 1959 ganara el prestigioso Premio Internacional de Novela convocado por la Editorial Losada de .5 El autor nunca se sintió del todo satisfecho con esta novela, pese a que con ella logró un éxito crítico y

3 Por ejemplo, dentro de la extensa lista de estudios críticos dedicados al tema de la historia en Roa Bastos, Alain Sicard sostiene que el reconocimiento de la autonomía literaria está unido a la “responsabilidad histórica” en la obra del autor paraguayo (81); Blas Matamoro, por su parte, argumenta que en la trilogía la historia nacional es alegorizada por medio del mito (54); para Helene Weldt-Basson el enfoque en la historia “as an expression of Paraguay’s character is the primary element upon which Roa Bastos’s trilogy is based”, si bien se trata de un proceso de escritura de la historia completamente ajeno a las pretensiones de verdad o al simple registro de hechos pasados (Augusto Roa Bastos, 346). Recientemente la revista electrónica Escritural. Écritures d’Amérique Latine, publicación del Centro de Investigaciones Latinoamericanas de la Universidad de Poitiers, dedicó un dossier especial a Roa Bastos (2011) con una sección específica sobre la trilogía cuyos ensayos también enfatizan el registro histórico en conexión con diversas exploraciones formales sobre el proceso de escritura de las tres novelas. Algunos de estos estudios son citados en este ensayo. 4 Es lo que algunos críticos, siguiendo la conocida conceptualización unamuniana, han identificado como la veta intrahistórica en la narrativa de Roa Bastos, cuya característica principal residiría en intentar dejar registro de aquellos aspectos marginalizados, no reconocidos o latentes en la experiencia vivencial de un colectivo, más allá de los sucesos históricos visibles y oficialmente sancionados. Véanse al respecto los trabajos de Alain Sicard (83) y Nicasio Perera San Martín (97). 5 Roa Bastos sostiene que las modificaciones se inspiraron en su experiencia de escritura de Yo el supremo y Contravida, y que se trataba de una “obra enteramente nueva, sin dejar de ser la misma con respecto a la original” (Hijo, 10-11). El principal cambio está en la inclusión de un breve capítulo, “Madera Quemada”, que no aparecía en la primera edición de Hijo de hombre. Pero el autor hizo además abundantes modificaciones menores a lo largo del texto. Un estudio detallado sobre las variaciones entre ambas versiones de la novela es el de Helene Weldt-Basson (A Genetic Approach to Augusto Roa Bastos’s Son of Man), donde se analizan cambios en la caracterización de los personajes y alteraciones en la narración de temas históricos, políticos y simbólicos. Para Weldt-Basson, estas variaciones responderían a un intento por “modernizar” la novela, abriéndola a la participación activa del lector (138). Quin 229 comercial sin precedentes en la historia de la literatura paraguaya. Según David William Foster, uno de los principales estudiosos de la obra roabastiana, la insatisfacción de Roa Bastos obedecía a problemas irresueltos de carácter formal- estructural y a la aparente inconexión entre los distintos capítulos del texto (39).6 En efecto, cada sección de Hijo de hombre puede ser leída como una narración relativamente independiente y autocontenida. Incluso algunos de sus capítulos serían publicados por separado, como relatos cuya unidad interna les permitía abandonar el conjunto al que pertenecían sin perder su coherencia narrativa (45). Es preciso reconocer, no obstante, que las modificaciones a la primera versión de la novela, más allá del intento por corregir deficiencias formales, estaban guiadas por una puesta en práctica de las ideas del autor sobre la naturaleza misma de la creación literaria. Como lo sugiere Roa Bastos: Un texto, si es vivo, vive y se modifica. Lo varía y reinventa el lector en cada lectura. Si hay creación, ésta es su ética. También el autor—como lector— puede variar el texto indefinidamente sin hacerle perder su naturaleza originaria sino, por el contrario, enriqueciéndola con sutiles modificaciones. Si hay una imaginación verdaderamente libre y creativa, ésta es la poética de las variaciones. (Hijo, 10)

La concepción de la escritura como “poética de las variaciones” no sólo le servía a Roa Bastos para afirmar su derecho a alterar un texto previamente publicado, sino que anunciaba una ética de la creación fundada en la experiencia de la apertura potencial de toda escritura a nuevas formas de lectura y reescritura. De este modo, si la trilogía estaba destinada a narrar las vicisitudes del proceso histórico paraguayo, la referencia a la “poética de las variaciones” indicaba que el proyecto se materializaría como una reescritura de narrativas históricas establecidas, es decir, como la incesante decodificación literaria de la historia. Como es sabido, años más tarde el escritor arrojaría otra luz sobre el eje temático de la trilogía, esta vez en la nota introductoria que acompañaba la primera edición de El fiscal. Según esta nueva intervención, las tres novelas trazaban una reflexión sobre el “monoteísmo del poder” (El fiscal, 9). Esta declaración, que parecía

6 La preocupación formalista ha sido una constante en la recepción crítica de Roa Bastos. El influyente estudio de Foster, marcado por el estructuralismo, se encuadra dentro de esta línea. Dado que los textos roabastianos se caracterizan por intensos experimentos narrativos, en los cuales proliferan diferentes voces y se traslapan diversas temporalidades, esta perspectiva es sin duda importante pero no exhaustiva. Como sostiene Horacio Legrás, “these structural determinations are no doubt legitimate philological concerns, but they exist under the shadow of a formal purposiveness of art that Roa Bastos’s narrative seeks to destabilize” (183). Escritura sobre ruinas 230 contrarrestar los iniciales intereses de fabulación historiográfica del autor, constituía en realidad la clave para entender la perspectiva desde la cual se había propuesto rastrear la historia. Sin embargo, Roa Bastos nunca fue muy elocuente sobre el significado de dicha expresión y, en general, las aproximaciones críticas a su obra suelen limitarse a señalar la relación entre “monoteísmo del poder” y dictadura sin profundizar en las aristas conceptuales del término y su propia dinámica operacional.7 Sin pretender negar la pertinencia de esta relación, me parece conveniente adoptar un punto de vista más amplio que permita dar cuenta de las resonancias entre el “monoteísmo del poder” y el concepto de soberanía. En principio, llama la atención la raigambre teológico-política de la fórmula roabastiana. Se puede argumentar que el poder que funciona en modo monoteístico es un poder que, imitando al de Dios, se presume primordial, supremo, omniabarcante. La expresión presupone además la relación entre una autoridad trascendente y los sujetos obedientes que se le subordinan. Se trata de una relación de poder asimétrica, aunque también consensual, en tanto funda y está fundada en un mecanismo de reconocimiento recíproco que al vincular sujetos y autoridad genera la entelequia de un cuerpo político unificado. Siguiendo este registro podemos afirmar entonces que el “monoteísmo del poder” encarna algunas de las características centrales atribuidas históricamente a la soberanía. De acuerdo con Wendy Brown, para autores clásicos como Jean Bodin, Thomas Hobbes o Carl Schmitt, la soberanía es inseparable de las nociones de supremacía, decisionismo, unidad e indivisibilidad (52), las cuales son vestigio y evidencia de sus orígenes teológicos, dado que en última instancia “all political sovereignty is modeled on that religiously attributed to God” (54).8 La soberanía, o es completa y unitaria— monoteística e incontestable en su acontecer—o simplemente no es. Al concebir el

7 Algo que pudo haber sido condicionado por la alusión del autor al régimen stronista como principal referente en el proceso de escritura de El fiscal y por el hecho de que la trilogía gira en torno a figuras históricas que representan encarnaciones específicas de una razón de Estado autoritaria. Así, Weldt-Basson afirma que, en tanto relacionadas con el monoteísmo del poder, “each of these novels is a reflection on dictatorship and Paraguay’s effort to combat it (Augusto Roa Bastos, 335); para Carla Fernandes, igualmente, el monoteísmo del poder es la evocación de “un solo paradigma del dictador” en el escritor paraguayo (n.p). Sin embargo, establecer la relación entre monoteísmo del poder y dictadura, una relación válida, aunque no exhaustiva, no equivale a un análisis del término en sí mismo. Una excepción es la interpretación de John Kraniauskas, para quien el monoteísmo del poder expresa la idea de “servidumbre voluntaria del pueblo” (216). Pero esto implica necesariamente comprender la naturaleza de aquello a lo que se decide servir y deja abierta la pregunta sobre por qué la servidumbre llega a adquirir un “carácter voluntario”. 8 Idea que hace eco de la conocida relación entre teología y soberanía estatal establecida por Carl Schmitt en Political Theology: “All significant concepts of the modern theory of the state are secularized theological concepts” (36). Quin 231 monoteísmo del poder como figuración de la autoridad, supremacía e indivisibilidad soberanas en el pensamiento de Roa Bastos, es preciso señalar también que tales atributos se articulan o emergen a partir de una convergencia particular entre razón y fuerza. En Rogues: Two Essays on Reason, Jacques Derrida sostiene que toda soberanía descansa en última instancia en un acto de fuerza que es consustancial con un acto de razón: “[t]here is no sovereignty without force, without the force of the strongest, whose reason—the reason of the strongest—is to win out over everything” (101). La razón del más fuerte instituye autoridad por medio de la fuerza, y es silenciosa e impone silencio porque, como sostiene Derrida, sólo puede existir en tanto se encierra en sí misma y se sustrae del lenguaje.9 La fuerza-razón soberana no es exclusiva de los regímenes dictatoriales, aunque estos representen su expresión más pura, y puede muy bien estar presente en gobiernos constitucionales liberales como prerrogativa o discrecionalidad del ejecutivo para suspender las garantías legales en un estado de excepción.10 En este sentido, la expresión “monoteísmo del poder” no se limitaría solamente a dar cuenta de regímenes dictatoriales, sino que puede incluso hacerse extensiva al liberalismo. Por otra parte, es evidente que en su dimensión totalizante los llamados atributos de la soberanía no dejan de ser ficcionales: la supremacía y el control absolutos son irrealizables en la práctica política. Pero esto no significa que históricamente hayan carecido de efectividad, pues las “ficciones” de la soberanía han estado en la base de la razón de Estado moderna y de las relaciones interestatales por lo menos desde el siglo XVII (Brown 22). Lo que revela el carácter ficcional de esos atributos, no es tanto una falta de efectos en el orden de la regulación social, sino el síntoma de que la soberanía permanece siempre al borde de su propio truncamiento, es decir, acechada por lo que Gareth Williams identifica como su “principio de ruina”, un principio de igualdad que vulnera la autoridad de la razón del más fuerte y “brings forth the language of something other than the mere organization and reproduction

9 Precisamente porque participar en el lenguaje implica compartir y someter la propia autoridad a la evaluación de otro. Para Derrida, “unavowable silence, denegation: that is always the unapparent essence of sovereignty […] sovereignty itself always keeps quiet in the very ipseity of the moment proper to it […] sovereignty withdraws from language, which always introduces a sharing that universalizes” (Rogues, 100-101). 10 Que tal prerrogativa está en el núcleo del liberalismo puede comprobarse atendiendo a las formulaciones de uno de los clásicos de pensamiento liberal, John Locke. Ver The Second Treatise on Civil Government (89). Para la noción de estado de excepción, ver Schmitt (5-15). Escritura sobre ruinas 232

of bodies in a fully subjected community […] a language not set in advance” (14).11 En otras palabras, la soberanía asiste al espectáculo de su propio arruinamiento precisamente cuando irrumpe aquello otro imprevisto que la excede y que hace manifiesto el carácter incompleto, divisible y discontinuo de sus ficciones (algo que exploraremos más adelante al retomar esta discusión con relación a la idea de una escritura sobre ruinas en la trilogía). Ahora bien, si conceptualmente la correspondencia entre soberanía y monoteísmo del poder resulta palpable, en el plano histórico concreto la expresión le habría servido a Roa Bastos para referenciar el despliegue del autoritarismo estatal fundante de la modernidad paraguaya y su correlación con los conflictos bélicos que han azotado al país a lo largo de su historia. La fase inaugural del Estado-nación paraguayo estuvo marcada por una sucesión de “gobernantes supremos” donde la totalidad del aparato estatal dependía del poder de decisión de una sola persona (González de Bosio 80). Pese a las diferencias que pudieran existir entre la dictadura perpetua de José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) y el despotismo modernizador bajo los gobiernos de Carlos Antonio López (1844-1862) y Francisco Solano López (1862-1870), el Estado paraguayo decimonónico mantuvo en lo esencial una impronta autoritaria, colectivista y paternalista hacia la población, cuyo precedente histórico podría incluso remontarse al experimento utópico de las Misiones Jesuíticas de los siglos XVII y XVIII. De hecho, para el antropólogo Bartomeu Meliá “el Paraguay del siglo XIX es todavía una gran reducción laica” (24), y el mismo Roa Bastos, en su prólogo a Tentación de la Utopía (un texto sobre la empresa evangelizadora de la Compañía de Jesús en la región paranaense), sostiene que en las Misiones se llegó a consolidar el “esbozo de un estado” que tendría “su concreción siniestra medio siglo después de la expulsión de los jesuitas” (30). El despliegue del autoritarismo estatal post-independentista no sólo sentó las bases del particular nacionalismo paraguayo—afincado en el culto a los gobernantes, la narrativa del mestizaje hispano-guaraní y la idealización del campesino (Chesterton 23-29)—, sino que le allanó el terreno a la turbulencia política que ya en el siglo XX desembocaría en la violenta dictadura de Stroessner (1954-1989). De otro lado, la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), en la que Paraguay sucumbió al poderío militar conjunto de Brasil, Argentina y , representó para

11 Williams elabora esta idea, en su discusión sobre el contexto mexicano contemporáneo, contrastando la noción derridiana de “razón del más fuerte” con el concepto de “política” (como irrupción del orden de la policía) en el pensamiento de Jacques Rancière. Ver la introducción a The Mexican Exception. Sovereignty, Police, Democracy (1-15). Quin 233 el país una verdadera catástrofe económica, demográfica y cultural. Guiado por la personalidad aurática de Solano López, símbolo para algunos del romanticismo patriótico nacional (González de Bosio 128), el pueblo paraguayo se hundió en un conflicto feroz que casi lo expone a la aniquilación total. Al término de la guerra, el país había perdido a más de la mitad de la población y gran parte de su historia material, conservada en archivos y bibliotecas públicas, había sido confiscada o destruida por las fuerzas invasoras (Brezzo 104).12 Paraguay sufrió también pérdidas territoriales significativas y, con la economía en bancarrota, las nuevas élites liberales instaladas en el poder, apoyadas por los gobiernos de los países invasores, terminaron cediendo terrenos públicos que serían ocupados por compañías extranjeras para la producción de tabaco y yerba mate (Franco 266). El país tardaría décadas en recuperarse, sólo para años más tarde involucrase en la no menos cruenta Guerra del Chaco (1932-1935) por disputas territoriales con . Es a la luz de estas consideraciones que la reflexión sobre el monoteísmo del poder pasa a convertirse en la piedra angular del proyecto roabastiano para una reescritura del proceso histórico paraguayo. La historia se presenta en este caso como una emanación del “monoteísmo del poder.” Es la historia de dominación—la razón del más fuerte como autoridad soberana—cuyo devenir sólo deja un rastro de ruinas y catástrofes en la experiencia republicana del país suramericano. Pero esta caracterización quedaría incompleta, e incluso presa del fatalismo, si no considerásemos un elemento adicional que abre la totalidad del proyecto a una conceptualización de otro orden. En una entrevista con el escritor Rubén Bareiro Saguier, al salir a flote la pregunta por el hilo conductor de la trilogía, Roa Bastos manifestaba sorpresivamente: “me obsesiona lo imposible. Ese es el corpus de la trilogía” (185). Lo que está en juego aquí es un cambio de enfoque que reconfigura radicalmente la propuesta narrativa del autor. Roa Bastos aludía en la entrevista a ciertos “imposibles” que las tres novelas intentaban poner al descubierto: la redención en la trascendencia teológica, la obsesión por lo “absoluto”, la pretensión de arrogarse el derecho de “juzgar al otro” (185-186). Pero más allá de esta función desmitificadora,

12 Al nivel de las instituciones y de la producción cultural, el impacto de la Guerra de la Triple Alianza todavía no ha sido suficientemente ponderado. Aparte de la ya mencionada destrucción y confiscación del patrimonio histórico material del país, Brezzo señala que la guerra representó una interrupción en el desarrollo del nacionalismo cultural paraguayo y una completa desarticulación del sistema educativo imperante en la época. Por otra parte, “la enorme pérdida humana trajo el menoscabo de tradiciones y leyendas, lo que redundó directamente en la pobreza de contenido o de inspiración de obras narrativas y a su vez condicionó la escasez literaria” (104). Escritura sobre ruinas 234 la mención a lo imposible insinuaba también una apertura hacia lo que podríamos designar como la “perspectiva acontecimental” del proyecto de la trilogía. ¿Cómo entender esta nueva perspectiva y su relación con los demás ejes temáticos discutidos hasta ahora? Me interesa abordar esta pregunta en contrapunto con las reflexiones de Derrida sobre la categoría de acontecimiento, las cuales revisten gran relevancia en este contexto, dado que para el pensador francés el acontecimiento representa, coincidencialmente, una “experiencia de lo imposible”. En palabras de Derrida: As unforseeable, any event worthy of its name must not only exceed all teleological idealism […] The event must also announce itself as an im- possible; it must thus announce itself without calling in advance, without forewarning […] without any horizon of expectation, any telos, formation, form or teleological preformation. Whence its almost monstrous, unpresentable character” (Rogues, 143-144).

The event, if there is one, consists in doing the imposible […] The event’s eventfulness depends on this experience of the impossible. What comes to pass, as an event, can only come to pass if it’s impossible. If it’s possible, if it’s foreseeable, then it doesn’t come to pass. (A Certain Impossible, 450-451)

El acontecimiento corresponde a una experiencia de lo imposible, no porque jamás llegue a suceder, ni porque permanezca en postergación indefinida, sino porque su advenimiento es imprevisible, sorpresivo e inexplicable dentro del cálculo distributivo, los parámetros de conocimiento y el horizonte teleológico de su contexto de aparición. De ahí su carácter singular (monstruoso, impresentable), así como también su asociación con lo “espectral”, pues el acontecimiento no sólo acecha el orden de lo posible o de lo presente desde su alteridad, sino que como experiencia de lo imposible, de la aparición de lo otro inesperado, constituye al mismo tiempo una forma de retorno, un regreso en su propia singularidad (452).13 Por eso, no es asimilable a la idea moderna de lo “nuevo” como superación unidireccional de un estadio anterior, ya que puede cifrar un retorno del pasado en modos inadvertidos e impensados. El corolario de esto es que el acontecimiento interrumpe o disloca “the ordinary course of history” (446) y, en consecuencia, produce un punto ciego que

13 Derrida era consciente de la dificultad que representa pensar el acontecimiento como algo absolutamente singular y, a su vez, como retorno o repetibilidad: “the event cannot appear to be an event, when it appears, unless it is already repeatable in its very uniqueness. It is very difficult to grasp this idea of uniqueness as immediately iterable” (A Certain Impossibility, 452). Esta aporía, sin embargo, es parte de su carácter espectral, y puede entenderse atendiendo a dos sentidos analíticos. Por un lado, el acontecimiento es siempre único e irrepetible en su modo de acontecer; pero, por otro lado, su llegada constituye la actualización de una experiencia libre (la apertura general en la que algo puede llegar sin anunciarse) que es estructuralmente susceptible a la repetición. Es en este segundo sentido que el acontecimiento “can only be greeted as a return” (452). Quin 235 reconfigura el terreno desde el cual pensar la política, más allá de sus concreciones predecibles y reconocibles. Hay entonces una afinidad visible, que importa tener en cuenta, entre la noción de acontecimiento y lo que Derrida denomina “democracia por venir”. Esta expresión, que no debe entenderse simplemente como un futuro sistema de normas y regulaciones, ni tampoco como un ideal en perpetuo aplazamiento, designa más bien el carácter “estructuralmente incompleto” de la democracia, su inadecuación consigo misma expresada en la exigencia incondicional de la crítica y la autocrítica permanentes (Cheah 80). Y también, para decirlo con Judith Butler, el “por venir” de la democracia hace referencia a un “afuera de la política” (en tanto excede su presencia positiva), si bien se trata de un “afuera constitutivo”, sin el cual “politics itself could have never gotten off the ground” (301) ni podría renovarse. Así, el sintagma “democracia por venir” registra ante todo la apertura constitutiva de la democracia hacia aquello que puede llegar sin anunciarse, esto es, hacia la otredad no anticipable del acontecimiento. Y es por tal razón que, para Derrida, pensar en la democracia, o en una política democrática que no se agote en sus codificaciones históricas, implica necesariamente “another thinking of the event […] which is marked in a ‘to-come’” (Rogues, 87). No hay pues democracia sin acontecimiento: sin una experiencia de lo imposible. Es en este sentido que podríamos hablar de una perspectiva acontecimental implícita en la mención de Roa Bastos a “lo imposible” como trazo definitivo del proyecto de la trilogía. Lo cual apuntaría a la inscripción literaria de un registro democrático, político si se quiere, que problematiza la función relacional de los otros ejes temáticos (la historia, el “monoteísmo del poder”) desde los cuales la trilogía había sido concebida. Si, como hemos dicho, la meditación sobre el proceso histórico paraguayo está condicionada por el “monoteísmo del poder”; si la historia, en otras palabras, aparece concebida como irradiación de la soberanía, de su fuerza-razón muda, entonces el recurso a la reflexión sobre lo imposible, como exigencia última de indagación, vendría a designar en primer lugar la potencial suspensión (la imposibilidad) de la relación entre soberanía e historia. Lo imposible, el signo del acontecimiento que puede llegar, referencia entonces un pensamiento de (y en) la interrupción de la historia y del agotamiento de las ficciones unificadoras, totalizantes y consensuales del monoteísmo del poder—es decir, introduce en la soberanía y sus encarnaciones históricas paraguayas el ya mencionado “principio de ruina” al que aludía Williams en su comentario. Por ello, es posible afirmar, en segundo lugar, que a partir del trazo de lo imposible la trilogía roabastiana adquiere finalmente la forma de Escritura sobre ruinas 236 lo que aquí llamaré una escritura sobre ruinas, que no es sólo una tematización literaria de la ruina, sino principalmente una escritura que al operar la suspensión de la relación entre soberanía e historia efectivamente expone el arruinamiento de ambas. La tarea de la literatura, como poética de las variaciones, consistirá entonces en mostrar esta precariedad del “monoteísmo del poder” y en revelar, mediante la constante decodificación de la historia, el rastro democrático de aquello que lo excede: la irrupción de un lenguaje no circunscrito al cálculo, las ficciones y la teleología ruinosa del poder soberano en la modernidad paraguaya. Dado que un análisis detallado de cada obra de la trilogía supera los propósitos de este ensayo, en lo que sigue quisiera situar esta discusión en la novela Hijo de hombre. Específicamente me interesa examinar la secuencia narrativa relacionada con las insurrecciones agrarias de comienzos del siglo XX como instancia de una escritura sobre ruinas correlativa con una escritura del acontecimiento, que se materializa, y de hecho se hace literal, en una de las imágenes emblemáticas del texto: la del vagón en ruinas escondido en la selva. Antes de continuar, sin embrago, cabe hacer una aclaración. Aunque mi objetivo aquí es explorar la perspectiva acontecimental en la articulación narrativa de las insurrecciones agrarias en la novela, no pretendo con ello argumentar que la noción de acontecimiento corresponda necesariamente, o sea reducible siempre y en todos los casos, a procesos insurreccionales o revolucionarios. Afirmar esto sería tanto una generalización problemática como una cancelación del acontecimiento en tanto de antemano se lo asume acaeciendo dentro de un horizonte de sentido predeterminado. Antes bien, lo que estaría en juego en la eventual relación entre insurrección y acontecimiento que establece la novela es la pregunta por la posibilidad de un pensamiento no metafísico de la emancipación, esto es, uno que no esté contenido en esquemas preconcebidos de redención social o en una teleología revolucionaria sustentada en la idea de necesidad histórica.

Un vagón en la selva: Hijo de hombre y la insurrección A diferencia de las otras dos novelas de la trilogía, Hijo de hombre no gira exclusivamente alrededor de las figuras clásicas del autoritarismo estatal paraguayo. Yo el Supremo, como sabemos, constituye una ficcionalización vertiginosa en torno a las obsesiones y la megalomanía de Rodríguez de Francia, El Supremo, cuyo poder es con frecuencia desarticulado por la circulación desbordante de la escritura y por la Quin 237 naturaleza siempre antinómica, dividida, de la soberanía.14 El fiscal, por otra parte, narra los horrores de dos períodos transicionales separados por más de un siglo: los últimos días de Solano López durante la Guerra de la Triple Alianza y los años finales del régimen stronista. Hijo de hombre también establece conexiones con los ciclos autoritarios del siglo XIX, al igual que con la Guerra de Chaco, pero la novela se centra principalmente en las primeras décadas del siglo XX, un período de predominio liberal mucho menos monumentalizado por el discurso historiográfico tradicional y atravesado por ciclos de profunda inestabilidad política y agitación social. 15 Esto sugiere una diferencia de enfoque que conviene tener en cuenta. Mientras que en Yo el Supremo y El fiscal Roa Bastos aplica, por así decirlo, un lente inmanente a las figuraciones del autoritarismo estatal paraguayo, exponiendo sus fisuras, en Hijo de hombre el autor enfatizará la agencia potencial de aquellos que se rehúsan a participar en la política de la obediencia del “monoteísmo del poder” y, al hacerlo, desafían la razón del más fuerte en nombre de la libertad y el derecho a la tierra. En efecto, la temática de una rebeldía popular latente es una constante que adquiere concreciones específicas en los principales personajes y episodios de la narración. Como sucede con el Cristo de madera tallado por el leproso Gaspar Mora, una imagen proscrita por la Iglesia que para los habitantes de Itapé representaba no obstante “un permanente conato de insurrección” (Hijo, 24). Y como igualmente ocurre con la memoria insurreccional que Casiano Jara, y más tarde su hijo Cristóbal, preservan en el vagón abandonado. Se ha argumentado que la novela, en su vertiente de luchas y reivindicaciones populares, expresa un ideario de humanismo social cristiano (Lehnerdt 63-68) y actualiza una visión mítica fundada en las figuras de la muerte y la resurrección (Valdés y Rodríguez 78; Matamoro 54). Esta lectura tiene sustento en las múltiples referencias del texto a la simbología cristiana, cuyas

14 Recuérdese, por ejemplo, la fractura YO-EL que Roa Bastos explora en esta novela a través de las reflexiones de El Supremo: “Difícil ser constantemente el mismo individuo. Difícil ser constantemente el mismo hombre. Lo mismo no es siempre lo mismo. Yo no soy siempre Yo. El único que no cambia es Él. Se sostiene en lo invariable” (Yo, 40). El desencuentro entre la invariabilidad del Él y la precaria condición del Yo manifiesta la imposibilidad interna del poder soberano como un todo indivisible. 15 Como señala la historiadora Liliana Brezzo “durante la época comprendida entre 1870 y 1921 hubo en el Paraguay 27 alteraciones del orden público, lo que da un término medio de dos revoluciones por año”. Por otra parte, “en el interregno transcurrido entre 1902 y 1912 ningún presidente civil en el Paraguay terminó su mandato dentro de los términos constitucionales” (22). Dicha situación era producto tanto de conflictos entre los partidos políticos tradicionales del país (Liberales y Colorados) como de ocasionales insurrecciones agrarias lideradas por comunidades rurales despojadas de sus tierras tras la Guerra de la Triple Alianza. Escritura sobre ruinas 238 principales instancias están representadas en el mencionado Cristo de madera y, hacia el final del texto, en la muerte sacrificial de Cristóbal Jara transportando el camión aguatero durante la Guerra del Chaco.16 Sin embargo, Hijo de hombre también ofrece una perspectiva no inscrita en el horizonte de significación del mesianismo cristiano (incluso en su modalidad de inversión humanista de lo teológico), ni en el retorno a la fundación mítica, que es la que se articula a partir de los sucesos relativos a las insurrecciones agrarias. El hecho central en esta secuencia está dado por una insurrección de campesinos trágicamente frustrada “en la luctuosa noche del 1º de marzo de 1912” (Hijo, 67). El que Roa Bastos dé la fecha exacta del incidente es algo que llama la atención, puesto que representa el ambiguo recurso a un protocolo realista para narrar un suceso que, como ha sido ampliamente reconocido, no aparece registrado en la historia oficial paraguaya.17 Lo cual no significa, por cierto, que estemos ante una enunciación irreal respecto al contexto político-social del momento (después de todo, como se ha dicho, estos son años de intensa agitación en el país, y los levantamientos populares no eran infrecuentes). Pero lo cierto es que, en torno al Paraguay de comienzos del siglo XX, los eventos insurreccionales más recordados son la revolución liberal de 1904, la cual puso fin a un largo periodo de hegemonía colorada, y la rebelión de 1911-1912 liderada por militares de la facción radical del liberalismo. Ahora bien, es evidente que lo importante aquí no son los grados de correspondencia positiva entre lo acontecido y lo narrado, sino los efectos que Roa Bastos proyecta al insertar un suceso desconocido, no coincidente con la “realidad”, en el tejido de los regímenes autorizados de verdad histórica en Paraguay. Para Jean Franco la insurrección ficcionalizada en la novela constituye la transformación de la citada rebelión militar en una tragedia olvidada pero que sobrevive en la memoria popular (271), mientras que Horacio Legrás, por su parte, sostiene que el episodio en cuestión ilustraría el fenómeno de una “fuerza subalterna” que se expresa a través de

16 Otros elementos de simbología cristiana están dados en el título mismo de la novela, los nombres de algunos personajes (Gaspar, Cristóbal, Natividad), la colonia de leprosos y el tema de la traición que encarna Miguel Vera. Aparte de los autores citados, véase sobre esto también el estudio de Seymour Menton, “Realismo mágico y dualidad en Hijo de Hombre”. El estudio de Valdés y Rodríguez incluye además un análisis simbólico-alegórico de los objetos como parte de la visión mítica que, en su lectura, actualiza la novela. Debo aclarar, sin embargo, que el presente artículo no propone una lectura de la novela en clave simbólica. 17 Sobre esto ver Franco (271) y Legrás (171), quien además recuerda las acusaciones ingenuas que algunos le hacían a Roa Bastos por “tergiversar” la historia. Pereira San Martín sostiene también que esta ansiedad por la fidelidad histórica resultaba de que muchos lectores desconocieron la ruptura del “pacto mimético” que se efectúa en la novela (95). Quin 239

“institutionalized and reified political venues” (172). Ambas lecturas parecen sugerir que el incidente de la insurrección verifica en el texto una intervención que altera e interrumpe el proceso de significación del registro histórico oficializado, y aunque dicha intervención establece un vínculo con éste (porque intervenir implica aparecer en un contexto determinado), al mismo tiempo le es inconmensurable y exógena en su manifestación, bien sea como “memoria de una tragedia popular”, o como manifestación de una “fuerza subalterna”. Esta doble operación, de vínculo y exogeneidad simultáneos, resultaría crucial para una consideración del episodio insurreccional que no se agote en su aspecto de reacción o resistencia al poder constituido, y por ello también, para un abordaje de la propuesta, detallada más arriba, de una escritura sobre ruinas correlativa con una escritura del acontecimiento en el proyecto de la trilogía. ¿Cuáles son entonces los elementos que se aglutinan alrededor de este episodio? Curiosamente, la insurrección agraria de 1912 aparece en la novela a partir de la violencia militar que la disuelve y de las ruinas que quedan tras la tragedia. Su presencia es, por lo tanto, espectral y fragmentada, pero se mantiene en la narración como remembranza de una promesa no materializada. El hecho habría tenido lugar la noche en que el grupo insurrecto, junto a una multitud de familiares y simpatizantes, fueron masacrados por el ejército paraguayo de manera sorpresiva, haciendo estallar un tren cargado de explosivos en la estación de Sapukai donde el conglomerado se había reunido para despedir a los rebeldes, quienes viajarían a Asunción con el fin de librar la batalla decisiva de su causa. Sus ideales de lucha se resumían en dos palabras: tierra y libertad. Este viejo lema de la tradición anarquista, que recurre ocasionalmente en el texto, revela en la insurrección un propósito que no se identifica necesariamente con la captura del poder estatal—es decir, con ocupar el lugar de enunciación de la soberanía moderna—sino con una exigencia incondicional de libertad y derecho vital a la tierra dentro de un contexto histórico de desposesión. Recordemos que para amortiguar la debacle económica que ocasionó la Guerra de la Triple Alianza, el Estado paraguayo puso en oferta tierras públicas que fueron adquiridas por compañías extranjeras (brasileñas y ) para la creación de enclaves destinados al cultivo de tabaco y, especialmente, a la producción de yerba mate. En 1870 se aprueba una constitución liberal que sienta las bases jurídicas para que poco después se promulgue la Ley de Venta de Tierras Públicas y Yerbales (1885), la cual haría posible la creación de los grandes latifundios yerbateros en las selvas del Alto Paraná. Con ello se puso en marcha un clásico proceso de acumulación originaria que, como Escritura sobre ruinas 240

Marx lo describiera, produjo la total separación “between the workers and the ownership of the conditions for the realization of their labour”, un proceso mediante el cual “the social means of subsistence and production are turned into capital, and the immediate producers are turned into wage-labourers” (874). Así, la economía de los yerbales, como materialización del liberalismo en los años que siguieron a la Guerra, generó la expulsión masiva de campesinos e indígenas que habían ocupado esos terrenos por generaciones, y muchos de ellos se vieron forzados a trabajar en las plantaciones de yerba bajo las brutales condiciones del sistema de endeudamiento o “enganche”. Son entonces las acciones de estos productores inmediatos, divorciados de la tierra, convertidos en trabajadores asalariados y explotados por un régimen laboral infrahumano, las que nutren los eventos que giran alrededor del levantamiento de 1912 en Hijo de hombre. Las marcas de la insurrección aparecen diseminadas por toda la novela, como un recuerdo volátil que directa o indirectamente toca a cada personaje y que adquiere densidad metafórica en el inmenso cráter dejado por la explosión, donde aún yacía el osario de cientos de víctimas. Miguel Vera, el problemático narrador y testigo de los hechos cuyo diario representa varios capítulos de la novela, advertirá el rastro ruinoso del truncado levantamiento popular durante su viaje para enlistarse en la Escuela Militar de Asunción: Desde lejos vimos la estación y las casas destruidas por las bombas, el hoyo grande como una plazoleta, que trozaba las vías […] Grupos de pasajeros curioseaban las ruinas. Bajé yo también y me metí entre ellos. Vimos los vagones destrozados. Uno estaba a más de mil varas, en un desvío, como si hubiera volado por el aire para caer allí, casi entero. (Hijo, 100-102)

Pero si en el hoyo se condensa el trauma de la tragedia, ese vagón que parecía haber “volado por el aire” será el índice del retorno fantasmal de quienes se niegan a aceptar que la razón del más fuerte es siempre la mejor, y quienes guiados por el imperativo de tierra y libertad rompen con los artificios consensuales y la política de la obediencia del “monoteísmo del poder” en el Paraguay liberal de posguerra. Todo comienza cuando dos de los sobrevivientes de la explosión, Casiano Jara y su esposa Natividad, deciden convertir ese enigmático vagón en su morada. Tras el aplastamiento de la insurrección, y como consecuencia de la represión que le sigue, la pareja se ve forzada a “engancharse” en los sórdidos yerbales de Takurú-Pukú, “la ciudadela de un país imaginario, amurallado por las grandes selvas del Alto Paraná” (111). Allí, soportando condiciones esclavizantes de trabajo, nacerá su hijo, Cristóbal Quin 241

Jara, quien tendrá un papel protagónico en los episodios finales de la novela. Eventualmente, la familia entera logra fugarse de los yerbales y regresar a Sapukai, donde a falta de techo se instala en el vagón solitario que la explosión no había logrado destruir.18 Y es entonces que comienza el lento pero continuo viaje de ese vagón por las planicies aledañas, sobre rieles de madera improvisados, movido por la obstinada voluntad de Casiano Jara, sin aparente objetivo ni dirección, sin que su movimiento sea realmente advertido por nadie, hasta terminar incrustado en un remoto paraje selvático. Años después, el teniente Miguel Vera reflexionará sobre este desplazamiento fantasmal e impredecible cuando Cristóbal Jara, ya convertido en hombre adulto, lo lleve a contemplar el misterioso artefacto: Es cierto que el vagón ya no servía para nada […] Pero el hecho absurdo estribaba en que todavía podía andar, alejarse, desaparecer, violando todas las leyes de propiedad, de gravedad, de sentido común […] el vagón no voló. Se alejó lentamente, en una marcha imperceptible y tenaz sobre los rieles de quebracho. Y ya en la tierra salvaje y desierta, merodeadores, vagabundos, parias perseguidos y fugitivos, hasta los leprosos […] habrían ayudado al hombre, a la mujer y al chico a empujar el vagón para compartir por un instante ese simulacro de hogar que avanzaba por la llanura o retrocedía hacia el pasado, sin rumbo, sin destino. (164-165)

En la cita se describe la marcha del vagón como algo del todo absurdo, inexplicable e inesperado; algo que infringe las leyes de la física, se sustrae a las estructuras epistemológicas del sentido común y desarma la noción de progresión temporal: el avance del vagón en el espacio, su misma futuridad, es a la par un retroceso en el tiempo, un repliegue del pasado, lo cual contrasta con la idea convencional del tren como emblema del progreso. Tal itinerancia representa además una acción no premeditada, que no espera ni busca nada, cuya tenacidad resulta asombrosa por cuanto no lleva ni “rumbo” ni “destino”. En otras palabras, se trata de un movimiento imposible, no verificable, que signa al episodio como irrupción acontecimental en el sentido derridiano expuesto anteriormente, es decir, como experiencia de lo imposible que puede llegar de improviso y sin responder a expectativas. El vagón en marcha condensa pues una situación de pura “incertidumbre” a la que están unidas no sólo la trágica memoria de la insurrección

18 Roa Bastos hizo mención ocasional a la influencia del escritor anarquista español , autor del conocido texto de denuncia Lo que son los yerbales (1908), en la elaboración de estas secciones de Hijo de hombre. Por otra parte, resulta interesante notar que en la “fuga” de los personajes, la novela incorpora el que fuera, según la historiadora Milda Rivarola, uno de los principales mecanismos de resistencia trabajadora al sistema de enganche imperante en los yerbales (24). Escritura sobre ruinas 242 sino toda la multitud amorfa de los desposeídos (vagabundos, parias, fugitivos, rebeldes, enfermos) que se le suma a su paso. Esta unión le da una forma particular a lo que puede llegar sin anunciarse, correspondiente en la novela a un retorno espectral de aquellos cuyo lenguaje silenciado irrumpe, como elemento exógeno e incalculable, en el devenir histórico del monoteísmo del poder en Paraguay. Y Miguel Vera llegará a formar parte de esta experiencia cuando sea invitado a entrar en aquel vagón por Cristóbal Jara, Silvestre Aquino y el resto de hombres que preparaban en la clandestinidad una segunda insurrección agraria. Lo que observará en el interior es una estructura en ruinas, escindida entre el abrazo de la naturaleza y los residuos tecnológicos: Primero vi las ruedas semihundidas entre los yuyos, los grandes troncos morados de mazaré que calzaban los ejes impidiendo que ellas se hundieran del todo en el limo vegetal. Luego la carcomida mole creció de abajo hacia arriba cubierta de yedra y musgo. El abrazo de la selva para detenerlo era tenaz, como tenaz había sido la voluntad del sargento para traerlo hasta allí. Por los agujeros del maderamen crecían ortigas de anchas hojas dentadas. Vi las plataformas corroídas por la herrumbre, los pasamanos de bronce leprosos de verdín, los huecos de las ventanillas tejidos de ysypós y telarañas. En un ángulo del percudido machimbre aun se podía descifrar la borrosa, la altanera inscripción grabada a punta de cuchillo, con letras grandes e infantiles: Sto. Casiano Amoité–Ia Compañía–Batalla de Asunción. (Hijo 173)

Por entre el vagón en decadencia emerge la escritura en la forma de una inscripción. Esta es una potente imagen donde convergen ruina y escritura, una imagen que en efecto literaliza un acto de escritura sobre ruinas. ¿Cómo interpretar entonces esta convergencia y su conexión con la perspectiva acontecimental abierta por el desplazamiento inadvertido del vagón? Muchas veces se ha señalado la función alegórica de la ruina con relación al paso del tiempo y el devenir histórico. Georg Simmel, por ejemplo, indicaba que la ruina captura “the present form of a past life” (265), y Walter Benjamin, en sus conocidas reflexiones sobre el trauerspiel, señalaba que en la ruina hace presencia la historia, pero de un modo en el que ésta “does not assume the form of the process of an eternal life so much as that of irresistible decay” (178). La descomposición irresistible de la historia aludida por Benjamin no es sino el residuo que se desprende de las continuas rupturas ocasionadas por el avance de la modernidad, sobre la tradición y sobre sus propias creaciones, una vez estas son superadas y entran en desuso. Y este residuo se materializa en la ruina, mostrando que la progresión histórica es inseparable de las fuerzas destructoras que producen a su paso una regresión a la naturaleza, algo patente en la descripción de Miguel Vera, la cual oscila entre los elementos relacionados con la tecnología (“ruedas”, “estructura”, Quin 243

“ejes”, “plataforma”, “pasamanos”) y las referencias al reino de lo orgánico (la “hiedra”, el “musgo”, las “ortigas”, el “verdín”, las “telarañas”). En tanto fragmento tecnológico endeble, desconectado de la totalidad que le daba coherencia y abandonado a las fuerzas disolventes de la naturaleza, el vagón alegoriza el proceso histórico de la modernidad paraguaya como un proceso generador de ruinas. Es la historia progresiva, dominante, que emana del “monoteísmo del poder”, de la fuerza-razón soberana, y que resulta inseparable de sus signos de destrucción y de su propia concreción ruinosa. En otro nivel, sin embargo, la función alegórica termina siendo desplazada por la inscripción de Casiano Jara—su acto de escribir sobre las ruinas del poder—, la cual prolonga la misma situación de incertidumbre que imprime la marcha inexplicable del vagón. Dicho de otro modo, la narración impone distinguir analíticamente al objeto (el vagón en su dimensión alegórica) de su movimiento fantasmal, sin propósito, cuya resistencia a toda significación predeterminada continúa en la marca escritural tallada a cuchillo por el personaje.19 La inscripción, nos dice el texto, es concisa, casi ilegible y está escrita en caracteres infantiles, pero también es “altanera”, es decir, desobediente, desafiante, orgullosa. Citémosla nuevamente: “Sto. Casiano Amoité–Ia Compañía–Batalla de Asunción”. Es importante, primero, reparar en la ambivalencia temporal de la sentencia, ya que a estas alturas del relato podría hacer referencia tanto a la frustrada batalla de 1912, como a una batalla por venir relacionada con la segunda insurrección agraria. Al leerla, además, Miguel Vera nota el cambio en el apellido de Casiano, de Jara a Amoité, que en guaraní designaba “lo que era distante, no ya la lejanía solamente, sino lo que estaba más allá del límite de la visión y de la voluntad en el espacio y en el tiempo” (Hijo, 173; mi énfasis). Esta sustitución es clave por cuanto el Amoité que reemplaza al Jara, lejos de constituir una instancia de traducibilidad, sitúa el suceso insurreccional en un terreno que no está contenido dentro del horizonte teleológico del presente histórico—un terreno conceptual que, coincidiendo con la marcha incierta del vagón, resulta también ilegible dentro de parámetros convencionales de inteligibilidad puesto que desborda los límites espacio-temporales de la “visión” y la “voluntad”.

19 Esta distinción no ha recibido suficiente atención por parte de la crítica. Valdés y Rodríguez, en su detallado análisis, señalan con razón que los principales objetos de la narración aglutinan “múltiples significados” (85), pero no reparan en que el movimiento del vagón está descrito dentro de la ausencia de sentido y propósito, interponiéndose a la función alegórica del objeto y generando así la situación de incertidumbre que me interesa explorar como elemento de la perspectiva acontecimental en la novela. Escritura sobre ruinas 244

Y es por eso que la escritura sobre ruinas de Casiano Jara corresponde a una escritura de la insurrección como acontecimiento, porque en la narración ésta sólo puede llegar, y de hecho ha llegado (la inscripción es huella de ello), como lo otro imprevisible en ausencia de sentido previo, y porque su llegada (im)posible introduce una interrupción del proceso histórico en cuya incertidumbre se inscribe la apertura potencial hacia otras trayectorias de acción y pensamiento. De hecho, este es un aspecto que ha ya sido establecido desde el principio de Hijo de hombre a través de la tensión entre los dos epígrafes que funcionan como marco general de la novela. El primer epígrafe, de origen bíblico, viene del Libro de Ezequiel: “Hijo de hombre, tú habitas en medio de casa rebelde […] Y pondré mi rostro contra aquél hombre, y le pondré por señal y por fábula, y lo cortaré de entre mi pueblo” (17). Estas líneas no sólo le dan el título a la novela, sino que en cierta forma lo explican: la rebeldía del hijo de hombre será castigada con el destierro, su palabra será proscrita y neutralizada como fábula. El segundo epígrafe, en cambio, procede del Libro de los muertos de los guaraníes: “He de hacer que la voz vuelva a fluir por los huesos, y haré que vuelva a encarnarse el habla, después que se pierda este tiempo y uno nuevo amanezca” (17). El fragmento anuncia una interrupción escatológica de la historia que desplaza la narrativa bíblica e introduce una temporalidad disruptiva en la que el silencio impuesto sobre el hijo de hombre da paso a un lenguaje olvidado y prohibido. De esta manera, mediante la inclusión del vocablo guaraní Amoité, la inscripción que Casiano Jara graba en el vagón estaría actualizando el índice escatológico de la segunda cita epigráfica en tanto vuelta o retorno acontecimental de una voz libre, es decir, en tanto temporalidad disruptiva del hijo de hombre. 20 Esto apuntaría entonces a la inoperancia, a la ruina, de la relación entre soberanía e historia en la novela. Si, como vimos, en la conceptualización roabastiana de la trilogía el devenir histórico paraguayo está concebido como irradiación del “monoteísmo del poder”, la potencial interrupción del proceso histórico equivaldría también a un momento de fragilidad de

20 Aunque no es el tema de este ensayo, es importante recordar que una de las preocupaciones centrales de Roa Bastos fue la conflictiva interacción histórica entre el guaraní y el español y los desafíos que esto planteaba para la constitución del hecho literario en Paraguay. Ya en el prólogo de 1982 a Hijo de hombre, el autor dirá que la vertiente cultural guaraní representa un “discurso oral informulado”, un “texto no escrito”, que la escritura en español—la lengua de la institución literaria en el país—tiene “dificultad en captar y expresar” (9-10). En otro contexto, esta ausencia llevará a Roa Bastos a afirmar que “la narrativa en castellano no tiene…tradición literaria en Paraguay” (La narrativa, 131). Sobre la situación de diglosia en la cultura paraguaya, véanse Bartomeu Meliá, El Paraguay inventado, y el reciente artículo de Andrew Nickson, “Governance and the Revitalization of the Guaraní Language in Paraguay”. Quin 245 la fuerza-razón que lo produce. No es solamente que la historia genere ruinas a su paso, sino que ella, y la razón soberana que la propulsa, son arruinadas en el mismo instante de emergencia de aquel lenguaje proscrito, pero absolutamente otro, que no está contenido en sus codificaciones. Recordemos, por último, que el evento que organiza toda esta secuencia es en realidad una insurrección agraria que, en el marco de un corpus narrativo preocupado con la historia, es “inexistente” en el registro histórico oficial paraguayo. Esto añade una capa adicional de complejidad al pasaje que venimos analizando. La inscripción de Casiano Jara representa la huella de algo que no pertenece a la progresión histórica del “monoteísmo del poder” ni participa de sus ficciones totalizadoras en Paraguay: algo que excede su contexto de aparición, sin por ello dejar de responder a él. De lo cual se desprenden dos consecuencias importantes con las que quisiera concluir. La primera es que con esto Roa Bastos problematiza una interpretación reduccionista de la insurrección, e incluso de toda política emancipatoria, como mero contra-efecto de un régimen represivo, como reacción o resistencia a la opresión exclusivamente, en cuyo caso resultaría predecible y anticipable dentro de una lógica causal o derivativa. No hay duda que la insurrección, en su memoria y en la incertidumbre de sus iteraciones textuales, responde a un contexto de dominación específico, pero lo hace, en la narración, como exterioridad no derivada de dicho contexto (del mismo modo que, análogamente, un pensamiento de libertad no puede derivarse de un sistema de dominación cuyo propósito es siempre perpetuarse a sí mismo). Sería algo apresurado afirmar que la impronta emancipatoria de la insurrección en Hijo de hombre, signada por el imperativo incondicional de tierra y libertad, corresponda simplemente a la proyección de un futuro que se construye sobre las ruinas del pasado. Es algo más que eso, porque en realidad ese imperativo democrático ha estado allí desde siempre, es anterior a la ruina del proceso histórico (que como tal es un fundamento de construcción inadecuado e inestable), y es el principio mismo de la insurrección como experiencia de lo imposible. Por esa razón, y esta es la segunda consecuencia, quizás podamos leer la mencionada Batalla de Asunción, en la inscripción de Casiano Jara, más allá de su derrota o de su presencia positiva, y sí, en cambio, como una figura aporética de pensamiento democrático sin la cual en principio ninguna batalla sería posible. Dado que, como fue notado, en cuanto marca textual su proyección pasada o futura es incierta, la Batalla de Asunción, el imperativo que afirma tierra y libertad en la novela, escrita sobre las ruinas de la historia paraguaya, es la batalla que habrá sido: la Escritura sobre ruinas 246 batalla que puede llegar, de improviso, pero que al mismo tiempo ya ha llegado en la medida que su exigencia es anterior al contexto que la niega.

Conclusión Alguna vez Roa Bastos dijo que el objeto de la literatura no se cifraba en cumplir “los roles de un ejercicio estético para disfrute de minorías”, como tampoco “una encarnizada actividad denunciativa, vindicativa o testimonial”, sino en orientar una práctica de “conocimiento de la incertidumbre” (La narrativa, 129). ¿No apunta esta sentencia oximorónica a una radicalización de la poética de las variaciones del autor, donde ya no se trata solamente de la alteración empírica de un texto, ni de un proceso incesante de reescritura, sino también de preparar una situación de incertidumbre, única adecuada a la llegada de lo inesperado? De atenernos a la secuencia narrativa que hemos explorado la respuesta a esta pregunta debería ser afirmativa. La vértebra que traza la marcha fantasmal del vagón, las alusiones a la temporalidad disruptiva del hijo de hombre y la inscripción de Casiano Jara es la situación de incertidumbre donde la insurrección (su memoria e imperativos) se abre a una perspectiva acontecimental en la novela; una instancia en que el “monoteísmo del poder” y la misma ficcionalización histórica, los otros ejes temáticos de la trilogía, encuentran sus propios límites para dar paso a una reflexión sobre los procesos de emancipación que revele algo más que la sola idea de resistencia al poder constituido y que no se reduzca a esquemas predeterminados de liberación o de necesidad histórica. Es por eso que la fuerza de esta secuencia no llega a diluirse en Hijo de hombre (como tampoco, por extensión, en el proyecto de la trilogía), ni siquiera después de que la segunda insurrección agraria sea desmantelada por las tropas del gobierno. Miguel Vera, embriagado, delata el plan insurgente y provoca una reacción brutal por parte de las autoridades; el vagón es quemado, reducido a escombros, y los rebeldes que no son ejecutados terminan confinados a un penal, sólo para después ser enviados como soldados a luchar en la cruzada patriótica de la Guerra del Chaco. Pero incluso aquí, en la vuelta previsible de la fuerza-razón soberana, sabemos que el “monoteísmo del poder” y su historia han sido ya confrontados con su ruina, y que la Batalla de Asunción está al acecho, llegando sin anunciarse, porque desde antes ha estado allí.

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