Arte

“Las caricias”, de Fernand Khnopff . El erotismo de UNA ASESINA LA EN LA PINTURA DEL SIGLO XIX

“El triunfo dicábamos la sección de Arte sexuales y la triste tradición histórica de la Esfi nge”, Dedel número anterior a hablar de imputar a las mujeres los propios de Gustave de la esfi nge como ser protector de delirios. Es el clásico “llevaba la falda Moreau. tumbas, y de los muertos que en ella muy corta”, trasladado a otra época moraban. Un ser benéfi co con los fa- en la que las pinturas sobre la esfi nge llecidos, a los cuales incluso transpor- son ejemplo clave para estudiarlos. taba el alma en su viaje al más allá. Sin Si empezamos por el principio, el embargo, hay otra faceta interesantí- mito, en uno de los montes al oeste sima en el arte sobre la esfi nge, este de la ciudad de Tebas se decía que ser híbrido mitad león y mitad huma- se había apostado una esfi nge que no, que nada tiene que ver con este se dedicaba a asolar la campiña des- carácter caritativo, y que va unido a la trozando las cosechas y a asesinar a visión un tanto pervertida de las mu- todos los que no fueran capaces de jeres por parte de algunos artistas del resolver sus enigmas. Con tanta in- siglo XIX. Según esta idea, la mujer quina atacaba en esa zona en concre- sería un monstruo, mitad mujer y mi- to, tanta manía parecía que le tenía tad león, que con sus argucias atraía a la ciudad de Tebas, que ya los an- a los viajeros, siempre hombres, para tiguos intentaron buscar una expli- asesinarlos . Sería por tan- cación racional a este odio. Algunos to una mujer fatal irresistiblemente dijeron que era hija natural de Layo, atractiva, pero atroz, que por medio el rey. Otros, que había sido enviada de su sexualidad atraería a los hom- por la diosa Hera, enfadadísima por- bres hacia la muerte más terrible. que los tebanos habían consentido Ana Es evidente que esto tiene que que Layo se enamorara y sedujera a Valtierra ver con una concepción tremenda- un jovencito llamado Crisipo. Según mente misógina de la fi gura femeni- algunos, sería este monarca el que na, y con el volcar la culpa en ella de inventó la homosexualidad entre la incontinencia en las acciones de hombres, y Hera, defensora de las algunos hombres. Es decir, la irres- relaciones heterosexuales al más ponsabilidad de algunos seres del gé- rancio estilo, envió a su ciudad este

nero masculino para con sus deseos terrible castigo. Este monstruo con www.revistaadios.es

número 143 • adiós • 27 rostro y pechos de mujer, y cuerpo de león, se instaló en el monte Ficio, y ahí planteaba un enigma a los tebanos, devorando a aquellos que no lo con- siguieran resolver. Muchos hombres murieron entre sus garras hasta que llegó Edipo, quien descifró el enigma y consiguió que desapareciera. La pintura del siglo XIX va a to- mar esta idea de la esfi nge como “femme fatale”, como mujer erótica que con sus encantos atraía al hom- bre a su muerte, y la va a llevar hasta sus últimas consecuencias. En el pen- samiento de la época, la sensualidad de la mujer residía en el enigma, y quién mejor que la esfi nge para en- carnar este ideal de misterio. De esta manera, la esfi nge se convirtió en el arte en el paradigma de la mujer fatal, una “perra cantora”, como se la men- ciona a veces en las fuentes antiguas, que se encuadraba dentro de los se- res híbridos, como las sirenas o las arpías, que con sus artimañas podían atraer a sus víctimas a la muerte. DosDoos esfiesesfi ngnngesgeses Moreau y su obsesión griegasgrrieiegagas Uno de los pintores que sucumbie- deddecorandoecoorarandndo ron al encanto de la dsfi nge fue el ele laterallatatere ala ddelele parisino Gustave Moreau (1826-1898), sassarcófagoarcrcófófagago lillicioicicio precursor del simbolismo y célebre dede Sidón.Sididónón. por su estética decadente. En 1864 presentó el óleo “Edipo y la Esfi nge”, que representa el momento justo en el que la esfi nge está planteando “El beso de la rada coronada con fl ores. Sus pechos por casualidad, no se le conoce nin- el acertijo a un Edipo de aspecto un Esfi nge”, de femeninos están marcados, así como guna relación amorosa. tanto afeminado y más desnudo que Franz von Stuck. sus enormes garras, instrumento del vestido. Ella está subida sobre él, rica- asesinato. Cuatro cadáveres mascu- El beso de la muerte mente enjoyada y peinada, y posan- linos, en algunos de los cuales pode- Durante el siglo XIX esta visión de do una de sus patas en los genitales mos distinguir los órganos sexuales, la esfi nge representada como una del rey. Le está reteniendo con sus caen sin vida del peñasco. suerte de mujer fatal terrorífi camen- zarpas, usando así todas sus artima- Se ha escrito mucho sobre las te atrayente para el sexo masculino, ñas para someterle. A los pies están mujeres de la pintura de Moreau, pero cuya seducción conducía a la los cadáveres de los viajeros que no que tienen un protagonismo propio. muerte, se fue intensifi cando en la consiguieron superar el enigma. Curiosamente, siempre están repre- pintura. Un buen ejemplo de esta El mismo Moreau retomó el tema sentadas como seres inaccesibles e idea es “El beso de la Esfi nge”, pin- años más tarde, en 1886, dándole un insondables, cuyos misterios resul- tado en 1895 por Franz von Stuck, giro un tanto dramático al tema. En tan tremendamente atractivos. Sue- donde Edipo desnudo, vencido y su óleo “La Esfi nge triunfante” la es- len ser, como en el caso de la esfi nge, desmayado por el placer, es besado tampa es la contraria, representan- portadoras de la muerte y provoca- de manera posesiva por una esfi nge do al monstruo sobre la roca, con el doras de sufrimientos. Esta visión de larga cabellera. Stuck, uno de los cuerpo y el rostro impávidos, sobre tan sumamente negativa de la fi gura fundadores de la Secesión de Mú- una ristra de cadáveres. Su semblan- femenina ha hecho que muchas in- nich y de los principales represen- te no expresa emoción alguna, se vestigadoras nos preguntáramos qué tantes del del simbolismo, usó mu- mantiene frío en toda su belleza en- tenía en contra del género femenino cho en su pintura el tema de la mujer marcado por una larga cabellera do- este pintor al que, seguramente no demoníaca, tan atractiva como mor-

28 • adiós • número 143 tal. En este sentido, esta pintura es la plasmación más exacta de ese ideal, representado por el beso de la muerte y de los placeres carnales, a los que el hombre no puede (o más bien no quiere) evitar sucumbir. Una pintura que, aunque lamentable- mente muy oscurecida por el paso del tiempo, transmite un erotismo tan intenso como brutal. La idea de la esfi nge como ese ser seductor ante el cual un hombre era incapaz de resistirse, en realidad estaba escondiendo la justifi cación de lo masculino para su propia debi- lidad. Es decir, es más fácil echar la culpa al otro, en este caso la mujer, que asumir los propios actos en res- ponsabilidad plena. En este sentido, la prensa del siglo XIX ya lo vio muy claro, interpretando algunas de estas obras como la plasmación simbólica de la lucha entre el deseo de domi- nación de los impulsos y el abandono a la sexualidad, entre el quiero y no puedo. Una pintura emblema de esta visión sería “Las caricias”, de Fernand Khopff , realizada en 1896. Representa a un Edipo adolescente que sostie- ne un pequeño cetro alado, que es acariciado por una Esfi nge un tanto extraña. Tiene cuerpo de leopardo y cabeza femenina, algo que no sigue la representación prototípica de este monstruo, mientras que al fondo se ven dos columnas azules que seña- lan la entrada a la ciudad de Tebas. Lo llamativo de esta obra es el gesto: Edipo y la esfi nge se acarician, se ha- cen carantoñas, incluso ella cierra los ojos para disfrutar plenamente del acto amoroso. La construcción que hizo la pin- tura de la esfi nge como una villana que usaba la sexualidad para atra- par a los hombres no deja de ser sor- prendente dentro del arte del siglo XIX. Irresistible y peligrosa, no deja de ser un tipo histórico más por el que culpabilizar a las mujeres de los males o de la falta de continencia de la humanidad en general. Así, en el siglo XIX, la esfi nge se convirtió en la nueva Eva, seductora y perversa pero que conducía inexorablemente hacia la muerte. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. “Edipo y la Esfi nge”, de Gustave Moreau.