A LANZA Y FUEGO

San Luis en Guerra con el indio

TERESITA MORAN DE VALCHEFF

(Año 2002)

INDICE

PROLOGO...... 6

LA CONTIENDA

OFRENDA ...... 8 LOS CONTENDORES ...... 9 ESCENARIO DE LA GUERRA...... 10 SIGILOSAS ARENAS ...... 10 JUSTIFICACIÓN DE LA CONQUISTA...... 11 CONSUMACION ...... 12

CONFLICTO Y TRATADOS

GENESIS DEL CONFLICTO ...... 13 PRIMER MALON...... 14 PACTOS Y TRATADOS ...... 15 NO SE RESPETAN LOS TRATOS...... 16 CARTAS DE ALSINA Y ROCA ...... 17

LA PATRIA RANQUELINA

LA PATRIA DEL ...... 18 EL DESIERTO ...... 19 ALIADOS ...... 20 REFUGIO SEGURO...... 20 LA FIGURA DEL INDIO ...... 21 PREPARADOS PARA PELEAR ...... 22 TACTICA GUERRERA ...... 22 HIJOS DEL DESIERTO ...... 23

DESTINO ...... 24 LAS RASTRILLADAS...... 25 CAMINO SALVADOR ...... 26 LAS ARMAS DEL INDIO ...... 26 LA LANZA...... 27 IMPRONTAS ...... 28

ETERNA VIGILIA

LOS FORTINES ...... 28 RUTINA...... 29 FORTINES EN SAN LUIS...... 30 LAS ARMAS DEL SOLDADO ...... 30 EL CABALLO...... 31 BARCO DE LAS PAMPAS ...... 32 EL CABALLO DEL SOLDADO ...... 33 LOS PATRIOS...... 33

PERSONAJES DEL DESIERTO

PERSONAJES DEL DESIERTO ...... 34 EL LENGUARAZ Y EL ESCRIBANO...... 35 LA SECRETARIA DE BAIGORRITA...... 36 EL MEJOR TEATRO...... 37 EL RASTREADOR...... 37 EL BAQUEANO ...... 38 EL BAQUEANO AYALA...... 39 EL ESPIA...... 39 EL BOMBERO...... 40 ERRORES ...... 41 EL DESERTOR ...... 41 FALLO INAPELABLE...... 42

LOS SEÑORES DEL DESIERTO

LOS RANQUELES...... 44 REYES DEL DESIERTO ...... 44 ESTAMPA ...... 45 YANQUETRUS...... 46 CORRERIAS ...... 46 PAINE ...... 47 LAS HUESTES DE PAINE...... 48 LLANTO POR PAINE ...... 48

MUERTE DE CALVAIN...... 49 MARIANO ROSAS ...... 50 PRISIONERO ...... 51 EL VALOR DE LA PAZ...... 52 PROFANACION ...... 52 BAIGORRITA ...... 53 EL PALPITAR DE LA VIDA...... 54 AZOTE DE LOS PUNTANOS...... 54 MUERTE DE BAIGORRITA...... 55 RAMON PLATERO ...... 55 INVASION A VILLA MERCEDES...... 57 ABANDONO DE LA TIERRA ...... 58 EPUMER ROSAS...... 59 RETRATO...... 59 DUELO CON JUAN SAA...... 60 EN EL CAMINO...... 60 RETO ...... 61 JUSTA FAMA...... 61 FINAL DE EPUMER...... 62 PINCEN (HOMBRE DE PALABRA)...... 63 FINAL DE SUS ANDANZAS ...... 63 PRISIONERO ...... 64 QUICHUSDEO...... 65 CARTA DE QUICHUSDEO A DUPUY ...... 66

ROMANCE DEL CACIQUE GREGORIO YANCAMIL

ROMANCE DEL CACIQUE GREGORIO ...... 68 YANCAMIL ...... 68 FUNDACION DEL FUERTE RESINA...... 68 LA TRAICION DEL INDIO ...... 69 TRANSITO MORA...... 69 PERSECUCION...... 69 EL COMBATE DE COCHI-CO...... 70 VENGANZA...... 71 YANCAMIL PRISIONERO ...... 72 EL INDULTO ...... 73 LA MUERTE ...... 73

REFUGIADOS EN EL DESIERTO

LA COHORTE RANQUELINA...... 74 EL GAUCHO MATRERO ...... 74

EL MONTONERO...... 75 PUNTANOS REFUGIADOS...... 76 CORONEL FELICIANO AYALA...... 76 LOS HERMANOS SAA...... 77 EN LAS TIERRAS DE PAINE...... 78 RETOÑOS DEL DESTIERRO...... 79 INDULTO DEL GOBERNADOR ...... 79 HUIDA DE LOS SAA ...... 80 CORONEL MANUEL BAIGORRIA...... 81 EN EL ADUAR DE YANQUETRUS...... 82 NOBLEZA...... 83 CORONEL DE LA NACION Y CACIQUE DEL ...... 84 RANQUEL ...... 84 LAS MUJERES DE BAIGORRIA ...... 85 LUCIANA GOROSITO ...... 86 ADRIANA BERMUDEZ...... 87 PERSECUCION...... 88 LONCOMILLA...... 89 VIDA AZAROSA...... 90

LAS MUJERES DEL REGIMIENTO

LAS MILICAS DEL EJERCITO ...... 91 EN MARCHA...... 91 RUTINA...... 92 VIDA EN EL FORTIN ...... 93 MOJONES DE CORAJE...... 94

EL CAUTIVERIO

EL CAUTIVERIO ...... 95 LAS CAUTIVAS ...... 96 EL VALOR DEL CUERPO ...... 97 CARTAS ...... 97 MUERTE CIVIL...... 99 RESCATES ...... 100 TIBURCIA ESCUDERO ...... 101

MALONES

MALONES VAN Y VIENEN ...... 104 JALONES DE DEFENSA...... 106 LOS CRISTIANOS VIOLAN LA PAZ ...... 110

1828 – LA MASACRE DE SAN LORENZO ...... 110 DEL CHAÑAR ...... 110

CAMPAÑA CONTRA LOS INDIOS

CAMPAÑAS CONTRA EL INDIO...... 113 ACOSO SALVAJE ...... 114 SOCORRO ...... 115 ENFRENTAMIENTO EN EL MORRO...... 115 DERROTA DEL EJERCITO...... 116 CAMPAÑA DE ROSAS...... 117 PARTE RUIZ HUIDOBRO...... 118 COMBATE DE LAS ACOLLARADAS ...... 119 LOS INDIOS VUELVEN A INVADIR ...... 120 SAN LUIS IMPLORA AYUDA ...... 121 COMBATE DE PAMPA DE LOS MOLLES...... 122 LA AMENAZA CONTINUA...... 124 1847- 48 NUEVAS INVASIONES ...... 125 SINIESTRO ESCENARIO ...... 127 1849 – EL PASO DEL LECHUZO ...... 128 CONTINUAN LOS MALONES...... 129 EL COMBATE DE LAGUNA AMARILLA ...... 130 AMENAZA DE QUICHUSDEO A JUAN SAA...... 131 AÑOS 1852 – 1854 ...... 133 UN RESPIRO EN LA LUCHA...... 133 1857 – 1864. VUELVE EL TERROR ...... 134 ASALTOS Y CAUTIVOS...... 135 CAMPAÑA DEL CORONEL MANSILLA ...... 136 CAMPOS EN FLOR ...... 137 LA CEJA DE TIERRA ADENTRO ...... 138 CENCERROS DE CRISTAL ...... 139 RUMBO AL SUR...... 139 INDIOS A LA VISTA ...... 140 EL CACIQUE RAMON ...... 141 MENSAJES DE MARIANO...... 142 LLEGAN LAS MULAS ...... 143 PARLAMENTOS ...... 144 EN LOS TOLDOS DE MARIANO ROSAS ...... 145 SALUDOS, VIVAS Y REFLEXIONES ...... 146 EN LA ENRAMADA DE MARIANO ROSAS...... 147 BEBIDAS Y REGALOS ...... 148 LA VIDA EN LOS TOLDOS...... 150

LA FAMILIA...... 151 COSTUMBRES DE LOS RANQUELES...... 152 CREENCIAS...... 153 MISA CRISTIANA EN LAS TOLDERIAS ...... 154 BAUTISMOS EN LAS TOLDERIAS ...... 155 EL ARCHIVO DE MARIANO ROSAS ...... 156 EN LOS TOLDOS DE BAIGORRITA ...... 157 TRATADO DE PAZ ...... 158 EN LOS TOLDOS DE RAMON PLATERO ...... 160 REGRESO DE MANSILLA ...... 161 A VILLA MERCEDES ...... 161

El OCASO RANQUELINO

MALON DE SOLDADOS ...... 163 CONTRAGOLPE...... 164 CORTA PAZ EN SAN LUIS 1875 - 1876 ...... 164 EL OCASO RANQUELINO...... 165 PERSECUCION SIN TREGUA...... 167 PENAN LAS TRIBUS...... 168 LOS RESTOS DE LOS RANQUELES ...... 170 FINAL...... 172

GLOSARIO BIBLIOGRAFIA

Al Pueblo de mi provincia.

PROLOGO

No me ha resultado tarea sencilla escribir el prólogo del libro “A Lanza y Fuego”, cuya autoría le pertenece a una docente de larga trayectoria, poetisa relevante, Teresita Morán, autora de otros trabajos de gran mérito. Pero le agradezco que haya depositado en mi modesta persona la presentación de un libro que es historia viva de un largo acontecer en San Luis de cuatro siglos. Es un tema capital, la lucha de los dueños de la tierra, y la corriente civilizadora.

Lucha sin tregua, lucha cruel, lucha sin cuartel. Lucha de la lanza de caña tacuara y el fusil. El tema de la conquista del desierto, del dominio del indígena, ha sido mirado de reojo por muchos autores, quizás por que no quieren tomar posición o porque no los apasiona. Teresita Morán, mujer del interior norte de San Luis, tiene sus raíces y sus ancestros en nuestra realidad nativa y tradicional. Con coraje ha encarado este tema crucial, informándose de cómo sucedieron los hechos a través de la investigación y de la lectura de libros y artículos escritos por otros apasionados de esta realidad que no debe ocultarse. El indio pampa, llamado ranquel, en nuestra jurisdicción, combativo y errante, habitaba por lo general el enorme y vasto territorio del Río Quinto al sur. Tenía sus toldos en torno de las lagunas de agua dulce que abundan en la pampa, desarrollaba sus correrías en busca de ganado vacuno, su principal alimento e incursionaba a veces con sus malones en el norte de San Luis, el sur de Córdoba, La Pampa central, manteniendo sus contactos con los capitanejos que dominaban el área bonaerense. Su movilidad el caballo, mejor si era un potro salvaje. El territorio de tierra medanosa, de abundantes pastos, de caldenes y algarrobos que le daban sombra y protección, era el ideal. Frente a ellos el Fortín, con la soldadesca, tan desprotegido como el enemigo que enfrentaba. A lo largo de la narración, de la autora del Libro, van quedando como mojones los nombres de Laguna Amarilla, Soven, El Morro, Saladillo, Fraga, Chischaco, San Lorenzo del Chañar, Leuvucó, Trenel, Nahuel Mapá, Achiras, La Carlota, Pozo del Lechuzo, Cañada del Sauce, Pampa de los Molles, Manantial, La verde y otros. En medio de las rastrilladas o al pié de la montaña que el indígena respetaba. Los nombres de algunos de sus personajes, quizás los más célebres, como Mariano Rosas, Quichusdeo, Baigorrita, Yanquetrus, Painé, Calvain, Namuncurá, Epumer, Pincen, Ramón Cabral el Platero,… el gaucho Pueblas un refugiado en las tolderías. Frente a ellos los personajes mayores de Alsina y . Los otros los de las expediciones como: Ruiz de Huidobro, el Bocón Torres, Eduardo Racedo, José Iseas, , Juan, Felipe y Francisco Saá, Martín García, Mariano Meriles, el Coronel Ayala, Lucio Mansilla, el Sargento Gauna y el gringo del tiro certero, Santiago Betbeder, que puso en disparada a la indiada al dar muerte al capitanejo Pueblas en el asalto a Villa Mercedes. Pero como no dar el nombre de algunas de las cautivas, Lucinda Gorosito, Adriana Bermúdez, doña Fermina de La Carlota, cientos de infelices mujeres, algunas de ellas prefirieron quedarse al lado de sus hijos, en la choza o en la toldería. También hubo hombres cautivos, que entregaron su humanidad y sus huesos quedaron blanqueando la pampa indómita. Y en aquellos mojones de coraje, de la mano de Dios, del torbellino, del pampero, de la polvareda, del relámpago y del rayo, de la lluvia bienhechora, del alarido, del rugir de las fieras, del silbido, del volar de las aves y del correr del tero, del balido de la hacienda o el relincho de la caballada, pasó la vida de miles de valientes, unos por defender su tierra, prefiriendo morir en medio de los terrones o de los juncos de la laguna y otros al servicio de la conquista civilizadora. Lejos de una centuria de haber terminado esta epopeya, de la lucha de un San Luis por momentos desprotegido, de aduares y fortines, donde el invierno castigaba con rigor y el verano con siestas interminables, soles quemantes, de niños desnudos y desnutridos, de fortineras valientes, de horas interminables en la vigía o de bomberos que acechaban a la distancia, nos queda una reflexión, todo pudo ocurrir con menor crueldad, con un poco de justicia, con más respeto. No debieron ser las armas las que imponían un nuevo estado, sino el raciocinio y el respeto a la persona humana. Teresita Morán con su Libro “A Lanza y Fuego”, sólo pretende revivir el largo calvario de varias centurias, que es parte de nuestra historia.

Edmundo Tello Cornejo

“Creemos que en ningún caso cabe justificar el exterminio del hombre, ya sea por razones de raza, de ideología, o por cualquier otro concepto”.

Edmundo A. Heredia

…”Hasta nuestro propio decoro como pueblo viril, nos obliga a someter cuanto antes, por la razón o por la fuerza, a ese puñado de salvajes que destruye nuestra principal riqueza y nos impide ocupar definitivamente en nombre de la Ley y del Progreso y de nuestra seguridad, los territorios más ricos y fértiles de la República”.

Mensaje del Gral. Roca al Congreso. 14/08/1878

LA CONTIENDA

OFRENDA

Llevóse el viento Pampero por las intrincadas sendas que teje la patria historia, el fragor de la pelea y el eco de los tropeles de los corceles en guerra. Caballito criollo heroico cuyo galope resuena con sones que el tiempo guarda en el parche de la tierra, o montaraces baguales lanzados a pampa abierta, azuzados por el grito del salvaje que los lleva al centro del torbellino que el griterío alimenta, mientras la sangre a torrentes, se derrama como fresca ofrenda de rojas flores en el campo de la guerra.

LOS CONTENDORES

La conquista del desierto fue titánica contienda, con las luces y las sombras de la paz y de la guerra, de victorias y derrotas, de amistades y peleas. Gris sudario de cenizas cubrió la odisea cruenta, piadosamente caído sobre aquella faz acerba. Fue el indígena implacable, fiel defensor de sus tierras y también lo fue el cristiano por cristalizar la idea de civilizar la pampa, aunque cayera en la empresa y a costa de despojar en esta dura epopeya, al señor de la llanura, al poseedor de las tierras que con instinto guerrero y valentía altanera, peleará hasta el final para evitar que se pierda la existencia de su raza, sin más compromiso y reglas que esperar las ocasiones, improvisando en la guerra.

ESCENARIO DE LA GUERRA

En las lagunas y médanos, en los bosques y en las sierras, en la pampa y en los ríos, en los senderos de piedra y en cada trozo de suelo escenario de la guerra entre el indio y el cristiano, sólo sombras cruzan quedas cuando en su danza la luna, pierde sus galas y gemas desnudando sus alburas, y algún paisano recuerda lo que guarda la memoria entre sus cuerdas secretas. Luces y sombras vibrando en relatos y leyendas de los hombres que pasaron, y abrazando su vigüela, va desgranando en su voz de los valientes, las mentas.

SIGILOSAS ARENAS

Ya no están las rastrilladas arañando aquella tierra, ni en la estancia de fronteras, un mirador con almenas, ni aquellos pobres fortines que a los pueblos nombre dieran, ni el mangrullo vigilando las lejanías inciertas. Ya todo quedó borrado de la escena de la guerra. Con clemencia cubrió el tiempo de sigilosas arenas, las huellas de aquella lucha de pasiones tan intensas que tres siglos abarcara sin tener la menor tregua. Atesora mi San Luis el nardo de la leyenda escrita con el coraje de lo hijos de la tierra, -hoy figuras olvidadas – que pelearon con entrega en cien bravos entreveros, custodiando las fronteras enfrentándose a los indios hasta extinguirse sus fuerzas.

JUSTIFICACIÓN DE LA CONQUISTA

Había que abrir la pampa a las masas europeas que los surcos hendirían echando a girar la rueda insaciable del progreso, en las promisorias tierras donde el indio señoreaba. Pensaba la “elite” porteña que “esa sangre superior, sería de la grandeza del país, seguro artífice” Alberdi y Sarmiento eran los ardientes defensores de aquella obsesiva idea, que prendiera por igual en Mitre y Avellaneda Había que “terminar de cualquier modo que fuera con aquella indiada hostil y cambiar por la europea a la lacra que era el indio, raza inferior, cuyas tierras, al blanco civilizado por la iglesia y por la escuela, era preciso entregar aun de manera cruenta”. Es muy duro de aceptar que en aquella patria inmensa, no hubo nadie que clamara por esa raza irredenta. No hubo en aquellos tiempos, algún lírico poeta cuya voz se hiciera oír en utópica defensa del morador de las pampas, que detrás de las fronteras vivía con libertad, sin ninguna ley ni regla ni murallas, ni alambradas, sólo su amor a la tierra, sus dioses y sus costumbres y aquella voluntad férrea de defender la heredad en la paz como en la guerra.

CONSUMACION

Y fue que aquel presidente, Nicolás Avellaneda, embarcó a los argentinos en la corriente de ideas contraria a los pobres indios. “Sería heroica epopeya perseguir y doblegar a aquella raza altanera, que tanto oprobio y escarnio, humillaciones y ofensas, al blanco civilizado le infligió como una afrenta”.

Era ficción esa imagen justificando una guerra o cruzada redentora “que en patriótica pelea enfrentara al poderío inmenso de los indígenas”. En aquel difícil año mil ochocientos setenta y ocho, aquella raza india, sumida en triste pobreza, destrozada y humillada, perseguida como fiera que era preciso cazar, desmentía con la fuerza contundente de los hechos, a Roca y Avellaneda,

que no supieron hallar otra forma que la cruenta, para enfrentar el problema y a pesar de las promesas de no exterminar la raza, estaba firme la idea, si los indios resistían de arrojarlos de sus tierras.

Había el peligro cierto de la pretensión chilena sobre las tierras del sur donde el indígena medra y que con Chile comercia, arreando a la tierra aquella rico ganado robado más allá de las fronteras, en los campos de San Luis y en las ubérrimas tierras de Córdoba y Buenos Aires, Santa Fe y la pampa inmensa donde arrasó el vendaval de sus malocas certeras.

…. “Las generaciones van pasando, la que ha acabado un camino en la vida les deja en herencia la tierra a otra que viene siguiendo la carrera del sol y así se han ido heredando estas tierras hasta que nos han llegado a nosotros para más tarde dejarlas a nuestros hijos, pero hay quien se opone a que cumplamos con esta obligación, hay quien quiere quitárnoslas”….

1859 – Así cuestionaba Catriel un tratado que los despojaba de sus tierras.

CONFLICTO Y TRATADOS

GENESIS DEL CONFLICTO

Eran libres como el viento que silva y corre en los llanos, corcoveando en remolinos sus mil potros desbocados, morando tranquilamente en recio suelo puntano, comechingones y huarpes, centurias antes que el paso del español los hollara y la encomienda arrasando con sus pacíficas vidas, los llevara acollarados allende la cordillera, donde sembrados quedaron -mansas semillas morenas- que bajo gélido manto con lágrimas de piedad los Andes las sepultaron. Sobrevivieron algunos que aliados con araucanos, con los ranqueles y pampas, más tarde se rebelaron y en correrías tremendas, como centauros alados, aquella primera afrenta en los blancos la vengaron.

PRIMER MALON

Fue autor del primer malón que en San Luis se llevó a cabo, don Francisco de Villagra, el español que a mediados de mil quinientos cincuenta, masacró sin un reparo, a las pacíficas tribus que en el noreste puntano, en la comarca de Larca, se habían allí ubicado y el hecho que dio comienzo entre el indio y el cristiano, a la interminable guerra que en los cerros y en los campos, en la pampa y el desierto, las estancias, los poblados, los enfrentó cual titanes de dos enconados bandos.

En un continuo guerrear estaba el indio de un lado, irreductible y bravío como puma de los llanos, por defender la heredad con gran fiereza atacando a todo el que se le opone, y por el otro el soldado, de vigilia, día y noche, sufriendo duros quebrantos, pero tenaz y valiente en la causa que ha abrazado.

PACTOS Y TRATADOS

En mil setecientos veinte, a fundar se había mandado los fuertes Linces, Varela y Las Pulgas, muy cercano a los pueblos indefensos que el malón había arrasado. Más de medio siglo pasa y ya se ha llegado al año en que el gran cacique Treglen, con San Luis reafirma el pacto de paz, que poco respetan los ranqueles enconados con el winca usurpador de los suelos que heredaron. Fueron del mismo tenor muchos acuerdos logrados, con el ranquel que exigía que se cumplieran los tratos entre la Nación y ellos y también, por otro lado, los que con las provincias habían firmado ambos. Se otorgaba a los caciques por las letras de los tratos, sueldo y grado militar y tratamiento de aliado, numerosas mercancías, yeguarizos y caballos,

Es así que los ranqueles le costaban al Estado, cien mil pesos de los fuertes, que era un deber entregarlos.

NO SE RESPETAN LOS TRATOS

Mariano Rosas a Iseas, a quien llamaba su hermano, le reclama en una carta “…que aún no me han pagado los sesenta pesos plata, ni la escolta, que el octavo artículo lo señala”: “militares y soldados con sus sueldos respectivos como bien lo reza el trato”. Los caciques se obligaban a respetar lo pactado y no realizar malones. Pero burlando los tratos, capitanejos menores lanzaban desfachatados, sus infernales malones a los poblados cristianos.

De esta forma defendían los derechos que el Estado al Indio reconocía, con diplomacia o engaños, pero siempre convencidos de que primero los blancos iniciaron el ataque al derecho soberano sobre la extensa heredad de llanuras y de campos, de lagunas y de médanos, que en el remoto pasado habitaron sus abuelos, pero que ahora los blancos de aquella tierra aborigen debían ser expulsados.

CARTAS DE ALSINA Y ROCA

Un sinfín de contratiempos ofrecieron los tratados. Adolfo Alsina ministro de Guerra, lo dice claro en carta que manda a Roca: “Le dejo a usted estimado General Roca que elija el momento que a los pactos que tenemos con los indios y que nos cuestan muy caros, se les hagan los arreglos que usted juzgara adecuados”. “El acuerdo con Mariano al Estado está costando cada tres meses la suma de quince mil pesos, pagos en vacas que el doble cuestan que las yeguas del tratado”.

“Tal vez convenga iniciar con el ranquel otro trato, para que puedan prestar algún servicio entre tanto, no solamente promesas de no atacar a los blancos”. “también afirmo señor que a raíz de aquellos pactos Mariano Rosas ha visto su poder debilitado, disminuyendo sus huestes, según pude comprobar”. En ciudad de Buenos Aires, el seis de octubre fechado, mil ochocientos setenta y cinco, marcaba el año.

El diecinueve de octubre de aquel año desdichado, contesta el general Roca: “Pienso que modificando las líneas de la frontera, en un punto delicado como es la zona del cuero, habremos roto los pactos y la paz con los ranqueles

que han cumplido los tratados como se han comprometido”. “Que son suyos esos campos, así el indio considera, también los que hoy ocupamos”. “De ahí que siempre reclaman sus derechos soberanos y en todo tiempo lo han hecho, y en su defensa armados acudieron muchas veces”. “Para ellos queda claro que éste será un nuevo agravio, romper la fe de un tratado, que agregarán al recuerdo en contra de los cristianos, desde los tiempos remotos y estarán bien preparados a oponernos resistencia sin tener ningún descanso, luchando por su existencia aunque sean unos bárbaros”.

LA PATRIA RANQUELINA

LA PATRIA DEL RANQUEL

La vasta región del Cuero donde el ranquel asentaba sus rucas y tolderías y su planta soberana, era una indómita tierra sólo por ellos hollada, entre las Salinas Grandes lugar donde comenzaba, y el gran río Colorado, las fronteras de marcadas y las vertientes del Andes, en cuyas pétreas murallas aquel grito de Lautaro todavía resonaba. Allí vivía el ranquel en las tierras heredadas. En el siglo diecinueve eran unas diez mil almas.

EL DESIERTO

“El desierto detenía el avance del progreso y su aliento alimentaba el espíritu guerrero de aquella bravía raza”. En esos lejanos tiempos era el desierto refugio para los gauchos matreros, también para el bandidaje que siempre encontraba nuevos motivos de delinquir. Vivían allí los reos que huían de la justicia. Pero también el desierto refugió a los unitarios que por fuerza de los hechos, vivieron con el salvaje compartiendo el alimento en el aduar ranquelino, que los acogió en su seno, sufriendo con los cautivos la nostalgia por su suelo. Para el indio de las pampas era el temible desierto su seguro y fiel aliado. Poitahué o el Chalileo, Urrelauquen, Leuvucó, lagunas, montes del Cuero, donde el indio señoreaba, eran los signos diversos de una comarca insondable, bien llamada “tierra adentro”.

ALIADOS

Los caudillos ranquelinos con los salineros fueron aliados confederados, también con los manzaneros y en terribles invasiones su grito guerrero al viento se hizo sentir en San Luis y en el territorio extenso de Córdoba y de Mendoza. Llevaron sus hechos cruentos a Santa Fe y Buenos Aires, sometidas a su acecho. San Rafael, Nahuel Huapi, fueron también el objeto de sus tremendos malones y todo el inmenso suelo de la patria geografía, donde resopla el Pampero, los vio pasar, inclemente con sus malones protervos.

REFUGIO SEGURO

Desde el río Quinto al cuarto y hasta la zona del Cuero, en aquella extensa franja estaba cubierto el suelo de verdeantes pastizales, de huaicos de agua en el seno de profundas depresiones. Allí los bravos guerreros, baquianos como ninguno, echaban al pastoreo los caballos entrenados para andar entre los cerros y sobre todo en el llano. Estaban siempre al acecho y si rondaba el peligro, a los médanos, sin miedo, a refugiarse marchaban. Después de un malón artero, las sendas y rastrilladas los llevaban hasta el seno del aduar que allá aguardaba en el centro del desierto, como abierto corazón salvajemente latiendo.

LA FIGURA DEL INDIO

País ignoto el desierto, enigma para el cristiano, abismal y misterioso, donde reinan altivos y bravo el indio, enemigo oscuro, como un jaguar sin descanso, siempre en guardia y al acecho apareciendo taimado, como una sombra siniestra, segando vidas de blancos, obedeciendo a la sangre, cumpliendo ancestral mandato que escrito está en la memoria y que gobierna sus pasos, oponerse ferozmente al deseo del cristiano de arrojarlo de sus tierras y someterlo a su mando.

Aterradora figura es el indio para el blanco, fatídica y vengadora, de odio y rencor inflamado. De fortaleza innegable cual quebracho de los campos, sagas, astuto y valiente, atributos heredados de sus primeros abuelos. Con bríos y férreo brazo se opuso al conquistador y también a los soldados de las huestes coloniales y el ejército cristiano que por Dios y por la Patria quería “civilizarlo”.

PREPARADOS PARA PELEAR

A la gente de la tierra al pillaje la impulsaron las tareas de la guerra y a maloquear los poblados con codicia y decisión, se encaminaron sus pasos y se habituó sin quererlo a mantenerse pensando solamente en guerrear como un halcón entrenado, para caer de improviso, sobre el blanco y dominarlo. A soportar hambre y sed con vigor era enseñado, a cabalgar largamente, a dormir a campo raso, a sufrir las intemperies cuando cae el cierzo helado y se hace astillas la luna en el vidrio de los charcos, o castiga fuerte el sol con el lazo de sus rayos, sobre el parche de la piel que luce trigos quemados.

TACTICA GUERRERA

Para pelear en la guerra se había confederado en tribus muy belicosas, que enfrentaban al cristiano con táctica militar que apabullaba a los blancos, causando grandes derrotas y masacre de soldados. Si le tocaba perder volvía sobre sus pasos, retirándose veloz abriéndose desbandado, huyendo a las rastrilladas, huellas profundas que el blanco seguramente perdía y lo ponían a salvo en el aduar que el desierto le abría como un rezago “Todo su arte guerrero estaba bien combinado en la táctica ofensiva, y por eso cuando el blanco lo va a buscar al desierto, la toldería atacando, usando idéntica táctica, el indio fue derrotado, cazado por las partidas que en abanico lanzaron sus corceles y sus armas, tras el fugitivo paso del que en otro tiempo fuera el terror de los cristiano”.

HIJOS DEL DESIERTO

En la guerra y en la paz, sagaz y astuto, acechando, olfateaba los peligros con el instinto aguzado del buen hijo del desierto, que se pasaba observando el vuelo libre del ave, la carrera de algún gamo, del avestruz o el bagual que de repente, en espanto, arisco, corre salvaje por la pampa desbocado, aguzando el fino oído escucha el relincho largo del caballo, que a una estaca, con el lazo se halla atado. Una columna de polvo que se eleva allá en el campo, algún hilillo de humo que busca el cielo, alumbrado por el sol que generoso, extiende su tibio manto sobre el grandioso escenario que manda mensajes claros a los hijos de la tierra, todo será atesorado como señal inequívoca, antes de escuchar los datos de los bomberos o el chasque que va matando caballos, mientras devora las huellas y el silencio de los páramos, trayendo las novedades al impulso de los cascos, al morador del desierto, el altivo soberano de las selvas y los ríos, de los bosques y los campos que nunca se equivocaba, confundiendo el levantado polvo de las yeguadas que se alzaban en el llano, con aquél que se elevaban de un escuadrón de soldados de un arreo de vacas, todos con distintos pasos.

DESTINO

Este soberbio arquetipo del que ha vivido gozando la libertad sin fronteras en las tierras que ha heredado, que inteligente y audaz se enfrentó con el cristiano con su instinto y su coraje, como un centauro bizarro siempre dispuesto a morir que a vivir “civilizado”, en un mundo que sentía tan ajeno y tan lejano, fue extinguido sin remedio y de la tierra borrado. ¿no se puede avizorar otro camino más apto que salvara aquella raza?

Vencidos y despojados, arrastrados al cuartel ¡qué destino tan amargo! los caciques y las tribus eran el triste rebaño que en la ciudad se exhibían como trofeos muy raros. ¿Era preciso, por Dios, de tal forma degradarlos? Otra sería la historia si se hubieran allanado convencidos por los hechos y la justicia en el trato, a vivir en paz y libres en unión con sus hermanos.

LAS RASTRILLADAS

Todavía riega el sol sus oros sobre la pampa y en la quieta soledad de la tarde que se marcha, un estrépito infernal rompe impetuoso la calma. Es el malón que regresa entre gritos y algazaras, buscando el rumbo seguro de las amplias rastrilladas, tortuoso surcos que cruzan de extremo a extremo la pampa, que de repente, se encuentran en incierta encrucijada, se desvían, misteriosos, en algún lugar se abrazan, pueden llevar a la muerte que acecha aquellas lejanas extensiones recorridas por el viajero que pasa a caballo o en carreta y de su ruta se aparta, corriendo el peligro cierto de caer en la emboscada del guadal, que sigiloso y sin piedad, se lo traga

CAMINO SALVADOR

Pero el salvaje conoce cada rastrillada larga que marcó como una impronta profundamente grabada, con sus idas y venidas en el suelo de la pampa. Sabe cual ha de tomar con certeza inigualada para llegar a los toldos, a alguna estancia cercana, a una pradera pastosa que sus verdores regala. Elige sin vacilar y muy seguro cabalga dejando atrás las partidas militares que fracasan en la difícil misión de seguirlo y darle caza. La luna, cómplice, alumbra con sus candiles de plata los oscuros arañazos de la honda rastrillada, que lo lleva protectora y de la muerte lo salva.

LAS ARMAS DEL INDIO

El primitivo habitante de nuestra tierra puntana antes que el araucano y los belicosos pampas despertaran al guerrero, vivía en la paz y calma de llanuras y de cerros, y de azules lontananzas, plenos de sol y de cielos, usando sólo las armas para cazar animales, como el machete o catana, la honda, el dardo, la flecha, las laques - palabra rara- boleadoras de dos bolas, y la mortífera lanza o huayquí – nombre aborigen – o las libes, como llaman también a las boleadoras por tres bolas conformadas.

Estas armas eligió cuando tronó en las gargantas el poderoso alarido que clamaba la venganza contra el winca usurpador, y cabalgó sobre el anca del indómito bagual, o vibró con su proclama en el puñal y en el lazo de las rondas bien atadas a dos potros de pelea, que al jinete lo arrojaban a la tierra, si un sablazo no las cortaba con ganas.

LA LANZA

Embarcado en la contienda no le faltaron las armas que por ganado robado los chilenos le cambiaban, a veces solían darles ponchos, chamales y mantas, armas de fuego y también para hacer agudas lanzas, la caña de coligüé que en las fulminantes cargas era la más eficaz porque la muerte llevaba en las hojas de cuchillo de la afilada moharra, empenachada de plumas o roja crin despeinada.

En el furor del combate, avanzaba, alto la lanza, dibujando molinetes que en el aire se quebraban, esperando el tiempo justo para poder enristrarla en feroz, temible bote, que dió merecida fama a Yanquetrus y Catriel, a Don Juan Saá y Ayala, Pincén y Callvucurá caciques de historia brava, a Baigorria y a Epumer, todos diestros con la lanza.

IMPRONTAS

En su continuo ambular bajo el cielo de la pampa, despaciosos, negligentes, desaliñados marchaban, arrastrando por los campos las lanzas que iban atadas con un tiento a la muñeca, pues de ese modo aliviaban al caballo de su peso. Detrás quedaban las rayas como una impronta en el suelo por largos años grabadas.

ETERNA VIGILIA

LOS FORTINES

Muy lentos pasaba el tiempo para el sufrido soldado, día y noche en el mangrullo siempre atento, vigilando la gloria de un nuevo día y el sol camino al ocaso. Las noches con el misterio de luceros desvelados, de sombras y luces fatuas, de guiñar perpetuo de astros. La incertidumbre y la espera de algún ataque taimado, la rutina y los temores al soldado lo agotaron.

Cual molino quijotesco que se alzaba desolado, era el mangrullo una torre de maderas con peldaños de algarrobo o de caldén, donde pasaba el soldado centinela, horas mortales, la frontera vigilando. Algunas veces el fuerte en una estancia instalado, ostentaba algún cañón traído y esto era raro, desde una costa o un barco español desmantelado. Érase el fortín un tosco, sencillo y muy pobre rancho, de un foso y empalizadas de madera, y bien rodeado.

RUTINA

Detrás de ese parapeto envejecía el soldado, muchas veces sin comer y sin cobrar un centavo, varios meses se pasaba. Así corrían los años en medio de esas llanuras, teniendo el consuelo escaso de que alguna pulpería les proveyera tabaco, yerba, azúcar y aguardiente, por sus sueldos entregados con una usura leonina, porque así eran los pactos. La rutina del fortín sin dar tregua ni descanso, mataba la disciplina, y valiente arrojado el hombre debía ser, para no sufrir quebrantos y desertar sin remedio en un fatídico rapto, atentar contra su vida antes de seguir penando.

FORTINES EN SAN LUIS

En San Luis, pobres fortines que en la frontera se alzaron, no siempre dieron origen a los futuros poblados. Pero Mercedes, Punilla y El Morro sólo quedaron con San Francisco y Varela, Saladillo y Fraga, acaso para contarnos la historia que sus ojos asombrados, bebieron hasta el final de aquella lucha de bravos. En su carta a Alsina, Roca lo ha señalado muy claro, aquellos fortines fueron en la frontera, los magnos históricos monolitos de un país civilizado, cimientos de las ciudades y los pueblos, dando paso al riel que allí seguiría el País edificando.

LAS ARMAS DEL SOLDADO

A sable, lanza y cuchillo los soldados peleaban, a bola y fusil de chispa de tan sólo una descarga. Mientras el indio esgrimía lanza de larga tacuara, de flexible coligué, el soldado lo enfrentaba a fuerza de valentía, con breve y muy débil lanza de algarrobo o de jarilla, muy toscamente ensartada por sencillos carpinteros que habitaban la campaña, hasta que el rémington vino a destruir a la indiada.

Defendiendo los poblados y las estancias cercanas pelearon como titanes con esas escasas armas y también los extranjeros, con salvadora descargas de escopeta se enfrentaron a las huestes de la pampa y los temibles cristianos que en el desierto moraban y formaban escuadrones bien armados con sus lanzas, trabucos y carabinas y en la cintura colgadas tercerolas y latones, como al sable lo llamaban. Tal el caso de Baigorria de nuestra tierra puntana, que en el aduar ranquelino más de veinte años pasara y tan certeros malones con el indio organizaba

EL CABALLO

El indio como el soldado con justeza valoraban el arma que era el caballo o la mulita serrana. El caballo criollo fue una joya codiciada por el astuto salvaje que con celo lo entrenaba con muy rudos ejercicios, por pedregosas quebradas o traicioneros guadales que jalonaban la pampa, el magnífico escenario de sus excursiones bravas.

Para poder maloquear por las abruptas escarpas de Ayacucho y San Martín, aquí en la tierra puntana, tuvo el indio que adquirir los caballos de montaña, de casco duro y muy fuertes para las marchas forzadas, escalando las laderas en las sierras aledañas.

BARCO DE LAS PAMPAS

Era costumbre del indio que a descansar separaba, sin bajarse del caballo sobre el lomo se acostaba, la cabeza en el pescuezo como si fuera una cama, extendiendo las dos piernas cruzándolas sobre el anca. Era muy manso el caballo y bien quieto se quedaba. Sobre él, el indio vivía como si fuera una barca, bogando incansablemente por los mares de la pampa.

EL CABALLO DEL SOLDADO

El soldado, sin embargo, vivía duras jornadas montando jamelgo o patrio, mancarrón que se extenuaba en la mitad del camino, atravesaba la pampa en redomones indómitos en mulas criollas de marcha, incansables, rendidoras, mas lerdas en las batallas frente al caballo del indio y a su veloz retirada, cuando confiaba la vida en las uñas de sus patas.

LOS PATRIOS

La punta de las orejas al caballo le cortaban y así se lo hacía patrio, siendo ésta la única marca que el Estado le impusiera en aquella guerra larga. Sarmiento decía a Roca, cuando el caballo escaseaba, que debían expropiarse. “Los caballos no se pagan” son las leyes de la guerra. Si los indios los robaban, había que recobrarlos y continuar la campaña.

En las horas de reposo los soldados se confiaban en su instinto siempre alerta. Cuando en la noche callada bajo el estrellado poncho de aquel cielo de la pampa, de repente, los bufidos de un caballo resoplaban, un frío estremecimiento calaba hondo en el alma

de algún osado viajero o de aquel que descansaba tendido sobre el recado, abrigado con su manta. En el secreto misterio de las noches desoladas, el grito del centinela que el fiel caballo alertaba, hacía latir la sangre en las venas desbocada.

Se erguían enormes sombras que la mente alucinaba, creyendo ver tras los velos de la bruma, los fantasmas que se alzaban con el miedo que arañaba las entrañas. El terror por lo inasible el oído agudizaba y los alertas caballos se inquietaban en la estaca. Las tinieblas potenciaban las nocturnas asechanzas, y el enigma del desierto estremecía las almas.

PERSONAJES DEL DESIERTO

PERSONAJES DEL DESIERTO

¿Dónde queda Leuvucó? al indio le preguntaron y como brújula justa, aquél extendió su mano señalando con el índice sin equivocar ni un grado, al rumbo sur donde estaba el sitio que iban buscando. No precisaban los indios de los mapas dibujados, eran dueños del país que los huarpes les legaron y sabían de memoria cada rincón con sus bajos y sus altos infinitos, cada accidente del campo de las vastas extensiones que recorrían sus pasos.

El bombero y los espías, fueron bien utilizados en esta brutal contienda que trenzaba a los hermanos porque el ataque podía provenir de los soldados o de miembros de otra tribu o de grupos de cristianos. A los otros personajes, el rastreador y el baqueano, sólo los blancos usaban pues expertos consumados eran todos los indígenas, en desmedro del cristiano.

EL LENGUARAZ Y EL ESCRIBANO

Secretarios, lenguaraces, que en los toldos habitaron, hablaban la lengua indígena y también el castellano. Desempeñaban su rol de enlace entre los dos bandos. Durante los parlamentos, del idioma castellano al aborigen, debían traducir en aquel acto, cada argumento y razón desde uno y otro lado, y desde la lengua aborigen otras vez al castellano Cafulcurá se carteaba –esto muy bien registrado- con los jefes militares y otros funcionarios altos, vecinos de la frontera y hasta el primer magistrado, recibía los mensajes por obra de su escribano.

LA SECRETARIA DE BAIGORRITA

Se cuenta que Baigorrita, muy cerca de Río Cuarto, a una tropa de carretas con su gente había asaltado. Viajaba una compañía con artistas de teatro que de Europa provenían, sin pensar que por la mano de los indios morirían. Entre gritos y lanzazos, a todos les dieron muerte. En aquel osado asalto, pelucas, capas, afeites con el polvo entrelazados, boas de plumas y joyas entraron en el reparto.

Sólo una se salvó como botín apreciado, María Carrere, francesa de fino cutis muy blanco, que en el aduar ranquelino pasó larguísimos años, de “lenguaraz escribiendo”, con Baigorrita a su lado tuvo un maestro muy sabio y sin siquiera pensarlo, escribió actos del drama que los indios soportaron teniendo que abandonar los solares heredados y supo que el cautiverio por el que había pasado, mostraba la cara opuesta de lo que hacían los blancos esclavizando a las indias y sus hijos, que llevados a vivir en las ciudades en casa de los cristianos, fueron sirvientes baratos de ese modo condenados.

EL MEJOR TEATRO

Con tinta, pluma y papel desempeñó su trabajo, secretaria y lenguaraz en el salvaje serrallo. A la sombra del cacique no recibió ningún daño, hasta el día venturoso en que llegaron soldados –ya vencido Baigorrita- y de allí la rescataron. ¿Pudo María Carrere encontrar mejor teatro y escenario tan soberbio que aquel desierto lejano? ¡Secretaria de un cacique! Un personaje muy raro y que en las tablas jamás hubiera representado.

EL RASTREADOR

Maravilloso era el don que tenían los puntanos para rastrear las pisadas que alguien dejó por el campo, para seguir una huella y saber el rumbo exacto, si el animal iba solo a un jinete llevando, si llevaba prisa o no si eran indios o soldados, hasta el tiempo transcurrido desde su último paso. Así decía seguro: “Van arreando seis caballos dos jinetes que conozco, uno montado en un zarco, otro cabalga un oscuro. Los llevan a vivo paso hasta el fuerte San Lorenzo y los restantes caballos, redomones y potrancas que a los indios les robaron”.

Esa magia y ese don a todas luces probado, cualquiera fuera el terreno bajo los cielos pampeanos. Una mirada bastaba sobre la impronta de un paso en un terreno fangoso o recubierto de pasto, para quebrar el enigma que se cifraba en los rastros.

EL BAQUEANO

No había aguada ni bosque, ni huayco, monte o bañado que no fuera conocido por el sufrido baqueano. Senderos y rastrilladas en su mente se grabaron y calculaba distancias por día que había pasado. En la pampa fue famoso por sus dotes de baqueano, el alférez Juan Ferreira. Namuncurá, cautivado, desde muchacho lo tuvo y allí pasó muchos años hasta caer prisionero y al Regimiento llevado.

Sus servicios desde entonces, los ofreció, sin reparos, para llegar a los toldos guiándolos por los campos sin otra seña en la noche que una estrella relumbrando o si la luna ocultaba su rostro de espejo claro, en las tinieblas sabía por el gusto de los pastos, el lugar donde se hallaban y encaminaba sus pasos derecho a las tolderías, seguido por los soldados que por sorpresa caían, causando cruentos estragos.

EL BAQUEANO AYALA

Feliciano Ayala fue otro famoso baqueano que acompañó en el destierro a Felipe Saá, cuando en el aduar ranquelino fue a vivir con sus hermanos. Fue militar muy valiente en la frontera formado, conocía los misterios que encierra el suelo pampeano. La Nación reconoció en algunos pocos casos, los patrióticos servicios prestados por el baqueano, cuando muertos en batalla, sus pobres huesos quedaron a la sombra de un caldén en los páramos helados, sin una cruz que recuerde su buen nombre de cristiano.

EL ESPIA

-“Hable despacio señor” le decía preocupado- cuando hablaba con Mansilla, un paisano muy cercano al ranquel Mariano Rosas. “Mire que está escuchando ese hombre que allí se encuentra”. El espía señalado, podía a veces ser algún rotoso cristiano o algún indio pobretón que se hallaba acurrucado, calentándose en el sol. Por los espías, Mariano sabía lo que pasaba en algún lugar situado muy cerca o lejos de él. Los informes eran claros muy rápidos y precisos, pues lo exigía Mariano.

El espía siempre fue por el indio utilizado, y debía simular en medio de los cristianos obrando con perspicacia, fingiendo por otro lado, descubriendo en cada gesto en cada pequeño acto, los designios escondidos del hombre que estaba hablando.

También espiaron sin treguas, no sólo al cristiano odiado, sino a sus propios congéneres, con desenfado actuando, leyendo en el pensamiento y en el corazón humano las mínimas expresiones, que habiéndolas descifrado, guardaban en la memoria con muchos útiles datos, para correr a los toldos y a sus jefes informarlos.

EL BOMBERO

Otro papel importante el aquellos cruentos años, era el del indio bombero el que cortaba los rastros y recorría la zona observando bien el campo, las polvaredas y el humo que se elevaba danzando, buscando el crisol del cielo para fundirse abrazados, el vuelo grácil de un ave que en el piélago de raso cambia el rumbo que llevaba. Sobre la cruz del caballo se pasaba horas enteras, sobre su lomo tirado sin hacer ni un movimiento o a la distancia mirando con agudeza de águila arrastrándose en el pasto entre duros pajonales, con paciencia y observando, para llevar las noticias como en corceles alados.

ERRORES

Fueron causa de desastre los errores de un baqueano o del bombero informante que equivocara los datos. Cuatrocientos legionarios y todos ellos puntanos, a orilla de la laguna del chañar, los masacraron los indios de Poitahué, aquella noche del año mil ochocientos veintiocho, por el error de un baqueano, que los guió hacia la muerte por el rumbo equivocado.

EL DESERTOR

¡Viva la Patria! gritó Eustaquio Verón, al viento, cuando octubre desgranaba sobre el regazo del suelo los aromas de la vida, que se dormía en el pecho del desertor que moría, fusilado, sin un ruego, ni una lágrima bendita que redimiera aquel hecho. Del Regimiento de Prado era el bravo santiagueño, que no pudo resistir los rigores del desierto. Era duro soportar la escasez del alimento, la sed y la enfermedad, o ver tantos compañeros que se quitaban la vida o vivían con el miedo arañando las entrañas con duros garfios de hielo, pues de fogón en fogón, las leyendas del desierto agigantaban las sombras llevando duda y recelo a la mente atribulada y terribles sufrimientos tan duros de soportar que no tenían consuelo.

FALLO INAPELABLE

La Tercera División comandada por Racedo, una mañana de abril del año mil ochocientos setenta y nueve, se aleja del Fuerte Sarmiento, presto en penosa marcha al sur. Sin tomar un alimento, sin reses para echar mano y aguas malsanas bebiendo, así pasan dos semanas con un atroz sufrimiento.

Al pasar lista de diana, se entera el jefe Racedo de la ausencia de dos hombres que si en la huella no han muerto, seguro que han desertado, ya no vacila Racedo y al teniente Maldonado, le ordena que a los dos reos los persiga hasta encontrarlos y los traiga a todos presos.

Vuelve a las tres de la tarde con los otros compañeros que a los tristes desertores los traen ya de regreso. Al soldado Blas González en la huida habían muerto. En silencio, el fallo escuchan llegados al campamento, la muerte, sin atenuantes, el tribunal les ha impuesto el diecinueve amanece en la tierra y en los cielos, y el capellán ya les presta el santo auxilio postrero.

Ya llega el supremo instante, a las siete los dos reos sin demostrar emoción, de rodillas en el suelo, escuchan la inapelable sentencia que ha dispuesto, que deben pagar su acción y oponer el bravo pecho a las balas que impiadosas penetran hasta los huesos con sus rosas escarlata, desdibujando los sueños, con guirnaldas de ceniza coronando los dos muertos.

LOS SEÑORES DEL DESIERTO

LOS RANQUELES

Justa fama de valientes los ranqueles conquistaron y el nombre de sus guerreros se extendió por todo el ancho territorio de la patria, como indomables soldados que dieron lustre a su casta en cien combates muy bravos. Gente de los carrizales, el gentilicio está claro, ranquilche es la voz indígena que no pronuncia el cristiano. Por ranqueles se los nombra y lejos de los poblados, en las lagunas del sur del territorio puntano, tenían sus tolderías, sus aduares y serrallos. En la laguna Urrelauquen entrando en suelo pampeano, estaba el último toldo por el ranquel ocupado.

REYES DEL DESIERTO

Sabios, astutos, sagaces, con condiciones de mando, eran reyes del desierto que moraban soberanos, caciques, capitanejos, rebeldes, crueles, gallardos, cual centauros de leyenda, la inmensa pampa cruzaron acaudillando las hordas, sembrando dolor y espanto, en temibles incursiones por indefensos poblados. Tres siglos fueron testigos del viejo rencor amargo hacia el winca usurpador, que le oponía el arado a las afiladas chuzas que al final le dieron paso porque sus altivos dueños, cayeron exterminados en la tierra de sus padres, a mano de sus hermanos

ESTAMPA

Tenían la tez cobriza y abundante cabellera cayendo sobre los hombros cual dura y oscura cerda. Eran de mediana talla, la frente más bien estrecha, boca grande, labios gruesos, que un ralo bigote llevan bajo achatada nariz. Bien anchos de espalda eran, con los miembros muy fornidos. En los ojos la agudeza del águila que distingue con su mirada certera, a la víctima elegida como presa de las buenas. Cautivaban a las blancas cegados por su belleza y mezcladas las dos razas a sus hijos les heredan otro color en la piel, -de blancura amarillenta- otra manera de andar y de expresar lo que piensan. Lo que no pudo cambiar fue continuar con fiereza, defendiendo la razón que consideran primera, conservar para sus hijos la posesión de la tierra.

YANQUETRUS (TARTAMUDO BRAVO)

Yanquetrus, José María vino de Chile emigrado con su hijo Pichuiñ Guala, y su mujer de la mano – Caru Luan, Guanaca Verde - Y un escuadrón a su mando, indios fuertes y aguerridos, probados como muy bravos. Era por mil ochocientos y al territorio puntano también llegaba Caru Aguel llevando con firme brazo una corta caravana de ranqueles a su cargo. – Estallarían en drama los hechos eslabonados - Gran cacique general a Yanquetrus lo nombraron, señor de un inmenso reino, ejerciendo el alto cargo con valentía y coraje. Cuentan que fue tan osado que provocando a las armas de los soldados cristianos, en la ciudad de San Luis, la de los bajos tejados y las quintas florecidas tras los tapiales de barro, llegó a acampar por tres días en el actual puente Blanco.

CORRERIAS

Con José miguel Carreras, sedicioso refugiado en el aduar ranquelino, llevó la muerte y el llanto en el bote de sus lanzas saqueando al pueblo del Salto, en mil ochocientos veinte cuando diciembre era un canto de coyuyos y cigarras y aquel pueblito cristiano se afanaba en los quehaceres de los surcos y el arado, entró la muerte azuzando los corceles del espanto.

Su renombre de guerrero le quedó bien confirmado allá en Las Acollaradas y en el combate del Paso de la Balsa del Salado, donde degolló sin asco a oficiales y soldados del ejército cristiano. Así anduvo Yanquetrus causando crueles quebrantos, hasta que viejo y enfermo y en el aduar refugiado a la orilla del Diamante, la muerte le dio el zarpazo cuando su gloria brillaba y declinaba su astro.

PAINE (PAINÉ GÜOR – ZORRO CELESTE) Hasta 1857

A orillas de la laguna, el aduar se levantaba de Painé, Zorro Celeste, que la dinastía larga de los Zorros, en el suelo de Leuvucó la iniciara. Era indómito y cerril cualidades de su raza. su antecesor Yanquetrus, era la única lanza que le rindiera homenaje en el campo de batalla. Fue amigo del unitario, a quien en los toldos daba hospitalario refugio. Allí fueron con sus armas, con su sangre y su coraje Manuel Baigorria y Ayala a quienes acompañaba otro unitario, Lucero, todos con mentada fama en la lucha fratricida que a la Patria desangraba.

LAS HUESTES DE PAINE

A las huestes de Painé que estaban confederadas, las nutrieron los chilenos que engrosaron a las bravas indiadas que fieramente posaron su osada planta sembrando su rebeldía a lo largo de la pampa. El gran cacique ranquel sus malones matizaba manteniendo relaciones -por escrito registradas- con Córdoba y con San Luis, cuando mandaba sus cartas, efectos o algún recado o la novedad aciaga que Baigorria a Corocoro un gran malón comandaba.

LLANTO POR PAINE

Mientras dormía Painé, llegó la muerte callada profanando el corazón de aquel puma de las pampas. La corte lloró a Painé, y cual siniestra mortaja, descendió sobre su tribu la bárbara orden dada por Calvain, quien dispusiera que a balazos se matara y pusieran en la fosa de Painé a sus adoradas esposas, salvando a una que su vida preservara por ser la cacica vieja una madre muy amada.

MUERTE DE CALVAIN (CALVAIN GÜOR – ZORRO COMEDOR DE GARBANZOS) Hasta 1858

Mil ochocientos cincuenta y siete se desgranaba. El viento rudo de julio señoreaba en la campaña, clavando sus alfileres en la tierra galopada. De Chamaicó, el General Emilio Mitre marchaba con sus tropas tristemente, en rápida retirada debiendo allí abandonar a la fuerza, algunas armas. Calvain con sus compañeros no le perdían pisada, ignorando que la suerte del cacique estaba echada. Encontraron un armón que cargado de granadas, aguardaba silencioso ocultando su venganza. Comenzaron a moverlo con curiosidad que mata, hasta que voló el armón silenciando las gargantas.

MARIANO ROSAS (PAINQUETRÚ GÜOR – ZORRO CAZADOR DE LEONES) Hasta 1873

Hijo amado de Painé, tomó con firmeza el cetro el bravo Mariano Rosas, prudente, sabio y certero. Gobernó con diplomacia Y carácter muy sereno, imponiendo sus ideas con recia mano de hierro. De talla mediana era, casi delgado y moreno, requemado por el sol Y los vientos del desierto. Vestía ropa de gaucho que llevaba muy dispuesto Con alguna distinción pañuelo de seda al cuello, camiseta de Crimea, buenas botas de becerro, chiripá de poncho inglés y calzoncillo con flecos. Caían sobre los hombros sus lacios cabellos negros que despejaban su frente, dejando ver los espejos garzos de sus rasgados ojos hundidos y fieros, a menudo, melancólicos pero sagaces y atentos, orgullosos y chispeantes de picardía o recelo. Su nariz era pequeña y de regular diseño, La boca de labios finos que en la cara era modelo de su crueldad y su astucia, pues casi nunca el reflejo dejaba ver de los dientes, este hijo del desierto.

PRISIONERO

En el año treinta y cuatro lo tomaron prisionero indios de Manuel de Rosas, cuando aún era pequeño. Enviado a Santos Lugares, con su mirada de acero, Rosas lo cala y le dice que Mariano será el nuevo nombre que él llevará y le pone con un dejo de ternura paternal Rosas, porque ha dispuesto educarlo como un hijo, conocedor de su suelo y las faenas del campo. Con aquellos nombres nuevos partió Mariano hacia El Pino, la estancia que mucho tiempo lo albergó en su seno gaucho. Es seguro que en el denso silencio de aquellas noches, cuando la luna sus velos deja caer sobre el campo, la nostalgia del desierto le habrá trasvasado el alma con sus llamados secretos. Cuando cumplió veintidós, regresó al amado suelo para tomar en sus manos, cuando su padre hubo muerto, el gobierno en Leuvucó capital de aquel extenso territorio ranquelino. Llevó siempre en el recuerdo aquella prisión sufrida, prometiéndose con celo no invadir tierras cristianas, para no caer de nuevo por algún fatal designio, de los blancos prisionero. Sin embargo, del padrino guarda muy gratos recuerdos. ”Todo lo que soy le debo y con el mayor respeto, después de Dios, no hubo padre mejor que Rosas, es cierto”.

EL VALOR DE LA PAZ

Prefirió siempre Mariano a pesar de ser guerrero, Vivir en paz con los blancos. A Iseas escribe esto: “¿Le parece bien amigo que a mansalva, montoneros, a un jefe vecino, varios soldados dejaron muertos?” “¿Qué es lo mejor para todos?” “Para mí la paz, pues creo que con ella muy tranquilo vive el hombre bajo el cielo”. “ Con la guerra hay inquietud y para nadie sosiego”. “Yo soy un hombre que digo, a la guerra tengo miedo y al gobernador Barbeito, le ofrezco la paz por ello”.

PROFANACION

Cuando murió, en Leuvucó, fue muy hondo el desconsuelo de la tribu que perdía con él al cacique recto, al orador elocuente defensor de sus derechos. Su tumba, lugar sagrado venerado por su pueblo, fue profanada en mal día por las huestes de Racedo. -Torvos cuervos rapiñando aquel túmulo indefenso – Cuando sacrílegas manos levantaron cual trofeo el cráneo de Mariano, con honda congoja el viento quebró enlutado sus alas y contrito en el desierto, fue a sepultar en arenas sus estandartes deshechos. Hoy reposa en Leuvucó cumpliéndose su deseo. Pirámide de caldén guarda en silencio sus restos.

BAIGORRITA

Del famoso Pichuiñ, hijo fue el cacique Baigorrita. Su madre era Rita Castro que fue llevada cautiva desde El Morro en un malón a las tierras ranquelinas. Cuando ella fue rescatada, abandonó a Baigorrita que al padre había perdido, y por una india amiga fue amorosamente criado preservando aquella vida. Era ahijado de Baigorria que con la tribu vivía exiliado en el desierto por las luchas fratricidas que a San Luis lo desgarraban. El puntano a Baigorrita lo nombró su hijo adoptivo con lo que esto significa, le dio nombre y apellido con la promesa que obliga a quererlo y respetarlo durante todo la vida. Cuando el coronel regresa a San Luis donde vivía, nunca se vuelven a ver los que en tierra ranquelina, vivieron y combatieron en estrecha compañía.

EL PALPITAR DE LA VIDA

Semejante a la de un árabe lucía su piel cetrina. Sus ojos alucinantes dos volcanes donde viva la lava de las pasiones a los excesos los urgía. Labios gruesos, barba corta, cabellera renegrida despejando aquella frente, donde la vida bullía palpitando en las arterias cual fiero potro sin bridas.

AZOTE DE LOS PUNTANOS

Con el gran Namuncurá fue el cacique Baigorrita el más bravo y decidido de la nación ranquelina, que llevó a tierras puntanas de las bravas tolderías, sus infernales malocas cegando cientos de vidas.

Una vez al coronel Iseas lo desafía arrojado y temerario. El militar que palpita, de aquel cacique la astucia destaca al teniente Díaz a observar los movimientos que realiza Baigorrita. Pero cual fiera en acecho el cacique ya lo avista y cae sobre la tropa y a todos los sacrifica, a dos leguas de Zallape en la patria ranquelina.

MUERTE DE BAIGORRITA

Con saliente y raudo paso el ocaso se aproxima. Mil ochocientos setenta y nueve ya se termina. Racedo bate a los indios en sus mismas tolderías. Los guerreros abandonan a sus familias sufridas y en las patas de los potros con fe sus vidas confían y tragando las distancias van a lamer sus heridas, escondidos en las abras de la cordillera andina. Mas, no abandona a los suyos el valiente Baigorrita y con ellos se traslada del Salado a las orillas, buscando pasar a Chile. El mayor Torres no hesita y en márgenes del Oñuelo lo bate con valentía. Se interna en la cordillera ¡es un puma Baigorrita! Sabiendo que a retaguardia lo sigue el sargento Avila. No rinde el pendón guerrero y vende cara su vida, montado en un potro blanco, con tropas muy reducidas, la última y gran batalla con los militares libra. Ya vencido y prisionero y presintiendo su ruina, con las armas en la mano hace postrer embestida, muriendo como un león en aquella tierra impía.

RAMON PLATERO

Ramón Cabral era el nombre cristiano de aquel platero que levantaba su aduar en el ceno del desierto. Quién diría que la plata, de aquellas manos de hierro, convertida en filigrana y labrada con denuedo, en finas joyas saldría. Y era justo que primero, sus concubinas e hijas ostentaran en sus pechos primorosos prendedores, o colgaran de sus cuellos collares muy primorosos y lucieran en el pelo los zarcillos y pulseras que ceñían los morenos brazos de aquellas indias. Las dos hijas del platero, Comeñé y Pichicaiun, eran dos retoños bellos, pintábanse labios y uñas y unos lunarcitos negros que ponían en el rostro, enmarcado por el pelo caído sobre los hombros cual manto de oscuro fuego.

Hijo de indio y cristiana Ramón Cabral, el Platero, era muy alto y fornido, de rostro manso y moreno, ancho, fuerte y algo rubio. Hablaba más bien ligero y era en extremo aseado, de muy apacible aspecto. Las faenas de la guerra lo encontraban bien dispuesto como buen hijo que era de aquel aleve desierto. También tenía Ramón hacienda de muchos pelos, lo que era un lujo de ver y el orgullo de su dueño.

INVASION A VILLA MERCEDES

Mil ochocientos sesenta y cuatro, el año y enero veintiuno la madrugada Cuando algo más de ochocientos fieles indios de Ramón a Mercedes invadieron. Muy seguros han marchado con los lanceros dispuestos. Carmona y el gaucho Pueblas, el riojano montonero y el mercedino Gallardo. El sargento Gauna ha hecho con éxito la descubierta y todos saben por cierto que hay que armar bien la defensa. Para esquivar el encuentro con el coronel Iseas, Pueblas ataca en su empeño La trinchera defendida por el valiente extranjero Don Santiago Betbeder, que de un disparo bien puesto, termina allí con la vida del bandido montonero. Su cabeza alto en la pica, alegre contempla el pueblo. Sin realizar el malón, tan veloces como el viento, poseídos de terror, perseguidos por el fuego de los bravos defensores, huyeron hacia el desierto bajo el sol de la mañana, de aquel enero sangriento. Por Pozo del Avestruz y de regreso al desierto ese infausto día pasan, pegando un golpe certero en el hogar de los Junco. Se llevan a “tierra adentro” a la mujer y a tres hijos, a Don Martiniano, empero, no le perdonan la vida. Del espantoso destierro, ventura no volverá, allá en los toldos ha muerto.

Mas, regresan sus tres hijos los otros, Carmen y Pedro – del malón se habían salvado -. Los cinco hermanos se fueron por caminos diferentes, marcados por el adverso destino que los hiciera sufragar tan alto precio.

ABANDONO DE LA TIERRA

Cerca de dos años antes que tronara en el desierto la hora del exterminio de aquel aguerrido pueblo, Racedo pidió a platero que abandonara su suelo y partiera con su tribu de las regiones del Cuero aceptando someterse. Abandonó tierra adentro para instalarse en El Tala, cerca de Sarmiento Nuevo.

Mil ochocientos ochenta encontró a Ramón Platero trasladándose a Mercedes, acampando en los terrenos del este de la ciudad. Más tarde el viejo Platero con su tribu se ubicó donde dispuso el Gobierno, en esa misma ciudad que un cruento día de enero, fue testigo del ataque de las hordas del desierto que él mismo las comandara. En ese día que el tiempo no borra de su memoria, cuando acribillado el pecho quedó en la calle tendido el riojano montonero, en medio de la humareda y el brioso caracoleo de aquellos baguales pampas sus más fieles compañeros, la mejor arma en las lides dramáticas del desierto.

EPUMER ROSAS (EPUGÜOR – DOS ZORROS) Hasta 1879

Dos zorros, su nombre indígena, era el último heredero de la brava dinastía de los caciques aquellos que las tribus ranquelinas tuvieron en el gobierno. Hijo del viejo Painé y de su temple el espejo, cuando su raza se acerca a los momentos postreros de su temible reinado, tomó las riendas dispuesto a acabar con los cristianos, sus enemigos eternos. Bajo el cielo de la pampa no hubo indio más perverso, por su valor más temido que aquel Epumer tan fiero, un león en el combate, estando beodo, cruento, sin piedad con los vencidos y siempre a pelear dispuesto.

RETRATO

nariz chata, labios gruesos. Sangre cristiana en las venas nocturnos lacios cabellos, bastante blanco y rosado, ojos oscuros y aviesos latigando despiadados desde su rostro grosero. Desprendido y generoso pero feroz y protervo estando del mal talante, su puñal iba directo a matar al más pintado con un golpe traicionero. Cosa rara entre los indios que ostentaban el derecho de tener varias mujeres, Epumer sólo era dueño de una esposa, bella viuda que cuidaba con recelo viviendo bien en su toldo, como un señor del desierto.

DUELO CON JUAN SAA

¡Qué audacia la de Epumer que en este día ha dispuesto desafiar a Juan Saá a medir lanza en duelo! Sabe bien de los quilates que calza, pero el deseo de retar al coronel ya no le cabe en el pecho. Es un estigma aquel odio que lo inflama cual veneno. Debe vencer a ese blanco y hacerle morder el suelo.

EN EL CAMINO

Se interna en la rastrillada montando corcel guerrero, bien enristrada la lanza, se va dirigiendo presto a las rucas que el puntano levanta en aquel desierto. Sopla el viento de la pampa con espiralado aliento, despeinando al pajonal que se agita cuando un tero que en él oculta su nido, levanta ruidoso vuelo al paso de aquel jinete que marcha tan altanero. Un pitanguá en la sombra rumorosa de los viejos montecillos de algarrobos desgrana su ¡bicho feo! Que se repite en la tarde como un sarcástico eco.

RETO

Ya en las rucas de Saá Epumer se planta fiero. “saliendo cristiano”, grita y su ropaje de miedo viste la tarde. “¡Sacando tu lanza, toro!¡Saliendo! Epumer Rosas está aquí – provoca altanero”-. Valiente como ninguno el coronel pone el cuerpo, toma su lanza y se apresta a pelear en el torneo.

JUSTA FAMA

Epumer, caracoleando su caballo encara diestro remolineando su lanza, pero el puntano muy presto le va esquivando los golpes. Y testigo del torneo es el sol que mudo asiste al vibrante y duro duelo. En un bote bien al fondo, Saá le clava primero la chuza a su retador, que herido cae en el suelo.

Y es muy justo que el puntano llevara el nombre certero de Lanza Seca y que fuera de toldo en toldo corriendo: “¡Ese Juan Saá muy toro!” “¡Muy toro!”, traía el eco.

FINAL DE EPUMER

Mil ochocientos ochenta se va acercando y ya es tiempo de que termine este drama que ha causado tantos muertos. El general Roca manda, obedece fiel Racedo. Penetra en Nahuel Mapú, aquel territorio yermo, cautivando a las familias, acuchillando sin miedo. Y al soberano del sud Epumer Rosas, el fiero, último Zorro ranquel, lo apresa un capitanejo que lo trae maniatado y lo entrega, traicionero a las fuerzas militares en el entrañable suelo de sus hazañas impares, Leuvucó, la tierra adentro, la que debe abandonar para partir al destierro.

En Martín García pasa seis años bajo otro cielo, confinado y extrañando la tierra de sus ancestros. A merced del vencedor, cobrando un mísero sueldo como peón trabajará en la estancia, cuyo dueño, el senador Cambaceres, sacaba muy buen provecho en la rica Buenos Aires, de los ingentes esfuerzos que los indios realizaban para ganarse el sustento. Allí terminó sus días obligado en aquel suelo, a vivir “civilizado” y ser de los blancos preso.

PINCEN (HOMBRE DE PALABRA)

Pincén el más atrevido, el temible aventurero en Malalicó tenía su abrigo y sus aposentos. Con Purran y Baigorrita los leones del desierto, Namuncurá y Juan Catriel, al frente de sus lanceros, sangrienta depredación allá por mil ochocientos setenta y seis realizaron, cual un vendaval de cuervos, por Alvear y Tapalqué, Tandil y Azul, aquel suelo verdeante de ricos pastos y de buen ganado lleno.

Fue el botín de la maloca arreado por el desierto, medio millón de cabezas con destino a tierra adentro, caballos, vacas, ovejas, para cambiar al chileno por armas y otros enseres o mantenerlos con ellos engrosando sus haciendas con este ingente saqueo.

FINAL DE SUS ANDANZAS

En Cuyo se hizo sentir de Pincén, el montonero, la noticia de su fama hasta aquel instante acerbo en que Villegas lo intima a rendir pendón guerrero y someterse a sus armas. Más con altanero gesto le responde así a Villegas, alzando su voz de trueno: “Que venga él a buscarme”. Lleno de coraje el pecho Pincén se encuentra escondido dentro de un macizo espeso de cortaderas filosas. El alba pinta en el cielo celajes de fina bruma y es ya llegado el momento de terminar la aventura. Bien agachado su cuerpo como un puma preparado a pegar el salto presto, es sorprendido Pincén y tomado prisionero. Dos de noviembre es el día, para el cacique, funesto.

PRISIONERO

Lo envían a Buenos Aires Contra todos sus deseos, a parar en un cuartel con indios capitanejos y los demás familiares. Todo pasa, como un sueño. Mil ochocientos setenta y ocho. Ha llegado el tiempo en que el blanco va a humillarlo, paseado como trofeo por calles de Buenos Aires. Con el orgullo maltrecho, en un carro va Pincén en sus pesares envuelto. En otro, sus familiares y los indios prisioneros, a pie van bien custodiados. Como quieren su retrato, ya se termina el paseo y en Victoria y San José, ya lo están bajando al preso. Le ponen ropa de gaucho y lo retratan primero, sobre una roca parado y con cuatro hijas luego. Con esposas y ocho hijas y al final, de cuerpo entero con los indios lo retratan. Y Don Francisco Moreno que allí se encuentra presente, le habla a Pincén diciendo en el idioma araucano, que como era, quiere verlo en un retrato que Pozo le sacará en el momento en que Pincén se prepare a posar sin el atuendo de gaucho que ahora viste. Arroja el poncho primero, el chiripá y las botas y una lanza toma, presto, esgrimiéndola con fuerza, los ojos llenos de fuego. ¡Quién sabe cuántas imágenes en su mente revivieron, al apretar esa lanza entrañable en sus recuerdos! Ahora sólo le queda todo aquel pasado muerto y este presente que duele hasta el meollo del pecho.

QUICHUSDEO

Indio atrevido y audaz fue el cacique Quichusdeo. De la corte de Mariano valiente capitanejo que en la laguna Amarilla por Saá resultó muerto. Mantenía relaciones con San Luis y su gobierno, pero estaba siempre listo a faltarle el respeto. Pedro Gutiérrez escribe desde el Fuerte San Lorenzo al Gobernador Dupuy allá por mil ochocientos dieciocho, cinco de octubre denunciando a Quichusdeo, suplicándole castigo por el mal comportamiento que tuvo con él un día. “Fue este indio tan avieso que estando en junta reunido con sus indios, fue derecho a atropellarme con saña, llegando al atrevimiento de pegarme latigazos con las riendas, altanero, y lo que es más, a tirar del sable, yendo directo a cometerme, de suerte que al pasarme todo esto, un soldado se lo quita evitando el atropello”. “Tuve por muy conveniente no entregar a Quichusdeo – hasta tanto se calmara – su sable, pero he dispuesto cuando pasaran tres días, al cacique, devolverlo”. “Todo esto que ha pasad se debe, supongo, al hecho de no pagarle al procaz que me cobraba dos pesos por traerme de su tierra un caballo, que hace tiempo me lo tenían robado esos indios traicioneros”.

CARTA DE QUICHUSDEO A DUPUY

Mil ochocientos dieciocho, trece de abril. Quichusdeo a Dupuy le manda carta de esta manera diciendo: “Hermano gobernador

recibo en este momento su tan apreciable carta y en ésta yo le contesto que si usted me da las gracias por defender mis derechos e intereses, yo le digo, que estoy obligado a ello. Así que le doy las gracias por que usted, desde el gobierno, me ha dado trato de hermano, por eso mucho le debo y si en algo le he faltado, habrá sido, yo lo creo, a causa del aguardiente que al hombre le sorbe el seso”.

“En nuestras vistas, en fin, hablaremos de que pienso ir en breve, con noticias positivas de los hechos que se suceden aquí y le aviso que he dispuesto, mandar chasque a los caciques y a los parientes que tengo, que me comuniquen todo y partir a su regreso”. “Me previene usted que auxilie a las fuerzas del Gobierno y yo le digo que todo estará pronto dispuesto, manutención y caballos”. “Asimismo yo le ruego que prevenga usted al Juez, que me auxilie en el trayecto, con caballos que los chasques necesitan de refresco”. “Páselo sin novedad, ése es mi mayor deseo”. “Desde Jarilla, lo abraza Quichusdeo con afecto”.

ROMANCE DEL CACIQUE GREGORIO YANCAMIL

ROMANCE DEL CACIQUE GREGORIO YANCAMIL

Ha nacido en Leuvucó y es el hijo bienamado de Carmen Rosas, hermana del gran cacique Mariano y de Wenchul Yancamil. Cuando Racedo en los campos que señorea el ranquel, echa a rodar despiadado los carruajes de la muerte, sembrando dolor y llanto entre las tribus dispersas, con sus lanceros alzados, sólo queda Yancamil que no se rinde al cristiano.

Escapó catorce veces sin que puedan atraparlo, lo siguen sesenta indios que manda con férreo brazo. Anda libre en vasta zona de médanos y bañados, entre espesos caldenares, de la heredad disfrutando. Suele llegar al Atuel – el mundo es suyo y muy ancho - ¿Por qué habría de rendirse y vivir como cristiano?

FUNDACION DEL FUERTE RESINA (12 de febrero de 1882)

A fin de levantar fuertes y fundar nuevos poblados desde Villa Mercedes y también del Río Cuarto, rumbo al sur a Leuvucó ya han partido los soldados. Mil ochocientos ochenta y dos va corriendo el año, en Echó-hue las partidas Fuerte Resina han fundado. Febrero funde sus oros en los cielos y en el campo. Dos batallones custodian el Fuerte recién creado y un cuadro de Indios Amigos con Caripilón al mando.

LA TRAICION DEL INDIO TRANSITO MORA

Tránsito Mora, lancero, a Gregorio ha traicionado, yéndose a Fuerte Resina con los enemigos blancos. Debe vengar esa afrenta y demostrar al soldado que Gregorio Yancamil es de todos el más bravo. En Poita-hué y en Telén muy tranquila pastoreando se encuentra la caballada cuidada por los soldados. Es agosto y fina escarcha quiebra espejos en los campos, sopla el pampero con bríos al pajonal despeinando cuando Gregorio y sus indios se roban a los caballos.

PERSECUCION

Ya sale el Mayor Santerbo –setenta hombres a cargo- y todos muy bien dispuestos rumbeando sobre los rastros dejados por Yancamil que corre como un centauro. El día quince de agosto, en la margen del Salado, el río Chadi-leuvú para los indios tan caro las tropas forman vivac y lo cruzan por un vado, husmeando a todos los vientos tras el fugitivo paso que siguen con obsesión por recobrar lo robado.

Un tibio poncho de sol extendido sobre el campo enciende rica oriflama entre los híspidos pastos. Es diecinueve aquel día cuando a un indio que ha quedado en la laguna cercana cuidando algunos caballos, lo sorprende la partida que lo obliga al apresarlo, a confesar la presencia del cacique en aquel campo.

Sobre la loma, un bombero de Yancamil observando con agudeza de águila, escondido agazapado como un puma silencioso, permanece un rato largo. Después bebiendo los vientos a Yancamil lleva el dato.

EL COMBATE DE COCHI-CO (Agua Dulce, 19 de agosto de 1882)

En la tarde que se marcha, se atrincheran los soldados en la falda de un cerrito que se yergue muy ufano bañándose en la laguna de Cochi-có, que en el vasto silencio de aquellos montes, se apresta quieta, aguardando el combate que será a lanza y fuego librado. Con ramas de piquillín y de chañar van armando con cuchillo y bayoneta las armas que el fuerte lazo de las rondas cortarán, cuando los indios lanzados a la pelea arremetan con los bien tensados lazos, atados por sus extremos a dos valientes caballos, evitando así la muerte de los hombres emboscados. Los remington están listos con sus mortíferos rayos. Aparece Yancamil en su fiel zaino “tapado”, al frente de sus guerreros tronando alaridos altos ¡Matando huinca!, ¡matando! las lanzas y boleadoras causan tremendos estragos y los lazos de las rondas derriban a los soldados. Las balas penetran raudas con precisión en sus blancos y entre el humo y los relinchos y los gritos, aquel campo se va cubriendo de rosas de heroica sangre de hermanos.

VENGANZA

Guiñando luceros viejos la noche se va acercando, aquel último combate en la quietud de los campos, la Campaña del Desierto Según dicen ha sellado. Tan sólo una hora dura pero basta para el bravo cacique que pronto logra,

Con un certero balazo dado en la cara con saña, al indio Mora voltearlo dejándolo allí por muerto acribillado a lanzazos. Catorce soldados quedan en una isleta observando la huida de Yancamil ¡no han conseguido atraparlo! De Fuerte Resina llegan cuando todo ha terminado. Las galas de un nuevo día van revelando muy claro, no hay vencedores, tampoco vencidos en aquel campo, sólo un velo de silencio cayendo como un sudario.

YANCAMIL PRISIONERO

Inexorable se marchan la horas de un nuevo año y Gregorio Yancamil, el cacique soberano, el que sigue resistiendo y no se rinde al soldado, con ocho lanceros anda por sus dominios cazando muy cerca de una laguna, en la pura luz de mayo. La partida los sorprende y aquel cacique bizarro es tomado prisionero y por la fuerza llevado a Martín García. Pero Yancamil no tuerce el brazo y se escapa en el camino de aquel destino nefasto, huyendo hacia el Paraguay donde se pasa dos años viviendo entre guaraníes que lo alojan como a hermano.

EL INDULTO

Su cabeza tiene precio hasta aquel día tan fausto en que le anuncian que Roca ha decidido indultarlo. Regresa a su amada pampa donde le entregan un campo con yeguas, chivas y vacas y hasta un regalo impensado, es un Chevrolet veintiocho quizás para compensarlo por lo mucho que ha perdido en aquellos crueles años, por la sangre derramada… ¡nada podrá COMPENSARLO!

LA MUERTE (8 de febrero de 1931)

Allí vive Yancamil hasta aquel momento aciago – con ciento doce años cuenta – cuando el indómito anciano que tropieza en el umbral, se cae en su propio rancho y camino al hospital, muere tranquilo en los brazos del padre Kenny, su amigo, que asiste apesadumbrado al final de aquel que fuera el más bravo entre los bravos, el que sólo se rindió ante el divino mandato y hoy es leyenda en la tierra que lo acuna en su regazo.

REFUGIADOS EN EL DESIERTO

LA COHORTE RANQUELINA

En el aduar ranquelino, centenares de cristianos de la más variada laya, se encontraban afincados en rucas que levantaban en los sitios aledaños al amparo de los médanos y las lagunas del campo. Algunos eran cautivos obligados largos años a aquella vida de perros. Otros llegaron forzados a causa de la política que sangraba a los hermanos. Algunos por rebeldía, los más huyendo del brazo de la justicia. Sujetos que en el desierto lejano encontraron otra vida sin las leyes de los blancos, sirviendo al cruel enemigo del mundo que habían dejado.

EL GAUCHO MATRERO

Cuatrocientos a seiscientos eran en total los blancos que en los aduares ranqueles se encontraban refugiados, viviendo muy pobremente, cortados todos los lazos con sus amigos y hogares. En un toldo desolado al lado de una laguna, acomodaba sus trastos el pobre gaucho matrero, tal vez indisciplinado, el criminal o el rebelde fuerte, audaz y destilando tenaz odio al Juez de Paz que lo tenía a los saltos o el miedo a la policía que seguía los pasos porque era autor de algún robo, porque había desertado de las filas del ejército, o quizás por un asalto o por algún duelo criollo que lo había desgraciado. Se plegaba a la maloca contra sus propios hermanos. Su meta era la venganza y el saqueo a los poblados. Al cacique obedecía formando parte del bando que como sombra siniestra se extendió sobre los campos, las estancias, y fortines de los sufridos cristianos.

EL MONTONERO

En las filas invasoras en condición de rezago de las filas del ejército, al montonero encontramos huyendo de la contienda que enfrentaba a los hermanos con cruel saña y lo obligaba a buscar seguro amparo en la tribu ranquelina. Se convertían en alzado para vivir libremente tan lejos de sus paisanos.

Algunos de ellos lucían sus galones de soldados y valga la paradoja, fueron hombres que guerrearon por darnos la independencia y ahora en el otro bando, comandaban a las hordas de salvajes levantados con sus lanzas de coraje remolineando bien alto.

PUNTANOS REFUGIADOS

“En los toldos de Trenel hubo muchos refugiados que fueron mito y leyenda en aquel suelo pampeano. Don Simón Echeverría, Juan Saá con sus hermanos Francisco y Felipe, todos temidos y respetados en el aduar ranquelino”.

Manuel Baigorria, puntano como los Saá, tenía allí su aduar instalado. Los Videla, los Luceros, Antonino y Solano, Ayala y Santos Valor los puntanos exiliados como plantas transplantadas en aquellos duros años.

CORONEL FELICIANO AYALA

Por su coraje sereno se hizo lancero de fama en cien bravos entreveros, con su presencia bizarra, peleando en los fortines donde brillaron sus armas. Rinconada del Pocito y otra batalla librada acompañando a Saá, que la victoria proclama. San Ignacio es el combate que fuerzas confederadas libran contra Juan Saá que milita con Ayala del lado de la anarquía. La derrota inesperada, nuevamente hacía el desierto, lo obliga a escapar a Ayala.

La tierra lo acoge amable, como una madre callada. Criando ganados y arando tranquilo los días pasa. Los ranqueles lo respetan, mas, le pierden la confianza por su eterna negativa a saltar tierra puntana. Regresa al suelo natal y con otros triunfos se alza hasta que la viva llama de su existencia se apaga pobre, viejo y olvidado el que libró cien batallas.

LOS HERMANOS SAA

Su padre fue un español que llegara confinado de la Guardia de los Lobos a territorio puntano y con Jacinta Domínguez, patricia dama de rango se casó y fundó su hogar con amor consolidado. Con su sangre y apellido tres hijos al mundo trajo, Felipe, Juan y Francisco y los tres buenos hermanos. La carrera militar todos ellos abrazaron. Con valor y con destreza y las armas empuñando, alcanzaron justa fama entre indios y cristianos. Noble, altivo y generoso, era Don Juan, sin dudarlo, aquel de la larga historia, el que dejó bien sentado su prestigio de imbatible con una lanza en lo alto. Popular y bondadoso, de afable atrayente trato era don Felipe un hombre conocido y respetado. Alto, manso y bonachón inteligente, gallardo, era Francisco, el mayor, lancero aplomado y calmo. mil ochocientos cuarenta, los unitarios se alzaron, batiéndose en Las Quijadas los dos temerarios bandos. -Rojo cáliz de la tierra que recogió desolado en el fragor del combate, ríos de sangre de hermanos-. Arremeten los lanceros pero caen derrotados, huyendo los unitarios que buscan seguro amparo en las quebradas andinas, en los toldos asentados más allá de la frontera, en el desierto lejano.

EN LAS TIERRAS DE PAINE

En las tierras de Painé el cacique soberano, se refugian los Saá compartiendo muchos años correrías, parlamentos y los malones llevados a larguísimas distancias. Mas, lo que nunca aceptaron fue maloquear en San Luis, prefiriendo los hermanos, de las estancias de Rosas arrear cuantioso ganado. Viven así los Saá por los indios respetados, pero despiertan envidia en los de su mismo bando.

RETOÑOS DEL DESTIERRO

Al cacique Nahuelcheu Don Felipe lo ha salvado de la muerte en un malón que a Buenos Aires llevaron. “¿Con qué pagando “peñito”, qué debiendo? Me ha salvado la vida”. “Allí están mis prendas, también mi huaca y caballo”… “Bueno –contesta Felipe- quiero que me des en pago la cautiva que sacaste de Pergamino, mi Hermano”. En el rancho de Trenel, de aquellos enamorados nace un precioso retoño a quien Rosario llamaron.

El mayor de los Saá, no estaba solo en su rancho. De una hija del desierto, cuyo nombre no ha guardado fiel escrito o la memoria, recibe el tierno regalo nacido de sus amores; Feliciana, el nombre claro que llevará en esta vida aquélla que con los años y ya viviendo en San Luis, formará con un puntano –fue José Elías Rodríguez- un hogar de fuertes lazos frutecido en herederos, en ese suelo cuyano, que enraizados en su tierra vasta historia le han forjado.

INDULTO DEL GOBERNADOR

Cuando Lucero gobierna, a todos los refugiados en Leuvucó, los indulta, y el rencor que largos años en el pecho de Baigorria, alentaba soterrado, lo impulsa en un parlamento, a incitar con vil engaño en contra de los Saá, a los indios disgustados porque el malón a San Luis que sigilosos tramaron, no cuenta con la adhesión de los leales hermanos. Se discute largamente y se salvan del asalto, porque Antonino Lucero los convence argumentando, con elocuencia muy clara en favor de los hermanos, que aguardaban en sus rucas, la decisión de aquel bando.

HUIDA DE LOS SAA

Amanece diez de enero entre celajes rosados. Painé duerme en el silencio acogedor del serrallo, cruza el cielo algún chajá con sus voces anunciando que algo fatal se avecina, y se interrumpe el descanso, en momentos en que el sol acaricia con sus rayos al campo que se despierta con el piar de los pájaros que cruzan en grácil vuelo, el cielo de aquellos páramos.

De boca en boca recorren los toldos, de lado a lado, la noticia espeluznante causando gran sobresalto en el aduar ranquelino.

Por las sombras amparados han huido los Saá, llevándose los caballos y con ellos las tropillas de animales reservados, que poseía Painé en los terrenos cercanos.

¡Qué furor el del cacique de esa manera burlado! Por todo el imperio el grito de venganza contra el blanco, se extiende como un reguero de rencores acendrados y crece un sordo rumor prediciendo gran quebranto y futuras asechanzas, porque ahora los cristianos que han huido de los toldos, además de ser ingratos, esforzados y valientes, cual la palma de la mano, conocen cada guarida, cada camino trillado por sus idas y venidas, las aguadas, los bañados, lagunas y medanales. El viejo y espeso manto que cubría sus secretos, en jirones, desgarrado, ha caído cual telón de un irónico teatro. ¡el enigma del desierto ha quedado develado!

CORONEL MANUEL BAIGORRIA

Era el coronel Baigorria cristiano de nacimiento, aunque con rasgos aindiados, magro de carne y pequeño, musculoso y muy delgado. El desierto le había impreso el aspecto de sus hijos, el cabello lacio y negro, un rostro casi lampiño, redondos, más bien pequeño. Sus ojos muy movedizos no eran ni verdes ni negros, de coloración extraña, parecían dos inquietos vidrios de brillo apagado. Vestía uniforme negro y galoneado de oro. Siempre llevaba bien puesto antigua gorra de manga. Su aire plácido y bueno, su fácil conversación, le ganaron el respeto de indios y de cristianos. No era marcial su aspecto, ni elegante y en la marcha no caminaba derecho, lo hacía como el salvaje tirando adelante el cuerpo, con la mirada extraviada que solo alzaba si el fuego de una emoción la encendía. Su cara cruzada al sesgo lucía la cicatriz de un sablazo que certero, fue de la frente a la barba con un golpe rudo y seco.

EN EL ADUAR DE YANQUETRUS

Fue mil ochocientos nueve año de su nacimiento y San Luis, la agreste tierra, que lo vio en sus comienzos de hacendado y de político. En su vida de guerrero fue unitario convencido, siempre su sable dispuesto como Cadete de Pringles o alférez del muy dilecto General María Paz. De las partidas huyendo resolvió emigrar a Chile mas, se interna en el desierto arrastrando su pasado de valiente montonero, de derrotas y de triunfos en infinitos encuentros, combates y deserciones, traiciones, fusilamientos. En el aduar, Yanquetrus le da refugio sincero colmándolo de atenciones. Siguiendo un destino adverso se enferma de gravedad, y lo salvan los secretos remedios que sabiamente le administra un curandero que es médico de la tribu. Su salud se ha recompuesto mas, se tulle Yanquetrus y abandonando el desierto se interna en la cordillera, siendo ya cacique viejo, para entregar en su pago el último y fiel aliento.

NOBLEZA

Enterado de la muerte de Yanquetrus ha dispuesto socorrer a su familia que padece en el destierro y a sus lares la devuelve. Lo pinta de cuerpo entero esta actitud de nobleza y gratitud por el muerto. Mucho tiempo anduvo errando a campo raso sufriendo, no teniendo más abrigo para aguantar el invierno, que usada jerga raída Y una carona de cuero que le servía de cama. Tenía sus aposentos en los altos de Güejeda; bajo la comba del cielo podía de lejos ver a San Luis, su amado pueblo, y añorar a su familia con el anhelo secreto de regresar algún día y estrecharlo en su pecho.

CORONEL DE LA NACION Y CACIQUE DEL RANQUEL

Tras numerosas andanzas a los toldos va de nuevo a refugiar sus pesares, y al tiempo estaba dispuesto a casarse con la hija de Pichuiñ, porque su suegro y los indios lo culpaban y miraban, con recelo por la fuga de cristianos a quienes tenían presos. Vive allí hasta que Urquiza vence a Rosas en Caseros y envía pronto a buscarlo al aduar en el desierto. A Buenos Aires se va llevándose de aquel suelo, a un centenar de indios y bravos capitanejos. Urquiza nombra a Baigorria que lo acepta muy contento, Comandante de Frontera y a San José acude presto, porque es preciso que diga cuales son los sitios buenos para erigir los fortines en defensa de los pueblos. La zona del río Quinto ese solar irredento, al indio Galván disputa y lo convence diciendo que debe entregar las tierras para fundar nuevos pueblos. Con Daract y Pedernera, nuestro héroe sanluiseño, asiste a la fundación en esos mismos terrenos del Fuerte Constitución que en las puertas del desierto, se erige como un baluarte de coraje bajo el cielo.

LAS MUJERES DE BAIGORRIA

Regresa luego a los toldos y se convierte en el yerno, a la muerte de Pichuiñ, del cacique Coliqueo. Tenía cuatro mujeres –es la verdad de los hechos- una india y tres cristianas, cuando se casa de nuevo en el exilio obligado en su ruca del desierto.

Arrogante, fina y alta y notable por su bello semblante, fue la primera una cautiva que empero tener la tez percudida por la vida del desierto, conservaba el esplendor y el melancólico gesto que de su vida de artista, perduraba en el destierro. Manuel Baigorria la amó con pasión y con respeto extraño en la vida libre y sensual de aquel desierto. En ese rancho precario y dividido con cueros, aquella flor delicada separada de su suelo, aromó con suavidad y sólo por poco tiempo, la vida del coronel, entregándole su afecto. Jamás quiso revelar de su nombre los secretos, y vegetó tristemente y con su corazón yerto, indiferente a las joyas y a las telas que su cuerpo adornaban, sin que a ella le importara de aquel celo que el fiel Baigorria ponía en sentimientos sinceros, homenaje a la mujer que más amó en el desierto.

LUCIANA GOROSITO

Cautiva de la Cruz Alta, esbelta y linda de aspecto fue llevada por Baigorria a sus rucas del desierto. Del sur de Córdoba era y en aquel agreste suelo, languidecía Luciana en el ferviente deseo de regresar a su tierra. Lloraba con desconsuelo por abrazar a sus padres que se encontraban tan lejos. Baigorria se conmovió y en un magnífico gesto de su noble corazón, resolvió correr el riesgo de llevarla en un malón para acercarla a su suelo, donde vivió de pequeña. “¿No ves los fuegos aquellos?” Baigorria le preguntó señalando allá a lo lejos.

Reinaba un silencio grave y la luna y el lucero inmutables en lo alto contemplaban los reflejos de aquellos fuegos lejanos. “Es la Cruz Alta, por cierto, a donde esperan tus padres”. “Ahora, con el pretexto de mudar nuestros caballos, de los indios un momento nos vamos a separar”. Y ya sin perder más tiempo dos caballos ensilló. A la cautiva en su pecho tiernamente la estrechó. “Eres libre. Ve directo a la casa de tus padres y no te olvides de esto”: “Yo no soy ningún bandido, sigo a los indios, es cierto, Pero aquí estoy seguro pues mi cabeza, el Gobierno de Rosas y el de San Luis un alto precio le han puesto”. Lloraba Luciana, en tanto le oprimía contra el pecho.

ADRIANA BERMUDEZ

Aquel vacío tan grande encontró pronto consuelo, y a una cautiva de Salto, joven, de rostro algo bello, llamada Adriana Bermúdez llevó el Coronel al seno de su pobrísimo rancho en el filo del desierto. Pero el anhelo infinito de regresar a su pueblo renegando de esa vida prendió muy fuerte en su pecho y en una noche de luna, de esas enormes del Cuero, cuando Baigorria y Painé planeaban en parlamento un gran malón a San Luis, abandonó aquel desierto, tumba cierta del cautivo, junto a otros pobres presos de aquella horrorosa vida. Mas, el guía traicionero, se volvió con los caballos dejando a pie en el desierto mortal de la travesía, a los mártires aquellos, las cautivas de San Luis una, Faustina Lucero, la otra, Casiana Aguirre, una de El Morro y el resto cautivos de otros lugares y una india del desierto casada con un cristiano. También huía el sargento Molina con su mujer y sus hijitos muy tiernos.

PERSECUCION

Un Baigorria despechado marcha los vientos bebiendo. Tres días ya han tanscurrido después de aquel parlamento, donde prometió a los indios perseguir con fiel empeño a los cristianos traidores y a dejarlos todos muertos, para darles en Trenel un bien ganado escarmiento. Empero, nunca revela lo que se esconde en su pecho, su esposa Adriana Bermúdez deberá pagar por ello. Está cerca la guarida donde rebasando miedos, se encuentran los fugitivos. Es preciso detenerlos y antes de que el sudario de la noche caiga denso allá en el Chadi Leuvú, que cancela sus espejos festoneadas sus barranca de carrizales enhiestos. El teme que se le escapen, por eso grita a los vientos que están todos perdonados, que no corren ningún riesgo. El coronel esta vez, sin escuchar los lamentos, va lanceando uno por uno a los que llegan. Empero, las mujeres y los niños se salvan de aquel degüello.

Ha prometido matarlos, su propia vida está en juego.

No está el que inició la fuga aquel valiente sargento con su mujer y dos hijos y Adriana Bermúdez. Eso le prende fuego en la sangre y lo inflama de despecho. Otra alborada sorprende con su luz de crisantemos la iracundia de Baigorria que sigue el rastro con celo. En la arena, es evidente, después sube en un repecho, culebrea en las espinas, aparece en un sendero, baja a la playa del río, cruza un zanjón y derecho siempre al norte. De repente, ni una huella en aquel suelo.

Un campo de pasto en flor que verdea hasta muy lejos, el rastro de los que huyen ha ocultado por completo “¡Te salvaste de mi lanza!” grita Baigorria. Y un velo de odio y desilusión le empaña el rostro moreno. “¡Mas, no escaparás del hambre y tampoco, por supuesto, de la garra de los tigres!” Aquel bizarro sargento llega por fin a San Luis, llevando al amado suelo a los pobres perseguidos salvados de aquel desierto.

LONCOMILLA

Es preciso recobrar si es posible, por completo, la confianza de los indios. Manuel Baigorria por eso

y por salvarse de Rosas, acepta el regalo bello de Pichuiñ que sin dudarlo, le dará en casamiento a Loncomilla, su hija de catorce años tiernos. Y a Painé pide elegir una esposa india y luego se traslada de Trenel a los toldos de su suegro.

VIDA AZAROSA

Al mando de Pedernera, Con Yanquetrus, Coliqueo, Camú, Carril, Baigorrita, Plácido Laconcha, vemos a Baigorria en la batalla de Arroyo del Medio. Luego se subleva contra Urquiza y con los brazos abiertos lo espera el General Mitre y en Pavón, combate presto. Son sus años azarosos hasta que cansado y viejo pasa a la Plana Mayor este bravo sanluiseño que un día del mes de junio, allá por mil ochocientos setenta y cinco murió. Aquí descansan sus restos en el terruño puntano, sepultados los recuerdos de sus terribles hazañas por las arenas del tiempo.

…”heroicas mujeres que acompañaron al Ejército sufriendo penurias, fatigas y privaciones que no hay pluma capaz de pintarlas con toda la intensidad de su colorido”.

Cnd. Juan F. Moscarda

LAS MUJERES DEL REGIMIENTO

LAS MILICAS DEL EJERCITO

Con sus hijitos a cuestas van detrás del regimiento, como ángeles que marchan con sus alas de consuelo, para aliviar los pesares infinitos del desierto. De día y de noche van aunque helado caiga el cierzo, o remolinos de arena levante el duro Pampero. Es preciso continuar aunque el penar sea intenso, con sed, con hambre, con frío, de polvo el rostro cubierto. Van a pie o con sus hijos al anca de un patrio viejo, sufriendo crueles penurias y corriendo el grave riesgo de rezagarse y quedar perdidas en el desierto.

EN MARCHA

Ya suena el toque de diana, corren todos a sus puestos, enseguida el de ensillar y con el último eco, los escuadrones en rueda se numeran para luego, entrar a tomar caballos. Para no quedar sin ellos, en una fila exterior las familias en un ruego suplican tomar los suyos aunque sean ya muy viejos. Suena el toque de atención, está listo el regimiento para la penosa marcha. Hay que cruzar el desierto y disputar al salvaje palmo a palmo los terrenos que es necesario ganar con esfuerzo tesonero, para gloria de la Patria y por la paz de los pueblos.

RUTINA

La vida de las mujeres milicas del regimiento, transcurre cuando no hay marcha, en el rutinario esmero de atender a los soldados. Sencillo rancho cubierto con techo de paja brava, donde juega y ríe el viento despeinando sus penachos, puede ser refugio incierto de las bravías mujeres que cumplen con el deseo de seguir con sus familias en el duro regimiento, a costa de perecer en ese irredento suelo.

Reciben en el cuartel por todo racionamiento alguna libra de carne y una onza de arroz. Eso Lo consumen en el día, ayudando a su sustento con el criollo mate amargo. deben traer desde lejos agua y leña para el rancho y juntar el guano fresco que seco, luego se quema. Con ánimo muy dispuesto lavan ropa todo el año, y reciben por su esmero yerba y tabaco muy malo, jabón y también dos pliegos de papel para fumar. Cuando alguno cae enfermo, siempre hay una curandera con sus tisanas y ungüentos o con trapos bien calientes aplicados en el pecho. Así se alivian los males con los remedios caseros y solícitos cuidados. A veces un nacimiento se produce en plena marcha. A la madre, muy ligero se la baja del caballo y en una manta en el suelo, a la sombra de un chañar o de un algarrobo añejo, ayuda la curandera a que nazca un niño nuevo.

VIDA EN EL FORTIN

Si viven en los fortines, compiten a cielo abierto con los hombres, en destreza, por domar un potro en pelo, por esgrimir una lanza, o al avestruz más ligero bolearlo de un solo tiro y revolcarlo en el suelo. La caballada también, saben cuidar con denuedo y en ocasiones preservan, cuando los indios bomberos se acercan a la tropilla, la más audaz salta en pelo a un caballo que en la estaca se halla atado del cabestro. Silva a la yegua madrina que a los caballos ligero recoge así y los salva de un seguro y cruento arreo.

MOJONES DE CORAJE

En las marchas o en la vida penosa del campamento, todos pasan privaciones pero los mayores riesgos los corren estas mujeres que van con el regimiento, y no hay desgracias mayor y que cause más desvelos, que ser tomada cautiva por algún malón artero, separada de sus hijos, internada en el desierto.

Estas mujeres soportan los mayores sufrimientos, pero al lado de sus hombres se consagran por entero a mantener muy unida a la familia y por eso, con voluntad espartana marchan con el regimiento, estoicas y resignadas, dejando en cada sendero de la patria geografía, los mojones de su ejemplo como marcas de corajes permanentes en el tiempo.

…¿Cómo se construye una versión de la identidad, mientras se acalla a los indios, a los negros, a las cautivas?

Susana Rotker

EL CAUTIVERIO

EL CAUTIVERIO

Como una flor tenebrosa que creciera en las tinieblas, así era el cautiverio que con rigores que aterran, se cumplía como ley más allá de la frontera donde el ranquel señoreaba sin leyes que lo contengan, obedeciendo a su instinto de salvaje que lo lleva en horrorosas malocas, a arrebatar de sus tierras, arreándolas al desierto, muchas familias enteras que en el aduar ranquelino, eran dolientes emblemas de aquel injusto destino sufrido en tiempos de guerra.

El más preciado botín de aquella turba proterva, era la mujer cristiana con su mórbida belleza, su piel alba de magnolia, su sedosa cabellera, su rostro triste y doliente que marcaban su condena a ser mujer del cacique -su anterior vida deshecha- y a dejarle descendencia, sellado su suerte adversa. Hubo mujeres heroicas que resistieron la entrega de sus cuerpos y murieron en martirio o de tristeza.

LAS CAUTIVAS

Eran humildes mujeres que habitaban la frontera, esposas, madres, hermanas, en esos tiempos de guerra, de soldados o pulperos, o sufridas fortineras que acompañaban al hombre con sus retoños a cuestas. Otras veces fueron damas finas, bellas y altaneras, de familias distinguidas que en una maloca de ésas, el indio las arrancaba llevándolas a sus tierras, en las grupas de los potros en loca y veloz carrera.

Fueron también las mujeres que en aquella pampa inmensa, en estancias y poblados, en los valles y las sierras le hacían frente a la vida con amor y con entrega, sosteniendo a la familia en esa dura pelea con el indio, cuya sombra se alzaba cruel y siniestra para caer, codicioso, sobre las débiles presas. También sufrían cautivas las mujeres del indígena, que sacadas de la tribu, las llevaban prisioneras a las lejanas ciudades, a trabajar de sirvientas en la casa de los blancos sin cobrar ni una moneda. Era la ley que regía en la salvaje frontera, esa zona misteriosa de luces y de tinieblas.

EL VALOR DEL CUERPO

El cuerpo de la cautiva en aquella infausta guerra era como un preciado botín abierto a las más diversas tensiones entre los grupos que disputaban la tierra, pero objeto de comercio, de intercambio, de peleas, de derrotas y de encuentros y mestizaje a la fuerza. Aunque a veces el amor surgió con sus flores nuevas, haciendo más aceptable la vida para las presas.

El valor de la mujer se medía en la belleza, el color y juventud que la hacían una mera mercancía intercambiable en la línea de fronteras. Si la mujer era anciana, y en especial, si era fea, sólo podía cumplir las más pesadas tareas viviendo en la toldería y del cacique sirvienta.

CARTAS

En aquellos tiempos cruentos, era también la frontera un sitio para el dolor, por aquella suerte adversa que dejaba hijos sin madres y hombres sin compañeras. Era incesante el clamor que llegaba hasta la incierta vastedad de aquel desierto, donde sus sombras siniestra el serrallo levantaba como abismal fauce abierta. Cartas iban y venían rogando para que fueran liberadas las cautivas, o pidiendo una sirvienta entre las “chinitas” pobres que sin ninguna vergüenza, los refugiados cristianos vendían en la frontera. En una carta, Baigorria de esta manera se expresa: “como usted compra cautivas yo le ofrezco una en venta”. Alvarez, el franciscano que a las irredentas tierras viajó con Lucio Mansilla, manda carta a la frontera, “que doña Angelita López, para Rita, una hija de ella, precisa una cautiva porque murió de viruela una negrita que tuvo en su casa de sirvienta”.

El padre Donatti dice: ... “y del cautiverio espera salir y que alguien la compre, o por lo menos aquella desventurada señora, de su familia quisiera tener alguna noticia”. Doblegada por la pena, doña Gregoria de Freites una madre de frontera, dice estar muy afligida por una noticia incierta, que en la Villa de Mercedes, de una niña harán entrega cambiándola por la hermana -de los blancos prisionera- del temible Indio Blanco y “lo más pronto que pueda” pide que se le conteste. Así clamaban su pena muchas madres angustiadas, mientras otros con sus presas con vileza comerciaban en aquella guerra acerba.

MUERTE CIVIL

Escondido entre los pliegues del erotismo que muestra la codicia del salvaje, el cuerpo violado era un estigma para el blanco, una terrible vergüenza que era preciso callar y sepultar con presteza. Era la muerte civil, una horrorosa condena, un cruel y lento martirio que cancelaba las puertas del pasado y del futuro, dejando sólo certezas de un presente de ignominia, sumido en honda tiniebla.

Contra todos sus deseos ha cruzado la frontera en brazo de su captor y en el serrallo despierta a una triste realidad. Muy lejos quedó su tierra y su familia querida. Entre indias que la celan y le disputan airadas y con violentas maneras los favores del cacique languidece la belleza, se agosta la lozanía. El tiempo muele su rueda, y en la nostalgia obsesiva del milagro de la vuelta, se hunde en melancolía y se va poniendo vieja, soportando aquella vida como una flor que se seca.

Quizás muera en ese suelo, más quedarán en la huella para gritar que existió las semillas altaneras de los hijos que sembró con afecto o por la fuerza, en la añoranza de aquéllos que quedaron en su tierra aguardando su regreso en una vigilia eterna.

RESCATES

Un gran tormento sin fin y un abismo de vileza, para indefensos cristianos el cruel cautiverio era. En el aduar ranquelino, sufrían dura condena varios miles de cautivos de la salvaje caterva. De toda edad y linaje, medrando allí por la fuerza despreciados y humillados, cumpliendo duras tareas, expuestos a perecer en bacanales sangrientas, de un bolazo o degollados, los cautivos en tristezas veían sumir sus vidas en esa inhóspita tierra. Por rescatar a sus hijas, verdaderas odiseas vivían las pobres madres, peregrinando a la tierra donde el serrallo encerraba el secreto de las presas. Natividad Freytes pudo liberar de sus cadenas a Epifanía y a Eusebia, de Mariano prisioneras. Fue suculento el rescate que debió pagar por ellas. Dos cautivas de Inti huasi son enviadas por la fuerza vendidas a los chilenos a penar en otra tierra. Una carga de aguardiente de dos barriles compuesta, fue el vil rescate exigido, por liberar a las presas. Otra cautiva del indio, de Cañada Honda era, su nombre Petrona Bustos que en hondo llanto deshecha veía pasar sus días. De Carrapí era presa -el cacique que no pudo por las malas o las buenas quebrarle su resistencia -. La puso por eso en venta en sesenta Bolivianos, veinte yeguas y otras prendas. Preocupábase Racedo por la peste de viruela que en la tropa hacía estragos, cuando allí se le presenta un vecino de Mercedes, preguntando con cautela por una hermana cautiva que en aquella larga guerra ha rescatado el Ejército. Con los enfermos la encuentran y en alegría comulgan esas dos almas fraternas.

Vílchez se vuelve a Mercedes con su hermana y también lleva a cuatro cautivas más una de ellas es francesa, que puede volver a Europa, por obra de una colecta de la gente generosa de aquella florida tierra.

TIBURCIA ESCUDERO

Desde el Morro la llevaron a cumplir dura condena en un malón de los tantos que asolaron esa tierra. Sólo tenía veinte años pletóricos de belleza, Tiburcia Escudero, el nombre que hoy en el pueblo recuerdan.

Allá en los toldos ranqueles, sumida en honda tristeza tan lejos de su querencia se iba quedando sin fuerzas. Encomendándose a Dios con todo su miedo a cuestas, sus pasos encaminó, en medio de las tinieblas a buscar la salvación y a terminar con sus penas.

Mas, no era fácil huir de aquella prisión horrenda. La descubrieron los indios y en los pies de carne tierna, profundo corte le hicieron para que nunca huyera de su negro cautiverio, -condena que nunca acepta -. Los años con un cacique cuatro retoños le dejan. Sin resignarse a su suerte, Tiburcia lucha y no ceja en sus vehementes anhelos de ver la flor de su tierra abriéndose en la distancia, el Buey Blanco, allá muy cerca de los azules del Morro donde su casa la espera.

Una noche se decide y a la luz de las estrellas, huye llevando en el alma un miedo que la marea. Sólo la fe la sostiene cuando el desierto atraviesa, con el peligro del puma que en las maraña acecha temiendo ser perseguida como un animal de presa, morir de hambre o de sed en la soledad que aterra. Pero Dios no la abandona y un día de primavera montada en su fiel caballo, llega Tiburcia a la tierra de sus largas añoranzas, la que ahora la recuerda por su aguerrido coraje, como a una hija dilecta.

Esta historia y otras más Chela Gallardo me cuenta. En el mapa de sus sangre está la Tiburcia aquella y también Norma Quevedo su testimonio me deja: a acompañar a Tiburcia que ya era mujer muy vieja, más de cien años vivió, a su madre allá la llevan. A su abuelo, Don Tomás, desde el campo de La Piedra, también muy cerca de El Morro en un malón lo secuestran. Tenía sólo doce años aquella criatura tierna, arrancada del hogar para entrar en las tinieblas de una vida desgraciada llena de sombras adversas.

Tomás Quevedo vivió en las tierras irredentas durante seis largos años. El niño ya hombre era cuando en el toldo ranquel, la voz del bronce resuena del clarín del regimiento, que por obra de la guerra y de los pactos firmados, a los cautivos se llevan. Don Tomás nunca olvidó las costumbres de esa tierra, un pedazo de la Patria sumiendo en guerra sin tregua.

MALONES

MALONES VAN Y VIENEN

Corre el siglo dieciséis a su inevitable ocaso, cuando en la zona del Cuero y en los vastísimos campos de Leuvucó y de Trenel, -mar de lagunas y pastos, de arenales y de huaicos, de bañados y de llanos – asientan su planta altiva Los indios confederados, los indómitos ranqueles y los pampas y auracanos, pesadilla desde entonces de los campos aledaños. Y fue antes que San Luis se fundara en el amparo de las sierras de la Punta y los llanos del venado.

Se alza el gran cacique Cosle con sus lanzas atacando a los que luego serían los dos estados hermanos de Córdoba y de San Luis, pero en el Morro, el zarpazo de los indios invasores, sufre un rechazo muy claro, cuando los bate Tejada y los echa de esos campos. Corre mil seiscientos diez. Indios pampas auxiliados por Capaquén y Bagual el cacique que en los campos cercanos al río Quinto, sus toldos tiene asentados, invaden Córdoba y matan con sus arteros lanzazos al poblador español que en los campos conquistados quiere fundar nuevos pueblos, en los lares comarcanos. Pero es vencido Bagual y en Lujan es confinado.

1660

Es mil seiscientos sesenta cuando Juanillo, el hermano del gran Bartolo Yogarri, por traidor ejecutado por la justicia española, invade suelo cuyano, en sangrienta correría las estancias arrasando. Robos, incendios y muerte no queda nada a su paso. Mas, San Luis puede salvarse porque Juanillo, a manos de Don Fernández de Lorca, muere cuando es alcanzado.

1711

Es mil setecientos once cuando se han levantado indios puelches y pehuenches, que con alevoso brazo cometen atrocidades en territorio puntano, ayudados por vaqueros que habitan los verdes prados al sur mismo de San Luis, ciudad que sufre el nefasto ataque del insaciable aborigen levantado. El capitán Luis Lucero, con el Maestre de Campo Juan de Mayorga, reprimen a los soldados alzados.

1712 A 1720

Vuelven las hordas con saña en los dos siguientes años, arrasando la campaña, incendiando y saqueando a la sufriente San Luis, arreando mucho ganado, llevando varios cautivos hacia los toldos pampeanos. Es mil setecientos veinte.

La maloca como un rayo de mortíferos fulgores, cae, abatiendo los campos de Las Pulgas y del Morro que son cruelmente saqueados. En Renca y en Santa Bárbara y en los lugares serranos, se hace sentir el malón con sus certeros lanzazos. Entran los baguales pampas, llevando luto y quebranto, robando caballos criollos a la sierra acostumbrados, en las profundas quebradas y en las crestas cabalgando. Volverán más de una vez con sus potros enconados.

JALONES DE DEFENSA

A causa de la invasión varios fuertes se ordenaron. Uno de ellos fue Las Pulgas que en la frontera emplazado, debía ser advertencia de defensa y de rechazo a la codicia insaciable de los salvajes pampeanos. Sería el primer jalón sobre el río Quinto alzado, por defender la frontera y a los pueblos comarcanos de Córdoba y de San Luis, por el salvaje acosados. Otros reductos se yerguen en El Morro y Río Cuarto y en las tierras promisorias aledañas a Sampacho. No tarda la reacción del aborigen airado, que no aceptan que le quiten la libertad de su paso. El acoso del salvaje recrudece año tras año y San Luis gime impotente en los desolados campos.

1777-1779

El Virrey Vértiz ordena que sean empadronados los vecinos que capaces con las armas en la mano, puedan pelear contra el indio sus malones rechazando. Se crean nuevos fortines y en la frontera fundado, alza el Fuerte San Lorenzo del Chañar su rostro bravo, avanzando las defensas, siempre alerta, vigilando.

1784 A 1786

Algunos años de paz van dejando abandonados los fortines de frontera y regresan los alanos a atacar con dura saña, las estancias y poblados. Es así que Sobremonte dispone en suelo puntano, defender el territorio, y el Gobierno ha ordenado reconstruir los fortines del Bebedero y cercano al Quinto, el de San Lorenzo del Chañar, cortando el paso de las hordas que del sur continúan acosando.

1786 A 1816

Es relativa la paz, merodeando por los campos, pequeños grupos de indios rapiñan algún ganado.

En el Bebedero vive un capitán con un cuadro de indios que lo acompañan. Todos ellos son cristianos que habitan en sus riberas, y un fuertecillo de palos bien guarnecen con sus armas. También vienen milicianos de la ciudad de San Luis, y hay estancias que poblando Chalanta, El Tala, Lince y del Río Quinto, el paso, llevan progreso al comercio entre Cuyo y los poblados territorios del nordeste, que ya no sufren estragos al surcar con las carretas aquel camino vedado de la larga travesía. Veinte leguas ahorrando llegan ahora a San Luis, por verdes terrenos llanos.

1817 - 1818

Indios y crueles bandidos los pueblos van asolando. Son socios de los chilenos, los Pincheyra, cuatro hermanos que con vileza negocian con el ganado robado de los campos argentinos causando hondo quebranto en los pueblos indefensos, que se encuentran empeñados en ganar su independencia. Los ranqueles estos años ya comienzan a mostrar con Painé y su firme brazo, que aliados con Yanquetrus el gran cacique araucano, van a ser la sombra negra de los pueblos agotados.

Y ya llegan del desierto los mensajes para el blanco, vuelve el malón en las ancas de los baguales pampeano. El alarido ranquel truena feroz en los campos y el gemido de las víctimas se mezcla al dolor y al llanto.

1823

Por otro lado Pincheyra, el “cruel bandido inhumano” amenaza con traer invasión a los poblados. Ya preparan la defensa los acosados puntanos. En Asamblea resuelven demostrando ser osados, internarse en el desierto a observar sobre los campos, si hay indicios de invasión o hallan bomberos espiando. Si es así, se los captura para ser interrogados. Y vaya la paradoja, entre indios y cristianos, no hay diferencia en espiar al enemigo, mandando emisarios que falsean las noticias, por lo tanto toda clase de rumores, van a uno y a oto lado.

1824 -1827

Es costumbre de los indios en la frontera parados, formar un extenso frente haciendo así el amago de un ataque general y luego reconcentrando su golpe, van a los puntos más solos y desarmados. A San Lorenzo y El Morro invaden amenazando primero la rica zona de los campos de Sampacho.

Pallustrus es el cacique que es batido y alcanzado quitándole una cautiva, y mil vacunos. En tanto, no salvan la caballada que en la huida lleva arreando.

LOS CRISTIANOS VIOLAN LA PAZ

Al fin se firma una tregua a cambio del anual pago que el Gobierno de San Luis, obedeciendo aquel trato, hará a los indios en víveres, y buena porción de ganado. A Santa Fe y Buenos Aires se van los indios pensando formar parte del malón que los pampas prepararon.

Gregorio y Tomás Lucero, que son los jefes puntanos de la Guardia Nacional, deciden o son mandados a llevar traidor malón a los toldos con un cuadro de voluntarios que entran los indios viejos matando, robando flaco botín y llevando sin reparo indias y niños cautivos. El hombre “civilizado” era un puma sanguinario, manchando sus torpes manos con la sangre de inocentes, injustamente inmolados.

1828 – LA MASACRE DE SAN LORENZO DEL CHAÑAR

A pesar de que el botín conseguido, era muy magro, deciden otra incursión hacia los toldos lejanos. Seiscientos hombres galopan -sus hogares desolados- todos van al sacrificio pero marchan muy ufanos, sin más pertrechos de guerra que sus mal armados brazos, pocos fusiles de chispas, endebles lanzas en alto, boleadoras y facones, hacia la muerte rumbeando. La Laguna del Chañar es buen lugar de descanso. Allí la noche los cubre con su fatídico manto. No han destacado bomberos que exploraran aquel campo, cincuenta leguas andadas necesitan un descanso.

Marchan al norte los indios -ya lloraron el quebranto que han encontrado en los toldos- y es terrible el ululato de venganza contra el winca que estremece aquellos campos. Los indios ya han descubierto la fuerza de los puntanos que pretendía invadirlos. Cuando el silencio es un claro signo de que los hombres se han entregado al descanso, sin centinelas, ni rondas, va la muerte cercenando el aliento en las gargantas de los frustrados cristianos.

Pincela la madrugada un patético y macabro escenario silencioso. En los pajares picados por los cascos de los potros, los cuerpos hechos pedazos de toda la división, yacen bajo los rayos de un tibio sol de diciembre

que se asoman sobre el campo.

Mas, la dramática fuga de un jinete cuyo rastro claramente lo delata, es un indicio muy claro que alguno sobrevivió de aquel desastre tan vasto. Al norte Basilio Sosa, el valeroso soldado de San Martín, huye raudo por el solitario campo. Confundido con los indios, esa noche se ha salvado llevando la triste nueva del desastre a los puntanos.

Hacia el norte también van con su mensaje de espanto los indios a depredar los hogares desolados, en Pringles y San Martín. Es muy cruel el desengaño de los que esperan la vuelta de los hombres. El quebranto llega en la punta afilada de las lanzas. Los ancianos encuentran horrible muerte, son arrasados los ranchos, y a las mujeres y niños Se los lleva cautivados. El gobernador Ortiz anuncia en un triste bando, la desgracia del Chañar a los dolientes puntanos. En la campaña, el terror sus reales ha asentado.

“¿Qué más podían hacer aquellos bárbaros, sino lo que estaban haciendo?¿Les hemos enseñado algo nosotros que revela la disposición generosa, humanitaria, cristiana, de los gobiernos que rigen los destinos sociales? Nos roban, nos cautivan, nos incendian las poblaciones, es cierto. ¿Pero qué han de hacer, si no tienen hábitos de trabajo? Los albores de la humanidad presentan acaso otro cuadro?”…

Lucio V. M ansilla. - 1870 –Leuvucó

CAMPAÑA CONTRA LOS INDIOS

CAMPAÑAS CONTRA EL INDIO

Varías fueron las campañas que en San Luis se prepararon por reprimir a los indios que rapiñaban los campos abortando la esperanza que en los surcos, el arado prometía al poblador que bajo el cielo puntano sembraba semilla incierta, siempre alerta y aguardando cual desvalido señuelo, que llegara como aciago, siniestro cuervo, el malón. A alzarse con el ganado, hollando con dura planta los sembrados y los ranchos.

Como oscuro vendaval que se gestara de antaño, se abatió sobre los pueblos, las estancias y los campos, enarbolando jirones de pájaros agostados y vendimias de agonía, oponiendo férreo brazo al cristiano poblador y al avance del soldado.

Numerosas incursiones en su contra se gestaron con idéntica consigna, someterlo y empujarlo hacia el sur y hacia los Andes. En reducirlo pensaron y los más, sin miramientos, también en exterminarlo,

-al final fue lo que hicieron- era el dueño de los campos pero el autor implacable de malones despiadados, el enemigo invisible listo a lanzar el zarpazo, surgiendo desde las sombras con sus heraldos de llanto. Hasta en su misma guarida era preciso buscarlo. Todo era cuestión de táctica, con regimientos compactos y aguerridos en la lucha, había que acorralarlo en un ataque ofensivo. Eran muchos los fracasos de las armas impotentes para un problema tan magno.

ACOSO SALVAJE

En mil ochocientos treinta y dos, aquel año aciago, tres invasiones de indios hollaron, suelo puntano, cautivando a las familias y llevándose el ganado del Río Quinto y El Morro. Hasta Renca la arrasaron, a la iglesia destruyeron y el sagrario fue saqueado. Aquel acoso salvaje sumía en el desamparo a esos pobres habitantes que armaban sus fuertes brazos con cuchillo y boleadoras, por rechazar a los bandos que impunemente violaban la paz de estancias y ranchos.

SOCORRO

San Luis pidió a la Nación un auxilio inmediato, pues no podía frenar la invasión del indio bravo. Era el campo preferido para todos sus estragos. Comandante General de Armas es nominado Don Gregorio Calderón, que cumplió con el mandato de organizar las milicias. Generosos los estados respondieron con presteza al llamado del puntano enviando lanzas, fusiles y a los hombres convocados para enfrentar a los indios y salvar a los puntanos.

ENFRENTAMIENTO EN EL MORRO

Calderón allá en El Morro se concentraba aguardando las tropas de Reynafé que unidas a los puntanos, enfrentaron a los indios que venían asolando los campos del Río Quinto. Las armas que habían mandado desde Mendoza, en carreta, debieron hacer un alto pues avanzaban los indios con velocidad de rayo.

Diecisiete de noviembre y aún no había clareado, cuando parda polvareda se divisó cuesta abajo. Quinientas lanzas de encono tremolaban en los brazos, ya se acercaban los indios remolineando el espanto. Pronto en línea de batalla se formaron los soldados. Reynafé a la derecha con las fuerzas de su mando. La infantería después, y artilleros comandados por Jorge Velasco y Chávez. La milicia de puntanos y cordobeses, la izquierda de la línea ocuparon. Al frente de estos valientes los comandantes aliados Bengolea y Lucero, y en la reserva dos bravos piquetes de la gallarda caballería al mando del comandante Videla del ejército puntano.

DERROTA DEL EJERCITO

El combate se inició apenas el sol sus rayos asomaba tras el cerro, pincelando de rosados el firmamento campero. Se vio a Lucero lanzando un ataque formidable, en el pecho como un faro la flor roja del coraje, galopando sus caballos al encuentro del salvaje, peleándolo mano a mano. Le infligen terrible herida a lucero, rechazando aquel ataque tan cruento llevado por los soldados.

Después de dos fuertes cargas resistidas por el cuadro que formó la infantería, los indios se retiraron acampando a una legua con vacunos y caballos y corriéndose después al sur y siendo alcanzados por Videla y Reynafé. Los indios los enfrentaron a cinco leguas del Morro, -ese testigo callado de una batalla tan recia- causando terrible estrago entre las filas aliadas. El campo quedó sembrado de heridos y hombres muertos. -Triste río va arrastrando amapolas escarlatas-. Los indios que se salvaron, y que fue la mayor parte, huyeron con el ganado -muchos miles de cabezas- que a los toldos se llevaron.

CAMPAÑA DE ROSAS

Con esta aciaga derrota, a todos queda bien claro que sólo Manuel de Rosas, con el poder concentrado puede ayudar a San Luis y a los pueblos aledaños, Las Pulgas, El Morro, Renca, Santa Bárbara, poblados que en una eterna vigilia y con armas en la mano, pasaban sus tristes vidas siempre al malón aguardando.

Otras comarcas sufrían este problema tan vasto, es por eso que el clamor subió hasta el sitio más alto. La libertad y el sosiego de todos los ciudadanos, eran para el gobierno los derechos más sagrados. Gemían en cautiverio tantos sufridos cristianos y los bárbaros del sud seguían amenazando.

EL cacique Yanquetrus con su tribu está asentado a la orilla del Diamante y en los suelos aledaños, setenta leguas al sud del río Quinto, acampados bandos dispersos de indios acechando a los cristianos. Es mil ochocientos treinta y tres. Ya está preparado para marchar al desierto el ejército de bravos con sus armas y vituallas, sus pertrechos y caballos. La división derecha es comandada por Aldao, la del centro, el Coronel Ruiz Huidobro tiene al mando y la izquierda lleva a Rosas al frente con férreo brazo.

Contaba Rosas con indios que a su ejército se aliaron, alcanzando en su campaña la orilla del Colorado, llegando sus divisiones a nuestro suelo cuyano. Más de seis mil indios fueron en combate derrotados y dos mil de los cautivos, a sus lugares retornaron.

PARTE RUIZ HUIDOBRO

Riega febrero cigarras en los desolados campos y ya parte Ruiz Huidobro seguido por sus soldados, al país de los ranqueles. San Luis se queda aguardando en una vigilia eterna, envuelta en silencio cauto. ¡Cuánto heroico sacrificio por sus hijos realizado!

Ruiz Huidobro va a la guerra orondamente instalado en galeras de gran lujo, guardarropas con el fausto de un general de la Francia del Imperio y llevando una corte de placer algunos bufones raros, un músico y un poeta y un cocinero avezado. “Un general de papel” Facundo lo ha dicho claro. Rumbo al sudeste, las márgenes del río Quinto buscando, en el Paso del Lechuzo, cuando ya principia marzo, el primer combate tiene la indiada con los soldados.

COMBATE DE LAS ACOLLARADAS

Siempre hacia el sur es el rumbo y ya es dieciséis de marzo. El temido Yanquetrus el gran cacique araucano, con mil lanzas de bravura, sus corceles desbocados, embiste en veloz carrera a aquello odiados blancos. Las galas de la mañana el polvo las va ocultando, remolinean las lanzas sus colorados penachos tiñendo de sangre el aire. Los infantes forman cuadros y la audaz caballería a la carga está tocando.

Las bayonetas relucen con sus destellos aciagos, buscando cobrizos pechos. Barcala llena los claros, oponiendo fuerte muro a aquellos salvajes bravos. sufre la caballería de los indios el zarpazo, ya sucumben los valientes, ruge el jaguar araucano. ¡A la carga! el grito suena en medio de aquel quebranto. Los Dragones de la Unión que forman bravos puntanos, avanzan cual vendaval con sus mortíferos rayos sobre los indios que huyen en los caballos llevando los heridos en combate, dejando sembrado el campo con un centenar de muertos. También los “civilizados” sus muertos y heridos cuentan, mas, el cacique araucano que pierde tres de sus hijos, huye al desierto enlutado, con sus lanzas derrotadas sumido en hondo quebranto. Al otro día en San Luis, la alegría estalla en bando que anuncia la buena nueva a los pacientes puntanos.

LOS INDIOS VUELVEN A INVADIR

Las hojas del calendario nos marcan un nuevo año, y más feroces que nunca los guerreros se han lanzado a vengar la cruel derrota que el mes de marzo les trajo, allá en Las Acollaradas a ranqueles y araucanos. Achiras y El Morro invaden trayendo muerte y espanto, señorean en el sur de San Luis y en esos campos matan, incendian y roban todo el ganado que al paso encuentran y que al desierto en su huida van arreando.

Desde Chischaca hasta El Lince, los ricos y verdes prados al norte del río Quinto, de Saladillo los campos Trapiche y Estancia Grande, todo lo van arrasando. Quines, Luján, Río Seco, son terribles los estragos. Carolina, Santa Bárbara, ningún pueblo queda a salvo. Hasta San Francisco llegan para robar el ganado.

SAN LUIS IMPLORA AYUDA

El comandante Lucero los persigue, pero en vano. Huye la gente a los montes, abandona los poblados, el gobernador les pide que así se pongan a salvo. Y San Luis que por la patria todo lo ha sacrificado, pide ayuda a sus hermanas para salvar del quebranto a sus hijos que resisten sumidos en llanto amargo.

A Buenos Aires implora Calderón en su llamado: la infortunada San Luis, sin recursos soportando insaciables hordas crueles que los campos han sembrado de muerte y calamidades, agoniza en ese largo calvario, desnuda y triste, sus hijos desconsolados. Y Buenos Aires responde a los puntanos enviando doscientos valientes hombres. Así el cuerpo conformado, Auxiliares de los Andes entra en el suelo puntano, cuando setiembre regala tornasoles a los prados trayendo fe y optimismo a lo largo y a lo ancho de la tierra sanluiseña, que como quebrados gajos va perdiendo a las familias que huyen buscando otros pagos. De la Presilla y Gatica de San Luis, se van llorando, también Bustos, Ortiz, Varas y Lucero que aterrados, a Mendoza y a San Juan se van a poner a salvo.

COMBATE DE PAMPA DE LOS MOLLES

En la Cañada del Sauce se concentran los puntanos, con Pablo Lucero al frente de noventa hombres bravos cada uno con su lanza. cincuenta fuertes serranos forman la caballería con Bruno Ponce en el mando. En total son cuatrocientos con el cuadro que ha mandado en auxilio Buenos Aires, los que esperan en el vasto escenario de la pampa. Ya finaliza aquel año, ocho de octubre amanece bajo un cielo alabastro. La primavera florece, sus verdores regalando. Pero los hombres que esperan con las armas preparados para enfrentar al salvaje, no reparan en el canto de alabanza que al Creador se eleva desde los campos.

Ya se acercan las mil lanzas de los indios comandados por seis caciques que vienen de Carolina llevando muchas familias cautivas y arreando con sus caballos muy cerca de veinte mil cabezas de buen ganado.

En la pampa de los Molles, y los campos comarcanos a los Cerros del Rosario, para cerrarles el paso cuatro escuadrones se forman. Comandante de los cuadros Argarañaz y Romero y también en ese mando están Mendiolaza y Chaves al frente de aquellos bravos. Un duelo a lanzas y sables en cuerpo a cuerpo enfrentados. La infantería a los tiros en los indios abre claros, mientras Romero se bate con el grueso de los bárbaros, a Argarañaz una lanza grave herida le ha asestado. Pero Ponce y sus valientes, llegan abriéndose paso y salvan a Argarañaz, que también es auxiliado por el mayor Mendiolaza que va en apoyo de ambos.

Pero los indios consiguen batiéndose como bravos, desordenar la milicia con sus lanzas y caballos, las dos armas que dominan. En ese momento malo, aparece la reserva y se rehacen los cuadros. Vuelven las caras con bríos a buscar entre el ganado a los indios que se ocultan mientras lo siguen arreando. Al fin les da la victoria un esfuerzo combinado. Los indios son perseguidos mientras quedan en el campo muertos sesenta guerreros, los caciques y el amado buen hijo de Yanquetruz llamado Pichul, hermano de otros tres caciques muertos batallando con los blancos. se rescatan los cautivos y se les toma el ganado. Muy pocos indios se escapan montando fieles caballos. Está de fiesta San Luis y en un fraternal abrazo se confunde con las tropas que del indio la han salvado.

LA AMENAZA CONTINUA

Corre el año treinta y cinco y Yanquetruz, aquel amo del imperio ranquelino, sigue a San Luis alarmando. Luchó en Las Acollaradas con el empuje de un bravo y ahora vuelve trayendo a un escuadrón despiadado su hijo Pichun, Baigorrita y Painé van de la mano para llevar los malones a los débiles poblados. Mendoza, San Luis y Córdoba, sólo quieren este año terminar con Yanquetruz, pero el siguiente ha llegado y la amenaza es un buitre en las sombras aguardando. Al fin muere Yanquetruz, y hay jolgorio en los puntano.

Es el año treinta y siete y San Luis ha destacado varios piquetes de fuerzas previendo nuevos asaltos. Varela, Chalanta, El Morro, son los pequeños poblados

donde el salvaje solía atacar a los cristianos. San Ignacio, Fuerte Viejo, Bebedero, son al cabo baluartes de contención de los salvajes asaltos. A pesar de las batidas que le infringen los soldados el indio insiste en llevar sus malones a los blancos. Fuertes partidas invaden Las Pulgas y El Morro. En tanto otras llegan hasta Renca con sus corceles nefandos.

1847- 48 NUEVAS INVASIONES

En el camino que lleva -entrando en suelo puntano- de Buenos Aires a Cuyo, partidas de refugiados comandadas por Baigorria y con los indios al mando del cacique Coliqueo, sufrían cruentos asaltos los viajeros que en carretas cruzaban suelo pampeano y las estancias y pueblos sufrieron nuevos zarpazos. El gobernador Lucero, en el Morro se hizo cargo de las fuerzas veteranas, para oponer tenaz brazo a los crueles invasores. Los cuadros se completaron con los hermanos Saá y con los otros puntanos que entre los indios vivieron y hace un año regresaron. Conocían el desierto cual la palma de la mano, y la táctica aborigen, encrucijadas y atajos. Por eso grandes servicios a su pueblo le prestaron, persiguiendo sin cuartel al ahora castigado en la laguna de Talca. Painé, un cacique tan bravo que sobre El Morro y San Luis y Lince había pensado caer y hacerlos ceniza, pasar luego a Río Cuarto con sus lanzas enconadas, y su mensaje nefasto. Había violado así sin tener ningún reparo, sus compromisos con Rosas y seguía simulando que pretendía la paz, cuando a principios de marzo, se desató la invasión. Tres caciques en el mando, Painé, Pichul y Baigorria. En los fuertes encontraron valentía y resistencia de los recios veteranos que Lucero comandaba con muy enérgico brazo.

Cuentan que Juan Saá, el diecisiete de marzo, con sus bravos perseguía al salvaje que iba arreando hacia los toldos ranqueles, caballada y buen ganado, cuando Painé lo descubre de una cuchilla, en lo alto.

Cargan los indios con brío, mezclados con los cristianos, contra los sables y el fuego las lanzas remolineando, cuando Baigorria y Saá, espoleando sus caballos se enfrentan en cruel combate: Saá de un fuerte sablazo le parte el cráneo a Baigorria, que más tarde deja el campo con Painé. Muertos y heridos tristemente abandonados, acuchilladas sus filas llenas de luto y espanto.

SINIESTRO ESCENARIO

Bajo el yunque de los cielos el alarido araucano, tronó con terribles ecos en el silencio del campo, en el Morro y en el Lince y en otros pobres poblados. Se atrincheró como pudo el pueblo reconcentrando el escaso poderío de sus armas, aterrado, sufriendo incendios y robos y toda clase de estragos, viendo pasar a la indiada entre las llamas llevando a las gimientes cautivas en sus veloces caballos. Ríos de sangre corrían y el campo ya no era campo sino un siniestro escenario hecho de muerte y espanto. Manuel Baigorria no estuvo en ese temible bando que tanta desolación a su tierra natal trajo. Hacer la paz con San Luis, los caciques intentaron. De los toldos de Galván hubo fuga de cristianos, y por fines de diciembre continuaban los soldados reprimiendo a las indiadas. Estaba quemado el campo por espantosa sequía y extenuados los caballos sin fuerzas por la flacura.

Ya transcurrió un nuevo año y El Morro, Desaguadero y Mosmota fueron pasto de terribles incursiones, preparando mientras tanto una masiva invasión a los pueblos comarcanos.

Primero atacan a Córdoba, los chasques cansan caballos trayendo las novedades por los cerros y los llanos. Meriles el comandante, recibe desde Sampacho, Río Quinto, San Ignacio, Achiras y Río Cuarto, las noticias y las manda desde El Morro a los poblados, y el gobernador Lucero lo tiene de todo al tanto. Los invasores de Córdoba que ya vienen regresando, se unen a los que en Renca impiadosos la saquearon, llevando niños cautivos y cabezas de ganado.

1849 – EL PASO DEL LECHUZO

Sale Domingo Meriles con sus tropas desde el paso del Molle, antes que el sol de febrero encienda rayos de fuego sobre los verdes del Río Quinto, hacia el Paso del Lechuzo, adonde envía una partida de cuatro soldados que manda Frías. Van con cinco milicianos más el maestro de posta, Víctor Domínguez, llamado a descubrir el terreno por consejo de vaquéanos destacados por Meriles, con un mandato muy claro: no enfrentarse con los indios. Pero llegados al Paso del Lechuzo, no obedecen la orden y pagan caro, porque le cuesta la vida a Domínguez y al soldado Bartolo Belis cautivan. Un nuevo jalón nefasto en esta lucha tan larga que tanta muerte ha causado.

CONTINUAN LOS MALONES

Ya está instalado el invierno en los cerros y en los llanos, sembrando flores de escarcha junio envía sus heraldos. No se detiene el malón en su carrera de espanto, ha invadido Pedernera y a Cortaderas ha entregado. Martín Ardiles ya sale a perseguirlos al campo, pero los indios se internan con sus veloces caballos, en intrincados senderos y sin ser escarmentados, en el bosque se guarecen protegidos de los blancos. En julio invaden a Córdoba pero allí son derrotados.

Setiembre estalla en colores efluvios y trinos claros, pero la muerte cabalga por los campos agostados y es la región de Gorgonta la que sufre cruentos daños. Y los chasques continúan en incansables caballos, llevando las novedades y las leguas devorando. ¿Cómo podían crecer esos humildes poblados, si agotaban sus esfuerzos en un conflicto tan largo? Es necesario rendir nuestro tributo más caro, a todos aquellos hombres que los cimientos fundaron del presente que hoy vivimos en nuestro San Luis amado.

EL COMBATE DE LAGUNA AMARILLA

Mil ochocientos cuarenta y nueve ya está acabando, a principios de noviembre los indios han acampado en la Laguna Amarilla, y los viene comandando el cacique Quichusdeo. Va siguiéndole los pasos el comandante Meriles que a Torres lo ha designado como jefe de Vanguardia, y a Juan Saá, el bizarro coronel de larga fama, le ordena que con los cuadros de soldados los persiga por aquellos yermos campos. La laguna como espejo de cristales azogados, invita a dar de beber a los cansados caballos. Están los hombres de Torres a las cinchas aflojando, cuando coronando un médano a la laguna aledaño cerca de seiscientas lanzas, su negro perfil cargado de funerales mensajes, se recortan contra el claro firmamento de la pampa, sorprendiendo a los soldados. Las órdenes son tajantes, muy adentro los caballos de la pequeña laguna, que quedan allí maneados, custodiados por Becerra, que a pie firme está esperando el ataque de los indios ya muy envalentonados. El Capitán Torres cerca de las tropas va anudando las pajas formando línea, y disponiendo en el acto que nadie dispare un tiro hasta que su voz de mando ordene iniciar el fuego. Los indios vienen montados o a pie blandiendo sus armas, sobre las lanzas saltando en la algazara del triunfo que festejan de antemano.

AMENAZA DE QUICHUSDEO A JUAN SAA

Juan Saá le dice a Torres: “muy veloz en mi caballo, puedo avisar a Meriles para que acuda a salvarnos”. Con emoción le contesta: “No compadre. En estos casos los amigos deberán morir juntos. Por lo tanto, bájese y le probaré con el salvaje peleando quién es el Bocón del Morro. Como un vendaval humano, los indios vienen. De pronto, un jinete que montando en bravo corcel de guerra se desprende cabalgando y a corta distancia frena, se encabrita su caballo, pero sólo es un instante. Con seguro y férreo brazo, el magnífico guerrero lo domina y rayando ante Juan Saá se para, gritándole en araucano su larga y furiosa arenga. Cuando se hubo retirado, Juan Saá dice a la tropa. “El que me estaba insultando es Quichusdeo el cacique que tiene fama de bravo, y aunque sea con un indio,

él seguirá batallando”.

En su arenga le ha advertido que muy pronto, desollado lo dejará y gota a gota, -porque ha sido muy ingrato- la sangre le sacará, pues olvidando el amparo que le dieron en los toldos hoy viene con los cristianos a perseguirlos a ellos que lo trataron de hermano. Cuando se rompe los nudos de las pajas, truena alto la voz de Torres al grito de ¡fuego! y los soldados disparan entre aullidos, los indios siguen cargando a pesar de que los sables y las balas, cruel estrago y gran mortandad les causan. Hay un revuelo enlutado de pájaros en el aire, -la muerte sopla silbatos de pavor enronquecidos-. En el suelo, derribado ha caído Quichusdeo, y Juan Saá a golpearlo bárbaramente acude, empuñando por el caño su infalible carabina. Quichusdeo, sin embargo, sale prendido a la cola de un valeroso caballo, a morir entre los suyos y no rendido al cristiano. (Saá será Lanza Seca desde aquel combate bravo). El primer choque ha dejado heridos y algunos muertos, pero organizan el cuadro de sólo cuarenta hombres, un puñado de soldados con el clavel del coraje en el pecho reventando, que se enfrentan a los indios que llegando en los caballos bien prendidos a sus colas, cargando duro sobre el cuadro en baticolas muy raudas, pero al final rechazados huyen dejando a sus muertos, y arrastrando en los caballos se llevan a los heridos sabiéndose derrotados.

AÑOS 1852 – 1854

Pues, Rosas ya no gobierna Urquiza lo ha derrotado y en los pueblos de San Luis, los malones mientras tantos, con su escala de terror continúan obstinados. La gente en El Morro vive escondida en lo más alto de las agrestes lomadas, bajando de cuando en cuando a la caza de avestruces, gamas, quirquinchos, guanacos, regresando con sus presas allá donde los zarpazos del malón no los alcanza, aunque vivan angustiados.

Mil ochocientos cincuenta y cuatro va promediando, veintitrés de agosto el día en que Urquiza ha decretado, que el Gobierno de San Luis se obliga a formar ese año, otro nuevo regimiento de Dragones, reforzando a los bravos escuadrones, que en su bregar denodado defendiendo la frontera, fueron dejando en los campos jirones de la existencia de sus soldados bizarros.

UN RESPIRO EN LA LUCHA

FUNDACION DEL FUERTE CONSTITUCIONAL

A saquear a Buenos Aires los indios se han dedicado y un aliviado respiro han dado al pueblo puntano. Don Justo Daract gobierna y con criterio muy claro Fuerte Constitucional en Las Pulgas ha fundado, quedando el Cerro Varela custodiado mientras tanto, por bravo destacamento con Bengolea en el mando. Es primero de diciembre de aquel recordado año, mil ochocientos cincuenta y seis en que fue fundado el pueblo que con el tiempo, llevaría el nombre claro ciudad de Villa Mercedes, y se abriría al arado potenciando su progreso en la bonanza del campo. Al año siguiente Urquiza, un Veinticinco de Mayo lo elogiaba a Pedernera, que cumpliendo fiel mandato custodiaba la frontera del territorio puntano y el de Córdoba, vecino. Había paz y trabajo por la ausencia de malones en esos hermosos campos.

1857 – 1864. VUELVE EL TERROR

Un nuevo flagelo azota con dureza castigando a la sufrida campaña, que ahora ha caído en manos de bandidos que se adueñan del fruto de su trabajo. la guerra civil la enfrenta sin piedad a los hermanos y los indios se limitan a plegarse a los asaltos de la brava montonera sin causar mayores daños.

ASALTOS Y CAUTIVOS

Una tropa de carretas en Las Cañitas hace alto y allí la asaltan los indios con sus cuchillos de espanto. El cacique Epumer Rosas con el temible Indio Blanco, llegan al Manantial asaltando y degollando y llevándose cautiva con una hijita de brazos, a la esposa de Domínguez, un vecino del poblado. A la hija la arrebatan y a la madre, con un lazo la castigan sin piedad, mientras la llevan arreando y a la pequeña la matan con impiadoso lanzazo. Después asaltan un arria y todos son desnudados y con maneas atados. Luego prenden fuego al campo. Uno logra desatarse y pone a todos a salvo, menos al hijo del dueño del arria que aquel cruel bando, como cautivo lo lleva en la grupa de un caballo. Regresan al Manantial como leones cebados y a Ceferino Pereyra le arrebatan de los brazos a su madre. Y a la hija de Amaya y a dos hermanos Oryazábal, de La Toma, los roban para llevarlos al amargo cautiverio, allá en el desierto vasto, condenando aquellas vidas a un destino de quebrantos. Muy cerca del Morro asaltan a Don Amaya, casado y padre de varios hijos, entre los indios un blanco que fuera enemigo suyo, se venga y arrebatando los hijos sin compasión, huye al aduar enancado en su potro de venganza. Amaya, con llanto amargo, pide auxilio a Bustamante que con escasos soldados no se atreve a perseguir a los trescientos del bando que se interna en el desierto, con las presas que han logrado. Gira el tiempo inexorable y al cabo de quince años, Roca rescata a Manuel, Isidro y Cruz. Sin embargo, los otros hijos de Amaya no aparecen y en el rancho hay lágrimas de añoranza. Los hijos que han retornado, en los toldos se habituaron y hablan sólo en araucano. Apenas mueren sus padres, Isidro y Manuel, al lado de sus raptores regresan dejando a Cruz en el rancho.

CAMPAÑA DEL CORONEL MANSILLA

PARTIDA

Mil ochocientos sesenta y siete. De Río Cuarto, Mansilla, en misión de paz como quedó declarado, parte al país del ranquel con soldados muy bizarros con Alvarez y Donatti, buenos padres franciscanos. Sale del Fuerte Sarmiento al trote de sus caballos y con las mulas cargadas de muy variados regalos. Llevan azúcar y yerba por los indios codiciados, riquísimo charque y sal y los chifles rezumando agua que puede escasear en un camino tan largo. Son diecinueve los hombres que van casi desarmados por el camino del Cuero, cuando ya termina marzo.

CAMPOS EN FLOR

La rastrillada se abre por un amplio descampado, cebadilla y porotillo suave alfombra de los campos, trébol y verde gramilla acariciando los cascos con sus minúsculos dedos de tierno esmeralda vago, grandes cascadas, arroyos caudalosos y muy largos. Entre el río Cuarto y Quinto ¡qué campos para el ganado! Cuando llegan a La Alegre, cansados, hacen un alto. Arde el fogón en la tierra a la rueda convocando y en el cielo se denuda una luna de alabastro.

Abandonan la laguna, internándose en el campo, eludiendo los guadales, cruzan bosques de alpataco, de chañar y de algarrobo, llegando a Zorro Colgado y después a Pollo-helo. Muy guadaloso está el campo, pero siguen siempre al sur hombres, mulas y caballos devorándose las leguas, médanos, montes, bañados. Colí-Mula queda atrás. Parten chasques con encargos para el cacique Ramón. Bajo un cielo encapotado el indio Angelito marcha con Guzmán, un criollo cabo, llevan cartas de Mansilla anunciando que de largo pasará por el Rincón. A los toldos de Mariano los visitarán primero, por ser de más alto rango.

LA CEJA DE TIERRA ADENTRO

Antes de rayar el alba con la fresca galopando, de Tierra Adentro la ceja de los montes ha asomado. Dejan atrás Ralicó, pasan por médanos altos, Tremencó y luego el Cuero, dominio del Indio Blanco. Era temible la fama de aquel bravo renegado sin caciques y sin leyes. Por los campos maloqueando suele llegar a San Luis atacando los poblados, con su reguero de muerte, de robo y crueles estragos. Monte espeso, agua infinita, gramilla abundante y pasto, se extiende el Cuero hasta el Ande con su paisaje variado.

CENCERROS DE CRISTAL

Arriban a Chamalcó y allí descansan un rato. Otra vez en el sendero recibiendo latigazos de las ramas inclementes. En el silencio morado y envolvente de la noche, los cencerros con un claro tintineo cristalino, van abriendo con su canto el camino a las tropillas, que a la hora del descanso ya maneadas las madrinas, sus sones van acallando. Se junta la caballada y en la blandura del pasto todos se entregan al sueño en la tibieza del campo.

RUMBO AL SUR

Promediando la mañana a La Verde han arribado, son un bálsamo sus aguas para hombres y caballos, pero es preciso seguir, Leuvucó está esperando. De trecho en trecho, algún toldo soledoso y olvidado y de repente, a la lejos, galopando su caballo, viene un indio con su lanza adornada de un penacho de plumaje de flamenco. Avanza remolineando su lanza, metiendo miedo mas, sujeta su caballo, se para encima del lomo sobre la lanza apoyado, y cual estatua de bronce queda inmóvil, observando.

La pequeña caravana con sus mulas y caballos, sigue avanzando sin pausa aunque acortando ya el paso. Tan veloz como una flecha, a plomo sobre el caballo se deja caer el indio y cual potro desbocado, en dirección a Mansilla cabalga la lanza en alto. Se encuentran y el lenguaraz que Mansilla ha destacado conversa con aquel indio tan diestro con el caballo. Se saludan y se calman y cada cual por su lado siguen marchando hacia el sur a los toldos de Mariano.

INDIOS A LA VISTA

“En alas de la impaciencia” continúan cabalgando. Se quiebra el suelo en bajíos, se trepa a médanos altos, fustiga el sol con su fuego y ellos siguen cabalgando. Al unísono las voces ¡indios!, ¡indios! han gritado. Hacia ellos va Mansilla - “Que avancen todos al tranco”- es la orden de su tropa, a pesar de estar rodeado, sigue al galope Mansilla, detrás los indios, cual rayo.

Visten trajes caprichosos y de colores variados, vinchas, sombreros, pañuelos, Jergas o ponchos pampeanos. Ebrios los más y los rostros pintados de colorado. “¡Winca! ¡winca!” y el insulto en el mejor castellano.

“¡Buen día amigo!”, Mansilla, y el lenguaraz explicando los motivos de su viaje. Otra vez – “¡buen día hermano!” y Mansilla que reparte entre los indios, cigarros. “¡Ese coronel Mansilla!” y en el chifle rezumando el aguardiente circula. “Achúcar”, es el reclamo y no se cansan los indios de pedir a los soldados.

EL CACIQUE RAMON

Un tropel y un remolino de polvo y sujetando los caballos, treinta indios emisarios de Mariano, al mando de Caniupán se detienen sólo a un paso de Mansilla quien escucha, ya con paciencia de santo, lo que dice el lenguaraz: “Manda saludos Mariano a los jefes y oficiales y les pide que en el campo permanezcan otra noche”. Mansilla se está cansando de recibir emisarios. A tres Ramón ha enviado, hay marchas y contramarchas, insultos de los cristianos y atropellos a los frailes. “Si sigue esta farsa mando al diablo todo y regreso” -Mansilla grita enojado -.

Desde el bosque, de repente, Ramón se presenta al mando de ciento cincuenta indios y a mil metros hacen alto. Tocan marcha y a degüello tres trompas que muy ufanos, siguen a un indio que monta en un soberbio picazo. Es el cacique Ramón con sus lanceros armados, que dan un grito tremendo al pelotón van rodeando.

Luego comienza el saludo, un fuerte apretón de manos y un grito de cada indio a quien iba saludando que se golpea la boca con la palma de la mano. y entre vítores y dianas Mansilla le da un abrazo al cacique que se echa sobre el anca del caballo, con visible desconfianza. A pesar de este rechazo, todos alegres emprenden, los indios y los cristianos, el camino de Aillancó donde llegan muy cansados.

MENSAJES DE MARIANO

Se va Ramón con su gente, acomodan los caballos y después de un buen fogón, se toman justo descanso. Por la tarde nuevamente hay mensajes de Mariano, que le recuerda a Mansilla que cuide bien los caballos, pero aun no los invita a su toldo a los cristianos. A la mañana, visitas les llegan de todos lados. Los indios siguen pidiendo por aguardiente y cigarros y prendas de todas clase, que regalan los soldados. Un indio pide a Mansilla, y con abierto descaro, el pañuelo que en el cuello lleva muy bien anudado.

Al negárselo se va gruñendo “cristiano malo”.

LLEGAN LAS MULAS

Muy cerca de Leuvucó están todos demorados. Mariano Rosas les manda a pedir que hagan un alto al lado de una laguna. Desensillan los caballos, recogen leña y muy pronto, en el fogón el asado de mula suelta su aroma y todos bajo los astros que los miran inmutables, se hermanan en ese acto sencillo de tomar mate y ricos choclos asados. Al día siguiente llegan las mulas con los regalos, y aquellas cuatro cargadas con ornamentos sagrados.

RUMBO A LEUVUCÓ

Se presenta Caniupán, mensajero de Mariano, con unos cuarenta indios, briosos corceles montando, bien vestidos de parada con todo el lujo pampeano, coleras, grandes testeras, y también enjaezados con estribos y pretales, de primorosos ornatos en rica y muy fina plata, jinetes llevando poncho y con sombreros chilenos, y algunos, al pie pelado ajustadas las espuelas.

El gran cacique Mariano, mañana recibirá en su toldo a los soldados.

Esperando están los indios en un descampado ancho, sucesión de tristes médanos y a lo lejos con su halo de misterios, negra ceja de monte y el anhelado “allá se ve Leuvucó” y esa mano señalando indica el sitio preciso de aquel recinto vedado. Hacia allí marcha Mansilla con los padres franciscanos, sus soldados y los indios, las tropillas de caballos y las mulas cautelosas con sus cargas de regalos.

PARLAMENTOS

Comisión de recepción Mariano Rosas ha enviado y en un largo parlamento, para paciencia de santos, el lenguaraz, tres razones del saludo de Mariano da a conocer a Mansilla. Simplemente ha preguntado: “cómo está”, “cómo le ha ido”, “si no ha perdido caballos”. De tres razones han hecho otras diez que han enunciado en orden los lenguaraces, con idénticos vocablos y dando vuelta las frases, monótonos, prolongando con énfasis, el sonido final que se ha pronunciado.

Son los indios oradores y compiten en el acto de exponer en parlamento sus razones, esperando, agachada la cabeza y con los ojos clavados en el suelo, el momento de responder. Mientras tanto, en un profundo silencio, todos están sopesando cada razón enunciada aprobando cuando es claro el concepto y convincente. Con la cabeza negando si la razón expresada no resulta de su agrado. Siguen rumbo a Leuvucó pero el cacique Mariano le envía dos parlamentos y así será saludado antes de que Mansilla pueda, al fin, entrevistarlo. Terminadas las razones todos se estrechan las manos, aturden hurras y vítores que cesan con los abrazos. Hay un flamear de banderas, y en sus pliegues colorados, el saludo de los indios a aquel grupo de cristianos.

EN LOS TOLDOS DE MARIANO ROSAS

Estando muy cerca ya de los toldos suspirados, ordenan otra parada y hay que seguir esperando, pues los indios quieren verlos y muy de cerca estudiarlos. Las viejas brujas reciben informes de lo observado leyendo en el porvenir, al gualicho conjurando, delatan las intenciones de Mansilla y los soldados, que ya pueden avistar a la corte de Mariano que envía su embajador, para poder saludarlo.

El mensaje es el siguiente “Dice que se alegra tanto de verlo llegar allí a su tierra, bueno y sano, que está ahí para servirlo y que escuche mientras tanto las pruebas de que ese día para indios y cristianos es muy grande”. Las descargas de fusiles saludando los cohetes de la India, parten de los refugiados que viven en el desierto y los dirige el puntano Ayala, que así recibe a los recién arribados.

SALUDOS, VIVAS Y REFLEXIONES

Terminados los conjuros, por fin había llegado La hora de recibirlos. Se apean de los caballos y hay un ¡Hurra! como trueno. A Mansilla están vivando. ¡Que viva Mariano Rosas! contestan los que han llegado. Hay vivas, al presidente y otro final y muy claro a los indios argentinos que lo escuchan muy honrados. En los toldos de Mariano todos se encuentran a salvo. Los dos jefes se saludan con un apretón de manos, se abrazan y cada uno lo carga al otro en los brazos, en medio de fuertes gritos. Con Epumer, el hermano, se repiten los saludos, aunque hay un indio pesado,

Mansilla debe esforzarse y cargarlo entre los brazos. Así con todos los indios de este modo saludados.

Se desparrama la gente, casi todos a caballo, con rayadas y pechadas. Otros miran admirados los nuevos rostros diciendo: “Ese coronel cargando”. “Ese Mansilla muy toro”. Y con codiciosas manos, el puñal de oro y plata bien prendido a su costado, la cadena del reloj, muy curiosos van tocando su blanca barba y la ropa, y el cuerpo de arriba abajo. Varias chinas y cristianos a los padres franciscanos se acercan y de rodillas y sus cordones besando, les piden la bendición y Mansilla, mientras tanto, reflexiona de este modo: “¿Qué les hemos enseñado que demuestre que el gobierno es generoso y cristiano?” “Nos roban y nos cautivan, ¿Qué pueden hacer acaso, si ellos no han adquirido la costumbre del trabajo?” “¿A quién echarle la culpa?” “Creo, no hay que dudarlo, somos culpables nosotros, el mundo civilizado”.

EN LA ENRAMADA DE MARIANO ROSAS

LA COMIDA

En la enramada del toldo está todo preparado con cómodos asientos, consistentes en muy blandos cueros negros de carnero, dos o tres forman respaldo, cómodamente arrollados y otros tantos estirados, lanudos, aseados lechos. El de respaldo más alto le corresponde a Mansilla sobre suelo bien regado, los otros están dispuestos para el cacique Mariano sus parientes y visitas. Para los recién llegados hay otra fila de asientos, que los están esperando.

En la tibieza del toldo, cumplen su arduo trabajo traduciendo las razones, el lenguaraz de Mariano y el que ha nombrado Mansilla. Después, con silente paso, penetran varios cautivos y cautivas con los platos de madera que los indios mismos hacen. Rebosando de comida, carne y caldo con cebolla aderezado, bien caliente y suculento y devorado en el acto. De plata son los cubiertos y de madera los platos. Traen de nuevo las fuentes repletas de rico asado, luego, algarroba pisada, tostado maíz, al rato, y el agua en jarro de aspa. A la voz de ¡trapo! ¡trapo!, llegan pedazo de tela para limpiarse las manos.

BEBIDAS Y REGALOS

Beber es un acto aparte. Jarros, vasos y chambaos con aguardiente o con vino, se elevan en cada mano en alegres yapaí, que obligan al convidado a apurar el contenido y ¡yapaí!, contestando. Corre el vino de Mendoza y el ambiente está caldeado, son tantos los yapaí que todos se van chumando, el cacique bebe poco pero Epumer el hermano, está ebrio y a Mansilla mira torvo, por debajo del ala de su sombrero con roja cinta adornado. ¡Vino!, ¡Vino! Piden todos y vino trae Mariano. Unos ríen, otros lloran, algunos: “winca engañando” -amenazan en su lengua- más, todos han comenzado a mirar con simpatía a Mansilla, que muy franco, acepta todas las bromas, los yapaí, los abrazos.

Acercándose a Epumer que lo mira desconfiado, y quitándose la capa le dice: “se la regalo, es la prenda que más quiero” y volviéndose a Mariano, “tome mi lindo puñal” -de oro y plata su cabo -. Los hermanos agradecen y lo miran con agrado. Regala sus boleadoras de marfil, también su lazo a Milideo y a Relmo, y a los hijos de Mariano les regala sus revólveres. Ya no le alcanzan los brazos que reparten generosos medias, pañuelos y al cabo, sus tres hermosos sombreros y un barril para Mariano, con el mejor aguardiente. “Para que usted vea claro como soy yo con mis indios, de esta manera reparto el aguardiente entre todos” - dice tranquilo Mariano - “Yo soy así ¡son tan pobres!” “Cuanto tengo, a no dudarlo, a ellos se los entrego”. ¡Qué ejemplo tan simple y claro que debiera conmover las fibras de los cristianos! Bate sus alas la noche y con puñales dorados hacen fintas las estrellas. En la vastedad del campo extiende su pedrería la helada cual fino manto, y alabando al Creador se eleva el alma a lo alto. Los buenos frailes descansan tranquilamente, en el rancho donde Ayala los aloja, y Mansilla, mientras tanto, se salva de un loncoteo en el toldo de Mariano. Los indios desde pequeños, en este juego de manos se entrenan con mucho empeño. -Consisten en un pugilato tirándose los cabellos para atrás, bien amarrados-. Con las últimas estrellas todos se van a sus ranchos.

LA VIDA EN LOS TOLDOS

Con escobas de biznaga y derrochando entusiasmo, varias chinas y cautivas barren el suelo regado de la enramada y el toldo. En filas van colocando los asientos y los ponchos que acomodan arrollados con los cueros de carnero. Tienden las camas y en ganchos hechos de horqueta de tala, cuelgan bozales y lazos boleadoras y maneas. Dentro del toldo, arreglando en dos trenzas sus cabellos varias indias con encanto se pintan unas a otras y se sombrean los párpados. En redondos espejitos se contemplan, ajustando una faja de colores a sus cuerpos. En los brazos, cuentas de muchos colores en brazaletes labrados de oro o de plata pura, y en el pilquén rojo y largo fino alfiler que sujeta la manta, y grandes aros completan el rico atuendo, en aquel toldo pampeano.

LA FAMILIA

Cinco mujeres, tres hijas tiene el cacique Mariano. Sus hijos, Epumer, Lincoln, Waiquiner y Duguinao, Amunao y Puitrén, que en la rueda están sentados. Indios, chinas y cautivas, tres fogones relumbrando, grandes ollas con puchero y tostándose un asado. El toldo está en movimiento, las visitas van entrando en aquel galpón de cuero de potro muy bien sobado, cumbreras y costaneras de madera y en lo alto, con una gran abertura, que deja que el humo, vago, se escape y el aire entre.

No hacen nunca fuego al raso y cuando van de malón sus fogones bien tapados siempre dejan pues, el humo traiciona al hombre pampeano.

Hay dos secciones de nichos, cual camarotes de un barco, y aunque sean matrimonio, deben dormir separados. Los catres son de madera con colchones de piel blandos. Hay orden dentro del toldo, no viven todos mezclados. ¿Se puede decir lo mismo de los gauchos que en el rancho ni siquiera tienen puerta? No tienen vasos ni platos, sus asientos son cabezas de vaca o de duro palo. Mujer, hijos y parientes, duermen todos hacinados. Es triste, piensa Mansilla, tanta ignorancia y atraso.

COSTUMBRES DE LOS RANQUELES

“Gente franca y muy sencilla - Mariano lo está afirmando - somos los indios y al toldo, cuando usted quiera, hermano, puede entrar. Cuanto tenemos a los amigos lo damos”. “si no tenemos, pedimos,” “pues nunca nos enseñaron a trabajar”. “Somos pobres”. “Me dirían delicado si viviera en una casa como ustedes los cristianos”. (Las costumbres del ranquel sigue Mansilla anotando). El ranquel es respetuoso y venera a los ancianos. La soltera entre los indios es libre como los pájaros.

La casada es una esclava del marido y si acaso de ella sospecha y la encuentra con otro hombre conversando, tiene derecho a matarla es su dueño, la ha comprado. Si en el toldo hay más de una, la mayor, en este caso, regentea a las demás. Las viudas tienen el trato que les dan a las solteras. Epumer está casado con una muy bella viuda -que ha logrado dominarlo -. Se bañan en las lagunas en algún jagüel cercano, y si alguna india pare, ella y su hijo, en el acto, en las aguas se sumergen, en invierno o en verano.

El indio gusta beber y fumar muy buen tabaco en forma de cigarrillo en las pipas o en cigarros. Con la vaina de algarrobo engordan a los caballos y hacen patay y la chicha o las consumen chupando en sus largas correrías, en remplazo del cigarro. El indio es hospitalario y si en vez de andar de paso, el viajero permanece en el toldo por un año, quizás por toda la vida, solamente está obligado a salir en los malones a los indios secundando.

CREENCIAS

Dios es allí el hombre grande y Cuchauentrú llamado, es inmensamente bueno también lo nombran Chachao, es el padre de los hombres, indivisible y amado. Hay que temerle a Gualicho, - para todos tan nefasto - el diablo que es invisible y lo mismo que Chachao, en todas partes se encuentra y siempre en el mal pensando. Provocador de desgracias, invasiones de cristianos, enfermedades y muerte. Yeguas, vacas y caballos, en su honor se sacrifican y si Gualicho ha entrado en el cuerpo de una vieja, es culpable de los daños que en el toldo se suceden, y la matan en el acto por estar engualichada. Los lugares más sagrados son las tumbas de los muertos. el alma va transmigrando y se encarna en otros cuerpos. Junto a su mejor caballo y con sus prendas de plata son enterrados pensando que los van a precisar, en especial al caballo, allá donde resuciten en algún lugar lejano.

MISA CRISTIANA EN LAS TOLDERIAS

En el telón de los cielos, espléndido sol ufano se apresuran a despertar a las florcitas del campo que duermen bajo la escarcha. Pronto estarán adornando el altar para la misa, que los padres franciscanos celebrarán en la tierra, donde viven refugiados en el cautiverio cruel, una legión de cristianos. Como sopla un viento recio, la misa se hace en un rancho. En el altar recubierto de encajes y de brocados, arden las velas de cera y Jesús está aguardando desde su cruz de madera. Hincados y otros sentados, con lágrimas de emoción, oran fieles los cristianos. Algunos indios curiosos observan siempre callados y también son bendecidos por los padres franciscanos.

BAUTISMOS EN LAS TOLDERIAS

Esta mañana bautizan los padres Anselmo y Marcos bajo el cielo de la pampa, a los hijos de cristianos y de indios y cautivas. El altar es preparado en el ranchito de Ayala, y en los toldos de Mariano reina gran animación. En el recinto entre tanto todos vistiendo sus galas los padrinos, los ahijados, los padres y los amigos, están atentos mirando a los fieles y el altar, chicos y grandes en llanto, madres que dicen radiantes ¡por fin vas a ser cristiano! -y grave baja del cielo un suave silencio claro -. Hoy bautizan a María, una hija de Mariano y Mansilla es el padrino, la niña con raro ornato luce lujoso vestido de buen brocado encarnado y una botitas de potro haciendo un contraste claro. ¡Producto de algún saqueo! Al fin explica un paisano: “El vestido es de la virgen de la iglesia que robamos en la villa de La Paz y fue traído a Mariano”. A Mansilla, para siempre le quedará aquel retrato como una impronta inquietante que con fuego se ha grabado, el de María, su ahijada, que ahora tiembla en sus brazos.

EL ARCHIVO DE MARIANO ROSAS

Mariano Rosas le pide a Mansilla aquel retrato que falta en su colección. En una caja guardados está el de Mitre y Urquiza, y el de los grandes puntanos Pedernera y Juan Saá. No está el de Rosas, y es raro, porque siempre lo recuerda por ser su padrino amado. Dentro de un cajón de pino tiene su archivo Mariano, en bolsitas de zaraza: periódicos muy doblados, correspondencia y notas y todo a muy buen resguardo. indicándole un artículo, en papel muy manoseado, que en “La Tribuna” aparece, dice el cacique: “Hermano, es sobre el ferrocarril, por qué no lee ese párrafo”. “Quieren comprarnos las tierras” -usted en eso no es franco -. “Que el tren pase por el Cuero, eso quieren, lea hermano”.

“Si eso pasa, no es seguro, -dice Mansilla turbado - ¿qué daño le hará a los indios?” “Usted pregunta ¿qué daño?”. “Primero tendrán el tren, y después querrán más campos, nos echarán hacia el sur, allá los campos son malos y serán tierras ajenas”. Así argumenta Mariano y Mansilla le contesta: “Eso no pasará en tanto ustedes honren la paz”. Mariano dice bien alto: “Si nos quieren terminar, así dicen los cristianos”. “En usted tengo confianza, que todo lo irá arreglando” y acomodando su archivo guarda silencio Mariano.

EN LOS TOLDOS DE BAIGORRITA

El toldo de Baigorrita se encuentra desmantelado y no brilla por su aseo, muy distinto al de Mariano. Mansilla es bien recibido con los frailes y soldados, y después de repartir los consabidos regalos, todos conversan alegres mientras las chinas, del campo traen una vaca gorda, la carnean y en un rato arde el fogón y el aroma convocante del asado, a Mansilla y a su gente los reúne al campo raso.

Alrededor de los toldos, un espía anda rondando. Lo manda Calfucurá el gran cacique pampeano. El arribo de Mansilla lo ha sabido, mientras tanto, junto con una consulta que en su calidad de aliado, le ha hecho Mariano Rosas. Calfucurá ha sido claro respondiendo con premura: “La paz conviene Mariano, hay que sellarla y cumplirla” y al mismo tiempo ha enviado en secreto, a aquel espía que discreto anda rondando.

Un hijo de Baigorrita, que de Mansilla es ahijado dando prueba de amistad, bautizan como cristiano. Lucio Victorio es el nombre y el compromiso es de ambos, cual si fueran hijo y padre quedan identificados. Aprovecha Baigorrita para pedir que el puntano Baigorria, que es su padrino, pueda venir a su rancho. “Una vez hecha la paz y si lo quiere Mariano, podrá tener ese gusto” -Mansilla está hablando claro -. “Pues Manuel Baigorria ha sido mal indio y muy mal cristiano no es un hombre de palabra, los ha traicionado a ambos”. Baigorrita le contesta hablando con tono calmo, que lleva su mismo nombre y por eso debe honrarlo.

TRATADO DE PAZ

Mansilla y Mariano Rosas han firmado un tratado que traerá paz, por fin, a los indios y cristianos, todos se han comprometido a respetar lo pactado.

Baigorrita también firma adhiriéndose a aquel trato. Recibirá la mitad por las manos de Mariano, de todo lo que el Gobierno ha otorgado por el trato. Deben cesar los malones y también dice aquel pacto, que devolverán cautivos, por dinero y por ganado. Para que el indio se aloje cuando ande comerciando, cada fuerte contará por lo pronto con un rancho. Los indios quieren la paz, Mansilla lo ha asegurado, es preciso reducirlos, que valoren el trabajo, que dejen de comerciar con los chilenos taimados que una cuarta de aguardiente, al indio sin un reparo, le cambian por cinco vacas. Son muy frecuentes los tratos con estancieros chilenos, que reciben el ganado por la enorme rastrillada de veinte cuadras de ancho, entre el Colorado y Negro. A este camino sembrado de osamentas que allí quedan como mojones nefastos, convergen las rastrilladas que de los puntanos campos, de Córdoba y Buenos Aires, de territorio pampeano, o de Santa Fe partían para llevar los rebaños que engrosaban las estancias, allende el Ande nevado, fiel testigo de esta infamia que durante tantos años contempló el silencio pétreo de sus ojos azorados.

EN LOS TOLDOS DE RAMON PLATERO

El cacique Ramón vive en un toldo muy aseado. Tiene una esposa cristiana y las indias suman cuatro. Los hijos llegan a diez y todos se han ataviado con lujo para esperar a Mansilla que va entrando con Mora, su lenguaraz. Ramón lo sienta a su lado. Está allí Fermina Zárate con sus hijas que en los brazos, en el pelo y en el pecho, lucen con gracia y encanto, adornos de plata pura que Ramón ha cincelado. Doña Fermina es cristiana. Cuando tenía veinte años, en La Carlota, los indios un día la cautivaron. Con Ramón tiene tres hijos y a territorio cristiano no quiere ya regresar. “Muy bien Ramón me ha tratado; a mí me deja salir, mas, después de tantos años que yo falto de mi pueblo y sin mis hijos amados, ahora que estoy más vieja, ¿qué haré yo entre los cristianos?”. Cuando ya parte Mansilla Ramón le hace sus encargos: yunque, martillo, tenazas, un alicate afilado, lima fría, un bruñidor, y así sigue enumerando y Mansilla prometiendo enviarle pronto el encargo. Es radiante el mediodía cuando parten los cristianos, Ramón y cincuenta indios hacen escolta a caballo. Suenan alegres cornetas por los aires anunciando el adiós inevitable que cabe en todas las manos, se hace voz en algún hurra y se ahonda en los abrazos.

REGRESO DE MANSILLA A VILLA MERCEDES

Cumpliendo su cometido con el tratado firmado, ya los hombres de Mansilla se despiden de Mariano, de Ramón y Baigorrita, de los indios y de tantos cristianos que allí se quedan. Listos están los caballos y las tropillas de guía, los cencerros repicando en la noche majestuosa con su misterio de arcanos, que enigmáticos invitan a escudriñar en lo alto, tratando de descifrar lo que Dios tiene vedado. Rumbo alegre a la querencia por calveros y por campos, por terrenos nemorosos, salitral alucinado, cañadones y lagunas con sus cisnes soberanos y gansos de rojo pico, flamencos y chorlos pardos, un arco iris de plumas que en el paisaje posado, proclama del Creador la perfección de su trazo. Bajo el sol que no vacila en latigar con sus rayos. En la noche tenebrosa, al trote de los caballos, por fin llegan a La Verde, lugar donde es esperado el capitán Rivadavia, un enviado de Mariano.

Mansilla le ha hecho saber que ya se violó el tratado. Mariano Rosas promete para cumplir con el pacto, castigar a los rebeldes que anduvieron maloqueando por las tierras de San Luis, cuando reunidos al raso, once horas discutieron para firmar el tratado. Con tristeza se separan. Mansilla ha ordenado que por la senda del Cuero, un grupo vaya marchando. Los que toman el Bagual con Mansilla y otros cuatro, van siguiendo a las tropillas, al trote de los caballos. La noche cierra su puño sobre los hombres y el campo que enciende sus luces fatuas, y muestra con desparpajo como tortuoso abanico, un camino enmarañado que obliga a los que cabalgan, a avanzar a lento paso. Después de dieciocho días en los toldos de Mariano, de Ramón y Baigorrita, la excursión ha terminado. Doscientas cincuenta leguas por la pampa cabalgando. A orillas del río Quinto ya se divisan los campos de la Villa de Mercedes. “Que diáfano el aire calmo de esta mañana de abril que despierta tan temprano y saluda con sus galas a los valientes soldados”.

…”el llanto de los indios pequeños que había en el depósito de prisioneros, era desolador. La completa desnudez en que se hallaban les hacía sentir con toda su horrible intensidad el rigor de la estación. Todos los jefes y oficiales de la División nos habíamos quedado con la ropa estrictamente indispensable, dándoles el restante para aliviar sus miserias. Aquellos desgraciados estaban completamente ateridos”.

1878 – Coronel Racedo

El OCASO RANQUELINO

MALON DE SOLDADOS

Muerde la rueda del tiempo los días de otro año. Los que llevan el malón son ahora los soldados, que llegan al corazón de los toldos de Mariano, sin piedad con los ranqueles que resisten azorados aquel ataque tan cruento, que rompe todos los pactos que duran como una flor que esplendece pero al cabo, se deshoja poco a poco, sus pétalos agostados.

Antonio Baigorria tiene el escuadrón a su cargo y es la orden de Arredondo matar indios o tomarlos prisioneros si se rinden ante el malón de soldados. Por atajos que conoce, alcanza a huir Mariano y durante cinco días las tropas van arrasando los aduares, sin dejar que nadie se ponga a salvo.

CONTRAGOLPE

Contra golpean los indios cuando da comienzo marzo. El Fuerte Sarmiento rondan, por bandidos reforzados, que en la posta de Chameco aniquilan a unos cuantos soldados de la partida que sale a localizarlos. Nadie respeta la paz, de nada sirven los tratos, los ranqueles con los pampas al año ya se han aliado, y a Fuerte Fraga lo azotan con ímpetu asesinando a sus bravos defensores que allí se han atrincherado, y siguen con sus malocas latigando, latigando.

CORTA PAZ EN SAN LUIS 1875 - 1876

En San Luis reina la paz. En el “Oasis” puntano aparecido en abril, ha quedado consignado: San Luis comercia tranquilo con los indios comarcanos que envían todos los días -en paz debida a los tratos - sus protestas de amistad a Roca, muy alabado por sus buenos sentimientos y su afán por educarlos. Entonces nada se opone a que se pueblen los campos, pronto vendrán inmigrantes al territorio puntano, inaugurando el progreso por todos tan anhelado.

Por eso insisten de nuevo en seguir felicitando por ello al general Roca. También por firmar los pactos de paz con el aborigen y el pueblo civilizado.

EL OCASO RANQUELINO

¡Qué insoluble es el problema que desvela al hombre blanco! Insoluble por tres siglos de intentos desordenados, de fragorosos combates y dolorosos fracasos. - Aquella utópica zanja de Alsina, habla muy claro -, las lanzas siguen ahí en remolinos de espanto, a pesar de aquel Ejército de soldados que en los campos, van dejando tras de sí cadáveres mutilados y una lluvia de crueldad que se escapa de sus manos.

¿Rendir el pendón guerrero? Cercado y acorralado como un jaguar se resiste en el aduar o en el llano. ¿Qué es mejor para el ranquel? ¿rendirse o morir peleando? Nada es peor que vivir en el mundo del cristiano. Han querido convencerlo sacerdotes que han osado penetrar en su heredad, con la cruz o con engaños, la mayoría con fe, queriendo evangelizarlos, cambiando por otro nombre en el bautismo cristiano, su dulce nombre aborigen, cumpliendo su apostolado enseñando el catecismo

¡en idioma castellano! Y el indio no se resigna a entregar el suelo amado, la Mapú que lo cobija, aquélla que el hombre blanco hoy le quiere arrebatar con sus codiciosas manos.

Montes, lagunas, guadales, las travesías y campos, desnuda, dulce belleza de jagüeles y bañados, rastrilladas, arenales, infinito mar del pasto que ondula con leves olas de verdores irisados. Abismales lejanías, amaneceres, ocasos, es el mundo del salvaje, pero también del cristiano. Algunos lo han comprendido y comparten allanados los bienes que puso Dios en la vastedad del campo. Otros piensan que es preciso eliminar a los bárbaros y en sus toldos miserables, a hierro y fuego matarlos, sin pensar que el exterminio es un método de bárbaros.

1877 – 1879

Se trazan nuevas fronteras y a la industria y al trabajo se ofrecen leguas de tierra, y al país le va anunciando el Ministro de la Guerra, que las tropas han logrado avanzar sobre los indios que marchan hacia el ocaso. Algunos se han sometido, Manuel Grande y Tripailao, Catriel con toda su tribu sus banderas ha bajado. Ramón Platero decide marcharse al mundo cristiano, conducido por Racedo deja por siempre sus campos y en Mercedes, con su tribu se somete a los cristianos.

Ciento cincuenta lanceros y chusma son apresado en esta misma ciudad, y los que van con encargos de Epumer ya los intiman a rendirse al avistarlos. Los indios cargan con fuerza descargando sus lanzazos Y huyendo rumbo al desierto, en alas de sus caballos. Rudecindo Roca sale a perseguirlos, logrando matar a más de cincuenta, y cinco se han escapado. Baigorrita y Epumer muy solos se van quedando, sin sus indios de pelea, sin sus mulas y caballos.

PERSECUCION SIN TREGUA

Prende octubre soles nuevos en el tapiz de los campos. Para Racedo que marcha por el desierto, cual rayo, no hay tiempo para el paisaje, debe cumplir lo ordenado por Roca, así que les cae causando terrible estrago a los indios de Epumer, que logra ponerse a salvo. Pero toma prisioneros a dos caciques muy bravos, los hijos de Peñaloza, ellos son Goyco y Papallo. Ya sus antiguas guaridas todos han abandonado yéndose a Chadi Leuvú y con muy pocos caballos.

El gobernador Mendoza protege al pueblo puntano, persiguiendo a los ranqueles que maloquean sus campos. Al General Roca informa que las fuerzas de su mando han dado alcance a los indios, quitándoles el ganado, matando a cuatro y los otros han huido en el amparo de la noche hacia los médanos. “Es día treinta de mayo. De Vizcacheras persiguen a los indios que han entrado a depredar en el pueblo. Panelo los va cercando y en Sayape, les da alcance y muertos han acabado once indios. Hay heridos, cautivos puestos a salvo, recobrando en este lance el ganado y los caballos”.

PENAN LAS TRIBUS

Inexorable se acerca de los indios el ocaso. Las armas de la Nación, infalibles han tronado en los toldos ranquelinos. Los lanceros, mientras tanto, han caído prisioneros, o sus vidas han dejado defendiendo bravamente el suelo con fuerte brazo. Así este pequeño pueblo que por siglos ha gozado libremente de su tierra, siguiendo fiel el mandato de sus primeros abuelos prefiere morir peleando y consumar su destino en los suelos heredados. Trágicamente solos en aquellos vastos campos, los caminos se les cierran a ranqueles y araucanos. Es horrible el sufrimiento de aquel pueblo acorralado, huyendo a pie en el desierto, mujeres agonizando y desgarrada su entraña por los hijos capturados y repartidos allí, arrancados de sus brazos para enviarlos a los pueblos, a destinos ignorados.

Las tribus desperdigadas errando van por los campos, y quedándose en la huella como semillas de un árbol que se muere sin remedio, en un suelo despiadado.

Mas los caciques que mandan a ranqueles y araucanos, se resisten todavía contra aquel destino ingrato. Seiscientas lanzas les quedan desparramadas en vasto suelo de bosques y médanos e interminables llanos. La frontera de San Luis, en estos últimos años, tiene por centro a mercedes; cinco cuerpos se han formado para partir hacia todos los rumbos, para cazarlos.

De la División Tercera, Racedo se ha hecho cargo, son las fuerzas de Sarmiento, completándolas los cuadros de las de Villa Mercedes. Oficiales y soldados, piquetes de indios amigos todos juntos van marchando. Acampan en Poitahué y a lo largo y a lo ancho del desierto del ranquel, van partidas de soldados haciendo las descubiertas y a los indios liquidando. El Chadi-Leuvú recorren hacia arriba y hacia abajo; es preciso hacer limpieza de indios por ese lado, y no deben descuidar los pasos cordilleranos que ranqueles y chilenos trajinan con el ganado.

Racedo cumple las órdenes de Roca como un mandato. El seis de abril ha partido hacia el desierto lejano, y son varios ya los hombres que de miedo han desertado. Es por eso que Racedo no vacila en fusilarlos, como escarmiento ejemplar para todos sus soldados. Los distintos regimientos recorren el vasto campo tomando indios prisioneros y cautivos rescatando. Truenan las armas sin pausas, atropellan los caballos, llora la tierra a sus hijos que van quedando sembrado. Sólo les queda oponer el pecho y vender muy cara la vida, que ya no es vida, prisioneros del cristiano.

LOS RESTOS DE LOS RANQUELES

Y allá van a terminar con un problema que al cabo, ha costado tanta sangre y tanto hogar ha enlutado; Les ha marcado el camino Estanislao Zeballos, militar, historiador y jurista que ha ideado la drástica solución que Roca llevará a cabo, para cumplir con su sino.

Aquel dandy ciudadano es un duro en el desierto., y su pensamiento claro: “Los salvajes deben ser sin tardanza dominados, con implacable rigor y sin más hay que tratarlos, incorregibles bandidos que en su ley mueren peleando, se doblegan ante el hierro y por eso hay que obligarlos, con el remington al pecho, sin las lanzas, sin caballos, al cultivo de la tierra, el medio más adecuado para darle solución a este problema tan magno”.

“Batiéndolos en la pampa, hacia el sur hay que empujarlos más allá del río Negro, este será el muy nefasto postrer golpe necesario”. “Dispersos y derrotados, los pampas y manzaneros, ¿darán el difícil paso de huir hacia en río Negro?” “Ellos ya se acostumbraron al aguardiente y la yerba, a la ropa y al tabaco, al caballo y a las vacas”. “Allá serían esclavos y súbditos de Sayhueque, el cacique soberano del país de las manzanas muy amigo de los blancos”… “¿Qué pueden hacer mil chuzas que les han quedado, al cabo, si seis mil bocas de fuego están listas a apuntarlos?” “Las armas de la Nación irán sin tregua a los campos dondequiera se refugien para ser exterminados”. “La sumisión es sin duda, lo que al guerrero pampeano que es astuto, le conviene”. “El remington ha mostrado que un batallón en campaña, de cadáveres el campo puede sembrar, del que osa muy temerario enfrentarlo”. “Se rendirán es seguro, cuando se vean cercados de opresoras bayonetas que les cerrarán el paso, por el este y el oeste, y en el centro, acorralarlos”. “Según la Constitución el Gobierno está obligado a convertir a los indios y a prodigarles buen trato”. “Hay que salvarles el alma con religión y trabajo, pero también con escuela dándoles seguro amparo, con amor y con justicia y con enérgica mano”. “Los misioneros tendrán un magnífico teatro para prestar sus servicios y al salvaje transformarlos”. Pensamientos y palabras y un tristísimo fracaso.

FINAL

Ese año setenta y nueve, Roca lanza como un rayo de luctuosos resplandores, enancado en los caballos destructores de la guerra, sobre los toldos hollados, la cruel batida final del Ejército cristiano, que en el año ochenta y cuatro terminará con los bandos de indios que aún resisten, como desgajados tallos de aquel árbol de la pampa que crecía soberano, sin más límites que el cielo y un horizonte de pájaros.

En el ocaso que llega, vencido yace y quebrado, su lacia melena al viento, que gime un lamento largo, que se interna en el desierto, y se arrastra por los campos, mordiendo los pajonales, enredándose en los cardos, demorándose un instante en los restos desolados de rucas y tolderías. Y con postrer arrebato eleva su vuelo al Ande, el coloso desvelado, que multiplica los ecos de aquel lastimero llanto.

Teresita Morán de Valcheff

GLOSARIO

Bagual: Potro sin domar. Bote: Golpe que se da con la lanza. Calvero: Sitio claro entre árboles. Carona: Pedazo de tela gruesa que se pone entre la silla y el sudadero de las caballerías. Carrizal: Sitio cubierto de carrizos, gramíneas que crecen a las orillas de los ríos o lugares pantanosos. Chadi Leuvú: Río Salado, cuando penetra en la Pampa. Chambao: Vaso rústico de cuerno. Charque: Pedazo de carne seco y salado. Chasque o Chasqui: Indio que servía de correo. Chicha: Bebida alcohólica que resulta de la fermentación del maíz. Chifle: Frasco de cuerno cerrado, con una boquilla para la bebida. Chumado: Embriagado. Chusma: Entre los indios, conjunto de mujeres, niños y viejos. Descubierta: Inspección que hace la tropa para averiguar la situación del enemigo.

Huaca: Tesoro escondido o enterado. Sepulcro de los indios del Perú donde se colocaban objetos de valor. Hucha, alcancía. Jagüel: Pozo hecho en el campo para sacar agua. Jamelgo: Caballo muy malo o de muy mal estampa. Jerga: Tela gruesa y tosca. Leuvucó: (Manantial corriente) Capital de los ranqueles en el desierto. Maloquear: Hacer correrías los indios. Mapu: Tierra para los mapuches y ranqueles. Matrero: Individuo que anda por los montes huyendo de la justicia. Nemoroso: Poéticamente, boscosos. Patai o Patay: Pan de harina de algarrobo o de mistol. Picazo: Caballo o yegua de color blanco y negro, mezclado en forma irregular y manchas grandes. Pilquen: (Araucano): Manta que usan los indios ranqueles. Pitanguá: Nombre que los ranqueles dan al bichofeo o Pitojuan. Redomón: Aplíquese a la caballería no domada por completo. Ruca: (Voz araucana): Choza de los indios. Serrallo: Lugar en que los cacique tenían a sus mujeres. Tercerola: Arma de fuego usada por la caballería, un tercio más corta que la carabina. Trabuco: Arma de fuego muy corta y de mayor calibre que la escopeta común. Trompa: Instrumento musical de viento. Winca o Huinca: (Voz araucana): Epíteto que los indios aplican al hombre blanco, en forma despectiva. Yapaí: Brindis. Zaraza: Tela fina de algodón, blanca con estampados de flores o rayas.

BIBLIOGRAFIA

BELZA – ENTRAIGAS - “La expedición al desierto y los Salecianos”. BRUNO - PAEZA CID, Alicia “El indio no debe morir”. DEL VALLE, Antonio “Recordando el pasado. Campañas por la civilización” DE PARIS, Marta “Amantes, Cautivas y Guerreras”. DILLON, Susana y “Encantos y Espantos de la Trapalanda” DURAN, Elsa GALVEZ, Lucia “Historias de amor de la Historia ” GEZ, Juan W. “Historia de la Provincia de San Luis” HEREDIA, Edmundo “El problema del indio en la política”. HUX, Meinrado “Caciques Pampas Ranqueles”. MANSILLA, Lucio V. “Una Excursión a los Indios Ranqueles” MUÑIZ, Rómulo “Los Indios Pampas” NUÑEZ, Urbano J.- “Historia de San Luis” DUVAL VACCA OLASCOAGA, Manuel “Estudio Topográfico de la Pampa” PASTOR, Reinaldo “La Guerra con el Indio en la Jurisdicción de San Luis” PRADO, Manuel “Conquista de La Pampa” PICHMAN, Guillermo “El Campamento 1878” RAMAYON, Eduardo E. “Ejercito Guerrero, Poblador y Civilizador. lucha de fronteras con el Indio” ROTKER, Susana “Cautivas. Olvidos y Memorias en la Argentina” REVISTA: “Todo “Malones, Saqueo o Estrategia” Ene. 1991. Es Historia” TOBARES, Liberato “Noticias para la Historia de los Pueblos de San Luis” VENIARD, Juan M. “La Gran Rastrillada de Chile para el Botín de los Malones” VULETIN, Alberto “La Pampa – Grafías y Etimologías Toponímicas Aborígenes” WALTHER, Juan C. “La Conquista del Desierto” ZEBALLOS, Estanislao “Painé y la Dinastía de los Zorros”

ZEBALLOS, Estanislao “La Conquista de Quince Mil Leguas” ENTREVISTAS: Al cacique ranquel Luis Dentone Yancamil y señora. (La Pampa). Norma Quevedo de Jaime y María de las Mercedes Gallardo. (Villa Mercedes, San Luis). Adolfo y Armando Rosas, tataranietos de Mariano Rosas. (La Pampa). Doctor Carlos Sand. (Buena Esperanza, San Luis). Orlando Mario Ponce.

*** FIN ***