Imagina Funk 2014: Viaje a La Negritud Jienense
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Libros de La Inercia 1 La Inercia 10 años en las aguas internacionales de la cultura (2009-2019) Enrique Canovaca Raúl Cosano Adrián Muñoz Víctor Navarro Remesal Libros de La Inercia Primera edición: agosto de 2020 (CC) Del texto: Enrique Canovaca, Raúl Cosano, Adrián Muñoz, Víctor Navarro Remesal Libros de La Inercia, 1 La Inercia 10 años en las aguas internacionales de la cultura (2009-2019) A la memoria de Leslie Nielsen y Chiquito de la Calzada Uno decide algo, ni siquiera sabe muy bien cómo, y esa decisión se mantiene luego por su propia inercia. Milan Kundera, La insoportable levedad del ser Un prólogo Percibo que nuestra sociedad acostumbra por regla general (algoritmo que aborrezco, pero ese es otro tema) a sobrevalorar la memoria allí donde debería estar infravalorada y viceversa. Por ejemplo, sospecho que se la exigimos demasiado a nuestras parejas mientras que apenas la tenemos en cuenta cuando llega la hora de votar. Sin embargo, en el terreno de la amistad y la admiración, no tengo claro hacia dónde se inclina la balanza… Quizá la memoria no esté sobrevalorada ni deba estarlo nunca. Puede que sólo sea una idea de mierda a la que aferrarme con los dientes para no venirme abajo, pero me cuesta aceptar que no tiene algo de cierta. Definitivamente, pienso que no hay por qué darle tanta cancha a la memoria y que sale mucho más rentable quedarme a sobrevivir en la amnesia que produce la felicidad. La felicidad ocupa mucho espacio en el disco duro y exige borrar recuerdos para dejar espacio libre a la felicidad que viene. Cuanto más feliz me hace alguien, más recuerdos de nuestra relación se borran. Vengo a decir que lo mejor que puedo decir de mis mejores amistades (valgan las redundancias de verbos y paréntesis) es que no recuerdo bien cómo empezaron. No recuerdo la primera escena, el primer diálogo, la primera broma cómplice. En algunos casos tengo un recuerdo difuminado, pero no en la mayoría. Cuanto más reciente e intensa es la amistad, menos recuerdo el momento del chispazo. La familia de La Inercia me pidió unas palabras de introducción para este megamix con sus mejores recetas de sus primeros diez años. Y lo mejor que puedo decir es que ya no recuerdo cómo empezó todo con ellos, lo cual es una magnífica señal. Probablemente todo empezó con una bestial oferta económica de 1 Víctor y siguió con llamadas telefónicas, visitas al plató, el rodaje de un capítulo de una exitosa serie y un buen puñado de retransmisiones nocturnas. En medio de todo eso hubieron cafés que esperaban trenes y autobuses, libros de relatos, manchas de gelatina y, cómo no, carcajadas que nacen de esa máxima complicidad que vale tanto o más que la típica amistad. Recomiendo este libro nacido de la casualidad, la complicidad y la curiosidad como analgésico contra todas esas personas que no dejan de repetirnos, con mil y una frases de mierda pseudoinspiradoras, la obligación que tenemos como individuos de aprender un montón de cosas sin saborearlas. Porque no, joder. No. Basta ya. Menos aprender y más desaprender. Que la mayoría de cosas que hemos aprendido jamás pasaron por el filtro de la duda y la sospecha. Que aplicando ideas incorrectas y prejuicios enfermizos estamos viviendo por el lado que no es. Que nos la estamos pegando en vivo y en directo. Que no se puede vivir con tantísimas certezas. Basta ya. Que estamos dando un asco insoportable. Que queremos trascender y, con suerte, no pasamos de ser lo puto normal. Juanjo López @melontajaenmano 2 Una introducción (y un aviso) Una vez pillada la inercia, puede llegar uno a cumplir una década de navegando en las aguas internacionales de la cultura sin darse apenas cuenta. Es lo que nos ha pasado a nosotros, que nos descubrimos una mañana con esos diez años como banda periodista sin darnos importancia ni haber conseguido nada de provecho. La cosa ésta nació en el verano de 2009 tras varias conversaciones noctámbulas entre cuatro amigos, Adri, Enrique (o Cano), Raúl y Víctor, que nos habíamos licenciado juntos hacía relativamente poco y aún andábamos buscando en qué jardín de la comunicación meternos. Barajamos muchas posibilidades, pero siempre con dos coordenadas inamovibles: tenía que servirnos para escribir, tanto en temas como en estilos, aquello que nos gustaría hacer si nadie nos lo pidiera por encargo ("¿qué escribirías si nadie te leyera y tu trabajo no dependiera de ello?") ni nos leyera un solo lector (algo que no ha estado muy lejos de cumplirse) y debía tener un nombre arbitrario, sin explicación, sin relación con nada de aquello de lo que íbamos a hablar, como de grupo musical alternativo y con ínfulas. Así, a las pocas semanas, apareció en el servidor de Wordpress La Inercia, definida primero como "un blog de música" y más tarde, cuando vimos que de la música nos empezábamos a ir a todas partes, como "una web paramusical". No recordamos en qué momento (eso se lo dejamos a los historiadores del futuro) los temas se dispararon tanto que cambiamos el subtítulo por "las aguas internacionales de la cultura", y ahí seguimos. En esta década nos ha dado tiempo a pasar de blog a web con cara y ojos, a saltar de ahí a la radio y a complementarlo, siempre tímidamente, con algunos vídeos por aquí y por allá, además de pasearnos por redes sociales y hasta hacernos camisetas. También hemos podido ver cómo internet, y con él el mundo de la crítica 3 cultural, cambiaba. Los blogs pasaron a ser revistas online, Facebook y Twitter mutaron hasta comérselo prácticamente todo, apareció Instagram, los podcasts proliferaron como setas. A todo, nos lo vamos a perdonar, nos adelantamos un poco, aunque lo hiciéramos siempre a medias y sin impacto alguno. Nunca hemos pasado al papel, aunque fue una aspiración compartida casi desde el primer día, así que este libro viene a cumplir un sueño (gracias, público) y a cerrar un círculo de apuestas por el fracaso, perfiles bajos y romanticismo inútil. Con mayor o menor intensidad, en un mundo u otro, La Inercia siempre ha estado ahí para cuando nos apretaba escribir algo que no queríamos hacer pasar por filtros o que sabíamos que nadie nos publicaría. Esa libertad ha derivado, casi siempre, a la tontería, y nosotros nos alegramos. En La Inercia no hay fronteras entre la risa y lo serio. Así, creemos, lo han entendido los públicos (limitados) que hemos tenido, y los hemos tenido: en una década hemos visto también llegar e irse a lectores y oyentes (escuchantes), nos han descubierto, nos han hablado, nos han recomendado, nos han olvidado, nos han vuelto a descubrir. Escribimos esta introducción (tarde: unos ocho meses después de que pasara el aniversario) la misma semana que la Rockdelux publica su último número, después de 35 años. No son buenos tiempos para la crítica cultural, y no digamos ya la profesional. Por suerte, La Inercia siempre ha sido nuestro refugio no profesional, nuestro espacio de pequeñas alegrías y de celebraciones pírricas, y por eso nos alegra poder compartir esta recopilación de lo mejor (o no) de nuestros diez primeros años. ¡Empieza (el recopilatorio de) La Inercia! 4 ADRI Carta abierta a Nacho Vegas: ‘Joder, Nacho’ (25 de abril de 2016) "He entrado en catarsis infinitas veces escuchando el interminable fade in de ‘Noches árticas’. He leído una y otra vez la letra de ‘Ocho y medio’ y he llegado a la conclusión de que es imposible escribir mejor una canción. Se me han quedado clavados en la mente, para toda mi vida, los acordes de piano de ‘El mundo en calma’. He intentado conciliar el sueño sin éxito imaginando durante noches eternas qué aspecto debe tener el Loco Tomás. He pensado que yo era el hombre que casi conoció a Michi Panero. He reído y no llorado escuchando la ‘Historia de un perdedor’. Todavía existen experiencias personales que afloran en mí cuando suena ‘Autoayuda’ (y aún me hacen sangrar). He soñado con follarme a una puta en Ámsterdam mientras a mi lado, sonriente, un tipo con aire extraño mueve los dedos y los brazos haciendo ver que reproduce la melodía de ‘Gang Bang’. Todo esto y mucho más es lo que Nacho Vegas representa para mí". No sé muy bien para qué sirve la música, ni si existe música buena y mala o todo depende del receptor, pero releyendo estas líneas (que escribí con alguna variación hace ya casi siete años) comprenderás, Nacho, que has sido una persona con una poderosa influencia sobre mí. No gritaré a los cuatro vientos que fuiste como el hermano que nunca tuve o como ese amigo mayor que te demuestra, a base de hostias, que la vida puede ser más complicada de lo previsto, porque no fue así. Pero me acompañaste en momentos significativos. Traspasaste la barrera puramente artística o cultural para convertirte en algo vívido, casi tangible. Quizás fue una cuestión de azar, el consabido lugar y momento indicado, pero Nacho, los motivos ya no importan, se 7 han convertido en simples anécdotas sometidas a unos hechos biográficos. Lo fundamental en este momento es que, para lo bueno y lo malo, estuviste ahí, conmigo. Esta carta no la escribo para discutir de discos buenos o malos, de canciones más o menos conseguidas ni de si me decepcionaste o no en tu faceta artística (aunque ya que el tema sale a relucir, reconozco, sin acritud, que lo hiciste). Nacen estas líneas de la necesidad de purificarme, de vomitar todas las calamidades que tú, Nacho, desde tu desconocimiento, me has hecho pasar; no hay rastro de venganza ni de malicia en esta misiva, si acaso considérala como un grito enrabietado pero inocuo de alguien que hace demasiado tiempo que sufre en silencio.