“OCIO ACTIVO Y BIENESTAR SUBJETIVO EN PERSONAS

Miguel Ángel García Martín

Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores

A María, Alfonso y Natalia, madre, hermano y compañera en este mi decurso vital: Mi manantial, mi río y mi mar.

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AGRADECIMIENTOS

Aristóteles decía que el agradecimiento envejece rápidamente. No obstante, puedo asegurar que mi sentimiento de gratitud sigue siendo aún púber. Y como adolescente agitado e incontenible, aprovecha cualquier ocasión para manifestar, casi vociferar, el contenido de sus entretelas. Es por ello que quiero expresar mi más sincero agradecimiento a todas y cada una de las personas que han participado en el estudio. En primer lugar, a esas personas mayores que abiertamente y con una paciencia digna de elogio han respondido a mi solicitud de colaboración de la manera más complaciente. A todos ellos: gracias. Así mismo, como puente que me ha permitido llegar a estas personas y conectar con una realidad tan dinámica como apasionante, agradezco toda la colaboración que se me ha ofrecido desde la Delegación Provincial de Málaga de la Consejería de Asuntos Sociales de la Junta de Andalucía. Especialmente, puedo decir que ha sido muy importante para el desarrollo de este proyecto, la ayuda inestimable del que fuese en su día Jefe de Sección de Centros y Programas, Alberto Ariza, verdadero profesional y también amigo, que, si tuviera que describirlo diría que trata de poner su toque personal de alegría y vida en cada una de las acciones que lleva a cabo. Siguiendo con los símiles arquitectónicos, una vez establecido el puente, quien ha permitido mantenerlo y asegurar su estructura ha sido la trabajadora social del Centro de Málaga-Trinidad, Charo Rodríguez. Una persona que, igualmente, trata de dar lo mejor de sí misma en su labor diaria con los mayores. Y que, gracias a su empeño, ha convertido a éste, “su Centro”, en uno de los más dinámicos y vivaces de la provincia. Pilares firmes, seguros y protectores son para mí los profesores Alfredo Fierro y Luis Gómez. Su constate y paciente guía, enseñanza y consejo, ha sido el sostén sobre el que se ha ido extendiendo, buscando su camino adecuado, esa hiedra que, progresivamente, ha ido alcanzando una mayor altura y urdimbre a medida que se enlazaban puntos en un principio inconexos. Por último, quiero agradecer el trabajo realizado por todas mis alumnas cola- boradoras. Ellas: Olga, Patricia, Esther, Charo, Estefanía, Feli, Fátima, Vanessa...,

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores sin lugar a dudas, han sido las voluntariosas operarias que, a pie de obra, han ob- servado cuidadosamente todas las instrucciones que han recibido. Su labor de aten- ción a las personas que han tomado parte en el estudio ha sido imprescindible. De entre ellas, quiero destacar la colaboración de Belén y Nuria, quienes me acompaña- ron desde los primeros momentos, y cuya ayuda a sido muy valiosa.

A todas estas personas que han aportado a esta obra su colaboración, sus esperanzas, sus sugerencias, sus ánimos, sus consejos..., en definitiva, parte de ellos mismos y de su vida:

Gracias.

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INTRODUCCIÓN

La función de toda introducción no ha de ser otra que, como su nombre indi- ca, la de conducir hacia el interior de la obra que a continuación se expone. Así, por ejemplo, el guía experto no limita sus comentarios a la insípida descripción del con- tenido de los lienzos que pueblan las salas del museo. Él sabe que para conseguir la atención de los visitantes, se hace imprescindible hacerles conocedores de la obra y de su proceso de confección: qué motivó su creación, a qué etapa artística corres- ponde, en qué estado se encontraba su autor cuando la realizó, qué trataba de ex- presar a través de ella, etc., etc. Sólo de esta forma, a través del conocimiento de la obra, se la puede llegar a valorar en su justa medida. Esto es válido tanto para las creaciones plásticas como para las literarias. Por ello, considero necesario para una buena aproximación al tema que se aborda en el presente trabajo, comentar previamente la evolución que ha seguido. En este senti- do, aunque la localización espacial coloca obligatoriamente la parte introductoria en una posición previa a cualquier otra, su redacción temporalmente ocupa el segmento final, lo que facilita a la vez que insta a llevar a cabo una remembranza de lo aconte- cido. Cuando a veces he sido preguntado por el origen de mi interés hacia el cam- po de la psicogerontología, he tenido que hacer referencia a los trabajos de Langer y Rodin en contextos residenciales. Recuerdo el grato impacto que me causaron los positivos y alentadores resultados que se obtuvieron tras inducir un aumento de per- cepción de control en estas personas. De esta forma tan sencilla, a la vez que útil, la Psicología Social empezó a abrir ante mí una clara vertiente aplicada. Resultaba sorprendente el hecho de que la inducción de responsabilidad entre los residentes sobre el contexto, hiciera que éstas se prolongaran de una manera casi milagrosa. Este fue el germen que dio lugar a mi querencia hacia este colectivo, y, muy especialmente, hacia el estudio de la intervención que desde la psicología se podía llevar a cabo para mejorar sus vidas. Esperando el momento apropiado, la germina- ción de la semilla se fue produciendo durante los cursos de doctorado realizados en la Universidad de Málaga, englobados bajo el título: “Estrés y Afrontamiento”. Fue en éstos donde vi la oportunidad de madurar más la idea para iniciar un estudio en el

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ámbito psicogerontológico. Así, poco a poco, me fui introduciendo en él, centrándo- me en lo que sería posteriormente objeto del presente estudio. Como en todos los comienzos, los pasos iniciales son algo más burdos. Así, primeramente, a comienzos del noventa y seis, movido por este deseo de conoci- miento, formé parte, como becario, de un proyecto de investigación nacional en el que se abordaba el estudio de la demencia tipo Alzheimer. La orientación básica y el enfoque psicopatológico de esta investigación, me hicieron comprender la necesidad de reorientar mi estudio hacia aspectos más positivos del proceso de envejecimien- to. Como dice Goethe: “No basta con saber, también hay que aplicar. No basta con querer, también hay que actuar”. Será precisamente el profesor Alfredo Fierro, tutor, mentor, codirector de tesis y, esencialmente para mí, maestro, quien satisfaga esa carencia a través de su línea de investigación en personalidad sana y bienestar subjetivo. La aplicación de esta perspectiva al estudio del envejecimiento dio lugar al proyecto inicial de tesis titulado: “Adaptación y bienestar subjetivo en ancianos: análisis descriptivo y factores deter- minantes”. Con él se trataban de abordar los patrones de afrontamiento llevados a cabo por la persona a lo largo de su envejecimiento, así como la repercusión que estos ejercían en su proceso de adaptación. La necesaria focalización del objeto de análisis en toda investigación, así co- mo el deseo personal de incidir en su utilidad práctica, de cara a la intervención so- bre este colectivo, favorecerán el que este estudio inicial descriptivo de paso a uno más aplicado. Es en este punto donde, coincidiendo con la incorporación al Área de Psicología Social de la Universidad de Málaga, la gran ayuda de mi codirector de tesis, el profesor Luis Gómez, permitirá diseñar el estudio que constituye el núcleo empírico de la presente tesis. El objetivo de este estudio no es otro que el de saber de qué modo influye sobre el bienestar subjetivo de las personas mayores, su parti- cipación regular en las actividades de talleres de ocio organizadas en los Centros de Día que a ellos se destinan. Anteriormente, a comienzos del noventa y siete, se iniciaba, en colaboración con la Delegación en Málaga de la Consejería de Asuntos Sociales de la Junta de Andalucía, un estudio descriptivo para analizar los perfiles sociodemográficos de los usuarios de estos talleres en los catorce Centros en la provincia de Málaga depen- dientes de esta Delegación.

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El contacto con la dinámica de los talleres de ocio en uno de estos catorce Centros de Día, concretamente el de Málaga-Trinidad, ubicado en la propia capital, representaba un claro exponente de las nuevas líneas de intervención psicosocial requeridas por un colectivo cada vez más numeroso en nuestra sociedad. Un colec- tivo que, a su vez, reclamaba y reclama un papel más participativo, y que rechaza tanto la relegación a papeles pasivos como el confinamiento en entornos desvincu- lados de la sociedad. Estas actividades, iniciadas en Málaga de una manera siste- mática pocos años antes, exigían su estudio, pues, a pesar de suponer una práctica social que afecta cada vez a un mayor número de personas, no había sido objeto de análisis por parte de la Psicología Social. De esta manera se iba reduciendo el área de ese círculo de investigación que comenzó con el examen de los patrones de afrontamiento y adaptación durante el envejecimiento. Esta práctica de ocio activo suponía una respuesta concreta ante una necesidad de un colectivo que ve, de esta manera, favorecida su adaptación y bienestar a través de la intervención psicosocial. El contacto diario con estas perso- nas, permitía conjeturar hipótesis acerca del beneficio real que esta actividad les re- portaba. Un indicador indirecto de este beneficio lo constituía la propia demanda de participación en estos talleres. Así, entre los años 1997 y 1998 se produjo un notable incremento del número de usuarios en algunos Centros, entre ellos, el de Málaga- Trinidad que, a inicios del período 1998-1999, ya contaba con catorce grupos de ac- tividades. Así mismo, tanto los propios comentarios de sus usuarios como el hecho de que muchos de ellos continuasen año tras año, atestiguaban igualmente los efec- tos positivos que esta práctica supone para sus usuarios. No obstante, el abordaje científico de la realidad social, si bien requiere ini- cialmente su descripción, ésta necesariamente llama a su ulterior explicación. Así, como en todo análisis, se trata de fragmentar o descomponer el objeto en sus ele- mentos constituyentes para clarificar la relación que se establece entre ellos. En este caso, se parte de la idea de que la práctica de talleres repercute positivamente sobre el apoyo social y la percepción de control entre sus usuarios, elementos que, así mismo, ejercen una notable influencia tanto sobre la ausencia de sentimientos de soledad como sobre la salud. Esto convierte a la actividad de ocio desarrollada en estos talleres en un impulsor del bienestar subjetivo, pues, de acuerdo con el es- quema previo, incide sobre elementos fuertemente vinculados a éste.

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Descubriendo velos, nos encontramos ante el rostro que representa el pre- sente trabajo. Un rostro que, en principio, se nos presenta algo desdibujado pero que, cual Galatea, promete enamorar a todo Pigmalión que se acerque a él con el difícil propósito de tratar de darle forma.

Llegados a este punto, se comprenderá mejor el contenido y la ordenación de los capítulos que componen la parte teórica. En este sentido, frecuentemente resulta espinosa la labor de seleccionar los apartados que compondrán el acercamiento teó- rico al estudio empírico que constituye el corazón de una tesis doctoral. Bajo esta selección subyace siempre, o cuando menos, este es mi caso, el deseo de contarlo “todo”. Un todo que resulta ser vasto, inmenso, poliédrico..., casi inabarcable. La concreción de esta infinitud siempre ira perseguida por la duda del doctorando de saber si ha comentado todo lo que debía comentar, si ha revisado toda la bibliografía que debía revisar; en definitiva si, cual juglar, ha “relatado” lo que debía “contar”. He de confesar que a mí también me asaltó y me asalta esa duda. Cuando en su día tuve, como diría Balzac, que habérmelas con esa garra acechante que aguar- daba tras la puerta, opté por agrupar los contenidos de los capítulos en función de las variables analizadas, ordenándolos de acuerdo con un criterio creciente de con- creción. Únicamente se libra de esta pauta el primero de ellos, en el que bajo el título de “Envejecimiento y atención social”, se lleva a cabo una aclaración de conceptos relativos al primero y un recorrido histórico y etnográfico de cómo ha sido entendido y acogido este fenómeno social en diversas culturas. Aunque no imprescindible, este capítulo ayuda al encuadre del objeto de estudio desde una perspectiva psicosocial, concretamente dentro del ámbito de intervención de los servicios sociales, facilitan- do el comienzo de la lectura a través de los curiosos referentes de la atención a per- sonas mayores que la etnología proporciona. En el segundo de los capítulos se aborda el bienestar subjetivo, siendo junto con el de ocio, el más extenso de los cinco que componen la parte teórica. Esta ex- tensión se hace necesaria para conocer en profundidad el concepto clave alrededor del cual girarán el resto: su estructura, las variables por las que se ve afectado y las teorías explicativas presentes en la literatura. A continuación, se trata la importancia del apoyo social como variable relevan- te para el bienestar de las personas mayores. En este capítulo, una vez definido, se

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores analizan las principales repercusiones que el apoyo social tiene sobre este colectivo tanto a nivel físico como psíquico. Siguiendo el esquema indicado, el cuarto capítulo versa sobre otra de las va- riables relevantes para el bienestar subjetivo en personas mayores, como es el con- trol percibido. Al igual que en el capítulo precedente, una vez delimitado este con- cepto, y analizados los cambios que sufre durante el envejecimiento, se hace una revisión de las notables influencias que ejerce tanto sobre la salud física como sobre el bienestar subjetivo de las personas mayores. Por último, se analiza el ocio como actividad regular que proporciona las con- diciones necesarias para el incremento del apoyo social y el control percibido entre las personas mayores. En este sentido, este quinto capítulo trata de cerrar el aparta- do teórico favoreciendo su visión como conjunto de elementos en estrecha vincula- ción. La comprensión de esta interrelación permitirá entender adecuadamente la naturaleza del estudio empírico llevado a cabo. En el que, precisamente, se compro- bará el potencial benéfico del ocio activo sobre el bienestar subjetivo de las perso- nas mayores a través de su efecto sobre el apoyo social y el control percibido de estos sujetos. Espero y deseo que, como comentaba al comienzo, este apartado contribuya a guiar al lector dentro del texto que a continuación paso a exponer.

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ÍNDICE

1ª PARTE:

(Revisión Teórica)

CAPÍTULO I : ENVEJECIMIENTO Y ATENCIÓN SOCIAL 13

1.1. Aspectos demográficos del envejecimiento 13 1.2. Edad y envejecimiento: Etapa o proceso 15 1.3. Aspectos sociales del envejecimiento 22

1.3.1. La atención social de los mayores desde una perspec- tiva histórico-etnográfica 22 1.3.2. Siglo XX: Una nueva concepción de la atención social 26

CAPÍTULO II: EL BIENESTAR SUBJETIVO 31

2.1. ¿Qué es el bienestar subjetivo? 38 2.2. Elementos estructurales del bienestar subjetivo 40

2.2.1. La distinción afectivo-cognitivo 41 2.2.2. La distinción positivo-negativo 43 2.2.3. La distinción frecuencia-intensidad 47 2.2.4. La distinción interno-externo 51

2.3. Variables que influyen en el bienestar subjetivo 53

2.3.1. Salud y variables sociodemográficas 53 2.3.1.1. Salud 53 2.3.1.2. Edad 55 2.3.1.3. Genero 58 2.3.1.4. Estado civil 60 2.3.1.5. Nivel educativo 62 2.3.1.6. Ingresos 62 2.3.2. Características individuales 65 2.3.3. Variables comportamentales y acontecimientos vitales 68

2.4. Modelos explicativos del bienestar subjetivo 70

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CAPÍTULO III: APOYO SOCIAL Y ENVEJECIMIENTO 80

3.1. ¿Qué es el apoyo social? 80 3.2. Modelos teórico-explicativos del apoyo social 85 3.3. Repercusión del apoyo social en las personas mayores 91

3.3.1. Efectos sobre la salud física 93 3.3.2. Efectos sobre el bienestar subjetivo 97

3.4. Apoyo social y envejecimiento: cambios a lo largo de la vida 102

3.4.1. Cambios observados en las redes de apoyo 107 3.4.2. Modelos explicativos 112

CAPÍTULO IV: CONTROL PERCIBIDO Y ENVEJECIMIENTO 117

4.1. Percepción de control y constructos relacionados 118 4.2. Repercusiones físicas y psíquicas del control percibido 122

4.2.1. Control percibido y salud 122 4.2.2. Control percibido y bienestar subjetivo 126

4.3. Percepción de control y envejecimiento 132 4.4. Provisión de ayuda y percepción de control 140 4.5. Implicaciones de cara a la intervención sobre este colectivo 144

CAÍTULO V: ACTIVIDAD Y OCIO DURANTE EL ENVEJECIMIENTO 147

5.1. El concepto de ocio desde una perspectiva 148 5.2. ¿Qué se entiende por ocio? 151

5.2.1. Definición 151 5.2.2. Tipologías de ocio 154

5.3. Patrones de actividad y ocio durante el proceso de envejecimiento 156 5.4. Teorías relativas a los cambios de actividad producidos en el proceso de envejecimiento 159

5.4.1. Teoría de la desvinculación 159 5.4.2. Teoría de la actividad 163 5.4.3. Teoría de la continuidad 166

5.5. Beneficios derivados de las actividades de ocio 169

5.5.1. Efectos sobre la salud 169 5.5.2. Beneficios psicológicos 170 5.5.3. Algunos aspectos a tener en cuenta acerca de los beneficios derivados del ocio 175

5.5.3.1. Tipo de actividad 176 5.5.3.2. Diferencias de género 180 5.3.3.3. Limitaciones para el ocio 183

5.4. Aproximación teórica en la explicación de estos beneficios 185 5.5. El ocio como actividad terapéutica en los mayores 189

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2 ª PARTE:

(“Repercusión de los talleres de ocio en el bienestar subjetivo de las personas mayo- res: Un estudio empírico”)

1. OBJETIVOS 193

2. MÉTODO 197

2.1 Sujetos 197 2.2 Procedimiento 201 2.3 Instrumentos 203 2.3.1. Apoyo social 204 2.3.2. Soledad 210 2.3.3. Satisfacción vital 211 2.3.4. Depresión 216 2.3.5. Control percibido 220 2.3.6. Autoeficacia social 221 2.3.7. Salud 226 2.3.8. Deterioro cognitivo 233 2.3.9. Actividad no formal 235 2.3.10. Satisfacción con el taller de actividad 237

3. RESULTADOS Y DISCUSIÓN 240

3.1. Efectos sobre el bienestar subjetivo 240 3.2. Efectos sobre la soledad autoinformada 244 3.3. Efectos sobre la salud objetiva y percibida autoinformada 244 3.4. Efectos sobre el deterioro cognitivo 248 3.5. Efectos sobre el control percibido 248 3.6. Efectos sobre la autoeficacia social 249 3.7. Efectos sobre el apoyo social 249 3.8. Repercusión de los talleres sobre la actividad informal 252 3.9. Mantenimiento temporal de los resultados 256 3.10.Efectos diferenciales de cada taller de actividad 262 3.10.1. Taller de Gimnasia 267 3.10.2. Taller de Manualidades 269 3.10.3. Taller de Dibujo y Pintura 272 3.10.4. Taller de Informática 274 3.11.Efectos diferenciales en función de las características de los usuarios 277 3.11.1. Sexo 277 3.11.2. Edad 279 3.11.3. Estado civil 280 3.11.4. Nivel de estudios 281 3.12. Cómo repercuten los talleres de ocio: proceso de actuación 282

4. CONCLUSIONES 289

ANEXO 294

BIBLIOGRAFÍA 297

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores  1ª PARTE

"Revisión Teórica"

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CAPÍTULO I: ENVEJECIMIENTO Y ATENCIÓN SOCIAL

“Vivir es envejecer, es decir, cambiar” (Malek Haddad) 1.1. Aspectos demográficos del envejecimiento.

Se considera que el envejecimiento de la población es un signo y también un resultado del desarrollo económico y social de un país. En este sentido, la O.N.U. pronostica que, en el año 2050, en las regiones desarrolladas habrá más del doble de personas mayores de sesenta años que menores de quince; mientras que en las menos desarrolladas el porcentaje poblacional de los primeros se incrementará de un ocho a un veintiuno durante el período comprendido entre 1998 y 2050. En con- junto, la proporción de personas mayores en el mundo pasará de un diez a un vein- tidós por ciento en el transcurso de dicho período (O.N.U., 1998). Los índices de envejecimiento poblacionales son mayores debido, por una parte, a que, gracias a las notables mejoras higiénico-sanitarias y de la calidad de vida, cada día son más las personas que llegan a edades avanzadas en condiciones saludables (envejecimiento por la cúspide). Las personas mayores de sesenta y cin- co años representan una proporción importante de la población en todos los países de la Unión Europea. A la mayor proporción de personas mayores en nuestra sociedad contribuye también el cada vez menor número de jóvenes, motivado por el progresivo descenso de nuevos nacimientos (envejecimiento por la base). En la figura 1 se puede apreciar el incremento del índice de supervivencia en España a lo largo de este siglo. Este índice representa el porcentaje de la población que, superados los quince años, llega a alcanzar los 65. A principios de siglo, se situaba en el 41,7% para los varones y el 47% para las mujeres, mientras que los últimos datos oficiales del I.N.E. (1994-95) indican que el 79% de los varones y el 91% de las mujeres llegan a esa edad (Ver figura 1). Las mejoras de las condiciones de vida durante ese período, especialmente en la segunda mitad del siglo, han hecho aumentar de manera espectacular la esperanza de vida en España, que ha pasado de ser en 1900 de 33,9 años en los hombres y 35,7 años en las mujeres, a 74,29 y 81,57 en la actualidad respectivamente. Este aumento también ha afectado

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores a la esperanza de vida a los 65 años (Ver tabla 1), cercana a veinte años en el caso de la mujer y que sobrepasa los dieciséis años en los varones. De esta manera, el período considerado como vejez ha pasado de ser una etapa casi residual de la vi- da, a constituir aproximadamente una cuarta parte de ésta (Martínez y García, 1994). Al nacer A los 65 años

Año Varones Mujeres Varones Mujeres 1900 33,9 35,7 9,0 9,2 1910 40,9 42,6 9,8 10,1 1920 40,3 42,1 9,7 10,6 1930 48,4 51,6 10,4 11,5 1940 47,1 53,2 9,9 11,9 1950 59,8 64,3 11,8 13,5 1960 67,4 72,2 13,1 15,3 1970 69,6 75,1 13,3 15,9 1980 72,5 78,6 14,8 17,9 1990 73,4 80,5 15,5 19,2 1994-95 74,29 81,57 16,1 19,81

Tabla 1. Esperanza de vida. Fuente: Abellán (1995) y tablas de mortandad del I.N.E. (1994-95).

HOMBRES MUJERES

100

80

60 % 40

20

0 1900 1910 1920 1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990 1994-95 Figura 1. Evolución del Índice de Supervivencia en España. Fuente: Elaboración propia a partir de los datos aportados por el INE (1998).

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores

En nuestro país, el progresivo aumento de la población mayor de 65 años se ha visto aparejado de una disminución del grupo de edad igual o inferior a 15 años. No hay que olvidar que España tiene el menor índice de fecundidad de la Unión Eu- ropea. Ya en 1995, el promedio de hijos por mujer estaba por debajo del nivel de reemplazo necesario para el mantenimiento de la población, situándose en 1,18, ín- dice que baja en 1997 hasta el 1,16. De mantenerse estas tendencias, las Naciones Unidas pronostican que, en el plazo de cincuenta años, España tendrá una de las poblaciones más envejecidas del planeta (O.N.U., 1998). Uno de los indicadores más utilizados en el análisis de las tendencias demo- gráficas de un país es el índice de envejecimiento que resulta de dividir el número de personas con 65 ó más años entre los que no alcanzan la edad de 15 años. Valores por encima de 0,5 corresponden a poblaciones en proceso de envejecimiento, y si son superiores a 0,6 permiten aplicarle el calificativo de envejecida. Como se puede apreciar en la figura 2, este índice ha ido aumentando considerablemente en nuestro país a lo largo de los últimos años. Así, mientras que en 1981 las personas mayores representaban el 44% de esta población, en la actualidad –según estimación del I.N.E.-, esta cifra asciende hasta el 108%. Con relación al total de la población (Ver figura 3) este porcentaje ha pasado durante ese mismo período del 11,29 al 16,56.

Los datos actuales confirman estos pronósticos, así, según el último Padrón Mu- nicipal de 1996 (I.N.E., 1999), el índice de envejecimiento se sitúa en el 0,974 (ocho milésimas por encima de lo estimado), y el porcentaje de personas mayores de 65 años alcanza en nuestro país el 15,62 (una centésima por debajo de lo proyectado). En lo que respecta a Andalucía, es la penúltima comunidad autónoma, tras Cana- rias, en envejecimiento, como así queda reflejado los datos del último Padrón. El índice de envejecimiento de nuestra comunidad es del 0,678, mientras que el por- centaje de población mayor de sesenta y cinco años alcanza el 13, 24.

1.2. Edad y envejecimiento: Etapa o proceso.

A lo largo del apartado anterior se ha dejado traslucir una correspondencia entre edad cronológica y envejecimiento. Si bien, la primera puede ser un indicador objetivo del segundo, la cuestión no está tan clara. Muestra de ello es, por ejemplo,

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores la disparidad de criterios entre las Naciones Unidas, que considera los 60 años como fecha de inicio de la ancianidad, y otras organizaciones, como la O.M.S., que la es- tablece a partir de los 65 años. Este último límite, tan arbitrario como otros, es el que ha sido comúnmente aceptado. En este caso, el umbral demográfico de envejecimiento se hace coincidir con el cese generalizado de la actividad productiva. Esta edad laboral no es más que un referente de la denominada edad social, que se define en función del conjunto de roles asumidos por la persona, y que se hallan impregnados de expectativas de comportamiento normativas para cada sociedad. Junto a esta edad social aparecen otras “edades” definidas en función de di- versos criterios. Tal es el caso de la edad biológica, como estimación de la posición actual de la persona con relación a su potencial biológico. Simone de Beauvoir (1983), en su conocido libro sobre la vejez afirma que:

“La edad cronológica y la edad biológica están muy lejos de coinci- dir siempre” (pag. 39).

Ya en 1975, Ryder propuso definir el umbral de la vejez no con relación a la edad cronológica o años vividos sino haciendo referencia al número de años que, por tér- mino medio, restaban por vivir. Su propuesta concreta fue tomar como umbral de la vejez aquella edad en la que la esperanza de vida fuera de diez años. De aplicar este criterio a la población española, a comienzos de la década de los noventa se tenía que haber incrementado ese umbral a los 75 años, pues la esperanza de vida para ambos sexos alcanzaba ya esa cifra. Muy relacionado con el criterio anterior se encuentra la propuesta de la O.M.S. en su Programa Salud para todos en el año 2000. Según esta organización, la vejez podría definirse a partir de la edad en la que la esperanza de vida libre de discapacidades alcance un determinado número de años. Este concepto de vejez corre paralelo a lo que se entiende por “edad funcional” como capacidad adaptativa del sujeto a las exigencias ambientales en comparación con el resto de individuos de una misma edad cronológica.

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1,4 Índice de Envejecimiento Poblacional (nº de habs. de 65 ó más años / nº de habs. de quince o menos

1,2

1

0,8

0,6

0,4

0,2

0 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017 2018 2019 2020

Figura 2. Evolución del índice de envejecimiento en España. Los datos a partir de 1992 corresponden a proyecciones de población estimadas a partir del Censo de 1991. Fuente I.N.E. 4

0,2

0,19 Porcentaje de personas mayores de 65 años con relación al total poblacional 0,18

0,17

0,16

0,15

0,14

0,13

0,12

0,11

0,1 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017 2018 2019 2020

Figura 3. Incremento relativo de las personas mayores en España. Los datos a partir de 1992 corresponden a proyecciones de población estimadas a partir del Censo de 1991. Fuente I.N.E.

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La menor mortalidad femenina hace que, conforme avanza la edad, el porcen- taje de mujeres sea progresivamente mayor al de los hombres, pudiendo hablar de un “envejecimiento femenino”. Así, el número de mujeres mayores de 80 años (ver figura 4) representa el doble del de varones con esa misma edad. Es importante señalar que cerca del setenta por ciento (67,55%) de la población femenina alcanzan esa edad, y que más de una cuarta parte (25,115%) llegan a celebrar su nonagésimo cumpleaños. El envejecimiento poblacional no afec- ta a todas las edades por igual. El grupo integrado por los mayores-mayores (de 80 ó más años) (ver gráfica 4) está creciendo a un ritmo mucho más rápido que el resto. Esto, unido a los problemas de pérdida de autonomía funcional vinculados al avance de la edad, anuncia importantes repercusiones tanto so- ciales como políticas en la atención a este colectivo.

Hombres Mujeres

1.2

1

0.8

0.6

0.4

Millones de personas

0.2

0 65 a 69 70 a 74 75 a 79 80 a 84 85 o más

Figura 4. Población de personas mayores en España por edades y sexos. Fuente: Padrón Municipal 1996 (INE).

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Todo esto muestra la arbitrariedad que conlleva definir la vejez como etapa con un comienzo cronológicamente delimitado. A lo largo de la historia se han suce- dido los intentos de clasificar el período vital en varias etapas, asociándolas con edades concretas. Pitágoras fue uno de los primeros, en su teoría, cada período du- raba aproximadamente veinte años y se correspondía con una de las estaciones: la infancia equivalía a la primavera (0 a 20 años), la adolescencia al verano (20 a 40 años), la juventud al otoño (40 a 60 años) y la vejez al invierno (60 a 80 años). San Agustín, redujo las edades a seis y, al igual que Pitágoras, situaba el inicio de la ve- jez a los 60 años: “Hay seis edades en la vida de un hombre: la de la cuna, la infancia, la adolescencia, la juventud, la edad madura y la vejez... Como la vejez comienza hacia los sesenta años y puede prolongarse hasta lo ciento veinte, es evidente que puede ser ella sola tan larga como to- das las demás juntas” (San Agustín, “Cuestiones Diversas”, en Gran- jel, 1991, p. 18).

Curiosamente, este límite de edad está muy cercano al que parece ser el potencial máximo de supervivencia de la especie humana, que se sitúa en torno a los ciento quince años (Hayflick, 1980). Dante menciona cuatro edades en el Convivio. Sha- kespeare asemeja la vida con un drama en siete edades, en el que en la sexta ya se perfila la ancianidad y en la séptima ya está cercana “la escena final” (Granjel, 1996). Siguiendo la división aristotélica en tres etapas: juventud, plenitud vital o acmé y ve- jez, algunos autores han dividido el curso de la vida en fases de incremento, estabi- lidad y decremento. Este es el caso de Miguel de Sabuco, quien, en el siglo XVI, aporta la siguiente descripción de las etapas del ciclo vital:

“Hay primero [en el vivir humano] extensión, aumento, espíritu em- prendedor, incremento; luego, cierto período de estabilidad, y des- pués de él, restricción, pérdida, retiro, decremento” (Granjel, 1996).

Esta división en tres etapas continúa aún vigente. El galicismo “Tercera Edad”, es en la actualidad uno de los más empleados para hacer referencia al colectivo de perso- nas mayores de 65 años. Algunos hablan hasta de una “cuarta edad” a partir de los 85 años.

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Ortega y Gasset en su obra En torno a Galileo se pronuncia acerca de la cuestión de la edad, a la que despoja de la importancia que se le confiere en la deli- mitación de las etapas del desarrollo ontogénico. Para él, será la edad biográfica, definida por el curso personal que el sujeto traza en su quehacer cotidiano la que defina la trayectoria vital de cada persona y, por tanto, la que paute su devenir de- ntro del curso de su vida. En este sentido, afirma:

“El concepto de edad no es sustancia matemática, sino vital. La edad, originariamente, no es una fecha..., es dentro de la trayectoria vital humana un cierto modo de vivir...dentro de nuestra vida total una vida con su comienzo y su término...Las edades lo son de nues- tra vida y no, primariamente, de nuestro organismo, son etapas dife- rentes en que se segmenta nuestro quehacer vital” (p. 154).

Esto se acerca más a una concepción dinámica del envejecimiento, en la que, en lugar de considerarse como una etapa temporalmente delimitada, se concibe como un proceso. Así, de acuerdo con esta perspectiva, es conveniente hablar de “enveje- cimiento” o “envejecer” en lugar de “vejez”. Este último término no recoge el carácter esencialmente continuo y procesual de los primeros, que están más cercanos al sig- nificado del término “aging”, tan profusamente empleado en la literatura anglosajona (Fierro, 1994). En este proceso se producen una serie de cambios biológicos, psico- lógicos y sociales que demandan su abordaje multidisciplinar desde una concepción amplia de la Gerontología que abarque tanto la geriatría, especialidad médica intro- ducida por Nasher a comienzos de siglo (Jiménez, 1985), dedicada al cuidado y tra- tamiento médico de las personas mayores; como la psicogerontología (Hall, 1922), centrada en el estudio de sus comportamientos; y la gerontología social (Tibbitts, 1960), en su análisis de los factores sociales y culturales que afectan al proceso de envejecimiento.

Una vez acotado el término referente al proceso, es conveniente concretar también la expresión con la que se hará referencia a lo largo del texto a las personas que participan del mismo. Conocidas las connotaciones negativas que acompañan tanto a la palabra “viejo” como, aunque en mejor medida, al término “anciano”, se ha

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores optado por utilizar la expresión “persona mayor”. Además de carecer de estas connotaciones, abarca a un colectivo más amplio, y es la denominación que prefieren mayoritariamente las personas a las que incluye. Así, lo corrobora la encuesta realizada por el CIRES (Centro de Investigaciones sobre la Realidad Social) en mayo de 1995, en la que se analiza cuál es el calificativo más apropiado para referirse a las personas mayores de 65 años. Los resultados (Ver figura 4) muestran claramente que los términos “viejos” y “ancianos” son, por este orden, los menos valorados, mientras que “personas mayores” es el que más aceptación tiene entre todos los grupos de edad.

Término más apropiado para los mayores de 65 años

Mayores 3ª Edad Ancianos Viejos Otro

60

50

40

% 30

20

10 ASPECTOS SOCIALES DEL ENVEJECIMIENTO

:0 TOTAL 18-64 65 ó + Edad de la población encuestada

Figura 4. Término más apropiado para referirse a las personas de más de 65 años. Fuente: C.I.R.E.S. (1995).

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1.3. Aspectos sociales del envejecimiento.

1.3.1. La atención social de los mayores desde una perspectiva histórico- etnográfica.

Resulta interesante analizar cómo cada sociedad y cada cultura aborda el tra- tamiento y la consideración de sus integrantes a medida que envejecen. La perspec- tiva antropológica unida a un abordaje histórico ofrece una visión comprehensiva de este fenómeno. Como afirma Minois (1987), es el medio social el que en definitiva crea la imagen de sus mayores, a partir de las normas y de los ideales humanos de la época. Se puede observar que las sociedades en las que el envejecimiento se desa- rrolla en unas condiciones más favorables son aquellas que apoyan su cultura en la tradición oral y la costumbre, es decir, aquellas en las que la persona mayor cumple el papel de la memoria. Afirma un antiguo refrán africano que “cuando un viejo mue- re, se quema una biblioteca” (Minois, 1987, p. 25). Así, entre los ashanti de África, corresponde a sus mayores el papel de transmitir el saber y educar a los niños con sus historias. Los yaganes, tribu de la costa de la Tierra de Fuego, atienden con es- mero a sus mayores, no privándoles de alimentos ni cuidados. En este caso son también los encargados de trasmitir la ley no escrita. Entre los arandas de Australia, las personas mayores son las mejor tratadas de la comunidad, ya que poseen, entre otros, los conocimientos sobre la caza, la recolección de alimentos o la búsqueda de agua, imprescindibles para la supervivencia de la tribu. Ejemplos como estos se en- cuentran en otras muchas sociedades tribales, como los indios navajos, hurones y mohicanos de América del Norte, los jíbaros del norte de los Andes, los kikuyus de las laderas del monte Kenya, los tivs, bantúes nigerianos o los mongoles aleutianos. No obstante, cuando el clima es hostil, los recursos insuficientes y las circuns- tancias difíciles, el envejecimiento no suele asociarse con una mayor atención social. Es el caso de los yakutas, pueblo seminómada del oeste siberiano, en el que los hijos arrebatan los bienes a sus padres cuando éstos se debilitan, abandonándolos y dejándoles morir después. La penuria de alimentos, el bajo nivel cultural y el odio a los padres, engendrado por la severidad patriarcal, conspiran contra los progenitores (De Beauvoir, 1983). El abandono de las personas mayores a la muerte ha sido fre-

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores cuente también en otros pueblos, en los que la escasez de alimentos hacía peligrar su supervivencia, como los siriones de la selva boliviana, los fangs de Gabón o los bosquimanos del sur de África. Este mecanismo de supervivencia grupal queda ma- gistralmente reflejado en la película de Oshima “La Balada del Narayama”, inspirada en la hermosa novela de Fukasawa “Narayama”, nombre de la montaña donde los mayores eran abandonados para encontrar la muerte. En otras culturas, en lugar de abandonarlos, eran asesinados por sus familiares. Tal es el caso de los koryakes del norte de Siberia, en los que el asesinato mediante un certero golpe de lanza o una cuchillada era presenciado por toda la comunidad. Entre los chuchkees, también de Siberia, el propio hijo o un hermano más joven era el que, al finalizar la fiesta de despedida, se deslizaba detrás del mayor y lo estrangulaba con una espina de foca.

En lo que a la historia se refiere, han sido numerosos los testimonios acerca de la consideración y atención hacia los mayores en distintas civilizaciones. Así, en- tre los incas, las personas mayores eran respetadas y cuidadas por la comunidad, que incluso disponía de un impuesto para sufragar los gastos que suponía su aten- ción (Minois, 1987).

La cultura hebrea destacó por el trato e integración social de los que disfruta- ban sus componentes cuando envejecían. En los mandamientos dados por Dios a Moisés, en el Libro de los Proverbios y en el Levítico se recuerda a los judíos las obligaciones que tienen para con sus mayores. La ancianidad como don divino fue considerada como un honor que permitía acceder a un estatus social deseable al- canzado por unos pocos (Jiménez, 1985). En esta sociedad patriarcal judía, el térmi- no “anciano” amplió su significado. Más allá de la estricta consideración de la edad, el anciano, es el personaje importante de la comunidad, notable por su sabiduría.

La civilización griega es rica en contrastes en cuanto a la consideración y tra- tamiento del envejecimiento. La literatura y la mitología están cargadas de alusiones negativas sobre este fenómeno. La “triste vejez”, como la llama Hesíodo, tenía co- mo hermanos el Destino, la Muerte, la Miseria y el Sueño, y como morada el vestíbu- lo de los Infiernos, junto al Terror, el Hambre, la Enfermedad, el Agotamiento y la Muerte (Minois, 1987). La literatura clásica ubica la vejez y la muerte entre los “Ke-

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores res” (males de la vida), y los considera los dos más implacables e ineluctables. Las Moiras griegas o Parcas romanas (Cloto, Láquesis y Atropos), dueñas de la vida y la muerte de los hombres, son asociadas a la figura de tres ancianas. Aristóteles define el envejecimiento como una “enfermedad incurable”. El mito de Titón, esposo de Au- rora, al que los dioses concedieron la inmortalidad, advierte lo terrible de ésta cuan- do no se ve acompañada también de la eterna juventud, con la que Zeus sí obsequió a Ganímedes, hija del rey de Troya. Asimismo, en la mitología se encuentran nume- rosas referencias a la lucha intergeneracional que solía terminar con el destrona- miento de los ancianos padres por parte de sus hijos (Layo es asesinado por su hijo Edipo; Urano es castrado por su hijo Cronos que, a su vez, fue víctima de su hijo Zeus). Todos estos episodios muestran la recurrente victoria de la juventud sobre la vejez, tan característica de la cultura helena.

Frente a esto, la realidad muestra como es en Grecia donde por primera vez se habla de instituciones caritativas destinadas al cuidado de los ancianos. En Ate- nas, se repartía comida gratuita a los ciudadanos mayores que habían servido al Estado. Vitruvio habla de “la casa de Creso”, destinada a los habitantes de la ciudad de Sardes que, por su avanzada edad, han adquirido el privilegio de vivir en paz en una comunidad llamada Gerusía, formada únicamente por personas mayores. La Gerusía espartana, integrada por treinta personas mayores de sesenta años, era el consejo que dirigía toda la vida política de la ciudad. El areópago, cuerpo aristocráti- co compuesto por personas mayores, tenía igualmente notables poderes. Como se- ñala Simone de Beauvoir, el término “geron”, designaba al mismo tiempo la edad avanzada y la edad privilegiada.

En el imperio romano se va a dar a las personas mayores importancia tanto en el desarrollo de la vida política como social. Lo que queda reflejado en el derecho latino y en la atención de que fueron objeto. El derecho contemplaba la figura del pater familias, que muestra el importante papel social de estas personas que, a me- dida que avanzan en edad, veían aumentar la familia y los bienes, creciendo su po- der en la misma medida. Esta figura jurídica, no obstante, dio lugar a notables con- flictos generacionales entre padres e hijos al verse éstos sometidos a la voluntad de

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores los primeros. Su mayor peso político se concretaba en el Senado, compuesto de 300 miembros, todos de edad. Este poder, sin embargo, decayó a partir del siglo I. Muestra de esta consideración es la famosa obra de Cicerón "De senectute", donde ofrece una visión sumamente positiva del envejecimiento como proceso de acumula- ción de experiencia.

Las sociedades bárbaras fueron las peores en el trato dado a los débiles. En ausencia de leyes, el único principio aceptado era la fuerza. Los germanos solían matar a anciano. Entre los hérulos era normal que fuera el propio mayor el que pidie- ra a su familia que lo matara. Muerte que se aplicaba con la espada para después colocar el cuerpo sobre la hoguera. Parece ser que los galos, alanos y celtas tenían costumbres similares (Minois, 1987).

Durante la Edad Media, los cuidados de quienes alcanzaban la senectud dependían de sus recursos económicos. Se tiene noticia de la existencia de asilos- hospitales o casas para ancianos pobres en el imperio bizantino llamados geroko- meia. En Europa la caridad cristiana hizo que durante este período surgieran los al- bergues para pobres, donde también eran atendidas las personas que por su edad necesitaban ser cuidadas (Arquiola, 1995). Estos asilos de carácter religioso, que eran atendidos generalmente por monjes, darán lugar a partir del siglo XIII a hospi- cios laicos por la iniciativa de cofradías o hermandades. A partir del siglo XVI se producen una serie de cambios en la asistencia a las personas mayores. Los que disponían de recursos continuaban viviendo en sus pro- pios hogares con sus familiares o sirvientes. Aquellos otros que envejecían en la po- breza eran “ayudados” por la caridad cristiana a través de la aplicación de las llama- das “leyes de los pobres”. Estas leyes, promulgadas por toda Europa, estaban orien- tadas más por el deseo de control social de las masas sociales indigentes que por una voluntad altruista de justicia social (Arquiola, 1995). En estos centros se pretendía que todas aquellas personas que no estuviesen inválidos o impedidos trabajasen para el beneficio de la sociedad. Este control social es patente a partir del siglo XVIII a través de la expedición de los “certificados de indigencia”, necesarios para el ingreso en estos Centros. La Salpetrìere, convertida

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores en hospicio a mediados del siglo XVIII, fue la mayor institución europea destinada a recoger a personas de edad avanzada. En las Workhouses inglesas se obligaba a estas personas a trabajar. Es conocida la Poor Law Act que hacía recaer sobre los familiares directos el cuidado de sus mayores. En nuestro país, la Ley XII de Carlos III, de enero de 1774 establecía unos supuestos similares:

“Los ancianos hábiles servirán para recoger limosnas, se em- plearán en algunos oficios internos en las casas-hospicio, cuidarán de su aseo y limpieza, y de la de los niños, y servirán de pedagogos para llevar y traer al hospicio aquellos niños y jóvenes destinados a los oficios que estén fuera de ellos, a fin de que no vayan jamás so- los...También cuidarán dichos ancianos para llevarlos a oír la pala- bra de Dios en las iglesias, acostumbrándolos a este santo ejercicio, y para llevarlos a pasear los días de fiesta... Por su parte, las muje- res ancianas débiles pueden destinarse proporcionalmente, y con el mismo cuidado, para algunas labores, aseo de la casa y vigilancia de las niñas” (Arquiola, 1995).

Estas casas de trabajo actuaron conjuntamente con la beneficencia pública y privada, creada para el auxilio de los más menesterosos. La Beneficencia actuará en España hasta nuestro siglo, contando en sus inicios con Asilos para Ancianos, Ca- sas de Misericordia y Hospitales-Asilos. Este movimiento asistencial promovió en Europa el surgimiento a lo largo del siglo XIX y XX de sistemas de seguridad social que cubrían la atención a la vejez. El establecimiento del seguro social nacional, creado en Alemania por Bismarck en 1880 representó un importante cambio en la atención social en general, que pasó a ser entendida como un derecho, como que- dará posteriormente reflejado en la Constitución de Weimar (1919).

1.3.2. Siglo XX: Una nueva concepción de la atención social.

El nacimiento de los sistemas de seguridad social suponía un nuevo enfoque en la atención tanto de las personas mayores como de aquellos otros colectivos (desempleados o enfermos) en riesgo de marginación social. Este nuevo enfoque representa el paso de una orientación asistencialista, heredera de un modelo de ca- ridad cristiana, al desarrollo de una serie de prestaciones basadas en los derechos

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores sociales legalmente reconocidos. Fue el inicio de las denominadas “políticas socia- les” orientadas a la consecución y mantenimiento del “Estado de Bienestar”. En el ámbito internacional, el primer conato de esta nueva consideración en la atención a las personas mayores fue la iniciativa propuesta en 1948 por la Embajada argentina en las Naciones Unidas, que presentó un proyecto de lo que pretendía ser la primera Declaración de los Derechos de los Ancianos, iniciativa que no llegó a aprobarse. Será treinta años después, en 1978, cuando la O.N.U. decida organizar en Viena una Asamblea Mundial sobre Envejecimiento. En esta Asamblea, celebra- da en 1982, vio la luz el que va a ser el primer Plan General sobre las políticas socia- les de envejecimiento a llevar a cabo a nivel nacional. En este Plan de Viena se in- cluyen análisis, recomendaciones, estrategias y líneas de intervención para el desa- rrollo de programas dirigidos a las personas mayores (Tavares, 1986). En el Plan se abordan una serie de ámbitos específicos como son: salud y nutrición; vivienda y medio ambiente; familia; bienestar social; ingresos y educación. En dichos dominios ofrece pautas de cómo ha de ser la intervención pública sobre este colectivo. Estas áreas han quedado reflejadas en las políticas sociales que so- bre envejecimiento se han llevado a cabo en los últimos años en la mayor parte de los países desarrollados. Un ejemplo de la acción desarrollada en España, lo consti- tuye el Plan Gerontológico Nacional, iniciado en 1988 por el Ministerio de Asuntos Sociales, y presentado a las organizaciones sociales, entidades públicas y privadas a principios de 1991. Este Plan se organiza en cinco grandes áreas (Ver tabla 2): -Pensiones -Salud y asistencia sanitaria -Servicios Sociales -Cultura y Ocio -Participación Estas áreas guardan una clara relación tanto con las avanzadas en el Plan de Viena como con las exigencias que la Constitución española de 1978 establece en su artí- culo 50 en materia de atención a las personas mayores:

“Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciuda- danos durante la tercera edad. Asimismo, y con independencia de las obligaciones familiares, promoverán su bienestar mediante un

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sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específi- cos de salud, vivienda, cultura y ocio.”

En la tabla 2 aparecen las líneas generales de intervención a través de las que se desarrolla una nueva concepción y abordaje social del envejecimiento. Como afir- man Belando y Sarlet (1997):

“Las políticas sociales intervienen directamente en la construcción social de la concepción de la vejez, por ello creemos que tienen un interesante papel a la hora de analizar la situación actual de las per- sonas mayores” (p. 207).

En este sentido, un análisis del Plan Gerontológico permite apreciar las múlti- ples y variadas necesidades que presenta un colectivo tan heterogéneo como es éste. Posiblemente sean los aspectos relativos a salud y pensiones los que gocen de un mayor grado de acuerdo en cuanto a las demandas más generalizadas que presentan las personas mayores. Junto con estos aspectos comunes, las diferentes necesidades se han de traducir en una oferta de prestaciones igualmente variada. Una de éstas necesidades, fruto de la notable disminución de la mortalidad en eda- des avanzadas, es la originada por la pérdida de autonomía funcional, que requiere de una mayor atención y cuidados. El Plan aborda este punto tanto mediante la creación de unidades residenciales para personas no válidas como a través de una serie de medidas (ayuda a domicilio, atención domiciliaria a enfermos, teleasistencia, viviendas tuteladas, etc.) que, como dice su texto, favorezcan la permanencia de las personas mayores en sus domicilios. Este principio es el que guía la atención a las personas más mayores, recurriendo a la recolocación en Centros únicamente cuan- do no hay otra solución. Junto a este colectivo más dependiente aparece un grupo de personas mayores cada vez más amplio que reclama una mayor participación e integración social. Esto supone un cambio en la concepción tradicional del envejeci- miento como retiro social. Actualmente encontramos personas que reclaman su puesto en la sociedad, no aceptando los roles pasivos que se han venido asociando con la pérdida de la actividad laboral. La Carta Europea de los Mayores (1992), reconoce derechos como el de par- ticipación en la elaboración de aquellas políticas que les afecten, a través de su re- presentación en las administraciones competentes. Este derecho de participación es

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores recogido también por los Principios de la Nacionales Unidas a favor de las personas mayores. Junto con esta mayor integración, las personas mayores necesitan una más amplia oferta cultural y de ocio que les permita permanecer activos en esta fase de sus vidas, en la que se encuentran liberados de las obligaciones laborales. Gui- llemard (1992), en su análisis de las políticas europeas de vejez, considera que de- ben promover y preservar durante el mayor tiempo posible un papel activo y útil de las personas de edad avanzada en la colectividad, con objeto de que puedan partici- par en todo tipo de actividades sociales. Kraig (1995), incide en la necesidad de in- troducir nuevas tendencias en las políticas sociales dirigidas a personas mayores, entre las que destaca el fomento de actividades productivas y la incorporación de actividades educativas orientadas a un uso activo del tiempo de ocio. Así, por ejem- plo se contiene en la reciente Ley de Atención y Protección a las personas mayores (BOJA num. 87, 1999), cuyo artículo 35 recoge textualmente: “Las diferentes Admi- nistraciones Públicas, realizarán actividades culturales y de empleo creativo del ocio dirigidas a las personas mayores”. Igualmente, esta ley concede una especial impor- tancia a la educación y formación de las personas mayores mediante, entre otras acciones: “El fomento de la participación de las personas mayores en talleres ocupa- cionales dirigidos al conjunto de la sociedad, así como la organización de activida- des formativas específicas para ellos” (Art. 31.3).

Esta nueva orientación en la atención de las personas mayores trata de que la jubilación sea percibida como el inicio de una fase de la vida llena de posibilidades de realización personales:

“...disponen de una mayor cantidad de tiempo libre y de oportunida- des para desarrollar actividades, reforzar aficiones y amistades, con- tribuir a las nuevas formas de solidaridad intergeneracional y social. Conquistar, en definitiva, nuevos espacios de autonomía y creativi- dad que permitan entender a la persona mayor no tanto como objeto de políticas sino como sujeto de las mismas” (Subirats, 1992, p. 26).

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ÁREA DE PENSIONES: -Desarrollar las prestaciones de modalidad no contributiva -Incrementar la protección de los pensionistas mayores de 80 años -Igualar las pensiones mínimas al importe neto del salario mínimo interprofesional -Equiparar las pensiones mínimas de jubilación y viudedad -Mantener el poder adquisitivo del conjunto de las pensiones ÁREA DE SALUD Y ASISTENCIA SANITARIA: -Promover la salud y la prevención primaria y secundaria de la enfermedad -Promocionar el ejercicio físico entre las personas mayores -Garantizar la asistencia sanitaria a las personas mayores -Favorecer la permanencia de las personas mayores en su domicilio ÁREA DE SERVICIOS SOCIALES: -Garantizar el estudio, la formación y la investigación permanentes sobre el envejecimiento -Garantizar la defensa de los derechos fundamentales de las personas mayores -Promover la solidaridad social y la participación ciudadana -Ofrecer prestaciones económicas individuales no periódicas para las personas mayores en situaciones de necesidad -Garantizar las condiciones de acceso y habitabilidad de la vivienda, así como propiciar la permanencia de las personas mayores en su entorno -Ampliar la red de Hogares y Clubes para personas mayores -Fomentar la ayuda y apoyo a las familias que cuidan de alguna persona mayor -Garantizar una plaza residencial a toda persona mayor en estado de necesidad ÁREA DE CULTURA Y OCIO: -Facilitar el acceso a cursos de formación primaria, media y superior a las personas mayores -Ampliar los niveles de educación y el caudal de cultura de los mayores, mediante el enrique- cimiento de las actividades ofrecidas en los centros gerontológicos -Incrementar el disfrute de las personas mayores de la vida cultural del país -Propiciar que la jubilación sea percibida como el inicio de una fase de la vida llena de posibi- lidades de realización personal, a través de nuevas actividades y experiencias -Fomentar la práctica del turismo entre los mayores y organizar turnos de vacaciones, a nivel nacional e internacional -Sensibilización de la sociedad sobre el envejecimiento y la vejez ÁREA DE PARTICIPACIÓN: -Fomentar la participación social y política de las personas mayores -Potenciar la capacidad de participación de las personas mayores desde los centros geronto- lógicos, a través de la animación sociocultural -Establecer órganos de representación y asesoramiento que garanticen la participación de las personas mayores en distintos niveles de la administración, a través de los Consejos Locales de Bienestar Social, los Consejos Autonómicos de Mayores, y la creación del Consejo Estatal de Mayores.

Tabla 2. Plan Gerontológico Nacional. Fuente: Ministerior de Asuntos Sociales, I.N.S.E.R.S.O. (1993) 30

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Este cambio social es recogido por Bazo (1992), cuando habla del tránsito de una concepción de vejez en términos de deterioro o declive al modelo basado en la com- petencia, entendida como capacidad o habilidades que permiten hacer frente a los acontecimientos de la vida cotidiana. A esto contribuyen algunas líneas de actuación recogidas tanto en el Plan Gerontológico como en Ley Andaluza de Atención y Pro- tección de las Personas mayores. Así, en el Plan, el área de “Cultura y Ocio” con- templa oportunidades de actividad a través de:

-Una programación más amplia de actividades desde los Hogares, Centros de Día y Residencias -La práctica del turismo tanto nacional como internacional -El acceso de los mayores a la educación y a la cultura a través de Universi- dades para Mayores, Casas de Cultura, cursos especiales no reglados, etc. -La promoción del voluntariado social.

La Ley andaluza en su título VIII –“De la Cultura, el Ocio, el Turismo y el Deporte”-, mantiene esta misma línea.

De acuerdo con la anterior afirmación de Belando y Sarlet (1997), las políticas sociales ayudan a la construcción social de esta realidad tan difusa y heterogénea que constituye el envejecimiento. Posiblemente, en la sociedad actual, tan necesita- da de referentes sobre los que asentar su propia imagen y la de los individuos que la integran, sean estas actuaciones concretas, y la concepción de envejecimiento que subyace bajo ellas, las que ejerzan su poder corformador y vitalizante. De esta ma- nera, se va configurando una realidad que se asienta sobre la propia práctica diaria, que constituye el andar que termina originando el propio camino que recorre.

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CAPÍTULO II: EL BIENESTAR SUBJETIVO

“La felicidad es un pájaro azul que una tarde se nos posó en la palma caliente de la mano, y nos dejó como la huella de un paraíso perdido que nunca nadie alcanzó y con el que todos, en algún momento, dormidos o en estado de vigi- lia, soñamos”

De esta manera tan gráfica introduce Esperanza Guisán su personal descrip- ción de este inefable concepto tan profusamente empleado en la literatura. La autora ofrece como corolario de su Manifiesto Hedonista la conclusión de que es la felicidad lo que constituye el sentido de la vida, y que es precisamente su promoción lo que justifica todas las actuaciones humanas individuales y colectivas. Estas palabras evocan a las aportadas por Aristóteles cuando habla del Sumo Bien y la Felicidad Suma como el final, o más bien la finalidad, del camino en el transcurrir vital huma- no. El filósofo sostiene que la felicidad es el único valor final y suficiente en sí mismo. Final en tanto en cuanto todo lo demás no es más que un medio para alcanzarla, y suficiente porque, una vez conseguida, nada más es deseado. Esta propiedad de drive o impulsor fue, entre otras cosas, lo que motivó el que en 1973 se introdujera un término tan vago como éste en el Psychological Abstracts International. Poste- riormente, debido a su carácter difuso y a sus connotaciones filosóficas, progresiva- mente ha ido dando paso en el vocabulario psicológico al concepto algo más opera- tivo de “bienestar subjetivo” (well-being). Incluso, algunos autores (Headey, Holms- tron y Wearing, 1985) han complementado éste con el de malestar (ill-being), propo- niendo modelos explicativos de los factores que subyacen a ambos. Esta introducción tardía de la “felicidad” o el “bienestar subjetivo” como “asuntos” de interés de la psicología ha obedecido tanto a la inaprensibilidad del concepto, objeto del afanoso estudio de numerosos pensadores, como a la destaca- da orientación terapéutica de esta disciplina. Su pretensión restauradora ha hecho que se haya ocupado más del conocimiento de los estados psicológicos mórbidos que, del estudio de los factores que favorecen el desarrollo del bienestar personal y el mantenimiento de una vida deseable. No cabe duda de que a esta desconsidera- ción –que, ni siquiera, abandono-, ha contribuido la orientación experimental de esta rama del conocimiento que, desde sus inicios, y bajo una perspectiva excesivamente

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores comportamental, excluyó de su foco de interés todos aquellos temas en los que, co- mo en éste, el componente valorativo o subjetivo tuviera un peso tan relevante. Fieles a esta tradición, una buena parte de los estudios iniciales se centraron en aspectos externos. En ellos se analizaban las condiciones de vida que favorecían el bienestar. Así, inicialmente se adoptó el término “nivel de vida” para hacer refe- rencia a estas condiciones que, en un principio, se circunscribían a lo puramente económico. Este concepto dio lugar al de “calidad de vida”, que, desde la década de los setenta, ha sido objeto de numerosos estudios. Reflejo de esta tendencia fue la creación en 1974 del Social Indicators Research, revista especializada en el estudio de la calidad de vida y del bienestar personal con una fuerte tradición economicista, y que, como su propio nombre indica, tuvo inicialmente una orientación fundamen- talmente objetiva. En varios países se iniciaron encuestas periódicas de calidad de vida: por ejemplo, la Encuesta de Nivel de Vida en Suecia, la Encuesta Social Gene- ral en los Estados Unidos o el semestral Eurobarómetro de la anteriormente denomi- nada Unión Europea. Los resultados de tales actividades son presentados general- mente en informes de indicadores sociales y periódicos, como los Informes Sociocul- turales cuatrimestrales en los Países Bajos. Este desarrollo es conocido como el “Movimiento de los indicadores sociales” (Veenhoven, 1994). Han sido y son nume- rosas las categorizaciones de indicadores objetivos de calidad de vida que han apa- recido (tipo de vivienda, acceso a recursos, ingresos, etc.) (Franklin, Simmons, Solo- vitz y Clemons, 1988; Michalos, 1980; Smith, 1973). En ellas se incluyen áreas co- mo: ingresos, salud, empleo, vivienda, condiciones del entorno, etc. En este sentido, la calidad de vida ha sido identificada con el bienestar social, y, debido a la equiparación de éste con el bienestar económico, no son pocos los que la han ligado con los indicadores socioeconómicos macrosociales desde la perspectiva de distribución política de los recursos o, como afirma Veenhoven (1994), desde la ingeniería social. En esta línea, Drewnowski la define en sus traba- jos para el Desarrollo Social de las Naciones Unidas como: “el estado o grado de bienestar tal como existe y puede ser medido en un momento dado”, reduciéndola a lo que él mismo denomina “bienestar medible”, concepto necesariamente cuantitati- vo por definición. Paralelamente, durante las pasadas décadas, un gran número de investigadores se han dedicado a analizar los correlatos demográficos y las variables que se vinculaban con el bienestar humano. Esto ha dado lugar a estudios en los

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores que se examinan las diferencias personales en esta variable atendiendo a factores objetivos como sexo, edad, clase social, estado civil, salud, nivel de ingresos, etc. Una muestra de este enfoque es la conclusión aportada por Wilson (1967) en su fa- moso estudio sobre las variables y características personales vinculadas a la felici- dad. Según este autor:

“La persona feliz se muestra como una persona joven, saludable, con una buena educación, bien remunerada, extravertida, optimista, libre de preocupaciones, religiosa, casada, con una alta autoestima, una gran moral del trabajo, aspiraciones modestas, perteneciente a cualquier sexo y con una inteligencia de amplio alcance” (p. 294).

No obstante, según Veenhoven (1994), la “calidad de vida” denota dos signifi- cados. Por una parte la presencia de condiciones consideradas necesarias para una buena vida y, por otra, la práctica del vivir bien como tal. De un modo progresivo, al concepto de calidad de vida se le irán incorporando componentes más subjetivos. Este hecho es destacado por Casas (1991):

“En la esfera de los investigadores de los fenómenos sociales, a lo largo de la década de los sesenta, el concepto de calidad de vi- da se fue vinculando a una noción que incorpora medidas psicoso- ciales de la realidad, medidas que inicialmente se denominaron “sub- jetivas”: percepciones y evaluaciones sociales relacionadas con las condiciones de vida de las personas, y que pueden incluir aspectos tan delicados de medir como son los sentimientos de felicidad, satis- facción, etc.” (p. 657).

Esta diferenciación de la dimensión objetivo-subjetiva, trajo consigo la intensi- ficación del nivel de análisis individual frente al social o estructural. Será esta acen- tuación de componentes internos la que permita el abordaje del bienestar humano en su dimensión subjetiva, estudiándolo desde el punto de vista de la propia perso- na. Como afirma Argyle (1993), el bienestar subjetivo representa la principal aporta- ción de la psicología al estudio de la calidad de vida cuando afirma:

“Son varios los movimientos que han estado relacionados con la ca- lidad de vida. Por ejemplo, los economistas del desarrollo miden la calidad de vida de los países en vías de desarrollo por su renta per cápita, porcentaje de empleados, longevidad y educación. La psico- logía puede añadir otra medida –el bienestar subjetivo. No es bueno

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores

hacer a las personas más ricas si no se las hace también más feli- ces.” (p. 5).

Rocio Fernández-Ballesteros (1996), en su estudio sobre la calidad de vida en las personas mayores, aboga firmemente por la necesidad de contemplar ambos ele- mentos:

“Aquí partimos de la consideración objetivo-subjetiva de la calidad de vida, por lo que consideramos que habrán de ser incorporados tanto aspectos objetivos como subjetivos en la definición operativa de ca- lidad de vida. Es decir, serán tenidos en cuenta, tanto la apreciación y valoraciones de los sujetos sobre los distintos ingredientes de cali- dad de vida (por ejemplo, si están satisfechos de las relaciones afec- tivas que sostienen con los amigos, si consideran que su salud es satisfactoria) como los aspectos objetivos de esas mismas dimen- siones (por ejemplo, con qué frecuencia se producen relaciones so- ciales, cuántos fármacos ingiere, a cuántos médicos visita y otros in- dicadores objetivos de salud”) (p. 18).

La autora (Ver figura 2), adoptando una concepción multidimensional de la calidad de vida, propone dos dimensiones básicas: la dimensión personal-socio-ambiental y la objetivo-subjetiva, en la que se recogen los elementos a tener en cuenta en la evaluación de la calidad de vida en este colectivo que tiene un perfil específico, en el que no intervienen factores propios de otros grupos de edad, como los relativos al trabajo, y en el que sí toman parte otros idiosincrásicos que tienen que ver, por ejemplo, con el deterioro cognitivo o el mantenimiento de habilidades funcionales y de autocuidado (Fernández-Ballesteros, 1996).

Desde una óptica menos global, Martínez y García (1994) (Ver figura 1) con- sideran que la calidad de vida en la población anciana, pasa por la consideración de tres componentes o dimensiones: La autovaloración de la salud, la percepción de satisfacción con sus propias vidas y el estado de ánimo o afectivo que presentan:

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores

CALIDAD DE VIDA Población anciana

SALUD BIENESTAR

PERCIBIDA PSICOLÓGICO

COMPONENTE COGNITIVO COMPONENTE EMOCIONAL Satisfacción con la vida Estado de ánimo

Figura 1. Componentes de la calidad de vida en personas mayores. Fuente: Martínez y García (1994)

En este mismo sentido, en 1982, la Asamblea Mundial de las Naciones Uni- das, en su informe sobre el envejecimiento concluía que:

“...para mejorar la calidad de vida de las personas mayores, la aten- ción dispensada debe ir más allá del enfoque puramente patológico y abarcar la totalidad de su bienestar, teniendo en cuenta la interde- pendencia de los factores físicos, mentales, sociales y ambientales” (citado por Navarro, 1991, p. 64). Esta concepción justifica la introducción del bienestar subjetivo o personal (a lo largo del texto se empleará igualmente el término “bienestar personal” aludiendo a su di- mensión subjetiva) como uno de los elementos relevantes en el estudio de la calidad de vida, no sólo en el colectivo de personas mayores sino en cualquier otro grupo humano. Es desde esta perspectiva desde la que se plantea este trabajo de revisión. Así, al inicio del capítulo se ofrece una ubicación conceptual del término y de sus dimensiones estructurales, cuyo conocimiento se hace imprescindible a la hora de abordar su estudio en cualquier población. Posteriormente se acomete la difícil tarea de compendiar las numerosas variables que se han tenido en cuenta en los numero- sos estudios que, como se comentaba al comienzo, han tratado de analizar los facto- res que afectan en mayor o menor medida al bienestar subjetivo.

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ELEMENTOS OBJETIVOS Y SUBJETIVOS EN LA CALIDAD DE VIDA

SALUD PERCI- ELEMENTOS OBBJETIVOS ELEMENTOS SUBJETIVOS BIDA CALIDAD FACTORES CULTURALES AMBIENTAL

SATISFACCIÓN

SERVICIOS SOCIAL DE SALUD Y SOCIALES PERCIBIDOS CALIDAD DE VIDA DISPONIBILIDAD DE SERVICIOS DE SA- LUD Y SOCIALES APOYO SOCIAL

NECESIDADES CULTURALES VALORACIÓN DEL FACTORESENTORNO CULTURA- SALUD OBJETIVA LES

MULTIDIMENSIONALIDAD DE LA CALIDAD DE VIDA: FACTORES PERSONALES Y SO- CIO-AMBIENTALES

DIMENSIONES SOCIO-AMBIENTALES DIMENSIONES PERSONALES SALUD

FACTORES CULTURALES APOYO SOCIAL

ACTIVIDADES DE HABILIDADES OCIO FUNCIONALES CALIDAD DE VIDA CONDICIONES CALIDAD DEL ECONÓMICAS AMBIENTE

SATISFACCIÓN

RELACIONES SOCIALES SERVICIOS DE SA- LUD Y SOCIALES Figura 2. Dimensiones de la calidad de vida. Fuente: Calidad de vida en la vejez en distintos contextos (Fernández-Ballesteros, 1996) 37

Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores

Es a lo largo de este punto donde se hace especial hincapié en aquellos aspectos que la literatura ha destacado como especialmente relevantes para el bienestar sub- jetivo de las personas mayores. Por último se ofrecen una serie de concepciones teóricas y modelos desde los que se ha tratado de explicar la naturaleza del bienes- tar subjetivo.

2.1. ¿Qué es el bienestar subjetivo?

En opinión de Diener (1994) esta área de estudio tiene tres elementos carac- terísticos: 1º Su carácter subjetivo reside en que es en la propia experiencia de la persona en la que descansa y alrededor de la cual gira todo el análisis.

2º Incluye una valoración o juicio global de todos los aspectos de la vida de una persona, independientemente de los factores que en mayor o menor grado puedan estar incidiendo en un determinado momento sobre la valora- ción, percepción o juicio que hace el sujeto.

3º El estudio del bienestar subjetivo debe incluir necesariamente medidas positivas, ya que no se trata únicamente de la ausencia de factores negativos.

Las definiciones de bienestar subjetivo a menudo no aparecen explícitas en la li- teratura. Son muchos los autores que han tratado de definir la felicidad o el bienes- tar. Según Diener (1995) estas concepciones se pueden agrupar en torno a tres grandes categorías. La primera describe el bienestar como la valoración del indivi- duo de su propia vida en términos positivos, pudiéndose denominar esta agrupación como la relativa a la “satisfacción con la vida”. Los científicos sociales se han ocupa- do de estudiar los aspectos que llevan a una persona a evaluar positivamente su existencia. Un precursor de esta perspectiva es Marco Aurelio, según el cual: “Nin- gún hombre es feliz si no se considera a sí mismo como tal”. Shin y Johnson (1978) definen el bienestar personal (felicidad) como: “Una evaluación global de la calidad de vida de una persona de acuerdo con los criterios elegidos por ella misma” (p. 478). Veenhoven (1984) define el bienestar personal subjetivo como el grado en que una persona juzga de un modo general o global su vida en términos positivos, o,

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores en otras palabras, si la persona está a gusto con la vida que lleva o ha llevado. Se- gún Veenhoven, el individuo utiliza dos componentes en esta evaluación, sus pen- samientos y sus afectos. Rodgers, Herzog y Andrews (1988) definen esta satisfac- ción vital como el componente cognitivo del bienestar, mientras que la felicidad re- presenta la experiencia de sentimientos o afectos; en la primera, la persona evalúa la discrepancia entre sus aspiraciones y sus logros, yendo esta valoración desde la sensación de fracaso o frustración hasta la de completa realización. En este sentido, Veenhoven (1994) define la satisfacción vital como: “La satisfacción con la vida es el grado en que una persona eva- lúa la calidad global de su vida en conjunto de forma positiva. En otras palabras, cuánto le gusta a una persona la vida que lleva” (p. 91)

En un análisis más profundo, algunos autores (Cummins, 1996; Cummins, McCabe, Romeo y Gullone, 1994) han propuesto el uso de diferentes dominios a la hora de descomponer los juicios que las personas realizan sobre sus vidas. En este sentido, Cummins (1996), después de revisar veintisiete definiciones relativas a cali- dad de vida, estableció los siguientes dominios o áreas relevantes: bienestar mate- rial, salud, productividad, intimidad, seguridad, comunidad y bienestar emocional. Una segunda categoría, más cercana a los planteamientos filosófico-religiosos, concibe la felicidad como una virtud o gracia. Las definiciones bajo esta perspectiva se pueden considerar normativas, ya que no se contempla como un bienestar subje- tivo sino más bien como la posesión de una cualidad deseable (Coan, 1977). En es- te sentido, cuando Aristóteles y los filósofos clásicos hablan de la eudaemonia, la consideran como un estado deseable al que sólo se puede aspirar llevando una vida virtuosa o deseable, calificada como tal desde un particular marco de valores.

La última de estas tres concepciones incide en la preponderancia de los senti- mientos o afectos positivos sobre los negativos. Este punto de vista fue iniciado por Bradburn (1969) con el desarrollo de su Escala de Balance Afectivo. Para este autor la felicidad resulta del juicio global que la gente hace al comparar sus sentimientos positivos con los negativos. Su escala está compuesta por diez ítems, cinco de los cuales evalúan afecto positivo, sondeando los restantes las emociones negativas experimentadas por el sujeto. La definición de bienestar desde esta perspectiva está más cercana al uso cotidiano que se hace de este término, según éste, una persona

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores es más feliz cuando en su vida predomina la experiencia afectiva positiva sobre la negativa. En este sentido, representa la valoración afectiva o el componente hedóni- co del bienestar personal. Así, siguiendo la teoría de Lazarus y Folkman (1984), la valoración de los acontecimientos como buenos o malos es un universal humano. Estas valoraciones conducen a reacciones emocionales que pueden ser placenteras o desagradables, que, a su vez influyen en los juicios llevados a cabo por el sujeto. Una persona que tenga experiencias emocionales placenteras es más probable que perciba su vida como deseable y positiva. Así mismo, los sujetos que tienen un ma- yor bienestar personal subjetivo son aquellos en los que predominan esta valoración positiva de sus circunstancias y eventos vitales; mientras que los “infelices” serían los que valoran la mayor parte de estos acontecimientos como perjudiciales (Diener, 1993).

2.2. Elementos estructurales del bienestar subjetivo. Dejando a un lado las concepciones más vinculadas a tradiciones filosóficas, los integrantes de la estructura del bienestar subjetivo son tres: satisfacción con la vida, afecto positivo y afecto negativo. Lucas, Diener y Suh (1996), empleando análi- sis multirasgo-multimétodo, muestran que estros tres componentes son constructos con entidad propia y diferenciables entre sí. El primero de ellos se identifica como el componente cognitivo, mientras que la valoración de los dos restantes corresponde al polo emocional o afectivo. Diener, Suh, Lucas y Smith (1999) dividen el compo- nente cognitivo en satisfacción con determinados dominios o áreas de la vida, y sa- tisfacción global con la vida. Estos cuatro componentes aparecen recogidos en la tabla 1. Como ellos mismos manifiestan:

“Nosotros definimos el bienestar subjetivo como un área general de interés científico, más que como un simple constructo” (p. 277).

Chamberlain (1988) ha propuesto cuatro diferenciaciones o ejes en la estructura del bienestar subjetivo: 1) Afectivo-Cognitivo 2) Positivo-Negativo 3) Frecuencia-Intensidad 4) Interno-Externo

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores

Afecto Positivo Afecto Negativo Satisfacción con la Dominios de satisfac- Vida ción Alegría Culpa y Vergüenza Deseo de cambiar la Trabajo vida Euforia Tristeza Satisfacción con la Familia vida actual Satisfacción Ansiedad y Preocupa- Satisfacción con el Ocio ción pasado Orgullo Enfado Satisfacción con el Salud futuro Cariño Estrés Satisfacción con cómo Ingresos otros ven nuestra vida

Felicidad Depresión Con uno mismo

Éxtasis Envidia Con los demás

Tabla 1. Componentes del Bienestar Subjetivo. Fuente: Diener, Suh, Lucas y Smith (1999).

Las tres primeras hacen referencia a los tres componentes básicos, mientras que la última tiene en consideración el origen de los factores que ejercen su influencia so- bre este constructo.

2.2.1. La distinción afectivo-cognitivo.

La distinción entre la valoración afectiva (emociones) y cognitiva (racional) en la evaluación sobre el bienestar subjetivo ha sido objeto de escasa comprobación empírica en comparación con sus abundantes citas. Como hace notar Campbell (1981), este tipo de distinción se suele hacer cuando se hace referencia al foco de evaluación. Así, cuando éste es la satisfacción con la vida como un todo, se conside- ra la evaluación cognitiva, mientras que cuando se centra en las experiencias emo- cionales de la vida diaria, la evaluación es calificada de afectiva. Como anteriormen- te se comentaba, Veenhoven (1984) en su análisis conceptual de la felicidad, distin- gue entre el “nivel hedónico de afecto”, como el grado en que la persona experimen-

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores ta estados afectivos placenteros, y la “satisfacción” (contentment) percibida de acuerdo con la consecución de sus aspiraciones. Distinción que es similar a la reali- zada por Waterman (1993) al diferenciar entre “eudaimonia” y “bienestar hedónico”. Bryant y Veroff (1984) también aportan apoyo a esta distinción con su modelo de salud mental subjetiva, cuando distinguen entre las dimensiones reflexionada (cogni- tiva) y espontánea (afectiva) en la valoración que lleva a cabo el sujeto. Algunos au- tores, sin embargo, han prescindido del segundo componente y han identificado bienestar subjetivo con satisfacción vital:

“Virtualmente, toda la investigación ha demostrado que felicidad y satisfacción vital comparten significados comunes. Cuando las per- sonas hablan de satisfacción a un sentimiento y a una actitud positi- vos sobre sus vidas, relativamente duraderos y justificados. Por lo tanto, una teoría de la satisfacción vital debería ser una teoría de la felicidad, y este tipo de teorías serían, en general, teorías del bienes- tar subjetivo” (Michalos, 1995, p. 101).

Empleando ecuaciones estructurales, han sido varios los autores que han de- sarrollado modelos de bienestar subjetivo que contemplan ambos componentes (Andrews y McKennell, 1980; Headey, Kelley y Wearing, 1993; Horley y Little, 1985; McKennell y Andrews, 1980, 1983). Andrews y McKennell encontraron que la inclu- sión del componente cognitivo mejoraba el ajuste al modelo en todos los casos, aunque sugerían que las medidas deberían identificarse mejor en términos de la proporción de afecto/cognición que contenían más que como medidas puras de cada dimensión. Así, por ejemplo, hallaron que algunas medidas de satisfacción global tenían un importante contenido afectivo. Hay evidencia empírica de que las dimensiones cognitiva y afectiva del bien- estar subjetivo están relacionadas (Beiser, 1974; Campbell, Converse y Rodgers, 1976; Diener, 1994; Kushman y Lane, 1980; Michalos, 1986). Michalos (1986) en- contró que, en las personas mayores, diferentes satisfacciones con otros tantos do- minios vitales eran los mejores predictores de otras medidas diferentes de bienestar. Así, por ejemplo, para la felicidad general, medida con claros componentes afecti- vos, la satisfacción con la pareja era el mejor predictor, mientras que para la satis- facción general con la vida los mejores predictores eran la satisfacción con la salud y los ingresos. No obstante, las correlaciones entre las medidas cognitivas y afectivas no se han explorado con detenimiento. Una de las principales dificultades para llevar

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores a cabo esto es la carencia de medidas adecuadas, ya que muchas de las escalas de satisfacción vital a menudo contienen componentes afectivos (Crooker y Near, 1998). Esto es especialmente cierto en las escalas multi-item diseñadas para evaluar esta variable en los mayores. De igual forma, se observan altas correlaciones entre escalas ya traten de medir el componente afectivo o cognitivo del bienestar. Sea como fuere, a pesar de la limitada evidencia empírica, la mayor parte de los investi- gadores encuentra útil esta distinción en la comprensión del concepto de bienestar subjetivo (Chamberlain, 1988).

2.2.2. La distinción positivo-negativo.

Desde la publicación de The Structure of Psychological Well-Being (Bradburn, 1969), la diferenciación entre los componentes positivo y negativo del bienestar sub- jetivo ha sido ampliamente utilizada, especialmente, aunque no sólo, en la medición de este constructo bajo una perspectiva afectiva. Como Diener ha destacado, uno de los elementos claves en el estudio de esta área es el énfasis en lo positivo, por lo que no es de extrañar que esta diferenciación tenga una posición tan central. Estos elementos han aparecido contemplados en numerosos estudios (Bryant y Veroff, 1982; Diener y Emmons, 1984; Emmons y Diener, 1985a; French, Gekoski y Knox, 1995; Headey, Kelley y Wearing, 1993; Lawton, 1983; Ryff y Keyes, 1995). Watson y Tellegen (1985) han sugerido que la diferenciación positivo/negativo representa la principal dimensión de la experiencia afectiva, sobre la que descansa una gran va- riedad de fenómenos experienciales, que no se reducen sólo al estado de humor o al bienestar personal. Se han hallado diferentes correlatos con estos dos componentes. Harding (1982), por ejemplo, encontró que el afecto negativo se hallaba relacionado signifi- cativamente con medidas autoinformadas de deterioro de salud, preocupaciones y ansiedad, mientras que el afecto positivo no se relacionaba con éstas. El afecto posi- tivo, por otra parte, se correlacionaba con la participación social mientras que el afecto negativo no. Headey, Holmstrom y Waring (1985), empleando medidas más amplias que las meramente afectivas, observaron que la dimensión positiva, que denominaron “bienestar subjetivo”, se predecía mejor atendiendo a variables como satisfacción con la familia, amigos y ocio, extraversión, así como a la disposición de

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores una red social amplia. Frente a esto, la dimensión negativa, etiquetada como males- tar subjetivo (Ill-being), tenía como predictores más potentes el status socioeconómi- co, la competencia personal y la satisfacción con la salud. Son innumerables los estudios que se han centrado en las variables de bien- estar que se relacionan con estos elementos de tipo afectivo (Costa y McRae, 1980; Costa, McRae y Norris, 1981; DeNeve, y Cooper, 1998; Diener, 1985b, 1998; Diener y Emmons, 1984; Diener, y Suh, 1998; Diener, Suh, Lucas, Richard y Smith, 1999; Francis y Bolger, 1997; Kehn, 1995; Nathawat y Rathore, 1996; Stones y Kozma, 1994; Umberson, Chen, House y Hopkins, 1996; Zautra y Reich, 1983). Las conclu- siones de éstos podrían resumirse como sigue: algunas dimensiones de personali- dad, tales como la extraversión, se relacionan más intensamente con el componente positivo que con el negativo; mientras que otras como el neuroticismo o el control personal están más vinculadas a este último. Las variables relativas al apoyo social (cantidad de contacto social, disponibilidad de apoyo, satisfacción con los amigos, etc.) tienden a corresponderse con el afecto positivo pero no con el negativo. Un pa- trón opuesto al anterior se observa con los acontecimientos negativos (estresores, molestias cotidianas, eventos vitales negativos) y problemas de salud (ansiedad, depresión, pobre salud física) más relacionados con el último. Además de estos resultados generales, también se han avanzado propuestas acerca de los factores que ejercen su influencia sobre estos componentes, así como la interacciones entre ellos. Zautra y Reich (1983), por ejemplo, mostraron que los acontecimientos positivos y los negativos tienen a afectar respectivamente al afecto positivo y negativo. No obstante, estos autores encontraron efectos de interacción cuando se tenían en consideración el control que la persona tenía sobre los aconte- cimientos, ya que sus correlatos afectivos eran diferentes. Diener, Larsen y Emmons (1984) sugieren que el afecto negativo, a diferencia del positivo, está menos influido por factores situacionales y más por factores de personalidad. Rook (1984) ha postu- lado que la disponibilidad de apoyo social de otros (influencia externa) puede reducir las amenazas sobre el bienestar, mientras que el tener compañía e intimidad (in- fluencia interna) previene contra los sentimientos de soledad y proporciona un nota- ble impulso a aquél. Algunas diferenciaciones entre los componentes positivos y negativos pueden ser trasladadas igualmente a las medidas de bienestar cognitivas versus afectivas.

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores

Bryant y Veroff (1982) consideran que el componente cognitivo se relaciona con la competencia personal en el manejo de las experiencias negativas; proponiendo la existencia de un componente similar en el manejo de experiencias positivas, que proporcionaría una especificación más completa de la estructura del bienestar sub- yacente, facilitando su operacionalización. La propuesta inicial planteada por Bradburn (1969) consideraba el afecto posi- tivo y negativo como independientes. Este hecho ha sido corroborado por numero- sos autores (Bryant y Veroff, 1982; Dua, 1993; Harding, 1982; Zevon y Tellegen, 1982) y refutado por otros (Diener, Sandvik y Pavot, 1991; Kammann, Farry y Herbi- son, 1984). Han sido varias las propuestas que se han ofrecido para resolver esta controversia. Warr, Barter y Brownbridge (1983) hallaron que la independencia entre ambos componentes desaparecía si se cambiaba el formato de respuesta de la es- cala original. En la misma línea, Watson y Tellegen (1985) consideran que si bien las medidas “puras” de afecto positivo y negativo han de ser independientes, no ocu- rre lo mismo con aquellas otras que incorporan la dimensión de agradable- desagradable. Este mismo hecho es destacado por Diener (1995), quien sostiene que la relativa independencia de los dos tipos de afecto puede haber sido debida a una serie de debilidades en la medida de Bradburn, como son:

a) Los ítems de afecto positivo reflejan un fuerte contenido de arousal o acti- vación. b) Es patente el contenido no afectivo específico de gran parte de los ítems. c) Se mide la simple aparición de estados afectivos, no su intensidad o su frecuencia. d) La escala puede estar contaminada por un sesgo de aquiescencia, a la vez que verse limitada por los efectos de techo y suelo.

Asimismo, Diener y Emmons (1984), llevaron a cabo un muestreo del estado afectivo de un grupo de sujetos durante un período que iba desde unos momentos a sema- nas. En ese intervalo midieron el grado en que los sujetos sentían emocio- nes/afectos positivos y negativos concretos (por ejemplo, alegría, depresión, enfado, entusiasmo, etc.), sin restringirlas a situaciones particulares como ocurría con la ma- yor parte de los ítems de Bradburn. Su principal descubrimiento fue que el que am-

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores bos afectos correlacionan negativamente en momentos concretos, pero que esta correlación disminuye a medida que aumenta el intervalo temporal. Frente a esta correlación negativa en lo relativo a la frecuencia de aparición, entre ambos compo- nentes hay una alta correlación positiva (r = .70) en términos de intensidad. Esta re- lación positiva cancela su relación negativa en frecuencia, siendo el resultado final una independencia entre ambos (Diener, Larsen, Levine y Emmons, 1985). De esta forma, cuando se emplea una escala que mide la frecuencia de los estados afecti- vos, los componentes positivo y negativo tendrán una correlación inversa, mientras que si dicha escala contiene tanto ítems de intensidad como de frecuencia, se está más cerca de los niveles medios de afecto, y es probable que los resultados mues- tren independencia entre ambos. Watson (1988, Watson y Tellegen, 1988) comparten la opinión de que estas correlaciones se deben a la elección de medidas no puras de estos afectos. Así queda demostrado tras el desarrollo de su Escala de Afecto Positivo y Negativo (Po- sitive and Negative Affect Schedule), en la que sus componentes no guardan rela- ción entre sí. Estos autores se basan en el modelo circumplejo de la emoción. Como se puede observar en la figura 3, en él se distribuyen las emociones en torno a oc- tantes que forman un círculo. La localización de cada humor dentro del círculo de- termina su correlación con cada uno de los demás. Los afectos/emociones que caen dentro del mismo octante deberían estar más altamente correlacionadas (por ejem- plo: eufórico – lleno de energía). Los que se encuentran en octantes contiguos es normal que presenten entre sí unas correlaciones moderadas (por ejemplo, eufórico – feliz). Aquellos que se encuentran formando un ángulo de noventa grados mostra- rían unas correlaciones pequeñas (por ejemplo, eufórico – nervioso). Por último, los afectos que aparecen en posiciones opuestas deberían presentar una correlación inversa entre sí, ya que representan los extremos de una misma dimensión (por ejemplo, eufórico – aburrido). Esta estructura afectiva ha recibido un considerable apoyo empírico en nume- rosos análisis factoriales (Almagor y Ben-Porah, 1989; Mayer y Shack, 1989; Wat- son, 1988; Watson y Clark, 1992; Watson y Tellegen, 1985). Los resultados apuntan bien a una solución bifactorial no rotada, compuesta por las dimensiones ortogona- les activación (activado-no activado) y cualidad agradable-desagradable de la expe-

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores riencia afectiva, bien a una solución rotada, integrada por los factores ortogonales afecto positivo (entusiasmado-aburrido) versus afecto negativo (ansioso-relajado). Aunque la solución rotada (destacada en rojo y azul) es la más común en la investigación sobre afecto autoinformado, cualquiera otra de las soluciones aporta- das por este modelo explicarían igualmente los diferentes estados afectivos. Por ejemplo, usando la solución no rotada, la dimensión feliz-desgraciado mostraría ele- vados pesos en la dimensión agradable-desagradable y cargas pequeñas en la di- mensión activación. Del mismo modo, usando la otra solución, los afectos que se sitúan en la línea feliz-desgraciado mostrarían unas correlaciones moderadas con los contenidos a lo largo de la dimensión positivo-negativo. En definitiva, da igual por cuál de las dos soluciones factoriales se opte en este modelo circumplejo, lo impor- tante es que las dimensiones empleadas sean ortogonales. Si los investigadores seleccionan para sus mediciones términos afectivos correspondientes a la dimensión positiva, deben utilizar también otros que se encuentren dentro del eje negativo para, de esta forma, representar el otro eje del bienestar subjetivo. Del mismo modo, se pueden mezclar o emparejar elementos de la dimensión agradable-desagradable, por ejemplo, con medidas de activación (Watson 1988; Warr, 1990). Por el contrario, si se seleccionan términos correspondientes a dimensiones no ortogonales (por ejemplo, de las dimensiones afecto positivo – agradable-desagradable), entonces este modelo predice dos consecuencias: primero, una correlación más alta entre las dos dimensiones, y, segundo, se aprehenderá una menor proporción de la varianza explicativa de las diferencias en bienestar subjetivo que la que se abarcaría si se utilizaran dimensiones ortogonales. Resumiendo, la distinción entre ambos componentes afectivos del bienestar subjetivo goza de apoyo empírico. Los resultados apuntan a la conclusión de que son dimensiones distintas del mismo constructo, pero no los extremos de un conti- nuo bipolar. El que sean o no ortogonales depende del modo en que están siendo evaluadas (Chamberlain, 1988).

2.2 .3. La distinción frecuencia-intensidad: Como se ha observado en el punto anterior, en el intento de resolver el debate acerca de la independencia entre la naturaleza de los afecto, Diener y col. (1985) propusieron la distinción entre frecuencia e intensidad de los estados afectivos. La

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Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores intensidad afectiva ha sido investigada, entre otros autores, por Larsen y colaborado- res (Diener, Larsen, Levine y Emmons 1985; Larsen, 1984; Larsen y Diener, 1987; Larssen, Diener y Emmons, 1985, 1986). Los resultados permiten intuir que la inten- sidad puede considerarse como una dimensión independiente del bienestar subjeti- vo. Diener (1984) la denomina como: “la segunda dimensión del bienestar afectivo” (p. 549). La intensidad afectiva se toma regularmente como referencia de la experien- cias emocionales del sujeto, sin atender al signo de éstas (Larsen y Diener, 1987). En este sentido, se aplica a las emociones vividas tanto positivas como negativas. Larsen, Diener y Emmons (1986) descubrieron que aquellas personas que tienen una alta intensidad afectiva valoran de un modo más acentuado el modo en que se ven afectados por los acontecimientos vitales de uno y otro signo. Este efecto se mantiene incluso después de que ha sido controlada la severidad de dichos eventos. Sin embargo, estas personas no informan de una mayor frecuencia de sucesos vita- les que aquellos otros caracterizados por una menor intensidad de sus experiencias emocionales. Larsen (1984; Larsen y Diener, 1987) ha desarrollado una escala, la Medida de Intensidad Afectiva (Affect Intensity Measure -AIM-), diseñada exclusivamente para evaluar este constructo. Esta escala ha demostrado tener unas buenas propie- dades psicométricas, encontrándose diversas correlaciones positivas de interés, por ejemplo, con dimensiones temperamentales como sociabilidad, actividad o emotivi- dad (Larsen, Diener y Emmons, 1984). Larsen y Diener (1987) informan de correla- ciones moderadas de esta medida con otras como satisfacción vital, felicidad o afec- to general. Larsen, Diener y Emmons (1985) encontraron bajas correlaciones (entre .08 y .3) entre intensidad afectiva y un amplio repertorio de medidas de bienestar. En su análisis factorial hallaron que las escalas estándar de bienestar obtenían pesos altos en este factor general, algo que no ocurría con la intensidad afectiva, cuya es- tructura factorial recaía tanto sobre otro factor distinto de bienestar como sobre va- riables de contenido emocional. A pesar de esta ausencia de asociación con medi- das de bienestar subjetivo, Larsen y Diener han encontrado correlaciones significati- vas con ansiedad, así como sintomatología y quejas somáticas.

48 yores

a

io Activo y Bienestar Subjetivo en Personas M

c

ALTO AFECTO NEGATI- Activado Asombrado Pasmado Estimulado Sorprendido Miguel Ángel GarcíaVO Martín / O ALTO AFECTO POSITI- Ansioso VO Angustiado Entusiasmado Irritado Alta Activación Interesado Temeroso Eufórico Nervioso Exitado Con energía Lleno de vida Activado Activado Afecto desagradable Afecto agradable

Desgraciado Afligido Triste Desolado Feliz Contento Deprimido Desanimado Desagradable Agradable Alegre Afectuoso Complacido Satisfecho

BAJO AFECTO POSITIVO BAJO AFECTO NEGATI- Cansado No activado No activado VO Afecto desagradable Afecto agradable Aburrido Relajado Somnoliento Contento Pesado Descansado Desganado Calmado Baja Activación Sereno Tranquilo

Callado Tranquilo Calmado Inactivo Ocioso Pasivo

Figura 3. Adaptación del Modelo Bifactorial Circumplejo de la Emoción. Fuente: Kercher (1992) 50

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Quizás no sorprenda que variaciones en la intensidad afectiva de las perso- nas no se vean acompañadas de diferencias en su bienestar subjetivo, como así reflejan los resultados anteriores. Lo que sí resulta extraño es la ausencia de asocia- ción entre estas variables si se atiende a la covariación entre la primera y estados afectivos negativos tales como ansiedad y síntomas somáticos, teniendo en cuenta que estos últimos se relacionan negativamente con el bienestar. Atendiendo a esta última asociación, Larsen y Diener (1987) han postulado una posible relación indire- cta entre intensidad afectiva y bienestar subjetivo a través del efecto de la primera sobre estos estados afectivos. No obstante, no hay datos suficientes que permitan confirmar este mecanismo indirecto de actuación. Chamberlain (1988) considera que, de acuerdo con los datos que disponemos en la actualidad, es más razonable pensar que la intensidad afectiva es más un ras- go o variable temperamental que una dimensión del bienestar subjetivo. Lo que en- cajaría mejor con los resultados obtenidos. Esta opinión es compartida por Larsen y Diener (1987), que la consideran como una variable que afecta al bienestar subjeti- vo, influyendo en la manera en la que el sujeto percibe y experimenta los aconteci- mientos, pero que no forma parte de aquél.

2.2.4. La distinción interno-externo.

Esta dimensión fue propuesta por Lawton (1983; Lawton, Kleban y di Carlo, 1984) tras analizar los resultados obtenidos al someter a un análisis factorial de se- gundo orden varias medidas de bienestar subjetivo. Los dos factores que obtuvo pa- recían indicar otros tantos focos o fuentes en la dirección de los elementos valorados por las personas en su evaluación del bienestar experimentado. Uno de ellos, inte- grado fundamentalmente por variables con altos pesos factoriales en afecto negati- vo, tenía una dirección interna (autoestima, ansiedad social, salud autopercibida, congruencia entre aspiraciones y logros, etc.). El otro factor, más vinculado a com- ponentes afectivos de signo positivo, contenía variables que se orientaban hacia el exterior, tales como: satisfacción con los amigos, con el entorno residencial o con el uso del tiempo. De acuerdo con esto, Lawton propuso que estas dimensiones refle- jaban el bienestar interior y exterior respectivamente.

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Una diferenciación similar fue propuesta por Bryant y Veroff (1984) en su aná- lisis de las dimensiones de la salud mental. Ellos sugieren que la experiencia perci- bida puede dividirse en dos fuentes principales, una que procede del propio sujeto y otra focalizada en el exterior, o como ellos mismos denominan: “orientación hacia sí mismo versus orientación hacia el mundo” (p. 128). Como ocurría con Lawton, pare- ce ser que aquellas variables que influyen más sobre el afecto negativo tienden a estar más relacionadas con variables internas como, por ejemplo, el estrés percibido, mientras que el afecto positivo lo hace con elementos externos como el apoyo social. Diener y Emmons (1984) consideran que el afecto negativo se haya menos influido por factores situacionales en comparación con las variables personales.

Esta diferenciación entre factores externos e internos es de gran utilidad a la hora de estudiar los procesos a través de los cuales las personas llevan a cabo sus juicios sobre bienestar. En este sentido, la valoración de la diferencia entre las aspi- raciones y los logros alcanzados podría considerarse que parte de una orientación interna. Mientras que la confrontación entre lo que uno tiene y lo que poseen los demás, es una comparación social con una focalización externa. Éstas y otras estra- tegias se abordan con más detalle en el punto correspondiente a las teorías explica- tivas del bienestar subjetivo. En este apartado, se encuadra también un aspecto muy relacionado con esta diferenciación: la distinción entre aspectos objetivos y vertiente subjetiva del bienes- tar. Existe la constancia (Diener, 1995) de que los juicios de satisfacción alcanzan un mayor nivel de correlación con el bienestar subjetivo que con las condiciones objeti- vas del bienestar, cuya reducida repercusión fue puesta de manifiesto en los estu- dios iniciales. Es probable que sea así porque los juicios cognitivos están más cer- canos en la cadena causal del bienestar subjetivo que las condiciones objetivas. La repercusión de éstas va a depender del modo en el que la persona las perciba y va- lore. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en la influencia de la variable salud, donde se observa que es la valoración que hace la persona de su salud, más que el estado objetivo, la que se relaciona con el bienestar que experimenta (Brief, Butcher, George, Jennifer y Link (1993); Ryan y Frederick, Christina, 1997).

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2.3. Variables que influyen en el bienestar subjetivo.

Como se comentaba al principio de este capítulo, han sido numerosos los tra- bajos que han pretendido encontrar la relación que guarda el bienestar con otras variables. La enumeración de todos los factores tenidos en cuenta en estos estudios sería interminable. La lista debería incluir desde variables como la edad (George, Okun, y Landerman, 1985; Horley y Lavery, 1995; McNeil, Stones y Kozma, 1996), el género (French, Gekoski y Knox, 1995; Shmotkin, 1990) o el estado civil (Glenn, 1975; Glenn y Weaver, 1981; Mookherjee, 1997; White, 1992; Wood, Rhodes y Whe- lan, 1989), hasta otras algo menos comunes como el atractivo físico (Campbell, 1976; Diener, Wolsic y Fujita, 1995; Mathes y Kahn, 1975) o el orden de nacimiento (Allred y Poduska, 1988). No obstante, las siguientes categorías, aún no siendo ex- haustivas, abarcan la mayoría de estos factores y facilita su análisis de un modo más sistemático:

2.3.1. Salud y variables sociodemográficas 2.3.2. Características individuales 2.3.3. Variables comportamentales y acontecimientos vitales

2.3.1. Salud y variables socidemográficas.

4.1. 2.3.1.1. Salud.

Son abundantes los trabajos que relacionan bienestar subjetivo y salud (Camp- bell, Converse y Rodgers, 1976; Caspersen, Powell y Merritt, 1994; Foster, 1992; Larson, 1978; Mancini y Orthner, 1980; Wilson, 1980). Uno de los iniciales (Campbell y otros, 1976) muestra unos resultados algo contradictorios, descubriendo que, aun- que la salud era valorada por los sujetos como el factor más importante para la feli- cidad, la satisfacción con aquélla era sin embargo el octavo predictor en importancia con relación a la satisfacción con la vida. En el estudio de Mancini y Orthner (1980), el control de otras variables junto con la salud, como es la realización de actividades

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lúdicas, permitió concluir que es la influencia de la salud sobre la posibilidad de llevar a cabo este tipo de actividades lo que determina la relevancia de la salud en el bien- estar subjetivo de las personas mayores. Ory y Cox (1994) apuntan en la misma lí- nea al abogar por la promoción de comportamientos saludables en este colectivo en orden a incrementar su calidad de vida a través de la prevención de la pérdida de autonomía funcional. Zautra y Hempel (1984) (Ver figura 4), establecen seis posibles vías en la relación entre salud y bienestar subjetivo, ocupando un lugar destacado los cambios en el estilo de vida del sujeto.

Parece que la salud subjetiva presenta una importante relación con el bienestar personal, que supera considerablemente a la que aparece con la salud objetiva, es- pecialmente en el caso de las mujeres (Argyle, 1993; Diener, 1994). Son interesan- tes los resultados hallados por Zautra y Hempel (1984) en su revisión de estudios al respecto. Comentan lo siguiente:

“Los descubrimientos de estos ochenta y un estudios eran lo su- ficientemente explícitos, al menos en su superficie. Tuvimos que buscar estudios en los que no hubiera relación entre salud y bienes- tar personal. Cuando se facilitaban las correlaciones entre salud au- toinformada (desde pobre hasta excelente) y una medida multi-item de bienestar subjetivo, esta se situaba generalmente por encima de .32 y por debajo de .45...

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No todos los estudios sobre la influencia del estatus objetivo de salud tuvieron resultados no significativos. Chatfield (1977) encontró una relación entre problemas de salud recientes y satisfacción vital; Bultena y Oyler (1971) hallaron que las enfermedades crónicas es- taban relacionadas con la satisfacción con la vida; Dickie, Ludwig y Blau (1979) descubrieron que el número de días en cama se corre- lacionaba con un más bajo bienestar; y Lawton y Cohen (1974) en- contraron que una reducida capacidad funcional estaba vinculada con menores índices de bienestar personal... La mayor parte de los estudios muestran una moderada asocia- ción entre salud autoinformada y bienestar subjetivo. Sin embargo son menos evidentes las relaciones entre índices objetivos de salud y satisfacción con la vida...” (p. 97).

Igualmente, algunos autores han encontrado que la relación entre ambas varia- bles experimenta cambios conforme avanza la edad, modificándose los factores que la median e incrementándose el peso de aquéllos que están más vinculados a las características personales del sujeto como, por ejemplo, el valor o importancia que le otorga a su salud (Harris, Pedersen, Stacey y McClearn, 1992; Struthers, Chipper- field y Perry, 1993).

2.3.1.2. Edad.

En un meta-análisis basado en 119 estudios, Stock, Okun, Haring y Witter (1983) concluyen que hay una relación positiva entre bienestar subjetivo y edad, pero que la cantidad de varianza explicada por este factor no supera el 1%. A una conclusión similar llegaron George, Okun y Landerman (1985), tras su revisión de la literatura sobre el efecto de la edad en la satisfacción vital:

“Aunque los efectos totales y directos de la edad son triviales, la edad es un moderador importante de los efectos del estado civil, de los ingresos, del estado civil y del apoyo social sobre la satisfacción vital” (p. 209).

Cuando se introducen otra serie de variables de control, la relación deja de ser significativa. Aunque esta conclusión general indica una gran similitud en los niveles de bienestar subjetivo entre los distintos grupos de edad, aparecen algunas diferen- cias. En este sentido, Campbell, Converse y Rodgers (1976) encontraron que, así como los índices de satisfacción vital se relacionaban directamente con la edad, la felicidad se correlacionaba inversamente. En un estudio similar, Andrews y Withey

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(1976) hallaron que mientras que había una escasa variación de los niveles de satis- facción vital a lo largo de los años, se confirmaba un decremento en la felicidad con- forme se incrementaba la edad. En la revisión de Campbell (1981) se observa entre los años cincuenta y setenta una disminución gradual de las discrepancias en la feli- cidad autoreportada entre los jóvenes y las personas de más edad. Al analizar dieci- siete estudios con muestras nacionales se advirtió que entre estas dos variables se pasaba de una débil relación negativa a otra relación, igualmente débil, pero de sig- no contrario. Por este motivo, la relación negativa entre edad y felicidad, que apare- ce reflejada en muchos de estos estudios iniciales, cuando menos ha de ser cues- tionada. Herzog y Rodgers (1981) han confirmado en su revisión la relación positiva entre satisfacción y edad. Ésta adopta una forma lineal, más marcada en determinados dominios o áreas concretas de la vida (a excepción de la salud) que en la satisfac- ción vital general. La magnitud de esta relación se incrementa cuando se suprime el efecto debido a las variables ingresos, educación y salud, en las que las personas mayores, a menudo, están en desventaja con relación a los más jóvenes. Mercier, Peladeau y Tempier (1998) han encontrado recientemente el mimo patrón en la rela- ción entre edad y bienestar personal, las personas mayores autoinforman de unos índices mayores de satisfacción vital que los jóvenes. Analizando la estructura factorial del bienestar subjetivo, Andrews y McKennell (1980) encontraron que la edad correlaciona positivamente con el componente cog- nitivo (compuesto por variados índices de satisfacción vital), pero negativamente con el afecto tanto positivo como negativo (Escala de Balance Afectivo de Bradburn). Este decremento en la dimensión afectiva, como así queda reflejado en un reciente estudio de Diener y Suh (1998), no significa que necesariamente se produzcan cam- bios en las puntuaciones de bienestar subjetivo total (Costa, Zonderman, McCrae, Cornoni-Huntley, Locke y Barbano, 1987). El mantenimiento de la satisfacción vital a lo largo de los años muestra una dis- posición natural en las personas a adaptarse a sus circunstancias. En la figura 5 se muestran los niveles medios de satisfacción vital en cuarenta países a lo largo del ciclo vital (Diener y Suh, 1998). Aunque los estudios revelan que tanto el matrimonio como los ingresos tienen una relación positiva con el bienestar subjetivo, se puede apreciar que, a pesar de la disminución de ambas variables a edades avanzadas, la

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satisfacción vital se mantiene, e incluso aumenta ligeramente. Algunos autores han propuesto que esto es debido a que las personas reajustamos nuestros objetivos o metas a nuestras posibilidades en cada edad (Rapkin y Fischer, 1992). Los datos correspondientes a doce muestras nacionales de países de Europa occidental, que abarcan desde los años sesenta hasta principios de la década de los ochenta, mues- tran claramente que las personas mayores tienden a manifestar niveles más altos de satisfacción vital (Diener y Suh, 1998) y de felicidad que las personas de menos edad. Esta tendencia llega a ser más evidente cuando se controlan los efectos debi- dos a los ingresos, la ocupación, el nivel educativo, el estado civil y la nacionalidad (Geroge, Okun y Landerman, 1985; Inglehart y Rabier, 1986). Incluso en países donde la satisfacción y la edad estaban negativamente correlacionadas, por ejemplo Bélgica e Italia, una vez que se controlaban los factores económicos y sociales, los coeficientes dejan de ser negativos (Herzog y Rodgers, 1986). Estos autores ofrecen las siguiente explicaciones para explicar esta tendencia: a) Mejoras en las condiciones objetivas de vida que disfrutan estas personas (seguridad económica, vivienda confortable, oportunida- des de ocio, etc.) b) Procesos de ajuste psicológico a la nueva etapa que están viviendo c) El efecto de variables no deseadas, tales como la deseabilidad so- cial

Satis. Vital Ingresos % casados/10

9

8 7 6 5 4

3

2 1 20 30 40 50 60 70 80

Edad por décadas

Figura 5. Bienestar subjetivo y recursos a lo largo de la vida. Fuente: Diener y Suh, 1998.

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Shmotkin (1990), sin embargo, considera que hay un sesgo en la mayor parte de estos resultados al provenir en su mayoría de estudios transversales, en los que se pueden confundir los efectos de la edad con los de cohorte. Los pocos estudios lon- gitudinales de los que se dispone indican una estabilidad considerable en las medi- das de bienestar subjetivo a lo largo del tiempo (Costa y otros, 1987; Kozna y Sto- nes, 1983). Horley y Lavery (1995) encuentran igualmente diferencias en la estabili- dad de las medidas según elijan un diseño transversal o longitudinal.

2.3.1.3. Género.

La revisión de la literatura (Diener, 1984; Larson, 1978) muestra escasas o nulas diferencias entre géneros en los índices de bienestar personal. En el meta-análisis de Haring, Stock y Okun (1984) se halló una débil tendencia (r =.04) en los hombres a presentar puntuaciones más altas que las mujeres. Parece ser que las medidas afectivas de bienestar subjetivo son más sensibles a las diferencias de género que las cognitivas, especialmente las que se refieren a afectos negativos (Costa y otros, 1987). Mirowsky y Ross (1996) ofrecen una explicación a esta diferencia basándose en la mayor expresividad emocional de las mujeres, en lo que se conoce como la hipótesis de la tendencia de respuesta:

“¿Están las mujeres más angustiadas que los hombres? El asun- to es importante para los gerontólogos norteamericanos porque las mujeres constituyen la gran mayoría de las personas mayores. La hipótesis de la tendencia de respuesta dice no, lo que ocurre es que las mujeres son más fieles a sus sentimientos y los expresan más li- bremente. Cuando se pregunta acerca de tristeza y ansiedad, ellas expresan más tristeza y ansiedad, y cuando se pregunta acerca de felicidad y bienestar subjetivo, expresan más felicidad y bienestar... Las mujeres presentan un bienestar más bajo que los hombres pero las mujeres también expresan más sus emociones.” (pp. 592-593).

Hay evidencia que muestra que como otras variables demográficas, el impacto del género en el bienestar subjetivo puede ser indirecto, ejerciendo su influencia a través de otras variables mediadoras (Michalos, 1986). Un ejemplo se pueden en- contrar en Hickson, Housley y Boyle (1988). Estos autores examinan la relación en- tre control percibido y satisfacción vital en personas mayores. Los resultados permi-

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ten afirmar que un factor central que afecta a esta variable es el grado de control que la persona percibe tener sobre su vida. En este sentido, los autores consideran que, culturalmente, las mujeres pueden haber aprendido más actitudes de indefensión en edades más jóvenes que los hombres. Esto explicaría en parte las puntuaciones más bajas obtenidas por ellas con relación a sus compañeros. Quizás las diferencias más llamativas en bienestar entre hombres y mujeres po- drían ser desveladas a partir de la interacción de la variable género con otras varia- bles. En este sentido, Shmotkin (1990) muestra como las puntuaciones de los hom- bres en bienestar subjetivo son algo superiores. Aunque estas diferencias no son significativas, sin embargo, se encuentran efectos de interacción entre las variables género y sexo en las puntuaciones obtenidas con la Escala de Satisfacción Vital de Neugarten. Así, las mujeres más jóvenes tienen una satisfacción más alta que los hombres, mientras que en las mayores se observa el patrón contrario. Una explica- ción que se ha ofrecido es que las mujeres mayores generalmente informan de una peor salud que los hombres (Shmotkin, 1990; Turner, 1982;), lo que repercute nega- tivamente en las puntuaciones de satisfacción. En cuanto a las más jóvenes, Shmot- kin (1990) sugiere que puede ser debido a una mejora en las condiciones sociales que está beneficiando sobre todo a las cohortes más jóvenes. Una interacción simi- lar se ha observado entre género y estado civil, observándose que, si bien el matri- monio incrementa la percepción de bienestar personal tanto en hombres como en mujeres, las mujeres casadas expresan una mayor satisfacción que sus compañeros (Mookherjee, 1997). También se ha observado una repercusión diferencial de los eventos vitales entre los hombres y las mujeres. En este sentido, parece que las mujeres no sólo son más expresivas a la hora de manifestar sus emociones, sino que también son más sensi- bles a los acontecimientos relevantes que ocurren en sus vidas, tanto si son positi- vos como negativos (Wood, Rhodes y Whelan, 1989; ). Los resultados del estudio de French, Gekoski y Knox (1995), acerca de la relación entre estos sucesos vitales y el bienestar en mayores, así lo demuestran:

“En las mujeres aparece una clara dicotomía en la dirección de la relación entre eventos positivos/negativos y bienestar subjetivo: Los sucesos positivos están asociados con un mayor bienestar mientras que los negativos se vinculan a unos resultados más pobres en to-

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das las medidas de bienestar... Los resultados sugieren que, con re- lación a los hombres, las mujeres son más sensibles a responder tanto ante los sucesos negativos como ante los positivos” (pp. 15- 16).

Acorde con esta mayor sensibilidad, Lee, Seccombe y Shehan (1991) hallaron en su muestra que era más frecuente que las mujeres autoinformaran de ser muy felices. De esta manera, en general, la respuesta emocional positiva más intensa parece equilibrar su también más alto afecto negativo; lo que da lugar a unos niveles simila- res de bienestar subjetivo. Fujita, Diener y Sandvik (1991) observaron que el género explicaba algo menos del 1% de la varianza de las puntuaciones de felicidad, mien- tras que las diferencias en la intensidad de respuesta ante las experiencias emocio- nales explicaba el 13%. Por esta razón, estos autores han hipotetizado que las muje- res son más vulnerables a padecer depresión; no obstante, en ausencia de estos sucesos vitales negativos, las mujeres tienden, en mayor medida que los hombres, a experimentar también niveles más intensos de felicidad.

2.3.1.4. Estado civil.

Desde que Durkheim (1951) evidenciara cómo los hombres y las mujeres solte- ros tenían una probabilidad de suicidarse mayor que los casados, numerosos estu- dios transversales, longitudinales y retrospectivos han mostrado una mayor preva- lencia e incidencia de muchos desórdenes tanto físicos como psicológicos, así como una menor esperanza de vida entre las personas sin pareja. Hay trabajos que de- muestran que el matrimonio es uno de los mayores predictores de bienestar subjeti- vo (Acock y Hurlbert, 1993; Campbell y otros, 1976; Diener, Suh, Lucas y Smith, 1999; Glenn y Weaver, 1981; Mastekaasa, 1993; Wood, Rhodes y Whelan, 1989). Las personas casadas informan de un mayor grado de satisfacción con la vida que las personas solteras, viudas o divorciadas (Glenn y Weaver, 1981; Mookherjee, 1992; Mastekaasa, 1993, 1994; Sauer, 1981). No obstante, también aparecen trabajos, aunque son escasos, en los que se ob- serva un patrón distinto. Así, Ball, y Robbins, 1986 informan en su estudio que son los hombres casados los que presentaban unos índices de satisfacción más bajos. Tanto en esta investigación como en la llevada a cabo por White (1992), se observan efectos cruzados entre el estado civil y el género en la repercusión del primero sobre

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el bienestar: en general, son las mujeres las que se benefician más positivamente del matrimonio. Este hecho se pone de manifiesto en el estudio de Lee, Seccombe y Shehan (1991), en el que también se comprueba que son igualmente las mujeres las que más felices se encuentran estando solteras (Ver figura 6). La separación de un ser querido, y especialmente su pérdida, se asocian con un mayor riesgo de padecer diversos cuadros psicopatológicos, especialmente desór- denes afectivos. Frecuentemente también el fallecimiento del cónyuge supone una situación de amenaza para la seguridad y el bienestar propios (por ejemplo, econó- mico, afectivo, de realización de actividades, etc.). Este hecho es especialmente re- levante en las personas mayores, donde las posibilidades de rehacer sus vidas se ven más limitadas (Peters y Liefbroer, 1997). Arens (1982-83) comprobó los efectos indirectos de la viudedad sobre el bienestar de las mujeres a través de su efecto indi- recto sobre su actividad social. En un estudio similar, Atchley (1975) había encontra- do que el menor bienestar subjetivo de las viudas se relacionaba con la restricción de desplazamientos e interacciones sociales debido a la reducción de los ingresos. Chiriboga (1982) ha señalado también la mayor repercusión que la separación y el divorcio tienen en las personas mayores, que encuentran más dificultad para vol- ver a encontrar su ambiente social, así como una menor posibilidad de manifestar sus emociones, lo que hace que presenten medidas de insatisfacción superiores a las manifestadas por sujetos más jóvenes en las mismas circunstancias.

50

40

30

20

% Muy felices 10

0 1972 1977 1984 1989

Hombres solteros Mujeres solteras Hombres casados Mujeres casadas

Figura 6. Bienestar personal y matrimonio. Adaptado de Lee, Seccombe y Shehan (1991).

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Sea como fuere, el matrimonio tiene un efecto sobre el bienestar que no se expli- ca por un mero factor de selección, al casarse o continuar estando casadas las perso- nas que manifiestan ser más felices. Cuando se cambia del hecho objetivo del matrimo- nio a la importancia de la satisfacción marital sobre la satisfacción global con la vida, la conclusión es que la satisfacción con la familia y el matrimonio es uno de los predictores más importantes de bienestar subjetivo (Diener, 1994). Así lo evidencian los resultados del estudio longitudinal de Headey, Veenhoven y Wearing (1991), en el que de los seis dominios o áreas examinados (matrimonio, trabajo, nivel de vida, ocio, amigos y salud), sólo la satisfacción marital tenían una influencia significativa sobre la satisfacción global.

2.3.1.5. Nivel educativo.

Los datos aportados por Campbell (1981) sugieren que la educación influyó sobre el bienestar subjetivo en los Estados Unidos entre 1957 y 1978. No obstante, sus efectos no parece que sean relevantes (Diener, 1994). La investigación sobre la influencia de la educación en el bienestar personal indica que, si bien la educación parece tener algún efecto, éste llega a no ser significativo cuando se controlan otros factores (Palmore, 1979, Toseland y Rasch, 1979-1980). En este mismo sentido, y con relación a las per- sonas mayores, no es la educación por sí misma lo que es relevante para su bienestar subjetivo, sino lo que el sujeto obtiene como consecuencia de esa mejor educación (por ejemplo, ingresos más elevados, una mejor vivienda, mejor atención médica, etc.) lo que la hace importante (McNeil, Stones y Kozma, 1986). Algunos autores como McKenzie y Campbell (1987) afirman, no obstante, que el efecto de la educación sobre el bienestar de este colectivo es superior al que ejercen los ingresos. Otros, como Kehn (1995), em- pleando la Escala de Satisfacción con la Vida (Kaye y Applegate, 1990), han encontrado que no hay ninguna relación entre el nivel educativo y la felicidad expresada por los ma- yores.

2.3.1.6. Ingresos.

Al igual que el sentido común y el saber popular establecen un vínculo entre felicidad y nivel de ingresos, hay una gran cantidad de pruebas que muestran una relación positi- va entre ingresos y bienestar subjetivo. De esta manera, parece confirmarse que, como afirma la canción, el dinero, junto con la salud y el amor, parecen formar ese trípode que

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sustenta la felicidad. Esta relación se mantiene incluso cuando otras variables, como la educación, se controlan. La revisión llevada a cabo por Easterlin (1974) de treinta estu- dios conducidos en otros tantos países, muestra que las personas más ricas son tam- bién las más felices. Sin embargo, este efecto podría ser más débil que las diferencias dentro de cada país, así, según aumentan los ingresos reales dentro de un país, la                     

                     

Ingresos Bienestar Subj.

240 220

200

180 160 140

120

100 80 1946 48 56 63 65 70 72 74 76 80 85 87 1989

Figura 7. Relación entre ingresos y bienestar subjetivo en los Estados Unidos durante el período 1946-1989. Los ingresos se refieren al porcentaje disponible en dólares (de 1946) una vez deducidos impuestos y corregida la in- flacción. El bienestar subjetivo representa el porcentaje del valor obtenido en 1946. Fuente: Diener, Suh, Lucas y Smith (1999).

Diener, Suh, Lucas y Smith (1997) muestran claramente cómo el incremento en los ingresos de un país apenas tiene repercusión sobre el bienestar personal de sus habitantes (Ver figura 7). Haring, Stock y Okun (1984) encontraron una correlación media de .17 entre ingresos y bienestar personal e ingresos en diferentes países. En el estudio de Diener, Sandvik, Seidlitz y Diener (1993) la renta per cápita correla- cionaba .5 con la satisfacción vital en una muestra integrada por 39 estados. Clark y Oswald (1994), sin embargo, no hallaron ningún efecto estadísticamente significativo entre ambas variables en una muestra británica.

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En el modelo de Veenhoven sobre los determinantes de la satisfacción con la vi- da (Veenhoven, 1994), uno de los cuatro factores, las “oportunidades vitales”, tiene una estrecha relación con las posibilidades económicas del sujeto con relación a los estándares de la sociedad en la que vive. En este sentido, las correlaciones entre la satisfacción con la vida y la situación de ingresos son fuertes en los países pobres y débiles o nulas en las naciones ricas. MacFadyen y MacFadyen (MacFadyen y Mac- Fadyen, 1992; MacFadyen, MacFadyen y Prince, 1996) llevan a cabo una detallado análisis de los factores socioeconómicos que correlacionan con el bienestar psicoló- gico, en el que incluye variables como: ingresos anuales, satisfacción con los ingre- sos, fuente de éstos, etc. La heterogeneidad y complejidad de estos factores anun- cia que la relación entre ambas variables, aun siendo evidente, no es en absoluto simple.

Diener (1994) aporta cuatro posibles explicaciones de la relación entre ingresos y bienestar subjetivo:

1) Los ingresos tendrían efectos relevantes en los niveles extremos de pobreza, alcanzando su techo una vez que las necesidades básicas están cubiertas. 2) Los factores como el status y el poder, que covarían con los ingresos, podrían ser los responsables del efecto de éstos sobre el bienestar. Por este motivo, y teniendo en cuenta que los dos primeros no aumentan en la misma medida que el tercero, la relación entre ingresos y bienestar no es lineal. 3) El efecto de los ingresos, aún no estando mediado por otras variables, podría depender de la comparación social que lleva a cabo la persona. Por lo que las personas sólo pueden saber lo satisfechas que están con su situación eco- nómica comparándola con la de otros. 4) Posiblemente, los ingresos no sólo tengan efectos beneficiosos sino que tam- bién presenten algunos inconvenientes que interactúen con ellos y tiendan a reducir su repercusión positiva.

Con relación a las personas mayores, los ingresos representan una de sus prin- cipales preocupaciones, por lo que disponer de una seguridad económica repercute muy positivamente en su bienestar subjetivo. Así, al menos, lo muestra el estudio de

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Usui, Keil, y Durig (1985); donde se observa que, en la medida en que las personas mayores de sesenta años están satisfechas con sus ingresos, usando una estrategia de comparación social con los ingresos de sus familiares y personas allegadas, tam- bién se sienten satisfechas con sus vidas. En el trabajo de Shmotkin (1990), cuando se controlaba el efecto de los ingresos, el decremento que se observa en la satisfac- ción vital conforme avanza la edad, desaparece.

2.3.2. Características individuales.

La personalidad es uno de los predictores más fuertes y consistentes del bienestar subjetivo, superando ampliamente a todas las variables demográficas to- madas en conjunto. Así queda avalado por numerosos estudios que dan evidencia del vínculo existente entre ambas variables (Adkins, Martin y Poon, 1996; Costa, McCrae y Zonderman, 1987; Costa, Metter y McCrae, 1994; Diener, 1998; Diener y otros, 1999; Moskowitz y Cote, 1995; Yeung y Hemsley, 1997). Dado que estos es- tudios normalmente se realizan con muestras menos amplias que aquellos otros que examinan factores demográficos, las conclusiones sólo se deberían tener en cuenta si los resultados aparecen replicados en toda una serie de estudios con diversos tipos de muestras. Los rasgos de personalidad que más apoyo han recibido son la extraversión y el neuroticismo (Diener, 1998, Diener y otros, 1999). Costa y McCrae (Costa y McCrae, 1980; McCrae y Costa, 1991) consideran que la extraversión ejerce su in- fluencia sobre el afecto positivo, mientras que el neuroticismo tiene una importante repercusión sobre el componente negativo. Esto les ha llevado a afirmar que estas dos dimensiones básicas de la personalidad conducen al afecto positivo y al negati- vo respectivamente, por lo que su trascendencia sobre el bienestar es evidente. Esta relación se ha visto confirmada en numerosos estudios. Adkins, Martin y Poon (1996) encontraron una marcada relación entre una alta extraversión y el bienestar subjetivo en personas centenarias. En el meta-análisis de DeNeve y Cooper (1998), bajo una perspectiva del modelo de los cinco grandes, aparece el neuroticismo como el predictor más potente del afecto negativo (r =.17) y de la satisfacción vital (r =- .24), el afecto positivo es pronosticado tanto por la dimensión extraversión (r =.20) como por el factor cordialidad (r = .17); asimismo, la extraversión (r = .27) y el neuro-

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ticismo (r =-.25) tienen la misma capacidad predictiva para la felicidad. El estudio de Emery, Huppert y Schein (1996) también apunta en esta misma línea: el neuroticis- mo muestra una gran capacidad predictiva para el bienestar subjetivo, incluso con un intervalo de siete años. Francis, y Bolger, (1997) en su análisis de las variables de personalidad que conducen a una mejor adaptación en la vejez, señalan que la ex- traversión se relaciona positivamente con el bienestar subjetivo, mientras que el neu- roticismo lo hace de forma inversa. La aplicación de modelos estructurales ofrece unos patrones de relación entre estas variables que coinciden con los anteriores re- sultados (Lu y Shih, 1997). Por todo ello, la afirmación de Eysenck (Eysenck y Ey- senck, 1985) acerca de que la felicidad es una cosa llamada extraversión estable no es una simple definición que carezca de sustento empírico. La teoría de la personalidad de Gray ofrece una posible explicación a esta asociación. Gray propone que hay dos sistemas motivacionales con base neurológi- ca: el sistema básico de activación (BAS) y el sistema básico de inhibición (BIS), que regulan el comportamiento ante la presencia de señales de castigo o recompensa. El BAS y el BIS se han operacionalizado en términos de rasgos, identificándose el pri- mero con la extraversión y el segundo con el neuroticismo (Brebner, 1998; Tellegen, 1985; Larsen y Ketelaar, 1991). Larsen y Ketelaar (1991) han hallado que el BAS- extraversión se manifiesta a través de incrementos en el afecto positivo, mientras que el BIS-neuroticismo lo hace a través de un aumento del afecto negativo. Otros investigadores sugieren que la extraversión se relaciona con el bienes- tar a través de otros mecanismos más indirectos (Argyle y Lu, 1990; Pavot, Diener y Fujita, 1990). De acuerdo con Pavot, Diener y Fujita (1990), las experiencias sociales facilitan el afecto positivo tanto a los extravertidos como a los introvertidos; no obs- tante, al invertir los primeros más tiempo en situaciones sociales, presentan igual- mente un mayor bienestar. La relación entre personalidad y bienestar subjetivo no se reduce a estos dos rasgos de personalidad. Otra variable intensamente relacionada con aquél es la au- toestima. Muchos estudios han hallado esta vinculación (DeNeve y Cooper, 1998; Diener, 1998; Marks, y MacDermid, 1996; Reid y Ziegler, 1980; Reis, Haas y Haw- kings, 1977). Esta relación es posible que sea de carácter bidireccional, ya que es un hecho manifiesto que la autoestima decae cuando se atraviesan períodos vitales desafortunados. Asimismo, el efecto de la autoestima esta matizado por la cultura,

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siendo menor en las sociedades individualistas, como pone de manifiesto el estudio transcultural de Diener y Diener (1995). No es de extrañar que en este tipo de cultu- ras, los sentimientos positivos acerca de uno, en este caso la autoestima, correlacio- nen más altamente con la felicidad que en las sociedades en las que prima lo colec- tivo, donde esta distinción no es tan relevante para el sujeto. La percepción de control, así como una variable en estrecha relación, como es la internalidad, entendida ésta como tendencia a atribuir resultados a uno mismo más que a causas externas, se relacionan con el bienestar subjetivo (Cooper, Oka- mura y McNeil, 1995; Diener, 1995, 1998; Erez, Johnson y Judge, 1995;). No obstan- te, al igual que ocurría con la autoestima, la relación entre ambas variables depende del contexto. En este sentido, Erez, Johnson y Judge (1995), han demostrado que unas expectativas de control excesivamente altas pueden repercutir de manera ne- gativa sobre el bienestar subjetivo a través de la autodecepción cuando no se consi- guen alcanzar los resultados esperados. Esto mismo, aplicado a contextos residen- ciales, lo encontramos entre las personas mayores, en las que, la presencia de un internalidad demasiado elevada, puede perjudicar su adaptación a ambientes con una alta restricción comportamental. No obstante, a excepción de estas circunstan- cias particulares, la mayor parte de los autores defienden una mediación positiva entre estas variables, y otras relacionadas, como es la autoeficacia, y con el bienes- tar subjetivo (Diener, 1995, 1998). Por ejemplo, Lachman y Weaver (1998) han podi- do comprobar que los efectos de unos bajos ingresos sobre el bienestar subjetivo se ven moderados por las expectativas de control. Estos últimos ejemplos sirven para introducir una de las líneas más actuales en el área de estudio del bienestar personal. Como afirman Diener y col. (1999):

“Los investigadores deben prestar más atención a la interacción en- tre factores internos (tales como los rasgos de personalidad) y las circunstancias externas. Como veremos, los factores demográficos tienen sorprendentemente escasos efectos sobre el bienestar perso- nal subjetivo, estos efectos pueden depender de las personalidades de los individuos que están siendo estudiados. De esta manera, las investigaciones futuras deben tener en consideración la interacción persona X situación...” (p. 276).

Las influencias de los rasgos de personalidad sobre las emociones y sobre los juicios de felicidad se ven moderados por las condiciones ambientales en las que

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está inmersa la persona. La influencia de la personalidad se puede extender más allá de sus efectos principales directos, ejerciendo importantes efectos de interac- ción. Igualmente, las características de personalidad influyen en la elección de am- bientes y situaciones que llevan a cabo los sujetos, así como en los acontecimientos en los que se ven envueltos. Headey y Waring (1989) y Magnus, Diener, Fujita y Pa- vot (1993) han mostrado que la extraversión y el neuroticismo predisponen al sujeto para experimentar acontecimientos vitales positivos y negativos respectivamente. Estos acontecimientos, a su vez, tienen una influencia sobre el bienestar subjetivo que no se puede explicar atendiendo únicamente a variables de personalidad. Lo que hace que los factores de personalidad puedan crear situaciones que incremen- ten o disminuyan el bienestar general, aumentando de esta manera su repercusión.

2.3.3. Variables comportamentales y acontecimientos vitales.

Es de conocimiento popular que las actividades llevadas a cabo por la perso- na repercuten sobre su estado de ánimo y sobre su satisfacción. No obstante, cuando se ha tratado de estudiar de una manera más sistemática su influjo, los in- vestigadores han tropezado con los problemas derivados de la amplitud o vaguedad del término; así, el concepto de actividad puede aplicarse a cosas tan dispares como contactos sociales, actividades físicas, culturales, viajes, aficiones, participación en actos religiosos o en organizaciones formales, etc. Se ha podido comprobar que la participación social, y los contactos sociales, que de ella se derivan, presentan co- rrelaciones positivas con medidas de bienestar personal, como así lo confirman di- versos estudios (Bowling, 1988-1989; Haditono, 1986; Markides y Martin, 1979; Ol- sen, 1980; Toseland y Rasch, 1979-1980). Como se puede comprobar, muchos de estos estudios están realizados en personas mayores. En todos ellos se ha puesto de manifiesto el carácter especialmente beneficioso que aquellas actividades que suponen un incremento del contacto social, tienen sobre el bienestar personal de estas personas. Lemon, Bengston y Peterson ofrecían en 1972 la siguiente vía cau- sal en la explicación de esta repercusión positiva: 1) Para afrontar la pérdida de roles, las personas necesitan sustituir esos ro- les o actividades que venían realizando 2) Estas actividades dan lugar a un aumento de la interacción social positiva

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3) Estos contactos permiten que las personas mantengan su autoestima in- tacta 4) Finalmente, la autoestima alta generada tiene un impacto directo sobre su bienestar subjetivo

El meta-análisis llevado a cabo por Okun, Stock, Haring y Witter (1984) reafirma esta conclusión. Sus resultados indican que la actividad social se relaciona significativa- mente con los indicadores de bienestar subjetivo, incrementándose el porcentaje de varianza explicada por esta variable cuando se controlan otras covariables. Este porcentaje se sitúa entre el 1 y el 9%: Lo cual indica que una gran parte de los efec- tos que tiene sobre el bienestar se ven mediados por la acción de otras variables tales como edad, educación o estado civil, entre otras. Otros estudios han encontrado que es la cualidad (por ejemplo, intimidad, compañerismo, etc.) más que la frecuencia de la actividad social lo que se relaciona con el bienestar subjetivo. Algunos de los resultados contradictorios obtenidos entre los aspectos cuantitativos y cualitativos de las interacciones se atribuyen al empleo de diferentes metodologías de estudio. Ya que, por ejemplo, se han utilizado funda- mentalmente medidas de ítem único en los estudios que apoyan los aspectos cuanti- tativos de la actividad social, mientras que aquellos otros que analizan los aspectos cualitativos han utilizado medidas multi-ítem (Longino y Kart, 1982; McNeil, Stones y Kozma, 1986). El tipo y la calidad del contacto social varía de unos estudios a otros, pero estas diferencias no han sido analizadas metódicamente. Así, se han medido de forma diversa el número de amigos íntimos o confidentes, la cantidad de contacto social, si el contacto social es elegido libremente, etc. (Diener, 1984). En conclusión, el contacto social está, a menudo, relacionado con el bienestar subjetivo, pero los parámetros que afectan a esta relación necesitan ser estudiados más sistemática- mente.

Numerosos trabajos, realizados tanto con muestras de jóvenes como de per- sonas mayores, han demostrado la importancia de examinar los acontecimientos vitales en su repercusión sobre el bienestar (Diener, 1984; Eronen y Nurmi, 1999; Murrell y Norris, 1984; Reich y Zautra, 1988; Suh, Diener y Fujita, 1996). La relación de estos eventos con el bienestar subjetivo es consistente pero modesta. Por ejem-

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plo, diversos estudios con muestras de jóvenes han encontrado que los sucesos va- lorados como negativos se relacionan con la enfermedad (Tausing, 1982; Zucker- man, Oliver, Hollingsworth y Austrin, 1986). En otros, se observa que otras caracte- rísticas de estos acontecimientos como, por ejemplo, el grado en que la persona percibe control sobre ella misma (Reich y Zautra, 1981; Thompson, 19811), su al- cance (Hughes, George y Blazer, 1988), o una combinación de ambas cualidades (Matheny y Cupp, 1983), indican que la manera en la que son percibidos por el suje- to influye considerablemente sobre su bienestar subjetivo (Thoits, 1983). En general, los acontecimientos positivos se relacionan más intensamente con medidas positivas de bienestar subjetivo, mientras que se observa el mismo pa- trón entre los eventos negativos y medidas de bienestar del mismo signo (French, Gekoski y Knox, 1995). En este sentido, Eronen y Nurmi (1999) hallan que las per- sonas que experimentaron muchos eventos positivos y escasos negativos, presen- tan puntuaciones en bienestar subjetivo mayores que aquellos que tuvieron que ha- cer frente a muchas adversidades sin que estas se vieran acompañadas de un alto número de experiencias positivas. Frente a estos, aquellos otros que reportaron muchas o escasas vivencias de ambos signos, presentaban puntuaciones interme- dias.

2.4. Modelos explicativos del bienestar subjetivo.

Uno de los problemas fundamentales con los que se encuentra la investiga- ción en bienestar subjetivo es la incertidumbre acerca de qué variables son las que lo causan y cuáles son consecuencias del mismo. Así, algunas de las variables con- templadas en el apartado anterior, podrían considerarse como factores determinan- tes del mismo, otras, por el contrario, correlatos derivados de aquél, mientras que otro grupo admitiría ambas consideraciones. Hace tres décadas, Wilson (1967) re- conocía que, desde la época griega, el avance en los modelos teóricos de la felici- dad había sido mínimo. Con la pretensión de avanzar algo en esa línea, este autor propuso dos postulados explicativos:

1) “La pronta satisfacción de las necesidades causa la felicidad, mientras que su persistente insatisfacción provoca infelicidad”

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2) “El grado de realización necesario para producir satisfacción de- pende del nivel de adaptación o de las aspiraciones, que se ve in- fluido por la experiencia pasada, las comparaciones con los demás, los valores personales y otros factores” (p. 302).

Estos dos postulados se identifican con sendas perspectivas, teorías o modelos explicativos en el área del bienestar subjetivo. El primero de ellos, se corresponde con las teorías denominadas de abajo-arriba (bottom-up), centradas en identificar qué necesidades o factores externos al sujeto afectan a su bienestar. El segundo, en cambio, se relaciona con la perspectiva teórica arriba-abajo (top-down), interesada por descubrir los factores internos que determinan cómo la persona percibe sus cir- cunstancias vitales, independientemente de cómo sean éstas objetivamente, y de qué modo dichos factores afectan a los juicios o valoraciones que lleva a cabo sobre su felicidad o bienestar personales. Como se indicaba al principio del capítulo, las investigaciones iniciales estuvie- ron guiadas por la primera de estas perspectivas. No obstante, debido a las reitera- das evidencias empíricas que indicaban la escasa varianza explicada por las varia- bles objetivas y factores demográficos expuestos, muchos investigadores decidieron adentrarse en la segunda de estas sendas, identificando las variables internas que llevan a las personas a experimentar bienestar o a considerarse a sí mismos felices.

Dentro del modelo abajo-arriba se encuentran claramente las denominadas teorías finalistas o de “punto final”, que defienden la idea de que el bienestar se logra cuando una necesidad es alcanzada. Las teorías de los humanistas Maslow y Mu- rray, con sus jerarquías de necesidades se encuadran en esta perspectiva. Ambas clasificaciones, tratan de ordenar qué aspectos carenciales, presentes en cada uno de nosotros, deben ser satisfechos para alcanzar el bienestar o, cuando menos, no experimentar malestar por su falta. Con esta intención, se han propuesto igualmente un cierto número de necesi- dades psicológicas universales; Diener (1984) remarca las relativas a la autoeficacia y a la aprobación, tanto propia como por parte de los demás. Diversos estudios con- firman la trascendencia de ambos aspectos. Reich y Zautra (1981) afirman que la causa personal o la autoeficacia está presente en el afecto positivo. En un trabajo más reciente, Lightsey (1997) destaca la relevancia de este mismo constructo en la determinación del bienestar personal. Con relación a la aprobación, son innumera-

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bles las pruebas empíricas que demuestran la importancia tanto del autoconcepto (Meddin, 1986; Mikulincer y Peer 1991; Morganti, Nehrke, Hulicka y Cataldo, 1988; Stutsman, Okun, y Stock, 1984) como del apoyo por parte de los demás (Kahn, Zimmerman, Csikszentmihalyi y Getzels, 1985; Shebani, Wass y Guertin, 1986-87). Diener y Diener (1995), comprobaron en una muestra integrada por sujetos de dife- rentes países, que la correlación entre autoestima y satisfacción se elevaba a .47 en la muestra total. Ryan y Solky (1996), sugiere que el apoyo social satisface necesi- dades básicas relativas a la percepción de autonomía y competencia, incrementando la sensación de auto-aceptación y auto-regulación a través de los sentimientos de aceptación y vinculación con el grupo. Shebani, Wass y Guertin (1986-87) han en- contrado diferencias entre grupos de distintas edades con relación a la desigual re- percusión que tiene sobre la satisfacción vital la satisfacción de necesidades bási- cas. Así, para los sujetos más jóvenes, la satisfacción de las necesidades físicas básicas era más importante que para los más mayores, quienes otorgaban más rele- vancia al prestigio social o a su independencia. En las teorías finalistas se diferencia entre “necesidades” que la persona pre- tende satisfacer, ya sean éstas innatas o adquiridas, y “objetivos” o “metas” que la persona se propone conscientemente y trata de alcanzar. La persona busca inten- cionadamente estas metas y la felicidad se obtiene cuando se alcanzan, aunque como comenta Scitovsky (1976, citado por Diener 1995):

“El estar en marcha hacia esos objetivos y luchar por lograrlos es más satisfactorio de lo que es la consecución real de los mismos” (p. 62)

El ser humano, en su dia-stasis personal, en ese equilibrio dinámico en que consiste la vida, ha de modificar constantemente sus metas u objetivos una vez que los ha conseguido para, inmediatamente, proponerse otros que le proporcionen la motiva- ción suficiente para ilusionarse y afanarse en su quehacer diario. En este sentido, teorías actuales sostienen que el proceso orientado a la consecución de una meta puede ser más importante para el bienestar subjetivo que la propio objetivo o estado final alcanzado (Carver, Lawrence y Scheier, 1996; Kasser y Ryan, 1996; Csiks- zentmihalyi, 1990). Una pregunta que aflora tras esto es si la consecución de una meta conduce a cambios del estado de ánimo a corto plazo más que a un bienestar personal a lar-

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go plazo. En este sentido, Palys y Little (1983) consideran que la felicidad proviene de la continua satisfacción del plan de vida de cada uno, integrado por una serie de proyectos a corto, medio o largo plazo. Estos autores consideran que las personas más satisfechas con sus vidas son aquellas que tienen unos proyectos o metas más fácilmente alcanzables a corto o medio plazo, y que les permiten obtener unas grati- ficaciones más inmediatas.

Como puede observarse, a medida que se pasa de la pura satisfacción de necesidades, ya sean éstas físicas o psíquicas, al planteamiento consciente, deci- sión y orientación de recursos personales para la consecución de unos objetivos o metas individuales, el planteamiento abajo-arriba (bottom-up) en la explicación del bienestar va progresivamente dejando paso a una perspectiva más de arriba-abajo (top-down), donde los factores internos o personales cobran más importancia que las variables externas. De acuerdo con este enfoque, Diener (1984) indica una serie de aspectos que pueden interferir en la conquista de la felicidad o el bienestar a través del propósito o la consecución de estas metas:

1º Las personas pueden desear alcanzar metas que les satisfagan a corto plazo, pero que dificulten su bienestar en un plazo más lejano 2º Las metas pueden interferir entre sí, lo que impide el que se consigan 3º Las personas que carezcan de metas podrían verse privadas de alcanzar su bienestar 4º La gente puede ser incapaz de lograr sus objetivos debido a unas pobres condiciones o habilidades, o porque los objetivos son demasiado elevados.

Como se comentaba al principio del capítulo, una de las “prescripciones” ofre- cidas por Wilson para conseguir la felicidad era tener unas “aspiraciones modestas”. Las teorías contemporáneas sugieren que la discrepancia entre las aspiraciones de uno y los logros actuales están estrechamente relacionados con el bienestar subjeti- vo (Markus y Nurius, 1986; Michalos, 1985). Existe la idea general de que unas aspi- raciones altas conducirán a la infelicidad porque la persona puede desanimarse cuando percibe una gran distancia entre el lugar en el que se encuentra realmente y aquel en el que le gustaría estar. No obstante, unas metas demasiado bajas pueden reducir el bienestar subjetivo en la misma medida que unas aspiraciones excesiva-

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mente altas; pues así como las primeras es probable que conduzcan más fácilmente a sentimientos de aburrimiento (Csikszentmihalyi, 1990), las otras desembocan en un incremento de la ansiedad (Emmons, 1992). La filosofía estoica clásica aconseja bajar las expectativas en aras de acortar la discrepancia entre aspiraciones y logros, estrategia que, en mayor o menor medida, es utilizada por todos nosotros (Michalos 1988). Sin embargo, Sacco (1985) descubrió que las puntuaciones en el Inventario de Depresión de Beck correlacionaban negativamente con las expectativas. Estos resultados sugieren que se debe poner ciertos límites a la estrategia general de re- bajar sistemáticamente las expectativas o aspiraciones como medio para incremen- tar el bienestar personal. Michalos, tratando de responder la cuestión fundamental de: ¿Qué es lo que hace a las personas sentirse felices o satisfechas?, ha propuesto su Teoría de las Discrepancias Múltiples (TDM) (Michalos, 1985), que representa uno de los modelos arriba-abajo más empleado en la explicación de las fuentes del bienestar subjetivo. Así queda patente con la dedicación de un número especial de la revista Social Indi- cators Research. Los postulados básicos de esta teoría son los siguientes (Ver figura 8):

1º La satisfacción neta expresada (bienestar subjetivo) es una función lineal positiva de las discrepancias percibidas entre lo que uno tiene ahora y lo que: tienen los demás, esperaba tener ahora, espera tener en el futuro, necesita o cree merecer.

2º Todas las discrepancias percibidas, excepto las que se dan entre lo que uno tiene y sus aspiraciones, son funciones lineales positivas objetivamente mensu- rables, que tienen también un efecto directo sobre la satisfacción y las accio- nes.

3º El déficit experimentado entre lo que uno tiene y sus aspiraciones funciona como mediador entre todos los otros déficits percibidos y la satisfacción neta.

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Ba Yo ahora / Otros ahora B2

B Bb Yo ahora / Yo en el mejor pasado 1a C

B1b Bc Yo ahora/ Yo esperaba Discrepancias percibidas entre el D B1c SATISFACCIÓN NETA yo ahora y las aspiraciones C 1 Bd Yo ahora / Yo espero en el futuro

(próximos 5 años) B1d

BE Yo ahora / Yo merezco B1e F4 Bf Yo ahora / Yo necesito v. B1f

F3

F 2 F Condicionantes Fa Edad Fe Renta

Fb Sexo Ff Autoestima Fc Educación Fe Integración Fd Etnia Social

Figura 8. Teoría de las Discrepancias Múltiples en el juicio subjetivo sobre la satisfacción vital. Fuente: Michalos (1995)

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4º La consecución y mantenimiento de la satisfacción neta motiva la acción humana en proporción directa a los niveles esperados de satisfacción neta que percibe la persona. En otras palabras, el comportamiento humano, en orden a alcanzar sus metas, estaría motivado según la hipótesis de la “utilidad espera- da” (Feather, 1982).

5º La edad, el sexo, el nivel educativo y de ingresos, el grupo étnico, la autoes- tima y el apoyo social, afecta directa e indirectamente a todas las acciones, las satisfacciones y las discrepancias.

6º Las discrepancias objetivamente mensurables son funciones lineales de la acción humana y los condicionantes. O lo que es lo mismo, que la acción humana tiene un efecto en tales discrepancias.

Son claramente apreciables las influencias de la Teoría de la Disonancia Cog- nitiva (Festinger, 1957). Festinger, en su modelo sobre la reelaboración de informa- ciones relevantes, combina varios tipos de discrepancias, con una tendencia a resal- tar el déficit entre el estado esperado y el real. Del mismo modo, los teóricos del ni- vel de adaptación, como Brickman y Campbell (1971), han resaltado la probable in- fluencia en la insatisfacción e infelicidad percibidas de las expectativas que emergen y que no son alcanzadas. La adaptación a los acontecimientos significa que cuando éstos ocurren por primera vez pueden producir bienestar o malestar, felicidad o tris- teza; sin embargo, con el tiempo, los acontecimientos pierden su poder de evocar afecto, siendo éste sensible únicamente a los cambios. Este hecho se resume muy gráficamente en el subtítulo del artículo de Solomon (1980), donde explica su teoría del proceso contrario: “Los costes del placer y los beneficios del dolor”. No obstante, analizando los substratos teóricos de este modelo explicativo, el propio autor remonta hasta la época griega, con filósofos como el estoico Zenón de Citio (s. III A.C.) o Aristóteles (s. IV A.C.), el cual introduce en su Política la teoría del grupo de referencia. Este grupo de referencia es lo que se conoce hoy en día como el fenómeno de la “Comparación Social”. Wood (1996) la define como:

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“el proceso de pensamiento sobre la información referente a una o más personas con relación a uno mismo” (p. 520).

Este proceso incluye, a su vez, tres subprocesos:

1º Adquisición de la información social 2º Procesamiento o elaboración de la información referente a estos “otros sig- nificativos” 3º Reacción por parte de la persona tras su comparación con los demás

La información puede provenir de personas cercanas, de otras de las que tiene refe- rencias o, simplemente, de la imaginación del propio sujeto (Diener, Suh, Lucas y Smith, 1999). En el fondo, la idea que subyace bajo este mecanismo es que uno debería de ser feliz si cree que los demás están peor, e infeliz si percibe que los otros están mejor. En este sentido, Wills (1981) ofrece apoyos a lo que se conoce como “la teoría de la comparación hacia abajo”, que, entre otras cosas, viene a decir que las personas eligen para compararse a los individuos que están relativamente peor que ellas, lo que les permite, a cambio, parecer y sentirse mejor. En otras oca- siones, ante la posibilidad de una comparación desfavorable, muchos sujetos la evi- tan o eligen, en términos aristotélicos, otro “grupo de referencia”. Así, por ejemplo, se ha comprobado que los pacientes de cáncer, mejoran su satisfacción vital compa- rándose con otros pacientes y no con personas sanas (Haes, Pennik y Welvaart, 1987). Del mismo modo, las personas con baja autoestima tienden a tener expectati- vas más bajas de rendimiento, por lo que evitan situaciones competitivas en las que tengan que compararse con otros (Michalos, 1995). Todo esto muestra el destacado papel que tienen los componentes cognitivos y comportamentales en la búsqueda, consecución y valoración de la felicidad o bienestar subjetivo, destacando precisamente este carácter. En este sentido, lo sub- jetivo no se opone a lo objetivo sino que lo complementa. Así, en palabras de Ortega y Gasset, lo subjetivo no es lo contrario de la realidad objetiva, mas bien, es la “reali- dad” propia del sujeto, la que tiene de guía y le sirve de referente. El bienestar puede alcanzarse, por lo tanto, a través de procesos tan internos o dependientes de la per-

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sona como pueden ser: el cambio de sus aspiraciones, la percepción que tiene de sí mismo y de su entorno, la acción sobre él mismo o la modificación de sus circuns- tancias vitales. Esta misma preponderancia de los factores internos en el acerca- miento arriba-abajo aparece en los modelos que destacan la influencia de las dispo- siciones de personalidad sobre el bienestar subjetivo. Como anteriormente se expo- nían, son numerosos los estudios que han mostrado la relación de diversas variables de personalidad con éste. Demócrito afirmaba que:

“Una vida feliz no depende de la buena suerte o incluso de ningún acontecimiento externo, sino más bien del temperamento de un hombre...Lo importante no es lo que un hombre tiene, sino cómo re- acciona ante lo que tiene” (Diener, 1995, p. 99).

Sin saberlo, este filósofo estaba avanzando la que es en la actualidad la línea más prometedora en el estudio del bienestar subjetivo, la interacción persona-situación. Se necesita un mayor conocimiento acerca de cómo las cogniciones y las caracte- rísticas personales del sujeto intervienen, conjuntamente con los acontecimientos que tienen lugar en su vida y su propio comportamiento, en orden a comprender mejor el porqué del, a veces errático, comportamiento de ese pájaro azul con el que todos soñamos.

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CAPÍTULO III: APOYO SOCIAL Y ENVEJECIMIENTO

“Envejecer es quedarse solo”

(E. Marbeau)

Dentro del modelo aportado por Rocío Fernández-Ballesteros (1996) sobre los elementos componentes de la calidad de vida en las personas mayores, que se comentaba al inicio del capítulo anterior, las relaciones interpersonales ejercen una notable influencia sobre su bienestar. Así, tanto en las dimensiones objetivo- subjetiva como en la personal-socioambiental se sugiere el apoyo social como factor condicionante. En la primera dimensión, aparece como extremo del eje que contiene la satisfacción social como medida objetiva; mientras que en la segunda, se ve en- frentado a las relaciones sociales. Desde ambas perspectivas se destaca la impor- tancia de los vínculos sociales y la satisfacción que la persona experimenta con ellos. A lo largo de este capítulo se profundizará en el papel que el apoyo social juega durante el proceso de envejecimiento. Su definición supondrá el punto de par- tida, a la que se llegará atendiendo tanto a la perspectiva socio-ambiental o estructu- ral como desde una visión funcional. Seguidamente, incidiendo en este segundo abordaje, se revisarán los modelos teóricos más relevantes que tratan de explicar la influencia que el apoyo social tiene sobre la salud y el bienestar. A continuación, se hará referencia específicamente a la repercusión que tiene sobre las personas ma- yores. Así mismo, se analizarán las características que el apoyo social presenta en este colectivo, ahondando en los cambios producidos durante el proceso de enveje- cimiento y en las aportaciones teóricas que intentan explicar dichas transformacio- nes.

3.1. ¿Qué es el apoyo social?

Previo a la definición de apoyo social, se hace necesario delimitar el nivel de referencia y la perspectiva desde la que se puede abordar. Así, atendiendo al primer aspecto, encontramos tres niveles de análisis (Gottlieb, 1981; Lin, Dean, y Ensel, 1986):

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-Nivel comunitario o macro, entendido como sentimiento de pertenencia e in- tegración en el entramado social que representa la comunidad en su conjunto como organización. -Nivel medio, que comprende el apoyo recibido como consecuencia de las in- teracciones sociales que tienen lugar en un entorno social más próximo a la persona. Este nivel se correspondería con el apoyo dispensado por las redes sociales a las que pertenece un individuo (trabajo, vecindario, etc.) y que le daría un sentimiento de vinculación. -Nivel micro o de relaciones íntimas, proveniente de aquellas personas con las que el individuo mantiene una vinculación natural más estrecha (familia, amigos, etc.) y que da lugar a un sentimiento de seguridad a la vez que de compromiso y responsabilidad por su bienestar.

Así mismo, en función de la perspectiva desde la que se estudie, se distin- guen dos tipos de abordaje (Riquelme, 1997):

-Perspectiva estructural: Hace referencia tanto a las características cuantitati- vas u objetivas de la red de apoyo social, tales como tamaño, densidad, dis- persión geográfica, etc., como a las características de los contactos que tie- nen lugar dentro de ella (homogeneidad, reciprocidad o multiplicidad de con- tactos, entre otras).

-Perspectiva funcional: Desde la que se analizan los efectos o consecuencias que le reportan al sujeto el acceso y conservación de las relaciones sociales que tiene en su red, enfatizando la importancia de las funciones de dichas re- des sociales en lugar de su características y composición (Schaefer, Coyne y Lazarus, 1981).

Si se tiene en cuenta el abordaje estructural, se hace necesario diferenciar entre los aspectos propios de los vínculos o contactos (ties) establecidos entre los componentes de la red (network), y las características estructurales de ésta. En este

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sentido, resulta muy interesante la clasificación llevada a cabo por Hall y Wellman (1985). Estos autores establecen una serie de características propias de cada uno de esos aspectos y su medida correspondiente (Ver tabla 1). Característica Medida Vínculos o Contactos (ties) Fuerza -La cantidad de recursos que caracteriza una relación. Frecuencia -La cantidad de contacto entre dos miembros de la red (p. ej., nº de veces que un recurso de apoyo circula entre am- bos) Multiplicidad -Los diferentes tipos de apoyos o recursos intercambiados entre dos miembros. Duración -La antigüedad temporal del vínculo o relación entre dos miembros. Simetría (reciprocidad) -El grado en el que los recursos o apoyos son tanto dados como recibidos por los miembros que participan en la rela- ción. Intimidad -La percepción de cercanía (vinculación emocional) entre dos miembros de la red. Redes (Networks) Tamaño o extensión -El número de elementos que componen la red. Gráficamen- te, sería el número de nodos que la forman. Densidad -El grado en que los miembros que componen la red están interconectados entre sí. Esta media general se obtiene di- vidiendo el número de vínculos existentes entre el número de nexos que habría si todos los componentes de la red es- tuvieran interrelacionados. Grado -La magnitud en que un componente de la red está directa- mente relacionado con otro. Vinculación interna (Boundedness) -La proporción en que todos los vínculos existentes en los miembros se sitúan dentro de los límites de la red. Accesibilidad (Reachability) -La media de conexiones que es preciso recorrer para unir dos miembros integrantes de la red. Homogeneidad -El grado en que los componentes de la red tienen unas ca- racterísticas similares (por ejemplo, sexo, edad, clase social, etc.) Camarillas (Cliques) -La proporción de redes internas en las que todos los ele- mentos están directamente interrelacionados (densidad = 1). Grupos (Clusters) -La proporción de agrupaciones dentro de la red en los que hay una alta densidad, aunque no igual a uno.

Tabla 1. Algunas características y medidas de red. Fuente: Hall y Wellman (1985).

Desde una perspectiva funcional, tres han sido los tipos del apoyo social que se han venido reflejando en la mayor parte de las clasificaciones: emocional, tangi- ble o instrumental e informacional (Barrón, 1996; Schaefer, Coyne y Lazarus, 1981).

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El primero representa el sentimiento personal de ser amado, la seguridad de poder confiar en alguien y de tener intimidad con esa persona. El apoyo instrumental, tan- gible o material hace referencia a la posibilidad de poder disponer de ayuda directa (por ejemplo, cuidar de la casa cuando uno se ausenta, cuidar de un familiar, facili- tarle alojamiento, etc.). La última de las funciones, consiste en la provisión de conse- jo o guía para ayudar a las personas a resolver sus problemas. Así, cuando las per- sonas se enfrentan con un problema que no puede resolverse de un modo fácil y rápido, tratan de buscar información acerca de la situación, posibles modos de solu- cionarla o recursos adecuados para disminuir los perjuicios que ocasiona. En este proceso de búsqueda de ayuda, las redes sociales representan un importante punto de referencia para la persona necesitada (De Paulo, Nadler y Fisher, 1983).

Junto con estas delimitaciones del concepto de apoyo social, es precisa tam- bién la distinción señalada por Caplan (1974) entre apoyo social objetivo y apoyo social percibido. El primero hace referencia a los recursos, provisiones o transaccio- nes reales a los que la persona puede recurrir en el caso de necesitarlos; el segundo destaca la dimensión evaluativa que lleva a cabo la persona acerca de la ayuda con la que cree contar. Esta diferenciación llevó a Caplan a distinguir entre la transacción y lo transferido. Así, la transacción puede ser objetiva (apoyo recibido) o subjetiva (apoyo percibido), mientras que la naturaleza de lo transferido puede ser en ambos casos tangible (dinero, servicios, objetos, etc.) o psicológica (pensamientos y emo- ciones fundamentalmente). Según Caplan (1976), cualquier forma de apoyo social vendría definida por posición respecto a los ejes objetivo-subjetivo y tangible- psicológico (Ver figura 1). Basta con una breve revisión de la literatura para comprobar la diferente acentuación de unos aspectos frente a otros en la definición de este término. Así, por ejemplo, Gottlieb (1983) (citado por Barrón, Lozano y Chacón, 1988) concibe el apoyo social como:

“información verbal y no verbal, ayuda tangible o accesible dada por los otros o inferida por su presencia y que tiene efectos conductuales y emocionales beneficiosos en el receptor” (p. 209).

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Tangi-

* Percepción de * Ayuda material ayuda material

Subjetivo

Apoyo recibido Apoyo Apoyo Percibido * Percepción de apoyo psicológico * Apoyo psicológico

Psicológico

Figura 1. Modelo de Apoyo Social de Caplan. Fuente Caplan (1976)

Como se puede apreciar en esta definición destacan tanto la perspectiva fun- cional como su carácter manifiesto o percibido. En este mismo sentido, la definición aportada por Pearlin, Lieberman, Menaghan y Hullan (1981) como acceso a y uso de individuos, grupos y organizaciones para tratar con las vicisitudes vitales (citado por Barrón y otros, 1988) combina la función adaptativa del apoyo social con los tres ni- veles desde los que se puede analizar. Esta atención a las funciones del apoyo so- cial aparece igualmente en la concepción de Schaefer (1981), cuando destaca sus repercusiones terapéuticas, o en Kahn y Antonucci (1981) que lo definen como aquellas transacciones interpersonales que implican ayuda, afecto o afirmación. Si se atiende a esta multiplicidad de dimensiones, una definición de apoyo so- cial que las recoja adecuadamente ha de ser necesariamente laxa. Por este motivo, la definición aportada por Lin (1986) es una de las más comprehensivas y acepta- das. Este autor concibe el apoyo social como provisiones instrumentales o expresi- vas, reales o percibidas, dadas por la comunidad, redes sociales y amigos íntimos. En esta definición sintética se recogen los diferentes aspectos del apoyo social co- mentados anteriormente. Así, la referencia a “provisiones instrumentales o expresi- vas” destaca su carácter o dimensión funcional, aludiendo a las dos tipologías princi- pales de apoyo social que se reflejan en la literatura. La puntualización de los aspec-

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tos “reales o percibidos” destaca su dimensión objetivo-subjetiva. Igualmente, tam- bién aparecen recogidos los tres niveles de análisis en cuanto al marco de proce- dencia del apoyo. Atendiendo a los diferentes niveles, House y Kahn (1985), consideran necesa- rio tener en cuenta tres aspectos en el apoyo derivado de las relaciones sociales: cantidad, estructura y función; ya que están teórica y empíricamente interrelaciona- dos. La existencia o cantidad de relaciones es una condición necesaria, y por lo tan- to un determinante parcial, tanto de la estructura de la red como del contenido y fun- ción que se deriva de esas relaciones. De igual modo, las características estructura- les de esa red determinan en cierta medida la calidad y función de las relaciones que se dan dentro de la misma. La relación entre estos tres elementos aparece reflejada en la figura 2.

La consideración de estos aspectos contribuye a explicar los efectos deriva- dos del apoyo social. Así, por ejemplo, según la figura anterior, la conexión entre la existencia de un tipo de relación social como el matrimonio y la salud, puede expli- carse completa o parcialmente por las diferentes redes de apoyo o por el valor fun- cional del apoyo derivado de la pareja.

3.2. Modelos teórico-explicativos del apoyo social.

Dos han sido las principales teorías propuestas para explicar los efectos posi- tivos que el apoyo social tiene sobre la salud y el bienestar. Así, la primera de ellas

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afirma que el apoyo social actúa sobre estas variables de un modo directo, indepen- dientemente del nivel de estrés al que esté sometido el sujeto (Barrón, 1996). Si esto lo aplicamos al campo psicogerontológico, supone que aumentos en el apoyo social incrementan igualmente la salud y el bienestar personal del mayor, sin que esa rela- ción se vea mediada por las condiciones estresantes que pueda padecer. Según esto, la disposición de apoyo supone una mayor sensación de control del sujeto so- bre su ambiente, lo que se traduce en un incremento en su capacidad para predecir experiencias negativas y poder evitarlas con anticipación suficiente. En este sentido, Thoits (1985), desde el Interaccionismo Simbólico, establece tres grandes mecanismos de actuación dentro de estos efectos directos: -Un incremento en la percepción de identidad por parte del sujeto, desarrolla- da a partir de las interacciones que lleva a cabo con otras personas al des- empañar sus diferentes roles sociales -Un incremento en la percepción de su propia autoestima a través de la valo- ración que los demás hacen de su comportamiento. -Un aumento de la percepción de control, autoeficacia y dominio sobre el am- biente, que incrementa su bienestar. Todo ello protege a la persona frente a los efectos perjudiciales de los posibles acontecimientos vitales estresantes (Barrón, 1996). A su vez, este aumento en la seguridad autopercibida tiene un reflejo en el estado anímico del sujeto, que, de esta manera, se ve incrementado. (Lazarus y Folkman, 1986). La segunda de las teorías, denominada del Efecto Buffer o Amortiguador, defiende que es precisamente en aquellas condiciones en las que la persona se ve sometida a estrés, cuando el apoyo social ejerce su influencia sobre su estado anímico, de salud y bienestar generales. Esta teoría señala dos efectos principales derivados de la disposición de apoyo social (Barrón, Lozano y Chacón, 1988). 1. De acuerdo con el modelo transaccional de Lazarus y Folkman (1986), el apoyo social actuaría tanto sobre la evaluación primaria como secundaria. Sobre la primera, la provisión de soporte de otras personas ayudaría a re- definir la situación estresante como menos dañina o amenazante. En cuanto a la valoración secundaria, el disponer de los recursos aportados por su red (tanto emocionales, como instrumentales o de información) au- menta la percepción de su capacidad de hacer frente a la situación.

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2. Promoviendo conductas saludables en el sujeto que le ayudan a reducir las reacciones negativas ante el estrés (Cutrona, 1986). Heller y Swindle (1983) (Ver figura 3) han desarrollado un modelo de apoyo social en el que, basándose en la hipótesis original del modelo de buffer, incorporan otros aspectos tales como: la historia previa de aprendizaje, las predisposiciones temperamentales, o los estilos de afrontamiento que presenta el sujeto. Todos estos elementos, junto con la provisión o disponibilidad subjetiva de apoyo proveniente de la red social, van a influir en la valoración cognitiva de la situación de estrés, así co- mo en las respuestas de afrontamiento. Según estos autores, los resultados equívo- cos que han ofrecido los estudios que trataban de validar el efecto amortiguador se deben a la no consideración del sujeto como agente activo en el desarrollo y uso de su red social. En este sentido, el que una persona utilice o no de una manera efecti- va el apoyo social durante un evento estresante, va a deberse tanto a la disponibili- dad que tenga de ese apoyo como a las características y competencias personales para acceder y emplear ese apoyo, así como de los patrones de afrontamiento des- arrollados previamente. Esto modifica la visión estática en la relación entre apoyo social y estrés, que pasa a contemplarse de modo dinámico como una interacción a lo largo del tiempo entre el individuo y el ambiente que le rodea, en la que el apoyo recibido va a depender no sólo del apoyo disponible, sino también de la historia pre- via del sujeto y de su habilidad para acceder a él, mantenerlo y utilizarlo. “...nuestro modelo propone que el apoyo social se debe contemplar en términos de una interacción a lo largo del tiempo entre el ambien- te y las variables personales... El apoyo recibido va a depender no sólo del apoyo disponible, sino también de la historia previa del suje- to y de su habilidad para acceder a él, mantenerlo y utilizarlo” (Heller y Swindle, 1983).

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Barrera (1988) ha reformulado la conexión entre estrés, apoyo social y salud, proponiendo una relación curvilínea. Según la cual, el apoyo social no da lugar a un decremento del distrés cuando la persona se ve expuesta a unos niveles intensos de estrés. Será en situaciones de estrés moderado (Ver figura 4) cuando se apreciarán diferencias en la aparición de síntomas entre aquellas personas que cuentan con un alto apoyo social y las que no.

Alto Apoyo Social Bajo Apoyo Social

A B C DISTRÉS

BAJO MODERADO SEVE- GRADO DE ESTRÉS PADECIDO Figura 4. Un modelo curvilíneo especulativo de los efectos amortiguadores del apoyo social. Fuente: Barrera (1988).

Lin y Ensel (1989) proponen un paradigma integrador (Ver figura 5), en el que incorporan tanto el ambiente social como el puramente fisiológico, así como, por su- puesto, el psicológico. Cada uno de estos ámbitos, según los autores, viene deter- minado por la presencia de estresores y de recursos que facilitan su afrontamiento. En este sentido, un claro estresor fisiológico para el sujeto será la presencia de una enfermedad, mientras que la práctica de ejercicio físico, una dieta adecuada o, en general, el mantenimiento de unos hábitos saludables constituyen recursos útiles para hacer frente a estas adversidades. El padecimiento de síntomas depresivos supone un claro estresor psicológico, mientras que una alta autoestima se sitúa de- ntro de los recursos psicológico. Por último, el apoyo social representa el recurso social más importante con el que superar las adversidades que acompañan a los acontecimientos vitales estresantes. Todos elementos en conjunto van a ejercer su influencia sobre el bienestar del sujeto.

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AMBIENTE FUERZAS RESULTADO

RECURSOS SOCIAL ESTRESORES

RECURSOS

PSICOLÓGICO BIENESTAR ESTRÉS

RECURSOS FISIOLÓGICO ESTRÉS

Figura 5. Paradigma del estrés vital. Fuente: Lin y Ensel (1989).

De esta forma, los autores tratan de superar los abordajes parciales que apa- recen en otros estudios (Berkman, 1984; Dohrenwend, 1981; Kobasa, Maddi y Cod- dington, 1981; Pearlin, Lieberman, Menaghan y Mullan, 1981 –citados por Lin y En- sel, 1989-). Frente a aquéllos, el presente modelo permite estudiar, no sólo los efectos de amortiguación del apoyo social en condiciones de estrés elevado, sino analizar di- chos efectos en compañía de estresores o recursos procedentes de otros ámbitos. Lo que otorga un valor especial a este paradigma, al dar la posibilidad de abordar los efectos del apoyo social de manera aislada o en interacción con otros elementos relevantes para la explicación del bienestar personal. Los resultados del análisis de este modelo (Lin y Ensel, 1989) confirman la teoría del efecto buffer:

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“Los efectos de buffering (interacción) son más fueres que los directos...lo que refleja el papel amortiguador de los recursos socia- les existentes con relación a estresores tanto sociales como psicoló- gicos. Esto es, la carencia de recursos sociales, hace que la presen- cia de estresores sociales o psicológicos ejerzan un mayor impacto sobre la salud. En contraste, los recursos psicológicos sólo amorti- guan los estresores psicológicos” (pp. 393-394).

Del mismo modo, desde diferentes teorías psicosociales se ha abordado la explicación de los efectos salutogénicos que el apoyo social tiene en general. Este es el caso de la Teoría del Intercambio. La teoría original de Homans (1961), proce- dente de la investigación en el campo de la sociometría y las relaciones grupales, también incluye un principio de equidad o justicia, según el cual las ganancias o re- fuerzos obtenidos por cada participante en una relación deben ser proporcionales a los costes o esfuerzos que invierte en la misma. Una ampliación teórica posterior (Foa, 1971, Foa y Foa, 1980) sugiere que los refuerzos intercambiados son amor, estatus, información, dinero, bienes y servicios, entre otros. De este principio se derivan varias predicciones. Por ejemplo, se considera que la equidad en los intercambios de cualquier refuerzo produce mayor satisfacción en la relación. También, algunos autores sugieren que los intercambios en los que se revela información personal facilitan el desarrollo de vínculos sociales estrechos (Altman y Taylor, 1973), o que el intercambio general de refuerzos sociales en una relación determina la progresión de ésta (Levinger y Huesmann, 1980). Estas apor- taciones sugieren que las interacciones e intercambios compartidos en una relación son fuentes de apoyo no sólo porque suponen una mayor disponibilidad de refuer- zos, sino también porque la propia experiencia de mantener este tipo de relación recíproca, hace que las personas tengan una mayor confianza en que van a encon- trar la ayuda o asistencia de los demás si la necesitan. Lo que incrementa su per- cepción de control para el afrontamiento de crisis (Wills, 1985).

La Teoría de la Comparación Social de Festinger (1954), propone que las personas tienden a validar sus nociones sobre la realidad social comparando sus propias actuaciones y opiniones con los de otras personas. Esto supone un meca- nismo teórico a través del cual las relaciones sociales pueden proveer un tipo de

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apoyo cognitivo. En este sentido, cuando el resultado de la comparación es positivo, las personas se ven beneficiadas de las interacciones sociales en las que participan. Lo que hace que, por ejemplo, en el caso de las personas mayores, vean incremen- tada su autoestima a través del contacto con otros individuos comparativamente “peores” (Wills, 1981). Del mismo modo, recibir aprobación por parte de otras perso- nas significativas para el individuo incrementa su autoconcepto. Así, los contactos sociales mantenidos por un individuo, y la red social resultante, actúan de referente en los procesos de evaluación interna o autopercepción que lleva a cabo.

3.3. Repercusión del apoyo social en las personas mayores.

Han sido numerosos los autores que han abordado el estudio de los efectos que los componentes del apoyo social tienen sobre este colectivo social. No en va- no, una de sus quejas más frecuentes es la soledad. No obstante, cada una de las modalidades de apoyo no ha sido abordada con la misma intensidad. Así como en el caso del apoyo emocional, se pueden encontrar un gran número de trabajos que lo relacionan directamente con el bienestar subjetivo, es menor el número de estudios que han analizado el efecto específico que tiene el apoyo instrumental. Esto, en par- te, se debe a que es difícil separar ambos, pues suelen actuar conjuntamente (Ba- rrón, Lozano y Chacón, 1988; van Groenou y van Tilburg, 1997). En este sentido, son varios los autores que señalan los efectos positivos del apoyo instrumental cuando actúa junto con el emocional. Por ejemplo, Reinhardt y Fisher (1988) desta- can el apoyo instrumental como uno de los mejores predictores, junto con el apoyo emocional de las hermanas, de la adaptación en las mujeres mayores que se que- dan viudas. La literatura muestra como esta modalidad de apoyo tiene una repercu- sión menor sobre el bienestar subjetivo en la población general de la que ejerce el apoyo afectivo o emocional (Lee, Crittenden y Yu, 1996), no obstante, también se observan diferencias personales (Lefcourt, Martin y Saleh,1984). Dadas las características de este colectivo, en el que algunas personas se ven necesitadas de este tipo de ayuda, motivada por su situación de dependencia física o económica, hace que su provisión tenga una repercusión muy positiva en su calidad de vida. En este sentido, Ward, Sherman y LaGory (1984), tras analizar una

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muestra de personas mayores de sesenta años, observaron cómo tenía un efecto particularmente beneficioso disponer de ayuda instrumental junto con la posibilidad de tener contacto con los hijos. Wills (1985) afirma que, en circunstancias económi- cas normales, el apoyo instrumental podría estar relacionado con el bienestar porque reduce la sobrecarga de tareas a la que se ve enfrentado el sujeto y, de esta mane- ra, incrementa su disponibilidad de tiempo para participar en actividades recreativas. Algunos autores establecen una estrecha vinculación entre este tipo de apoyo y el constructo de percepción de control (Garber y Seligman, 1980; Levitt, Clark, Rotton y Finley, 1982). No obstante, la provisión de este tipo de apoyo, a veces, puede in- crementar la dependencia del mayor, disminuyendo su percepción de control y, en ocasiones, fomentando sentimientos negativos de ser una carga o de estar en deuda con la otra persona (Shumaker y Brownell, 1984). Connidis (1994) destaca la importancia de los hermanos en la percepción de disponibilidad de ayuda instrumental por parte de los mayores. Una opinión distinta tienen Wilson, Calsyn y Orlofsky (1994), quienes consideran que son los hijos quie- nes proporcionan mayor apoyo instrumental, mientras que el apoyo emocional des- cansa fundamentalmente en los hermanos. En este sentido, se ha observado que la fuente de la que proviene el apoyo repercute en los efectos que tiene sobre el mayor (Felton y Berry, 1992). Al igual que ocurría con el apoyo instrumental, es difícil separar el efecto de la provisión de apoyo informacional del derivado del soporte afectivo. Numerosos estudios que han obtenido medidas separadas de estas dos dimensiones de apoyo, han encontrado una alta correlación entre ellas (Schaefer, Coyne y Lazarus, 1981; Wethington, 1982). No obstante, Schefer, Coyne y Lazarus (1981), hallaron que el apoyo emocional era más importante que el apoyo informacional o instrumental en la predicción de depresión en personas mayores. Seeman (1984), también encontró que mayores índices de apoyo instrumental, se asociaban con un menor riesgo de padecer enfermedades coronarias, mientras que este efecto no guardaba relación con el apoyo emocional. En la revisión de la literatura al respecto, afloran pocas investigaciones. Mere- ce la pena destacarse el trabajo llevado a cabo por Krause (1987), en el que se ana- liza la relación entre las dificultades económicas y el desarrollo de síntomas depresi- vos en una muestra de personas mayores. Este autor destaca el importante papel

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mediador que el apoyo informacional cumple en las personas mayores con escasos recursos económicos. Este mismo aspecto es apuntado por Wills y Langner (1980), quienes señalan la importancia que este tipo de apoyo tiene para aquellos mayores con redes sociales reducidas y/o escasos recursos para financiarse una adecuada asistencia. Aquellas personas que cuentan con más apoyo informacional o que pro- veen a otras personas de información están más protegidos frente a la aparición de un cuadro depresivo durante el envejecimiento. Este hecho corrobora la afirmación de Wills (1985), que sostiene que el apoyo informacional actúa indirectamente a modo de buffer. En circunstancias normales, la mayor parte de las personas disponen de la información necesaria para desenvol- verse eficazmente en su medio. Será en aquellas ocasiones en las que los recursos adaptativos de la persona se vean desbordados (por ejemplo, carencia de recursos económicos, viudedad, enfermedad, cambio de domicilio, etc.) cuando la disponibili- dad de este tipo de apoyo se hace más necesaria.

3.3.1. Efectos del apoyo social sobre la salud física.

El trabajo de Durkheim (1951) sobre el suicidio constituye un referente obli- gado en el estudio de la relación entre estas dos variables. Posteriormente, los re- sultados de las revisiones que se llevaron a cabo acerca de los efectos que el apoyo social tiene sobre la salud (Caplan, 1974; Cassel, 1974; Cobb, 1976) han mostrado la relación positiva que existe entre ambas variables, y han servido para el recono- cimiento del poder terapéutico del primero y su consideración como un elemento “protector de salud” (Cassel, 1974) dentro de los programas de intervención comuni- taria que se comenzaron a aplicar en Estados Unidos. Así, la Comisión Presidencial para la Salud Mental de este país reconocía en 1978 que tener la posibilidad de pro- porcionar y/o recibir apoyo social cuando se necesita es esencial para el manteni- miento de la salud mental. En cuanto a la posibilidad de dispensar apoyo, el estudio conducido por Krause, Herzog, y Baker (1992), se muestra como se asocia con un sentimiento mayor de control personal por parte del proveedor, así como con unos niveles inferiores de sintomatología depresiva entre las personas mayores estudia- das.

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Los estudios epidemiológicos han confirmado repetidamente esa relación ne- gativa entre apoyo social e índices tanto de morbilidad (Bowling, 1994; Berkman y Syme, 1979; Ell, 1984; Kasl y Berkman, 1981; Wallston, Alagna, DeVellis y Devellis, 1983) como de mortandad (House, Landis y Umberson, 1988; House, Robbins y Metzner, 1982; Orth-Gomer y Johnson, 1987; Sugisawa, Liang y Liu, 1994). Quizás uno de los trabajos más reveladores sea el llevado a cabo por Berkman y Syme (1979) en Oakland (condado de Alameda, California). Estos autores hallaron, tras un seguimiento de nueve años, que las personas con niveles más bajos de apoyo social tenían una probabilidad de morir durante ese período casi tres veces superior a la de aquellos que disfrutaban de una mayor vinculación social. En su estudio longitudinal, tuvieron en cuenta datos de análisis de red tales como: estado civil, contacto con amigos, participación en agrupaciones formales, asistencia a la iglesia, etc. Así mismo, controlaron medidas como salud autopercibi- da o presencia de comportamientos saludables. Como puede verse en las figuras 6 y 7, en ambos sexos, la densidad de la red social se relacionaba claramente con las tasas de mortandad en los tres grupos de edad analizados. Este mismo patrón de resultados se ha observado en estudios como el realizado en la comunidad de Tu- cumseh en Michigan (House, Robbins y Metzner, 1982), en Seattle (Bosworth y Schaie, 1997), o en otros llevados a cabo con muestras de diferentes países como Suecia (Orth-Gomer y Johnson, 1987), Japón (Sugisawa, Liang y Liu, 1994) o Dina- marca (Avlund, Damsgaard y Holstein, 1998; Olsen, Olsen, Gunner y Waldstrom, 1991). Son de destacar las hipótesis aportadas por Berkman (1985) en cuanto a los posibles mecanismos que pueden mediar la relación negativa entre el apoyo social y morbilidad /mortandad. Este autor destaca los siguientes: 1º Las personas que disponen de mayor apoyo tienen también la posibilidad de ob- tener mejores cuidados médicos 2º La mayor disponibilidad de apoyo supone una mayor provisión de ayuda directa proveniente de la propia red, lo que se traduce en un mejor estado de salud 3º La red social actúa como modelo para la adquisición de conductas saludables que disminuyen el riesgo de padecer enfermedad 4º La disponibilidad de apoyo actúa a nivel fisiológico, aumentando las defensas del sujeto y, de esta manera, su inmunidad frente a determinadas patologías.

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Otro indicador objetivo, muy relacionado con el anterior, es la utilización de los servicios médicos que hacen las personas mayores. Bosworth y Schaie (1997) evi- dencian un mayor número de visitas al médico y uso de medicamentos entre los su- jetos que tienen unas redes sociales más reducidas. Se ha visto que el uso de estos servicios es mayor entre los mayores no casados (incluyendo divorciados, separa- dos, viudos o solteros) que entre aquellos que sí lo estaban (Cafferata, 1987; Evashwick, Rowe, Diehr y Branch, 1984). Los resultados obtenidos por Auslander y Litwin (1990) indican que los mayores que solicitan más servicios sociales tienen unas redes sociales más reducidas que los que no llegan a requerir estos servicios.

Redes sociales y mortandad

DENSIDAD I DENSIDAD II DENSIDAD III DENSIDAD IV 29,4 30

25 MUJERES 17,7 20 16,7 15,3 15 8 9,7 10 Mortandad (%) 6,9 7,3 4,9 4,3 5 1,5 2 0 30-49 50-59 60-69 Grupos de edad Figuras 6 y 7. Relación entre la densidad de la red social y mortandad (nota: las magnitudes de las densidades aparecen numeradas en orden decreciente). Adaptado de Berkman y Sime (1979).

Redes sociales y mortandad

DENSIDAD I DENSIDAD II DENSIDAD III DENSIDAD IV 29,4 30

25 HOMBRES 17,7 20 16,7 15,3 15 8 9,7 10 7,3 Mortandad (%) 6,9 4,9 4,3 5 1,5 2 0 30-49 50-59 60-69

Grupos de edad 95

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Sin embargo, tanto estos resultados como los ofrecidos por Coe, Wolinsky, Miller y Prendergast (1984) o Miller y McFall (1991) van en contra de la relación que establecían Rundall y Evashwick (1982) entre la tipología de la red de apoyo de los mayores y su comportamiento de búsqueda de ayuda. Según éstos autores, el dis- poner de una mayor vinculación social, especialmente cuando la red de apoyo fami- liar no sufre cambios importantes, favorece el aumento del número de visitas médi- cas, ya que contar con esa red de apoyo facilita la utilización de los servicios sanita- rios al hacerlos más accesibles. En este sentido, los cuidadores informales no sólo actúan como proveedores directos de cuidados, sino que también sirven como me- diadores entre el mayor y los sistemas formales de cuidados (Bass y Noelker, 1987). Litwin (1997) no confirma esta hipótesis, este autor afirma textualmente en su trabajo con Auslander (1990):

“...uno podría esperar que, por una parte, los solicitantes de servi- cios sociales fueran principalmente personas que carecen de la ayu- da proveniente de sus redes de apoyo informal; a la vez que, tam- bién sería probable que el disponer de estos recursos informativos informales favoreciera la solicitud de aquellos servicios” (p. 115).

La realidad con la que Litwin se halla es que aquellos mayores cuya red de apoyo está focalizada en la familia son los que hacen un menor uso de los servicios de salud. No obstante, en lo que parece ser que no hay controversia es en el mayor riesgo de institucionalización que presentan aquellos sujetos que tienen una estruc- tura de apoyo familiar deficitaria (Hanson y Sauer, 1985; Hyduk, 1996; Wolinsky y Johnson, 1991).

En cuanto a otros indicadores objetivos de salud, Bowling, Edelmann, Leaver y Hoekel (1989), aplicaron el General Health Questionnaire a una muestra de muje- res mayores de 85 años, y encontraron un deterioro físico mayor en aquellas perso- nas que tenían una red social más reducida y que carecían de un confidente. Choi y Wodarski, (1996) remarcan cómo la provisión de apoyo informal frena el deterioro físico que se produce a edades avanzadas. Por lo que consideran que las políticas preventivas y de intervención sanitaria sobre este colectivo deberían acompañarse de acciones orientadas a conseguir una mayor participación de las redes de apoyo

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informal. Este mismo aspecto es apuntado por Field y Minkler (1993), quienes seña- lan el destacado papel que juega el apoyo tanto emocional como instrumental apor- tado por la familia en el período que se sitúa alrededor de los 75 años. En esta edad se suele establecer el paso o transición entre los denominados mayores-jóvenes (young-old) y los mayores-mayores (old-old), caracterizados estos últimos por una disminución considerable en su grado de independencia. Unger, Johnson y Marks (1997) destacan el efecto amortiguador que tienen las interacciones sociales y la actividad física sobre el declive funcional experimentado tras la viudedad. Estos au- tores sugieren que se han de fomentar programas dirigidos al incremento de estas dos variables en las personas mayores, de cara a favorecer su autonomía.

Junto a los diversos autores (Gallo, 1982; Sherbourne, Meredith, Rogers y Ware, 1992; Snow y Crapo, 1982;) que muestran relaciones positivas entre apoyo social e índices objetivos de salud y calidad de vida, otro aspecto que destaca en la literatura es la relación entre el apoyo social y la salud autopercibida. Krause (1987, 1990) halló una clara asociación positiva entre la satisfacción con el apoyo social recibido y la valoración que los mayores hacían acerca de su propia salud. En esta misma línea, Auslander y Litwin (1991), concluyen que el mejor predictor de salud autopercibida en una muestra de personas mayores de Jerusalén era el apoyo social percibido, cuyo poder de pronóstico era mayor que las medidas objetivas relativas a la estructura de su red social de apoyo. Liu, Liang y Gu (1995), en un intento de ex- plicar la relación entre apoyo social y salud en personas mayores, confirman el papel crucial que el apoyo emocional tiene en la salud autopercibida, y proponen un forta- lecimiento del apoyo social como vía para mejorar el estado de salud en este colecti- vo. Bisconti y Bergeman (1999) recientemente han analizado esta relación y han de- fendido un destacado papel de la percepción de control como mecanismo mediador, asimismo, entre el apoyo social y su efecto sobre la salud percibida.

3.3.2. Efectos del apoyo social sobre el bienestar subjetivo.

Cuando se analiza la relación entre apoyo social y alteraciones psicopatológi- cas en la tercera edad, la depresión ocupa sin duda un lugar muy importante, desta- cándose como el área más estudiada. Un repaso de la bibliografía existente es sufi-

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ciente para mostrar la relevancia que este trastorno ha tenido y tiene en el estudio de las repercusiones del apoyo social sobre el bienestar subjetivo de los mayores. Esto tampoco es de extrañar si se atiende al mayor número de acontecimientos vita- les estresantes que suelen estar asociados con el envejecimiento (por ejemplo, viu- dedad, jubilación, pérdida de seres queridos, cambios de vivienda, enfermedad, etc.). En muchas ocasiones, estos acontecimientos suponen una pérdida de roles que incide negativamente sobre el estado de ánimo del mayor. Entre las pérdidas de roles más destacadas en este período está el de esposo/a y el trabajador/a. Hace más de tres décadas que el estudio de Lowenthal y Haven (1968) des- tacaba el mejor ajuste a la jubilación y viudedad entre aquellas personas que dispo- nen de amigos íntimos. Efecto amortiguador similar al que Krause (1987, 1997) halló posteriormente en personas mayores que padecían dificultades económicas. Burnet- te y Mui (1994) colocan el apoyo social entre los mejores elementos predictores de la depresión en mayores que viven solos y que presentan problemas de salud. Kogan, Van Hasselt, Vincent, Hersen y Kabacoff (1995) encuentran una correlación negativa de .50 entre apoyo social y depresión. Krause, Goldenhar, Liang y Jay (1993), al analizar las prácticas deportivas en un grupo de japoneses jubilados y su efecto sobre la depresión, hallaron que el in- cremento del apoyo emocional repercutía favorablemente sobre la depresión a tra- vés de la mejora en los hábitos saludables de práctica de ejercicio físico en este co- lectivo. En un estudio similar, Krause y Liang (1993) confirmaron que los síntomas depresivos, las manifestaciones somáticas y las autoevaluaciones negativas correla- cionaban negativamente con el incremento en el apoyo emocional recibido de la red en una amplia muestra de personas mayores chinas. Entre los mayores koreanos inmigrados a Estados Unidos, los contactos con amigos resultaban ser un claro ele- mento protector en el desarrollo de depresión (Lee, Crittenden y Yu, 1996). Estos contactos eran una importante fuente de apoyo tanto emocional como instrumental que se traducía en un menor número de síntomas depresivos. Newsom y Schulz (1996) han estudiado el efecto del apoyo social sobre la adaptación al declive funcional que se suele producir con el envejecimiento. Estos autores destacan cómo, si bien el deterioro se asocia a un menor contacto con los amigos y familia, así como una menor percepción de apoyo y ayuda material, sólo las medidas de apoyo social percibido sirven para predecir la sintomatología depre-

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siva. Esto remarca su papel mediador en la relación entre deterioro físico y calidad de vida. Los efectos del apoyo social sobre la depresión no se reducen a cuando es la persona en riesgo quien recibe el apoyo, sus beneficios se hacen también evidentes cuando el mayor se convierte en proveedor de apoyo. Krause, Herzog y Baker (1992) observaron que la provisión de apoyo social a otras personas aumentaba el control experimentado por las personas que participaron en su estudio, observándo- se también unos niveles más bajos de sintomatología depresiva.

El apoyo social no sólo repercute de manera negativa sobre la depresión en los mayores. Si se adopta una visión más positiva, también se asocia con medidas positivas de bienestar. En este sentido, son abundantes los estudios (ver revisión de Albarracín y Goldestein, 1994) donde se incide en las consecuencias beneficiosas que se derivan de la provisión y percepción de este apoyo sobre el bienestar subje- tivo experimentado por las personas mayores. Ishii-Kuntz (1990) halla que la interac- ción social tiene, al igual que ocurre en otras etapas de la vida, una importante re- percusión sobre el bienestar personal de los mayores. Así mismo, Chappel y Badger (1989), muestran cómo disponer de amigos íntimos tiene un destacado efecto sobre el bienestar subjetivo de estas personas. En el trabajo de estos autores se demues- tra que, una vez controladas medidas tan relevantes para el bienestar en las perso- nas mayores como son la salud o los ingresos económicos, la disponibilidad de esta clase de amigos tiene un efecto independiente del resto de variables analizadas. Le- vitt, Clark, Rotton y Finley (1987) afirman que, en muchas ocasiones, la existencia de una sola figura de apoyo muy próxima puede ser suficiente para promover el bienes- tar subjetivo en las personas mayores. Son variadas las aportaciones empíricas que muestran que la interacción de las personas mayores con amigos se correlaciona significativamente con menores índices de soledad y un mayor bienestar subjetivo (Abreu, García, Toledo, Mazorra y Velazquez 1985; Larson, Mannell y Zuzanek, 1986; Mullins y Mushel, 1992; Okun, Stock, Haring y Witter, 1984) en mayor medida de lo que lo hace la interacción con familiares (Elwell y Maltbie-Crannell, 1981; Lar- son, Mannell y Zuzanek, 1986). En línea con esto, Larson, Mannell y Zuzanek (1986) destacan el papel que desempeñan las actividades lúdicas en el desarrollo de la red de apoyo social de los

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mayores. La reciprocidad, espontaneidad, apertura, y feedback positivo que se ge- neran en los intercambios entre amigos en el contexto de estas actividades, son, según estos autores, uno de los elementos que más contribuyen al bienestar de este colectivo, incluso más que las relaciones mantenidas con su familia. Si bien éstas, a través de la seguridad y estabilidad que proporcionan al mayor, contribuyen a su bienestar general, es la relación con los amigos la que incide mayormente en el bie- nestar inmediato, diario o cotidiano. Estos autores confirman la frase de Adams (1967) cuando dice: “El familiar es la persona con la que cuentas y en la que confías, con los amigos te lo pasas bien” (p. 70). Andersson (1984) llevó a cabo un programa para mejorar la red social de un grupo de personas mayores con una media de edad de setenta y siete años. En este programa se hacía especial hincapié en que cada persona dispusiera de algún ami- go íntimo. Los resultados obtenidos confirmaron la repercusión positiva que tiene en el mayor la posibilidad de contar con una persona con la que establecer un vínculo de amistad estrecho. Este mismo hecho es señalado por Levitt, Clark, Rotton y Fin- ley (1987), que afirman que la disponibilidad de tener ese tipo de amistad incrementa la percepción de control del sujeto y, a través de esta, su salud y satisfacción vital. En un estudio similar, en el que se analizaba la disponibilidad de apoyo, Levitt, Anto- nucci, Clark, Rotton y Finley (1985-86), en una de las muestras de personas mayo- res analizadas, encuentran una estrecha relación entre el tamaño de la red de apoyo y el estado afectivo, que, a su vez, aparece vinculado a la salud y satisfacción vita- les. Para Heller y Mansbach (1984) los mejores predictores de la satisfacción vital en mujeres mayores, una vez controlados los efectos de la edad, son: el tamaño de la red social, la frecuencia con la que asisten a la iglesia y la proporción de miembros de su red social considerados íntimos. Gibson (1986-87) utiliza la Philadelphia Geria- tric Morale Scale de Lawton, y remarca el papel destacado que la percepción de apoyo tiene sobre el bienestar, insistiendo en que es la percepción que el mayor tie- ne de ese apoyo, más que la cantidad de interacciones sociales, lo que repercute sobre el bienestar que experimenta. A conclusiones similares llega Baldassare, Ro- senfield y Rook (1984), tras analizar el efecto que diferentes tipos de relaciones so- ciales tienen sobre el bienestar personal de los mayores. Según estos autores, de entre las variables analizadas, la percepción de compañía es el mejor predictor de felicidad. Mellor y Edelmann (1988), en la misma línea, sugieren que es la disponibi-

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lidad de una relación de amistad estrecha, más que la cuantía de las interacciones sociales, uno de los factores determinantes para la adaptación al proceso de envejecimiento. Krause y Borawski (1994) examinaron la relación entre eventos estresantes, apoyo social, sensación de control y autoestima en las personas mayores, conclu- yendo que el apoyo social ayuda a estos sujetos a afrontar los estresores que en- cuentran en esta etapa de su vida, a través del aumento en la percepción de control y la autovaloración personal. En este sentido, McAvay, Seeman y Rodin (1996) ha- llaron que la autoeficacia en un grupo de mayores residentes en una comunidad se incrementaba a través de la percepción de apoyo emocional entre sus miembros. Krause (1987), en un análisis del modelo de buffer aplicado al proceso de estrés en mayores, encuentra que el apoyo social interviene en dicho proceso a través de un incremento en la percepción de control (valoración secundaria) por parte del sujeto, lo que hace disminuir considerablemente su reacción de estrés. Este autor defiende una relación no lineal, entre apoyo social y percepción de control:

“...al principio, aumentos en apoyo social fortalecerían la percepción de un lugar de control interno pero, después de un cierto umbral, in- crementos adicionales en este apoyo social tenderían a estar aso- ciados con una disminución en los sentimientos de control sobre el ambiente” (Krause, 1987, p. 590).

La relación entre ambas variables adopta, según esta perspectiva, la forma de una “U” invertida. Esta influencia se ha visto confirmada tanto para la dimensión de apo- yo emocional como para el apoyo suministrado a otros.

Ward (1985), ha propuesto un modelo en el que contempla dos tipos de in- fluencias de la red de apoyo informal sobre el bienestar de las personas mayores. Por una parte, el apoyo social contribuiría de manera directa al satisfacer su necesi- dad de relación social. Así mismo, a modo de efecto amortiguador, reduciría el im- pacto negativo de los acontecimientos y experiencias estresantes vinculados a la edad al favorecer tanto su afrontamiento como el uso de los recursos y servicios formales de ayuda (Ver figura 8).

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3.4. Apoyo social y envejecimiento: cambios a lo largo de la vida.

Como se indicaba en el capítulo inicial, para entender adecuadamente los cambios que tienen lugar en el apoyo social a lo largo de la vida y, muy especial- mente, las características que presenta en las personas mayores, se hace necesario concebir el envejecimiento como un proceso. En línea con esta concepción proce- sual, el abordaje de los cambios tanto cuantitativos como cualitativos del apoyo so- cial a lo largo de la vida, precisan de una concepción de la persona como agente en la construcción de su trayectoria vital. Un enfoque adecuado es el aportado por la perspectiva del “curso de la vida” (Fierro, 1994). Este concepto, formulado inicial- mente por Runyan (1978) con carácter general, ha sido posteriormente aplicado al estudio del envejecimiento por numerosos autores (Bengston y Schaie, 1989; Hare- ven, 1994; Quick y Moen 1998; Rossi, 1982; Shculz y Rau, 1985). El curso de la vida lo componen todos aquellos acontecimientos vitales importantes que le han ocurrido a la persona, las experiencias y transiciones más significativas que, de alguna mane-

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ra, le han marcado tanto positiva como negativamente. Acontecimientos que han condicionando o modificado en alguna medida el resto de experiencias a las que posteriormente se ha visto expuesto, y que han ido trazando, o cuando menos perfi- lando, el devenir de su vida. Este curso representa la trayectoria personal que inexo- rablemente cada uno de nosotros va configurando a lo largo de nuestra existencia. Un itinerario en el que las experiencias vitales actúan como hitos que delimitan los variados tramos que componen este idiosincrásico recorrido. En un intento de acotar estos acontecimientos vitales significativos, desde la perspectiva del curso de la vida se han establecido dos grandes dimensiones clasifi- cadoras: la normatividad estadística y la normatividad temporal (Schulz y Rau, 1985). La primera de estas dimensiones recoge a lo largo de un continuo, todas aquellas experiencias importantes que, en función de su probabilidad de ocurrencia, van a aparecer en el transcurso de la vida de una persona. En cuanto a la segunda, agrupa los eventos significativos en función de que estén o no asociados o circuns- critos a una determinada etapa de la vida. En este sentido, eventos normativos tem- poralmente asociados a una edad pueden ser: la jubilación, la viudedad, el primer empleo, estudiar una carrera universitaria, etc.; mientras que un ejemplo de suceso normativo no vinculado a una edad determinada sería la pérdida del empleo. Del cruce de estas dos dimensiones resultarían cuatro grandes categorías: estadística y temporalmente normativo (por ejemplo, casarse o tener el primer hijo); estadística- mente normativo y temporalmente no-normativo (por ejemplo, tener un hijo a edad muy temprana); estadísticamente no-normativo y temporalmente normativo (por ejemplo, padecer una lesión medular); y no-normativo ni estadística ni temporalmen- te (por ejemplo, ganar un premio en la lotería, sufrir un desastre natural, etc.). El curso de la vida es trazado por cada persona en función de los aconteci- miento a los que se ha visto enfrentado y de cómo ha respondido. Ambos aspectos van a condicionar en gran medida las redes sociales y el apoyo con el que la perso- na va a contar a lo largo de su vida, especialmente, en su última etapa. Así, por ejemplo, Hanson y Sauer (1985) remarcan cómo el estar casados y tener hijos es uno de los factores más importantes de cara a predecir la no institucionalización de las personas mayores. Antonucci (1984) habla en este sentido de “banco” o reserva de apoyo, cuando dice que las personas pueden recuperar en la etapa final de sus

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vidas, el apoyo que han ofrecido a otras personas (hijos, pareja, compañeros, ami- gos, etc.). Numerosos estudios muestran cómo el estado civil condiciona en gran medi- da la composición de la red de las personas mayores y el apoyo social recibido (Keith, 1986; Connidis y McMullin, 1994). Un reciente trabajo de Barrett (1999) muestra que el no haberse casado limita el apoyo social disponible durante el enve- jecimiento. En este sentido, las viudas de avanzada edad presentan un mayor grado de aislamiento que las casadas, así como un menor número de hombres entre los componentes de su red social (Lopata, 1979; Newtson y Keith, 1997). Igualmente, Acitelli, Linda y Antonucci (1994) informan de que es precisamente en las mujeres mayores, con relación a los hombres, donde se observa una mayor repercusión de la satisfacción marital sobre el bienestar personal general. Las familias son importan- tes también en momentos de crisis, especialmente en el curso de enfermedades crónicas a largo plazo. Es tradicional la obligación por parte de los hijos de atender las necesidades de sus padres a medida que envejecen. Asimismo, el contacto continuado con la red de amistades que se ha ido for- mando a lo largo de la vida, va a favorecer notablemente la adaptación durante el envejecimiento. Cambios en la disponibilidad de este apoyo, como pueden ser los provocados por el cambio de domicilio, afectan notablemente al bienestar del mayor (Gracia, 1997; Ferrado, Mutran y Barresi 1984) independientemente de su estado civil. Gracia (1997) afirma que, conforme avanza la edad, el apoyo recibido de las amistades cobra una especial relevancia debido a acontecimientos tales como la viudedad, la jubilación, o la reducción del número de personas allegadas. Lo que hace que, para las personas de más edad, el apoyo de las pocas amistades que les quedan cobre una mayor importancia. Este mismo hecho es destacado por Matt y Dean (1993) al sostener que el mismo nivel de apoyo social ejerce una influencia distinta en función de la edad del sujeto. Los hallazgos de Dean, Kolody y Wood (1990) confirman la importancia de los amigos en la prevención de la depresión a edades avanzadas. Según estos autores, las fuentes de apoyo social para los mayo- res, en orden descendiente de importancia, son: cónyuge, amigos e hijos adultos, respectivamente. No obstante, los hijos y parientes cercanos representan una fuente de apoyo, especialmente instrumental, más importante que los amigos cuando la persona se ve aquejada de enfermedad. Estos resultados confirman los hallados en

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el estudio de Wood y Robertson (1978), en los que se encontró una relación débil o nula entre las interacciones mantenidas por las personas mayores con sus parientes allegados, mientras que el contacto con amigos cercanos se asociaba significativa- mente con su satisfacción vital. Schulz y Rau (1985), atendiendo el curso normativo de la vida, han estableci- do tres estados con diferencias en las fuentes de provisión de apoyo en función de su finalidad. Así, para los jóvenes, los padres son el recurso primario de ayuda ins- trumental, mientras que la mayor fuente de apoyo informacional y emocional son los amigos. Los adultos de mediana edad encuentran en el/la esposo/a la principal fuen- te de provisión de apoyo tanto emocional como instrumental, siendo los amigos, compañeros de trabajo y vecinos los proveedores de apoyo informacional. En las personas mayores, sin embargo, las fuentes de apoyo informacional y emocional son más diversas (esposo/a, hijos, amigos, organizaciones formales, etc.), encontrando en el/la esposo/a el recurso más importante de ayuda tangible. Estos autores esta- blecen una metáfora muy gráfica que puede ayudar a comprender los cambios que se producen en la composición y funcionamiento de las redes de apoyo social con las que va contando una persona a lo largo de su vida. La asemejan con una orquesta compuesta por diferentes músicos –Amigos, familiares, colegas, vecinos, etc.- que cumplen su función –Tipo de apoyo ofrecido- a lo largo de la actuación – Curso de la vida-. La conjunción de todas sus funciones ofrece un resultado armo- nioso -Que permite cubrir completamente el conjunto de necesidades de apoyo-. Cada músico debe tener la habilidad para intervenir, subir el tono o, en un determi- nado momento, retirarse y dar paso a la actuación de los demás. En este sentido ningún músico puede actuar continuamente en solitario -Las fuentes de apoyo deben ser variadas-. Además, mientras mayor sea la orquesta, mayor posibilidad habrá de sustituir las funciones de uno de sus componentes –Mecanismos de compensación y/o sustitución-. La buena coordinación o funcionamiento del conjunto requiere tiem- po –Como también lo precisa la creación de un sistema de apoyo rico y efectivo-. En este continuo proceso, algunos músicos abandonan la orquesta mientras que otros son incorporados –Cambios en las redes de apoyo-, precisando de un tiempo de adaptación para conseguir una integración adecuada.

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Una aplicación dinámica del enfoque del curso de la vida al estudio del apoyo social ha dado lugar al modelo de convoy (Kahn, 1979; Kahn y Antonucci, 1981), que trata de superar el carácter estático del análisis de red. El modelo de convoy describe los cambios que acontecen en la estructura y funciones de las redes socia- les en las que se ve inserta la persona en el transcurso de su vida, haciendo espe- cial hincapié tanto en las transformaciones asociadas a los sucesivos roles -hijo, cónyuge, padre, vecino, amigo, trabajador, jubilado, etc.- que la persona va adop- tando en su decurso vital, como en las circunstancias que favorecen su adaptación y bienestar personal. La metáfora del “convoy” define al conjunto formado tanto por las personas en las que el sujeto confía para obtener apoyo como por aquellas que es- peran recibir apoyo de éste. Estos dos subconjuntos pueden y, frecuentemente así ocurre, estar solapados. Así, en las relaciones simétricas, ambas personas son si- multáneamente donantes y receptores de apoyo social. Con el término convoy, los autores intentan reflejar el séquito o caravana de apoyo que acompaña a la persona a lo largo de su existencia y que, aun manteniendo una serie de regularidades y constancias, está sometido a las variaciones y cambios que acontecen en la vida. Los roles, según estos autores, representan la base desde la que se van a establecer el tipo de contactos e interacciones con los demás. Así, la persona entra- rá en contacto con otras a través de las actividades que se asocian con su rol de, por ejemplo, cónyuge, padre, trabajador, amigo, hijo, etc. Los roles condicionan tanto las oportunidades de actuación y demandas ambientales como los recursos sociales de apoyo con que va a contar. De acuerdo con esta estructura, los cambios que se pro- ducirán en el convoy de apoyo de cada individuo dependerán de los sucesivos roles que vaya adoptando y de las pérdidas o incorporaciones de componentes asociados con esos papeles (Antonucci y Akiyama, 1995). En cualquier caso, los cambios nor- mativos asociados al envejecimiento, como son, entre otros, la jubilación, la pérdida de personas significativas, el declive físico o la institucionalización, suponen una, quizás la más importante, transición en la vida de la persona. Este cambio, necesa- riamente va a influir notablemente en la estructura y funciones de la red de apoyo social. Los autores de este modelo representan el convoy de apoyo de cada persona en un momento de su vida a través de una serie de círculos concéntricos (Ver figura 9) que indicarán, en función de su proximidad al núcleo, el grado de importancia del

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componente incluido en ese nivel. Así, en el círculo más interno se incluyen las per- sonas con las que la persona mantiene una relación más íntima (por ejemplo, cón- yuge, parientes cercanos, amigos cercanos, etc.); el intermedio lo componen aque- llos individuos con los que la persona tiene una relación menos estrecha (por ejem- plo, compañeros del trabajo, amigos no íntimos, etc.); y el tercer círculo corresponde a componentes de la red menos relevantes en la provisión de apoyo. Del mismo mo- do, el número y características de elementos presentes en los distintos niveles muestran gráficamente algunas de las propiedades del convoy, tales como: riqueza, composición, proximidad, etc. En este modelo también se atienden las variaciones en las relaciones diádicas (por ejemplo, tipo, intensidad, reciprocidad, relevancia, etc.) que se establecen entre la persona y cada uno de los integrantes de la red. En la figura 10 se pueden apreciar los cambios experimentados en la composición del convoy de apoyo social de una persona en el transcurso de su vida.

3.4.1. Cambios observados en las redes de apoyo.

Los cambios que tienen lugar en el convoy de apoyo pueden ser en su estructura (por ejemplo, tamaño o composición, densidad, homogeneidad, etc.) o en su función (provisión de apoyo emocional, tangible o instrumental). Kahn y Antonucci (1980) afirman que tras la jubi- lación, el núcleo compuesto por los amigos íntimos permanece igual en sus aspectos cuantita- tivo y cualitativo, mientras que en los niveles medio y posteriores la persona puede perder parte del apoyo proveniente de sus compañeros de trabajo. Este tipo de apoyo es reemplazado en gran medida por las personas con las que comparte las actividades de ocio. Estos autores consideran que, si bien puede haber cambios en los aspectos cuantitativos de la red, el bienes- tar de las personas mayores se ve afectado fundamentalmente por los cambios en la calidad del apoyo que reciben. Lo que hace declinar este bienestar es fundamentalmente un decre- mento en el apoyo percibido más que una disminución objetiva en el número de personas que integran su red (Gibson, 1986-1987; Wethington y Kessler, 1986). Algunos conceptos como el “Aislamiento objetivo” versus “Aislamiento subjetivo” (Thompson y Heller, 1990) o el de “Integración objetiva” frente a “Integración subjetiva” (Steinkamp y Kelly, 1987) remarcan esta diferenciación. Todos ellos destacan la relevancia de los aspectos subjetivos del apoyo social en cuanto a su relación con el bienestar personal y la calidad de vida de los mayores.

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Miembros del convoy directamente vinculados a la relación dependiente de rol, y que son los más vulnerables a los cambios de rol en la vida.

Miembros del convoy relacionados en alguna medida con el rol, y que proba -blemente cambien a lo largo del tiempo

Miembros del convoy estables en el tiempo y que no dependen del rol

Amigos Profesionales Vecinos Núcleo Familiar P Íntimos Amigos (del Parientes trabajo, estudios, vecinda-rio, etc.)

Esposo/a

Compañeros Supervisores del trabajo

Familia lejana

Figura 9. Modelo general de convoy de apoyo social. Fuente: Kahn y Antonucci (1981)

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Si se considera la dimensión estructural, uno de los aspectos que más se ha estudiado es el relativo a las diferencias entre las redes sociales de hombres y muje- res. En este sentido, hay una abundante bibliografía al respecto (para una revisión, ver Antonucci y Akiyama, 1997). Estas diferencias se observan tanto en el tamaño y composición de la red como en los intercambios de apoyo que tienen lugar en su seno. En general, las mujeres suelen tener unas redes más amplias, con mayor di- versidad de intercambios que los hombres, lo que favorece que tengan una mayor cantidad y variedad de apoyos (Akiyama, Elliott y Antonucci, 1997). Barker, Morrow y Mitteness (1998) han encontrado diferencias significativas entre hombres y mujeres en cuanto a las redes de apoyo informal. Las mujeres ma- yores de sesenta y cinco años que participaron en este estudio mostraron unas re- des de apoyo informal mayores que las de los hombres de su misma edad. Frente a esto, los hombres informaban de redes de apoyo más reducidas y vulnerables. No obstante, Roberto y Pearson (1986) hallaron que los intercambios que se producían entre los hombres mayores que formaron parte de su estudio eran percibidos como más equitativos. En cuanto a la composición de estas redes, las hijas ocupan un lugar muy im- portante como fuentes de apoyo. En este sentido, algunos autores consideran que estas diferencias están en función del número de mujeres que formen parte de la red, mientras mayor sea éste más próximas serán las relaciones que se establezcan (Bengtson, Rosenthal y Burton, 1990). Troll (1994) opina que la relación en la díada madre-hija, de entre todas las relaciones que se establecen entre padres e hijos, es especialmente próxima porque incluye dos mujeres. Este mismo principio, en opinión de Suitor, Pillemer, Keeton y Robison (1995), explicaría el que hubiera una mayor cercanía emocional y menores conflictos tanto en las relaciones madre-hijo como padre-hija, diferenciándolas de las relaciones padre-hijo. Desde esta perspectiva de cambio, se observa un mantenimiento y potencia- ción de ciertas fuentes de apoyo a las que recurre la persona durante el proceso de envejecimiento como es el caso de la familia (Field y Minkler, 1993). En las personas necesitadas, principalmente las que tienen escasa autonomía funcional, la satisfac- ción con el apoyo recibido de parte de familiares

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Mujer de 35 años, casada y madre de dos La misma mujer como viuda a los 75 años, con sus dos hijos

Compañeros Otros familiares de trabajo del Compañero del trabajo Supervisor Compañero del Hermana 2 trabajo Amigos Viejos amigos Padre Amiga de la Médico Hijos de las Hijo Hermano Hermano 2 Amigos infancia viuda hermanas del marido Madre Amigo del Hermana Amigos del Hija Otros P Colegio 1 1 P amigos colegio 2,3 Otra Mejor amigo del vecindario Vecina 2 Familia Vecinos 1,2

Amigos de la Vecinos 4,5 Sacerdote Infancia 1,2, 3 Vecinos 3,4,5

Nuevos Otros amigos de la infancia vecinos

Figura 10. Cambios en la composición del convoy de apoyo a lo largo del curso de la vida. Fuente: Kahn y Antonucci (1981) 111

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cuidadores, especialmente de los hijos y/o del propio cónyuge si se tiene, puede compensar las pérdidas objetivas que se han producido en su red de apoyo con el paso del tiempo (Hogan y Eggebeen, 1995; Schulz y Rau, 1985; Thompson y Heller, 1990). Es ampliamente aceptado el hecho de que las interacciones entre los miem- bros de las redes sociales de las personas mayores sufren cambios que responden tanto a las diferencias que experimentan en cuanto a sus patrones de necesidades como a los diferentes recursos con los que cuentan. Del mismo modo, se asume que estas transformaciones juegan un importante papel en la reducción de las conse- cuencias negativas que pueden tener sobre su salud las transiciones vitales a las que se ven enfrentados. Con el propósito de entender estas transformaciones, Backman y Dixon (1992) propusieron dos procesos distintos aunque estrechamente relacionados, los de sustitución y compensación. El primero hace referencia al reemplazamiento de la red o de las funciones de apoyo que provenían de ella, mientras que el segundo alu- de al hecho de que los nuevos lazos resultantes tienen unos efectos equivalentes a los reemplazados. Estos procesos no necesariamente han de partir de la iniciativa del propio mayor, a veces puede partir de alguno de los miembros que componen la red (Salthouse, 1995).

Algunos autores opinan que, según avanza la edad, las relaciones que com- prenden los sistemas de apoyo informal de los mayores van llegando a ser más es- pecíficas en cuanto al tipo de apoyo que les proporcionan (Antonucci, 1990). La fa- milia, en este sentido, se convierte en el eje central del sistema de apoyo informal al proporcionar una gran variedad de apoyos, mientras que los amigos proporcionan compañía y apoyo informacional fundamentalmente (Rook y Schuster, 1996). No obstante, tampoco faltan los estudios que sugieren que la contribución de los amigos al bienestar de los mayores es mayor que la de sus familiares (Crohan y Antonucci, 1989; Larson, Mannell y Zuzanek, 1986; Ward, 1985). En un intento de explicar este hecho, se ha postulado que, frente al carácter obligado del apoyo recibido de los fa- miliares, la provisión de apoyo procedente de los amigos tiene un carácter más vo- luntario y altruista que es valorado por el receptor. Por otra parte, la mayor similitud (generación, estilo de vida, vivencias, etc.) que se da en las relaciones entre perso-

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nas mayores, provoca una mayor identificación al compartir más experiencias comu- nes.

3.4.2. Modelos explicativos

En la revisión teórica realizada por Rook y Schuster (1996) se destacan tres modelos explicativos de los procesos de especialización, compensación y sustitución de fuentes de apoyo durante el envejecimiento:

1.- Modelo de compensación jerárquica (Cantor, 1979; Cantor y Lit- tle, 1985) 2.- Modelo de tarea específica (Litwak, 1985) 3.- Modelo de especificidad funcional (Weiss, 1974)

Según el primer modelo, las personas mayores tratan de satisfacer tres as- pectos a través de su sistema de apoyo: compañía, asistencia o cuidado diario y pro- tección en momentos de necesidad. Estos apoyos son proporcionados en función de la primacía de la relación de apoyo. En este sentido la red primaria, la más cercana al mayor es la que va a proporcionar la mayor y más variada forma de apoyo, por lo que inicialmente siempre será preferida. Este modelo es poco específico en cuanto a la provisión de apoyo, destacando únicamente el orden de las fuentes a las que, su- cesivamente, va a recurrir el mayor para satisfacer esas necesidades: familiares, amigos, vecinos y, por último, sistemas formales de ayuda (sanitaria, social, etc.)

De acuerdo con el modelo de Litwak se distinguen dos grandes tipologías de apoyo: grupos primarios y servicios formales de apoyo. Ambas fuentes se diferencia- rán en sus cometidos. Así, los servicios son superiores en la ejecución de tareas que requieren de habilidades técnicas, mientras que los grupos primarios (hijos, cónyu- ges, amigos, etc.) ofrecen una mayor afectividad, un contacto más próximo y una mayor continuidad temporal. A su vez, dentro del grupo primario también se encon- trarán diferencias tanto en cuanto a la naturaleza del apoyo recibido de cada clase de miembros como en lo relativo a las tareas que mejor desempeña. Por ejemplo, la característica más destacada del sistema de apoyo familiar será su carácter perma-

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nente, lo que le hará especialmente apropiado para tareas que requieran un com- promiso temporal prolongado e intimidad. Frente a esto, los amigos se caracterizan por la similitud con el receptor y por ofrecer un apoyo voluntario, lo que los hace es- pecialmente apropiados para la provisión de compañía. La característica de proximi- dad en lo que al vecindario se refiere, le hace especialmente útil para manejar situa- ciones en las que se requiere una respuesta urgente y un contacto cara a cara. De acuerdo con esto, Litwak propone una explicación a los cambios en la red de apoyo a través de lo que él denomina “sustitucionalidad funcional”. Según la cual, cuando los mayores no tienen una completa cobertura de sus necesidades a través de sus grupos primarios, recurren a los servicios formales, a no ser que puedan localizar dentro de la red grupos o relaciones que tengan, al menos, algunas de las caracte- rísticas estructurales de los grupos primarios a los que ya no puede acceder. Esto supone una importante limitación para llevar a cabo un proceso de sustitución.

Por último, en el modelo de especificidad funcional que propone Weiss se considera que los requerimientos que tiene el mayor en cuanto a la provisión de unas determinadas necesidades de apoyo, seis concretamente, sólo pueden ser aportadas por ciertos tipos de relación. Debido a esta necesaria especialización, las personas requieren de una mezcla de diferentes relaciones para satisfacer sus ne- cesidades y alcanzar unos niveles adecuados de bienestar personal. Las seis fun- ciones contienen los principales elementos determinantes recogidos de forma más o menos aislada en las definiciones ofrecidas posteriormente por otros autores (Cobb, 1976, 1979; Cohen y McKay, 1984; Hirsch, 1980; House, 1981; Shaefer, Coyne y Lazarus, 1981). Son las siguientes:

1. Apego o cariño, sensación de seguridad y cercanía emocional. Obtenido de a través de la relación de pareja o de otras relaciones íntimas 2. Integración social, como la percepción de formar parte de un grupo de personas que comparten unos intereses o actividades comunes. General- mente es fruto de las relaciones con los amigos. 3. Reafirmación personal, a través del reconocimiento de las habilidades, capacidades y roles por parte de los demás. En muchas ocasiones este reconocimiento es obtenido del grupo de iguales.

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4. Seguridad, al percibir que se puede contar con la ayuda de los demás en cualquier circunstancia. En la provisión de esta función, la familia ocupa el papel más destacado. 5. Información, consejo o guía para superar las situaciones estresantes. Es una de las menos específicas en cuanto a su fuente de provisión. 6. Posibilidad de cuidar a otras personas, acompañada de la sensación de tener un papel importante en la provisión de bienestar a esas personas. Aquí también ocupan un papel destacado los familiares, especialmente los hijos.

Teniendo en cuenta esta visión, que defiende que determinados tipos de apo- yo provienen de ciertos tipos de relaciones sociales, la posibilidad de sustitución es bastante limitada. En este sentido, la ansiedad experimentada por una persona que pierde una figura de apego difícilmente puede ser compensada por la potenciación de lazos grupales; ni a la inversa, el aburrimiento o la falta de integración de aque- llos que tienen unos escasos lazos grupales, difícilmente puede ser compensado mediante una figura de apego. Weiss considera que el bienestar de las personas depende de la existencia de una serie de relaciones interpersonales que satisfacen necesidades sociales especí- ficas. Así, este autor (Weiss, 1982) postula que las personas mayores que poseen una relación íntima (por ejemplo, aquellos que aún tienen cónyuge) pero que care- cen de un grupo social de personas de su misma edad, experimentan un tipo de so- ledad que él denomina “aislamiento social”; mientras que aquellas personas que no disponen de la primera pero que sí tienen un grupo de amigos de su misma edad presentarían un “aislamiento emocional”. De acuerdo con el modelo de Weiss, el bienestar subjetivo de los mayores estaría en función tanto de la presencia de un confidente o persona más íntima como de un grupo de iguales, ya que cada uno sa- tisfaría necesidades específicas: intimidad y socialización, respectivamente.

Gupta y Korte (1994) han puesto a prueba el modelo de Weiss, aplicándolo a una muestra de personas mayores. Los resultados obtenidos fueron confirmatorios, así, tras controlar las variables sociodemográficas (tales como: nivel educativo, in- gresos, salud, sexo, número de hijos, estado civil, etc.), la presencia de un grupo de

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iguales fue tan importante en la predicción del bienestar del grupo experimental co- mo el hecho de disponer de una relación de intimidad, pues ambas fuentes satisfa- cen diferentes necesidades. Los hallazgos de Felton y Berry (1992) apoyan el modelo de especificidad de Weiss. Estos autores encontraron efectos superiores del apoyo instrumental sobre el bienestar subjetivo de los mayores cuando procedía de los familiares frente a cuan- do era suministrado por otras personas ajenas a la familia; mientras que, por el con- trario, la reafirmación personal se veía incrementada en mayor medida a partir del apoyo ofrecido por no familiares. Sin embargo, la provisión de guía, tal como se pre- dice en el modelo de Weiss, no aparecía vinculada a ninguna fuente de apoyo con- creta, teniendo los mismos resultados tanto si procedía de familiares como si era obtenida de otras fuentes ajenas a la familia. Crohan y Antonucci (1989) en su revisión, confirman la relevancia que tienen sobre el bienestar del mayor las relaciones de amistad con sus iguales. Del mismo modo, la importancia de disponer de relaciones sociales diversas durante el enveje- cimiento ha sido puesta de manifiesto en otros estudios similares (Dean, Kolody y Wood, 1990; Simons, 1984).

Como se ha podido comprobar a lo largo de todo este capítulo, tal como que- da reflejado en el modelo anteriormente propuesto, el apoyo social juega un relevan- te papel dentro de los factores que contribuyen al bienestar de las personas mayo- res. Igualmente, se han ofrecido numerosas evidencias que demuestran que, si bien la propia naturaleza del proceso de envejecimiento puede afectar a la estructura y funciones de la red de apoyo, ésta no ha de verse necesariamente empobrecida. Al igual que en el resto de cambios y adaptaciones que se producen a lo largo de la vida, procesos como los de compensación o sustitución permiten mantener e inclu- so fortalecer la funcionalidad del apoyo recibido. Tal es el caso del proveniente del grupo de iguales que, al igual que en otras fases del desarrollo humano, como es la infancia, juega un importante papel. En este sentido, por ejemplo, la integración so- cial, la reafirmación personal o la superación de dificultades vitales a través de la provisión de información, se ven claramente favorecidas a través de la interacción del mayor con sus amigos y compañeros en las actividades cotidianas. Todo esto justifica la necesidad de potenciar todas aquellas acciones que supongan un mayor

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contacto del mayor con su grupo de iguales, como estrategia que permita intensificar las consecuencias positivas que, como queda demostrado, se derivan de estos lazos sociales.

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CAPÍTULO IV: CONTROL PERCIBIDO Y ENVEJECIMIETO

“El hombre es un proceso, y es preci- samente el proceso de sus actos” (Antonio Gramsci)

Durante las pasadas tres décadas, la literatura gerontológica ha experimenta- do un importante cambio en cuanto a la visión de declive que se ha reflejado en gran parte de los modelos de envejecimiento propuestos. En este sentido, los estudios iniciales orientados a la valoración de los déficits que aparecían en el decurso vital, se han visto acompañados de otros cuyo objetivo ha sido la identificación de aque- llas variables que pueden contribuir a una adecuada calidad de vida en la tercera edad. El Encuentro de la Sociedad Gerontológica Americana celebrado en 1986 muestra ese cambio. Su lema se podría traducir como “Indicadores de Envejecimien- to Exitoso” (“Markers of Successful Aging”). Dentro de esta línea positiva, una de las variables que ha recibido mayor atención en la identificación de los factores que con- tribuyen a un mayor bienestar personal y calidad de vida entre los mayores ha sido, sin duda, la capacidad de control del sujeto y su percepción subjetiva (Morganti, Nehrke, Hulicka y Cataldo, 1988). Una revisión de la literatura nos muestra el gran número de estudios que se han orientado a profundizar en la relación entre estos conceptos (Fry, Slivinske y Fitch, 1989; Lachman, 1986a, 1986b; Rodin y Langer, 1977; Searle, Mahon, Iso Aho- la, y Sdrolias, 1995; Schulz, 1976; Smits, Deeg, y Bosscher, 1995). Este interés so- bre el lugar del control no ha sido exclusivo del área psicogerontológica, sino que ha alcanzado a otras ramas de la disciplina. Baste decir que en 1966, año en el que Rotter acuñó este término, su artículo fue el más citado en el Current Contents, con- cretamente, aparecía referenciado 1345 veces. Abordado inicialmente como variable de personalidad, posteriormente ha dado lugar a otra serie de conceptos (autoefica- cia, control percibido, autorregulación, dominio –mastery-, apoderamiento – empowerment-, etc.) que han ampliado la perspectiva de análisis. Por este motivo, este capítulo, en el que se examina la relación que se esta- blece entre el proceso de envejecimiento y la percepción de control, comenzará por

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una delimitación de esta variable. Donde se analizará, dentro de una red nomológi- ca, su proximidad a otros conceptos con los que guarda una estrecha vinculación. Seguirá un análisis de la relación observada entre la percepción de control y el bien- estar de las personas mayores. Posteriormente se expondrá una revisión de las in- vestigaciones que se han llevado a cabo sobre los cambios que la percepción de control puede manifestar a lo largo del curso vital y su aplicación a los procesos adaptativos durante el envejecimiento. La repercusión que distintas intervenciones ambientales tienen sobre la percepción de control será el objeto que ocupará la últi- ma parte de la exposición, que finalizará con una serie de recomendaciones acerca de la aplicación práctica de las conclusiones que se extraen de este texto.

4.1. Percepción de control y constructos relacionados.

“El constructo lugar de control, como uno de los componentes de la teoría del aprendizaje social que explica el comportamiento, representa la ubicación de las expectativas generalizadas de refor- zamiento. El lugar de control general puede ser o interno (“la perso- na percibe que el evento es contingente con sus propias característi- cas relativamente estables o permanentes”)..., o externo (“la persona percibe el refuerzo que sigue a sus acciones pero sólo como un re- sultado de la suerte, la casualidad, el destino, sometido al control de otros, o como impredecible” (Rotter, 1966, p. 1).

La internalidad versus externalidad representa la dimensión a lo largo de la cual se sitúan los juicios de cada persona acerca de su capacidad de control. Tras la aparición del concepto lugar de control, han ido surgiendo posteriormente toda una serie de constructos estrechamente vinculados a él. A continuación se expone una breve revisión de éstos:

Atribución de causalidad: Rotter y sus colegas propusieron un esquema de clasificación unidimensional de percepción de causalidad interno-externo. No obstante, estos autores hablan en términos de “lugar de control” y no de “lugar de causalidad”. Aún hoy, aparecen dudas acerca de la necesidad de diferen- ciar ambos conceptos (Weiner, 1989). En este sentido, es admitida la distin- ción establecida por Fontaine (1972) (citado por Weiner, 1989), según la cual, la distinción se establece en función de la perspectiva temporal que se adop-

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te: la percepción de control hace referencia a un proceso hacia delante, pre- dictivo; mientras que bajo la atribución de causalidad subyace un juicio a pos- teriori, basado en la experiencia del sujeto. En esta atribución, se distinguen otras dos grandes dimensiones junto con la de interno-externo, a saber: esta- ble-inestable, en referencia a la permanencia o variación temporal de los ele- mentos causales; y controlable-incontrolable, en alusión a la percepción por parte del sujeto de la posibilidad de modificar éstos (Heider, 1958; Weiner, 1974).

Control secundario (“Secondary control”, Rothbaum, Weisz y Snyder, 1982): Concepto que trata de completar la dimensión anterior. En opinión de estos autores, a diferencia del control primario, éste no se centraría en la manipula- ción activa del ambiente. En lugar de esto, la actuación del sujeto se centra en sí mismo, concretamente en reducir el impacto que tiene sobre su persona un acontecimiento que no se encuentra bajo su control interno. Algunas de las formas que puede adoptar este tipo de control son: control anticipatorio (“Pre- dictive Secondary Control”), en el que la predicción de las consecuencias de un acontecimiento actúa como un atenuante del impacto negativo que tiene sobre la persona; control ilusorio (“Illusory Secondary Control”), atribuyéndo- se el sujeto un control interno sobre hechos que no se encuentran en esta es- fera; o la reinterpretación del significado de suceso (“Interpretative Secondary Control”), mediante la cuál, en un proceso similar al de la racionalización, la persona puede reinterpretar como resultados deseables o incluso buscados, acontecimientos con los que no contaba en un principio.

Indefensión (Helplessness): Seligman (1975), recoge bajo este término el pa- trón de debilitamiento motivacional, cognitivo y emocional que se produce en la persona cuando percibe que, ante un determinado acontecimiento, haga lo que haga, siempre ocurrirá de la misma manera, es decir, que su respuesta es independiente del resultado obtenido. Esta percepción de incontrolabilidad produce en el sujeto: una tendencia a disminuir la iniciación de respuestas para controlar ese resultado (descenso de la motivación); una dificultad para aprender que sus respuestas son eficaces para controlar determinados resul-

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tados (déficit cognitivo); y una intensa ansiedad seguida de depresión (debili- tamiento emocional).

Autoeficacia: concepto introducido por Bandura (1977), que, dentro de la teo- ría que lleva el mismo nombre, representa la autopercepción que tiene el suje- to acerca de su capacidad para obtener un objetivo propuesto:

“La autoeficacia percibida se define como los juicios que las personas hacen acerca de sus capacidades para organizar o ejecutar cursos de acción necesarios para alcanzar distintos ti- pos de resultados” (Bandura, 1986, p. 391).

Esta percepción incluye, por un lado, la expectativa de resultado, creencia de una persona en cuanto a la relación entre un determinado comportamiento y la consecución de un resultado concreto. Junto a esto, la expectativa de auto- eficacia representa la creencia acerca de su capacidad de llevar a cabo con éxito el comportamiento requerido para conseguir unos resultados concretos. Para Bandura, la autoeficacia contiene tres dimensiones: magnitud (o nivel), que representa la creencia de la persona acerca de la ejecución exitosa de la tarea cuando se incrementa su nivel de dificultad; fuerza, que se refiere al es- fuerzo desarrollado por la persona en mantener su conducta para alcanzar los resultados esperados; y generalidad, acerca del grado de amplitud que la per- sona tiene sobre la aplicabilidad de esa creencia de control sobre el medio. Este concepto está a su vez muy relacionado con la distinción, desde el punto de vista evolutivo, que introduce Piaget entre fenomenalismo y eficacia, en la explicación del proceso de adquisición de la noción de causalidad inter- na de los acontecimientos que ocurren en el entorno. Igualmente guarda re- lación con el concepto de “impotencia” (powerlessness), mediante el cuál, veinte años antes, Seeman (1959) hacía referencia a la expectativa que se creaba en el sujeto acerca de su incapacidad para determinar las consecuen- cias que desea.

Autorregulación: A diferencia de la percepción de control, que hace referen- cia a la predicción o explicación de las causas de los comportamientos, la au-

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torregulación concierne a la propia motivación o capacidad para iniciar la conducta. Concepto inserto en el proceso evolutivo conocido como internali- zación, que supone la transformación de la motivación extrínseca, regida por factores externos, en motivación intrínseca. En líneas generales, supone el paso de la heteronomía a la autonomía (Skinner y Connell, 1986).

Sentido de coherencia (“Sense of Coherence”, Antonovsky, 1979,1990): re- presenta la capacidad que tiene la persona para percibir el significado del mundo que le rodea, así como para advertir la correspondencia entre sus ac- ciones y los efectos que éstas tienen sobre su entorno. Este concepto fue desarrollado por el sociólogo y médico Aaron Antonovsky después de la Se- gunda Guerra Mundial al estudiar a los supervivientes del Holocausto nazi. Al igual que Victor Frankl, creador de la logoterapia, descubrió que la gente que tenía un claro sentido del significado de sus vidas y un fuerte sistema de cre- encias espirituales o filosóficas soportaban mejor los momentos traumáticos. Como dijo Nietzsche: “Todo aquel que tiene una razón para vivir puede so- portar cualquier forma de hacerlo”. Inicialmente fue definido por el propio autor como:

“Una orientación global que expresa el grado en el que uno tie- ne un sentimiento generalizado y estable, aunque dinámico, de que los medios tanto interno como externo son previsibles, y de que hay una alta probabilidad de que las cosas resulten tan bien como razonablemente esperamos” (Antonovsky, 1979, p. 123).

Este concepto se encontraría a medio cambio entre el control percibido y la respuesta de afrontamiento ante una situación de estrés. El autor, com- pleta la definición anterior con tres nuevos conceptos relativos a la experien- cia de control: comprensibilidad, manejabilidad y significación, que los define textualmente del siguiente modo:

“Una orientación global que expresa el grado en el que uno tie- ne un sentimiento generalizado y estable, aunque dinámico, de confianza en que: (a) los estímulos provenientes tanto del en- torno externo como interno en el curso de la vida, están estruc- turados, son previsibles y explicables (comprensibilidad), (b) que los recursos para atender las demandas que esos estímu- los suponen están disponibles, y (c), que estas demandas su-

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ponen retos dignos de invertir esfuerzo y compromiso por parte del sujeto (significación) (Antonovsky, 1990, p. 33).

Dominio -Mastery- (Pearlin y Shooler, 1978): comparte con el anterior su vin- culación con el concepto de afrontamiento. En este sentido, refleja la autoper- cepción del sujeto como agente o fuente de su comportamiento. Que le hace considerar que los cambios que se van aconteciendo a lo largo de la vida se hallan bajo su control interno y que tiene capacidad de actuación frente a los mismos.

A partir de aquí se empleará el término control percibido para hacer referencia al grado de control que la persona cree tener sobre aquellos aspectos de entorno que, directa o indirectamente, tienen una incidencia sobre su persona.

4.2. Repercusiones físicas y psíquicas del control percibido.

4.2.1. Control percibido y salud

La relación entre control y salud ha representado y representa el foco de nu- merosas investigaciones. No han sido pocos los trabajos que han establecido co- nexiones entre la percepción de control y sus repercusiones sobre la salud. Así, se ha estudiado tanto su influencia como variable mediadora de los efectos que las si- tuaciones estresantes (por ejemplo, dolor o enfermedades crónicas) tienen sobre la salud, como su relación directa con el padecimiento y consecuencias de otra serie de patologías (por ejemplo, cáncer, enfermedades cardiovasculares, esclerosis múl- tiple, inmunodeficiencia, etc.) (López, González-Tablas, Fernández, Cerrón y Sáez, 1999; Rodin, 1986). Desde finales de la década de los sesenta (Engel y Schame, 1976), se em- pieza a observar la relación entre la respuesta de abandono por parte del sujeto ante situaciones de pérdida de control y su mayor vulnerabilidad a sufrir alteraciones de tipo psicosomático. Así mismo, la pérdida de control sobre el medio se ha relaciona- do con la predisposición a padecer enfermedades coronarias a través del conocido patrón de personalidad Tipo-A y su repercusión sobre las respuestas fisiológicas del sujeto. Este patrón se caracteriza, entre otras cosas, por la presencia de comporta-

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mientos tendentes a mantener el control sobre la situación después de que el sujeto ve aquél amenazado (Glass, 1977; Matthews, 1982). Glass (1977a) sugiere que los repetidos intentos por parte de estas personas para tratar de ejercer control, incluso en aquellas situaciones que resultan incontrolables, y la frustración que esto supone, genera un incremento de las catecolaminas (dopamina, adrenalina y noradrenalina) que contribuye el riesgo de aterosclerosis. Otras investigaciones han analizado el destacado papel que desempeña la percepción de control en la influencia que sobre la salud tienen los diferentes acon- tecimientos vitales estresantes en los que se ve implicado el sujeto. En este sentido, Glass (1977b) comparó a pacientes hospitalizados con personas no hospitalizadas para comprobar si los primeros habían experimentado un mayor número de expe- riencias no controlables que los segundos. Este autor confirmó su hipótesis: las per- sonas que estaban hospitalizadas habían sufrido un mayor número de pérdidas que estaban fuera de su control. Resultado similar al encontrado por Suls (1982), que halló que el hecho de padecer acontecimientos incontrolables no deseados se rela- cionaba con distrés psicológico y enfermedades físicas posteriores. Desde mediados de los años setenta se conoce la importante repercusión que tiene en la recuperación del paciente la transmisión de mensajes que destaquen su posibilidad de control. En este sentido, Langer, Janis y Wolfer (1975) señalan los importantes beneficios observados tanto en la necesidad de un período postoperato- rio más breve como en un menor consumo de medicamentos en aquellos pacientes sobre los que se ha llevado un programa de reevaluación cognitiva previo a la inter- vención médica. La transmisión de mensajes verbales positivos de los médicos hacia sus pacientes, potenciando su capacidad de control, se traduce en una mayor satis- facción en éstos (Burgoon, Parrott, Burgoon y Coker 1990). Resultados en esta misma línea fueron obtenidos por Taylor y Levin (1976) al llevar a cabo programas que incrementaban la percepción de control en mujeres que iban a ser mastectomi- zadas. Allen (1986) llama la atención sobre el hecho de que la simple denominación de los síntomas bajo una etiqueta, hace que la persona experimente un mayor con- trol sobre el proceso mórbido que hasta entonces padecía pero que “no sabía lo que era”. La existencia de esta influencia control percibido-salud se ha comprobado in- cluso a nivel fisiológico. Por ejemplo, en el caso de los pacientes diabéticos, se ha

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observado cómo la percepción de control sobre la salud repercute directamente so- bre el metabolismo de la insulina. Recientemente, Stenstroem, Wikby, Andersson, y Ryden (1998) han encontrado que los sujetos que creen que su comportamiento es el responsable del curso de esta enfermedad, presentan unos índices metabólicos más equilibrados que aquellos otros que consideran que las variaciones de esta sus- tancia son debidas al azar.

La relación entre percepción de control y salud se hace especialmente impor- tante conforme avanza la edad: los mayores representan una población de riesgo (Allen, 1986). Por una parte, son un colectivo que se ve expuesto a condiciones tan- to socio-ambientales como personales que representan una amenaza para su per- cepción de control (por ejemplo, jubilación, viudedad, pérdida de fuerza física, dismi- nución de facultades físicas y sensoriales, etc.). Además, asociados a la edad, apa- recen una serie de cambios que los hacen más vulnerables a los efectos de los es- tresores en situaciones de incontrolabilidad (por ejemplo, depresión del sistema in- munológico, cambios en el metabolismo adrenocortical, incremento del riesgo de enfermedades crónicas, etc.). Todo esto hace que sea especialmente relevante el conocimiento de la relación entre estas dos variables cuando se aborda el estudio de esta población. Jordan, Lumley, y Leisen (1998) han analizado esta relación aplicándola a una muestra trascultural de personas mayores afectadas de artritis reumatoide. Las creencias de control resultaron ser uno de los mejores predictores de salud entre los afectados. Del mismo modo, la presencia de un lugar de control interno para la salud se relaciona con niveles inferiores de percepción de dolor tras sufrir una lesión medular (Conant, 1998). Rodin (1985), al estudiar la respuesta inmunodepresiva, encuentra que los niveles de linfocitos T y B en sangre se hallan estrechamente correlacionados de manera positiva no sólo con los acontecimientos vitales estresantes que han padecido sino también con la sensación de control subjetivo que experimenta el mayor sobre éstos. Allen (1986) destaca esta influencia del control percibido en el sistema inmunológico, así como su relación con el mantenimiento de conductas saludables, como los principales mecanismos en la explicación de los efectos que la sensación de control tiene sobre la salud.

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La percepción de control, igualmente, influye en el estado de salud y las tasas de mortalidad. Menec y Chipperfield (1997) han examinado el efecto del control per- cibido, junto con el status funcional y la edad, sobre la salud autopercibida, la morbi- lidad, hospitalización y mortandad. La consideración de diferentes grupos de edad en la muestra estudiada añade valor a la investigación de estas autoras. En este sentido, los análisis muestran que el control percibido interactúa con el estatus fun- cional para los muy mayores (>=80 años), con relación a la salud autopercibida, hospitalización y mortandad. En cuanto a la salud autopercibida, el sentimiento de control fue beneficioso para las personas muy mayores con algún deterioro funcio- nal. Asimismo, un gran sentido de control estaba asociado con unas tasas más bajas de hospitalización y mortandad para los sujetos muy mayores con un deterioro fun- cional pequeño. Lo que destaca la utilidad de examinar los efectos amortiguadores del control percibido con relación a diferentes grupos de edad. Diversos estudios han mostrado cómo los sujetos con una percepción de con- trol externa, tienden a realizar juicios más pobres acerca de su salud (Brothen y Dezner, 1983; Hunter, Linn, Warris y Pratt, 1980; Waller y Bates, 1992; Wallston y Wallston, 1978). Frente a esto, el estudio de Hunter y cols. (1980) muestra que la autovaloración de la salud fue más favorable en aquellos ancianos que presentaban un lugar de control interno. Opuestamente, los sujetos con un lugar de control exter- no presentaban mayores pérdidas de audición y visuales, menos memoria y una mayor necesidad de asistencia en la realización de las actividades de la vida diaria. Lachman (1990), halla un patrón similar con relación al estilo atribucional: Los mayo- res que atribuyen los acontecimientos negativos a factores internos y globales, tam- bién valoran su salud como más pobre que los que tienen un patrón más externo y específico. Todo estos datos remiten necesariamente al estudio de Rodin y Langer (1977) con ancianos institucionalizados. Los resultados obtenidos no permiten alber- gar ninguna duda acerca del poder terapéutico del control percibido. Siete años des- pués de potenciar la responsabilidad y control en una serie de ancianos en una re- sidencia, permitiéndoles elegir las actividades a llevar a cabo durante el día, decorar las habitaciones o, por ejemplo, tomar otras decisiones personales, hicieron que la tasa de mortandad de los sujetos del grupo experimental fuese casi cinco veces me- nor que la que presentaba el grupo control (Langer, Beck, Janoff-Bulman y Timko,

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1984). Concretamente, frente al 7% de personas que habían muerto en el primer grupo, el porcentaje se elevaba al 33% entre aquellos que no habían sido animados a aumentar su responsabilidad. En cuanto a los informes de salud aportados por las enfermeras, el 93% del grupo experimental había mejorado su estado, mientras que en el 71% del grupo sin responsabilidades aquélla había declinado. Replicaciones de este estudio, como la realizada por Banzinger y Roush (1983), en la que en lugar de cuidar de las plantas, los residentes tenían la responsabilidad del cuidado de un pájaro, han ofrecido resultados muy similares.

Indirectamente, la percepción de control también deja sentir su influencia so- bre la salud a través de la adquisición de comportamientos saludables como la reali- zación de actividad física regular (Bos, Woll, Oja, Suni, y Hutzler, 1995; Brenes, Strube, Storandt, 1998; Duffy, 1997; Lumpkin, 1985), la participación en actividades lúdicas (Menec y Chipperfield, 1997), la adherencia a tratamientos médicos (Chris- tensen, Wiebe y Lawton, 1997) o la utilización de los servicios médicos (Keinan, Carmil y Rieck, 1992; Krause, 1988).

4.2.2. Control percibido y bienestar subjetivo.

Es de destacar la importancia que tiene la percepción de control en la adapta- ción y el mantenimiento del bienestar durante el envejecimiento. Martínez y García (1994) destacan tres elementos con relación al bienestar subjetivo de los mayores: sentirse satisfecho con sus vidas, disponer de capacidad y competencia para conse- guirlo, y mantener control sobre su entorno y condiciones de vida. En este sentido, merecen ser comentados los resultados obtenidos por Gergen y Gergen (1986) con relación al papel que juega la concepción de controlabilidad que la persona mayor tiene acerca de esta etapa de su vida y su repercusión sobre su conducta y satisfac- ción. Estos autores rechazan la simple dicotomía interno-externo iniciada por Rotter (1966) en la percepción de controlabilidad. Ven necesario introducir una segunda dimensión definida por los polos involuntario o determinado versus voluntario. Esto da lugar a la definición de cuatro categorías o patrones: interno-involuntario, interno- voluntario, externo-involuntario, externo-voluntario. De acuerdo con el esquema de referencia anterior, estos autores consideran que, en función de que la persona

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adopte una visión del mundo en la que predomine alguno de estos esquemas causa- les, la adaptación a sus circunstancias vitales será diferente. La importancia de esto de cara al envejecimiento es evidente. En este senti- do, la sociedad actual tiende a transmitir una imagen de pasividad o ausencia de control asociada al envejecimiento (Amat, 1994; Fernández Ballesteros, 1986; Fry, Slivinske y Fitch, 1989; Seoane, 1994;). Esta imagen, al ser asumida por el mayor, repercute considerablemente sobre su comportamiento. De este modo, una persona que considera que la diminución de su actividad es consecuencia del declive propio de su edad, tenderá a aplicar este esquema de determinación interno-no voluntario a otras esferas de su vida. El sujeto que considera que este proceso de deterioro es inevitable, acompaña esta percepción de incontrolabilidad con una disminución de la autoestima y satisfacción personales, un incremento de la dependencia y un des- censo de la actividad en general. En cambio, las personas en las que predomina el esquema interno-voluntario de controlabilidad, explican sus acciones a partir de sus deseos, decisiones personales, creencias e intenciones propias, mantienen una pos- tura más activa ante su envejecimiento, y se relacionan con su entorno de un modo autónomo más adaptativo. Los resultados corroboran la hipótesis de relación entre esquema o represen- tación de controlabilidad y proceso de envejecimiento. Aplicando un análisis de va- rianza a tres condiciones experimentales (sujetos de edad igual o inferior a 69 años; entre 70 y 79 años, o de 80 o más años) en dos contextos diferentes (residencia ver- sus comunidad), se encontraron las diferencias anteriormente señaladas en los tres grupos de edad en función de que adoptaran un esquema interno-involuntario o in- terno-voluntario. Asimismo, se observaba una tendencia general a adoptar un es- quema interno-involuntario conforme avanzaba la edad autopercibida, independien- temente de la edad cronológica: Los que se percibían a sí mismos como jóvenes mostraban una tendencia a considerarse asimismo agentes de su comportamiento. Un análisis de regresión incluyendo como variables predictoras la edad cronológica, la edad autopercibida, el esquema atribucional, la salud y el tipo de residencia se observó que el esquema atribucional era la tercera variable en orden a predecir la autoestima; la segunda en relación a bienestar subjetivo y la primera, junto con el tipo de residencia, a la hora de pronosticar la participación del sujeto en diversas

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actividades (sociales, recreativas, políticas, religiosas, etc.) (Gergen y Gergen, 1986).

La relación entre control percibido y bienestar subjetivo se ve igualmente con- firmada por otros estudios como el de Jiska Cohen (1990). En este trabajo, se utili- za como variable dependiente el inventario de depresión de Beck (BDI), sobre el que se estudia la influencia de variables como el nivel de refuerzos experimentado, el grado de control percibido por el sujeto, así como su satisfacción con aspectos tales como las actividades lúdicas y sociales que desarrolla. Los resultados muestran có- mo el grado de control experimentado por el sujeto en cuanto a los refuerzos que recibe, especialmente los derivados de su participación lúdica se relaciona negati- vamente con la depresión. Usando la Escala de Levenson (1972), Molinari y Neide- rehe (1984-85), en un análisis de las diferencias de edad en la relación entre control percibido y depresión, hallan que a diferencia del grupo de universitarios, en las per- sonas mayores de la muestra (58-88 años) había un patrón de relación significativa entre alta internalidad/bajo poder de los otros con niveles más bajo de depresión. Así mismo, Hickson, Housley y Boyle (1988) también han encontrado una relación posi- tiva entre la internalidad del control y la satisfacción vital en las personas mayores.

En contextos residenciales, el incremento de la percepción de control se rela- ciona negativamente con la depresión, ofreciéndose por numerosos autores como una alternativa para compensar la pérdida de control que estas personas experimen- tan en esta clase de centros (Buschmann y Hollinger, 1994; Kahana, Kahana y Riley, 1989; Stirling y Reid, 1992). El estudio de Schulz (1976) representa un clásico en este sentido. Este autor defendía que los sentimientos de depresión y la acentuación del declive físico y psíquico en estas personas, podían ser causados por una pérdida del control y la impredictibilidad sobre el ambiente. Esta idea fue analizada a través de una intervención residencial basada en el control que los residentes tenían sobre las visitas que recibían. Utilizó cuatro condiciones:

1. Los residentes controlaban la frecuencia y duración de las visitas 2. Los visitantes eran los que controlaban estos aspectos 3. Las visitas que recibían los residentes se distribuían al azar

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4. Los residentes no recibían visitas

Los resultados corroboran la hipótesis de partida. Los participantes en la primera de las condiciones, experimentaron mayor bienestar subjetivo que el resto de los gru- pos, mostrando un mayor entusiasmo por la vida, percibiéndose más felices y con más esperanzas. No obstante, los seguimientos realizados 24, 30 y 42 meses des- pués de la intervención evidenciaron que estos efectos eran temporales y declinaban con el paso del tiempo; pues no aparecían diferencias significativas entre ambos grupos en ninguno de estos seguimientos (Schulz y Hanusa, 1978). Los efectos de los traslados residenciales que a veces padecen los ancianos también se dejan sentir sobre su capacidad de control así como su bienestar e, in- cluso, sobre su vida. Danermark y Ekstroem (1990), aportan datos suficientes en su revisión para afirmar que los cambios residenciales en las personas mayores afectan negativamente a su bienestar y control percibidos, así como a su salud, incremen- tándose considerablemente las tasas de mortandad entre los sujetos que los pade- cen. Allen (1986) informa de un mayor número de hospitalizaciones, ingresos en re- sidencias, mayor incidencia de anginas de pecho, así como una peor autovaloración de la salud entre aquellas personas mayores que se vieron forzadas a cambiar de domicilio. Esto ocurría a pesar de que las características residenciales de la nueva vivienda resultaran claramente mejores. Sin embargo, cuando se manipulaba la per- cepción de control, incrementando la predictibilidad del nuevo entorno residencial, ofreciendo a las personas la posibilidad de elegir cuando y dónde preferían mudarse, así como decidir algunas cuestiones acerca de las condiciones del nuevo entorno, el deterioro de salud era pequeño (Krantz y Schulz, 1980). Resulta escalofriante el dato revelado por Seligman (1981) sobre las repercu- siones de la libertad percibida en la elección de un asilo de ancianos. Ferrari (1962) elaboró su tesis doctoral sobre este tema; Seligman, en su libro sobre la indefensión, recoge los resultados del siguiente modo:

“...Cincuenta y cinco mujeres de más de sesenta años... pidieron ser admitidas en un asilo de ancianos del Midwest. Tras ser admitidas, Ferrari les preguntó cuán libres se habían sentido para elegir el asilo, qué otras posibilidades se les habían presentado, y cuánta presión habían ejercido sus familiares para que entrasen en el asilo. De las diecisiete mujeres que dijeron no haber tenido otra alternativa que

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mudarse al asilo, ocho murieron después de cuatro semanas de permanencia, y dieciséis después de diez semanas. Al parecer, sólo una de las treinta y ocho personas que tuvieron más alternativas mu- rió en el período inicial” (Seligman, 1981, pp. 258-259).

Estudios como el de Kleftaras (1997), muestran una evidencia clara acerca de la relevancia que el control percibido tiene en el desarrollo de síntomas depresivos en personas mayores que compartían vivienda. Este autor utilizó la escala de lugar de control de Levenson, y descubrió que era el mejor predictor de depresión en un colectivo de mujeres que usaban esta modalidad de residencia. Igualmente, Morgan- ti, Nehrke y Hulicka (1990), comparando en cuatro entornos (dos residenciales y dos comunitarios) diferentes grupos de edad, confirmó la relación entre ambas variables. Las correlaciones parciales entre percepción de control para las actividades diarias y bienestar subjetivo, significativas para los cuatro contextos, confirmaron la hipótesis de partida.

Menec y Chipperfield (1997), en un intento de explicar los mecanismos de ac- tuación del control percibido sobre la salud y bienestar personal en las personas ma- yores, establecen un vínculo entre aquél y una mayor participación en actividades lúdicas, que a su vez se traduce en una mayor salud autopercibida y satisfacción vital. Parece ser que esta relación entre control percibido y participación lúdica tiene un carácter bidireccional. En este sentido, Searle, Mahon, Iso Ahola, Sdrolias y Heather (1995), tras aplicar un programa de educación para el ocio a un grupo de mayores (media = 77,5 años), destinado a incrementar su percepción de control so- bre sus actividades lúdicas, hallan que no sólo influye sobre esta variable sino que lo hace, igualmente, sobre la satisfacción vital. Aldwin (1991), sin embargo, ofrece una acción mediadora menos específica. El control percibido, según este autor, no tiene efectos directos sobre la depresión. En cambio, sí ejerce una influencia indirecta sobre ésta a través del uso de estrate- gias de afrontamiento menos evitativas y el incremento de la percepción de autoefi- cacia. Las personas que tienen un control más interno tienden a usar estrategias de afrontamiento más directo. En este sentido, halla que la valoración de la responsabi- lidad en cuanto a la causa y solución del problema que lo ocasiona son independien- tes aunque, indirectamente, ambas correlacionan significativamente con el uso de

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determinadas formas de afrontamiento ante situaciones percibidas como estresan- tes. Así, el afrontamiento directo se asocia con la percepción de responsabilidad tan- to de la ocurrencia como de la resolución del problema desencadenante de estrés, mientras que el uso de estrategias evitativas se vincula negativamente con la per- cepción de incontrolabilidad, que conduce a una menor autoeficacia percibida y a un mayor riesgo de presentar síntomas depresivos. Los resultados del estudio de Keller, Leventhal y Larson (1989) apoyan este modelo. De tal forma que, aquellos mayores que se consideran que están afrontan- do exitosamente el proceso de envejecimiento, lo perciben como un período positivo en sus vidas a pesar de la presencia de un número significativo de cambios negati- vos tanto en ellos mismos como en las personas próximas. Holahan y Holahan (1987, citado por Riquelme, 1997) analizan la relación en- tre una variable estrechamente vinculada con el lugar de control, como es la autoefi- cacia, el apoyo social y la depresión en mayores. El patrón que encuentran es que, por una parte, los niveles de autoeficacia iniciales se relacionan directamente tanto con la depresión como con el apoyo social recibido por el sujeto un año después. Asimismo, la autoeficacia se relaciona negativamente con la depresión. Los análisis de vías llevados a cabo permitieron establecer estos dos mecanismos de actuación de la autoeficacia sobre la depresión: uno directo, y otro mediado a través de su efecto sobre el apoyo social. En esta misma línea, Brandstädter y Baltes-Götz, 1990) opinan que la efectividad de la percepción de control se basa en su capacidad para predisponer a las personas para actuar y movilizar el apoyo social en su propio be- neficio. Más genérica es la explicación aportada por Pearlin y Skaff (1995), quienes consideran que la percepción de control en sí misma es útil, al reducir la sensación de amenaza asociada a situaciones difíciles o estresantes. Zika y Chamberlain (1992) han encontrado una relación positiva entre sentido de coherencia y uno de los componentes del bienestar subjetivo como es el afecto positivo. Posteriormente, Smits, Deeg y Bosscher (1995) han analizado la relación existente entre medidas de control percibido y el bienestar en personas mayores. Estos autores confirmaron parcialmente sus hipótesis iniciales, encontrando que al- gunas medidas de control percibido estaban más vinculadas que otras a varios com- ponentes de bienestar subjetivo. Así, el bienestar global se asociaba con sentido de coherencia, neuroticismo, dominio y eficacia social; el afecto positivo correlaciona

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con dominio, lugar de control interno para la salud y eficacia social; y el afecto nega- tivo con el sentido de coherencia, el neuroticismo y la eficacia social.

4.3. Percepción de control y envejecimiento. La sensación de control que posee la persona acerca de los acontecimientos que tienen lugar en su vida, juega un papel decisivo en su comportamiento. En este sentido, será esta percepción de incontrolabilidad por parte del sujeto, la que, de acuerdo con la valoración o appraisal que haga de la situación y de sus recursos (Modelo Transaccional de Lazarus y Folkman (1986), desencadene el estrés y las consiguientes respuestas de afrontamiento. Teniendo en cuenta el importante papel que desempeña en la adaptación, no es de extrañar la creciente investigación que desde el inicio de los años setenta ha suscitado la hipótesis de si las creencias de control experimentan cambios sistemáti- cos con la edad, así como su relación con el afrontamiento de situaciones estresan- tes durante el proceso de envejecimiento (Castro, Otero-López, Freire, Núñez, Losa- da, Saburido y Pereiro, 1995). El estudio de Blanchard-Fields e Irion (1988) repre- senta un buen ejemplo de esta relación entre percepción de control y afrontamiento. Estos autores hallan que una mayor internalidad se asocia en los jóvenes analizados con respuestas de evitación. Sin embargo, este patrón era contrario al que se apre- cia en el grupo de más edad. Muchos de estos estudios defiende que la percepción de un control más ex- terno conforme se incrementa la edad. Este planteamiento inicial, en línea con el sentido común, se apoyaba en los cambios vitales que suelen acompañar a la vejez. La disminución de facultades físicas, psíquicas y sensoriales, el aumento de la de- pendencia, la disminución del número de roles tras la jubilación, los traslados del domicilio habitual o la pérdida de amigos, familiares y seres queridos, son algunas de las circunstancias que en ocasiones acompañan este tramo de la vida. Todas estas circunstancias, al menos en teoría, repercutirían negativamente en la percep- ción de control interno del mayor. No obstante, los resultados de estas investigaciones son bastante contradicto- rios. La revisión de estudios que se muestra en la tabla 1 así lo demuestra. Las con- clusiones de algunos de ellos van en línea con la hipótesis anterior (Brim, 1974; Hale y Cochran, 1986; Houts y Warland, 1989; Lachman, 1983; Lumpkin, 1986; Ryckman

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y Malikioski, 1975; Siegler y Gatz, 1985; McConatha, McConatha, Jackson y Bergen, 1998; Morganti, Nehrke, Hulicka y Cataldo, 1988). Otros, en cambio, encuentran que la internalidad del control percibido es mayor en los ancianos (Gatz y Siegler, 1981; Hale y Cochran, 1986; Lachman, 1985; Nunn, 1994; Staats, 1974; Strickland y Schaffer, 1971; Wolk y Kurtz, 1975). Tampoco faltan estudios en los que o bien no se encuentran diferencias significativas (Nehrke, Hulicka y Morganti, 1980) o que aparecen vinculadas sólo a determinadas dimensiones o dominios de control (Blan- chard-Fields e Irion, 1988; Bradley y Webb, 1976; Lachman, 1986; Saltz y Magruder- Habib, 1982). Finalmente, algunos autores consideran que lo que varía fundamen- talmente son las prioridades de control que determinados dominios despiertan en cada edad, así como el tipo de control (primario o secundario) que aplica la persona a esos dominios (Heckhausen, 1997; Nurmi, Pulliainen y Salmela, 1992). Lachman (1988) atribuye estas conclusiones tan heterogeneas a las diferentes composiciones de las muestras analizadas, al diseño transversal utilizado en la mayor parte de los estudios y, muy especialmente, al tipo de medida de control percibido empleada. Para este autor resulta inapropiado, utilizar medidas de control unidimensionales como la de Rotter. El uso de escalas multidimensionales generales como la desarro- llada por Levenson (1972), tampoco permite captar las diferencias que se pueden producir con la edad. En este sentido, Lachman defiende la necesidad de emplear medidas de control específicas, en las que se diferencie la percepción de control por parte del sujeto en diferentes dominios o áreas como, por ejemplo, social, intelectual, salud, etc. Son precisamente los estudios que han introducido esta diferenciación entre esferas del comportamiento los que han revelado diferencias de interés (Hec- khausen, 1997; Houts y Warland, 1989; Lachman, 1986). Así, por ejemplo, los mayo- res se muestran más externos que los jóvenes tanto en el área intelectual como en la de salud, sin que presenten diferencias significativas en las escalas de control ge- nerales (Lachman, 1988).

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ESTUDIOS SOBRE PERCEPCIÓN DE CONTROL EN DIFERENCTES EDADES ESCALA DE CON- AUTOR/ES AÑO GRUPOS DE EDAD ESTUDIA- TROL EMPLEADA RESULTADOS OBTENIDOS DOS Strickland y Schaffer 3 grupos (Medias = 17, 45 y 60 Escala de Rotter El grupo de mayor edad presentaba un lugar de control (Fuente: Lachman, 1988) 1971 años) más interno que los otros. (Unidim. General) Brim Medida propia La internalidad incrementa hasta la edad de 50 años. A (Fuente: Lachman, 1988) 1974 20-70+ años (Unidim. General) partir de esta edad se observa un decremento. Los adolescentes tienen un lugar de control menos Lao, R.C. Escala de Rotter interno. Entre los 15 y los 39 años se produce un in- 1974 15-85 años (N=277) (Unidim. General) cremento de la percepción de control, que se mantiene estable. No hay un decremento significativo de la in- ternalidad a partir de los 60 años. Staats 3 grupos (5-15, 16-25, 46-60) Escala de Rotter El grupo de mayor edad presenta una internalidad (Fuente: Lachman, 1988) 1974 mayor que el resto. (Unidim. General) Ryckman y Malikioski 6 grupos (20-29, 30-39, 40-49, 50- Escala de Levenson El grupo de 20 a 29 y el de 70 a 79 tienen un lugar de (Fuente: Lachman, 1988) 1975 59, 60-69, 70-79) (Multidim. General) control menos interno que el resto. Wolk y Kurtz Escala de Rotter Mayor internalidad en los mayores con relación a gru- (Fuente: Lachman, 1988) 1975 60-85 años pos de universitarios previamente estudiados. (Unidim. General) LOCITAD (Locus of Los sujetos mayores de 60 años se perciben a sí mis- 1976 13-90 años (N=306) Control Inventory for mos con menos control en el área social que los de 35 a Bradley y Webb Three Achievement 50 años. No se observan diferencias en el área intelec- Domains tual. (Unidim. Específica) Andriasani 2 grupos (16-26 y 48-62) Escala de Rotter No hay diferencias entre el grupo de jóvenes y el de (Fuente: Lachman, 1988) 1977 (Unidim. General) mediana edad. Nehrke, Hulicka y Morganti 3 grupos (50-59 (N=33), 60-69 Escala de Rotter No hay diferencias entre el grupo de edad media y los (Fuente: Lachman, 1988) 1980 (N=33) y 70+(N=33)) (Unidim. General) de edad avanzada. Gatz y Siegler 3 grupos (18-26, 46-54 y 63-70) Escala de Jessor Los grupos de mediana edad y los mayores presentan (Fuente: Lachman, 1988) 1981 (Unidim. General) una internalidad mayor que el grupo de universitarios. 1) Escala de Levenson 1) Jóvenes más internos en la escala de “casuali- (Multidim. General) dad/destino” (chance). No hay diferencias en la escala Saltz y Magruder-Habib 1982 21-88 años de “internalidad” ni en la de “poder de los otros”. (Fuente: Lachman, 1988) 2) MHLC (Multidim. 2) Jóvenes más internos en la dimensión “poder de los Específica) otros” en el dominio de salud. No aparecen diferencias en la escala de “internalidad” ni en la de “casualidad”.

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ESTUDIOS SOBRE PERCEPCIÓN DE CONTROL EN DIFERENCTES EDADES (Continuación) ESCALA DE CON- AUTOR/ES AÑO GRUPOS DE EDAD ESTUDIA- TROL EMPLEADA RESULTADOS OBTENIDOS DOS Lachman Escala de Levenson A lo largo de los dos años que dura el estudio, se ob- (Fuente: Lachman, 1988) 1983 60-89 años (Multidim. General) serva un decremento en la internalidad. Lachman Escala de Eficacia Per- No se observan cambios a lo largo de los 4 años que se (Fuente: Lachman, 1988) 1985 35-69 años sonal ISR (Unidim. extiende el estudio. El grupo de mayor edad presenta General) una internalidad mayor que el de edad mediana. Escala de Levenson No aparecen diferencias en las medidas generales de Lachman 1986 2 grupos (universitarios (N=188) y (Multidim. General) lugar de control. Las medidas específicas indican que mayores de 60 a 91 años (N=192)) los mayores son más externos en las áreas de salud e Cuestionario Lachman intelectual. Las dimensiones de “casualidad/destino” y de LDC intelectual “poder de los otros” arrojan diferencias entre ambos Escala Multidimensional grupos. de LDC sobre la salud Siegler y Gatz Escala de Jessor (Uni- Descenso de la internalidad a lo largo de los seis años (Fuente: Lachman, 1988) 1985 46-69 años que dura el estudio. dim. General) El grupo de mayores son más externos en la dimensión Molinari y Neiderehe 1984-85 2 grupos (universitarios (N=305 y Escala de Levenson “casualidad/destino” (Chance) que los jóvenes. Rela- mayores de 58 a 88 no instituciona- (Multidim. General) ción significativa entre patrón de alta “internalidad” y lizados (N=117)) bajo “Poder de los otros” con una baja depresión en el grupo mayor, pero no así en los jóvenes. Lumpkin 25-83 años(N=3.009) Escala de Rotter Los mayores presentan un lugar de control más externo 1986 (Unidim. General) que los jóvenes. 20-89 años (N=655) Escala de Control de La media de puntuaciones es significativamente más Hale y Cochran 1986 Nowicki-Strickland alta (control externo) en los sujetos de más de 65 años (Multidim. General) con relación a las edades inferiores. 6 grupos (14-26, 25-35, 45-54, 60- Escala de Rotter Los dos grupos de menor edad y el de 80 o más años Morganti, Nehrke, Hulicka y Cataldo 1988 69, 70-79, y 80+ años) (N=450) (Unidim. General) tienen un lugar de control más externo que los otros tres grupos restantes. 3 grupos (adolescentes 14-17 Blanchard-Fields e Irion 1988 (N=8); jóvenes 18-25 (N=8); adul- Escala de Levenson Los jóvenes puntúan más alto en las en las dimensiones tos 35-50 (N=8) y ancianos 60+ (Multidim. General) de “Poder de los otros” y en “casualidad/destino”. (N= 8)

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ESTUDIOS SOBRE PERCEPCIÓN DE CONTROL EN DIFERENCTES EDADES (Continuación) ESCALA DE CON- AUTOR/ES AÑO GRUPOS DE EDAD ESTUDIA- TROL EMPLEADA RESULTADOS OBTENIDOS DOS 1) Escala propia de 5 1) Relación negativa entre edad y lugar de control. ítems (Unid. Espec.) 2) Relación curvilínea entre edad y lugar de control Houts y Warland 1989 17-80 (N=1.406 mujeres) 2) Escala POF (Five- en ambos dominios (“Alimentación” y “Salud”). item Powerful Ot- Mayor internalidad en el rango 30-50. Por encima her/Fate) (Bidim. y por debajo de esta edad se autopercibe un menor Específica control interno y un mayor poder de los otros . Aldwin 1990 18-78 (N=228) 3) Escala de Rotter La edad se asociaba negativamente con el control per- 4) (Unidim. General) cibido. Lachman 1991 4 grupos (20-39, 40-59, 60-75, y Escala de Levenson Para los dominios intelectual y de salud, los sujetos 76-89 años (N=200)) (Multidim. General) mayores muestran un menor lugar de control interno. Las creencias acerca del control son más externas con- Nurmi, Pulliainen, y Salmela 1992 19-71 (N=381) Escala propia de 4 ítems forme avanza la edad. Sin embargo, parte de este in- tipo Likert cremento es debido por el aumento del interés hacia dominios que son generalmente considerados incontro- lables como, por ejemplo, la salud o la vida de sus hijos. Las personas mayores presentan un control más interno 2 grupos (universitarios (N=60) y Escala de Rotter que los jóvenes. Los jóvenes ven a los mayores con un Rhee y Gatz 1993 mayores 65-85 (N=97)) (Unidim. General) control más externo que el que los mayores autoperci- ben, mientras que éstos ven a los jóvenes como más internos de lo que ellos mismos dicen ser. Nunn 1994 17-65 (N=759) Escala de Rotter Relación positiva entre edad e internalidad en el con- (Unidim. General) trol. Shapiro, Sandman, Grossman, y 1995 3 grupos (jóvenes (M=20,9, N= Shapiro Control Invento- Los mayores presentan las puntuaciones más bajas Grossman 67); mediana edad (M=39,1, ry (diferencias significativas) en la escala de sentido de N=14); y ancianos (M=79,9, N=12) (Contiene varias escalas: control general. Sin embargo, no se observan diferen- Multidim. General y cias significativas cuando se comparan con los otros Específica) grupos de edad en las escalas específicas de control, ni la escala de internalidad.

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3 grupos (jóvenes 20-35 (N=162); Heckhausen 1997 mediana edad 40-55 (N=173); y CAMAQ *1 Adaptación: El control primario en ancianos se orienta ancianos 60+ (N= 175)) (Multidim. Específica) hacia dominios que son relevantes para la edad (salud), a diferencia de lo otros grupos que se orientan a otros TEN-FLEX *2 dominios o metas (por ejemplo, trabajo y familia). El (Medida de Control control secundario, más flexible en mayores, se dirige Primario/Secundario) sobre todo a la reducir las pérdidas debidas a la edad McConatha, McConatha, Jackson y 3 grupos (19-35, 36-55 y 56-92, Escala de Rotter Los mayores, especialmente las mujeres, experimentan Bergen 1998 (N=327)) (Unidim. General) menos control sobre sus vidas que los jóvenes 1) (The Control, Agency, Means-Ends in Adulthood Questionnaire, de Heckhausen y Hundertmark, 1995) 2) (The Tenacious Goal Pursuit and Flexible Goal Adjustment Scales)

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Esta diferenciación de dominios ha sido recogida por Heckhausen y Schulz (1993) en uno modelo más elaborado que trata de explicar la disparidad de los resul- tados obtenidos. El O.P.S. (Optimization in Primary and Secundary control), como así lo denominan sus creadores, es un modelo bidimensional de optimización del control primario y secundario. Recoge las directrices del modelo de Optimización Selectiva con Compensación (Selective Optimization with Compensation -S.O.C.-) de Baltes y Baltes (1990), y las integra con los conceptos de control primario y se- cundario de Rothbaum y col. (1982) desde una perspectiva del ciclo curso de la vida. Según estos autores, se producen una serie de cambios tanto biológicos co- mo sociales, a lo largo de la vida de las personas, que les suponen pérdidas, ame- nazas o retos que han de afrontar de diferente forma. A edades avanzadas, algunas de estas demandas exceden los recursos de afrontamiento directo (Lazarus y Folk- man, 1986) con los que cuenta el mayor. Para superar esta circunstancia, la persona utiliza una estrategia de control que, en lugar de cambiar la situación para acomodar- la a sus necesidades y deseos, trata de controlar y acomodar éstos a los condicio- nantes ambientales (Rothbaum y col, 1982). Esta última es la que se encuentra de- ntro de lo que se denomina control secundario compensatorio, que intenta paliar las pérdidas que pueden producirse en el control primario a lo largo del curso vital, pre- servando la autoestima y el control percibido del sujeto (Ver figura 2).

Junto con esta compensación en el control, se produce una selección de aquellas áreas donde las personas mayores focalizan su interés. El criterio de opti-

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mización que se sigue en esta selección será el de minimizar las pérdidas en sus procesos de afrontamiento, lo que previene los fallos y protege la autoeficacia de la persona (Heckhausen, 1997). Así, las primeras diferencias en el control percibido relativas a la edad que explica este modelo, son precisamente las que se observan entre los distintos dominios de control analizados. En este sentido, la selección con- servadora que guía los dominios donde focalizan el interés los mayores, difiere de la de los jóvenes y personas de mediana edad. Estos dos grupos de edad, en ausencia de procesos de control secundario compensatorio, dirigen su control primario hacia la consecución de ganancias en lugar de a la prevención de pérdidas. Los mayores, guiados por su estrategia conservadora, tienen una mayor flexibilidad para desvincu- larse de aquellos dominios en que perciben menor control y mayor probabilidad de pérdida o fallo, como, por ejemplo, el trabajo, las metas financieras o la familia. Fren- te a esto, dan mayor relevancia a los dominios relacionados con la salud, la vida co- munitaria y las actividades de ocio. Así, como se puede observar en las figuras 3 y 4, ante la pregunta de: “¿Cuáles son sus cinco objetivos, planes o esperanzas más importantes para los próximos cinco o 10 años?”, Heckhausen (1997) obtiene dife- rencias significativas en cuanto a las áreas o dominios a los que se circunscriben dichas metas.

4.4. Provisión de ayuda, contexto y percepción de control.

La relación entre el ambiente y su repercusión sobre la percepción de control adquiere una importancia cada vez más destacada conforme avanza la edad. Las personas mayores presentan una amplia variedad de contextos de convivencia: vida autónoma dentro de su comunidad, convivencia semindependiente con otras perso- nas (por ejemplo, familiares o compañeros), o contextos residenciales (residencias asistidas, hospitales geriátricos, etc.), son una muestra de éstos. Esta variedad de entornos proveen experiencias que pueden favorecer o no su percepción de control. Así, un contexto de dependencia total, como el que puede ofrecer una residencia geriátrica tradicional, representa el ejemplo prototípico de ambiente perjudicial para el desarrollo de sentimiento de control y compentencia (Langer y Rodin, 1976).

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OCIO SALUD COMUNIDAD

1,2 1 0,8 0,6 0,4 0,2

Frec. de denominación 0

JOVENES ADULTOS ANCIANOS Grupo de Edad

Figura 3. Las puntuaciones representan la frecuencia media de denominación de objetivos o metas relativos a tres dominios o áreas de la vida (ocio, salud y comunidad), obtenida por tres grupos de edad. Fuente: Jutta Heckhausen (1997).

FAMILIA DINERO TRABAJO

1,2 1 0,8 0,6 0,4 0,2

Frec. de denominación 0

JOVENES ADULTOS ANCIANOS Grupo de Edad

Figura 4. Las puntuaciones representan la frecuencia media de denominación de objetivos o metas relativos a tres dominios o áreas de la vida (familia, dinero y trabajo), obtenida por tres grupos de edad. Fuente: Ibídem.

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Por el contrario, el desarrollo de una vida inserta en la comunidad, en la que son ofertados sólo aquellos servicios precisos para compensar las necesidades de asistencia que puedan requerir (por ejemplo, servicios médicos, culturales, sociales o de ocupación del tiempo libre), destinados a ayudar al desarrollo de una vida inde- pendiente, puede proporcionar una amplia variedad de oportunidades para el desa- rrollo de la propia competencia.

Brickman, Rabinowitz, Karuza, Coates, Cohn y Kidder (1982) establecen una taxonomía de modelos de provisión de ayuda en función de que la responsabilidad de la causa (culpa) y/o solución (control resolutivo) del problema atendido corres- pondan o no a la persona receptora del servicio. Estos dos ejes tendrán una desta- cada importancia en la conducta de afrontamiento del problema por parte de la per- sona. De esta forma, cada modelo va a determinar una expectativas o roles a adop- tar tanto por parte del proveedor de ayuda como de quien la recibe. En la tabla 2 se expone un breve resumen de éstos. Los autores identifican cada modelo con algunos tipos de ayuda. El modelo moral contiene una filosofía muy similar a la que aparece en muchos grupos de au- toayuda. El modelo de aclaración encuentra un reflejo en la guía, apoyo social y dis- ciplina típicos de grupos como “Alcohólicos Anónimos”. El modelo compensatorio se identifica, entre otras, con la terapia rehabilitadora. Claramente, el último de los mo- delos, como su nombre indica, halla su referente más claro en la asistencia geriátrica y hospitalaria. Como se puede apreciar, el modelo médico depriva al sujeto tanto de la res- ponsabilidad de su actual estado como de la participación en su resolución. Lamen- tablemente, es el modelo que frecuentemente está presente en la mayor parte de los servicios de atención a las personas mayores, especialmente en el ámbito residen- cial. El comportamiento pasivo es el que se espera del residente, que es tratado en ocasiones de un modo casi infantil. Los trabajos de Baltes y col (Baltes, 1982; Bal- tes, Honn, Barton, Orzech y Lago, 1983; Baltes y Reisenzein, 1986; Baltes y Wahl, 1996; Barton, Baltes y Orzech, 1980) ofrecen apoyo a esta hipótesis. En sus estu- dios en este tipo de contextos, comprobaron que:

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“Las iniciativas de comportamiento independiente por parte de los residentes o bien eran ignoradas por el personal que les atendía o bien recibían como respuesta un tipo de apoyo conducente a es- quemas de comportamientos dependientes. Mientras que los com- portamientos dependientes se veían reforzados con la provisión de apoyo externo por parte del personal” (Baltes y Reisenzein, 1986, p. 326).

Así, por ejemplo, los residentes que ni siquiera intentaban comer o vestirse por sí solos, eran rápidamente atendidos, experimentando inmediatamente mayor interac- ción social con el personal, mientras que aquellos otros que sí intentaban hacerlo recibían una escasa atención. Esto se traducía en una progresiva reducción de opor- tunidades de dominio para llevar a cabo un comportamiento autónomo, lo que daba lugar a una reducción en la misma medía de su autoeficacia y control percibido so- bre el entorno. Resultado similares se observan cuando se trasladan estos patrones de interacción con ancianos que residen en su comunidad (Baltes y Wahl, 1992). ATRIBUCIÓN DE LA CAU- ATRIBUCIÓN DE LA RESPONSABILIDAD PARA LA SA DEL PROBLEMA SOLUCIÓN DEL PROBLEMA  ALTA BAJA ALTA Modelo Moral Modelo de Aclaración Percepción del receptor como Vago Culpable ¿Qué se espera del receptor de ayuda? Esfuerzo Sumisión ¿Qué otras personas deben actuar? Grupo de Iguales Personas con autoridad ¿Qué se espera de esas otras personas? Obligar al cambio Disciplinar ¿Qué visión subyace de la persona? Fuerte Mala ¿Qué problema genera en el receptor? Soledad Fanatismo BAJA Modelo Compensatorio Modelo Médico Percepción del receptor como Deprivado Enfermo ¿Qué se espera del receptor de ayuda? Afirmación Aceptación ¿Qué otras personas deben actuar? Subordinadas Expertos ¿Qué se espera de esas otras personas? Movilizar a la persona Tratamiento ¿Qué visión subyace de la persona? Buena Enfermo ¿Qué problema genera en el receptor? Alienación Dependencia Tabla 2:Traducción del original –“Consequences of Attribution of Responsability in four Models of Helping and Coping” Brickman, P., Rabinowitz, V.C., Karuza, J., Coates, D., Cohn, E., y Kidder, L. (1982). Models of helping and coping. Ameri- can Psychologist, 37, 368-384-

A un nivel más general, la sociedad también puede afectar la percepción de control en sus integrantes más ancianos a través de las formas de actuar con sus mayores. Las formas de interacción pueden reforzar los estereotipos de dependen- cia y fragilidad que existen acerca de este colectivo. Así, el comportamiento excesi- vamente transigente, condescendiente o, incluso, paternal cuando estas personas

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son atendidas en algún servicio público (por ejemplo, banco, comercio o transporte público) puede actuar a modo de feed-back negativo sobre su percepción de control. Langer y Benevento (1978) denominaron a este fenómeno “dependencia autoinduci- da”. Si el mayor, a partir de la respuesta que observa en los demás, está inseguro acerca de su capacidad para llevar a cabo una acción, experimentando miedo a fa- llar, lo que puede limitar su rango de actividades y el esfuerzo que pone en su reali- zación, adoptando una actitud de espera ayuda de los demás para su realización (Miller, 1989). La importancia del patrón de actividad de los mayores en su percepción de control aparece claramente reflejada en los resultados del estudio de Baltes, Wahl y Schmid-Furstoss (1990). Estos autores analizaron el patrón diario de actividad en personas mayores que vivían en la comunidad. Diferenciaron once tipos de activida- des que agruparon en dos grandes categorías: obligatorias y actividades de ocio. Estas últimas representaron el 39% del total. Los resultados no dejan lugar a dudas: “...para comprobar la relación entre control personal y nivel de actividad general (en lugar de actividades específicas), se realizó un análisis de regresión múltiple en el que se introdujeron todas las ac- tividades como predictores del control personal. El nivel de actividad explicaba el 42% (R = .65) del la variable control personal. Si se con- trolaba la variable salud funcional, dividiendo la muestra en aquellos que no tenían problemas (n =22) y aquellos otros que tenían una o más dificultades, la correlación múltiple para el grupo sin deterioro decrecía a .48, y se incrementaba en el grupo con deterioro hasta .76, explicando el 23% y el 58% respectivamente de la varianza del control personal.” (Baltes, Wahl y Schmid-Furstoss, 1990, p. 177).

4.5. Implicaciones de cara a la intervención sobre este colectivo.

Como se comentaba al principio de este capítulo, el marco de estudio en el que se encuadran la mayor parte los estudios en gerontología, se conoce como el de “Vejez con éxito”, que se define básicamente como una combinación de vitalidad personal, autonomía y control en el ajuste persona ambiente (Blazer, 1990). Las im- portantes repercusiones tanto físicas como psíquicas del último de estos componen- tes han sido reflejadas a través de los diferentes estudios mostrados. Del mismo modo, se ha podido comprobar a lo largo del texto, la relevancia que los ambientes, y las intervenciones que en ellos se desarrollan, tienen en la per- cepción de controlabilidad en el mayor. Si se atiende tanto este hecho como las no-

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tables diferencias interpersonales presentes en este colectivo, sería muy aventurado determinar una estrategia uniforme de intervención con estas personas. Así, por ejemplo, se ha observado que en hospitales de cuidados agudos para ancianos, una más baja internalidad se traduce en un mayor ajuste al medio (Wallston, Wallston y De Vellis, 1978). En este entorno, una intervención dirigida a obtener en el mayor una percepción de control muy por encima de sus posibilidades reales, únicamente conduciría a su frustración y desesperanza. En este sentido, es fundamental que las posibilidades de ejercer control sobre su entorno, potenciadas a través de los programas de intervención, no concluyan una vez concluyan éstos, ya que puede ser más perjudicial una pérdida de control a posteriori que una carencia inicial (Allen, 1986). En las intervenciones con éxito, se anima a los sujetos a que confíen en que su capacidad para controlar lo que ocurre en su medio persistirá y será efectiva en diferentes situaciones. Del mismo modo, no se deben generar sentimientos desmesurados de responsabilidad, pues la excesivas demandas de recursos y tiempo por parte del mayor, por miedo a fallar, pueden pro- vocar efectos contraproducentes.

Teniendo en cuenta que, como dice Aronson (1972), el hombre es un “animal social”, y que los mayores tienen más riesgo de ver reducidos sus intercambios so- ciales, se hace necesario planificar programas de actividades para este colectivo en orden a incrementar sus interacciones sociales, así como su percepción de control y responsabilidad sobre sus vidas. En términos generales, las intervenciones deberán estar orientadas a promover la competencia para la utilización de capacidades y ha- bilidades que permitan adaptarse a las circunstancias personales de cada sujeto en su contexto. En entornos residenciales, los esfuerzos deberán encaminarse a conseguir la potenciación de sus propios recursos, evitando en lo posible la acen- tuación de su dependencia y su percepción de desvalimiento, a través de, por ejem- plo: programas de autonomía, prevención de recaídas, educación para la salud, de- sarrollo de hábitos saludables, asignación de tareas, actividades ocupacionales, programas de memoria, ocio terapéutico, incremento de contactos con la comunidad, desarrollo de habilidades sociales, intelectuales y físicas, etc. Actividades, todas ellas, que repercuten en su bienestar personal (Montorio e Izal, 1997). En este senti- do, Jackson, Dunne, Lanham, Heitkamp y Dailey (1993) abogan por el estableci-

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miento de programas de actividad en estos Centros, en orden a lograr una mayor independencia y grado de control de los residentes sobre sus vidas:

“Los programas de actividad ofrecen a los residentes un medio único para unir la necesidad de independencia y control en sus vidas. La inclusión de estas personas en el proceso de planificación es un im- perativo si se quieren conseguir ambos objetivos” (p. 4)

En contextos abiertos, como puede ser el comunitario, se han de tener en cuenta tanto los cambios que suelen afectar a la vida de las personas mayores (por ejem- plo, pérdida de roles asociados al trabajo, nido vacío, cambios en las redes sociales, etc.) como los dominios o áreas que pueden contrarrestar su repercusión negativa sobre el control percibido. En este sentido, de acuerdo con los modelos de optimiza- ción selectiva con compensación (Baltes y Baltes, 1990) y el de control secundario de Heckhausen y Schulz (1993), sería conveniente favorecer todas aquellas iniciati- vas que supongan aportar experiencias de competencia a estas personas. Acciones como el fomento del asociacionismo y la participación social o del voluntariado en mayores, así como el incremento de su implicación en actividades de ocio y cultura, suponen un recurso importante para favorecer su adaptación y bienestar.

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CAPÍTULO V: ACTIVIDAD Y OCIO DURANTE EL ENVEJECIMIENTO.

“El ocio no es sólo un componente de la calidad de vida, sino la esencia de ella” (John Neulinger)

Aproximadamente desde mediados del siglo XX, en las sociedades desarro- lladas el ocio ha ido ocupando un lugar cada vez más importante en la vida de las personas. El aumento considerable experimentado en las condiciones de vida, junto con el destacado incremento del nivel educativo, y una disminución del tiempo total dedicado al trabajo, han contribuido considerablemente a ampliar la posibilidad de disponer de tiempo libre y de tomar parte en este tipo de actividades (San Martín, 1997). Así, el ocio, anteriormente reservado a una minoría, ha alcanzado a colecti- vos sociales cada vez más amplios. En este sentido, si bien el trabajo sigue siendo un tema central en nuestra so- ciedad, para muchas personas, el ocio ocupa una posición igualmente importante en sus vidas. Este es el caso de los mayores que, una vez retirados del mercado laboral y de las exigencias familiares, demandan fundamentalmente experiencias de ocio que les permitan satisfacer sus necesidades de actividad, a la vez que contribuyan a mejorar su calidad de vida. De Castro (1990), identifica este período vital como el tiempo de ocio. Un ocio que, como afirma Aguirre (1992) ha de ser reconceptualiza- do:

“Es un bien tan escaso y precioso el tiempo vital para un jubilado que es una grave irresponsabilidad dedicarlo a “matar el tiempo” en un ocio que se asemeja a la tranquilidad de los cementerios..., la ve- jez necesita una redefinición de su cultura del ocio y la potenciación de su interrelación social” (p. 38).

Fernández-Ballesteros (1996), tal como se ha expuesto en el capítulo de bie- nestar subjetivo, le otorga un papel destacado dentro de los múltiples factores que inciden sobre la calidad de vida del mayor. Así mismo, haciendo un breve recor- datorio de lo visto hasta ahora, a lo largo de los anteriores apartados se ha analiza- do la influencia que el apoyo social y el control percibido tienen sobre el bienestar subjetivo de estas personas. En este capítulo, completando la introducción teórica al

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estudio que constituye el núcleo empírico del presente estudio, se profundizará en la relación existente entre estos tres conceptos. Así se revisarán las investigaciones que abordan la repercusión que la participación en actividades de ocio tiene sobre el bienestar, analizando igualmente la influencia que ejercen tanto sobre el apoyo social como sobre el control percibido entre sus participantes. De esta manera, una vez que han sido definidos con más detalle cada uno de estos elementos de forma aislada, se aborda la actividad de ocio como marco que permite interrelacionarlos en la realidad cotidiana de la población estudiada. Una vez retiradas las gruesas capas de este bulbo constituido por los factores que afectan al bienestar del mayor, abor- dados en el presente trabajo, nos encontramos ante el corazón de la cuestión: ¿re- percuten positivamente las actividades de ocio sobre el bienestar de las personas mayores?, y, si es así, ¿de qué manera o bajo qué proceso ejercen su efecto? Estos son, básicamente, los interrogantes que ocuparán las líneas siguientes. Se partirá de la delimitación del concepto de ocio, precedida de un breve aná- lisis histórico del fenómeno. A lo que seguirá un examen de los patrones de ocio desarrollados durante el envejecimiento, comentando las teorías generales que han abordado las modificaciones que se producen en esta etapa vital. Posteriormente se revisarán los efectos derivados de las prácticas de ocio, tanto sobre la salud de los mayores como sobre su bienestar subjetivo, atendiendo a cuestiones como el tipo de actividad o las diferencias de género en los patrones de ocio. Para finalizar, como en los anteriores capítulos, se expondrán los modelos y aproximaciones teóricas que se han llevado a cabo en la explicación de los efectos derivados de las prácticas de ocio en las personas mayores.

5.1. El concepto de ocio desde una perspectiva histórica.

Aunque se sabe que la ausencia de propiedad privada y una economía nó- mada y recolectora, hizo que muchas sociedades primitivas dispusieran de una gran cantidad de tiempo libre a lo largo del día (Argyle, 1996), se atribuye a la civilización griega el descubrimiento del ocio como tal y de sus propiedades. El concepto de ocio desempeñó un papel básico en los sistemas de pensa- miento de filósofos como Platón o Aristóteles. Es este autor quien recoge en su Ética a Nicómaco, que todo en esta vida es relativo al ocio, siendo el objetivo de todo

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comportamiento humano, afirmando que: “Del mismo modo que se hace la guerra para tener paz, la razón por la que se trabaja es para obtener ocio”. Éste juega un importantísimo papel en el pleno desarrollo del hombre. Así, considera que las dis- tracciones y el provecho que de ellas obtenía la persona, van a la par con la eleva- ción del espíritu y su perfección humana. En este sentido, Aristóteles establece la distinción entre “tiempo libre” y “ocio”. El primero no implica necesariamente el se- gundo, sólo cuando ese tiempo libre se usa de una forma correcta y sabia puede llegar a ser ocio. Diferencia que ya está recogida en el propio término griego skholé, que significa, a la vez, tiempo de ocio e instrucción. Significado que aparecerá poste- riormente reflejado en términos como “escolástico”, en referencia a una filosofía o modo de vida orientado a mejorar las capacidades personales a través de la práctica disciplinada; o en vocablos actualmente empleados como es el de “escuela”, que denota claramente su carácter instructivo y de desarrollo personal. Frente a lo ante- rior, A-scholé es el término con el que designaba al trabajo, los griegos carecen de una palabra específica para él, así, se refieren a éste como “no-ocio” o estado de servidumbre. Por lo tanto, el ocio en la época griega representaba una forma de vida característica de una casta, que estaba en la base de la felicidad, el desarrollo y bie- nestar personales. Epicuro también aboga por la necesidad de liberación de las ocupaciones para alcanzar la serenidad dentro de uno mismo. Según Platón, el ser humano está intrínsecamente motivado para participar en actividades de ocio. Esto le lleva a afirmar que se deben facilitar oportunidades de entretenimiento a los niños que, de acuerdo con su predisposición natural, tenderán hacia ellas. Este carácter intrínseco va a ser la principal diferencia con la concepción del ocio en el imperio romano. El ocio (otium) se convierte en un medio para la meta fi- nal que es el trabajo (nec-otium). En este sentido, Cicerón habla del otium como un tiempo de descanso del cuerpo y recreación del espíritu, necesario para volver a de- dicarse al trabajo. Esto hace que se fomente el ocio popular a través del panem et circenses, a la vez que se conserva el ocio propio de la elite dominante. Ya no se busca el desarrollo personal a través de la participación en las actividades de ocio (Iso-Ahola, 1980). En este sentido, se pierde la motivación para buscar en estas ac- tividades un sentimiento de competencia, de autodeterminación y de desarrollo per- sonal. El ocio, de esta manera, adquiere un carácter únicamente instrumental.

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Tras la caída de este imperio, se produce una desaprobación y condena del modo de vida romano. Los conquistadores destruyen todas aquellas manifestacio- nes (estadios, teatros, circos, etc.) que simbolizan ese estilo de vida “ocioso”. De acuerdo con Kraus (1971), esta actitud será la que marcará el comienzo de la ética del culto al trabajo. Según la cual, se espera que las personas estén ocupadas con su trabajo la mayor parte del día, teniendo escaso tiempo para actividades de espar- cimiento. De esta forma, el ocio disponible se emplea fundamentalmente para recu- perarse del trabajo, para así, continuar con la labor. Es decir, el ocio pasa a ser una re-creación, con una finalidad instrumental, especialmente, para las clases socioe- conómicamente más bajas. Será durante la Baja Edad Media cuando aparecerá, bajo los poderes ecle- siástico y feudal, una nueva forma de ocio como exhibición social con un espíritu lúdico clasista conocida como “ocio caballeresco” (Munné, 1995), que perdurará has- ta el siglo XVIII. Las clases dominantes se dedicarán a actividades superiores como la guerra, la ciencia, la política o la religión. La disponibilidad y uso del tiempo de ocio acrecentará las diferencias sociales a lo largo de los siglos siguientes. La revolución industrial supondrá el aumento de la jornada de trabajo para hombres mujeres y niños, llegando a la explotación laboral. Lo que dará lugar a un descontento popular generalizado y al surgimiento de movi- mientos reivindicativos de tipo obrero. En este sentido, Marx adapta el concepto de alienación de Hegel, según el cual, los intentos de la clase obrera para conseguir un desarrollo y crecimiento intelectual, humano y social, se ven coartados por su dedi- cación casi exclusiva al trabajo. Por lo que declara en El Capital que la verdadera libertad y el desarrollo de la personalidad humana sólo pueden venir a través de esta disponibilidad de tiempo para el propio individuo, una vez superado el materialismo. Los logros en la reducción de la jornada laboral y la mejora en las condiciones labo- rales desde finales del siglo XIX, darán lugar progresivamente a un tiempo de ocio que llegará a las clases más humildes. Lo que originará en Occidente, especialmen- te a partir de la segunda mitad de este siglo, la democratización del tiempo de ocio y su disfrute por casi todos los estamentos sociales.

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5.2. ¿Qué se entiende por ocio?

5.2.1. Definición

La primera definición de ocio de la que se tienen referencia, es la aportada por Aristóteles (Política, I), como tiempo exento de la necesidad de labor. Tiempo que, como veíamos anteriormente es empleado por una elite en la contemplación y preparación para el ejercicio de la política y las artes. Mas recientemente, Veblen (1899) recoge esta visión de tiempo liberado de la obligación de trabajar, que es ta- mizada a través de la óptica capitalista, definiendo el ocio como utilización “no- productiva” del tiempo. Kaplan (1975), desde un análisis más amplio, destaca seis grandes aproximaciones o perspectivas desde las que abordar el concepto de ocio: -Definición clásica o humanista, basada en la premisa de que el ser humano necesita libertad de acción -Perspectiva terapéutica, desde la que se concibe el ocio como un tipo de in- tervención orientado a las personas que, por cuestiones de salud, lo requieren -Modelo cuantitativo, que identifica el ocio con el tiempo que se emplea en ac- tividades de esparcimiento -Concepto institucional, que lo identifica con un elemento del sistema social, que cumple una serie de funciones necesarias para la sociedad -Aproximación epistemológica, basada en los valores que están contenidos en la concepción de ocio de cada cultura particular -Perspectiva social, que se basa en la idea de que el ocio, al igual que el resto de la realidad, se define en un contexto en el que intervienen actores sociales que crean su propio sistema o universo de significados acordados.

Es de gran interés la revisión llevada a cabo por Lawton (1993) en su análisis del ocio durante el envejecimiento. Este autor, en un intento de sistematización de las múltiples connotaciones a que ha dado lugar el concepto de ocio, destacó una serie de agrupaciones o categorías de los significados más representativos que apa- recen recogidos en la literatura psicológica. Concretamente estas categorías reflejan: el ocio como experiencia, como desarrollo personal y como actividad social. Catego-

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rías que albergan una serie de dimensiones o significados específicos, y que han sido denominadas de diferentes formas por varios autores (Ver tabla 1).

De Grazia (1964) define el ocio como aquella actividad que contiene en sí misma la finalidad de su realización, sin que la persona que la lleva a cabo la utilice de manera propositiva para la obtención de otro beneficio que no sea ese. San Mar- tín, López y Esteve (1999), en un interesante trabajo de delimitación del concepto de ocio, añaden a la dimensión de “Finalidad”, la de “Nivel de Esfuerzo”, lo que per- mite incluir bajo este nombre actividades que van desde aquéllas donde predomina la relajación y escasa activación, hasta otras en las que el componente de discipli- na, reto y superación personal ocupa un lugar destacado. Estas últimas entrarían dentro del denominado “ocio serio” (Stebbins, 1992, 1997). John Neulinger (1974, 1981) incorpora la noción de libertad en la acotación del concepto de ocio. Para este autor, cuando una actividad es libremente elegida por la persona, y se lleva a cabo sin tener otro propósito adicional distinto a la propia satisfacción que supone realizar- la, esta actividad puede considerarse como ocio. O, como afirman Csikszentmihalyi y Kleiber (1991), la actividad llega a ser “autotélica”, es decir, tiene como única finali- dad ella misma. Neulinger ofrece una definición comprehensiva de ocio que contiene las tres dimensiones fundamentales que delimitan este concepto: grado de libertad en la elección, motivación intrínseca-extrínseca y orientación instrumental-final. Ejes que remarcan su carácter subjetivo y que advierten la notable influencia de los facto- res culturales en la clasificación de una actividad dentro de la categoría de “ocio”. La definición aportada por Argyle (1996) recoge estos significados: “Son aquellas actividades que la gente hace en su tiempo libre por- que quiere, en su interés propio, por diversión, entretenimiento, me- jora personal o cualquier otro propósito voluntariamente elegido que sea distinto de un beneficio material” (Argyle, 1996, p.3). Esta concepción del ocio como experiencia personal trata de superar las considera- ciones algo simplistas que, o bien definen el ocio desde la perspectiva del tiempo libre versus tiempo para el trabajo, o atienden a la actividad concreta calificada como ocio. Estas perspectivas presentan una gran correspondencia con los términos “tiempo libre” y “recreación” respectivamente, en muchas ocasiones empleados co- mo sinónimos de "ocio".

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OCIO COMO EXPERIENCIA

Satisfacción intrínseca -flujo (flow) Csikszentmihalyi (1975) Soledad deseada Tinsley (1984); Iso-Ahola (1990); Havighurst (1961) Diversión Gordon, Gaitz y Scott (1976); -compensación- Ellis y Witt (1984); Tinsley y Kass (1980) Relajación Gordon, Gaitz y Scott (1976); Havighurst (1961); Ellis y Witt (1984); Pierce (1980); Witt y Bishop (1970); - catarsis- Ellis y Witt (1984); -tiempo desocupado- Tinsley y Tinsley (1986); -escape- Kelly (1983); -tiempo de reali- zación- Pierce (1980); -rutina deseada- Tinsley (1984)

OCIO COMO DESARROLLO

Desafío intelectual Overs, Taylor, Cassell y Chernov (1977); -aprendizaje- Gordon, Gaitz y Scott (1976); -actividad mental- Lounsbe- rry y Hoopes (1988); -intelección- Pierce (1980); - estimulación intelectual- Tinsley y Johnson (1984) Competencia personal Kelly (1983); -dominio (“mastery”)- Unger y Kernan (1983); -logro- Lounsberry y Hoopes (1988); Pierce (1980); -compentencia de ocio percibida- Ellis y Witt, 1984; -desarrollo de habilidades- Ellis y Witt (1984); auto- imagen, Ellis y Witt (1984) Salud Kelly, Steinkamp y Kelly (1986); Lounsberry y Hoopes (1988); -energía adicional- Ellis y Witt (1984) Expresión y desarrollo personal Kelly (1983); Tinsley, Teaff, Colbs y Kaufman (1985); Havighurst (1961); -autoactualizacion- Tinsley y Kass (1980) Creatividad Gordon, Gaitz y Scott (1976); Havighurst (1961); Louns- berry y Hoopes (1988); Ellis y Witt (1984); -expresión estética- Tinsley y Johnson (1984)

OCIO COMO ACTIVIDAD SOCIAL

Interacción social Gordon, Gaitz y Scott (1976); Kelly, Steinkamp y Kelly (1986); Lounsberry y Hoopes (1988); Ellis y Witt (1984); - compañía- Overs, Taylor, Cassell y Chernov (1977); Tins- ley y Johnson (1984); Havighurst (1961); -intimidad- Pier- ce (1980) Estatus social Ellis y Witt (1984); -poder- Pierce (1980); Tinsley y Kass (1980); -supervisión de los demás- Havighurst (1961); - competición- Csikszentimihalyi (1975) Servicio Havighurst (1961); Tinsley y Kass (1980); Tinsley, Teaff, Colbs y Kaufman (1985)

Tabla 1. Significados del concepto “ocio”. Fuente: Adaptado de Lawton (1993)

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Munné (1995) rechaza la identificación de “tiempo libre” con ocio, ya que el primero es aquél del que la persona dispone una vez que se ha liberado de la obli- gación de trabajar, lo que no implica que sea necesariamente tiempo de ocio. Así, el individuo, junto con el deber que se supone su ocupación laboral diaria, se encuen- tra con toda una serie de obligaciones a las que debe atender en el desenvolvimien- to de su vida cotidiana (satisfacción de necesidades fisiológicas básicas, aseo per- sonal, desplazamientos, compras, atención a familiares, cuidados de salud, etc.), que le ocupan un tiempo que aun no pudiendo ser calificado como “trabajo” tampoco entra en la categoría de ocio. Dumazedier (citado por Munné, 1995) califica a estas actividades como “semiocios” (semiloisirs). Munné (1995), en su revisión del concep- to “tiempo libre”, destaca cinco significados: 1. Aquél que queda después del trabajo 2. El que queda libre de las necesidades y las obligaciones cotidianas 3. El que, quedando libre de las obligaciones anteriores, se emplea en lo que uno quiere 4. Aquél que se emplea en lo que uno quiere 5. Aquella parte del tiempo fuera del trabajo destinada al desarrollo físico e intelectual del hombre en cuanto fin en sí mismo. Este autor destaca el carácter electivo, definiéndolo como: “El tiempo ocupado por aquellas actividades en las que domina el autoconocimiento, es decir, en las que la libertad predomina sobre la necesidad”. 5.2.2. Tipologías de ocio.

De lo anterior se deduce que hay una gran diversidad de actividades que pueden incluirse dentro de la categoría general de “ocio”. Es más, de acuerdo con su definición subjetiva, incluso la realización de una actividad que, objetivamente, se calificaría como “trabajo”, puede ser percibida como ocio por el actor. Por este moti- vo, ha habido diversos intentos de clasificar estas actividades. Richie (1975), analizó una serie de actividades tradicionalmente consideradas como ocio, y extrajo cuatro grandes dimensiones: actividades activas versus pasivas, individuales versus grupa- les, simples vs. complejas, y aquellas que son para pasar el rato frente a aquellas que requieren una mayor implicación. Ragheb (1980) se decide por agruparlas en seis categorías: mass-media (ver televisión o leer un periódico); actividades cultura- les (teatro, conciertos, danza, etc.); actividades deportivas; actividades al aire libre

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(camping, jardinería, caza, etc.); actividades sociales (visitas a amigos, fiestas, etc.), y hobbies o pasatiempos (fotografía, pintura, coleccionismo, etc.). Argyle llega a de- cir en su Psicología Social del Ocio:

“Hay una gran variedad entre las diferentes clases de ocio, lo que hace que deban considerarse por separado. Por ello necesitamos una tipología o, al menos, un listado de estas actividades, ya que, aún hoy, carecemos de una tipología comúnmente aceptada” (Argy- le, 1996, p. 4).

Y propone una clasificación basada en diez tipos de actividades de ocio tan sujeta a opinión y crítica como las anteriores. Bajo las diferentes formas de ocio subyacen también diferentes necesidades. Kabanoff (1982) ofrece una clasificación de estas necesidades en once grandes grupos:

1. Autonomía: organizar proyectos y actividades que resulten significativas desde un punto de vista personal. 2. Relajación: actividades que permitan dar al cuerpo y/o a la mente un descanso. 3. Actividades familiares: que refuercen los vínculos entre sus integrantes. 4. Huir de la rutina: para olvidarse de las responsabilidades de la vida diaria. 5. Interacción: disfrutar de la compañía de los demás y hacer nuevos amigos. 6. Estimulación: a través de actividades que aporten nuevas experiencias. 7. Uso de habilidades. 8. Salud: mantenimiento de una buena forma física y un estado saludable. 9. Estima: con acciones que permitan ganarse el respeto o la admiración de los demás. 10. Desafío/competencia: poniéndose a prueba en situaciones difíciles. 11. Liderazgo/poder social: mediante el desarrollo de actividades en las que se pueda desempeñar un papel destacado de liderazgo.

En lo referente a las actividades de ocio en personas mayores, uno de los primeros intentos de clasificación corresponde a Overs, Taylor, Cassell y Chernov (1977), quienes las agruparon cualitativamente en nueve categorías: juegos, educa- ción y entretenimiento cultural, deportes, naturaleza, arte, coleccionismo, artesanía,

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voluntariado y participación en organizaciones. Kelly (1987) utilizó ocho categorías: culturales, viajes, actividades relacionadas con la casa, ejercicio físico, familia, acti- vidades fuera de casa, comunitarias y sociales. Stones y Kozma (1986) optaron por clasificarlas en función del contexto en el que se realizaran, lo que les llevó a consi- derar cuatro grandes entornos de actividad en las personas mayores: implicación con la familia, actividades solitarias, implicación con la comunidad y actividad relativa al hogar. Bammel y Burrus-Bammel (1996) consideran la actividad física y la sociali- zación como los ejes básicos en la clasificación de las actividades de ocio en las personas mayores. El cruce de ambas dimensiones da lugar a cuatro categorías (ac- tivo-social, activo-aislado, sedentario-social y sedentario-aislado) de actividades, con diferentes efectos sobre la salud física y psíquica del mayor.

De todo esto se deduce que la mayor parte de las investigaciones que han abordado el fenómeno del ocio y las actividades que se vinculan a él, han adolecido de falta de unos criterios claros de identificación y clasificación del objeto de estudio. Lo que nos advierte de la dificultad que supone la obtención de conclusiones globa- les a partir de la revisión de los estudios que sobre las actividades de ocio se han ido sucediendo a lo largo de las últimas décadas. Estos estudios muestran la diversidad de actividades (formales, solitarias, altruistas, fuera de casa, etc.), sujetos (niños, jóvenes, adultos y mayores), culturas y condiciones socioeconómicas analizadas, así como su abordaje en distintos contextos (institucional, comunitario o familiar) que se han contemplado, lo que reduce considerablemente la posibilidad de generalización de los resultados obtenidos.

5.3. Patrones de actividad y ocio durante el proceso de envejecimiento.

Es preciso atender a las variaciones en la autonomía personal a lo largo de este proceso. En este sentido, se pueden delimitar, a grandes rasgos, dos etapas diferenciadas: una caracterizada por un “envejecimiento activo”, que abarcaría apro- ximadamente hasta los setenta y cinco años aproximadamente; y la segunda, a partir de esta edad, con un grado de dependencia más marcado, que condiciona, restringe y, en ocasiones, imposibilita las oportunidades de ocio. Atendiendo al ca- rácter gradual de este aumento de dependencia, algunos autores incluyen una terce- ra etapa de transición entre ambas (Kelly y Godbey, 1992).

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Durante el período caracterizado por la independencia funcional del mayor, las posibilidades de participación en actividades de ocio permanecen tan abiertas como puedan estarlo durante la etapa adulta. En este sentido, también se ha de te- ner en cuenta que la anticipación voluntaria de la edad de jubilación está provocando que muchas personas se enfrenten a este período de sus vidas en unas condiciones biopsicosociales de gran competencia y potencialidad de acción. Esto les permite participar en un gran número de actividades. No obstante, el patrón característico durante esta etapa va a ser la continuidad con las actividades de ocio desarrolladas con anterioridad (Atchely, 1989). Asimismo, y sin olvidar las diferencias culturales que afectan a los patrones de ocio, los resultados del estudio de Searle, Mactavish y Brayley (1993) muestran que la gran parte de los mayores tienden a mantener el mismo patrón de ocio que había desarrollado anteriormente (Ver figura 1).

Parece ser que las personas mayores tienen tendencia a buscar formas de ocio más familiares, con una escasa afinidad por aquellas actividades que supongan una gran novedad. La mayor parte de las actividades van a estar vinculadas a la fa- milia, que junto con la comunidad próxima (amigos y vecinos) se constituyen en los dos contextos de actividad principales. En este sentido, los hombres se suelen impli- car en tareas que giran en torno al hogar (bricolaje, jardinería, cuidado de animales, etc.), así como a reunirse con sus amigos para charlar, jugar a juegos de mesa o, simplemente, pasar el tiempo en compañía (Subirats, 1992). Las mujeres, una vez liberadas de las obligaciones de cuidado dentro de casa, suelen reforzar los vínculos con sus familiares próximos a través de las visitas y de la ayuda informal (Kelly y Godbey, 1992). No hay que olvidar el importantísimo papel de sostén que están cumpliendo muchos abuelos y abuelas en aquellos hogares en que ambos cónyuges trabajan. Esta función de satisfacción de las demandas familiares ha quedado de- mostrada en diferentes investigaciones llevadas a cabo en nuestro país (Rodríguez y Sancho, 1995; Bazo, 1994, 1996). Dicha colaboración supone una importante ocu- pación del tiempo libre para un importante número de nuestros mayores La implica- ción en actividades que supongan un bajo costo económico es la que predomina (ver la televisión, visitar a amigos y familiares, y la rutina de la vida diaria).

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Tipo de patrón de participación

Continuadores Incrementadores Reemplazadores Reductores 60 a 55 50 45 40 35 30

grupo 25 20 15 10 5 Porcentaje de personas en cad 0 16-24 25-34 35-44 45-64 65+ Grupo de edad

Figura 1. Patrones de ocio a lo largo de la vida. Fuente: Adaptado de Searle, Mactavish y Brayley (1993).

Entre las actividades formales, la actividad religiosa supone una de las más frecuentes, estas prácticas religiosas son más frecuentes en las mujeres y suelen aumentar con la edad (Courtenay, Poon, Martin, y Clayton, 1992; McFadden, 1995; Zorn y Johnson, 1997). Excepto algún acontecimiento eventual como un viaje o la asistencia a algún espectáculo, la jubilación supone para la mayor parte de la pobla- ción un patrón de vida bastante predecible. A pesar de esto, hay variables como el estatus socioeconómico y la educación que van a afectar a la participación en de- terminadas actividades específicas como viajar, ver la televisión o interesarse por el arte (Kando, 1980; Ouellette, 1996; Subirats, 1992; Zuzanek, 1978). El deporte, aunque aún es una actividad poco frecuente entre los mayores, parece ir en aumento en los últimos años. Este incremento lo han experimentado tanto aquellas prácticas consideradas como más suaves (por ejemplo, caminar o jugar a la petanca) como también, atendiendo a la mejor forma física de los pensio- nistas actuales, otras actividades con un mayor componente físico (por ejemplo, ex- cursionismo, natación, marcha, aeróbic, etc.) (Subirats, 1992). No obstante, la parti- cipación en este tipo de actividades está condicionada por el nivel socioeconómico, produciéndose con mayor frecuencia entre las personas mayores con una educación y rentas más altas (Fernández-Mayoralas, Rojo y Rodríguez, 1994).

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Riquelme (1997) obtiene los siguientes resultados (Ver tabla) en cuanto a tiempo de dedicación a actividades de ocio y satisfacción obtenida de una muestra de personas mayores residentes en la comunidad. Los porcentajes que se indican en la tabla corresponden a la proporción de personas que marcan las opciones “bas- tante” o “mucho” con relación a la dedicación o satisfacción con cada tipo de activi- dad. Como se puede apreciar en la tabla, las dos actividades a las que nuestros ma- yores dedican más tiempo y, también, de las que obtienen mayor satisfacción son la actividad social y ver la televisón. La primera de ellas es calificada como bastante o muy satisfactoria por las tres terceras partes de las personas encuestadas. ACTIVIDAD Dedicación Satisfacción (Porcentaje) (Porcentaje) Televisión 62,1 65,9

Actividad social 61,8 74,8

Deporte 40,2 59,2

Viajes y excursiones 36,9 61,4

Actividades manuales 30,7 48,8

Juegos de mesa 30,6 44,6

Animales de compañía 17,7 36,7

Otras 16,8 21,6

Bares/cantina 10,3 18,4

Arte (pintar, leer, escribir, etc.) 10 30,2

Dedicación y satisfacción con las actividades de ocio de personas mayores resi- dentes en la comunidad. Fuente: Riquelme, 1997.

5.4. Teorías relativas a los cambios de actividad producidos en el proceso de envejecimiento.

5.4.1. Teoría de la Desvinculación.

Fue desarrollada al inicio de los años sesenta en el seno de un grupo de investi- gadores sociales pertenecientes al Comité de Desarrollo Humano de la Universidad de Chicago. Entre sus componentes destacan: Elaine Cumming, William E. Henry,

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Robert J. Havighurst y Bernice L. Neugarten. La formulación de la teoría como tal (Disengagement Theory) correspondió a los dos primeros (Cumming y Henry, 1961). Este grupo, al tener en cuenta que la mayor parte de los ancianos continua- ban viviendo en la comunidad durante toda su vida, planteó la necesidad metodoló- gica de estudiar a las personas mayores en su ambiente natural de forma continua- da, dentro de su entorno cotidiano, y no en los hospitales, asilos o residencias. Observaron un progresivo abandono con el paso de los años de una gran pro- porción de las actividades que anteriormente formaban parte del patrón normal de actividad diaria desarrollado por las personas evaluadas. Lo que dio lugar a la formu- lación de esta teoría, cuyos postulados aparecen en la tabla (Ver tabla 2). Su argu- mento central es que la desvinculación o desconexión es un proceso inevitable que acompaña al envejecimiento, en el que gran parte de los lazos entre el individuo y la sociedad cambian cualitativamente, se alteran o llegan a romperse. En este sentido, éste sería el proceso normal que tiene lugar durante el envejecimiento. El proceso de retirada, desconexión o desvinculación tendrá un carácter bidireccional, es decir, tanto de la sociedad hacia el individuo como de éste hacia la primera. En esta línea, definirá posteriormente Cumming la “vinculación” (engagement) como: “la interpene- tración entre una persona y la sociedad a la que pertenece” (Cumming, 1964). Esta teoría es a la vez social y psicológica, pues se ocupa tanto de las relaciones entre el individuo y la sociedad, como de los cambios que acontecen en el interior de la persona a lo largo de este proceso de retirada. Según Cumming y Henry este dis- tanciamiento tiene carácter universal, es decir, los mayores de cualquier cultura son proclives a ciertas formas de distanciamiento social, adoptando modelos de interac- ción que conllevan la reducción de contactos sociales. Estos autores afirman que esta mutua desconexión es beneficiosa tanto para la sociedad, que de esta manera facilita la incorporación de otras generaciones a la compleja maquinaria social, como para la persona, que se ve liberada de una serie de compromisos y obligaciones so- ciales implícitas adscritas a su anterior rol más activo. Desde un contexto más so- cioeconómico, la teoría de la Modernización (Cowgill y Holmes, 1972), ha justificado esta desvinculación a partir del descenso del status del mayor, como consecuencia de su dependencia social y económica, favorecida por una cultura basada en el tra- bajo y en el culto a la juventud (San Roman, 1990).

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POSTULADOS

1º Aunque hay diferencias personales, la espera de la muerte es un hecho uni- versal. Asimismo, es normal que se produzca un decremento de las habilidades con la edad. Por este motivo, tendrá lugar una mutua ruptura de vínculos entre la perso- na y la sociedad.

2º Debido a que en las interacciones personales se crean y reafirman las normas sociales, una reducción en el número o variedad de aquéllas da lugar a un incremen- to de la libertad frente a estas normas que gobiernan el comportamiento social de cada día. Esto hace que, una vez iniciada, la desvinculación se convierta en un pro- ceso circular que se perpetúa a sí mismo.

3º Teniendo en cuenta que el rol característico de los hombres en la sociedad americana es instrumental, y que el de las mujeres es socio-emocional; en el proce- so de desvinculación se observarán diferencias entre ambos.

4º El ciclo vital de cada persona se caracteriza por cambios internos como, por ejemplo, una disminución del conocimiento y las habilidades. El éxito en la sociedad industrial se basa en ese conocimiento y habilidad. El remplazo generacional se convierte en un mecanismo social empleado para asegurar que los jóvenes estén capacitados para asumir las funciones de los mayores antes de su retiro. En este sentido, la desvinculación puede partir del propio individuo, debido a los cambios internos, de la sociedad o, simultáneamente, de ambos.

5º Cuando tanto el individuo como la sociedad están preparados para la desvin- culación, ésta es completa. Cuando ninguno lo está, la desvinculación se produce de una forma continuada. Cuando el sujeto está preparado pero no así la sociedad, se produce una disfunción con las expectativas de rol, aunque esto no suele parar el proceso de desvinculación.

6º Debido a que el abandono de los roles centrales –trabajador para los hom- bres, matrimonio y familia para las mujeres- da lugar a una drástica reducción del espacio social vital, que puede ocasionar una crisis personal a menos que la perso- na disponga de otros roles sustitutivos disponibles.

7º Cuando la persona es plenamente consciente de la limitación temporal de la vida, del escaso tiempo vital del que dispone y de la disminución de energía interior, la preparación o disponibilidad para su proceso de desvinculación ha comenzado.

8º La reducción de la interacción y la pérdida de los roles centrales de la persona da lugar a un incremento cualitativo de las relaciones en los roles que se mantienen.

9º La desvinculación es un concepto libre de cultura, pero la forma que va a to- mar siempre tendrá una limitación cultural. Tabla 2. Teoría de la Desvinculación. Fuente: Cumming y Henry (1961).

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En el plano psicológico, el individuo “desvinculado”, siempre y cuando asuma ese nuevo papel, tiene una sensación de bienestar psicológico. Es decir, conforme enve- jece, su acción en el plano social decrecerá voluntariamente en la misma medida, produciéndose un alejamiento mutuo de la sociedad y de la persona, que será perci- bido por el sujeto como “liberador” y que, por tanto, contribuirá a incrementar su sa- tisfacción personal. Esta teoría afirma que las personas mayores desean precisa- mente esa reducción de los contactos y compromisos sociales, por lo que buscan la tranquilidad en un cierto aislamiento (Aragó, 1986). De acuerdo con lo anterior, la promoción de la actividad en este colectivo iría en contradicción con su tendencia natural. En su día, no le faltaron las críticas a esta novedosa teoría. Una gran parte se centraban en la supuesta universalidad del proceso de desvinculación. En este sen- tido, basta analizar los propios postulados de la teoría para darse cuenta de sus in- consistencias al sostener afirmaciones tan dispares como, por ejemplo: que es un proceso que no depende de la cultura pero que va a verse limitado por ella (postula- do nº 9); o que, en el mismo seno de la sociedad americana en la que se circunscri- be, se verá matizada por las diferencias socioculturales que afectan a hombres y mujeres (postulado nº 3). Las críticas también alcanzaron al carácter global y permanente del proceso. Ha- vighurst (1967) destacó la necesidad de contemplar aspectos cualitativos. Este autor considera que lo que se produce no es tanto una disminución cuantitativa en las actividades sociales, sino más bien una reestructuración cualitativa que denomina proceso de “desvinculación-vinculación selectiva”, y que lleva a continuar, e incluso potenciar, determinados tipos de actividades. Esta misma idea aparece recogida en el concepto de “Desvinculación transitoria” desarrollado posteriormente por Lehr (1969), o en el metamodelo de “Optimización Selectiva con Compensación” (Baltes y Baltes, 1990; Baltes y Carstensen, 1996; Freund y Baltes, 1998). Otra serie de críti- cas incidieron en la necesidad de considerar las diferencias de personalidad y su repercusión sobre los patrones de envejecimiento. Reichard, Livson y Peterson (1962), basados en la teoría de la desvinculación, desarrollaron una sistema con cin- co tipos de personalidad: maduro, pasivo, blindado o defensivo, colérico y autoagre- sivo. Tipologías que tienen un alto grado de coincidencia con las descritas por Neu-

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garten, Havighurst y Tobin, (1968) en función de la actividad desarrollada por el ma- yor: integrados, blindados, pasivo-dependientes y no integrados. Sea como fuere, si bien actualmente esta teoría se considera superada, hay que concederle la importancia que merece al ser el primer intento en ofrecer una formulación explícita en el contexto de la Gerontología Social. Junto con su coetánea teoría de la actividad, han sido las que más atención investigadora han recibido pos- teriormente. Así, incluso durante la década de los noventa, han sido varios los auto- res que han retomado su análisis (Achenbaum y Begtson, 1994; Hendricks, 1994; Johnson y Barer, 1992; Lumpkin, 1990; Maddox, 1994)

5.4.2. Teoría de la actividad.

El iniciador de esta concepción explicativa acerca del proceso de envejecimiento y los cambios sociales que en él acontecen es Tartler (1961), aunque las primeras referencias a esta teoría como tal corresponden a Neugarten, Havighurst y Tobin (1961). Desde sus formulaciones iniciales han sido muchos los trabajos que se han dedicado a investigar el papel que juegan las actividades en el mantenimiento del bienestar subjetivo entre los mayores (Lemon, Bengtson y Peterson, 1972; Longino y Kart, 1982; Reitzes, Mutran y Verrill, 1995). Esta teoría, a diferencia de la anterior, predice que la satisfacción de los mayores, independientemente de su edad, estará positivamente relacionada con el número de actividades en que participen. En este sentido, su formulación se planteó con la intención de explicar el envejecimiento exi- toso. Lemon, Bengtson y Peterson (1972) enuncian cuatro postulados básicos:

1º Cuanto mayor es la pérdida de rol que se produce durante el envejecimiento, mayor es la probabilidad de que la persona reduzca su actividad.

2º A mayor frecuencia y grado de intimidad de la actividad, mayor apoyo de rol recibe la persona. 3º El apoyo de rol que se recibe se relaciona directamente con el autoconcepto experimentado por la persona.

4º El autoconcepto positivo, se relaciona directamente con la satisfacción vital.

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Como se ve, mantiene una tesis contraria a la defendida por la teoría precedente en la que se afirma que la relación entre actividad y satisfacción personal disminuye con la edad (Cumming y Henry, 1961). Los postulados expuestos muestran la clara vin- culación de esta teoría con la teoría de la identidad social (Tajfel, 1984) y con el inte- raccionismo simbólico (Blumer, 1969). Desde esta perspectiva, el desempeño de roles activos durante el proceso de envejecimiento resulta crucial para la percepción que tiene la persona de sí misma y para su adaptación social (Mannell y Kleiber, 1997). Por ello, sus autores defienden la idea de que para alcanzar este objetivo, las personas, a medida que envejecen, deben reemplazar aquellos roles y actividades que formaban parte de su vida adulta, por otros nuevos, de forma que puedan man- tener estilos de vida activos. Esta cuestión es, sin lugar a dudas, una de las que más debates ha generado a lo largo de la historia de la Gerontología como disciplina. No obstante, la confirmación empírica de esta teoría ha dado resultados dispares. Así, la revisión de estos estudios ofrece, a veces, conclusiones opuestas entre sí. En este sentido, el estudio de Lemon, Bengtson y Peterson (1972) no corroboró sus hipóte- sis iniciales. Frente a esto, y de manera casi simultánea, Palmore y Luikart (1972) encuentran que la actividad organizada representa, después de la salud, la segunda variable predictora de la satisfacción vital a medida que avanza la edad. Este poder predictivo alcanza el primer lugar entre las variables consideradas en el estudio de Markides y Martin (1979). Diez años después, la replicación del estudio de Lemon y otros, realizada por Longino y Kart (1982), ofrecía unos resultados que merecen ser comentados. Por una parte, en las tres muestras analizadas, la actividad informal, conforme a la hipó- tesis inicial de Lemon, era la que más se relacionaba con la satisfacción vital de los mayores. Además, contrariamente a lo hallado por Palmore y Luikart (1972), la acti- vidad formal se correlacionaba inversamente con la satisfacción vital. No obstante, los propios autores señalan la posibilidad de que sea precisamente una baja satis- facción vital lo que conduzca a las personas mayores a implicarse en actividades formales, que les permitan paliar la soledad y aburrimiento experimentados. Otra posibilidad es que las actividades formales actúen como substrato en cuyo seno se desarrollan las relaciones de apoyo que van a permitir incrementar el autoconcepto. En este sentido, su potencial benéfico dependerá de la calidad de las relaciones so- ciales a que den lugar, pudiendo ocurrir que, si éstas son excesivamente críticas o

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negativas para el sujeto, afecten negativamente de manera directa a su autoconcep- to e indirectamente a su satisfacción vital. El metanálisis llevado a cabo por Okun, Stock, Haring y Witter en 1984 aporta apoyo a la teoría. Así, en las 107 investigaciones analizadas, de las 506 asociacio- nes entre actividad y bienestar subjetivo estudiadas, 424 eran relaciones directas. Además, esta relación se veía reforzada cuando se controlaba el efecto de covaria- bles tales como salud, educación, género o ingresos, entre otras. Este efecto era más significativo para las actividades formales. El tipo de medida tanto de bienestar subjetivo (satisfacción/felicidad) como de la actividad social (frecuencia/amplitud), así como las personas con las que se lleva a cabo la actividad (amigos/vecinos) afecta- ba a la magnitud de la relación; concretamente las mayores relaciones se encontra- ban cuando se tomaban medidas de felicidad, amplitud de la actividad social des- arrollada y actividades desarrolladas con amigos. En este metanálisis también se observó que los resultados de los estudios eran sensibles al tamaño y características de las muestras empleadas, siendo mayor cuando la muestra era aleatoria o proce- día de contextos no institucionales. Los resultados anteriores pueden explicar parte de las inconsistencias que los estudios han mostrado. Estas inconsistencias, lejos de desacreditar el núcleo teórico de este modelo, han animado a los investigadores a profundizar en él, tratando de encontrar los mecanismos que median la relación entre la actividad desarrollada por los mayores y sus beneficios potenciales. En este sentido, una revisión de la literatu- ra muestra los numerosos estudios llevados a cabo durante los años ochenta y no- venta. Ejemplo de ello es el estudio realizado por Hoyt, Kaiser, Peters y Babchuk (1980), en el que abordan la teoría de la actividad tomando la variable satisfacción vital como un constructo multidimensional. Adoptando una perspectiva más interna, Holahan (1984-85, 1988) analiza la relación entre patrones de actividad y bienestar psicológico considerando variables motivacionales. McClelland (1982), desde el inte- raccionismo simbólico, analiza los efectos mediadores del constructo autoconcepto en la relación entre el patrón de actividad desarrollado durante el envejecimiento y la satisfacción vital. Reitzes, Mutran y Verill (1995) incorporan a su análisis una variable en estrecha relación con la anterior, como es la autoestima. A comienzos de la dé- cada de los noventa, Sagy, Antonovsky y Adler (1990) presentan su Modelo de Co- herencia, que introducen a partir de la teoría de la actividad, y en el que ocupa un

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lugar destacado la percepción de control como mecanismo mediador. Recientemen- te, Herzog, Franks, Markus y Holmberg (1998) han diferenciado entre actividades productivas y de ocio, profundizando más en esta relación sobre la percepción de control sobre el medio. Así mismo, a lo largo de esta década, han sido numerosos los estudios que han analizado los efectos de la actividad en diferentes contextos residenciales (Ajes, Schur y Noelker, 1997; Madigan, Mise y Maynard, 1996; Martin y Smith, 1993; Williams, Haber, Weaver y Freeman, 1998). Todo ello muestra la relevancia actual de una teoría que continúa en desarro- llo tras más de treinta años desde su formulación inicial. Entre los autores españoles, algunos se decantan abiertamente a su favor. Este es el caso de Subirats:

“Rechazamos, pues, abiertamente las corrientes del llamado “disengagement”, que sólo entiende la vejez como “retiro”, “desvinculación de los compromisos físicos, psicológicos y sociales de las personas a partir de una cierta edad que marca formalmente la entrada en el período de vejez. La capacidad de mantenerse activo, útil, nos parece, en cambio mucho más adecuada para contribuir a la sensación-percepción de felicidad-confort del colectivo de personas mayores favoreciendo sus condiciones vitales.” (p. 38).

5.4.3. Teoría de la Continuidad.

Su autor, Atchley (1989, 1971, 1972), propuso este modelo en 1989 en un intento de superar las críticas recibidas por las dos teorías precedentes. Según esta teoría del desarrollo, el ser humano lleva a cabo una serie de elecciones adaptativas a lo largo de la etapa adulta y del envejecimiento que suponen una continuación de los patro- nes de comportamiento mantenidos de manera más o menos estable a lo largo de su ciclo vital. Se asume, por tanto, que las habilidades y patrones adaptativos que una persona ha ido forjando durante su vida, van a persistir en el tiempo, estando presentes también en este último tramo. La Teoría de la Continuidad tiene un enfoque constructivista (Kelly, 1995), ya que asume que las personas, en función de sus experiencias vitales, desarrollan activa- mente, sus propios constructos o concepciones tanto acerca de sí mismos como de su estilo de vida (Atchley, 1993). A pesar de tratarse de una teoría del desarrollo aplicable a todo el ciclo vital, va a tener una especial relevancia en el proceso de envejecimiento y en la explicación de los patrones de actividad que va a presentar la

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persona durante esta etapa. En este sentido, uno de los puntos más relevantes de la Teoría de la Continuidad será el relativo al proceso de adaptación en la adultez y senectud. Esta teoría, en línea con la afirmación de Havighurst (1961), de que diferentes personas con diferentes valores definirán de manera igualmente distinta lo que para ellos es un buena vejez, no trata de prescribir lo que sería un patrón estándar de comportamiento exitoso durante esa etapa, pues éste va a depender de la propia historia del sujeto. Lo que sí establece es que las personas mayores preferirán, co- mo en otras etapas de sus vidas, los patrones de comportamiento que supongan una continuidad a aquellos otros que representen un cambio substancial. Esto no quiere decir que haya una completa ausencia de cambio, sino que lo que predomina- rá es una disposición a mostrar tendencias que supongan la continuación de es- quemas anteriores. Por lo tanto, según esta teoría, durante el proceso de envejecimiento no se pue- de afirmar con carácter general que se produce una desvinculación social del sujeto, ni que un aumento de su actividad o participación llevará aparejado un incremento en su nivel de bienestar subjetivo en la misma medida. Lo que establece es que el nivel de actividad que un persona va a manifestar en este proceso estará en función de su trayectoria vital y del patrón de actividades que haya presentado durante las etapas anteriores. La continuidad representa, de esta manera, un modo de afrontar los cambios físicos, mentales y sociales que acompañan al proceso de envejecimiento. Esta continuidad en la actividad de las personas mayores se va a observar tanto en los ámbitos en los que se va a desarrollar como en las preferencias sobre las ac- tividades que van a llevar a cabo (Wise, Hartmann y Fisher 1992). Así, por ejemplo, vemos como hay personas mayores que están centradas en sus hogares (por ejem- plo, las amas de casa) cuyas preferencias se orientan a las actividades que se des- arrollan en este ámbito (por ejemplo, tareas domésticas, manualidades, ver la televi- sión, cuidado de plantas y animales, etc.); en otras, por ejemplo, tiene un importante peso la actividad religiosa, lo que les lleva a implicarse en ocupaciones que están vinculadas a este ámbito (por ejemplo, acudir a encuentros religiosos, colaborar con las actividades de su parroquia, visitar a enfermos, etc.); para otros, las actividades de ocio y esparcimiento ocupan un papel importante dentro de su ritmo de vida (por

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ejemplo, asistencia a clubes y hogares, participación en viajes, asistencia a espectá- culos, etc.). Las preferencias individuales se verán influidas a lo largo de toda la vida tanto por la satisfacción que la realización de esas actividades le reporta a la persona co- mo por las normas sociales. No obstante, frecuentemente, el proceso de envejeci- miento puede tener un efecto en estas preferencias, según Atchley (1993) aumen- tando el peso progresivo que van a tener, a la hora de elegir las actividades que ocuparán su tiempo, las experiencias previas de la persona y el placer que experi- menta al realizarlas. Este patrón de continuidad no sólo se manifestará en el nivel de actividad que muestran las personas mayores, también encontrará su eco en el resto de esferas que componen el comportamiento (Atchley, 1993). Así, se podrá observar una conti- nuidad interna, manifiesta a través de la existencia a lo largo del tiempo de patrones psíquicos estables, tales como: el temperamento de la persona, sus preferencias, actitudes, creencias, visión del mundo, etc. Para tener un sentido de continuidad interna, identidad o self, el individuo ha de vincular los cambios internos que tienen lugar con el paso del tiempo y conectarlos con su pasado, de forma que se refuerce la sensación de coherencia vital (Sagy, Antonovsky y Adler 1990). En este sentido, hay una considerable evidencia de conti- nuidad en los aspectos globales del self (Troll y Skaff, 1997). Así, las valoraciones y atribuciones globales que las personas hacen acerca de ellos mismos permanecen a pesar de los cambios que puedan sufrir en el desarrollo de su vida diaria (Atchley, 1991). Las personas tenemos una fuerte motivación para conseguir esa continuidad in- terna, especialmente en lo relativo a nuestra identidad. Esta continuidad interna in- crementa nuestro sentido de seguridad y autoestima, así como el carácter predecible de la realidad en la que nos vemos insertos. Este mismo autor compara esta conti- nuidad interna con la representación de una obra de teatro y los cambios que conti- nuamente se van produciendo en el escenario a lo largo de la función

“...La identidad del adulto es como un escenario en el que los viejos decorados, a veces, se cambian de emplazamiento, se reto- can o son sustituidos por otros nuevos para incorporar nuevas esce- nas a la obra que se ha venido representando durante años. Los ac-

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tores, en ocasiones, han de incorporar otros repertorios necesarios para su actuación. Algunos de estos actores secundarios se reincor- poran, abandonan, mueren o son reemplazados por otros. Sin em- bargo, el que lo percibe, el self, a pesar de todos estos cambios, no tiene la más mínima duda acerca de quién está representando el papel principal en esta obra.” (Atchley, 1989, p. 187).

La literatura muestra una serie de estudios donde la Teoría de la Continuidad encuentra una corroboración empírica. Así, por ejemplo, Ghusn, Hyde, Stevens, y Hyde (1996) remarcaban en su investigación llevada a cabo con ancianos en resi- dencias, la importancia de tener en cuenta los valores y roles pasados de estas per- sonas de cara a diseñar la intervención sobre este colectivo. Del mismo modo, Quick y Moen (1998), destacan la relevancia de las experiencias previas, así como las dife- rencias en éstas entre hombres y mujeres, en la satisfacción reportada durante la jubilación. Robbins, Lee y Wan (1994), afirman que el ajuste a los cambios que tie- nen lugar durante el envejecimiento depende en gran medida de la continuidad de las metas y objetivos presentes en la vida de todo individuo. Stevens (1993), señala que la continuidad que experimenta el anciano con relación a su vida en etapas más jóvenes, así como la adecuación a sus expectativas vitales, se hayan estrechamente relacionados con su satisfacción vital, a través de la influencia que tienen aquéllas en el sentimiento de utilidad que percibe el mayor.

5.5. Beneficios derivados de las actividades de ocio

5.5.1. Efectos sobre la salud.

Sin duda, una de las formas de ocio objeto de una mayor atención, tanto en el colectivo de personas mayores como en otros, ha sido la actividad o ejercicio físico (Caldwell, 1996; Danner y Edwards, 1992; Lahtinen, 1989; Maroto, 1994; Simper, 1985; Thornton y Collins, 1986; Short y Leonardelli, 1987; Torrado, Aparici y Sanz, 1994; Swart, Pollock y Brechue, 1996;). Es sabido que un estilo de vida sedentario acelera el proceso de envejecimiento. Frente a esto, la práctica de ejercicio físico incrementa, por ejemplo, la flexibilidad articulatoria, la fuerza muscular, la respuesta cardíaca y la capacidad pulmonar (Bammel y Burrus-Bammel, 1996). Asimismo, fa- vorece las funciones fisiológicas y permite frenar el declive físico motivado por la

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edad, mostrando igualmente su repercusión positiva sobre el funcionamiento cogniti- vo (Blair, Barlow, Paffenbarger, Gibbons y Macer, 1995). Se puede decir que nunca es tarde para comenzar a hacer ejercicio, ya que las secuelas de los hábitos inactivos pueden corregirse con un programa de entre- namiento adecuado. Bammel y Burrus-Bammel (1996) afirman que el porcentaje de mejoría física y las ganancias de salud que obtienen los mayores con estos progra- mas son aproximadamente iguales a los conseguidos por sujetos más jóvenes. Así, la capacidad aeróbica, uno de los determinantes más importantes de la facultad y vigor físicos, se puede mejorar de un diez a un treinta por ciento, y la fuerza muscu- lar puede llegar a incrementarse hasta un cincuenta por ciento. Estas prácticas, no cabe la menor duda, se traducen en una menor mortandad y una mayor esperanza de vida. Los efectos del ejercicio no sólo se dejan sentir sobre variables físicas, tam- bién se ha comprobado su repercusión sobre la depresión, la soledad o las faculta- des cognitivas (Bennett, Carmack y Gardner, 1982, 1992; Caldwell, 1996; McTeer y Curtis, 1990; Morgan, Dallosso, Bassey, Ebrahim, Flentem y Arie 1991). Así, por ejemplo, Bennett, Carmack y Gardner (1982) (citado por Dupuis y Smale, 1995) es- tudiaron los efectos del ejercicio físico en una muestra de mayores que incluía tanto personas que vivían en una residencia como otras que vivían en la comunidad: aquellas personas que presentaban síntomas depresivos, experimentaron una mejo- ra significativa después de su participación en el programa de actividad física. Recientemente, Parkatti, Deeg, Bosscher y Launer (1998), empleando análisis de regresión múltiple, han confirmado igualmente la influencia de la actividad física sobre la salud percibida de las personas mayores. Según estos autores, sus efectos están mediados por la repercusión de esta práctica de ocio en el incremento de la autoeficacia sobre su salud. Unos resultados en línea con los obtenidos por Norman, Bennett, Smith y Murphy (1997), en los que se muestra la influencia del ejercicio en el control percibido sobre la propia salud. Bos, Woll, Oja, Suni y Hutzler (1995), halla- ron una clara relación positiva entre la práctica de actividades deportivas con la sa- lud autopercibida y con el control percibido en hombres de edad superior a cuarenta años. Este incremento relativo de los beneficios sobre la salud percibida conforme aumenta la edad es nuevamente confirmado en el estudio de Ransford y Palisi (1996). Los beneficios no se circunscriben únicamente a la realización de actividades físicas sino que también abarcan otras actividades de ocio como la participación del

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mayor como voluntario (Bevil, O'Connor y Mattoon, 1993; Menec y Chipperfield, 1997).

5.5.2. Beneficios psicológicos.

Gran parte de los estudios que se han centrado en los beneficios psicológicos derivados de la participación en actividades de ocio en los mayores, han aportado resultados satisfactorios. Así, se ha comprobado que una mayor implicación en este tipo de actividades se traduce en niveles de bienestar subjetivo más alto (Brown, Frankel y Fennell, 1991; Dupuis y Smale, 1995; Headey, Veenhoven y Waring, 1991; Hersch, 1990), disminución del sentimiento de soledad (Lee e Ishii-Kuntz, 1987; Mu- llins y Mushel, 1992), aumento del estado de ánimo (Lee e Ishii-Kuntz, 1987; Tinsley, Colbs, Teaff y Kaufman, 1987) o incremento en la capacidad de afrontamiento de los cambios producidos durante el envejecimiento (Kelly, Steinkamp y Kelly, 1985; Steinkamp y Kelly, 1987). Lo que confirma la afirmación de Argyle (1994):

“El ocio es una fuente muy importante de bienestar, sobre todo para los que no están trabajando, y más importante que el trabajo para muchos que lo están” (pp. 11-12).

Según este autor, el ocio, las relaciones sociales y el trabajo, constituyen las tres causas fundamentales del bienestar. Los comentarios de Riddick (1985) van en la misma línea. Este autor afirma que la participación en actividades de ocio es el predictor más importante de la satis- facción vital en las personas mayores. Los resultados de los análisis de sendas apli- cados, le llevan a decir que variables como la salud o los ingresos ejercen parte de su influencia sobre áquella indirectamente a través de su impacto sobre las prácticas de ocio. Headey, Holmstrong y Wearing (1985) en su modelo explicativo de bienes- tar subjetivo otorgan un papel destacado a la satisfacción con el ocio. Es necesario mencionar los trabajos llevados a cabo por Tinsley y colabora- dores. Las investigaciones desarrolladas por este grupo durante más de dos déca- das han permitido analizar las propiedades de diferentes tipos de actividades y su repercusión sobre el bienestar de los que las realizan (Driver, Tinsley y Manfredo, 1990; Tinsley, Barrett y Kass, 1977; Tinsley y Kass, 1978; Tinsley y Kass, 1979; Tinsley y Kass, 1980; Tinsley, 1984; Tinsley y Johnson, 1984; Tinsley y Teaff, 1983;

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Tinsley, Teaff, Colbs y Kaufman, 1985; Tinsley y Tinsley, 1986). El modelo elaborado por Tinsley y Tinsley (1986) remarca la relación entre la satisfacción de una serie de necesidades y los beneficios psicológicos derivados del ocio, lo que contribuye tanto al mantenimiento y mejora de la salud física y psíquica como al crecimiento personal y la satisfacción vital (Ver figura 2).

Salud Física

Satisfacción de las nece- Experiencia de Satisfacción Crecimiento sidades psi- vital personal Ocio cológicas

Salud Psíquica

Figura 2. Relación entre ocio, satisfacción de necesidades psicológicas y sus beneficios. Fuente: Tinsley y Tins- ley, 1986

Inicialmente Tinsley, Barrett y Kass (1977) identificaron cuarenta y cuatro necesida- des que pueden ser satisfechas a través de la participación en actividades de ocio. Concretamente, en opinión de estos autores, diecisiete de estas necesidades se sa- tisfacen aproximadamente en el mismo grado por todas las actividades de ocio, mientras que las veintisiete restantes están más vinculadas a la participación en ac- tividades de ocio específicas. Posteriormente, Tinsley (1984) ha analizado factorial- mente todas estas necesidades y las ha agrupado en torno a ocho grandes dimen- siones. Algunas de estas dimensiones se asemejan a las agrupaciones de Kabanoff anteriormente comentadas:

1. Expresión del yo (denominada inicialmente por el autor “auto- actualización”): Representa la necesidad que tiene todo individuo de manifestarse satisfac- toriamente a través del uso creativo de sus capacidades. 2. Compañerismo: Hace referencia a la necesidad de tener relaciones de apoyo en las que, de un modo lúdico, la persona se sienta aceptada y valorada por parte de los demás, de forma que se incremente su propia estima.

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3. Poder: Necesidad que representa el deseo de percibir control sobre situaciones sociales y de ser objeto de la atención de los demás. 4. Compensación: Muestra la necesidad personal de experimentar algo novedoso o inusual, de romper con la rutina diaria. 5. Seguridad: Alude a la satisfacción que experimenta la persona cuando se comprome- te en una actividad que le asegura la ausencia de cambios no deseados, a la vez que le garantiza que sus esfuerzos se reconocerán y serán valora- dos por parte de los demás 6. Servicio: Necesidad de asistir y ayudar a los demás 7. Intelectual y estética: Hace referencia a la necesidad de estimulación intelectual, así como de participar en actividades de carácter artístico 8. Soledad deseada (denominada inicialmente por el autor “autonomía”): Factor que destaca la necesidad de la persona de hacer cosas por sí sola sin experimentar sentimientos negativos. De acuerdo con este esquema, se han analizado los beneficios derivados de diferentes clases de actividades en función de su mayor o menor peso en cada una de estas dimensiones. En este sentido, es especialmente interesante el análisis lle- vado a cabo por Tinsley y Teaff (1983) en el que destacan los beneficios específico reportados por personas mayores al participar en actividades de muy variado tipo (Ver tabla 3). Smith, Kielhofner y Watts (1986), tras analizar el patrón de actividad de una muestra de personas mayores (treinta de un Centro de Día y otros tantos de una residencia), hallaron que los que autoinformaban de un mayor porcentaje de activi- dades recreativas durante el día, significativamente, presentaban también unos índi- ces más altos de satisfacción vital. Mientras que los que obtenían puntuaciones infe- riores en esta variable, ocupaban más tiempo en descansar y realizar las tareas co- tidianas de la vida diaria.

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BENEFICIOS PSICOLÓGICOS (Necesidades Satisfechas) TIPO DE ACTIVI- Autonomía DAD Expresión Compañeris- Poder Compensa- Seguridad Servicio Intelectual- (Soledad del Yo mo ción Estética Deseada) Jugar a las cartas Medio Medio Medio Bajo Bajo Bajo Medio Bajo Jugar al bingo Medio Alto Medio Medio Medio Medio Bajo Medio Ver espectáculos depor- tivos (no T.V.) Medio Bajo Bajo Medio Bajo Bajo Bajo Medio Jugar a los bolos Medio Alto Medio Medio Medio Medio Bajo Medio Participar en picnis Bajo Medio Medio Alto Bajo Medio Medio Bajo Cuidar plantas Medio Bajo Bajo Medio Alto Medio Bajo Alto Coleccionar fotografías Medio Bajo Bajo Bajo Medio Bajo Medio Alto Coleccionar antigüeda- Medio Medio Alto Bajo Alto Alto des Medio Medio Punto y ganchillo Alto Medio Medio Bajo Alto Medio Medio Alto Trabajos de Carpintería Alto Bajo Bajo Alto Alto Bajo Bajo Alto Cerámica Alto Alto Medio Alto Alto Alto Alto Alto Bailar Alto Alto Alto Alto Alto Medio Bajo Bajo Ver la T.V. Bajo Bajo Bajo Bajo Bajo Bajo Bajo Medio Leer Medio Bajo Alto Alto Alto Medio Alto Alto Voluntario en activida- des de ayuda Alto Medio Medio Medio Medio Alto Alto Bajo Voluntario en activida- des profesionales Alto Alto Medio Medio Medio Alto Alto Bajo Asistir a encuentros de grupos sociales Medio Alto Medio Medio Bajo Alto Alto Bajo Asistir a reuniones de Organizaciones religio- Medio Medio Medio Medio Alto Alto Medio Bajo sas Tabla 3. Beneficios psicológicos obtenidos por personas mayores a través de su participación en diversas actividades. Fuente: Driver, Tinsley y Manfred, (1991).

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Un resultado similar, aunque sin alcanzar la significación estadística obtuvo Parker (1996). Este autor, en un estudio correlacional, encontró que las personas mayores con un mayor grado de participación en actividades de ocio, mostraban igualmente niveles normales o altos en satisfacción vital. Sneegas (1986) ha relacio- nado la autoeficacia social percibida por el sujeto con su nivel de participación en actividades de ocio y su bienestar a través de la satisfacción que obtiene de éstas. No obstante, el autor no llega a establecer una relación bidireccional, en la que la competencia social también se viera afectada por la participación del sujeto en acti- vidades de ocio. Beck y Page (1988) confirmaron parcialmente la teoría de la actividad al ana- lizar la relación entre bienestar subjetivo en los mayores (de 60 a 74 años) y su im- plicación en diez tipos de actividades. Hallaron que ésta aumenta los niveles de afecto positivo, aunque no modifica el afecto negativo. Asimismo, Iso-Ahola y Park (1996), destacan el efecto amortiguador que la participación en actividades de ocio ejerce sobre el desarrollo de sintomatología depresiva en aficionados a prácticas deportivas. El apoyo social que se deriva de la participación en actividades de ocio protege a la persona frente al efecto negativo de los acontecimientos vitales a los que se ve expuesto. Recientemente, Iwasaki y Smale (1998) han confirmado este efecto protector derivado tanto de la participación en actividades de ocio como del aumento en la importancia que la persona le da a las mismas. En este sentido, los efectos negati- vos que sobre el bienestar tienen transiciones vitales tan importantes como la viude- dad o pérdida del rol de trabajador, son reducidos a través de la mediación de las dos variables anteriores. También se ha hallado relación entre la variedad o repertorio de actividades de ocio en las que participa la persona mayor y su bienestar. Son varios los autores que han encontrado una relación positiva entre el número total de actividades dife- rentes en las que aquélla participa y su satisfacción vital (Peppers, 1976; Zuzanek y Box, 1988).

5.5.3. Algunos aspectos a tener en cuenta acerca de los beneficios derivados del ocio.

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5.5.3.1. Tipo de actividad.

A pesar de que, como se comentaba anteriormente, casi cualquier actividad puede ser considerada como ocio, sin embargo, diversos estudios han encontrado que determinadas actividades repercuten más positivamente sobre los mayores. Así, uno de los primeros intentos de verificar la teoría de la actividad, se centró en anali- zar los efectos de diferentes tipos de actividades sobre la satisfacción vital (Lemon, Bengtson y Peterson, 1972). Estos autores agruparon las actividades en informales, formales o solitarias, en función de que permitieran, respectivamente, un mayor o menor grado de intimidad entre los participantes. Los resultados confirmaron par- cialmente sus hipótesis: sólo las actividades informales, que incluían relaciones so- ciales primarias, mostraron una modesta asociación con la satisfacción vital (p<.05). En una réplica de este estudio, realizada diez años más tarde (Longino y Kart, 1982), se corroboraron estos resultados. La actividad formal se relaciona negativa- mente con la satisfacción vital y la actividad solitaria no ejercía efecto sobre ésta. No obstante, en ocasiones la participación en actividades formales representa un predic- tor consistente de satisfacción vital para los mayores que están solos o tienen esca- sos recursos sociales (Fengler, 1984), o aquéllos que se encuentran en residencias (Goodwin, 1985). Tal es el caso de la participación como voluntario (ver revisión de Wheeler, Gorey y Greenblatt, 1998) que contribuye a incrementar los sentimientos de utilidad y el autoconcepto, facilitando experiencias de control sobre el medio, así como satisfaciendo las necesidades de comunicación (Aquino, Russell, Cutrona y Altmaier, 1996; Chambré, 1984; Hunter y Linn, 1980-81; Menec y Chipperfield, 1997; Wheeler, Gorey y Greenblatt, 1988; Rodríguez, 1996; Wheeler, Gorey y Greenblatt, 1998). Asimismo, se ha visto que la participación en otro tipo de actividad formal, como es la religiosa, incrementa el bienestar y satisfacción vitales de los mayores (Coke, 1996; Farakhan y Lubin, 1984; McFadden, 1995; Markides, 1983; Moberg, 1990), disminuye su ansiedad ante la muerte (Blanco, Antequera y Torrico, 1994), mejora su autoestima (Krause, 1995), y les ayuda a mantener la percepción de con- trol (Wolinsky y Stump, 1996). También se han determinado diferencias en la repercusión de las actividades de ocio realizadas dentro o fuera de casa. Este es el caso del estudio realizado por Lomranz, Bergman, Eyal y Shmotkin (1988), en el que es la participación en activi-

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dades fuera de casa la que se correlaciona con menores niveles de depresión y ma- yor bienestar subjetivo en mujeres mayores de sesenta años. Brown, Frankel y Fen- nell (1991), desde una perspectiva del curso de la vida, encontraron que de las ocho categorías de actividades de ocio, las actividades sociales y las realizadas fuera de casa (outdoor activities) eran las más altamente correlacionadas con el bienestar subjetivo. Sin embargo, la relación entre participación en actividades de ocio y bien- estar subjetivo parecía estar influida por la edad y el sexo. Para aquellas personas entre cincuenta y sesenta y cuatro años, había una relación significativa entre la par- ticipación en actividades sociales y el bienestar subjetivo tanto en los hombres como en las mujeres. Además, en los hombres había también relaciones positivas entre aquél y la realización de actividades fuera de casa; así como con la participación en actividades informales, físicas y sedentarias en el caso de las mujeres. La correla- ción entre actividades externas y bienestar era también significativa en el grupo de hombres entre sesenta y cinco y sesenta y nueve años, pero no así en las mujeres de estas edades. Después de los sesenta y nueve años, no parecía haber relación entre ninguna de las categorías de actividades de ocio y bienestar subjetivo para ninguno de los dos sexos. Dupuis y Smale (1995) señalan que una gran parte de las personas mayores participan mas en actividades pasivas y centradas en el hogar que en actividades de ocio estructuradas, siendo sin embargo escasa la investigación sobre el efecto que este tipo de actividades tienen sobre su bienestar subjetivo. En este sentido, Kelly y Ross (1989) informan del efecto diferencial del último tipo de actividades:

“La actividad centrada en el hogar está fuertemente relacio- nada de modo inverso con la satisfacción vital alrededor de los vein- te años, pero es la que más contribuye [a la satisfacción vital] para los que sobrepasan los setenta y cuatro” (p. 70)

Otros investigadores han encontrado que actividades solitarias como la lectu- ra o los hobbies tienen una relación positiva con la satisfacción vital (Palmore y Ki- vett, 1977, Sauer, 1977 citados por Dupuis y Smale, 1995). En cuanto a las activida- des pasivas, algunos autores han encontrado una relación negativa entre ver la tele- visión y el bienestar psicológico (Kubey y Csikscentmihalyi, 1990, Smale y Dupuis, 1993;1995). Smale y Dupuis (1995), realizaron un estudio para determinar qué acti- vidades son las que se encuentran más relacionadas con el bienestar subjetivo. Es-

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tos autores diferenciaron entre tres tipos de actividades: pasivas (hobbies y manuali- dades), físicas (caminar y nadar) y sociales (visitar a amigos y asistencia a clubes). Las manualidades y los hobbies eran las actividades de ocio que mostraban una más clara asociación con el bienestar psicológico (Ver tabla 4), medido a través de la Escala de Balance Afectivo -Bradburn Affect Balance Scale- (Bradburn, 1969) y la escala de depresión CES-D (Centre for Epidemiological Studies Depression Scale) (Radloff y Locke, 1986). Relación con el Ba- Relación con la Depre- lance Afectivo sión TIPO DE ACTIVIDAD n F p n F p Ver la Televisión 655 0,64 ,5227 641 0,39 ,6722 Hobbies/Manualidades 642 14,26 ,0000** 629 6,03 ,0025** Visitar a Amigos 650 5,31 ,0051** 638 4,12 ,0166* Asistir a Clubes 649 1,86 ,1562 637 1,33 ,2630 Caminar para hacer ejercicio 647 0,32 ,7257 632 0,32 ,7229 Nadar 652 8,26 ,0042** 638 5,52 ,0190*

Tabla 4. Relación entre participación en actividades de ocio y bienestar psicológico. Fuente: Dupuis y Smale (1995). Sin embargo, el efecto psicológico del grado de participación en este tipo de activi- dades se manifestaba distinto en los tres tramos de edad analizados por estos auto- res (Ver figura 3).

55 a 64 65 a 74 75 o más

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15,5

15

14,5 14

13,5 Bienestar psicológico

13 Nada/Poco Moderado Regular Grado de participación

Figura 3. Relación entre participación en hobbies/manualidades y bienestar. Fuente: Dupuis y Smale (1995). 180

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En el intento de determinar qué tipo de actividades de ocio tienen una mayor repercusión sobre el bienestar de las personas mayores, se han perfilado algunas características. Para Mannell (1993) serán precisamente aquellas actividades que se desarrollen durante un tiempo continuado, y que requieran esfuerzo y disposición de destrezas, las que tengan una mayor repercusión sobre el bienestar del que las rea- liza. Así, por una parte, destaca el compromiso con la actividad, que conduce a su mantenimiento en el tiempo. El carácter “serio” de la actividad de ocio, como otras de estas características, representa: “la actividad sistemática de un amateur, aficionado o voluntario que está lo suficientemente interesado como para tratar de adquirir las habilidades y destrezas necesarias para su realización” (Stebbins, 1992, p. 3). Por último, la experiencia de “flujo” (flow) (Csizszentmihalyi, 1975) será el tercer elemen- to de aquellas actividades de ocio que habitualmente conducen al bienestar subjeti- vo. Las características de esta experiencia óptima de ocio es descrita del siguiente modo:

“...una sensación de que las habilidades de uno son apropiadas pa- ra afrontar y manejar adecuadamente los desafíos que presenta la actividad... La concentración es tan intensa que no queda atención para pensar en nada que no sea aquello que se está haciendo ni pa- ra preocuparse por otras cosas. La conciencia de uno mismo des- aparece, y la percepción del tiempo se altera” (Csikszentmihalyi, 1991, p. 71).

Kelly y Godbey (1992) añaden a estas características la de interacción social, que posibilite la reciprocidad y relaciones de intercambio con los demás, fomentando la comunicación, confianza y desarrollo del sentimiento de compartir una experiencia común. En este sentido, Argyle (1987) destaca la motivación social como el primer elemento que mueve a la participación en prácticas de ocio que, al igual que ocurre con las actividades laborales, actúan de contextos sociales que proporcionan a la persona experiencias muy valiosas para su identidad, autoestima e imagen ante los demás. El establecimiento e incremento de la imagen personal o identidad y su ma- nifestación a los demás, es decir, la autopresentación son dos elementos que van íntimamente unidos al ocio. Éste facilita a la persona un ambiente no amenazante que le permite ponerlos a prueba, tomar conciencia de ellos y mejorarlos. Argyle ha- bla de la creación de “mundos de ocio” al referirse a estos ambientes sociales propi- ciados por las prácticas de ocio:

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“...No obstante, creo que hay otro importante componente, que se sugiere en el elemento “la actividad en sí misma, el patrón, la acción, el mundo que ofrece”-remarcado por el propio autor-” (Argyle, 1987, p. 126).

Jackson, Dunne, Lanham, Heitkamp y Dailey (1991) proporcionan una guía para la elección de la actividad apropiada en la intervención con ancianos residen- tes. Estos autores, siguiendo las recomendaciones de la National Therapeutic Re- creation Society (N.T.R.S.) (1980), de la National Association of Activity Professio- nals (N.A.A.P.) (1990), y del proyecto LIFE (1990), establecen los siguientes princi- pios en la elección de la actividad a desarrollar:

1) Partir de una valoración comprensiva del mayor, que atienda tanto sus afinidades de ocio como una evaluación exhaustiva de su calidad de vida 2) Desarrollar programas de actividades diseñados de acuerdo a las necesi- dades e intereses individuales de los residentes, quienes han de tener la última palabra en la elección de la actividad a desarrollar 3) Considerar el factor edad-cohorte, adaptándose a las características peculiares de cada generación 4) Proporcionar oportunidades para la creatividad con actividades que sean interesantes y que supongan un reto para los usuarios (por ejemplo, jardi- nería, poesía, confeccionar objetos artesanales para regalar a familiares, etc.) 5) Comunicarse apropiadamente con los mayores, como personas adultas que son, evitando el uso de un tono maternal (baby talk) 6) Adaptar el equipamiento (herramientas de jardinería, manualidades, etc.) a los usuarios 7) Presentar la actividad de manera que resulte atractiva para los residentes

5.5.3.2. Diferencias de género.

La diferente distribución del uso de tiempo entre hombres y mujeres ha que- dado manifiesta en numerosas investigaciones. Clark, Elliot y Harvey (1982) (citado

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por Page, 1994). En un interesante trabajo sobre el uso del tiempo libre, con compa- raciones multiculturales de países tan diferentes como Bélgica, Bulgaria, Estados Unidos o Perú, entre otros, concluyen que existe una considerable similitud entre la forma de emplear el tiempo libre de sus habitantes. Las mayores diferencias se dan entre subpoblaciones del mismo país, concretamente, aquellas que quedan defini- das por variables como el sexo, la situación laboral, el estado civil y la tenencia o no de hijos. En nuestro país, el libro de Izquierdo, del Río y Rodríguez (1988) La desigual- dad de las mujeres en el uso del tiempo, se advierte que el sexo es la variable más importante con relación a las diferencias halladas. Ramos (1990) confirma este des- igual patrón: las mujeres dedican casi siete veces más tiempo a las tareas domésti- cas y del hogar, mientras que los hombres disponen de casi dos horas más de dedi- cación diaria a ocio (7,23 frente a 5,33). Esta mayor disponibilidad de tiempo libre también queda reflejada en el estudio de Page (1996), aunque en este caso la dife- rencia es de 1,27 horas como promedio diario. Resultan ser igualmente distintas las actividades a las que dedican este tiempo, siendo las diferencias más destacables en el tiempo dedicado a “deportes”, “relaciones sociales” y “entretenimiento”, que es superior en los varones. Con relación a las mujeres mayores, Freysinger, Alessio y Mehdizadeh (1993) destacan que ellas se enfrentan al envejecimiento de un modo distinto a como lo hacen los hombres, ya que han de superar diferentes problemas y, en ocasiones, con menos recursos que aquéllos. Así, por ejemplo, hasta ahora, la jubilación ha su- puesto generalmente la retirada del hombre del entorno laboral, mientras que la mu- jer debía adaptarse a su nuevo papel en el hogar, una vez superadas la mayor parte de sus obligaciones anteriores. Las limitaciones económicas, de salud, o de tiempo, debido a las tradicionales responsabilidades en el hogar, hacen que las mujeres ma- yores presenten, en general, un tipo de ocio distinto al de sus compañeros. Estos, en muchas ocasiones, han de buscar un “nuevo espacio” dentro del entorno privado que supone el hogar, un ámbito que culturalmente ha sido considerado como “cosa de mujeres” (Bandera, 1989; Rodríguez, 1996). En este sentido, Subirats (1992) des- taca:

“La dedicación a las obligaciones hogareñas también sufre un relevante incremento. Podríamos decir que se viene a sustituir parte

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del tiempo dedicado al trabajo asalariado fuera del hogar, por el tra- bajo en casa. En todos los países analizados se constata cómo en el caso de los hombres ese aumento de dedicación a las labores do- mésticas muestra un muy notable aumento (cuantificable en torno al 70%).” (p. 31). Son escasos los estudios que se han realizado en nuestro país acerca de las diferencias entre hombres y mujeres en los patrones de ocio desarrollados por los mayores. El llevado a cabo por Bandera (1989) halló que la actividad de pasear es la que ocupaba la mayor parte de su tiempo libre, mientras que las mujeres autoinfor- man que es ver la televisión. El Centro de Investigaciones Sociológicas, tal como se puede observar en la figura 4, confirmó tales diferencias en su estudio de 1993: El tiempo de ocio de los mayores está dedicado fundamentalmente a activi- dades pasivas, con un uso muy destacado de los medios de comunicación (espe- cialmente la televisión). Ir de compras es una función algo más femenina (el 50% de las mujeres afirman realizarla cada día), pero pasear por el parque o ir al bar con los amigos son patrones de ocio más masculinos (54% y 22%, respectivamente, frente al 28% y 2% de las mujeres) (Abellán, 1996). Riquelme (1997) halló una mayor dedi- cación de los hombres a actividades relacionadas con los juegos de mesa y las visi- tas a los bares, que les reportan una mayor satisfacción. También encontró un dife- rencia significativa en dedicación y satisfacción a actividades de tipo manual entre los hombres. Fuera de nuestro país, Zimmer y Lin (1996) hallaron que los hombres toman parte con más frecuencia de un mayor número de actividades de ocio, especialmente de tipo físico, que, a su vez, son las que influyen en mayor medida sobre el bienestar emocional. Frente a esto, los patrones de actividad de las mujeres eran más con- templativos, siendo su repercusión sobre el bienestar menor. Este impacto diferen- cial se ha observado también en otros tipos de actividades de ocio (Lomranz, Berg- man, Eyal y Shmotkin, 1988; Brown, Frankel y Fennell, 1991). Brown, Frankel y Fen- nell (1991) concluyen lo siguiente:

“Diferencias importantes persisten entre hombres y mujeres...estas diferencias se incrementan una vez que se controla la edad... No só- lo las relaciones entre participación en actividades de ocio y bienes- tar personal varían con la edad, la contribución relativa de estas acti- vidades al bienestar personal también varía con la edad, y la edad por sí misma está relacionada con el bienestar en las mujeres” (p. 385)

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Actividades de ocio de los mayores por sexos

Ver T.V. Oir radio

Ir al parque Leer Compras

Ir al bar Asistir a Clubes Deporte

Acts. Voluntarias Acts. Culturales

0 20406080100

Varones Mujeres

Figura 4. Diferencias de género en los patrones de ocio de las personas mayores. Fuente: CIS, estudio nº 2.072, 1993 (Abellán, 1996).

Mobily, Leslie, Lemke y Wallace (1986), habían encontrado resultados simila- res al analizar una muestra de mayores en el ámbito rural: las mujeres tendían a par- ticipar mayoritariamente en actividades centradas en el hogar y la familia, mientras que los hombres informaban de un mayor número de actividades fuera de casa. Esto parece confirmar las conclusiones de Steinkamp y Kelly (1985) acerca de las dife- rencias motivacionales que subyacen a los distintos patrones de ocio observados en los hombres y las mujeres mayores. Según estos autores, tres son las orientaciones motivacionales en las que pueden observarse diferencias: búsqueda de desafíos o retos, deseo de reconocimiento y consideración, y focalización en la familia. Otra variable que se ha analizado en la relación entre actividad y bienestar subjetivo en mayores ha sido la satisfacción con el tipo de actividad de ocio y las características de ésta. En este sentido, Russell (1987) comprobó que es el grado en el que el mayor se encuentra a gusto con las actividades recreativas que realiza, más que éstas, lo que tiene una importante repercusión sobre la satisfacción vital de los mayores. Este efecto permanecía incluso una vez controladas variables como género, edad, ingresos, estado civil o salud autopercibida.

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5.5.3.3. Limitaciones para el ocio.

Cuando se abordan los beneficios derivados de las actividades de ocio, es necesario también tener en cuenta las dificultades que determinadas personas pue- den tener para beneficiarse de su práctica. Este punto cobra más relevancia cuando se estudia la población de mayores. Estas limitaciones se pueden agrupar en torno a tres grandes categorías: intrapersonales, interpersonales y estructurales (Crawford, Jackson y Godbey, 1991). Dentro de las primeras se incluyen todos los factores per- sonales, actitudes y otras variables propias del individuo que pueden dificultar su participación o los beneficios que obtenga del ocio. El segundo grupo está integrado por aquellas circunstancias derivadas del contacto con familiares, amigos, vecinos o compañeros que condicionan las prácticas de ocio. Mientras que las terceras repre- sentan los factores externos o ambientales que inciden sobre la posibilidad o no de realizar actividades de ocio. Como anteriormente se señalaba, los prerrequisitos fundamentales para la participación de los mayores en actividades de ocio son, por este orden: la salud (in- trapersonal) y la disponibilidad económica (estructural) (Bultena y Oyler, 1971; Chatt- field, 1977; Kelly y Godbey, 1992; Stanley y Freysinger, 1995; Lefrancois, Leclerc y Poulin, 1998). Otra variable intrapersonal a tener en cuenta será su personalidad y actitudes hacia el ocio (Quattrochi y Jason, 1983). En cuanto a los condicionantes interpersonales, en muchas ocasiones los mayores alegan el hecho de no contar con otras personas para poder realizar algunas de estas actividades. Desde este punto de vista, es necesario resaltar la gran importancia que va a tener la facilitación de oportunidades de ocio a estas personas, así como la interven- ción de cara a fomentar el uso de servicios de recreación. Este es el caso de los programas dirigidos a incrementar la actividad de las personas que se encuentran en residencias. En este sentido, el programa de voluntariado “El Buen Samaritano” (Se- ville, 1985); el programa O.B.R.A. (Omnibus Budget Reconciliation Act) del Depar- tamento de Salud de los Estados Unidos (Martin y Smith, 1993), destinado a incre- mentar su percepción de control y bienestar subjetivo a través de la participación en actividades recreativas; los programas de horticultura (Burgess, 1990); o aquéllos que fomentan el uso del ordenador en ancianos con alguna limitación física (Kautz- mann, 1990), muestran sus efectos positivos en las personas mayores que partici-

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pan en ellos. Otro sector con especial necesidad de este tipo de intervención lo inte- gran los mayores con problemas de dependencia. Las actividades dirigidas a facilitar el acceso a actividades de ocio han resultado muy positiva en este grupo, como así lo demuestran diversas experiencias (Carter y Foret, 1990; Hawkins y Kultgen, 1990; Short y Leonardelli, 1987; Riddick y Keller, 1990).

5.5.4. Aproximación teórica en la explicación de estos beneficios.

Numerosos autores han basado la explicación de los beneficios del ocio en que éste influye en la salud y bienestar subjetivo a través de su capacidad para facilitar las conductas de afrontamiento en respuesta a los eventos y transiciones vitales (Carpenter, 1989; Braum, 1991; Coleman, 1993; Coleman e Iso-Ahola, 1993; Iso-Ahola, 1980; Kelly, Steinkamp y Kelly, 1985; Kleiber, 1985; Kleiber y Kelly, 1980). Así, Coleman e Iso-Ahola (1993), argumentan que la participación en actividades de ocio facilita el afrontamiento de eventos estresantes a través de dos vías (Ver figura 5). Por una parte, se ha comprobado que la percepción de la disponibilidad de apoyo social representa un importante alivio para reducir el estrés cotidiano (Iso-Ahola y Park, 1996). En este sentido, aquellas actividades de ocio que, por su propia natura- leza, tienen un importante componente de interacción social, facilitan, aunque no aseguran, la percepción de apoyo través del compañerismo y de la amistad (McCormick y McGuire, 1996).

EVENTOS VI- TALES NEGA- TIVOS

INCREMENTO DE ESTRÉS VITAL Apoyo Social

AMORTIGUADOR OCIO

Auto-determinación

Mantiene Empeora SALUD FÍSICA Y MENTAL

Figura 5. Ocio y Salud: Modelo de Buffer. Fuente: Iso-Ahola, 1993.

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En segundo lugar, estas actividades refuerzan las creencias de autodetermi- nación, que contribuyen a incrementar la capacidad de afrontamiento y salud. Cuan- do las personas sienten que disponen de capacidad para controlar gran parte de lo que les ocurre en sus vidas, suelen experimentar una mayor salud mental y física (Mannell y Kleiber, 1997). Las principales características del ocio, como son la per- cepción de libertad y la motivación interna, permiten el desarrollo y mantenimiento de sentimientos de control sobre la propia vida. En este sentido, Baltes, Wahl y Schmid- Fustoss (1990), encuentran que el control personal correlaciona significativamente con las actividades de carácter social, explicando el patrón de actividad global un 42% de la varianza observada en el primero. Asimismo, estos autores encuentran una correlación altamente significativa (r= .67, p<.01) entre control personal y salud funcional. Es de destacar también el estudio de Zimmer, Hickey y Searle (1995), en el que se concluye que la participación en actividades de ocio es el mejor predictor de satisfacción vital en las personas mayores, debido a su importante efecto sobre la autoestima, el fortalecimiento de su percepción de competencia, y al desarrollo de conductas que permiten experimentar la sensación de control sobre el ambiente. Estas percepciones de apoyo social y control o auto-determinación son consi- deradas por Coleman e Iso-Ahola (1993) como elementos amortiguadores contra el estrés. Así, de acuerdo con ese modelo, cuando el estrés vital se incrementa, la aportación relativa de las actividades recreativas al mantenimiento de la salud se intensifica. A largo plazo, en ausencia de situaciones agudas de estrés, el ocio tam- bién contribuye a la salud y bienestar general a través del fortalecimiento del control y autodeterminación percibidos, lo que favorece la adquisición y mantenimiento de disposiciones y hábitos saludables. Numerosos estudios corroboran estas afirmacio- nes (Brown, 1991; Caltabiano, 1995; Coleman, 1993; Sharp y Mannell, 1996; Whee- ler y Frank, 1988). Wheeler y Frank (1988) encontraron que las personas que o bien tienen una alta participación recreativa o están bastante satisfechos con la forma en la que ocupan su ocio, son menos vulnerables a los efectos adversos del estrés que los menos activos o satisfechos con sus actividades de ocio. Brown (1991) sugiere que el incremento en los sentimientos de competencia que provee el ejercicio puede contribuir a sus efectos amortiguadores sobre el estrés. Coleman (1993) halla que entre las personas que sufren niveles más altos de estrés, aquellos que experimen- tan un mayor control y libertad sobre las actividades que llevan a cabo en su tiempo

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libre, informan de unos niveles significativamente más bajos de enfermedad (Ver figura 6). Caltabiano (1995) halla que aquellas personas que participan más frecuen- temente en actividades culturales y tenían hobbies, manifestan menos alteraciones cuando se encontraban bajo situaciones de estrés. En contextos residenciales, Sallis y Lichstein (1982) destacan el importante papel que desempeña el desarrollo de ac- tividades físicas en la reducción de la ansiedad, la disminución de pensamientos au- toderrotistas, y, sobre todo, en la adaptación y tolerancia al estrés que experimentan los internos.

Libertad de ocio percibida BAJA ALTA

4000

3500

3000

2500

2000

1500

1000

Gravedad de enfermedades padecidas (índice) 500

0 0 200 400 600 800 Nivel de estrés asociado a eventos vitales

Figura 6. Relación entre libertad de ocio percibida y grado de importancia de las enfermedades padecidas. Fuente: Coleman, 1993.

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Relación entre ocio y distrés emocional

GRÁFICO 1 PARTICIPACIÓN SATISFACCIÓN

0

Ansiedad Hostilidad Ansiedad Depresion Somatización -0,1 fóbica -0,01

-0,2 * -0,18 *

-0,25 -0,24 * -0,25 -0,25 -0,3 * -0,27 * correlación -0,33

Coeficientes de -0,4 -0,38 * * p<.05 -0,41 -0,5

Manifestaciones Psicopatológicas

Figura 7. Correlaciones entre participación y satisfacción con las actividades de ocio y la aparición de síntomas de distrés emocional. Adaptado de Sharp y Mannell (1996).

GRÁFICO 2 Razones para mantenerse ocupada

VIUDAS CASADAS

50 44 45 42

40 36

35 29 30

25

20         15         ! 12 11   15       11"     #   $ 10 #  %       &    #! 5 Porcentaje de respuestas      0     #  % '"     (    ! No Importante Demandas diarias Autodesarrollo Paliativo )      * +    #     ! Tipo de razón  $   $   #        Figura 8. Razones dadas para participar en actividades de ocio. Adaptado de Sharp y Mannell (1996).

ocupadas, como modo de afrontamiento paliativo ante este importante acontecimien- to vital (Ver figura 8). Recientemente, Herzog, Markus, Franks y Holmberg (1998) han propuesto un modelo teórico más detallado, que trata de explicar el impacto que la realización de

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actividades, tanto productivas como de ocio, tienen sobre el bienestar subjetivo de los mayores. A diferencia con los modelos anteriores, éste se aplica concretamente a la población mayor. Igualmente, se diferencia de aquéllos en que no se reduce só- lo a las situaciones en que la persona se haya sometida a estrés. Estos autores ana- lizan la repercusión que las actividades tienen sobre el autoconcepto del mayor. Concretamente, defienden que su efecto sobre variables de bienestar personal, co- mo puede ser la salud o la depresión, es mediado tanto por la percepción de control que tiene la persona como agente causal como por los efectos que éstas tienen so- bre su percepción como yo-social. (Ver figura 9).

FIGURA 5.1

Los resultados muestran un importante efecto de las actividades de ocio so- bre la percepción del propio sujeto como agente causal. Igualmente la fuerte asocia- ción que se establece entre este yo-agente y variables de bienestar personal, con- firma el importante papel que la percepción de control tiene sobre el bienestar en los mayores. Así mismo, las actividades de ocio tienen un efecto prácticamente similar al producido por las actividades productivas. Lo que indica su importancia en el pro- ceso de adaptación a la pérdida de los roles productivos que se producen durante el envejecimiento (Herzog, Markus, Franks y Holmberg, 1998).

5.6. El ocio como actividad terapéutica en los mayores.

Una vez vistos los beneficios que se derivan del ocio, no es de extrañar que se atribuyan a la actividad recreativa propiedades terapéuticas. Este es el fundamen- to de la que se conoce como Recreación Terapéutica. Han sido numerosas las defi- niciones que ha recibido esta práctica. A continuación se exponen algunas de éstas:

“...es un proceso que utiliza la recreación con el propósito de intervenir intencionadamente en algún comportamiento social o emocional, en orden a provocar un cambio deseado en ese compor- tamiento para facilitar el crecimiento y desarrollo del individuo” (Frye y Peters, 1972, p. 41).

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“La recreación terapéutica sirve a los pacientes o clientes que, por causa de dificultad mental, física, social, o debida a la edad, tie- nen limitado o imposibilitado el acceso a los recursos de ocio. El propósito de un servicio de recreación terapéutica es proporcionar oportunidades a las personas que tienen estas limitaciones para que adquieran habilidades y actitudes para el ocio, así como ejercitar ta- les habilidades dentro de un marco terapéutico y reparador, que ca- pacite o fomente experiencias recreativas” (Avedon, 1974, pp. 130- 131).

“El propósito de la recreación terapéutica es ayudar a la per- sona enferma, discapacitada o anciana para que él o ella misma, vi- va una vida lo más completa posible en los planos físico, mental, so- cial, psicológico y económico, dentro de los límites que su enferme- dad o discapacidad le permite” (Kraus, 1978, p. 4).

Todas las definiciones, de una u otra forma, giran en torno a la misma idea central: intervención diseñada para mejorar la calidad de vida de las personas a tra- vés de su participación en actividades de ocio y recreación. A la pregunta de cómo podrían aumentarse los beneficios del ocio, Argyle (1993) responde que a través de la “Terapia de Actividades Agradables”:

“La Terapia de Actividades Agradables es una manera de en- trenamiento en la felicidad en la que los clientes mantienen registros, durante un mes, de las cosas agradables que hacen cada día y su estado de ánimo al final de la jornada.” (p. 13).

En opinión de Iso-Ahola (1980), la principal tarea que tiene este tipo de intervención es incrementar el control percibido del paciente sobre su entorno, para prevenirle del desarrollo de sentimientos de indefensión o pérdida de control sobre el medio:

“El reto más importante para un terapeuta es aquel cliente que ve el mundo como incontrolable, cae en indefensión e infiere que no puede hacer nada. Es en el proceso de incrementar la per- cepción de control y evitar sentimientos de indefensión, donde las actividades recreativas sirven de modalidad terapéutica” (p. 323).

La participación en actividades de ocio es beneficiosa en la medida en que capacita a la persona para relacionar su comportamiento recreativo con sus propias capacidades, lo que incrementa su percepción de control y autoeficacia. En este

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sentido, Teague y MacNeil (1992), desde una perspectiva de continuidad, afirman que las personas mayores responden a las situaciones vitales de forma similar a como lo hacían anteriormente. Si bien en este período vital se suelen presentar un mayor número de acontecimientos incontrolables (enfermedades crónicas, pérdidas de familiares y amigos, declive físico, etc.), determinadas actividades pueden ayudar a conservar en cierta medida el estilo de vida anterior. Las actividades proporciona- das por los programas recreativos, pueden ayudar al mayor a mantener su percep- ción de control y adaptación al entorno. Reich, Zautra y Hill (1987) insisten igualmente en la relevancia de los aspec- tos causales y de control en la explicación de los efectos beneficiosos que la práctica del ocio tienen en las personas mayores. No será cualquier actividad la que se aso- cie a un incremento del bienestar subjetivo, sino aquellas sobre las que estas perso- nas experimenten una sensación de control. En este sentido, distinguen, en función de su origen causal, dos tipos de acontecimientos ante los que la persona puede manifestar su actividad: las demandas y los deseos. Serán precisamente las res- puestas a los eventos deseados, aquellos que surgen de la libre decisión del mayor, los que se asocian más claramente con los efectos positivos vinculados a la activi- dad, tales como: incremento del afecto positivo, aumento del bienestar personal ge- neral y de la calidad de vida percibida. Frente a esto, la respuesta a las demandas ambientales, si bien incrementa el afecto positivo, no tiene repercusión sobre las otras dos medidas de bienestar subjetivo (Reich, Zautra y Hill, 1987). No obstante, la satisfacción con las respuestas que la persona da ante ambos tipos de eventos se relaciona positivamente con las tres variables anteriormente indicadas.

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 2ª PARTE    "Repercusión de los talleres de ocio en el bienestar subjetivo de las personas mayores: Un estudio empírico"

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1. OBJETIVOS

El presente trabajo trata de analizar la repercusión que tiene sobre las perso- nas mayores su participación en prácticas de ocio activo. Como operacionalización de este tipo de ocupación del tiempo de ocio se han tomado los talleres de activida- des promovidos en los Centros de Día para la Tercera Edad dependientes de la De- legación Provincial de la Consejería de Asuntos Sociales en Málaga. Esta nueva dinámica que progresivamente va implantándose en los Centros Gerontológicos (Hogares, Clubes, Centros de Día, Residencias, etc.) supone un cambio cualitativo en la intervención llevada a cabo sobre este colectivo. Quedan aún cercanos los días en los que la rémora de concepciones pasadas limitaba las actuaciones sobre estas personas a un conjunto de intervenciones basadas en una imagen limitada del mayor, considerado como sujeto pasivo-receptor de prestacio- nes. Las nuevas demandas sociales que presentan estas personas reclaman el análisis de la utilidad de los servicios dirigidos a ellos desde las distintas administra- ciones. De acuerdo con el Plan Gerontológico Nacional, que dedica una importante sección a la promoción de actividades de ocio y cultura entre nuestros mayores, está teniendo lugar una paulatina incorporación de actividades de ocio activo a los Cen- tros para mayores. La oferta de estos talleres de actividades supone quizás uno de los más claros exponentes de esta iniciativa que trata de fomentar una concepción de este período vital como una oportunidad y un tiempo de realización personal. Fundamentalmente, el interrogante principal que trata de resolver el estudio que ahora se plantea es el siguiente:

¿Repercute positivamente sobre el bienestar subjetivo de los mayores su participación regular en este tipo de actividades?

En el caso de que esto sea así, se abren otra serie de interrogantes a los que igualmente se intenta dar una respuesta adecuada:

-¿Sobre qué variables recae su acción terapéutica? -¿Repercute la actividad formal de ocio sobre el resto de las actividades des- arrolladas habitualmente por los participantes?

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-¿Sus efectos se limitan al período que dura la actividad o se mantienen una vez que ésta ha concluido? -¿Qué tipo de actividades resultan más efectivas? -¿Qué características tienen las personas que se ven más beneficiadas con estas prácticas de ocio? -¿A través de qué proceso se podría explicar la acción que los talleres de ac- tividades ejercen sobre sus usuarios?

Las hipótesis concretas que se ponen a prueba como posible respuesta a es- tas preguntas son las siguientes:

H1: “El bienestar subjetivo de los participantes se verá incrementa- do tras su paso por los talleres de actividades. Concretamente, el compo- nente cognitivo del bienestar (satisfacción vital) experimentará un incre- mento al final de la experiencia, mientras que el indicador de la dimensión afectiva (depresión) descenderá”

En atención al segundo de los interrogantes, se proponen las siguientes hipótesis:

H2: “Los niveles de soledad en los participantes de los talleres se reducirán tras su paso por éstos”.

H3: “La participación en los talleres de actividades repercutirá posi- tivamente sobre la salud objetiva y subjetiva. Por lo que, en aquellas per- sonas mayores que formen parte de los mismos se observará un incre- mento en la salud objetiva y percibida autoinformada tras su paso por los talleres”.

H4: “El deterioro cognitivo experimentado por los participantes de los talleres durante el tiempo que duran éstos será menor al observado entre aquellas otras personas que no han llegado a participar”.

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H5 = “Las puntuaciones en control percibido advertirán un incre- mento significativo en los participantes entre el comienzo y finalización de la actividad”.

H6 = “La autoeficacia social se verá favorecida a partir de las inter- acciones desarrolladas entre los usuarios de los talleres. Por lo que éstos verán incrementadas sus puntuaciones en esta medida tras su participa- ción en las actividades”.

H7: “El apoyo social tanto objetivo como percibido experimentará un incremento entre los participantes de los talleres de actividades, siendo la diferencia entre los valores finales e iniciales positiva”.

La respuesta que se propone ante la tercera de las cuestiones es la siguiente:

H8: “La frecuencia y satisfacción con la actividad informal no se ve- rán afectadas por la participación en los talleres de ocio, por lo que no se observarán diferencias en estas variables a lo largo del período de activi- dades”.

En cuanto a la permanencia temporal de los resultados una vez finalizada la actividad de talleres, se propone un mantenimiento parcial de los mismos una vez pasados, al menos, tres meses después del término del taller. Por lo que se compro- bará la veracidad de la siguiente hipótesis:

H9: “Se observará una desigualdad en los valores de las variables obtenidos al inicio del período de talleres entre aquellos usuarios que no han participado anteriormente y aquellos otros que sí lo han hecho, sien- do la diferencia positiva a favor de los primeros”.

A pesar de que hay determinadas características en cada una de las activida- des (por ejemplo, interacción social, prácticas físicas, ejercicio mental, etc.) que las pueden hacer más o menos beneficiosas para determinadas dimensiones (apoyo

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social, salud, deterioro cognitivo, etc.), el carácter idiosincrásico de cada una de ellas, tanto por su naturaleza como por el modo en que se han desarrollado, no per- mite avanzar ninguna hipótesis concluyente sobre cuál será la actividad de la que se obtendrán unos beneficios más altos. Por ello, la respuesta al interrogante sobre qué tipo de actividades resultan más efectivas se plantea abierta:

H10: “Las actividades de talleres utilizadas en el presente estudio tendrán una diferente repercusión sobre las variables analizadas”.

Algo similar ocurre con las características de los usuarios que se verán más beneficiados tras su paso por los talleres de actividad. La ausencia de literatura al respecto no proporciona ningún asidero que permita sostener una hipótesis al res- pecto, por lo que, al igual que en los primeros estadios del estudio de un fenómeno, los análisis que se llevarán a cabo en este punto, no tendrán una finalidad confirma- toria sino puramente descriptiva.

Para analizar el proceso a través del cuál los talleres ejercen su influencia so- bre el bienestar subjetivo, sí se propone un modelo estructural con dos niveles in- termedios (Ver siguiente página). En el primero se encuentran las variables apoyo social, control percibido, y autoeficacia social, sobre las que se considera que los talleres de actividad ejercerán un influjo positivo. Éstas repercutirán sobre los niveles de soledad y salud. Lo que se traducirá a su vez en una mejora considerable de los índices de depresión y satisfacción vital.

CONTROL PERCIBIDO - + + DEPRESIÓN + SOLEDAD PARTICIPACIÓN APOYO SO- - - + EN TALLERES DE CIAL - OCIO ACTIVO PERCIBIDO + + SALUD + SATISFACCIÓN - VITAL

AUTOEFICACIA SOCIAL

Diagrama de vías del modelo estructural propuesto 198

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2. MÉTODO

2.1. Sujetos

Inicialmente, la muestra estaba formada por 122 sujetos. Todas estas perso- nas eran socios del Centro de Día para la Tercera Edad “Málaga-Trinidad”, situado en la calle Carboneros de la capital malagueña, y dependiente de la Delegación Pro- vincial de la Consejería de Asuntos Sociales de la Junta de Andalucía. El único re- quisito que debían satisfacer, además de tener, al menos, cincuenta años, era haber solicitado formalmente su participación en alguno de los Talleres de Actividades ofer- tados por este Centro para el período 1998-99. Se constituyeron cinco grupos, cuatro de los cuales se correspondían con los integrantes seleccionados de otros tantos talleres, concretamente: “Gimnasia”, “In- formática”, “Manualidades” y “Dibujo y Pintura”. El quinto grupo era el de control, y estaba formado por aquellos solicitantes mayores de cincuenta años que, una vez completado el cupo de participantes, se encontraban en la lista de espera para ocu- par alguna de las vacantes que apareciera durante el desarrollo del taller solicitado. Inicialmente se proyectó un sexto grupo compuesto por mayores que fueran con re- gularidad al Centro de Día y que no participasen en ningún taller de actividad ni es- tuvieran en lista de espera. Este grupo no pudo llegar a formarse debido a la res- puesta negativa que se obtuvo de estas personas cuando se les solicitó su colabo- ración. En la composición de esta muestra tomaban parte tanto personas que habían participado el año anterior –participantes con experiencia- como aquellas otras que lo hacían por primera vez -participantes sin experiencia-. De esta forma se trata de medir el mantenimiento temporal de los posibles efectos derivados de la participa- ción en los talleres. Las características de la muestra inicial con relación a las variables edad, se- xo y estado civil aparecen recogidas a continuación:

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Estadísticos con relación a la edad en la muestra inicial

Desv. Valor Valor N Media Mediana Moda Típica Rango Mínimo Máximo EDAD 122 67,4836 67,0000 69,00 6,5116 32,00 50,00 82,00

Distribución por grupos de edad 35 n Porcentaje 30 50 a 54 años 3 2,5 25 55 a 59 años 8 6,6

60 a 64 años 30 24,6 20 65 a 69 años 42 34,4 15

70 a 74 años 21 17,2 Porcentaje 10 11 9,0 75 a 79 años 80 a 85 años 7 5,7 5

Total 122 100,0 0 50 a 55 a 60 a 65 a 70 a 75 a 80 a Distribución por sexos 54 59 64 69 74 79 85

n Porcentaje 80 MUJER 88 72,1 70 60 HOMBRE 34 27,9 50 MUJER Total 122 100,0 40 HOMBRE 30

Porcentaje 20

10

0

Distribución según estado civil

n Porcentaje 60 Soltero 6 4,9 50 Soltero Casado 69 56,6 40 Casado 30 Viudo 43 35,2 Viudo 20 4 3,3 Separado Separado Porcentaje 10 Total 122 100,0 0

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Una vez informados en el Centro, y requerida su participación por parte de la trabajadora social y de los monitores de los respectivos talleres, con cada una de las personas integrantes de la muestra, se contacto telefónicamente, solicitando perso- nalmente su colaboración en el estudio. Cuando preguntaban por la finalidad de és- te, se les indicaba que estaba motivado por un deseo por parte de la Delegación de Asuntos Sociales de conocer la opinión de las personas que participaban en estas actividades organizadas en los Hogares, información que le serviría a esta Delega- ción para saber si estaban siendo del agrado de sus usuarios así como para mejorarlos en años siguientes. De la muestra original se perdieron veinticuatro sujetos por diversas causas: baja motivada por la falta de asistencia al taller, imposibilidad de contactar con la persona una vez finalizada la actividad o negativa por parte de ésta a completar el cuestionario final. Esto en lo referente a los grupos de talleres, en cuanto al grupo control, su reducción estuvo motivada por la incorporación de parte de sus miembros a alguna de las actividades que habían solicitado. Las características de la muestra que completó las dos evaluaciones (inicial y final) del estudio son las siguientes:

Estadísticos con relación a la edad en la muestra que completó el estudio

Desv. Valor Valor N Media Mediana Moda Típica Rango Mínimo Máximo EDAD 98 67,5714 67,0000 69,00 6,9535 32,00 50,00 82,00

Distribución por grupos de edad 35 n Porcentaje 30 50 a 54 años 3 3,1 25 55 a 59 años 7 7,1 60 a 64 años 24 24,5 20 32 32,7 15 65 a 69 años Porcentaje 70 a 74 años 15 15,3 10 10 10,2 75 a 79 años 5 80 a 85 años 7 7,1 0 Total 98 100,0 50 a 55 a 60 a 65 a 70 a 75 a 80 a 54 59 64 69 74 79 85

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Distribución por sexos 70 60 n Porcentaje 50

MUJER 68 69,4 40 Mujer 30 Hombre HOMBRE 30 30,6 Porcentaje 20

98 100,0 10 Total 0

Distribución según estado civil 60 n Porcentaje 50 Soltero 6 6,1 40 Soltero Casado Casado 58 59,2 30 Viudo Viudo 31 31,6 Porcentaje 20 Separado Separado 3 3,1 10 Total 98 100,0 0

,     ' #             !     (        -  &    #    )   '       #'  %!   * ( $      '    $            "            ! .        $     #    ! '  # * /             $      ' 0

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NUEVOS ANTIGUOS TOTALES

GIMNASIA  14 9 23 1 TALLER INFORMÁTICA  16 4 20

MANUALIDADES  11 4 15

DIBUJO Y PINTURA 7 1 8

2 TALLERES 5 7 12

GRUPO CONTROL 20 20

TOTALES 73 25 98

2.2. Procedimiento

Los sujetos que formaron parte de los grupos de actividades participaron en éstas a razón de dos y media, tres o cuatro horas semanales. La distribución de es- tas horas a lo largo de la semana difería de unos talleres a otros. Así, en el grupo de gimnasia se distribuían en cuatro días a la semana a razón de cuarenta y cinco mi- nutos diarios, en el de informática eran dos sesiones a la semana de dos horas de duración, en los talleres de manualidades dos horas y media un día a la semana, y en dibujo y pintura este tiempo se reducía a dos horas. Si bien en el caso de gimna- sia, la propia naturaleza de la actividad exigía dosificarla en varios días, la concen- tración de sesiones en otros talleres respondía a motivos de disponibilidad de recur- sos económicos y de espacio físico.

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El fuerte incremento experimentado en el número de participantes entre los períodos 1997-98 y 1998-99 en el Centro de Día Málaga-Trinidad exigió esta con- centración horaria para acomodar la espectacular demanda a la disponibilidad de salas hábiles donde ubicar las distintas actividades ofertadas, empleándose para este fin espacios como la biblioteca o la terraza. La necesidad de ampliar el número de grupos reclamaba esta concentración. Así, talleres que en el período 1997-98 se desarrollaron durante dos o tres días a la semana, se vieron reducidos a uno. Las actividades de gimnasia, manualidades y dibujo y pintura se extendieron desde el quince de septiembre de 1998 hasta final de mayo del año siguiente, con una suspensión temporal en Navidad que, por motivos de ajuste presupuestario, se prolongó hasta final de enero de 1999. El taller de informática, financiado externa- mente a través de La Fundación “La Caixa”, tuvo una duración de dos meses, del quince de octubre al dieciocho de diciembre de 1998.

La medición inicial de las variables objeto de estudio se realizó entre las se- manas tercera y cuarta del mes de septiembre de 1998 en los grupos de gimnasia, pintura y manualidades. La del grupo control tuvo lugar la primera semana de octu- bre, mientras que en el de informática, debido a un comienzo más tardío, se realizó durante los días diecinueve a veintidós de octubre. En las tareas de evaluación cola- boraron diez alumnas de último curso de la Licenciatura en Psicología de la Univer- sidad de Málaga. A cada uno de los sujetos que formaron parte del estudio se les comunicó por teléfono el día y hora a la que debían personarse en el Centro para la evaluación. De esta forma, se organizaron cada día grupos que oscilaban entre ocho y diez perso- nas, a las que se convocaba en el salón de televisión del propio Centro. Una vez allí, se les explicaba la finalidad del estudio. La explicación que se les ofrecía no añadía nada a lo que anteriormente se les había dicho a la hora de solicitar su colaboración, concretamente se les decía lo siguiente:

“Se trata de una encuesta que se está realizando por parte de la De- legación entre algunas de las personas que están en los talleres de actividades, para saber cómo son y cuál es su opinión. La finalidad de esta encuesta es poder mejorar, a partir de esta información, las actividades que se ofrecen para que sean del agrado de los usua- rios”

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Una vez que los sujetos estaban acomodados y avisados de la total confiden- cialidad de los resultados de la encuesta, se les entregaba el cuadernillo en el que estaban incluidos todos los autoinformes, a excepción del cuestionario de deterioro cognitivo y de la escala de autoeficacia social. Completados los datos sociodemográ- ficos y de identificación por parte del evaluador, se les explicaba el modo de rellenar el resto, para que la persona continuase por sí misma. El formato de los autoinfor- mes en cuanto a tamaño de la letra, claridad de los contenidos y tipo de respuesta estaba dispuesto para facilitarles la tarea. La mayor parte de los sujetos completó ésta sin problemas, sólo algunas personas necesitaron ayuda por sus dificultades de lectura o comprensión del texto. En aquellos casos en los que no entendían alguna pregunta, se les explicaba e indicaba la forma de responder. Cuando tenían dificul- tades para leer el contenido de las preguntas eran ayudados por el evaluador, que se las leía y anotaba la respuesta. Completada esta parte, se administraban en formato de entrevista la escala de autoeficacia social y la prueba de deterioro cognitivo. La naturaleza de esta última prueba exigía que se llevara a cabo de este modo. En cuanto a la primera, se optó por realizarla mediante entrevista por considerar que su formato de respuesta resul- taba de difícil comprensión para algunas personas mayores. La evaluación final de los grupos de gimnasia, manualidades, pintura y el gru- po control tuvo lugar entre los días diez y veinticinco de mayo. El grupo de informáti- ca, debido a su menor duración, completó esta valoración final a lo largo de la terce- ra semana de diciembre de 1998. El procedimiento seguido fue el mismo al de la evaluación inicial.

2.3. Instrumentos Las variables evaluadas fueron las siguientes: -Apoyo social -Soledad -Bienestar subjetivo, medido a través de dos variables: -Satisfacción vital -Depresión -Control percibido

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-Autoeficacia social -Salud, medida a través de cuatro variables: -Salud física autoinformada en el último año -Salud física autoinformada sobre las dos últimas semanas -Salud psíquica auntoinformada -Salud percibida -Deterioro cognitivo -Actividad no formal, atendiendo a dos aspectos: -Frecuencia de actividades -Satisfacción con las actividades -Satisfacción con el taller de actividad

2.3.1. Apoyo social: Se utilizó la escala de apoyo social funcional de DUKE-UNC (1982). Este cuestionario, adaptado a la población española por De la Revilla, Bailón y Luna (1991), debe su nombre a la Universidad de Duke en Carolina del Norte. La versión diseñada inicialmente por esta Institución fue modificada un año más tarde por Broadhead, Kaplan y Jones (1983). Los elementos que componen este cuestionario miden dos dimensiones de apoyo percibido: confidencial y afectivo. De sus once ítems, seis (1, 4, 6, 7, 8 y 10) miden la primera de estas dimensiones, y cinco (2, 3, 5, 9 y 11) la segunda. Las pun- tuaciones para cada uno de estos ítems van de uno a cinco en una escala tipo Likert con la siguiente correspondencia: 1) Los niveles uno y dos indican que la persona recibe menos apoyo del que desea con relación al contenido evaluado en el ítem 2) El nivel tres señala que la persona no recibe ni tanto como desea ni mucho menos de lo que desea 3) Las puntuaciones cuatro y cinco indican que la persona recibe tanto apoyo como desea. La puntuación total del cuestionario oscila entre once y cincuenta y cinco pun- tos, con una media de treinta y tres. Indica el apoyo percibido total, que se considera deficitario cuando es inferior a la media. Los valores del apoyo confidencial se distri- buyen a lo largo del rango seis-treinta, con un valor medio de dieciocho, que es el

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que marca el límite entre la suficiencia o carencia de este tipo de apoyo. En cuanto al apoyo social afectivo, su media es quince, siendo sus valores máximo y mínimo veinticinco y cinco respectivamente. Las puntuaciones comprendidas entre este últi- mo valor y la media indican escasos recursos afectivos. Para la evaluación del apoyo social objetivo, se empleó la Escala de Recursos Sociales OARS -Older Americans Resources and Services Schedule- (Fillenbaum, 1978), adaptada al castellano por Montorio (1990). Este cuestionario fue desarrolla- do en el Centro para el Estudio del Envejecimiento y el Desarrollo Humano de la Universidad de Duke. Forma parte de una batería más amplia compuesta de dos partes, en la primera (A) se evalúan otras cuatro áreas: económica, deterioro mental, salud física y autonomía funcional; en la segunda (B) se valoran los servicios recibi- dos por el mayor y la percepción que tiene de éstos. Las puntuaciones oscilan entre 1 (sin ningún deterioro) y 6 (totalmente deteriorado) en cada una de las áreas, va- riando los métodos utilizados (agregar, determinar el número de áreas deterioradas, etc.) para alcanzar una puntuación global (Bowling, 1997). En el presente estudio, se han utilizado los ítems que componen la escala de recursos sociales de esta batería, que recogen información acerca de la estructura familiar, amistades y visitas del mayor, disponibilidad de personas de confianza y proveedores de ayuda en caso de que sea necesario. El contenido de estos ítems se correspondía con las necesidades de evaluación relativas a los cambios objetivos producidos en la red de apoyo, no obstante, para conservar la información aportada por éstos, se optó por desechar el sistema de puntuación categorial, y analizar las variaciones acontecidas en las puntuaciones de los sujetos en cada uno de los ítems a lo largo del período de actividades. Con relación a las propiedades psicométricas, la validez criterial de las distin- tas escalas que componen este instrumento, oscila entre .62 y .89. En cuanto a la consistencia interna, oscila entre .66 para la salud física y .87 para el autocuidado. La fiabilidad test-retest, tras un intervalo temporal de cinco semanas, ha arrojado valores que oscilan entre .32 y .82 en función de los grupos de ítems analizados (Bowling, 1997).

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AS Para cada una de las siguientes afirmaciones, marcar la alternativa que más se corresponda con usted: Menos de lo Tanto como que deseo deseo Recibo visitas de mis amigos y familiares 1 1 2 3 4 5 Recibo ayuda en asuntos relacionados con mi casa 2 1 2 3 4 5 Recibo elogios o reconocimiento cuando hago bien las cosas 3 1 2 3 4 5 Cuento con personas que se preocupan de lo que me sucede 4 1 2 3 4 5 Recibo amor y afecto 5 1 2 3 4 5 Tengo la posibilidad de hablar con alguien de mis problemas tanto en mi casa como fuera 6 de ella 1 2 3 4 5 Tengo la posibilidad de hablar con alguien de mis problemas personales y familiares 7 1 2 3 4 5 Tengo la posibilidad de hablar con alguien de mis problemas económicos 8 1 2 3 4 5 Recibo invitaciones para distraerme y salir con otras personas 9 1 2 3 4 5 Recibo consejos útiles cuando me ocurre algún acontecimiento importante en mi vida 10 1 2 3 4 5 Recibo ayuda cuando estoy enfermo en la cama 11 1 2 3 4 5

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OARS

Nos gustaría que respondiese algunas preguntas acerca de su familia y amigos. 1. ¿Cuál es su estado civil?

0 Soltero

1 Casado

2 Viudo

3 Separado

2. ¿Quién vive con usted? (Anotar Sí/No para cada fila) SÍ NO ___SI ___NO Nadie ___SI ___NO Marido o esposa NO SISI ___ Hijos ___SI ___NO Nietos ___SI ___ Padres ___SI ___NO Abuelos ___SI ___NO Hermanos/as ___SI ___NO Otros familiares (no políticos) ___SI ___NO Amigos ___SI ___ Personas pagadas sin vínculo ___SI ___ Otros (especificar)______

3. ¿Con cuántas personas tiene la suficiente confianza como para visitarlos en su casa?

Ninguna 1 ó 2 3 ó 4 5 ó más NS/NC

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4. ¿Con cuántas personas habló (amigos, familiares u otros) por teléfono durante la última semana? (Si la persona no tiene teléfono la pregunta es también válida)

0 Ninguna

1 Una vez

2 Dos veces

3 Una vez al día o más

5. ¿Cuántas veces durante la semana pasada le visitó alguien que no vive con usted, fue usted de visita o realizó alguna ac- tividad con otra persona?

Ninguna 2-6 veces 1 vez 1 vez NS/NC

6. ¿Hay alguna persona en la que tenga confianza?

SI NO NS/NC

7. ¿Con qué frecuencia se siente solo?

0 Bastante a menudo

1 Algunas veces

2 Casi nunca

No sabe/ No contesta

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8. ¿Ve a sus familiares y amigos tan a menudo como qui- siera o está algunas veces triste por lo poco que vienen a verle? Algunas veces me siento triste por lo poco 1 que vienen

2 Vienen tan a menudo como deseo

No sabe/ No contesta 9. ¿Hay alguien que le ayudaría en cualquier cosa si se pusiera enfermo o quedara incapacitado? (por ejemplo, marido/mujer, otro familiar, amigo) Sí 1

0 Nadie dispuesto y capaz de ayudarme

No sabe/ No contesta Si ha respondido “sí” a la pregunta anterior, responder a A y B: A) ¿Hay alguien que cuidaría de usted tanto tiem- po como lo necesitase o sólo por un corto espacio de tiempo u ocasionalmente? (por ejemplo, acom- pañarle al médico) Alguien que me ayudaría de vez en cuando 1

2 Alguien que me cuidaría durante un breve tiempo

3 Alguien que cuidaría de mí indefinidamente

No sabe/ No contesta B)¿Quién es esa persona? Relación o Parentesto:______

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2.3.2. Soledad: La variable soledad percibida fue evaluada con la escala UCLA-revisada (Russell, Peplau y Cutrona, 1980), diseñada en la Universidad de California en los Ángeles a partir de los setenta y cinco ítems originales de la Loneliness Scale de Sisenwein´s (1965), que inicialmente se redujeron a veinticinco y, por último, a vein- te, una vez corregido el problema de la tendencia de respuesta debido a formulación unidireccional de los ítems. Asimismo, en esta versión se modificó el formato de res- puesta, pasando de tres a cuatro alterativas. A través de estos veinte ítems que componen la escala UCLA, los sujetos deben indicar la frecuencia (“Nunca”, “Casi nunca”, “Algunas veces” o “A menudo”) con la que experimentan determinados sen- timientos vinculados a la soledad. Concibe la soledad como un constructo unidimen- sional que varía en intensidad a lo largo de un continuo. En este caso, las puntua- ciones se distribuyen entre el límite inferior veinte, que indica la ausencia de este sentimiento, y el superior ochenta, que advierte de una intensa soledad en el infor- mante. La validez discriminante de este instrumento, permite afirmar que mide la soledad en sí misma y no conceptos relacionados como son la depresión, la ansie- dad o la inhibición social (Lara, 1998). En cuanto a su consistencia interna, Bowling (1997) informa de estudios reali- zados sobre una población de estudiantes en los que este índice se situó entre .94 y .96. Su fiabilidad test-retest es también elevada, Jones (citado por Bowling, 1978) encontró una correlación de .73 tras un intervalo temporal de dos meses. Con rela- ción a su validez, se han encontrado correlaciones de .62 con el Inventario de De- presión de Beck –B.D.I., así como con medidas objetivas como un escaso número de confidentes (Stokes, 1983). Bowling (1997) aporta datos sobre su validez discri- minante. Los análisis multivariados muestran que mide una dimensión de bienestar personal distinta a la aportada por las escalas de depresión: aparece un índice de soledad que explica el dieciocho por ciento de la varianza arrojada por las puntua- ciones en soledad, más de lo explicado por las medidas de personalidad y estado de ánimo. Otros análisis factoriales, llevados a cabo para comprobar su validez de constructo, han aportado soluciones factoriales tanto unidimensionales como de dos y tres factores (Cuffel y Akamatsu, 1989; McWhirter, 1990).

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UCLA Por favor, señale con qué frecuencia se siente como se indica en cada una de las siguientes afirmaciones (marque una cruz por fila): Casi Algunas A me- Nunca Nunca Veces nudo Me siento bien con personas a mi alre- 1 dedor 1 2 3 4 2 Me siento solo 1 2 3 4 No hay nadie con quien pueda ir a dar 3 una vuelta 1 2 3 4 4 Carezco de compañía 1 2 3 4 5 No me siento parte de un grupo 1 2 3 4 6 No estoy muy próximo a nadie 1 2 3 4 7 Soy una persona que sale mucho 1 2 3 4 8 Hay personas que siento muy próximas 1 2 3 4 No tengo control sobre las cosas que 9 me pasan 1 2 3 4 10 Me siento olvidado 1 2 3 4 Mis relaciones con las personas son 11 muy superficiales 1 2 3 4 12 No me conoce nadie realmente 1 2 3 4 13 Me siento aislado de los demás 1 2 3 4 No puedo encontrar compañía cuando 14 lo deseo 1 2 3 4 Hay gente que verdaderamente me 15 comprende 1 2 3 4 16 Soy desgraciado estando aislado 1 2 3 4 No hay personas con las que pueda ha- 17 blar 1 2 3 4 18 No hay gente con la que pueda pasear 1 2 3 4 19 No puedo acudir a nadie 1 2 3 4 20 No puedo concentrarme 1 2 3 4

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2.3.3. Satisfacción vital:

Esta variable representa la operacionalización del componente más cognitivo o evaluativo del bienestar psicológico subjetivo. Para su medición se ha utilizado el Índice de Satisfacción Vital –forma A- (Life Satisfaction Index –A) de Neugarten, Ha- vighurst y Tobin (1961). El desarrollo de esta escala supuso un intento de medir la satisfacción con la vida de un modo independiente del nivel de actividad o participa- ción social del sujeto (Kane y Kane, 1993). Su construcción partió de una concep- ción de bienestar subjetivo basada en cinco componentes: entusiasmo, la coheren- cia entre los objetivos deseados y alcanzados en la vida, la resolución y fortaleza, autoconcepto positivo, y tono de humor. La aplicación de este esquema a una am- plia muestra de sujetos del estudio de la ciudad de Kansas, dio lugar a la actual es- cala de veinte ítems que tan profusamente se ha utilizado en una gran parte de la literatura gerontológica sobre bienestar personal. Sus puntuaciones oscilan entre cero y veinte puntos. A pesar de esta estructura inicial de cinco factores, otros autores han reducido el número a tres (Adams, 1969; Hoyt y Creech, 1983; Liang, 1984), número que se corresponde mejor con los resultados de los análisis empíricos llevados a cabo. Es- tas dimensiones subyacentes son: tono de humor, congruencia y entusiasmo vital. La primera, según Liang, “representa la felicidad, que es un afecto positivo o una evaluación cognitiva de un afecto positivo”; la segunda, es “una valoración cognitiva del grado en que una persona está satisfecha en general con su vida, de acuerdo con las metas u objetivos que ha podido alcanzar”; mientras que el entusiasmo por la vida es “una visión positiva y optimista de la vida tanto en el presente como en rela- ción al futuro” (p. 614). Los ítems que cargan en cada una de estos factores son se- gún este autor, los siguientes: 3, 4, 5, 6, 7 y 18; 12, 13, y 19; y 1, 8, 9, 10, 15, y 16, respectivamente. Como puede se puede apreciar, cinco ítems se quedan fuera de esta estructura factorial, tres de los cuales –2, 17 y 20-, se corresponden con una dimensión definida por el propio Liang como “sin nombre”. Los coeficientes de consistencia interna oscilan entre .70 y .79 (Dobson, Po- wers y Keith, 1979; Stock y Okun, 1982; citados por Bowling, 1997). En cuanto a la validez de criterio, Bowling (1997) informa de correlaciones entre las puntuaciones de la escala y el juicio de psicólogos clínicos del orden de .64. Las correlaciones con

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la Escala de Balance Afectivo (Bradburn, 1969), la Escala Geriátrica de Philadelphia –PGCMS- (Lawton, 1975) y el Cuestionario General de Salud –GHQ- (Goldberg, 1978) son también elevadas, .66, .76, -.47 respectivamente, lo que indica la pre- sencia de constructos comunes. Con relación a la versión en castellano, Stock, Okun y Gómez (1994) informan de la adecuación de esta estructura factorial a una muestra de personas mayores de Barcelona. La bondad de ajuste al modelo de Liang es alta (.94). La consistencia interna ofrece un valor aceptable .75. En cuanto a su validez concurrente, presenta una correlación de .58 con la Escala Geriátrica de Philadelfia (Lawton, 1972), .42 con la medida de afecto positivo de la Escala de Balance Afectivo (Bradburn, 1969) y -.40 con la de afecto negativo. La puntuación media de la escala es de 12.4 (D.T. 4.4) (Montorio, 1994). En opinión de este autor, sus propiedades psicométricas son, en general, adecuadas, con la excepción de su validez de contenido, aspecto éste en el que resulta algo débil.

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LSI- A

Para cada una de las siguientes afirmaciones, marcar la alternativa que más se corresponda con usted:

1. A medida que envejezco, las cosas me pa- SI recen mejores de lo que pensé NO 2. En la vida he tenido más suerte que otras SI NO personas que conozco 3. Esta parte de mi vida es la más triste SI NO 4. Estoy tan feliz como cuando era más joven SI NO 5. Mi vida ahora podría ser más feliz SI NO 6. Estos son los mejores años de mi vida SI NO

7. La mayoría de cosas que hago me parecen aburridas o monótonas SI NO 8. En el futuro espero que me pasen cosas in- SI NO teresantes y agradables 9. Las cosas que hago me parecen tan intere- santes como antes SI NO 10. Me siento viejo y cansado SI NO

11. Me preocupa la edad que tengo SI NO 12. Cuando miro hacia atrás me siento satisfe- SI cho con mi vida NO

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13. Cambiaría mi vida pasada si pudiera SI NO 14. Comparándome con otras personas de mi edad, creo que he tomado muchas más de- SI NO cisiones equivocadas en mi vida 15. Comparándome con otras personas de mi edad, creo que tengo un buen aspecto físico SI NO 16. He hecho planes sobre las cosas que voy a SI hacer dentro de un mes o un año NO 17. Cuando pienso sobre mi vida, creo que he conseguido la mayoría de las cosas que SI NO quería 18. Tengo la sensación de vacío más a menudo SI NO que otras personas 19. He conseguido casi todo lo que esperaba de la vida SI NO 20. Creo que el mundo va a peor en lugar de ir SI NO a mejor

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2.3.4. Depresión:

Se empleó la Geriatric Depression Scale GDS (Brink, Yesavage, Brink, Lum, Heersema, Adey y Rose, 1982; Yesavage, Brink, Rose, Lum, Huang, Adey y Leirer, 1983). Este instrumento fue desarrollado para su uso específico con población an- ciana. Sin duda esto ha hecho que sea una de las escalas más utilizadas en la eva- luación de este trastorno en las personas mayores. Además, a partir de su amplio uso se ha podido comprobar su robustez ante las variaciones en las condiciones de aplicación, lo que la convierte en un instrumento de screening muy útil en la valora- ción geriátrica (Dunn y Sacco, 1988) tanto de personas institucionalizadas como de residentes en la comunidad (Lesher, 1986; McGivney, Mulvihill y Taylor, 1994). Utili- zando una selección de los ítems originales se comparó a veintiún mayores que no habían sido diagnosticados como depresivos en varios criterios con otros cincuenta y uno que sí había recibido ese. Junto con la GDS, en esta prueba piloto, se aplicaron, además, otras dos escalas para la evaluación de la depresión, concretamente la de Hamilton (1960) y la de Zung (1965). Comparando el poder discriminativo de la GDS con el de las otras dos, siendo mayor el de la primera. También se ha comprobado su utilidad en la evaluación de la depresión en personas de edad inferior a sesenta y cinco años, mostrando una fiabilidad en torno a .80 con poblaciones adultas (Rule, Harvey y Dobbs, 1989). Montorio (1996) reco- noce las ventajas de esta escala, aunque afirma que no mantiene su validez con personas demenciadas, ya que falla en la detección de sus síntomas depresivos. Este mismo hecho es puesto de manifiesto por otros autores (Burke, Houston, Boust y Roccaforte, 1989; Gilley y Wilson, 1997). La primera adaptación de este cuestionario al castellano fue la realizada por Perlado (1987). Sin embargo este autor no proporcionó información sobre sus pro- piedades psicométricas. Posteriormente González (1988) y Pérez, González, Mora- leda, Szurek y González (1990) confeccionaron una versión de veinte ítems de cua- tro alternativas, modificación esta última que altera considerablemente el formato de respuesta inicialmente elegido para facilitar su contestación. En su versión original consta de treinta ítems con respuesta dicotómica (Sí/No), veinte de los cuales indican la presencia de depresión cuando son contesta- dos afirmativamente y los otros diez restantes (1, 5, 7, 9, 15, 19, 21, 27, 29, y 30)

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cuando es negativa la respuesta. Izal y Montorio (1993) llevaron a cabo una nueva adaptación de la escala original, con unos resultados psicométricos satisfactorios. Ninguno de los ítems que componen esta escala hace referencia a problemas somá- ticos, como ocurre, por ejemplo, con la SDS (Self Rating Depression Scale) de Zung (1965), por lo que la confusión de estos síntomas con el síndrome depresivo queda solventada (Montorio, 1994). Como afirman Pérez-Almeda, González, Moraleda, Szurek y González (1990) acerca de la evaluación de la depresión en ancianos, en los adultos parece que puede evaluarse con relativa facilidad la depresión a través de sus correlatos somáticos y conductuales, mientras que esos síntomas no son es- pecíficos de los estados depresivos de las personas mayores, sino comunes a mu- chos cuadros que poco o nada tienen que ver con la depresión. En el análisis facto- rial de sus ítems aflora una estructura compuesta por cinco dimensiones: humor o afecto triste, ausencia de energía, afecto positivo, agitación y aislamiento o evitación sociales (Sheik, Yesavage, Brooks, Friedman, Gratzinger, Hill, Zadeik y Crook, 1991). En cuanto a su fiabilidad test-retest e interjueces, Brink (1985) halló unos índices de .86 y .85 respectivamente. De acuerdo con sus autores originales, una puntuación igual o superior a once indicaría la presencia de sintomatología depresi- va. Con este punto de corte, la escala tiene una sensibilidad -detecta correctamente a las personas que padecen depresión- del 84% y una especificidad -clasifica correc- tamente como no deprimidos- del 95%; mientras que si aumentamos el punto de cor- te a la puntuación de catorce, su sensibilidad disminuye hasta el 80% mientras que los falsos positivos se reducen a cero (Montorio, 1994). Así mismo, la correlación entre los diagnósticos de “no deprimido”, “depresión moderada” y “depresión severa” según los Criterios para el Diagnóstico en la Investigación y el derivado de los resul- tados de la GDS es de .82. Todos estos referentes hacen que esta escala sea una de las opciones actuales más recomendables para la evaluación de la depresión en las personas mayores.

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GDS Por favor, responda a cada una de las preguntas siguientes acerca de cómo se ha sentido usted la SEMANA PASA- DA: 1 Me he encontrado bastante satisfecho con mi vida SI NO 2 He abandonado muchas de mis actividades e SI NO intereses 3 He sentido que mi vida está vacía SI NO 4 Me he aburrido a menudo SI NO

5 Me he encontrado optimista sobre el futuro SI NO 6 He estado preocupado por pensamientos que NO no podía quitarme de la cabeza SI 7 He estado de buen humor la mayor parte del tiempo SI NO 8 He tenido miedo de que fuera a ocurrir algo malo SI NO 9 Me he sentido feliz la mayor parte del tiempo SI NO 10 Me he sentido desamparado e indefenso SI NO 11 He estado a menudo intranquilo y nervioso SI NO

12 He preferido quedarme en casa más que salir y hacer cosas nuevas SI NO 13 Me he preocupado frecuentemente por el futu- SI NO ro 14 He pensado que tenía más problemas de me- SI NO moria que los demás 15 He pensado que es maravilloso estar vivo SI NO CONTINÚA EN LA PÁGINA SIGUIENTE 220

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16 Me he sentido desanimado y triste NO . SI 17 Me he sentido inútil SI NO . 18 Me he preocupado por las cosas del pasado NO . SI 19 Me ha parecido que la vida es emocionante SI NO . 20 He encontrado duro empezar nuevos proyec- . tos SI NO 21 Me he sentido lleno de energía SI NO . 22 He pensado que mi situación es desesperada . SI NO 23 He pensado que muchas personas se encuen- SI NO . tran en mejor situación que yo 24 Me he preocupado frecuentemente por cosas . sin importancia SI NO 25 He sentido frecuentemente ganas de llorar SI NO . 26 He tenido problemas para concentrarme . SI NO 27 Me he encontrado alegre al levantarme por la NO . mañana SI 28 He preferido evitar grupos de gente SI NO . 29 Ha sido fácil para mi tomar decisiones . SI NO 30 He sentido que mi mente estaba tan clara co- SI NO . mo antes

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2.3.5. Control percibido:

Se ha utilizado la versión reducida de la Escala de Lugar de Control Deseado LDCS –Locus of Desired Control Scale- de Reid, Haas, y Hawkins (1977). Esta esca- la consta de catorce ítems divididos en dos subescalas, la primera valora la impor- tancia que la persona le da al control sobre siete aspectos de su vida cotidiana como son, por ejemplo: estar con los amigos, tener intimidad cuando lo desea, recibir asis- tencia médica, etc. Esta evaluación de la relevancia o importancia se realiza sobre una escala de cuatro puntos (“Nada Importante”, “Algo importante”, “Bastante Impor- tante” o “Muy Importante”). La introducción de este aspecto responde a la necesidad de tener en cuenta el valor que la persona le otorga a cada uno de los aspectos so- bre los que se evalúa su percepción de control. Como afirman los propios autores, de esta manera se trataba de dar respuesta a la indicación de Rotter de considerar las diferentes valoraciones concedidas por distintas personas. Lo que hace necesa- rio medir, no sólo las expectativas de control sino también el deseo o relevancia que ese control tiene para la persona. En la segunda mitad, a través de una escala similar de cuatro puntos, se mide la percepción o expectativas de control que el sujeto cree tener sobre cada uno de los siete aspectos anteriores. La puntuación total de control percibido se obtiene multiplicando cada ítem de la primera subescala por su correspondiente en la se- gunda, y sumando los resultados de estos productos. De esta forma, la escala arroja tres puntuaciones: deseo de control, expectativa de cotrol y control percibido total. Los autores informan de haber obtenido fiabilidades alfa de 0.64 y 0.66, res- pectivamente, para una muestra de 60 residentes en un Centro residencial y para 147 personas procedentes tanto de residencias como de la comunidad (Reid, Haas y Hawkings, 1977). En cuanto a las puntuaciones de cada subescala: la de deseo de control presenta una media de 22.2 y una desviación estandar de 3.3; mientras que en las expectativas de control, estos datos son 19.3 y 4.1 respectivamente. No apa- recen diferencias entre las puntuaciones obtenidas por hombres y mujeres. Se dispone de información psicométrica acerca de dos ampliaciones a 32 y 70 ítems realizadas sobre esta misma escala. Estas dos versiones tienen una consis- tencia interna (alfa de Cronbach) para la escala total, de deseo de control y de ex- pectativa de control de (.76, .87 ) (.73, .88) y (.76, .84) respectivamente (Reid y Zie-

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gler, 1980, 1981). En cuanto a la fiabilidad test-retest, los autores informan de una correlación de .63 entre las puntuaciones de la versión de 70 ítems tomadas con un año de intervalo. Si bien, las propiedades psicométricas son superiores en las esca- las ampliadas, su excesiva longitud desaconsejaba su utilización junto con el resto de escalas que componían la batería de evaluación empleada en el presente estu- dio.

2.3.6. Autoeficacia Social:

Se empleó la subescala de Autoefica Social de la Escala de Autoeficacia (Self-Efficacy Scale) de Sherer y Adams (1985), compuesta por seis ítems con cinco alternativas de respuesta, que van desde “Fuertemente en desacuerdo” hasta “Fuer- temente de acuerdo”, oscilando las puntuaciones entre un mínimo de seis y un máximo de treinta puntos. Consta de otra subescala que mide autoeficacia general. Inicialmente, este instrumento se componía de treinta y seis ítems con una escala de medida tipo Likert de catorce puntos (Sherer, Maddux, Mercandante, Prentice-Dunn, Jacobs y Rogers, 1982). Para estos autores:

“Las experiencias pasadas de éxito o fallo que haya padecido el su- jeto a lo largo de diferentes situaciones, darán lugar a un conjunto de expectativas que aplica a nuevas situaciones” (p. 664).

Posteriormente, se redujo tanto el número de ítems como el formato de respuesta, dejándolo definitivamente en las cinco alternativas tipo Likert actuales, que miden básicamente tres aspectos del comportamiento orientado a un objetivo: iniciativa, esfuerzo y persistencia ante la adversidad (Sherer y Adams, 1983). Como se puede observar en la subescala aquí empleada, estos tres aspectos quedan claramente reflejados en el contenido de los ítems. La fiabilidad de la subescala de autoeficacia social (.71) es algo menor que la general (.86). En cuanto a su validez, han sido numerosos los estudios que se han llevado a cabo, arrojando unos resultados bastante satisfactorios. Así, Woodruff y Cashman (1993) han comprobado su validez de constructo a través de análisis fac- torial, ofreciendo éstos una solución bifactorial acorde con las subescalas que lo componen. Del mismo modo, sus correlaciones significativas con escalas de Mastery

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(Pearlin, Lieberman, Menaghan y Mullan, 1981) y de Autoestima (Rosenberg, 1965) la apoyan. La validez criterial fue analizada por sus autores a partir de su correlación con el desempeño de profesiones vocacionales, encontrando que las puntuaciones altas en esta escala eran unos buenos predictores de su desempeño. En lugar de esto, Woodruff y Cashman (1993) utilizaron como criterio las expectativas de califi- cación que presentaba un grupo de estudiantes: siendo significativamente más altas las que tenían aquellos que daban puntuaciones más elevadas en esta escala.

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LDCS

HASTA QUÉ PUNTO ES DESEABLE O IMPORTAN- TE PARA USTED:

Nada Algo Bastante Muy Recibir visitas regularmente de sus 1. amigos y familiares 0 1 2 3 Ser capaz de decidir por sí mismo 2. las actividades del día 0 1 2 3 Ser capaz de guardar sus cosas per- 3. sonales donde quiera 0 1 2 3 Recibir atención y reconocimiento 4. por parte de los que le rodean 0 1 2 3 Recibir asistencia médica cuando 5. usted lo solicita 0 1 2 3 Poder tener intimidad cuando 6. quiere 0 1 2 3 Estar con sus amigos cuando usted 7. quiere 0 1 2 3

8. ¿Hasta qué punto puede hacer algo para con- seguir que sus amigos o familiares le visiten regu- larmente?

0 No puedo hacer nada

1 Puedo hacer algo

2 Puedo hacer bastante

3 Puedo hacer mucho

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9. ¿Con qué frecuencia decide usted las activida- des que va a hacer durante el día?

0 Nunca

1 Algunas veces

2 Bastante a menudo

3 Siempre

10. Puedo guardar mis cosas personales donde quiera:

0 No estoy de acuerdo

1 Algo de acuerdo

2 Bastante de acuerdo

3 Totalmente de acuerdo

11 ¿Con qué frecuencia atrae la atención de los que le rodean?

0 Nunca

1 Algunas veces

2 Bastante a menudo

3 Siempre

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12. ¿Hasta qué punto cree usted que puede hacer algo para recibir asistencia médica cuando lo so- licita?

0 No puedo hacer nada

1 Puedo hacer algo

2 Puedo hacer bastante

3 Puedo hacer mucho

13. ¿Con qué frecuencia tiene intimidad cuando lo desea?

0 Nunca

1 Algunas veces

2 Bastante a menudo

3 Siempre

14. ¿Con qué frecuencia puede estar con sus ami- gos cuando usted quiere?

0 Nunca

1 Algunas veces

2 Bastante a menudo

3 Siempre

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E.A.E. A continuación aparecen una serie de frases sobre sus actitudes personales. Por favor, lea cada frase y de- cida en qué grado le describe a usted. No hay respuestas correctas o erróneas. Probablemente estará de acuerdo con algunas frases y en desacuerdo con otras. Por favor, sea muy sincero y descríbase como usted realmente es y no como quisiera ser. Marque: 1 Si usted está fuertemente en desacuerdo con la frase 2 Si usted está moderadamente en desacuerdo con la frase 3 Si usted está tanto de acuerdo como en desacuerdo 4 Si usted está moderadamente de acuerdo con la frase 5 Si usted está fuertemente de acuerdo con la frase 1. Es difícil para mí hacer nuevos amigos:

1 2 3 4 5

2. Si yo veo a alguien que me gusta, voy hacia esa persona en lugar de esperar a que él o ella venga a mí:

1 2 3 4 5

3. Si me encuentro a alguien que me interesa y él o ella es muy reacio a hacer amigos, rápidamente me retraigo de intentar hacer amistad con él o ella.

1 2 3 4 5

4. Cuando intento llegar a ser amigo de alguien que no parece estar interesado inicialmente en mí, no renuncio con facili- dad:

1 2 3 4 5

5. En reuniones sociales no me controlo a mí mismo:

1 2 4 5 3 6. Tengo amigos debido a mis propias capacidades personales de hacer amistades:

1 2 3 4 5 228

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2.3.7. Salud:

En su evaluación se han tenido en cuenta cuatro aspectos: salud física autoin- formada durante el último año y en las dos últimas semanas, salud psíquica autoin- formada y salud autopercibida. Se utilizó parte del cuestionario sobre calidad de vida confeccionado por Fernández-Ballesteros y Maciá (1993), desarrollado específica- mente para su uso con personas mayores. Para el primero de los componentes eva- luados los participantes respondieron once preguntas sobre otros tantos problemas de salud. Seguían a éstas otras veintidós, en las que el sujeto debía informar sobre si había sufrido y en qué grado una serie de síntomas durante las dos semanas an- teriores a la fecha de la evaluación. El formato de respuesta empleado se componía de cuatro alternativas “Nunca”, “Algunas veces”, “Bastantes veces” o “Muchas ve- ces”, con las que el sujeto debía indicar la frecuencia con la que padecía esas afec- ciones. El rango original de puntuaciones así obtenido estaba comprendido entre treinta y tres y ciento treinta y dos, donde las puntuaciones mayores indican peores estados de salud. No obstante, para facilitar la interpretación posterior de los resul- tados, se recodificaron las puntuaciones originales de manera que mayores puntua- ciones indicasen también un mejor estado de salud.

En lo referente a las propiedades psicométricas de este componente de la escala, Fernández-Ballesteros, Zamarrón y Silva (1996), en su análisis de las áreas abordadas en el cuestionario de calidad de vida, informan de una consistencia inter- na (alpha) de .84 entre los cuarenta y seis ítems que componen la escala de salud objetiva original. En cuanto a su estructura, la solución unifactorial resulta la más adecuada; explicando este único factor el 17,5 por ciento de la varianza total.

La valoración de la salud psíquica se llevó a cabo a través de la subescala correspondiente del mismo cuestionario de calidad de vida. La componen doce pre- guntas en las que la persona tenía que informar acerca de la frecuencia con la que, por ejemplo, tenía problemas para prestar atención, presentaba bruscos cambios de humor o se olvidaba de dónde había dejado los objetos. Las alternativas de respues- ta iban desde “Nunca” hasta “Casi siempre”, distribuyéndose las puntuaciones entre un mínimo de doce y un máximo de cuarenta y ocho.

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Sus ítems presentan una alta consistencia interna (.86) (Fernández- Ballesteros, Zamarrón y Silva, 1996). Los análisis de componentes principales con rotación varimax dan como resultado una estructura con dos factores bien diferen- ciados que explican el 52.69 % de la varianza total. El primero de esos factores es denominado por los autores como “Neuroticismo” (27.4% de la varianza total) e in- cluye los ítems o cuestiones 1, 2, 3, 5, 6, 7 y 8. El segundo hace referencia a “Pro- blemas mnésicos” (25.29% de la varianza total) y está compuesto por las preguntas 4, 10, 11 y 12.

En la salud autopercibida se utilizaron cuatro de los cinco ítems que miden esta variable en el cuestionario de calidad de vida. Se excluyó la pregunta relativa a la valoración o pronóstico de la salud para el próximo año y se modificaron las alter- nativas de respuesta a la primera pregunta: “En este último año, ¿diría que su salud ha sido?”, pasando de tres a cinco alternativas: “Mala”, “Regular”, “Normal”, “Buena” o “Muy buena”. Con la modificación se trató de tener una medición más precisa de este indicador tan importante en la evaluación de esta variable subjetiva. De esta manera, las puntuaciones estaban comprendidas entre cuatro y quince puntos, indi- cando puntuaciones elevadas una mayor salud percibida. La consistencia interna (alpha) de esta subescala se sitúa en .73 (Fernández-Ballesteros, Zamarrón y Silva, 1996). Los análisis factoriales llevados a cabo sobre la subescala original ofrecen una solución unifactorial que explica el 48.8% de la varianza total.

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¿En el último año, ha padecido alguno de los problemas crónicos que se enume- ran a continuación?: Nunca Algunas Bastantes Muchas NS/NC veces veces veces 1 Insomnio/tomar pastillas para 1 2 3 4 dormir 2 Corazón o circulación 1 2 3 4 3 Reumatismo, artrosis o artritis, ciática, lumbago, dolor de es- 1 2 3 4 palda 4 Problemas de la boca o encías 1 2 3 4 5 Varices 1 2 3 4 6 Problemas persistentes en los pies 1 2 3 4

7 Tensión alta 1 2 3 4 8 Dolor de cabeza, jaqueca, mi- 1 2 3 4 graña 9 Dolencias del estómago 1 1 3 4 10 Estreñimiento 1 1 3 4 11 Bronquitis o asma 1 1 3 4 ¿Ha tenido Vd. alguno de los siguientes dolores o síntomas en las dos últimas semanas?: Nunca Algunas Bastantes Muchas NS/NC veces veces veces 1 Dolor de huesos, de columna o de las articulaciones 1 2 3 4 2 Mareos 1 2 3 4

3 Tos, catarro o gripe 1 2 3 4 4 Tobillos hinchados 1 2 3 4 5 Cansancio sin razón aparente 1 2 3 4 231 CONTINÚA EN LA PÁGINA SIGUIENTE

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Bastantes Nunca Algunas Muchas NS/NC veces veces veces 6 Dificultad para dormir 1 2 3 4 7 Flojedad en las piernas 1 2 3 4

8 Dificultad para respirar o sensa- 1 2 3 4 ción de falta de aire 9 Palpitaciones 1 2 3 4 10 Dolor u opresión en el pecho 1 2 3 4 11 Manos o pies fríos 1 2 3 4 12 Estar adormilado durante el día 1 2 3 4

13 Boca seca 1 2 3 4

14 Sensación de náuseas o ganas de 1 2 3 4 vomitar 15 Gases 1 2 3 4

16 Levantarse a orinar por las no- 1 2 3 4 ches 17 Escapársele la orina 1 2 3 4 18 Zumbido de oídos 1 2 3 4 19 Hormigueos en los brazos o 1 2 3 4 piernas 20 Picores en el cuerpo 1 2 3 4

21 Sofocos 1 2 3 4

22 Llorar con facilidad 1 2 3 4 232

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¿Podría decirme con qué frecuencia le ocurren las siguientes cuestio- nes que le voy a indicar?: Casi Frecuen NS/NC Nunca nunca A veces temente

1 Encontrarse desorientado o como 1 2 3 4 “ido” 2 Sentirse deprimido, triste, inde- 1 2 3 4 fenso o desesperado

3 Tener problemas para prestar 1 2 3 4 atención y concentrarse 4 Olvidar el día de la semana o lo 1 2 3 4 que ha estado haciendo 5 Llorar o reír sin motivo 1 2 3 4

6 Sentirse nervioso o angustiado 1 2 3 4

7 Perder los nervios en algunas si- 1 2 3 4 tuaciones 8 Tener ideas que no puede quitar- 1 2 3 4 se de la cabeza 9 Olvidarse de las cosas que hizo 1 2 3 4 ayer 10 Olvidarse de dónde puso sus ob- 1 2 3 4 jetos personales 11 Perderse en algún lugar 1 2 3 4

12 Sentirse observado o/y persegui- 1 2 3 4 do

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SALUD AUTOPERCIBIDA

En éste último año, ¿diría que su salud ha sido?

MALA REGULAR NORMAL BUENA MUY BUENA

1 2 3 4 5

¿Se siente satisfecho con su actual estado de salud?

NADA ALGO BASTANTE MUCHO

1 2 3 4

¿Cree Vd. que su estado de salud es ahora mejor, peor o igual que hace un año?

IGUAL MEJOR PEOR

1 2 3

Compare su estado de salud con el de otras personas de su misma edad y dígame si su estado de salud es:

IGUAL MEJOR PEOR

1 2 3

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2.3.8. Deterioro Cognitivo:

Se empleó el cuestionario SPMSQ (Pfeiffer, 1975) -Short Portable Mental Sta- tus Questionnaire-, instrumento que forma parte de la batería de evaluación geriátri- ca OARS (Older Americans Research and Service Center) creado por la Universi- dad de Duke. Se trata de una prueba screening de fácil administración, y que tiene la ventaja de tener normas precisas para su corrección de acuerdo con el nivel edu- cativo del sujeto. Ha sido adaptada a la población española por Fernández- Ballesteros, y consta de diez elementos en los que, básicamente, se evalúa orienta- ción temporal y espacial, así como el grado de conocimiento o información sobre aspectos cotidianos de su vida. En función del nivel educativo, el número de errores obtenido por el sujeto permite clasificar su deterioro en cuatro niveles:

0 a 2 errores Intacto 3 a 4 errores Deterioro intelectual leve 5 a 7 errores Deterioro intelectual moderado 8 a 10 errores Deterioro intelectual severo Nota: Se permite un error más si la persona sólo tiene educación primaria o pertenece a grupos segregados, y un error menos si tiene educación de grado medio o superior.

La heterogeneidad de los elementos que lo componen puede explicar, según Fernández-Ballesteros, Zamarrón y Silva (1996), la escasa consistencia interna (alpha= .28) que obtuvieron estos autores. Estos mismos autores han hallado una estructura bifactorial que explica el 34% de la varianza total. El primero de estos fac- tores, denominado “información” (18% varianza total), está integrado por las cuestio- nes 5, 6, 7, 8, 9 y 10, y el segundo “orientación” (16%) por las cuestiones 2, 3 y 4.

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SPMSQ

Nombre del sujeto evaluado:...... Fecha:...... Nivel Educativo: ......

Instrucciones: Hacer las preguntas de la una a la diez de esta lista y anotar las respuestas. Ha- cer la pregunta 4A sólo en caso de que el cliente no tenga teléfono. Anotar el número total de errores relativos a las diez cuestiones.

Mes Día Año 1. ¿Cuál es la fecha de hoy?......

2. ¿Qué día de la semana es hoy?......

3. ¿Cuál es el nombre de este sitio (Institución, barrio, etc.)......

4. ¿Cuál es el número de su teléfono?......

4A ¿Cuáles son sus señas?......

5. ¿Qué edad tiene?......

6. ¿Dónde ha nacido?......

7. ¿Cuál es el nombre del presidente del gobierno español?......

8. ¿Cuál es el nombre del anterior presidente del gobierno?......

9. ¿Cuál es el apellido de su madre? ......

10. Restar 3 de 20 y seguir de tres en tres hasta el final......

TOTAL NÚMERO DE ERRORES: ...... NIVEL DE DETERIORO:......

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2.3.9. Actividad no formal:

En la evaluación de las actividades realizadas por la persona durante el día se tuvo en cuenta tanto la frecuencia con la que las llevada a cabo como el grado de satisfacción que le reportaban. Para ello se utilizaron treinta y uno de los ítems del cuestionario de calidad de vida (Fernández-Ballesteros y Maciá, 1993). Quince de los cuales evaluaban el primer aspecto a través de una escala de tres alternativas: “Nunca”, “Ocasionalmente/A veces” y “Frecuentemente/Habitualmente”; mientras que en otras tantas preguntas la persona debía informar acerca de la satisfacción (“No lo hace”, “Nada”, “Poco”, “Bastante” o “Mucho”) que le producía realizar cada una de estas actividades. A estas treinta preguntas se le sumaba una última sobre el grado de satisfacción general que la persona tenía con relación a la forma en que ocupaba su tiempo, con las siguientes categorías de respuesta: “Insatisfecho”, “Indi- firente” o “Satisfecho”. El rango de puntuaciones oscilaba entre un mínimo de cero y un máximo de sesenta tanto para la frecuencia como para la satisfacción con las actividades diarias. La consistencia interna (alpha) de esta subescala del cuestionario de calidad de vida es de .87. En el análisis de su estructura factorial, aparecen dos factores que explican el 40.36% de la varianza total. Sólo las actividades cinco (“ver la televi- sión”) y nueve (“ir a la iglesia”) no tienen suficiente peso en ninguno de estos dos factores. De las restantes actividades, la 1, 2, 3, 4, 6, 7, 8 y 15 representan el com- ponente o dimensión de actividad de ocio tanto cultural como lúdico, denominándose este factor “Ocio y tiempo libre”. Las otras actividades (10, 11, 12, 13 y 14) se rela- cionan con el trabajo doméstico, identificándose este factor con esa denominación “Labores del hogar” (Fernández-Ballesteros, Zamarrón y Silva, 1996).

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¿Cuántas veces (frecuencia) realiza Vd. las siguientes actividades? (Poner una cruz por fila): Nunca Ocasionalmen- Frecuentemen- NS/NC te/A veces te/Habitualmente 1. Leer un libro o un periódico 1 2 3

2. Ir a algún espectáculo 1 2 3

3. Visitar amigos o parientes 1 2 3

4. Hacer excursiones 1 2 3 5. Ver la televisión 1 2 3 6. Escuchar la radio 1 2 3

7. Caminar 1 2 3

8. Jugar con otras personas a juegos recreativos (cartas, 1 2 3 parchís...) 9. Ir a la iglesia 1 2 3

10 Cuidar niños 1 2 3 11 Hacer manualidades (coser, bricolaje, punto, etc.) 1 2 3

12 Hacer las tareas del hogar 1 2 3

13 Hacer recados o gestiones 1 2 3 (pagar recibos, ir al banco...) 14 Ir de compras 1 2 3

15 Viajar 1 2 3

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¿Y cuánto le gusta (satisfacción) realizar las siguien- tes actividades? (Poner una cruz por fila): Mu- NS/NC No lo Nada Bas- cho Poco hace tante 1. Leer un libro o un periódico 0 1 2 3 4 2. Ir a algún espectáculo 0 1 2 3 4

3. Visitar amigos o parientes 0 1 2 3 4

4. Hacer excursiones 0 1 3 4 2 5. Ver la televisión 0 1 2 3 4 6. Escuchar la radio 0 1 2 3 4 7. Caminar 0 1 2 3 4 8. Jugar con otras personas a juegos recreativos (cartas, 0 1 2 3 4 parchís...) 9. Ir a la iglesia 0 1 2 3 4

10. Cuidar niños 0 1 2 3 4

11. Hacer manualidades (coser, bricolaje, punto, etc.) 0 1 2 3 4 12. Hacer las tareas del hogar 0 1 2 3 4 13. Hacer recados o gestiones (pagar recibos, ir al banco...) 0 1 2 3 4 14. Ir de compras 0 1 2 3 4 15. Viajar 0 1 2 3 4

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2.3.10. Satisfacción con el taller de actividad:

Se confeccionó una breve escala compuesta por ocho cuestiones en las que el sujeto expresada el grado de satisfacción con los aspectos organi- zativos, el desarrollo y los beneficios personales que había obtenidos a través de su participación en el taller. Las puntuaciones resultantes estaban com- prendidas entre cero y veintitrés. A estas preguntas se añadía un apartado donde los participantes podían indicar las observaciones que estimaran opor- tunas.

ENCUESTA FINAL

1. ¿Estuvo en otro taller antes de éste? : SI NO ¿En cuántos?: 0 1 2 3 4 5 ó más

2. ¿Qué le ha parecido la organización del taller? Muy Bue- Mala Regular Buena na NS/NC

0 1 2 3

3. ¿Que le ha parecido la forma de inscripción y reserva? Muy Bue- Mala Regular Buena na NS/NC

0 1 2 3

4. En general, ¿qué le ha parecido la atención y trato del/de los resonsable/s del taller? Muy Bue- Mala Regular Buena na NS/NC

0 1 2 3

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5. ¿Cómo valora la forma de explicar del/de los moni- tor/es? Muy Bue- Mala Regular Buena na NS/NC

0 1 2 3 6. El monitor durante el tiempo que duraba el taller ha es- tado presente:

Poco La mitad Casi todo Todo el No sabe/ tiempo o del tiempo el tiempo tiempo No contes- Nada ta

0 1 2 3

7. ¿Cómo valora las instalaciones y los medios con los que ha contado el taller?

INSUFICIENTES ACEPTABLES MUY BUENAS

0 1 2

8. Ha aprendido:

POCO / BASTAN- No sabe/ NADA MUY ALGO TE No contes- POCO ta

0 1 2 3

9. En general, en relación con el taller, se siente: NADA POCO POCO BASTAN- No sabe/ SATISFE- SATISFE- SATISFE- TE No contes- CHO CHO CHO SATISFECHO ta

0 1 2 3 10. Observaciones: ......

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3. RESULTADOS Y DISCUSIÓN

El análisis de los datos obtenidos se realizó a través de los paquetes estadís- ticos S.P.S.S. 7.5, PRELIS 2.3 y LISREL 8.3 (Jöreskog y Sörbom, 1999). El primero de los cuales se utilizó para la comprobación de las diferencias entre las variables al inicio y término de los talleres de actividades, empleándose los otros dos para el contraste del modelo estructural propuesto. La presentación de resultados seguirá el mismo orden que las hipótesis plan- teadas. Así, se comenzará con la comparación de los valores iniciales y finales entre los grupos de talleres y el de reserva al inicio y finalización de los talleres. A conti- nuación se comprobará si los posibles efectos de la participación en este tipo de ac- tividades perduran en el tiempo. Seguidamente, se estudiarán las diferencias entre los propios grupos de talleres, analizando el poder terapéutico de cada una de las actividades examinadas. Posteriormente, se analizará la diferente repercusión de los talleres en función de las características de sus usuarios. Para finalizar, la hipótesis procesual se pondrá a prueba a través del modelo de relación entre variables ante- riormente expuesto, contrastándolo con los datos obtenidos para comprobar el ajus- te entre ambos.

3.1. Efectos sobre el bienestar subjetivo. En la hipótesis inicial se aborda el principal objetivo del presente trabajo, res- ponder a la cuestión de si la actividad de ocio activo llevada a cabo por las personas mayores repercute positivamente sobre su bienestar subjetivo. Esta hipótesis, recor- demos, se operacionalizaba del siguiente modo:

H1 = “El bienestar subjetivo de los participantes se verá incremen- tado tras su paso por los talleres de actividades. Concretamente, el com- ponente cognitivo del bienestar (satisfacción vital) experimentará un in- cremento al final de la experiencia, mientras que el indicador de la dimen- sión afectiva (depresión) descenderá”.

Para su contraste, al igual que con el resto de diferencia de medias, se em- plearon pruebas no paramétricas, pues no había una total garantía de que las varia-

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bles analizadas reunieran todos los requisitos necesarios (distribución normal, homoscedasticidad y nivel de medida de intervalo) para el uso de estadísticos para- métricos. Concretamente, esta estrategia conservadora aconsejaba, como así se hizo, el empleo del estadístico de contraste U de Mann Whitney para el análisis de las diferencias entre grupos no relacionados, y la W de Wilcoxon en el caso de que los grupos guardaran relación. La primera de las pruebas se empleó para comprobar la significación de las diferencias observadas entre el grupo de actividades y el con- trol tanto al inicio como al final del período durante el que los talleres estuvieron fun- cionando. La W de Wilcoxon fue el estadístico elegido para analizar las diferencias dentro de cada grupo al inicio y al final de cada período (comparación antes- después). Para adecuar el contraste de los valores arrojados por estos estadísticos, se empleó la prueba exacta de Monte Carlo, basada en diez mil muestras calculadas a partir de la muestra original, y que, en ausencia de garantías acerca de la distribu- ción normal de las variables analizadas, permite asegurar (con un nivel de confianza del 99%) la significación estadística. En la tabla 1 aparecen reflejados los valores medios iniciales y finales en los grupos experimental y control, de las variables estudiadas, así como los valores Z de los contrastes con su correspondiente nivel de significación. En las columnas tres y cuatro aparecen los resultados de comparar el grupo experimental y el control al ini- cio y al final respectivamente. La columna cinco refleja los valores de la comparación antes-después en el grupo de actividades, mientras que la columna seis hace lo mismo con el grupo que permaneció en lista de espera. En la columna 1 de esta tabla se puede apreciar el incremento de la satisfac- ción vital (LSI-A) en el grupo de talleres. Este aumento (1.94) resulta altamente signi- ficativo (z=-4.31; p<.01). Asimismo, la disminución en la media de las puntuaciones de la escala de depresión GDS (-2.92) es igualmente relevante (z=-4.29; p<.01). Ambos resultados están en consonancia con la hipótesis inicial. También lo están los encontrados tras analizar las diferencias en el grupo de reserva. En el que disminuyó sensiblemente la puntuación media de satisfacción vital (-0.45) aunque sin alcanzar significación estadística (z=-.46; p>.05), así como manifestó un aumento (1.5) la de- presión, que tampoco llegó a ser estadísticamente significativo (z=-1.33; p>.05).

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Tabla 1: Comparaciones de los valores iniciales y finales de las variables analizadas en los grupos experimentales y control.

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MEDIAS DIFERENCIAS Grupos Expe- rimentales (Ta- Grupo Control Gr. Exper. - Gr. Cont. Gr. Exper. - Gr. Cont. Gr. Exper. - Gr Exper. Gr. Cont. - Gr Cont. lleres) (Reserva) (Inicio) (Inicio) (Final) (Final) (Inicio) (Final) (Inicio) (Final) VARIABLE n Inicio Final n Inicio Final n Z Sig. n Z Sig. n Z Sig. n Z Sig. (1) (1) (2) (2) Apoyo Social Percibido 77 36.84 42.84 20 36.35 33.15 122 -.36 .262 97 -4.30 .000** 77 -6.15 .000** 20 -2.75 .004** Apoyo Afectivo 78 19.79 23.34 20 21.00 18.15 122 -1.14 .722 98 -3.94 .000** 78 -5.82 .000** 20 -2.81 .004** Apoyo Confidencial 78 16.97 19.42 20 15.35 15.00 122 -2.27 .021* 97 -4.09 .000** 77 -5.04 .000** 20 -.73 .490 Satisfacción Vital 78 12.98 14.92 20 12.35 11.90 122 -.54 .589 98 -2.65 .007** 78 -4.31 .000** 20 -.46 .660 Depresión 78 11.03 8.11 20 11.55 13.05 122 -.32 .758 98 -3.23 .001** 78 -4.29 .000** 20 -1.33 .192 Salud Total (Anális. Factor.) 75 49.93 50.78 20 48.96 47.82 121 -.15 .911 96 -.92 .367 75 -.57 .579 20 -.93 .373 Control Percibido 78 31.24 37.56 20 31.35 27.35 122 -.02 .989 98 -3.34 .001** 78 -4.75 .000** 20 -1.96 .025 Deseo de Control 78 15.62 16.97 20 15.30 13.30 122 -.30 .759 98 -4.28 .000** 78 -2.79 .003** 20 -2.39 .015* Creencia de Control 78 13.51 15.11 20 13.80 14.20 122 -.11 .913 98 -.97 .333 78 -4.75 .000** 20 -.85 .427 Actividad Informal Frecuencia de Actividades 78 33.35 33.85 20 33.00 33.35 122 -.58 .571 98 -.69 .550 78 -1.76 .080 20 -.587 .578 Satisfacción con Actividades 77 40.46 41.40 19 40.52 39.84 121 -.20 .843 96 -.68 .499 77 -1.27 .194 19 -.213 .853 Satisfacción con tiempo libre 78 1.76 1.87 20 1.40 1.25 122 -2.08 .043* 98 -3.71 .000** 78 -1.97 .035* 20 -.828 .571 Autoeficacia Social 78 20.08 21.34 20 20.20 18.75 122 -.81 .416 98 -1.85 .064 78 -2.462 .013* 20 -1.164 .262 Soledad 78 34.11 30.48 20 37.65 37.55 121 -2.07 .010* 98 -3.64 .000** 78 -4.063 .000** 20 -.112 .921

(1) Estadístico de contraste U de Mann Whitney a través de la prueba exacta de Monte Carlo, basada en 10.000 muestras calculadas a partir de la muestra original (nivel de confianza 99%) (2) Valor Z del estadístico W de Wilcoxon a través de la prueba exacta de Monte Carlo, basada en 10.000 muestras calculadas a partir de la muestra original (nivel de confianza 99%) (*) Estadísticamente significativo con un  = 0,05 bilateral (**) Estadísticamente significativo con un  = 0,01 bilateral 245

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Estos resultados permiten confirmar claramente la hipótesis inicial, ya que, como se aprecia en las columnas 3 y 4, la ausencia de diferencias significativas en satisfac- ción vital y depresión al comienzo de los talleres entre ambos grupos, se convirtió en tal tras la finalización de éstos. Esta diferencia entre los grupos de actividades y el de reserva resultó significativa tanto para la variable satisfacción vital (z=-2.65; p<.01) como para depresión (z= -3.23; p<.01).

Se pasará a continuación a comprobar los cambios producidos entre el inicio y la finalización de los talleres en el resto de variables analizadas, que son el objetivo de las siguientes hipótesis.

3.2. Efectos sobre la soledad autoinformada.

H2 = “El nivel de soledad entre los participantes de los talleres dis- minuirá tras su paso por éstos”

En la tabla 1 se aprecia que las puntuaciones de la escala UCLA experimen- taron un descenso en el grupo de talleres (-3.63), lo que representa una diferencia claramente significativa (z=-4.06; p<.01). Mientras, la diferencia observada en el gru- po de la lista de espera fue inapreciable (-.1). Aunque hay que reconocer que el gru- po de control tenía inicialmente un grado de soledad ligeramente superior al de los grupos experimentales (z=-2.07; p<.05), esta diferencia se incrementó considera- blemente al finalizar el período de talleres (z=-3.64; p<.01). Lo que permite corrobo- rar la hipótesis propuesta.

3.3. Efectos sobre la salud objetiva y subjetiva autoinformada.

H3 = “La participación en los talleres de actividades repercutirá po- sitivamente sobre la salud objetiva y subjetiva. Por lo que, en aquellas personas mayores que formen parte de los mismos se observará un in- cremento en la salud objetiva y percibida autoinformada tras su paso por los talleres”.

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Como se indicaba anteriormente en el apartado de instrumentos, la salud se midió a través de cuatro indicadores: salud física autoinformada durante el último año, salud física en las dos últimas semanas, salud psíquica autoinformada y salud autopercibida. En la tabla 2 aparecen recogidos los resultados de las comparaciones efectuadas con esas variables. Se puede advertir que aparecen muy pocas diferen- cias significativas en ambos grupos. Así, en los grupos de talleres, únicamente la salud psíquica experimentó un incremento (1.15) que resultó significativo (z=-1.98; p<.05). No obstante, también hay que decir que, en línea con la tendencia propues- ta, la salud autopercibida, que al comienzo de los talleres, era igual en ambos gru- pos, fue estadísticamente superior en los grupos de actividades cuando éstas finali- zaron (z=-2.48; p<.05).

Junto con estos cuatro indicadores, se calculó un índice global de salud, cal- culado a partir de puntuación factorial. Para ello, inicialmente se llevó a cabo un aná- lisis factorial (método de componentes principales) de estas medidas. Los resultados obtenidos permitían apoyar la existencia de una estructura unifactorial subyacente, que explicaba el 67.56% de la varianza de las puntuaciones originales. Los altos pe- sos factoriales de cada una de las medidas iniciales (Ver tabla 3) apoyaban esta re- ducción.

Medida de Salud Peso Facto- rial Salud Física en el último año .837

Salud Física en las dos últimas semanas .883

Salud Psíquica .852

Salud Autopercibida .704

Tabla 3. Resultados del análisis factorial de componentes principales: cargas factoriales sobre el factor resultante.

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Tabla 2: Comparaciones de los valores iniciales y finales de las variables analizadas en los grupos experimentales y control.

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MEDIAS DIFERENCIAS Grupos Expe- rimentales (Ta- Grupo Control Gr. Exper. - Gr. Cont. Gr. Exper. - Gr. Cont. Gr. Exper. - Gr Exper. Gr. Cont. - Gr Cont. lleres) (Reserva) (Inicio) (Inicio) (Final) (Final) (Inicio) (Final) (Inicio) (Final) VARIABLE n Inicio Final n Inicio Final n Z Sig. n Z Sig. n Z Sig. n Z Sig. (1) (1) (2) (2) Salud Autoinformada Salud física último año 77 33.76 33.77 20 33.40 33.20 121 -.07 .951 98 -.106 .920 77 -.27 .798 20 -.37 .725

Salud física últimas semanas 76 71.67 71.17 20 69.95 69.40 122 -.62 .534 96 -.55 .589 76 -1.11 .275 20 -.32 .762

Salud Psíquica 78 38.65 39.80 20 39.65 39.25 122 -.14 .895 98 -.15 .885 78 -1.98 .048* 20 -.39 .706

Salud Percibida 78 9.56 10.01 20 9.10 8.75 122 -.21 .834 98 -2.48 .013* 78 -1.82 .069 20 -1.05 .325

Salud Total (Anal. Fact.) 75 49.93 50.77 20 48.96 47.82 121 -.114 .911 96 -.920 .367 75 -.570 .579 20 -.933 .373

Deterioro Cognitivo 74 0.19 0.16 20 0.25 0.40 118 -.02 1.00 98 -2.20 .032* 74 -.50 .811 20 -.90 .565

(1) Estadístico de contraste U de Mann Whitney a través de la prueba exacta de Monte Carlo, basada en 10.000 muestras calculadas a partir de la muestra original (nivel de confianza 99%) (2) Valor Z del estadístico W de Wilcoxon a través de la prueba exacta de Monte Carlo, basada en 10.000 muestras calculadas a partir de la muestra original (nivel de confianza 99%)  (*) Estadísticamente significativo con un = 0,05 bilateral (**) Estadísticamente significativo con un  = 0,01 bilateral

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Tal como aparece en la tabla 2, aunque la puntuación total de salud se incre- mentó ligeramente en el grupo de talleres (.84) y disminuyó en el de control (-1.14), ninguna de las comparaciones entre ambos grupos alcanzó la significación estadísti- ca.

3.4. Efectos sobre el deterioro cognitivo.

H4 = “El deterioro cognitivo experimentado por los participantes de los talleres durante el tiempo que duran éstos será menor al observado entre aquellas otras personas que no han llegado a participar”

Los resultados obtenidos no permiten confirmar esta hipótesis, ya que, si bien mientras el grupo de talleres experimentó una leve mejoría (-.03), a la vez que el grupo de reserva empeoraba (.15), en ninguno de los dos casos se alcanzó la signi- ficación estadística. Esto no es de extrañar, pues, como se puede observar en la tabla 2, los valores iniciales de ambos grupos, indican que se trata de una población en la que el deterioro cognitivo es cero.

3.5. Efectos sobre el control percibido.

H5 = “Las puntuaciones en control percibido advertirán un incre- mento significativo en los participantes entre el comienzo y finalización de la actividad”

Recordemos que, la escala LDCS empleada evalúa tres aspectos: el deseo de control o grado de relevancia que tienen para la persona determinados ámbitos de control; la creencia de control que tiene sobre esos dominios; y, por último, el control percibido resultante de la multiplicación de los elementos que componen ca- da una de las dos medidas anteriores. Como se puede apreciar en la tabla 1, las tres medidas, tal y como se pronosticaba, se incrementaron. El deseo de control se in- cremento en algo más de un punto (1.35) (z=-2.79; p<.01), la creencia de control experimentó una subida algo superior (1.6) (z=-4.75; p<.01). El incremento en las

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dos subescalas se tradujo en un aumento de la media de puntuaciones de control percibido (6.32), significativo en la misma medida que sus dos componentes.

3.6. Efectos sobre la autoeficacia social.

H6 = “La autoeficacia social se verá favorecida a partir de las inter- acciones desarrolladas entre los usuarios de los talleres. Por lo que éstos incrementarán sus puntuaciones en esta medida tras su participación en las actividades de talleres”

Como aparece en la tabla 1, el grupo de talleres incrementó sus puntuaciones (1.26) en la subescala de autoeficacia social (Sherer y Adams, 1985) de un modo significativo (z=-2.42; p<.05). Frente a esto, el grupo de control experimentó un des- censo en esta variable (-1.45) que no alcanzó la significación (z=-1.164, p<.26).

3.7. Efectos sobre el apoyo social.

H7 = “El apoyo social tanto percibido como objetivo experimentarán un incremento entre los participantes de los talleres de actividades, siendo la diferencia entre los valores iniciales y finales positiva”

Si se observa la tabla 1, se puede comprobar que el apoyo social percibido se incrementó significativamente en los grupos de talleres, a la vez que experimentó un descenso significativo entre las personas que se encontraban en el grupo de reser- va. Así, mientras que justo al comienzo de los talleres, los integrantes del grupo ex- perimental superaban (1.62) en apoyo confidencial a los del grupo control (z=-2.27; p<.05), cuando finalizaron aquéllos la diferencia no sólo se había incrementado en esta dimensión (4.42; z=-4.09), sino que se manifestaba tanto en el componente de apoyo afectivo (5.19; z=-3.94) como en el apoyo social percibido global (9.69; z=- 4.30), alcanzando las tres la significación estadística (p<.01). Sin embargo, durante el tiempo que se prolongaron los talleres, las puntuaciones del grupo control en apo- yo afectivo decreció casi tres puntos (-2.85) (z=-2.81; p<.01), superando esta cifra el descenso en apoyo social percibido (-3.2) (z=-2.75; p<.01).

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Los resultados anteriores confirman claramente el incremento pronosticado en apoyo social percibido en los participantes de los talleres de actividades. En cuanto al apoyo social objetivo, como se comentaba en el apartado de instrumentos, se op- tó por llevar a cabo un análisis de los ítems que componen la escala OARS (Olders Americans Resources and Services Questionnaire). Esta decisión se justificaba en el hecho de que, si bien el contenido de esta escala resulta sumamente apropiado para valorar las variaciones en las interacciones sociales en las que participa la persona, los criterios de corrección reducen considerablemente la información que de ella se puede extraer. En este sentido, el sistema de clasificación propuesto (Universidad de Duke, 1978; Montorio, 1990) requiere ubicar al sujeto evaluado en una de las seis categorías propuestas, con lo que los matices de las variaciones que puedan haber ocurrido a lo largo del intervalo temporal objeto de estudio se pierden. Para el análisis de los cambios producidos en el estado civil (ítem nº 1 OARS) se utilizó la Prueba de Homogeneidad Marginal, esta prueba no paramétrica basada en la distribución Chi-cuadrado, está especialmente indicada para su uso en diseños tipo antes-después con variables multimodales. Aplicado este estadístico, y contras- tada su significación estadística a través de la prueba exacta de Monte Carlo, se puede afirmar que no se produjeron variaciones de relevancia ni en los grupos expe- rimentales (HM tipificado = 1; p>.99) ni en el de reserva (HM tipificado = 0; p>.99).

En cuanto a las personas con las que se comparte el núcleo de convivencia (ítem nº 2), tampoco se observaron diferencias. El análisis se llevó a cabo a través del estadístico W de Wilcoxon, contrastado a través de la prueba de significación exacta de Monte Carlo. Estas pruebas se aplicaron sobre las variables resultantes de sumar todas las personas con las que el sujeto autoinforma convivir al inicio y al final del período de talleres. En los grupos de talleres el valor resultante (z=-.905) estaba muy lejos de alcanzar la significación estadística (p<.6). Un resultado similar se obtuvo en el grupo de reserva (z=-1.41; p<.5).

Sí se observaron diferencias significativas en el ítems nº 3. En él se le pregun- taba al sujeto con cuántas personas tenía suficiente confianza como para visitarlos en su casa (ninguna, 1 ó 2, 3 ó 4, o 5 ó más). Dada la respuesta multimodal, se em- pleó la prueba de Homogeneidad Marginal, contrastada a partir de la prueba exacta

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de Monte Carlo. Mientras que en el grupo de talleres, el incremento en esta variable alcanzó la significación estadística (HM tipificado = 3.01; p<.01), no ocurrió lo mismo en el grupo control, en el que, si bien aumentó, dicho cambio no llegó a la significa- ción (HM tipificado = 1.46; p<.23). Este resultado está en línea con lo pronosticado. Es decir, parece ser que la actividad de talleres ha permitido aumentar el número de las personas de confianza con las que cuenta el sujeto.

No se observaron diferencias en cuanto al número de personas con las que la persona estableció contacto telefónico durante la última semana (ítem nº 4). Así, ni en el grupo de talleres (HM tipificado =.108; p<1) ni en el de control (HM tipificado = 1.65; p<.23), los cambios alcanzaron la significación estadística.

Tampoco aparecieron diferencias significativas en cuanto al número de visitas o actividades que realizaron durante la semana anterior a la fecha de evaluación (ítem nº 5). Aplicada la misma prueba para respuestas multimodales, los resultados no guardan relación con la hipótesis inicial. En los grupos de talleres el estadístico HM tipificado tomó un valor de 1.17 (p<.27), y en el grupo de control .943 (p<.48).

Para el análisis del ítem nº 6 (“¿Hay alguna persona en la que tenga confian- za?”) se utilizó la prueba de McNemar, basada en la Chi-cuadrado, y que es útil para advertir diferencias en variables dicotómicas en diseños antes-después. En el grupo de talleres, de las seis personas que en un principio comentaban no tener ninguna persona de confianza, sólo dos daban la misma respuesta al finalizar el período de actividades. No obstante, los resultados obtenidos no fueron significativos ni en los grupos de talleres (p<.12) ni en el de control (p<1). En consonancia con los resultados de la escala de soledad, en el ítem nº 7 (“¿Con qué frecuencia se siente solo?”) se observaron diferencias entre el grupo de talleres y el de control con relación a los cambios producidos antes-después. En el grupo experimental, la media de puntuaciones de soledad decreció .25 puntos, y aplicada la prueba de Homogeneidad Marginal, su resultado fue significativo (HM tipificado = 2.72; p<.01). Curiosamente, el grupo de reserva manifestó un incremento de soledad de igual cuantía aunque, en este caso, no alcanzó la significación (HM = -1.67; p<.18).

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El ítem nº 8 (“¿Ve a sus familiares y amigos tan a menudo como quisiera o es- tá algunas veces triste por lo poco que vienen a verle?”), tampoco arrojó diferencias significativas tras aplicar la prueba de McNemar ni en los grupos de talleres (p<.30) ni en el de control (p<1).

Las diferencias en el ítem nº 9 (“¿Hay alguien que le ayudaría en cualquier cosa si se pusiera enfermo o quedara incapacitado?”) sólo pudieron ser analizadas en el grupo de talleres, ya que, tanto al inicio como al final, todos los integrantes del grupo de reserva autoinformaban contar con esa persona. En los grupos de talleres, aunque de las cuatro personas que inicialmente decía no contar con esa persona, sólo una daba la misma respuesta al final del período de actividades, las diferencias no alcanzaron, de acuerdo con la prueba de McNemar, la significación necesaria para ser estadísticamente relevantes (p<.25). Esta significación tampoco se logró tras analizar las diferencias en cuanto al tiempo durante el cuál los entrevistados consideran serían cuidados por otra persona, ni en los grupos de talleres (HM = .00; p<1) ni en el de control (HM = 1.34; p<.37).

Los resultados del análisis de las diferencias observadas en los ítems de la escala OARS no permiten confirmar la hipótesis de incremento en el apoyo social objetivo. Pues, aunque se confirma que los participantes de los talleres de activida- des cuentan con más personas de confianza tras su paso por los talleres, así como que, significativamente, autoinforman de sentirse con menor frecuencia solos, no se observan diferencias significativas en el resto de ítems que componen este cuestio- nario.

3.8. Repercusión de los talleres sobre la actividad informal.

H8: “La frecuencia y satisfacción con la actividad informal no se ve- rán afectadas por la participación en los talleres de ocio, por lo que no se observarán diferencias en estas variables a lo largo del período de activi- dades”.

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A través del análisis de las variaciones en esta variable se ha tratado de acla- rar la cuestión de qué tipo de actividad (formal o informal) es la que tiene un mayor peso sobre el bienestar subjetivo de las personas mayores. Como se comentaba en el capítulo correspondiente al ocio, esta cuestión, una de las fundamentales de la Teoría de la Actividad, ha sido ampliamente debatida en la literatura gerontológica. Lemon, Bengtson y Peterson (1972) defienden que es la actividad informal, en ma- yor medida que la formal, la que se relaciona con la satisfacción vital de los mayores. Sin embargo, estos autores obtuvieron sólo una confirmación parcial a sus hipótesis. Ese mismo año, Palmore y Luikart (1972) hallan un patrón de resultados contrario: la actividad formal representa, después de la salud, la segunda variable en importancia a la hora de predecir la satisfacción vital conforme avanza la edad. Después de dos lustros, la replicación del estudio de Lemon y otros, realizada por Longino y Kart (1982), ofrecía unos resultados opuestos. Así, la actividad informal, de acuerdo con la hipótesis inicial, era la que más se relacionaba con la satisfacción vital de los ma- yores. Además, contrariamente a lo resultados de Palmore y Luikart (1972), la activi- dad formal se relacionaba negativamente con la satisfacción vital. La introducción de esta hipótesis obedece igualmente al necesario control de la actividad informal en un estudio que, como éste, trata de determinar la repercusión de una actividad formal concreta. Ni la literatura al respecto ni el uso de la propia lógica, apuntan a que la participación en los talleres influya en el resto de actividades que normalmente lleva a cabo el sujeto. En todo caso, cabe pensar que sólo aque- llas facetas más vinculadas a las salidas del domicilio (visitas, asistencia a espectá- culos, excursiones, etc.) o a la propia actividad realizada (por ejemplo, manualida- des) podrían acusar algún cambio.

Los resultados encontrados son parcialmente confirmatorios. En la tabla 1 se muestra cómo, en el grupo de talleres, la media de la frecuencia de actividades sólo se incrementó medio punto. No obstante este pequeño incremento, atendiendo a las características muestrales, indicaba una tendencia creciente (z=-1.76; p<.10). El aumento en la satisfacción con estas actividades estuvo cercano a la unidad (.94), sin embargo no fue significativo (z = -1.27; p<.19). Sí lo fue el incremento experimen- tado con la satisfacción en el uso del tiempo libre (.11; z = -1,97; p<.05). Frente a esto, en el grupo de reserva, la frecuencia de actividades sufrió un incremento simi-

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lar al del grupo de talleres (.35), que estaba muy lejos de alcanzar la significación (z = -.587; p<.57). Algo parecido ocurrió con la satisfacción con el conjunto de activida- des aunque, en este caso, disminuyó (-.68) (z =-.21; p<.85). También menguaron las puntuaciones de satisfacción con la forma de emplear el tiempo libre (-.15)(z=-.82; p<57).

Considerados en conjunto, los resultados obtenidos permiten afirmar que los talleres de actividades tienen una clara repercusión positiva sobre sus usuarios. De las ocho hipótesis analizadas, cuatro de ellas han encontrado una confirmación total, dos de ellas ha sido parcialmente confirmada, y sólo dos no han encontrado corrobo- ración empírica. Se ha podido comprobar como los talleres de actividades aumentan la satisfacción vital, disminuyen la depresión y sentimientos de soledad entre las personas que tomar parte en ellos, permitiéndoles incrementar su autoeficacia social y la percepción de control. En cuanto al apoyo social, si bien su efecto apenas se deja sentir en el apoyo objetivo, afecta muy positivamente al apoyo subjetivo. Por lo que respecta a la salud, aun cuando las hipótesis iniciales no se han visto confirma- das, en todas las medidas de salud utilizadas, el grupo de reserva se encuentra por debajo de los demás. Esto mismo se observa en lo relativo al deterioro mental; no obstante, el estado cognitivo inicial, prácticamente intacto en todos los grupos, no permite discriminar los efectos que la práctica del ocio activo posiblemente tendría entre una población intelectualmente más deteriorada. Además, todos estos cambios se han producido sin que la actividad informal incrementara de manera significativa: lo que permite afirmar que las variaciones son debidas a los cambios acontecidos en la actividad formal durante ese intervalo temporal.

A modo de sinopsis, la figura 1 permite apreciar los cambios ocurridos entre los participantes de las actividades de ocio activo. En el se contienen tanto las varia- ciones que han alcanzado la significación estadística, como aquellas otras que, sin llegar a alcanzarla, han mostrado una tendencia acorde con las hipótesis iniciales. Este segundo aspecto se puede advertir mejor cuando se comparan con las ten- dencias de cambio aparecidas en el grupo de reserva (Ver figura 2), opuestas a las de los grupos de talleres.

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PRE POST

70

TODOS LOS GRUPOS DE TALLERES 60 (*) p<,05 (**) p<,01 50,8 49,9 50 ** 42,8 ** 40,5 41,4 40 36,8 37,56 ** 33,4 33,9 34,1 31,24 30,5

30 ** ** * 23,3 20,1 21,3 19,8 19,4 ** ** 20 17 ** 17 15,6 15,1 14,9 ** 13,5 13 11 10 8,1 * 1,8 1,9 0,19 0,16 0

Soledad Social Deterioro Apoyo Control Cognitivo Libre Global

Depresión Salud Total Informal Creencia de Informal Autoeficacia Confidencial Apoyo Social

Satisf. Tiempo Frec. Actividad Apoyo Afectivo Satisf. Actividad Deseo de Control Satisfacción Vital Control Percibido

Figura 1. Comparación de los valores medios de las variables analizadas en el los grupos de talleres al inicio y al final de la actividad.

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PRE POST

70

GRUPO DE CONTROL 60 (*) p<,05 (**) p<,01 49 50 47,8 ** 40,5 39,8 40 36,4 37,7 37,6

33,2 33 33,4 31,4 30 ** 27,4

21 20,2 18,2 * 18,8 20 15,3 14,2 15,4 15 13,1 13,313,8 12,4 11,911,6 10 1,4 1,3 0,25 0,4 0

Soledad Control Social Deterioro Apoyo Percibido Cognitivo Control Libre

Global Depresión Salud Total Informal Creencia de Informal Autoeficacia Confidencial Apoyo Social Satisf. Tiempo Frec. Actividad Apoyo Afectivo Satisf. Actividad Deseo de Control Satisfacción Vital

Figura 2. Comparación de los valores medios de las variables analizadas en el grupo de control (lista de reserva) al inicio y al final del taller.

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3.9. Mantenimiento temporal de los resultados.

H9 = “Se observará una desigualdad en los valores de las variables obte- nidos al inicio del período de talleres entre aquellos usuarios que no han participado anteriormente y aquellos otros que sí lo han hecho, siendo la diferencia positiva a favor de estos últimos”

En la tabla 4 aparecen recogidos los valores iniciales y finales al inicio y al término del período de actividades en ambos grupos: con experiencia previa (GCE) y sin experiencia (GSE), así como los valores de las cuatro comparaciones posibles entre ambos. Como se puede apreciar, en la evaluación inicial aparecen diferencias significativas en las variables: apoyo social global (z=-2.21; p<.05) y confidencial (z=- 2.52; p<.05); control percibido general (z=-2.25; p<.05) y creencia de control (z=- 2.23; p<.05), así como en la satisfacción con el uso del tiempo libre (z=-2.20; p<.05). Igualmente, uno de los componentes de la salud física, concretamente, la salud autoinformada durante el último año, presentó un mayor valor en el grupo con expe- riencia previa (z=-2.15; p<.05). En cuanto a los indicadores de bienestar subjetivo empleados, ambos alcan- zaban valores superiores entre los participantes con experiencia previa. La media de las puntuaciones en depresión en el grupo que anteriormente tomó parte en los talle- res estaba más de dos puntos y medio (-2.59) por debajo de la del grupo novel, pero esta diferencia no alcanzó la significación estadística (z=-1.53; p<128). Tampoco la alcanzó la relativa a satisfacción vital, superior en el grupo con experiencia (2.37; z=- 2.20; p<.1), aunque indicaba una clara tendencia favorable a éste. Del resto de diferencias iniciales merece ser destacada la relativa a soledad, claramente superior en el grupo sin experiencia (6.98; z=-3.97; p<.01). Los resultados obtenidos son acordes con la hipótesis propuesta. Es más, si se atiende al cuarto grupo de resultados en la tabla 4, las diferencias entre ambos grupos se mantienen e, incluso, aumentan su significación al finalizar los talleres. Esto último ocurre con la creencia de control (2.01; z=-2.69; p<01), la satisfacción vital (1.94; z=-2.20; p<.05) y el apoyo afectivo (2.2; z=-2.13; p<.05). Los dos últimos bloques de resultados de la tabla muestran que ambos gru- pos mejoraron en apoyo social, satisfacción vital, depresión, y control percibido. No

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fue así en lo referente a ninguna de las variables de salud ni deterioro cognitivo. En actividad informal, el grupo con experiencia incrementó su satisfacción, aumento que estuvo cerca de alcanzar la significación (2.82; z =-1.78; p<.10). Lo mismo ocurrió en el grupo sin experiencia con la variable satisfacción con el uso del tiempo libre (.15; z=-1.89; p<.10). En este grupo se incrementó significativamente la frecuencia de ac- tividades (0.8; z=-2.08; p<.05). En él se observó también una diferencia significativa entre los valores finales e iniciales en autoeficacia social (1.38; z=-2.13; p<.05) y en soledad (-4.83; z=-4.01; p<.05).

Si se comparan en la tabla los valores medios finales de las variables en el grupo novel con los valores medios iniciales en el grupo con experiencia, se puede advertir que presentan una gran similitud. Como era de esperar, el grupo novel ha alcanzado el nivel que presentaba el grupo con experiencia al inicio de la actividad. Para comprobar la ausencia de diferencias significativas entre ambos grupos en esos dos momentos, se empleó el estadístico U de Mann-Whitney contrastado a tra- vés de la prueba exacta de Monte Carlo. En la tabla 5 se muestran los resultados de este contraste. Con la excepción de uno de los indicadores de salud, concretamente, la salud autoinformada durante el último año, superior en el grupo con experiencia (4.16; z=-2.26; p<.05), en el resto de las variables se puede afirmar que no hay dife- rencias significativas. Con lo que se confirma la equiparación entre ambos grupos una vez concluido el período de actividades.

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Tabla 4. Comparaciones de los valores iniciales y finales de las variables analizadas en los grupos experimentales atendiendo a la experiencia previa de participación de los usuarios.

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MEDIAS DIFERENCIAS Grupo con Grupo sin expe- experiencia riencia anterior GCE. - GSE GCE. - GSE GCE. - GCE GSE. - GSE anterior (GCE) (GSE) (Inicio) (Inicio) (Final) (Final) (Inicio) (Final) (Inicio) (Final) VARIABLE n Ini- Final N Ini- Final n Z Sig. n Z Sig. N Z Sig. n Z Sig. (1) (1) (2) (2) cio cio Apoyo Social Percibido 25 39.76 45.96 53 35.28 41.35 92 -2.21 .027* 77 -2.49 .013* 25 -3.14 .001** 52 -5.34 .000** Apoyo Afectivo 25 21.44 24.84 53 19.15 22.64 92 -1.91 .056 78 -2.13 .037* 25 -3.24 .001** 53 -4.81 .004** Apoyo Confidencial 25 18.61 21.12 53 16.13 18.61 92 -2.52 .011* 77 -2.48 .012* 25 -2.27 .020* 52 -4.64 .000** Satisfacción Vital 25 14.6 16.24 53 12.23 14.30 92 -1.79 .073 78 -2.20 .027* 25 -2.39 .016* 53 -3.61 .000** Depresión 25 9.28 6.92 53 11.87 8.68 92 -1.53 .128 78 -1.34 .179 25 -2.51 .011* 53 -3.57 .000** Control Percibido 25 33.72 42.16 53 30.07 35.40 92 -2.25 .025* 78 -2.49 .011* 25 -3.41 .000** 53 -3.42 .000** Deseo de Control 25 16.04 17.8 53 13.02 16.58 92 -1.42 .160 78 -1.36 .18 25 -2.14 .034* 53 -1.93 .054 Creencia de Control 25 14.56 16.48 53 13.02 14.47 92 -2.23 .026* 78 -2.69 .008** 25 -3.12 .001** 53 -3.11 .001** Salud Autoinformada Salud física último año 24 36.08 35.2 53 32.72 32.92 91 -2.15 .030* 78 -1.67 .089 24 -.19 .852 53 -.20 .850 Salud física últimas semanas 25 73.08 73.12 53 71.00 70.27 92 -.785 .439 76 -1.14 .251 24 -.24 .816 52 -1.13 .270 Salud Psíquica 25 39.76 40.88 53 38.13 39.30 92 -1.07 .282 78 -.934 .356 25 -1.77 .081 53 -1.33 .182 Salud Percibida 25 9.52 10.32 53 9.58 9.86 92 -.282 .620 78 -1.25 .217 25 -1.89 .067 53 -.85 .416 Salud Total (Anal. Factorial) 23 52.67 53.80 52 48.72 49.44 91 -1.101 .280 77 -1.40 .162 23 -1.07 .301 52 -1.12 .906 Deterioro Cognitivo 23 0.22 0.12 53 0.18 0.21 88 -.118 1.00 78 -.78 .481 25 -1.00 .630 51 -.00 1.00 Actividad Informal Frecuencia de Actividades 25 33.96 33.84 53 33.07 33.87 92 -1.07 .290 78 -.45 .657 25 -.130 .903 53 -2.08 .035* Satisfacción con Actividades 24 38.84 41.66 53 40.96 41.28 91 -.850 .393 77 -.30 .773 24 -1.78 .075 53 -.37 .717 Satisfacción con tiempo libre 25 1.96 2 53 1.66 1.81 92 -2.20 .025* 78 -2.17 .052 23 -.58 1.000 53 -1.89 .086 Autoeficacia Social 25 20.96 21.96 53 19.68 21.06 92 -1.62 .107 78 -.93 .358 25 -1.19 .630 53 -2.13 .033* Soledad 25 29.36 28.28 53 36.34 31.53 91 -3.97 .000** 78 -2.11 .037* 25 -1.07 .295 53 -4.01 .000**

(1) Estadístico de contraste U de Mann Whitney a través de la prueba exacta de Monte Carlo, basada en 10.000 muestras calculadas a partir de la muestra original (nivel de confianza 99%) (2) Valor Z del estadístico W de Wilcoxon a través de la prueba exacta de Monte Carlo, basada en 10.000 muestras calculadas a partir de la muestra original (nivel de confianza 99%) 261 (*) Estadísticamente significativo con un  = 0,05 bilateral (**) Estadísticamente significativo con un  = 0,01 bilateral

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VARIABLE n Media Inicial Media Final Sig. GCE GSE z Apoyo Social Percibido 77 39.76 41.35 -.784 .436 Apoyo Afectivo 78 21.44 22.64 -.951 .350 Apoyo Confidencial 77 18.61 18.61 -.115 .917

Satisfacción Vital 78 14.6 14.30 -.306 .767 Depresión 78 9.28 8.68 -.682 .508

Control Percibido 78 33.72 35.40 -.391 .704 Deseo de Control 78 16.04 16.58 -1 .317 Creencia de Control 78 14.56 14.47 -.232 .825

Salud Autoinformada Salud física último año 77 36.08 32.92 -2.26 .027* Salud física últ. semanas 77 73.08 70.27 -1.14 .262 Salud Psíquica 78 39.76 39.30 -.274 .781 Salud Percibida 78 9.52 9.86 -.607 .547

Salud Total (Anal. Fact.) 76 52.67 49.44 -1.11 .278 Deterioro Cognitivo 76 0.22 0.21 -.246 1 Actividad Informal Frecuencia Actividades 78 33.96 33.87 -.064 .948

Satisfacción Actividades 78 38.84 41.28 -1.26 .208 Satisfacción con tiempo 78 1.96 1.81 -1.41 .185 libre Autoeficacia Social 78 20.96 21.06 -.064 .950 Soledad 78 29.36 31.53 -1.32 .186

Tabla3.10. 5. Comparación Efectos diferenciales de los valores de medios cada inicialestaller de en actividad. el grupo con experiencia previa con los valores medios finales del grupo que no había participado anteriormente.

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3.10. Efectos diferenciaes de cada taller de actividad.

En cuanto al poder terapéutico de cada uno de los talleres, cabría esperar, entre otros resultados, que: - Las actividades que tuvieran un mayor componente de interacción social, igualmente tuvieran una mayor repercusión sobre algunas de las variables objeto de estudio (apoyo social, depresión y autoeficacia social, principal- mente). - El taller de gimnasia ejerciera un mayor efecto sobre la salud tanto objetiva como subjetiva. - Los participantes del taller de informática manifestaran un mayor beneficio a nivel cognitivo que los usuarios del resto de los talleres.

Dada la heterogeneidad de las actividades que formaban parte de los talleres de ocio, las diferencias en los contextos en los que se llevaron a cabo y la distinta distribución temporal de los talleres, se hace necesaria una descripción de cómo se desarrollaba cada taller. Así, el de gimnasia (Ver fotografía 1 del anexo), que tenía lugar cuatro días a la semana en clases de cuarenta y cinco minutos de duración, se desarrollaba al aire libre con grupos numerosos, en los que, debido a los propios ejercicios, a veces era necesaria la colaboración entre las personas. Con estas ca- racterísticas, y atendiendo a los estudios precedentes sobre los beneficios que la práctica deportiva reporta a las personas mayores, era de esperar que se obtuvieran unos resultados muy positivos entre los participantes. El taller de manualidades (Ver fotografía 2 del anexo) ofrecía igualmente a sus integrantes la posibilidad de interacción entre sus miembros. En este sentido, la propia configuración física de la sala en la que se desarrollaba esta actividad, con una mesa principal alrededor de la cual se sentaban los participantes, favorecía el contacto entre éstos que, en muchas ocasiones, debían compartir los materiales (ti- jeras, barniz, cola, papel, etc.). No obstante, el hecho de que la duración semanal del taller se concentrara en un día a la semana, limitaba temporalmente la frecuencia de interacción. La actividad de dibujo y pintura (Ver fotografía 3 del anexo) se desarrollaba de manera individual en la misma sala donde tenía lugar, aunque en otro horario distin-

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to, el taller de manualidades. En este caso, cada persona se situaba frente a su ca- ballete correspondiente, lo que reducía considerablemente la interacción entre sus miembros. Al igual que en el caso de manualidades, la actividad también se concen- traba en un día a la semana, extendiéndose durante tres horas. Por último, el taller de informática (Ver fotografía 4 del anexo) tenía lugar en una pequeña habitación situada en la planta baja del edificio. Los diez ordenadores que albergaba esta sala estaban situados junto a las paredes, siendo compartido cada uno de ellos por dos personas. Esta distribución espacial dificultaba la comuni- cación entre los participantes, de forma que, cada usuario sólo tenía contacto con las dos personas que tenía a sus lados. Esta actividad se desarrollaba dos días a la semana, en sesiones de una hora y media. Esta heterogeneidad de actividades y de escenarios sociales permitía pensar que se encontrarían diferencias entre los distintos talleres. Diferencias que requerían ser analizadas con mayor detalle. La ausencia de literatura al respecto, salvo en el caso de la actividad de gimnasia, así como las características idiosincrásicas del de- sarrollo particular de cada taller en el presente estudio, aconsejaba la formulación de una hipótesis abierta no confirmatoria, propia de estudios de naturaleza descriptiva. Que es la siguiente:

H8 = “Las actividades de talleres utilizadas en el presente estudio ten- drán una diferente repercusión sobre las variables analizadas” Efectivamente, como se puede observar en la tabla 6, aparecen diferencias en cuanto a la repercusión que cada actividad tuvo sobre sus integrantes. Es nece- sario aclarar antes, que la suma de las n correspondientes a cada grupo no coincide con la N total de los grupos experimentales, ya que se han eliminado los sujetos que estaban en más de un taller. La reducción era obligada para poder discriminar los efectos debidos única y exclusivamente a cada taller. Esto provocó el que algunos grupos quedaran algo reducidos como, por ejemplo, los de manualidades y pintura, con quince y ocho sujetos respectivamente.

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Tabla 6. Comparaciones de los valores iniciales y finales de las variables analizadas en cada uno de los grupos experimentales (talleres).

GRUPOS EXPERIMENTALES GIMNASIA MANUALIDADES DIBUJO Y PINTURA INFORMÁTICA VARIABLE Media Media Media Media Media Media Media Media n Inicial Final Sig. n Inicial Final Sig. n Inicial Final Sig. n Inicial Final Sig. (1) (1) (1) (1) Apoyo Social Percibido 22 36.5 42.9 -3.40 .001** 15 34.1 42.2 -3.0 .001** 8 34.3 38.6 -1.61 .121 20 37.7 42.3 -2.82 .003** Apoyo Afectivo 23 19.4 23.3 -3.81 .000** 15 19.1 23.1 -2.39 .013* 8 18.4 21.3 -1.12 .299 20 20.3 23.3 -2.81 .004** Apoyo Confidencial 22 16.8 19.3 -2.33 .000** 15 15 19.1 -3.08 .001** 8 15.9 17.4 -1.36 .203 20 17.4 19 -2.06 .040* Satisfacción Vital 23 12.7 15.2 -2.92 .003** 15 12.1 13.4 -1.44 .159 8 9.9 12.9 -1.98 .07 20 13.5 15.4 -2.31 .020* Depresión 23 12.5 7.82 -2.96 .002** 15 13.9 10.1 -1.93 .054 8 12.1 11 -.93 .416 20 8 6.9 -1.77 .075 Control Percibido 23 30.4 36.5 -2.42 .014* 15 32 39.1 -2.17 .030* 8 30.6 31.7 -.42 .744 20 30.3 37.2 -2.73 .004** Deseo de Control 23 16.3 16.8 -.55 .593 15 15.1 17.3 -1.88 .063 8 16.5 16.1 -.43 .734 20 15 16.8 -1.95 .057 Creencia de Control 23 12.7 14.7 -2.84 .003** 15 14.3 15.5 -1.23 .243 8 12.4 13.4 -.85 -.435 20 13.5 15.2 -2.40 .014* Salud Autoinformada Salud física último año 22 34.3 33.8 -.37 .722 15 32.1 33.6 -819 .428 8 33.3 32 -1.06 .407 20 35.1 35.1 0.00 1.00 Salud física últ. semanas 23 71.3 68.9 -1.40 .167 14 66.9 69.7 -.346 .760 7 69.7 66.6 -1.26 .248 20 75.2 75 -.20 .873 Salud Psíquica 23 35.8 37.9 -2.05 .038* 15 37.5 38.5 -.597 .573 8 37.8 37.4 -.632 .593 20 43.2 43 -.35 .747 Salud Percibida 23 8.9 9.7 -2.18 .028* 14 9.8 10.3 -.558 .632 8 8.6 9.8 -1.66 .188 20 10.4 10.1 -1.04 .335 Salud Total (Anal. Fact.) 23 48.27 49.04 -.400 .710 14 47.3 49.8 .408 .715 7 46.9 46.3 -1.85 .467 20 54.6 52.3 0 1.00 Deterioro Cognitivo 22 0.18 0.14 -.45 1.00 14 .29 .07 -1.73 .258 7 .14 .43 -1.00 1.00 20 .10 .15 -.58 1.00 Actividad Informal Frecuencia Actividades 23 32 32.6 -.94 .357 15 32.2 32.9 -.950 .381 8 32.4 33.6 -1.45 .185 20 34.6 34.6 -.38 .717 Satisfacción Actividades 23 39.8 41.1 -.79 .437 14 40.2 40.2 -.035 .984 8 40.1 39.6 -1.19 .281 20 39.9 40.9 -.80 .432 Satisfacción con tiempo 23 1.87 1.87 .00 1.00 15 1.73 1.87 -.816 .748 8 .88 1.63 -2.12 .061 20 1.8 1.9 -.45 1.00 Autoeficacia Social 23 20.2 20 -.01 .991 15 20.2 22.2 -1.92 .055 8 17.8 17.6 -.256 .837 20 19.8 22.4 -2.34 .017* Soledad 23 33.9 30.7 -1.85 .064 15 36.9 32 -1.68 .095 8 36.4 33.6 -1.05 .349 20 33.3 30.4 -2.38 .016* (1) Valor Z del estadístico W de Wilcoxon a través de la prueba exacta de Monte Carlo, basada en 10.000 muestras calculadas a partir de la muestra original (nivel de confianza 99%)

(*) Estadísticamente significativo con un  = 0,05 bilateral 267 (**) Estadísticamente significativo con un  = 0,01 bilateral

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3.10.1. Taller de gimnasia.

El grupo de actividades más claramente favorecido resultó ser el de gimnasia (Ver figura 3). Sus integrantes experimentaron un incremento medio de 2,5 puntos en la escala de satisfacción vital (z=-2.92; p<.01), y una disminución de más de cua- tro (-4.68) en la prueba de depresión (z=-2.96; p<.01). Del mismo modo, el apoyo social percibido global también aumentó (6.4; z=-3.4), así como sus componentes afectivo (3.9; z=-3.81) y confidencial (2.5; z=-2.33), alcanzando todos ellos la signifi- cación estadística (p<.01). De los dos componentes de control percibido, deseo y creencia de control, tan sólo el último se incrementó lo suficiente (2) como para llegar a ser estadísticamente significativo (z=-2.84; p<.01), mientras que el primero sólo subió medio punto (z=- .55; p<.59). No obstante, el fuerte incremento de la creencia de control también acrecentó la diferencia entre las medidas iniciales y finales en control percibido (6.1), alcanzando una significación algo menor (z=-2.42; p<.05). En lo que se refiere a la salud, aunque la puntuación factorial obtenida a partir de los componentes de salud, no experimentó un incremento relevante (.77) (Z=-.40; p<.71), si lo hicieron tanto la salud psíquica (2.1) (z=-2.05; p=.05) como la autoperci- bida (.8) (z=-2.18; p<.05), lo que corrobora las afirmaciones anteriores acerca de las repercusiones positivas de la actividad física sobre la salud de las personas mayo- res. Este efecto, sin embargo, no se observó en las actividades restantes, en las que la ninguno de los indicadores de salud empleados sufrió una mejoría destacada. El estado cognitivo permaneció igual, siendo la diferencia entre las medias iniciales y finales inapreciable (-.04) (z=-.45; p<1). Las actividades informales no acusaron tampoco ninguna variación a desta- car: la frecuencia de actividades subió menos de un punto (.6) (z=-.94; p<35), y la satisfacción con éstas 1.3 (z=-.79; Z=.43). A pesar de las mejoras considerables en las variables anteriores, resulta extraño que los participantes del taller de gimnasia no manifestaran al finalizar la actividad, estar más a gusto con el uso que hacía de su tiempo libre de lo que lo estaban al principio (z=0; p<1). La autoeficacia social tampoco acusó un incremento sino un mínimo descen- so (-0.2), muy lejos de ser significativo (z=.01; p<.99). Por último, y en consonancia con el incremento en apoyo social percibido, los participantes sí autoinformaron de

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una menor soledad al término del período de talleres. La disminución del nivel de soledad (-3.2), aunque no alcanzó la significación estadística ( =.05), si indicaba una clara tendencia de mejoría (z=-1.85; p<.10). La figura de la página siguiente muestra gráficamente las variables que se vieron afectadas tras el paso por el taller de gimnasia.

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70

60 TALLER DE GIMNASIA (*) p<,05 (**) p<,01 49 50 48,3 ** 42,9 41,1 * 40 39,1 36,5 36,5 33,9 32,6 30,4 32 30,69 30 ** 23,3 ** 19,4 19,3 20,2 20 20 ** 16,8 ** 16,8 15,2 16,3 14,7 ** 12,7 12,5 12,7

10 7,82

0,18 0,14 1,87 1,87 0

Soledad Control Social Deterioro Apoyo Percibido Cognitivo Control Libre Global Depresión Salud Total

Informal Creencia de Informal Autoeficacia Confidencial Apoyo Social Satisf. Tiempo Frec. Actividad Apoyo Afectivo Satisf. Actividad Deseo de Control Satisfacción Vital

Figura 3. Comparación de los valores medios de las variables analizadas en el grupo experimental de gimnasia al inicio y al final del taller.

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3.10.2. Taller de Manualidades.

En este grupo de actividad (Ver figura 4), se incrementó algo la media de la satisfacción vital entre sus participantes (1.3) pero no fue estadísticamente significa- tiva (z=-1.44; p<.15). Algo parecido ocurrió con la medida de depresión, cuya dismi- nución (-3.8) esta justo en la linde de esta significación (z=-1.93; p<.054). Al igual que en el taller de gimnasia, el apoyo social incrementó los niveles entre sus participantes. El aumento del apoyo social global (8.1; Z=-3.0) junto con el confidencial (4; z=-2.39) fueron los que alcanzaron un nivel de significación más alto (p<.05). El apoyo social afectivo también se incrementó cuantitativamente en la misma medida que el confidencial (4) aunque no ocurrió así con su significación (z=- 2.39; p<.05). El control percibido global creció (7.1) significativamente (z=-2.17; p<.05). De sus componentes, el deseo de control es el que aumentó más (2.2), indicando una tendencia claramente creciente (z=-1.88; p<.06). Esta tendencia no se observó en la creencia de control, que si bien aumentó (1.2), aunque su incremento no fue estadís- ticamente relevante (z=-1.23; p<.24). Aunque todas los indicadores de salud experimentaron una mejoría, en nin- gún caso su aumento supuso un incremento estadísticamente significativo. Lo mis- mo ocurrió con el deterioro cognitivo que, si bien decreció cuantitativamente en más de dos tercios, el estado inicial, prácticamente intacto, limitaba considerablemente el análisis del efecto que la actividad de ocio pudiera tener sobre él. Patrón que se repi- tió en todos los talleres que formaban parte del presente estudio. Ni la frecuencia de actividades informales ni la satisfacción con éstas experi- mentaron cambios dignos de mención. Así sucedió también con la satisfacción en el uso del tiempo libre. En cambio, la autoeficacia social sí manifestó un incremento objetivo (2) que roza la significación (z=-1.92; p<.055). La soledad, como así era de esperar tras ver los resultados del apoyo social, manifestó una clara tendencia a la baja (-4.9) (z=- 1.68; p<.095).

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TALLER DE MANUALIDADES 60 (*) p<,05 (**) p<,01 50 ** 42,9 * 40,2 40,2 39,1 40 36,9 34,1 32 32,2 32,9 32

30 * 23,1 ** 22,2 19,1 19,1 20,2 20 17,3 15,5 15 13,9 15,1 12,1 14,3 10,1 10 3,4 1,73 1,87 0,29 0,07 0

Soledad Control Social Deterioro Apoyo Percibido Cognitivo Control Libre Global Depresión Informal Creencia de Informal Autoeficacia Confidencial Apoyo Social

Satisf. Tiempo Frec. Actividad Apoyo Afectivo Satisf. Actividad Deseo de Control Satisfacción Vital

Figura 4. Comparación de los valores medios de las variables analizadas en el grupo experimental de manualidades al inicio y al final del taller.

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3.10.3. Taller de Dibujo y Pintura.

Este taller (Ver figura 5) fue el que mostró unos resultados más pobres. La sa- tisfacción vital de sus usuarios se incrementó cuantitativamente (3), no obstante, probablemente debido a lo reducido de la muestra, no llegó a alcanzar la significa- ción estadística (z=-1.98; p<.07). Bastante más lejos de alcanzarla estuvieron las diferencias en las puntuaciones en depresión (-1.1) (z=-.93; p<.41). Tampoco se ob- servó ninguna influencia significativa en cuanto al apoyo social, situándose todas las probabilidades por encima de .12. La considerable disminución de la muestra origi- nal, al incrementar la variabilidad de las puntuaciones, dificultó considerablemente el que se llegaran a alcanzar significaciones por debajo de .10, lo que indicaría, al me- nos, una tendencia positiva. Sin embargo, como se puede observar tanto en la tabla como en el gráfico, los componentes afectivo y confidencial acusaron incrementos cuantitativos (2.9 y 1.5 respectivamente) opuestos a los hallados en el grupo de con- trol. Los incrementos de las puntuaciones de control percibido estaban lejos todos ellos de ser estadísticamente relevantes (p>.43). Tampoco la salud se vio favorecida tras la experiencia recreativa. En este caso, a excepción de la salud autopercibida, que subió algo más de un punto (1.2) (z=-1.66; p<.18), el resto de indicadores des- cendieron: salud física en el último año (-1.3) (z=-1.06; p<.40); salud física en la últi- ma semana (-3.7) (z=-1.26; p<.24), y salud psíquica (-0.4) (z=-.632; p<.59). Este descenso también se apreció en la puntuación factorial de salud resultante de aqué- llas (-0.6) (z=-1.85; p<.46). El deterioro cognitivo también acusó un leve incremento (0.29) aunque irrelevante desde el punto de vista estadístico (z=-1.0; p<1). Con relación a la actividad informal, los usuarios no presentaron diferencias entre el inicio y la finalización de este taller ni en la frecuencia de actividades (1.2; z=-1.45; p<.18) ni en la satisfacción que estas les proporcionaban (-0.5; z=-1.19; p<.28). Sí manifestaron diferencias próximas a la significación en la satisfacción con la forma de emplear su tiempo libre (0.75; z=-2.12; p<.06). Ni la autoeficacia social (- 0.2; z=-.256; p<.83) ni la soledad (-2.8; z=1.05; p<.349), se vieron significativamente influidas por el paso a través de la actividad de dibujo y pintura.

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TALLER DE DIBUJO Y PINTURA 60 (*) p<,05 (**) p<,01 46,3 50 46,9

40,1 39,6 40 38,6 36,4 34,3 32,4 33,6 33,6 31,7 30,6 30

21,3 18,4 17,8 17,6 20 17,4 16,1 15,9 16,5 13,4 12,9 12,1 12,4 11 9,9 10 0,43 0,881,63 0,14 0

Soledad Social Deterioro Apoyo Control Cognitivo Libre Global

Depresión Salud Total Informal Creencia de Informal Autoeficacia Confidencial Apoyo Social

Satisf. Tiempo Frec. Actividad Apoyo Afectivo Satisf. Actividad Deseo de Control Satisfacción Vital Control Percibido

Figura 5. Comparación de los valores medios de las variables analizadas en el grupo experimental de dibujo y pintura al inicio y al final del taller.

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3.10.4. Taller de Informática.

A diferencia del taller anterior, la actividad de informática (Ver figura 6) sí ejer- ció una influencia significativa sobre una gran parte de las variables analizadas. En este sentido, en referencia al bienestar personal, la satisfacción vital alcanzó la pun- tuación más alta de todos los grupos, incrementándose en casi dos puntos (1.9; z=- 2.31; p<.05). Hay que decir, que este grupo partía también con el mayor nivel en es- ta variable al principio del período de actividades. Algo parecido ocurría con la pun- tuación en depresión, ya fuese motivado por la mayor composición masculina o por la baja media de edad de sus miembros (66.25 años), el hecho es que este grupo tenía los menores índices de depresión (ocho sobre veinte). No obstante, aún así, esta puntuación bajó más de un punto (-1.1), apuntando una clara tendencia que no llega a alcanza la significación estadística (z=-1.77; p<.07). El apoyo social global también experimentó un considerable incremento (4.6; z=-2.82; p<.01). Sus componentes apreciaron igualmente crecimientos significativos, así, el apoyo afectivo se vio aumentado en tres puntos (z=-2.81; p<.01), y el confi- dencial creció más de un punto y medio (z=-2.06; p<.04). Esta actividad también fa- voreció el aumento del control percibido entre sus usuarios (6.9; z=-2.73; p<.05), tan- to en lo que a deseo de control se refiere (1.8; z=-1.95; p<.057), que casi alcanza el límite de la significación, como en creencia de control (1.7) que, claramente lo consi- gue (z=-2.4; p<.05). No ocurrió lo mismo en lo relativo a la salud, ninguno de los in- dicadores empleados alcanzó la significación estadística, situándose todos por en- cima de .335. Cabe decir igual del estado cognitivo que tan solo se modificó cinco centésimas (z=-.58; p<1). La actividad no formal sufrió variaciones relevantes. La frecuencia de actividades permaneció igual, mientras que la satisfacción con éstas sólo se incrementó un punto (z=-.80; p<.71). En cuanto a la satisfacción con el uso del tiempo libre, su aumento (.1) tampoco fue estadísticamente significativa (z=-.45; p<1). Como en el resto de las actividades en las que se vio incrementado el apoyo social, la soledad disminuyó (-2.9) de manera considerable (z=-2.38; p<.01). Tam- bién la autoeficacia social experimento un notable aumento (2.6), que la colocó en el mismo grado de significación que tuvo la variación en soledad (z=-2.34; p=.01).

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TALLER DE INFORMÁTICA 60 (*) p<,05 (**) p<,01 54,6 52,3

50 ** 42,3 ** 40,9 37,7 39,9 40 37,2 34,6 * 34,6 33,3 30,3 30,4 30 * 23,3 * * 20,3 22,4 19 * 19,8 20 17,4 * 16,8 15,4 15 15,2 13,5 13,5

8 10 6,9

1,8 1,9 0,1 0,15 0

Soledad Social Deterioro Apoyo Cognitivo Control Libre Global Depresión Salud Total Informal Creencia de Informal Autoeficacia Confidencial Apoyo Social Satisf. Tiempo Frec. Actividad Apoyo Afectivo Satisf. Actividad Deseo de Control Satisfacción Vital Control Percibido

Figura 6. Comparación de los valores medios de las variables analizadas en el grupo experimental de informática al inicio y al final del taller.

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3.11. Efectos diferenciales en función de las características de los usuarios.

En este punto, se ha atendido a cuatro variables sociodemográficas fundamen- tales: sexo, edad, estado civil y nivel de estudios. Con ellas, no sólo se pretende es- tudiar el perfil característico de los participantes sino, además, averiguar sobre cuá- les ejerce una acción más destacada.

3.11.1. Sexo.

En lo que se refiere a la variable sexo, año tras año se puede comprobar de manera recurrente, la mayor participación de las mujeres en estas actividades. No es nada raro que en algunos Centros de Día como el que ha participado en el presente estudio, no haya ningún varón en alguna (en ocasiones, ninguna) de las actividades de talleres programadas. En este sentido, durante el primer semestre del año 1998, del total de usuarios de talleres de actividades en los Centros de Día para Mayores malagueños dependientes de la Delegación Provincial de la Consejería de Asuntos Sociales, sólo el catorce por ciento eran hombres. En la muestra seleccionada para este estudio se incrementó este porcentaje hasta alcanzar algo más de la tercera parte (34.6%) del grupo de talleres que completó el estudio, concretamente veintisie- te, frente a las cincuenta y una mujeres con estas características. En la comparación de los valores de las variables con relación al sexo de los participantes se empleó el estadístico de contraste U de Mann-Whitney a través de la prueba exacta de Monte Carlo (basada en 10.000 muestras, con un nivel de con- fianza del 99%). Con relación a los valores iniciales en bienestar subjetivo, las mujeres presen- taron menor satisfacción vital que los hombres (-1.1) aunque esta diferencia no fue significativa (z=-1.09; p<.282). Como viene siendo habitual en otras investigaciones, las mujeres acusaron tener unos niveles de depresión manifiestamente superiores a los hombres (5.06; z=-3.256; p<.01). Esta diferencia se redujo al finalizar la activi- dad (1.71) pero, aún así, seguía habiendo diferencias significativas entre ambos se- xos (z=-2.07; p<.05).

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Otro resultado que merece ser destacado es la peor salud autoinformada de las mujeres. Como se puede apreciar en la tabla 7, en la evaluación inicial, aparecieron diferencias significativas entre hombres y mujeres en todos y cada uno de los indica- dores empleados:

Comparación de valores medios iniciales INDICADOR DE SALUD AUTOIN- Z FORMADA   (1) p Salud física en el último año 35.4 32.9 -1.96 .048* Salud física en las dos últimas semanas 69.6 75.5 -2.39 .017* Salud psíquica 36.4 43 -4.39 .000** Salud autopercibida 9.16 10.3 -2.20 .026* Salud Total (resultado del análisis factorial) 47.3 54.7 -3.43 .000**

Tabla 7. Diferencias de sexo en la variable salud autoinformada. (1) Estadístico de contraste U de Mann Whitney basado en la prueba exacta de Monte Carlo (nivel de confianza  = 99%).

También se encontraron diferencias en la variable soledad. Las mujeres mani- festaban sentirse más solas que los hombres (3.4). Esta diferencia, aun no siendo significativa indicaba una tendencia (z=-1.75; p<.10). Igualmente se encontraron diferencias significativas en la frecuencia de activi- dades informales. Las mujeres informaban realizar menos actividades (-1.7; z=-2.09; p<.05), aunque no se encontraron diferencias dignas de destacarse ni en la satisfac- ción con esas actividades (z=-663; p<.551) ni, en general, con el uso que hacían de su tiempo libre (z=-844; p<.435).

Para contrastar las diferencias entre sexos en los cambios experimentados tras el paso por los talleres, para cada una de las variables analizadas se calculó una puntuación resultante de restar la puntuación final menos la inicial. Sobre estas va- riables se aplicó la misma prueba estadística que para las comparaciones anteriores.

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A través de estas puntuaciones diferenciales se pudo comprobar que las muje- res habían disminuido sus niveles de depresión (-4.08) en mayor medida que los hombres (-.74), resultando la diferencia entre ambos sexos significativa (z=-2.07; p<.05). También se vio claramente favorecida su salud psíquica autoinformada, en casi dos puntos (1.88), mientras que disminuía algo en el grupo masculino (-.22), lo que daba lugar a una diferencia significativa entre ambos sexos (z=-2.13; p<.05). El incremento medio en salud autopercibida en el grupo de mujeres (.84) era más del doble del experimentado en el grupo de varones (.30) (z=-2.47; p<.05). El único in- cremento diferencialmente significativo a favor de este último grupo, fue el acusado en la variable autoeficacia social. La mejoría en esta variable en los hombres (.89), claramente superior a la manifestada en las mujeres (.37), se encontraba al mismo nivel de significación que las anteriores (z =-2.24; p<.05). Estos últimos resultados permiten afirmar que, en atención a las variaciones experimentadas por el grupo de mujeres, este sexo es el que se ve más favorecido de su paso por los talleres de actividades. Es algo que, en cierta medida, resulta ló- gico, pues también es el grupo que parte inicialmente de una posición más baja.

3.11.2. Edad.

Los participantes se clasificaron en tres grupos: el comprendido entre 50 y 64 años, o grupo de “prejubilados”; aquellos cuya edad se situaba entre 65 y 74 años, o “jubilados-jóvenes”; y los de 75 ó más años, o “jubilados-mayores”. El número de sujetos en cada una de estas categorías fue de veintiséis, treinta y ocho y catorce respectivamente. Como prueba de contraste se utilizó el estadístico J-T de Jonc- kheere-Terpstra a través de la prueba exacta de Monte Carlo (nivel de confianza del 99%). La prueba de Jonchkheere-Terpstra, es adecuada tanto para datos continuos como ordinales, siendo en este último caso más potente que la H de Kruskal-Wallis. Entre estos tres grupos de edad se analizaron tanto las diferencias en los valores iniciales como en los finales, así como aquellas relativas a los cambios experimenta- dos a lo largo del período de talleres. Con relación a las primeras, es de destacar la tendencia que se halló en apoyo social percibido, siendo el grupo de jubilados-mayores los que manifestaban un me- nor nivel, sin que los otros dos grupos difirieran entre sí (J-T tipificado=-1.83;

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p<.066). Esto en lo que se refiere al apoyo global, observándose el mismo patrón de resultados en el apoyo afectivo (J-T tipificado =-1.80; p<.072). Al inicio, no se encon- tró ninguna otra diferencia relevante. En cuanto a los valores finales, únicamente hay que señalar la diferencia en los valores de la salud psíquica autopercibida. En esta ocasión, también el grupo de mayor edad obtenía los valores más bajos, alcanzado las diferencias entre grupos la significación estadística (J-T tipificado =-2.07; p<.05). De los análisis realizados, el que quizás aporta unos resultados más ricos es el relativo a las diferencias relativas al cambio experimentado dentro de cada grupo a lo largo del período de actividad. Así, por ejemplo, si bien el grupo de mayor edad era el que manifestaba un menor grado de apoyo social inicialmente, también fue el que más incremento experimentó en esta variable (J-T tipificado =2.591; p<.01), con una media de incremento superior a once puntos (11.2), mientras que en el grupo de jubilados-jóvenes aumentaba aproximadamente la mitad (6.03) y en el de prejubila- dos una cuarta parte (3.15). El mismo patrón de resultados se encontró tanto en el apoyo afectivo (T-P tipificado =2.94; p<.01) como con el confidencial (T-P tipificado =-1.75; p<.079); lo que muestra que son las personas más mayores las que se bene- fician más de su paso por los talleres. Un patrón similar de diferencias aparece en los dos indicadores de bienestar subjetivo empleados. Así, la satisfacción vital se incrementó una media de más de cuatro puntos (4.07) en el grupo de jubilados-mayores, casi dos puntos (1.79) en el de jubilados-jóvenes, y exactamente un punto en el de prejubilados (J-T tipificado =2.77; p<.01). Igualmente, los descensos medios en depresión fueron directamente proporcionales a la edad de los participantes: casi seis puntos y medio (-6.43) en el grupo mayor, cercano a dos puntos y medio (-2.42) en el de en medio, y próximo a dos puntos (-1.77) en el de prejubilados (J-T tipificado =-2.37; p<.01). Con relación al resto de cambios, no hay otras diferencias a destacar entre es- tos grupos de edad. Como conclusión global, Se puede decir que, aunque al inicio de la actividad organizada los sujetos de mayor edad manifiestan tener unos niveles más pobres en apoyo social percibido, son los que obtienen más beneficios tras su paso por el taller; no sólo en apoyo social sino en bienestar subjetivo.

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3.11.3. Estado civil.

Se llevaron a cabo los mismos contrastes para determinar la influencia que el estado civil podía tener en la repercusión que la actividad de ocio ejercía sobre sus usuarios. Se tuvieron en cuenta las siguientes categorías (el número de sujetos em- pleados aparece entre paréntesis): solteros (5), casados (46), viudos (24) y separa- dos (3). Con relación a los valores iniciales, aparecían diferencias significativas en los dos indicadores de bienestar subjetivo. En satisfacción vital, las personas sepa- radas son las que presentan, por término medio, una menor puntuación (8), le si- guen las viudas (11.9), las casadas (13.7) y las solteras (14.4) (J-T tipificado = -2.49; p<.05). En depresión, las que presentan unos niveles más altos son igualmente las separadas (20), seguidas de las solteras (13.2), las viudas (12.7) y las casadas (9.37) (J-T tipificado =2.09; p<.05). También aparecen diferencias iniciales en la salud psíquica, siendo los casa- dos los que gozan de una mejor salud (40.2) mientras que los separados se sitúan en el otro extremo (31) (J-T tipificado =-2.1; p<.05). Este mismo patrón de resultados se encontró tanto en la frecuencia de actividades (J-T tipificado= -2.36; p<.05) y en la satisfacción experimentada con éstas (J-T tipificado =-2.28; p<.05). No se observaron otras diferencias ni al inicio ni al final en función del estado civil. Sí aparecieron diferencias relevantes en cuanto a los cambios experimentados durante los talleres. Así ocurrió con los cambios en satisfacción vital (J-T tipificado= 2.92; p<.01), soledad (J-T tipificado= -1.78; p<.10) y salud autopercibida (J-T tipifica- do= 1.72; p<.10) donde los grupos más beneficiados fueron las personas separadas y las viudas. Al igual que ocurría con la variable sexo y edad, las personas que ini- cialmente estaban en una situación más desfavorable son las que también más se benefician de su participación en los talleres de actividades.

3.11.4. Nivel de estudios.

Para el análisis de la influencia de esta variable, se tuvieron en cuenta cinco categorías (el número de sujetos empleados aparece entre paréntesis): no sale leer

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(5), estudios primarios sin completar (29), primarios completos (22), bachiller- formación profesional (17), y estudios universitarios (5). En los valores iniciales de la variable depresión aparecía una diferencia signifi- cativa (J-T tipificado =-2.29; p<.05) de casi seis puntos (5.81) entre los que no habí- an completado sus estudios primarios y los usuarios con nivel de estudios medio, esta diferencia favorecía a los primeros (z=-2.29; p<.05). La otra diferencia a desta- car (J-T tipificado =-2.23; p<.05) con relación a la evaluación inicial fue la observada en la puntuación total de salud autoinformada. En esta variable, donde se hallaron, al igual que en el caso anterior, diferencias entre los mismos grupos (8.1), aunque en este caso estaban a favor del grupo con estudios medios (z=-2.71; p<.01).

Quizás las desigualdades más interesantes sean las relativas al cambio expe- rimentado tras la experiencia de actividad. En este sentido, se hallaron diferencias en las dos medidas de bienestar subjetivo. Por una parte, se encontró que el aumen- to en satisfacción vital era inversamente proporcional al nivel de estudios del usuario (J-T tipificado = -2.16; p<.05), así el incremento medio en cada grupo fue de: 4, 2.31, 2, .94, y .80 puntos respectivamente. Algo similar ocurrió con la depresión aunque, en este caso, la disminución promedio en el grupo con estudios primarios fue algo superior a la experimentada por las personas que no sabía leer; concretamente es- tos descensos por grupos fueron de: 4.2, 5,3, 3,4, 1,47 y 1 punto respectivamente.

3.12. Cómo repercuten los talleres de ocio: proceso de actuación.

El modelo que se expone a continuación (Ver figura 7) representa un intento de explicación de los cambios acontecidos en las variables analizadas en este estudio. Con él se trata de contribuir a la aclaración de las variables implicadas y el proceso a través del cual los talleres de actividad ejercen su influencia positiva sobre el bienes- tar subjetivo de las personas mayores. En este sentido, supone una propuesta con- creta acerca del mecanismo de actuación de los talleres de ocio.

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CONTROL PERCIBIDO - + + DEPRESIÓN + SOLEDAD PARTICIPACIÓN - APOYO SO- - + EN TALLERES DE CIAL - OCIO ACTIVO PERCIBIDO +

+ SALUD - + SATISFACCIÓN VITAL

AUTOEFICACIA SOCIAL

Figura 7. Diagrama de vías del modelo estructural propuesto

En él se propone una acción directa de la actividad de talleres, operacionali- zada en tres niveles (ningún taller, una taller y dos talleres), sobre el apoyo social, la autoeficacia social y el control percibido entre sus usuarios. Variables que a su vez harán disminuir su sentimiento de soledad e incrementarán su salud autoinformada. Por último, estas dos variables están directamente relacionadas con la satisfacción vital, e inversamente con la depresión, con los que se operacionalizan, respectiva- mente, las dimensiones cognitiva y afectiva del bienestar subjetivo. En todas estas variables se tuvieron en cuenta los valores obtenidos al finalizar los talleres. Para contrastar este modelo estructural se utilizó el programa LISREL 8.30 (Jöreskog y Sörbom, 1999). Previamente, para el cálculo de la matriz de correlacio- nes y covarianzas requerida por aquél, se recurrió al programa PRELIS 8.30, incor- porado al mismo paquete estadístico. Uno de los problemas con los que el investigador social se enfrenta cuando usa estos modelos de ecuaciones estructurales es la frecuente utilización de varia- bles ordinales de las que no se puede garantizar su normalidad estadística. Por lo que se corre el riesgo de obtener estimaciones sesgadas cuando se utiliza el método tradicional de máxima probabilidad, especialmente cuando las muestras analizadas son pequeñas. Para evitar esto, teniendo en cuenta que no se puede asegurar la

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distribución normal de todas las variables ordinales que intervienen en el modelo, se ha empleado el método de estimación alternativo de Mínimos Cuadrados No- ponderados, que supera esta restricción al considerar una distribución libre en las variables que lo integran. El programa LISREL clasifica las influencias en dos grandes grupos: primero, las influencias de las variables exógenas (que no son influidas por otras) sobre las endógenas (que sí se ven afectadas por otras), identificados por los coeficientes  y, segundo, las que tienen lugar entre variables endógenas, representadas por los co- eficientes . Concretamente, el modelo aquí postulado consta de una variable exó- gena (participación en talleres) y siete endógenas (apoyo social, control percibido, autoeficacia social, soledad, salud, satisfacción vital y depresión), distribuidas en tres niveles, dos intermedios y uno final:

1er nivel: control percibido, apoyo social y autoeficacia social 2º nivel: soledad y salud 3er nivel: depresión y satisfacción vital

En las tablas 8 y 9 aparecen los coeficientes de relación estandarizados entre las variables que se han obtenido tras someter a prueba el modelo. En estas tablas, las variables que ejercen influencia (exógenas y endógenas) aparecen encabezando las columnas, y que las que reciben influencia (endógenas) se sitúan en las filas. Los valores de la tabla 8 representan los efectos directos, es decir, aquéllos que se ven mediados por otras variables intermedias  . En la tabla 9 aparecen los efectos indirectos. Como se puede apreciar, los valores son altos, indicando que las variables endógenas situadas en los niveles intermedios ejercen un claro poder me- diador: lo que está en consonancia con el modelo propuesto.

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Variable Exógena Variables Endógenas Variables Participación Apoyo Autoeficacia Control Soledad Depresión Satisfacción Endógenas Salud en talleres Social Social Percibido Vital

Apoyo Social .60** Autoeficacia Social .35** Control Percibi- do .57**

Soledad -.48** -.24 * -.19

Salud .22* .13

Depresión .59** -.43**

Satisfacción Vital -.63** .33*

Tabla 8. Coeficientes  y  estandarizados correspondientes al modelo estructural propuesto (Efectos directos).

Variable Exógena Variables Endógenas Variables Participación Apoyo Autoeficacia Control Soledad Depresión Satisfacción Endógenas Salud en talleres Social Social Percibido Vital

Apoyo Social Autoeficacia Social Control Percibi- do

Soledad -.48**

Salud .20**

Depresión -.37** -.38** -.14* -.16* Satisfacción Vital .37** .37** .15* .16*

Tabla 9. Coeficientes  y  estandarizados correspondientes al modelo estructural propuesto (Efectos indirectos).

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Para el cálculo del ajuste del modelo se emplearon los datos correspondien- tes a noventa y cinco sujetos, el programa PRELIS 8.30 desechó tres sujetos de la muestra original de noventa y ocho por tener preguntas sin responder. En la utilización de los índices de ajuste, se tuvieron en cuenta las recomen- daciones de Jaccard y Wan (1996). Estos autores tratan de evitar la confusión y falta de acuerdo acerca de los diversos índices de ajuste propuestos en la literatura para el análisis de ecuaciones estructurales. En este sentido, agrupan estos índices en tres grandes categorías. La primera incluye las medidas absolutas de ajuste al cote- jar el modelo predicho con el que arrojan los resultados, este contraste se realiza a través de la comparación de las varianzas y covarianzas pronosticadas y reales. La segunda categoría agrupa los índices que miden el grado de parsimonia del modelo propuesto, penalizando el empleo excesivo de parámetros a estimar o, lo que es lo mismo, favoreciendo el uso comedido de las relaciones entre las variables que for- man parte del modelo, ya que su uso desmesurado incrementa artificialmente su grado de ajuste. Por último, otros índices comparan el ajuste entre el modelo sugeri- do y otros posibles modelos, ya sean específicos o generados arbitrariamente por el sistema. Con relación a la primera de las categorías, estos autores recomiendan el test

2, el índice de bondad de ajuste –GFI- (Goodness of Fit Index), y la raíz media cua- drada residual estandarizada –RMR- (Standardized Root Mean Square Residual). Asimismo, debido a las importantes restricciones estadísticas que requiere, informan que el test 2 probablemente sea el menos acertado (Jaccard y Wan, 1996):

“De los diversos índices de ajuste, probablemente el menos diagnós- tico sea el tradicional test chi-cuadrado, por las fuertes exigencias estadísticas que subyacen bajo él” (p. 88-89)

Opinión que también es compartida por Bollen y Long (1993). Para estos autores, el estadístico 2 es adecuado para los modelos sobreidentificados (overidenfied mo- dels), es decir, aquellos cuyas restricciones estadísticas acerca de la distribución de las variables que los integran, no sólo se verifican en la muestra sino que se tienen garantías suficientes de que son igualmente ciertas en la población de la que parte.

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En el presente modelo, no se tienen las suficientes garantías de que estos supuestos se cumplan, por lo que el estadístico 2 no resulta adecuado para verifi- car el grado de ajuste de este modelo. Concretamente, el valor que arroja el progra- ma estadístico indica una diferencia significativa entre el modelo propuesto y los re- sultados obtenidos (2=179.32; gl = 17; n=95; p<.01). En cuanto al GFI, su valor (.97) indicaba una claro ajuste del modelo propuesto.

Dentro del segundo grupo de indicadores, Jaccard y Wan (1996) proponen el uso de la raíz media cuadrada del error de aproximación –RMSEA (Root Mean Square Error of Approximation). El abundante número de relaciones entre los com- ponentes del modelo hacía presagiar, como así ocurrió, un bajo índice de parsimo- nia. El RMSEA alcanzó un valor alto (.32) en comparación con el que cabría esperar si el modelo fuese parsimonioso (RMSEA<.08). No obstante, la naturaleza de las variables incluidas en el modelo, fuertemente vinculadas entre sí, restringía conside- rablemente la posibilidad de reducir el número de relaciones predichas. Tal y como queda reflejado en los capítulos precedentes, la estrecha relación entre los concep- tos que subyacen a los elementos que integran el modelo estructural, justifica el mantenimiento de dichos vínculos, reduciéndose considerablemente la adecuación del modelo si son suprimidos. Por último, y dentro de la tercera clase de índices, Jaccard y Wan recomien- dan el empleo del Indice de Ajuste Comparativo –CFI- (Comparative Fit Index). Este, al igual que ocurrió con el RMR, alcanzó una cuantía (.99) próxima al valor máximo.

Si no se entra a considerar la parsimonia del modelo propuesto, los resultados obtenidos en el resto de indicadores de ajuste permiten afirmar que el modelo tiene un alto grado de correspondencia con los resultados obtenidos. Esto también resulta notorio cuando se analizan tanto las correlaciones entre sus componentes como sus índices de determinación (R2), ambos incluidos en la figura 10. Es necesario ser cautelosos a la hora de considerar los niveles de significa- ción estadística de cada uno de los coeficientes que aparecen en el gráfico, pues se basan en las probabilidades asociadas a las puntuaciones z que, como se sabe, emplean la función de distribución normal como elemento de contraste. No obstante, de lo que no cabe duda es de que, además de que en la mayor parte de ellos su

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magnitud es elevada, alcanzando correlaciones de hasta .63, la dirección de las re- laciones coincide claramente con la predicción del modelo. Así, por ejemplo, la participación en los talleres de actividades se correlaciona positivamente con las tres variables intermedias que integran el primer nivel, expli- cando el 35% de la varianza de las puntuaciones en apoyo social, el 32% de las de control percibido y el 12% de las de autoeficacia social. Estas tres variables se corre- lacionan negativamente con la soledad, siendo, como era previsible, el apoyo social la que guarda una relación más intensa con ésta. Es de destacar el hecho de que estas tres variables (endógenas) junto con la participación en talleres (exógena), ex- plican más de la mitad de la varianza de esta medida. Las correlaciones del apoyo social y del control percibido con la salud autoin- formada son algo más bajas, lo que se traduce también en un menor porcentaje de varianza explicada (9%). Por último, resultan claramente significativas las correlaciones establecidas entre soledad y salud con los dos indicadores de bienestar subjetivo empleados. Conforme con el modelo, la soledad tiene una fuerte relación negativa con la satis- facción vital, y, en la misma medida, aunque con signo contrario, con la depresión. Lo mismo ocurre, aunque en menor cuantía, con la salud, que se correlaciona direc- tamente con la satisfacción vital y de modo inverso con la depresión.

Por tanto, se puede concluir que el modelo planteado cumple satisfactoria- mente el objetivo propuesto, que no era otro que, dentro de las limitaciones que su- pone el presente estudio, ayudar a entender mejor el proceso a través del cual los talleres de actividades ejercen su influjo positivo sobre el bienestar subjetivo de sus usuarios. En este sentido, permite explicar o, cuando menos, conocer algo mejor el origen de casi el 60% de la varianza en las puntuaciones de depresión, y de más de la mitad de la observada en la variable satisfacción vital.

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Figura 10. Grado de ajuste del modelo propuesto. Sobre las flechas se muestran los coeficientes  y . Los coeficientes de determinación aparecen junto a cada componente. Miguel Ángel García Martín / Ocio Activo y Bienestar Subjetivo en Personas Mayores

CONTROL PERCIBIDO -.19** R2 = .32 .59** DEPRESIÓN R2 = .58 .60** .13** SOLEDAD R2 = .52

-.48** -.63** PARTICIPACIÓN

EN TALLERES DE APOYO SOCIAL .57** R2 = .35 -.43** OCIO ACTIVO .22**

SALUDR 2 = .09

-.24** .33** SATISFACCIÓN .35** VITAL R2 = .53 AUTOEFICACIA SOCIAL R2 = .12 2  = 179,32 (gl= 17; p<.01) (*) p< .05 Indice de Bondad de Ajuste GFI = .97 Raíz Media Cuadrada Residual Estandarizada -RMR = .084 (**) p< .01 Índice de parsimonia RMSEA = .32 n = 95 Índice de Ajuste Relativo CFI = .99

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4. CONCLUSIONES

Llegados a este punto se hace preciso retomar las cuestiones inicialmente planteadas, para tratar de darles respuesta a partir de los resultados obtenidos. No obstante, es preciso reconocer previamente las limitaciones que acompañan al pre- sente estudio a la hora de establecer conclusiones generales. Su naturaleza cua- siexperimental obliga forzosamente a restringir la generalización que se pueda llevar a cabo a partir los resultados obtenidos. No obstante, y considerando esta salvedad, la pregunta inicial sobre el potencial efecto positivo de los talleres de actividad sobre el bienestar subjetivo de los mayores, necesariamente ha de encontrar una contes- tación afirmativa. Los resultados hallados no arrojan dudas: este tipo de actividad hace disminuir los niveles de depresión entre sus usuarios, al tiempo que ayuda a incrementar su satisfacción vital. Estos resultados, claramente, no apoyan a la Teo- ría de la Desvinculación, pues, contrariamente a los postulados que se proponen desde esta concepción psicosocial del envejecimiento, el incremento de la actividad repercute positivamente sobre el bienestar subjetivo del mayor. Hubiera sido necesa- ria más información acerca de los patrones previos de actividad desarrollados por los sujetos que han tomado parte en el presente estudio, para comprobar cuál de las otras dos teorías (de la Actividad/de la Continuidad) recibe más apoyo. En cuanto al tipo de actividad, parece ser que la actividad formal u organizada, al menos en el presente estudio, tiene una mayor repercusión sobre el bienestar subje- tivo que la informal o realizada de manera no estructurada. En este sentido, no se apreciaron diferencias en lo referente a frecuencia o satisfacción experimentada con este tipo de actividad ni en el grupo control ni en los de talleres. Sin embargo, en estos últimos que, a través de su participación, sí veían incrementada su actividad formal, fue donde se observaron diferencias en bienestar.

En cuanto a las variables sobre las que estos talleres ejercen una acción más beneficiosa son, junto con las dos anteriores, el apoyo social, la soledad y el control percibidos. En menor medida, igualmente se ven afectadas positivamente la autoefi- cacia social y la satisfacción con el uso del tiempo libre.

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En lo referente al apoyo social, si bien no se producen modificaciones a nivel objetivo, sí que se producen cambios subjetivos en cuanto a la percepción de las funciones de apoyo que le proporciona la red. En este sentido, de acuerdo con el modelo de compensación jerárquica (Cantor y Little, 1985), y atendiendo al conteni- do de los ítems de la escala empleada, las necesidades de compañía, protección y asistencia que propugna este modelo, pueden en cierta medida ser contrarrestadas o parcialmente satisfechas, a través de la intensificación de los lazos mantenidos con los iguales. En este sentido, la participación regular en estas actividades forma- les favorece considerablemente la posibilidad de contar con estos lazos. La notable disminución de la soledad experimentada por los participantes de los talleres está acorde con esta interpretación. El incremento de las puntuaciones en control percibido y autoeficacia social corrobora parcialmente el modelo causal propuesto por Herzog, Franks, Markus y Holmber (1998), según el cual, las actividades de ocio durante el envejecimiento ayudan a aumentar el bienestar subjetivo a través de su repercusión sobre el auto- concepto del mayor, afectando concretamente a su percepción como agente causal y a su identidad social, conceptos que están en estrecha relación con los constructos de control percibido y autoeficacia social, respectivamente. En esta misma línea apuntan los resultados obtenidos tras someter a prueba el modelo estructural pro- puesto, confirmándose el papel mediador de ambos constructos en la relación que se establece entre las prácticas de ocio en las personas mayores y su repercusión sobre el bienestar subjetivo. Esto supone un avance en el esclarecimiento de los procesos que intervienen en la acción terapéutica de estas prácticas, que podrían considerarse incluidas dentro de lo que se conoce como “Recreación Terapéutica”. Una vez más, como en el estudio de Rodin y Langer (1961), se confirman los bene- ficios derivados de la inducción de competencia personal, en este caso, en personas mayores no residentes. Lo que convierte a esta estrategia, dada su versatilidad a la hora de poder ser aplicada tanto a distintos colectivos humanos como en diferentes contextos, en uno de los principios básicos de la intervención psicosocial con perso- nas mayores.

Retomando las preguntas u objetivos iniciales, también obtiene una respuesta positiva la cuestión relativa al mantenimiento temporal de los efectos positivos pro-

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vocados por la participación regular en los talleres de actividad. El diseño utilizado permite afirmar que éstos permanecen al menos tres meses después de que aqué- llos hayan concluido. Ofrecer una conclusión similar sobre la actividad o actividades que resultan más beneficiosas no es tan fácil. Pues las propias diferencias tanto en cuanto a la frecuencia y duración semanal de las sesiones en las que se desarrollaba cada taller como las relativas a las características idiosincrásicas de cada grupo concreto de actividad, no permiten aseveraciones concluyentes. Para ello sería necesario contar con unas condiciones más homogéneas entre los distintos talleres. Por lo que, de cara a futuras investigaciones, sería conveniente ahondar más en este aspecto, atendiendo en este análisis no sólo las características de cada actividad sino tam- bién las variables personales que inciden tanto en la elección como en la satisfac- ción experimentada con la práctica de cada actividad, y que afectan, por tanto, a la acción que ejerce sobre el bienestar subjetivo del participante. No obstante, si objeti- vamente se atienden a los resultados hallados en el presente estudio, la disposición de las actividades en orden decreciente de influencia sobre el bienestar subjetivo, es la siguiente: gimnasia, informática, manualidades y, por último dibujo y pintura. De un modo similar, si se atienden a las características de los usua- rios, se puede concluir que, los que se ven relativamente más beneficiados de su paso por los talleres de actividad son aquellas personas mayores que inicialmente se encuentran en unas circunstancias más desfavorables. Así, diferencialmente, se ven más favorecidos:

1) Los usuarios de mayor edad, es decir, aquellos que se encuentran o sobrepasan los setenta y cinco años. 2) Las mujeres 3) Las personas que carecen de compañero/a sentimental y que, por tanto, están en mayor riesgo de padecer soledad.

Estos resultados autorizan a alentar el fomento de este tipo de actividades y prácticas de ocio en los Centros de Día para Mayores. En este sentido, tal y como reza en el artículo quince de la reciente Ley de Atención y Protección de estas per- sonas: “Los Centros de Día se configuran como centros de promoción de bienestar

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de las personas mayores, tendentes al fomento de la convivencia, la integración, la participación, la solidaridad y la relación con el medio social”. Por lo que, el desarro- llo de las labores ocupacionales, tanto en estos Centros como en otros también orientados a satisfacer las necesidades de este colectivo, queda plenamente justifi- cado de todo punto de vista:

1º Porque repercuten muy positivamente en el bienestar subjetivo y, en definitiva, en la calidad de vida de las personas que participan en los mismos.

2º Porque atienden a las demandas de un colectivo cada vez mayor de personas mayores que reclaman una servicios y prestaciones sociales que les permitan desempeñar roles más activos.

3º Porque promueven la educación y formación de las personas mayores. Como queda reflejado en el artículo 31.3 de la citada ley, como medida que facilita ese objetivo: “El fomento de la participación de las personas mayores en talleres ocupacionales dirigidos al conjunto de la sociedad, así como la or- ganización de actividades formativas específicas para ellos”.

4º Porque facilitan la vinculación social y la integración de los usuarios en el propio Centro al formar parte de forma continuada y no puntual, en un tipo de dinámica participativa que acoge en su seno a personas mayores de dife- rente edad, sexo, nivel de estudios y condición social.

5º Porque repercuten positivamente sobre la autonomía del mayor al con- tribuir a su autopercepción como agente activo en su propio proceso de enve- jecimiento.

Si a todo lo anterior se le suma el reducido gasto que supone el mantenimien- to de estas actividades, la excelente relación coste-beneficios hace que esta estra- tegia de acción sea una de las más adecuadas para la intervención psicosocial so- bre el colectivo de personas mayores.

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ANEXO

Fotografía 1. Taller de Gimnasia

Fotografía 2. Taller de Manualidades

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Fotografía 3. Taller de Dibujo y Pintura

Fotografía 4. Taller de Informática

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