San Qií, , Petaquero, i| Soatá

CAPITULO XVII 13 í

El rio de Charalá corre por espacio de siete horas hacia el sur, entre cerros despedazados, que muestran al descubierto lar• gas hileras de rocas estratificadas, en que predominan las arenis• cas, divididas naturalmente en trozos cuadrados no cimentados, que en la parte superior de la rotura del cerro muestran sus án• gulos salientes, remedando una prolongada y ancha cornisa den• tada, sobre la cual se balancea una faja continua de arbolillos perpetuamente verdes, a trechos interrumpida por las quiebras de los arroyos que desde el borde se despeñan y desaparecen en• tre las ruinas y matorrales inferiores. La tierra que ha debido cubrir los flancos de la serranía en tiempos remotos, falta de base después del trastorno y hundimiento de las rocas, ha rodado y acumuládose en planos inclinados irregulares, a entrambos la• dos del río. Dondequiera que estos planos pueden soportar el cultivo, se han establecido estancias de labor y las humildes habitaciones del labriego, feliz en su independencia y en el aisla• miento de su hogar. Los albores de la mañana le encuentran con el azadón en las manos, atento a sus sementeras, y en torno suyo resuena, devuelta por el eco de las peñas, la voz argentina de los pequeños hijos, que ensayan sus cantares y las fuerzas, trepan• do por los escarpes del cerro inmediato, para llevar a la diligen• te madre el agua pura del arroyo, o la pacienzuda vaca que ha áe suministrarles parte del desayuno. El ruido de los torrentes, como otros tantos arrullos de la naturaleza que agasajan al viajero, la soledad de los altos cerros, la vista lejana de las casitas del estanciero, sombreadas por algún árbol a cuyo amparo duermen los perros, y coronadas por ráfagas de humo, que indican los quehaceres de la madre de familia; todo esto, unido al sentimien• to de la inviolable seguridad con que el transeúnte cuenta en cualesquier lugar y hora, infunde cierto reposo mental, cierta disposición benévola, que si no llamamos paz del alma, no tiene nombre; tal parece que la fecunda naturaleza se empeña en disi• mular la falta de poblaciones numerosas, con el atractivo de 198 PEREGRINACIÓN DE ALPHA sombras perfumadas, quieta soledad y aguas vivas, corriendo infatigables en todas direcciones hacia el turbulento río, que en lo más hondo del paisaje les espera. Tres leguas más adelante de El Valle se opone al Charalá un nudo de serranías, llamado Alto de Palo Blanco, que lo hace variar de repente su curso, echándolo para el oriente. En el vér• tice de esta violenta inflexión, sobre la margen derecha, se halla la villa de , la cual impone al río su nombre, que conserva hasta desaguar cuatro y un cuarto de leguas más allá, en el Sa• rabita. Por los años de 1620, según Oviedo, varios españoles, tomando indios de Guane, poblaron a San Gil, bien que hasta 1690 no se halló fundamento para concederle el título de parro• quia. "Son sus vecinos, añade el mismo escritor, gente honrada y dócil, dado que afectan demasiada nobleza, por sólo haber sus antepasados formado el pueblo". En 1761 se le computaban, entre feligreses y neófitos, cerca de 2.000 vecinos, recomendados por sus buenas costumbres y absoluta consagración al trabajo: no había escuela ni establecimiento alguno público. Han transcu• rrido ochenta y nueve años, y San Gil, villa, cabecera de cantón, cuenta en su recinto 7.000 habitantes, un hermoso y bien mane• jado hospital de caridad, con 2.255 pesos de renta fija, tres es• cuelas, una gratuita de niños, con "72 alumnos, y dos de niñas con 26 educandas, y un colegio con 118 estudiantes, de los cua• les 25 internos, todos ellos de apuesta presencia, modales finos y claro ingenio, como tuve ocasión de observarlo en los certáme• nes que de literatura, filosofía especulativa, matemáticas e idio• mas inglés y francés presentaron, frutos de los esfuerzos del rec• tor, presbítero Félix Girón, sujeto ilustrado, patriota verdadero y de virtudes nada comunes, digno de dirigir aquel interesante plantel, que es el mejor ornamento de la villa. La situación de ésta se halla en una estrecha vega ribereña del río, a 1.100 metros de altura sobre el nivel del mar, y tempe• ratura media de 22*>6 del termómetro centígrado. El caserío se halla en parte asentado sobre el plano de la vega, y en parte sobre la pendiente ladera del próximo cerro, que a considerable altura forma una explanada en que se alza el edificio del hospital ro• deado de casitas de pobre apariencia. Las casas del centro de la villa son de teja, espaciosas y altas; y tanto en el interior de ellas como en las calles se nota un aseo extremado, signo de la cultura de los moradores y del singular cuidado que ponen las autoridades en mantener el orden y limpieza en los lugares pú• blicos.. Entre las gentes pobres no se ven trajes sucios ni los ha- SAN GIL, MOGOTES, PETAQUERO, ONZAGA Y SOATÁ 199 rapos miserables tan comunes en las poblaciones de la cordille• ra, sino cierta pulcritud y preferencia por los vestidos ligeros en armonía con el clima, sobrado caluroso a veces. Hay razonable número de familias acomodadas, de distinguido y amable trato, donde el forastero encuentra el solaz de muy agradables tertu• lias que se tienen de noche, no siendo raras las bulliciosas reu• niones al fresco fuera de las puertas y al resplandor de las vivi• das estrellas. Alcancé la fiesta del Corpus, en que accidentalmen• te funcionaba el respetable y liberal obispo de Antioquia, doctor Gómez Plata; y por cierto que los adornos de la bella iglesia pa• rroquial eran intachables en punto a sencillez y buen gusto. Los campesinos de las cercanías se encargaron de levantar en torno de la plaza cuatro filas de arcos de palmas y flores que alegraban notablemente la carrera de la procesión, y en cada bocacalle se plantó el altar acostumbrado en que, según las reglas constan• tes de nuestra loable majadería, brillaban los espejos y cuadros profanos al lado de santos más o menos afligidos, así como no faltaron ventanas que en vez de cortinaje ostentaban pañolones, desesperados sin duda por volver a los hombros de sus dueñas, para cubrir los cuales y no para cortinas habían nacido: bien es verdad que la capital de la República comete en esta materia disparates mayores, como a su tiempo será menester referirlo. En el distrito de San Gil se cuentan 12.000 habitantes; con que ya se inferirá cuál sería la concurrencia de labradores y es• tancieros a la más solemne de las fiestas católico-romanas, pre• sentando todos los matices de los trajes de tierra caliente y tie• rra fría, puesto que inmediatamente después de la villa siguen los altos cerros coronados por explanadas fértiles en donde resi• den numerosas familias de agricultores blancos, cuyas mejillas llevan impreso el colorido europeo, y los robustos y aventajados cuerpos manifiestan la salud de que gozan estos afortunados hi• jos del campo. Junto a la masa de hombres sólidos, como los ha• bría llamado Larra, iban y venían grupos de damas delicadas, ataviadas con las primorosas torturas que ha inventado el lujo de las ciudades, niñas vestidas de blanco y llenas de la gravedad cómica de que en semejantes circunstancias se hallan poseídas por el influjo de las galas sobre sus nacientes instintos de mujer, jóvenes decentemente puestos y alegres con la alegría de estu• diantes en asueto, y finalmente los ciudadanos de menor cuantía, satisfechos de sus trajes nuevos que sonreídos comparaban con las ruanas toscas y mal trazadas enaguas de bayeta de los hon• rados labriegos concurrentes. Cuadro animado de la existencia 200 PEREGRINACIÓN DE ALPHA humana con todas sus pasioncitas cotidianas, todas sus pretensio• nes vanidosas, y las fisonomías revelando, sin quererlo y distraí• das, lo que abrigaban en aquel momento los corazones: comedia de la vida social que en escenarios diversos pero sobre el mismo argumento representamos todos, persuadidos frecuentemente de que hacemos grandes cosas. Lleva San Gil entre los socórranos la tacha de pueblo aris• tócrata y egoísta; pero el observador imparcial no la confirma, y tiene que atribuirla a las tontas rivalidades que bajo el régi• men colonial hervían de lugar a lugar, fomentadas por la ociosi• dad forzada de los ánimos, que a falta de permiso para ocuparse en cosas de sustancia, tomaban a pechos las rencillas y celos pueriles, así como las gentes letradas se devanaban gravemente los sesos y gritaban y se aborrecían con motivo de alguna sutile• za teológica, cuyo único fruto era alborotar los claustros de los conventos. "Afectan demasiada nobleza", decía Oviedo de los an• tiguos sangüeños, y sus nietos han heredado la fama de este pe• cado rancio, aunque ya no tengan la ridiculez de cometerlo; mas en el resto de la provincia no pueden ver con buenos ojos el des• nivel que se nota entre la riqueza de varios vecinos de San Gil y la pobreza relativa de los gremios laboriosos, que no se com• ponen, como en los otros cantones, de pequeños propietarios inde• pendientes de la autoridad inmediata de los que llaman ricos. Los sangüeños acomodados tienen el buen juicio de emplear su in• flujo en el mejoramiento moral y material del cantón, como lo demuestran el estado próspero de las rentas públicas y los esta• blecimientos de instrucción y beneficencia que cuidan y sostienen con esmero para común provecho: tienen también una predilec• ción decidida por la localidad en que han nacido, y de aquí pro• viene la tacha de egoístas; pero esto, lejos de ser defecto, lo reputo como una virtud de consecuencias felices, considerada la índole del sistema republicano según el cual cada localidad debe cuidar de sí misma, crear recursos propios y concentrarlos en su seno, para no mendigar de los vecinos los medios de existencia, y para establecer desde el distrito parroquial las bases de la descentralización administrativa, únicas en que racionalmente puede fundarse la federación política de las grandes secciones, verdadera y genuina forma de la república. Por tanto, los hom• bres ricos de San Gil usan pero no abusan de su poder domés• tico, empleándolo en efectivo bien de la comunidad; y si alguna vez llegaran a perder el tino y convertirse en opresores del po• bre, inmediatamente recibirían una severa lección para adver- SAN GIL, MOGOTES, PETAQUERO, ONZAGA Y SÚATÁ 201

tirles que en estos tiempos no hay bienestar ni autoridad dura• bles si no se fundan sobre beneficios dispensados con largue• za y amor a la porción desvalida del pueblo. En el distrito se cosechan con abundancia los frutos y le• gumbres de tierra templada y caliente, y para el comercio de exportación se producen 40.000 cargas de panela, contándose 70 trapiches buenos y medianos, 1.500 cántaras de aguardiente de caña, 8.000 arrobas de algodón, parte del cual venden bajo la forma de lienzos y mantas, y en 16 herrerías fabrican herra• mientas de agricultura, machetes, clavazón, frenos y obras de cerrajería en que emplean al año cerca de 2.000 quintales de hie• rro llevado de las minas de Pacho. Recuerdo haber leído en un economista inglés que las manufacturas de hierro son el mejor índice para juzgar el adelanto de un pueblo; y si esto es cierto, el cantón San Gil se lleva la palma entre los de la provincia, pues en ningún otro he visto forjas tan activas ni herreros tan inte• ligentes en su importante oficio, que ojalá fuera mejor protegido con auxilios y enseñanza especial para levantarlo hasta el grado de una verdadera fuente de comercio y riqueza, capaz por sí sola de formar la prosperidad de la villa. Desde ésta, y en todas direcciones, parten siete caminos que, ramificados más adelante, la enlazan con los ocho pueblos cabe• zas de distrito contenidos en el cantón, y con los limítrofes de Charalá, Socorro, , , Málaga, Soatá y San• ta Rosa; de manera que tanto por la posición que ocupa como por sus recursos propios y los de sus numerosos vecinos, la villa de San Gil tiene asegurado un progreso natural, sólido y de cre• ces permanentes, puesto que en el genio de los moradores predo• mina la inquietud industrial, característica de los socórranos, germen visible de la futura grandeza de aquella provincia, cuyo porvenir no se sabe apreciar por la generalidad de los granadi• nos. Tomando el camino del noroeste, por encima de serranías sobrado escarpadas, a un poco más de dos leguas de distancia y 1.160 metros sobre el nivel del mar, se encuentra el bello pue• blo de Curití, asentado en una ladera limpia y alegre, rodeado de estancias de labor perfectamente cultivadas, y convidando al via• jero con los hospitalarios techos de sus casas dispuestas en man• zanas cortadas por calles rectas y desembarazadas. Es cabeza de distrito, comprendiendo en sus términos, que se extienden hasta los de , 5.000 habitantes blancos, robustos y muy consagrados a la agricultura, manufacturas domésticas y comer• cio. Aratoca se halla tres y un cuarto de leguas adelante, engas- 202 PEREGRINACIÓN DE ALPHA tada, como un nido de águila, entre los picachos piramidales de la serranía cortada en su respaldo por el río Sube. A 1.806 metros de altura sobre el mar y batido por los vientos libres de la cordi• llera, disfruta este pueblo de una temperatura media de 20° cen• tígrados y de excelente clima: beneficios que, unidos a la sencillez de costumbres, les afianza la longevidad, así como encuentran una fuente de salud en la vida que llevan, necesariamente labo• riosa, pues no habitan un suelo tari fértil que les dispense de asi• duas tareas para sacar de su seno las cosechas con que se ali• mentan, y además de eüas, añil, panela y algodón, por valor de $ 15.700 anuales, cuya circulación anima el tráfico interior. Hay una escuela pública con 47 niños, lo que es bien poco para 5.500 habitantes que cuenta el distrito. Nacen al año 170 y fallecen 64, quedando por consiguiente un aumento de 106 individuos, de los cuales 30 son hijos naturales; mal de que adolecen todos nuestros pueblos por las grandes distancias que de la parroquia dividen a los moradores, por el alto precio para ellos a que se vende el sacramento del matrimonio, y por un resto de las cos• tumbres sueltas de los indios, transmitida a lo más pobre de la población agrícola. Hacia el norte de San Gil no hay más distritos que los dos ya nombrados, por lo cual hubimos de retroceder en demanda de Mogotes, primero de los que se hallan al sur del cantón. El territorio que se recorre presenta una serie de ramblas y recues• tos alternados, que sin perjudicar la bondad del camino lo hacen entretenido por la variedad de los paisajes, ora enriquecidos con prósperas sementeras de todo linaje de frutos, ora solitarios y agrestes, pero siempre verdes, llenos de frescura y amenidad. Pasados los ríos Tubuga, Cuchicuira y Mogotico, en el punto en que se juntan para formar el Monas, se entra de repente en una llanura perfectamente plana, que en la dirección noreste-sureste se prolonga casi tres leguas, midiendo en lo más ancho una legua. Cíñenla, como el óvalo de un medallón, dos ramales desprendi• dos de la serranía principal, compuestos de cerros lavados y des• gastados hacia el llano, mostrando en lo alto las crestas desigua• les y aristas afiladas del núcleo descubierto, no ya formado de estratos más o menos concordantes, como el grueso de la serra• nía, sino de masas esquistosas en que abundan escamas brillantes de talco; al paso que en lo bajo constan de una aglomeración con• fusa de margas abigarradas que ruedan hasta las márgenes del río Mogotico, canal labrado por las aguas primitivas aposenta• das allí como en una gran taza, de la cual se deslizaron cayendo SAN GIL, MOGOTES, PETAQUERO, ONZAGA Y SOATÁ 203

sobre el mismo río Monas y dejando en seco la bella planicie en cuyo centro se halla el pueblo de Mogotes. Consta éste de un ca• serío extenso, interrumpido a trechos por ruinas recientes de habitaciones, donde antes moraban familias acomodadas, indus• triosas y pacíficas, que en número de 700 individuos hubieron de abandonar sus hogares y emigrar perseguidas y arruinadas por los malvados tinterillos, que cual buitres cayeron sobre el pue• blo, sembraron la discordia y el aborrecimiento, y mataron en flor la prosperidad de un lugar, que sin ellos y sin los malos curas, sus cómplices en la obra de la destrucción, sería la joya más pre• ciada del cantón San Gil. El cura recientemente nombrado, muy superior a sus antecesores por sus virtudes evangélicas, ha hecho esfuerzos laudables con el fin de sosegar los ánimos y restable• cer la concordia entre sus feligreses; pero desgraciadamente serán infructuosas sus prédicas, porque tropieza con las pasio• nes envenenadas de los vecinos y el influjo y malevolencia de los tinterillos, contra los cuales, y en el estado a que han llegado las cosas, no habrá otro remedio que una buena paliza diaria decretada por los sensatos del lugar, constituidos en jurado, has• ta hacerlos salir del pueblo, como se persiguen y expulsan los animales dañinos. La mansedumbre y necedad de los moradores se oponen a este acto eficaz de justicia de Lynch, único practica• ble con aquellos salteadores atrincherados detrás de las tortuosas fórmulas de nuestra embrollada legislación. Crece la pena que causa el espectáculo de tanta ruina cuando se contempla la bue• na índole de las gentes de Mogotes, honradas por temperamento y prefiriendo abandonar sus deudos y heredades a cometer los hechos de desesperada venganza que provocan sus intolerables perseguidores. En vano se pretenderá ocurrir al remedio de esta calamidad, efectiva en las poblaciones rurales, dictando dispo• siciones contra los tinterillos; tanto valdría esto como poner medicamentos externos para curar una lesión en la armazón interior del cuerpo. Mientras subsista el sistema de enjuicia• miento que nos legaron nuestros abuelos, de todo punto incom• patible con el régimen civil nacido en la República, los picapleitos brotarán entre los tenebrosos laberintos de la vieja legislación, como brotan los hongos en la oscuridad de las selvas, alimentados por las basuras corrompidas. Es urgente perderle el miedo a la democracia y encargar al pueblo la administración de la justicia por jurados, conforme se le ha encargado la confección de las leyes por delegados especiales; en una palabra, es indispensable desarrollar las instituciones republicanas, aplicándolas a todos 204 PEREGRINACIÓN DE ALPHA

los actos de la vida social, y olvidar aquella frase sacramental: "El pueblo no está dispuesto para eso", con la que pretendemos disimular nuestra falta de valor en materias políticas. Derríbese la enmarañada selva; déjense penetrar hasta el suelo abierto los claros rayos del sol, y entonces, y no de otra manera, los hongos desaparecerán. Superfluo sería detenerse a probar que la guerra de pluma no deja tiempo a los mogotes para ocuparse de las cosas de in• terés público. Baste decir que en un distrito con 7.000 habitantes sólo 51 niños y 11 niñas concurren a las dos incalificables es• cuelas que se toleran en el pueblo. Vívese allí de prisa y con susto; y no pude menos de reírme tristemente al notar que aun los santos de la descuidada iglesia parecen participar del terror común, pues encontré dos imágenes metidas en un nicho, cual si fueran transeúntes sin hogar propio ni seguridad para estar solos, reunidos por el temor y no por el amor, puesto que mira• ban en dirección opuesta, como enfadados de hallarse juntos en su precario aposento. Lo demás de la iglesia estaba en armonía con este grupo, todo en desagradable desorden y desaseo, aña• diendo motivos de desaliento al nuevo párroco. El país comarcano es bellísimo, fértil y abundante en frutos. El grandor de muchas casas del pueblo, y un sólido puente de mampostería echado sobre el Monas para comunicarse con el distrito de El Valle, manifiestan que en mejores tiempos Mogo• tes era la mansión de vecinos ricos y cuidadosos del bien público. Casi una legua al oeste-noroeste del pueblo está el Hoyo de los Pájaros, hundimiento circular de 184 metros de profundidad y 14 de diámetro, teniendo a los 32 metros un escalón, desde el cual la cavidad del pozo sigue reducida hasta el fondo. Tanto la boca como las paredes, mientras reciben la luz del día, se hallan revestidas de arbolillos y plantas menores, formando un verde cortinaje, a cuyo amparo viven en lo profundo numerosos pájaros nocturnos de la especie particular que vemos en el puen• te de Icononzo, y se encuentran también en el oriente de Vene• zuela dentro de la espléndida Cueva de los Guácharos, nombre que dan allí a este raro y melancólico pájaro. Por la disposición y naturaleza del terreno y por las señales evidentes de que la planicie de Mogotes, nivelada y sedimentosa, es la cuenca de un antiguo lago, creo que el Hoyo de los Pájaros proviene de la acción de un remolino que hacían las aguas en aquel punto, y que después del pozo vertical existe alguna galería o cueva por donde se verificaba un desagüe parcial. Ello es que merece visi-