EMILIO MOLA VIDAL (Placetas, Cuba, julio de 1887 / Alcocero, , junio de 1937)

El principal estratega y organizador del golpe del 18 de julio y por tanto del inicio de lo que será la Guerra Civil española era hijo de cubana y de un capitán de la Guardia Civil destinado en la isla. Su familia se trasladó a Gerona a finales de siglo, donde estudió Bachillerato, y siguiendo la tradición castrense paterna, ingresó en la Academia de Infantería de Toledo en 1904. Toda su carrera prácticamente la hizo en la guerra de Marruecos desde 1909 donde forjó su mentalidad como militar africanista, enlazando ascensos hasta 1927 cuando fue nombrado general de brigada. Ahí se acabó la guerra de Marruecos y se acabaron sus ascensos. Su antiguo jefe y mentor, Dámaso Berenguer, tras la caída de Primo, le nombró Director General de Seguridad en febrero de 1930, cargo que le ligó a la gestión del orden público, que él enfocó hacia el espionaje y la represión de cualquier movimiento de protesta contra la monarquía, con lo que se convirtió en una bette noire para los participantes en el Pacto de San Sebastián. Los moros fueron sustituidos por marxistas, judíos, masones, separatistas y revolucionarios, acentuándose su antiizquierdismo que ya no le abandonaría. Desde este cargo se puso en contacto con una vasta red policial y de confidentes, que le sería muy útil en 1936. Su responsabilidad represiva fundamental se centró en los llamados «sucesos de San Carlos» el 25 de marzo de 1931, en la Facultad de Medicina de , donde murieron un joven y un guardia civil y hubo 16 heridos. Con la proclamación de la Segunda República, temeroso de las represalias, se escondió durante una semana, hasta que se entregó a Azaña, entonces ministro de Guerra, el 21 de abril. Cesado, fue procesado por esos incidentes e ingresó en prisión militar, aunque en julio ya estaba sólo con arresto domiciliario. Finalmente el caso quedó sobreseído. En esos días escribió varias memorias autoexculpatorias como El derrumbamiento de la monarquía (1933) y se dedicó a hacer juguetes de madera, algo que se le daba particularmente bien, pero todo eso no viviendo en la indigencia como se ha dicho, sino cobrando el 80% de sus haberes más lo que le correspondía por antigüedad y condecoraciones. Cuando, tras la Sanjurjada, pasó a la reserva (1932), recibió su sueldo completo como general. Ahora bien, su carrera parecía acabada y su odio hacia Azaña era intenso, con lo que se completa el perfil tipo del golpista de 1936: africanismo, orden público y antiazañismo, unido al agravio profesional directo. Con la amnistía de Lerroux de abril de 1934 volvió al ejército y con Gil Robles en Guerra y Franco en la jefatura del estado mayor central fue nombrado comandante militar de Melilla y después jefe de todas las fuerzas de África (1935). Por entonces ya se entrevistó en Madrid con Franco y Gil Robles para estudiar una intervención militar contrarrevolucionaria en caso de ser necesaria. No es de extrañar por tanto que el Gobierno Azaña de febrero de 1936 le destituyese y lo mandase a , donde podía estar más neutralizado y tenía desde luego bastante menos tropa a su mando. Para Mola y para otros había llegado el momento ineludible de rebelarse: cuando abandonó Melilla en marzo dejó la dirección de la trama conspirativa al teniente coronel, Juan Yagüe, jefe de la Legión en Ceuta; de paso por Madrid se puso en contacto con la UME, otros militares golpistas, Luca de Tena y los monárquicos de Calvo Sotelo, el núcleo duro de lo que serían los golpistas del 18 de julio. En Navarra además se atrajo al Requeté carlista. Fracasado el plan inicial de la sublevación diseñado por el general Rodríguez del Barrio para abril, se hizo Mola con la coordinación con el apelativo de «el Director», siempre con el permiso y al servicio expreso de Sanjurjo. Y comenzó a enviar una especie de «directivas» o «instrucciones reservadas» donde se encuentra el diseño de la operación que desembocó en el 18 de julio. Él diseñó el plan centrípeto sobre Madrid y Barcelona, a las que dio muy temprano por perdidas. En principio relegó el papel del ejército de África por problemas de logística elemental (su traslado a la península). Más tarde es previsible que cambiase de opinión, gracias a las armas contratadas en Italia por los alfonsinos, a través de Sáinz Rodríguez, el 1 de julio, que garantizaban más de 40 aviones, pero sobre todo por el apoyo temprano de Mussolini (éste ya muy trabajado) y Hitler, que facilitó el transporte de tropas y el éxito de Queipo en Andalucía. Su plan de gobierno se reducía a una dictadura militar contrarrevolucionaria, con Sanjurjo al frente, sin más planes de restauración monárquica ni confesionalidad del Estado como deja clara la documentación disponible. La actuación debía ser extremadamente violenta para reducir a los elementos izquierdistas con «castigos ejemplares». Por lo tanto, por las armas contratadas y por el modus operandi no se trataba de un pronunciamiento sino de una guerra civil. En el desarrollo del golpe era por tanto bastante previsible el fracaso de Goded y Fanjul y el éxito en el norte y en Marruecos. El problema para Mola fue su fracaso en intentar llegar a Madrid desde el norte y su aislamiento de Andalucía y Marruecos, adonde iban a llegar los suministros aéreos, los contratados previamente con Italia, y los nuevos de Alemania, de los que se benefició Franco. Aunque creó una Junta de Defensa Nacional en Burgos, teóricamente dirigida por Cabanellas, el general de mayor graduación, pero en realidad descabezada por la muerte accidental de Sanjurjo, pero en la que mandaba él, sus tropas fueron taponadas en la sierra norte de Madrid. Franco y Queipo se incorporaron el 3 de agosto a la Junta y ya el 13 Franco y él acordaron que él se centrase en Guipúzcoa (tomaría Irún y San Sebastián) mientras que el propio Franco cargaba sobre Madrid y unía ambas zonas, la norte y la sur. Su nuevo papel secundario quedó aún más claro, cuando se situó en Ávila en septiembre para unirse a las tropas de Franco, ya en Talavera, para entrar juntos en Madrid, y Franco decidió desviarse para liberar el Álcazar de Toledo, haciéndose toda la propaganda posible, perdiendo dos meses, pero garantizándose la jefatura suprema, más o menos prometida el 21 de septiembre en Salamanca. Mola, además de ser un militar de menor graduación que Franco y no contar con el ejército de África ni el apoyo de las potencias fascistas, era conocido por su animadversión hacia Alfonso XIII, por lo que la mayoría de militares monárquicos, y había muchos, tampoco simpatizaban con él. Con Franco ya de jefe supremo, Mola tuvo que encargarse del Norte, de donde no se movería, y donde organizó una feroz represión, de unos 30.000 fusilados, descomunal relativamente hablando, habida cuenta que ni Navarra ni por supuesto Álava, Castilla-León, Cantabria, Galicia o La Rioja era regiones izquierdistas, en las que el FP tuviese alguna hegemonía determinante. Muy al contrario, eran de las más conservadoras de España. Recién iniciada la ofensiva del Norte, la niebla provocó que se estrellara su avión en Burgos el 3 de junio de 1937. A Franco no le vino mal su muerte, pero era totalmente innecesaria porque por entonces Mola no podía hacerle sombra, lo que descarta las teorías conspirativas. Un malévolo rumor afirmaba que al venir a notificarle a gritos que había muerto Mola en un accidente, contestó: «¡Qué susto me ha dado usted, creí que nos habían hundido el Canarias!».

BIBLIOGRAFÍA

Blanco, Carlos (2002): General Mola. El ególatra que provocó la guerra civil. Madrid: La Esfera de los Libros.

Busquets, Julio y Losada, Juan Carlos (2003): Ruido de sables. Las conspiraciones militares en la España del siglo XX. Barcelona: Crítica.

Cardona, Gabriel (2001): Franco y sus generales. La manicura del tigre. Barcelona: Temas de Hoy.