ANIBAL Y SU EJERCITO DE ELEFANTES POR LA RUTA DE COLL D'ARES HACIA ROMA

Juan Amat Cortés

Se dice que los cuatro Evangelios de la Historia de Cataluña son las grandes Cró- nicas de Jaime I y Bernat Desclot del siglo XIII y las de Ramón Muntaner y Pedro IV del siglo XIV, pese a que en ellas se recogen no sólo hechos históricos contrastados sinó también algunas leyendas y narraciones simbólicas. Siempre hemos sido partidarios de la narración histórica que sin faltar conscien- temente a la veracidad se permite una pizca de sentimentales apostillas. Sin ellas la historiografía a veces puede resultar deshumanizada y siempre insípida, incluso para el más "científico" de los historiadores. Y, lo que es todavía más grave, pueden quedar estancados grandes períodos del pasado cuyo diseño sólo podrá lograrse con el em- pleo de imaginación, siempre sobre la base de deducciones lógicas partiendo, desde luego, de sólidas premisas. Esto es precisamente lo que vamos a intentar en esta Comunicación a la IX Assemblea d'Estudis de Besalú i el seu Comtat. Empezaremos por rechazar la tesis, generalmente aceptada, de que los cartagine- ses invadieron la Península Ibérica hacia el año 238 (a. de C.) y que estuvieron en ella de paso, sin apenas dejar huellas. Lo cierto es que mucho antes con los fenicios, de cuyas colonias africanas eran descendientes los cartagineses, habían fundado, conjuntamente, diversas factorías en el norte de Africa, desde las cuales partieron hacia la costa española en los años 1.100 (a. de C.) es decir unos 862 años antes de las fechas que dan los comentaristas, asentándose en Cádiz, Málaga, Adra y Algeciras, desde donde lentamente se introdu- jeron en España para facilitar, en su día, la "invasión oficial africana" ya que Tarik y Muza con solo 7.000 hombres tuvieron bastante. Dentro ya tenían suficientes. Por consiguiente los cartagineses, a los que Polibio les da frecuentemente el nom- bre de "fenicios" (Lib. I-XIX-6) tuvieron mucha más importancia de la que se les viene reconociendo, puesto que la conquista de Iberia por los africanos no se inició en el año 711 (d. de C.) con el desembarco árabe sinó muchísimos años antes, con la pacífica invasión de cartagineses y fenicios desde el norte de Africa en el 1.100 (a. de C.). Si añadimos que hasta el año 1492 (d. de C.) no se liberó el último reducto moro de Granada y se expulsó a los moriscos, no tendremos mas remedio que admitir que durante unos 2.592 años (1.100 a. de C. + 1492 d. de C.) gran parte de España estuvo habitada por gentes del norte de Africa. Es cierto que no tenemos apenas huellas cartaginesas y casi ni palabras en nuestro lenguaje actual. Roma se cuidó de que no quedase rastro de todo ello y que en cambio heredásemos la lengua y la cultura latinas. Nadie, sin embargo, puede negar nuestros importantes lazos de sangre cartaginesa. Tal vez por eso tenemos a Aníbal tanta admi- ración y simpatía. Es tradición, más o menos discutible, que el caudillo Amílcar Barca consolidó el dominio cartaginés en nuestra Península fundando Barcelona. Los romanos que veían peligrar, con el constante avance de los cartagineses, su dominio de las Galias (Fran- cia) les tendieron una emboscada, lanzando de noche sobre el cuartel general de Helice (Elche) una manada de toros con teas encendidas sujetas a sus cuernos, provocando el desconcierto y el pánico en la tropa de Amílcar Barca que murió en el combate junto a la mayoría de sus hombres. Su sucesor Asdrúbal aumentó su amistad y colaboración con el pueblo celtíbero fundando Cartago Nova (Cartagena) en el mayor puerto natu- ral de España y posiblemente de todo el Mediterráneo. En una política de confraterni- zación con los pueblos ibéricos consiguió reforzar su poderío militar con el reclutamiento de más de 50.000 hombres íberos para su ejército, al comprobar su gran resistencia física y valentía. Mientras tanto, Roma no paraba de acosar para impedir que el dominio cartaginés en Hispania traspasara más allá de lo que estimaba prudente, la mitad del país, aproxi- madamente. Las batallas entre romanos y cartagineses en la Primera Guerra Púnica se suce- dían, hasta que por fin en el año 226 a. de C. se consiguió un importante Tratado de paz por el que los cartagineses se comprometieron a devolver todos los prisioneros sin cobrar rescate, pagar 2.200 talentos de indemnización y no pasar en armas más al norte del río Ebro. Firmaron el Tratado, Asdrúbal por Cartago y los Cónsules Brutus y Horacio por Roma, prestando juramento de cumplir bien y fielmente lo acordado, aquel por sus dioses nacionales y éstos por Júpiter Lapis. Curioso era el juramento por Júpiter Lapis ya que a la fórmula habitual se añadía el hecho de tomar en la mano una piedra que al pronunciar la frase "si incumpliere lo pactado, sea yo mismo lanzado así como ahora lanzo esta piedra" la arrojaba con fuerza lo más lejos posible saltando sobre las aguas del río para finalmente hundirse en sus profundidades. Este Tratado por su carácter internacional fue inscrito en tablas de bronce y guar- dado dentro del Tesoro de los Ediles junto al Templo de Zeus en el Capitolio, según relata el historiador Polibio en el Libro III, Cap. XXII a XXVIII de su Historia. A la idea fija de Roma de destruir Cartago se opuso entonces más que nunca la decisión de los cartagineses de acabar con la hegemonía romana, pues ya en aquella época, los Tratados internacionales servían tan solo para disfrazar realidades y pro- longar un poco la inevitable contienda. Amílcar poco antes de ser asesinado, había hecho jurar a su hijo Aníbal odio eterno a Roma y, sin duda, éste iba a cumplir bien su juramento convirtiéndose en uno de los más grandes generales que ha tenido la Historia Universal. Un sueño favorable ayudó a Aníbal a tomar la decisión de organizar la marcha sobre Roma, según Tito Livio (lib. XXI 22-6-9) que así lo relata: Un joven de apariencia divina se le apareció en sueños ofreciéndosele de guía para marchar sobre Roma con la condición de seguirle sin volver la vista atrás, lo cual incumplió Aníbal hacia el final del trayecto y al girarse contempló cómo una serpiente descomunal destruía árboles y casas de Roma entera. Cicerón también cita este sueño "profético" en su Tratado de adivinación (I, 49) sin más variaciones que la de sustituir la serpiente descomunal por una hidra de múl- tiples cabezas. Un sueño que estuvo a punto de convertirse en realidad pues tan solo unos 30 kilómetros faltaron para que los ejércitos cartagineses conquistaran Roma. Pero los sueños, sueños son. Y al final no fue Roma sinó Cartago la totalmente destruida por Escipión Emiliano en el año 146 a. de C. Así pagó Cartago su osadía de haber preten- dido ser la Roma del mundo africano. Volviendo al principio, donde estábamos, señalaremos que uno de los primeros problemas con los que se encontró Aníbal fue constatar que Cartago había perdido su hegemonía marítima, (aunque en realidad nunca fue suya sinó de sus hermanos feni- cios). Roma acababa de bautizar como propio el mar Mediterráneo (Mare Nostrum) al hacerse con su dominio. De ahí que no aceptemos la tesis defendida por algunos historiadores de que Aníbal salió con su ejército de Cartago y por mar llegó a Ampurias para trasladarse desde allí a las Galias. Con fundamento debió pensar que ese plan estratégico no podía prospe- rar ya que estos mares los dominaban casi absolutamente los greco-romanos. Es lógico, pues, que Aníbal decidiese sin dudarlo atravesar España cruzándola toda desde Cádiz y/o Algeciras hasta los Pirineos y al llegar allí escoger una ruta que a los romanos ni siquiera pudiera pasarles por la mente que representara un peligro de invasión: Coll d'Ares. Claro que existió en parte un transporte marítimo, pero pienso que éste se limitó al paso del Estrecho de Gibraltar (Puertas de Hércules) desde Cartago (Túnez) a las playas de la Península más próximas donde desembarcaron los elefantes y las tropas africanas en barcazas similares a las pateras que hoy utilizan los magrebíes para inva- dir de nuevo, poco a poco España, o bien, y como máximo, se efectuó desde Cartago a Cartago Nova con naves alquiladas a los fenicios, sus grandes aliados, que, como comerciantes, pudieron aprovechar esta ocasión para hacer un buen negocio. Si se repasa con cuidado los comentarios clásicos de la ruta antes de pasar los Pirineos nos daremos cuenta inmediatamente de que Aníbal tuvo dos cuestiones prio- ritarias que observó al cien por cien: En primer lugar rehuir a los romanos y sus aliados. En segundo término ensayar métodos militares y sistemas tácticos para apli- car más tarde, especialmente en los Alpes italianos. Únicamente de esa manera se explica que este gran general consiguiera pasar, en cinco meses tan solo, un cuerpo de ejército desde el sur de España hasta la península italiana, incluidos los Alpes que los cruzó en quince días. Una gesta militar verdade- ramente prodigiosa si recordamos que todo esto sucedía 218 años antes de Cristo, sin carreteras propiamente dichas, extremo éste que ha provocado las grandes dudas so- bre cuales fueron con exactitud las rutas de Aníbal en la Segunda Guerra Púnica. En todo caso no tuvo demasiadas dificultades hasta llegar al Ebro y por consi- guiente no vamos a entretenernos comentando esta parte de la marcha, que describie- ron con detalle diversos historiadores, entre ellos modernamente Cesar Cantó en su Historia Universal citando la conquista de las ciudades Thiar, Ilici, Aspis, Adellum, Statuas, Sueron, Spelarum, Uduba, Ildum e Intibilis aclarando Polibio en lib. III-XXXV- I, el más o menos fácil sometimiento de la mayoría de las tribus que halló en estas regiones. Sin embargo, no fueron tantas las facilidades en Cataluña, lo que aprovecho Aníbal para ensayar, antes de llegar a las Galias, la táctica y la estrategia para, luchando, someter a los ausetanos, la tribu que dominaba toda la Plana de Vic y los Lacetanos que Tito Livio situó en la falda de los Pirineos en el Ripollès, camino lógico de acce- der al paso pirenaico de Coll d'Ares. Nos parece sumamente ilustrativo referirnos a una curiosa forma de entablar com- bate que tuvo Aníbal y que citan algunos comentaristas de estrategia militar: Aníbal disponía delante de todo a sus mercenarios íberos y galos en formación de media luna, con la parte convexa (y no la cóncava como era lo corriente) orientada hacia las tribus enemigas, situando en cada extremo a sus soldados cartagineses. En un flanco la caballería adicta ibérica y en el otro la caballería númida. Era lógico que el enemigo cayese en la trampa avanzando hacia el interior de la media luna que rápidamente se convertía en una inmensa u por el constante retroceso de las huestes ibéricas y galas. Entonces Aníbal lanzaba a sus jinetes de derecha e izquierda en una maniobra envolvente quedando absolutamente cercado al enemigo. Al instante sur- gían de entre el polvo los enormes elefantes que trituraban sin piedad a todos los hombres que encontraban a su paso, sin demasiados miramientos de averiguar previa- mente si eran de uno u otro bando. Esta táctica militar la empleó con éxito más tarde en las famosas batallas de Tessino, Trevia, Trassimeno y Canna. Copiando a Aníbal, naturalmente sin elefantes, en el año 1914 el general alemán Hinderburg consiguió una gran victoria sobre las tropas rusas en Tannenberg y el también general germánico Von Rundstedt en 1942 asimismo sobre el ejército ruso en Sibèria. En anteriores combates Aníbal utilizó otra táctica consistente en colocar en línea a los elefantes delante de todo el ejército y detrás, amparándose en ellos, a sus falan- ges de infantería y en los flancos la caballería ligera. Otros muchos episodios militares a lo largo de los tiempos se inspiraron en el genio del general cartaginés mientras las guerras fueron cosa de hombres. Aníbal sabía muy bien que para llegar a Roma, las penalidades de la descomunal marcha y la posiblemente incorrecta conducta de sus elefantes iría mermando su ejér- cito por lo que sería necesario atraerse algunas tribus de las que a su paso hallaría, a las cuales debería convencer para que los mejores hombres de las mismas se unieran a sus filas supliendo así a los caídos y a los desertores. Su estrategia se basó fundamentalmente en escoger con sumo cuidado y precisión los caminos más apropiados, no por ser los más cortos o mejor empedrados, sinó por tratarse de los menos peligrosos al no hallarse ocupados ni controlados por los roma- nos o sus adictos aliados. También sopesó las características más o menos bélicas de los habitantes que se encontraría y muy especialmente sus buenas o malas relaciones con los romanos. Con estos criterios efectuó, sin duda, un minucioso estudio y ordenó practicar reconocimientos por exploradores nativos acerca de las posibilidades de obtener, en su caso y momento, levantamientos contra el naciente Imperio romano por algunas de las poblaciones que hallaría en su marcha hacia Roma, empezando por las de la Pe- nínsula que él denominaba Iberia y sus enemigos Hispania. Nos atrevemos pues a afirmar que la ruta de su ejército no fue trazada por Aníbal inicialmente, sinó sucesivamente diseñada por él con la máxima atención, de acuerdo con los criterios que acabamos de exponer con la segura creencia de que alcanzaría su objetivo porqué fué el primero en pensar que "todos los caminos conducen a Roma". Los nombres de las tribus por cuyos territorios pasó el gran general nos han llega- do fundamentalmente a través del autor latino Ammianus Marcellinus siguiendo el relato de su predecesor Timógenes de Alejandría, de cuya Historia sólo han quedado los fragmentos recogidos por el antecitado A. Marcellinus, quien en el capítulo XV ap. 10 y 11 de su obra incluye un breve resumen de los lugares geográficos, con sus respectivos habitantes, por los que el ejército de Aníbal transitó. Características descripciones más precisas de las tribus que en su camino encon- tró el cartaginés las proporciona Silenos, que siguió al ejército cartaginés, escribiendo en griego sus Crónicas de guerra, traducidas al latín por el historiador romano Lucio Celio. Contemporáneo suyo y también "periodista" fue Lucio Cincio Alimentus que cayó prisionero y para evitar que le ejecutaran aceptó escribir un panegírico del general cartaginés, con interesantes citas sobre las tribus que sometió y con las que engrosó su ejército. Lamentablemente no han llegado hasta nuestros días tales narraciones ínte- gras. Desde luego ninguno de dichos autores proporcionó los detalles que quisiéra- mos respecto del lugar por el que Aníbal cruzó el Pirineo. Para el estudio de la marcha del ejército de Aníbal seguiremos ante todo la Histo- ria Universal y el Tratado de tácticas militares del griego Polibio, nacido en Arcadia el año 202 a. de C. que como cronista de guerra pensamos que no tiene rival. Su experiencia militar como general de caballería en Grecia la empleó luego en analizar los hechos de armas de Aníbal, con espíritu inquisidor y crítico, razonando siempre las causas de los hechos que relaciona y describiéndolos con una minucia impresio- nante, sólo comprensible por haber conocido a muchos veteranos de la Segunda Gue- rra Púnica y haber participado como historiador en las últimas batallas del ejército de Aníbal. Después de Polibio otros escritores clásicos describieron la marcha de los cartagineses de entre los cuales en primer lugar citaremos a Tito Livio nacido en Padua el año 59 a. de C. cuya Historia de Roma dedicada al emperador Augusto consta en varios manuscritos, el más antiguo de ellos del siglo X. No puede comparar- se en mérito con la de Polibio pues es evidente su "refrito" y su exceso de absurdos detalles así como una falta de atención a hechos históricamente trascendentales. Cita- remos también a Silio Itálico cuyo poema "Púnica" contiene referencias a la ruta de Aníbal en su parte III versos 442-472, que nos parecen más poéticos que otra cosa, sin ser despreciables, pero que en modo alguno aclaran el paso de los Pirineos. Los autores de los siguientes años hacen referencia, con mayor o menor extensión y acierto, al genial cartaginés y su todavía más genial ejército de elefantes y, aunque no utilizaremos sus narraciones más que incidentalmente, consideramos interesante hacer una breve referencia a lo que conseguimos de ellos. Plutarco fue un estilista literario que a lo largo de su vida (46-120 d. C.) opinó de todo un poco comedidamente. Así por ejemplo, en la batalla de Cannas dio una cifra de sólo 50.000 soldados romanos muertos frente a los 70.000 y hasta 100.000 que señalaron otros autores. Estrabón, uno de los más antiguos geógrafos, en su idioma griego se refiere al paso de los Alpes por Aníbal en forma muy minuciosa. Lástima que no recogiera el paso de los Pirineos. Muy interesantes y aprovechables son los datos que proporcionó acerca de territorios con sus ríos, montes y comunicaciones, que atravesó la tropa cartaginesa. De gran importancia estimamos los denominados Vasos Gaditanos fechados en los siglos I y II que precisan lugares de la ruta que iba desde Cádiz a Roma en aquellos tiempos, aunque ni tan siquiera se refiere a cómo llegó a las Galias el ejército cartagi- nés. De no menor interés el conocido Itinerario Antonino de un siglo después, que precisa los caminos que iban entonces desde GAP a Arlés. Pero del paso de los Pirineos nada de nada. Nadie que concrete debidamente el lugar. Es lamentable que se haya extraviado la Historia que escribió Marco Terencio Varrón ya que identificó, al parecer, el paso de los Pirineos. Pero su única referencia son las citas que de dicha magna obra contiene la de Servio en AdAeneidem en su cap. X-13, entre las que no existe ninguna que arroje luz sobre el punto que escogió Aníbal para cruzar los Pirineos. Resumiendo, si todos los caminos, de entonces, conducían a Roma bien podemos afirmar que todos los historiadores clásicos conducen a Aníbal. Pero no, precisamen- te, al lugar por donde atravesó los Pirineos en su espectacular marcha hacia Roma. Este vacío de la Historia Universal pretendemos rellenarlo en este estudio por deducciones partiendo de la gran bibliografía clásica citada y especialmente de las Historias de Polibio. Gran importancia creemos que tienen también las investigacio- nes personales efectuadas en el Coll d'Ares, sus accesos y entorno. Demostrar que el lugar de tan repetida búsqueda es el Coll d'Ares en la antigua ruta de a Prats de Molió es un objetivo difícil. Pero no imposible. Vamos a intentarlo. Eso sí, con una pizca de imaginación que es imprescindible para tratar este tipo de temas, como decíamos al inicio de esta comunicación. Pensamos que esta tesis lo merece al no haber prestado nadie suficiente atención a la etapa pirenaica de Aníbal en su marcha hacia Roma. No nos desviemos más del camino y prosigamos. A punto de atravesar el Pirineo contaba Aníbal con un formidable ejército de 90.000 soldados de infantería, compuesto por gentes de doce naciones diferentes que no se entendían entre sí más que a través de sus jefes que utilizaban el griego como lengua común. Gracias a Cornelio Nepote en su interesante opúsculo Hanníbal (cap. 13-3) sabemos que un autor llamado Sosilos enseñó el griego a Aníbal, cuyo idioma tanto debió servirle en su largo "caminar". Al armamento individual de sus huestes Aníbal hizo añadir una "falcata", espada corta típica de las gentes ibéricas, a la que consideró la más ligera y mortífera arma de todas las que había conocido para la primera línea de combate, reservando a los galos de la segunda una espada más larga que permitía más amplios movimientos de esto- que y revés, pero mucho más pesada. La caballería estaba compuesta por 12.000 jinetes con sus correspondientes caba- llos. Los númidas y los propios cartagineses integraban la más rápida y temeraria caballería de todos los tiempos, utilizando, en su mayor parte, los resistentes caballos ibéricos, excepto para asaltos vertiginosos en los que solía emplear para sus jinetes los más endebles, pero más rápidos, caballos árabes. Es decir, el ejército cartaginés se distinguía por su facilidad de desplazamiento y maniobra puesto que su ligereza era tan notable como la extrema juventud de sus mandos, comenzando por su general Aníbal que, al inicio de la Segunda Guerra Púnica, contaba tan solo 25 años de edad. En el ejército cartaginés todo era ligero. Todo menos los elefantes que en número de hasta 175 se integraron en algún momento a las fuerzas de asalto. Frente a los cartagineses los soldados del ejército romano vestían cota de malla de 9 quilos de peso y eran comandados por viejos militares que entre sí debían respetar sus méritos y graduaciones hasta el punto de tener que compartir el mando en forma tan nefasta como la que se inventaron los cónsules Varron y Publio Emilio, que deci- dieron alternar el mando de sus legiones un día cada uno, por turno. Para marchar sobre Roma antes de atravesar el Pirineo, fueron 37 los elefantes escogidos y entrenados especialmente para la lucha armada, de modo que no se alte- raran ante el ensordecedor griterío de la batalla, sin sufrir espanto alguno ante el posi- ble ataque de lobos o perros rabiosos que el enemigo pudiese utilizar y se acostumbrasen de antemano a soportar su correspondiente armadura de cuero y hierro para su cabeza y cuello así como una torreta sobre su lomo en la que no sólo se situaba su conductor sinó que servía además para la instalación en ella de unas ballestas de lanzamiento múltiple de flechas y dardos, con su correspondiente ballestero. Con sus agudos bramidos, sus orejas inmensas desplegadas, sus descomunales colmillos y aquella enorme "mano en forma de serpiente" como Lucrecio (III-537) calificó a la trompa, los elefantes abrían brecha en las filas enemigas aplastando hom- bres, caballos y máquinas de guerra. Cuando Aníbal proyectó su acción bélica, tenía sus mejores esperanzas en la divi- sión de elefantes, como verdaderos "carros de combate", para sembrar el pánico entre las fuerzas enemigas y proteger la infantería. Todo fue perfectamente hasta las gran- des primeras batallas al percatarse de que en alguna ocasión las bestias no obedecían con prontitud y exactitud las órdenes que el mando exigía, creando gravísimos pro- blemas en pleno combate al negarse a avanzar o girarse repentinamente alguno de ellos lo que producía una gran confusión y cuantiosas bajas en la propia infantería que se parapetaba tras los elefantes, en su avance. Otra problemática se presentaba frecuentemente cuando los elefantes rehuían el agua de los ríos que la tropa debía atravesar durante su recorrido. Polibio explica con detalle cómo finalmente se superó la cuestión cuando al genial caudillo se le ocurrió confeccionar unas balsas de troncos convenientemente ligados entre sí en cuyo extre- mo frontal de proa hizo crear como una pequeña selva de tierra y vegetación con objeto de que el elefante no viera el agua y entrase engañadamente en la balsa siguien- do a una elefante hembra. Claro es que por la fuerza de la corriente o por imprevistas dificultades sobrevenidas algún elefante resbaló cayendo al agua. La habilidad del conductor que nunca abandonaba su montura, intentaba entonces que el elefante, aún incluso cubierto por las aguas, anduviera por el cauce elevando su trompa por encima del nivel para seguir respirando. Esta curiosa solución la refiere Polibio en diversas ocasiones, como por ejemplo en la arriesgada operación de atravesar el Ródano, (lib. III-XLVI- 1 a 4). Continuemos, pues, la exposición acompañando al general cartaginés por su des- conocido camino, que dejó como enigmático jeroglífico a la investigación del futuro, queriendo preconizar a cualquier caminante que, como diría el poeta, en la vida no hay camino sinó que se hace camino al andar. Llegó por fin el día X del mes de Mayo del año 218 a. de C., momento de poner en marcha al ejército que seguramente acampó por unos días en el Valle de Bianya o en el de Camprodon, y de dar a sus hombres alguna explicación sobre el destino impues- to, distancia a recorrer, tiempo aproximado que tardarían en llegar y el esperanzador saqueo de Roma que les aguardaba. No fué ninguna sorpresa para el general la reacción de unos 3.000 carpetanos reclutados hacia poco tiempo, cuyo espíritu guerrero dejaba mucho que desear, los cuales, al enterarse de las dificultades del paso de los Pirineos, la inmensa distancia a recorrer y el muchísimo tiempo que tardarían en volver a casa dieron media vuelta y se negaron a ponerse en marcha para atravesar los Pirineos, sin que Aníbal tomara decisión de retenerles a la fuerza, según relata con detalle Tito Livio (lib. XXI-23-4 a 6 y 64). Aunque Polibio no cite el paso elegido para atravesar el Pirineo una frase conteni- da en el lib. III-XXXV-4, nos indica que era un lugar difícil y peligroso. No queriendo reconocer que sus hombres de Cartago tenían verdadero miedo, lo atribuyó a los celtas incorporados a sus filas. Lo dice así Polibio: "Mientras Aníbal probaba de pasar los Pirineos con mucho miedo por parte de los celtas por la difícil condición de los pasos..." (lib. III-XL-2). Difícil y peligrosa era la ruta antigua que atravesaba los Pirineos por el desfilade- ro del monte del Coll d'Ares. Esta dificultad era precisamente lo que Aníbal deseaba, puesto que conocía muy bien la problemática que encontraría en los Alpes y del mismo modo que quiso ensa- yar en Iberia la táctica de encerrar al enemigo con el engaño de un aparente retroceso de la infantería para seguidamente machacarlo sin piedad, como hemos relatado ante- riormente, del mismo modo creemos que, en un auténtico ensayo general, escogió el difícil paso de Coll d'Ares, tan parecido al que se encontraría en los Alpes italianos que no podría evitar aunque quisiera. La citada ruta pirenaica tenía ya entonces su trazado pero aún admitiendo que no se siguiera o no existiera en su total recorrido, ningún problema podría representar el suelo pedregoso en el que no se hundirían los elefantes ni los jinetes. Pensamos que Aníbal, en el Coll d'Ares eligió los desfiladeros más altos, aun siendo siempre los más peligrosos en cualquier montaña, porqué tienen la ventaja de que también siempre son los más cortos y los que evitan una sorpresa del enemigo desde lo alto. Nos apoyamos para ello en el hecho contrastado por Polibio de que cuando Escipión pensó sorprender a Aníbal en los Alpes italianos no lo consiguió, precisamente porque el ejército cartaginés los había cruzado raudamente por los cortos desfiladeros supe- riores. Claro que ello comportó un considerable número de bajas no sólo de hombres sinó también de jinetes y especialmente de elefantes en Coll d'Ares e indudablemente también en los Alpes italianos pués cada pié en falso fácilmente comportaba una caída al abismo. Lo positivamente cierto es que, según relata Polibio (111-56) el ejército cartaginés al entrar en Italia había quedado reducido a 26.000 hombres y en la batalla de Trassimeno quedaba únicamente un elefante sobreviviente que montó personalmente Aníbal al frente de sus fuerzas. Con ellas tuvo bastante para ganar la batalla al ejército romano del cónsul Flaminio que murió junto con 15.000 soldados, quedando prisio- neros los otros 15.000 Pero situémonos nuevamente en el Pirineo. Aníbal, como en la Segunda Guerra Europea le copió Hitler, iba dejando en las regiones conquistadas un fuerte contingen- te de soldados de infantería y de caballería para mantener el orden y no verse atacado por la espalda si los sometidos cambiaban de parecer. El mando de las tropas que quedaron en las tierras catalanas lo confió a su lugarteniente Hannón (Polibio, lib. III- XXXV-3). Esto suponía otra importante reducción de su ejército ya que el propio le quedó reducido a 50.000 infantes y 9.000 de caballería, con el que "avanzó a través de las montañas llamadas Pirineos ... teniendo ahora un ejército no tan numeroso, pero útil y entrenado excelentemente gracias a las continuas luchas de España" como textual- mente explica Polibio (lib. III-XXXV-4). Estas reducciones de su ejército tienen una explicación más aceptable por la ra- zón de haber escogido, al fin y de repente, una ruta que, teniendo mayores dificultades -a las que jamás temió Aníbal- ofrecía mucha más seguridad respecto de no "trope- zar" con las legiones romanas y tener que entablar batalla antes de lo que a él intere- saba. De haber escogido el Perthus, Aníbal no hubiese reducido tan drásticamente su ejército, sinó que lo hubiese aumentado todavía más ante el riesgo casi seguro de un enfrentamiento con los romanos. De todos modos, Aníbal contaba con la ya citada habilidad para enrolar en sus filas a cientos de hombres de las tierras por donde pasaba con la promesa siempre de los enormes botines que conseguía en las poblaciones que no se avenían a rendirse y tenía que tomarlas al asalto. El botín en caso de resistencia pertinaz no se limitaba a los tesoros sinó que incluía a los hombres y mujeres jóvenes del lugar rebelde. Los prisioneros romanos eran generalmente vendidos como esclavos a los mercaderes que acostumbraban a seguir el ejército. A los mercenarios, en cambio, les concedía liber- tad para regresar a su casa o enrolarse en sus filas (Polibio, lib. III-LXXXV-1 a 4). Fácil le resultó al genial caudillo poco después de iniciar su marcha, con el claro propósito de rehuir a los aliados de Roma, obtener el refuerzo de multitud de guerre- ros íberos y celtas y vencer la débil resistencia que trataron de oponerle algunos pue- blos. Sagunto había sido una excepción precisamente por ser aliada de Roma y no quedó de ella piedra sobre piedra, aunque Aníbal resultó herido en el asalto. Utilizó el espionaje como sistema previo e indispensable para valorar al enemigo y supo cómo contratar traidores, a cuyos hijos secuestraba previamente para obtener las noticias fidedignas interesadas, retribuyéndoles luego muy generosamente. Tam- bién el uso de exploradores y emisarios para reconocer el terreno y procurarse la amistad de los nativos o cambiar de ruta si preveía no poder lograrla. Está todo ello recogido por Polibio (lib.-III-34) y por Tito Livio (lib. XXI-23-1). Así frecuentemente conseguía evitar la contienda o en su caso facilitaba las victorias. No puede haber dudas respecto que Aníbal evitó cualquier ruta que estuviese dominada por legiones romanas, por aliados de Roma o por pueblos de conocida vinculación greco-latina como era el caso de las tribus que habitaban en la Cerdaña y en el Ampurdán. Desde su gran base de Ampurias era notoria la total influencia greco-romana so- bre las rutas costeras hispanas, por lo que presumiblemente Aníbal no utilizó el cami- no que siendo quizá el más fácil resultaba el más difícil en la práctica para atravesar los Pirineos o sea el paso del Perthus o el Coll de Panissars como casi todos los historiadores han venido sosteniendo simplemente en una masificada labor de copia desde que al primero se le ocurrió decirlo, sólo por el hecho de que la altura del Col de Panissars es de 290 metros sobre el nivel del mar y por la propaganda que ha supuesto incluir a Aníbal y sus elefantes en todos los folletos turísticos de -Le Perthus como frontera de máxima circulación entre España y Francia. Tampoco compartimos la opinión de Pere Bosch Gimpera quien afirmó que Aníbal siguió el curso del río Segre para atravesar el Pirineo en la Cerdaña por el Coll de la Perxa próximo a Puigcerdà por el lado español y Mont-Louis por el francés. Nos parece una tesis inverosímil por tratarse de terreno arcilloso, poco consisten- te sin viales de reconocida existencia en aquel entonces y rodeado por montañas de altitudes que superaban los 1.600 m. para descender a desfiladeros sumamente pro- fundos, estrechos y controlables por el enemigo y volver nuevamente a ascender a parecidas cotas en lo más parecido a unas "montañas rusas". Como muy bien observa Javier Hernández en su Historia Militar de Cataluña (vol. I. pags. 43 y sigs.) el trán- sito de Aníbal por estos desfiladeros hubiese sido extremadamente difícil y más para un ejército numeroso, resultando fácilmente bloqueable incluso por agentes atmosfé- ricos pues esta ruta no es practicable durante buena parte del año especialmente con los deshielos. El Puigmal, la Sierra del Cadí y el Canigó forman como un círculo que, si son turísticamente muy de agradecer, no creemos que en estrategia militar sean los más adecuados para transitar y menos con elefantes. Por si fuera poco, debe recordarse que Aníbal no quiso entrar en combate antes de tiempo y las tribus que habitaban en estas regiones eran de carácter guerrero, capaces de luchar hasta la muerte por su independencia y por la posesión de sus tierras, considerando un deshonor morir de enfermedad y no en el campo de batalla, según explica con detalle M. Lafuente en su Historia General de España (lib. I, pag. 211 y sig.). Hay constancia histórica de que Aníbal sometió a los bergusos que habitaban Berga y el Alto Llobregat "tocando ya los Pirineos" puntualizando así Polibio su descripción (lib. III, 35-1) con la que deja por completo descartada la tesis del posible paso por el Perthus ya que éste se halla absolutamente alejado de los lugares que Aníbal conquistó en las hoy denominadas Fuentes del Llobregat cercanas a los mon- tes que forman estribaciones del Coll d'Ares. Esta proximidad a las tierras del Valle de Camprodon, refrendada por las citas de Polibio que acabamos de reseñar es muy significativa, añadiéndose el hecho de que en aquel entonces la Bella-briga, cuna de Camprodon, estuviese ocupada por los cel- tas, los grandes amigos de los cartagineses. Pensamos que esa cita de Polibio es de gran importancia para sostener la tesis que es objeto de esta Comunicación. Es público y notorio que los romanos no fueron los que "crearon" en su integridad las estradas y vías de la Península Ibérica sinó que, al menos en parte, aprovecharon y mejoraron las existentes. Es posible que ya desde edades prehistóricas existieran importantes comunica- ciones que atravesaban los Pirineos y es más que probable que las mismas fueran utilizadas por los celtas y otros pueblos que invadieron España procedentes del centro y norte de Europa. De estas rutas debió aprovecharse Aníbal. Esto está reconocido por los grandes historiadores clásicos que así lo afirman sin que, no obstante, ninguno de ellos sepa o quiera decir la situación del paso que el cartaginés eligió. No cabe duda que un ejército tan enorme con impresionante caballería y elefantería, y carromatos para intendencia, como el preparado para conquistar Roma, debía circu- lar eligiendo cuidadosamente los caminos más adecuados. Lo que no era posible ni podemos admitir es que utilizara a sabiendas terrenos blandos como en general eran y siguen siendo los del Ampurdán, dedicados al cultivo en su mayoría y en parte lugares muy pantanosos e intransitables. Las invasiones celtas habían tenido ocasión de abrir importantes rutas secunda- rias en los macizos pirenaicos, pero de todas ellas consideramos que la mayor y más cuidada debió ser la que al llegar desde tierras del Norte al cauce del río Tech lo seguiría por donde ahora se asientan las ciudades de Ceret, Arlés sur Tech y Prats de Molió ascendiendo desde allí por el Coll d'Ares para tomar luego el cauce del río Ritort hasta Camprodon desde donde proseguiría por la ladera del río Ter para des- viarse seguidamente hacia la Vall de Bianya y posiblemente más tarde aprovechar el cauce del Llobregat hasta Barcelona. Este es al revés el camino que desde Barcelona hacia Arlés sur Tech siguieron las huestes cartaginesas. O, cuando menos, es nuestra opinión. Las rutas militares en las épocas a que nos referimos optaban por no abandonar demasiado el cauce de los ríos ya que el agua es indudablemente de primera necesi- dad vital y no solo para dar de beber a la tropa y a los animales porteadores sinó para ineludibles necesidades de limpieza. A la pesada carga del armamento y de la alimen- tación no era aconsejable añadir el inmenso peso que podrían representar infinidad de odres llenos de agua. Las rutas del Perthus y del Coll de la Perxa, propuestas por anteriores comenta- ristas, no contaban con apropiados cauces de ríos a los indicados fines. Los pueblos que Aníbal halló en este camino que defendemos, particularmente los Indigetas y los Rusinos aceptaron pactar con él y colaboraron en su proyecto, sin que se produjesen enfrentamientos bélicos de gran importancia pues, si así hubiera sido, los historiadores no hubiesen indicado como primera batalla de la Segunda Gue- rra Púnica la de Tessino sinó la o las que hubiesen tenido lugar en España, al igual que relataron el asedio y asalto de Sagunto. En resumen, opinamos que los cartagineses siguieron los caminos creados por pobladores muy anteriores, que los romanos rehabilitaron más tarde y hoy todavía pueden, en parte, ser admirados como muestras arqueológicas de primer orden, como los que recorren unos 10 quilómetros desde Sant Pau de Segúries a la Vall de Bianya. No debiera quizás denominarse "Ruta Romana", sinó "Ruta de Aníbal". Y lo que estimaríamos todavía más adecuado sería erigir un monumento dedicado a Aníbal en lo alto del Col! d'Ares para dejar constancia del hecho histórico que es objeto de esta comunicación, en cuya actuación deberían compartir protagonismo Camprodon y Prats de Molió. No olvidemos que la denominación del Coll d'Ares nos indica un punto en el que la cima del monte quiere invocar nada menos que el ara de un altar por una razón extraordinaria y ¿qué hecho más extraordinario que el paso de los Pirineos por Aníbal y su ejército de elefantes para conquistar la ciudad eterna?

Seguidamente haremos referencia a unas importantes constataciones personales que ofrecemos como presuntas pruebas que confirman, en principio, cuanto llevamos expuesto. Hace unos años fue descubierta en una de las cimas de Vall de Bianya una gran piedra en la que medio cubierta por el musgo había un dibujo. La gran sorpresa fué, al proceder a su estudio detenido, percatarse que aparecía claramente esgrafiado un ele- fante, con suficiente detalle para poder afirmar que se trata de un elefante africano. El semanario "La " de recogió la noticia el 23 de Agosto de 1975. Su descubridor J. Clapera, explicó que hallándose trabajando en el bosque se sentó a reposar dejando sus herramientas apoyadas en una piedra y al retomarlas se dió cuen- ta de que en la misma había dicho dibujo grabado, divulgando la noticia. No se le dió demasiada importancia al caso, aunque bien la merecía. Por nuestra parte sí que con- sideramos de sumo interés el tema, en el que hemos profundizado, con la valiosa ayuda de Joan Godori y Antoni Noguera, inquietos y cultos historiadores locales. En efecto, en la cima de una montaña de una altura aproximada de 500 m. en la Vall de Bianya, conocida por Puig de Solana, en el lugar situado entre Can Punset y Ca La Riba se halla una impresionante roca de forma irregular de un metro de largo por unos sesenta y cinco centímetros de ancho en su parte más abultada, en la que hay esgrafiado un elefante. Llama poderosamente la atención el hecho de que dicho elefante se halle en posi- ción horizontal, encarado hacia el suelo, no de pie ni tampoco con sus patas dobladas en posición de descanso (si es que los elefantes descansan tumbados y no en pie como es, al parecer, lo normal). Por el tamaño y características de dicha piedra, es de suponer que se trata de un deteriorado monolito que en su origen se hallaba apuntando al cielo decorado con un elefante erguido, monolito que se tumbó en un momento dado como consecuencia de alguno de los famosos terremotos y tempestades torrenciales que asolaron estas tie- rras en 2 de Marzo de 1373, 21 de Febrero de 1375, 15 de Marzo de 1427 y 2 de Febrero de 1428, antigüedad esta última que como mínimo marca la fecha aproxima- da de tal dibujo ya que partiendo de la base de que la gran piedra estuvo erguida, sólo cabe deducir que el elefante fue esgrafiado de pie como es lógico y que, en su conse- cuencia, se trata de un "memorial" dedicado a un acontecimiento en el que intervinie- ron elefantes. Y elefantes africanos, para ser más exactos. En estas regiones no conocemos ningún otro hecho en que tales bestias hayan tenido protagonismo. Por consiguiente fácil resulta concluir que dicho monumento fue dedicado al ejér- cito de elefantes de Aníbal para perpetuar la memoria de su paso por el lugar, ruta que en aquel entonces debió utilizar el general cartaginés, como antes, según dijimos, utilizaron los celtas y más tarde los romanos. En modo alguno podemos aceptar como argumento de oposición el hecho de la perfección del dibujo puesto que otros muchos dibujos de elefantes muy anteriores a la época de referencia, incluso prehistórica, se nos ofrecen a la investigación en forma indubitada e indubitable. Pero es que, además, no pretendemos remontar a ninguna época concreta dicha piedra esgrafíada, sinó a la indeterminada fecha anterior al 1428, en todo caso, en que un brutal terremoto que asoló aquellos parajes tumbó el monolito que se había erigido anteriormente para perpetuar la memoria del paso del ejército de elefantes de Aníbal rumbo a la ciudad eterna. Nos referiremos ahora a otros posibles "testimonios" del paso de Aníbal por estas tierras del antiguo Condado de Besalú. Cuando por primera vez visitamos la población francesa de Prats de Molió, hace ya de esto más de 50 años, unos ancianos del lugar nos exhibieron un supuesto colmi- llo de elefante incrustado en el muro de la entrada de la Iglesia, que según tradición fué recogido en el monte que asciende hacia el Coll d'Ares en remotos tiempos y colocado en dicho lugar como recuerdo y homenaje al célebre general cartaginés que tan bien supo confraternizar con los antiguos habitantes del Vallespir y el Rosellón cuando, con su ejército de elefantes, pasó por estos lugares en su loca marcha hacia Roma. Confirmaban esta suposición con el hecho de que en la vecina población de Ribesaltes se conservaba por entonces en su Iglesia otro gran colmillo de elefante. Recientemente se ha discutido la procedencia de los supuestos colmillos de Prats de Molló y de Ribesaltes alegando que no deben atribuirse a históricos elefantes. De momento, estimamos la aportación de todas estas supuestas pruebas físicas como una "Hipótesis de trabajo" que brindamos a la consideración de arqueólogos especializados que, sin influencias y según su leal saber y entender, puedan emitir un dictamen razonado sobre todo ello. En fin, hablando de unos 220 años a. de C. ¿Qué más pruebas caben? ¿No son bastantes las alegaciones aportadas? ¿Y la fuerza de los relatos que poseemos de auto- res griegos y romanos?. ¿No es bastante todo ello para estimar justificado que Aníbal atravesó con su ejército los Pirineos por Coll d'Ares?. Aunque ¿No es triste tener que estudiar Aníbal y su ejército por lo que escribieron autores al servicio de quienes fueron sus más acérrimos enemigos?. ¿O precisamente por eso sus relatos históricos tan favorables a nuestra tesis tienen mayor valor toda- vía? En resumen la figura de este guerrero que retrato certeramente Tito Livio en el libro XXI-4 de su citada obra como "brutal pero generoso, perspicaz y enormemente intuitivo que luchó conquistando tesoros incalculables que los cedía a sus soldados", apasiona a cualquiera que se acerque a él porque descubre a un patriota íntegro que dedicó su vida entera a la lucha para que su pueblo pudiera sobrevivir y no fuese aplastado. Tal vez por eso ingenió incorporar a su ejército elefantes que aplastaran al enemigo romano. Pero, a la larga, fueron los romanos los que aplastaron a sus elefan- tes y a todo su pueblo, que desapareció de la Historia.

Aníbal y la piedra esgrafiada con el elefante encontrada en la Vall de Bianya.