Exile on Main Street
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PARTE I El mejor disco de rock & roll de todos los tiempos. Pun- to. No me escribáis cartas, no me llaméis por teléfono. De hecho puedo veros interrumpiéndome, ondeando vuestros discos de los Beatles, vuestro Pet Sounds; polvorientos vinilos de portadas desgastadas, valiosos competidores todos, estoy seguro. Brillantes discos de pop, incluso obras maestras. Pero no, el mayor y más conmovedor disco de rock & roll jamás grabado, ese es Exile On Main St. De algún modo incluso más glorioso 30 años después, en su difuminada y amarillen- ta portada, gastado como un guante de baseball o rasgado y deshilachado como tus pantalones tejanos favoritos. Es una compacta destilación que posiblemente reúne todos los ele- mentos esenciales del rock & roll hecho hasta 1971, incluso hasta más allá. No es ningún pastiche, te recuerdo, sino un poderoso cóctel al que te mantienes fiel. BILL JANOVITZ ¿Qué se echa de menos? ¿Algún zumbido electrónico? ¿Arcanos sonidos de Moog? ¿Algún chirrido metálico diso- nante, voces pretenciosamente monótonas, “poesía” apenas audible? Vale, ya sé, hay toda una plétora de nuevas ideas que han hecho progresar al rock & roll. ¿O está ahí? Cuando mi iPod transita al azar del «Ventilator Blues» de los Stones a «The Gloaming (Softly open Our Mouths In The Cold)» de Radiohead, y de ahí a «Yazoo Street Scandal» de The Band (un sobrante de Music From Big Pink) y «Dorothy Mae» de Howlin’ Wolf, todo cobra sentido. Todas esas canciones, abarcando seis diferentes épocas de música pop en tres países distintos, son básicamente números de blues escritos e interpretados por maestros. En manos menores, la percusión electrónica posmoderna y ruidos usados por Radiohead habrían sonado simplemente gratuitos. En «The Gloaming», las técnicas son simplemente herramientas para añadir una perspectiva fres- ca, del mismo modo que The Band usaban el ultramundano órgano de Garth Hudson como fantasmal efecto en «Yazzo Street Scandal» o el polvoriento aullido de Wolf nos da un susto de muerte con su implícita desesperación. Todas son piezas paranoides, urgentes e insistentes. Como dijo Mick Jagger en 1972 respecto a la “música electrónica”, “El au- téntico experimento es lo que quieres decir. Puedes expresar una idea muy pasada de rosca o experimental con una orga- nización estricta, o puedes expresar una idea muy trillada, aburrida y repetitiva organizándola experimentalmente”. El crecimiento más importante rezumado por el rock & roll se ha dado ampliamente en forma, estilo y presen- tación, cambiando dinámicas, instrumentación, embalaje y por supuesto, ropas y peinado. La prensa musical inglesa en particular (los semanarios, en cualquier caso) siempre ha in- · · · EXILE ON MAIN ST. terpretado nuevos peinados como indicativos de nuevas y excitantes formas musicales, y las nuevas bandas continúan practicándolo a granel. La grandeza de Keith Richards nunca ha residido, como la de Sansón, en su peinado de confección propia, aunque ciertamente ha contribuido a su atractivo. Y el embalaje de Exile On Main St. fue diseñado tan brillan- temente como muchos de los proyectos Stones. Pero es la música que contiene lo que perdura décadas después. No me malinterpretes, soy un chaval de la era punk rock y muchas de esas bandas son mis héroes. También me gustan los elementos del punk rock y disco de finales de los 70 que tuvo en cuenta el LP de los Stones de 1978 Some Girls y que parecieron recargar la energía de la banda. Y apruebo total- mente los elementos de Philly-soul y hasta el falso reggae que Jagger adoptó para Black And Blue. Así y todo, aunque los Stones han atravesado varias fases experimentales, siempre han tenido canciones —incluso si éstas eran versiones— que enjaezaban la emoción pura, la furia cruda del blues y el pri- migenio rock & roll. Los Beatles eran extraordinariamente pulidos y sonaban como profesionales perfectamente talla- dos cuando fueron presentados al público americano. Com- parativamente, los primeros Stones eran amateurs; frescos, sexy, fanfarrones amateurs para ser exactos, pero de todas formas amateurs. Andrew Loog Oldham, su mánager de en- tonces, tuvo que encerrar a Jagger y Richards juntos en una habitación para que en 196 escribieran su primera canción original, «Tell Me». O eso dice la leyenda. Pero lo que los Stones tenían, incluso entonces, era una actitud innegable y una comprensión intrínseca de los idio- mas del blues, soul, country y rock & roll americanos. Junto a muchos de sus colegas de la British Invasion, explotaron en · · · BILL JANOVITZ los clubs de los 60s con el entusiasmo de los conversos. Los Stones no sólo habían estudiado esos discos americanos, los poseían. Y los regurgitaron con autoridad y honradez, aña- diendo su propio sabor; los redifundieron entre la mayoría de la juventud americana que no había oído realmente esas formas musicales en sus estadios originales y primitivos. Se convirtieron en cantantes de blues, soul y R&B, no en simples copistas o ladrones (al contrario de, digamos, Led Zeppe- lin). Los Stones pagaron tributo a sus influencias musical y literariamente, arrastrando consigo a Howlin’ Wolf a los escenarios de los programas televisivos de música pop, por ejemplo. Pero tampoco fueron ni ellos ni sus colegas simples embajadores; posteriormente se apropiaron de esa música, casi de inmediato, como es el caso con los Beatles. Parece ha- ber sido la actitud, el pavoneo y la arrogancia del blues tanto como las mismas canciones lo que atrajo a aquellos jóvenes. Pero fue la composición de canciones lo que hizo de los Ro- lling Stones leyendas y les procuró longevidad, sosteniéndo- los generación tras generación más allá de su fase de ídolos juveniles. A finales de los 60, los Velvet Underground habían estado practicando disidentes saltos estilísticos musicales y ofrecien- do desafiantes ínfulas líricas, e Iggy y los Stooges se encon- traban al límite del volumen y la espectacularidad, desgarran- do todo aquello que estuviera en la periferia de la música. Pero esto eran tan solo variantes de lo que los Stones habían transformado en éxitos durante casi una década. Puede que esos grupos recordaran a los Stones que eran mejores en lo primordial que en lo pretencioso, y que el ambicioso, Kinksia- no y satírico aparte de Between The Buttons y el alucinado “tam- · 6· · EXILE ON MAIN ST. bién nosotros podemos hacerlo” de Their Satanic Majesty’s Request eran en su mayor parte experimentos que mejor ha- brían hecho dejando en manos de otros. Los Stones nunca fueron convincentes en su faceta psicodélica. Incluso la era psicodélica de «Jumpin’Jack Flash» es la clase de riff blues rock que definió a los Stones. En 1972, la energía pre-punk de los Stones estaba todavía presente en el estrangulador ím- petu anfetaminoso de «Rip This Joint», casi tan desnucador y primario como cualquier versión de «White Light/White Heat» o «Raw Power». Era un toma y daca. “Quiero decir que incluso nosotros hemos sido influidos por Velvet Un- derground”, contó Jagger a un entrevistador en 1977. “Te diré exactamente lo que pellizcamos (de Lou Reed) también. ¿Conoces «Stray Cat Blues»? Todo el sonido y el modo en que está dispuesto, lo tomamos del primer álbum de Velvet Underground. Ya sabes, el sonido de «Heroin». ¡Por Dios que lo hicimos!”. Reed, Cale y compañía estaban creando artesanalmente épicos drones de guitarra de 1 minutos y cantando documen- talmente sobre drogas, sadomasoquismo y demás tan pron- to como 1966 y 1967. Eran todas canciones de hoja afilada. Este oscurantista, crudo, repetitivo y enorme riff de guita- rra con forma de drone de Bo Diddley, y la maligna borrasca vocal, esta influencia blues, siempre ha estado en los Stones, incluso si parece que en ocasiones se hayan dejado llevar. Pudo costarles a los Stones hasta 1969 dejarse ir con el ex- tenso sturm-und-drang de «Midnight Rambler», pero el peligro siempre ha estado presente en el blues. La fría decadencia no ya solo del blues afroamericano, sino también de la variante europea explorada por Bretch y Weil, Andre Gide, Thomas Mann y otros, se halla muy presente en Exile. · 7· · BILL JANOVITZ De modo que aunque Joe Strummer declarara en 1977 “no Beatles, no Stones y no Elvis en el 77”, se trataba pro- bablemente del resultado de la frustración de un cansado fan ante el rostro de la grotesca autoparodia de sus antiguos hé- roes y su progresiva irrelevancia musical, del mismo modo que se servía de ello como un eslogan publicitario, a la mane- ra de los angry young men distanciándose de la generación pre- via. De hecho, un Strummer más viejo y mas sabio declaró a la revista Uncut en 2002, “La verdad es que me gustan todos los periodos de los Stones...”. A finales de 1970, los abusos colectivos de los Stones, sus ínfulas jet set, sus líos de cama, sus jeringas clavadas y sus esnifadas de polvos ya no eran lo bastante conmocionan- tes para muchos de sus fans como elementos ajenos con los que mantener a flote sus discos por mucho tiempo. La deca- dencia de la aristocracia rock estaba sangrando desidia, en lo que muchos fans percibían como esfuerzos medio sentidos. No permitamos que en su decadencia se hunda también su música, ¿de acuerdo? El propagandismo de Strummer, o al menos el sentimiento que tras él se hallaba, pareció tener cierto efecto: los Stones respondieron disparando uno de sus discos más perversos y esquemáticos en años, Some Girls. Y las letras volvían sobre la pista del demoníaco modo de vida lacerado, desgarrado y andrajoso que de hecho parecía inspirado y, si, urgente. Le recordaba a la gente Sticky Fingers y Exile On Main St., discos de los primeros 70s en los que los Stones estaban sosteniendo el testigo de la promesa de una generación que se deslizaba hacia la irrelevancia, bajas en combate, “la vida diabólica” llevándoselos en sus coletazos.