Norba. Revista de Historia, ISSN 0213-375X, Vol. 18, 2005, 195-213

ÓRDENES EN LA DIÓCESIS DE (1800-1835)

José Sarmiento Pérez Historiador

Resumen Se analiza en primer lugar los diferentes tipos de órdenes sagradas existentes en el seno de la Iglesia, así como los requisitos necesarios para acceder a cada una. A continuación estudio los expedientes de órdenes y patrimonios eclesiásticos comprendidos entre 1800 y 1835, que se encuentran recopilados en el Archivo del Arzobispado de Mérida-Badajoz. Palabras clave: Historia social, historia de la Iglesia, final del Antiguo Régimen, 1800-1835, Extrema- dura, España.

Abstract This study analyses the different types of sacred orders within the church besides the requirements for belonging to each one. Next, I study the files from orders and ecclesiastical resources between 1800 and 1835, that are compiled in the Merida-Badajoz Archbishopric. Keywords: Social History, Church, 1800-1835, , .

1. INTRODUCCIÓN

Abordo en el presente artículo fundamentalmente aspectos del bajo clero secular, que según la clasificación corriente era el clero no capitular. Para ello he estudiado una abundante documentación inédita existente en el Archivo del Arzobispado de Mérida-Badajoz, cuyos legajos aparecen clasificados en dos grandes bloques, bajo la denominación respectiva de Órdenes y Patrimonios eclesiásticos. En los mismos se hallan recopilados numerosos ex- pedientes que eran preceptivos realizar para acceder a las órdenes sagradas. Analizo en estas

1 Archivo Arzobispado de Mérida-Badajoz, (en adelante A.A.M.B.), Badajoz, Órdenes, leg. 1796-1811, números de los expedientes comprendidos entre 1-43; leg. 1812-1818, números comprendidos entre 1-74; leg. 1819-1826, números comprendidos entre 2-109. 2 A.A.M.B., Badajoz, Patrimonios eclesiásticos, leg. A-CH, números de los expedientes comprendidos entre 1-66; leg. E-H números comprendidos 2-62; leg. J-T, números comprendidos 2-45; leg. V-Z, números comprendidos 2-49. Las letras indican las poblaciones de la antigua Diócesis de Badajoz que abarcan cada legajo. 196 José Sarmiento Pérez Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835) páginas, por tanto, la jerarquía que conferían dichas órdenes sagradas, comenzando por los estratos inferiores y ascendiendo después a lo largo de una carrera que habría de concluir en el sacerdocio. Meta que inicialmente todos debían alcanzar, pero que la realidad mostraba una situación bien diferente. El estamento eclesiástico lo configuraba un colectivo muy heterogéneo, ya que como afirmaba Antonio Domínguez Ortiz el clero no formaba una clase social propiamente dicha por la varia procedencia de sus miembros, la diferencia en el tenor de vida y la insolidaridad de intereses; pero sí una agrupación especial de carácter espiritual y jurisdiccional de difícil definición sociológica. Utilizando la nomenclatura de la época existía el denominado clero de corona y grado, es decir, simples clérigos que habían recibido la tonsura los primeros y las órdenes menores (acolitado, lectorado, exorcistado y ostiariado) los segundos; ambos grupos o colectivos no tenían otra entidad que su pertenencia al estamento eclesiástico. A continua- ción estaba el clero de epístola y evangelio que eran los que habían recibido el subdiaconado y diaconado respectivamente; éstos sí canónicamente podían disfrutar de una capellanía o beneficio simple sin cura de almas. Finalmente estaba el clero de misa, que eran los que habían recibido el presbiterado, u orden sacerdotal, y podían desempeñar un beneficio con obligaciones pastorales. Siguiendo las pautas marcadas por Almudena García Herreros en su interesante artículo sobre órdenes y beneficios en la Diócesis de Palencia, se puede aseverar que el signo de adscripción al ordo clericalis lo marcaba la primera tonsura o corona. Llamada así porque en dicha ceremonia, uno de los ritos que se realizaba era el corte de cabello como distintivo de la vida clerical a la que se incorporaba, y la corona que se hacía al aspirante en la cabeza recordaba la corona de espinas del Salvador. Arturo Morgado la define como una primera preparación al estado eclesiástico en el que el individuo podía o no perseverar, no había nada en contra para que un tonsurado contrajera matrimonio y llevara una vida completamente seglar . Según Gómez Salazar era una ceremonia instituida por la Iglesia para admitir entre el clero al lego bautizado y confirmado, es decir, aquellas personas que por falta de edad no podían ser ordenadas pero tenían vocación. No la consideraba un orden, sino una preparación para la recepción de las demás, ya que cada una de éstas autorizaba a desempeñar unas deter- minadas funciones, mientras que la simple tonsura no concedía ninguna facultad, limitándose a un rito por el que el laico entraba en el mundo eclesiástico. Benito Golmayo, sin embargo, la define como una ceremonia por la cual el Obispo confería solemnemente al candidato el traje eclesiástico, tonsurándole al mismo tiempo, por cuyo acto salía de la clase de los legos, se inscribía en la matrícula de la Iglesia, y principiaba a gozar de los derechos y privilegios clericales de la misma manera que los ordenados de orden sagrado. No concedía ninguna importancia a la discusión de si era un orden o no, para él, el tonsurado podía obtener un beneficio, ejercer la jurisdicción eclesiástica, predicar con licencia del Obispo y ejercer todos los oficios de los ordenados de menores –excepto el de exorcista–. Los futuros tonsurados debían ser cuidadosamente seleccionados, pues era una preparación para recibir las órdenes sagradas, exigiéndoles que fuesen hijos de legítimo matrimonio.

3 Domínguez Ortiz, A.: La sociedad española en el siglo xviii, C.S.I.C., Madrid, 1965, pp. 123 y ss. 4 Rodríguez Sánchez, Á.; Rodríguez Cancho, M. y Fernández Nieva, J.: Historia de Extremadura, Los tiempos modernos, tomo III, Badajoz, 1985, p. 575. 5 García Herreros, A.: “Órdenes y beneficios en Palencia”, Espacio, Tiempo y Forma, Revista de la Facultad de Geografía e Historia, Historia Contemporánea, Serie V, 14, U.N.E.D., Madrid, 2001, pp. 145-168. 6 Morgado García, A., El clero gaditano a fines del Antiguo Régimen, Ayuntamiento de Cádiz, 1989, p. 105. 7 Gómez Salazar, F.: Instituciones de Derecho Canónico, 3 vols., 3.ª edición, León 1891, p. 230. 8 Benito Golmayo, P.: Instituciones del Derecho Canónico, tomo I, Madrid, 1885, p. 170.

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La línea divisoria entre el mundo secular y el eclesiástico era muy fluida, lo que permitía que un gran número de personas, que habían entrado a formar parte de este estamento, llevaran una vida completamente seglar, pero hicieran uso de las prerrogativas que su condición les ofrecía. Muchos accedían a ella como un medio para disfrutar de las ventajas que ofrecía el estado eclesiástico, mediante la obtención de un beneficio o la inmunidad personal que disfru- taban al no estar sometidos al derecho común. Este colectivo que habían recibido la tonsura con el fin de continuar la carrera eclesiástica y que gozaba desde su acceso de un beneficio eclesiástico que le permitía vivir, pero que no desempeñaba tareas pastorales, fue el que recibió la crítica más acerada por parte de los ilustrados. La ordenación era el rito sagrado por el cual el laico pasaba a ser clérigo, sin embargo, en un sentido estricto la ordenación hacía referencia a la ceremonia por la cual al ordenado se le conferían poderes para desempeñar diversas funciones sagradas. Se dividían en órdenes menores y mayores. Las Órdenes Menores o de Grados, no eran sacramentales y estaban limi- tadas por encima por el subdiaconado y en sus estratos inferiores por la tonsura. Establecidas desde la Antigüedad cristiana, aunque no fueron instituidas por un decreto general, y por lo tanto no se crearon al mismo tiempo en todos los sitios, ni en el mismo número. Perdieron su razón de ser a medida que los laicos asumieron funciones reservadas en el pasado a los clérigos. Por orden de menor a mayor se distinguían cuatro tipos: Ostiario, Lector, Exorcista y Acólito. Como afirma Candau Chacón su posesión les autorizaba al desempeño de deter- minadas actividades dentro del templo, sin embargo, sólo los ordenados de acólitos desem- peñaban alguna tarea relacionada con el grado que ostentaban10. En ocasiones, las tareas que debían desempeñar requerían la presencia de otros grupos eclesiásticos, así los exorcistas no podían expulsar a los malos espíritus, necesitándose eclesiásticos de condición superior para su desempeño. De esta forma se fueron vaciando de contenido y asumiendo sus funciones otros clérigos e incluso laicos. Estas órdenes nunca se recibían en solitario y formaban a su vez dos subgrupos, los dos primeros denominados de primeros y los siguientes de últimos grados, aunque la obtención de estas categorías no tenía una correspondencia con el desempeño de sus funciones que les eran propias11. Los subdiáconos, diáconos y presbíteros conformaban las llamadas Órdenes Mayores, es decir, los cargos propiamente dichos de la carrera sacerdotal, eran los clérigos ordenados in sacris, su estado implicaba la realización del voto de castidad, y el derecho de acercamiento físico a los vasos sagrados. Se les conocía también como orden de Epístola, Evangelio y Presbiteral o de Misa respectivamente12. Las obligaciones espirituales que debían realizar

9 Sus actividades espirituales consistían en: “conferencias de moral”, definidas por Candau Chacón, M.ª L.: El clero rural de Sevilla en el siglo xviii, Sevilla, 1994, p. 61, como reuniones semanales, en las que, partiendo de cuestiones de Teología Moral, intentaban un conocimiento práctico de materia eclesiástica y pastoral; asistencia al coro determinados días y comunión mensual. El Ostiario era el encargado de cuidar las puertas del templo, no permitiendo la entrada a determinadas personas hasta la parte de la liturgia en que estaban autorizados, otra de sus funciones era abrirlas y cerrarlas. La misión del Lector, consistía en la conservación y lectura de las Sagradas Escrituras en la Iglesia, con excepción de la Epístola y el Evangelio reservado al subdiácono y diácono respectivamente. El Exorcista se ocupaba de conjurar a los endemoniados para expulsar a los espíritus malignos. Por último los Acólitos fueron instituidos para ayudar a los diáconos y subdiáconos en las celebraciones. El Código de Derecho Canónigo de 1983 abolió dos de estos grados, manteniendo bajo el nombre de ministerios, a los Lectores y Acólitos. 10 Ídem, p. 60. 11 García Herreros, Almudena: Op. cit., pp. 145-150. 12 El subdiaconado en un principio no fue un orden sagrado, la elevación a esa categoría la realizó, mediante decreto, el Papa Urbano II en el siglo xi. Benito Golmayo, P.: Op. cit., I, pp. 163 y ss., consideraba el diaconato como el orden preparatorio para el estado sacerdotal, debiendo permanecer únicamente el tiempo indispensable de prueba establecido por las leyes eclesiásticas. Sin embargo, muchos diáconos permanecieron en este estado sin pasar al orden presbiteral. Por último definía a los presbíteros como “sacerdotes de segundo orden”, los cuales bajo la

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 198 José Sarmiento Pérez Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835) los ordenados de mayores en su condición de eclesiásticos, consistían, sobre todo, en la rea­ lización de diferentes actos litúrgicos, como la celebración del oficio divino o la recitación de las Horas Canónicas13, la asistencia a celebraciones de solemnidad en determinados días y por último, los presbíteros administrar los sacramentos. Con los ordenados de menores compartían otras actividades, como las conferencias morales semanales, una mayor práctica espiritual y la recepción periódica de los sacramentos. Por tanto, desde la recepción de la primera tonsura hasta el presbiterado, el clérigo debía recorrer todo un camino cargado de simbolismo14.

2. REQUISITOS PARA LAS ÓRDENES SAGRADAS

Basándose en la obra de Quintanadueñas titulada Instrucción de ordenandos, publicada en Madrid en 1702, Arturo Morgado realiza una síntesis de las condiciones específicas que eran necesarias para el acceso a las Órdenes Sagradas: a) era necesario ser hijo de matrimonio legítimo, y quienes procedían de unión no ca- nónica, debían pedir dispensa al obispo para recibir las Órdenes Menores, y al propio Papa para las Mayores. b) tener edad canónica: para recibir la primera tonsura era necesario tener uso de razón, mientras que para acceder a las Órdenes Menores, opinaba que era preciso tener entre los 12 y los 14 años de edad. En cuanto a la edad necesaria para las Órdenes Mayores, el Concilio de Trento especificaba claramente: para subdiaconado 22 años, para diaconado 23 y presbíteros 25. c) Carecer de defectos corporales. d) Se prohibía que fuese ordenado cualquier individuo que hubiese estado casado o que hubiera sido bautizado en más de una ocasión. e) No podían acceder a las órdenes sagradas aquéllos que hubieran matado o quitado un miembro importante del cuerpo de otro individuo. f) tener ciencia necesarias para recibirlas: noticia de la fe, inteligencia de la lengua latina y conocimiento de las cosas tocantes a la orden que se recibía. dependencia del Obispo, desempeñaban en la Iglesia varias funciones del ministerio eclesiástico. Forman el segundo grado de la jerarquía de derecho divino y se les denomina también sacerdotes a sacris faciendis. 13 En ellas se reproducían a lo largo del día y a través de diferentes rezos, la Pasión, muerte y Resurrección de Cristo. En maitines se recordaba la oración en el Huerto, en prima se reproducían las ofensas ante Caifás, la sentencia de muerte la rememoraban en tercia, la crucifixión se revivía en sexta, en nona evocaban cómo fue traspasado por un lanza, por último en vísperas y completas cerraban el cuadro de la Pasión, recordando la bajada de la cruz, y la colocación del cuerpo de Cristo en la sepultura. 14 A este respecto Candau Chacón, M.ª L.: Op. cit., p. 60, afirma que el clérigo desde la primera tonsura hasta el presbiterado recorría todo un mundo metafórico y ritual que trataba de apartarle del mundo exterior. Cada ceremonia realizada para la recepción de los diferentes órdenes, e incluso las palabras pronunciadas así lo atestiguaban: –“Obra como has de dar cuenta a Dios de las cosas que se encierran bajo estas llaves” (Ostiario); –“Recibe la potestad y sé el relator de las palabras de Dios (Lectorado); –“Recibe… y ten la potestad de imponer las manos sobre los ener- gúmenos, ya sean bautizados, ya sean catecúmenos” (Exorcistado); –“Toma el cirial con su vela, y sábete que estás destinado para encender las luces de la Iglesia, en nombre del Señor” y “Recibe las vinajeras para suministrar el vino y el agua para la Eucaristía de la Sangre de Cristo, en el nombre del Señor” (Acolitado); –“Recibe el libro de las Epístolas y ten la potestad de leerlas en la Iglesia de Dios, tanto a favor de los vivos, como de los difuntos, en el nombra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Subdiaconado); –“Recibe la potestad de ofrecer el sacrificio a Dios y de celebrar Misas tanto por los vivos como por los difuntos, en el nombre de Dios” y “Recibe el Espíritu Santo; a quiénes perdonéis los pecados les serán perdonados, a quiénes se los retengáis, les serán retenidos” (Presbiterado).

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g) Se prohibía también que fuera ordenado quien usase mal de las Sagradas Órdenes: no podía recibirse ningún grado sin haber accedido previamente al anterior, ni recibirlas estando excomulgados. h) tampoco estaba bien visto ordenarse en una diócesis distinta a la del propio lugar de origen sin traer reverendas o dimisorias del obispo correspondiente, o sin haber sido examinado previamente. i) Por último, nadie podría acceder al estado eclesiástico si no gozaba de alguna cape- llanía, beneficio, pensión o patrimonio para mantenerse con el producto del mismo15. Las normas que regulaban el acceso al estado eclesiástico estaban contenidas en las Constituciones Sinodales. En las últimas Constituciones Sinodales publicadas en Badajoz en el año 1671 por el Obispo Fray Francisco de Roys y Mendoza16 se recogieron muchos aspectos relacionados con este tema. Por ejemplo, el Libro I, título VI se especificaban las cualidades necesarias para las ordenaciones: para Corona han de estar confirmados y saber la doctrina cristiana (…) han de saber leer latín y escribirlo, y tener algunos principios de gramática (…) hasta tener 14 años de edad no pueden obtener beneficios eclesiásticos ninguno (capítulo 2.º). Para grados, además de estos requisitos debían de tener algún conocimiento de lengua latina (capítulo 3.º). Se les prohibía a los ordenados de menores la asignación de ninguna iglesia a no ser que tuvieran algún beneficio o capellanía (capítulo 4.º). Para epístola debían tener 22 años cumplidos y saber leer, construir, cantar y poseer beneficio o capellanía colativa con un valor mínimo de 50 ducados (capítulo 5.º). Los ordenantes debían ser examinados por el Obispo y examinadores sinodales en gramática, rezo, moral, doctrina cristiana y canto (capí- tulo 9.º). Reconociendo el engaño y fraude con que se habían ordenado anteriormente muchos menores, no con el ánimo de ascender a las órdenes mayores, sino de eximir sus haciendas y personas del fuero secular, se declaró en estas Constituciones, que pasado un año después de cumplida la edad, y no ascendiera al orden que le seguía, se ordenada privarle ipso facto de los beneficios y capellanías que tuviera (capítulo 10.º). Para evangelio tenían que haber cumplido 23 años y haberse comportado con loables costumbres en el subdiaconado (capítulo 11.º). Para sacerdote debían haber cumplido 25 años, saber la doctrina de los sacramentos y en par- ticular la de la eucaristía y el sacrificio de la misa. Para poder cantar misa se debía realizar un examen (capítulo 12.º). A cualquier sacerdote del obispado se le obligó a decir la primera misa en el plazo de seis meses, contando desde el momento en que se ordenó, bajo pena de 3.000 maravedíes (capítulo 14.º). También en el Libro III, título III de estas mismas Constituciones se establecieron las normas que debían regir la vida y honestidad del clero. Todos los clérigos de orden sacro de la Diócesis debían tener corona abierta de los tamaños que se estilaban en el reino de Castilla. La barba debía ser moderada y sin bigote, bajo pena de 1.000 maravedíes y 4 días de cárcel, la primera vez que se incumpliera dichas normas (capítulo 1.º). Se les prohibía vestir de color, con la pena de perder el vestido y 20 días de cárcel. Y en la iglesia nunca deberían llevar sombrero (capítulo 2.º). Igualmente se les prohibió la utilización de trajes profanos, seglares y de soldados (capítulo 3.º), así como las armas (capítulo 4.º). Ningún clérigo debía entrar en ninguna taberna, bodegón, ni pastelería a comer o beber (capítulo 5.º). Sobre el tabaco eran curiosas las obligaciones establecidas ninguno en nuestro Obispado lo tome sino fuera por necesidad y para la salud, y entonces sea con otras medicinas, en sus casas y a sus horas, y de ninguna manera en lugar público, especialmente en la iglesia, coro o sacristía, ni media

15 Morgado García, Arturo: Op. cit., pp. 106-107. 16 Roys y Mendoza, Fray Francisco: Constituciones Sinodales promulgadas por el Ilmo. Sr. Fray Francisco de Roys y Mendoz de 1671, Madrid, 1673.

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 200 José Sarmiento Pérez Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835) hora antes y después de decir misa (capítulo 7.º). Ningún clérigo debía bailar en bodas ni cantar canciones profanas, ni participar en representaciones de comedias (capítulo 8.º). Se mandó igualmente que ningún clérigo de orden sacro lleve mujer de la mano, de cualquier estado o condición que sea, ni a caballo (…) ni se arrodille delante de ellas (…) so pena de 4 ducados (capítulo 9.º). Cuando los clérigos visitaran la ciudad de Badajoz debían hospe- darse en casas honestas y andar con hábito decente, limpio y aseado (capítulo 10.º). Ninguno debía ausentarse de su residencia por un espacio de tiempo superior a los 15 días, sin licen- cia del Obispo, y siempre dejando un sustituto cualificado para tal fin (Libro III, título VI, capítulo 1.º). No podían tener en su casa taberna, ni vender vino sino fuera de su cosecha (Libro III, título XXVIII, capítulo 2.º), etcétera.

3. EXPEDIENTES DE ÓRDENES

Los expedientes de órdenes estudiados abarcan desde el año 1800 hasta 1826, coincidiendo con los episcopados de Gabriel Álvarez de Faria y de Mateo Delgado Moreno fundamental- mente. De su lectura se pueden extraer numerosas conclusiones. En principio el factor herencia era escrupulosamente estudiado por medio del examen del árbol genealógico del individuo que quería acceder al estamento eclesiástico. Para acceder a la primera clerical tonsura debían declarar tres o cuatro testigos, que no fueran parientes, amigos ni enemigos del ordenado y que dieran fe ante notario de las preguntas que se les formulasen. El interrogatorio constaba de 7 cuestiones17. Las ordenaciones solían celebrarse de una a cinco cada año y en distintas épocas –antes y después de Semana Santa (en marzo y abril), en las témporas de la Santísima Trinidad (a fines de mayo o comienzos de junio), en las de San Mateo (en septiembre) y en las de Santo Tomás (por diciembre)–. La duración mínima para pasar de una orden a otra era aproximadamente de tres meses. Para recibir dos o más ordenaciones a un tiempo tenía que ser concedido el correspondiente permiso de Roma a través de la Nunciatura de España. Sólo salieron a relucir en los expedientes cinco poblaciones donde se efectuaron las ordenaciones: , Oliva de Jerez (), , y Badajoz. En lo que respecta a las edades de acceso a las órdenes sagradas, y a pesar de que ya estaban recogidas en las mencionadas Constituciones sinodales promulgadas por Fray Fran- cisco de Roys y Mendoza, se observan en los expedientes un retraso general en el acceso a los diversos niveles de ordenación. Para Corona se aprecia una gran oscilación (entre 7 y 29 años), siendo el término medio de 18 años. Para Grados el término medio fue de 25 años, con una oscilación aproximada de cuatro años. Para Epístola el promedio fue de 24 años con una oscilación comprendida entre 21 y 27 años. Para Evangelio el promedio comprendido fue

17 Las preguntas eran las siguientes: I) Si conocen al pretendiente, si es natural y vecino de dicho pueblo y si es hijo legítimo, procreado de legítimo matrimonio. II) Si saben que el expresado ordenado, sus padres, abuelos paternos y maternos, como los demás descendientes son y han sido cristianos viejos, limpios de toda mala raza y generación, no descendientes de moros, judíos, conversos ni penitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición, y no han cometido delito. III) Si saben que el pretendiente es virtuoso, honesto, quieto y recogido, de buena fama y costumbre. Que no es tablaquero, blasfemo, jugador, jurador, ni pendenciero, contrabandista, ni negociante. Que no ha sido fraile profeso, ni dado palabra de casamiento a mujer alguna, que no está exco- mulgado. IV) Si saben que el pretendiente no padece deformidad notable, ni enfermedad incurable o contagiosa, como perlesía, gota coral, mal caduco o de corazón, ni otra alguna. V) Si saben que el pretendiente está bautizado y confirmado legítimamente. VI) Si saben que la capellanía, beneficio a cuyo título se quiere ordenar es cierta y si la posee con títulos justos y legítimos. VII) Si todo esto es público y notorio. A.A.M.B., Badajoz, Órdenes, n.º 2.

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835) José Sarmiento Pérez 201 entre 25 y 28 años. Por último, la oscilación para Misa fue muy amplia (entre 23 y 37 años), siendo el promedio más frecuente entre 24 y 26 años. Si se toman como referencia los expedientes de ordenación por años de manera global, es decir, contabilizando primera clerical tonsura, grado, epístola, evangelio y misa, se observa que en el año 1820 es cuando se produjo el mayor número de ordenaciones (69), seguido del año 1819 (68), 1815 (61), 1814 (55)… y así sucesivamente hasta llegar a una sola ordenación respectivamente en los años 1801 y 180318. Por las manos del Obispo D. Mateo Delgado Moreno pasaron un total de 451 individuos. De éstos, 81 fueron religiosos regulares, que suponían un 17,7%. Alcanzando el grado de presbíteros 43 de ellos, mientras que en el clero secular se llegó a 73. Por órdenes religiosas ocuparon el primer lugar los franciscanos observantes (con un 40,7% del total), seguidos por los agustinos (18,5%), franciscanos descalzos (11%), los del Monte Carmelo y trinitarios (con un 2,5% cada uno de ellos), para terminar con los jerónimos y mercenarios calzados, que supusieron el 1,2% aproximadamente19. Todos estos frailes provenían de conventos situados dentro de la jurisdicción del antiguo Obispado de Badajoz20, con la excepción del Monasterio de Guadalupe. Otra información que nos proporcionan los expedientes era la procedencia geográfica de los aspirantes a clérigos. La mayoría, como es lógico, provenían de los pueblos que confor- maban el antiguo Obispado de Badajoz. De un total de 36 poblaciones de esta jurisdicción eclesiástica procedían 232 individuos, que suponían alrededor de un 51% (ocupando los tres primeros lugares, las localidades de , Badajoz e )21. Por tanto, la mayoría provenía –a excepción de la capital– del suroeste del Obispado, predominando sobre todo la ascendencia rural. Sobre este mismo concepto, le seguían en importancia los pueblos de las jurisdicciones de las órdenes militares22 en territorio extremeño, que suponían

18 Desglosados los expedientes en los distintos niveles de ordenación, los mayores porcentajes en cuanto a pres- bíteros se dieron; en el año 1815 (con un 21,5%), seguido del año 1814 (con un 16,5%), 1810 (con un 10,5%), hasta llegar a los niveles mínimos coincidentes con los años 1800 y 1823 (con un 0,8% respectivamente). Para evangelio o diaconado se aprecia una leve diferencia con los porcentajes anteriores, siendo ahora el año 1814 (con un 15,7%) el que ocupaba el primer lugar, seguido del año 1820 (con un 11,5%) y 1810 (con 9,4%). Debo hacer la salvedad que aproximadamente un 1% de estos expedientes fueron ordenaciones conjuntas de diaconado y presbiterado, realizadas en un mismo año. En las ordenaciones de epístola se mantuvieron en líneas generales la misma tónica. En las órdenes menores el año 1824 era el que encabezaba la lista (con un 16%), seguidos de 1818 y 1819 (con un 12%). De éstos, el 39% correspondían a expedientes conjuntos con epístola que se efectuaron en un mismo año. 19 Las ordenaciones de frailes se extendieron desde 1809 hasta 1826, apreciándose un lapso de tiempo en los años 1822 y 1823. En estos años no se produjo ninguna ordenación debido a que durante el Trienio Liberal, y en concreto en las Cortes de 1822 y 1823 se tomaron una serie de medidas represivas contra el clero regular relacionados con distintos aspectos como exclaustración, secularización, desamortización, o la prohibición de ordenaciones sacerdotales hasta que se estableciera el plan del clero (26-IV-1822). 20 Los conventos de los que eran originarios los frailes eran los siguientes: Montevirgen (), Santa Margarita (Jerez de los Caballeros), San Francisco (Badajoz), San Agustín (Badajoz), Santa María de Jesús (Salvatierra de los Barros), San Francisco (), San Francisco (Fregenal de la Sierra), San Benito (), San Francisco (Alburquerque), San Francisco (), Aguas Santas (Jerez de los Caballeros), De las Llagas de San Francisco () y San Gabriel (Badajoz). 21 La procedencia geográfica, desglosado por poblaciones, quedaba así: Fregenal de la Sierra (27), Badajoz (23), Higuera la Real (22), Zafra (16), Jerez de los Caballeros (16, Oliva de Jerez (11), Valencia del Ventoso (10), Villanueva del Fresno (10), Alburquerque (9), Salvatierra (9), (7), (7), Salvaleón (7), Burguillos del Cerro (5), Feria (5), (5), Villagarcía (5), Olivenza (4), Valverde de Leganés (4), (4), (4), Bodonal (3), Santa Marta (3), (2), (2), Villalba de los Barros (2), (1), (1), (1), Nogales (1), (1), (1), (1), Zahinos (1), (1), (1). 22 En las Órdenes Militares la máxima autoridad recaía sobre el Prior, que para la Orden de Santiago residía en San Marcos de León y después tuvo dos provisores en Mérida y Llerena. La Orden de Alcántara en el partido de la Serena

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 202 José Sarmiento Pérez Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835) un 16% del total, repartidos entre la Orden Militar de Santiago23 (15%) y la de Alcántara24 (1%). De las otras diócesis extremeñas –Coria25 y Plasencia26– provenían un total de 25 indi- viduos, correspondiéndole un 4% a la primera y un 1% a la segunda. El resto (3%) procedían de otras diócesis españolas: arzobispado de Sevilla27, obispado de Palencia28, Ávila29, Córdoba, arzobispado de Toledo, obispado de Urgell30, obispado de Osma y hasta de Portugal. Las mayores oleadas de aspirantes a clérigos provenientes de lugares foráneos de la Diócesis de Badajoz se produjeron en los años de 1815, 1819 y 1820, pero siempre acompañados de las correspondientes dimisorias31. Aunque se aprecia una ausencia casi total de estudios de sociología eclesiástica en nuestro país, Antonio Domínguez Ortiz afirmaba al respecto, que en muchos casos los eclesiásticos serían segundones de familias hidalgas que pretendían asegurarse una existencia tranquila accediendo a algún beneficio de presentación familiar, mientras que en otras ocasiones pro- cederían de medios sociales más modestos32. Algunos estudios de carácter local nos revelan la estrecha relación existente entre el clero y la elite dominante, vinculación muchas veces de carácter familiar: en la gallega jurisdicción de Xallas en el siglo xviii, por ejemplo, 55 de los 65 párrocos pertenecían a la oligarquía local, siendo en su mayoría segundones de la baja nobleza sin apenas vocación33. Analizando el caso del País Vasco, Fernández Pinedo apunta las conexiones existentes entre ambos grupos: una parte importante de los segundones de las familias de los notables locales ascendían al estado clerical tan sólo para obtener algunos de los beneficios disfrutados por la familia34. En Francia –cuyos estudios sobre este carácter son más numerosos–35 el clero procedía igualmente de los estratos medios y superiores en las zonas tenía un Prior de (residía en ), y a partir de 1569 hubo dos priores: en Villanueva de la Serena y en Zalamea. Méndez Venegas, E.: Fundaciones de indianos Badajocenses, Badajoz, 1987, p. 37. 23 La procedencia geográfica de la Orden Militar de Santiago era la siguiente: –Mérida– (8), Villafranca de los Barros –Llerena– (6), –Llerena– (6), Mérida –Mérida– (6), Segura de León –Encomienda mayor de León– (5), –Llerena– (4), –Llerena– (3), Almen- dralejo –Mérida– (2), Bienvenida –Llerena– (2), Guadalcanal –Llerena– (2), –Llerena– (2), –Llerena– (2), Montánchez –Mérida– (2), –Mérida– (2), –Mérida– (2), Villagon- zalo –Encomienda de – (2), –Llerena– (1), Arroyomolinos –Montánchez– (1), –Llerena– (1), Berlanga –Mérida– (1), Calera de León –Encomienda mayor de León– (1), Cañaveral de León –Encomienda mayor de León– (1), Don Álvaro –Mérida– (1), Fuentes de León –Encomienda mayor de León– (1), Llerena –Llerena– (1), Torremocha –Mérida– (1), –Llerena– (1), Zarza de Alange –Encomienda de Alange– (1). 24 En lo que respecta a la Orden Militar de Alcántara tan sólo he contabilizado tres individuos naturales de Ceclavín, Magacela y Valencia de Alcántara. 25 De la Diócesis de Coria eran naturales de: Cáceres (9), Brozas (4), Alconétar (2), Coria (2), Sierra de Fuen- tes (1), San Vicente (1). 26 De la de Plasencia: (4), Plasencia (1), Miajadas (1). 27 Cinco individuos procedían de pueblos del Arzobispado de Sevilla: Sevilla, Aroche, Cartaya, Galaroza, Corte Concepción y Encinasola. 28 Dos procedían del Obispado de Palencia: Cardaño de Abajo y Valdenegro. 29 Dos procedían del Obispado de Ávila: Oropesa y Fontiveros. 30 Un individuo procedía del Obispado de Urgell (Plá), aunque era vecino de Badajoz. 31 Por ejemplo, en 1815 el obispo de Ávila D. Manuel Gómez de Salazar se hallaba enfermo y notoriamente impedido por lo que concedió el correspondiente permiso a Jacinto Somollera para que pudiese ordenarlo D. Mateo Delgado Moreno (A.A.M.B., Órdenes, leg. 1812-1818, n.º 49). Su sucesor en 1819 D. Juan Cavía González concedió también su permiso a Pedro Martín Hernández, ya que era vecino de Badajoz. En 1820 igualmente se concedieron dimisorias a los provenientes del territorio de la Orden Militar de Santiago, porque se hallaba ausente el obispo de León. 32 Domínguez Ortiz, A.: Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen, 3.ª edición, Madrid, 1985, p. 269. 33 Barreiro, B.: La jurisdicción de Xallas en el xviii. Población, sociedad, economía, Santiago de Compostela, 1978. 34 Fernández Pinedo, E.: Crecimiento económico y transformaciones sociales en el País Vasco 1100-1850, Madrid, 1974. 35 Por ejemplo, sobre el siglo xviii, Berthelot du Chesnay subraya que en la Diócesis de Lisieux, la mayoría de los clérigos pertenecían a familias que gozaban de una cierta consideración social (Berthelot du Chesnay, C.: “Le clergé diocésain francais au xviii siècle et les registres des insinuations ecclesiastiques”, en Revue D’Histoire Moderne

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835) José Sarmiento Pérez 203 urbanas, con una población rural menos representada, y dentro de la misma era mayor el peso de los labradores propietarios que el de los campesinos sin tierras. En pocas ocasiones se conocía la profesión de los padres, hecho constatable por Arturo Morgado en el clero gaditano36, y también por Santiago Aragón Mateos en la Diócesis de Coria37. Algo similar ocurrió en la Diócesis de Badajoz en la que tan sólo el 3,5% de los expedientes de órdenes se citó la profesión de los padres: se registraron cinco militares (un teniente de infantería retirado, dos capitanes, uno agregado al estado mayor de la plaza de Alburquerque y otro a la Compañía de Voluntarios Realistas de la misma población, un comandante de la milicia realista y un coronel retirado), además cinco labradores, un hacendado, un alcalde, un músico de la catedral de Badajoz, un abogado de los Reales Consejos, un oficial de la Teso- rería de Rentas y un preceptor de latín. En once expedientes se especificaron que la madre era viuda. En otros cinco casos aparecían familiares (tíos) que pertenecían al estamento eclesiástico (dos canónigos y un presbítero) y un militar D. Gregorio Laguna, comandante general de la provincia de Extremadura. Por otro lado, en el total de expedientes de órdenes, en tan sólo en un 0,5% de los casos los aspirantes especificaron el cargo que desempeñaban en el momento de presentar la instan- cia pertinente. Para primera clerical tonsura solían desempeñar el cargo de capellán, asistir al coro de la catedral de Badajoz, organista, servir la sacristía de una parroquia, clerizón de la catedral, monaguillo, etc. Para órdenes menores, subdiaconado, diaconado, solían ser capella- nes de coro de la catedral de Badajoz; mientras que para ascender al presbiterado solían ser algunos beneficiados de una parroquia38, otros, como por ejemplo, Francisco Alcaide ejerciendo la cátedra de latín en Olivenza o Fray Andrés Sabio que era diácono corista y lector de Artes del Convento de San Agustín de Jerez de los Caballeros. Igualmente un total de 202 individuos hicieron alguna referencia al apartado de estudios39. En sus documentos salieron a relucir, como instituciones educativas por orden de importancia, et Contemporaine, X, París, 1963, p. 265.). Dominique Julia, subraya el predominio de los oficiales, artesanos, comer- ciantes y campesinos con tierras, es decir, las capas medias (Dominique, Julia:�������������������������������������������� “Le������������������������������������� clergé paroissial dans le Diocèse de Reims a la fin du xviii siècle”, Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine, XII, París, 1966, pp. 207-208). 36 Morgado, A.: Op. cit., pp. 128-130. 37 Aragón Mateos, S.: “Notas sobre el clero secular en el Antiguo Régimen. Los presbíteros del Obispado de Coria en el siglo xviii”, en Hispania Sacra, V, XLIV, n.º 89, 1992, pp. 291-334. 38 Por ejemplo, Pedro José de Vera (beneficiado de Alburquerque), Francisco Antonio Núñez Sierra (beneficiado tesorero de Santa María del Castillo de Olivenza). 39 El nivel elemental de aprendizaje, lo que hoy conocemos como enseñanza primaria, se limitaba en la España del siglo xviii y principios del xix a saber leer, escribir y las cuatro reglas aritméticas elementales (adición, sustracción, multiplicación y división) (Kagan, R. L.: Universidad y sociedad en la España Moderna, Madrid, 1981, p. 56). Eran raras las ocasiones en las que el individuo se formaba bajo la férula de un profesor particular, medio reservado a las familias pudientes, y más frecuente era la asistencia a escuelas controladas por los municipios o las órdenes religiosas. El Estado no intervenía para nada en el control de la enseñanza primaria hasta la época de los Borbones. Previamente había sido creada en el Madrid de 1642 la Hermandad de San Casiano, cuyo objetivo era reforzar la condición de la enseñanza como profesión independiente de cualquier preocupación catequética. Durante el reinado de Felipe V la Her- mandad se independizó definitivamente de la tutela eclesiástica gracias a la Real Cédula de 1 de septiembre de 1743, que concedía a los maestros idénticos privilegios que los otorgados a quienes desempeñaban cualquiera de las Artes Liberales (García Lasaosa, J.: “La enseñanza”, en Historia General de España y América, vol. XI, Madrid, 1984, p. 58). Pero no fue hasta la época de Carlos III cuando el Estado tomó una política más decidida en este terreno, ante las graves consecuencias en el terreno educativo que tuvo la expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios españoles. La Real orden de 22 de diciembre de 1780 disolvió la Hermandad de San Casiano y los privilegios de la misma pasaron al Colegio Académico del Noble Arte de Primeras Letras, cuya jurisdicción se extendería a todo el Reino. Incluso se intentó organizar un plan de estudios que tuviera cierta coherencia: la Real Cédula de 11 de junio de 1771 recomendaba el Catecismo Histórico de Fleury, el Compendio Histórico de la Religión y algún libro de Historia de España. Un nuevo paso adelante supuso la Real Cédula de 22 de diciembre de 1780: se concedía en la misma una gran importancia al aprendizaje de la gramática y la ortografía según las normas de la Real Academia de la Lengua, se leería además algún

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 204 José Sarmiento Pérez Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835) en cuanto al número de estudiantes que pasaron por sus aulas: el Seminario Conciliar de San Atón (con un 37%), la Casa de Ordenandos (con un 39,6% que habían sido residentes en ella), seguidos a gran distancia por la Universidad de Sevilla (2,9%), el Seminario de San Pedro de Cáceres (1,5%), el Seminario Conciliar de Coria40 (0,5%) y los conventos de San Agustín de Jerez de los Caballeros y San Francisco de Fregenal de la Sierra, para terminar con algunos que fueron alumnos de escuelas de primeras letras41 o contaron con la ayuda de algún profesor particular como Francisco Alcaide en Olivenza. El Seminario Conciliar de San Atón fue durante dos siglos y especialmente a partir de 1778 el único centro con rango oficial en la vida cultural de la ciudad de Badajoz. Sin embargo, poco tiempo gozó dicha institución de la aplicación plena del plan de estudios de 1792, ya que la Guerra de la Independencia acabó con este período de esplendor42. Por otro lado, la Casa de Ordenandos fue fundada en el año 181043. El obispo D. Mateo Delgado Moreno trajo al obispado a la congregación de San Vicente de Paúl y les encargó compendio de historia de nuestro país y la obra de Luis Vives Introducción y camino para la sabiduría, considerada “por su buena doctrina y buen lenguaje como el más indicado para instruir a los niños en todas las obligaciones propias de un cristiano verdadero y un buen ciudadano”. Asimismo se quería evitar que los niños leyesen novelas, romances, comedias, historias profanas, y en general, cualquier tipo de obras que pudieran ser perniciosas para su for- mación. Finalmente la Real orden de 11 de febrero de 1804, ratificó el bloque de asignaturas propio de la enseñanza elemental: Doctrina Cristiana, Lectura, Escritura, Aritmética, Gramática y Ortografía Castellana. Ibídem, p. 81. En lo que respecta a la enseñanza dentro del ámbito diocesano pacense se puede consultar el artículo de Méndez Venegas, E.: “La enseñanza de la Iglesia Diocesana de Mérida-Badajoz”, Memoria Ecclesiae, XII, Oviedo, 1998, pp. 215-224. 40 Cuando se inicia la primera decadencia en el siglo xvii, se establecieron solamente ocho seminarios en España: los de Almería (1610), Badajoz (1664), Coria (1603), Jaén (1660), León (1606), Plasencia (1670), Sigüenza (1651) y Vich (1653). Martín Fernández, F.: “Seminarios tridentinos en los archivos de la Iglesia: una aportación para la reforma de Trento”, Memoria Ecclesiae, XII, Oviedo, 1998, p. 411. 41 En lo que respecta a este tipo de escuelas, en tiempos de Fernando VII se aprobó el Plan y Reglamento Ge- neral de Escuelas de Primeras Letras. En cumplimiento de su artículo 126 y en virtud de las Reales órdenes de 19 de abril y de mayo de 1825 se instituyó la Real Junta Superior de Inspección de Escuelas del Reino, presidida por D. José Antonio Larrumbide, y actuando como vocales D. Antonio García Bermejo del Consejo de S.M. y su cape- llán de Honor; P. Pascual Suárez del Dulce Nombre de María, provincial de las Escuelas Pías de Castilla la Nueva; D. Vicente Aso Travieso presbítero y D. Manuel García Hidalgo, el secretario era D. José Guillermo de la Torre. A.A.M.B., Badajoz, Curia, leg. 2, n.º 8. 42 La actividad docente y planes de estudios del Seminario, en su primer siglo de existencia, se conocen por las Constituciones de Rodríguez Valderas. Por ellas sabemos que el personal docente del Seminario estaba constituido exclusivamente por el maestro de gramática que simultaneaba con el rector. A finales del siglo xvii, al aumentar el número de colegiales, un segundo maestro vino a aligerar las cargas del primero, y bien entrado el siglo xviii, apareció la figura del “pasante de latinidad”, cuya misión y competencia docente y disciplinar fueron reguladas en el año 1756 por el Obispo D. Manuel Pérez Minayo. Bajo la dirección del maestro de gramática los colegiales eran iniciados en los estudios humanísticos, únicos que se cursaban en el Seminario hasta el año 1778. El Seminario de San Atón no organizó al principio los estudios superiores. Las artes –filosofía– y teología se estudiaban en los conventos de San Francisco y Santo Domingo de la ciudad de Badajoz, que contaban con profesorado completo y con la facultad de convalidar después los estudios en ellos cursados. Por estos cauces discurrió la vida cultural del Seminario hasta las reformas de Carlos III. Sustancialmente sus leyes se limitaron a negar validez académica a los estudios cursados por alumnos seculares en los conventos en orden a su ulterior convalidación universitaria. Los colegiales de San Atón vieron de esta forma cerradas las puertas para la obtención de los grados académicos superiores. En tiempos del Obispo Pérez Minayo, el Seminario adoptó en su totalidad el plan de estudios de la Universidad de Salamanca. Así lo hizo constar el doctor Ledesma –visitador del Seminario– al Consejo de Castilla el 5 de enero de 1778. Posteriormente el 12 de junio de 1792 el obispo Solís y Gragera remitió al Consejo un nuevo plan de cátedras, elevándolas hasta catorce. Para la dotación de cada cátedra se señalaron 200 ducados anuales. Rubio Merino, P.: El Seminario Conciliar de San Atón de Badajoz (1664-1964), Madrid, 1964. Sobre el Seminario Conciliar de San Atón también puede consultarse a Rodríguez Amaya, E.: “El Seminario de Badajoz. Su fundación y precedentes”, Revista de Estudios Extremeños, I, 2, II, Badajoz, 1945. También a Blanco Cotano, M.: El primer centro universitario de Extremadura. Badajoz, 1793. Historia pedagógica del Seminario de San Atón, Cáceres, 1998. 43 La escritura de fundación fue otorgada ante el escribano Antonio González de Escobar. A.A.M.B., Seminario, leg. 1, n.º 18.

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835) José Sarmiento Pérez 205 la dirección tanto del Seminario como de la Casa de Ordenandos. El mismo prelado elaboró sus estatutos44. El Seminario de San Pedro de Cáceres fue fundado por el Obispo García de Galarza a finales del siglo xvi. Conoció una vida lánguida hasta que en 1786 García Álvaro consiguió del rey su restablecimiento en el abandonado Colegio jesuita. Ese año se aprobaron sus Cons- tituciones, en 1790 sus cursos de Filosofía y Teología eran ya válidos en las universidades del Reino45. En lo que respecta a los estudios realizados para acceder a las distintas órdenes, los iré analizando por niveles. En los expedientes estudiados se contabilizaron 59 individuos que querían acceder a primera clerical tonsura, aportando para ello los siguientes estudios: de gramática (24), de filosofía (17), de gramática latina (5), instruidos en leer, escribir y doctrina cristiana (4), ejercicios espirituales (3), estudios de física (2), de matemáticas (1) y licenciado en artes (1). Hago la salvedad de que no coinciden los cómputos globales porque tres individuos aportaron más de una clase de estudios. La norma general en estos expedientes es que no se especificó el número de años cursados en cada especialidad. Para acceder a órdenes menores, de los 23 expedientes contabilizados los estudios quedaron desglosados de la siguiente manera: de teología (12), de materias morales (6) de filosofía (4), impartiendo cátedra de latín (1). Para epístola, de los 22 expedientes contabilizados quedaron desglosados así: de teología (18), ba- chiller en filosofía (1), carrera literaria en la Universidad de Sevilla (1), catedrático de latín (1). Para evangelio se contabilizaron 24 expedientes, con los siguientes estudios: de teología (17), ejercicios espirituales (3), de filosofía (2), catedrático de latín (1), asistencia a conferencias morales46 (1). Por último para el sacerdocio se contabilizaron 21 individuos, que por estudios presentados quedaron distribuidos de la siguiente forma: de teología moral (17), catedráticos de gramática (2), bachiller en filosofía (1) y ejercicios espirituales (1). Las motivaciones, que algunos individuos adujeron al respecto, para realizar el acceso a las órdenes sagradas, fueron variadas. Por ejemplo, en las ordenaciones del año 1811 se presentó Fray Sebastián de Villanueva, del orden de San Jerónimo, monje del Monasterio de Guadalupe, para acceder a presbítero, declarando que esto lo hacía en consideración a la penuria y escasez de ministros que se observan en la Comunidad, por la imposibilidad de muchos ancianos, reducción del número de monjes, por las muchas muertes ocurridas en cuatro años…47.

44 La Casa estaba concebida para los alumnos externos del Seminario, es decir, aquellos cuya formación eclesiás- tica había sido deficiente por no haberla recibido bajo el régimen de internado, e incluso para los que hoy llamamos vocaciones tardías. Para éstos, era preceptivo ingresar en la Casa de Ordenandos desde el momento mismo de solicitar órdenes sagradas. Durante su estancia en ella, éstos recibían la preparación inmediata para el sacerdocio. Estudiaban Teología, Moral, Liturgia y se ejercitaban en el rezo del oficio divino. El período de permanencia en la Casa no era taxativo. Quedaba a discreción del prelado. Sería bastante, en todo caso, como para probar prudentemente la voca- ción de los aspirantes al subdiaconado y al ejercicio de cada una de las distintas órdenes. Para los alumnos internos del Seminario era sólo preceptivo durante los días necesarios para practicar en ella los ejercicios espirituales. Rubio Merino, P.: Op. cit., pp. 192-194. 45 Ortí Belmonte, M. A.: Fundaciones benéficas de la provincia de Cáceres anteriores a 1850, Cáceres, 1949, p. 31. 46 Un autor francés, Delumeau, subrayaba cómo en Francia estas conferencias morales ayudaron a la mejora de la instrucción religiosa y contribuyeron a la creación de un “sprit de corp” entre los sacerdotes de una misma diócesis, así como a la aproximación entre los obispos y el bajo clero (Delameu, J.: El catolicismo de Lutero a Voltaire, Barcelona, 1973, p. 230). En España tenemos el caso de Toledo estudiado por Leandro Higueruela del Pino, aunque este autor es más pesimista en sus valoraciones. Dice al respecto: Lorenzana estableció esta institución, pero tan sólo acudían los clérigos mejor preparados, mientras que se abstenían de asistir aquellos que tenían una formación intelectual más mediocre (Higueruela del Pino, L.: El clero de Toledo desde 1800 a 1823, Madrid, 1979, p. 40). Idéntico problema se dio en el Obispado de Cádiz y en las visitas pastorales realizadas a lo largo del siglo xviii se recuerda continuamente a los vicarios la obligación que tenían de realizar las mencionadas conferencias morales (Morgado, A.: Op. cit., p. 75). 47 A.A.M.B., Badajoz, Órdenes, leg. 1796-1811, n.º 14.

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 206 José Sarmiento Pérez Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835)

En el año 1812 José Garrido, natural de Burguillos del Cerro, decía que hace muchos años me ordené de Epístola y por mis trabajos y enfermedades continuas, no he podido continuar la carrera. He procurado atarearme al estudio de moral con D. Diego de Villar y Mafero, cura párroco de San Juan de Burguillos. Por otro lado, José Ramos de Sanabria, vecino de Villalba, envió la instancia en nombre de su sobrino Simón Antonio Ramos y en ella explicaba que fue soldado distinguido en el Regimiento de Infantería de la Unión, que fue colegial por espacio de diez años en el Semi- nario Conciliar de San Atón de Badajoz (desde 1800 hasta 1810). En este último año, tanto él como los demás colegiales fueron sacados violentamente del Seminario por el mariscal de campo D. Rafael Menacho, gobernador militar político de Badajoz, para aplicarlos a las armas, a pesar de estar ellos prestando su servicio diario voluntariamente en el Real Cuerpo de Artillería48. Fray José Vega, franciscano observante del convento de Fregenal de la Sierra, en el año 1813 y para acceder a presbítero, aludía que esto lo llevaba a cabo por las necesidades que padecía su propio convento destruido en gran parte por los franceses49. Fray Manuel Bancés, religioso agustino calzado expuso que a principios de 1811, en virtud de reales órdenes, salió al servicio de los hospitales, desde las críticas circunstancias y deplorable estado de la nación por la falta de defensores, tomó las armas, más luego que halló oportunidad satisfizo sus vivos deseos de volver a los claustros siendo morador del convento de Badajoz deseoso de perfeccionarse en su estado recibiendo los sagrados órdenes. Usando el Obispo la autoridad apostólica que le está conferida por el Breve dado en Roma 25-7-1815, para absolver las censuras e irregularidades en que incurrieron “ob defectum lenitatis” los españoles que tomaron las armas y pelearon contra Napoleón, absuelve a Fray Manuel Bancés50. Una vez que el aspirante era admitido a órdenes, el prelado D. Mateo Delgado Moreno mandaba a los curas de las distintas parroquias de su obispado, para que en el ofertorio de la misa mayor se hiciese pública la correspondiente ordenación, por si alguien conocía algún impedimento para poderla llevar a cabo51. Pasados tres días, los sacerdotes debían de enviar a la secretaría del Obispado las certificaciones correspondientes firmadas, cerradas y selladas en manera que haga fe.

4. PATRIMONIOS ECLESIÁSTICOS

La procedencia social del clero pacense también la he completado con el análisis de las fundaciones de rentas eclesiásticas, realizadas por parte de los familiares de los ordenados. Para ello he estudiado varios legajos clasificados bajo la denominación de Patrimonios eclesiásticos, contabilizando además capellanías o beneficios que poseían los individuos para poder acceder a los distintos niveles de ordenación. A este respecto Artola señalaba apenas llega un pobre

48 A.A.M.B., Badajoz, Órdenes, leg. 1812-1818, n.º 74. 49 A.A.M.B., Badajoz, Órdenes, leg. 1812-1818, n.º 68. 50 A.A.M.B., Badajoz, Órdenes, leg. 1812-1818, n.º 25. 51 Sirva de ejemplo el siguiente texto: “D. Mateo Delgado Moreno, por el presente mandamos al cura prior o su lugarteniente de la iglesia parroquial de la villa de Villagarcía que publique y amoneste en un día festivo al tiempo de ofertorio de la misa mayor a D. José Mata Pizarro, subdiácono, natural y vecino de dicha villa, que se halla admitido por Nos al diaconado, para que si alguna persona supiere o hubiere entendido tenga algún impedimento capaz de estorbarle su ascenso, lo declare y manifieste, entendiendo que siendo necesario se guardará en secreto, y pasados tres días certificar lo que resulte”. A.A.M.B., Badajoz, Órdenes, leg. 1812-1818, n.º 39.

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835) José Sarmiento Pérez 207 labrador a hacer algún caudalejo cuando le parece que el principal objeto a que puede aspi- rar es a tener un hijo capellán 52. Fernando Cubeiro por su parte indicaba como en la región Compostelana, el 44,18% de las capellanías fueron fundadas por labradores; el 33,3% por el bajo clero y tan sólo el 13,17% por la hidalguía rural y urbana53. La finalidad primordial de los patrimonios eclesiásticos era la hipoteca de bienes raíces para que esto le sirviera de congrua al ordenado. En todos los expedientes se observan los mismos apartados: en principio se dirigía una instancia al obispo, la cual podía ser escrita por el mismo interesado o algún familiar allegado a él (padres, tíos, abuelos), en la que se especificaba aspectos concretos del ordenado (nombre, edad, estudios realizados, si poseía o no capellanía o beneficio eclesiástico, lugar de donde era natural y vecindad). A continuación se solicitaba una comisión para la tasación de los bienes. Después por medio de un auto el obispo concedía las facultades necesarias al cura de la parroquia del pueblo desde donde se remitía la instancia, para que procediera a la averiguación y liquidación de las rentas y cargas de los bienes. Para ello se nombraban peritos para la tasación de las fincas. Se completaba a continuación con la declaración y justificación de testigos, declaración del cura párroco, director o educadores de la Casa de Ordenandos o del Seminario. Una vez tramitados los expedientes y revisados por el Tribunal Diocesano, si el valor de la tasación ascendía o superaba la congrua sinodal se aceptaba mediante un auto final firmado por el obispo D. Mateo Delgado Moreno y su secretario D. Francisco Antonio Zorrilla. Como contrapartida se establecían en él una serie de obligaciones que el aspirante debería cumplir: asistir a las funciones parroquiales los domingos y días de fiesta, ayudar al párroco en la enseñanza y explicación de la doctrina cristiana, de ser examinado ad curam animarum cuando se ordenase de sacerdote, de conservar la mayor modestia, decencia y compostura en el vestir y trato de gentes y que se hiciese acreedor del aprecio de los fieles a través de sus buenas obras, sirviendo de ejemplo a los demás. Sobre los patrimonios eclesiásticos objetos de investigación debo hacer las siguientes sal- vedades: de un total de 108 expedientes recopilados, tan sólo 27 quedaban incluidos en los de órdenes. Y si en las ordenaciones se llegaba hasta el año 1826, en los patrimonios el período comprendido abarcaba desde 1813 hasta 1835, hecho que me pareció oportuno ampliar para poder valorar con más conocimiento de causa los datos aportados. Por regla general los familiares entregaban una pensión o hipotecaban algún bien, cuando el aspirante a ordenarse no poseía en ese momento capellanía o beneficio alguno que le sirviese de congrua. O bien, si poseyendo alguno no llegaba a los estipulado en las constituciones ­sinodales. Éste fue el caso, por ejemplo, de Blas María Fernández de la Villa, que para orde- narse de cuatro grados decía poseer una capellanía colativa, pero que le era insuficiente54. Sobre este particular también se apreciaron excepciones. Domingo González Rebollo de Salvaleón, pretendía en el año 1819 ordenarse de cuatro grados, para ello decía poseer una capellanía con 40 ducados anuales, que había fundado el presbítero D. Juan Cabeza y con servicio en la parroquia de Don Benito. Sin embargo, el padre contribuía anualmente con una pensión de 60 ducados, e hipotecaba una casa y dos suertes de tierra (una de 8 fanegas y otra

52 Artola, M.: Los orígenes de la España Contemporánea, vol. I, Madrid, 1959, p. 38. 53 Fernández Cubeiro, E.: “Una práctica de la sociedad rural: aproximación al estudio de las capellanías de la diócesis compostelana en los siglos xvii y xviii”, La historia social de Galicia en sus fuentes y protocolos, Santiago de Compostela, 1981, pp. 207-208. 54 Blas María Fernández de Feria, clérigo tonsurado y estudiante cursante de filosofía en la Casa de Orde- nandos de Badajoz, con muchos deseos de ascender al sacerdocio. Para cuyo fin, sin embargo, de haber obtenido capellanía colativa conferida por el obispo de esta diócesis, y al no tener suficiente congrua sustentación según las constituciones sinodales de este obispado, estaba pronto a asegurarle 100 ducados anuales por el tiempo hasta que obtenga algún beneficio eclesiástico y la mitad de una viña. A.A.M.B., Badajoz, Patrimonios Eclesiásticos, leg. E-H, n.º 29.

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 208 José Sarmiento Pérez Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835) de 6)55. Francisco Mana Crespo, para ordenarse también de cuatro grados en el año 1814, decía poseer una capellanía servidera en la iglesia de San Miguel de Jerez de los Caballeros, aportándole también una pensión de 720 reales y la hipoteca de una viña de 12 peones. Antonio Santos García de Valencia del Ventoso, pretendía lo mismo, siendo en el año 1825 capellán de tres capellanías en la parroquia de su pueblo, mientras su madre entregaba además 4.000 reales de pensión56. En esta misma línea se encontraba Bernabé de Chaves, que a pesar de haber sido nombrado capellán de tres capellanías servideras en la Colegiata de Zafra, obtuvo de sus padres una pensión de 414 reales y la hipoteca de una suerte de tierra57. Por último, Antonio Chacón Algora, para acceder a primera clerical tonsura, poseía un patronato, pero al mismo tiempo su padre le concedía una pensión de 100 ducados anuales58. Los patrimonios eclesiásticos, por tanto, se pueden dividir en dos apartados: pensiones e hipotecas. Por regla general las pensiones que otorgaban los familiares a los aspirantes a ordenarse solían ser de 100 ducados anuales, aunque en algunos casos llegaron a 120 ducados. En lo concerniente a las hipotecas se advertía también una constante, dividiéndose igualmente dicha temática en dos bloques: fincas urbanas y fincas rústicas. Por un lado los familiares hipotecaron fincas urbanas. En esta línea lo normal fueron las casas –que, por ejemplo, en el caso de Ignacio Montero, de Fregenal de la Sierra llegaron a ser cuatro–59; pero también nos encontramos con bodegas –que en el caso de Juan Antonio Fernández de Feria el gravamen contraído se hizo sobre media bodega en la que se incluían zaguán, cocina, cuarto de piras, cuarto de tinajas y sus caballerizas correspondientes–60; o bien sobre molinos harineros en el expediente de Juan Francisco Torres61. Pero la gran mayoría de las hipotecas se realizaron sobre fincas rústicas, encontrando al respecto en la documentación distintas denominaciones, según la extensión del terreno y del cultivo a que estuviera destinado: podía ser un cercado, una huerta, una suerte de tierra una viña o un olivar. Como dije anteriormente la posesión de una capellanía tenía una gran importancia tam- bién en las ordenaciones. Éstas nacieron en el siglo xv, ligadas a un nuevo concepto del más allá. Eran fundaciones perpetuas por las que una persona segregaba de su patrimonio ciertos bienes (en vida o por testamento) y formaba con ellos un vínculo, es decir, un todo indivisible, destinado a la manutención o congrua sustentación de un clérigo, que se obligaba por ello a celebrar un número de misas por el alma del fundador o de su familia, o a cumplir otras cargas litúrgicas. El hecho de que estas fundaciones se realizasen en una capilla, explica su denominación.

55 Expediente de congrua de Domingo González Rebollo de Salvaleón. A.A.M.B., Badajoz, Patrimonios Eclesiás- ticos, leg. H-T, n.º 36. 56 Expediente de congrua de Antonio Santos García, natural de Valencia del Ventoso. Clérigo tonsurado, alumno del Seminario Conciliar de San Atón, estudiante de teología moral, capellán de tres capellanías en Valencia del Ventoso. A.A.M.B., Badajoz, Patrimonios Eclesiásticos, leg. V-Z, n.º 26. 57 Expediente de congrua de Bernabé de Chaves, natural de Zafra. clérigo tonsurado, estudiando en la Casa de Ordenandos, fue nombrado capellán el 3 de diciembre de 1825 de tres capellanías servideras en la Iglesia Colegial de Zafra por valor de 704 reales y 17 maravedíes, el padre le concedió 414 reales e hipotecó una suerte de tierra. A.A.M.B., Badajoz, Patrimonios Eclesiásticos, leg. V-Z, n.º 43. 58 Expediente de congrua de Antonio Chacón Algora, de Villagarcía. ���������������������������������������������A.A.M.B., Badajoz, Patrimonios Eclesiásticos, leg. V-Z, n.º 9. 59 Expediente para formación de congrua eclesiástica a cuyo título sea ordenado a los sagrados órdenes D. Ignacio Montero, natural de Fregenal, año 1814. ���������������������������������������������A.A.M.B., Badajoz, Patrimonios Eclesiásticos, leg. E-H, n.º 58. 60 Expediente de congrua de D. Juan Antonio Fernández de Feria, año 1825. A.A.M.B.,������������������������������ Badajoz, Patrimonios Eclesiásticos, leg. E-H, n.º 2. 61 Expediente de congrua a favor de D. Juan Francisco Torres de Salvaleón, año 1832. A.A.M.B.,������������������ Badajoz, Patrimonios Eclesiásticos, leg. J-T, n.º 35.

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Las Constituciones sinodales prescribían que no pudiera ser ordenado nadie que no gozase de una renta anual determinada. De acuerdo con las disposiciones conciliares y para evitar que la Iglesia se convirtiera en un refugio de indigentes, determinaron exigir una congrua mínima proporcionadas por las propias rentas del pretendiente. Arturo Morgado, en su estudio sobre el clero gaditano en el siglo xviii, manifestaba la gran hegemonía que poseían las capellanías especialmente en ese siglo, ya que en el primer tercio del siglo xix la reacción fue inversa, experimentando un apreciable descenso. Esta dis- minución podría deberse a varios factores: por un lado, podría venir motivado por la caída de las fundaciones de este tipo. Fernández Cubeiro, analizando 1.442 capellanías fundadas en la diócesis compostelana, durante el período comprendido entre 1550 y 1800, halló que el 52% de las mismas se fundaron en la primera mitad del siglo xviii, frente a tan sólo el 10, 47% durante el período siguiente. La escasez cada vez mayor de fundaciones, obligaría a que los eclesiásticos pudiesen colocarse tan sólo de capellanías con fecha de creación muy antigua. Al mismo tiempo desde finales del siglo xviii comenzaron a darse una serie de medidas restrictivas contra la fundación de este tipo de instituciones: la Real Resolución de 20 de febrero de 1796 prohibía fundar capellanías y otras instituciones perpetuas sin licencia real; el Real Decreto de 19 de marzo de 1798 invitaba a los obispos a enajenar los bienes correspondientes a las capellanías colativas y otras fundaciones eclesiásticas y poner sus bienes en la Caja de Amortización; en 1805 se obtuvo un breve del Papa Pío VII en el que se autorizaba la enajenación de los bienes raíces de las capellanías y otras instituciones eclesiásticas. Finalmente el 11 de octubre de 1820 se prohibió la fundación de nuevas capellanías y el 19 de agosto de 1841 se extinguieron aquellas que aún no habían sido vendidas62. En los expedientes de órdenes de la Diócesis de Badajoz he contabilizado un total de 117 capellanías eclesiásticas –instituidas por el ordinario– y poseídas por 81 individuos que las presentaron para poder ordenarse. La no correspondencia entre capellanías e individuos es comprensible si se tiene en cuenta que 17 de ellos poseías más de una, apreciándose sobre este particular una oscilación entre dos y siete, que por ejemplo, presentó Juan Antonio Her- nández Caballero de la Morera, servideras todas en la misma villa, con el objeto de ordenarse conjuntamente de cuatro órdenes y subdiaconado. Los mayores porcentajes correspondían a: 39 individuos en los que aparecía simplemente el término de capellanía pero sin hacer mención de ningún tipo (sumaban un total de 50); y a otros 35 aspirantes con un total de 60 capellanías servideras. En todas ellas se constató un elevado grado de regionalización. La mayoría se servían en la misma parroquia de donde era natural o vecino el ordenado63. Del conjunto de capellanías servideras las de mayor valor correspondían a: Andrés Moreno, de Jerez de los Caballeros, que poseía dos capellanías cuyo valor era de 4 casas, 60 peones de viña, un molino harinero y dos suertes de tierra. La que poseía Ignacio Julián González, también de Jerez, estaba valorada en 28 peones de viña, un molino harinero y un censo de 8 reales anuales. La de Esteban Blázquez estaba valorada en 10 peones de viña y 14 fanegas de tierra.

62 Morgado, Arturo: Op. cit., pp. 157-158. 63 Ateniéndonos a los expedientes donde se especificaba esta particularidad, se observa que en 31 de ellos los ordenados ejercían como capellán en la misma parroquia de su pueblo: Alburquerque, Almendral, Badajoz, Barcarrota, , Fregenal de la Sierra, Higuera la Real, Jerez de los Caballeros, La Morera, Olivenza, Oliva de la Frontera, La Parra, Salvatierra de los Barros, Torre de Miguel Sesmero, Valencia del Ventoso, Villagarcía, Villanueva del Fresno, Zafra y Zahinos. En otros siete expedientes las capellanías reflejadas estaban fundadas en parroquias de otros pueblos del de origen, aunque también dentro del ámbito diocesano. Por último en otros cinco, las capellanías fundadas pertenecían a poblaciones foráneas de la Diócesis: Brozas (Obispado de Coria), , Puebla de Sancho Pérez y Usagre (Priorato de León) y D. Benito (Obispado de Plasencia).

Norba. Revista de Historia, Vol. 18, 2005, 195-213 210 José Sarmiento Pérez Órdenes en la Diócesis de Badajoz (1800-1835)

Dentro de las capellanías eclesiásticas, las instituidas por el ordinario que espiritualizaba los bienes dotales y efectuaba la colación canónica, recibían el nombre de capellanías colativas. Éstas eran verdaderos beneficios. En los expedientes seis individuos dijeron poseer capellanías colativas y uno tan sólo de sangre64. Por ordenaciones, y dentro del cómputo global de capellanías, se observa que el mayor porcentaje correspondía a individuos que querían ordenarse de primera clerical tonsura (66), seguido de órdenes menores (9), subdiáconos (6) y diáconos (1). En esta misma línea existían también otras capellanías denominadas laicales o mercenarias, ya que eran instituidas sin intervención directa del ordinario, aunque con su aceptación y con el cuidado de velar por el cumplimiento de las cargas espirituales impuestas por el fundador. Su dotación estaba segregada de los bienes raíces que permanecían en poder de los laicos, eran las denominadas también patronatos laicos. El porcentaje de individuos que poseían patronatos era muy inferior a todo el apartado anterior. Solamente cinco individuos los presentaron para poder acceder a la tonsura65. Frente a la hegemonía casi total de capellanías y rentas patrimoniales, los demás tipos de fundaciones ocupaban posiciones casi despreciables. Las memorias de misas (fundaciones para misas por el alma del difunto)66 experimentaron un gran estancamiento en el primer tercio del siglo xix, por lo que tan sólo Francisco de Alba Gómez de Jerez de los Caballeros decía poseer una en la iglesia de los Mártires que comprendía un cercado, una huerta titu- lada del alamito y unas casas en el Barrio de los Mártires 67, para acceder a primera clerical tonsura. Era muy escaso igualmente el número de individuos que poseían rentas beneficiales. He contabilizado cuatro. Estos beneficios se consideraban como fondos rentables adscritos a un determinado oficio eclesiástico al que iba unido de forma inseparable68. Finalmente estaban todos aquellos individuos, que a pesar de gozar de rentas, no obtenían la cantidad suficiente que era preceptiva para acceder a las sagradas órdenes; o simplemente los que no gozaban de renta eclesiástica alguna y así lo declaraban. Para terminar con aque- llos que no especificaban nada en este apartado y que suponían el 69, 7% de los expedientes de órdenes estudiados. Sin capellanía o beneficio alguno suponían el 2%. Sin embargo, otro 2% declaró que si en el momento de solicitar la ordenación no poseían capellanía o beneficio alguno, se encontraban en litigio en el Tribunal Diocesano de Badajoz69.

64 Pedro Bolsico Torrado tenía dos capellanías por derecho de sangre en Jerez de los Caballeros, cuyo valor ascendía a una casa, ocho peones de viña y varios censos, todo ello lo presentaba para ordenarse de primera clerical tonsura. 65 José González, de Villanueva del Fresno, poseía un patronato fundado por su abuela valorado en “alhajas raíces”. Andrés Moreno, de Jerez de los Caballeros poseía otro; Antonio María Rasero González tenía un patronato “que excedía en mucho a la congrua sinodal” en Fregenal de la Sierra; Domingo García tenía en Zafra “un patro- nato por derecho de sangre de dos suertes de tierra”; y Antonio Bravo Guerra igualmente tenía otro en la villa de Fregenal. 66 Barrio Gozalo, M.: Estudio socioeconómico de la Iglesia de Segovia en el siglo xviii, Segovia, 1982, pp. 490-491. 67 A.A.M.B., Badajoz, Órdenes, leg. 1812-1818, n.º 55. 68 Félix Domínguez Torrado, de Salvaleón, poseía un beneficio en la villa del Carpio; Manuel Díaz Ceverino, de Fregenal, presentaba otro beneficio para tonsura; José Guardabrazo y Triviño, natural de Villalba de los Barros y vecino de Badajoz, poseía otro en San Nicolás (Murcia) para órdenes menores; y Francisco de Vargas Caballero, de Calera de León, poseía otro en la misma localidad para acceder a cuatro grados. 69 Juan José Jimano, de Higuera la Real, para ordenarse de primera clerical tonsura, decía tener derecho a varias capellanías en la parroquia de dicha población, por que había interpuesto recurso en el mencionado Tribunal. Joaquín de Vera, natural y vecino de Barcarrota, para ordenarse de tonsura, también se encontraba en litigio sobre tres cape- llanías servideras fundadas en la Colegiata de Zafra, solicitando una que se encontraba vacante. Francisco Mortes, de

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En resumen al ordenarse de primera clerical tonsura, el 62% de los aspirantes en la Diócesis de Badajoz lo hicieron en spe beneficis, es decir, en espera de renta eclesiástica, mientras que el resto (38%) recibieron la prima tonsura titulo suficientae, acreditando estar en posesión de bienes patrimoniales suficientes. Esta misma situación, pero con un porcentaje superior, fue la constatada por Santiago Aragón Mateos en la Diócesis de Coria en el siglo xviii, en la que tres de cada cuatro ordenados de tonsura esperaban alguna renta eclesiástica70.

5. CONCLUSIONES

En conclusión se puede decir que, desde la recepción de la primera clerical tonsura hasta el presbiterado, el clérigo recorría todo un camino cargado de simbolismo. Escalaba paso a paso los diferentes peldaños de la carrera eclesiástica: primera tonsura, órdenes menores, órdenes mayores y como culminación del proceso sacerdotal, el episcopado. Por ello considero impor- tante el estudio, tanto de los expedientes de órdenes como de patrimonios eclesiásticos, porque de ellos pueden extraerse numerosos datos para conocer la extracción social y económica sobre todo del bajo clero secular. En principio en ellos se ponía de relieve fundamentalmente el factor herencia, ya que todos los ordenados debían ser hijos de legítimo matrimonio. La procedencia geográfica y social del clero también podía estudiarse conociéndose el lugar de nacimiento, vecindad y la profesión de los padres. Los estudios alcanzados por los ordenados, así como las instituciones donde estudiaron sería otro factor importante a tener en cuenta. Por último, la cuestión económica salía a relucir igualmente por medio de las fundaciones o patrimonios eclesiásticos que los familiares hipotecaban para que le sirviera de congrua sustentación a los aspirantes a clérigos.

6. BIBLIOGRAFÍA

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Villanueva del Fresno, para ordenarse de primera tonsura demandó al Tribunal una capellanía con un valor de “200 fanegas de tierra calma en sembradura, servidera en dichas parroquia”. Juan Eusebio de Torre, natural y vecino de Santa Marta, para tonsura, también se encontraba en litigio por una capellanía servidera en la parroquia de dicha localidad. José María Mangas y Villegas, de Almendral, para tonsura, pretendía conseguir alguna capellanía. En esta misma línea se mostraba Juan José Machado, de Badajoz; José Delgado Núñez, del Valle de Matamoros y Antonio Luengo de la Parra. 70 Aragón Mateos, S.: Op. cit., p. 297.

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