Libros EHC: Armando De Armas
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La tabla COLECCIÓN NARRATIVA La tabla Armando de Armas ehc editorial hispano cubana La tabla Armando de Armas Colección Narrativa © Reservados todos los derechos de la presente edición a favor de: Editorial Hispano Cubana, Madrid, 2008. © Cubierta: “Vida o muerte”, 2008. Acrílico sobre lienzo de Raúl de Zárate. Edición: Grace Piney. Primera edición: Octubre de 2008. ISBN: 978-84-936493-3-3 Depósito Legal: B 48461-2008 Editorial Hispano Cubana. C./ Orfila, 8, 1º A 28010, Madrid. España. Telf.: 34 91 319 6313 Fax: 34 91 319 7008 Internet: www.editorialhc.com E.mail: [email protected] Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, salvo autorización por escrito de la editorial. Impreso en España. Índice Parte I .............................................................................................15 Parte II ..........................................................................................159 A mis hijos Andy, Amanda, Armando y Ariadna. A mi madre. A la memoria de mi padre. A Mimí, que salvó esta novela de entre las aguas embravecidas. A Lázaro, que con sus llagas, sus muletas y sus perros, camina por entre las páginas de este libro; a Lázaro, el vencedor. ¡Oh, qué cosa de ver era esta tan temerosa y rompida batalla, cómo andábamos pie con pie, y con qué furia los perros peleaban, y qué herir y matar hacían en nosotros con sus lanzas y macanas y espadas de dos manos! Bernal Díaz del Castillo Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Parte I la pistola; entre la pelvis y el calzoncillo, aparte de hacer que las pepillas le miraran a la portañuela, asombradas y lujuriosas, tenía el poder de abrirle todas las puertas, despejar todos los caminos; por- que de eso se trataba, de abrir puertas y despejar caminos, o mejor, de abrir la puerta y despejar el camino que lo condujera a brincar el charco; curiosa la relación charco-mar; guajirito por caminos de agua y fango, haciendo equilibrios; calculando, meditando el mejor modo de saltar de una piedra a otra para llegar a la escuelita a dos kilómetros de su casa sin manchas de fango en los zapatos va-que- te-tumbo; que difícilmente podían hacer juego con la flamante paño- leta blanca y azul anudada al cuello; sonreía a media boca, modo peculiar suyo, aprendido quizá para resultar maloso y despreciativo; los pioneros que vinieron después, cuando él ya estaba en el preuni- versitario, la usaban de un rojo chillón; todavía no había visto el mar, y por las noches, sin otro punto de referencia, se lo imaginaba o soñaba como un enorme charco que siempre se podía brincar con un poquito de agilidad y suerte; sólo mucho después, a tanto rogar de unas primas, la madre consintió en que Amadís y el hermano se hicieran pioneros, y así tuvieran derecho a participar de un plan va- cacional en la playa, y, por primera vez, y única en su vida, una realidad imaginada no le resultó decepcionante al compararla con la realidad-realidad; plato Grande Grande Grande llenito de agua no podía caberle en la cabeza, con barquitos allá donde el cielo y el agua parecían copular; ¿y los países?; ¿dónde estaban los países y 15 La tabla sus gentes y sus luces?; porque… si había otros países en el mundo tenían que verse desde la orilla, allá donde las olas hacen espuma igual que cuando mami hierve la leche; caminaba con rumbo a la Avenida del Puerto, y la primera bocanada de aire y salitre le llegó de golpe para quitarle de las narices el olor a cuartería y anunciar el mar; ¿qué dirían las marquesas dueñas de antiguas mansiones con- vertidas en cuarterías acerca del uso racional del espacio?; la mare- jada de gente lo subió casi sin percatarse en una ruta 119 para situar- lo, de golpe, tras un policía, lo empujaban, y él empujaba al policía sin poderlo evitar, se arqueaba para no repellarle el culo con la pis- tola, pero lo mismo, se veía comprimido contra el compañero; ¿com- pacuánto?; com-pa-ñe-ro, chico, c-o-m-p-a-ñ-e-r-o; que lo miraba de reojo; ¡ay mi madre ¿qué es esto?!, ¡qué suerte la mía!, este hom- bre va a pensar que soy bugarrón; la guagua, frenazos, voces; ¡los medios, pasen los medios y no empujen!, caballeros; ¡que no me empujen, por favor, que no me empujen!; compañero policía con la pistola entre las nalgas, y Amadís; que pase pronto, que pase algo que me borre de pronto, que lo borre de pronto, una luz; la luz de Yara; el cine Yara; no tiene por qué acomplejarse el compañero, que pistola es hembra, no macho, pero en la prisión se le dice pistola a los bugas, a los que disparan a los machos en el baño; si el compa- ñero fuera una jeva, algunas jevas no protestan; una vez recosté una rubia y comenzó a menearse marcha atrás, ¡qué loca!; ¡ayayayyy!, ahora sí, ¡qué lío!, se me está parando; el policía; ¡compañero, por favor, sepárese un poco que me molesta!; sí,… sí, disculpe, la gente, ¿sabe?; bandazo, va contra el tubo de un asiento; sintió un sudor correrle por la espalda y un temblor castañetearle los dientes; la ru- bia, tengo que pensar en la rubia, el guardia sigue mirando con cara de pocos amigos; Amadís se corrió poco a poco hacia la puerta de salida, y en la primera parada se tiró y caminó hacia cualquier parte; los pies blancos, delicados, por la costumbre de no caminar descalzo por aquello de que los parásitos entran por la planta del pie, adivi- nando dónde las piedrecillas resultasen menos molestas, y por fin, la arena, húmeda y suave, un escalofrío, como si estuviera a punto de orinar; primero un pie, después el otro, como el primer hombre en la Luna, y avanza hasta que el agua le da a la altura de las rodillas; la 16 Armando de Armas Abuela; el mar es persona viva, mijito, Dios lo creó pero le pasó con él como con el Diablo, se le fue de las manos y un día tuvo el valor de plantearle un trato a Dios, consistía en tragarse un humano cada año o, por el contrario, la variante de tragarse cada año una pulgada de tierra; Dios, como Dios, no es bobo y se puso a pensar en que si escogía la variante de la tierra en algunos miles de años el mar no dejaría ni donde amarrar la chiva, y prefirió sacrificar a los humanos, como buen general que sabe de antemano los soldados que sacrifica- rá a la conquista o el mantenimiento de un fuerte; pero el mar es de madre, pues siempre coge más de lo pactado, solamente cada vez que se hunde un barco cuántos no se traga; ¿cuántos cabrán en un barco?; ¡ufff!, un seremil de gente; cuota del mar, cuota del mes, li- breta de alimentos; había avanzado tambaleándose, miró la inmensi- dad del mar y tuvo vahídos, el calor del sol reverberándole en el rostro y la frialdad del agua que le subía hasta los fondillos le produ- jo una agradable sensación; se agachó hasta tener el agua a la barbi- lla y braceó como si nadara, era increíblemente fácil nadar, se sepa- raban los pies del fondo, se le daba a los brazos, y había un instante durante el que se flotaba; flotar era algo estupendo, así, bracear para que los otros piensen que sé nadar, que he estado otras veces en el mar, ¿y los tiburones?, ¿habrá tiburones aquí?, dice la Abuela que para morder se viran bocarriba; pero no, también dice que el tiburón es cobarde y que cuando siente la bulla de la gente no ataca; ahora floto más y si quisiera podría dar la vuelta a Cuba; ¡vuelta a Cuba en 80 mundos!; Sebastián de Ocampo bojeando la isla en un short que parece un calzoncillo de patas largas y que al mojarse transparenta la pichita toda engurruñada; o tal vez fuera mejor ver si caminando caminando se puede llegar a los otros países y ver cómo son y cómo viven sus gentes; de todas formas, por ahora, me voy conformando con bracear cerca de la costa y tirarme pedos dentro del agua; blu blu blu, las burbujitas suben y uno con cara de yo no fui y un friecito como un soplido en el culo; campamento de pioneros; la noche caía y los hicieron alinearse militarmente, cada niño buscó su escuadra y hubo un momentáneo atolondramiento general; a la luz de las foga- tas se podía leer un enorme cartel; PIONEROS POR EL COMU- NISMO, SEREMOS COMO EL CHE; cuando dieron la voz de si- 17 La tabla lencio se quedó solo con la oscuridad, y su miedo, cubierto con la sábana hasta la cabeza; entonces, aquello que debió ser una rana comenzó a reptarle, húmeda, babosa, sobre la sábana que Amadís empapaba de un sudor terroso como si fuera un muñeco de fango diluyéndose en agua, y fue pasando por el abdomen, por el pecho, por el cuello, por la cara, las asquerosas patitas arañando la sábana; ¡paf!, le dio un manotazo y la proyectó contra la tabla de la litera de arriba, y le cayó de nuevo encima, y comenzó a moverse lenta, pesa- damente, como si el manotazo la hubiese hecho crecer; al amanecer, Amadís se encierra en un baño y arrodillado; ¡Dios mío!; con golpe- citos en el pecho como le enseñó el Abuelo; haz que esos bichos no me pasen más por arriba y haz… Ramón, un compañero del aula, entra en el baño; ¡caballeros aquí entre nosotros hay un religioso!; Amadís lo cogió por el cuello, y Ramón no hizo nada porque una vez se fajaron bajo el mamey de frente a la escuela y Amadís saltaba y gritaba; ¡aaahhh!, ¡aaaahhhh!; al tiempo que tiraba patadas apren- didas en un viejo manual de defensa personal, mientras Ramón re- trocedía entre sorprendido y asustado; ¡yo con trampitas no me fajo!; el tren; bim, bam, bum; puuuaaa, puuuaaa; violando la noche como sinfonía de mil bueyes de hierro que halaran recostados al aguijón; ¡nunca tires, hijo, contra el aguijón!; Amadís luchaba por no dormir- se, tres asientos delante de él había colocado la pistola dentro de un bolso, si registraban nadie sería el dueño; pero, por otra