1877 1921 Esta obra nace con ánimo de trasladar al lector a la época más signifi cativa de la presencia española en el norte de África. Me- diante una selección de semblanzas y biografías, se recorren los diferentes periodos cronológicos en los que se desarrolló la obra de España en el Protectorado de Marruecos. A través de sus páginas desfi lan numerosas historias personales, enmarcadas en batallas, traiciones, hazañas, esperanzas y esfuerzos sociales y artísticos. Enlazado de forma temporal y temática se presenta un repertorio de los personajes de toda índole y nacionalidad que protagonizaron aquellos hechos.

Esta recopilación, que no pretende ser exhaustiva, pero sí cuida- dosa en su selección, esboza la trascendencia de la obra humana en campos tan diversos como la educación, la literatura, la pintura, la diplomacia o la política, sin olvidar la mención a los muchos héroes de las campañas militares. Encontrará el lector biografías extensas junto a otras de menor densidad, y que se han comple- tado con unas semblanzas más escuetas recogidas de la web www.lahistoriatrascendida.es. Han sido realizadas por un abani- co de especialistas, conformando un todo donde priman la emo- ción y el sentimiento más que el corsé academicista. Todo ello se acompaña de una cuidada selección de fotografías documentales y de un ensayo visual contemporáneo.

Con esta obra se pretende ofrecer al investigador y estudioso, o El Protectorado español español El Protectorado en Marruecos simplemente al público interesado en la materia, una herramienta útil y amena, a la vez que una muestra de la riqueza intelectual y humana de algunos de los hombres y mujeres que forjaron la his- toria de nuestro Protectorado en Marruecos. co y emocional

Repertorio Repertorio biográfi Volumen I

www.lahistoriatrascendida.es Colección páginas de historia Dirección de José Manuel Guerrero Acosta 1 2

1

1 Joaquín Costa retratado por Victoriano Balasanz, 1913. Cortesía Ayuntamiento de Zaragoza. ˆ p. 47 3

2

4

2 El Padre Lerchundi retratado 3 Théophile Pierre Delcassé, 4 El pintor Josep Tapiró en su estudio. por Federico Godoy, 1894. ministro de la Guerra francés. El Heraldo de Cataluña, 1921. ˆ p. 72 Agence Meurisse. Bibliothèque Nationale ˆ p. 112 de France. ˆ p. 64 5

4

5 Muley Hafi d Ben Hassán, el sultán destituido, en el exilio. Marsella, 15 de agosto de 1912. Agence Rol. Bibliothèque Nationale de France. ˆ p. 121 6

7

5

6 Alfonso XIII vistiendo el uniforme 7 El general Francisco Larrea y Liso. del Cuerpo de Ingenieros en 1909. Dominó el Rif oriental sin disparar un tiro Fotografía de Ortiz Echagüe. en 1909, organizó las fuerzas indígenas Cortesía AGMM-IHCM. ˆ p. 117 y fue comandante general de al inicio del Protectorado. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica «Félix Mª Pareja» (Aecid). ˆ p. 130 8

9 6

8 El general Lyautey visita en 1914. 9 El presidente del Gobierno Eduardo Dato De derecha a izquierda: general Marina y el general Marina. Madrid, marzo de 1914. (alto comisario), Lyautey, Geoff ray Agence Rol. Bibliothèque Nationale (embajador de Francia en Madrid). de France. ˆ pp. 135 y 204 Agence Rol. Bibliothèque Nationale de France. ˆ pp. 120 y 135 10

11

10 El cabo Luis Noval Ferrao, fototipia 11 Retratos de Felipe Alfau Mendoza y José basada en el pergamino conservado Marina Vega, Tetuán. Fotografía de en el Museo del Ejército. Francisco García Cortés. Colección particular. ˆ p. 137 Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica «Félix Mª Pareja» (Aecid). ˆ pp. 135 y 191 12

8

13

12 Retrato fotográfi co de El Roghi, Illustrated London News, 1910. ˆ p. 142

13 El general Manuel Fernández Silvestre. Cortesía AGMM-IHCM. ˆ p. 196 14

14 Grupo de mandos con ocasión del viaje Morales; a su izquierda, el coronel Comandancia; los dos últimos son el del ministro vizconde de Eza al territorio Gómez-Jordana Sousa, jefe del E. M. coronel Sánchez Monge, jefe del E. M. de de . En la primera fi la, el quinto por del general Berenguer; Berenguer mismo la Comandancia, y el teniente coronel la izquierda es el general Neila (con su y después el ministro Eza, con lazo de Dávila, jefe de Operaciones con Silvestre. Laureada ganada en la defensa de pajarita al cuello; de seguido Fernández Fotografía sin fi rma ni sello, atribuible al Cascorro en 1897, cuando era capitán); Silvestre con su tullida mano izquierda en capitán Carlos Lázaro, julio de 1920. a su izquierda, con salacot, el coronel impremeditado gesto; a su izquierda, el Legado Silvestre. Colección Pando. Jiménez Arroyo, detrás, el coronel general Monteverde, segundo jefe de la ˆ pp. 192, 196 y 342 15

10

16

15 Fotografía de Felipe Navarro 16 Visita de la reina Victoria Eugenia y Ceballos-Escalera durante a Marruecos, 1927. Postal de época. su cautiverio en Axdir. Revista Cortesía Archivo José Luis Gómez Nuevo Mundo, 1923. ˆ p. 197 Barceló. ˆ p. 203 17

18

11

17 Dámaso Berenguer (izquierda) 18 Los generales Silvestre y Navarro en acompaña al ministro De la Cierva Afrau, el día de su ocupación por las (centro) y al general Cabanellas fuerzas de la Comandancia General (derecha), enero de 1922. de Melilla, invierno de 1920. Fotografía de Lázaro. Postal de época. ˆ pp. 196-197 Archivo Agencia EFE. ˆ p. 192 19

12

19 El coronel Pedro Vives Vich, padre de la aviación militar española. ˆ p. 215 21

13

20

20 El general José Villalba Riquelme. 21 El teniente coronel Antonio García Cortesía Archivo Martínez-Simancas. Pérez poco después de su regreso de ˆ p. 210 Marruecos. Cortesía Archivo Martínez- Simancas. ˆ p. 205 22

14

22 El alto comisario Gómez Jordana (padre), junto al presidente conde de Romanones, en su visita a Marruecos, julio de 1914. Cortesía Archivo Gómez-Jordana. ˆ p. 209 23

25

15

24

23 Fotografía del capitán de Infantería 24 El capitán Alonso Estringana. 25 El sargento Francisco Basallo se Asensi, héroe de la retirada de Cortesía Archivo Javier Sánchez Regaña. reencuentra con su madre en Melilla, la columna de Zoco el-Telatza ˆ p. 221 tras su regreso del cautiverio en Axdir. hacia la zona francesa, 1921. Revista Nuevo Mundo, 1923. Cortesía Archivo Jorge Garrido Laguna. ˆ p. 255 ˆ p. 234 1

26

27

26 El capitán José de la Lama 27 Estatua yacente en cobre, que convaleciendo de sus heridas,1911. homenajea al comandante Julio Benítez Fotografía de Juan Pando Despierto. Benítez, muerto en la defensa de ˆ p. 327 Igueriben, de Julio González Pola. Museo del Ejército de Toledo. ˆ p. 257 28

17

29

28 El teniente coronel Fernando Primo de 29 Busto en bronce de Diego Flomesta Rivera, laureado por su comportamiento Moya, prisionero en Abarrán, de Garrón. en la retirada de Annual y defensa de Academia de Artillería de Segovia. Monte Arruit al frente del Regimiento ˆ p. 323 de Alcántara. Cortesía AGMM-IHCM. ˆ p. 344 30

18

30 El coronel Gabriel de Morales, gran conocedor de los indígenas del Rif, durante una visita a la cabila de Beni Bu Ifrur, 1920. Cortesía Archivo General de Melilla. Colecciones Gráfi cas. ˆ p. 342 31

19

32

31 Los hermanos Abd el-Krim con el 32 El jerife de Yebala El Raisuni en empresario y fi lántropo Echevarrieta Tazarut, septiembre de 1922. durante las arduas negociaciones Archivo Agencia EFE. ˆ p. 411 para la liberación de los prisioneros de Monte Arruit, 1923. Cortesía AGMM-IHCM. ˆ pp. 349 y 383 Territorio y organización Tras la fi rma del Convenio franco-español del 27 de noviembre de 1912 y la posterior acepta- ción del sultán a través del dahir del 13 de mayo de 1913, se instauró el Protectorado hispa- no-francés en Marruecos. El artículo 1 del Convenio determinó que «El Gobierno de la Repú- blica francesa reconoce que, en la zona de infl uencia española toca a España velar por la tranquilidad de dicha zona y prestar su asistencia al Gobierno marroquí para la introducción de todas los reformas administrativas, económicas, fi nancieras, judiciales y militares de que necesita, así como para todos los Reglamentos nuevos y las modifi caciones de los Reglamen- tos existentes que esas reformas llevan consigo, conforme a la Declaración franco-inglesa de 8 de abril de 1904 y al Acuerdo franco-alemán de 4 de noviembre de 1911. Las regiones comprendidas en la zona de infl uencia determinada en el artículo II continuarán bajo la au- toridad civil y religiosa del Sultán en las condiciones del presente Acuerdo. Dichas regiones serán administradas, con la intervención de un Alto Comisario español, por un Jalifa que el Sultán escogerá de una lista de dos candidatos presentados por el Gobierno español. Las funciones de Jalifa no le serán mantenidas o retiradas al titular más que con el consentimien- to del Gobierno español». Marruecos quedó dividido en dos mitades, asimétricas en su extensión y poblamiento, siendo el norte de Marruecos la parte asignada a España para ejercer su protectorado. Los artículos 2 y 3 del Convenio establecieron los límites de la zona de Marruecos que quedaría bajo la infl uencia española. «En el Norte de Marruecos, la frontera separativa de las zonas de infl uencia española y francesa partirá de la embocadura del Muluya y remontará la vaguada de este río hasta un kilómetro aguas abajo de Mexera Klila [...] Al Sur de Marruecos, la frontera de las zonas espa- ñola y francesa estará defi nida por la vaguada del Uad Draa, remontándola desde el mar hasta su encuentro con el meridiano 11° al Oeste de París y continuará por dicho meridiano hacia el Sur hasta su encuentro con el paralelo 27° 40' de latitud Norte. Al Sur de este parale- y organización Territorio lo, los artículos V y VI del Convenio de 3 de octubre de 1904 continuarán siendo aplicables. Las regiones marroquíes situadas al Norte y al Este de los límites indicados en este párrafo pertenecerán a la zona francesa». «Habiendo concedido a España el Gobierno marroquí, por el artículo 8.° del Tratado de 26 de abril de 1860 un establecimiento en Santa Cruz de Mar Pequeña (Ifni), queda enten- dido que el territorio de este establecimiento tendrá los límites siguientes; al Norte el Uad Bu Sedra, desde su embocadura; al Sur el Uad Nun, desde su embocadura, al Este una línea que diste unos 25 kilómetros de la costa».

El norte de Marruecos

La parte norte de Marruecos es una zona litoral con una extensión de veinte mil kilómetros cuadrados. Al norte linda con el mar Mediterráneo y al oeste con el océano Atlántico. Síntesis de sus cuatro países: Garb, Gomara, Rif y Yebala, el conjunto protectoral conservaba, en su fachada mediterránea, las ciudades de Ceuta y Melilla, que mantuvieron —como hasta aho- ra— su condición de plazas de soberanía española. A esto se sumaba el condominio diplomá- tico de las grandes potencias sobre Tánger, que dio lugar al establecimiento, en 1912, de la llamada Zona Internacional. 21 22 Territorio y organización Archivo Legión /Agencia EFE. de laAdministración delaZona, septiembre de1943. editado porFrancisco VillarSalamanca, delineante la zonadeprotectorado españolsobre Marruecos Mapa querepresenta ladivisiónadministrativa de 23 Territorio y organización En un principio, el territorio quedó dividido en amplias demarcaciones bajo la autori- dad de las comandancias generales de Ceuta, Melilla y Larache (Real Orden de 24-4-1913), que eran las encargadas de extender la infl uencia española y administrar las zonas ocupa- das a través de las correspondientes ofi cinas de Asuntos Indígenas según las instrucciones del alto comisario. Posteriormente, en 1918 (Real Decreto de 11-12-1918), se transformó su organización, quedando dividido el territorio en dos zonas, una occidental y otra oriental, sometidas a las comandancias militares de Melilla y Ceuta. En 1927 el territorio se organiza en regiones. Más tarde, el régimen de la Segunda República estableció, a través del Decreto de 29-12-1931, seis regiones: tres civiles (Yebala Occidental, Yebala Oriental y Oriental) y tres militares (Yebala Central, Gomara-Chauen y Rif). El Servicio de Intervenciones dividió en el año 1935 el territorio en cinco regiones, a través del Decreto de 15-2-1935: Yebala, Lucus, Gomara, Rif y Kert, manteniéndose esta divi- sión hasta el fi nal del Protectorado, excepto la integración de Beni Said en Yebala. Las regiones se constituyeron como las unidades político-administrativas que agrupa- ron a las diferentes cabilas o tribus. La Alta Comisaría adscribió a cada cabila una ofi cina interventora.

Tánger, ciudad internacional

Tánger, una de las ciudades míticas del Mediterráneo de los años treinta y cuarenta del siglo XX, gozó de un estatus especial. La Zona Internacional de Tánger comprendía la ciudad marroquí y su hinterland. Tánger no estuvo, por tanto, bajo control español excepto por un corto perio-

Territorio y organización Territorio do de tiempo, a pesar de estar situada geográfi camente en el norte de Marruecos, sino que su gobierno y administración estuvieron bajo el mando de una comisión internacional com- puesta por varios países. Por su situación geográfi ca, junto al estrecho de Gibraltar, Tánger fue un enclave es- tratégico en el norte de África desde la Antigüedad, convirtiéndose en el centro del tráfi co mediterráneo. No en vano fue denominada «la puerta de África». Su estatus de ciudad internacional la convirtió en el punto de encuentro de las culturas árabe, cristiana y judía, y su permisividad en materia impositiva, en lo que hoy denominaría- mos un paraíso fi scal, por lo que allí instalaron su sede muchas empresas multinacionales de aquella época. El contexto histórico en el que se sitúa el Estatuto de Tánger como ciudad internacio- nal fue un periodo convulso dentro de la historia. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, la ciudad se llenó de refugiados, aventureros y espías de diferentes nacionalidades, convirtién- dose en un centro de negocios, bohemia cultural y espionaje, y en escenario para la fantasía pictórica, literaria y cinematográfi ca. El Estatuto de Tánger fue suscrito en un primer momento por España, Francia y el Reino Unido el 18 de diciembre de 1923. La administración de la ciudad y la de su periferia pasaron a ser confi adas a los representantes de las tres potencias, a las que se unió Italia en 1928, y posteriormente se sumarían Portugal, Bélgica y los Países Bajos. El Estatuto de Tánger dispuso en su artículo 5 que «la Zona de Tánger dispondrá, por 24 delegación de S. M. jerifi ana y a reserva de las excepciones previstas, de los más amplios poderes legislativos y administrativos. Esta delegación es permanente y general, salvo en materia diplomática, en la que nada se deroga de las disposiciones del artículo 5 del Tratado de Protectorado de 30 de mayo de 1912». El sultán, como soberano del Imperio jerifi ano, conservó su jurisdicción sobre la pobla- ción indígena de la Zona, y estaba representado por un mendub (alto comisario), que sería el jefe de la Administración indígena. Para auxiliar al mendub se nombró a un personal con- trolado por el Negociado de Asuntos Indígenas de la Residencia General Francesa de Rabat. En todos los demás asuntos de interés interior, la zona y la Administración de Tánger fueron autónomas. El poder legislativo estaba controlado por la Asamblea Legislativa internacional, com- puesta de veintiséis miembros, de los cuales seis eran musulmanes, cuatro españoles, cuatro franceses, tres ingleses, tres italianos, tres judíos, uno belga, uno holandés, uno portugués y uno norteamericano. Las decisiones de la Asamblea Legislativa debían ser ratifi cadas por un Comité de Control, compuesto por los cónsules de carrera de las potencias participantes. Además de legislar sus propias leyes, tenía un régimen arancelario especial, un tribunal mixto de justicia y su propia policía. A pesar de las tesis incorporacionistas de España para que la zona de Tánger formara parte de su Protectorado, fue el criterio internacionalista británico el que se impuso y, excep- to por un periodo de ocupación española durante la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo como un enclave internacional hasta la independencia de Marruecos. La ocupación española de Tánger tuvo lugar entre 1940 y 1945. El 14 de junio de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, el mismo día de la entrada de las tropas alemanas en París, una nota del Ministerio de Asuntos Exteriores, del ministro Juan Beigbeder, estable- cía que «con objeto de garantizar la neutralidad de la Zona y ciudad de Tánger, el Gobierno

Español ha resuelto encargarse provisionalmente de los servicios de Vigilancia, Policía y Se- y organización Territorio guridad de la Zona, para lo cual han penetrado esta mañana fuerzas de la Mehalla. Quedan garantizados todos los servicios existentes, que continuarán funcionando normalmente». El 30 de julio de 1940 el ministro de España en Tánger, Manuel Amieva y Escandón, fue nombrado administrador de la ciudad al frente de la Asamblea Legislativa. El 3 de noviembre del mismo año, un bando del coronel Antonio Yuste ordenó el cese de las funciones del Comi- té de Control, de la Asamblea Legislativa y de la Ofi cina Mixta de Información, asumiendo las funciones de delegado del alto comisario e incorporando la Zona de Tánger al Protectorado español en Marruecos. Dos días antes, otro bando había restablecido la circulación de la peseta en Tánger con fuerza liberatoria, suprimida desde 1936. En noviembre de 1940, Tánger sería anexiona- da al Protectorado español de Marruecos y suprimidos los órganos internacionales que hasta entonces habían regido su destino. Esta anexión vino acompañada por la aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas, del año 1939, seguida de represión contra aquellos fun- cionarios que habían permanecido fi eles a la República española. Al fi nal de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, las autoridades franquistas devolvie- ron la ciudad a su estatus internacional: el 11 de octubre sería restablecida la administración internacional por iniciativa de los Gobiernos norteamericano, británico y soviético. El 1 de enero de 1957, tras la independencia de Marruecos, las potencias administra- doras pusieron fi n al régimen internacional, no siendo defi nitiva la incorporación de Tánger a Marruecos hasta el 11 de abril de 1960. 25 Este libro se encadena, ampliando su dimensión informativa, con la página web www.lahistoriatrascendida.es 1877 1921

Volumen I El Protectorado español español El Protectorado en Marruecos co y emocional Repertorio Repertorio biográfi

Colección páginas de historia Dirección de José Manuel Guerrero Acosta Presentación

31 Ignacio Sánchez Galán 33 José Manuel Guerrero Acosta

1877I. Los precursores 1912

I.I Con el pensamiento en la otra orilla

43 Cervera Baviera, Julio 47 Costa Martínez, Joaquín 64 Delcassé, Théophile Pierre 68 Ribera y Tarragó, Julián

I.II Ensoñaciones y realidades

71 Cenarro Cubedo, Severo 72 Lerchundi y Lerchundi, José Antonio Ramón de (Padre Lerchundi) 109 Nieto Rosado, Juan 110 Ovilo Canales, Felipe 112 Tapiró i Baró, Josep

I.III Príncipes y embajadores

115 Abd al-Aziz, Muley Ben Hassán 117 Alfonso XIII 118 Canalejas y Méndez, José 119 Figueroa y Torres, Álvaro de 120 Geoff ray, Léon Marcel 121 Hafi d Ben Hassán, Muley 125 Muley Hassán I 130 Larrea y Liso, Francisco 131 León y Castillo, Fernando, marqués del Muni 135 Marina Vega, José

I.IV Heridas tempranas

137 Noval Ferrao, Luis (el cabo Noval) 142 Yilali Ben Salem Zerhuni el Iusfi (conocido como Muley Mohammed Ben Muley el Hassán Ben Es-Sultan Sidi-Mohammed Bu-Hamara. El Rogui)

1912 II. Años de tempestades 1927 Sangre en los campos del Rif (1912-1921)

II.I Los responsables

191 Alfau Mendoza, Felipe 192 Berenguer Fusté, Dámaso 193 Bermúdez de Castro y O'Lawlor, Salvador, segundo marqués de Lema y segundo duque de Ripalda 196 Fernández Silvestre, Manuel 196 Marichalar y Monreal, Luis de 197 Navarro y Ceballos-Escalera, Felipe II.II Los imprescindibles

199 Angoloti y Mesa, Carmen, duquesa de la Victoria 203 Battenberg, Ena de (Victoria Eugenia) 204 Dato e Iradier, Eduardo 205 García Pérez, Antonio 209 Gómez Jordana, Francisco 209 Pagés Miravé, Fidel 210 Villalba Riquelme, José 215 Vives Vich, Pedro

II.III Los sacrifi cables

221 Alonso Estringana, Francisco 229 Alzugaray y Goicoechea, Emilio 232 Arenas Gaspar, Félix 234 Asensi Rodríguez, Francisco 253 Barreiro Álvarez, Manuel 255 Basallo Becerra, Francisco 257 Benítez y Benítez, Julio 265 Bens Argandoña, Francisco 268 Bernal González, Elías y Dueñas y Sánchez, Francisco de 290 Buzian, Al-lal-Gatif Ben y Vicente Cascante, Moisés 319 Casado Escudero, Luis 322 Castro Girona, Alberto 323 Flomesta Moya, Diego 325 García Martín, Mariano 327 Lama y de la Lama, José de la 342 Morales y Mendigutía, Gabriel 343 Muñoz-Mateos y Montoya, Luis 344 Primo de Rivera y Orbaneja, Fernando 345 Ramos-Izquierdo y Gener, Rafael 347 Rodríguez Fontanes, Carlos 347 Vázquez Bernabéu, Antonio

II.IV Los rebeldes

349 Abd el-Krim El Jattabi, Mhamed 383 Abd el-Krim El Jattabi, Mohammed 406 Amezzián, Sidi Mohammed 411 El Raisuni, Muley Ahmed Ben Mohammed Ben Abdallah

II.V Los leales

449 Abd el-Kader Tayeb, Ben Chiqri Ahmed El Hach 452 Abd el-Malek Meheddin

Apéndices

482 Cronología Juan Pando Despierto

498 Índice Onomástico / Toponímico / Temático

Ignacio Sánchez Galán Presidente de Iberdrola

En noviembre de 2013, tuve el honor de presentar, junto al ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación del Gobierno de España, José Manuel García-Margallo, la obra El Protectorado español en Marruecos: la historia trascendida, que ya se ha convertido en una referencia obligada para todos los estudiosos de este periodo histórico. Aquel día manifesté que, para Iberdrola, era una grandísima satisfacción respaldar un proyecto editorial que, coincidiendo con el centenario de la instauración del Protectorado español en Marruecos, tenía como principal objetivo contribuir a recuperar unos hechos his- tóricos que no deben caer en el olvido. Dos años después, damos continuidad a ese proyecto con la publicación de una nue- va obra, El Protectorado español en Marruecos. Repertorio biográfi co y emocional, con la que queremos recordar a las personas que protagonizaron esos hechos históricos, en campos tan diversos como la diplomacia, la política, la educación, la literatura o la pintura, sin olvidar a los militares que participaron en las distintas campañas. Para ello, este libro reúne más de ciento sesenta biografías de personajes relevantes, a través de las cuales podemos seguir profundizando, desde un punto de vista más humano, en un protectorado que —con sus luces y sus sombras— tanto supuso para Marruecos y para España. En este sentido, hay que destacar la singularidad de este protectorado que, después de unos primeros años algo convulsos, se caracterizó por una buena convivencia social, gra- cias a las mujeres y a los hombres —españoles y marroquíes— que lo vivieron en primera persona y que supieron construir un espacio común de entendimiento, sobre las bases de la cooperación y el respeto a la diversidad; un espacio de infl uencia recíproca, que se retrata a la perfección en la obra La historia trascendida y que ahora se completa con el Repertorio biográfi co y emocional. Personalmente, considero que la refl exión histórica es clave para las sociedades y para los individuos, por cuanto nos permite aprender de los errores, profundizar en los acier- tos, entender los distintos comportamientos y ahondar en las diferentes sensibilidades. Por ello, agradezco a todas las personas que han participado en esta publicación su trabajo y su esfuerzo, y animo a todos los estudiosos y afi cionados a disfrutarla y a ahondar aún más en este periodo de nuestra historia. 31 2 3 José Manuel Guerrero Acosta Director de la obra

Este libro no es un diccionario biográfi co. Tampoco pretende ser una exhaustiva recopilación de personajes importantes. Únicamente aspira a servir de amena herramienta a aquel lector que quiera aproximarse a la vida de unos seres que fueron protagonistas de las pequeñas y grandes historias de nuestro Protectorado en Marruecos. Esta obra es deudora tanto en su génesis como en una parte fundamental de su conte- nido a la labor entusiasta y sentida de nuestro entrañable historiador Juan Pando Despierto, a su maestría para el ensayo y a su cariño por nuestra Historia con mayúsculas. Y en particu- lar, a su sensibilidad para comprender y saber divulgar la enorme, y poco conocida, cuando no denostada, labor de España en aquella parte del norte de África que nos correspondió administrar en nombre del sultán de Marruecos. Algo que llamará la atención del lector será la diversa extensión de las biografías recopiladas en este trabajo. Cierto número de estas semblanzas biográfi cas nacieron con ocasión de la publicación del libro El Protectorado español en Marruecos: la historia trascen- dida y la web www.lahistoriatrascendida.es, creada para complementarlo. El resto han sido elaboradas por un elenco de autores que han dedicado a cada personaje una extensión simi- lar, matizada por su importancia y por la información disponible. En ambos extremos, tanto las biografías más largas como la mayor parte de las de menor extensión impresas desde la web se deben a la mano de Juan Pando, decano de los que hemos formado parte de este equipo de trabajo. Desfi lan por las páginas de este libro una galería de mujeres y hombres, un reparto de papeles agrupados por los quehaceres, profesiones o ideales que les unieron ante el destino. En este dramatis personae, que diría el teatro clásico, abundan los militares, como no podía ser menos por el destacado papel que jugaron en los años de campañas y en la administra- ción. Pero también médicos, arquitectos, educadores, escritores... Y, durante la lectura de sus respectivos recorridos vitales, aparecen las acciones que protagonizaron y sus realizaciones, a veces inmensas, a veces anecdóticas, otras veces sencillamente heroicas, aunque no esté de moda el término. Sus aciertos y errores, las luces y sombras de la política, de la diploma- cia y de la milicia de una época convulsa, pero apasionante. Entre la tinta de las letras y las imágenes impresas se encontrarán la tragedia de la guerra y las esperanzas y realizaciones de la paz. 33 En gran medida España afrontó su labor en el Protectorado con un espíritu muy cer- cano a aquel en que tradicionalmente se había fundamentado nuestra obra de conquista y evangelización en ultramar. Baste recordar la forma en que debían desarrollar su labor los interventores, los representantes más visibles de la administración española desplegados por aquella agreste zona norte del Imperio de Marruecos. En los escritos fundacionales de la aca- demia de formación de estos se defi nía al interventor como hombre joven, cristiano, generoso y dado a la hidalguía. La frase resume unos postulados básicos: juventud para enfrentar la tarea con entusiasmo, y religiosidad y desinterés para dar el mejor trato a los administrados. Al interventor se le ha defi nido como la piedra angular del Protectorado español en Marruecos1. Sus cometidos eran muy diversos. Eran los ejes del engranaje de la Delegación de Asuntos Indígenas, el enlace entre las autoridades españolas y las del jalifa o representan- te del sultán. Supervisaban la educación, los impuestos, el censo de la población, las armas particulares; mediaban en justicia; ayudaban a los médicos en las campañas de vacunación o en el control de las epidemias y en el funcionamiento de los dispensarios. Ello da idea de ese espíritu con que España quiso afrontar sus responsabilidades en el Protectorado. Como ejemplo de estos interventores puede citarse a Andrés Sánchez Pérez, una de las muchas fi - guras rescatadas del olvido con las que el lector va a encontrarse a lo largo de estas páginas. Antes de que se materializara el Protectorado, hubo hombres que soñaron con una España volcada en la labor social, política y apostólica en el norte de África. Porque desde siempre, la orilla sur del Mediterráneo había estado más presente en la vida de muchos espa- ñoles que la realidad del otro lado de los Pirineos. Los proyectos de la intelectualidad del fi n del diecinueve —el Padre Lerchundi, Joaquín Costa o Severo Cenarro, o las mistifi caciones orientalistas refl ejadas por los pinceles de Josep Tapiró— abrieron el camino a políticos y diplomáticos. Aunque los ideales no siempre cristalizaron como hubieran querido aquellos que los imaginaron. Es evidente que hubo luces y sombras. Al socaire de aquellas buenas intenciones, medraron también no pocos oportunistas, aunque en aquellas improductivas tierras que nos tocaron en el reparto de la Conferencia de Algeciras pudieron enriquecerse más bien pocos. En el acta de dicho acuerdo diplomático se establecía que las potencias administradoras, España y Francia, se ocuparían de «asegurar el orden, la paz y la seguridad». La primera etapa de nuestra presencia chocó con la rebeldía de algunas de las tribus rifeñas más irre- ductibles y de líderes como El Roghi; y luego, bajo la idea de la penetración pacífi ca, con la resistencia armada de algunos líderes normarroquíes —El Raisuni, Abd el-Krim— que nunca reconocerían la autoridad del sultán ni la de sus infi eles representantes europeos. La colisión entre dos mundos de tan diferente cultura, religión, economía e intereses cabía esperarse. Sin embargo, es evidente que en términos generales fue mucho menos virulenta que la que encontraron otras aventuras coloniales europeas en el continente africano. Qué duda cabe de que los prejuicios ancestrales contra los moros se hallaban vivos en parte de la sociedad española de principios del siglo XX, y abundaban actitudes despreciativas o cuando menos de claro signo paternalista. Pero también fueron muchos los que vieron en los nativos seres humanos merecedores de todo el respeto. Frente a los abusos comunes en todas las guerras de ciertos individuos, convertidos en vulgar soldadesca —los hubo por ambas partes en momentos puntuales, como las atrocidades cometidas contra nuestros soldados indefensos de Monte Arruit o la posterior revancha española—, brillan los ejemplos de espa- 34 ñoles y marroquíes que trataron al vecino de la otra orilla con consideración y con afecto. Hubo muchos normarroquíes que fueron amigos fi eles, como aquel Abd el-Malek Mehed- din, igual que hubo españoles que comprendieron y conocieron a los marroquíes, como, por citar un ejemplo, el coronel Morales, ofi cial de la Policía Indígena cuyos adversarios rifeños devolvieron respetuosamente su cadáver tras la debacle de Annual. Por estas páginas des- fi larán semblanzas sencillas de muchos de los soldados que cayeron en cumplimiento del deber en las colinas y barrancos del Rif, Yebala, el Kert o Gomara, y completas y emocionan- tes biografías que por vez primera ponen en valor la grandeza de fi guras de leyenda como Gónzalez-Tablas, Valenzuela o los capitanes Alonso y Asensi, héroes olvidados de la retirada de Zoco el Telatza en el verano de sangre de 1921. No faltan personajes arquetípicos de la violenta aventura africana, como El Raisuni y su enemigo, el general Fernández Silvestre, cuyas personalidades enfrentadas quedaron defi nidas en aquel título cinematográfi co de El viento y el león. La tónica general con que la mayor parte de los representantes de la milicia y de la administración hispana en el Protectorado se enfrentaron a su labor no fue la de sacar prove- cho del moro; más bien, fueron los habitantes del norte de Marruecos los que resultaron a la postre benefi ciados por la acción de una España que, dentro de sus limitaciones materiales, puso en marcha una enorme maquinaria. En un primer tiempo, sería de carácter bélico al servicio del sultán; posteriormente lo fue de desarrollo social, político y cultural. En realidad, esta última siempre estuvo en funcionamiento de forma paralela a la militar, pero alcanzaría su cenit a partir de la tercera década del siglo XX, tras el punto de infl exión que signifi caron el desembarco de Alhucemas y la paz de 1927. España no podía esquilmar el norte de Marruecos como hicieron otras potencias co- loniales, aunque se lo hubiera propuesto, porque las posibilidades naturales del territorio que nos fue adjudicado en el reparto de 1912 no lo permitían. Pudo haberse desentendido de la suerte de sus habitantes, pero tampoco lo hizo. Para la historia quedan ejemplos como la generosa obra asistencial de la efi caz doctora y grandiosa mujer María del Monte, que desarrolló durante el mandato en la Alta Comisaría de su protector, el teniente general conde de Jordana. Y, después de la guerra, mientras en la Península se pasaban hambre y estreche- ces económicas y el Auxilio Social no daba abasto en pueblos y ciudades, en el Marruecos español se hacían obras públicas y se levantaban dispensarios médicos y escuelas. Y se ampliaban y desarrollaban los núcleos urbanos, donde aparecieron barriadas integradas en las antiguas medinas y no de espaldas a estas. Mientras en la metrópoli de la posguerra estaba prohibida toda especie de actividad política al margen del Régimen, en el Marruecos español se permitieron los partidos y hasta recibieron fi nanciación sus actividades y medios de difusión. La misma Liga Árabe reconoció el aumento del nivel de vida que se produjo en la zona española gracias al empeño del Gobierno de Madrid. Su mayor expresión se alcanzó proba- blemente durante el periodo de mandato como alto comisario del bilaureado general José Enrique Varela Iglesias. Varela desarrolló una importante labor para elevar las condiciones de vida de la población autóctona entre 1945 y 1951. Tanto el alto comisario como la doctrina ofi cial del Gobierno español sobre el Protectorado consideraban que el fi n del mismo era la «emancipación del pueblo marroquí» y que para ello era fundamental la educación2. Un ejemplo de la labor por avanzar en el campo educativo y cultural es el de Mariano Bertuchi, el pintor de la luz, el paisaje y el paisanaje de Marruecos y su labor al frente de la Escuela de Bellas Artes de Tetuán. Y, como no hablamos solo de españoles y marroquíes, recordaremos 35 al escritor Paul Bowles, que, más allá de la fama obtenida de sus novelas, brilla en estas pá- ginas por su labor de recopilación del folclore de la zona norte que constituye hoy día una colección única en su género en todo el continente africano. En aquellos años cuarenta y cincuenta, destacados arquitectos como Pedro Muguru- za proyectaban ensanches urbanos en ciudades como Tetuán, de una forma diametralmente opuesta a los que se realizaban en la zona francesa, es decir, integrando la parte nueva de la ciudad en la parte tradicional de la antigua medina musulmana, evitando así su aislamiento o convertirla en un gueto, como ocurrió en el Argel de los años cuarenta. Si bien es cierto que la relativa libertad política concedida en el Protectorado español durante la posguerra fue una herramienta que la administración franquista utilizó para en- cauzar el incipiente nacionalismo y oponerse a la acción de Francia en la zona sur, también lo es que facilitó el camino hacia la madurez política y la independencia. Una independencia ya presentida como inevitable en informes que manejaban los servicios de información espa- ñoles y el propio alto comisario García-Valiño a primeros de 1955, cuando el caos se adue- ñaba del Protectorado francés, mientras en el español la situación era de calma. Las instruc- ciones que recibieron todas las autoridades y consulados españoles en la zona rezaban así3:

No discutir ni cuestionar el hecho de la independencia. Ayuda ilimitada al partido Magreb Horr. Apoyo a notables amigos. No apoyar insurgencia. Simpatía sin colaborar. Mostrar hon- radez, seriedad y energía. Armar a los mejaznies de ciudades y fronteras. Política en el cam- po: vista gorda a las movilizaciones nacionalistas pro hispanas.

Aunque fi nalmente los acontecimientos se precipitaron y el nacionalismo que había crecido durante años protegido por nuestra administración, como el de Abd el-Jalek Torres, acabó volviendo la espalda a España, la transferencia de la soberanía a las legítimas autori- dades de Marruecos fue ejemplar. Muchas familias civiles y militares hubieron de abandonar casi de la noche a la mañana sus lugares de nacimiento o adopción, mientras se transfe- rían la administración y las instalaciones a las nuevas autoridades alauitas y se retiraba un enorme contingente militar con todos sus medios y equipamiento. Fue una retirada que se desarrolló durante seis años y en la que más de ciento diez mil españoles abandonaron las ciudades de Arcila, Xauen, Larache, Villa Sanjurjo, Nador, Tetuán... Además, más de nueve mil funcionarios civiles y casi treinta y tres mil efectivos de los tres ejércitos. En cuanto a material, se movieron el equipo, armamento, munición, vehículos, etc. correspondientes a siete grandes guarniciones, cincuenta y siete destacamentos y campamentos, decenas de posiciones de artillería de costa y cuatro aeródromos. A este respecto, cabe recordar una de las frases con que el último general en jefe del ejército español en el norte de África, Alfredo Galera Pania- gua, despedía ofi cialmente nuestra presencia en aquel territorio, en su Orden general de 31 de agosto de 1961:

Somos el ejército de una nación que nunca fue colonialista, que cuando hace siglos em- prendió una labor ultramarina, la consumó dando vida a veinte nuevas nacionalidades de su estirpe. Por eso hoy, en la plenitud de la soberanía de Marruecos, dejamos esta tierra en la que han vivido y muerto generaciones de soldados españoles, con la satisfacción de otro histórico deber cumplido y con la esperanza en la mayor felicidad y ventura del pueblo de 36 Marruecos... Paradójicamente, el país que con mayor altruismo cuidó los intereses de los marro- quíes fue el más maltratado por estos en la independencia; la infl uencia española, la lengua y la cultura hispánicas fueron postergadas, cuando no atacadas frontalmente. La élite polí- tico-militar que dirigió los destinos del país a partir de 1956, formada mayoritariamente a la sombra de Francia, prefi rió utilizar la lengua de Molière y los usos de aquellos que les habían tratado con mano de hierro, dejando de lado el importantísimo legado español. Comenzó una época de desencuentros entre los dos vecinos, en el marco de las rivalidades entre los dos bloques y la guerra fría. Para muchos españoles que conocían profundamente la situación, como era el caso de Muñoz Grandes y sus colaboradores del Alto Estado Mayor en Ceuta, se desvaneció poco a poco la ilusión de que las relaciones entre ambos países podían y debían sustentarse en la confi anza mutua y en un espíritu fundado en años de conocimiento y de intereses muy cercanos. Sabían que estábamos condenados a entendernos, pero entraron —entramos—, casi sin darnos cuenta, en una era de enfrentamientos comerciales y políticos. Cabe preguntarse hasta qué punto los líderes políticos de ambas orillas estuvieron a la altura de las circunstancias. Sin embargo, y a pesar de todo, la huella de España fl ota aún sobre los campos y las ciudades del norte de Marruecos. Para el visitante español actual de aquellos lugares, la sensación en general es la de ser recibido como un antiguo vecino. Como testigos vivos de la acción española quedan los edifi cios emblemáticos de las ciudades principales, mientras que el abandono en que se encuentran otros da cuenta por sí solo de la decadencia de una herencia lamentablemente dilapidada. Encontrará el lector retazos de todo ello surcando estas páginas, entre las semblanzas de algunos de los hombres y mujeres que se esforzaron por hacer avanzar la cultura, la educación o la sanidad, y las imágenes de la realidad viva del Marruecos actual. Completan este trabajo referencias a los escritores y personajes que han descubierto a muchos lectores de todo el mundo aspectos de nuestro pasado, como María Dueñas y sus Beigbeder y Rosalinda, la Juanita Narboni de Ángel Vázquez o el comandante Benítez de Rafael Martínez-Simancas, ya para siempre personajes legendarios de nuestro Protectorado. En esta obra se ha querido abarcar un amplio espectro temático, para lo cual hemos tenido la fortuna de contar con un equipo de notables especialistas. A cada uno de ellos se le ha pedido que seleccionara un elenco de personajes emblemáticos que proporcionaran una idea lo más completa posible sobre un campo determinado de los muchos que caben en la historia del Protectorado. Así, Irene González ha acometido la labor de dar a conocer a las mujeres y hombres de tres culturas que destacaron por su empeño en pro de la educación y las artes. José Luis Isabel ha rebuscado entre sus documentos y datos de archivo para poner en valor los historiales de una representación de los millares de militares que combatieron en los campos africanos, unos conocidos y otros apenas mencionados; Jesús Albert proporcio- na nuevas perspectivas sobre personajes tan poco tratados como los políticos españoles y franceses de los años treinta, los militares represaliados en 1936, un buen puñado de perso- nalidades marroquíes o los ingenieros y arquitectos cuyas obras aún pueden contemplarse en el Marruecos actual. El autor de estas líneas ha tratado de refl ejar la vertiente literaria más actual y de éxito relacionada con el Protectorado, así como dar a conocer nombres de ám- bitos diversos de la milicia. Otros autores como Francisco Ramos, Luis Feliu o Jorge Garrido han contribuido con enriquecedoras aportaciones individuales, con perspectivas novedosas y emotivas. Como ya ha quedado indicado, Juan Pando ha dedicado muchas horas de su 37 tiempo —más bien cabría decir que se ha consagrado en los últimos años a esta tarea— a recopilar una ingente cantidad de documentación, en gran parte inédita, que va desgranan- do en cada párrafo de sus extensas y ricamente ambientadas biografías. En ellas prima la emoción sobre la erudición, que también es inmensa. Por ello, y en gran parte por su culpa y por la de los demás autores que hemos aceptado idéntico reto, esta obra lleva en su título el añadido deliberado de «emocional». El lector encontrará esta publicación estructurada en dos volúmenes, distribuidos cronológicamente. Una presentación de cada capítulo pretende ayudar a situarse en el pe- ríodo correspondiente e introducir al grupo de personajes protagonistas seleccionados en ella. Unos cuadernillos amplían gráfi camente el sentido del relato provocando una relación entre dos estratos históricos y registros narrativos: el diálogo entre fotografías documentales históricas y un ensayo visual del Marruecos actual. Las imágenes, la cartografía y los índices hacen de especial pegamento de este variado contenido. Al fi nal, y en un mismo conjunto, se ha agrupado el índice onomástico, temático y toponímico, que se completa con un glosario que el lector irá encontrando a pie de página a medida que los términos vayan apareciendo en el texto. Confi amos en que este trabajo suponga una contribución que apunte a la realización futura de un diccionario biográfi co del Protectorado. Cuestión que solo será posible cuando el nivel de estudios en cuanto a producción bibliográfi ca y a clasifi cación —y por supuesto, el acceso a la documentación— alcance el nivel que la cuestión se merece. Quizás no es desca- bellado pensar que algún día pudiera crearse un archivo unifi cado sobre el Protectorado, al estilo del Archivo General de Indias de Sevilla. Resta agradecer a Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, las muchas facili- dades dadas para poder desarrollar este trabajo. Especialmente también al equipo formado por Montse Barbé, Ana de la Fuente y Ana Martín. Al buen hacer editorial de Guillermo Pane- que y al estudio de diseño gráfi co Sánchez/Lacasta. A los autores, por su trabajo de búsque- da y selección de fuentes documentales, bibliográfi cas y archivísticas. En ocasiones han sido necesarias horas y horas de búsqueda y de lectura y una gran capacidad de análisis —y al mismo tiempo, de síntesis— para enfrentarse a la tarea de redactar un simple párrafo de una biografía. Especial agradecimiento debemos a Jesús Albert y sus valiosos consejos sobre la materia. Al personal de la Biblioteca Nacional, que amablemente nos facilitó el acceso a los fondos fotográfi cos de la colección García Figueras. A la Biblioteca Islámica y su personal, encabezado por Luisa Mora. Al Archivo General Militar de Madrid por la cesión de fotografías de su rica sección de iconografía; y al resto de las entidades que las han proporcionado, incluyendo al Grupo de Estudios Melillenses en la persona de Benito Gallardo, cuyo apoyo ha sido muy importante. A Jorge Garrido por la cesión de fotografías de su archivo familiar. A Francis Tsang por su esfuerzo para dotarnos de una interesante recopilación fotográfi ca del Marruecos de hoy. Y, por supuesto, dejar constancia de la sensibilidad por los temas nortea- fricanos de Julián Martínez-Simancas, de su iniciativa, entusiasmo y prestigio, que han sido ejemplo y acicate permanente para todos desde el primer momento de enfrentarnos a las muchas horas dedicadas a esta tarea.

38

Notas

1 J. L. Villanova Valero, Los 2 F. Martínez Roda, Varela. El 3 Nota manuscrita que resume el interventores, la piedra angular general antifascista de Franco, contenido de una reunión del Protectorado español en Madrid, La Esfera de los Libros, mantenida con el alto comisario Marruecos, , Bellaterra, 2012, p. 389. García-Valiño el 27 de diciembre 2006. de 1955. Ver J. M. Guerrero Acosta, La vida dos veces, [Madrid], Estudios Especializados, 2014. Los autores

Jesús Albert Salueña J. A. S.

Luis Feliu Bernárdez L. F. B.

Jorge Garrido Laguna J. G. L.

Irene González González I. G. G.

José Manuel Guerrero Acosta J. M. G. A.

José Luis Isabel Sánchez J. L. I. S.

Juan Pando Despierto J. P. D.

Francisco Ramos Oliver F. R. O.

Francis Tsang Fotografías. Marruecos hoy

39 1877I.I Con el pensamiento en la otra orilla 1912 42

I.II Ensoñaciones y realidades 70

I.III Príncipes y embajadores

114

I.IV Heridas tempranas 136 I Los precursores Los Marruecos es un pueblo menor de edad, hay que actuar con él como con un amigo desvalido: protegerle siempre que se pueda hacer sin perjuicio de España.

Felipe Ovilo y Canales, 1894

A fi nales del siglo diecinueve, España perdía sus últimas posesiones en América y Asia. Tras fi nalizar el sueño de ultramar, llegaba la corriente regeneracionista de los intelectuales del 98. Los ideales de reforma y renovación social, cultural y política de la España que estrenaba siglo se encontraban con el contrapunto de un nuevo campo hacia el exterior. África era para algunos el continente hacia el que debía proyectarse una renovada acción colonizadora que, mediante la penetración pacífi ca, llevara los ideales de progreso y modernidad a la otra orilla del Mediterráneo. Los Costa, Giner de los Ríos, León y Castillo, Ovilo, Cenarro, Lerchundi, y tantos otros ideólogos y hombres de acción, habían dado desde los años ochenta decimonó- nicos los primeros apuntes de la propuesta civilizadora de España en el norte del Imperio de Marruecos. El territorio que nos fue asignado por el reparto de la conferencia de Algeciras de 1906 y el tratado hispano-francés de 1912 se convertía en el sueño de África. Pero la empre- sa iba a quedar marcada por la época del colonialismo europeo y sus connotaciones de ex- plotación económica, y condicionada por una metrópoli que tenía en su seno graves proble- mas por resolver. Nacía, además, enfrentada a un imperio que existía solo sobre el papel y a espaldas de cuyas autoridades y habitantes se había repartido su territorio. La resistencia ante cualquier imposición autoritaria, tanto del propio sultán como extranjera, por parte de las belicosas tribus norteñas, no se haría esperar. Los ecos de las conversaciones de diplomá- ticos, políticos y embajadores se fueron apagando a la par que surgía el tronar de las armas de los guerreros que se cubrían con chilaba o con el uniforme de rayadillo.

J. M. G. A. I.I Con el pensamiento en la otra orilla

42 Cervera Baviera, Julio

Segorbe, Castellón, 23 de enero de 1854 - Madrid o Valencia, ¿1929-1936?

Ingeniero militar, con amplios conocimientos sobre Marruecos, país sobre el que publicó varios trabajos. Exploró el Sáhara. Uno de los precursores de la telegrafía y telefonía sin hilos. Diputado, militó en el partido republicano.

Nacido en el seno de una familia acomodada, de tendencias liberales, comenzó los estudios de Ciencias Físicas y Naturales en la Universidad de Valencia, abandonándolos dos años después para ingresar en la Academia de Caballería. En 1875 fue promovido a segundo te- niente. Siendo alumno solicitó que se le eximiese por razones médicas de la clase de equita- ción, lo que no le auguraba un gran futuro en la caballería de la época. Tras un breve periodo como ofi cial de Caballería, en el que no llegó a participar en combates contra los carlistas, en 1877 solicitó dos meses de licencia por asuntos propios que empleó en visitar Larache y Fez. Un año más tarde, Julio Cervera ingresó como alumno en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, de donde salió promovido a primer teniente en 1882. Al parecer, en ese mis- mo año dibujó un plano de la ciudad de Melilla en escala 1/5000, quizás como parte de las prácticas académicas. En ese momento, más de veinte años después del tratado de paz con Marruecos de 1860, España aún no había ocupado ni fortifi cado los límites que ese tratado concedía a la ciudad de Melilla. En 1884, Cervera publicó en la Revista Científi co-Militar su Geografía Militar de Ma- rruecos, obra escrita fundamentalmente a partir de sus numerosas lecturas sobre el país. En su introducción decía textualmente:

Si al alumno de estado mayor y al de ingenieros se le exige el conocimiento detallado de los teatros de la guerra de Silesia, de Salzburgo, de Transilvania y del Cáucaso, con mayor razón debe exigírseles el conocimiento, más detallado aún, de los teatros de la guerra en el Moghreb. Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Julio Cervera Baviera orilla Julio Cervera Con el pensamiento en la otra precursores. Los

Este párrafo descubre que el interés de Julio Cervera por Marruecos estaba motivado por la previsión de hipotéticas operaciones militares españolas en ese país. En la Academia de Ingenieros Julio Cervera había coincidido y establecido relaciones de amistad con los tres alumnos marroquíes becados por España (Hamet ben Shucron, Abde- selam el Fassi y Mohammed Schedadi) que, tras estudiar en el Colegio Alfonso XII de El Esco- rial, continuaron su formación para convertirse en ingenieros militares. Es muy probable que estos marroquíes ayudasen a Cervera con su libro colaborando en la transcripción de la complicada fonética marroquí e incluso con aclaraciones a las informaciones recogidas en los textos que le sirvieron de fuente. El éxito de su Geografía despertó el interés de la Sociedad Geográfi ca de Madrid, que en el verano de 1884 propuso a Julio Cervera que solicitase al ministro de la Guerra cuatro meses de permiso, al objeto de realizar un viaje por Marruecos. La fi nalidad de esta expedi- ción era confi rmar sobre el terreno lo teóricamente descrito en su obra. El ministro de la Guerra, 43 Juan de Dios Córdoba, no solo concedió permiso a Cervera, sino que declaró la expedición como «comisión de servicio» apoyándola en todo lo necesario. No en vano la expedición, más que exploración geográfi ca, era un reconocimiento militar. Desde Ceuta pasó a Tetuán, siguiendo a Alcazarquivir, Fez, Rabat, Mehdía (La Mamo- ra de los portugueses), Larache, Arcila y Tánger. En defi nitiva, la zona noroccidental del Impe- rio de Marruecos, comprendida dentro del bled-es-majzén. El resultado del viaje a Marruecos quedó plasmado en la obra Expedición geográfi - co-militar al interior y costas de Marruecos, publicada en 1885, también por la Revista Cien- tífi co-Militar. Lo más interesante del libro, más que las descripciones geográfi cas de los itine- rarios, son las apreciaciones sobre la sociedad marroquí, su organización administrativa, política y militar. En Fez, Julio Cervera encontró a sus antiguos condiscípulos marroquíes de la Academia de Guadalajara. Estos se mostraban decepcionados ante el desprecio que mos- traba el Gobierno marroquí hacia los conocimientos técnicos adquiridos en España. Al pare- cer, solo para mantenerles ocupados el Majzén les había ordenado proyectar un canal para la ciudad de Fez que sabían nunca se construiría. La publicación de este nuevo libro motivó que se contase con Julio Cervera para nuevas expediciones. En 1886, junto con el geólogo Quiroga, el intérprete Rizzo y una escol- ta de los Tiradores del Rif de la guarnición de Ceuta, que actuarían también como intérpre- tes, fue comisionado para recorrer las costas del Sáhara y del sur de Marruecos. Allí fi rmó algunos tratados con los notables de la región por los que estos aceptaban la protección de España. La exploración estaba apoyada por la Sociedad Geográfi ca de Madrid y por la Sociedad Geográfi ca y Comercial. A su regreso, los expedicionarios fueron recibidos en Madrid como héroes. A los ojos de la opinión pública de la época, Cervera se había conver- tido en el máximo experto en asuntos marroquíes. Sin embargo el Gobierno de Sagasta no publicitó la exploración ni los tratados, algo que de acuerdo a la Conferencia de Berlín era imprescindible para que las otras potencias reconociesen los derechos de España en la región. En 1888 fue nombrado agregado militar en la legación española en Tánger, donde como muchos de sus predecesores y sucesores en el cargo tuvo diferencias con los diplomá- ticos españoles. Cervera se enfrentó con el representante de España en Tánger, Francisco Rafael Figuera, y como consecuencia perdió su destino, quedando disponible. Junto a él Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Julio Cervera Baviera orilla Julio Cervera Con el pensamiento en la otra precursores. Los volvieron a España, por los mismos motivos, los hermanos Álvarez Cabrera, miembros de la misión militar de asesoramiento al Ejército del sultán. Aunque se argumentó que Cervera había tenido un violento enfrentamiento con un marroquí, el problema fundamental radicaba en las críticas que tanto él como muchos de los españoles residentes en Marruecos hacían tanto a la actuación de Figuera en Tánger como a la política que pretendía desarrollar el nuevo Gobierno conservador de Cánovas del Castillo. Cervera consideraba que el respeto a la independencia de Marruecos y a la soberanía del sultán Hassán I (ver biografía) era poco realista y que España debía actuar en Marruecos antes de que se le adelantasen otras potencias. Esta postura era radicalmente opuesta a la que Cánovas había defendido desde la Conferencia de Madrid de 1880. De vuelta a Madrid, el día 17 de diciembre de 1890 pronunció una conferencia en el Centro Militar cuya tesis era la descomposición del Imperio de Marruecos y la pérdida de autoridad del sultán, a quien consideraba incapaz de dominar su territorio. En algunos de los 44 párrafos de su conferencia decía:

Bled-es-majzén Majzén

Territorios sometidos a una suprema Del árabe makhzen (almacén), pero y misión confl uían en el Gobierno autoridad nacional, centralizada e en el sentido de tesoro público del jalifi ano, presidido por el gran indiscutida. En esencia, «país del Gobierno. En Marruecos defi ne, visir (primer ministro) y los demás orden». Este hecho no evitaba que histórica y socialmente, al poder miembros del Gabinete, entre los tal poder central cometiera todo tipo central, tanto por la familia real que destacaban los ministros de de excesos contra sus habitantes, alauí como por las oligarquías los Bienes Habús y el titular de pero también actos contrarios a su (comerciales, empresariales y Hacienda (Amin al Umana). Este continuismo como Estado, dada políticas) coincidentes en su defensa término, de uso habitual, puede su arbitrariedad y subsiguiente del orden monárquico vigente. utilizarse, indistintamente, con o sin inestabilidad. Durante el Protectorado, su función acento: majzen. ... allí no hay emperador, no hay más que un hombre investido de cierto poder religioso que domina en un puñado de tribus, un ser vicioso e ignorante, como quien no ha recibido la menor instrucción. [...]

Marruecos se derrumba, y lo peor es que el derrumbamiento nos coge con las manos en los bolsillos, por perezosos y porque no servimos para salvar el estrecho. [...]

Marruecos es una vaca que España sujetó por los cuernos en 1860 para que la ordeñasen otras naciones.

Aún remachó estas ideas con un artículo publicado en El Imparcial el día 19 del mismo mes. Como consecuencia de la conferencia y del artículo, Julio Cervera fue arrestado, debiendo cumplir el castigo en el castillo de Santa Bárbara, en . De nuevo afl oraba el enfrentamiento entre los partidos conservador y liberal sobre cómo debería actuar España en Marruecos. Los conservadores de Cánovas propugnaban la política de mantenimiento del statu quo, mientras que los liberales apoyaban la política de intervención, la «penetración pacífi ca» que defendía Sagasta. Cervera iba más allá que el líder liberal y proponía una actuación más activa, incluso con medios militares, anticipándo- se a Francia, país al que consideraba el gran rival de España en Marruecos. Cervera, como muchos otros militares de la época, con ideas más o menos avanzadas, militaba en la masonería. Había ingresado durante sus años de alumno en Guadalajara en la logia Alvarfáñez. Y siguió manteniendo actividad masónica gran parte de su vida. Su nombre simbólico en la masonería era Volta, quizás como homenaje al físico italiano Alejandro Volta. En el breve periodo en que vivió en Tánger, promovió la constitución del Gran Oriente de Ma- rruecos, del que fue gran maestre. El fi n perseguido era unifi car todos los grupos masones que actuaban en el país, proyecto que fracasó. Durante la campaña de 1893 se encuentra de nuevo en Melilla, como ayudante de campo del general Macías, comandante militar de la plaza. También allí volvió a tener prota- gonismo como masón. El Gran Oriente Español delegó en el «Poderoso Hermano Julio Cerve- ra Baviera» para instalar en Melilla la logia África n.º 202, que reunía a los numerosos milita- res masones trasladados a la ciudad como consecuencia de la campaña y del aumento de su guarnición. Baviera orilla Julio Cervera Con el pensamiento en la otra precursores. Los Julio Cervera siguió al general Macías a sus destinos, primero en Canarias y luego como último capitán general de . Allí llegó a participar en combates contra las tropas norteamericanas. A su vuelta a la Península, Cervera se centró en los estudios técnicos. En la primavera de 1899 fue comisionado por el Ministerio de la Guerra para estudiar el enlace de telegrafía sin hilos (TSH) que Marconi acababa de establecer en el Canal de la Mancha. Tras esta expe- riencia, Cervera estableció el enlace TSH entre Tarifa y Ceuta. Cervera abandonó el Ejército y en 1902 fundó la sociedad Telegrafía y Telefonía sin Hilos, de la que era director técnico. El objeto de esta sociedad era explotar las numerosas patentes que Cervera había registrado en España y otros países. Hay autores que afi rman que Cervera fue el primero que llegó a diseñar aparatos que permitían transmitir la voz huma- na a través de TSH. En todo caso, la sociedad fracasó, posiblemente por falta de apoyo ofi - cial, a lo que no serían ajenos los enfrentamientos de Cervera con el Gobierno. 45

Sultán

Proviene del árabe sultān (soberano), dignidad otorgada o conquistada militarmente con la que, entre los pueblos islámicos, se diferenciaba la suprema autoridad del monarca reinante (o instaurado por la fuerza) de los titulares de otras instituciones monárquicas de inferior rango, tales como principados y emiratos. En 1903 fundó, según rezaba la publicidad de las mismas, las Escuelas Libres de Inge- nieros Electricistas, Ingenieros Mecánicos, Ingenieros Mecánico-Electricistas, Ingenieros Agrí- colas, Electro-Terapéuticos, Arquitectos Constructores y Telegrafi stas Navales, impartiendo por correspondencia todas esas especialidades. En 1908, tras varios intentos fallidos, logró ocupar escaño como diputado a Cortes por Valencia representando al Partido Republicano-Radical. En el escaño sustituía a Blasco Ibáñez, quien renunció a su acta al emigrar a la Argentina. Cervera no logró revalidar el esca- ño en sucesivas elecciones. En julio de 1909, siendo diputado en el Congreso y director y propietario de El Radical, un periódico valenciano de tendencia republicana, publicó varios artículos, relacionados con la campaña en Melilla, que le valieron nueve suplicatorios por graves delitos (ofensas al Ejér- cito, injurias a la Guardia Civil, injurias al ministro de la Gobernación, instigación a la rebe- lión, instigación a la insurrección, etc.) También en el Congreso actuó con energía, acusando al Gobierno de la falta de medios que sufrían las tropas que actuaban en Melilla. En 1912, momento de implantación del Protectorado, Julio Cervera Baviera había abandonado el Ejército y, aparentemente, estaba alejado de sus inquietudes africanistas. Sin embargo, no cabe duda de que el Protectorado español en Marruecos fue un hecho, en parte, gracias a los trabajos de este militar, geógrafo e ingeniero. Junto a sus obras sobre Marruecos —Geografía militar de Marruecos (1884), Expedi- ción geográfi co-militar al interior y costas de Marruecos (1885) y Viaje de exploración por el Sahara occidental. Estudios geográfi cos (1887)—, Cervera publicó numerosas obras técni- cas, muchas de ellas como textos para sus cursos por correspondencia: Enciclopedia cientí- fi co práctica del ingeniero mecánico y electricista (1904), Álgebra y medidas (1911), Aritmé- tica (1911), Complemento de álgebra elemental (1911), Dibujo (1911), Geometría y problemas geométricos (1911), Las escuelas por correspondencia en España y en el extranje- ro (1911), Trigonometría (1911) o Colección de problemas y preguntas para el estudio y exámenes de los conocimientos propios de la ingeniería (1915). A partir de 1929 su rastro se pierde. Según algunos autores falleció en ese año, mien- tras que otros apuntan a que lo hizo en 1936, en la ciudad de Valencia. Casado en 1883 con María de los Desamparados Jiménez Baviera, tuvo dos hij as, María de los Desamparados y Antonia. Esta última, al solicitar su pensión de vejez en 1962, declaraba desconocer la fecha Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Julio Cervera Baviera orilla Julio Cervera Con el pensamiento en la otra precursores. Los de muerte de su padre.

J. A. S.

Bibliografía

Cervera Baviera, Julio, Geografía —, Las escuelas por Faus Belau, Ángel, La radio en militar de Marruecos, 1884. correspondencia en España y en el España (1896-1977), Madrid, Taurus, Extranjero, Valencia, Mirabet, 1911. 2007. —, «Expedición geográfi co-militar al interior y costas de Marruecos», Expediente personal. Archivo Revista Científi co-Militar, 1885. General Militar de Segovia. 46

Protectorado

Sistema de gobierno impuesto Imperio jerifi ano quedó dividido y Yebala. El conjunto protectoral por las potencias europeas sobre en dos mitades, asimétricas en conservaba, en su fachada determinados territorios en los que, su extensión y poblamiento: mediterránea, las ciudades de teóricamente, subsistía un gobierno - El centro y sur de Marruecos, que Ceuta y Melilla, que mantuvieron autóctono independiente, pero incluía las urbes atlánticas y las tres (como hasta ahora) su condición que, en la práctica, quedaba capitales imperiales, junto con las de plazas de soberanía española. sometido a las directrices políticas, tierras más aprovechables y fértiles, A esto se sumaba el condominio administrativas y tributarias y los ríos con un caudal más regular. diplomático de las grandes decretadas por la potencia Fez fue su capital protectoral, siendo potencias sobre Tánger; que dio ocupante del país. En el caso luego sustituida por Rabat. lugar al establecimiento, en 1912, concreto del Protectorado hispano- - El norte de Marruecos, síntesis de de la llamada Zona Internacional. francés en Marruecos, el fenecido sus cuatro países: Garb, Gomara, Rif Joaquín Costa España en la mente; el Derecho en el alma

A Manuel Aragón Reyes

Costa Martínez, Joaquín

Monzón, 1846 - Graus, Huesca, 1911

Jurisconsulto, historiador, pedagogo y polígrafo, ideólogo del regeneracionismo panhis- pánico, del que fue su representante más lúcido y combativo, dotado de una capacidad expresiva sin igual. Su fe y honestidad —diputado electo (1901) por Madrid y Zaragoza decidió no recoger su acta como parlamentario en prueba de su rechazo frontal a las confabulaciones políticas imperantes—; la precisión y agudeza de sus críticas; su indo- mable tesón por sacar a España de su abatimiento moral y del secuestro de sus institu- ciones bajo siglos de pésimos gobernantes, aún admiran y enardecen. Después de su muerte, la historia política de España —dictaduras y guerra civil aparte— revaluó la justifi cación de sus denuncias a lo largo de cinco periodos inequívocamente sombríos y vergonzosos: 1913-15, 1917-23, 1974-75, 1993-95 y 1999-2014. Un siglo extra de fraca- sos como desesperante prueba del desdén institucional a las advertencias de Costa.

A infancia ignorada y adolescencia desatendida, juventud perialzada y triunfante

Nace el 14 de septiembre de 1846, en Monzón, población al pie de monte encastillado y for- taleza afín: ciclópea mole de origen árabe, que pasó a manos de los Templarios en 1142 y donde el que luego sería Jaime I el Conquistador se instruyó (1214) en el arte de tomar cas- tillos y defenderlos, síntesis anticipada del afán costista. Al Joaquín niño lo bautizan en la iglesia de Santa María del Romeral. Sin más demora que darle el pecho, su madre vuelve a trabajar y el padre no ha dejado de hacerlo. Avenadas por el Cinca, las tierras de Monzón

poseían recia fertilidad, traducida en cultivos del cáñamo, las hortalizas, frutas y verduras, la Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los remolacha azucarera y el abanico de los cereales. Campo agradecido para los señoríos, enemigo a muerte de jornaleros desriñonados o campesinos pobres, cortos de lumbre y pan. La España de la época se adentraba en la década moderada, senda trazada por un liberalismo biempensante, obligado a compartir viaje con una monarquía mal criada, la de Isabel II y su lianta madre, María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII y luego Reina Gobernadora, quien vivía su vida con quien fuera su amante, Fernando Muñoz, excapitán de los Guardias de Corps, aunque ya marido legalizado y además ennoblecido como duque de Riánsares. La jefatura del Gobierno era responsabilidad de Francisco Javier Istúriz, un liberal convencido y realista de los de aceptar la realidad, fuese en las calles o los cuarteles. Y estos últimos eran quienes gobernaban bajo el bicornio de tonantes nombres: Ramón María Nar- váez y Baldomero Espartero, quien cediese a Istúriz el bastón gubernativo el 5 de abril de 1846. Espartero, que había sido Regente (1840-43) mandaba desde lejos; Narváez muy de cerca, en Palacio mismo, donde se presentaba con audiencia o a deshora, pues a él acudía 47

Regeneracionismo

Movimiento que surgió tras el vida nacional. A sus líderes les (asesinado en 1912); Melquíades Desastre del 98 e incidió, guiaba el patriótico empeño de Álvarez (fusilado en 1936) y, sobre positivamente, en la vida pública moralizar las Instituciones y todo, Antonio Maura Montaner española hasta 1930. Sus afanes modernizar las estructuras (fallecido en 1925), representantes tendían hacia un enérgico productivas del país. Su cabeza de un vigoroso reformismo español, replanteamiento, tanto moral como pensante fue Joaquín Costa (muerto merecedor de un mayor respeto social, a la par que económico y en 1911), sucediéndole políticos de institucional y mejor destino. político de todos los aspectos de la la talla de José Canalejas Isabel II si el asunto tenía aspecto de inaceptable. Que pudo ser el califi cativo más 3 amable al que recurriese la reina cuando le dij eron el nombre de su acicalado novio: Francisco de Asís de Borbón y Borbón, fi gurín de porcelana, barbilindo y repeinado, liviano como pluma y, en consecuencia, hombrín huidizo de toda mujer ardorosa y oronda, caso de Su Majestad. Por aquello de redondear errores, se decidió casase la reina y a la par su hermana, la infanta María Luisa Fernanda —segunda y última hij a de Fernando VII—, con Antonio María Felipe Luis de Orléans, duque de Montpensier, benjamín de Luis Felipe, rey de Francia. La cere- monia se celebró, a las diez de la noche, en el Salón de Embajadores del Palacio Real, hora probatoria del mucho miedo que se tenía a los abucheos de la plebe madrileña ante tan des- apañados matrimonios de Estado, que desastrosos para España resultaron, aunque hicieran la fortuna de gacetilleros, caricaturistas y panfl etistas. Aquella tétrica boda, siniestro por du- plicado, tuvo lugar el 10 de octubre de 1846, veintiséis días después de nacer Joaquín Costa. Primogénito de once hermanos, nacidos de cuna humilde, con los padres dedicados a una agricultura de mera subsistencia, Joaquín se enfrentó a un recinto acuartelado en lo afectivo y adusto en lo familiar, con órdenes en lugar de juegos y malos gestos en vez de frases tiernas. En 1852 la agobiada familia Costa Martínez se trasladó a la localidad de Graus tras recibir aviso notarial de una herencia que allí les aguardaba. Severa decepción. La heredad no es gran cosa y la fertilidad de sus tierras, anodina. Al menos, es una propiedad. Joaquín acude a la escuela cuando las exigentes labores del campo se lo permiten y su padre, persona de trato hosco, se lo consiente. Trabaja como un adulto y come como un niño. Más esqueleto que adolescente, se esfuerza por no faltar a clase, aunque a su progenitor —Joaquín Costa Larrégola— poco le importen sus desvelos y a su madre —María Martínez Gil—, persona no menos distante, tampoco. Joaquín crece entre un padre que le considera empleado para todo y una madre que le ignora porque es el mayor de sus hermanos y, como tal, debe valerse por sí solo. Su primogenitura no le aporta tutela alguna; tan solo exigencias, voces y obligaciones. El desinterés paterno y el egoísmo materno le duelen mas no le vencen. Costa se hace hombre de cabeza fuerte sin serlo todavía en cuerpo. Tiene padres, pero ni familiares parecen. La dureza del trato no hará de él un ser asocial. Al contrario. Tenaz escultor de sí mismo, autodidacta a tiempo completo, se volcará en los conceptos que intuye unen a las gentes: la patria y la justicia, la libertad y la paz, el progreso y el trabajo, pero también la ciencia y la cultura, así como el reconocimiento a los propios méritos de cada uno.

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Joaquín Costa Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los Su maestro de escuela, Julián Díaz, y un sacerdote, José Salamero Martínez, tío mater- no suyo, quedan admirados por las dotes del escuálido estudiante. El primero anima al segun- do a mover las infl uencias que pueda. Don José hace más: pone dinero de su bolsillo para que el aprendiz encuentre hogar y pupitre en un instituto de Huesca. Salamero no es otro «señor cura» al uso. Instruido y perspicaz a la vez que hombre justo, en su sobrino intuye una perso- nalidad dotada de vigoroso porvenir. El «tío José» se convierte en el relevo idóneo de un padre insensible. Joaquín no desmerecerá la confi anza puesta en él por sus nuevos padres. Con dieciocho años empieza el bachillerato. No es tarde si se posee fortaleza mental. Ese mismo año siente las primeras molestias musculares. Es dolor no insoportable pero que tarda en desaparecer y de repente se va. Sufre una distrofi a muscular progresiva, enferme- dad invalidante y hereditaria, pero Joaquín nada sabe. Lo achaca al trabajo, que es mucho, pues su labor escolar la alterna con otras «asignaturas»: criado de pudientes señores o peón albañil de lunes a domingo. Un arquitecto y contratista de obras, Hilarión Rubio, fi gura del 48 carlismo regional, le ayuda a cumplir sus primeros anhelos: dibujar, calcular, enseñar. Fasci- nado por las opciones que se le ofrecen, en un solo año obtiene los tres títulos: delineante,

4 agrimensor y maestro. Un hecho así no pasa desapercibido. Mucho se habla de él en Huesca.

Viaje al futuro: las bicicletas son para todo el año y más si vienen de París

No por mucho estudiar y trabajar en Huesca, el joven Costa subsistía separado de sus raíces renacentistas: Graus. Sus padres poco le echan en falta, pero sus mentores siguen sus pasos con afecto y le facilitan, con tanta discreción como determinación, su audaz caminar en la vida. El binomio maestro-sacerdote (Díaz-Salamero) consigue que la Diputación de Huesca facilite a su pupilo una beca con destino subyugante: informar sobre la Exposición Universal que se celebrará en París. Sorpresa mayúscula y entusiasmada movilización del elegido. Y a la capital de Francia se va. A sus veinte años, Joaquín es soldado quinto, pero demostrará tal aplomo y veteranía que, al regresar, por sus informes será ascendido a ofi cial puesto al frente de compañías irrenunciables para su eticidad en expansión. Cuatro de ellas fundamentales serán para su concepción del mundo y de la vida: Justicia y Libertad, Pueblo y Nación. El verano de 1867 avanza. Francia se muestra exhuberante en virtudes agrarias y di- versas magnifi cencias: comerciales, educacionales y sociales unas; fabriles, ferroviarias, mercantiles y municipales otras. Su capital cubierta está de andamios, hierros, tablones y zanjas. París no es ciudad, sino campo de batalla contra esa parte medieval que forma parte de su epidermis milenaria. Introducir lo nuevo exige demoler la parte inválida de lo decrépito, pero sin ofender su espíritu. Haussmann diseña bulevares y espacios monumentales en un París vuelto del revés, que Napoleón III aprueba y fi nancia, pues quiere lo mejor para su hij o, el príncipe Louis Napoléon, con diez años entonces, el heredero que le ha dado sa belle es- pagnole, Eugénie. Ochocientos km al Este, el binomio integrado por un jefe del Estado Mayor y un canci- ller (Moltke-Bismarck) hace desfi lar divisiones y baterías de artillería ante un rey fastidiado en sus rutinas por tan incesante acopio de números bélicos, Guillermo I de Prusia. París se hace la manicura urbanística mientras Berlín ajusta el minutero de su estrategia invasora hacia el Oeste tras haber aplastado, años atrás (en 1864), a la democrática Dinamarca, arrebatán- dola Schleswig-Holstein, y abofeteado después (en 1866) a la orgullosa Austria-Hungría en Sadowa (Bohemia), batalla de grandes masas probatoria del carácter de Francisco José I,

emperador maniático del protocolo e indiferente ante los disparates que cometen sus engo- Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los minados generales. París anhela seducir a Europa con sus boutiques, bulevares y diversiones sin asustarla; Viena busca olvidarse de su humillante derrota en los Balcanes, que pretende anexionar sin mirar costes ni riesgos; Berlín anhela adueñarse del escudo oriental galo (Alsa- cia y Lorena) convirtiéndolo en sendas catapultas que descoyunten todo contraataque fran- cés. Francia es la puerta de África, pero también abalaustrada galería con vistas al Mar Rojo y el Índico, pasiones secretas de los Hohenzollern. Los aspirantes al trono mundial del colonia- lismo son dos: Berlín y Londres. París se entretiene con su universalismo expositor y su capita- lidad mundial en la elegancia, ámbito donde impone su criterio, que nadie discute. Tales distracciones la pondrán al borde del abismo: verse aniquilada como nación soberana. El joven Costa queda cautivado por el festival de audacias y coherencias, de técnicas y ciencias que Francia expone. Su mano y mente se enlazan para trazar dibujos de casas para obreros, complejos mecanismos hidráulicos, inverosímiles estructuras férreas y máqui- nas tan estéticas como prácticas: le bycicle. Perfi l sugerente de un futuro en marcha. La Ex- 49 posición tiene plazo de exhibición y cierra. Francia permanece abierta. El país y sus poblado- res, he ahí la máxima exhibición universal. Joaquín viaja con una subvención, que emplea juiciosamente: estudia los cultivos vitivinícolas en el Bajo Garona —las bodegas del Medoc en Lasperre— y después se afana por conocer los métodos educativos franceses, dando clases y aprendiendo a la vez, gerundios imprescindibles para crecer como ciudadano y persona. En 1868 regresa y presenta, en Huesca, su Memoria: Ideas apuntadas en la Exposición de París de 1867. Costa en sí mismo es el producto importado por una España atrevida y solidaria, que ha invertido cuanto tiene en poner la quilla de un destroyer que llevará su nom- bre y apellido: el Joaquín Costa, torpedero de abulias y desidias, de maldades y ruindades, de caciques y oligarcas, de politiquillos de tres al cuarto sin cultura ni decencia, pero que ponen fi rmes a la Guardia Civil y saquean su provincia o región como feudos suyos. Isabel II se exilia en Francia y España es ilusión y confi anza, reconvertida en ira y venganza.

De las guerras de la patria al combate personal: comer, vestir y pagar, batallas rehuidas

Estamos en 1870, último año en la vida de Prim, mientras Napoleón III se lanza, como toro enfurecido, sobre el telegrama de Ems —redactado por un conciliador rey Guillermo de Pru- sia, manipulado por un malévolo Bismarck—, trapo rojo de la guerra, que oculta una trampa con afi ladas estacas en las que se clavan el emperador y su imperio, incluso la monarquía fl ordelisada y el aristócrata que la representa: el conde de Chambord (Henri Ferdinand D’Ar- tois), quien perderá el trono que se le ofrecerá (en 1873) al abominar de la bandera tricolor y La Marsellesa. El Segundo Imperio cae tras recibir sendos puñetazos propinados por una re- volución y su contrarrevolución, a cual más excedida. Los incendios de la Commune (1871) devastan los coquetos pabellones de 1867. París es humo, cenizas y escombros; sangre es- tampada en sus fusilados muros y fosas comunes a medio cubrir en el cementerio del Père Lachaise. En Madrid reina el primer (y único) monarca demócrata, Amadeo I, elegido por las Cortes. Durará dos años y dos meses. Los carlistas se ponen en pie. Las hogueras fratricidas cubren Navarra y las Vascongadas, las dos Castillas, Levante todo y Cataluña entera. Los alfonsinos conspiran mañana y tarde; los cantonalistas se independizan noche y día, obse- sionados por hacer de cada puerto conquistado un reino de la piratería y de sus promesas

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Joaquín Costa Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los un mundo de inutilidades. España sufre y combate para no partirse en pedazos. Joaquín está en su guerra: saber para proponer. Y se aplica a su manera: sin darse tregua y olvidándose de comer cuanto no sea pan con aceite. Su ropa es penoso destrozo. Él la cose y recose, pero así no la rejuvenece, pues la descuartiza. En cuanto reúne algún dinero, paga deudas, compra papel y lápices y retorna al estudio. Entre libro y libro, que unas veces le prestan y otras compra privándose de comida, rehúye al sastre, Lucas Franelli, porque su cuenta es penitente deuda que le desazona. Sobreviene un vodevil de excusas y escapadas folletinescas aunque ciertas, con esquinas callejeras salvadoras del huido estudiante o con disfraces concebidos por instinto, iniciativas que a Costa le atormentan. Solo así consigue desvanecerse ante «el señor Lucas», quien no deja de ser desconcertado búho: sus ojos creen verlo todo, pero su olfato como alimañero de malos pagadores es un desastre. Joaquín se convierte en un fantasma urbano. Cree morirse de vergüenza, pero como es joven, sortea ta- quicardias nocturnas y, puntual, resucita por las mañanas. Cuantos más esquinazos da al 50 frustrado Franelli, más se encorajina y estudia. Devora libros como si fueran panecillos. Adelante hasta la botadura y ver fl otar su esfuerzo en aguas procelosas (universitarias)

En 1872 consigue la licenciatura en Derecho; en 1873 repite proeza en Filosofía y Letras. Parece alimentarse del aire, pero el caso es que su cuerpo adquiere cada vez mayor corpu- lencia. El saber no engorda; la ansiedad, sí; máxime si adquiere forma de grandes hogazas de pan bien aceitadas, menú básico en esa época de su vida. La prominencia de su abdomen es aviso de su enfermedad, que su dieta unilateral agrava. Costa persevera en conocer, dedu- cir y escribir. Todavía nada determinante propone, pero armamentos para sus futuras convo- catorias reúne unos cuantos: engulle y asimila libros de agricultura, economía, historia, juris- prudencia, política y relaciones internacionales; prosigue con biografías, enciclopedias y obras de memorialistas. Por si no fuera bastante, deglute artículos de opinión, editoriales, manifi estos y poemarios. Traga libros como irrefrenable Gargantúa enciclopedista. Apunta ideas y redacta planes, que luego aparta o tacha con el fi n de recomponerlos en sus noches de insomne laboral compulsivo. Duerme sin descansar y trabaja en sueños. Persevera en sus escaladas por entre las cordilleras del conocimiento. Se siente con energías para coronar esas cumbres, por inaccesibles que sus aristas parezcan desafi arle. Consigue los doctorados en Derecho y Filosofía y Letras con un año de diferencia: 1874-1875. Tal ha- zaña se divulga y, como es propio de españoles, el hecho incomoda e incluso preocupa. Porfía en su carrera para conseguir Premio Extraordinario en el doctorado. Compite con Mar- celino Menéndez Pelayo, diez años más joven y desenvuelto. El historiador cántabro se salta los cauces exigidos. El pensador altoaragonés se atiene a los fi jados por la ley... y pierde. Primer revés a lo largo de una avenida de injusticias que recorrerá hasta el fi nal. Al cumplir los veinte y nueve años, dos décadas se le han ido en continuo trabajar. España cambia. O eso parece. El calendario del Estado lo marcan los militares. El gaditano Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque manda a la Guardia Civil desalojar (03.01.1874) el Congreso de los Diputa- dos con el fi n de rescatar a un honesto Castelar, expulsado por traidores y exaltados. A Pavía le da por inclinarse ante el escalafón, con lo que entrega el mando al huido exregente (Serra- no), quien se autoproclama presidente del Poder Ejecutivo de no se sabe qué, si consulado mesetario o dictadura antonina por empeño de su mujer, la cubana Antonia Domínguez y

Borrell, que manda más como señora esposa y duquesa que su esposo como general y presi- Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los dente. El resultado es un Estado carente de causa, sin valedor convincente y extraño al pue- blo, que pasa de Primera República a Una República Menos, por cuanto se derrumba sin gloria, pena ni estrépito. Manuel Gutiérrez de la Concha, el mejor táctico de los liberales, cae herido de muerte en las tiroteadas laderas de Monte-Muru (cerca de Estella, Navarra), por lo que la antorcha del alfonsismo conjurado a dos manos pasa a Martínez Campos, quien se subleva en Sagunto (Valencia) y allí proclama (29.12.1874) rey de España al príncipe Alfonso. Arsenio Martínez Campos es golpista a la moderna, por lo que recurre al telégrafo. Sus avisos movilizan a media España militar, que los reexpide a la otra media. Puestas de acuerdo, de su conciliación nace una paloma de exposición: cuerpo grande y poca cabeza, de mucho comer pero estreñida en modales, de vuelo corto y atolondrado, conocida como La Restauración. Volará de aquí para allá, extraviándose a menudo, pues sus palomeros son turnistas, atentos solo a su estricto interés particular, importándoles un rábano si a esa paloma-estado le dispa- ran al salir del palomar nacional o al entrar, cuando se creía a salvo. 51 Agredido por tribunales «exuniversitarios» decide armarse caballero y escudo elige

Costa vive inmerso en torturante obsesión: obtener plaza de catedrático para dar clases en la Universidad. En la España canovista soñar a tales alturas equivale a pedir la mano de la mismísima Luna como prometida de uno mismo. Dado que el padre de la diosa satelizada es el efecto gravitatorio terrestre, por fuerza el aspirante a marido cae sobre el planeta donde naciese, esfera a la defensiva tras ser informada de su llegada. Costa se dirige, meteórico él, hacia confabulaciones ocultas bajo Tribunales sostenidos por su disfunción misma: el clien- telismo ideológico, el corporativismo sectario, el parentesco clasista, la impavidez absolutista hacia quien sea nuevo en la plaza, por muy preparado que ese joven esté. Son los ejércitos endogámicos, que ya hubiese querido Jerjes para sí. El Estado Restaurado más Persia es que su modelo. España, país de sátrapas en tierra de emboscadas. En Valencia se hallaba vacante la cátedra de Derecho Político y Administrativo. Costa acude al torneo: tiene ganas de pelea y méritos le sobran. Es inútil. La cátedra estaba desti- nada a «pariente directo de», efi caz ganzúa que abría cualquier puerta tribunalicia. Cuaren- ta y cuatro años después de aquel hurto descarado, el buen escritor barcelonés Santiago Valentí y Camp (1875-1934) se referirá a tales hechos como sigue: «fue propuesto para cáte- dra uno de sus contrincantes, Vicente Santamaría de Paredes, inferior a Costa en potencia mental, en cultura y en palabra, pero que, a falta de méritos indiscutibles, era yerno del ilus- tre Pérez Pujol, a la sazón rector de la Universidad de Valencia». En aquella España —y en la de hoy exactamente igual, pues la endogamia cautivo y desarmado en razones tiene al 73% de nuestro profesorado universitario— cabía luchar contra el politicismo ramplón o el bizan- tinismo departamental, nunca contra familias portadoras de académicas sangres. La guerra continúa. Otra batalla se plantea en la Universidad Central tras jubilarse Emilio Castelar, con lo que libre deja su cátedra de Historia de España en la Facultad de Filo- sofía y Letras. Costa se presenta... y lo apartan. De quien le venciera en mala lid, mejor recu- rrir de nuevo a Valentí y Camp, quien (en 1922) sentenció: «obtuvo la cátedra Juan Ortega y Rubio, que solo fue un mediano cultivador de la historiografía». Ortega y Rubio era el cate- drático de Historia Universal en la Universidad de Valladolid. Acudió a tomar Madrid como púlpito idóneo para revaluar su mediocre labor. Valentí se mostró amable con el triunfante

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Joaquín Costa Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los opositor, porque quien haya leído algunas de sus obras —con epicentro en la monarquía vi- sigoda— comprobará que el califi cativo de «mediano» era generosa nota. De lo mucho pade- cido por el pensador aragonés, Valentí hizo esta síntesis: «Estas pretericiones causaron una vivísima contrariedad a Joaquín Costa; porque él, que era un espíritu noble y recto, no podía avenirse con la injusticia erigida en sistema (la cursiva es mía)». Esa cruz la soportaría el resto de su vida.

Hacer amigos en aguas libres y atraer enemigos, a los que con sus denuncias espanta

Costa había sufrido dos encalladuras consecutivas contra uno de los peores males de Espa- ña: la conjura tribunalicia que premia «al familiar de» o «al amigo de» en detrimento penal del opositor respetuoso del procedimiento y poseedor de sobresalientes cualidades. Esta ini- 52 quidad le malhiere y será causa de enrabietadas arremetidas suyas contra los claustros universitarios, que no eran claustrales sino grupales al propiciar el atraso didáctico y el cerri- lismo en lugar de la universalidad del conocimiento y la libertad en la docencia. España ca- mina hacia atrás. Nación aún fuerte en su conciencia colectiva, falta está de guías y consig- nas. Costa se presenta como abanderado y doctrinario persistente. Entrar de profesor en la Institución Libre de Enseñanza, templo del krausismo hispano, le reanima. Costa vuelve a encontrarse con Francisco Giner de los Ríos, director de la institu- ción. Se hacen grandes amigos. En dos días, Costa asimila lo poco que no conocía del nuevo ideario e imparte su magisterio con renovado vigor: brillante en la exposición; atrevido y a la vez coherente en el análisis, incisivo y hasta cortante, sin incurrir en obviedades. Costa hace de sus clases un templo de la naturalidad deductiva en ejercicio. La enseñanza se prolonga fuera de horario y norma. La escuela al sol o bajo un paraguas. La clase sentada en una es- calera o en los bancos del jardín. Costa consigue que sus alumnos queden prendados del hecho no ya de saber, sino de cómo recrecer tal saber, participando en su reconstrucción. Un peripatético altoaragonés se abre camino entre las adustas tierras mesetarias. Joaquín agoniza y perece. Quien nace y como adulto actúa es Costa, el hombre-idea, la ra- zón convertida en pulso, el alma germinada en bandera que será vitoreada. Costa cree en España al creer en sí mismo. España no lo sabe, pero de insólito patricio revolucionario dispo- ne. No es otro Mesías, ni va montado en un carro de fuego, sino erguido en el puente de man- do de su barco, que él ha construido con su cabeza. No lleva armadura, sí blindaje con resal- tes acorazados: pasión por un conocimiento mundialista de las cosas; respeto a las singularidades nacionales; defensa de las costumbres siempre que aporten benefi cios socia- les; rechazo de toda normativa críptica y paralizante; vehemencia denunciadora del burocra- tismo, mal endémico de los gobiernos; movilización de la sociedad contra la parálisis de la administración pública; propósito de servir a la ciudadanía en pro de la patria, femineidades indefensas ante el machismo ofi cial al uso; honorabilidad combativa y siempre en vanguar- dia, desprovista de todo interés personal; irreverencia ante el prepotente y franca generosi- dad hacia el humilde; disposición para compartir bienes propios y defender principios univer- sales; repugnancia ante la doblez, la pusilanimidad, la ineptitud y la vaguería; oposición frontal a toda capitulación; fi rmeza vigilante ante las recurrentes iniquidades del poder. Costa, tardoguerrero almogávar, labra su propio escudo nobiliario sin consultar libros de Caballería ni apoyarse en genealogías ajenas. Su blasón es una gran roca en forma de

manuscrito abierto, en su centralidad, tersas siluetas de edifi cios escolares y construcciones Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los fabriles, pero sin lastimarse unos a otros. Un sol de juvenil alborada se hace señor de soles en cuanto supera el borde de esa montaña ilustrada. A la izquierda discurre el agua de la vida, mimada por canales y repartida en huertas; a la derecha, bosques prietos como puños de una victoria nacional arduamente peleada. Y en la base, campos de espigas mecidas por el viento. Costa vuelve a opositar. A notarías y abogacías del Estado. Y esta vez con éxito, pues triunfa en ambas. Por sus destinos a España entrecruza desde sus nuevas acampadas: de no- tario a Granada (alcanza el nº 1), Jaén (con otro nº 1 en su casillero), Cuenca y Madrid, plaza ganada en 1894. Como abogado del Estado inspecciona las provincias de Guadalajara, Gui- púzcoa y Huesca. A la par, investiga y publica: Teoría del hecho jurídico, individual y social (1880); Poesía popular española y mitología y literatura celtohispanas (1881). En 1883 da comienzo una aventura bicontinental, de la que mucho se espera sin tener base para tal creencia: la Sociedad de Africanistas. Aparejar no es sufi ciente, es preciso salir 53

Africanista

Concepto utilizado para designar se sucedieron sin apenas líder del regeneracionismo y aquella persona, fundación o sociedad interrupciones. Esta dualidad adelantado en favor de una cultural dedicada al estudio del vasto normativo-castrense, que diferenciaba «reinvención» de las relaciones temario relacionado con el África al militar ascendido por méritos de España-Marruecos, basadas en el española. Este término hace también guerra del militar del ejército de la respeto mutuo y su fi rme unión contra referencia a cuantos políticos y metrópoli, constreñido este al ascenso terceros: los poderes coloniales. Costa militares apoyaban la expansión de por años de antigüedad, fue causa de contó con el decidido apoyo del España en Marruecos, especialmente graves confl ictos, que derivaron en el enciclopedista Gumersindo de la ofi cialidad surgida de las desafío planteado (1917) a las Azcárate, del cartógrafo y coronel José Academias, atraídos por sus Instituciones monárquicas por las de Carvajal y Hué, del economista y posibilidades de ascenso y las Juntas de Defensa, disueltas en 1922. jurista Francisco Coello de Portugal y distinciones que podían obtener en las En el mundo civil y político, su Quesada, cónsules del mejor operaciones que, entre 1909 y 1927, referente máximo fue Joaquín Costa, africanismo hispano. a mar abierto. Como horizonte se tiene y buenos ofi ciales también —Gumersindo de Azcára- te, José Carvajal y de Hue, Pablo Coello de Portugal—, alguien tiene que dar la orden de zarpar. Y le eligen a él como capitán. Falta encontrar el puerto de salida. Ninguno mejor que un teatro de Madrid con nombre nazarí: Alhambra. Los muelles urbanos de ese puerto sin re- paros están repletos de público expectante. No habrá decepción. Nunca la habrá si es Costa quien habla.

Del mitin del «Alhambra» (1884) al incendio y hundimiento de la España de Ultramar

En la tarde-noche del 30 de marzo de 1884, ante un auditorio fascinado, Costa expone sus tesis: reconciliación leal con Marruecos, transmitiéndole aquellas técnicas hispanas que me- jor se adaptasen a su agricultura y cultura de labranza, al igual que los pueblos musulmanes hicieran, doce siglos atrás, con sus mejores semillas de ciencia y renovación agrícolas para plantarlas en la Península, reina de Sureuropa, secuestrada por el fanatismo godo. El beso del guerrero musulmán despierta la fecundidad de esa mujer-tierra, necesitada no ya de sa- via nueva, sino de técnicas amatorias que den placer a los campos feraces y sepan guardar y redistribuir las aguas venidas del cielo. Costa propugna la fi rme tutoría de España en favor de Marruecos con el fi n de que la Europa de la avaricia y del embuste, del saqueo y de la fácil excusa por el atraso del indígena para mejor esclavizarle a él y su país respete la integri- dad territorial del imperio jerifi ano y la solemnidad moral de sus pobladores, muchos de ellos antiguos españoles, pues llaves de sus casas en Granada o Toledo aún guardan consigo. Luego no nos odian ni nos desprecian, pues quieren volver. Con nosotros, no contra nosotros. Avanzado su discurso, expone Costa la similitud entre la fl ora y la fauna peninsulares y la marroquí, afi nidades extendidas a su botánica, edafología (estudio de los suelos) y me- teorología; habla de que «España y Marruecos son como las mitades de una unidad geográ- fi ca, forman a modo de una cuenca hidrográfi ca, cuyas divisorias extremas son las cordille- ras paralelas del Atlas al Sur y del Pirineo al Norte (...) cuya corriente central es el Estrecho de Gibraltar, a la cual afl uyen, de un lado y en sus pesadas caravanas, los tesoros del interior africano, y del otro, en sus rápidos trenes, los tesoros del continente europeo». Rebrotan los aplausos. Costa hunde su acero argumental en el nudo de la cuestión: «Lo repito. El Estrecho

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Joaquín Costa Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los de Gibraltar no es un tabique que separa una casa de otra; es, al contrario, una puerta abier- ta por la Naturaleza para poner en comunicación las dos habitaciones de una misma casa». Gritos de «¡Muy bien! » prolongados en el plural entusiástico del momento. El público está absorto, pasmado ante las posibilidades que se le ofrecen. De huir del cruel pirata berberisco a convertirse en aliado de los mejores guerreros que en este mundo han sido a la vez que andaluces, asturianos, aragoneses, castellanos, extremeños, navarros y vizcaínos. De perder a los huérfanos de los hij os muertos en África a recibir tataranietos de un tatarabuelo sepultado en Xauen o enterrado en Ronda sin saber nada de quién era uno y otro. Izada ha sido la bandera: hacer del Estrecho un camino, no un foso. Años después Costa ondeará el envés de tal enseña: «Hay que desafricanizar España, europeizándola». La Espa- ña que acude a misa de domingo; la que mucho reza pero nada comparte y mazo en mano se mueve; la que prefi ere medrar en vez de arremangarse los brazos y trabajar en pro del país, no a favor de sus cuentas bancarias; la que duerme tranquila tras cumplir su cupo de arbitra- 54 riedades en vez de subir al primer tren que pase para salvar a la patria que se muere. Costa resiste, revisa y publica. En 1885 sus Estudios jurídicos, anticipo de su obra El derecho municipal consuetudinario en España. En 1887 vuelve a las trincheras editoriales con la publicación de dos obras defi nitorias de su condición de jurista e historiador: Plan para una historia del derecho español en la Antigüedad y Derecho consuetudinario en el Alto Aragón. Seis años pasan, sin acabar los males de España: el caciquismo omnipotente; la senili- dad en los métodos docentes; el clientelismo de los gobiernos; la desidia de una Administra- ción ocupada por holgazanes recomendados; la ruindad de oligarcas y terratenientes; el atra- so y la miseria que al pueblo sojuzgan; la suicida impavidez de una Regencia ante el clamor de un Ultramar que anhela ser su igual, no un liberto manumitido a medias y por gracia real. De repente aparece el «98», brulote yanqui con bandera negra, que incendia las fl o- tas nacionales sin prender en la arboladura de la borbónica calma. Es un desastre, pero ni el Trono cae, ni la Regente se exilia ni se juzga a nadie. Cuando todo en España se hunde, con- viene mirar hacia el Palacio de Oriente y si los alabarderos montan guardia en sus puertas y sus ventanas tienen los cristales intactos, es que todo sigue igual y no ha sido para tanto. Por el contrario, luchando tanto la España leal, honesta y valiente, perderá. Por haber relegado o matado de pena a sus mejores la antiespaña que no cesa: la insidiosa y envidiosa, la melifl ua y cobardona, la revolcona en sus inmundicias y pese a ello tonta presumida pese a su evidente suciedad mental y moral. El aturdimiento y el dolor son tales, que España entra en una fase de sonambulismo agudo como remedio intuitivo para su desesperación, que de- riva en colapso. Surge prematuro surrealismo y su contrario: el inmovilismo estatalista como incongruente dieta para sanar al enfermo. España empeora y desahuciada queda.

Surrealismos: llegan los indianos y se inauguran Cortes que a ninguna parte llevan

En un país cubierto de funerales, aparecen limosnas y caridades en pequeñas dosis, siendo vitales: pase usted y coma algo caliente antes de seguir camino con el frío que hace; ahí van tres reales y que Dios le ampare; tenga usted dos pesetas y sesenta céntimos, que es todo cuanto llevo encima. Donaciones que agradecen los ejércitos de rayadillo, desembarcados sin banderas ni clarines. A los héroes, espaldas y silencio. Descienden las tropas por las esca- lerillas de los paquebotes del marqués de Comillas, que de oro se hace con esos fl etes —tres-

cientos oceánicos viajes— desde la manigua a la vergüenza. Esos soldados que a rastras Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los llevan su cuerpo han sabido luchar, pero se han visto rendidos por sus generales, almirantes y gobernantes. Pocos años después empezará el desembarco de seres extraños: todos vuel- ven sanos, ni en camillas ni con muletas; van bien trajeados y no ocultan sus abultadas bille- teras. Son los indianos. Traen consigo las onzas de oro multiplicadas por los tataranietos de Colón, Cortés y Pizarro. Comprarán fi ncas y levantarán mansiones de ensueño, como en su día lo fuera Ultramar para España. Pero también construirán escuelas y casas de salud, pues han aprendido de sus carencias al partir y de las dolencias que al volver encuentran: la Re- gencia les ignora; el Pueblo les ampara con lo que tiene; la Patria les mira y en silencio les bendice. España necesitaría ciento veinte mil indianos, tantos como soldados ha perdido entre Ultramar y España misma. Los españoles no tienen en qué soñar. Les queda enardecerse con Costa. Que distingue entre la derrota institucional —inadmisible por lo previsible del desastre consumado— de la pervivencia de la Nación, que yace como fusilada, cuando ha sido se- 55

Derecho consuetudinario

El vocablo urf, en lengua rifeña, lo (nubt) para los riegos y el canon tribal siempre en precario; de ahí magnifi ca y sintetiza. Conjunto de (haqq) para el pago de los mismos; que también fi jase las multas normas y tradiciones que, desde el el orden para cosechar y la (cuantiosas) por delitos de sangre: curso de los tiempos, ha regulado el seguridad para deambular por los las venganzas personales, uso de tierras y aguas; el turno zocos, acción protectora de una paz endémicas en el Rif. cuestrada y ultrajada. Acabar con el comadreo político que al país llevó a la ruina, hundió a sus escuadras, a sus ejércitos introdujo en nichos sin numerar o sepultó en el mar sin bala de cañón a los pies porque no había balas para tanto muerto y a los sobrevivientes ni se moles- tó en presentarles armas cuando tullidos desembarcaron en puerto patrio, pareció lo que era y aún representa: canallescos delitos, merecedores del derribo sin contemplaciones de una monarquía contemplativa de tales ofensas, indiferente ante la poca vida que restaba a sus repatriadas tropas. Bajo los puentes y en los caminos, en las cunetas y parideras, en trozos sus uniformes, vacíos los bolsillos, huesudos sus rostros, así fueron encontrados muchos. Tie- sos e insepultos. Caídos sin una sola queja, invencibles donde nacieron y murieron. En tan duros tránsitos morales y sociales, publica Costa su Colectivismo agrario en España. Doctrinas y hechos (1898). Obra de ciencia, erudición y combate. Que conmueve, admira y sobrecoge. Su autor expone un sí comedido al industrialismo, superado por un vigo- roso acto de fe hacia un agrarismo reformado y consecuente. Sostiene que la insolubilidad del problema guarda relación con la paramera registral que caracteriza a las tierras hispa- nas, retenidas por unas pocas manos y además, usureras. Y en audaz síntesis propone colec- tivizarlas. No es prebolchevismo, ni tardojansenismo, es costismo límpido y santo. En la espa- ña de minúscula, de por sí adúltera, mandona, obtusa y torpe, hace efecto de segunda revolución francesa. El Estado inmutable quedó en apariencia, aunque el susto no se lo quitó nadie; sobre todo en los palacios del poder, en los que durante semanas se durmió mal. Pero en los casinos y cafés, sobresaltados sus parroquianos de baraja, copa, puro y chiste malo, se le insulta y amenaza. Ese «profeta» jamás será diputado y gracias puede dar de seguir siendo notario aún con vida. Cambia el siglo. Costa cavila sobre una conjunción ideológica y moral, motivadora de los ímpetus de la España inanimada bajo los efectos del cloroformo sagatista; unifi cadora de sus cuatro pulsos cardinales, que insufl en a la sociedad española una potencia tal que la eleve sobre sus miedos atávicos y, en vertiginoso vuelo rasante, cruce por encima de las trin- cheras del caciquismo acorralado, sobrevuele los derruidos templos del monarquismo inca- pacitante y todo ese parlamentarismo de comilona, cabaret y chalets de mala nota, cuyos gastos pasa como representación. Cree hallar esa energía renovadora en Basilio Paraíso, presidente de la Cámara de Comercio de Zaragoza, y en el también letrado Santiago Alba Bonifaz, futuro ministro de Estado y Hacienda. Y a las urnas van. En 1901 es diputado electo

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Joaquín Costa Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los por Madrid y Zaragoza. Descubre que el Parlamento es gélida trinchera, no ardiente tribuna. Se lo temía, pero la ignominia se manifi esta con tal villanía, que solo de verla le enfurece. Costa no soporta tanta mezquindad y ni su acta de parlamentario recoge. Su decisión cubre titulares de prensa y no pocos piensan que España en duelo anticipado entra. Jura Alfonso XIII ser el rey de todos. Es el 17 de mayo de 1902. Una coronación no puede ocultar una pirámide de errores funestos; otra de cobardías clamorosas y una tercera de mentiras reincidentes, monumental valle de gizeh, bajo el cual sepultada yace España. Las gentes desesperadas siguen y así no se puede vivir. Ni al país se le puede tener ahí, de cuerpo pre- sente. Los españoles prefi eren ser engañados de nuevo a participar en otro entierro de seme- jantes dimensiones. España consiente, pues para eso la han dejado limitada a ser ente su- friente: que mucho todo lo siente, pero ni protestar la dejan. Como concepto, en ningún discurso falta «España», siendo nulidad resolutoria. Y como patria, ella sola nada puede. España depende de sus hij os y nietos. A los que no se encuentra. Los españoles han 56 capitulado en campo abierto y luego desaparecido. Exánime la patria; nadie se presenta para levantarla. Ningún ministro, ningún grande de España, ningún jefe del Ejército o de la Armada acude a los actos ofi ciales revestido de luto riguroso, habiendo perdido el país tantos hombres como para formar seis ejércitos y alistar dos escuadras. Los fuegos artifi ciales que celebran la coronación de un estudiante de rey proyectan una luz espectral sobre el letárgico panorama peninsular e insular. Ha habido empeño en dar espléndida fi esta en un desierto, aunque solo desperdicios en la arena queden, restos que al mediodía siguiente el infl exible simún esparci- rá. Entra España en refl exión al concluir la última petardada pueblerina. Las carrozas a lo gran Aumont se guardan en las cocheras. Hules acoplados, puertas cerradas, cerrojos corridos, candados puestos. Palafreneros y mayordomos de librea se desean hasta muy lejana corona- ción. Tres cuartos de siglo transcurrirán hasta presentarse un nuevo rey: Juan Carlos será su nombre y Borbón él como corresponde. Sin carroza vendrá y sin ella se irá.

Ganar la mayor batalla («Oligarquía y caciquismo») para perder la guerra y la vida

España no logra incorporarse de su secular postración, pues pulso no tiene (Silvela dixit). Costa insiste. En 1901 ha publicado un largo ensayo que, en su título, previene: La ignorancia del derecho y sus relaciones con el «status» individual, el referéndum y la costumbre. Sin concederse descanso, pone fi n a su más demoledora denuncia: Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España. Urgencia y modo de cambiarla (1901-1902). Contiene la famosa encuesta que el Ateneo de Madrid realizase entre sus socios y personali- dades de las artes, ciencias y letras. Costa ve inviable que su patria logre deshacerse de sus ataduras porque los grandes partidos, amigos del poder y partícipes de este, pánico tienen de liberar a tan temida cautiva. Porque la momia se mueve sin importarle las vendas. Luego España no ha muerto por escalofriante que sea su quietud. La grey ateneísta ha hecho de su centro neurálgico en el Madrid de 1901 puerto y hos- pital de campaña, donde los pupitres hacen de quirófanos portátiles, a la espera de que apa- rezcan los heridos. Para sorpresa de todos, los sanitarios aparecen con solo dos camillas: la primera oculta un bulto deforme y enorme cubierto por montañosa colcha, pues no hay sába- na en el mundo tan grande para taparlo; la segunda retiene el cuerpo de un militar delgadísi- mo, sus huesos señalándose bajo sábana tan parca que ni delantal quirúrgico parece. Lo de

militar es cosa indudable, porque calza abarcas de soldado, con sus suelas de esparto rotas, Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los a través de las cuales se le ven sus desollados y diminutos pies. Un chavalín. Lleva la cabeza vendada en sangre. Al pasar, uno de los sanitarios roza la inerte cabeza. Se desprenden las vendas y, en cascada, ensangrentada y larga cabellera libre queda. Murmullos de asombro. El bulto descomunal es el sistema político en su inmutabilidad enfermiza; ese liviano cadáver corresponde a una mujer-soldado. Se deducen supuestos y recuerdan hechos. Casos han ha- bido de hermanas que pretendieron sustituir al hermano menor, llamado a fi las con veinte años para embarcar hacia Ultramar. Morir por el benjamín para salvar al padre inválido o la madre viuda. Los ateneístas comprenden y asienten. No harán de enfermeros, sino de forenses. Y sus conclusiones a los jueces entregarán para refuerzo de la causa sumarial que se instruye. Ese cuerpo gigante hay que trocearlo y saber por qué se convirtió en homicida de tan infortunada joven, Patria de nombre, lo único que de ella con certeza se sabe. Dibujantes, escultores, pin- tores, abogados, arquitectos, diplomáticos, escritores, ingenieros, jueces, médicos, periodistas y poetas se ponen a la tarea y estudian los restos con lupa y rigor. La investigación determina 57 sin lugar a dudas: delito de lesa majestad. Aparecen infi nidad de criminales confesos para una sola muerte: la defunción de España, el apellido de esa valiente mujer, que exangüe yace. Este supremo magnicidio estaba sin resolver al no haberse identifi cado a los asesinos. Las fechas de las consecutivas muertes de España se confi rman y conmueven: 1805, 1812, 1820, 1823, 1836, 1846, 1854, 1868, 1869, 1870, 1876, 1895, 1898. No hay memoria de nación asesinada trece veces en un siglo. Lo sucedido entre un Trafalgar y un Cavite. Conocidos los primeros nombres de tan largas listas, la prueba pericial termina. Los ateneístas pueden irse a sus casas o enrolarse como artilleros voluntarios en el bu- que insignia que, anclado en madrileño puerto, espera la orden de zarpar. No encabeza escua- dra propia; le basta con parecer acorazado de sí mismo. Tiene enfrente un nublado horizonte, cubierto de naves hostiles. El Joaquín Costa larga amarras y avante toda se aleja. Mar afuera, un semicírculo de siluetas amenazantes le aguarda, cañones a su máxima elevación para hundirle lo más lejos. Le temen. Ya empiezan a cañonearle. Bien gobernado, elude ese cerco de fuego y vira recto hacia el centro teórico del adversario, sorprendiéndole. La fl ota enemiga se aturulla y tensa en un larguísimo brazo, torpón y baleanceante. Error mortal, fruto del miedo. En maniobra osada y certera, el Joaquín Costa logra «cortar la T» de esa columna naval por el cuello. Separa a unos de otros y les dispara andanadas o torpedea hasta agotar municiones y torpedos. La fl ota descabezada escapa y la batalla se gana, pero la guerra se pierde, pues todo recomienza. Y un siglo igual de malo sucederá al ya desvanecido. El Joaquín Costa ha combatido, solo y en mar abierto, contra la fl ota de las antiespa- ñas: las ladronas, embusteras, rastreras, represoras, usurpadoras y vendidas. A todas ha ca- ñoneado, torpedeado e incendiado, sin lograr hundirlas. Escoradas y en llamas, buscaron refugio en las dársenas parlamentarias —Puerto Congreso, Puerto Senado, Puerto Consejo de Estado—, y cuando no quedaba puerto libre, cobij o y reparación hallaron en los Presu- puestos del Estado; en los cambios de Gobierno; en las festividades nacionales, santoral ge- neroso en ceremonias convenientes a la vez que repleto de altas conciencias proclamadas, todas ellas incumplidas. Véanse unas muestras de aquel combate librado contra fuerzas muy superiores en número:

«España no es una nación libre y soberana.» (primer epígrafe, Memoria de la

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Joaquín Costa Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los Sección, pág. 1).

«El (pueblo) español vive a merced del acaso, pendiente de la arbitrariedad de una minoría corrompida y corruptora, sin honor, sin cristianismo, infi nitamente peor que en los peores tiempos de la Roma pagana. En Europa desapareció hace mucho tiempo (...) En España, no: forma vasto sistema de gobierno, organizado a modo de masonería por regiones y provincias, por cantones y municipios, con sus turnos y jerarquías (la cursiva es mía). Es la superposición de dos Estados, uno legal, otro consuetudinario, máquina perfecta pero que no funciona, dinamismo anárquico el segundo, en que libertad y justicia son privilegio de los malos, donde el hombre recto, como no claudique y se manche, sucumbe.» (Memoria..., pág. 4).

«No hay Parlamento ni partidos; hay solo oligarquías.» (segundo epígrafe, 58 Memoria..., pág. 5). «Yo tengo para mí que eso que complacientemente seguimos llamando “partidos” (entrecomillado en el original), no son sino facciones, banderías de carácter marcadamente personal, caricaturas de partidos formadas mecánicamente a semejanza de aquellas otras que se constituían en la Edad Media, sin más fi n que la conquista del mando (la cursiva es mía) y en las cuales la reforma política y social no entra, aunque otra cosa aparente, más que como un adorno; insignia para distinguirse o (simple) pretexto» (Memoria..., págs. 5 y 6).

«Ahora, incluso el pretexto ha desaparecido, quedando reducidas a meras agrupaciones inorgánicas, sin espíritu ni programa, pudiendo aplicarse, a la morfología del Estado Español, la siguiente defi nición que Azcárate da del caciquismo: “Feudalismo de nuevo género, cien veces más repugnante que el feudalismo guerrero de la Edad Media, y por virtud del cual se esconde, bajo el ropaje del Gobierno, una oligarquía mezquina, hipócrita y bastarda”.» (pág. 6).

«No es la forma de gobierno en España la misma que impera en Europa (...) No es nuestra forma de gobierno un régimen parlamentario, viciado por corruptelas y abusos, sino un régimen oligárquico, servido, que no moderado, por instituciones aparentemente parlamentarias. O, dicho de otro modo: no es el régimen parlamentario la regla y excepción de ella los vicios y las corruptelas denunciadas en el Parlamento durante sesenta años: eso que llamamos desviaciones y corrupciones constituyen el régimen, son la misma regla.» (Ibid., pág. 7).

«El gobierno de los peores: exclusión de la élite o aristocracia natural.» (Memoria..., pág. 13).

«Pues en eso estamos y eso representa la forma actual de Gobierno en nuestro país: es la postergación sistemática, equivalente a su eliminación, de los elementos superiores de la sociedad, tan completa y absoluta, que el país ni siquiera sabe si existen. Es el gobierno y dirección de los mejores por los peores, violación torpe de la ley natural, que mantiene lejos de la cabeza, fuera de todo estado mayor, a la élite

intelectual y moral del país (...) Las cimas de la sociedad española están sumergidas Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los en las tinieblas y no se ven, mientras los bajos suelos a plena luz están (la cursiva es mía). Los antiguos decían en un expresivo refrán: “Báxanse los adarves, álzanse los muladares”.» (entrecomillado en el original, Ibid., pág. 14).

Hora de esperar a la muerte: falsa disputa de restos y entierro que mucho dij o y dice

Desengañado de amistades resbaladizas, Costa busca cimentación sólida y pluralista, por lo que opta por integrarse en la Unión Republicana. Segundo tropezón en la misma piedra. En España, cuanto más se alardea de «unidad política», más se afi lan los cuchillos que cortarán el cuello al ingenuo participante en tal tentación. Harto más que furioso, dimite de sí mismo. Se refugia en Graus, antigua capital de los ilergetes alzados contra Roma, lugar frío y encal- mado, del que hará su adarve, su camino de ronda, muro y fortaleza. Es septiembre de 1903. 59 Residir en Graus durante los inviernos, sin renunciar a su notaría en Madrid, fue su última esperanza de curación: vivir en las altas tierras oscenses, lejos del hollín de las calefac- ciones y los humos de Madrid. Su petición le fue denegada y ahora es tarde. Entiende que su salud es reencontrarse con la pasión del estudiante que viajase a Huesca y luego a París y Madrid. En Graus ha escrito la mayor parte de sus ensayos, artículos y libros. Entre ellos se parapeta. Pone al día su correspondencia; lo consigue de forma incompleta y lo deja; vuelve a intentarlo; se cansa y escribe sin un plan fi jo, empujado por los sucesos políticos y el azote de su endémico padecimiento. La distrofi a muscular progresiva que padece supera recetas y calmantes. La incapacidad le alcanza desde los brazos —sobre todo el derecho— y las ma- nos, hasta la cintura pélvica y uno de sus pies, pero a veces son los dos. Su peso no decrece, su bienestar pasa de lo escaso a lo inexistente. Si al moverse por su cuarto se cayera y nadie oyese sus gritos, en el suelo quedaría, pues él solo no puede incorporarse. Hacen falta dos personas fuertes para levantarlo. Sus manos se amorcillan y cuesta cortarle las uñas. Su bar- ba blanco-grisácea se entreabre como tronco de palmera a punto de romperse. Sus ojeras le comen la cara, pero el brillo de su mirada, depredadora de engaños, se mantiene. Alcanza su plenitud como signo temido hecho hombre: el «León de Graus» existe y es él en persona. Cuando sale a pasear con los pocos fi eles que le siguen, se turnan para llevar su me- cedora con respaldo de mimbre, con el fi n de que su dolorida espalda pueda descansar tras andar un poco, no más de diez minutos y despacio. Más de eso no puede. No le han dado esperanzas. Ni él las tiene desde hace treinta años. Ha consultado a eminencias de la medi- cina, entre ellos al neurólogo francés Jean-Martin Charcot, descubridor, en 1869, de la enfer- medad que le aqueja. Su mal —esclerosis lateral amiotrófi ca en su codifi cación clínica ac- tual— no tiene cura (no la tiene todavía) y es dolencia que no mata: aniquila lenta e inexorablemente. En 1908 reta a su inexistente salud para reaparecer en Madrid, con el fi n de oponerse a la Ley contra el Terrorismo, que Maura defi ende. El esfuerzo le deja baldado. Su generoso eticismo agrava su sentencia. Le caen tres años de espasmos. Su enfermedad le somete a continuo tormento. Resiste de forma incomprensible. Le encaman y él deja hacer pues en pie no se tiene. Pasan los días y las noches. Acumula cuarenta y nueve días postrado en su dor- mitorio, con una hemiplejia difusa y acusada disnea (difi cultad para respirar); agravadas por fi ebre alta, con puntas de hasta 40,2º y arrítmicas pulsaciones, 90 a 93 por minuto. El

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Joaquín Costa Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los corazón no aguanta y la cabeza se desentiende. Entra en efímero purgatorio, donde cavilase si España debería también morir para dejar de sufrir, intentar resucitar y verse libre de una vez. Eso supondría volver a soñar. Y él se deja llevar a la muerte, que llega en la madrugada del miércoles 8 de febrero de 1911 y le libera. Noticia que a España sobrecoge. Sentimiento de trastorno y desamparo. Qué hacer ahora. La pregunta está en los hoga- res; en los surcos pendientes de abrir para recibir las esperadas lluvias de alta primavera; en los talleres y las minas; en los puertos y las fábricas; en los hornos, sean de pan, carbón de encina o fundición de acero. Novedad acongojante para muchos, libertadora de sufrimientos para unos pocos: los informados de la discapacidad crucifi cante del difunto. Bendecido su nombre en las misas de pueblo, sigue adelante hacia las calles y plazas de las ciudades, que llena. Se refuerza en las familias, entre amigos y convecinos, constituyéndose en torrente que, en su recorrido, procesiones forma y padrenuestros atrae. El Estado se duele en su retóri- ca, que ni procede por lo insincera y fútil resulta por lo barroca. En las tertulias de Oriente se 60 comenta el desenlace. Nadie allí lo siente, nadie esperaba otra cosa mejor de toda esa gente. Y de improviso surge la disputa, el litigio por unos despojos que son de la Nación, no de monarcas en apuros. Desde Madrid reclaman al difunto para enterrarlo, con gran pompa, en el Panteón de Hombres Ilustres. Aragón, ofendido, alza su protesta. Es fi rme y unánime. El pueblo aragonés se siente legitimado para guardar no ya la tumba, sino la memoria de hij o tan admirado como desgraciado. Gobierno y rey, desconcertados, inician atropellada retira- da: Canalejas y Alfonso XIII no esperaban toparse con semejante revolución sepulturera. Al- guien les hace ver su error, el peligro que corren, la convulsión que se acerca. Costa sepultado en su tierra, duelo y emoción coincidirán; Costa enterrado en Madrid furia y revoluciones traería. Si en Zaragoza serían diez mil los seguidores del féretro, en Madrid podrían juntarse cien mil manifestantes, que se llevarían por delante a la guardia civil y desde luego al féretro. En consecuencia, el tren con los restos de Costa llega a Zaragoza procedente de Barbastro, donde incidentes se han dado. Oportuna excusa. Este tren mortuorio no sale de aquí, dicen los zaragozanos y no llegan a los diez mil previstos. Ese tren fúnebre no se mueve de ahí, or- denan las autoridades consistoriales, militares y policiales. Del plante ciudadano al guante que sueltan, como ascua sobre su piel desnuda, la Corona y el Gobierno. Quedan aliviados de su pánico los falsamente derrotados y contentos los en nada vencedores (son las acerta- das tesis de George Cheyne). Aragón, tierra de ceños fruncidos e indomables resistencias, esboza amplia sonrisa y prescinde de airado gesto. Revive tiempos de hidalguía, pundonor y desafío, cuando Juan de Lanuza, justicia mayor, se las tuvo tiesas a un tal Felipe II. El domingo 12 de febrero, el cementerio de Torrero aguarda al héroe muerto y al gentío que le acompaña. Ha dejado de llover y el barro helado sustituye al aguacero. Por los cami- nos enlodados, que a la Zaragoza entumecida llevan, calladas y cejij untas, las ateridas legio- nes campesinas avanzan. Se agrupan por familias, caseríos y poblaciones. El agro hispano hecho persona consciente, identidad fehaciente y unidad moral combatiente en posición de fi rmes está. Torrero deja de ser camposanto, pues ya es castrum, campamento legionario. Cuando el ejército del campo penetra en Zaragoza, por el extremo opuesto se acercan los bloques proletarios. Provienen de barrios obreros, empleados en la construcción o talleres. Cuando las masas se funden en una sola, las puertas de Torrero ceden. Tres mil personas lo- gran pasar dentro, varios cientos quedan fuera. Hay órdenes: evitar tumultos que alteren la liturgia religiosa. La multitud adentrada sigue al féretro. Los que afueran quedaron se apiñan. Esperarán al amigo, hij o o sobrino que sí lograron entrar. Unos y otros son zarandeados por

los empujones ventosos que el Moncayo, sin cansarse, les envía. Escenografía de boinas y Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los bufandas, de pesares y recogimientos. Anochece. Luz desplomada, visibilidad decapitada. La noche dueña de todo se declara y la ceremonia trastabillea, pierde ritmo y se paraliza. No se ve nada. El desconcierto dura treinta, cuarenta segundos. Sufi cientes para que la noche se transforme en madrugada de ajusticiamiento. Solo se oye el ulular del viento. Cada persona soporta su angustia, pero también la de todos. La negritud es losa eterna vuelta del revés, que aplastamiento causa. No pocos se persignan para conjurar males que se les acercan o retem- blores de sus atravesadas conciencias. Los bomberos intervienen. Encienden sus hachones, hogueras de mano con las que se aproximan a la fosa, rodeándola con iluminada disciplina. La negrura titubea y entra en desbandada. Las antorchas toman al asalto el borde de la fosa y, sin detenerse, descienden hasta el tenebroso fondo, lo enfocan y desnudan sin compasión, privándolo del terror en el que se justifi caba; suben con arrolladora fuerza; superan a la inver- sa la tierra suelta que bordea la tumba, que del susto se apelmaza y ni un solo grano pierde; culebrean entre las fi las eclesiásticas o seglares y en sus rostros encienden crispadas expre- 61 siones o endurecen afl igidas posturas; alcanzan las copas de los árboles agitándolas con furia y a los anidados murciélagos espantan; se extienden sobre cruces, lápidas, nichos, verjas, inscripciones y memorias. Y a todas, sean en hierro, mármol, piedra o carne viva en su justo lugar sitúan, con lo que delirios, suposiciones y tenebritudes concluyen. Alumbrados por esos aleteos de fuego y luz, cuatro mozos de Graus tiran de reaños y descienden el ataúd hasta la mismidad de la tierra anhelante. Los quintos de la España inmi- nente honran al mejor soldado del Derecho que jamás hubo en España y ejemplo fue para toda Europa. Caen las primeras paletadas sobre el féretro. Sus retumbes estremecen como clavos de asedio que sellan para siempre las puertas reformadoras de la patria, ahora sí in- defensa, la que el extinto labrase con su mente y torturado cuerpo; portón de horizontes na- cionales clausurados por quienes pánico tenían al mejor labrador de la única España posi- ble: la liberada de sus parásitos endogámicos; la perseguidora del alcalde prevaricador, del diputado cómplice, del interventor militar enriquecido con el hambre de los soldados y la obsolescencia de sus medios de defensa; la fi scal del silencio administrativo y del clientelis- mo juerguista; la saqueada por políticos ansiosos por robar más y a los que ansía ver encar- celados y con sus fortunas embargadas; la España huérfana de padre y madre, que el difun- to quiso prohij ar concibiendo proyectos reformistas como ningún otro europeo de su tiempo. Patria España, la moza que de joven lo enamoró y de la que supo ser novio apurado en su fervor por descubrir toda esa velada belleza que ella poseía; prolífi co esposo que debió ser presidente del Gobierno, cuando solo le dejaron ser notario de las insidias y mentiras institu- cionales, petrifi cadas en régimen yerto en busca de mausoleo, cuando en el monasterio de El Escorial pudrideros sobran y por sepulcros que no quede; compañero soñado para envejecer juntos y ver crecer a sus nietas, tantas Españas dignas como antiespañas había y preciso era y es enterrar sin falta. Él fue el sepultado. Su mujer quedó viuda y no encinta. Una fosa sigue abierta en los cuarteles de Torrero. Las últimas paletadas murmullos parecen. El viento se ha echado, el pesar aumenta. El héroe se desliza a lo profundo. La tierra, lenta y metódica, sube. Lloran los allegados del bendecido por tantos y maldecido por los menos. De los más afectados, su fi el Manuel Bescós y su desolado hermano, Tomás. La pena es unánime. La emoción atrapa a Rafael Gasset, ministro de Fomento. Ver llorar a un minis- tro es cosa imposible en España como no sea coincidente con su inauguración o despedida del sillón que, en su día de gloria, le fuera confi ado. Pero Gasset sincero era.

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Joaquín Costa Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los Costa fue un lujo de persona para cualquier país y civilización. España no se le quedó pequeña; él era mucho más grande de lo que España podía asumir. Costa representa todo lo que España pudo hacer y no hizo. Su obra y palabra nos orientan hacia cuanto España tiene pendiente de hacer por sí misma y bastante es, pero en modo alguno imposible de conseguir.

J. P. D. 10.10.2014-31.01.2015

62

Interventor

Su función constituyó el fundamento interventores era tal que, en de ellos se mostró sobresaliente en sobre el que se basó el Protectorado ocasiones, actuaban como «jueces» todo cuanto hizo: estudios jurídicos español, constituyéndose en su en el reparto de los turnos (nubz) de y sociales, organizativos y periciales, piedra angular. Además de fi scalizar riego y en el orden para cosechar, con labores artísticas suyas de gran la actuación de las autoridades incluso en aquellos delitos comunes mérito y audaces realizaciones indígenas, poseía la facultad de donde su juicio fuese solicitado. arquitectónicas. Su nombre y introducir reformas administrativas y Estos mandos españoles, salvo destino: teniente coronel Emilio económicas en el distrito tribal bajo excepciones, cumplieron efi caz y Blanco Izaga, interventor en los Beni su tutela. El prestigio de algunos honrosamente su cometido, pero uno Urriaguel. Agradecimientos

A quien dedico esta biografía, llamó, allá por octubre de 2012, bis parece y es. Por similitud de Manuel Aragón Reyes, magistrado para enrolarme en La Historia afi nidades, mi gratitud a Julián del Tribunal Constitucional, pues Trascendida, navío artillado con Martínez-Simancas Sánchez, otro aunque ya no forma parte de tan piezas solidarias y abundante costista en compromiso, logros y alta institución al concluir su munición ética. Nunca olvidaré las comportamiento, abanderado de mandato de nueve años (junio de conversaciones que mantuvimos y encuentros que fertilicen la paz entre 2004-junio de 2013) lo sigue siendo las que siguieron después. El juez pueblos y culturas. Su nombre y por la relevancia de su obra y Aragón tiene, en lo físico, notorio trayectoria vital son todo un ejemplo actitud acorde. Él fue quien me plante costista y, en lo moral, Costa a nivel nacional.

Fuentes Bibliografía

En las fuentes, de las obras de En la bibliografía, agrupo una nuestro mundo cultural, George Costa, aparte las identifi cadas en el selección de autores españoles y James Gordon Cheyne (1915-1990), texto, hay otras que poseen dejo para el fi nal a quien, todavía doctor en Filosofía y Letras por la condiciones ciertamente hoy, a todos nos guía por su tesón Universidad de Newcastle, en la que determinantes como rectoras de esta investigador y capacidad fue director del Departamento de biografía: organizativa: Cheyne. Estudios Hispánicos y Latinoamericanos. Su tesis lo fue La cuestión de la Escuadra, Huesca, Fernández Clemente, Eloy, El sobre Costa, aún hoy insigne rareza. Tipografía de Leandro Pérez, 1912. pensamiento y la obra de Joaquín Costa, Zaragoza, 1998. A bibliographical study of the Escuela, despensa y patria, Madrid, writings of Joaquín Costa, Londres, Biblioteca Joaquín Costa, 1916. Gil Novales, Alberto, Derecho y Thames, 1972. revolución en el pensamiento de Y la más citada, su obra cumbre, Joaquín Costa, Madrid, Península, Joaquín Costa, el gran desconocido. retrato de la peor España posible y 1961. Esbozo biográfi co, Barcelona, Ariel, otra vez resurrecta: 1972. —, «Joaquín Costa: de la crisis Oligarquía y caciquismo como la fi nisecular al socialismo», Anales de Estudio bibliográfi co de la obra de forma actual de gobierno en España: la Fundación Joaquín Costa, nº 2, Joaquín Costa (es la tesis doctoral Martínez orilla Joaquín Costa Con el pensamiento en la otra precursores. Los urgencia y modo de cambiarla, Madrid, 1985. de Cheyne, traducida por su esposa, Madrid, Establecimiento Tipográfi co la española Asunción Vidal), de Fontanet, 1901. Martín-Retortillo Baquer, Lorenzo, «En Zaragoza, Guara, 1981. homenaje a George Cheyne», BILE (Boletín de la Institución Libre de Más tres excelentes logros de Enseñanza), Madrid, 1991. Cheyne, lúcida y ejemplarmente confeccionados por el gran Tierno Galván, Enrique, Costa y el hispanista inglés sobre la regeneracionismo, Madrid, correspondencia de Costa con Colección Vida Europea, 1961. personajes básicos en su vida: sus epistolarios con Manuel Bescós Valentí y Camp, Santiago, Joaquín (Zaragoza, Institución Fernando el Costa (estudio vital y obras Católico, 1979); Francisco Giner de principales), Madrid, 1922. los Ríos (Zaragoza, Guara, 1983); fi nalmente con su ferviente discípulo A los anteriores y muchos más se les y luego distante colega Rafael 63 sumó, a partir de 1972, con un vigor Altamira (Alicante, Instituto de tan singular como estimulante para Cultura Juan Gil-Albert, 1992). Delcassé, Théophile Pierre 4 Pamiers, Francia, 1 de marzo de 1852 - Niza, Francia, 21 de febrero de 1923

Político francés del partido radical. Diputado, ministro de Colonias y de Exteriores. Artífi ce de la Entente que permitió el establecimiento del Protectorado en Marruecos.

Miembro de una familia rural de clase media acomodada que vivía de sus rentas. Tras estu- diar en la escuela de Pamiers y obtener el título de bachiller, en 1870 se traslada a Toulouse, donde se licencia en Letras en 1874. Durante algún tiempo trabajó como profesor eventual en varias escuelas de su región hasta que en 1875 se trasladó a París con el propósito de prepa- rar las oposiciones a profesor titular de historia. En París su vida da un cambio profundo. Para completar sus ingresos comienza a trabajar como preceptor de los tres hij os de la familia Roman, en la que el padre es archivero de la ofi cina de prensa en el Quai d’Orsay. En las conversaciones de la familia son tema fre- cuente los pormenores de la política exterior francesa, que Delcassé utiliza en numerosos ar- tículos que comienza a publicar en la prensa de París. Es entonces cuando se fi ja como obje- tivo llegar al Ministerio de Asuntos Exteriores. En el año 1877 conoce a Léon Gambetta, director de los diarios La Petite République y La République Française, en los que el joven Delcassé comienza a publicar artículos sobre política exterior basados en los conocimientos adquiridos en la casa de los Roman. Converti- do en periodista respetado, esta faceta de su vida durará doce años, hasta que fi nalmente comienza a compatibilizar estas actividades con sus aspiraciones políticas. En las elecciones legislativas de 1885 sustituye al candidato republicano Gaston Mas- sip, del que era secretario, cuando este fallece repentinamente. A pesar del apoyo de los partidarios de Massip, incluida su viuda, Genoveva, y de presentarse en su región natal, no logra obtener escaño. Tras el fracaso vuelve a París, continuando con sus actividades en la prensa. De ideo- logía progresista y profundamente anticlerical, en enero de 1886 es iniciado en la masonería. En 1887 se casará con la viuda Genoveva Massip, con la que tendrá tres hij os. La mayor, Su-

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Théophile Pierre Delcassé orilla Théophile Pierre Con el pensamiento en la otra precursores. Los zanne, se casará en 1923 con el teniente coronel Noguès (ver biografía), quien sería residen- te general en Marruecos entre 1936 y 1943 y otro de los personajes fundamentales en la historia marroquí durante el periodo de los protectorados. En las siguientes elecciones legislativas, en 1889, obtiene escaño en representación del distrito de Foix. Su primera intervención en la Cámara de Diputados, en noviembre de 1890, durante la discusión de los presupuestos para 1891, impresiona a la opinión pública. En su alocución presenta la necesidad de que la política exterior francesa compagine los in- tereses y problemas europeos con la expansión del imperio colonial francés. Al año siguiente, noviembre de 1891, su intervención tiene lugar durante la discusión del presupuesto para las colonias, logrando el apoyo casi unánime de la cámara. Considerado un experto tanto en política exterior como en cuestiones coloniales, en enero de 1893 es nombrado subsecretario de Estado para las Colonias. En mayo de 1894 el primer ministro Dupuy le escoge como ministro para las Colonias, cargo que ocupará hasta 64 enero de 1895.

Residente general

Máximo representante de la ejercía la administración sobre el de l'Armée Coloniale —con amplia República Francesa en su zona del territorio; vigilaba la aplicación de integración de las tropas Protectorado en Marruecos. Su las leyes, tanto las musulmanas marroquíes—, asegurando así la titular ejercía como depositario de como aquellas otras de origen galo defensa del país. Representaba, los poderes históricos y que incidiesen en el conjunto de la adicionalmente, los intereses de procedimentales de los gobiernos población; regía el urbanismo de las Marruecos, forzosamente republicanos en la metrópoli. Su grandes ciudades e impulsaba las coincidentes con los de Francia, primer titular, desde 1912 a 1925, el obras públicas, supervisaba la ante el mundo diplomático europeo. general Hubert Lyautey educación pública y estimulaba el —mariscal a partir de 1921— comercio; por último, era la cabeza En esos años, la situación de las relaciones exteriores francesas es complicada, ya que, hasta 1890, la política exterior de Bismarck había logrado aislar a Francia. Junto a un Reino Unido aparentemente neutral, pero desconfi ado ante la expansión colonial francesa, la 5 Triple Alianza (Alemania, Italia y Austria-Hungría) es marcadamente hostil a Francia. Las ideas de Delcassé, muy extendidas en la época, tratan de combinar los intereses europeos de Francia con la expansión colonial. Elementos claves de esta política serán la consolidación de la amistad franco-rusa, conseguida por los acuerdos de 1891 y 1892, y el impulso dado desde el Gobierno a las exploraciones coloniales. Durante el tiempo en que Delcassé trabaja en el ministerio de Colonias intentará unir en bloques geográfi cos los territorios que ya estaban bajo control francés y tratará de redu- cir los gastos de la administración colonial, considerando que el régimen de protectorado es más práctico y económico que la administración directa. Finalmente, el control por Francia del desorganizado y decadente Imperio de Marruecos fue uno de los objetivos primordiales e irrenunciables que Delcassé se había fi jado. El 28 de junio de 1898, Delcassé fue nombrado ministro de Exteriores, puesto que ocu- pará durante siete años, con cinco sucesivos jefes de Gobierno. Dimitirá el 6 de junio de 1905, víctima de la crisis provocada por el desembarco y las declaraciones del emperador Guiller- mo II en Tánger. En esos siete años Delcassé tendrá la habilidad no solo de dar un viraje a la política exterior francesa y lograr modifi car los sistemas de alianzas europeos, sino también de incor- porar a Marruecos al Imperio francés y llevar a su cenit la expansión colonial. A su llegada al ministerio su primer contacto con la realidad fue traumático. El 10 de julio de 1898 el comandante Marchand, al frente de una expedición procedente del Congo francés, había ocupado la localidad de Fachoda, en el Sudán. El propósito era establecer una comunicación transversal que desde el Atlántico llegase al mar Rojo, algo que interfería en los propósitos británicos de crear su propio eje, norte-sur, desde Alejandría a Ciudad del Cabo. Consciente de que en este confl icto colonial Francia se encuentra aislada y de su in- ferioridad naval frente a la Royal Navy, el Gobierno francés cede y abandona Fachoda. El resultado inmediato es la fi rma del Acuerdo Anglo-Francés de 21 de julio de 1899, que será el primer paso para el posterior acuerdo de 1904. A partir de ese momento, Delcassé tratará de

encontrar nuevos apoyos para futuros enfrentamientos coloniales. Delcassé orilla Théophile Pierre Con el pensamiento en la otra precursores. Los Su primer intento es apaciguar la hostilidad italiana. Italia estaba enfrentada con Francia desde el establecimiento del Protectorado francés en Túnez en 1881. Delcassé intuía que, si en el norte de África se encontraba una solución satisfactoria para Italia, Francia tendría manos libres en Marruecos e, incluso, Italia podría apartarse de la Triple Alianza. El resultado fueron los Acuerdos Secretos Franco-Italianos de 1900 y 1902, por los que Italia se desentendía de Marruecos, garantizaba su neutralidad en caso de ataque alemán a Francia y, a cambio, recibía el apoyo francés para la ocupación de Tripolitania y Cirenaica. El siguiente paso sería llegar a acuerdos con España. En 1900 se fi rma un convenio por el que se delimitan las posesiones españolas y francesas en Guinea y Sáhara. Dos años des- pués, en 1902, Delcassé se reúne de nuevo con el embajador español en París, León y Castillo (ver biografía), para buscar un acuerdo bilateral que, orillando las objeciones británicas, per- mita llegar a un reparto de infl uencias en Marruecos, casi al cincuenta por ciento, entre Francia y España. La caída del Gobierno de Sagasta en diciembre del mismo año y la postura prudente, 65 si no timorata, del Gobierno conservador de Silvela dejan en suspenso la ratifi cación por Espa- ña, ya que el nuevo Gobierno no quiere arriesgarse a molestar al Imperio británico. Tras ese «fi asco» español, Delcassé se aprovecha del recelo que el rearme naval ale- mán despierta en Londres y fi rma con el Imperio británico el Convenio Franco-Británico de abril de 1904, cimiento sobre el que luego se asentaría el tratado de alianza anglo-franco-ru- so conocido como Entente. En ese convenio, dividido en cuatro apartados (1.º Marruecos y Egipto, 2.º Declaración secreta aneja al 1.er apartado, 3.º Terranova y 4.º Siam, Madagascar y Nuevas Hébridas), se establecían las bases de lo que a partir de 1912 sería protectorado francés en Marruecos. Francia y Reino Unido se dejaban respectivamente «manos libres» en Marruecos y Egipto, con la sola salvedad de que Inglaterra imponía en el artículo 8.º del Convenio la condición de que se reservase a España una zona de infl uencia próxima a sus posesiones de la costa me- diterránea. En la práctica, Inglaterra imponía a Francia la exigencia de que fuese la débil España quien ocupase los territorios marroquíes próximos a su posesión de Gibraltar. Tras la fi rma de este acuerdo, España, animada por Reino Unido, fi rma con Francia la Declaración y Acuerdo Hispano-Francés de octubre de 1904, por la que Francia se compro- mete a reservar a España una zona de infl uencia en el momento en que estableciese el pro- tectorado en Marruecos. Por supuesto la zona reservada a España era mucho menor que la ofrecida en 1902, ya que la posición francesa se había fortalecido, como bien le hizo ver Delcassé al negociador español, el embajador español en París, León y Castillo. El gran perdedor en todos estos acuerdos sería el Imperio alemán. Consciente de ello, el káiser Guillermo II apuesta fuerte y el 31 de marzo de 1905 desembarca en Tánger y hace declaraciones por las que garantiza la independencia de Marruecos. El resultado fue la cele- bración de la Conferencia de Algeciras, en la que la diplomacia alemana resultó vencida y humillada. En esta crisis, la única victoria lograda por Alemania fue la obligada dimisión de Delcassé, en junio de 1905, como ministro de Exteriores. Para Guillermo II, Delcassé era el más peligroso enemigo que Alemania tenía en Francia y fue una de sus exigencias para par- ticipar en la conferencia. En enero de 1911 vuelve al Gobierno, ahora como ministro de Marina. Desde ese pues- to asiste al incidente de Agadir, que se salda con la renuncia alemana a Marruecos a cambio de compensaciones con territorios en el golfo de Guinea. Estas cesiones serían fi nalmente

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Théophile Pierre Delcassé orilla Théophile Pierre Con el pensamiento en la otra precursores. Los compensadas por España, que vio la extensión de su zona de infl uencia reducida cuando, en noviembre de 1912, se fi rmó el acuerdo franco-español sobre Marruecos. Delcassé cesó en el ministerio de Marina en enero de 1913, siendo nombrado embajador en San Petersburgo, donde se esforzó, con éxito, en afi anzar las relaciones franco-rusas. En agosto de 1914, Delcassé vuelve al ministerio de Exteriores, donde trató de conti- nuar la tarea emprendida en 1900, conseguir separar a Italia de la Tripe Alianza. Estos esfuer- zos tienen su recompensa cuando, en abril de 1915, Italia entra en la guerra mundial en el bando de la Entente. En octubre de ese año Delcassé dimite al oponerse a los desembarcos aliados en Salónica. Apartado de la vida política, la muerte, en julio de 1918, de Jacques, su único hij o varón, prisionero de los alemanes desde el verano de 1914, le sumió en una profunda depre- sión, retirándose a la Costa Azul, donde falleció en febrero de 1923. Antes de su muerte mani- festó su oposición al Tratado de Versalles, por creer que no daba a Francia las «garantías 66 sólidas y duraderas que merecía». Las ideas y acciones de Théophile Pierre Delcassé fueron fundamentales en la política exterior francesa durante el primer cuarto del siglo XX, sentando las bases de la alianza fran- co-británica que llegaría hasta 1940 y diseñando la organización y funcionamiento del Impe- rio colonial francés. Sin su pragmatismo, clarividencia política y capacidad negociadora el convenio franco-británico de 1904 jamás hubiera visto la luz y, en consecuencia, tampoco los convenios franco-españoles de 1904 y 1912. Sin estos acuerdos no habría habido en Marrue- cos ni protectorado francés ni español. Como conclusión, cabe decir que Delcassé fue deter- minante para la existencia del Protectorado español en Marruecos.

J. A. S. Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Théophile Pierre Delcassé orilla Théophile Pierre Con el pensamiento en la otra precursores. Los

Bibliografía

Delaunay, Jean-Marc, Méfi ance Raphaël-Leygues, Jacques y Jean Zorgbibe, Charles, Théophile Cordiale. Volume 2. Les relations Luc Barré, Delcassé. Un grand Delcassé (1852-1923), le grand coloniales, París, L’Harmattan, 2010. commis de la France à l’image de Ministre des aff aires étrangères de Colbert. L’artisan de l’Entente la IIIème République, París, Éditions Cordiale, París, Encre, 1980. Olbia, 2002.

67 Conferencia Internacional de Algeciras

En esta ciudad gaditana tuvieron mantener el principio de soberanía los servicios públicos; la lucha contra lugar durante casi tres meses, 16 de del sultán (Muley Abdelaziz); el fraude y la persecución del enero al 7 de abril de 1906, tensos preservar la integridad territorial de contrabando de armas; la debates entre los representantes de Marruecos; estimular la libertad de reorganización de las aduanas; más Alemania, Austria-Hungría, Bélgica, comercio; acciones encaminadas a la creación de un Banco del Estado España, Estados Unidos, Francia, reforzar la estabilidad de la Jerifi ano, en el que Francia se reservó Holanda, Italia, Portugal y Rusia. monarquía alauí y el desarrollo del la mayor parte de su accionariado. Marruecos estuvo representado por país. Las Actas de la Conferencia Por los abusos de algunas potencias su mejor estadista de entonces, el incluían la organización de una y los consentimientos de otras, venerable Mohammed Torres, Policía bajo mandos europeos; Algeciras derivó en símil de anticipo crispado testigo del inicio de la reglamentación de los tributos de partición y saqueo de una nación desmembración de su patria. La tradicionales y la creación de nuevos soberana, acción consumada seis fi nalidad de estas reuniones fue la de impuestos; una mejor regulación de años después. Ribera y Tarragó, Julián

Carcagente, Valencia, 1858 - Puebla Larga, Valencia, 1934

Arabista.

Julián Ribera nació en Carcagente, provincia de Valencia, en 1858. Fue discípulo del arabis- ta Francisco Codera y en 1887 ocupó la cátedra de Lengua Árabe de la Universidad de Zara- goza, desde donde se trasladó a la Universidad Central de Madrid en 1905 para ocupar la cátedra de Historia de la Civilización de Judíos y Musulmanes y desde 1913 la de Literatura Arabigoespañola. La vida de Julián Ribera estuvo vinculada a Marruecos y a la política colo- nial. Su papel no fue el de un gestor sobre el terreno, sino el de un actor político desde la metrópoli. La primera visita de Ribera a Marruecos se produjo en 1894, al formar parte de la embajada del general Martínez Campos, en la que participó con el fi n de adquirir manuscri- tos árabes. Su estancia de dos meses le permitió refl exionar sobre cuáles debían ser el papel y la aportación del arabismo en un posible futuro colonial español en el norte de Marruecos. Durante su viaje, la formación académica del arabista se había mostrado insufi ciente en el Imperio jerifi ano, cuya población hablaba un árabe vulgar que no siempre era comprensible por los académicos. A su regreso, desde su cátedra en Zaragoza, Ribera manifestó su interés en la ense- ñanza de la lengua árabe y la cultura marroquí y en el papel que ello debería desempeñar en el contexto colonial. Sus artículos publicados en la Revista de Aragón bajo el título «El ministro de Instrucción Pública en la cuestión de Marruecos» y «La cuestión de Marruecos» se mostra- ron claves en la defi nición de su visión colonial. Ribera consideraba necesaria la creación de un centro destinado a la formación de un funcionariado ligado a la aventura colonial marro- quí. En este centro deberían tener cabida traductores, intérpretes, militares, diplomáticos... y ser independiente de la Universidad. El 8 de octubre de 1904 se publicó en La Gaceta de Madrid el real decreto de creación de un Taller de Arabistas destinado a la formación de di- cho personal. La propuesta de Ribera era novedosa en España, pero no lo era tanto a nivel europeo, donde países como Francia habían puesto ya en marcha centros similares. El obje-

Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Julián Ribera y Tarragó orilla Julián Ribera Con el pensamiento en la otra precursores. Los tivo fi nal del taller era formar a un personal especializado en Marruecos y a la vez dotar al organigrama del Estado de una serie de gestores que fuesen autónomos en un contexto colo- nial y que no necesitasen de un uso abusivo de personal local. El proyecto de Ribera no fue más allá del papel. Este hecho tuvo importantes repercu- siones en el Marruecos español, donde la mayor parte del personal destinado a la Administra- ción civil y militar apenas tenía conocimiento del árabe clásico o del árabe vulgar que habla- ba la población local. Esta circunstancia provocaría una dependencia del personal español de los auxiliares, intérpretes y traductores marroquíes. A pesar de la infructuosidad del taller, la actividad de Ribera no cesó. En 1907 se creó la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científi cas, de la que Julián Ribera fue miembro. Una de las labores desarro- lladas por la Junta fue la de becar a jóvenes estudiantes para que ampliaran sus estudios en el exterior. En este contexto Ribera jugó un papel destacado, alentando a jóvenes licenciados arabistas para que solicitasen dichas ayudas con el fi n de enviarlos a Marruecos para conti- 68 nuar y perfeccionar sus estudios de lengua y cultura. Entre los becados de la Junta se encon- trarían, entre otros, Julio Tienda y Rafael Arévalo (ver biografías). De este modo, Ribera, si bien no pudo continuar su Taller de Arabistas, sí que pudo ayudar, de manera indirecta, a la formación de un reducido grupo de funcionarios destinados en Marruecos. El establecimiento del Protectorado en 1912 supuso la creación, en 1913, de la Junta de Enseñanza de España en Marruecos, con sede en Madrid, como órgano asesor y gestor de todas aquellas cuestiones relacionadas con la educación en el Protectorado. El papel de Ju- lián Ribera en dicho organismo se mostró clave. La Junta fue creada por iniciativa de Ribera. Tras su constitución, dos fueron las misiones que el recién creado organismo le encomendó y que le harían regresar nuevamente a Marruecos, alejándose durante unas semanas del bullir de Madrid. La nueva misión permitió a Ribera refl exionar y trabajar sobre dos de sus preocu- paciones: la enseñanza y su función colonial, y la lengua árabe y su uso en la Administración. En 1914 Ribera se trasladó a Marruecos para la realización de un informe sobre el estado de la educación en el Protectorado español junto a Alfonso de Cuevas, catedrático de Árabe Marroquí en la Escuela de Comercio de Valencia. Para ello debían visitar Tánger, Te- tuán, Larache, Alcazarquivir, Arcila, Melilla y su zona de infl uencia, y trasladarse a Argelia para analizar la política educativa mantenida por Francia. La inseguridad de la zona redujo el itinerario fi nal del viaje a las proximidades de Tetuán. El informe presentado a la Junta sir- vió para detectar problemas y retos que el colonizador debía abordar y propuso medidas a adoptar por la Junta, como la dotación de una Inspección de Enseñanza en el Protectorado ubicada en Tetuán, que fue creada en 1916 y de la que quedaría al frente el tangerino Ricar- do Ruiz Orsatti. La segunda misión encomendada por la Junta a Ribera fue la elaboración de un pe- queño diccionario de árabe-español en colaboración con el arabista Miguel Asín Palacios, que también era miembro de la Junta de Enseñanza. Tras varios meses de trabajo presenta- ron a la Junta el Pequeño vocabulario hispano-marroquí que, al igual que el informe sobre el estado de la educación, fue publicado en el Boletín Ofi cial del Protectorado con el objetivo de servir como instrumento de uso administrativo así como para los agentes vinculados con la colonización. Tras la fi nalización de estos trabajos, Ribera continuó su actividad como miem- bro de la Junta. En 1927 el arabista se jubiló, falleciendo en su tierra natal en 1934.

I. G. G. Los precursores. Con el pensamiento en la otra orilla Julián Ribera y Tarragó orilla Julián Ribera Con el pensamiento en la otra precursores. Los

Bibliografía

69 González González, I., «Pequeño —, Orientalismo e ideología colonial Ribera y Tarragó, J., «El ministro de vocabulario hispano-marroquí en el arabismo español (1840-1917), Instrucción Pública en la cuestión de (1913). Julián Ribera y Miguel Asín Granada, Universidad de Granada, Marruecos», Revista de Estudios Palacios. Presentación», Revista de 2011. Internacionales Mediterráneos-REIM, Estudios Internacionales n.º 1, 2007, pp. 101-116. Mediterráneos, n.º 9, 2010. —, «Julián Ribera y su “taller” de arabistas: una propuesta de —, «La cuestión de Marruecos», López García, B., «Marruecos, el renovación», Miscelánea de Estudios Revista de Estudios Internacionales regeneracionismo y las ideas Árabes y Hebraicos, vol. 32-33, 1984, Mediterráneos-REIM, n.º 6, 2008, pp. pedagógicas de Julián Ribera», en F. pp. 111-128. 172-190. J. Martínez Antonio e I. González González (eds.), Regenerar España y Marín Niño, M. y C. de la Puente Viguera Molins, M. J., Ribera y Marruecos. Ciencia y educación en González, Los epistolarios de Julián Tarragó. Libros y enseñanzas en las relaciones hispano-marroquíes a Ribera Tarragó y Miguel Asín al-Andalus, Pamplona, Urgoiti fi nales del siglo XIX, Madrid, CSIC / Palacios. Introducción, catálogo e Editores, 2008. Casa Árabe, 2011, pp. 319-341. índices, Madrid, CSIC, 2009. I.II Ensoñaciones y realidades

70 Cenarro Cubedo, Severo

Pastrana, 1848 - Tánger, 1898

Teniente coronel médico, muy distinguido en Cuba y Puerto Rico, cirujano eminente y director facultativo del Hospital Español de Tánger, fi gura clave en la medicina preprotectoral de España en Marruecos.

Tras la revolución de 1868, que acabó con el régimen isabelino, fue abierta una Escuela Libre de Medicina en Zaragoza, y en ella ingresó en 1869, con 21 años. Por compañero de estudios tuvo a Santiago Ramón y Cajal. Licenciado en 1873, se enroló en la Sanidad Militar y, con el grado de teniente, participó en las campañas contra las fuerzas carlistas. En 1875 conseguía una plaza en el Hospital Militar de Madrid, donde trabó gran amistad con el comandante médi- co Nicasio Landa, nombre muy prestigiado en Europa y fundador de la Cruz Roja Española. Cenarro destaca en las enfermedades del riñón y sus tratamientos diuréticos. Ascendido a ca- pitán médico, es destinado a Ultramar. Cuba arrastra seis años de penalidades bélicas que no parecen tener fi n. Antes de partir hacia San Juan de Puerto Rico, se casa, en Madrid, con En- carnación García y Laguna. Y ambos emprenden viaje hacia el Caribe español. Seguirán tres años y medio de trabajos (enero 1877-julio 1880) en condiciones extre- mas, agravadas por su estancia en Cuba (por su climatología más radical), que erosionan su salud. En julio de 1882 se ve obligado a pedir «licencia» por enfermedad. Pudo ser la malaria. El matrimonio zarpa hacia la Península pero, cuando él se repone, ella desiste de acompañar- le y prefi ere permanecer en Tudela. Severo vuelve a Cuba, pero ni se olvida de su esposa ni desasistida la deja. Por disposición suya, Encarna puede recoger, con cargo a la Caja de Ultramar, «cien duros mensuales», que su responsable marido le hace llegar mes tras mes. Cumplidos los seis años obligatorios de permanencia en Ultramar —pocos los cumplían y muchos bajo tierra— Cenarro vuelve a la patria. Destino ilusionante le aguarda: médico en la Legación de España en Tánger. Es febrero de 1884 y Marruecos se le ofrece tal y como era: luminoso y callado, transparente y velado, país de las mayores fantasías hechas realidades.

A Tánger, ventanal atlántico y puerta diplomática del imperio jerifi ano, le sobra luz y le Cubedo Cenarro Severo Ensoñaciones y realidades precursores. Los falta higiene. Cenarro se pone a la tarea y por su tesón surge la Comisión de Higiene Pública, que endereza el caótico rumbo de la salubridad tangerina. Justo a tiempo. La epidemia de có- lera en 1885 lo trastorna todo, incluso en la España andaluza, donde arrasa. Cenarro se multi- plica y triunfa, proporcionando amplia victoria al sultán Muley Hassán I, quien premia sus ser- vicios. Cenarro encuentra en el Padre Lerchundi esa parte complementaria del alma que todo humanista y científi co necesita para engrandecer sus servicios a la sociedad. Al binomio Cenarro-Lerchundi se les unirá un tercer mosquetero, el teniente coronel médico Felipe Ovilo Canales. Su asociación intelectual y moral es inmediata. Y de ella nacen benéfi cas criaturas que pronto alcanzan su adultez: las campañas antivariólicas, que el propio Cenarro inicia; el Hospital Español de Tánger (inaugurado el 23 de septiembre de 1888); la Escuela de Medici- na para marroquíes (media de 15-20 alumnos por curso), instalada en el mismo Hospital Es- pañol. Cenarro y Ovilo se reparten afanes y obligaciones: el primero asume lo relacionado con la cirugía y el seguimiento a los intervenidos; el segundo se concentra en sus clases 71 académicas y la dirección facultativa del Hospital. Siguen años fecundos, que una guerra lejana destruirá: Cuba en llamas desde febrero de 1896. Ovilo es reclamado desde Ultramar. Cenarro toma el mando en Tánger. Y a su vez es reclamado. Cenarro sabe que a la muerte va, pero leal y disciplinado, parte hacia Cuba. Que no tendrá compasión. Cuando regresa (abril de 1897), es un muerto viviente. Resistirá diez meses. Y fue mucho. En día por precisar en enero de 1898, fallece en Tánger. Su muerte es un disparo en la sien a la obra diplomática y humanitaria de España en Marruecos. Su memoria no ha prescrito allí. En su patria, sí. Véase la muestra: en Pastrana no hay calle con su nombre; en Tudela tampoco; en Zaragoza, de veintiséis calles dedicadas a «doctores», ninguna del «Doctor Severo Cenarro». Y en Madrid, de sesenta y siete calles a «doctores», idéntico desdén. Pese a ello, Cenarro persiste.

J. P. D. 21.10.2014 Lerchundi Apostolado en pro de las personas, culturas y naciones

A Mario López Feito (en Asturias) y Mnsr. Renzo Fratini, nuncio apostólico (en Madrid)

Lerchundi y Lerchundi, José Antonio Ramón de

Orio, Guipúzcoa, 1836 - Tánger, 1896

Misionero, arabista, fi lólogo y pedagogo; fundador de escuelas, hospitales y centros asistenciales en Marruecos, país cuya representación diplomática ejerció en 1888: la embajada Torres-Lerchundi ante el papa León XIII. Desde su adolescencia se sintió atraído por un fervor humanitario, fuerza que le impulsaba hacia la evangelización. En julio de 1856, cuando toma los hábitos franciscanos en Priego (Cuenca), la España del IV Gobierno del general Espartero es un país dividido y crispado tras haber pasado, dos veces, por el cedazo desamortizador: en 1837 con la Ley de Bienes Nacionales decretada por Mendizábal, que enajenó los bienes eclesiásticos; en 1855 con las disposiciones tomadas por Pascual Madoz, ministro de Hacienda con Espartero, volcadas en la Ley Desamortizadora General, impulsoras de la más tramposa venta de bienes patrios que se conoce, impune expolio en benefi cio de la oligarquía preindustrial y la aristocracia latifundista. En esa espiral de colisiones entre lo alocado y despótico frente a lo racional y solidario, fue cuando el joven Lerchundi absorto quedase ante difícil encrucij ada: partir como misionero hacia Palestina o Marruecos.

Lerchundi se decidió no por lo más sagrado, sí por lo más espinoso: integrarse en un mundo inmutable en apariencia, necesitado de remedios tan sencillos como la caridad, la decencia y la solidaridad frente a la indiferencia, ruindad y soberbia de los poderosos. España y Ma- rruecos no discutían por sus diferencias, pues compartían defectos mutantes, tendentes a coincidir en una sutil pero fértil convivencia. El decreto de expulsión de los moriscos, que Fe- lipe III fi rmase (23.09.1609), abrió un segundo foso de gibraltar entre la meseta central y las campiñas levantino-andaluzas. De sus acantilados, coronados por banderías y religiones enemigas, se derivó esteparia inquina que degolló diálogos, confundió ejércitos con políticas y forzó tal anemia binacional que facilitó su desplome y saqueo por los grandes imperios. Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Ambos pueblos con dureza tributarían: España en 1895-1900, Marruecos entre 1907 y 1927.

Nacer solo de madre; preguntas a un ejército exhausto que solo tiene una respuesta

Orio, garita del Cantábrico, nueve y media de la noche del veinticuatro de febrero de 1836. Lloro de criatura recién nacida y quejidos de madre rasgada. Es un niño. Que vuelve a llorar. La calle callada está y escucha... La casa de la parturienta, excepto unas luces que se mueven en el segundo piso, de un cuarto a otro, a oscuras también. Es casona grande, de tres plantas, con dos portones a nivel de calle, uno para las caballerías; balcones centrados en los dos primeros pisos; seis ventanas de escolta con embocadura de piedra tallada, que aportan re- 72 fuerzo de claridades y señalan obligaciones: familia conocida y respetada. Hay guerra en los campos y combates en la mar. Orio sigue bloqueada por la fl ota enemiga y Gipuzkoa ame- trallada se ve a diario. Cristinos y carlistas han cumplido dos años, cuatro meses y veintiún días de lucha sin cuartel. La guerra trae furores y terrores. No hay gloria para el que sobrevive, ni siquiera para el vencedor. El mañana no existe, el futuro tampoco y el presente asusta. El niño calla y su madre sin duda feliz le mira. Eso piensa la calle, que ni a tientas se mueve. Ladra un perro y luego otro. Reciben apoyo y coalición de ladridos. Se cansan y callan. El silencio aprieta. El miedo manda y la incertidumbre gobierna. Orio mantiene los ojos abiertos. La madre del niño busca respuestas. Mañana bautizará a su hij o. Tener un varón e ignorarlo todo del paradero de quien lo engendrase. Llevará el nombre de José Antonio Ramón y sus apellidos. Los suyos, los de María Ramona Andrea de Lerchundi y Lerchundi. El padre no esta- rá con ella. No se conoce dónde mora; si huido sigue y un día volverá o si ha muerto y, de ser así, nadie sabe la causa ni el lugar, ni si una cruz ampara su tumba. Cuando los hombres se matan entre sí, gracias hay que dar que no maten a sus familias. Con esa resignación e inquieta por lo que el vecindario pueda murmurar, cierra los ojos al cansancio. Y ni la pena puede abrirlos. La calle, fatigada de parto tan largo, a su vez coge el sueño. Las luces se apagan. El Orio militarizado da una cabezada y, sobresaltado, se incorpora: línea de horizonte, despejada. Hay mar gruesa y la escuadra de bloqueo de ma- reos está más que harta. Tierra adentro, las colinas no se han movido y la masa del bosque inmóvil sigue en su negrura. No hay fuego de campamentos, no se oye ninguna voz de alerta. Pero los voluntarios guipuzcoanos están ahí, acurrucados bajo sus capotes, los fusiles de hielo en sus manos, el estómago vacío y un presentimiento en la cabeza: esta guerra no va- mos a ganarla, lo que tenemos que procurar es no perder la paz. El Orio eclesiástico se acues- ta. Don Lorenzo Antonio Azcúe, presbítero de San Nicolás de Bari, se mete en la cama. Cansa- do pero satisfecho. Temió por la madre y también por el niño. La iglesia está para revista: sillas alineadas al cordel, velas retiesas como sacristanes dispuestos ante la visita del señor obispo, retablo refulgente, ornamentos del altar bien planchados, casulla limpia en percha y media botella de vino tinto en el armario. Es todo lo que queda. Mañana, bautizo escueto: el padrino, el recién nacido y la madre si está de andar, dos testigos y sanseacabó. La guerra acorta los plazos: se engendra una vida en un impulso y se nace o se muere en similar relámpago. Hubo bautizo en el Orio amanecido de todos los días aquel martes 25 de febrero, pero sin padrino, pues fue madrina: Paula Lerchundi y Lerchundi, hermana menor de la recién parida, que no tuvo fuerzas para acudir. Paulina tiene solo 19 años y se la ve tan feliz como apenada. Don Lorenzo, enfrentado al hecho familiar, advirtió a Josefa Ygnacia Paula «su parentesco espiritual» con el recién nacido. No hubo más testigos que Dios y el señor cura. y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Los abuelos maternos —los padres de la madre—, Juan Ygnacio de Lerchundi y Mikaela de Lerchundi, no acudieron. Por pesadumbre y pudor. Casados un 26 de febrero en el Orio de 1809, bajo la invasión napoleónica, veintisiete años después su primogénita les entregaba su primer nieto en medio de una guerra fratricida, cuando del padre solo sabían por oídas. Si- tuaciones para enfermar, penar y morir. Salió el ungido bien arropado por su madrina y San Nicolás quedó a solas con sus fi eles. Mucho había por rogar y poco que esperar. No podían imaginar las buenas gentes de Orio y menos los voluntarios atrincherados en sus retortij ones de hambre que les esperaba larga senda de guerra. Travesía en la que sumarían otros tres años y cinco meses de condena, pero con repentino indulto, proclamado en Elgeta, tierra del Alto Deba, por decisión de un militar guipuzcoano sin complejos y brigadier por rango acla- ratorio. 73 Aquel 25 de agosto de 1839, agrupadas las fuerzas legitimistas, al preguntarles Car- los María Isidro de Borbón si le renovaban su juramento de fi delidad, aclamado fue por los batallones castellanos, poca cosa por los navarros, mientras los cuadros guipuzcoanos calla- ban. Repitió la pregunta don Carlos en forma de guantes lanzados al aire: «¿Nada me decís? ¿No me habéis entendido?». Y una pared de fi las apretadas en su callarse le respondió. Inter- vino entonces el brigadier Iturbe, quien advirtió al rey: «No le entienden, Señor, ellos solo ha- blan vascuence». El advertido hizo un gesto como diciéndole: pues acláreselo usted. Y aquí surgió el lance y luego el debate, pues del asunto todavía hoy circulan versiones contradicto- rias, cuando en esencia una sola poseía pleno rango de validez. José Ygnacio Iturbe repitió la pregunta en euskera, antecedida por su ímpetu de soldado: Mutilak! («¡Muchachos!») Nahi duzun pakia edo gerra? («¿Queréis la paz o la guerra?»). Y de aquellos zurrados pechos sur- gió unánime respuesta: Pakia, jauna! («¡Paz, señor!»). La variante pérfi da, que luego predomi- nara, es: «¡Muchachos! ¿Queréis la paz?». Y la respuesta, idéntica: muerte a la guerra. La pregunta impertinente (por lo innecesario) es: ¿Qué podía responder un ejército después de seis años de guerra sin piedad ni esperanza de victoria? Paz para ver a los nietos convertirse en hombres, bendecirles con afectuoso gesto y morirse sin decir ni pío. Don Carlos siseó «Estamos vendidos» y espoleó a su caballo. Escoltado por sus adula- dores —los llamados apostólicos— al galope se fueron en pos de Francia. Así perdió aquel «Carlos» su numeral dinástico, incluso el preceptivo «Don» que le correspondía como a todo hispano, pero siempre que se refrende desde la dignidad y el valor. Hubo abrazo de generales en Vergara —Maroto y Espartero (27.08.1839)—, pero su teatralizado quererse fue rechaza- do por un exseminarista de mirada llameante bajo negras cejas sumariales, Ramón Cabrera. Y cuando el caudillo tolosino no pudo más y se marchó a Inglaterra, nadie puso número a esa guerra dos veces terminada. A causa de tal imprudencia, tres guerras llegarían: dos sangrien- tas reiteraciones (1848-49 y 1869-76) y, en medio, el descomunal saqueo (1837-55) de los bienes nacionales, suicida guerra de las instituciones contra la paz social y el porvenir de España.

«Antiguo Régimen», galeón hundido del que afl oran sus cubiertas: las manos muertas

La España de 1836 era un país empobrecido y crispado por suma de guerras, patrióticas unas, dinásticas otras. En el centro del caos, un Estado sin plante, fuste ni norte, anclado en Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los las estepas posmedievales. Faltaban veinte años para que Alexis de Tocqueville aportase cé- lebre ensayo —L’Ancien Régime et la Révolution, 1856— a tan anquilosada situación, aunque refi riéndose a la Francia de los últimos Luises. España tuerta y coja mal andaba. De ese navío yacente, el Antiguo Régimen, de repente afl oraron sus cubiertas, enormes de por sí: las ma- nos muertas. Bienes de la Iglesia y comunales. En el plano jurídico, milenaria evanescencia. En la práctica registral, tierras sin dueño ni provecho. Estas plataformas fl otaban, indefensas, en los mares del cálculo institucional, pero en el particular también: el interés del Estado y el de las familias adineradas o en trance de enriquecimiento, gracias a la guerra civil, confl uye- ron. Partes intrínsecas al poder, familiares eran en sus ambiciones. Acuciado el Estado cristino por las deudas de su lucha a muerte contra el carlismo, rehuido por los banqueros británicos y franceses, contrarios a invertir en país tan cainita, el 74 Gobierno de Mendizábal (Juan Álvarez Méndez) creyó encontrar su salvación en la subasta de esas propiedades, que ningún benefi cio aportaban a las arcas públicas. El volumen en tierras de cultivo, bosques y prados, sumado a las propiedades —conventos, iglesias y mo- nasterios— a enajenar, vértigo causaba: dieciséis millones de hectáreas. Doce millones perte- necían a la Iglesia y las Órdenes Militares; cuatro millones eran terrenos de ayuntamientos, concejos y pedanías. Y estaban los campos baldíos, que para no pocas cosas servían. Cien- tos de cuellos abuitrados se estiraron, en círculo de apetitos insatisfechos, hacia lo que con- sideraron carroña a su alcance. No lo era, pues aún vivía y por España se la conocía. Nada les importó. La devoraron como si fuese águila muerta, caída de puro vieja desde un picacho no muy alto. Con tan colosalista patrimonio pudo reorientarse el curso del porvenir económico y social del país. Oportunidad para encarar una racional redistribución de la tierra, con el fi n de que los pequeños labradores y agobiados arrendatarios se convirtieran en solventes pro- pietarios. En síntesis, levantar una clase media agraria, con el Estado como tutor de su infan- cia patrimonial para mejorar la cabaña ganadera; implantar nuevas técnicas de cultivo; acrecentar los regadíos por medio de embalses y canales; acabar con el abuso de los anti- guos señoríos; pacifi car los instintos y cultivar paces, no hoces. Esa masa ingente de bienes agrarios e inmobiliarios fue volcada sobre un mercado emboscado por el clientelismo y el nepotismo. Era turbio fondo de negocio y, como tal, trucado. Habiéndose establecido que las adquisiciones en subasta podían abonarse en efectivo o con «pagarés bancarios», en esta variante acechaba la estafa para la Nación en forma de soga para la Hacienda Pública, que no dudó en meter la cabeza por el lazo y ahorcarse en loco ademán. Patalearía en el aire durante setenta y cinco obscenos años. Lo que quedaba de siglo y ansioso mordisco sobre el siguiente (asesinato de Canalejas y alianza romanonista España-Francia contra la sobera- nía de Marruecos, 1912). Si el comprador se decidía por el pago en efectivo, disponía de dieciséis años para clausurar su deuda al 5% de interés. Al cerrarse la compra debía abonar la quinta parte del precio de remate. Los que prefi rieran pagar con títulos de la Deuda Pública disponían de un plazo de cancelación limitado a ocho años y al 8% de interés. El comprador quedaba obliga- do a hacer efectiva, después de fi nalizada la subasta, la quinta parte del precio fi nal del lote adquirido. Parecía hacerse justicia entre quienes más poseían y los que se limitaban a juntar dineros de su familia para hipotecarse de por vida. Falso. Mientras los pequeños ahorradores llegaban a la subasta tras contar sus reales uno a uno, los grandes comerciantes, hacenda- dos y aristócratas tiraban de cartera para extraer sus títulos de la Deuda Pública, depreciada al 90% de su valor nominal. Esos «pagarés» del Estado y entidades bancarias regionales, y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los adquiridos en el bajista mercado bursátil, valían solo el 10% de su indicativo contable. Un pagaré por «cinco mil reales» costó solo quinientos y uno de «mil reales», cien. En lo que exige ser reconocido como el mayor artifi cio fi nanciero en la historia económi- ca de España, tan infames papelotes recuperaban la «totalidad signada» de su indicativo mo- netario al cerrarse la compra de esos bienes, liquidados de manera demencial por el Estado li- citador, quien, aterrado por su crimen, decidió pegarse un tiro. Aquel proyectil atravesó la sien estatal de lado a lado y fuerza retenía para matar al futuro de la Nación, chiquillo plantado a la derecha del Estado suicida. El pasado, anciano todavía en pie, situado a la izquierda del cadáver, ocupó el puesto del fallecido, con lo que España retrocedió cuatrocientos años. Antes de matarse, el Estado jugó a desnudarse ante los capitalistas apiñados en corro de sádicos voyeurs de sus encantos, con lo que enceló a las grandes fortunas: hubo remates 75 en subasta que superaron el 300% de su tasación. Seguían siendo gangas para propiedades de lujo al ser adquiridas con dinero pobre. En provincias como Sevilla, el 41,4% de los bienes ofertados fue adquirido por el 4,3% de quienes pujaron. En oposición, el 50,3% de los com- pradores solo lograba hacerse con el 3% de lo subastado. Tan ofensiva asimetría agravó las desigualdades sociales al incrementar los latifundios de forma desmedida y empobrecer al campesinado, encadenándole al potro del tormento durante tres generaciones, cosechado- ras de hambrunas, miserias y rabias. España se cubrió de conventos saqueados y ejércitos de frailes exclaustrados; de curas metidos a guerrilleros que no tomaban prisioneros; de mili- cias que ejecutaban sin juez, ni abogado defensor, ni escribanos o testigos, pues a la misma fosa iban todos; de pueblos incendiados y fi las de fusilados en las eras, en las cuadras o en las calles; de esposas en busca de maridos desaparecidos y madres con hij os huérfanos nada más nacer; de familias que ansiaban emigrar a países sin odios ni venganzas ni tanta sinrazón. Fue en ese mundo de pavor, dolor e indefensión absoluta en el que nació Lerchundi.

Niño de afecto en afecto y joven de roca en roca, que misa cantaría «el año de África»

Avanzado en su infancia, al niño bautizado en Orio vinieron a recogerlo para llevárselo tierra adentro: Asteasu, localidad con iglesia grande y caserío enjuto, en la que su tío abuelo ma- terno, José María Lerchundi, ejercía de vicario. «Josechu» conoció el latín y el rezo, materias con las que estableció rítmica amistad. De ahí se lo llevaron a la raya de Navarra, en Segura, población donde residía José María de Elola, franciscano de renombre. Incremento del latín y del rezar, con mágica novedad: la música. Y llegó un día en que el aprendiz, sin ser un maes- tro en latines y partituras, lo parecía. Un fulgor le caracterizaba: hacerse misionero para au- xiliar a los desamparados. Su tutor se mostró de acuerdo. Pero retranca había: el aspirante previno que necesitaba estar solo para decidirse. Serias dudas eran esas y Elola se alarmó. Un día el aspirante resolvió la incógnita: he decidido retirarme al santuario de Aránzazu. Es lícito suponer que fray Elola se llevó las manos a la cabeza porque el lugar elegido había pasado por el fuego cuatro veces: dos (en 1553 y 1662) por causa de velas prendidas en cortinajes y fuegos de cocina desatendidos; la tercera en 1822 con saqueo e incendio inclui- dos, aunque tal conjunción de desgracias no supuso daños catastrófi cos. La cuarta fue calculada aniquilación. Aquel 18 de agosto de 1834 el general José Ramón Rodil ordenó a sus tropas prender fuego a todo. Y al santuario dejó con sus muros al Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los aire, sus techumbres en el suelo, una pirámide de escombros por retablo y una galería de ojos tiznados en sus fachadas, recordatorio de las llamas que por tan espantadas ventanas salie- ron. Esos vórtices de humaredas y pavesas fue lo último que, de su cenáculo, vieran insólitos cautivos en columna: los franciscanos arrestados, su deán en cabeza, que a prisión marcha- ban por prestar socorro a las partidas carlistas. Así se comportó el defensor de El Callao tras rendir aquella plaza del Perú luego de dos años de asedio, volver a la patria (en 1826) y to- mar el mando de la guerra civil en el Norte, donde buscaba incrementar su gloria y hacer justicia. No encontró a la primera por más que lo intentó y, despechado, violó a la segunda. Del destrozo se salvó la Virgen, cobij ada en Villatuerta (Navarra). La Virgen experiencia tenía en mudanzas y destemplanzas, en perdones y devociones. Aparecida en 1469 a un pastor, Rodrigo de Balzátegui, al encontrársela sujeta en inestable arbusto, pasmado, inqui- 76 rió: Arantza-Zu? («¿Vos en el espino?»). Y del trance brotó el divino nombre. A su vera surgió grey fervorosa, dotada de recios brazos albañiles y canteros capaces de levantar templos que horadasen las nubes y al cielo llegaran. En el Aránzazu de 1853 malvivían cinco frailes. Perfi les de silbido los suyos: delgados como mimbres, fugaces como gorriones; siempre ata- reados, ensimismados y silentes. Escuálido resumen de antaño pujante comunidad legitimis- ta, como lo fueran Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra, a las que la barbarie de Rodil echó al monte o amargó la vida hasta saber de su derrota y escapada de las tierras vascongadas. En Aránzazu, «Josechu» fue apodo arrollado por tajante disciplina. En pie a las cinco de la mañana; rezo breve, pues hay que ayudar a misa; luego pasar la escoba o el paño por los sitios requeridos, que muchos son; recuperar aliento y al refectorio, que llaman a desayu- nar: pan y leche si la vaca ha consentido, pues una sola había. De seguido, oraciones exactas y estudios completos, piano incluido. Comida fehaciente, nunca sufi ciente, paseo de ronda —Aránzazu es imponente castillo religioso, asomado a fosos inexpugnables—, recreo abre- viado seguido de examen; cena de raspas con poca chicha, rezo largo y a la cama, que de piedra resulta, pero el cuerpo agradece pues no puede más y mañana será igual. El clima de Aránzazu, con vientos a cuchillo, heladas mañaneras y lluvias de nunca acabar, hicieron me- lla en un organismo proclive a espasmódicas hemoptisis (vómitos de sangre), mareos repen- tinos y debilidad crónica. Solo una mente de acero vizcaíno como la de aquel novicio de diecisiete años pudo superar la prueba. De esa época de azote a su salud, aunque de sosiego para su mente, existe un grabado en el cual el aspirante a misionero muestra beatífi ca sonri- sa y apunta fuerte complexión. En su sobrevivir de aquellos años, el organista de Aránzuzu debía estar delgado como un fi deo. Su poderosa fe era la que hacía de esqueleto y fuerza motriz. De Aránzazu, Lerchundi marchó a Priego (Cuenca) al enterarse que allí se abría el Colegio de Misiones para Tierra Santa. Conceptos que, al enlazarse, rememoraban milagros, fuesen resurrecciones o multiplicaciones de la fe revelada. Si Aránzazu eran torreones alza- dos entre montañas y precipicios, Priego eran muros y ladrillos cubiertos por teja árabe sobre campos amarillos y ríos verdes, cercados por ejércitos de peñascos. Meseta pura, santa y dura. Al aspirante a «novicio del coro», defi nición laboro-eclesial del Lerchundi premisionero, la bienvenida a San Miguel se la dieron cuadrillas de peones y acemileros que transportaban, en reatas de carros tirados por mulas, los materiales para reformar el edifi cio. Peñas próxi- mas para ver y prevenir y piedras por colocar no faltaban; manos, sí. Si todo misionero se enfrenta a labores hercúleas, el aprendizaje misional empezaba, en San Miguel, por manejar piedras con la vista y con las manos, disciplinas idóneas no para hacer hombres de piedra, y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los sí para tallar en roca viva la determinación de quienes deben darlo todo sin esperar otra cosa que su satisfacción interior. El concepto de soldado de Cristo estaba ahí: en la roca-madre de la fe. Traducida en verbos de esfuerzo: amparar, cooperar, entregar, responder, socorrer, sufrir, trabajar. Y sus afi nes: insistir, perseverar, repartir, resistir, sembrar y velar por la comunidad. Lerchundi llegó a Priego el 17 de abril de 1856. Ese mismo día cruzaba puerta rena- centista que siempre recordaría con cariño: la del convento de San Miguel del Monte, tres ki- lómetros al norte del casco urbano. Fachada de yuxtaposiciones, jesuítica y franciscana, orientada al sol de mediodía, decisión con la que todos, monjes y laicos, estuvieron de acuer- do. En Priego hacía un frío de mil demonios. Sus 850 metros de altitud parecían el doble de los 720 metros de altura donde Aránzazu yergue su solemne mole. El Priego población era campamento helado de noviembre hasta fi n de marzo; sus calles de resbalón seguro en cuan- 77 to el aguanieve, pausada y tenaz, descendía; sus casas señoriales convertidas en neveros y sus dueños en prisioneros del catarro y el reuma. Alejado de tan malos hielos quietos, anclado a mayor altura y abierto a los vientos, lejos por tanto de la helada, cobij ado por despeñade- ros amigos y no derrumbaderos traicioneros —los que obligaron, en tiempos de Carlos III, a cambiar su emplazamiento—, San Miguel, bien aireado, no falto de chimeneas y buena leña, reconfortaba. Tres meses después, San Miguel reabría sus puertas, rejuvenecido: de convento a Co- legio de Misiones. Aquel 14 de julio de 1856 cinco novicios fueron revestidos con el hábito del santo nacido en Asís: Nicolás Alberca, Andrés García, José Antonio Lerchundi, José Valdés y Francisco Verea. El rector era fray Manuel Arcaya, su segundo en el mando, fray Sebastián Vehil, a quien escoltaban tres tenientes-profesores: los hermanos legos Foncea, Puertas y Sanabria. A maestro por alumno. Proporción intimidante, pero fructífera en entendimientos. A esas horas y en esos mismos días, en Madrid se desvalij aba y quemaba, e incluso se mataba y moría: las jornadas del 14 y 15 de julio fueron revolucionarias y represivas. Los generales Concha y Serrano barrieron a cañonazos a los sans-culottes madrileños y un he- cho fortuito —un metrallazo que partió por la mitad la espada desenvainada de Miguel de Cervantes en efi gie, estatua alzada en la plaza de las Cortes— se consideró por muchos aviso de males mayores por llegar, con lo que no hubo más muertos ni cautivos en Argel. Cumplido el año de noviciado, afrontó Lerchundi consecuente decisión: hacer pública profesión de su fe, acción para la cual debía elegir nuevo nombre de pila y apellido. Y en su Cuaderno de Propósitos, que fray José María López descubriera en los archivos de las Misio- nes, el así comprometido escribió: «El 14 de julio de 1857, día de San Buenaventura, hice la Profesión Solemne en manos de mi Prelado (Arcaya). Mudé el nombre de Antonio en María y el apellido Lerchundi en San Antonio. Siendo mi edad 21 años». Sus estudios se refuerzan —Derecho Canónico y Teología—; los plazos de sus ordena- mientos se acortan: recepción de las cuatro Órdenes menores en Segorbe (18.09.1857); el subdiaconado al día siguiente (19 septiembre); el diaconado cinco meses después (24.02. 1858); un año y siete meses pasaron y el sacerdocio recibe en la catedral de Cuenca (24.09.1859). A los diez días, su primera misa cantada (04.10.1859), en Cuenca también. España se cubre de misas, no por afanes evangelizadores, sino por devoción a sus soldados. Se ha padecido brusca afrenta en tierras ceutíes. La ampliación del bastión de Santa Clara ha recibido inaceptable desdén: los anyeríes, la mayor de las tribus de Yebala, envió una harca al solar patrio mancillado, arrasó las obras y destrozó un escudo con las Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Armas de España (11.08.1859). Fue agrio desplante, no un crimen. Pero en España se sintió como declaración de guerra. Y a cosa así, se responde con otra igual. La España que no re- zaba por sus ejércitos, lloraba por no ir con ellos y la que no hacía rogativas por la vida de sus hij os, ofrecía misas como punitivo aviso a sus enemigos. O’Donnell fi rmó el decreto de mo- vilización el 15 de octubre, cuatro días después de que fray María de San Antonio cantase misa en «el año de África», con España obsesionada en que era el año del desquite. De la escandalera belicista se aparta una unidad militar, popular y nacional: los Ter- cios Vascongados. Son 2.872 voluntarios. Una brigada. Mocetones los de tropa, hidalgos en su mayoría los ofi ciales. Las Juntas Forales han pagado el importe de los fusiles belgas que llevan al hombro, incluso sus municiones. Y apenas han hecho instrucción, porque con escu- char al padre o al abuelo bien instruidos en guerras iban. Llevan capote azul y lucen airosa 78 esclavina culminada por boina encarnada, su irrenunciable estandarte de combate. Como

Harca

Del árabe haraka, expedición militar, podían alinearse padres e hij os, hombre. Su resistencia al cansancio que deriva en la hārka del árabe incluso jóvenes abuelos (sesenta- no tenía igual y su puntería era dialectal marroquí, equivalente a sesenta y cinco años) con sus nietos mortífera. Guerra tras guerra, la tribu «contingente movilizable» y, por (de nueve a once años), que servían que proporcionaba más harqueños extensión, tropas en marcha. como correos (raqqas) llevándoles era Beni Urriaguel, la más poblada Concebida para hacer frente a la comida, mensajes, municiones y del Rif y la que aportaba mayor agresión de una tribu vecina o ungüentos medicinales. Cuando se número de fusiles (movilizados con su impedir una invasión extranjera agrupaban en grandes contingentes propia arma, a veces cedida por un contra la patria común, su núcleo lo resultaban casi invencibles por su familiar o vecino). En la constituían todos los hombres disciplina ante el fuego y feroz castellanización del concepto suele capaces de combatir, por lo que decisión en los choques hombre a perder la k, sustituida por la c: harca. los barcos de la reina (Isabel II) tardan en llegar, desfi lan o escuchan arengas de sus mandos. Un cronista, Víctor Balaguer, testigo de tan marciales asambleas, sintetiza esa imagen y su apropiado parecido: «Un inmenso cuadrilongo de amapolas». Antes que pelear, es preciso reunir aprestos, contratar fl etes y pagar deudas olvida- das. Las de Inglaterra, que reclama cuarenta y siete (47) millones de reales por gastos deven- gados en la primera guerra contra los carlistas. Los consejeros de la reina Victoria han acon- sejado tan provocativo paso para bloquear los ímpetus anexionistas que se le suponen a la España de O’Donnell. España se enfurece contra esa Albión traicionera y ruin, que pretende acorralarla. Y cuando el Gobierno de Lord Palmerston, cauto él, ofrece «cuatro años para pagar la deuda», O’Donnell, animado por Isabel II, quien no soporta a su prima inglesa (la reina Victoria), replica: «España paga sus deudas en el acto». Se pagó lo adeudado y las tropas embarcaron en diciembre, rumbo a la guerra. Sufrirán, vencerán y convencerán, rara conjunción de por sí.

«Segunda» iglesia de Bari; modelo resurrecto del Greco y edicto para ponerse bueno

En Marruecos, la campaña militar prosigue y al fi nal acaba. Paz en África y lucha por la vida en Cuenca. Lerchundi empeora. San Miguel le resulta más helador que nunca, los vómitos le atosigan, sus pómulos se hunden y su resistencia disminuye al no recibir notifi cación de des- tino. Pasea, estudia y medita. Y sus paseos prolonga hasta Priego. Un nombre y una señal irresistible le atraen: la iglesia de San Nicolás de Bari. Cuando supo de su existencia se sintió predestinado. El mismo santo pero en comunión, ya que su bautizo no fue para repetirlo. Lerchundi comulga e investiga. Esos nervios y arcos, esas columnas y dovelas, esas bóvedas y cúpulas, todo en piedra bien labrada por gentes amorosas de su hacer, mucho hablan. Y se entera o le dicen: canteros vizcaínos, que fi rmas hay en los muros: los hermanos Albiz, Juan y Pedro. Por donde él pisa y mira, ellos pisaron y miraron, allá bien avanzado el siglo XVI. Gen- tes oriundas de Mendata, al norte de Amorebieta. Una legión de albices, hermanos y primos carnales unos, tíos y sobrinos otros, recorría entonces las tierras castellano-leonesas a golpe de iglesia y ermita coronada o convento y monasterio concluido y bendecido. En su San Ni- colás reencontrado, Lerchundi renace, mientras que en San Miguel, desfallece. No tiene ener- gías para ir y venir a diario, con lo que las visitas a la segunda iglesia de Bari se tornan más espaciadas y al fi nal concluyen. San Miguel, tan protector de él, se le cae encima. Sus superiores le ven declinar día por día. Fray María de San Antonio es vida en vela y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los que se apaga. Bajo adelgazamiento acelerado, expresión demacrada y mirar de iluminado, cansino en su moverse pero instantáneo en su revolverse, ausente más que presente, cons- ciente de su tenso subsistir, Lerchundi ni siquiera parece un fraile de los retratados por Zurba- rán. Es modelo resurrecto de los personajes concebidos y plasmados por El Greco: faz toda ella huesuda, ojos clavados en lo alto, idéntico impulso ascendente, fi rme convicción que al cielo directo lleva. Un predifunto manifestado en su actitud y estética. Y alguien propone: saquémosle de aquí antes de que llegue el invierno, que se nos muere. Propuesta justo a tiem- po. Lerchundi es conminado a preparar su hatillo. Él protesta, lo cual esperaban. Y respuesta tienen preparada. Se te reclama en el Sur. ¿Tánger? No, Cartagena. Tierra minera y púnica. ¿Quién me reclama? El ilustrísimo obispo de Cartagena, Mariano Fernández Barrios. ¿Y qué quiere de mí? Que te pongas bueno para servir a Dios y a la vez pongas orden en lugares 79 necesitados del mismo. ¿Dónde? En Hellín, el convento de Santa Clara. Convencido solo en un tercio, porque a medias mentiría, Lerchundi dice estar listo. Otro movilizado más, pero sin fusil, mochila ni municiones, solo con su hábito, arma disuasiva, se pone en marcha. Busca 5 salud para su alma, cuando esta necesita su cuerpo para revivir en él. La orden de movilización para Lerchundi conlleva obligación adicional: reponerse en el retiro de Santa Ana del Monte, en Jumilla (Murcia). La orden la fi rmó fray Nicolás Puche, rector del Colegio de Misiones, el 24 de abril de 1860. Bajo el azul orbital del sur, Lerchundi recupera el apetito y la ilusión, confl uencia capaz de sanar al más entristecido de los desdi- chados. Su recuperación es vigilada con discreción. Y cartas al efecto llegan al obispo de Cartagena y al rector de San Miguel. Otras noticias llegan. Fallecido el Padre Sabaté, prefec- to de las Misiones en Marruecos, su sucesor, fray Pedro López, falto de fuerzas que no fuesen las suyas, pedía auxilio al Colegio de Priego y puso el apellido del solicitado: «Padre Lerchun- di». Tras comprobarse que el requerido se esforzaba por cuidar su salud, se decidió premiarle con la tramitación urgente de su condición de misionero apostólico, más su pasaporte diplo- mático. Y en un día (10.02.1861) el papa Pío IX hace llegar a Lerchundi las facultades de su rango misional. África por fi n. Faltaba el pasaporte. Pero Fernando Calderón Collantes, juez y consejero de Estado, se demoró diez meses para fi rmar (12.12.1861) el visado que a Ler- chundi le permitía cruzar el Estrecho. En tan larguísimo tiempo de paciencia, Lerchundi osciló y tembló como luz que no se decide a brillar. Entrado 1862, entró él en Marruecos.

«La Tierra de Dios»: Tánger parece «Jaff a» y Tetuán se yergue como nueva «Palestina»

Por memoria escrita del afamado pediatra Manuel Tolosa Latour (1857-1919) sabemos cómo llegó Lerchundi a la vista de África: «Antes de desembarcar tuvo el último vómito de sangre, llegando a Tánger el 19 de enero de 1862». Convendría precisar: la primera hemoptisis sufri- da al otro lado del Estrecho. África, al igual que «Europa» o «América», ninguna curación aporta. El concepto mucho sugiere, pero nada decide. Sin embargo, puede enaltecer y en- grandecer voluntades. Si había alguien que esperaba esa transfusión de energías y valores, era Lerchundi. Esa señal supondría para él anhelada confi rmación para donar cuanto lleva- ba dentro: desde su tenacidad a su generosidad, desde su comprometerse a nunca desani- marse; de su sobreponerse a toda ofensa a entregar su vida misma, por enferma o limitada que fuera. Lerchundi llegó, donó y murió. Primer resumen del personaje y su divisa más estric- Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los ta y cierta. Poner pie en Tánger era y es experiencia única. Mundo abierto a cuatro mundos, dos en tierra y dos en agua, Tánger impone. Ventanal atlántico y portón mediterráneo, vanguar- dia del África toda y encalmada retaguardia transibérica, es ciudad para tratar de usía y a la vez enamorarse no de su realidad, sí de su pasado consciente y el devenir positivista que merece. A lo largo de la costa palestina, tierra bajo otomano dominio, ningún lugar más lumi- noso que Jaff a (actual Haifa). Ciudad de comerciantes, artesanos, navegantes y prestamis- tas, de asedios y descubiertas, de victorias y retiradas, con visiones de cruzados desolados tras decir adiós, en 1291, desde la bocana de San Juan de Acre (la Hakko israelí) a la Tierra Prometida conquistada en 1099 por Godofredo de Bouillon y sus huestes. Para Lerchundi y 80 otros pocos como él, Tánger era Jaff a y Acre sin dejar de ser Tánger. No era triple ubicuidad desatinada; tampoco simplista sustitución, menos aún onírica representación de un futuro indefi nido. Era algo más sencillo y transparente: servir en Tánger a la concordia entre cultu- ras, razas y religiones servía exactamente igual a la paz que en Belén, Nazaret o en las orillas del Jordán. Al cumplir dos años de misión en Tánger, fray Pedro López nombró a Lerchundi vicege- rente, encargándole que marchase a Tetuán con las facultades de inspector (21.01.1864) para «que mire y se informe de cómo se guarda nuestra Santa Regla, cómo se da pasto (en vez de “fortalece”) a las almas de nuestros feligreses y cómo se edifi ca y arregla la casa e iglesia que la piedad (?) del Gobierno Español nos está fabricando (sic) en dicha ciudad». Sujeta por la musculatura del monte Dersa, erguida frente a los tres soles que la obser- van —el de Levante, que se eleva desde la desembocadura del laborioso Martín; el de Medio- día, que en limpio salto supera los ceñudos crestones del Gorgues; el de Poniente, que lento se oculta tras las artilleras colinas de Laucién—, aliviada en sus sofocos por el frío noreste que le llega desde la cima del Mulhacén nazarí, revestida toda de blanco, intacta e inmacu- lada, inteligible e intangible a la vez, sedente a ratos y despierta siempre, Tetuán cautivaba. Rodeada de verdores y cultivos, habitada por mil ruidos, que no estruendos, recorrida por caminantes venidos desde toda Yebala, curiosa como chiquilla, fascinante como mujer, ma- trona de estirpes centenarias, Tetuán seducía y gobernaba. Desdeñosa de caprichos, dicta- ba órdenes y se la obedecía. Madre de príncipes y servidora de dioses, Palestina era.

Al hombre santo para judíos y musulmanes, los cristianos no le admiten que dimita

Lerchundi entraba en la capital del norte sin haber cumplido los veintiocho años. A un infi el en tierra islámica cabe imaginárselo receloso y hasta huido todo el día. No hubo tal para el hombre forjado entre las peñas de Aránzazu y Priego. Adonde le llamaban, acudía y antes de terminar su labor ya tenía encargo nuevo. Lerchundi probó ser dialogante sin rozar la impru- dencia. Y mostrarse solidario sin parecer un entrometido. Respetaba horarios de culto y cos- tumbres, ofreciendo su paciencia a quien anduviera corto de la suya. Por lo mucho que en- tendía y el respeto que ponía al escuchar, se convirtió en suceso cotidiano: sanaba cuerpos y espíritus; socorría cofradías y familias; enseñaba idiomas; modelaba conductas a pie del confl icto surgido en hoscos repentes; ejercía de mediador entre gentes inaccesibles y perso- nas desalentadas, negadas a la oración al no recibir consuelo. Con su dominio del árabe dialectal marroquí y del chelja (tamazigh, lengua bereber del norte de Marruecos y la Kabylia argelina), su desenvoltura y disposición en pro de quien lo necesitase, admiró a muchos, y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los asombró a los demás y anuló el rechazo atávico de cuantos recurrían al mutismo como inútil línea defensiva. Al fi nal le respondieron. Y es que él nunca había dejado de hablarles. Lerchundi pasó a formar parte de la comunidad tetuaní con una facilidad desconcer- tante. Cristianos, hebreos y musulmanes acudieron a él. La persona siempre por encima de su credo. Aquel cristiano de ojos que parecían ascuas a quien le arrojase un ademán despre- ciativo dejó de ser objeto de la curiosidad pública para situarse en un referente piadoso e incluso profético, que trascendió los límites de Yebala al hablarse en todo el Garb de sus ac- ciones. Lerchundi, ese hombre santo en Tetuán. Que tal rango se lo dieran las gentes yebalíes y garbíes certifi ca la validez de su método: escuchar, comprender, actuar, conciliar, pacifi car, obtener y resolver para poner buen fi n al confl icto y así trascender a la crisis. Por eso Ler- chundi es hoy añorado en Marruecos tanto como olvidado está en España. 81

Tamazigh

Procede de la raíz (femenina) de penetra en Argelia. Su núcleo Alto Atlas, abarca el Gran Sus y, por tamazigh, lengua común de los lingüístico más activo se concentra el oeste, bordea la fachada atlántica imazighen (bereberes) u hombres en los territorios que conforman el hasta Agadir e Ifni; hacia el este, se libres. En el norte de Marruecos se le círculo poblacional en torno a la extiende por el Sáhara Central, conoce como tarifi t o chelha, que es bahía de Alhucemas o su vecindad deslizándose por los confi nes su traducción al árabe dialectal. Es montañosa: tribus de los Beni (hij os argelinos hasta el borde libio. El hablado en toda Yebala y Gomara, de) Tuzin, Beni Urriaguel, Bocoya y amazigh es también la lengua extendiéndose a lo largo y ancho del Tensaman. El tarifi t bordea el Medio predominante en la región de Orán y Rif hasta más allá del Muluya, pues Atlas, sin adueñarse de él, el en la Kabylia, el montañoso Tell sobrepasa la región de Uxda y tachelcit o chleuh, asentado en el argelino. Hacer el bien y hacerlo con las mejores formas siempre será noticia de rápida difu- sión. Pero no por muchos bienes distribuidos los así colmados suelen darse por satisfechos. Por carta fechada en Tánger el 12 de julio de 1865, el prefecto de las Misiones le decía a su vicegerente: «le mando que, en los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre visi- te a los católicos de Casablanca, Mazagán (actual El Yadida), Saffi (actual Safi ) y Mogador (actual Essauira), exhortándoles a ganar el Santo Jubileo». Si Tetuán y Tánger eran sendos mundos, aquella orden contenía tal mundo (Casablanca) y tales otros (Mogador) dentro de sí, que suponían todo Marruecos. En un país sin ferrocarriles y con inseguros caminos, a Ler- chundi se le ordenaba que hiciese de carretero primero y navegante después a lo largo de las costas atlánticas, porque solo por mar podía cubrirse un periplo de setecientos km de norte a sur. En ámbito tan extenso debía enfrentarse a grandes difi cultades —las que menos pesares suelen causar— y a un sinfín de naderías, que son las que más incordian y retrasan, mucho duelen y al fi nal matan. Lerchundi obedeció; se excedió en sus cumplimientos y lo pagó. Con su salud y tristeza, que guardó para sí; aunque sus ojos le delataban. Con fecha 5 de marzo de 1867 el P. López comunicaba a Lerchundi que le nombraba Superior del hospicio de Tetuán. Entrado el verano, Lerchundi solo podía con su alma, por lo que solicitó una licencia de tres meses por enfermedad, cuya tramitación pasó desde el mi- nisterio de Estado a la Secretaría Particular de Isabel II. La reina ni se enteró, el secretario de turno fi rmó por ella, que para eso están las rúbricas tamponadas y el destinatario marchó a insufi ciente descanso. El así ignorado resistió hasta que el P. López presentó su renuncia por edad. Lerchundi consideró llegada la hora de su redención de penas por servidumbres labo- rales. Y al nuevo prefecto, fray Miguel Cerezal, por escrito fechado el 26 de marzo de 1868, le suplicaba que «compadecido V. P. por mi delicada salud y teniendo presente mi poca virtud y ciencia, se sirva nombrar otro presidente para este hospicio». Nunca lo hubiera dicho. Pecó Lerchundi de modesto, pecado afín a todo buen franciscano. No lo consideró así el P. Cerezal. Y por carta fechada en Tánger tres días después, le advertía: «no es sufi ciente motivo para que le admita la renuncia (...) ni muchísimo menos su poca virtud, ciencia y deli- cada salud; pues conforme ha podido y ha ejercido hasta aquí el cargo que le impuso la obediencia, podrá asimismo en lo sucesivo; puesto que es indudable que el Señor da la virtud, fuerzas, capacidad y salud necesarias a los cargos que los Superiores imponen a los Súbdi- tos. Continúe, pues, V. R., desempeñando ese cargo hasta que la obediencia (yo mismo) se sirva disponer otra cosa». El así conminado se plegó a lo dictado. Y empeoró. Por entonces, Lerchundi se sometía a un proceso regenerador tan poco benefi cioso Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los para su salud como peligroso para su vida, hechos que sabemos por fray José María López, quien contrastara, con «autorizados misioneros que le trataron de cerca», los alcances del proceso: «tuvo que sufrir mucho (...) a causa de unas heridas o fuentes (en cursiva en el origi- nal), que los médicos le abrieron en un brazo y conservó hasta su muerte». Fuentes: exhuma- ción de fondos archivísticos, testimoniales o hematológicos. En síntesis quirúrgica, sangrías. Este método, propio de la medicina altomedieval, se utilizó hasta entrado el último tercio del siglo XIX, pues se le reconocía validez para el tratamiento de la hipertensión (alivio del ritmo cardiaco) y del edema pulmonar. Pero a recurrentes sangrados del paciente, consecutivos trastornos en su organismo. Sometido a tales extracciones, milagro repetitivo fue que Ler- chundi no falleciera en una de ellas. Sangrándose en su labor en base a tales remedios, resis- tió año y medio más. Reiteró súplica en agosto de 1869. Al P. Cerezal debieron llegarle avisos 82 de que Lerchundi no podía esperar a que la obediencia se sirviera disponer otra cosa. De improviso, cambio de obediencia nacional: Isabel II destronada por una conjunción cívico-militar. Amotinada en la bahía de Cádiz (10.09.1868), triunfante después en los cam- pos de Alcolea (29.09.1868), esperanzada con el primer Gobierno de Prim (18.06.1869). Los que fueron súbditos, reinaban. Era razón e ilusión. Que será emboscada, tiroteada y dejada morir por ostentosa negligencia médica. Donde no atinaron los asesinos, procedieron los in- capaces: Césareo Losada y Juan Vicente Seldo, los médicos militares de guardia en el pala- cio de Buenavista aquella nevosa noche del 27 de diciembre de 1870. Quince meses antes, la ética de la razón iluminaba al P. Cerezal, quien anunció (25.08.1869) a Lerchundi que le ad- mitía su renuncia, sustituyéndole el P. Martínez. A Lerchundi se le autorizaba a sobrevivir.

Verbos de vida (investigar, escribir, editar) que no remedian pérdida: su abuela muere

Liberado de sus ataduras, Lerchundi recuperó las ganas de vivir (socorrer al prójimo) y preve- nir, enseñar a los necesitados, fuesen cristianos, musulmanes o hebreos. Lerchundi robó tiem- po a su descanso para poner, por escrito, sus otros convencimientos, los fi lológicos. Desde hacía años perseveraba en terminar una Gramática del árabe dialectal marroquí y un Diccio- nario árabe-español. En 1870 ponía el punto fi nal a la primera y se hallaba cerca de terminar el segundo. Consideró que la publicación de la Gramática incentivaría la del Diccionario. Y de ahí dedujo: la Comisaría de los Santos Lugares debería afrontar tal edición. Dos veces —6 de febrero y 2 de junio de 1870— solicitó Lerchundi ayuda económica, siéndole denega- da. Contrario a rendirse, Lerchundi reunió dinero proveniente de amigos y donaciones. No fueron pocos esos dineros. A catorce mil novecientos sesenta y cinco (14.965) reales ascen- dió el coste de la edición en la madrileña imprenta de Manuel Rivadeneyra. Su obra lucía el título de Rudimentos del árabe vulgar que se habla en el Imperio de Marruecos. Corría el año 1872, segundo del reinado de Amadeo I, el único monarca elegido de forma democrática por las Cortes Españolas en aquella sesión (16.11.1870) en la que el du- que de Aosta (Amadeo) obtuviese 191 votos, por 63 la República Federal, señora que no tar- daría mucho en venir, los 27 del duque de Montpensier (Antonio María de Orléans), más un voto a su señora, la duquesa de Montpensier (Luisa Fernanda de Borbón, hermana de Isabel II), suceso extraordinario en el que un matrimonio optaba, por separado pero sin divorciarse, al Trono de una misma Nación; los 8 que se llevó Espartero, candidatura presentada con su oposición; 2 que fueron a parar al príncipe Alfonso de Borbón (futuro Alfonso XII) y 19 pape- letas en blanco. y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Amadeo I amargado estaba con la situación a la que hacía frente: tercer pronuncia- miento carlista (16.07.1873); rebeldía alfonsina en formación, pues el príncipe Alfonso alterna- ba su exilio en París, junto a su madre (Isabel II), con sus estudios en Sandhurst, bajo la discipli- na militar británica. A don Amadeo, luchar contra reyes sin coronar no le preocupaba, sí que le considerasen «rey extranjero» cuantos españoles eran movilizados para luchar por su causa. Aislado de muchos, harto de todos —en especial de Manuel Ruiz Zorrilla, jefe del Gobierno y conspirador compulsivo—, Amadeo I cavilaba cómo salir del avispero ibérico. Digno él, abdicó. Y hacia Lisboa saldría en tren con su familia (11.02.1873). De Portugal al Piamonte con fi nal del sueño español en Turín, donde buen palacio y larga paz le esperaban. Allí murió en 1890. Mientras, el autor de la Gramática pasaba de la felicidad a una dolorosa nostalgia: el 5 de noviembre de 1872 fallecía, en Orio, Mikaela Lerchundi Portu, su abuela materna, quien, 83 dado el castigo de los cariños ausentes que sobre su nieto incidieron, durante años ejerció como abuela-madre, siquiera fuese en la distancia. Mikaela murió con noventa años, pues había nacido en Aya, tierra retranqueada de la marítima Orio, el 13 de octubre de 1782. Tiempos de Olavide, Patiño, Muzquiz, Campomanes, Aranda y Jovellanos, cuando España se veía bien gobernada y fe persistía en no pocas cosas, entre ellas la Monarquía. Esa orfandad moral, que España padecerá después, pudo sentirla su nieto cuando le comunicasen la muer- te de su abuela, pues el Padre Lerchundi tan localizable era en Marruecos como los Lerchundi maternos en la España vasca. Del abuelo, Juan Ygnacio Lerchundi Labaka, dos años más jo- ven que su esposa y natural también de Aya —allí le bautizaron el 25 de marzo de 1784—, nada de su muerte han podido decirnos los archivos diocesanos de Guipúzcoa y Vizcaya.

Arrebato de egos diplomáticos y martirio; pronunciamiento de las tropas misionales

En septiembre de 1873 falleció el octavo monarca alauí, Mohammed IV, sucediéndole su hij o Muley Hassán. Un sultán más, pensaron muchos en España, equivocándose. Hassán I, nombre con el que será recordado, probará tanto lo coherente de sus afanes en pro de un Marruecos en sí mismo soberano como en su leal vecindad con los españoles. Tres años y medio transcu- rrieron. De improviso, a Lerchundi le llegó un ascenso y se le confi ó un encargo. El primero fue su designación, decisión tomada por el P. Cerezal desde Tánger (28.08.1876), para que presi- diese el hospicio de Tetuán. El segundo supuso el reconocimiento, desde Roma, de sus méritos: se le elegía prefecto de las Misiones en Marruecos. Su nombramiento provenía de la Congre- gación de Propaganda Fide —fundada en 1622 por el papa Gregorio XV—, máxima entidad vaticana para entender y resolver cuestiones misionales de alcance mundial. Sin embargo, al provenir la designación de Lerchundi por «causa mayor» —la muerte, en Tánger (febrero de 1877), del Padre Cerezal—, la distinción se tornó expiación para el elegido al considerarse desoído el Gobierno de Cánovas, por cuanto la Santa Sede no le había consultado el nombre del aspirante, a fi n de que el Ejecutivo ejerciese su derecho de patronato y la presentación de candidatos. Empero, el Gobierno español no tenía facultades para revocar una decisión en fi rme tomada en la Curia Romana. Dudó Lerchundi qué hacer, si tomar posesión con los decretos vaticanos expedidos a su nombre —ambos fechados en Roma y fi rmados el 10 y 18 de junio de 1877 por el cardenal Alessandro Franchi y el vicecomisario general de la Orden, Padre Vicente Albiñana—, o ini- Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los ciar deslizante relación epistolar con el representante de España en Tánger, en la que su cortesía comunicativa podía malinterpretarse, como si el informante de tal noticia dudase de su propia validez jurídica, por lo que pretendía revaluarla a través de la respuesta del no in- formado. Inmerso en esas dudas, recibió Lerchundi carta (17.07.1877) de fray Josep Coll, delegado del Padre Albiñana, en la que aquel le decía: «Temiéndome algún confl icto, mandé preguntar al Sr. Nuncio (Giacomo Cattani) si había dicho algo al ministro de Estado, y según nos dice nada le encargaron desde Propaganda Fide; por consiguiente, ningún paso dio en tal sentido». Sin embargo, al fi nal deslizaba una advertencia, que hacía recaer previsibles amenazas sobre él mismo y el propio Lerchundi: «Dudo mucho que no tengamos algo que sentir». El Padre Coll seguía preocupado y prueba de ello es su segunda carta (31.07.1877), 84 donde a Lerchundi le dice: «Escribí a Madrid para que el Sr. Nuncio hablase con el ministro y (me) contesta que no le incumbe. Escribí a Roma y no lo juzgarán necesario cuando no cuen- tan con el Gobierno (español). Adelante, pues; nosotros vamos seguros siguiendo a Roma». En su posdata, Coll desvelaba la hondura de su inquietud tras haber consultado el caso con los otros franciscanos de su Delegación, para al fi nal aconsejarle urgente intrepidez: «Opinan todos estos PP conmigo que V. R. no debe aguardar ninguna respuesta, sino marchar a tomar posesión. Si Propaganda y la Orden creyeran que debía contarse con el Gobierno y aguardar su placet (conformidad al designado), buen cuidado hubieran tenido de decirlo. No falte, pues, a la política, avíselo, pero no se esclavice esperando, indefi nidamente, la confi rmación». El «avíselo» de Coll se refería a Eduardo Romea y Yanguas, ministro plenipotenciario de España en Tánger desde febrero de 1875 y a la vez embajador ante el sultán Hassán I. Lerchundi siguió el consejo y envió a Romea los textos de sus nombramientos. En su respuesta (13.08.1877) Romea adoptó una actitud evasiva, pues argüía: «debo esperar del Gobierno de S. M. un Despacho auxiliatorio». A la par, consultaba a su ministro, que no era ya Calderón Collantes, sino Manuel Silvela y de Le Vielleuze, hermano mayor de Francisco, el prohombre liberal y obstinado enemigo del caciquismo imperante. Cuesta creer que Manuel Silvela, abo- gado y literato de fama, montpensierista desalentado y alfonsista reconvertido, mostrase violento enfado por el nombramiento de Lerchundi. De la respuesta del ministro hizo Romea una tragedia griega, en la que adoptó el papel de gesticulante protagonista agraviado. La magnitud de la irritación de Romea se desvela en su segunda carta a Lerchundi, un mes des- pués (13.09.1877), en la que, con modos y expresiones inaceptables, le advertía: «Enterado el Gobierno de S. M. el Rey del nombramiento (...) y de haberse V. P. creído con autorización a tomar posesión de dicho destino por sí y ante sí en 7 de agosto pasado, no ha podido por menos de causarle extrañeza tan inesperado suceso y teniendo presentes los antecedentes que existen con motivo de un hecho análogo, se ha servido manifestarme que no solo no reconoce su nombramiento, sino que lo rechaza por completo (...) y a V. P. me encarga prevenirle que se abstenga de practicar acto alguno con el indicado carácter, reser- vándose S. M. nombrar la persona que deba desempeñar dicho cargo». En su despedida, Romea prescindía del tono admonitorio para entrar en el ofensivo: «en cumplimiento de mi deber, me es muy grato consignar la confi anza que abrigo de que V. P. la acatará sin dilación, de la manera franca y leal que conviene y es de esperar de su buen juicio y del carácter sagrado que le reviste». Romea prevenía a Lerchundi no ya de su desaca- to en curso, sino de la rebeldía moral y espiritual en la que incurriría, lo cual era el colmo. En cuanto al «hecho análogo», guardaba relación con la áspera controversia hispano-vaticana surgida, en 1861, a raíz del nombramiento del P. Esteban Basarte como prefecto en Tánger. y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Lerchundi comprendió que la memoria diplomática puede parecer cosa corta, cuando es asunto mayor y se mueve a través de un largo recorrido pero a la inversa, pues nada olvida y todo memoriza. El mismo 13 de septiembre de 1877, Romea remitía copia del anterior escrito a fray Gregorio Martínez, a quien le informaba y prevenía: «reconociendo esta Legación a V. P. como Superior de las Misiones católico-españolas (...) A V. P. hago desde luego responsable del acatamiento de las órdenes del Gobierno de S. M. por parte de todos los individuos (sic) que componen dicha Misión, en la inteligencia que, si las órdenes superiores que dejo transcritas no fuesen obedecidas sin reservas por alguno de ellos, deberá notifi carme en seguida, el nombre y la residencia del contraventor para adoptar respecto a él las medidas oportunas a que se me autoriza en las instrucciones que he recibido». 85 Romea: diplomático reconvertido en martillo de herejes contra su autoridad, pontifex maximus con omnímodas facultades, por las que nombraba jefes de Misión a su capricho, a la par que practicaba el arte del divide y vencerás. De los confl ictos de entonces, ninguno tan in- sensato y torpe como este, en el que Romea se transforma en segundo Pedro de Luna (Benedic- to XIII), parapetado en su torre papal de Peñíscola, dispuesto a resistir hasta su muerte (1423) con tal de derribar el poder de una Roma extraviada en su ecuánime catolicismo misional. Lerchundi creyó encontrar una solución frente al intratable Romea: en los asuntos ofi ciales, el diplomático podría entenderse con el P. Martínez si así le placía, pues el elegido de Roma no se interpondría hasta ver si el contencioso entre el Vaticano y el Gobierno espa- ñol se resolvía. Pese a ello, Romea debería «tener la bondad de no exigir a los misioneros de- claraciones que no podían dar en conciencia hasta que otro Superior de las Misiones tuviese las mismas facultades con las que él se hallaba revestido». Tesis impecable y mano tendida del franciscano. En cuanto al vínculo, redactó Lerchundi carta con el preaviso de «Particular» y eligió dos portadores: los frailes Gregorio Martínez y Agustín Malo y Algar. Con tal escrito en mano, ambos misioneros marcharon a la Legación española en Tánger. Allí vieron caer el rayo y escucharon el trueno: un Romea amenazante, atronador y despectivo. No sabemos hasta qué extremos llegó, en su estallido, la escasa paciencia del diplo- mático cuando comprobó que uno de los mensajeros era su designado, Gregorio Martínez. De lo que pudo ser aquella escena, sufi cientes apuntes se conservan en el escrito, con fecha 19 de septiembre de 1877, que ambos frailes hicieron llegar a Lerchundi, residente en Tetuán: «Querido P. José: Hemos ido a entregar la suya al Sr. Ministro, el cual se ha incomodado mucho por el modo de contestarle (usted) en carta particular. Me encarga le mande un correo expreso para que le diga que hace como si no hubiese recibido la suya, la cual no ha rasgado (en lugar de “roto”) antes de leerla por consideración a nosotros. Que le da todo el día 21 para pensar y que si el 23 por la mañana no tiene en ésta (legación) su contestación de acatar o no las ór- denes del Gobierno, le mandará a ese cónsul (Enrique Aiuz) para que se la tome de palabra. Y si aún así callase, tomará su silencio como desacato al Gobierno (...) que le inculque muy claro (sic) que si el 23 no tiene contestación categórica a su ofi cio, tendrá que tomar serias medidas». A un misionero criado en una guerra civil, educado entre disciplinas, heladas y aisla- mientos, propagador de la fe en tierras musulmanas, no se le intimida con desacatos ni pre- suntas desobediencias. Desdeñó Romea la mano abierta del franciscano y este no volvió su Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los rostro al desprecio. Por carta fechada en Tetuán el 21 de septiembre, Lerchundi le recordaba, al exaltado Romea, su jurisdicción «emanada de la Santa Sede, sobre los misioneros y fi eles existentes en esta Prefectura», la cual se veía «obligado a ejercer so pena de faltar a sus sa- grados deberes». Como despedida, revés cruzado: «No obstante lo dicho, debo también de- clarar, como católico y español, que obedezco y estoy dispuesto a obedecer al Gobierno de S. M. en todo lo que no sea contra mi conciencia y la Santa Ley de Dios que profeso». Volvió a explotar el tal Romea, con lo que nada del enfurecido diplomático quedó ente- ro. Lerchundi sabía que el límite para ser deportado muy cerca estaba. Pero es que delante tenía mayor frontera que defender: la autoridad de Roma, a la que se debía en cuerpo y san- gre. Y con él, todos los misioneros franciscanos residentes en Marruecos. De ahí su circular, fechada en Tetuán en esos días fi nales de septiembre de 1877, dirigida a los presidentes de las 86 Misiones en Casablanca, Mazagán, Mogador y Tánger, en la que les razonaba y ordenaba: «La Legación de España en Marruecos no reconoce por Superior de estas Misiones sino al R. P. fray Gregorio Martínez, presidente de nuestro hospicio en Tánger. Me ha parecido conveniente que cada uno de VV. RR. redacte una protesta de reconocimiento de la legítima autoridad (de la Santa Sede) y de adhesión, acatamiento y respeto a ella. Y me la remitan fi rmada por VV. RR., y todos sus súbditos. Por último, ordeno a VV. RR. y a todos los religiosos, que guarden el más absoluto sigilo acerca de este acto». La primera muestra de lealtad y acatamiento provino de Tánger. Fechada (24.09.1877), lucía las fi rmas de los misioneros adheridos con sus nombres y apellidos: Gregorio Martínez, Pedro López, Agustín Malo y Algar, Pedro Peceño, José Moraza, Mariano Herrejón de Cea y José Paz. Un día más tarde recibió Lerchundi idéntico acatamiento, fi rmado por los francis- canos residentes en Tetuán: Antonio Gómez y Zamora, Juan de Foncea, Luis Martínez, José Molinos y Ángel Rupérez. Pasados cuatro días, desde Casablanca llegaba (29.09.1877) nueva suma de adhesiones con el aviso, al margen, de «Protesta», bajo la cual fi rmaban: Francisco María Saco, Agustín Aspiazu, Vicente Martí, Antonio de J. y M. Rubín. Transcurridos otros cua- tro días, desde Mogador (actual Essaouira) recibía Lerchundi (03.10.1877) nuevo ramo de entusiastas protestatarios: José María Rodríguez, Luis Ortiz, Francisco Martín y Manuel Veiga. Por último, desde Mazagán (actual El Yadida), en escritos de adhesión separados por dos días —4 y 6 de octubre de 1877— le llegaba la solidaridad de los padres franciscanos Beni- to Sastre del Río y Vicente Ribes. Veinte franciscanos, la totalidad del Cuerpo católico-misio- nal en Marruecos, se mostraba fi el a Roma y, en consecuencia, leal con su legítimo represen- tante, José Lerchundi. Estas últimas adhesiones ya no pudo leerlas el destinatario, pues había sido deportado y en España penaba. Los fi rmantes habían sido discretos. No obstante, fue imposible enclaustrar los co- mentarios y menos las conversaciones a pie de calle o de hospicio. Poco cuesta imaginar la impresión que recibió Romea: los ejércitos misionales de España se pronunciaban con- tra el Gobierno del rey, dado que debían obediencia a majestades de superior rango: la Iglesia y la Ley de Cristo. Mientras el ministro Silvela, confundido, hacía frente al clamor de Roma, Romea, más ministro que ninguno, insistía en su decreto de expulsión. Lerchundi, insólito morisco, camino iba de su destierro. Proscrito erguido, sostenido por mirada pen- sativa, así marchó Lerchundi hacia la patria desagradecida, que siempre es la misma: la España institucional.

Deportación sellada (en Tetuán y Ceuta); suspiros en Granada; honores en Galicia Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los

Aquel 27 de septiembre de 1877 a Lerchundi le anunciaron visita de personaje apurado: el cónsul Enrique Aiuz. Como tarjeta de visita presentó un documento conminatorio, que decía lo siguiente: «Nº 195. Se habilita este pasaporte. Bueno (en lugar de “válido”) para que, de autoridad en autoridad, se traslade a Madrid el R. P. Fr. José Lerchundi de Orden del Gobier- no de S. M.». Lerchundi se convertía en prisionero deambulante vigilándose a sí mismo. Ler- chundi redactó su despedida formal —cedió su delegación misional al P. Martínez—, abrazó a sus hermanos, cogió su hatillo y a Ceuta se fue, adonde llegó el 2 de octubre. A Victoriano de López Pinto (1830-1907), buen jefe de Artillería y comandante general de la plaza, el anuncio de un franciscano que solicitaba verle en su vigilado tránsito hacia la Península, pues el solicitante viaja detenido bajo su propia responsabilidad, debió parecerle lo que era: un disparate sin causa. Del encuentro entre el artillero y el misionero no tenemos 87 más constancia que el documento expedido por el militar, quien visó y fi rmó el pasaporte: «Nº 420. Ceuta, 2 de octubre de 1877. El R. P. José Lerchundi continúa la marcha para Madrid. El Comandante general Victoriano de López Pinto». De aquellos años se conserva una foto- grafía de Lerchundi. Imagen de hombre transido por el dolor y la fatiga. Mirada perdida mas no humillada, expresión demostrativa de una voluntad atravesada por la estupefacción. Dame fuerzas, Señor, para soportar esta crucifi xión que Tú sufriste y se me ha impuesto. Desembarcado en la Península, Lerchundi creyó verse en un planeta perdido en la in- fi nitud del cosmos. A nadie le interesaba su caso y menos su situación; a nadie le importaba si seguía viaje a Madrid o se internaba en un convento; a nadie le preocupaba si rogaba au- xilio a unos u otros; pero eso sí, implícita estaba la prohibición de pedir limosna o rezar en la calle. Lerchundi no encontraba socorro y sin dinero se veía: de las cuatrocientas cincuenta pesetas que le entregase el cónsul Aiuz, solo unas monedas sueltas sonaban en su bolsa. Ante tanta indiferencia y acabándose el año, Lerchundi redactó carta de súplica (05.12.1877) al ministro Silvela, que resultó ser comprensivo destinatario. Por escrito fechado en Madrid el 20 de diciembre —celeridad en la respuesta que el remitente no se esperaba—, Manuel Úbeda, de la Secretaría de Estado, informaba al solicitante que «el Rey, tomando en consideración las razones que Vd. expone, ha tenido a bien concederle licencia para trasladarse a un punto de Andalucía, con objeto de atender al restablecimiento de su salud». El anterior párrafo se leía con alivio, pero más el último: «disponiendo al propio tiempo que, por la Obra Pía de Je- rusalén, se le satisfaga, hasta nueva orden, la cantidad mensual de doscientas cincuenta pesetas». Salvado y libre. De subir a un tren para ir a Granada, pues ese era el punto elegido. Lerchundi viajó a la ciudad de La Alhambra ligero de peso corporal, pero repleto de apuntes, dispuesto a compartirlos con el profesor Francisco Javier Simonet (1829-1897), ca- tedrático de lengua árabe, prevenido al respecto. Ambos estudiosos se reconocían por sus estudios y publicaciones. Les faltaba darles forma confl uyente. Para pensar y escribir con fundamento pocos sitios propiciatorios (iguales ninguno) como el reír de las fuentes en los estanques del Generalife; el ronroneo de los leones que conforman el Patio de su nombre cuando se les pasa la mano (de vista) por su marmórea cabeza de siglos y darse cuenta de cómo agradecen tal gesto; a la pérdida del habla por unos instantes tras acodarse al mirador de Lindaraxa, ver enfrente esa maqueta a escala de la vida placentera que es el Albaicín en verso libre sin fi nal previsto y a la diestra Sierra Nevada, acuarela gigante donde el azul y el blanco forman pareja de hecho desde que el mundo de lo sensible existe y humanos hay que lo describen. Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Nació así la Crestomatía (selección de textos históricos y literarios) arábigo-española, lista para sus primeras pruebas de imprenta, acción demorada hasta 1881, afi rmándose entonces como un logro único en su tiempo. Lerchundi y Simonet, compañeros de paseos y pupitres, vieron interrumpida su investigación por el anuncio de honores (28.09.1878) que el P. Albiñana comunicase a Lerchundi: se le nombraba lector de Teología y Lenguas Arábigas en el Colegio de Misiones, en Santiago de Compostela. Dos semanas después se convocaba Capítulo conventual en Santiago y a Galicia fue Lerchundi. Llegar y ser propuesto para el puesto de rector del Colegio fueron acciones consecutivas. Sin tiempo para manifestar su renuncia, quedó a la espera de lo que decidieran los diecinueve vocales, presididos por el P. Coll —el que advirtiese a Lerchundi de los males diplomáticos que podrían sobrevenirles— con derecho a voto. Aquel 14 de octubre de 1878 el resultado fue este: P. Manuel Castellanos, 88 un voto; P. Gregorio Garay, un voto; Padre Lerchundi, diecisiete votos y nuevo rector. Lerchundi se convirtió en timonel de la nave santiaguina. El viento de los aplausos y el sentir de los abrazos hincharon las recosidas velas de sus fuerzas. Enterado de que el Colegio carecía de Estatutos, en quince días los redactó; con la ayuda de dos novicios hizo copias y los resultados ofreció a sus asombrados pares. Siguieron meses lluviosos siendo cálidos: el Colegio daba las horas del esfuerzo y aprovechamiento con puntualidad. Humedad y niebla en las calles; calidez y ejemplaridad en las aulas. En la enseñanza y los comportamientos.

«Dos» justicias: la expulsada del territorio político y la recuperada del suelo diplomático

Aquella España de 1878, con la que Lerchundi se encontró, siendo distinta a la de 1864, era la misma en sus ilusiones, confabulaciones y sordideces. Como líder de las primeras, un rey veinteañero y animoso, el cual casó y enviudó en solo cinco meses: los que van del 23 de enero al 26 de junio de 1878, fechas que separaron su enlace con la infanta María de las Mercedes de Orléans, hij a del duque de Montpensier y su fallecimiento en el Palacio Real. Al frente de las segundas, el astuto padre de la novia, puesto que el duque de Montpensier por- tador en sí mismo era de las pruebas condenatorias del asesinato de su detestado Prim, cul- men de la conjura homicida que en 1870 codirigieron el teniente coronel Felipe Solís Campu- zano, ayudante de campo de Montpensier y José María Pastor, jefe de la guardia personal del general Serrano, regente de un reino conjurado desde las cejas hasta los pies. Por esa boda entre inocentes, Alfonso y Mercedes, Montpensier obtuvo, nada más hacerse público «el próximo enlace de su hij a con Su Majestad el Rey», fulminantes ceses, que afectaron al juez de la causa instruida y al valiente fi scal del sumario, Joaquín Vellan- do. A esta decapitación judicial siguió la defunción del caso: el 5 de octubre de 1878 se archivaba la causa sumarial contra el huido Felipe Solís, cuyos benefi cios alcanzaron a José Mª Pastor, perro de presa del general Serrano. Con esos modos de alimañeros, induc- tores, autores y cómplices en la muerte de Prim a salvo se vieron de por vida, no así de la historia, que los persigue todavía. Porque apuntados están por las pruebas conservadas en el sumario, al que no pudieron destruir en 1878 aunque sí robar unos cuantos folios; pero como estos eran dieciocho mil, con los que se libraron del hurto bastó para condenarlos y condenados siguen. Otra causa fue cerrada: el 20 de octubre de 1878 fue cesado Eduardo Romea por decisión del ministro Silvela, quien seccionó una cadena de abusos que debería haber sido cortada mucho antes. Por orden fechada (15.06.1879) en Roma, el P. Albiñana le decía a y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Lerchundi: «marche a Madrid y vea de obtener, en nuestro nombre, el asentimiento del Go- bierno (a su nombramiento) y los acuerdos consiguientes». Acompañado de uno de sus tan- gerinos, el P. Mariano Herrejón de Cea, el 27 de junio llegaban a la capital, instalándose en la hospedería de la basílica de San Francisco el Grande, cerca del Palacio Real. De allí a Santa Cruz, seis minutos en carruaje o diez andando a buen paso. Lerchundi esperaba ser citado con rapidez, pero el acuerdo le llegó vía Roma, con fecha 27 de septiembre de 1879. El consenso se presentaba hermanado a la lógica: un gesto hacia el equivocado y en sí mismo atrapado, el Gobierno de Cánovas. «En el caso de quedar vacante el cargo de Pre- fecto de las Misiones (...) antes de proponer a la Congregación de Propaganda la terna de los religiosos, entre los cuales se deberá escoger al Prefecto, la pondrá en conocimiento del Go- bierno de España, con el fi n de que ninguno de los comprendidos en dicha terna cause al 89 citado Gobierno ningún inconveniente político». Así se expresaba Serafi no Cretoni, de la Se- cretaría de Estado, en su escrito al P. Albiñana, quien se lo hizo llegar a Lerchundi. Lerchundi partió de Madrid, hacia Granada, el 21 de octubre. La Crestomatía, recién nacida, exigía el cariño del padre. Dos meses de correcciones y satisfacciones. Y a Marruecos, que un siglo parece haber transcurrido. El 30 de diciembre de 1879 desembarcaba en Tánger. Marruecos se abrazó a él con tal veracidad emotiva que Lerchundi supo, en el acto, que nunca más podría vivir sin esa identidad a su alma transferida, dos veces así magnifi cada.

Retorno al paraíso, que dos puertas tiene abiertas: España con Marruecos y viceversa

En 1880, el imperio jerifi ano debió parecerle al exdeportado la oceanidad misma, de tantas como posibilidades veía. Lerchundi marcó sus pautas: primero los casos apremiantes; des- pués los sueños. La demora había sido tal que lo urgente y lo soñado formaron un solo cuerpo vivo. Parte del mismo fue abrazar a José Diosdado del Castillo, nuevo ministro plenipotencia- rio en Tánger. Su nombramiento llevaba fecha del 20 de octubre de 1878. El mismo día en que Romea fue despedido, del Castillo era designado por Silvela. Lerchundi y del Castillo traba- jarían juntos los siguientes nueve años. Continuidad de los mejores en los puestos de máxima difi cultad, he ahí la viga maestra que sostiene el triunfo de todos. Lerchundi abordó sus afanes en forma de perfi les superpuestos en su mente evangeli- zadora: edifi car un Colegio de Misiones que sustituyera al de Santiago por mejor clima y proximidad al área geomisional española y una iglesia, en Tánger, más grande, luminosa y pulcra. Iluminación de refl exión sin ángulos muertos ni forzadas sombras. Para su primera gran obra disponía de digno inmueble adquirido, dinero ahorrado y nombre decidido: iglesia de la Purísima Concepción. La construcción se llevó a paso de carga: colocación de la prime- ra piedra el 19 de octubre de 1880; inauguración el 2 de octubre de 1881. La ofi cina de la que fuera Legación de Suecia parecía embajada de la Iglesia y empavesada lucía: banderas es- pañolas y marroquíes; también de las demás naciones representadas en Tánger. ¿No es uni- versal la Iglesia? Pues hagámoslo ver. Lerchundi, defensor de todas las patrias. Llegada la hora de encarar la construcción del Colegio de Misiones, puso Lerchundi en conocimiento a su fi el amigo el P. Albiñana, quien le remitió sólido refuerzo: fray José María Gallego, inspector de «las provincias menores» (Marruecos). Acuerdo inmediato. Por carta a Lerchundi (10.07.1880), Gallego le autorizaba «para que pueda fundar un Colegio Francisca- Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los no destinado a las Misiones de Tierra Santa y Marruecos en nuestro antiguo convento de La Rábida o en otro punto de Andalucía, Murcia o Valencia». Y Lerchundi en la gloria. Buscar lu- gares y condiciones climáticas; acomodos y situaciones, sopesar realidades y posibilidades.

Chipiona: lugar sin luz equivalente; «Montpensier», título inmerso en lo más oscuro

En agosto de 1880 emprendió Lerchundi su viaje explorador por las costas onubenses y gadi- tanas. La Rábida le decepcionó. A cambio, descubrió Chipiona y su templo neogótico, cuya torre-puntal ejercía de faro salvador para marinos devotos, quienes desde el encalmado o encrespado mar con alivio la reconocían: el convento de Nuestra Señora de Regla. La playa y el sol en una mano; el mar y el horizonte en otra; en cada latido el fervor de todo discípulo del 90 santo de Asís y en el pensamiento la luz de Dios. Lerchundi se sintió revivido. Renacía. Si Tetuán le pareciese Palestina, para Chipiona no encontraba un símil apropiado. Prueba inequívoca de que el lugar era único. Quedaba hacer proselitismo del hallazgo y convencer a todo el mundo. De ahí sus cartas a Jacobo Prendergast (24.08.1880), presidente de la Obra Pía, con lo que el ministro de Estado, José Elduayen y Gorriti, ingeniero vigués y ex ministro de Ultramar, se mostró de acuerdo y con él su amigo y jefe del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo, que presidía su cuarto Gabinete. Aquel buen tiempo para las noticias lo deshizo Joaquín Lluch y Garriga (09.09.1880), arzobispo de Sevilla, quien, en su respuesta del 13 de septiembre, puso severos reparos en nombre de los agustinos, exclaustrados propie- tarios del edifi cio. El señor arzobispo incorporaba tal inconveniente, que resultaba barrera infranqueable: «En cuanto al convento de Ntra. Sra. de Regla está ya destinado a otra Orden religiosa, recomendada muy efi cazmente por el Serenísimo Infante, duque de Montpensier». Acabáramos, debió decirse Lerchundi. Montpensier. Título oscurecido por comporta- mientos que revolvían el estómago de toda persona decente. El duque francés y capitán ge- neral español, el mismo que no quiso darse por satisfecho tras fallar él y su contrincante, Enrique de Borbón, vicealmirante de la Armada, sus dos primeras tandas de disparos en aquel duelo a pistola (12.03.1870) convenido en Carabanchel, cuando el vengativo Orléans insistió en su derecho a disparar por tercera vez y una bala metió en la frente del Borbón, asesinado más que muerto por un avezado duelista, acción que a su verdugo privó de la Co- rona de España. Montpensier llevaba años entregado a singular política: donar muy efi caces cantida- des para obras piadosas en Sevilla, cabecera de la Iglesia andaluza. Allí poseía inmueble digno de un rey: el palacio de San Telmo. El duque, con vastas propiedades en Sanlúcar de Barrameda —entre estas su Coto de Torrebreda, gran fi nca con mansión-fortaleza, que le servía como cuartel general para sus conjuras—, quería estar a bien no con Dios, sí con sus representantes en la Tierra. Entre estos los jesuitas franceses, ignorantes de la causa criminal que pendía sobre su protector y encariñados con Chipiona. Estas maniobras dilatorias con- cluyeron en cuanto el P. Albiñana escribió desde Roma (24.05.1881) y el nuncio Angelo Bian- chi lo hiciera desde Madrid (17.01.1882), mostrando ambos inequívocos apoyos a Lerchundi como Superior del convento de Regla y alabándole por sus propósitos fundacionales. El arzo- bispo Lluch y Garriga se vio obligado a desdecirse. Incluso se mostró servicial con Lerchundi en su carta (21.02.1882), al anunciarle: «Concedemos nuestra licencia y beneplácito para que los PP misioneros franciscanos puedan, desde luego (la cursiva es mía), fundar y estable- cer un Colegio de Misiones en el antiguo convento de agustinos de Ntra. Señora de Regla». Marchó Lerchundi a Chipiona para recibir la entrega ofi cial del convento, con «las y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los alhajas de la Santísima Virgen, los vestuarios y muebles que, detalladamente, constan en los inventarios». Firmaron los cedentes —el arcipreste Francisco Contreras y el capellán José Bustamante Tello, quien «alquilaba las habitaciones del convento a los bañistas y con los productos de los alquileres y otras limosnas sostiene el culto», uso descarado que Lerchundi descubriera en agosto de 1880 y comunicase, por escrito, a Prendergast, presidente de la Obra Pía—; fi rmó a su vez Lerchundi como receptor de lo conservado y las obras empezaron. Presupuesto se tenía —«cerca de veinte mil duros»—; maestros en obras no faltaban en San- tiago, ni voluntarios para trabajar en Chipiona. Primero llegaron cinco franciscanos y des- pués veintidós misioneros y hermanos legos, desembarcados (25.08.1882) del vapor Cartuja. Terminadas las obras de restauración y completados los nombramientos de quienes dirigi- rían el Colegio y el buen orden de las enseñanzas prescritas —PP. Antonio Gómez (rector), 91 Manuel Castellanos (vicerrector), José Barber (maestro de novicios)—, pudo inaugurarse el sueño de Lerchundi, convertido en realidad el 8 de septiembre de 1882.

Embajada hacia lo incierto: viaje en buque excorsario y tesoros de inesperada amistad

En febrero de 1881, Sagasta relevó a Cánovas al frente del Gobierno. El cambio se trasladó a Tánger, donde José Diosdado del Castillo recibió instrucciones para organizar una visita pro- tocolaria, al máximo nivel, ante el sultán Hassán I, iniciativa que, en los usos diplomáticos de la época, se entendía como embajada extraordinaria. Por «carta particular» del 19 de marzo de 1882, del Castillo le razonaba a Lerchundi: «siempre ha venido un Padre con la embajada y el indicado hoy, por tantas razones, es usted. Y yo especialmente desearía que usted vinie- se conmigo». En su posdata, del Castillo insistía de nuevo: «deseo y me importa que sea usted conocido en la Corte jerifi ana». A reiteraciones tan halagadoras resultaba imposible negarse. El 19 de abril, Lerchundi y del Castillo, seguidos de su séquito, subieron a bordo del vapor Tornado, navío artillado con fi era historia fi libustera en sus espaldares de hierro: chile- no de origen y dedicado a la guerra de corso, apresado (21.08.1866) en aguas de Madeira por la fragata Gerona e incorporado a nuestra Armada, fue el buque que interceptase (31.10.1873), en aguas internacionales, al vapor Virginius, cargado de armas y repleto de voluntarios cubanos y estadounidenses, de los cuales fueron fusilados cuarenta y siete; ca- sus belli que cerca estuvo de provocar la primera guerra entre España y EE. UU. Dos pacien- cias célebres lo impidieron: la del presidente Ulysses S. Grant en Washington, insultado por la prensa yanqui y en Madrid la del cuarto presidente de la Primera República, Emilio Castelar, menospreciado por el general Burriel, que era quien decidía los fusilamientos en Santiago de Cuba con el beneplácito de Joaquín Jovellar, capitán general en La Habana. En 1881 nadie se acordaba del Virginius, hundido en el Atlántico. Y Cuba dormida parecía tras la Paz del Zanjón (1878). En la madrugada del 20 de abril de 1882, el Tornado largaba amarras y partía hacia su puerto de acogida, la antigua Mogador lusitana, en cuya rada fondeó el día 22. El 24 de abril, «a las seis de la mañana, montados en caballos y mulas que el Sultán (nos) tenía pre- parados» —según el relato que un anónimo cronista de La Civilización hiciese—, la comitiva iniciaba su ruta hacia Marrakech. Ciento sesenta kilómetros de malas pistas les esperaban. A 25-27 kilómetros por jornada, seis días de viaje. El domingo 30 de abril se detenían a la vista Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los de las rojizas murallas de la capital del Atlas, tercera urbe imperial de Marruecos. «Entramos (escoltados) por unos quinientos caballos y unos dos mil askaris (soldados), que forman el ejército regular del emperador». El periodista acertó en sus estimaciones. Dos mil infantes y quinientos jinetes a sueldo. No había más ni se necesitaban. En caso de guerra, las tribus responderían. En dos semanas podían multiplicar, por treinta, esas cifras. El requisito para tal movilización era relevante: que el imperio jerifi ano fuese invadido por ejércitos extranjeros. La comitiva española fue aposentada en la Mamunia, área ajardinada donde se alza- ban tres mansiones. En la del centro fue hospedado Lerchundi, signo de preferencia que a muchos sorprendió. El 2 de mayo, «a las ocho de la mañana», tuvo lugar el encuentro de Hassán I con del Castillo y Lerchundi, al frente de sus respectivas delegaciones montadas a caballo. Desmontó primero el embajador y quedó a la espera de lo que hiciese el sultán. Cum- 92 plió Hassán I a su vez y, en gesto de franca amistad, se dirigió hacia el grupo de españoles, antecedido por uno de sus chambelanes, portador de imponente parasol en terciopelo rojo, más dos palatinos, portadores de «grandes pañuelos blancos de seda para aventar las mos- cas». Pudieron así ver los invitados el aspecto de Hassán I: «rostro de agradables formas y color mulato (sic) no muy oscuro». Acertada la descripción, no el color. Hassán I tenía la piel levemente aceitunada, los pómulos marcados, la frente despejada y una mirada convincente. Quedaron solos Lerchundi y del Castillo frente al sultán y su gran visir, Sidi Mohammed El Garnit, con otros magnates, entre estos Sidi Mohammed Vargas. La motivación del viaje —la reclamación española sobre el territorio concedido por el sultán Mohammed IV en un lugar de la costa atlántica, «junto a Santa Cruz de la Mar Pequeña (el futuro Ifni)», cesión estipulada por el artículo 8º del Tratado de Paz de 1860—, fue asunto despachado en unos quince minu- tos: a la argumentación del embajador respondió Hassán I con su primera negativa; planteó del Castillo educada insistencia y obtuvo idéntica respuesta desfavorable. Inviable un tercer intento por parte del embajador español, tiempo hubo, hasta completar hora y media, para hablar del joven Alfonso XII; de la religión católica y la islámica, de san Francisco de Asís y sus continuadores; del primer obispo de Marruecos, el franciscano fray Agnello —designado por el papa Honorio III en 1226—; de los dahires (decretos) que validaran la permanencia de mi- sioneros en el Marruecos de los sultanes almorávides, almohades y meriníes —Lerchundi lleva- ba consigo varios originales depositados en el Archivo misional, que Hassán I leyó extasiado y complacido—, así como del futuro a construir entre españoles y marroquíes. La embajada española, iniciada con el ofrecimiento de obsequios para el sultán por parte del rey Alfonso XII, culminó como procedía: con la entrega de los regalos que Hassán I reservaba para sus huéspedes. Del Castillo recibió «un hermoso caballo enjaezado con su silla jerifi ana», mientras que Lerchundi era obsequiado con «una bonita mula», además de «una espingarda preciosa, con labores en plata, marfi l y corales». De lo que fue de aquella mula y esa espingarda noticias sorprendentes se recibirían en Madrid y Marrakech meses después. En cuanto a la comitiva española, el 15 de mayo salía hacia Mogador, adonde llegaba cinco días más tarde; embarcaba en el Tornado y en la mañana del 22 fondeaba en Tánger. Del buen entendimiento entre Lerchundi y Hassán I se derivó la conformidad del Go- bierno español para la devolución de la visita, que el sultán deseaba se cumpliese. Y la lógica volvió a manifestarse: carta «particular» (30.05.1882) de José Diosdado del Castillo a su «es- timado Padre José», comunicándole que, tras «haber hablado con el ministro, marqués de la Vega de Armij o (Antonio Aguilar y Correa), hemos convenido que Vd. acompañe a Briscia (sic) a la Corte». A Lerchundi se le necesitaba —ya no se le «rogaba»— en Cádiz para recibir él y no otro al embajador marroquí, Hadj Abd el-Kerim Brisha. Recibió Lerchundi a Brisha con hono- y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los res militares —un misionero convertido en general con sandalias y pies desnudos—; en tren vinieron juntos a Madrid, donde audiencia (17.05.1882) tenían concertada con Alfonso XII; hubo segundo viaje por ferrocarril hasta Villalba, seguido de traqueteante excursión, «en silla de postas», por los bosques de cedros del Guadarrama hasta el palacio de San Ildefonso; se habló allí con toda libertad, no se convino cosa alguna que no estuviese previamente conveni- da y el 2 de julio de 1882 Brisha embarcaba en Cádiz de regreso a su patria. Quedó satisfecho Sagasta, quedó complacido el marqués y ministro, contento quedó del Castillo, pero molidos quedaron Lerchundi y Alfonso XII, enfermos los dos; sobre todo el rey, cautivo de la tuberculo- sis, que solo le permitiría vivir dos años, cuatro meses y veintitrés días más. Los males de Lerchundi, sin cesar de acosarle, parecieron cosa menor al recibir sendos obsequios, uno por cada monarca aliviado por sus consejos: de Hassán I obtuvo la cesión de 93

Gran visir Dahir

Máxima autoridad del gobierno Del árabe zahīr , proclama jalifi ano, equivalente a «primer gubernativa. Carta abierta del ministro». Solía asumir las funciones sultán o de su lugarteniente (jalifa) de ministro del Interior y, en dirigida a los funcionarios del Reino, ocasiones, ministro de los Bienes fuesen civiles o militares, pero Habús (destinados a fi nes piadosos), también al conjunto de la población. al igual que sucedía con la Sin embargo, tales decretos debían subdivisión de las competencias y ser validados por el alto comisario funciones existentes en el gobierno de España en Tetuán o por el del Protectorado francés. residente general de Francia en Fez, pues de lo contrario carecían de toda efectividad ejecutiva. terrenos, en Safi , para la construcción de la Casa Misión que allí faltaba; de Alfonso XII «una subvención para restaurar el convento de Nuestra Señora de Regla, en Chipiona», abalcona- do a playa soleada y saludable. Las obras al efecto iban a buen ritmo; las subvenciones no tanto. Ignoramos el importe de la ayuda decidida por Alfonso XII, pero debió ser regia subven- ción aquella, por cuanto la reforma concluyó mes y medio más tarde. Chipiona se puso de largo para inaugurar (08.09.1882) su deslumbrante Colegio de Misiones. Encontrándose Lerchundi en Tetuán, recibió carta (12.08.1882) del embajador Brisha, quien se lamentaba: «Me dice el Superior (Francisco Mª Saco) de Tánger que usted no vendrá hasta mediados del próximo. Mientras Vd. no me haga falta, pase; pero Vd. sabe que, en cier- tos asuntos, yo no podré marchar (a ningún sitio) sin la cooperación de usted». Las instruc- ciones que Hassán I cursase a Brisha venían a decir: No haga nada en relación al Gobierno español sin consultarlo antes con el caballero Padre José. Así era considerado Lerchundi en el ceremonial alauí. En cuanto a la mula y la espingarda, pronto tendrían nuevos dueños. A tres kilómetros de Tánger había una elevación a la que, en aquellos tiempos, se la conocía como «Monte de San Juan»: panorámicas inigualables, calma asegurada y espacio libre para hablar; no para rezar en privado porque el lugar se veía concurrido los domingos. Lerchundi sintió venir uno de sus previsores avisos y compró parte del terreno. Su intención era construir una ermita. Su inspección a la caja de la Misión le reveló que hacía falta bastan- te dinero para poner en pie su idea. Y sobrevino la revelación: ¿Por qué no subastar los rega- los del sultán y con ellos hacer la obra? Del bien privado al bien público. Al embajador del Castillo no se le ocurriría subastar su «hermoso caballo enjaezado a la jerifi ana», pues Has- sán I lo entendería como procedía: ofensa personal y expulsión del país. Pero un franciscano, que no tiene bienes propios, puede donar los que reciba si es en benefi cio del pueblo que él tutela. Hubo revuelo en Tánger al conocerse que iban a ser pignorados, en pública subasta, bienes personales del sultán. Es lógico suponer que Brisha fuese advertido por Lerchundi y que le pareciese acto lícito tras conocer sus fi nes. Se celebró la subasta y aunque no sabe- mos en cuánto fue vendida la mula o adjudicada la espingarda, dinero sufi ciente se obtuvo. Una buena mula, joven y fuerte, valía de 400 a 500 pesetas y una espingarda de artesanía con labor de pedrería, el quíntuple. Pero si la mula era «bonita» y procedía de las cuadras del sultán y la espingarda era «preciosa» y del mismo monarca provenía, el precio subiría. Fuese el que fuera en ambos remates, dinero se recogió para afrontar la obra, que dirigió el herma- no lego Antonio Alcayne y hasta para pagar los adornos ceremoniales en consonancia con la Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los inauguración, la cual tuvo lugar el 24 de junio de 1883. Aún quedó dinero para festejos: al término del Te Deum «se obsequió con un lunch (en inglés en el original) «a las autoridades y personas distinguidas»; después, «carreras de cintas, galantemente regaladas por señoras de la población», «cucaña en tierra y cucaña en la mar»; «carreras de borriquillos y carreras en sacos», «fuegos artifi ciales» y «lanzamiento de globos aerostáticos». Tanta fi esta no lleva- ría el sello Lerchundi si no hubiese habido la debida previsión «para dar una limosna a los presos». Y así nació la capilla de San Juan del Monte, erigida gracias a la esplendidez del noveno sultán alauí, soñada por un misionero guipuzcoano y edifi cada por un hermano suyo. De una ermita a una escuela de niñas. El 3 de agosto de 1883, procedentes de Barce- lona, desembarcaban en Tánger cinco monjas terciarias franciscanas, núcleo profesoral para el centro escolar por el que Lerchundi arrastraba dos años de penalidades burocráticas. 94 Antecedidas por el preceptivo «Sor» (hermana), eran: María del Buen Consejo Aragonés, Mª de los Dolores Griol, Mª de la Natividad Ydígoras; Mª Cristina Grau y Mª de la Cruz Torren- to, presidenta de «la nueva Comunidad». Se las alojó en el hospicio de San Juan de Prado. El edifi cio de la escuela era una casa propiedad del ministro de Portugal, José Colaço, buen acuarelista y mejor persona, fi el amigo de Lerchundi y del Castillo. Lerchundi pagó los costes del viaje, remozó la casa cedida por Colaço, compró los muebles y el vestuario, almacenó útiles y aprovisionamientos. Sus gastos, fruto de los ahorros misionales, ascendieron a 11.447 reales de vellón. Lerchundi solicitó al Gobierno de Sagasta que esos reales le fueran devueltos y, como de costumbre, tardaron en llegar. Tanto, que no se sabe si llegaron. Lerchundi no puso su ánimo entre rejas: dos años y cuatro meses después (04.04.1886) colocaba la prime- ra piedra de un mejor edifi cio para la escuela de niñas, inaugurada el 17 de septiembre si- guiente. Donde los ministerios desistían de fondear, la nao Lerchundi atracaba.

Construir los palacios de la paz (embajadas, escuelas, hospitales) y mantenerlos en pie

Todo autor tiene su periodo más luminoso: aquel en el que se muestra creativo y riguroso, bienaventurado también, porque el coraje y el tesón a menudo no bastan. Para Lerchundi, los años 1885-1895 fueron su década bendecida, la más difícil de afrontar y bien lograda. Le costó lo suyo. Tuvo que penar con las imprudencias y obcecaciones de Segismundo Moret, cabeza del liberalismo sagatista reformado; en consecuencia, un atrevido conservador. Cuando Moret tomó posesión (27.11.1885) de su cartera ministerial en el palacio de Santa Cruz, Lerchundi trabajaba en nueve proyectos a la vez: mejoras en su escuela para niños; recaudación de donativos para edifi car la escuela de niñas que faltaba en Tánger; elección de los materiales para construir una barriada de «casas baratas» con destino a fa- milias sin techo; donación de un valioso terreno misional al ministerio de Estado para erigir el Hospital Español, proyecto en el que recibía puntual asesoramiento del doctor Cenarro (en Tánger desde 1884), afán al que ambos habían decidido incorporar una Escuela de Medici- na; aceleración de los trabajos para concluir la casa-misión en Safi ; compra de un solar para una casa-misión en Mazagán; lo mismo en relación a la misión en Rabat; creación de una escuela de Estudios Árabes en Tetuán; preparación de la embajada marroquí a Madrid para rendir pleitesía a los reyes Alfonso y Mª Cristina. El fallecimiento de Alfonso XII el 25 de no- viembre, suceso no por más previsible menos dramático, cerca estuvo de clausurar el viaje de la delegación de Marruecos, en la que Lerchundi era elemento capital. Consultados los primeros ministros (Sagasta y El Garnit), se decidió respetar lo acor- y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los dado. Nada esperaban los marroquíes, ni siquiera acuerdos ventajosos. Con dar fe de vida en pro de la amistad jerifi ano-borbónica, se considerarían satisfechos. Tampoco imaginaban que en la España monárquica pudiera darse tanto duelo: el 13 de diciembre de 1885, cuando los dignatarios de Marruecos, guiados por Lerchundi, penetraron en el Salón del Trono, el fú- nebre decorado les dejó sin habla: la reina sentada, vestida toda de negro y velado su rostro, a su izquierda el sitial vacante de su difunto esposo, cubierto por funerario crespón de gran tamaño; las damas de la corte veladas por negras tocas; de negro y azul marino los uniformes de palatinos y militares, oscilantes los velones en sus parpadeos, movedizas las tapizadas paredes en su color granate-sangre, el Palacio Real no era tal, sino gran panteón habitado. Habló en tono pausado Sidi Abd el-Sadek Ben Mohammed; tradujo Lerchundi el texto recitado por el embajador; respondió la Regente con frases entrecortadas; volvió Lerchundi a traducir, 95 afectado también, cruzáronse sollozos y carraspeos, despidiéndose todos como familias reu- nidas en acongojante funeral. En la plaza de la Armería quedaron diez imponentes caballos árabes, enjaezados a la jerifi ana, regalo de un sultán alauí a una reina viuda, que encinta estaba del monarca fallecido, cuyo cadáver permanecía en el pudridero de El Escorial. En 1886 Lerchundi mantenía una actividad ciertamente frenética, mala para su salud, buena para su mente: el 7 de junio recibía carta del nuncio en Madrid (Mariano Rampolla del Tindaro), por la que se le autorizaba la donación de la parcela misional de 779 m2 —reserva- da para la Escuela de Artes y Ofi cios— al Gobierno de Sagasta con la fi nalidad de construir el nuevo Hospital Español, relevo del «hospitalillo» que Lerchundi sostenía desde años atrás. A primeros de agosto, Lerchundi presentaba el Cuadro de Exámenes en su escuela de niños, donde estudiaban ciento once adolescentes. Por nacionalidades, estos: 64 españoles, 21 británicos, 18 portugueses, 5 italianos, 2 hebreos (por su religión, al carecer de nación reco- nocida) y 1 francés. En su conjunto, los «Aprobados» fueron 40, los «Buenos» (en lugar de «Notables») 103 y los «Sobresalientes», 152. Siendo once las materias impartidas —Aritméti- ca, Gramática, Geografía, Geometría y Dibujo, Historia, Lectura y Escritura, Música y cuatro idiomas (Árabe, Español, Francés e Inglés)—, era indudable el excelente nivel alcanzado por aquella comunidad de escolares y docentes. Justo es recordar aquí los nombres de sus pro- fesores: P. Agustín Aspiazu, Mohammed Ducali, Andrés de Gomar, Ricardo Martín, fray Manuel Remolar, P. José María Rodríguez y José Usall. Sin darse descanso, el 25 de agosto Lerchundi inauguraba en Tetuán su escuela de Estudios Árabes. La primera en territorio misional bajo soberanía de Marruecos y la más avanzada del mundo cultural español durante cuarenta y seis años, pues solo en 1932 se crearían escuelas de estudios árabes en Granada y Madrid. Lerchundi siempre adelantado a su tiempo, jamás en retraso de su conciencia. Lo contrario a estos éxitos fueron «las casas baratas», barriada de viviendas construi- das en madera y bien aisladas del terreno que, como correspondía a Lerchundi, fue adquirido en Tánger con los fondos de la Misión. Esta fue una constante en Lerchundi, capacitado como nadie para subsistir con un reducido presupuesto, ahorrar peseta a peseta y, con ese dinero reinventado, reinvertirlo en propiedades para donárselas a la sociedad marroquí, sin distin- ción de credos, clases ni profesiones. Lerchundi actuaba así porque le dolía cuanto des-ha- cían los Gobiernos españoles, dedicados a despellejarse con sus opositores al cargo, olvidán- dose de quienes hacían patria sin pedir nada a cambio, excepto distinguir entre hidalguías y tonterías. Aquellas viviendas baratas iban a ser cien. Se disponía de un capital de veinte mil Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los pesetas, aportadas por los Colegios de Chipiona y Santiago, la Comisaría General de los Franciscanos (P. Albiñana) y un comerciante tangerino, «Francisco el Sevillano». Comenza- das las obras el 1 de marzo de 1887, en enero de 1888 se habían terminado treinta y dos casas. El coste de las mismas ascendió a 16.826,38 pesetas. Cada vivienda construida exigió un coste de 480 pesetas con 75 céntimos, prueba de que Lerchundi había elegido maderas de buena calidad. Se decidió alquilarlas. Aunque no tenemos datos exactos al respecto —fray José María López tampoco los encontró—, conocidos los modos y objetivos fi nales de Lerchundi —todo inquilino de una de esas viviendas debería hacerse con su propiedad en pocos años—, no ha resultado difícil calcular que los alquileres oscilasen entre diez y dieci- séis pesetas al mes; esto es, el 2,08% del capital desembolsado en el primer supuesto y el 2,91% en el segundo. Y tuvo que ser así porque un trabajador no cualifi cado ganaba entre 2 96 y 2,50 pesetas por diez u once horas de trabajo al día. Si hubiesen sido diez las pesetas de su alquiler mensual, en cuatro años ese inquilino habría pagado las 480 pesetas del coste de la obra, convirtiéndose en su propietario. La Misión no era ningún banco, sí una caja de ahorros social con las cuentas claras. Las viviendas se alquilaron con rapidez. Las obras continuaron, terminándose tres ca- sas más. Treinta y cinco en total. Se decidió esperar antes de seguir. Por penosas causas en- trelazadas: los confl ictos surgieron con rapidez y violencia. Por añadidura, se necesitaban 31.200 pesetas para construir las restantes 65 casas. Aquellos confl ictos no fueron por pare- ceres opuestos, sino por irrupción de engaños y perversiones: varios inquilinos subarrenda- ron sus contratos a terceros y estos se comportaron como auténticos canallas, convirtiendo «sus casas» en antros de prostitución, juegos ilícitos y covachas de borrachos. Cuando los misioneros les llamaron al orden, surgieron «los altercados e insultos groseros, las calumnias y muchas veces la amenaza envuelta con juramentos escandalosos». Fue tal el sufrimiento de Lerchundi que, un día de 1888, a uno de sus más allegados, exasperado, le dij o: «Voy a man- dar que sean quemadas». Al fi nal no mandó Lerchundi otra cosa que la Misión se apartase de aquel remolino de abusos, delitos y ofensas. Y la barriada entera pereció.

De Rabat a Roma: razones y verdades para que los polos del mundo uno solo parezcan

En marzo de 1887, Moret decidió enviar otra embajada al sultán Hassán I. Lerchundi volvió a ser reclamado. Se encontraron dineros, se encargaron regalos sultanescos y se rescató una fragata, que hacía cansina cola para su desguace: La Blanca —por Blanca de Navarra, reina de tal reino en el siglo XV—, zurrada en cañoneos contra su perfi l de gaviota más bien gruesa, preñada con muy mal genio si se la molestaba. Había sido la capitana de Topete en la jorna- da de El Callao (1866), donde su poco calado (6,5 metros) y el temple de su comandante le permitió meterse bajo el hocico de los cañones peruanos, con lo que era imposible acertarle de lleno, pero ella no falló: uno de sus disparos impactó en la Torre de la Merced, bajó como ascua silbante al foso de las municiones y por los aires saltaron 93 artilleros, dos obuses Armstrong y un sinfín de estupores balísticos. El almirante Topete había muerto en el Madrid de 1885, pero su nave no tenía igual en la maniobra: cortaba vientos de través y macheteaba mares arboladas, esquivaba arrecifes no señalados en las cartas y se burlaba de borrascas como veterana que era del Cabo de Hornos, pues dos veces lo vio desvanecerse a popa. El 3 de agosto de 1887 la Blanca, nerviosa como novia primeriza, fondeaba en Tánger. Embarque de la embajada, con del Castillo y Lerchundi a su cabeza, somnolientas singladu- y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los ras hasta Rabat, atraque pronto y espera larga de Hassán I, pues el sultán volvía de una de sus expediciones perseguidoras de tributos e imposición de castigos a quienes los eludían. El 10 de agosto fue la recepción. Reverencias, retórica discursiva y reconocimiento de una doli- da ausencia: faltaba Lerchundi. Rinaldy, segundo intérprete, tomó su lugar. Un catarro man- tenía en cama al Padre José. Hassán I, tras constatar con del Castillo que ningún problema había entre ambos Gobiernos, pidió al embajador que permaneciese en Rabat hasta que Lerchundi mejorase, pues «quería hablar con él en privado». Del Castillo se guardó para sí su asombro y mostró lógico acatamiento. Al día siguiente, Lerchundi aparecía. Demacrado pero resuelto. El misionero y el sultán conversaron durante una hora. Concertaron nueva cita. El 12 de agosto se produjo el segundo encuentro: dos horas y media de conversación. Insufi ciente para cambiar el mundo, abundante para colmar las defi ciencias en el arte de 97 convivir entre amigos. Hubo otras dos audiencias, «con más de una hora de duración cada una», como recordó en el Xauen de 2003 Mohammed Ibn Azzuz Hakim. A la última cita acudió del Castillo como invitado. Y así pudo enterarse no solo de que el sultán aceptaba, «de muy buen grado», la proposición que Lerchundi le hiciese para enviar una embajada a Roma, con el fi n de rendir homenaje al papa León XIII con motivo de su jubileo sacerdotal, sino que el Prefecto de las Misiones formaría parte de esa embajada marroquí con el rango de segundo embajador. Lerchundi se veía honrado con la representación de Marruecos y Hassán I rease- gurado en sus legítimas intenciones defensivas en pro de su patria y pueblo: que León XIII velase por Marruecos tanto como lo hiciera por España frente a la ambición de Alemania tras haber tomado posesión, por la fuerza (25.08.1885), la tripulación del cañonero Iltis de la isla de Yap y, por extensión jurídico-administrativa, de todo el archipiélago de las Carolinas. Tan grave incidente había exhumado tres verdades enterradas: inexistencia de una escuadra española digna de tal nombre en el fondeadero de Manila; completo aislamiento diplomático de España, pues ninguna de las potencias mostró solidaridad alguna hacia el régimen del agonizante Alfonso XII; desidia vergonzante de los responsables de su Administra- ción, pues al serle solicitado al Archivo de Indias, en Sevilla, que enviase «con urgencia» los documentos probatorios de los derechos españoles sobre las Carolinas —descubiertas en 1528 por Álvaro de Saavedra y revisitadas en 1686 por Enrique de Lezcano, quien fue el que recorrió Yap y le puso el nombre de «Carolina» en homenaje a Carlos II, el último Austria—, tales pruebas tardaron... cuatro meses en llegar a Madrid. Para entonces, España y Alemania habían llegado a las manos: asaltada la embajada alemana, su escudo y bandera ardieron hasta consumirse en hoguera jaleada por enrabietada multitud en la Puerta del Sol. El laudo papal que León XIII decretase el 7 de enero de 1886 salvó a la Regencia alfon- sina. De haber sido contrario a España, Alemania se habría apoderado de la Macronesia es- pañola —archipiélagos de las Carolinas, Marianas y Palaos— y amenazado las islas Filipinas. León XIII hizo de acorazado diplomático y juez-torpedero diligente. Y el Archivo Secreto del Vaticano de escuadra artillada en documentos, mapas y escritos probatorios de esto y aque- llo. Hassán I lo sabía; Lerchundi más todavía y del Castillo lo suponía. Todo cuanto se dij o —y aún hoy se dice— de esa propuesta de Lerchundi para que el imperio jerifi ano «no desmere- ciese ante las embajadas que a Roma enviaría el imperio otomano, el sha de Persia y el virrey de Egipto», fue simple atrezzo. Decorado de excusas para ocultar evidencias: España y Ma- rruecos apuntadas yacían como inmensas propiedades a saquear desde la Conferencia de Berlín en 1885. Ambos imperios se consideraban manos muertas en Berlín, Londres, París y Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Viena. Finalmente lo fueron en el Washington de 1898 por el presidente MacKinley, pero tam- bién en el Madrid de 1912, cuando Alfonso XIII debió verse, a sí mismo, como rey de Marruecos. Subsistía un impedimento: Marruecos no tenía barcos, ni de guerra ni de pasaje. Ler- chundi se ofreció al monarca alauí para ver en persona a la reina María Cristina con el fi n de encontrar solución al asunto del transporte. Del Castillo a todo dij o que «sí», pues cosa mejor a su alcance no estaba. La Regente mostró su conformidad y el ministro de Marina, almirante Rafael Rodríguez Arias, dictó las órdenes oportunas. Los mandos del crucero Castilla fueron prevenidos de que, «en unos meses», navegarían hacia Italia con dos banderas en sus másti- les: la española y la marroquí. Las gestiones se llevaron a cabo con estudiado sigilo. Orejas británicas y francesas al acecho, que unas cuantas había, no se enteraron de nada. Cuando el Castilla fondeó en Tánger aquel 10 de febrero de 1888, se pensó en otra 98 embajada más ante el sultán. El 12 de febrero, al saberse que el Castilla zarpaba rumbo a la península italiana y ser reconocidos Mohammed Larbi Torres y Lerchundi al embarcar, quedó claro para las cancillerías europeas que el embajador in pectore de España ante Hassán I era Lerchundi y no del Castillo. No hubo desdoro para este, dada su buena amistad con Lerchun- di y recibir posible aviso de Moret en el sentido de sea usted paciente y ayude. El 17 de febre- ro el Castilla recaló ante Civita Vecchia, pero ningún práctico subió a bordo al impedirlo el temporal reinante. El crucero aproó hacia Nápoles y en su rada fondeó en la mañana del 18. Surgieron vetos aduaneros por el voluminoso equipaje de los diplomáticos marroquíes, que Lerchundi resolvió y aprisa, al tren de Roma que sale ya. El 25 de febrero, León XIII recibió a la delegación hispano-jerifi ana. Ante la Curia vaticana, hubo solemnidades y deferencias sin otro límite que la mesura; cruzáronse discursos y honores; procediéndose al encuentro espe- rado: conversaciones en las habitaciones privadas del papa; en las que intervino su secreta- rio de Estado, el cardenal Mariano Rampolla del Tindaro, antiguo nuncio en Madrid. De lo que León XIII pudo asentir o disentir ante lo que le expusieron Torres y Lerchundi, nada en concre- to se sabe. Y en esto el Archivo Secreto del Vaticano tendrá la última palabra. Se comprobará entonces si la triangulación dialogante entre el Papado, el Majzén alauí y la Comisaría General de las Misiones, a la que Lerchundi representaba de facto, pretendía reforzar la debilitada soberanía de España y Marruecos, inermes ambas naciones ante los acosos imperiales, que cercadas las tenían. De ser así, Joaquín Costa, con su discurso en el mitin del teatro Alhambra (30.03.1884) y Lerchundi a lo largo de su vida de servicio, entregada tanto a españoles como marroquíes, hallaron en León XIII el pilar de su proyecto aliancista, coincidente con los afanes pactistas de Hassán I y Torres. La muerte de los cuatro cubrió de pésames e inviabilidades fraternas el futuro de las relaciones entre España y Marruecos. En 1888, Vincenzo Gioacchino Pecci (León XIII) tenía 76 años, Mohammed Torres, 66, Hassán I, 52 años, los mismos que Lerchundi. Los cuatro eran osados, cultos y estoicos, afi r- mados en sus creencias, pero como entendidos en diferencias sabían de sus heridas e invali- deces. De ahí su empeño por trabajar en comunidad de modos. Los únicos roces que entre ellos hubo fue el deslizarse de sus ropajes por los mármoles del Vaticano o los terrazos jerifi a- nos de la hospitalidad. Esta embajada de Marruecos ante la Santa Sede, recibida por un papa romano —León XIII nació en Campocritano, en el Lacio— representada por un intelec- tual tetuaní y revaluada por un misionero vasco, no ha sido igualada y jamás lo será. Consu- mada la separación entre lo corporal y espiritual, no así la permanencia de su eticidad, cada cuerpo se desprendió de su personaje y fue a su nicho de acogida o fúnebre litera provisional: Hassán I el 7 de junio de 1894 en Uad el-Abid, agreste territorio de Tadla (Atlas Central), des- de donde fue llevado a Rabat y allí inhumado; Lerchundi un día de marzo, años después y en y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Tánger; León XIII el 20 de julio en la Roma de 1903; Mohammed Torres en día y mes por preci- sar en el Tetuán de 1910, cuna de su familia y hogar moral de su bienquisto Padre José.

Las cartas de Moret a Lerchundi: peligro vulcanológico bajo el «Mar de la Tranquilidad»

Meses después de su regreso de Italia, Lerchundi pudo ser enterado, bien por del Castillo o vía la Comisaría General de las Misiones, en Roma, de inquietante noticia: Eduardo Romea, que presidía, en París, la Comisión Hispano-Francesa de Límites Territoriales en África, había fallecido en Quinto al Mare, localidad turística próxima a Génova. La muerte le sobrevino «el viernes 7 de septiembre a causa de un repentino accidente», tal y como lo anunciase el Archi- 99 vo Diplomático y Consular de España en su edición del 16 de septiembre de 1888. Evasiva forma de relatar unos hechos cuya verdadera naturaleza desconocemos. Por aquellos días concluían las obras del Hospital Español, que solo pudieron arran- car, en el verano de 1887, gracias a las doce mil pesetas de los fondos misionales, entregadas por Lerchundi como «préstamo al Gobierno». Hubo lucida inauguración (25.11.1888) y todo fueron alabanzas. Tres días después, del Castillo hacía llegar a Lerchundi escrito reclamato- rio para proceder a la transmisión de la propiedad del fl amante hospital al ministerio de Estado. Lerchundi contestó ese mismo día, 28 de noviembre, diciéndole a su buen amigo que «ningún inconveniente tenía en cuanto al derecho de patronato y al de propiedad, pero que en lo referente a las 12.000 pesetas que la Misión empleó para las obras del hospital, debo manifestarle que esta Misión no ha recibido reintegro alguno del Gobierno». Pasmo en Tánger y enfado en Madrid; donde algunos creían que las misiones eran sociedades capita- listas que socorrían al manirroto Estado. Y es que todo provenía de un malentendido, redac- tado adrede. El 26 de junio de 1887 se fi rmaba, en Tánger, el documento notarial de la donación de aquel terreno misional al Estado, comenzándose las obras días después. El 12 de septiembre de 1888, dos meses antes de la inauguración del hospital, el entonces ministro, marqués de la Vega de Armij o, fi rmaba un escrito honorífi co, dirigido a Lerchundi, donde se le decía: «En- terado el Rey (Alfonso XIII, que entonces tenía un año y cuatro meses de edad) y en su nombre la Reina Regente, de los trabajos que se han ejecutado (cuando aún no habían terminado), construyendo un hospital de nueva planta, cuyo terreno ha sido cedido al Gobierno por esa Misión, S. M. ha tenido a bien disponer se den las gracias a V. P. por tan generoso donativo y por su efi caz cooperación en las citadas obras (la cursiva es mía)». Cooperar sí, no regalar 12.000 pesetas, que para una escuela bien servían. Lerchundi, prudente él, nada dij o, dolién- dole que doña María Cristina le diera las gracias por cosas prestadas. Y eso que la Regente disponía de una Lista Civil de seis millones de pesetas anuales. Algún lince de los que habitan en la reserva de Santa Cruz se dij o: con estas regias gracias por tan buen solar puede que cuelen esas doce mil graciosas pesetas. Pero no colaron. Vega de Armij o no tuvo tiempo de disculparse: Sagasta no le renovó su confi anza y el 30 de noviembre de 1888 cesaba, sustituyéndole Moret. Y este, al no ser marqués, consideró que no debía disculpas en nombre de su colega, pero no por ello pagaba. Lerchundi se mantuvo fi rme. Tres años. Tan «molesto incidente» se solucionó en 1891 con el pago de lo adeudado. La correspondencia Moret-Lerchundi ha sido ensalzada, glorifi cada y sacralizada. Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Tanta adjetivación verbal ha provocado el desenfoque de su realidad textual. Extractos de sus cartas más signifi cativas nos transportan desde la cardiopatía político-militar del sagatismo paroxístico a la ecuanimidad del pulso misional plantado en tierra de realidades: Marruecos. Moret se agita entre la ambición, la frustración, la ignorancia y la obsesión; Lerchundi le con- tiene con su prudencia y sabiduría; pero acosado por el ministro, su cuerpo intervendrá, jus- tifi cando su oposición a romper aquella paz amenazada, en el invierno de 1894, que pudo derivar en la Primera Guerra del Lobo, quince años antes de la que al fi n vendría (1909). Moret estaba trastornado con la guerra de África de 1859-60. Y a Lerchundi, por carta fechada el 27 de febrero de 1887, le confesaba: «Viniendo al fondo de la cuestión, diré a usted que yo deploro, con toda mi alma, la inercia de España después de la brillante campaña de Marruecos; hemos perdido el fruto de la sangre y los esfuerzos de los españoles, pero no tan- 100 to que no quede aún medio de recobrarlo». Un mes antes (30.01.1887) a Lerchundi le exigía: «Como ya le dij e en alguna ocasión, yo necesito (la cursiva es mía) que se abran escuelas en todas partes donde haya Misión (...) Mogador, Casablanca, Larache, Ceuta (?), son puntos en los cuales no debe pasar el año sin que quede realizado ese patriótico propósito, pero además, es necesario ir a Fez...». Esos puntos suspensivos de Moret lo decían todo. Ir a Fez. Alzar una mezquita para cristianos en la capital de un imperio de musulmanes. En su respuesta (06.02.1887), Lerchundi rememoraba: «Si al terminar la guerra de África el Gobierno hubiera apoyado a los Prelados de la Orden, dándoles libertad para fun- dar tres o cuatro Colegios sin expedientes inútiles, más trabas y cortapisas, hoy día estarían nuestros misioneros en todas las ciudades de Marruecos. Hemos perdido, lastimosamente, veintisiete años (...) ¡quién sabe los años que puede durar todavía esta situación! (entre excla- maciones en el original)». Lerchundi venía a decirle a Moret: olvídese, ministro, de ir a Fez. Fechado en Madrid el 22 de marzo de 1887, Moret hizo llegar a Lerchundi un memo- rando con ideas a cuál más perturbadora: «1º Establecimiento de casas-misión en (las) Cha- farinas, (el Peñón de) Alhucemas, Melilla y los diferentes puertos de la costa atlántica, desde Tánger al Sus (borde sahárico), enviando una misión a (nuestra) nueva posesión en Río de Oro (Sáhara Occidental) y estableciendo otra en Fez». Moret seguía en sus trece. De ahí que trazase lo que, en la práctica, eran sus planes de invasión. Misioneros en las Chafarinas y Alhucemas, donde solo artilleros y soldados había por redimir; defensores de islotes y peño- nes donde los franciscanos serían repudiados por los campesinos o comerciantes que acu- dieran a tales enclaves para mercadear y donde todo desembarco misional posterior en tie- rra fi rme tendría garantizado el alzamiento tribal e incluso la muerte de los intrusos. Otras iniciativas eran: «2ª Etapa. Supresión de la Casa (sic) de Regla y su traslado a Ceuta, donde se establecerá la Casa de las Misiones de África (...) y, si fuera posible, la creación de un Vi- cariato de Marruecos. 3ª Desenvolvimiento (sic) de la educación cristiana en Marruecos bajo todas las formas y aspectos». El memorando Moret era dinamita con mecha puesta. En su contestación (28.03.1887) a Moret, Lerchundi, con paciencia de santo, le preci- saba: «1º Téngase siempre presente que la base de las Misiones se ha de situar en España (...) 2º La jurisdicción de esta Prefectura no se extiende a las Chafarinas y demás fuertes (peño- nes de Alhucemas y Vélez de la Gomera) que existen entre Tetuán y aquellas islas, sino que pertenecen al obispado de Málaga. 3º En cuanto a la costa de Río de Oro, opino que desde el (curso del) río Draa, al Sur (orilla izquierda) no está determinada la jurisdicción. Siendo, pues, muy delicadas estas cuestiones, es indispensable tratar estos asuntos con la Santa Sede. 4º No comprendo la causa ni el porqué de suprimir el Colegio de Regla (...)». Misionero que da lecciones de límites jurisdiccionales a un ministro, iletrado en Geografía y además lerdo en y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Diplomacia, por cuanto no le importaba arriesgar confl ictos con terceros (Francia e Inglate- rra), aparte de irritar al Marruecos de Hassán I. Ni una sola de las ideas de Moret vio la luz. Destructivas en sí mismas, todas fenecieron antes de surgir como cadena de volcanes subma- rinos, que hubiesen vaporizado el Mar de la Tranquilidad hispano-marroquí. Siguió un paréntesis de cinco años, en los que Lerchundi logró completar o iniciar obras fundamentales para su ideario: instalación de la Imprenta Hispano-Arábiga en Tánger en cuanto se recibieron (07.12.1887) los tipos de imprenta donados por el II marqués de Co- millas (Claudio López Bru), procediéndose a editar (en 1888) la segunda edición de su Gra- mática y la primera (en 1890) de su inédito Vocabulario; reglamentación (01.11.1887) de la Asociación de Señoras de María Inmaculada, cuya Junta de Gobierno tuvo lugar en Madrid (21.06.1889), conjunción de místicas voluntades y opulencias donantes, en las que sobresa- 101 lieron los marqueses de Comillas, el citado López Bru y su esposa, María Fernández de Gayón y Barrié; comienzo de las obras (18.12.1889) de la casa-misión en Casablanca, inaugurada el 2 de febrero de 1891 tras caótica suspensión de los trabajos por no enviar el ministerio el dinero comprometido; complicaciones multiplicadas en la casa-misión de Safi , alquilada a un comerciante judío, con laberinto de extorsiones del que solo pudo salirse gracias al P. José Rodríguez, el cual obtuvo de «Míster Russin, un católico inglés», que adelantase las 24.850 pesetas que costaba un solar, pero al faltar quince mil pesetas para la obra, Lerchundi le pi- dió el total a Moret, y este, consciente de que el pagador era británico y encima no protestan- te, siendo guipuzcoano el reclamante, tan diligente se mostró que esas cuarenta mil pesetas llegaron en una semana y así pudo Lerchundi «dar las más expresivas gracias» (20.06.1892) al ministro, inaugurándose tal suma de esfuerzos y préstamos el 9 de marzo de 1893. Vino luego coherente alianza fundacional con el doctor Manuel Tolosa-Latour, quien abatido se sentía al no encontrar ni dinero ni emplazamiento idóneo para construir su mejor afán: un sanatorio destinado a niños escrofulosos (afectados por la tuberculosis y el raquitis- mo). Conmovido Lerchundi por las angustias de su buen amigo, le ofreció, gratuitamente, los terrenos que la Misión poseía en Chipiona y, además, escribir carta rogatoria (02.09.1892) a la Regente, quien se portó como debía, al recibir en audiencia al propio Tolosa-Latour y donar diez mil pesetas, con lo que se pudieron iniciar las obras (12.10.1892). Pese a ello, necesitán- dose más dinero, se le ocurrió a Lerchundi constituir «Juntas» (provinciales) para tal fi n, cuya presidencia rogaba a la reina aceptase, como así hizo, de donde resultó carta de gratitud de Lerchundi a doña María Cristina, en la cual exponía un argumento ciertamente soñado: «No esperábamos menos, Señora, de los cristianos y caritativos sentimientos de V. M., pues los españoles estamos acostumbrados a ver a nuestras Reinas al frente de todas las instituciones benéfi cas (la cursiva es mía)». Lerchundi fechó esta carta en Chipiona, el 22 de agosto de 1893. Faltaban cuarenta días justos para que empezase la guerra de Melilla.

«La paz empujada» (1894) o cómo no caer en el abismo de otra guerra «gracias a Dios»

La bien llamada guerra de Margallo, por el comandante general de Melilla, Juan García Mar- gallo (n. en 1839), es indicador fehaciente del personalismo que guió al suceso —violación del cementerio de Sidi Aguariach—, incrementado por la cabezonada de Margallo en mantener unas obras de fortifi cación en terreno dos veces sagrado para los musulmanes: por ser cam- Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los posanto y existir allí venerado morabito, el del propio santón, que da nombre al lugar. Los rife- ños, al igual que los anyeríes en 1859, arrasaron esas torpes obras (29.09.1893), abrieron trincheras y pusieron cerco a Melilla. Margallo agravó el error con su obtuso entendimiento de la situación táctica, encerrándose en el fuerte de Cabrerizas Altas, donde en alocada salida fue alcanzado por tres pacazos, el 27 de octubre, que le causaron la muerte. A partir de ahí, pánico gubernamental; emoción patriótico-popular; absoluta improvisación logística; comple- ta descoordinación diplomática y militar. Y como piloto del caos originado, el ministro Moret. Lerchundi, al enterarse de lo sucedido, se ofreció para mediar ante Hassán I, única autoridad capaz de contener a las tribus del Rif. Que Moret no se había enterado de lo que sucedía en Melilla se demuestra en el primer párrafo de su carta a Lerchundi, fechada en Ma- drid el mismo 27 de octubre, día en el que Margallo murió por sí mismo; esto es, por no ser 102 precavido primero y buen táctico después: «Como habrá usted visto, todas las esperanzas de

Morabito

Del árabe murabīt, ermitaño o un anciano santón. La violación de despreciativos de sus religioso profeso en una rábida, estos santuarios se consideraba un consecuencias: fulminante réplica construcción eremítica enclavada en sacrilegio intolerable y podía ser rifeña, cerco a la plaza y muerte de un lugar despoblado, pero también causa de guerra. Ejemplo inequívoco su gobernador, Juan García en la divisoria entre los reinos fue la infame profanación del Margallo (3-28 de octubre de 1893). musulmanes o de estos frente a los cementerio de Sidi Aguariach Así empezó la Guerra de Melilla, cristianos. Su plural, murabītun, (periferia de Melilla) por tropas concluida en abril de 1894 (Tratado advierte de su relevancia: hombres españolas, que obedecieron las de Marrakech), gracias a la santos por sí mismos o cofrades a la órdenes de unos mandos insensibles sapiencia y templanza del general vez que seguidores y defensores de a semejante violación, pero también Arsenio Martínez Campos. poder desarrollar en paz (¡!) las fortifi caciones de Melilla se han venido a tierra. No ya en el fuerte de Sidi Aguariach (que ni cimientos tenía), sino en las trincheras que habían de facilitar su construcción». Moret no tiene ni idea de la realidad existente y se contradice, pues da por edifi cado un bastión sin construir. A partir de ahí ya intuía Lerchundi el desastre en puertas. Moret desvelaba la angustia que padecía el Gobierno al que pertenecía: «No desespe- ro aún de que la lucha se localice y de que, gracias a los esfuerzos de Torres, se pueda evitar que las tribus más importantes y menos inmediatas (sic) a Melilla tomen parte en el combate (la cursiva es mía)». El ejército español se enfrentaba a la rebelión de las seis cabilas próxi- mas a Melilla —los Beni Bu Gafar, Beni Bu Ifrur, Beni Sicar, Beni Sidel, Mazuza y Ulad Settut—, no a «un combate». Si esas tribus «menos inmediatas», que eran doce —entre ellas Beni Bu Yahi, Beni Said, Beni Urriaguel, Bocoya, Gueznaya y Tensaman, las más aguerridas y habita- das—, se unían a las seis primeras, Melilla caería, dado que apenas habían llegado refuerzos y la guarnición afrontaría los golpes de veinte mil guerreros. Moret seguía en su limbo parti- cular y pedía: «Si al mismo tiempo pueden salir los franciscanos y su criado (sic) para el hospital de Melilla, llegarán muy oportunamente». Envió Lerchundi a los PP. Julián Alcorta y Rafael Pérez, a los que se unió el hermano lego Lino Dulanto. El 30 de octubre, Moret informa- ba a Lerchundi de su llegada: «Ellos (los frailes) están allí para cuidar de los enfermos, pero por medio del criado rifeño o por todos los medios a su alcance (?) y por supuesto con Emilio Rey (intérprete del general Macías), procurarán relacionarse con las gentes de fuera (¡!)». Cuesta creer que un ministro de Estado pueda decir tantas sandeces en cuatro líneas y de una guerra a mil km de su despacho. Con las gentes de fuera, los jefes de las tribus, el único que debía hablar era Mohammed Torres y quien podía darle órdenes, Hassán I. En esta carta, Moret, en frívolo estilo tontamente novelesco, a Lerchundi le narraba: «El sultán se acer- ca, vamos a entrar en contacto con él y los primeros momentos son preciosos (¡!). El Ministro (de la Guerra, general López Domínguez) me habla de enviarle una persona de confi anza que esté a su lado. Yo no tengo más que una: usted. ¿Podrá Vd. y cree que debería ir?». Lerchundi, en su santifi cada paciencia, se hizo cruces de que en España hubiera ministros así. Terminándose 1893, el sangriento empate militar en el Rif era tan evidente como el fracaso diplomático. Ni los españoles tenían fuerzas para conquistar el Gurugú, ni las tribus «menos inmediatas» a Melilla se sumaban a las que mantenían la plaza bajo asedio; ni Has- sán I se acercaba de puntillas a Moret. Sagasta se atrevió a designar (18.12.1893) un emba- jador general, que poseía reconocidos entorchados al efecto: Arsenio Martínez Campos. Moret tardó en reaccionar. Pero nada más enterarse de que Martínez Campos estaba deci- dido a entrevistarse con Hassán I, Moret escribió (11.01.1894) a Lerchundi para comunicar- y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los le: «Respecto al fondo (sic) de la embajada, el General en Jefe, que tiene grandísimo empe- ño en que Vd. vaya, le dirá todo lo necesario, tanto más que usted, por consejo mío, ha de ser el único que le acompañe en las visitas que haga al Sultán». Lo peor estaba por leer. El párrafo siguiente exponía la dimensión del engaño en el que Moret persistía, sin darse cuen- ta de que así destruía la paz entre España y Marruecos y desmontaba la obra misional de Lerchundi: «Espero que el Sultán recordará la gran amistad que siempre le ha tenido y que con solo ver a Vd. al lado del General, comprenderá, mejor que con discursos, las intenciones que lleva. Muchísimo le agradezco que aceptase, porque mucho espero de su sabiduría y patriotismo.» Lerchundi nada había aceptado. Se había limitado a proponer su mediación, no la decapitación de todo su hacer evangelizador y pacifi cador. Moret quería utilizarlo como 103 Rif

Proviene del término er-Rif (borde o restinga hasta los pozos de Aograr. desiertos rotundos, caso del temido frontera). Esta defi nición se ajusta, a la El interior es montuoso y Guerruao. Su límite hacia el este es perfección, con la complejidad de los compartimentado en extremo. El bloque Kelaia o Rif Oriental, cuya aridez se ve accidentes, tanto orográfi cos como de serranías y montañas alcanza su aminorada por el Muluya y la infl uencia sociopolíticos, que defi nen a los cima en el Yebel (monte) Tidiquin (2.448 próxima del Mediterráneo, que atempera territorios del Rif: una línea de costa tan metros) no lejos de Ketama (Rif sus temperaturas. Hacia el sur, sus abrupta como escarpada, con raros Occidental). El nivel edafológico (riqueza fronteras naturales son fl uviales: el espacios accesibles que, de oeste a este, de los suelos) es pobre. El curso de los Uarga, con sus fértiles riberas, y el son: Punta de Pescadores, luego Puerto ríos suele pasar de lo torrencial a lo caudaloso Sebú. Ni uno ni otro fueron Capaz (la actual El Jebha); Cala Iris y la desvanecido en cuanto el largo estiaje respetados por la Francia de Poincaré en playa de Torres de Alkála; el Peñón de impone su rigor de mayo a octubre. El sus acuerdos con la España de Vélez y la ensenada de Bades; la gran territorio integra cubetas semidesérticas Alfonso XIII. Es territorio de poblamiento bahía de Alhucemas con sus playas de como las de Annual y Bu Bekker, con bereber, defi nido por su carácter: austero La Cebadilla, Sfíhia y Suani; Melilla y su páramos desolados como el Garet o y audaz, independiente y resistente. cuña extorsionante ante Hassán I. Necio Moret, incapaz de comprender que dos leales ami- gos no pueden discutir sobre indemnizaciones causadas por terceros, hallándose en juego no ya la paz entre naciones vecinas y la estabilidad de sus monarquías, ni siquiera la propa- gación de la concordia verifi cable entre sus respectivas religiones, sino la independencia y soberanía de España y Marruecos. Ambos países se cortarían el uno al otro sus desprotegi- das yugulares, desangrándose en una guerra tan fratricida como internacionalizada, por- que los buitres imperiales acudirían al festín para devorar sus restos nacionales. De ir a Marrakech —adonde Martínez Campos emprendía viaje—, él habría tenido que oponerse, sabedor de que esa suma arruinaría a Marruecos por segunda vez en treinta y cuatro años. Y dimitir como prefecto de las Misiones. Segunda deportación y además considerado «trai- dor a la patria». Una sola opción tenía Lerchundi: perder la poca salud que sentía o mantenerse tal cual estaba, sombra temblante en sí. No podía fi ngir ni mentir. Tal falsedad sería fácilmen- te descubierta —la Misión no era un convento de clausura— y él jamás engañó a nadie, así fuesen cretinos, déspotas o ineptos. De ahí que, en su desesperarse por aquellos días de enero de 1894, pudo recurrir a su constante valedor, con oración subsumida en ruego simi- lar a éste: Señor, haz que no me ponga bueno para que no pueda ser testigo de cómo muere la paz. En viaje Martínez Campos hacia Marrakech, adonde llegó el 29 de enero, al día si- guiente, un crispado Moret escribía a Lerchundi, recriminándole: «No me conforma la idea de que Vd. esté en Tánger cuando hay una embajada española en Marruecos y temo siempre que esto tenga sus consecuencias desagradables». Moret adoptaba los amenazantes modos del extinto Romea. Lerchundi supo así lo cerca que estuvo de esa segunda deportación pre- sentida. La paz tardó en llegar (05.03.1894), previa rebaja en la indemnización: los cinco mi- llones de duros quedaron en cuatro (veinte millones de pesetas). Aun así, Marruecos bordea- ba la bancarrota, negándose el sultán Abdelaziz a pagar la totalidad de la deuda de su difunto padre Hassán I. Marruecos solo había pagado 798.021 duros, lo cual suponía el 66% del primer plazo —un millón doscientos mil— de lo adeudado, faltándole por abonar los 401.979 duros que completaban ese plazo, más dos millones ochocientos mil duros. Casi exánimes las relaciones hispano-marroquíes, el embajador Brisha llegó a Madrid el 27 de enero de 1895 para negociar esa deuda. Recepción en Palacio y buenas palabras por ambas partes. El 30 de enero, al bajar Brisha por las escaleras del Rusia —hotel en la Puerta del Sol—, fue abordado por un airado ciudadano, quien se enfrentó al diplomático Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los espetándole: «¡Yo soy Margallo!», disparate culminado con tremenda bofetada. El agresor era Miguel Fuentes y Sanchiz, brigadier en la Reserva, del que se dij o: «está loco». Ciertamen- te. Un descompuesto Brisha —que «sangraba por la nariz», según La Vanguardia en su edi- ción del 1 de marzo— advirtió a Sagasta que se iba ese mismo día y ya se vería qué pasaba en Melilla. Se alarmó el Gobierno y se dolió la Regente ante Brisha: sus disculpas lograron que el embajador no se fuera de Madrid. Brisha, vistas las caras de culpa en la delegación espa- ñola, negoció a la baja la deuda exigida con tal acierto, que los dos millones ochocientos mil duros quedaron en su mitad. Esa merma, un millón cuatrocientos mil duros (siete millones de pesetas) fue el coste de aquella bofetada, zarzuelero fi nal para una guerra que nunca debió ser proclamada y menos tan perseverada. Firmada la rebaja, Brisha se permitió un gesto: dar orden de pago de esos 401.979 duros que faltaban del primer plazo. Y los españoles, a su vez 104 aliviados, le dieron sus más expresivas gracias.

Cabila

Del árabe qabīla, tribu de gentes coincidieran en su persona. Toda países, la capacidad de penetración bereberes. Por una Real Orden del cabila se apoyaba en la credibilidad de la lengua amazigh, en sus 27 de febrero de 1913 la cabila pasó de sus chiuj (jefes), plural de cheij , diversas variantes, viene a convertirse en la célula político- personaje notable por su linaje, su determinada por la movilidad de los administrativa básica del ámbito del autoridad moral y religiosa o su pueblos bereberes nómadas por Protectorado español. Cada una de prestigio alcanzado como guerrero. excelencia, los tuareg u hombres las cabilas era gobernada por un Extensible a los poblamientos azules (por el color de sus ropajes), caíd (jefe designado, pero en sentido tribales en Argelia, Túnez, Libia, Ifni y predominantes entre los beni de régulo o caudillo) al frente de su el Sáhara (Central y Occidental). Su bamaraníes (Ifni) y el gran tronco comunidad en los planos social, vigor cultural es tal que predomina social de los saharauis. político y militar, aunque no siempre en Malí, Mauritania y Níger. En estos Culmen de la humildad: dormir en un peldaño de escalera sin duda al Cielo lleva

En marzo de 1895, invariable el número de pobres absolutos en Tánger, que estimamos en torno a unos 85 indigentes en base a las raciones gratuitas (31.150) distribuidas ese mismo año, Lerchundi se sintió aliviado en su ansiedad humanitaria. Como de costumbre en él, todo proyecto loable necesitaba ser auxiliado antes y después de nacer: de ahí su funda- ción de la «Asociación Damas de la Caridad», que no mostraron remilgos en poner dineros. La comida había que pagarla: diez mil trescientas veintiséis pesetas fue el coste, en alimen- tos, del primer año de servicio del Comedor de la Caridad. A 0,28 céntimos salía cada ra- ción. Salvar una vida en modo alguno era costoso. Ciento veinte años después, tampoco lo es. En 1896, las raciones aumentaron hasta las 37.045 —el número de pobres había aumen- tado (entre 100 y 102 indigentes)—, pero el coste fue bastante inferior: siete mil veinte pese- tas. A 0,18 céntimos la ración de supervivencia. Conociendo el carácter vigilante hacia lo asistencial en la Misión, tal diferencia solo puede explicarse porque los precios de los ali- mentos bajaron o (lo más probable) algunos almacenistas donaron sus pedidos, encarga- dos por los subordinados de Lerchundi. Hoy un menos resistir, mañana otra pérdida más que sumar, su vida se extinguía. Lerchundi sobrevivía en la pobreza radical en mobiliario y vestuario: no tenía habita- ción, sino celda. Un lugar para rezar, leer, pensar y escribir. Por orden de prioridades. La cama servía como escritorio auxiliar: documentos en hileras, clasifi cados por urgencias a respon- der y legajos por consultar. En un rincón, la mesita afín: espacio justo para unas cuartillas y apoyar los brazos. Enfrente, la silla. Cuatro patas y un asiento. En un ángulo, el armario, es- trecho y medio vacío: un hábito de quita y pon, dos camisas, dos mudas, dos sábanas, una colcha, una manta y otro par de sandalias. Todo en unidades. Cuando recibía en su celda algún invitado, fuese diplomático, agregado militar, visitador de las Misiones o delegado del bajá (gobernador) de Tánger, Lerchundi apartaba mazos de papeles y en el catre lo sentaba. Él mismo cambiaba la ropa de su cama y limpiaba su cuarto. Luego cumplía horarios y ri- tos. El empeño por no faltar a sus obligaciones como Superior de las Misiones le llevó a tal autoexigencia, que la narración del proceso —que debemos, como tantas cosas, a las inves- tigaciones de fray José María López— prueba el rigor que Lerchundi impuso a su cuerpo. Después de almorzar, atender tardías visitas —entre la una y dos de la tarde— y pa- sear después de la comida, Lerchundi se retiraba a su celda para dormir un poco. Como al cansancio le había vuelto la espalda, Lerchundi no dormía, sino que caía rendido de sueño. Era un morir más que un dormir. En esa muerte fi gurada se le pasaba la hora de acudir al coro y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los antes del rezo de Vísperas (oraciones de anochecida). Lerchundi regañaba a diestro y sinies- tro por no haberle despertado. Invariable su agotamiento y él sin energías de relevo, su repo- nerse al limbo se fue. Ningún fraile se atrevió a perturbar el descanso del prefecto. Lerchundi optó por una táctica militar: hacer como que se dirigía a un sitio (su celda) y tomar camino diferente: las escaleras que llevaban al coro. Llegado allí, cualquier peldaño le servía. Se tum- baba y al momento el cansancio le vencía. Su intención: confi ar en que, al pasar sobre su cuerpo los franciscanos, el roce de sus hábitos le despertase. Hubo un primer día. Y Lerchun- di dio un susto de muerte a su comunidad. Dado que seguía durmiéndose en lugar tan ina- propiado y nadie le despertaba, Lerchundi, obstinado, insistió. Los demás religiosos «compa- decidos de su necesidad (de reposo), pasaban cuidadosamente por encima de él, siendo tan profundo su sueño que, aún después de terminar el rezo del ofi cio divino, le encontraban 105

Bajá

Proviene del árabe bāšā, a su vez poderes militares y políticos. En el derivado del turco pāšā, muy contexto administrativo del infl uenciado este por el persa Protectorado español quedó limitado pādišāh, que es la raíz primigenia. a la regiduría de las ciudades. En la En el imperio otomano se práctica, los bajás eran alcaldes. identifi caba con quien asumía las Famosos fueron la mayoría de los funciones de gobernador y, en que rigieron Tetuán, capital del consecuencia, gozaba de amplios Protectorado. dormido». Lerchundi intuyó que ahorraba fuerzas al acortar su camino hacia la luz máxima. Un peldaño hoy y otro mañana escalera hacen que al Cielo sin pausa lleva. La muerte le llegó en dos tiempos. Con cuatro horas de diferencia. Un 7 de marzo, en compañía de otro fraile, inició un paseo después de comer. Indispuesto, se retiró a descansar. A las siete y media, puntual esta vez, Lerchundi fue al coro y se confesó. Sosegado y de rodi- llas, se puso a rezar. Largo rato permaneció así. De repente, pierde el sentido y cae al suelo. Conmoción general. Se lo llevan y avisan al doctor Cenarro, que acude al instante. Ausculta- ción, constatación de síntomas —entre estos, la pérdida del habla— y diagnóstico sin solu- ción: derrame cerebral. Le es administrada la extremaunción. A las doce y cuarto de la noche Lerchundi fallece sin recuperar su consciencia. Era el domingo 8 de marzo de 1896. Lerchundi se fue de este mundo sin padecer íntimo sufrimiento: Paula Lerchundi falle- cía, en San Sebastián, el 1 de diciembre siguiente. Paulina tenía 79 años. Nacida en Orio —el 10 de junio de 1817—, murió «soltera» en su domicilio donostiarra, el segundo piso del núme- ro 19 de la calle Pulluelo, perteneciente a la parroquia de San Francisco. Su óbito fue por «muerte natural», aunque el certifi cado de defunción precisa: «derrame cerebral». Ahij ado y madrina murieron de la misma causa. Dos testigos hubo en la inhumación de Paulina y nin- guno era un Lerchundi. Soledades que, de saberlas, mucho daño habrían hecho a su querido «Josechu». El entierro del Padre Lerchundi en Tánger colapsó a la capital diplomática de Marrue- cos: cerraron todos los establecimientos regentados por cristianos y hebreos y bastantes de los musulmanes; a la misa de corpore insepulto acudió el Cuerpo Diplomático en pleno y «de riguroso luto», las cintas de su ataúd las llevaban los representantes de Bélgica, Francia, In- glaterra y Portugal, «a los que seguían, en calidad de dolientes, el nuevo ministro plenipoten- ciario de España (Emilio de Ojeda) y el P. José María Rodríguez; seguidos de uno de los jefes de la Misión Protestante, los representantes de la comunidad israelita y numeroso acompa- ñamiento, que se calcula en unas cuatro mil personas». A la comitiva antecedía «la Compa- ñía de Tiradores del Rif». Hasta aquí la síntesis de la crónica de El Día en su edición del 10 de marzo. Pero nada más ser enterrado el célebre misionero, sobrevino lo compulsivo y desmedi- do, que recogió El Eco Mauritano: «Cuando su cadáver fue descendido a la fosa, la multitud se apoderó de las fl ores, coronas y cintas como recuerdo». En vida, Lerchundi fue coherencia, pundonor y consecuencia. Un mito consagrado por sus hechos. Una vez muerto, el mito dejó paso a lo profético, su posibilismo adyacente y la concluyente prueba de fe. A su sepulcro se iba en súplica de gracia con propósito de enmienda. Un rogar a cambio de un prometer. Al ser Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los tres los bloques suplicantes —cristianos, musulmanes y judíos—, siempre había un afortuna- do. Lerchundi, por todo cuanto concedía, como palabra de Dios se le tenía.

El legado de Lerchundi: guía que conduce a quienes de buena fe caminan

Lerchundi socorrió a personas y políticas, abrazó a menesterosos y auxilió a leprosos, curó a enfermos o lisiados, saludó a reyes y reinas sin necesidad de besar sus reales pies excepto en fórmulas epistolares, mantenedor él de su independencia de criterio y combativa objetividad. Fue corrector de funestos equívocos, tanto en españoles como marroquíes; consejero recla- mado y respetado por sistemas unipersonales —la Regencia de María Cristina de Habsbur- go, el reformismo audaz del sultán Hassán I—, escalador de murallas construidas con el gra- 106 nito de las ideas bajo los cielos de seculares hostilidades —el Islam y la Cristiandad, el Papado y el Califato—, a los que conquistó con su palabra y llaneza, su erudición y descrip- tivas metáforas, reforzadas por su mirar de inusual intensidad. Todo esto sin apartarse de lo prioritario: proteger al desvalido, amparar a las familias, cuidar de la infancia, escolarizar y entusiasmar a la juventud, compartir docencia con científi cos e intelectuales, fuesen civiles o militares; aconsejar con lealtad al gobernante, intermediar entre el altivo y el humilde; sanar cuerpos, mentes y actitudes; repudiar a cínicos, ególatras, melifl uos y pusilánimes; expulsar a embusteros, mercaderes, vendidos a terceros y usureros; reorientar creencias y hasta pen- samientos. Lerchundi perseveró y penó en estos afanes, consciente de lo limitado de su tem- poralidad, marcada por sobrecarga de extenuaciones. Nunca se sintió próximo a morir. Se li- mitó a convivir con tan humana limitación. Y así pudo llegar al fi nal de ese camino de fe y fortaleza, que un día de 1853 emprendiera en el guipuzcoano santuario de Aránzazu, al cual refrendó en tierras conquenses, misionales estas, donde cantase su primera misa en 1859. Si Tetuán supuso para Lerchundi una revelación posesiva, nunca obsesiva, Tánger re- presentó el desbordamiento de su magnitud creadora. De Tetuán, a la que él sintiera como nueva Jerusalén (Palestina) sin necesidad de ser libertada, desembocó en Tánger, vigorosa Bizancio de Occidente, prisma de la fe y faro de la paz para las religiones al ser luz común a todas ellas desde su actitud y palabra, provenientes del poder de su mente y la amplitud fraternal de su abrazo sin desmayo. Lerchundi mantuvo su labor asistencial y humanitaria hasta que sus fuerzas se extinguieron al sobrevenir su postrer desvanecimiento. Al fallecer, nadie, ni siquiera los que no llegaron a conocerle, dudaba de la vigencia de su mecenazgo ético y social. En bien de Marruecos y en representación de lo mejor de España. Ese carácter audaz, bravo, honesto y comprometido de una Euskadi abanderada en sus principios, alerta frente a las dudas de tantos y donante de sus mayores bienes: la dignidad, el coraje y el es- fuerzo, la generosidad y la solidaridad. Ese es el legado de Lerchundi. Cumplió 34 años de misión en Marruecos, incluidos los dos de su destierro en España, pues no por más deportado en su propia patria dejó de ser menos universal en su bífi da conciencia, hispana y marroquí. Marruecos fue el país y el pueblo a los que enamoró y de los que, enamorado él a su vez, compartió en vida ese renacer de su personalidad hasta morir abrazado a tan destelleantes signos. Cuando falleció, aquel 8 de marzo, se cumplían quince días —1896 fue año bisies- to— de su sexagésimo cumpleaños. Lerchundi hoy pervive: en sus ejemplos, obras y sacrifi - cios. Lejos de nosotros en lo tangible, a todo aquel que labore en pro de la concordia de Es- paña con Marruecos o en el acercamiento entre las dos mayores religiones monoteístas, Lerchundi le acompaña y guiará. Así lo presiente y sostiene quien esto ha escrito y sentido. Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los

J. P. D. 3.05-30.12.2014

107 Agradecimientos

En primer lugar a Julián Martínez- defunción de los Lerchundi. Muy a lo Como fuente principal, la muy Simancas Sánchez, sin cuya lerchundi —donante, responsable y buscada y al fi n hallada El P. José perseverancia y patronazgo este perseverante—, ha sido la conducta Lerchundi. Biografía documentada, historiador no hubiese podido de mujer tan entusiasta con su labor obra de fray José María López, uno completar los ocho meses de como competente en su diaria de nuestros misioneros franciscanos investigación y redacción que esta efi cacia. Y los que junto a ella en Marruecos, editada en el Madrid biografía descubridora, laboran en un equipo de primera, de 1927 en la Imprenta Clásica revolucionaria en algunos aspectos, reunido por el señor Carro Muxika, Española. Pude localizarla y ha requerido. E idéntica gratitud quien tiene el privilegio de dirigirles. adquirirla en la librería Epopeya, mantengo hacia José Manuel No me olvido del obispo, monseñor centro de la anticuaria bibliográfi ca Guerrero Acosta, teniente coronel de José Ignacio Munilla, el cual de Zaragoza. Estudio repleto de Ingenieros, coordinador de este contento y tranquilo puede estar de documentos en los que es fácil conjunto de elaboradas biografías, a tener servidores de tal categoría, perderse —no pocos hay en latín— las que él ha sumado su lucidez y que honran a la Iglesia y al pueblo y hasta desanimarse por tesón para compaginar tamaños y vasco. En las fuentes, el archivo lo prolij o del temario y lo exigencias de espacio y así lograr diocesano de Donostia es manantial desacompasado de su estructura, volúmenes manejables. (fuente) en sí mismo. Con los que va más atrás que adelante. El P. nombres, los apellidos y unos López trabajó como un poseso, en En segundo lugar, a José Ángel determinados años todo historiador los archivos misionales, durante los Carro Muxika, director del archivo comprometido con su labor puede años Veinte, y el resultado, diocesano de Guipúzcoa, en reconstruir la historia de un tiempo abstracción hecha de su prosa Donostia. Y a María del Carmen, la no perdido a través de las familias y fl orida y laudatoria, propia de su persona que, día tras día, atendiera personas, que es lo que a mí, en época, es magnífi co. Su trabajo es mis consultas —sin argüir legítima particular, me conmueve, enardece y hoy fuente que mana de continuo, protesta por su parte— en relación a reconforta. La familia, he ahí la innegable mérito suyo. las partidas de bautismo y patria.

Bibliografía

En la bibliografía tres estudios, todos lingüista y profesor Fernando disculpables por el meritorio empeño ellos en Internet, que, por orden de Valderrama Martínez, ensayo de sus redactores. méritos, son: publicado en 1997 como separata del Boletín de la Asociación Española En los medios periodísticos de la Los precursores. Ensoñaciones y realidades José Antonio Ramón de Lerchundi y Lerchundi de Lerchundi José Antonio Ramón Ensoñaciones y realidades precursores. Los Un caso insólito en la historia de las de Orientalistas, siendo del año época, las siguientes publicaciones: relaciones entre el Islam y el 1933, la cual puede adquirirse en la Cristianismo: un Amir-al Muminin reedición disponible en la Biblioteca La Correspondencia de España, que tuvo relaciones afectuosas con Islámica Félix María Pareja, en ediciones en Madrid, octubre de un obispo católico; clase- Madrid. 1869. conferencia magistral impartida en Xauen, el 7 de agosto de 2003, por el Padre José Lerchundi (1836-1896), Archivo Diplomático y Consular de (fallecido) historiador y eminente OFM, por autores no bien España. Revista Internacional, hispanista Mohammed Ibn Azzuz identifi cados, que incorporan una Política, Literaria y de Intereses Hakim durante el ciclo de ponencias selección de los textos de otros: Q. Materiales, edición de Madrid sobre la civilización islámica. Aldea, Onofre Núñez, Antonio (nº 234), 16 de septiembre de 1888. Peteiro, I. Vázquez. Es un compendio Un franciscano, arabista y bien estructurado y tan instructivo La Vanguardia, ediciones en diplomático: el Padre Lerchundi, como sugerente. Arrastra algunos Barcelona, febrero de 1882 y febrero 108 obra del que fuese renombrado errores en fechas y protagonistas, de 1895. Nieto Rosado, Juan

San Roque, Cádiz, 1854 - Arcila, Marruecos, 1925

Maestro.

Juan Nieto Rosado es considerado como el primer maestro español enviado por Madrid a Marruecos. Nació en San Roque, provincia de Cádiz, en 1854. Trabajó como maestro en Má- laga y en Madrid, donde recibió en 1909 su nombramiento de maestro, por real orden del Ministerio de Instrucción Pública, en la escuela que se acababa de crear en Larache. En su inauguración estuvieron presentes el cónsul español, Juan Zugasti, y numerosos marroquíes que colaboraban con los españoles. La inauguración de la escuela coincidió con los momen- tos previos al establecimiento del Protectorado en una ciudad que era bien conocida por los españoles, si bien no fue hasta 1911 cuando las tropas españolas controlaron la ciudad. La escuela comenzó con una matrícula aproximada de setenta alumnos, según señala la prensa de la época, entre los cuales se contaba un elevado número de estudiantes hebreos. Dolores Galán Silva, esposa de Juan Nieto, también era maestra. En 1909 la pareja emprendía un nuevo proyecto vital y laboral en un Marruecos en transformación. En una carta remitida por el maestro español al cónsul de Larache, tan solo unos meses después de su llegada, señalaba la escasez de alumnos de la escuela, a la que asistían regu- larmente once alumnos en sesión diurna y quince en sesión nocturna. La indicación realizada por Nieto señalaba el papel ejercido por la escuela de comienzos del siglo XX, centrada en la formación de la población infantil y de adultos que tras fi nalizar su jornada laboral acudían hasta la escuela para aprender a leer, a escribir y algunos rudimentos matemáticos que les posibilitasen mejorar su vida laboral en el Marruecos colonial que se estaba perfi lando. La falta de matrícula de estudiantes infl uyó en la decisión de la representación espa- ñola en Tánger de cerrar la escuela a fi nales de 1910, siendo Juan Nieto y Dolores Galán trasladados a Arcila, donde España había decidido abrir un nuevo centro. El trabajo realiza-

do por el matrimonio fue reconocido día a día por sus estudiantes y por las instituciones es- Rosado Juan Nieto Ensoñaciones y realidades precursores. Los pañolas, que en 1916 les concedieron la Medalla de África. En 1917 comenzaron las obras de un nuevo edifi cio construido ex profeso como centro educativo. La labor realizada por ambos en Arcila fue interrumpida por el fallecimiento de Nieto en 1925. Hasta entonces el matrimo- nio había dirigido una escuela que posteriormente recibió el nombre de Grupo Escolar Juan Nieto, recordando así el nombre del primer director de un centro en cuyos bancos estudiaron alumnos españoles y hebreos, a la vez que constituía un homenaje a aquellos maestros y maestras españoles que se habían trasladado a Marruecos en los momentos previos a la instauración del Protectorado.

I. G. G.

109

Bibliografía

Gómez Barceló, J. L., «El sanroqueño Valderrama Martínez, F., Historia de — Temas de educación y cultura en Juan Nieto, pionero de la educación la acción cultural de España en Marruecos, Tetuán, Editora Marroquí, en Marruecos», Revista de Estudios Marruecos 1912-1956, Tetuán, 1954. Sanroqueños, n.º 1-2, 2009-2010, Editora Marroquí, 1956. pp. 125-134. Ovilo Canales, Felipe

Segovia, 1850 - Madrid, 1909

Teniente coronel médico, fundador y director de la Escuela de Medicina instalada en el Hospital Español de Tánger; impulsor de la medicina española en el Marruecos preprotectoral, pero también de las relaciones diplomáticas entre ambos países, dada su gran amistad con el Padre Lerchundi y el sincero afecto que a los dos profesaba el sultán Muley Hassán I, octavo monarca alauí.

En poco más de dos años concluye sus estudios de Medicina en Madrid y obtiene el título de licenciado (04.08.1870). En aquellos convulsos tiempos —guerra dinástica en España y con- fl icto civil en Cuba—, tanta falta hacían ofi ciales en el Ejército como médicos militares. Antes de cumplir los 21 años se bate en Cuba: escaramuzas y combates, protección de convoyes, servicios en posiciones avanzadas y turnos en hospitales. Si no hay carencia de muertos, menos aún de heridos y enfermos. El joven Ovilo se doctora en emergencias: contener hemo- rragias, afrontar gangrenas y amputaciones, coser vientres o cerrar ojos de difuntos. Sufre y aprende, resiste y persevera. Y a su vez enseña a resistir a otros como él. Seis años así: enero de 1873-abril de 1877. Le conceden cruces de distinción y él gana no solo ascensos, sino el respeto de sus superiores y la fi delidad de sus iguales. Los que no le respetan son los mosquitos transmisores del dengue y la malaria. Y como a tantos, le dan «licencia por enfermedad», especie de absolución in extremis que él apro- vecha para casarse en Madrid con Enriqueta Castelo. Hubo viaje de novios, que acabó en Tánger, adonde se incorpora (01.09.1877) como médico de la Legación de España. Pasa un año y vuelve a Madrid, donde ejerce de médico y profesor en diversos institutos arma- dos. Nueve años más tarde (agosto 1886) aparece en Tánger y se abraza con Marruecos. Este otro matrimonio marcará su vida y durará hasta 1897, cuando Cuba reclame sus saberes y sacrifi cios no para recompensarle, sino para matarle (al igual que hizo con el doctor Cenarro). Los precursores. Ensoñaciones y realidades Felipe Ovilo Canales Ensoñaciones y realidades precursores. Los De su enlace con Enriqueta nacerán dos varones, ambos en Tánger: Felipe, futuro general de renombre, y Enrique, arquitecto de prestigio. Por la unión Cenarro-Ovilo fe- cundada será la medicina española, máxime al contar con un cuidador de excepción: el guipuzcoano fray José Lerchundi. Muley Hassán I, sultán en Fez desde 1873, les prohij ará como hij os benditos de Marruecos, consciente de los benefi cios de sus conocimientos. Y todo brotará con facilidad, como agua de octubre sobre no lejanos campos de trigo: la Escuela de Medicina, el Hospital Español, el Dispensario clínico, la higiene y salubridad de la población, el control sanitario de los buques de peregrinos, la prevención del cólera y del tifus, endémicos en el centro de Marruecos, pero también en la España meridional. Y así surgió el sello «doctor Ovilo», remedio curativo para males evidentes y pánicos in- fundados. Ovilo ampliará sus experiencias y mejorará sus servicios binacionales: a España en 1887 al formar parte de la Embajada (viaje extraordinario) de José Diosdado y Castillo a Rabat; a Marruecos en 1892, como tebib kebir mehal-la (médico de una fuerza de mil o más

110 guerreros) en la expedición contra los anyeríes (Oeste de Ceuta); a España y Marruecos en la Conferencia de Madrid (1880) y nuevamente en 1894 con ocasión de la Paz de Marrakech entre el general Martínez Campos y Muley Hassán I; a Marruecos en 1895 con su embajada a Madrid tras fallecer su digno y previsor monarca; a España de nuevo en 1906, con motivo de la Conferencia de Algeciras en la que sentenciado quedó el Imperio jerifi ano. Para enton- ces Ovilo condenado se sabía: tras haber sido movilizado a causa de la última guerra por Cuba, cumplió allí penosa labor. A los seis meses de sacrifi cios (diciembre 1896-mayo 1897) regresaba y, de hecho, extremauciado. Fue un milagro que sobreviviese once años. Subsistió gracias a las otras fuentes de su saber: el memorando confi dencial, el ensayo, la crónica periodística, la dramaturgia. A su muerte (02.03.1909) dejó enlutados a cientos. Pero ni una sola calle con su nombre en Madrid ni en Segovia.

J. P. D. 21.10.2012 Los precursores. Ensoñaciones y realidades Felipe Ovilo Canales Ensoñaciones y realidades precursores. Los

111 Tapiró i Baró, Josep

Reus, Tarragona, 7 de febrero de 1836 - Tánger, 4 de octubre de 1913

Pintor. 7

El pintor Josep Tapiró nació en Reus, al igual que el pintor Mariano Fortuny o el militar y po- lítico Juan Prim y Prats, en 1836. Su obra pictórica está vinculada a Marruecos, en donde residió, entre 1877 y 1913, año de su muerte, en la ciudad de Tánger. Durante sus años de formación como pintor coincidió con Mariano Fortuny, a quien le unió una gran amistad. Ambos estudiaron juntos en Barcelona, Madrid y Roma. El primer contacto de Tapiró con Marruecos se produjo en 1871, de la mano de su inseparable amigo Fortuny, quien en 1862 había pasado unos meses en Tánger. La ciudad de mediados del siglo XIX no era aún la urbe cosmopolita de la primera mitad del XX, por lo que todavía se podía percibir en ella el espíritu tradicionalista de un pasado que en España se iba perdiendo. Durante su viaje, los dos pintores visitaron las ciudades de Tán- ger y Tetuán en un momento en el que los diferentes países europeos comenzaban a incre- mentar su presencia, especialmente en Tánger. Unos años antes, entre 1859 y 1860, había tenido lugar en torno a Tetuán el confl icto hispano-marroquí conocido como Guerra de África, por los españoles, o Guerra de Tetuán, tal y como era denominada en el Imperio jerifi ano. En 1877, tras una estancia en Roma y tras el fallecimiento de su amigo Mariano Fortuny, Josep Tapiró decidió regresar a Marruecos e instalarse en la ciudad de Tánger con el objetivo de poder continuar con el estudio de una temática que tras su primer viaje a Marruecos se había manifestado ya como una constante del pintor. Así lo señala Jordi A. Carbonell: «A lo largo de casi cuatro décadas plasmaría el mundo magrebí desde su inte- rior» ( Carbonell 2014: 69). Hasta Tánger acudían europeos —ingleses, franceses, españo- les, italianos, alemanes...— destinados a las representaciones consulares, comerciantes y empresarios, entre otras profesiones, que convivían con una sociedad musulmana y hebrea Los precursores. Ensoñaciones y realidades Josep Tapiró i Baró Josep Tapiró Ensoñaciones y realidades precursores. Los creando un paisaje y un espacio cargados de matices y colores que Tapiró recreó magis- tralmente en sus cuadros, en los que representó escenas de la vida cotidiana, ceremonias tradicionales y retratos. Entre sus acuarelas destacan Preparativos de la boda de la hij a del jerife de Tánger, con la que participó en la Exposición Universal de París de 1878, Novia bereber, Plantel militar o Baile Gnawa. A lo largo de su vida expuso en ciudades como Madrid, Barcelona, París, Viena, Londres o Roma. El detalle y la minuciosidad con que representaba escenas, ropajes y decoraciones transportaban, de forma majestuosa, al espectador de entonces y al actual a un ambiente y a un tiempo pasados en los que se vislumbran unas pinceladas artísticas con un marcado carácter antropológico que permiten reconstruir el Tánger y la Yebala de fi nales del siglo XIX y principios del XX. A través de los cuadros de Tapiró el re- ceptor asiste como espectador de lujo a la transformación del Marruecos precolonial en colonial. En 1913 falleció Josep Tapiró en un momento en el que Marruecos acababa de co- 112 menzar un nuevo periodo marcado por la colonización que haría cambiar su devenir histórico

Bereber

Población original del Magreb. exquisita riqueza ornamental. Su recurso a la poliginia, sin que sea Proviene del latín barbar (us) y defi ne carácter les defi ne: austeros y altivos, (como antaño) un factor a los bereberes que pueblan el norte resistentes y recelosos entre sí, determinante el valor de los bienes de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia. muestran fi rmísima unión ante del marido. El patriarcado sigue Gomaríes, rifeños y yebalíes son sus cualquier amenaza exterior que siendo el rey, pero el matriarcado referentes histórico-simbolistas. Su pretenda alterar sus tradiciones o gobierna la casa, donde la mujer es lengua es el amazigh o chelha. vulnerar sus modos democráticos de la reina. El poblamiento bereber en el Poseen una cultura identitaria de gobierno. En su mayoría son Magreb crece, y su número se estima gran vigor expresivo, con una monógamos, siendo infrecuente el en veinte millones de personas. y cultural. En 1912 el Imperio jerifi ano quedó dividido en tres partes. El sur bajo control fran- cés, donde se constituyó el Protectorado francés, y el norte bajo control español a excepción de Tánger, donde se constituyó un régimen de ciudad internacional. Comenzaban nuevos tiempos políticos pero también culturales en los que la sociedad marroquí experimentaba un cambio con el incremento de ciudadanos europeos que se establecían en el antiguo Imperio jerifi ano.

I. G. G. Los precursores. Ensoñaciones y realidades Josep Tapiró i Baró Josep Tapiró Ensoñaciones y realidades precursores. Los

Bibliografía

Carbonell, J. A., Josep Tapiró. Pintor —, (ed.), Tapiró (Reus 1836-Tànger Dizy, E., Los orientalistas de la de Tánger, Barcelona / Tarragona, 1913), Reus, Institut Municipal de Escuela Española, París, ACR, 1997. Museo Nacional d’Art de Catalunya Museus de Reus, 2014. / Universitat Rovira i Virgili, 2014. —, Orientalisme. L’Al-Maghrib i els pintors del segle XIX, Reus, Pragma, 2005. 113 I.III Príncipes y embajadores

114 Abd al-Aziz, Muley Ben Hassán

Marrakech, 1880 - Tánger, 1943

Décimo soberano alauí.

Al fallecimiento de su padre, Muley Hassán, en 1894, se vio designado sultán con solo catorce años por manejos del gran visir, Ba Ahmed, quien había conspirado contra Muley Moham- med, el primogénito y heredero de su difunto padre. Los seguidores del «despojado» no se resignan a perder a «su» sultán, ni los favores de este. Ba Ahmed logrará derrotarlos. A unos encarcelará y a otros obligará a refugiarse en la montuosa región de Tadla, en el Medio Atlas. Una de las primeras decisiones del nuevo sultán es «denunciar» los pagos indemnizatorios a España por la guerra de Melilla, sin duda aconsejado por Ba Ahmed, que prefi ere guardar esos dineros para bien de Marruecos. Una vez resuelto el confl icto, en 1895, gracias a la bo- fetada que el general Fuentes propinase al embajador Brischa, Abdelaziz aguarda a que se calmen los ímpetus revanchistas de los partidarios de su hermano. Espera larga la suya. Du- rante cuatro años se suceden las conjuras, revueltas y expediciones de castigo, que Ba Ah- med supervisa con diligencia perseverante. Y de repente, la muerte se lleva al gran visir sin que haya gozado de todas sus riquezas. Enfrentado a la soledad administrativa y ejecutiva, Abdelaziz decide «felicitarse a sí mismo» tras cerciorarse de que es el único dueño del Reino de los Alauíes y señor de su propio destino. Al reino arruinará y a su destino confundirá hasta lo inverosímil. Al llegar el cambio de siglo para los europeos, Abdelaziz bien pudo ser ese «jo- ven refl exivo, inteligente y ávido de aprender a la vez que deseoso de emprender reformas». Se expresaba así Walter Harris, periodista en sus horas libres y agente del Servicio Secreto de Su Majestad (Británica) a tiempo completo. Diagnóstico bienaventurado el suyo, aunque ig- norado por el benefi ciario de tan sugestivo halago. Abdelaziz, atraído por las novedades de la época, decide concederles el tiempo que estima se merecen, por lo que delega las funcio- nes ejecutivas en un nuevo visir, Feddul Rharnit. Esta delegación de funciones se multiplica a raíz de una subdivisión de poderes e infl uencias entre los ministros de Exteriores y de la Gue- rra. Ninguno tiene razón de ser, por cuanto el primero sabe bien que nada puede hacer sin el permiso de Francia, potencia de sus afectos, y el segundo hace lo mismo con respecto a In- Muley Ben Hassán Abd al-Aziz Príncipes y embajadores precursores. Los glaterra y Alemania, imperios entre los que ha dividido sus amores y parte de sus caudales. Como consecuencia, el «clan francés» envía sus presentes al joven sultán y el «clan angloale- mán» contraataca con los suyos. El resultado es un regio almacén atestado de objetos y disfunciones: cámaras fotográfi cas, cinematógrafos, fonógrafos, pianos, vehículos con capo- ta o de estructura toda ella metálica, suntuosas armas de caza y guerra, prismáticos de campaña y telescopios para observar la noche estrellada en Fez, magnífi ca, por cierto. Aten- to solo a sus distracciones, Abdelaziz deja de mirar a su frente y espaldas. Por el norte se mueve un farsante, montado en una burra, que dice ser «su propio hermano», Muley Moham- med. Logra reunir un ejército de fanáticos y otro de bandoleros y con ellos toma Taza, donde le proclaman «sultán». El asunto es serio, pero gracias a Francia el falsario huye. Después llegan noticias de que se ha convertido en «señor de las minas de Melilla» y «emir» de Zeluán. Pues otro problema para los españoles, no suyo. Quedan sus espaldas saháricas. Se las de-

fi ende Ma el Ainin, mitad monje, mitad guerrero, que ha plantado cara a los franceses. Abde- 115 laziz no puede ir contra ellos, pero sí darle dinero a su profeta sahárico, que llega a Fez con- vertido en un cometa de la guerra santa contra Francia. Ma el Ainin será derrotado. Francia tiene más dinero, mejores armas y ningunas ganas de abandonar el Sáhara. El Sáhara es tan grande como la Tierra misma. Nada extraño hay en que por ese mundo planetario ande otro hermano suyo, Muley Hafi d. No es proclive a las diversiones, sí a las concentraciones de afec- tos. Y junto a las murallas de Marrakech instala sus tiendas. Un paréntesis fastidioso y una matanza brutal distraen al sultán. El primero es la Conferencia de Algeciras, a la que envía al mejor de sus palatinos: Mohammed Torres, que consigue enfrentar a franceses con alemanes, compensando así sus ambiciones. Alemania pierde y Marruecos también, pues una y otro están advertidos: muchos enemigos, pocos aliados. En cuanto a la segunda, es más genoci- dio que matanza: dos mil muertos en Casablanca a cuenta del prestigio de Francia, que no parece acusar el golpe. Tranquilizado, cree llegado Abdelaziz el momento de revolverse contra su hermano del sur y acabar tan enojoso asunto. Es tarde ya: el 16 de agosto de 1907 Muley Hafi d ha sido proclamado sultán por los ulemas de Marrakech. Dos sultanes en un solo reino es guerra segura para cuantos habiten en él. Abdelaziz tiene un ejército pequeño, pero supo- ne que sus arcas son grandes, luego puede contratar los ejércitos que desee. Para su pasmo, descubre que el pasivo del reino son doscientos seis millones de francos (cincuenta y dos millones de pesetas). Una pirámide de dinero con tumba dentro para su arquitecto. El sultán no puede pagar ni a sus cocineros, mucho menos a sus soldados. Abdelaziz queda aturdido: «¿Acaso los regalos que le hacían no eran en verdad regalos?». No lo eran. Se fueron en prés- tamos, intereses y dividendos para otros. El Majzén gasta diez millones de pesetas al año e ingresa siete millones en aduanas e impuestos. Cuentas criminales. Desfalco monumental, arreglo imposible, la huida es urgente. Es el 29 de agosto de 1908. Muley Hafi d está al llegar. Hora de revisar los bultos del equipaje y partir. Una mirada a Fez y otra a las cumbres del Atlas, veladas por montañas de nubes y ceñudos presagios. Moderno Boabdil, envejecido diez años por las traiciones de otros y las desidias suyas, Abdelaziz parte para el destierro. Lo llevará con desenvoltura entre Francia y España, combinado con adorables estancias en Tánger, urbe-fascinación para europeos, africanos y americanos, todo lo cual mitigará su desconsuelo, máxime al enterarse de que su hermano del sur perdía el trono a los cuatro años de arrebatárselo. Dos sultanes desterrados para un imperio sin rey ni gobierno, forzosa suble- vación del pueblo así engañado. Abdelaziz disfrutará de una mezquina victoria: vivir seis Los precursores. Príncipes y embajadores Muley Ben Hassán Abd al-Aziz Príncipes y embajadores precursores. Los años más que Muley Hafi d.

J. P. D.

116

Ulema

Doctor en leyes coránicas y, en tal sentido, guía de una comunidad islámica. Alfonso XIII

Madrid, 1886 - Roma, 1941

Rey de España.

Una educación conventualista y materno-proteccionista asfi xió su infancia y desenfocó su concepción de la realidad. Siempre estuvo en falta de un padre educador. Tras ser coronado rey (mayo de 1902) con diecisiete años, tan prematura madurez mostró inequívocos signos de adolescencia en su indignación al enterarse de que doña Victoria Eugenia portaba el virus hemofílico y sus hij os varones lo padecían, recurriendo él al adulterio como castigo a una reina muda en lugar de solicitar la anulación papal (que Pío X le hubiese concedido) de su matrimonio; imponer a sus favoritos, fuesen militares o no, en cuarteles generales, ministerios o embajadas; llevar su militarismo solidario hasta el extremo de anteponer, en 1905 (Ley de Jurisdicciones), el fuero militar sobre el civil; claudicar, en 1917, ante el bonapartismo asam- bleario de las Juntas de Defensa; extorsionar al Estado que agusanó al ejército; empeñarse en recuperar para España «su rango de gran potencia», para lo que movilizó cuantos recur- sos y quintas hicieran falta a fi n de doblegar Marruecos en vez de tenderle su mano protec- toral. Soñó con un imperio africano para su patria, cuando lo que España necesitaba era un imperio moral y social. Él mismo dio ejemplo, en 1914, al abrir brecha en los muros imperiales con su neutralismo combativo en favor de los prisioneros y desplazados en la Gran Guerra. Hasta 1919 supervisó una tarea descomunal: atender a cuatro millones de cautivos reparti- dos desde el Rhin a los confi nes del Danubio. Lo hizo convencido de que así anulaba el bizan- tinismo de ministros y partidos políticos. Fue un acierto rotundo. Su obra, la Ofi cina Pro Cap- tivis, representa lo mejor de su persona y la cúspide ética de España. Frente a las tragedias de 1921, su estupor le llevó a una parálisis total: no fue a Melilla; no se presentó ante el Congreso; no habló a los españoles; no contestó a las familias de los desaparecidos. Aceptó con gran alivio la dictadura, apartándose de Primo de Rivera para salvaguardar su credibili- XIII Alfonso Príncipes y embajadores precursores. Los dad. Y luego hizo su vida: en Arcachon, Biarritz, Deauville. Fue rey abdicado desde 1923 a 1930. Abiertas las urnas de abril, admitió su mandato y partió.

J. P. D.

Quintas

Provienen de las antiguas levas todos ellos cumplían los veintiuno, se Península o el África española. habsbúrgicas y borbónicas, en las confeccionaba el cupo anual de Desde los años sesenta (quintos 117 que se procedía a sortear, entre los reclutamiento. De ahí que, en el nacidos en los cuarenta), el mayor mozos conminados al servicio de las habla coloquial, los que habían número de nacimientos sobrepasó al armas, en quiénes recaía entrar en el cumplido el servicio militar hablasen de los destinos. Al no haber acomodo ejército. A partir del «primer entre sí como «somos de la misma para «tanto quinto», estos sorteado» se descartaban los cuatro quinta» o «tú eres dos quintas más constituían el excedente de cupo y mozos siguientes y el que les seguía viejo que yo», expresiones todavía se les licenciaba. El reclutamiento era el quinto, quien marcaba la hoy en uso. Retrasados en su por conscripción anual se hizo suerte al resto. De ahí las quintas, incorporación a fi las eran los «hij os insostenible a partir de los años cuya equivalencia posterior fueron de viuda», que, según casos, podían ochenta: si antes no había los reemplazos anuales o «llamadas quedar exentos. El sorteo cambió: sufi cientes «destinos», tampoco a fi las», pero sin quintar los una vez numerados los reclutas, se había «bastante ejército» para tal contingentes, al considerarlo sorteaba un número y a quien le masa de reclutas, propia de los procedimiento injusto y demoledor correspondiese se convertía en el ejércitos europeos de 1914-1918. El para la moral. Quinto o recluta era «número uno de su quinta» y a partir servicio militar obligatorio fue todo aquel varón que había de él se le sumaban tantos reclutas abolido, por Real Decreto del 9 de cumplido los veintiún años. Con los como fuesen necesarios para marzo de 2001, durante el segundo varones nacidos en el año en el que completar los destinos en la Gobierno de José María Aznar. Canalejas y Méndez, José

Ferrol, 1854 - Madrid, 1912

Político. Presidente del Gobierno.

A José Miguel Alcolea, por la bandera sentida y besada

Estadista y líder de una democracia social, muy superior al encorsetado liberalismo de su época. Formado en las fi las liberales con Cristino Martos, desde 1881 fue diputado electo por Soria. Se hizo famoso como editor del diario Heraldo (de Madrid) a raíz de su viaje por Cuba y Estados Unidos en 1897, culminado en sus lúcidas cartas a Sagasta, previniéndole sobre el poderío de la armada estadounidense y la inviabilidad de retener Ultramar desde posiciones frentistas, cara al coloso americano, e inmovilistas ante las libertades públicas exigidas por el pueblo cubano. Repetidas veces ministro con Sagasta y Montero Ríos, la caída del Gobier- no Moret, en febrero de 1910, lo llevó a la presidencia del Consejo. No dudó en aplicar enér- gicas medidas de higiene estructural e ideológica: abolición del impuesto de consumos e implantación del servicio militar obligatorio. Su anticlericalismo no era anticristianismo, sino un límite consecuente (Ley del Candado) a los excesos de las congregaciones religiosas. Ante el desafío colonial que Marruecos conllevaba, a los odiosos abusos de Francia en Fez (1911) replicó con sus órdenes a Silvestre para ocupar Larache sin efusión de sangre. Tuvo siempre claro que si el Protectorado no debía ser una conquista por la fuerza, tampoco podía derivar en un drama para las familias españolas ni en una ruina para el erario público. Afrontó la guerra del Kert (1911-12) y una secuencia de torpezas militares, de las que su corresponden- cia con el general García Aldave prueban su fi rmeza crítica y sentido de la responsabilidad ante el Parlamento. Cuando la paz reinaba en el Rif y él cavilaba sobre los Acuerdos con Francia, la mano cobarde de Pardiñas puso fi n a su vida, matando así al mejor reformismo español desde los tiempos de Prim.

Los precursores. Príncipes y embajadores José Canalejas y Méndez Príncipes y embajadores precursores. Los J. P. D. 25.05.2015

118 Figueroa y Torres, Álvaro de

Madrid, 1863 - 1950

Político y empresario. Ministro de Gobernación.

A Francisco González Postigo

Conde de Romanones. Afamado empresario y líder de los monárquicos liberales. Doctor en Leyes por el Colegio de San Clemente, Bolonia, ingresó en la política bajo la tutela del cons- titucionalista Manuel Alonso Martínez. Su confi anza en sí mismo y notoria agudeza crítica, sin merma de su devoción hacia la Familia Real, le granjearon la confi anza de la reina doña María Cristina y del joven Alfonso XIII. No necesitó ser presidente del Consejo para dictar la política de la monarquía. Entre diciembre de 1905 y enero de 1907 fue cuatro veces ministro (de Gobernación, Gracia y Justicia, Obras Públicas). En noviembre de 1912 presidía su pri- mer Ejecutivo. Llevaba consigo tres ministros fi delísimos: dos íntimos amigos —Bugallal en Hacienda y Luque en Guerra—, más su buen vasallo, García Prieto. Firmado el Protectorado, su prestigio subió tanto como sus títulos en la sociedad Minas del Rif, en cuyo accionariado compartía intereses con las familias García Alix, Güell y la de Claudio López Bru (el segundo marqués de Comillas). Volvió a formar gobierno en 1915-1917 y 1918-1919. Años de guerra y conferencias internacionales para la recolocación de una Europa troceada, de inviable ajus- te. Los primeros lo enriquecieron aún más; las segundas reforzaron su crédito exterior. No aceptó la dictadura pese a consentirla el rey, pues sabía la gravedad de tal consentimiento. Conspiró contra Primo de Rivera. Las quinientas mil pesetas que el dictador le impuso de multa, en 1926, lo hicieron muy popular. Pagó sin agobios: tenía veinticinco veces más. Rin- dió un gran servicio a España al convencer a Alfonso XIII, aquel14 de abril, que el certifi cado de defunción de su régimen era un hecho electoral y era hora de partir. Volvió a ser diputado por Guadalajara. Sus intervenciones en el Congreso de la II República fueron valientes. Nun- ca fue más respetado.

J. P. D. 30.04.2015 Los precursores. Príncipes y embajadores Álvaro de Figueroa y Torres de Figueroa Álvaro Príncipes y embajadores precursores. Los

119 Geoff ray, Léon Marcel

París, 1852 - 1927

Diplomático.

Nacido en el seno de una familia acomodada, mitad empresarial, mitad vieille noblesse, mar- chó pronto a París. Y allí estudió Leyes hasta obtener su doctorado y formar parte de la Corte de Apelación. La solidez de su formación jurídica y la calidad de su argumentación escrita le abrieron las puertas del exigente Quai D'Orsay. Breve estancia en Estambul y, en 1895, a Londres. La crisis franco-británica de 1898 por el incidente de Fachoda (Sudán) no lo sor- prendió, sí las vacilaciones y osadías de sus superiores: el embajador, Paul Cambon, cultiva-

ray ba el pesimismo recurrente; el ministro, Delcassé, defendía el optimismo temerario. La Entente Cordiale de 1904 sintetizó el triunfo de ese pas à quatre (por el presidente Loubet), que salvó a Francia. Seis años después (julio 1910), tomaba posesión, como embajador, en Madrid. Cambio radical: país desmoralizado, sociedad atrasada, hacienda exhausta, política caci- quil, corte habsbúrgica, Gobierno presidido por un modélico liberal pero aislado (Canalejas), ejército proalemán y un joven rey con ganas de cambiarlo todo para situar su país al nivel de las grandes potencias. Si esa España germanófi la y orgullosa obedecía las consignas austro- alemanas para constituir un reino ibérico a expensas del Portugal republicano y, en cuanto Alemania atacase a Francia, movilizaba sus tropas hacia los Pirineos, el hexágono caería guillotinado. Opciones, una sola: el reparto franco-español de Marruecos. En dos años pudo fi rmar esa segunda salvación de Francia. En 1917, difunta la Rusia zarista, amotinado el ejército francés y desbandado el italiano, España volvió a verse tentada por la guerra. Ese siniestro lazo bélico (Berlín-Viena) lo apartó Geoff ray, pero Clemenceau no lo estimó suffi sant e injustamente fue cesado.

J. P. D. Los precursores. Príncipes y embajadores Léon Marcel Geoff Léon Príncipes y embajadores precursores. Los

120 Muley Hafi d: Qué largo y oscuro es el camino hacia la luz

À Jacqueline Loghlam, dit “Zakya Daoud”, avec admiration et tendresse

Hafi d Ben Hassán, Muley

Fez, 1875 - Enghiens-les-Bains, al noroeste de París, 1937

Undécimo soberano alauí.

Nada más fallecer su padre, Muley Hassán, su hermano menor se vio alzado al poder por los perversos designios de Ba Ahmed, el gran visir, interesado en proseguir su «reinado en pala- cio» con aquella persona más indefensa por su adolescencia y carácter, Abdelaziz.

Hafi d, príncipe sin reino ni futuro, compartió con su otro hermano, Muley Mohammed, d destronamientos emparejados con destierros separados. Mohammed encontró refugio entre los montañeses de Tadla, en el Medio Atlas. Hafi d fue hacia el sur presahárico, la tierra de los almohades. Vida sin lujos, también sin estrecheces. Allí se enteró de que le habían concedido autoridad sobre cuanto sus ojos vieran. Todo y nada. Mandar sin poseer. Muley Hafi d tenía entonces (1894) diecinueve años. Bajo un cielo azul cobalto y la inmensidad dorada a su al- rededor, se sintió libre y fuerte, capaz de unir lo más alto con lo más cercano: gobernar en nombre de Dios y en favor de los hombres. El ideal monárquico. Según se fortalecía su cuerpo, así también su alma. Lejos de misticismos, profundizó en las reglas coránicas y juró no faltarlas nunca. Se prometió a sí mismo jamás claudicar en sus derechos de primogenitura al reino de sus antecesores. Aprendió, dudó, estudió y perseveró. Al fi lo del nuevo siglo, se incrementaron las noticias desalentadoras: en todo Marrue- cos, los cónsules de las grandes potencias dictaban la política del Majzén; en Fez no había un único gran visir, sino «tres»: los representantes de Alemania, Francia e Inglaterra. Mientras, su

hermano Abdelaziz despilfarraba el tiempo y el tesoro público con maniática regularidad e Muley Hafi Príncipes y embajadores precursores. Los impavidez infi el. Esas pérdidas en dinero nacional e irrepetibles oportunidades para el pue- blo marroquí endemoniaban al entorno de Muley Hafi d. El aspirante a sultán les contuvo: él estaba preparado; su ejército, no. Por la abruma- dora evidencia de que no existía tal ejército, ni él, consecuente jefe del mismo, veía posibili- dad alguna de encabezarlo. Aparte de armas y dineros, para alistar un ejército se necesitaba una bandera, un compromiso, una misma fe. Además, existía la realidad geoclimática y la político-militar. Las tropas francesas, asentadas en Argelia, se extendían por el Sáhara. Desde 1890 habían llegado al Adrar y el Tagant, incluso hasta los oasis de Atar. Se desplazaban en camellos y exhibían disciplina y método. El venerable Ma el Ainin, aislado en su zauia (cofradía religiosa) de Smara, tenía los días contados: las enseñas francesas ondeaban en Tinduf. Los escuadrones maelainíes, de puro escuálidos que eran, se disolvieron (1906) entre la arena y el viento en cuanto los fran- ceses empujaron con brío y decisión. La fe no bastaba. Tampoco las monedas de plata que, por sacos, Ma el Ainin recogiera en Fez de la mano del asustado Muley Abdelaziz. Los supervivientes de la odisea, la mayoría de las tribus y hasta las nubes mismas marcharon hacia el noroeste (1907). Muley Hafi d dedujo dónde 121

Zauía

Cofradía religiosa, relacionada con Gurugú. Su máximo representante militares, a Segangan, siendo la devoción popular a un santón fue Sidi Mohammed Amezzián, guía enterrado en la kubba (tumba o local o familia de xorfas (plural de los pueblos del Rif en su tenaz mausoleo) familiar. Su recuerdo castellanizado de xérif), resistencia a la penetración intacto permanece, como referente descendientes de Mahoma. Zauía española. Amezzián cayó solo, de ejemplaridad y generosidad, famosa por su trascendencia social adelantado a los suyos, en Alal-u- dignidad y valentía, en la memoria y político-militar fue la de Segangan, Kaddur (15 mayo de 1912). Su nacional de la sociedad marroquí. en la vertiente meridional del cadáver fue trasladado, con honores encontrar esa fuerza de resurrección que tanto le urgía: en las capitulaciones de Algeciras («la Ciudad Verde»); en la ignominiosa rendición de Fez ante las intrigas extranjeras; en la ausencia de ejemplaridad del sultanato, ladrón del ideal marroquí. Y, sin dudarlo, dio la or- den: todos, por pocos que seamos, saldremos de Marrakech. Iremos en pos de nuestro desti- no. En el Atlas o en el fi n del mundo. Allí plantaremos nuestras tiendas y familias, nuestra fe y razón. Y nos será devuelta magnifi cada o en batalla caeremos todos. El desafío de Hafi d era tan epopéyico y refulgía con tal limpieza moral —alzar la ca- beza ante los imperios; recuperar la dignidad patria, convertir a los marroquíes de pueblo amenazado por la esclavitud en pueblo liberado por sí mismo, redimido ante su legendaria historia sin más ayuda que la de Dios y el vigor de la ascesis personal (jihad agbar) —, que los ulemas de Marrakech se convirtieron al «hafi dismo» y a su guía reconocieron como sultán. Bien estaba que Hafi d partiera, pero mejor ungido por la legitimidad, bandera que desde muy lejos se ve. Faltaba entrar en Fez. Abdelaziz contraatacaba con la indiferencia, arma le- tal de Estado, incluso para el que la emplea. d La marcha al norte duró cuatro meses. Una eternidad para los que la realizaron, un relámpago para el que recibió el anuncio de su llegada. Abdelaziz huyó el 30 de agosto de 1908. Aún se dejó maletas por llevar y orgullos por esconder. Muley Hafi d recibió el entusiasmo que todo profeta libertador merece, saludó con emoción a los estandartes de las enardecidas tribus bereberes, sintió erizársele el cabello con los «yu-yu» de cincuenta mil gargantas femeninas, aceptó las fi ngidas felicitaciones de cón- sules y embajadores extranjeros, y, en una pausa, pudo al fi n asearse y comer algo. El hori- zonte de un Marruecos digno y fecundo para sus habitantes le llevó a profundo sueño. Al despertarse, depositó su semilla en tres vientres y volvió a dormirse como torre de fortaleza impávida ante el tiempo. Al día siguiente, la mitad del sueño había muerto por la noche. Le pidieron permiso para enseñarle los libros de contabilidad. Deseó quemarlos: todo eran deu- das y mentiras. Llegaron dos años de ahorros y pesares, a los que siguió la sublevación de algunas tribus descontentas. Descubrió que las guiaba un hermano suyo al que ni conocía. El descon-

Los precursores. Príncipes y embajadores Muley Hafi Príncipes y embajadores precursores. Los tento radicaba en la promesa de saqueo. Como nada le quedaba, nada podían robarle. Pero sitiado seguía. Sin moneda para pagar soldadas ni comprar armas, destronado estaba por segunda vez. El Mokri, gran visir, y sus ministros le aconsejaron pedir ayuda a Francia. Antes la muerte. Pero los sitiadores no cedían y el hambre crecía en Fez. Ganó Francia. Que envió un general justiciero (Moinier) con artillería y ametralladoras como intratables alguaciles. Del ejército sitiador no quedó ni rastro, pero él se sabía cautivo (11 de julio de 1911). Los demás imperios, poderosos o inválidos, acudieron al botín. Alemania enseñaba su bandera de guerra en aguas de Agadir. España, de puntillas, entraba en Larache y Alcazar- quivir. Quiso gobernar con paciencia y disimulo. Francia disimulaba más e impaciente pare- cía: pretendía expulsarle o sustituirle por otro hermano, para que este le matase o encarcela- se de por vida. Pasó el otoño, empezó y murió el invierno y, sin transición, apareció la primavera. Con hoces en lugar de fl ores. Dentuda, bastarda, muda y tuerta, a rastras llevaba el año maldito y con tal grado de maldición intrínseca, que maldecidos quedaron los que lo impusieron y los sometidos: 1912. Aquel 30 de marzo la Francia de Regnault y el Marruecos de Hafi d fi rmaban los plie- gos por los que el segundo aceptaba la «protección» del primero. Un rey, heredero de reyes 122 que dominaron media África y media Europa, protegido por un melifl uo funcionario pavo- neándose con casaca a lo Bonaparte. Deseó ser parte del ayer, pedir el alfanje más cortante y cortarle la cabeza a ese muñeco fi rmante de un documento que a los dos les mataba a la vez. No es que fuese injusto, ni desproporcionado: era un acto venenoso y, como tal, mortal. Hafi d sabía que ingería veneno. Lo sorbió de golpe. Fue honrado con su conciencia y valiente ante su pueblo. Podía haberse cortado las venas en el momento del baño u ordenado que lo matasen al modo clásico. Abdelaziz no volvería; él tenía hij os que guardar al igual que cientos de miles de padres marroquíes. Se debía a ellos, no a su vanidad ni frustración. Regnault solo pensó en su realidad de etiqueta y en repetir su torpe «kikirikí» de gallo aprendiz. Creyó que paladeaba un champán exquisito: el reservado a los vencedores, a los ele- gidos, a los que imponen su ley. Lo sorbió lentamente. Y su recorrido causó idéntico efecto: persistente, inmune ante cualquier tratamiento, siempre doloroso para el cuerpo y el espíritu envenenados. Fue la muerte colonial que afectaría a Francia en una devastadora agonía que duraría cincuenta años: reconocimiento, por el general De Gaulle, el 18 de marzo de 1962, de la independencia de Argelia. Ese fi nal de los imperios europeos empezó en Fez, continuó en El Cairo, Beirut, Damasco, Bagdad y Ammán; siguió en Palestina, a la que dividió en dos por d mandato previsor de la ONU (1946), prosiguió en India y Pakistán (1947), giró sobre sí mismo con violencia autodestructiva y de tan ciclónica furia surgió un país-erizo, rescoldo de brasas perpetuas y anuncio de mayores hogueras (Israel, 1948); de allí fue a liberar las Indias Holan- desas (Indonesia, 1949); capituló en Indochina (1953); reventó en Argelia (1954); tomó otra identidad con el clamor de Marruecos (1956) y, desde el solar del Imperio jerifi ano, dio la vuelta al mundo. Para transformarlo, liberándolo y, en gran medida, para desesperarlo. Mu- ley Hafi d lo intuyó y soñó. Solo así pudo fi rmar en paz el acta de su abdicación el 12 de agosto de 1912. Destronado por tercera y última vez. Otro hermano suyo le sustituía: Muley Yussuf. Se desearon suerte con la mente y cada uno fue por el lado de la historia que le co- rrespondía. Muley Hafi d tenía entonces treinta y siete años. Bien de rostro y mejor de mirada, su cuerpo no tenía tan buen ver: estaba obeso y le costaba andar con agilidad. Su cabeza le reclamaba alegría y descanso. Con la renta anual que Francia le había fi jado tenía para

satisfacer una y pagar otro: 395.000 francos. En la época equivalían a 98.750 pesetas. Supo- Muley Hafi Príncipes y embajadores precursores. Los nía el sueldo de tres tenientes generales del Ejército español con sus trienios y cruces pensio- nadas. Hafi d gastaba lo que hacía falta y en muchos sitios le invitaban. Su aparición era saludada con sonrisas y brindis. Atraía clientes y daba espléndidas propinas. Tuvo que viajar hasta París para fi rmar su expediente como pensionista de Francia. Se demoró y apareció una Alemania invasora, con tal empuje, que sus vanguardias llegaron a veinticuatro kilóme- tros. El Gobierno Viviani, antes de huir, ordenó a Muley Hafi d que huyera también. Le pareció el colmo: los que huían bajo el pánico obligaban a que huyeran los que ningún miedo tenían. Volvió a España. Residió en Barcelona, con viajes esporádicos a Madrid y extensiones hasta Tánger, a las que no podía renunciar. Se convirtió en un personaje muy popular. Se encontra- ba a gusto, sin dejar de asombrarse. España era un país de cuento y sueño, donde la gente se levantaba tarde, comía muy tarde, se echaba larga siesta, volvía a levantarse, cenaba tardísimo y se acostaba de madrugada. En cuanto a problemas, ninguno, porque las obliga- ciones eran pocas o no se atendían. Entrada España en revolución y guerra, marchó a París, que no era Francia, sino el país de París, gobernador intransigente de su resignada patria. Le sorprendió ver las calles y plazas surcadas por el ir y venir de mujeres enlutadas. Las viudas de la guerra. Las había a 123 miles. Un millón cien mil franceses habían muerto en el frente. Cada uno de ellos tuvo su ma- dre o su hermana o una hij a, incluso había viudas con padres y esposos muertos. Volvió a Enghiens-les-Bains, al noroeste de la Ciudad de la Luz. Con más luces que nunca para espan- tar tristezas. Toda Francia transitaba en pena y la mitad velo llevaba. Enghiens no era la ex- cepción: prohibidos los casinos en 1919, Pierre Laval los había autorizado en 1931, con limi- taciones. Ciudad-lago y capital del azar, nadie pescaba allí ni disfrutaba al jugar. La policía le vigilaba con descaro. La policía española le había escoltado y protegido. La francesa le vigilaba y molestaba. Se cansó de la humedad constante, de estrechar manos resbaladizas, de gentes huidizas que escapaban cuando él se acercaba, de mañanas plomizas y tardes tenebrosas, todo gris y opresivo; la vida detenida, la familia desvanecida. Su hermano Muley Yussuf había muerto en 1927. Su sobrino Mohammed era el nuevo sultán. Otro prisionero, otro «protegido». Francia: inigualable en reponer las fi guras rotas para su colección de rehenes. Los alauíes quedarían en dinastía de cautivos. La guerra en España no acababa. Echaba en falta d la bóveda azul celeste de Madrid, ese Marrakech almohade sitiado y cañoneado, con el hotel Palace, donde tantas buenas noches pasara, convertido en hospital de sangre y encima bombardeado; el cosmopolitismo y la elegancia de Barcelona, ciudad con mar y catedral que al cielo llegaba, inmune todavía a los ataques aéreos. Enghiens había sido una pésima decisión. Lo mejor que podía hacer era morirse de una vez. Y es lo que cumplió un domingo de abril de 1937, sin que a Francia le importase y a él dejase de preocuparle Francia. Tres años después, Enghiens y París se rindieron a la vez. Soldados alemanes sustituyeron a los policías franceses. Muerta la Tercera República, había tres Francias: la de Pétain en Vichy, la de Lon- dres con De Gaulle y el Hexágono en sí, sometido al «Protectorado» del Tercer Reich.

J. P. D. 11-17.10.2013 Los precursores. Príncipes y embajadores Muley Hafi Príncipes y embajadores precursores. Los

124 Ejercer el poder sin apartarse del pueblo ni malherir la paz

Muley Hassán I

Fez, 1836 - Tadia, 1894

Octavo monarca de la dinastía alauí instaurada por su fundador, Muley Rachid, en 1666.

Hij o predilecto de su padre, Mohammed IV (1859-1873), a la muerte de este iniciaba su reina- do de veinte años, caracterizado por su afán reanimador de la deteriorada economía marro- quí; la modernización del país; la reforma de las estructuras del Estado; la creación de un ejército y su defensa de la soberanía nacional. Marruecos se hallaba inerme ante las ambi- ciones anexionistas de Francia y Alemania, en menor medida de España, que invertirá su aparente distanciamiento por una decidida intervención, primero humanitaria y asistencial, luego militar y al fi nal de ocupación sobre los territorios del norte. Sin embargo, sus mejores amigos fueron españoles y estos serían sus más leales aliados ante las apetencias extranje- ras: el Padre Lerchundi, los doctores Cenarro y Ovilo.

Asumir el Trono inmerso en duelo, cañonear rebeldías, sufrir los abusos de terceros

Nacido en el Fez de 1836, cuando reinaba su omnipotente abuelo Muley Aberrahman (muer- to en 1859), la convulsa situación social le impidió ofrecer, a su fallecido progenitor, el debido ceremonial coránico. Muley Hassán trocó los ropajes blancos (color de luto) por vestimentas de guerra, acopio de armas, municiones y víveres para sus alertadas tropas. Los motines, iniciados en Marrakech, se extendieron a Mogador y Fez. No eran rebeliones militares ni reli- giosas, sino revueltas populares contra alcaides corruptos y exministros indeseables, caso de Hach Mohammed ben Benzuz, quien salvó su vida refugiándose en el santuario de Muley Muley Hassán I Príncipes y embajadores precursores. Los Idris. Cuestión insólita, que causó estupor entre los diplomáticos acreditados en Tánger, fue la insurrección de los catorce mil curtidores y zapateros de Fez, quienes pretendían dictar leyes y señalarse ellos mismos sus tributos como pueblo soberano. Tras un asalto frontal, que fue rechazado con graves pérdidas para las fuerzas del sultán, acometida que sus obtusos generales pretendían repetir, Hassán I ordenó recurrir a la artillería. Faltaba encontrarla y manejarla con acierto. Seis cañones de bronce no le defraudaron. Casas, cuadras y talleres al suelo fueron y en cuanto la mezquita de los sublevados perdió su torre de un cañonazo, la secesión gremial concluyó. Y Hassán I recibió el título de Amir el Muminin (Comendador de los Creyentes). Doblegar curtidores y zapateros a cañonazos fue cosa sencilla frente a ejércitos hos- tiles mucho más poderosos: las enfermedades pandémicas (cólera, tifus, viruela) y hambru- nas, el défi cit fi nanciero y la continua depreciación de la moneda, más el proteccionismo exclusivista para cientos de marroquíes, que se escudaban bajo otras banderas: la francesa la que más, la británica casi a la par, luego la germánica y la española al fi nal. El hambre se

adueñó de la costa atlántica —media diaria de 15-20 muertos en Mogador y Larache—, los 125

Hach

Dignidad que identifi ca y ennoblece a todo musulmán que ha peregrinado a La Meca. Entraña tal importancia que antecede al nombre y linaje del así distinguido. robos y saqueos se multiplicaron, viajar sin escolta fue considerada acción suicida y cada mansión de persona pudiente se convirtió en una fortaleza. A tan pésimo presente se sumaron las tarjetas de súbdito protegido, justifi cadas pocas (corredores de comercio y representan- tes de empresas extranjeras), subastadas muchas (entre jefes de clanes, criminales en busca y captura o bandoleros enriquecidos) y anheladas todas ellas, arruinaban la credibilidad del imperio jerifi ano y, a la par, deterioraban la imagen social, nacional e internacional de Muley Hassán. En 1876 la situación se hizo insostenible. Mohammed IV había creado el Ministerio de la Guerra y el cargo de comandante en jefe de las fuerzas alistadas (Al-'allaf al-kebir). No por ello hubo cohesionado ejército marro- quí, ni siquiera la mehal-la del sultán parecía fuerza militar, sino suma de fantasiosos guerre- ros, excelentes para ser exhibidos en un desfi le, no para entrar en guerra y ganarla. Su hij o creó el cargo de ministro de Finanzas (Amin al-umana), modifi có la estructura de las Secreta- rías de Palacio (Kuttab al-dawawin) y se decidió por crear el Ministerio de Asuntos Exteriores. Dado que para tal función no se necesitaban masas de artillería ni una intimidante armada, bastó con encontrar una persona fi el, políglota, enérgica y tenaz. Este fue Sidi Mohammed Vargas, cuyo patronímico revela un nítido origen andalusí. Vargas escribió cartas y más car- tas, concedió audiencias y habló durante días, que le parecieron años, con los representan- tes de las grandes potencias. Así nacieron las Conferencias de Tánger: la primera en 1877; la segunda en 1879. Los diplomáticos asistentes, entre ellos el delegado español, Eduardo Ro- mea, interesados estaban en solucionar el contencioso de tarjetas de protección. De la buena fe inicial, que en apariencia sobraba, se pasó a los excesos interpretativos de los textos de referencia —los Tratados anglo-marroquí de 1856 y el hispano-marroquí de 1861—, en los que Romea compitió con Vernouillet, el delegado francés, a ver quién se excedía más en sus demandas a Muley Hassán, por lo que el resultado fueron dos Conferencias para nada y tres años perdidos.

La Conferencia del primer aviso (1880) e imperio becado por sí mismo para ser libre

En octubre de 1879, en una «charla informal», Sackville-West, embajador del Reino Unido en Los precursores. Príncipes y embajadores Muley Hassán I Príncipes y embajadores precursores. Los Madrid, sorprendió a Carlos O'Donnell Álvarez, sobrino del célebre general en jefe del Ejército Expedicionario en 1859, con la proposición de «realizar en la capital de España una Confe- rencia para tratar los asuntos de Marruecos». El ministro de Estado, encantado, comunicó la pasmosa novedad al presidente del Consejo, Cánovas, quien se mostró no menos sorprendi- do. Qué noble gesto el de Lord Salisbury, jefe del Gobierno británico. El gesto no era de Salis- bury, sino de Hassán I, en amable confabulación previa con Sir John Drumond Hay, delegado inglés en Tánger. La documentación consultada orienta hacia esta consideración, por cuanto tan interesado estaba el sultán en salir del atolladero de esas tarjetas proteccionistas de so- berbias, estafas y maldades, como inquieta se hallaba Inglaterra ante la ambición francesa, el continuo acecho alemán y la pasividad española. Preparar una Conferencia, que acogiese a los representantes de trece naciones lleva- ba su tiempo. Hasta el 19 de mayo de 1880 no pudieron abrirse las puertas de Madrid a proposiciones y debates. Marruecos envió una bien preparada delegación, presidida por el ministro Mohammed Vargas, auxiliado por Mohammed Torres —dos andalusíes en al-Mayrit, límite fronterizo al norte de sus antepasados— y españoles leales, caso del doctor Cenarro o 126 españoles aliados en silencio, José Diosdado del Castillo, ministro plenipotenciario en Tánger,

Mehal-la

Fuerza jalifi ana, puesta bajo el Caballería) y tabores (batallones); mando de un militar español con dirigidas, respectivamente, por un rango de teniente coronel o coronel. caíd mía (capitán de compañía o Su ofi cialidad la constituían militares escuadrón) o un caíd tabor españoles y normarroquíes: los (comandante). La selección de sus entonces llamados «ofi ciales moros». efectivos era muy rigurosa y Se estructuraba en base a sus constituía un privilegio social formar mayores unidades de combate: mías parte de tan afamadas tropas, (compañías o escuadrones, según siempre distinguidas en las fuesen tropas de Infantería o sucesivas campañas. laborante en pro de los intereses de España y del imperio jerifi ano. Para evitar que el corzo marroquí fuese devorado por los lobos imperiales. No hubo descuartizamiento, pero mordis- cos, Marruecos se llevó unos cuantos. Los súbditos europeos fueron libres de adquirir bienes inmuebles o tierras sin más límites que su dinero y un visado imperial que nueve de cada diez veces se concedía. Todos los imperios, lo fuesen o lo pareciesen —casos de España, Italia y Portugal— fueron considerados como «nación más favorecida». El resultado fue que las tar- jetas de protección se volvieron totalmente opacas, anticipo de lo que tanto escandalizaría en la España actual. Pervertida en su egoísta planteamiento y embustera en sus formas, la reunión de Madrid concluyó (3 julio 1880) en suma de avisos: a Francia, que supo no recibiría compla- cencia alguna de Inglaterra; Alemania, que tendría enfrente a Francia y en el futuro a Ingla- terra; España, que iría siempre por detrás de Francia e Inglaterra; a Marruecos, que debía fortalecer sus defensas, económicas y militares, porque los invasores le habían invitado a casa de uno de ellos para presentarle sus ambiciones y fuerzas, enormes ambas. Madrid su- puso una gran decepción para Hassán I, aunque le aportó innegable favor: confi rmaba lo presentido: los europeos quieren conquistarnos y creen haber iniciado el reparto de nuestra patria. La réplica, vigorosa, surgía: les demostraremos cuán equivocados están. Muley Hassán llevaba años movilizado frente a tal invasión en puertas. Enviaba har- cas de estudiantes en ciencias y técnicas para que volviesen convertidos en arquitectos e ingenieros, boticarios, fogoneros, impresores, maquinistas, telegrafi stas o maestros armeros. En 1874 salía de Marruecos la primera misión de ilusionados aprendices. A esa primera des- cubierta en pos de conocimientos empíricos siguieron siete más. Entre 1874 y 1888, ocho Misiones de Estudios acogieron a trescientos cincuenta marroquíes. Aprendieron a saber más y cómo enseñar a otros sus nuevos saberes. Fue aleccionador ejemplo de cómo un Estado facilita becas a sus hij os para que estos se engrandezcan como personas, propaguen sus maestrías y así defi endan mejor a su país. El Marruecos de hoy (el de Mohammed VI) hace cosas similares y aún resulta insufi ciente. España no hace nada y pierde hij os, que trabajan para otros estados, mientras ella extravía su futuro. Los precursores. Príncipes y embajadores Muley Hassán I Príncipes y embajadores precursores. Los «Fabricar soldados» no es fácil, engendrar una divisa fuerte y padecer sus males, sí

La seguridad de todo Estado se apoya en una policía preventiva y un ejército bien equipado y entrenado. En el Marruecos de 1880 la policía era contemplativa o represiva; el ejército, solo bienpensante. Hassán I decidió reactivar las reformas iniciadas por su padre, promotor de la cartuchería de Marrakech. Su hij o encontró un armero belga (cuya identifi cación se nos re- siste) para mejorar la productividad de esa factoría. A su vez, utilizó su gran palacio de Fez para instalar una fábrica de armas largas, la célebre «Makina». Su producción no pasó de lo regular, pero en el Magreb se decía que de Fez salían los mejores fusiles de África. Mientras, ofi ciales británicos dirigían la instrucción para artilleros en un cuartel de Tánger. A la par, re- clutas marroquíes eran enviados a Gibraltar para ser instruidos por subofi ciales ingleses. De esas levas e instructores salieron aspirantes a generales los hermanos MacLean. El mayor, Harry, lo consiguió, convirtiéndose en jefe de los Harraba, la Guardia del sultán y cabeza de un ejército limitado a dos mil hombres. Entre 1887 y 1890 llegaron las misiones militares de Italia, Francia, Alemania y Espa- ña (por este orden). Los franceses realizaron osadas descubiertas por el Tafi lalet y la vertiente 127 sur del Atlas; los españoles batallaron en la apertura de pistas y construcción de puentes; los alemanes instalaron baterías de costa en Rabat; los italianos se encargaron del «manteni- miento» de la Makina, afán que les desbordó. No faltaron ahorros ni ganas del sultán para mejorar los puertos, a los muelles dotarlos de grúas y a los faros de espejos refl ectores. Por fi n había luces en las costas del imperio. Hassán I pudo así ondear sus más luminosas bande- ras: guerra al recluimiento y la oscuridad. Todo poder encerrado en sí mismo no solo deja de ser una fuerza libre en sí, sino que es pronto sustituida por otras. Guerras peores eran la fi nanciera y monetaria. En los inicios del Ochocientos, del casi divinizado mitqal, con sus 29 gramos de plata fi na (900 milésimas), fi el vasallo de los manda- mientos coránicos, representante de la más bella faz plateada del Islam imperial, no queda- ban más que piezas sueltas en manos de prestamistas. Sustituido por un mitqal con defi cien- te factura y menor riqueza argentífera (25 gramos en plata de 800 milésimas), fue desdeñado en benefi cio de las monedas creíbles: la peseta española y el franco francés. Este último, en su valor facial de 5 francos, pasó a ser la moneda útil en Marruecos. En 1822, al fallecer Mu- ley Sliman, sexto de los alauíes, la peseta de plata estaba a la par del mitqal. Entonces sobre- vino el primer error funesto: para compensar la carencia de monedas nobles, se incrementó la producción de piezas en bronce, con lo que la devaluación fue inmediata y catastrófi ca en su progresión: en 1844 hacía falta un mitqal y medio para conseguir una peseta. Cuatro años después eran necesarios dos mitqal. La guerra perdida ante la España isabelina en 1860 empobreció a Marruecos, pero no tanto por la indemnización impuesta por el vencedor como por la tramposa mano tendida por Inglaterra, quien facilitó los pagos, pero impuso condicio- nes rastreras: la devolución del crédito debía hacerse en pesetas de plata o francos afi nes. Todo el numerario argentífero marroquí navegó rumbo a Londres. Los ingleses nunca dieron duros a peseta. El défi cit en la balanza comercial se incrementó a causa de las epidemias y la crisis de subsistencias. En 1881 hacían falta dieciséis mitqal para conseguir una moneda de 5 francos. Hassán I tomó una decisión equivocada: acuñar en la Fabrique Nationale de la Mon- naie, en París, una nueva moneda: el rial hassani. Su valor facial equivalía al duro español, pero como su peso era un 20% mayor, la gente que lo tenía dejó de contemplarlo como un Los precursores. Príncipes y embajadores Muley Hassán I Príncipes y embajadores precursores. Los tesoro particular y lo revendía. El que lo compraba, lo revendía a su vez. Como consecuencia, los duros hassani desaparecieron, succionados por los especuladores. En 1893 Hassán I or- denó recoger sus perseguidos hassani. Es tarde: quedan pocos y en el norte ha reventado nueva guerra, que no es suya, sino de los rifeños. Y estos la pierden, como los yebalíes perdie- ron la suya en 1860. Al sultán le tocó pagar las derrotas ajenas.

«Lámpara de Aladino» en Madrid y lealtad de la mejor España: Lerchundi y los suyos

Hassán sabía que había tres españas: dos en minúsculas y la tercera en mayúsculas: las primeras correspondían a industriales y banqueros, encorvados todos por las cargas de co- dicia que a sus espaldas sin alma llevaban; caminantes al compás de políticos aterrados por sus fracasos en Ultramar, preocupados solo de ofrecer al pueblo español otra lámpara de Aladino que, al frotarla, les mostrase la silueta de un imperio de sustitución por el que habían perdido por incompetentes y cobardes. Marruecos por nada. El mejor lenitivo para la mayor 128 de las derrotas que ninguno de los imperios europeos de la época había sufrido. La España en mayúsculas escueta era: pensadores como Azcárate, Carvajal, Coello y Costa. Africanistas ecuánimes y amigos sinceros de Marruecos. Pero había más, sujetos a órdenes diplomáticas, militares o religiosas, que no dudaban en soslayarlas si así benefi cia- ban a millones de seres anónimos a un lado y otro del Estrecho: doctores Cenarro y Ovilo y el Padre Lerchundi, hombre de santidad ejerciente, no solo de iglesia y rezo. El prefecto apostólico de las Misiones de España fue su delegado secreto en aquella embajada ante el papa León XIII, en la que Mohammed Torres fue el embajador alauí y Ler- chundi el representante de la mejor España y del Marruecos más íntegro: el país jamás rendi- do ni vendido ante la amenaza o extorsión. De lo que León XIII y Lerchundi hablaron en Roma, aquel 25 de febrero de 1887, solo Dios y un archivo-montaña lo saben: el Archivio Segreto del Vaticano. En su momento hablará. Hassán I viajó por su reino, premió al valiente o leal y cas- tigó al ladrón o rebelde. Tras un largo periplo por el sur del Atlas, confi ado en su salud, dejó partir de su lado al comandante médico Linarès (Fernand Jean), cuya ciencia y cultura mu- cho respetaba. Linarès volvió a Francia. Y el sultán se reunió (en Tadla, 08.06.1894) con sus antepasados. Tres de sus hij os serían sultanes: Abdelaziz, Muley Hafi d y Muley Yussef. Ningu- no se le aproximó; ninguno logró que los marroquíes olvidasen al sultán de la dignidad, la honestidad y la paciencia.

J. P. D. 26.10.2014 Los precursores. Príncipes y embajadores Muley Hassán I Príncipes y embajadores precursores. Los

129 Larrea y Liso, Francisco

Pamplona, 1855 - Ceuta, 1913

General de división. Pacifi cador del Rif Oriental.

Al general de división Francisco Ramos Oliver, director de la Fundación del Museo del Ejército

Tratadista militar y excepcional conductor de tropas. Formado en el Cuerpo de Estado Mayor, en 1893 se daba a conocer con su Organización Militar de España, donde proponía un ejér- cito mejor instruido y más ágil, dotado con una potente artillería de campaña. Tras combatir en Cuba y Puerto Rico, en 1901 publica, bajo el seudónimo «Efeele», El desastre colonial, estudio crítico de los errores habidos en Ultramar. Destinado a Melilla, le tocó afrontar, entre 1902 y 1908, el laberíntico discurrir de las negociaciones entre los gobiernos conservadores, el empresariado minero y un personaje como El Roghi, sátrapa del Rif. En septiembre de 1909, coronel jefe de una columna que ni a regimiento llegaba, se introduce en la agreste Kelaia (Rif Oriental); y solo con su escolta logra convencer a los notables de Quebdana de las ventajas de compartir paz y seguridad. La gesta de Larrea, al dominar, sin un tiro ni un muerto, un te- rritorio diez veces mayor que el reconquistado por Marina a costa de sensibles bajas, deja estupefacta a España. Ascendido a brigadier, en 1910 organiza las Fuerzas Indígenas. Al su- blevarse el Rif en 1911, intuye que la solución está en tomar Axdir tras un desembarco en las playas de Alhucemas, proyecto en el que coincide con Luque, ministro de la Guerra. La muer- te de Amezzián pone fi n al confl icto (mayo 1912). Siendo ya divisionario, le nombran coman- dante general de Ceuta. El 8 de mayo de 1913 preside, sonriente, la ceremonia de posesión. De madrugada, se siente muy mal. Una bronconeumonía, larvada por tantas noches de acampada al raso junto a sus soldados, se manifi esta con virulencia y lo mata en pocas ho- ras. Larrea pudo ser el Lyautey hispano. Los precursores. Príncipes y embajadores Francisco Larrea y Liso Larrea Francisco Príncipes y embajadores precursores. Los

J. P. D. 10.04.2015

130 León y Castillo, Fernando, marqués del Muni

Telde, Gran Canaria, 30 de noviembre de 1842 - Biarritz, Francia, 12 de marzo de 1918

Abogado, diplomático y político del partido liberal. Diputado y ministro de Ultramar y Gobernación. Embajador en París.

Nació en el seno de una familia de orígenes aristocráticos relativamente acomodada de la isla de Gran Canaria. El matrimonio formado por José María León y Falcón y Josefa del Cas- tillo-Olivares Falcón vivía en Telde a cargo de una de las fi ncas del mayorazgo familiar. Desde muy niños, tanto Fernando como su hermano Juan fueron impulsados por sus padres para que por medio del estudio se labrasen un porvenir. Juan llegó a ser un ingeniero de gran pres- tigio en las islas, mientras que Fernando se orientó hacia el derecho y ambos actuaron en política, Juan en el ámbito canario y Fernando en el nacional. Tras sus estudios iniciales en el colegio de los agustinos de Las Palmas, donde fue condiscípulo de Pérez Galdós, Fernando León y Castillo se trasladó, en 1860, a Madrid, ma- triculándose en la Facultad de Derecho de la Universidad Central, donde se licenció en 1865. Inmediatamente comenzó a trabajar como funcionario en el Ministerio de la Gobernación. En el desconcierto que siguió a la revolución de 1868 ocupó, durante breves periodos, los gobier- nos civiles de Granada y de Valencia. Durante sus años de formación universitaria y primeros pasos profesionales, León y Castillo se introdujo en los ambientes culturales y políticos de un Madrid en plena ebullición. Colaboró en el diario El Imparcial, fue editor y copropietario de la Revista de España y dirigió Las Canarias. Políticamente se orientó hacia el liberalismo, estableciendo relaciones con des- tacadas fi guras de ideario progresista como Silvela, Moret, Echegaray, Salmerón o Nocedal, en sus primeros años. En este ambiente intelectual, desde la tribuna de la Academia de Juris- prudencia presentó su trabajo El cristianismo y la abolición de la esclavitud, consagrándose como un brillante orador, lo que le abrió el camino de la política activa. En 1873, a la cabeza del Partido Liberal Canario, obtuvo por primera vez un acta de di- putado por el distrito de Guía en Gran Canaria. En 1874 fue nombrado subsecretario del Minis- terio de Ultramar. En febrero de 1881, con la llegada de Sagasta a la Presidencia del Gobierno,

fue designado ministro de la misma cartera, puesto que ocuparía hasta enero de 1883, fecha marqués del Muni y Castillo, Fernando León Príncipes y embajadores precursores. Los de la vuelta de Cánovas al gobierno. En esos años, las islas Canarias dependían, como otros territorios no peninsulares, del Ministerio de Ultramar. Desde su puesto de ministro, Fernando León y Castillo puso en vigor diversas medidas, entre ellas la rectifi cación de la Ley de Puertos, que favorecieron el desa- rrollo del archipiélago al permitir la creación del puerto de Las Palmas, en cuya construcción participó como ingeniero su hermano Juan. En octubre de 1886, nuevamente con Sagasta en la Presidencia del Gobierno, León y Castillo fue designado ministro de la Gobernación, cargo que ocupó hasta noviembre del año siguiente. El mismo Sagasta fue quien le propuso dejar la política nacional para pasar a ocupar el puesto de embajador en París. Desde 1887 hasta su muerte en 1918 Fernando León y Castillo fue el representante ofi cial de España en Francia durante cuatro periodos. El primero, de noviembre de 1887 a 131 agosto de 1890, concluye cuando vuelven al poder los conservadores de Cánovas. Son años de relativa tranquilidad en el concierto internacional y las relaciones con Francia son cordia- les, aunque ya en el horizonte asoman las diferencias entre ambos Estados por el futuro de Marruecos. El francófi lo León y Castillo mantenía buenas relaciones con el presidente de la República, Carnot, logrando que la Francia republicana ejerciese vigilancia sobre Ruiz Zorri- lla y otros republicanos españoles exilados en Francia. El segundo periodo, otra vez con Sagasta en el poder, se extiende desde diciembre de 1892 hasta fi nales de 1895, siendo uno de sus mayores logros la fi rma en 1894 del denomi- nado modus vivendi por el que se regulaban las relaciones comerciales entre ambos países. Debe destacarse la particularidad de que, cuando en marzo de 1895 los liberales deben ceder el poder a los conservadores, Cánovas considera que uno de los cometidos que en ese momento desarrollaba Fernando León y Castillo, las negociaciones con el embajador japonés en París para fi jar el límite entre las aguas territoriales japonesas y las correspon- dientes a Filipinas, es un servicio a España que no debe quedar sujeto a las veleidades de los cambios de Gobierno en Madrid y le mantiene en el puesto hasta la conclusión de las negociaciones. A la muerte de Cánovas en agosto de 1897, cuando junto con las insurrecciones en Cuba y Filipinas se cernía la amenaza de una intervención de los Estados Unidos, fueron nuevamente llamados al poder los liberales de Sagasta. El mismo León y Castillo nos cuenta en sus memorias cómo Sagasta le ofreció la cartera de Estado para luego plantearle los pro- blemas que surgirían si él fuese ministro de Estado en un Gobierno en el que Moret, con el que León y Castillo mantenía pésimas relaciones, lo fuese de Ultramar. Esta incompatibilidad le forzó a renunciar y a emprender un nuevo periodo, sin duda el más signifi cativo, como emba- jador de España en Francia. Desde la embajada en París fue testigo, sin participar en ellas, de las negociaciones que, en el otoño de 1898, culminaron con la pérdida de las provincias ultramarinas. La dele- gación española, presidida por Montero Ríos, debió aceptar todas las exigencias norteameri- canas. León y Castillo constató como la política de neutralidad seguida por Cánovas y Sa- gasta había dejado a España aislada y sin aliados en su enfrentamiento con los Estados Unidos. En marzo de 1900, León y Castillo fi rmó con el ministro francés de Exteriores, Théophi- le Delcassé (ver biografía), un tratado por el que se defi nían los límites de las posesiones es-

Los precursores. Príncipes y embajadores Fernando León y Castillo, marqués del Muni y Castillo, Fernando León Príncipes y embajadores precursores. Los pañolas en el golfo de Guinea y en el Sáhara Occidental. Este tratado fue muy criticado en España al considerar que privaba al país de territorios que le pertenecían. En realidad, la fi rma del tratado fue un éxito de León y Castillo, ya que España no había hecho acto de pre- sencia en la mayoría de los territorios que reclamaba y solo la benevolencia francesa permi- tió llegar a un acuerdo en un momento de máxima debilidad española. Así lo debió de enten- der el Gobierno español, ya que como recompensa a su actuación otorgó a León y Castillo el título de marqués del Muni. Tras su enfrentamiento con Inglaterra a causa del incidente de Fachoda, Francia bus- caba llegar a acuerdos con otros países que le permitiesen hacerse con el control de Marrue- cos. A este propósito obedecían los dos acuerdos fi rmados por Francia con Italia y con Espa- ña en 1902. Por el primero, Francia aceptaba la ocupación italiana de la actual Libia a cambio de que Italia aceptase la presencia francesa en Marruecos. Por el segundo, España y 132 Francia llegaban a un acuerdo por el que se repartían, casi al cincuenta por ciento, el territorio marroquí, llegando el límite de lo que se asignaba a España hasta el río Sebú, incluyendo la ciudad de Fez. De nuevo, las buenas relaciones personales entre León y Castillo y Delcassé facilitaron este acuerdo. Sorprendentemente, este favorable tratado no fue ratifi cado por el nuevo Gobierno español encabezado por el conservador Silvela, posiblemente para no gran- jearse la hostilidad británica. A pesar de esta falta de acuerdo, Silvela, en el poder desde diciembre de 1902, insistió en que León y Castillo continuase como embajador de España en París, a lo que accedió, tras algunas resistencias, previa mediación de Sagasta y de la misma reina regente. En 1904 volvió al primer plano la cuestión de un acuerdo entre Francia y España sobre Marruecos. Sin embargo, ahora la situación internacional era distinta. En abril de ese mismo año, Francia y Reino Unido habían fi rmado un acuerdo dejándose mutua y respectivamente «manos libres» en Marruecos y en Egipto. Por consiguiente, la posición española durante la negociación era mucho más débil que en 1902 y, en consecuencia, los territorios ofrecidos por Francia mucho más reducidos. En realidad, la asignación a España de una reducida parte de Marruecos obedecía más al interés británico en evitar la presencia cerca de Gibral- tar de una gran potencia como Francia que a la benevolencia hacia España de esta última. Nuevamente, León y Castillo representó los intereses españoles en estas negociacio- nes, esforzándose en que, al menos, en los reducidos territorios que se le asignaban España tuviese las mismas atribuciones que Francia en los suyos. A pesar de que, según lo expresado en sus memorias, las condiciones del convenio no le satisfacían, siguiendo órdenes del Go- bierno español León y Castillo lo fi rmó el día 3 de octubre de 1904. Este acuerdo fue el primer paso de la presencia española en Marruecos, pero hasta llegar a la fi rma del tratado fran- co-español de noviembre de 1912, que daba respaldo legal a la presencia española en ese país, serían necesarios nuevos acuerdos y formalidades. La hostilidad alemana a lo que se había acordado sobre Marruecos se plasmó en el desembarco, en marzo de 1905, del káiser Guillermo II y en sus declaraciones por las que garantizaba la independencia de Marruecos. Esta crisis se cerró, aunque fuese en falso, por la Conferencia de Algeciras de 1906. Fue León y Castillo quien propuso que se celebrase en la ciudad andaluza, aunque no tuvo una parte activa ni en el acuerdo franco-español de septiembre de 1905, por el que se fi jaba la postura común a mantener por ambos países durante la conferencia, ni en el desarrollo de la misma. León y Castillo cesó como embajador en 1910, por lo que no participó en la fi rma del

Tratado de Protectorado de noviembre de 1912. Sí había sido el fi rmante del acuerdo fran- marqués del Muni y Castillo, Fernando León Príncipes y embajadores precursores. Los co-español de 16 de junio de 1907, semejante a otro anglo-español de la misma fecha, por los que los tres países se garantizaban la defensa de sus posesiones mediterráneas y de las islas Canarias. La fi rma de este acuerdo, consecuencia de la entrevista de Cartagena, en abril de ese mismo año, entre Alfonso XIII (ver biografía) y el monarca británico Eduardo VII, venía a ser una casi postrera satisfacción para León y Castillo, quien a lo largo de toda su carrera diplomática siempre había tratado de que España abandonase su política de aislamiento y se integrase en algún tipo de alianza. Aún volvería el marqués del Muni una cuarta vez a la embajada de París. Si durante la Primera Guerra Mundial la mayoría de los políticos españoles se habían esforzado por mante- ner la neutralidad, en diciembre de 1915 llegó al poder el Partido Liberal, con el conde de Ro- manones como presidente del Gobierno. Romanones, partidario de la Entente, volvió a recurrir al francófi lo León y Castillo para representar a España en París. Sin embargo, las tendencias 133

Tratado hispano-francés de 1912

Acuerdo diplomático-jurídico pero, sobre todo, por la aceptación español y francés. El Tratado adoptado en Madrid el 27 de previa de las potencias vigilantes de fue fi rmado por el embajador noviembre de 1912 que sirvió de tal resolución: la Inglaterra del rey francés León Marcel Geoff ray y el base para la consolidación de los Jorge V y la Alemania imperial de político liberal Manuel García Prieto, derechos sobre Marruecos decididos Guillermo II. A raíz de la fi rma de ministro de Estado en el Gobierno por España y Francia según el estos acuerdos y el visto bueno de del conde de Romanones. Convenio Hispano-Francés fi rmado los imperios europeos, quedaron en París el 3 de octubre de 1904, instaurados los Protectorados belicistas de Romanones fueron desactivadas tanto por el desinterés franco-británico por la participación militar de España a su lado como por la voluntad de Alfonso XIII, que en abril de 1917 hizo caer del poder a Romanones, sustituyéndole por García Prieto. Fernando León y Castillo falleció en Biarritz, a los setenta y seis años de edad, el 12 de marzo de 1918. A lo largo de su vida recibió numerosas condecoraciones y recompensas, tanto espa- ñolas como extranjeras. Sin duda, las más importantes fueron el título de marqués del Muni, que se le otorgó en 1900, y el Toisón de Oro que se le concedió en 1910.

J. A. S. Los precursores. Príncipes y embajadores Fernando León y Castillo, marqués del Muni y Castillo, Fernando León Príncipes y embajadores precursores. Los

Bibliografía

León y Castillo, Fernando, Mis Morales Lezcano, Víctor, León y tiempos (2 vols.), Las Palmas de Castillo embajador (1887-1918), Las Gran Canaria, Cabildo Insular Palmas de Gran Canaria, Cabildo 134 de Gran Canaria, 1978. Insular de Gran Canaria, 1998. Marina Vega, José

Figueres, Girona, 1850 - Madrid, 1926

Capitán general.

Al subteniente Carlos Javier Puente de Mena, jefe de archivistas en el AGMS (Archivo General Militar Segovia)

Muy distinguido en Filipinas y Cuba. General gobernador de Melilla desde 1905. La agresión rifeña del 9 de julio de 1909 contra los obreros españoles le exaspera. Desacertado en su ré- plica táctica, la empeora al ordenar a la fl otilla de cañoneros que bombardee los aduares de la costa. El Rif se infl ama de ira y cerca Melilla. El envío de refuerzos acaba en desastre: el general Pintos no le expone sus dudas y él no se adelanta a despejárselas. Muere Pintos en el Barranco del Lobo. En siete días de combates, 1.076 bajas. Arde Barcelona y llora España. Pero reconquista el Gurugú, ocupa Zeluán y recupera la confi anza del país. Ascendido a ca- pitán general, la prensa le ensalza y en las calles se le vitorea. Tras dimitir Alfau como alto comisario, le es ofrecido (15 agosto 1913) el puesto. Comprende la urgencia de negociar con El Raisuni. Y a Sidi Alkalay, persona de confi anza del jerife, le hace llegar su salvoconducto. Días después, los cadáveres del emisario raisunista y su ayudante, El Garfati, aparecen se- misumergidos, maniatados y lastrados en el Méxera. Marina se enfurece y acusa a Silvestre de complicidad. Silvestre nombra una comisión que preside el comandante Orgaz. La trama se descubre: Luis Ruedas Ledesma, capitán de la Policía Indígena, con dos de sus ofi ciales, confabulados con Dris er Riffi , bajá de Arcila, habían urdido el doble asesinato, ejecutado (12 mayo 1915) cerca de Cuesta Colorada. Dato, jefe de un Gobierno asustado, no encuentra mejor salida que aceptar la dimisión de Marina y a Silvestre exigirle la suya. Para colmo, Ruedas fue excarcelado. En el juicio que afrontó en 1924 supo Marina mostrarse digno y va- José Marina Vega Príncipes y embajadores precursores. Los leroso al denunciar tales apaños. Y quedó absuelto. Alfonso XIII sabía bien que estaba en deuda con Marina y el Ejército igual. Y por eso se le concedió la Gran Cruz Laureada de San Fernando; condecoración luego cedida por la familia Marina al general Franco, a quien se la impuso el bilaureado general Varela en el primer desfi le de la Victoria (19 mayo 1939).

J. P. D. 31.05.2015

Aduar Policía Indígena

Unidad social y administrativa constituir su propia yemáa Fuerza creada por un Real Decreto compuesta por uno o varios clanes (asamblea comunitaria), aunque del 31 de diciembre de 1909 para agrupados en viviendas familiares, esta Cámara Popular solo garantizar el orden público y que conforman un poblado (dxar). El alcanzaba su máxima infl uencia mantener la paz entre las cabilas. En hábitat de estos poblamientos era administrativa, doctrinaria y política, la práctica, por la naturaleza sedentario en todas aquellas tierras cuando a la misma acudían la combativa de sus integrantes, se 135 fértiles: territorios del Garb totalidad o mayoría de los chiuj convirtieron en tropas de choque y, premarítimo (fachada atlántica); (jefes) del conjunto de la tribu. a tal extremo, que llegaron a tierras bajas del Lucus; valles y constituir, junto con las Fuerzas de serranías de Yebala y Gomara; Rif Regulares, el único ejército Central (huertas del Guis, Nekor y combatiente en Marruecos dada la del Kert). En el Rif Oriental, la aridez bisoñez y defi ciente instrucción de del terreno y la escasez de los reclutas españoles. Este hecho, precipitaciones forzaban el que fue a más a partir de 1919, se nomadismo de sus pobladores, convirtió en factor de grave tribus de los Beni Bu Yahi y Metalza. desmoralización para las tropas Algunas tierras se consideraban españolas. Los abusos cometidos propiedad privada, tipo melq, pero —retrasos de cuatro meses en el otras formaban el bled yemáa, cobro de sus pagas y tratos terrenos administrados por la degradantes consentidos por colectividad, supervisada por un algunos ofi ciales— sobre estos Consejo de Notables. Una contingentes indígenas forzarían su agrupación de aduares podía casi masiva deserción en 1921. I.IV Heridas tempranas

136 Noval Ferrao, Luis (el cabo Noval)

Oviedo, 16 de noviembre de 1887 - Zoco el Had de Beni Sicar, Marruecos, 28 de septiembre de 1909

Cabo de Infantería.

A principios del siglo XX Marruecos estaba sumido en la anarquía. El débil Gobierno del sultán no era capaz de someter a las cabilas rebeldes a su autoridad, lideradas por cabecillas que ejercían su control sobre determinadas zonas del territorio. Es el caso de El Rogui Bu-Hamara (ver biografía), que se declaraba pretendiente al trono y en 1907 concede a dos compañías, una española y otra francesa, derechos de explotación sobre unas minas de plomo y de hie- rro cercanas a Melilla. En 1908 se inician los tendidos de las vías férreas para unir Melilla con los yacimientos mineros bajo la creciente oposición de los cabileños contrarios a las explota- ciones, que alcanza su punto culminante con el asesinato de varios obreros el día 9 de julio de 1909. La guarnición de Melilla reacciona con rapidez, establece unas posiciones defensivas en las faldas del Gurugú y es inmediatamente reforzada desde la Península. Los ataques rifeños, tanto a las posiciones como a las líneas férreas, provocan duros enfrentamientos en los que las fuerzas españolas sufren numerosas bajas, a la vista de lo cual el comandante general decide suspender las operaciones, reorganizar sus fuerzas y solicitar refuerzos. A primeros de agosto de 1909 se entra en una fase de relativa tranquilidad durante la que llega a Melilla, entre otras unidades, la Segunda División Expedicionaria al mando del general Álvarez de Sotomayor, a cuya Segunda Brigada pertenece el Regimiento de Infantería Príncipe n.º 3 que pone pie en Melilla el día 14 de septiembre. Con él llegaba el cabo de Infantería Luis Noval Ferrao. Luis Noval había nacido en Oviedo el 16 de noviembre de 1887. Es el segundo de los tres hij os del matrimonio formado por Ramón Noval Suárez, conserje de la Escuela de Artes y Ofi cios de la capital, y Perfecta Ferrao. María del Olvido es la hermana mayor de Luis y Julio el pequeño de la familia. Cursa sus primeras letras en un colegio de la localidad y con dieci- Ferrao Noval Luis Heridas tempranas precursores. Los siete años de edad pasa a la Escuela de Artes y Ofi cios para ingresar después en la de Bellas Artes, adquiriendo el ofi cio de ebanista. Al parecer, observa en estos centros docentes una puntual y asidua asistencia, así como un buen comportamiento y aplicación. Manifi esta un carácter humilde y complaciente, pero también una decidida voluntad en el cumplimiento del deber. Es fi liado como quinto para el reemplazo de 1908 y por Real Orden de 5 de febrero de 1909 es llamado a fi las, incorporándose al Regimiento de Infantería Príncipe n.º 3, de guarni- ción en Oviedo, el día 4 de marzo, siendo destinado a la 3.ª Compañía del 2.º Batallón. Medía 1,645 metros de estatura y pesaba 58 kilos. El día 11 de abril, transcurridos treinta y siete días desde su ingreso en fi las, presta juramento de fi delidad a la bandera y en la revista de septiembre, seis meses después de entrar por primera vez en el cuartel, es ascendido a cabo por elección, siendo destinado a la 4.ª Compañía del 1.er Batallón. El 10 de septiembre parte con su compañía desde la estación de ferrocarril de Oviedo rumbo a Málaga, ciudad a la que llega el día 13, embarcando seguidamente en el vapor Ciudad de Cádiz para poner pie en Melilla el día 14, aproximadamente seis meses y medio 137 después de sentar plaza como recluta. Ese mismo día está en el campamento de Cabrerizas. Al día siguiente, Luis Noval escribe a su hermana Olvido:

Melilla, 15 de septiembre de 1909.

Querida hermana: Me alegro que al recibo de estas cuatro letras te halles disfrutando de la más completa salud, como yo para mí deseo, la mía, gracias a Dios, es buena. Olvido, ésta tiene el objeto de manifestarte que llegué a ésta sin novedad, después de haber hecho un viaje muy feliz y muy divertido. Olvido, estamos en el campamento muy divertidos. Sólo nos faltaba que se marcharan una plaga de mosquitos que nos están abrasando y no nos deja comer y nos dieran agua, pues ya llevamos treinta horas y nada más hemos bebido un vaso de agua. Y sin más por hoy, no te digo más y se despide de ti este tu hermano que te quiere. Luis Noval. Señas: Melilla, campo de operaciones, Regimiento del Príncipe n.º 3, 4.ª compañía, 1.er batallón.

El cabo, que gozaba de buena salud, se revela en esta carta como una persona de carácter optimista y que está contenta, pues no se puede entender de otra forma que califi que de «muy feliz y muy divertido» un viaje de cuatro días en los medios de transporte de la época. Probablemente se estaría acordando de los entusiastas recibimientos en las estaciones de las ciudades por las que pasaron, con acompañamiento de bandas de música, y de las múl- tiples y variadas anécdotas que, sin duda, hubo durante el viaje. Utiliza también la palabra «divertidos» para su vida en el campamento. Seguramente quiso decir que estaban muy «entretenidos» u «ocupados» en las múltiples tareas y activida- des a las que tenían que hacer frente. Pero al denunciar las malas condiciones de salubridad del campamento, que les difi cultan comer, y las defi ciencias del abastecimiento de un ele-

Los precursores. Heridas tempranas Luis Noval Ferrao Noval Luis Heridas tempranas precursores. Los mento tan importante en el mes de septiembre en Melilla como es el agua, lo hace sin acritud, sin agresividad, haciendo gala de una fi na y hasta cierto punto amarga ironía, como la del soldado Miguel de Cervantes cuando, en el «Curioso discurso que hizo Don Quij ote de las armas y las letras» (Cap. XXXVIII, 1.ª parte), abundando en el sacrifi cio y el sufrimiento inhe- rentes al ejercicio de las armas, Don Quij ote destaca las adversas condiciones de la abnega- da vida del soldado: su economía irregular y menguada; su pobre vestido y el hambre. En medio de este panorama de sacrifi cios, Don Quij ote encuentra la belleza de las palabras para presentar, con amarga ironía, las incomodidades con las que el soldado disfruta de su merecido descanso:

... pues esperad que espere que llegue la noche para restaurarse de todas estas incomodidades en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de estrecha; que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere, y revolverse en ella a su sabor, sin temor a que se le encojan las sábanas.

El cabo Noval, aunque no lo dice, también dormía en el suelo y no se le encogían las sábanas. 138 Las Reales Ordenanzas califi can la abnegación y la austeridad como «virtudes necesarias» en el militar. Y a decir verdad, el cabo de reemplazo Luis Noval parecía poseer estas virtu- des en grado elevado. El día 20 de septiembre se reinician las operaciones en fuerza en la península de las Tres Forcas, durante las que el Regimiento Príncipe permanece en reserva en la entrada del valle del río de Oro, replegándose sobre Rostrogordo a la fi nalización de la operación. Desde ese lugar, el cabo vuelve a escribir a su hermana:

Melilla, 22 de septiembre de 1909.

Queridísima hermana: He recibido tu cariñosa carta, la cual me produjo mucha alegría al saber que estás buena, en lo que me alegro mucho, pues yo a Dios gracias estoy bueno. Olvido, de lo que me dices de que en casa están intranquilos, pues no tienen por qué estar, pues les escribí un día antes que a ti, así que con esta fecha les vuelvo a escribir otra vez. Olvido, he recibido tu carta en el momento de salir del combate que tuvimos el día de San Mateo, del cual salí sin novedad pero sí con un poco de hambre y sed. Sólo te digo que salimos del campamento con dos chorizos y cinco galletas más duras que las piedras, así es que en tres días que hace que salimos del campamento sólo nos han dado dos ranchos y tres vasos de agua y, además, nos hacen trabajar todo el día como si fuéramos de hierro y no sólo eso, que además tenemos que hacer guardia de noche, así que las pocas horas que tengo libres no tengo gracia de escribir a nadie, así es que el primer día que tengo libre lo dedico para escribir a todos los amigos y a Felipe. No te escribo más por no tener tiempo, en estos momentos tengo que formar. Olvido, darás muchos recuerdos a Gerardo cuando le escribas. Te abraza tu hermano que te quiere mucho, Luis.

Analicemos esta carta, que tiene algunas diferencias con la anterior. En primer lugar, extrema Ferrao Noval Luis Heridas tempranas precursores. Los las muestras de cariño hacia su hermana, que parece ser la «portavoz» de la familia, y trata de minimizar los riesgos que corre, algo normal en un joven con su forma de ser, y aunque parece no entender la intranquilidad familiar, comprensivo, no obstante, vuelve a escribir para tranquilizarla. De momento, no disponemos de esas cartas. Interesante la referencia a la festividad de San Mateo para señalar la fecha del combate, muy en consonancia con su de- seo de escribir a los amigos. San Mateo es el día grande de fi esta en Oviedo, día de salir con los amigos a divertirse. Nuestro cabo echa de menos su ciudad y a sus amigos y, además, se le nota cansado y agobiado por la escasez de tiempo de descanso, hasta tres veces hace mención a esta circunstancia. La logística y la planifi cación son un desastre y en su denuncia todavía hay ironía o intención de suavizar con ese «con un poco de hambre y sed» los duros términos acusatorios «sólo nos han dado» o «nos hacen trabajar todo el día» que utiliza. Lla- ma la atención que en ambas cartas hace referencia a los problemas con la comida y, sobre todo, a la falta de agua, y no a otros aspectos de la guerra, pero quizás en esta nos explique el signifi cado de la expresión «divertidos» de la carta anterior: trabajar y hacer guardias. Pero este momento de debilidad no le hace faltar a su deber. Sigue siendo un cabo abnegado, austero y disciplinado y acude presto a formar: el Regimiento sale a combatir. 139 El Regimiento Príncipe, con el cabo Noval, va en vanguardia de la División Sotomayor junto a otras unidades y rápidamente ocupa la posición de Zoco el Had de Beni Sicar a costa de tan solo cinco bajas. Al parecer, el día 25 el cabo Noval escribe una carta a su padre, de cuyo original hasta el momento no se dispone, en la que después de referir el fuego incesante que sostuvieron el día de San Mateo para desalojar de unas trincheras al enemigo, del que salió ileso «gracias a Dios», pide a su progenitor que le cuente cómo estuvieron de animadas las tradicionales fi estas del santo patrono de la ciudad y le transmite sus esperanzas de un pronto y feliz regreso. Es fácil suponer que esta carta es la que anuncia en la anterior del día 22 y que no puede escribir con esa fecha por no tener tiempo. Incide y desarrolla un poco más el asunto del combate el día de San Mateo, pero al no disponer del original, no podemos deducir clara- mente a qué acción concreta se refi ere y si él participó de forma activa o escribe en términos generales. Lo que sí está claro es que escribe la carta en el campamento de Cabrerizas-Ros- trogordo y que añora su ciudad, sus fi estas y a sus amigos. Esas son sus verdaderas preocu- paciones, acordes con su edad. Todo parece ir bien, pero los cabileños deciden atacar por sorpresa. La posición tenía en su fl anco derecho dos atrincheramientos, uno guarnecido por tres compañías del Príncipe y el otro, a unos doscientos metros de este y algo retrasado, lo estaba por una cuarta compañía. No se había completado la organización defensiva y para cubrir los espacios en los que no existían atrincheramientos, aunque los cerrasen alambradas, por la noche se establecían puestos de centinelas dobles, continuamente recorridos por patrullas. En la noche del 27 al 28, la patrulla la componían, alternándose en el recorrido, el cabo Luis Noval y el soldado de primera José Gómez. Eran las 2.30 horas del día 28 cuando el cabo Noval llega al último puesto de los seis que cubrían el intervalo entre los atrincheramientos. Lo ocupan los soldados Manuel Patiño y Manuel Fandiño. En ese momento, aparece un grupo de cabileños que dispara contra las posiciones españolas, que responden al fuego. El soldado Patiño le dice al cabo que debían retirarse porque allí sufrían los efectos de los fuegos cruzados entre ambos contendientes, a lo que se opone el cabo diciendo que no, que le parecía que aquello no era nada. Sin embar-

Los precursores. Heridas tempranas Luis Noval Ferrao Noval Luis Heridas tempranas precursores. Los go, al ver el cariz que tomaban los acontecimientos y advertir la presencia de más enemigos, determinó abandonar el puesto, ordenando a los soldados que le siguieran. No lo hizo así el soldado Fandiño, que se refugió en una pequeña trinchera unos veinticinco metros a reta- guardia, y solamente Patiño siguió al cabo en dirección a la alambrada de la posición ocu- pada por la 4.ª Compañía, buscando la entrada. Los ocupantes de la posición abren fuego sobre el cabo y el soldado, viéndose el pri- mero obligado a gritarles para darse a conocer: «¡Viva España! ¡Alto el fuego! ¡No tiréis, que somos españoles!». Era el caso que en la misma dirección y detrás de ellos avanzaba un grupo de enemigos. El soldado Patiño, al advertirlo, se arroja al suelo y gritando a los de la posición «¡No tiréis, soy de la 4.ª del 1.º!», se mete entre las alambradas y salva el obstáculo. El cabo, ya solo, continúa bordeando la alambrada seguido de cerca por los enemi- gos, momento en el que ve aparecer, frente a él, otro grupo más numeroso que avanza dicien- do, al igual que los que le seguían: «¡No tiréis, que somos españoles!», con la clara intención de engañar a los defensores de la posición. El teniente jefe de esta distingue en la oscuridad el uniforme del cabo y a un grupo de personas que le seguía, que supuso sería un pelotón que había salido a rechazar al grupo 140 enemigo que avanzaba en dirección opuesta, por lo que ordena: «¡Alto el fuego!».

Zoco

Del árabe sūq, mercado. Centro recibía información del mundo neurálgico de la actividad exterior. Según aquellas cabilas que económica y social. En los zocos fuesen limítrofes entre sí, los zocos (aswāq) no solo se compraban y cubrían todos los días de la semana, vendían toda suerte de productos incluso los viernes, día de comunes agrícolas y bienes avícolas o plegarias en la mezquita. ganaderos sino que también se Se produce el silencio. En ese instante, se oye la voz del cabo Noval ordenando a sus com- pañeros que abran fuego sobre los que le rodean, que son moros. Y apuntando su fusil hacia el grupo que venía a su frente, hizo uno o dos disparos. Los defensores abren fuego y ven caer al cabo herido de muerte exclamando: «¡Ay, madre mía!». Y después, varias veces: «¡Viva España!». Al terminar los combates de ese día, en los que el enemigo es rechazado a costa de importantes bajas propias, un pelotón al mando de un sargento sale a recoger el cadáver del cabo Noval, que estaba boca abajo y tan fuertemente agarrado a su fusil armado con la bayoneta, que fue difícil desprenderlo de sus manos; a pocos metros se encontraba un moro muerto con su armamento y una herida por arma blanca en el pecho; la bayoneta del cabo Noval estaba ensangrentada. El cabo había recibido tres impactos de bala de fusil Mauser, al menos uno de ellos mortal de necesidad. Por Real Orden de 19 de febrero de 1910 se le concede la Cruz de 2.ª clase de la Or- den Militar de San Fernando. Luis Noval era un militar de reemplazo, no un profesional, no había hecho de la milicia su modo de vida y sin embargo, en unos pocos meses, supo interiorizar y ejemplarizar las virtudes que deben guiar la conducta de todo aquel que se entrega al servicio de las armas. Dice el fi ló- sofo Fernando Savater que el héroe, el excelente, es quien posee las virtudes, no cada una de sus acciones: no se llega a ser virtuoso por ejecutar acciones acordes con los principios morales, sino que se llega a realizar actos que servirán como ejemplos de virtud porque se es virtuoso. Las virtudes y los valores morales no son privativos de los soldados y de la milicia, lo son de todo ciudadano de bien y de una sociedad de la que sus soldados no son más que un fi el refl ejo. El ciudadano Noval llega al cuartel con la lección bien aprendida en su casa y en su familia, y el cabo Noval se perfecciona en sus valores en la milicia. Las dos virtudes básicas, cimientos de la totalidad moral, son el valor o coraje y la generosidad. Es indudable que el cabo Noval se muestra como hombre sereno, valeroso y generoso, que no se aturde, que no huye atropelladamente ni trata de ocultarse, sino que cuida de sus soldados y trata de conducirlos al refugio de la posición. Ya solo, se encuentra ante una alambrada que le cierra el paso, un grupo de enemigos a su espalda y otro a su frente. En ese terrible instante Luis Noval se ve irremisiblemente perdido y grita a sus compa- Ferrao Noval Luis Heridas tempranas precursores. Los ñeros que abran fuego haciéndolo él también. Afronta serenamente el peligro y vende cara su vida luchando solo contra un grupo numeroso de enemigos, invocando al morir el nombre de España. Hombre de recta conciencia, ante una situación imprevista no titubea en elegir lo más digno de su espíritu y honor, el exacto cumplimiento de su deber, la valerosa y generosa entrega de su propia vida en defensa de la de sus compañeros. Se trata de un acto heroico por cuanto para su realización se necesita de una manera cierta y segura sacrifi car la vida, poniendo de antemano la voluntad en esa convicción. Lo importante no es el hecho del momento, lo importante es la refl exión serena que ve como única solución el sacrifi cio generoso y lo acepta de buen grado. Hay una única idea del cum- plimiento del deber y la voluntad se sobrepone al instinto de tal forma que, libremente y en plena consciencia, admite el sacrifi cio de la propia vida. Luis Noval Ferrao fue un español de bien que ostentando uno de los empleos más ba- jos del escalafón militar, aquel del que se dice que es el jefe más inmediato del soldado, escri- bió con su gesta una página gloriosa en nuestra historia.

F. R. O. 141 Yilali Ben Salem Zerhuni el Iusfi . Conocido como Muley Mohammed Ben Muley el Hassán Ben Es-Sultan Sidi-Mohammed Bu-Hamara. El Rogui

Ouled Yusef, en el monte Zerhoun, cerca de Mequinez, ¿1860? - Fez, 2 de septiembre de 1909

Marroquí, funcionario del Majzén de origen humilde y notable inteligencia. Haciéndose pasar por uno de los hij os de Mohammed I, trató de ser reconocido como sultán.

Al inicio del siglo XX, Marruecos parecía al borde de la descomposición. Tras la muerte, en 1894, del sultán Hassán I le sucedió su hij o favorito, Abd el-Aziz (ver biografía), joven de tan solo catorce años. El nuevo sultán gobernó inicialmente siguiendo la guía de Ahmed ben Musa, chambelán de su padre, a quien nombró gran visir. Sin embargo, a la muerte de este en 1901, Abd el-Aziz trató de modernizar el Majzén implantando una serie de reformas de carác- ter occidental, entre ellas la introducción de un nuevo impuesto, el tertib, que gravaba las propiedades y ganados, y que no estaba contemplado en el Corán. Estas medidas y el apego del nuevo sultán a consejeros y asesores cristianos solivianta- ron a la población marroquí. Muley Abd el-Hafi d (ver biografía), uno de los hermanos del sultán, y una larga serie de pretendientes trataron de hacerse con el poder. Para alzarse contra un sultán que era amigo de los cristianos tan solo era necesario ser audaz y poseer la baraka, la bendición divina de la que, entre otros, disfrutaban los miembros de las familias chorfas des- cendientes del Profeta. Esas condiciones garantizaban el apoyo del pueblo marroquí. Yilali Ben Salem Zerhuni el Iusfi fue uno de estos pretendientes (roguis). Había nacido en una familia humilde que habitaba en el monte Zerhoun, cercano a Mequinez, y que no gozaba de la condición de chorfa, aunque le sobraba audacia. Inteligente y trabajador, realizó estudios coránicos y aún joven comenzó a trabajar para el Majzén y más tarde como secretario del jalifa de Fez Muley Omar ben Mohammed, hermano de Hassán I y tío del nuevo sultán. Como parte de su formación siguió un curso de ingeniero-topógrafo impartido por los miembros de la comisión militar francesa en Marruecos que dirigía el coronel Thomas. Al pa- recer, durante ese curso contactó con el aventurero francés Gabriel Delbrel, entonces subofi -

Los precursores. Heridas tempranas Yilali Ben Salem Zerhuni el lusfi Yilali Ben Salem Zerhuni Heridas tempranas precursores. Los cial en esa comisión y que más tarde serviría a Yilali como jefe de Estado Mayor. Su puesto como secretario de Muley Omar ben Mohammed, aparentemente privilegia- do, signifi có su prisión y casi la pérdida de la vida. Habitualmente las muertes de los sultanes de Marruecos signifi caban guerras civiles al quedar al arbitrio de los ulemas la elección del sucesor del sultán fallecido. A la muerte de Hassán I, su chambelán, Ahmed ben Musa, trató de garantizar una sucesión pacífi ca encarcelando y sometiendo a vigilancia o destierro a numerosos miembros de la familia imperial. Una de las víctimas fue Muley Omar, quien en su caída arrastró a sus empleados y dependientes, entre ellos a Yilali, que fue encarcelado. Otra víctima fue Muley Mohammed, conocido como «el Tuerto», primogénito de los diecinueve hi- jos varones de Hassán I, quien fue encarcelado en la Dar-Majzén de Mequinez. Cuando Yilali fue liberado de su prisión, conociendo desde dentro el funcionamiento y debilidades del Majzén y haciéndose cargo de la desordenada situación de Marruecos, trató de jugar sus cartas para hacerse con el poder. No siendo de familia chorfa, su primera acción fue hacerse pasar por el cautivo Muley Mohammed, quien para muchos marroquíes 142 tenía más derecho al trono que su hermano pequeño.

Jalifa

Por defi nición, lugarteniente del nulo al depender de las atribuciones sultán; esto es, máximo del alto comisario. El sultán alauí lo representante del monarca alauí elegía entre los dos candidatos que reinante en Fez, cuyo poder era el Gobierno español le comunicaba. puramente nominal al carecer de Esta delegación de poderes al nuevo toda capacidad ejecutiva. Máxima jalifa requería la subsiguiente autoridad del Protectorado de autorización española. España, el poder real del jalifa era Como Muley Mohammed era tuerto, Yilali imitó con habilidad este defecto. Además, al parecer, conocía ciertos trucos de ilusionista con los que deslumbraba a los crédulos campe- sinos marroquíes. Habitualmente montaba en una burra, por lo que pronto fue conocido como Bu-Hamara («el tío de la burra»). Una vez establecida su nueva personalidad como hij o de Hassán I y aspirante al trono, Bu-Hamara se dirigió a la zona nororiental de Marruecos, región de habitual resistencia a la autoridad de los sultanes de Fez. Gracias a sus trucos de falsa magia pronto ganó el apoyo de algunas tribus, apoyo que se aseguró casándose con hij as de los notables de las cabilas. Los Rhiatas, los Branes, los Meknassa, los Tsoul..., todas las cabilas de la región próxima a Taza se ponen a disposición del falso sultán. Con su ayuda, derrota a una pequeña mehala del sultán enviada para capturarle y, a continuación, pone sitio a la ciudad de Taza, que se le rinde en octubre de 1902. Tomando Taza como su punto de apoyo, las fuerzas de Bu-Hamara derrotaron a las sucesivas mehalas enviadas desde Fez. El día 20 de diciembre de 1902 fue derrotada una mehala de cinco mil hombres que mandaba uno de los hermanos del sultán, Muley Abderra- mán Lakbir. Entre el botín obtenido Bu-Hamara se hizo con una docena de cañones de mon- taña. El sultán reforzó a la derrotada mehala, hasta los quince mil soldados, que fueron bati- dos nuevamente por las fuerzas mucho menores de Bu-Hamara. Las noticias de las derrotas de las tropas del Majzén alcanzaron todos los rincones de Marruecos, creciendo el prestigio de Bu-Hamara y dando lugar a nuevas sublevaciones contra Abd el-Aziz. El Raisuni (ver biografía), Ma-el-Ainín, las cabilas del Atlas Medio..., todos se sublevan contra el debilitado Majzén, que debe dispersar su fuerzas para hacer frente a tantas amenazas. Cuando todos esperaban que Bu-Hamara se dirigiese hacia Fez, casi abandonado por las tropas del sultán, sus seguidores se encaminaron hacia el este, hacia Uxda, y desde allí, descendiendo a lo largo del Muluya, alcanzaron el Mediterráneo y las proximidades de Melilla. Pronto Bu-Hamara estableció contactos, más o menos cordiales, con las autoridades militares de la plaza española, cuyo comandante era el general Marina (ver biografía). Simul- táneamente inició negociaciones con los numerosos representantes de compañías mineras que en esos años actuaban en la zona. Para estos, el dominio de El Rogui sobre la región les garantizaba la seguridad para iniciar prospecciones mineras.

Bu-Hamara autorizó estas prospecciones, fi rmando concesiones, como si fuese el au- el lusfi Yilali Ben Salem Zerhuni Heridas tempranas precursores. Los téntico sultán, a cambio de cuantiosas compensaciones económicas. Dos sociedades, la Compañía Española de las Minas del Rif (CEMR) y la Compañía del Norte Africano (CNA), se constituyeron en 1905 para explotar las menas próximas a Melilla. La CEMR comenzó las extracciones de mineral de hierro en el monte Uixan, mientras que la CNA extraía plomo argentífero en el monte Afra, ambos en la cabila de Beni Bu Ifrur. Las dos compañías iniciaron la construcción de sendos ferrocarriles de vía estrecha que permitie- sen la exportación del mineral a través del puerto de Melilla. En la mayor parte de su recorrido ambos ferrocarriles discurrían en paralelo y en su construcción se emplearon obreros espa- ñoles y marroquíes. Todas estas actividades eran llevadas a cabo bajo la protección de Bu-Hamara, que había establecido su cuartel general en la alcazaba de Zeluán y que imponía su autoridad entre las cabilas de la zona por medio de crueles castigos. Esta dureza llegó a tal extremo que muchos notables de las cabilas próximas a Melilla, que en 1893 habían luchado contra los españoles y volverían a hacerlo a partir de 1909, se 143 refugiaron en la ciudad, prefi riendo la hospitalidad de los odiados cristianos de Melilla a las exacciones de Bu-Hamara. Otra inmigración a Melilla, forzada por la inseguridad de la zona oriental de Marrue- cos, fue la de unas doscientas familias hebreas, que provenían de Taza y Uxda y que fueron acogidas y socorridas por el Gobierno español. No eran sefarditas, sino hebreos que habita- ban la región desde antes de la llegada del islam. Todas estas crueldades y la actitud del Gobierno español, que, tras la Conferencia de Algeciras en 1906, se convirtió en activo defensor del nuevo sultán, Abd el-Aziz, acabaron con las expectativas de Bu-Hamara. España se negó a proporcionar las armas y municiones que El Rogui solicitaba. Ade- más, acogió en la ciudad y cooperó en la evacuación por vía marítima de los supervivientes de la mehala del sultán que guarnecía la alcazaba de Farjana, que había sido derrotada por Bu-Hamara. Sin embargo, para El Rogui el principal problema radicaba en la oposición de algunas tribus del Rif que se negaban a someterse y a pagar los impuestos que les reclamaba. Entre las cabilas más refractarias a la autoridad del falso sultán destacaba la Beni Urriaguel, que tan famosa se haría en años posteriores. Ante esta insubordinación que amenazaba su prestigio Bu-Hamara envió, en septiem- bre de 1908, una mehala compuesta por mil infantes y mil jinetes, que debía castigar a las cabilas de Beni Urriaguel y Bocoya. La mehala estaba mandada por uno de sus lugartenien- tes, Filali, antiguo askari de las tropas negras del sultán. Filali fue vencido por la unión de las cabilas de Beni Urriaguel, Bocoya, Tensaman y Beni Tuzín. El combate tuvo lugar cerca del río Nekkor, en la bahía de Alhucemas. Tras la derro- ta, las fuerzas de Filali emprendieron el repliegue hacia la alcazaba de Zeluán. En su retirada, que pronto se convirtió en fuga desordenada, los soldados de Filali se vieron acosados por todas las cabilas que atravesaban en su huida, hasta entonces aparentemente sometidas a Bu-Hamara. Para los vencidos no hubo piedad, siendo masacrados en su mayoría. En defi ni- tiva, siguieron la misma suerte que trece años después sufrirían los vencidos soldados de Silvestre (ver biografía). Esta derrota supuso la unión de todas las cabilas de la región y el desprestigio del

Los precursores. Heridas tempranas Yilali Ben Salem Zerhuni el lusfi el lusfi Yilali Ben Salem Zerhuni Heridas tempranas precursores. Los falso sultán Bu-Hamara. Este reunió a sus fuerzas leales, muy mermadas no tanto por las pérdidas sufridas en combate como por la deserción, y abandonando la alcazaba de Zeluán se retiró hacía el interior en dirección a Taza. Aunque las cabilas que le habían vencido no le persiguieron, El Rogui debió enfrentar- se en su huida con nuevas mehalas enviadas por el sultán Abd el-Hafi d, que había destrona- do y sustituido a su hermano Abd el-Aziz en enero de 1908. Su suerte estaba echada y tras ser derrotado, casi sin combate, fue tomado prisionero por las tropas del sultán. Lo sucedido en las últimas semanas de su vida es realmente espeluznante. Encerrado en una jaula fue trasladado hasta Fez a hombros de sus propios seguidores tomados prisioneros. Dada la situación de anarquía que sufría Marruecos, el sultán Abd el-Hafi d estaba obligado a castigar la sublevación de Bu-Hamara de manera ejemplar, de forma que la desa- parición de este falso sultán alcanzase los más remotos rincones del Imperio y todos los ma- rroquíes quedasen amedrentados por la dureza del castigo. Existen relatos coincidentes de varios representantes europeos en Fez del castigo im- 144 puesto. Tras una serie de desfi les de los prisioneros seguidores de Bu-Hamara, en los que marchaban encadenados dos a dos, habiéndoseles amputado un brazo o un pie de forma alternativa, todos fueron decapitados y sus cabezas colgadas en los muros y puertas de la ciudad. Por su parte, el falso sultán, Yilali Ben Salem Zerhuni el Iusfi , fue arrojado a una jaula de leones, que al parecer no le atacaron y fue muerto a tiros de fusil. Cabe preguntarse si la actuación de Bu-Hamara fue resultado exclusivo de su propia iniciativa o si fue el agente de alguna de las potencias extranjeras que entonces revoloteaban alrededor de Marruecos para acabar con su independencia. Lo cierto es que durante los siete años que agitó el noreste de Marruecos contribuyó a que el Majzén no solo agotase sus recursos militares y económicos sino también a que el sultán quedase desprestigiado. Todo esto facilitó la actuación francesa y, en menor medida, la española a partir de 1909. La desaparición de El Rogui de las proximidades de Melilla fue un grave inconveniente para las prospecciones mineras. Si hasta ese momento las compañías mineras debían com- pensar generosamente su colaboración, lo cierto es que la tranquilidad reinaba en la región. Su autoridad, aunque fuese impuesta por medios crueles, era respetada en toda la Guelaya y al desaparecer, cada uno de los notables de las cabilas se consideró autorizado para exigir a las compañías mineras las mismas compensaciones económicas que había recibido El Ro- gui. Para colmo, estos pagos tampoco garantizaban la seguridad de la región. Para Ruiz Albéniz, el Tebib Arrumi, que en esos años era médico de la CEMR y pasaba como experto en la región, dejando caer a El Rogui España actuó en contra de sus propios intereses, ya que este garantizaba la paz en las cercanías de Melilla. Lo cierto es que en esta ocasión, como en toda su actuación en Marruecos, España actuó en completa coherencia con los compromisos que había fi rmado y siendo leal con el sultán legítimo. El inmediato resultado de esta coherencia y lealtad fue la campaña de 1909, con la pérdida de cientos de vidas y de varios cientos de millones de pesetas de la época.

J. A. S. Los precursores. Heridas tempranas Yilali Ben Salem Zerhuni el lusfi el lusfi Yilali Ben Salem Zerhuni Heridas tempranas precursores. Los

145

Bibliografía

Cano Martín, José Antonio, Bu Maldonado Vázquez, Eduardo, El Hamara y Melilla, Melilla, Marfe, Rogui, Tetuán, Instituto General 1989. Franco de Estudios e Investigación Hispano-Árabe, 1958. Dunn, Ross E., «Bu Himara’s European Connexion: The Mounir, Omar, Bou Hmara, l’homme à Commercial Relations of a Moroccan l’ânesse, Rabat, Marsam, 2012. Warlord», The Journal of African History, vol. 21, n.º 2, 1980. La tierra entregada

146 Soldados de Ingenieros reparando un tendido telegráfi co, Melilla, 1912. Cortesía AGMM-IHCM.

Página anterior: Patrulla en vuelo sobre el desierto del Sáhara. Colección de fotografías de Tomás García Figueras. Biblioteca Nacional de España.

150

Desembarco de las tropas en la playa de la Llegada del Regimiento de Wad Ras al puerto Cebadilla el 8 de septiembre de 1925. de Melilla en 1909. Tarjeta postal, El álbum de Cortesía SHYCEA. la guerra de Melilla. Colección particular.

Convoy de suministros en su ascensión al Cuando las últimas caballerías afrontaban Monte Harcha, 1914. En esta altura, al noreste los primeros zig-zags, las que iban en cabeza de Arruit, quedó emplazada una batería aún no habían entrado en la posición. Estos de cuatro piezas Krupp de 80 milímetros convoyes abastecían la línea del frente con —material obsoleto del «repatriado» desde una periodicidad diaria (cubas de agua) Cuba— y media compañía de Infantería. o entre catorce y veintiún días (con víveres, Entre artilleros e infantes, ciento treinta correo postal y municiones). y cinco hombres. Para su abastecimiento Autor anónimo. Copia en papel-foto en agua, comida y municionamiento se distribuida como tarjeta postal, 1914. organizaban convoyes como el que muestra Colección Pando. la imagen, con doscientos mulos de carga.

152

Página anterior: Silvestre con su cuartel general, en Annual, invierno de 1921. Los generales Silvestre y Navarro (con barba) estudian los alrededores del enclave rifeño que simbolizará la mayor catástrofe, militar y política, de la España colonial. Detrás de Silvestre, casi tapado por su hombro izquierdo, el coronel Morales. Todo el grupo mira al noroeste, en dirección al Tizzi (Paso de) Takariest y el Yebel (monte) Abarrán. El tercer ofi cial por la izquierda pudiera ser el teniente Diego Flomesta, futuro jefe de la batería de artillería en Abarrán y de la que hará (el 1 de junio) empecinada defensa, muriendo en cautividad. Fotografía atribuible al capitán Lázaro. Vintage en papel-foto. Legado Silvestre integrado en la Colección Pando.

156

Sobre fotografía aérea, croquis de las posiciones rifeñas y casa de Abd el-Krim. Cortesía SHYCEA

Fotografía atribuida a Lázaro, perteneciente al álbum fotográfi co de las poblaciones del norte de Marruecos, en el que se documenta la vida cotidiana de las poblaciones del norte de África en la época del Protectorado español. Biblioteca Nacional de España.

Marcha por la carretera de Drius, fotografía atribuida a Francisco Ortiz, ca. 1920-1925. Cortesía Archivo General de Ceuta.

158 159 Plano del territorio de los combates por las viril de los señalados y contraataque lomas de Zinat, donde González-Tablas ganó arrollador, que se lleva por delante toda su Laureada. El 13 de mayo de 1919, tras resistencia, apoderándose de Zinat. Abrazos audaz arrancada en Ali Fahal, el 2º tabor de al héroe y Laureada (concedida 13 febrero los Regulares de Ceuta intentó tomar al 1920). Con la fi nalidad de reforzar la asalto la colina de Zina o Zinat. Emboscados documentación previa al juicio contradictorio, por temibles fusileros —los hausíes y el comandante de E. M. Eduardo R. uadrasíes—, los Regulares echaron a correr. Caracciolo puso fecha «21 agosto 1919» Su carrera pendiente abajo es contenida por y su fi rma al pie de este «croquis de la loma su comandante, quien sube cuesta arriba de Zina», lugar donde el apellido González- como un gato y, con solo su mirada, muerte Tablas por siempre quedó honrado, les daba al afearles su conducta. Reacción Expte. G-3683, AGMS. Archivo Pando.

160 161 162

Mariano Fortuny, Nuestra tienda de campaña, 1860. Tinta y acuarela sobre papel. Museo Salvador Vilaseca, Reus. 163

La tierra requemada del monte Igueriben. Perfi les de las posiciones en Tazarut Uzai mando del capitán Alcaina y el teniente y Arreyen Lao. Con su trazo de pirámide Sancho. Atacados en la mañana del 24 truncada, Uzai revalúa ese carácter de navío de julio, pidieron auxilio al teniente coronel artillado dispuesto a su defensa extrema: la García Esteban, en Bu Bekker. Al negarles que en su cima mantuvieron (25 julio 1921) todo auxilio, forzaron el cerco que sufrían las tropas del teniente Bernal y el alférez y en la salida cayeron muertos Alcaina y Dueñas. De aquellos ochenta y cinco Sancho. Solo ocho soldados se salvaron. españoles sobrevivieron siete: tres de los Dibujos autógrafos del general Picasso artilleros de Bernal, cuatro de los soldados que este hiciera, a mano alzada, en la de Dueñas. En la avanzadilla se hallaban primavera de 1922. 35 efectivos de la Policía Indígena. La mitad Legado Juan Carlos Picasso López. o más se salvaron al desertar. Arreyen Lao Archivo Pando. estaba guarnecida por 85 soldados bajo el

Perfi les de Loma Redonda, Sidi Alí y los dos cuya cima había un morabo (construcción Siach. El capitán Moreno era el jefe en religiosa). El 24 de julio, de Bu Bekker salen, Redonda, con 41 soldados, más el teniente en tromba, un grupo de jinetes, al mando del Morales. Cercados el 24 de julio, el teniente alférez Ortega, con ánimo de proteger la coronel García Esteban les aconsejó que «se evacuación de los dos Siach. Galopan en pos replegasen a Sidi Alí». En la pronunciada del Gan, cuyas orillas domina la harca. Tras subida cayó muerto Morales, mientras ellos salen, «para detenerles», los tenientes Moreno, con veintisiete hombres, Benito y Salama al frente de un diezmado «abandonando las bajas sufridas», entraban escuadrón. Sometidos a intenso fuego en Sidi Alí, defendida por el capitán Prats y su cruzado, retornan a Bu Bekker con la tropa (61 efectivos). Enterados de que García intención de entrar. Pese a «ondear una Esteban tenía decidido refugiarse, con su bandera española» se les confunde con columna, en el Marruecos francés, hacia Bu caballistas metalzis y se les dispara a 164 Bekker salieron Moreno y Prats con sus mansalva. Vuelven grupas y galopan hacia exhaustas tropas en la noche del 25 de julio, su izquierda, en pos de Afsó, en manos rifeñas «dejando muertos y heridos abandonados». también. Y en el páramo del Guerruao luchan En la trágica retirada que prosigue, Moreno y y desaparecen todos para siempre. Dibujos, Prats, contusos, se salvan; la mayoría de sus a mano alzada, del general Picasso, 1922. hombres perecen. Siach 1 y Siach 2 eran Legado Juan Carlos Picasso López. posiciones fl anqueadas por un monte en Archivo Pando. 165

168

Página anterior: Bajada desde Igueriben hacia el pueblo de Annual.

Los plásticos quedan atrapados en las chumberas del cuartel de Zeluán. 169 Tierra del monte Igueriben en la mano de un guía local.

Tierra del monte Gurugú en la mano de un inmigrante subsahariano que aguarda para saltar la valla fronteriza con España.

170

172

Relación de los mandos de las tropas marcha, pronto copada por los rifeños los nombres de los caídos en tan sangrienta acantonadas en Zoco el Telatza de Bu Bekker sublevados—, se constató que dieciséis jornada. Picasso nada puso, por cuanto lo a fecha 22 de julio de 1921 y precisiones ofi ciales habían «desaparecido» y trece se ignoraba, sobre la identidad del bravo autógrafas, del general Picasso, sobre las hallaban «presentes» en Hassi Uenzga, sargento Benavent Duart, al fi nal bajas sufridas en la retirada del 25 de julio. posición francesa. Todos los «desaparecidos» desaparecido y muerto. Es la primera vez Al concluir la trágica retirada con el —cuatro capitanes, doce tenientes, dos que se publica este documento excepcional. internamiento, en el Marruecos francés, de los alféreces y el sargento— derivaron en Legado Juan Carlos Picasso López. 460 supervivientes —de los más de un millar «muertos». El lector puede, en virtud del trazo Archivo Pando. de hombres que emprendieron aquella legible de la escritura de Picasso, identifi car 173

Listado de efectivos presentes en Tazarut Uzai Francisco de Dueñas Sánchez, fi guran como con fechas del 30 de junio y 22 de julio de «desaparecidos» en el texto escrito por el 1921. Se constata que los efectivos de tropa propio Picasso. Los cuerpos de Bernal y aumentan más del doble entre una fecha y Dueñas nunca fueron hallados. Es la primera otra. Los dos ofi ciales al mando de la vez que se publican estos manuscritos del guarnición, el teniente de Artillería Elías laureado general. Legado Juan Carlos Bernal González y el alférez de Infantería Picasso López. Archivo Pando.

Páginas anteriores: El cielo sobre el valle de Annual. Playa del Quemado en Alhucemas.

178

Arena y piedras de la playa de Sidi Dris en la mano de un pescador local de pulpos.

Casquillos de fusil desenterrados por las lluvias en Arbaa de Taurirt, en la mano de una mujer local.

Página anterior: Atardecer en el bosque de subida al monte Gurugú.

182 183

Vista aérea del aeródromo de Cabo Juby, dedicados al correo aéreo. Saint-Exupéry también conocido como Villa Bens y escribió en este lugar su novela Correo sur, actualmente Tarfaya. Cabo Juby era en la que narra sus experiencias como piloto la denominación con la que se conocía de correo aéreo para la compañía Latécoère. históricamente a la zona geográfi ca próxima Colección de fotografías de Tomás García al cabo. El emplazamiento fue usado Figueras. Biblioteca Nacional de España. inicialmente como escala de vuelos 184 185 Página anterior: Fotografía aérea de Nador, realizada desde un aparato del servicio aeronáutico, junio de 1932. Cortesía SHYCEA.

186 187

El peñón de Alhucemas fotografi ado desde un aparato español en 1925. Cortesía AGMM-IHCM. 1912II.I Los responsables 1921 190

II.II Los imprescindibles 198

II.III Los sacrifi cables

220

II.IV Los rebeldes 348

II.V Los leales 448 II Años de tempestades. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Sangre Un soldado moro del tabor vale por tres: uno, que se ahorra, español; otro que se adquiere, y un tercero que se resta al enemigo...

Manuel Fernández Silvestre, 1918

Aplacadas las primeras revueltas en torno a Melilla, parecía que podía llevarse a cabo con sosiego la organización administrativa y comenzar la acción cultural y social. Los intervento- res, aquellos hombres que debían llevar el peso fuerte de la obra modernizadora, comenzaron su despliegue por el agreste territorio, hasta remotas localidades donde nunca había llegado extranjero alguno. Blancas edifi caciones comenzaron a dar una nueva imagen a la topografía del territorio. Del Kert al Lucus y de Anyera a Gomara fueron alternándose dispensarios médi- cos y escuelas con posiciones militares y puestos de la nueva policía indígena. Cientos de nativos formaron en nuevas unidades militares: los regulares, las harcas y las mehalas, bajo banderas adornadas con una fusión de símbolos islámicos y españoles. Pero los rebeldes persistían en su resistencia. Abonada por la incompetencia de altos cargos políticos y milita- res, provocaría una enorme efusión de sangre para aquella generación a ambos lados del Es- trecho. De la zona oriental a la occidental, miles de hogares españoles y marroquíes se tiñeron de luto, envueltos en una tempestad que probablemente nadie quiso desencadenar, pero que los antecedentes habían hecho inevitable. Sin embargo, en medio del desastre y la violencia, y por encima de la crueldad de la guerra, brillaron también el heroísmo, la lealtad y la abne- gación de muchos españoles y marroquíes.

J. M. G. A. II.I Los responsables

190 Alfau Mendoza, Felipe

Santo Domingo, República Dominicana, 1848 - Tetuán, 1937

General. Alto comisario.

Como tantos otros antillanos españoles, sufrió las vicisitudes de toda patria que ve alterada, por ideologías encontradas, la esencia de su función: reunir, nunca dividir. Ascendió a briga- dier en 1908 y en 1910, siendo divisionario, fue nombrado comandante general de Ceuta. Un destino honroso y tranquilo que dejó de serlo en los dos años que estuvo al frente. Causas: los manejos colonialistas del conde de Romanones, ministro del Gobierno Canalejas. Romano- nes se sirvió de Tomás Maestre, catedrático de Medicina y senador, para intrigar cuanto le vino en gana en un Marruecos independiente y, sobre todo, inocente. Alfau y Maestre conge- niaban, pero el militar obedecía órdenes del ministro de la Guerra (Aznar), mientras que el científi co se debía a su conciencia. Maestre habló con jefes yebalíes y diplomáticos españo- les, comprobó la anarquía reinante, se inquietó por la violencia con que Silvestre replicaba a la rebeldía de El Raisuni y aconsejó prudencia. Alfau le daba la razón, de ahí no podía pasar. Sucesor del asesinado Canalejas, Romanones recomendó su ascenso a teniente general. Al- fau supo así que tendría que jurar en falso. Con gran ostentación de amistades, las tropas españolas se presentaron en Tetuán y la tomaron por sorpresa (19 de febrero de 1913). Fue un acto de deslealtad y guerra. No hubo guerra pero Alfau vio mancillada su palabra. Roma- nones lo recompensó (13 de abril) con la Alta Comisaría. Aguantó cinco meses y, en cuanto pudo (11 de agosto), se despidió del señor conde. Lo aguardaba el mando de la IV Región (Cataluña) y las Juntas de Defensa.

J. P. D. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los responsables Felipe Alfau Mendoza Felipe Alfau responsables en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

191

Alta Comisaría

Institución situada en la cúspide de la acción política y militar de España en el Protectorado, dirigida por su máximo mandatario, el alto comisario, quien validaba los actos del jalifa, dado que la autoridad de este era meramente nominal. Berenguer Fusté, Dámaso

San Juan de los Remedios, Cuba, 1873 - Madrid, 1953

Alto comisario y jefe del Ejército de África.

Reorganiza las Fuerzas Indígenas en 1911, llevándolas al triunfo en 1912 sobre la Línea del Kert. Son los Regulares, desde entonces, asociados a su nombre. Coronel en 1912, general de división en 1918 y ministro de la Guerra con los gobiernos liberales de García Prieto y Roma- nones. La fulminante muerte de Jordana en su despacho de la Alta Comisaría lo llevará a Te- tuán. El 25 de enero de 1919 es designado alto comisario. Consciente de la trascendencia que Alfonso XIII otorga al dominio de Marruecos, plantea consecutivas exigencias al rey para reforzar sus prerrogativas. Desde lo coherente —llevar la iniciativa en las operaciones, apro- bar los planes de campaña—, deriva hacia lo obsesivo al reclamar la jefatura suprema de los servicios de Información, su intervención en el uso de los fondos destinados a obras en cam- paña y el control de todas las informaciones radiotelegráfi cas y telefónicas. Culminará sus propósitos al conseguir de Alfonso XIII (Real Decreto del 1 de septiembre de 1919) que las funciones de alto comisario y general en jefe del Ejército de África recaigan en su persona. Ningún militar, ni español ni francés, acumuló tanto poder en el mundo colonial. Pero a tantos poderes, iguales responsabilidades. Picasso y Ayala auditaron los hechos y las consecuen- cias de su mandato en 1921. En modo alguno era aceptable que un ejército y un territorio se perdieran y de tal desastre solo respondieran los subordinados de quien todo lo dirigía y sa- bía. Y fue encausado. Amnistiado en 1924, Alfonso XIII le confi ará el poder en 1930. Aquel penúltimo Gobierno de la monarquía se fusiló a sí mismo al no aplicar clemencia a los milita- res republicanos sublevados en Jaca.

J. P. D. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los responsables Dámaso Berenguer Fusté Dámaso Berenguer responsables en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Fuerzas Regulares Indígenas Alto comisario 192 Constituidas por Real Orden de Suprema autoridad política del militares. Del alto comisario Alfonso XIII con fecha 30 de junio de Protectorado de España en dependía un secretario general, que 1911. Su organizador y primer jefe Marruecos. Su labor estaba supervisaba la administración civil y fue el teniente coronel Dámaso apoyada por las jefaturas de los político-militar de la zona. El primer Berenguer Fusté (luego general y departamentos esenciales: Asuntos alto comisario español fue el alto comisario). Eran tropas Indígenas, Fomento, Hacienda, teniente general Felipe Alfau, y el profesionales, concebidas para ser Obras Públicas. En el aspecto militar, último el teniente general Rafael empleadas como fuerzas de choque. le correspondía el mando directo García-Valiño. Integradas por personal indígena a sobre el Ejército de África, asistido las órdenes de mandos españoles, por tres comandantes generales, recibieron instrucción para combatir situados al frente de sus en situaciones límite: en la extrema Comandancias: Ceuta, Melilla y vanguardia de una ofensiva o como Larache. En los cuarenta y tres años fuerza de contención en retaguardia de pervivencia del Protectorado para mantener la cohesión de un hubo un total de veinte altos ejército en retirada. comisarios; en su gran mayoría, Bermúdez de Castro y O’Lawlor, Salvador, segundo marqués de Lema y segundo duque de Ripalda

Madrid, 1 de noviembre de 1863 - 20 de enero de 1945

Abogado y político español del partido conservador. Diputado, alcalde de Madrid y varias veces ministro de Estado.

Salvador Bermúdez de Castro y O’Lawlor pertenecía a una familia de comerciantes acomo- dados de origen gallego pero asentados en la bahía de Cádiz desde fi nales del siglo XVIII, dedicados al comercio con ultramar. Su padre, Manuel Bermúdez de Castro y Díez, se dedicó a la política, militando sucesivamente en los partidos Moderado y Unión Liberal. En varias ocasiones fue elegido como diputado por Jerez de la Frontera. Durante breves periodos ejer- ció los cargos de ministro de Hacienda (1853), de Gobernación (1857) y de Estado (1865), y murió en Madrid en 1870. Uno de los tíos paternos de Salvador, José, el mayor de los hermanos varones, se hizo cargo de los negocios familiares y colaboró en revistas literarias como La Alhambra y Revista Española, editando la revista El Artista. Su otro tío, Salvador, fue diplomático, ejerciendo como embajador de España en el reino de Nápoles y siendo un destacado historiador y poeta. A este último, Isabel II le concedió en 1859 el título de marqués de Lema y el rey Francisco II de las Dos Sicilias, el de duque de Ripalda. A su muerte ambos títulos pasaron a su sobrino Sal- vador, a pesar de que tenía una hij a ilegítima de madre legalmente desconocida, en realidad Matilde Ludovica de Baviera, princesa de las Dos Sicilias como cuñada del rey Francisco II. Salvador Bermúdez de Castro y O’Lawlor cursó el bachillerato en Madrid y estudió Derecho en la Universidad Central, doctorándose en 1887. El título de su tesis, El sistema de concordatos como el único posible de resolver el problema de relaciones entre la Iglesia y el Estado; carácter y naturaleza de los mismos, era buena muestra de su interés por las relacio- nes internacionales. Siguiendo los pasos de su padre actuó en política, siempre dentro del Partido Conser- vador, pudiendo decirse que fue un político profesional. En su juventud fue secretario perso- nal del líder conservador Antonio Cánovas del Castillo, que le apoyó e impulsó en su carrera. Entre 1891 y 1923 fue diputado a Cortes por la localidad asturiana de Tineo, con la que no tenía ninguna relación, siendo uno más de los diputados «cuneros» que caracterizaban el corrupto sistema electoral de la Restauración. Bermúdez de Castro culminaría su vida políti- ca ocupando varias veces el Ministerio de Estado.

A lo largo de su carrera ocuparía numerosos cargos de gobierno: director general de y O'Lawlor Bermúdez de Castro Salvador responsables en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Correos y Telégrafos (1895-1897), subsecretario de los ministerios de Gobernación (1898) y de Gracia y Justicia (1900), alcalde de Madrid (1903-1904), ministro de Estado (1913-1915, 1917-1918 y 1919-1921) y gobernador del Banco de España (1922). Fue consejero de Esta- do. A la llegada de la Dictadura se apartó de toda actividad política. Durante la Guerra Civil se adhirió al bando de Franco, siendo miembro de la comisión de juristas que, en diciembre de 1938, a impulsos del ministro de la Gobernación, Serrano Súñer, elaboraron el Dictamen sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes el 18 de julio de 1936, texto por el que se tra- taba de dar justifi cación y respaldo legal a la sublevación militar. 193 Además de sus actividades políticas, y a imitación de su tío Salvador, fue un notable historiador. Entre sus obras más destacadas cabe citar Antecedentes políticos y diplomáticos de los sucesos de 1808. Estudio histórico-crítico (1909), Estudios históricos y críticos (1913), De la revolución a la restauración (1927), Mis recuerdos 1880-1901 (1930), Cánovas o el hombre de Estado (1931), La política exterior española a principios del siglo XIX (1935) o Es- paña 1640: lecciones intemporales de una derrota (1997). Fue miembro de la Real Academia de la Historia, de la Academia de Ciencias Morales y Políticas y de la Real Academia Española. Mantuvo estrecha relación con el duque de Mau- ra y el marqués de Villaurrutia, entre otros aristócratas dedicados a los estudios históricos. La relación de Bermúdez de Castro y O’Lawlor con el Protectorado de Marruecos es consecuencia de su actuación como ministro de Estado, órgano de la administración española del que dependía el Protectorado. El Ministerio de Estado, previo acuerdo del Consejo de Minis- tros, fi jaba la política a desarrollar en Marruecos y de ese ministerio dependía el alto comisario, fuese civil o militar, debiendo rendir cuentas de sus actuaciones al ministro de Estado. El primer periodo en que Bermúdez de Castro ejerció como ministro de Estado fue durante el primer gobierno de Eduardo Dato, del 27 de octubre de 1913 al 9 de diciembre de 1915. En ese momento la situación en el Protectorado era relativamente tranquila. En febrero de 1913 se había ocupado pacífi camente la ciudad de Tetuán, se había nombrado al jalifa y parecía que el Protectorado iba a instaurarse de forma tranquila y sin sobresaltos. A pesar de que las relaciones con Raisuni se habían enconado, produciéndose frecuentes tiroteos y em- boscadas, se tenía la esperanza de que con la sustitución del alto comisario, general Alfau (ver biografía), por el general Marina se podría llegar de nuevo al acuerdo con Raisuni. Por su parte, en la zona oriental la situación permanecía en calma, situándose las avanzadas espa- ñolas en el cauce del río Kert, donde se habían establecido tras el fi nal de la campaña de 1911-1912, con la muerte de El Mizzian, apodado «el Malo». Todo esto se vino abajo cuando en mayo de 1914, mientras el cónsul Zugasti y el intér- prete Cerdeira negociaban con Raisuni, es asesinado, con conocimiento de ofi ciales españoles, uno de los mensajeros del jerife. La crisis que esta acción desencadena arrastra a Marina, que debe dimitir y fuerza el alejamiento de Marruecos del general Fernández Silvestre. Cuando en agosto de 1914 se inicia la Primera Guerra Mundial, Marruecos pasa a segundo plano de las preocupaciones españolas. Alfonso XIII garantiza al embajador francés en Madrid que España no aprovechará la guerra mundial para perjudicar la posición francesa en Marruecos y el ejér- cito español paraliza las operaciones de ocupación del territorio. De nuevo, con Dato como presidente del Consejo de Ministros, el marqués de Lema es nombrado ministro de Estado. En esta ocasión el periodo es de tan solo unos meses, desde mediados de junio a principios de noviembre de 1917. Poco tiempo para modifi car una polí-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los responsables Salvador Bermúdez de Castro y O'Lawlor Bermúdez de Castro Salvador responsables en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. tica en Marruecos que se limita a tratar de atender las reclamaciones francesas acerca de la supuesta libertad de acción que los agentes de los imperios centrales gozaban en el Protec- torado español. Es en su tercer periodo como ministro de Estado, entre mediados de julio de 1919 y agosto de 1921, con los sucesivos Gobiernos conservadores de Sánchez de Toca, Allendesa- lazar y, otra vez, Dato, cuando la actividad política de Bermúdez de Castro tuvo más infl uen- cia en el Protectorado marroquí. El 12 de diciembre de 1918, con el general Berenguer (ver biografía) como ministro de 194 la Guerra, se había publicado un Real Decreto por el que el alto comisario dejaba de tener la condición de general en jefe de las tropas en Marruecos, disolviéndose su cuartel general. A partir de ese momento, para la mayor parte de las cuestiones los comandantes generales de Ceuta, Larache y Melilla se entenderían directamente con el ministro de la Guerra, lo que suponía el fi nal de la indispensable unidad de mando militar. Si en la zona occidental el Gobierno liberal saliente había propugnado, una vez más, la negociación con Raisuni, el nuevo Gobierno conservador parece decidido a imponer por las armas la ocupación del territorio forzando la sumisión del líder de la Yebala. En la zona oriental la situación también es complicada, desde el momento en que la familia Abd el-Krim, que lideraba una de las más infl uyentes facciones proespañolas de la bahía de Alhucemas, se había pasado en 1919 a las fuerzas de la disidencia. En conclusión, en todo el Protectorado la situación exige un claro esfuerzo militar, algo que no se contempla desde el Gobierno, cuyos problemas fundamentales son los económicos derivados del fi nal del boom económico que había supuesto la guerra mundial y los que supo- nen las «Juntas de Defensa» que en esos momentos condicionaban la política del Gobierno. Las peticiones de incremento de medios, material y dinero que los tres comandantes generales elevan al ministro de la Guerra son desestimadas por el Consejo de Ministros. Sin embargo, el ministro de Estado, Bermúdez de Castro, parece dejar a Berenguer actuar libre- mente en Marruecos y este, que aparentemente intenta asumir el papel de general en jefe que él mismo, como ministro de la Guerra, había eliminado, emprende en la zona occidental una campaña militar tras otra. Por otra parte, Berenguer no es capaz de contener al impetuoso Silvestre, que, como comandante general de Melilla, está decidido a culminar la ocupación de las cabilas que se extienden desde el río Kert hasta la bahía de Alhucemas a pesar de que no se le habían proporcionado los medios que él mismo consideraba indispensables para la ejecución de esas operaciones. El ministro de Estado, responsable de cuanto sucede en Marruecos, permanece mudo e impasible ante tantos despropósitos. El resultado de su inacción o de su incompetencia es Annual, los más de ocho mil muertos españoles, las incalculables pérdidas materiales y el desprestigio internacional de España y de su Ejército. En agosto de 1921, al constituirse el Gobierno de concentración liderado por Maura, Bermúdez de Castro deja el ministerio, siendo designado al año siguiente como gobernador del Banco de España, puesto que abandonó en 1923. La comisión de responsabilidades sobre los sucesos de Annual no enjuició las accio- nes o, más bien, las omisiones de los responsables políticos. De haberlo hecho, no cabe duda de que Bermúdez de Castro habría sido uno de los principales culpables de lo sucedido. Sin actividad política desde la llegada de la Dictadura, el marqués de Lema dedicó sus últimos años a los estudios y publicaciones de temas históricos, falleciendo en Madrid el

20 de enero de 1945. y O'Lawlor Bermúdez de Castro Salvador responsables en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

J. A. S.

195

Bibliografía

Bermúdez de Castro O’Lawlor, Robles Muñoz, Cristóbal, La política Urquij o y Goitia, José Ramón, Salvador, Mis recuerdos (1880- exterior de España. 2. Junto a las Gobiernos y ministros españoles en 1901), Madrid, Compañía naciones occidentales (1905-1914), la edad contemporánea, Madrid, Iberoamericana de Publicaciones, Madrid, CSIC, Biblioteca de Historia, CSIC, Biblioteca de Historia, 2001. 1930. 2006.

Peiró Martín, Ignacio, Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos, Madrid, Akal, 2003. Fernández Silvestre, Manuel

El Caney, Santiago de Cuba, 1871 - Annual, Rif, 1921

General jefe de la Comandancia de Melilla durante el desastre de Annual.

y Monreal De Cuba vuelve, en 1898, con veintidós cicatrices y aureola de militar con buena estrella. Ante la Casablanca de 1907, arrasada por los franceses de Drude, abomina de tal represión. Al ordenarle Canalejas que ocupe Larache (1911), desembarca sin escolta y deja admirado a El Raisuni. Su amistad asegura el dominio del Garb. Las arbitrariedades de El Raisuni con- 11 tra su propio pueblo lo enfrentan al jerife. Del asesinato de Sidi Alkalay es inocente, no de ser él un imprudente en los cuartos de banderas. Edecán de Alfonso XIII (1915-1918), graves re- veses cerca de Ceuta lo ponen al frente de esa Comandancia (1919). Triunfa en El Fondak. Es un héroe popular. Toma el mando en Melilla. Lo recibe un Rif hambriento y mísero. Sus cartas a Berenguer, insistiéndole para que obtenga del ministro Eza más dinero para distribuir ali- mentos, construir caminos y terminar el ferrocarril a Drius, prueban su ética y lógica, despre- ciadas. El 15 de enero de 1921 ocupa Annual. Sus leales lo previenen sobre la trampa que deja abierta. El 1 de junio repite aventura en Abarrán y es humillado. La guerra se extiende por el Rif. Pide refuerzos a Berenguer, que se los niega. Quiere reembarcar a su ejército en las Bocas del Salah, por lo que moviliza sus últimas fuerzas: los mil hombres de Araujo. La defec- ción de este, que pacta con el enemigo para salvar su vida y la de unos pocos, no la de sus tropas, asesinadas en masa, acaba con esa ilusión. Bloqueado en Annual, entre la resistencia y la retirada opta por esta. Quienes lo conocen bien (Manella, Manera, Morales) intuyen que ha decidido suicidarse. Llegado el vértigo de las huidas y renuncias, coherente consigo mis- mo, tira de pistola y se mata.

J. P. D.

Marichalar y Monreal, Luis de

Madrid, 1872 - 1946

Político.

Vizconde de Eza. Reformador agrario. Sus conocimientos sobre nuevas técnicas de cultivos y la mejora de regadíos lo hacían persona idónea para el Ministerio de Agricultura, donde no pasó de director general. Alcalde de Madrid (1913-1914), su obsesión ahorradora convenció a Dato, que lo hizo ministro de Fomento (1917). Su carrera política parecía concluida, pero su

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los responsables Manuel Fernández Silvestre, Luis de Marichalar Luis Manuel Fernández Silvestre, responsables en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. mentor decidió confi arle mando y aposentos en el Cuartel General del Ejército. Nunca hubo inquilino mejor vestido en Buenavista, ni ministro de la Guerra tan rematadamente malo, a excepción del general Miguel Correa, a quien su patriotismo de opereta e incoherentes tele- gramas hicieron célebre en 1898. La brutal muerte de su protector lo dejó desnudo de conse- jos. De lo mucho que le faltaba al Ejército de África —en España no había otro ejército, tan solo tropas mal armadas y peor instruidas— bien avisado estaba por su antecesor: el preca- 196 vido y resuelto Villalba; más los informes del omnipotente aunque preocupado Berenguer, alto comisario. Al primero ignoró y al segundo desatendió. Cuando en enero de 1920 viajó a Ma- rruecos, lo mucho que le disgustó (como el penoso estado de los hospitales) y lo que más le inquietó (la tensa relación entre Berenguer y Silvestre) en ningún memorando lo plasmó y se lo ocultó a Alfonso XIII. Consumado el desastre —un ejército de desaparecidos, nueve años de colonización perdidos—, en el Congreso pretendió explicar lo inexplicable y acabó pidiendo perdón a los diputados, no a la Nación. Acumuló tal patetismo e indefensión personal, que recibió pésames de simpatía. Pero si Berenguer fue encausado previo suplicatorio (que él mismo solicitase), el Senado debió exigir los suplicatorios de Eza y Fernández Prida —el mi- nistro de Marina—, corresponsables de la no evacuación de los sitiados en Arruit, condenán- dolos a la muerte. Lo que hubiese evitado el Plan Berenguer, boicoteado primero por Prida y al que Eza, obtusa y servilmente, apoyó.

J. P. D. Navarro y Ceballos-Escalera, Felipe

Madrid, 1862 - 1936

General. Defensor de Monte Arruit.

A la memoria del general Navarro y su hij o Carlos, fusilados ambos

12 Barón de Casa Davalillos. Número 1 de la Promoción de su Arma en 1880. Diplomado de E. M. en 1898. Campañas de 1909 y 1912. General de brigada en 1916. Su amistad con Silvestre le lleva a Melilla, en 1920, como segundo jefe de la Comandancia. Este cargo conlleva el de presidente de la Junta de Arbitrios. Tal obligación municipal le exige tiempo, apartándolo del contacto con las tropas y la realidad táctica, que se agrava tras el revés de Abarrán. Informa- do del suicidio de Silvestre, llega a Drius y se encuentra con los despojos de un ejército que- brado en lo físico, deshecho en lo moral. No ordena a la columna García Esteban, en Bu Be- kker, que se concentre en Drius. Duda entre fortifi carse allí —con artillería, reservas de municiones y víveres, más las aguas del Kert muy cerca— o proseguir la retirada hasta Meli- lla. Y toma la peor decisión: marchar a pie hasta la plaza. Acaba sitiado en Arruit, donde se encierra, el 29 de julio, con tres mil hombres. El drama concluye en el holocausto del 9 de agosto: un ejército que rinde sus armas al vencedor, degollado por este. En las casas-prisión de Axdir surge un Navarro defensor de enfermos y lisiados, altivo ante la amenaza, resistente al suplicio (encadenado a un muro estuvo). Jamás tuvo España un general de cautivos más digno y estoico. Encausado por Ayala, los cargos contra él son retirados en 1924. Al comenzar la Guerra Civil le recluyen en la cárcel Modelo. El incendio y tumulto por los asesinatos del 23 de agosto le permiten escapar. Vuelve a su casa. Quiere abrazar a los suyos y asearse. Le apresan junto con su hij o, el capitán Carlos Navarro Morenés, de 34 años. En noviembre son ambos conducidos a Paracuellos y fusilados.

J. P. D. 09.04.2014 Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los responsables Felipe Navarro y Ceballos-Escalera Felipe Navarro responsables en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

197 II.II Los imprescindibles

198 Angoloti y Mesa, Carmen, duquesa de la Victoria

Madrid, 7 de septiembre de 1875 - 4 de noviembre de 1959

Colaboradora de la reina Victoria Eugenia en la organización de la Cruz Roja Española. Tras el desastre de Annual, creó en Melilla varios hospitales en los que la atención

médica era modélica. ria

Si hubo un tiempo en que, para los españoles, la palabra Marruecos estaba asociada con An- nual, el Barranco del Lobo, la guerra y la pérdida de vidas humanas, para esos mismos españo- les la mención a la duquesa de la Victoria signifi caba la caridad y el alivio del sufrimiento. Nacida en una familia de la burguesía acomodada, muy joven, a los diecisiete años, casó con el III duque de la Victoria, Pablo Montesino Espartero, ofi cial de Caballería y con una saneada situación económica. Nada hacía suponer que esta mujer aparentemente predestinada a una vida de como- didades y frivolidades, en una época en que a la mujer no se le reconocían capacidades de iniciativa o de gestión, iba a desarrollar unas actividades que asombraron a sus coetáneos. Durante varios años Carmen Angoloti siguió a su marido por sus varios destinos mili- tares, entre los que destacaba el de agregado militar en Berlín (1905-1907), donde estable- cieron relaciones con la familia del káiser. Finalmente, el matrimonio, que no tendría descen- dencia, terminó asentándose en Madrid, donde el duque de la Victoria fue ayudante de campo de los infantes don Fernando de Baviera y don Carlos de Borbón y por consiguiente estuvo estrechamente relacionado con la familia real. Pronto, Carmen Angoloti entró en el círculo de amistades de la reina Victoria Eugenia (ver biografía), quien la toma como su persona de confi anza para impulsar las actividades de la Cruz Roja Española. Su primera tarea fue la puesta en marcha del madrileño Hospital de San José y Santa Adela (actualmente Hospital Central de la Cruz Roja), cuya construcción había sido fi nancia- da por el testamento de doña Adela Balboa y Gómez, pero que a la conclusión de las obras se hallaba sin fondos para su funcionamiento. La duquesa de la Victoria asumió la tarea de enfrentarse a todas las difi cultades legales y burocráticas hasta que el hospital pasó a fun- cionar bajo el control de la Cruz Roja Española. De los problemas superados son prueba las palabras de don Pascual Gil, uno de los funcionarios del Ministerio de la Gobernación con los que debió negociar Carmen Angoloti:

Cuando en la canícula de 1917, la Duquesa venía diariamente a recorrer despachos

del Ministerio y con vivísima comprensión y con voluntad tenaz, contribuía a allanar Carmen Angoloti y Mesa, duquesa de la Victo imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. engorrosos trámites para la instalación de la Cruz Roja en el edifi cio de San José y Santa Adela. El que esto escribe repitió mil veces el dicho de D. Juan Picasso: ¡Es mucho hombre esta mujer!

Pero no le ha sorprendido la maravillosa labor realizada posteriormente en España y África. Sabía que haría cuanto se propusiera, sin más que ajustarse a su sencillo programa: decisión, desinterés, sacrifi cio. ¡Qué sencillo... y qué difícil! 199 Sin embargo, el momento cumbre de la duquesa de la Victoria llega en julio de 1921. La corte y el Gobierno se encuentran en San Sebastián y hasta allí llegan las terribles noticias de Melilla. La reina Victoria Eugenia encomienda a su fi el Carmen la tarea de marchar a Melilla y actuar en representación de la Cruz Roja Española. Acompañada por cuatro monjas y por tres jóvenes de la alta sociedad (Mimí Merry del

ria Val, María Benavente, sobrina del dramaturgo, y Conchita Heredia, dama de la reina), Carmen llega a Melilla. Allí todo es desorden por la continua llegada de unidades de refuerzo. Faltan locales, camas, menajes, mantas, medicinas, alimentos, etc. Hasta el agua potable es escasa. Carmen es recibida por las autoridades militares con una mezcla de educación y des- dén: «¡No tenemos bastantes problemas y además aparecen estas señoritas incordiando!». La duquesa no se amilana y actúa por su propia iniciativa. Contacta con los Herma- nos de la Doctrina Cristiana, que tienen un colegio sin uso. Pronto se acuerda la cesión. La misma Carmen compra las camas necesarias de un buque alemán que ha tocado en el puer- to de Melilla. Los colchones, las sábanas, las medicinas, el instrumental, todo es conseguido de un modo u otro por Carmen Angoloti y sus auxiliares. El resultado es que el día 4 de agosto, apenas dos semanas después de Annual, el hospital está funcionando con cien camas y otras cincuenta para emergencias. Su tarea continúa. El Ayuntamiento de Melilla le cede un grupo escolar recién termina- do pero aún sin uso. El proceso se repite. El día 26 de agosto es inaugurado como hospital con doscientas camas, más cien para emergencias. Para valorar el trabajo desarrollado es necesario conocer que hasta ese momento Melilla disponía de tres hospitales (Dockers, Alfonso XIII y otro de pequeña entidad) con una capacidad total máxima de ochocientas cincuenta camas. En la opinión general de testigos de la época, estos hospitales estaban peor dotados que los dos centros que la Cruz Roja y la duquesa de la Victoria habían creado de la nada en tan solo un mes. La actividad de Carmen Angoloti no cesa. El 23 de septiembre embarca en un tren blindado que llega hasta Nador, donde recoge heridos. En esa fecha, la situación en la zona es aún insegura. El tren es tiroteado y en varias ocasiones debe detenerse para reparar las vías levantadas. El jefe del tren, asombrado de su sangre fría, le expide un certifi cado de su presencia en zona de combate. De Nador a Zeluán y a Monte Arruit, donde es testigo de la cruel matanza cometida por los rifeños contra los rendidos soldados del general Navarro. De esos meses es la siguiente anécdota, recogida en la biografía de la duquesa escri- ta en 1958 por su sobrino, el doctor Ignacio Angoloti de Cárdenas:

Unos ofi ciales de la Legión atendidos en uno de los hospitales de la Cruz Roja en Melilla, se presentan a la duquesa para agradecer sus desvelos. Se excusan de que

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles Carmen Angoloti y Mesa, duquesa de la Victo imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. en Melilla es difícil encontrar fl ores con que obsequiarla. Carmen les contesta sin darle más importancia: «Dejaos de fl ores, cabezas de moros es lo que hace falta».

200 Horas después dos legionarios se le presentan con un cesta adornada con hojas y ramas. En su interior hay dos cabezas de rifeños y una tarjeta con el siguiente texto: «A la noble dama duquesa de la Victoria presidenta de la excelsa asociación de la Cruz Roja. Los legionarios acogidos a su dulcísima hospitalidad envían estas fl ores que son testimonios de más sentido reconocimiento». ria Carmen Angoloti se sobrecoge. Sus palabras han sido tomadas al pie de la letra. Ordena enterrar las cabezas en el patio de hospital. Casi un año después son desenterradas, baña- das en cal y enviadas a Madrid, donde fueron empleadas muchos años en las clases de anatomía de la Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja. Sin duda, la mentalidad de la época hacía tolerables situaciones como la descrita. No se debe olvidar que en esas mismas fechas el marqués de Hoyos, presidente de la Cruz Roja, contestaba al Comité Internacional sobre la posibilidad de una comisión internacional que supervisase las operaciones en el Protectorado español en Marruecos:

La Cruz Roja Española, de acuerdo con el gobierno español y del majzén [gobierno marroquí], no cree oportuna la ayuda de una comisión internacional para contribuir a aliviar los sufrimientos de los rifeños con ocasión de las operaciones de policía necesarias para restablecer el orden alterado por los rebeldes, no beligerantes, que ignoran la autoridad del majzén, protegido del gobierno español de acuerdo con los tratados internacionales.

Las operaciones continúan y la Cruz Roja, impulsada por la duquesa de la Victoria, continúa atendiendo a los heridos. Puestos avanzados, aviones para evacuación, los más modernos ele- mentos quirúrgicos y de diagnóstico instalados en las proximidades de las líneas de fuego... Todo parece poco para remediar el dolor y reducir la mortalidad de los heridos. Las tareas de atención inmediata son completadas con hospitales de retaguardia en Madrid, Málaga y Sevilla a donde son evacuados los heridos que requieren periodos de con- valecencia. La duquesa de la Victoria, sin descanso, pasa de la Península a África supervisan- do el funcionamiento de todas las instalaciones de la Cruz Roja. En un momento dado, El Telegrama del Rif, el periódico de Melilla, publica: «Pájaros de mal agüero. Llegan a Melilla la duquesa de la Victoria y el doctor Gómez-Ulla». El motivo es que su presencia en Melilla implicaba la pronta reanudación de operacio- nes y el aumento de bajas. En septiembre de 1925 tiene lugar el desembarco de Alhucemas. Tres buques mercantes (Andalucía, Barceló y Villarreal) son acondicionados para atender y transportar hasta casi mil heridos. La duquesa pasa de uno a otro buque supervisando los servicios de la Cruz Roja. Final-

mente, desembarcando desde el Barceló, fue uno de los primeros civiles en pisar tierra fi rme. Carmen Angoloti y Mesa, duquesa de la Victo imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Allí, eligió el emplazamiento para el hospital que la Cruz Roja instaló en Cala Bonita.

El Telegrama del Rif 201

Diario fundado, el 1 de marzo de cinco años, de 1907 a 1911, Abd guerra del Kert, más la política 1902, por Cándido Lobera Gilera, el-Krim defendió la concordia con los represiva del alto comisario, general capitán de Artillería y periodista españoles, sin por ello devaluar las Jordana —enemigo de enemistarse vocacional. Su nombre inicial, identidades de los rifeños ni sus con Francia—, a partir de 1915, El Telegrama, con el que siempre se derechos históricos. Su cultura y sutil traducida en la persecución contra le conocería, fue reforzado después, pluma le valieron para lograr tan Abd el-Krim, acabaron con su en lo político y sociocultural, con la difícil equilibrio didáctico-refl exivo. vertiente periodística, no con el expresión del Rif. Su director, Lobera, Abd el-Krim mantuvo «encendidos» ejemplo de su objetividad en esa tendría un acierto tan indiscutible debates con aquellos marroquíes parte crucial de su formación como como inusual en el mundo colonial que sostenían las tesis del líder del Rif. Cándido Lobera dirigió de la época: iniciar una «Sección colonialismo francés, representados El Telegrama hasta su muerte, en Árabe», página que ofreció a un juez por Saada (La Felicidad), periódico 1932. El periódico que él fundara natural de Axdir y educado en la editado en Tánger, pero fi nanciado pasó a ser, en 1963, El Telegrama de Universidad Al Qarawiyyin, en Fez: por la Legación de Francia en la Melilla, que respeta su identidad y Mohammed Abd el-Krim. Durante futura ciudad internacional. La aún hoy se publica. Terminada la campaña llegan los momentos de los homenajes. En 1925, sendos monu- mentos son erigidos en su honor en las ciudades de Cádiz y Madrid. En Madrid se celebra un homenaje donde se recogen dedicatorias que luego son publicadas. Todos los miembros de la familia real, personalidades de la política, del arte, de la industria, de la milicia, del perio- dismo, aristócratas y miles de españoles de a pie fi rman sus dedicatorias.

ria Cabe destacar la de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero:

La piedad dij o al dolor: –Descansa en el pecho mío, tengo para ti una fl or y para la fl or, rocío...

También las de Pablo Iglesias e Indalecio Prieto, alejados social e ideológicamente de la du- quesa, pero que reconocían sus méritos personales. Pablo Iglesias: «Enemigo de la guerra, rindo homenaje a la señora que ha demostrado elevadísimas condiciones de humanidad, al par que una extraordinaria modestia». Indalecio Prieto: «Bondad, modestia y valor. He ahí las características predominantes de la Duquesa de la Victoria. La fortaleza de un hércules en un alma hondamente femenina». En abril de 1931, a la caída de la monarquía, Carmen Angoloti sigue a su reina al exilio, pero pronto vuelve a su Madrid natal. En julio de 1936, ella y su marido son detenidos por las milicias socialistas. Pablo Montesino Espartero es, al parecer, asesinado en las cerca- nías de Aravaca, mientras que Carmen Angoloti es canjeada gracias a los esfuerzos de la Embajada argentina. Embarca en Alicante en el torpedero Tucumán y llega a Francia, de donde pasa a la España de Franco. A las pocas semanas se encuentra en el hospital emplazado en Leganés atendiendo a los heridos del frente de Madrid, donde permanecerá durante toda la Guerra Civil. Al término de esta, continuó residiendo en su domicilio de Madrid hasta su fallecimien- to el 4 de noviembre de 1959.

J. A. S.

Bibliografía Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles Carmen Angoloti y Mesa, duquesa de la Victo imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Angoloti de Cárdenas, Ignacio, La Sesión científi ca homenaje a la duquesa de la Victoria, Madrid, fi gura de Carmen Angoloti, Duquesa Altamira, 1958. de la Victoria, Madrid, Real Academia Nacional de Medicina, Homenaje a la Duquesa de la 2012. Victoria, Madrid, Depósito de la 202 Guerra, 1926. Victoria Eugenia De accesible princesa a reina estatua y al fi n reina liberada

A Mª Teresa Martos Da Riva en memoria de su padre, Luis Martos Jaldón

Battenberg, Ena de (Victoria Eugenia)

Balmoral, Escocia, 1887 - Lausana, Suiza, 1969

Reina de España.

Era nieta de la reina Victoria de Inglaterra. En el círculo de las familias reales se la conocería siempre por su apelativo: Ena. Su matrimonio con Alfonso XIII fue un enlace estratégico, no una unión marital equilibrada, por cuanto la pasión dejó paso a los devaneos extraconyuga- les del rey y a su desesperación por la herencia hemofílica que transmitiese a sus hij os varo- nes a excepción del tercero, el infante don Juan. La severidad (a menudo hostilidad) que reci- biese de la reina madre, doña María Cristina, con su séquito de damas tan habsbúrgicas que parecían archiduquesas, la llevaron a volcarse en tareas humanitarias o de mecenazgo y en viajar al Reino Unido para estar con su madre y hermanos. La heroica muerte del príncipe Maurice (Yprès, octubre 1914) y el fallecimiento del príncipe Leopold a raíz de una desafortu- nada intervención quirúrgica (Londres, abril 1922), la volvieron más desafi ante ante las con- tinuas infi delidades de su esposo. El atraso sanitario español y la dureza extrema de la lucha en Marruecos la impulsaron a laudables iniciativas suyas: la Liga Antituberculosa y el Institu- to de Reeducación para Mutilados. La caída de la Monarquía la permitió exponer, en público, una ruptura que duraba veinte años. Su marido escapó de Madrid en la noche del 14 de abril; ella se marchó en pleno día y nadie la ofendió. Afrontó con entereza la pérdida de dos de sus hij os en accidentes de automóvil: en 1934 el infante Gonzalo en Krumpendorf (Austria) y en 1938 su primogénito, Alfonso, en Miami (Florida). En su exilio helvético recuperó las ganas de vivir. En febrero de 1968 regresó a España para asistir al bautizo de su bisnieto, el príncipe Felipe. Cientos de madrileños la vitorearon al salir del palacio de Liria, donde se hospedaba. Hermosa todavía a sus 81 años, mostraba una rebelde felicidad: representaba a la libertad excarcelada. Volvía a ser Ena. Catorce meses después fallecía en «Vieille Fontaine».

J. P. D. 10.09.2014-24.05.2015 Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles Ena de Battenberg (Victoria Eugenia) Ena de Battenberg imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

203 Dato e Iradier, Eduardo

A Coruña, 1856 - Madrid, 1921

Abogado y estadista.

Encabezó un conservadurismo progresista aunque tercamente alfonsista —los llamados idó- neos—, opuestos a los mauristas, defensores de un monarquismo reformista y liberalizador. En 1899, siendo ministro de la Gobernación con Silvela, instituyó las leyes protectoras de los obreros en accidentes laborales; así como las del trabajo de la mujer y el menor de edad, bases de la moderna legislación social. Ministro de Gracia y Justicia en el II Gobierno Silvela (1902-1903), promovió el régimen de tutela en las cárceles. Su primer Ejecutivo coincidió con la Guerra Europea, en la que supo aconsejar a Alfonso XIII para mantener la neutralidad, desoyendo los requerimientos de beligerancia provenientes de Alemania, Austria y Hungría. Cara a Marruecos, el asesinato de Sidi Alkalay (mayo de 1915), delegado raisunista, lo des- bordó. Sus decisiones fueron tan desafortunadas como sus consecuencias: privó a la Alta Comisaría del doble imperativo de autoridad y ejemplaridad, sin el cual el Protectorado per- día toda legitimidad. En 1917, consciente del militarismo elitista del rey —esa parte del gene- ralato que siempre tenía puertas abiertas en Palacio—, no plantó cara a las Juntas de Defen- sa. El jefe del Estado se convirtió en su rehén y el bipartidismo en un sistema cautivo. En mayo de 1920, al formar nuevo gobierno, como ministro de la Guerra eligió a Luis de Marichalar por ser persona cuidadosa. Y el señor vizconde lo era, sobre todo en su atuendo. El magnicidio del 8 de marzo de 1921 supuso un golpe devastador para el alfonsismo y el ejército. Dato no hubiera asistido, aturdido y estupefacto —caso de su sucesor, Allendesalazar— al trágico revés de Abarrán ni dejado morir a la gente de Navarro. Dato conocía bien la Marina y no hubiese tolerado la impavidez delictiva de Fernández Prida al no movilizar la fl ota en socorro de los sitiados en Monte Arruit.

J. P. D. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles Eduardo Dato e Iradier Eduardo imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

204 García Pérez, Antonio

Puerto Príncipe, Cuba, 3 de enero de 1874 - Córdoba, 27 de septiembre de 1950

Militar erudito, de inquietud moral y social, autor de una extensa producción bibliográfi ca relacionada con la milicia, entre cuyos temas destacan Marruecos y América.

Hij o de Bernardino García y García, militar y héroe de las campañas de Cuba, y de Amalia Pérez Barrientos, fue el primogénito de una familia de cinco hermanos. Tras obtener el empleo de teniente de Infantería en la Academia de Toledo, en 1895 fue destinado a Cuba, encuadra- do en el Batallón de Baza Peninsular n.º 6, en plena guerra de insurrección. Allí participó en varias acciones de combate, como en la muy sangrienta de Peralejo, obteniendo dos cruces al Mérito Militar con distintivo rojo. En junio de 1896 volvió a la Península para realizar el curso de Estado Mayor, obte- niendo este diploma en agosto de 1902. A continuación, estuvo destinado en los Regimientos de Infantería Saboya n.º 6 y de Reserva Ramales n.º 73, en Córdoba, hasta agosto de 1905. Durante esta árida y difícil posguerra del «desastre del 98» alternó la vida de guarnición con el estudio y la lectura, imbuyéndose de un gran espíritu regeneracionista hacia la institución de la que formaba parte. Antonio García Pérez fue autor de gran número de obras relacionadas con aspectos históricos y organizativos de América, siguiendo la estela de su origen antillano y su inquie- tud intelectual. Trabó conocimiento con varios militares suramericanos que le proporcionaron acceso a fuentes bibliográfi cas y documentales. Sus escritos fueron pioneros en difundir epi- sodios de la realidad americana apenas tratados en la España de la época. Uno de sus primeros trabajos extensos fue el interesante y completo Estudio políti- co-militar de la campaña de Méjico 1861-1867, aparecido en 1900. En 1901 obtuvo la Cruz de 1.ª clase del Mérito Militar con distintivo blanco por su obra Reseña histórico-militar de la campaña del Paraguay (1864 a 1870). En 1902 publicó Refl ejos militares de América, un opúsculo de treinta páginas sobre varios países de América (Chile, México, Argentina, Para- guay, Uruguay, Brasil, Ecuador, Perú). En 1903 se le concederá otra Cruz del Mérito Militar por cinco de sus obras: Guerra de Secesión. El general Pope; Una campaña de ocho días en Chile; Proyecto de nueva organización del Estado Mayor de la República Oriental de Uru- guay; y Campaña del Pacífi co entre las repúblicas de Chile, Perú y Bolivia (manuscrito). Y en Antonio García Pérez imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. 1905 publicó Añoranzas americanas. Entre 1905 y 1912 estuvo destinado con el empleo de capitán como profesor en la Academia de Infantería de Toledo. Allí alternó la labor docente con la continuidad de su acti- vidad literaria. García Pérez fue designado también auxiliar de dirección en el recién creado Museo de Infantería, con sede en el Alcázar toledano, siendo su director el coronel Luis de Fi- drich Domecq. Coincidiría en la academia con su hermano Fausto así como con el también capitán Víctor Martínez Simancas (ver biografía), con cuya familia emparentaría indirecta- mente años después. Durante este periodo daría a la imprenta México y la invasión norteamericana (1906), a la que seguirían Javier Mina y la independencia mexicana (1909). En la sesión del 15 de 205 febrero de 1906, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística lo nombró socio honorario por unanimidad, «en debida correspondencia a los elevados propósitos en que se ha inspira- do el señor García Pérez al redactar hasta ahora las muchas y brillantes páginas que de su pluma han salido y en las cuales el nombre de México aparece rodeado de los más enaltece- dores atributos». En los siete años que ejerció la docencia en la Academia escribió así mismo varias obras relativas a una de las cuestiones más candentes para la España de la época y que afec- taría a miles de españoles: la presencia de nuestro país en el norte de África. La obra escrita que Antonio García Pérez dedicó al tema aborda aspectos geográfi cos, históricos y lingüísti- cos. Su obra La cuestión del Norte de Marruecos, publicada en 1908, defi ende las mismas tesis que los ideólogos de la expansión española al otro lado del Mediterráneo. Antes incluso de suscribirse los acuerdos que darían lugar a la instalación del Protectorado escribiría Geogra- fía militar de Marruecos y Posesiones españolas en el África Occidental. Su trabajo Isla del Peregil y Santa Cruz de Mar-Pequeña (1908) se convirtió en la única referencia sobre la cues- tión muchos años más tarde, durante el incidente por el islote de Perejil del año 2002. Pero nuestro biografi ado continuaría dedicando sus escritos a cuestiones norteafrica- nas durante mucho tiempo. Recoge aspectos emotivos y morales, como los recuerdos a sus compañeros, antiguos alumnos o meros soldados caídos en los campos de batalla de Marrue- cos. Valgan como ejemplo Heroicos infantes en Marruecos (1928) o Cómo murió en África el heroico soldado Pedro González Cabot (1922), entre varias decenas de títulos realizados entre 1906 y 1945. El mismo año en que comenzó la campaña de Melilla de 1909 publicará Ocho días en Melilla. Su libro Zona española del Norte de Marruecos está dedicado a uno de los generales protagonistas en la instauración del Protectorado, el teniente general Alfau. En noviembre de aquel año fue nombrado académico correspondiente de la Real Academia de la Historia. Es asimismo notorio su interés por establecer contacto y contraste de pareceres con prestigiosos arabistas como el escritor y corresponsal de guerra Guillermo Rittwagen Solano. García Pérez plasmaría los conocimientos adquiridos sobre la lengua y la cultura árabes en la enseñanza de esta disciplina, que hubo de impartir en la Academia de Infantería de Toledo. Así vieron la luz el Vocabulario militar hispano-mogrebino (publicado en Melilla, en 1907, por el periódico El Telegrama del Rif) y el texto manuscrito Árabe vulgar y cultura arábiga. Durante sus años de profesor en la Academia de Toledo tuvo como alumno al infante Alfon- so de Orleans y Borbón, hij o de la infanta Eulalia de Borbón, tía del rey Alfonso XIII. La amistad y respeto que existió entre ambos se manifestó en la defensa publicada en prensa que García Pérez Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles Antonio García Pérez imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. realizó de su alumno en 1910, al ser este desposeído de todos sus derechos por contraer matrimo- nio con la princesa Beatriz de Sajonia-Coburgo-Gotha, de religión protestante, sin el permiso del rey ni el visto bueno del jefe de Gobierno, Antonio Maura (ver biografía). El incidente le supuso un mes de arresto y la apertura de un proceso que le podía haber supuesto seis años de prisión, pero que quedó en suspenso por la intercesión de los infantes. Su carrera militar continuaría aparente- mente sin novedad. Hasta el fi n de sus días mantendría correspondencia con el infante, así como con la propia infanta Eulalia. En 1912 fue ascendido a comandante y obtuvo el destacado nom- bramiento de Gentilhombre de Cámara del rey Alfonso XIII. En 1914 fue destinado al Regimiento de Infantería de Borbón n.º 17 en Tetuán, donde, además de diferentes acciones de guerra, sobresalió por los servicios humanitarios durante 206 la epidemia de peste bubónica declarada en el campamento del Hayar, al que fue destacado en septiembre de 1915. Trasladado al campamento de Smir, en diciembre se hizo cargo del mando del batallón, al frente del cual cooperó en rechazar una agresión del enemigo a Mon- te Negrón. A comienzos de 1916 se trasladó al campamento general de Dar Riffi en y seguida- mente al cuartel del Serrallo, donde se dedicó a la instrucción de reclutas. Desde estos pues- tos dirigió varias cartas al marqués de Borja, intendente de la Casa Real. Además de remitir varias de sus publicaciones y pedir apoyo para su edición, aprovechó su amistad con el marqués para trasladarle las pésimas condiciones de vida y salud de sus soldados, con el fi n de que llegaran a oídos del monarca, pensando ingenuamente que podría así contribuir a su solución. En abril de 1916 embarcó hacia Málaga, permaneciendo en esta plaza hasta que en julio se trasladó con su batallón a Asturias con motivo de la huelga ferroviaria. En 1919 fue ascendido al empleo de teniente coronel de Infantería y destinado al Re- gimiento Tarragona n.º 78 con sede en Gij ón. Desde este cargo creó la «biblioteca para el soldado», que asimismo instauraría en Algeciras en el Regimiento Extremadura n.º 15, donde fue destinado en 1921. Por dichas iniciativas recibió la encomienda de la Orden Civil de Al- fonso XII. En agosto de 1921 fue destinado al Estado Mayor Central, en Madrid. Ese mismo año el Ayuntamiento de Córdoba reconoció su iniciativa y esfuerzos por erigir el monumento a la insigne fi gura histórica del Gran Capitán. En 1923 pasó a servir en la Secretaría General del Estado Mayor Central. Desaparecido dicho organismo en la reorganización de 1925, durante los años siguientes García Pérez desempeñó su actividad en la Dirección General de Prepa- ración de Campaña del Ministerio de la Guerra. A fi nales de 1928 fue ascendido a coronel y destinado a Cáceres al mando del Regi- miento de Infantería Segovia n.º 75. En esta ciudad extremeña acometió una extensa labor para la mejora de las condiciones de vida de los soldados y para tender puentes con una población civil muy enfrentada a la institución tras los sucesos de Marruecos. En esta labor le sorprenderá una lista de acusaciones, incluyendo la de femineidad, que le llevó ante un tribu- nal de honor celebrado en Valladolid en octubre de 1930. Virtualmente sin opción a defensa, fue separado del servicio, causando baja en el ejército. Probablemente no fueran ajenas a este suceso su afi nidad monárquica, pública y notoria desde el incidente con el infante de años atrás, su carácter erudito y su soltería, que le convertían en una rara avis para algunos sectores de la institución en aquella convulsa época prerrepublicana. Así comenzaría una larga lucha para reivindicar su honor. Tras la Guerra Civil —du- rante la cual estuvo un tiempo encarcelado en la checa de Porlier de Madrid— fue rehabilita- do, aunque no tenemos constancia documental. Prosiguió con su actividad literaria y colabo- Antonio García Pérez imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. rando en diferentes revistas militares. Siempre mostró un especial interés por aspectos sociales, culturales y humanistas, desde la óptica tradicionalista española, de cara a mejorar la formación integral de ofi ciales y soldados. Recuérdese que su obra Patria había alcanzado las siete ediciones entre 1923 y 1927. García Pérez vivió discretamente como «coronel de Estado Mayor retirado» hasta su fallecimiento en el hospital militar de Córdoba en 1950. Su obra ha sido rescatada del olvido por Jensen (2001) y Yusta (2011) y por el proyecto editorial del que forma parte esta publicación.

J. M. G. A.

207 Bibliografía

Jensen, Geoff rey, Cultura militar VV. AA., América y España: un siglo Yusta Viñas, Cecilio, Alfonso de española: modernistas, de independencias, ed. de Manuel Orleáns y de Borbón. Infante de tradicionalistas y liberales, Madrid, Gahete Jurado, Bilbao, Iberdrola, España y pionero de la aviación Biblioteca Nueva, 2014 (traducción 2014. española, Madrid, Fundación de de la obra del mismo autor Aeronáutica y Astronáutica publicada en 2001 por University of VV. AA., México y España: la mirada Españolas, 2011. Nevada Press). compartida de Antonio García Pérez, ed. de Manuel Gahete Jurado, Con agradecimiento a Manuel Pérez Frías, Pedro Luis, «Cuatro Bilbao y Rute (Córdoba), Iberdrola y Gahete Jurado, Pedro Pérez Frías y personajes y una obra», en VV. AA., Ánfora Nova, 2012 (dos ediciones). Montserrat Barbé Capdevila por sus Ejército y derecho a principios del aportaciones. siglo XX, Las Rozas (Madrid), La Ley, VV. AA., El Protectorado español en 2012, pp. 89-229. Marruecos: la historia trascendida, dir. de Manuel Aragón Reyes, Bilbao, —, La vida que fue. Antonio García Iberdrola, 2013. Pérez, un intelectual militar olvidado (biografía inédita). Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles Antonio García Pérez imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

208 Gómez Jordana, Francisco

Mazarrón, Murcia, 1852 - Tetuán, 1918

Militar. Afamado docente de historia y táctica.

Alférez de Caballería en 1871, ingresó en el Estado Mayor, cuerpo del que llegó a ser profesor en 1882 y, con posterioridad, reformador del Plan de Enseñanza. En 1903, coronel. Estudia y escribe. Publica La Campaña de Andalucía en 1808 y La conquista de Argelia. La crisis de julio de 1909 lo sorprende en Melilla. Su buen juicio y determinación evitaron mayores males. En 1911 es nombrado director de la Escuela Superior de Guerra, lo cual certifi ca el reconoci- miento del que gozaba y el acierto de quien validaba tal designación: el ministro Luque. Pasa destinado a Melilla como general jefe del Estado Mayor de la Comandancia. Las campañas de 1911-1912 las afronta con objetividad y resolución. Su entendimiento con Larrea y García Aldave asegura la pacifi cación del territorio. Tras ser nombrado Marina alto comisario, perse- vera en la mejora del Plan Alhucemas. La dimisión de Marina y Silvestre lo llevan, en 1915, a la Alta Comisaría. Desde Tetuán emprende negociaciones con El Raisuni que fructifi can en el pacto sellado en El Fondak (24 de mayo de 1916), por el cual columnas españolas y raisunis- tas acometerán el difícil sometimiento de los anyeríes, tribu que amenazaba Ceuta y Tánger. La concordia dura poco y la guerra con El Raisuni se reactiva. Pide dinero y refuerzos, que nadie atiende. Indignado por el intervencionismo de diplomáticos, políticos y empresarios en los hechos protectorales, redacta su Memorial de Quejas a Romanones, lo concluye y, cuan- do lo revisaba, se desploma sobre su mesa de trabajo, fulminado por un infarto.

J. P. D.

Pagés Miravé, Fidel

Huesca, 1886 - Quintanapalla, Burgos, 1923

Médico militar.

Al coronel médico Luis Arcarazo García, I Premio «Fidel Pagés» (2008)

Estudia en la Universidad de Zaragoza, donde se gradúa en 1908. En 1911 ingresa en la Sani- Miravé Fidel Pagés Gómez Jordana, Francisco imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. dad Militar como capitán médico. Parte voluntario para cumplir misiones humanitarias en Aus- tria- Hungría. Entre abril y septiembre de 1918 realiza fatigosas visitas de inspección a los campos de prisioneros donde se hacinaban, por miles, soldados italianos, rusos, rumanos y serbios. Cumple agotadoras estancias en el hospital militar vienés «Número 2». Investiga el dolor agudo y cómo operar sin anestesia total. Los desastres de 1921 le llevan a Melilla, desbor- dada por el fl ujo de heridos graves. Alterna jornadas de un día y una madrugada en quirófano con una mañana de descanso para, al atardecer, partir hacia el frente. Se desplaza en un rápi- 209 do (los Ford de 20 HP) o en un biplano, en el que lo acompaña una monja. Aterriza en segunda línea y allí mismo, rodeado de camillas —el anuncio de su llegada moviliza campamentos y columnas— opera heridas de vientre o de cráneo. Salva vidas sin darse tregua y acumula una fama tan grande como su cansancio. Se merece la Laureada, pero no es propuesto. Ese mismo año publica su ensayo La anestesia metamérica, confi rmación de su genial descubrimiento: la anestesia epidural. En 1922 asciende a comandante. En 1923 solicita la excedencia. Decide tomarse unas vacaciones con su esposa e hij os en el balneario de Cestona (Guipúzcoa). El 21 de agosto, de vuelta a Madrid, el coche que él mismo conducía se topa con un profundo bache, emboscado en la Cuesta de la Brújula. Volantazo, choque contra un árbol, vuelco y fractura de cráneo. España perdía así al que debió ser su segundo Nobel de Medicina después de Cajal.

J. P. D. 30.10.2013 Villalba Riquelme, José

Cádiz, 17 de octubre de 1856 - Madrid, 25 de noviembre de 1944

Erudito, ilustre y valeroso militar, destacado escritor y gran entusiasta de la formación física.

Fueron sus padres Rafael Villalba Aguayo y Adela Riquelme O’Crowley. Rafael cursó la carre- ra de Medicina, prestando servicio en hospitales de Córdoba, Ciudad Real y Granada, hasta que en 1867 ingresó en el Cuerpo de Sanidad Militar. Tras participar en el movimiento revolu- cionario de 1868 y en la tercera guerra civil, en 1869 fue destinado a Puerto Rico, de donde en 1873 pasó a Cuba; ambos destinos minaron su salud, obligándole a regresar enfermo a la Península, donde murió de disentería crónica en 1879. Adela descendía de una familia de comerciantes irlandeses afi ncada en Cádiz desde el siglo XVIII, a la que perteneció Pedro O’Crowley O’Neill, renombrado numismático, anticuario y coleccionista de obras de arte —a quien menciona Antonio Ponz en su conocida obra Viage de España—; otro destacado miem- bro de la familia fue Pedro O’Crowley Power, conocido profesor y traductor. El padre de Ade- la, Joaquín Riquelme y García de Paredes, fue un destacado matemático y catedrático de la Universidad de Sevilla. El matrimonio tuvo cuatro hij os, de los que Carlos y José serían militares, mientras que Ricardo se dedicó a la enseñanza e Isabel profesó como monja de clausura en el convento de las Comendadoras de Santiago, en Toledo. Cuando la edad de sus hij os se lo permitió, Adela cursó la carrera de Magisterio, de- sempeñando posteriormente el cargo de directora de las Normales de Maestras de Ciudad Real, Granada y Alicante; también estudió la carrera de Comercio, en cuya Escuela impartió clases. Tras el fallecimiento de su esposo contrajo matrimonio con Enrique Díaz Trechuelo y Ostman, también militar, hij o del marqués de Villavilviestre. Fue una mujer de gran carácter, preclaro talento y gran cultura, destacada escritora y profesora, y una convencida feminista. José Villalba pasó en Cádiz los primeros años de su vida, trasladándose en 1869 a Puerto Rico en unión de su familia. Al cumplir los catorce años obtuvo plaza de cadete en el Batallón de Infantería de Puerto Rico, del que pasó al Batallón de Infantería de Madrid, en la misma isla, para continuar sus estudios militares, a cuyo término, en octubre de 1873, fue promovido al empleo de alférez y destinado al Batallón de Infantería de Cádiz, sirviendo pos-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles José Villalba Riquelme imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. teriormente en el Batallón de Artillería. Una vez de vuelta a la Península, fue ascendido a teniente en 1875 y destinado al Bata- llón de Reserva n.° 2, en cuyas fi las combatió a los carlistas formando parte del Ejército de Ope- raciones del Norte, valiéndole su destacada actuación la recompensa del grado de capitán. Tras servir en el 3.er Regimiento de Ingenieros, en Aranjuez, en septiembre de 1876 fue trasladado con el grado de comandante al Ejército de la Isla de Cuba, donde se reunió con su padre. Una vez en La Habana, se incorporó a la Compañía de Telégrafos del Regimiento de In- genieros, con la que tomó parte en operaciones contra los insurgentes, ganando por su valor una Cruz Roja al Mérito Militar. Habiendo caído enfermo en dos ocasiones, no tuvo más remedio que embarcar en 1878 hacia la Península, donde fue destinado al Batallón de Depósito de 210 Montoro (Córdoba), pasando muy pronto al de Cazadores de Manila, de guarnición en Madrid. En el mes de septiembre de 1882 fue nombrado profesor auxiliar de la Academia de Infantería de Toledo, pasando al año siguiente en el mismo puesto a la recién creada Acade- mia General Militar. Su sólida formación le permitió publicar en 1882 su primera obra, Ele- mentos de Logística, cuando solamente ostentaba el empleo de teniente. Durante los años siguientes impartió a los cadetes diversas asignaturas: Geografía e Historia Militar, Telegrafía, Ferrocarriles y Contabilidad, Detall, Procedimientos y Literatura, y otras, recibiendo como premio al ejercicio del profesorado la Cruz de Isabel la Católica. Su segunda obra, Táctica de las tres Armas, fue recompensada en mayo de 1889 con el empleo de capitán, premio rara vez concedido por tales motivos. Tras pasar unos meses formando parte de la plantilla del Regimiento de Saboya, en 1890 volvió a la Academia General, correspondiéndole las clases de Reglamento de Campaña, Evolu- ciones de la Caballería y Artillería, Táctica de las Tres Armas, Constitución del Estado, Ley de Enjuiciamiento, Literatura Militar y otras, y teniendo a su cargo la instrucción práctica de tiro. En 1893, una vez disuelta la Academia General Militar, pasó a la de Infantería, alcan- zando al año siguiente el empleo de comandante y siendo confi rmado en su destino, pasan- do a impartir las asignaturas de Táctica de Brigada, Arte Militar, Reglamento y Curso de Tiro, Organización Militar de España, Higiene, Geografía Militar de España y Posesiones, Guerras Irregulares, Estrategia y Código de Justicia Militar, al tiempo que desempeñó a partir de 1895 el cargo de jefe de Instrucción Táctica. En 1897 su obra Táctica de las tres Armas fue declara- da texto en la Academia, y en ese mismo año recibió una Cruz Blanca al Mérito Militar como recompensa a los años de profesorado. Causó baja en la Academia de Infantería al ser ascendido a teniente coronel en abril de 1898, siendo su nuevo destino el Regimiento de Reserva de Badajoz y seguidamente el Regimiento de Soria. En ese mismo año recibió la segunda Cruz Blanca al Mérito Militar, por haber introducido modifi caciones en la quinta edición de su obra Táctica de las tres Armas. Los siguientes años sirvió en el Regimiento de San Fernando, en Madrid, y fue ayudan- te de campo del general Polavieja, ministro de la Guerra; fue agregado al Colegio de María Cristina para Huérfanos de la Infantería, en Toledo, en el que desempeñó el cargo de jefe de estudios; y volvió a partir de 1901 a ser ayudante de Polavieja, entonces en situación de cuartel en Madrid, y más tarde director general de la Guardia Civil, jefe del Cuarto Militar de S. M. el rey y jefe del Estado Mayor Central. Durante su estancia en el Colegio de Huérfanos de Toledo publicó la obra Tiro Nacional. A partir de 1905 formó parte de la comisión encargada de estudiar las islas Baleares y posteriormente asistió como observador a las maniobras del Ejército francés, por lo que fue recompensado con la Legión de Honor, valiéndole la memoria redactada posteriormente una José Villalba Riquelme imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. nueva Cruz Blanca al Mérito Militar. Por tercera vez fue, en 1906, ayudante del general Polavieja, cuando este ocupó el puesto de presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, pero en enero del año siguiente cesó al ser nombrado jefe de estudios de la Academia de Infantería. Apenas llegó a Toledo su principal preocupación fue tratar de mejorar las condiciones físicas de los cadetes y que adquiriesen cono- cimientos sobre la gimnasia, los deportes y el atletismo que pudiesen divulgar entre los soldados. Ya en la Academia, publicó las obras Elementos de Logística (1908) y Juego de la guerra (1909), recibiendo en recompensa otra Cruz Blanca al Mérito Militar. Durante su etapa como jefe de estudios consiguió materializar diversos e interesantes proyectos. Fueron famosas en Toledo las competiciones deportivas que se organizaban du- 211 rante el periodo de prácticas en el campamento de Los Alij ares: gimnasia, tiro de fusil, pistola y ametralladora, hípica, tenis sobre hierba, equitación, ciclismo, esgrima, fútbol y atletismo (carreras de velocidad, resistencia y relevos, salto de obstáculos, salto de altura y longitud, salto de aparatos, lanzamiento de disco y jabalina). Durante las fi estas de la Inmaculada tenía lugar un campeonato de fútbol entre las compañías de cadetes, llegando a alcanzar este deporte tal desarrollo que la Academia se enfrentó a partir de 1907 a los principales equipos españoles: Athletic de Madrid —al que llegó a vencer—, Madrid F. C., Club Español, Alicante Recreation Club, Sociedad Gimnástica Española y otros, afi liándose en 1909 a la Federación Española de Clubs de Foot-ball y to- mando parte al año siguiente en el Campeonato de España. A lo largo de esta etapa no se limitó a dedicar su atención a la formación intelectual y física de los alumnos, sino también a la moral, para lo cual en 1908 fue el impulsor de la 12 creación del Museo de la Infantería —que hoy forma parte del Museo del Ejército—, inaugu- rado por Alfonso XIII y que llegaría a contar con siete salas. Otro de sus logros fue la confección del catálogo de la biblioteca académica, creada en 1809, y que cien años después contaba con cerca de diez mil volúmenes. Este catálogo ganaría una Medalla de Oro en la Exposición de Valencia de 1910 y volvería a repetir en la Universal de Bruselas del mismo año, donde se pidió a la Academia que lo dejase expuesto con el fi n de que se pudiese admirar la perfección de la obra. Al ascender a coronel, en abril de 1909, fue nombrado director de la Academia de In- fantería, por lo que pudo poner en práctica sus novedosas ideas sobre cómo habría de ser la instrucción práctica que se impartiese a los alumnos. Al poco de haberse hecho cargo del mando del centro de enseñanza, el rey le hizo el honor de dirigir, al frente de tropas de la guarnición de Madrid, un ataque nocturno al cam- pamento de Los Alij ares, en el que el monarca pernoctaría en varias ocasiones. De él procede la idea de la composición de un himno académico, Ardor guerrero, es- trenado en 1909 y que años después se convertiría en himno del Arma de Infantería. Consciente Villalba de la importancia de las enseñanzas prácticas para la formación del futuro ofi cial, impulsó el desarrollo del campamento de Los Alij ares, consiguiendo dotarlo de luz eléctrica en 1910 y de agua potable en todas las instalaciones. También planeó la construcción de barracones de mampostería, ocho de los cuales se fueron levantando con el paso del tiempo, y a partir de 1911 inició la forestación del terreno campamental, comenzan- do por la plantación de mil árboles donados por Alfonso XIII. La relación que tuvo con Alfonso XIII a través de las numerosas visitas que el rey realizó

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles José Villalba Riquelme imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. a la Academia hizo que en 1911 fuese nombrado gentilhombre de cámara. En 1913 proyectó la creación dentro de la Academia de lo que se iba a llamar Escuela de Gimnasia y Esgrima, claro antecedente de lo que más tarde sería la Escuela de Gimnasia. Debido a la alta estima que por él tenía el Ejército debido a sus elevados conocimien- tos, a fi nales de 1911 fue enviado a Melilla en comisión de servicio, y permaneció en la zona durante un mes estudiando la situación militar. A su regreso a Toledo entregó la dirección de la Academia en febrero de 1912 y se hizo cargo del mando del Regimiento de África en la posición de Tifasor. Su intervención en numerosos combates le valió la concesión de una Cruz Roja al Mé- rito Militar y el ascenso a general de brigada en octubre de 1912. Deseando el Ministerio de 212 la Guerra seguir contando con sus inestimables servicios, fue entonces nombrado subinspec- tor de Tropas de la Comandancia General de Melilla, pasando a presidir la Junta de Arbitrios de esta ciudad, desde la que impulsó la construcción de la plaza de España. Volvió en mayo de 1914 al mando de tropas operativas, cuando se hizo cargo de la 1.ª Brigada de Melilla, al tiempo que continuaba desempeñando los anteriores cargos. Participó en diversas acciones durante los meses siguientes, logrando con sus tropas cruzar el río Kert y establecer posiciones en la otra orilla, y siendo recompensado su destacado comporta- miento con la Gran Cruz Roja al Mérito Militar. En julio de 1915 cesó en el mando y cargos que desempeñaba al haber sido nombrado comandante general de Larache. De nuevo fue reconocido su valor y acierto en la dirección de las operaciones al ser ascendido a general de división por méritos de guerra en mayo de 1916, tras lo cual dejó la Comandancia de Larache y se trasladó a Madrid. Los años siguientes ejerció el cargo de gobernador militar del Campo de Gibraltar, teniendo que intervenir en el control de las diversas huelgas de obreros que se produjeron en Algeciras y otras poblaciones. Sus acertadas intervenciones fueron recompensadas con las grandes cruces de Isabel la Católica y del Mérito Naval. En noviembre de 1919 se trasladó a Inglaterra al frente de una comisión encargada de adquirir material de guerra para el Ejército y en ese mismo mes, estando en Londres, recibió la comunicación de que había sido nombrado ministro de la Guerra en el gabinete presidido por Manuel Allendesalazar, cargo que desempeñaría durante menos de cinco meses, entre el 15 de diciembre de 1919 y el 5 de mayo de 1920. Durante ese periodo de tiempo tuvo como secretario al capitán Víctor Martínez Simancas —casado con su hij a Adela, fallecida en Melilla en 1922—, a quien siempre demostró un gran afecto y consideró como a un hij o. Como si presintiese el escaso tiempo que iba a permanecer ocupando aquel impor- tante puesto, estando todavía en Londres le dictó a su hij o Ricardo, que le acompañaba, el borrador del decreto de creación de la Escuela de Educación Física de Toledo, que él mismo inauguraría el 20 de febrero de 1920. La experiencia adquirida por el general Villalba durante su destino en Marruecos y el profundo conocimiento que tenía sobre la situación de nuestro Protectorado y el tipo de gue- rra que allí se libraba le animaron a fi rmar el 28 de enero de 1920 la creación del Tercio de Extranjeros, más tarde convertido en La Legión, encargando al teniente coronel Millán-Astray la dirección de una comisión formada en el Ministerio para iniciar su organización. A continuación dedicó su tiempo a modernizar la uniformidad del combatiente, impo- niendo el color caqui a todas las Armas y Cuerpos, aunque su cese prematuro impediría que se implantase este modelo.

Incansable en su trabajo, aprobó la creación de las Comisiones de las Armas con el fi n de José Villalba Riquelme imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. encauzar las Juntas Militares, tomó medidas para la mejora de la vida social y profesional de los cuadros de mando y tropa, dio nuevas plantillas a los centros, dependencias y unidades del Ejército, impulsó la aeronáutica militar —con la compra de aviones y construcción de aeródromos, y su posterior reorganización— y el Servicio de Intérpretes de Árabe, y aprobó nuevos reglamentos, entre ellos los de Armamento y Municionamiento, Recompensas en Tiempo de Paz y Guerra, Cuerpo Ju- rídico Militar, Medalla Militar, Servicio Postal Aéreo y Utilización de los Ferrocarriles en Tiempo de Guerra, siendo su última disposición la relativa a la reorganización del Cuerpo de Sanidad Militar. No olvidó en esta etapa de su vida su amor por el deporte, pues dictó normas sobre el fútbol, autorizando a los cuerpos y unidades «la formación voluntaria de grupos adiestrados en la práctica de los juegos llamados de balompié». 213

Tercio

El 28 de enero de 1920 el entonces acuartelamientos de la Légion rifeños y yebalíes, pero también ministro de la Guerra, general José Étrangère en Sidi Bel Abbés (al sur para aplacar el persistente clamor Villalba Riquelme, fi rmó el decreto de Orán, Argelia). Una bandera existente en España ante la fundacional del denominado Tercio (batallón) es su principal unidad de crucifi cante continuidad de lo que de Extranjeros. Villalba es combate. Su fi era acometividad y se llamó goteo de bajas: fuertes considerado el decidido promotor de extrema resistencia durante las pérdidas (mensuales) en los servicios lo que luego se conocería como La extenuantes campañas de 1921 a de aguada, la protección de Legión, tronco de un ejército de 1927 dio la razón a quienes convoyes y defensa de posiciones aguerridos voluntarios. Su primer intuyeron los benefi cios políticos de fi jas. Desde hace años, a los jefe y organizador fue el teniente utilizar un cuerpo de tropas de efectivos de la Legión vuelve a coronel José Millán-Astray, tras un choque para hacer frente a los conocérseles como fuerzas del viaje de inspección, en 1920, a los mejores guerreros de África, caso de Tercio. La pronta caída del Gobierno Allendesalazar le impediría solucionar los problemas por los que atravesaban las tropas desplegadas en Marruecos, por él perfectamente conocidos y que al no remediarse provocarían al año siguiente el desastre de Annual. Tras su cese recibió el nombramiento de consejero del Consejo Supremo de Guerra y Marina, cargo que abandonaría muy pronto para volver a convertirse en gobernador mi- litar del Campo de Gibraltar, al tiempo que desempeñaba la presidencia de la Junta Espe- cial de Subsistencias de dicho territorio. Desde este puesto dirigió en el mes de julio de 1921 un interesante informe a S. M. el rey sobre la actuación de España en Marruecos, en el que exponía las causas del desastre de Annual y la forma en que se debía actuar en un futuro. En ese mismo verano de 1921 regresó al puesto de consejero, que continuaría ejer- ciendo tras haber pasado a la situación de primera reserva en 1922 y en el que cesaría al llegarle el pase a la segunda reserva en 1924. Elegido senador por la provincia de Alicante en enero de 1921, defendió desde su es- caño el comportamiento de la ofi cialidad de Infantería durante el desastre de Annual. Ya en la reserva, tuvo la oportunidad de dedicarse a uno de sus temas favoritos al ser nombrado presidente de la Comisión para el Estudio y Reglamentación de la Educación Físi- ca Nacional e Instrucción Premilitar, visitando en 1925 diversos centros y organizaciones ex- tranjeras relacionados con dichas materias. Un año después pasó a ser presidente de la Junta califi cadora de aspirantes a desti- nos públicos reservados a las clases e individuos de tropa y sus asimilados, y por entonces publicó Organización de la educación física e instrucción premilitar en Francia, Grecia, Ale- mania e Italia, basada en los viajes realizados a estos países. A partir de la proclamación de la República permaneció en Madrid alejado de toda ac- tividad de carácter militar y político. Al iniciarse el levantamiento militar de 1936, un grupo de milicianos se presentó en su casa con intención de detenerlo y darle el «paseíllo», impidiéndolo la Embajada Británica por tener el general Villalba el tratamiento de Sir, al haber recibido del Gobierno británico la Cruz de la Orden de Comendador de San Miguel y San Jorge. Al término de la Guerra Civil, fue nombrado en marzo de 1943 presidente de la Junta Superior de Patronatos de Huérfanos de Militares, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento. La obra literaria que nos legó el general Villalba fue muy vasta y variada, abarcando multitud de temas: fortifi cación, táctica, logística, armamento, geografía, literatura, historia, enseñanza… La primera edición de su principal trabajo, la Táctica de las tres Armas, tuvo lu- gar en 1886, a la que siguieron otras nueve hasta 1928, cuando vio la luz la última, que del

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles José Villalba Riquelme imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. tomo único inicial había pasado a estar compuesta por cuatro. Contrajo matrimonio dos veces, la primera con Luz Rubio Rivas, con la que tuvo nueve hij os, de ellos seis varones, todos ellos militares y pertenecientes al Arma de Infantería: Antonio (1885), José Eduardo (1889), Carlos (1890), Ricardo (1892), Álvaro (1897) y Fernando (1902). Cinco de ellos combatieron en Marruecos entre los años 1909 y 1925, algunos en la columna mandada por su padre, perdiendo la vida Carlos en 1914 en el combate de Kudia Federico. En segundas nupcias, el general Villalba se desposó con María de la Cinta Fermosel Villa- sana, con la que no tuvo descendencia; este matrimonio se celebró en la catedral de la Almudena de Madrid y actuó como padrino el general Polavieja. Una de las hij as de su primer matrimonio fue Adela, desposada con Víctor Martínez Simancas, quien, al igual que su suegro, llegaría a obte- 214 ner el empleo de general de división. La sepultura del general Villalba se encuentra en el cementerio de Toledo, cuyo Ayun- tamiento agradecería cuanto había hecho por la ciudad nombrándole Hij o Adoptivo en 1926 y dando su nombre a una avenida al término de la Guerra Civil.

J. L. I. S. Vives Vich, Pedro

Igualada, Barcelona, 1858 - Madrid, 1938

Militar, combatiente en África y ministro de Fomento, considerado el padre de la aviación española.

Pedro Vives Vich nació en Igualada el 20 de enero de 1858, en una familia sin antecedentes militares (su padre era fabricante textil). En 1878 terminó sus estudios en la Academia de In- genieros de Guadalajara, donde había ingresado con diecisiete años y donde siempre estuvo situado en el primer puesto de su promoción. Nada más salir de la Academia, una curiosidad innata que le duraría toda la vida le movió a viajar a París, para visitar la Exposición Interna- cional. Pasó sus empleos de teniente y capitán forjándose en el mando de tropas, en los regi- mientos 2.º y 4.º de Ingenieros. En 1881 fue destinado a Cuba, donde sirvió en la Comandan- cia de Ingenieros de Santa Clara, encargada de las obras de fortifi cación y castrametación y posteriormente en el 2.º batallón del Regimiento de Ingenieros de Cuba. En 1884 obtuvo una licencia para viajar por Estados Unidos, con idea de ponerse al día de los últimas aplicacio- nes técnicas a la industria, estancia que aprovecharía, entre otras cosas, para estudiar el sistema de tracción por cables subterráneos del famoso tranvía de San Francisco. De regreso a la Península, Vives fue destinado a la Comandancia de Ingenieros de la provincia de Lérida. Allí estudió con detalle las posibles soluciones para acabar con la tradicional incomunicación del valle de Arán durante el invierno, una obra considerada por entonces como irrealizable. Casi cuarenta años después, sería el propio Vives, en su cargo de subsecretario de Fomento durante el Directorio de Primo de Rivera, quien impulsaría la construcción del túnel que solucionó para siempre el problema. En 1887 pasó a la Comandancia de Ingenieros de Málaga, donde se ocupó de las fortifi caciones para la defensa de la plaza de Tarifa. En 1892, el ya co- mandante Vives diseñó un modelo de barracón de montaje rápido para alojamiento de tropas, que sería empleado con profusión en las campañas de África y que, con pocas modifi caciones, se mantuvo en servicio en el Ejército español durante casi un centenar de años. Un Real Decreto fechado el 17 de agosto de 1896 creaba el Servicio de Aerostación Militar en el Establecimiento Central de Ingenieros de Guadalajara. Como jefe se designó al comandante Vives, decisión en la que sin duda infl uyó su formación y afi ción a los adelantos

de la técnica, por otra parte tan ligados tradicionalmente al Cuerpo de Ingenieros. Con las Vich Vives Pedro imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. guerras de Cuba y Filipinas en su apogeo, las circunstancias no eran las más propicias para el desarrollo de una nueva unidad que necesitaba de un elevado presupuesto de material y equipamiento. Los primeros años fueron duros, pero la iniciativa y el tesón de Vives y sus co- laboradores fueron venciendo las difi cultades. Para estudiar los avances de la técnica, visita- ron Alemania, Austria e Italia, donde comprobaron la superioridad del denominado «globo cometa» sobre el esférico. El propio Vives viajó frecuentemente al extranjero para formarse como piloto de globos, transmitiendo, ya en España, sus conocimientos a los demás ofi ciales. Entre 1904 y 1907 se efectuaron las primeras prácticas de la Aerostación simultáneamen- te con el empleo de los aparatos en diversas maniobras militares terrestres. Los principales cola- boradores de nuestro personaje fueron en esta época los ofi ciales de ingenieros Kindelán (ver biografía), Barrón, Paula y Rojas. Este equipo de hombres consiguió con su dinamismo y entrega 215 que la unidad desarrollara una intensa labor. El material alemán adquirido fue utilizado de forma intensiva, reparándose y perfeccionándose en los propios talleres alcarreños. Durante estos años continuó la ardua tarea de perfeccionar la formación del personal de la unidad, lo que permitió la creación del Batallón de Aerostación de Ingenieros y su envío a la campaña de Melilla de 1909, donde sufrió su bautismo de fuego. Sobre la personalidad de nuestro biografi ado, en 1908 el jefe del Estado Mayor anotaba en su hoja de servicios: «Inteligentísimo, de gran cultura, duro al traba- jo, animoso y entusiasta...». Sobre su proverbial capacidad de trabajo eran generales los comen- tarios entre sus subordinados, que comentaban sus jornadas de «30 horas al día los 400 días del año». Tras su ascenso a coronel a primeros de 1908 sería destinado a la Comandancia de Inge- nieros de Ceuta, donde desarrolló una importante labor en la construcción y mejora de infraes- tructuras del Protectorado de Marruecos en aquella zona, sin desvincularse de la unidad de glo- bos. Finalizada la campaña, Vives y Kindelán viajaron a Francia y Alemania, donde estudiaron el comportamiento de los diferentes modelos de dirigibles —el francés Astra1 y el Zeppelin germa- no— y fruto de sus observaciones fue la decisión de adquirir el dirigible España (construido por el fabricante del Astra galo) por el Ejército. El aparato, que llegó a Guadalajara en mayo de 1910, gozó de gran fama y repercusión mediática en la época, apareciendo en numerosos reportajes de las revistas ilustradas. Estaba equipado con un motor Panhard de 104 CV y en su barquilla podían alojarse cinco tripulantes; tenía una autonomía de dos horas y un techo de vuelo de 1500 metros. En febrero de 1913 el rey Alfonso XIII, gran afi cionado al automovilismo y entusiasta de la aviación, visitaría el aeródromo de Cuatro Vientos, efectuando un vuelo de 14 kilómetros a bordo del España, con Vives a los mandos del aparato. Simultáneamente a estos acontecimientos, Vives fue nombrado director de la Acade- mia de Guadalajara, donde dio un extraordinario impulso a la formación de los cadetes de Ingenieros, introduciendo toda clase de deportes —patinaje, tenis, fútbol, remo— y dispo- niendo además la agregación de ofi ciales a la unidad de globos para infundir un interés por la materia que después permitiera formar a los futuros aviadores. Todas aquellas actividades impulsadas por Vives sufrieron cierta incomprensión por parte de algunos sectores de la ins- titución, aquellos tradicionalmente reacios ante toda innovación. Cabe consignar que unos años antes, en 1905, y fruto de la colaboración de Vives con el deportista Juan Fernández Duro, también piloto de globos y primer español piloto de aero- plano, impulsor y gran propagandista de la aerostación y del automóvil en nuestro país, se había fundado el Real Aeroclub de España, bajo la presidencia de S. M. Alfonso XIII. Esta so- ciedad se destacó en la organización de las primeras carreras y competiciones de globos que

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles Pedro Vives Vich Vives Pedro imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. fueron fomentando la afi ción y el conocimiento por estos artefactos en nuestro país. Sin em- bargo, pronto los avances de la técnica iban a experimentar un impulso decisivo cuando co- menzaron a volar los primeros aparatos más pesados que el aire. Tras las primeras experiencias —las de los norteamericanos hermanos Wright2, Blériot y Roland Garros en Francia, Santos Dumont y Loygorri en España, entre los años 1905 y 1911— el aeroplano empieza a desarrollar sus inimaginables posibilidades, que no pasaron desapercibidas para Vives y sus colaboradores. El 7 de marzo de 1911 comenzó la experimen- tación con aeroplanos en el seno de la Comisión de Material de Ingenieros. Vives, en su pues- to de jefe de la Aerostación, también recibió el cargo de director de la enseñanza y experi- mentación. Propuso la compra de unos terrenos cercanos a Madrid, en Cuatro Vientos, para establecer lo que sería el primer aeródromo militar, y la adquisición de los primeros aparatos 216 modelo Farman en Francia. En ese mes de marzo de 1911, el coronel Vives fue el primero, dando ejemplo de su espíritu aventurero, en efectuar un vuelo, acompañando al aviador fran- cés Mauvais. Tras un periodo de prácticas para formar a los primeros pilotos, comenzaron los vuelos en solitario. El 2 de julio obtuvieron el título de la Federación Aeronáutica Internacional (FAI) el capitán Kindelán y el teniente Barrón, que fueron los primeros militares en conseguirlo, precedidos del civil Benito Loygorri y del infante de Orleans. Muy pronto el aeroplano experimentaría un desarrollo tecnológico sin precedentes. De los apenas unos centenares de inseguros y primitivos aparatos del inicio de la Gran Guerra, que combatían a tiros de pistola en 1914, se pasaría a los grandes combates aéreos protago- nizados por los míticos ases de la aviación —Richtofen, Guynemer, Rickenbacker— con ame- tralladoras sincronizadas con el rotor principal. Finalmente los dirigibles demostrarían su in- ferioridad ante el fuego de la artillería antiaérea enemiga y sobre todo frente a los miles de aeroplanos puestos en servicio por los contendientes en las fases fi nales de la guerra. Entre 1911 y 1912 se formaron cinco promociones de pilotos. Los componentes de la primera fueron todos ofi ciales del Arma de Ingenieros, los cuales serían profesores para los si- guientes cursos. Vives participó personalmente acompañando a los alumnos en todas las prác- ticas de vuelo y continuaría haciéndolo frecuentemente en los siguientes cursos. A partir del primero, el curso de pilotos quedó abierto a ofi ciales de todas las armas. En junio de 1912 falle- ció el capitán Bayo en un accidente a los mandos de un Farman, el primer caído de la aviación española. El día 15 de febrero de 1913 se efectuó la primera actividad de cooperación de las fuerzas del aire de la escuela de Cuatro Vientos con otras terrestres, en las maniobras que tu- vieron lugar en el puente de San Fernando del Jarama. La fuerza aérea estaba constituida por una escuadrilla y el dirigible España. Fue el espaldarazo defi nitivo para la obra de Vives: un Decreto de fecha 16 de abril de 1913 creaba el Servicio de Aeronáutica Militar, estableciendo que el aeroplano podía ser útil para «el servicio de exploración y otras actividades». Ese mismo día Vives era nombrado primer director de la Aeronáutica. Y el 14 de julio de 1913 efectuaron su primer vuelo de prueba dos escuadrillas, la primera de biplanos Farman y la segunda de Bristol, con Vives formando parte como observador a bordo de uno de estos aparatos. Aquellos pioneros de la aviación vivían inmersos en el espíritu deportivo que animaba a civiles y milita- res, en una época en que era frecuente ver en las revistas ilustradas dramáticas imágenes de aeroplanos de tela y madera convertidos en amasij os informes y automóviles accidentados en carreras que la mayoría consideraba locuras imprudentes. En el mes de agosto de 1913 Vives viajó de nuevo a Marruecos, esta vez en comisión de servicio para estudiar en Tetuán las posibilidades de que la aviación militar cooperara con las operaciones que se preparaban contra El Raisuni. Una vez decidida esta interven- Vich Vives Pedro imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ción, se seleccionó como base un campo en Sania-Ramel, en Adir, en la margen izquierda del río Martín, que no ofrecía grandes facilidades para el vuelo, pero era el único disponible en la zona. A partir de entonces, se entraría en un ritmo frenético: el 18 de octubre se ordenó la formación de una escuadrilla para entrar en operaciones y el 25 de octubre estaba forma- da con ocho aviones para vuelo y cuatro de repuesto: cuatro biplanos Farman y cuatro Lohner, y cuatro monoplanos Nieuport, constituyendo la primera escuadrilla de combate del mundo. España fue la primera nación que emplearía la aviación como arma ofensiva de forma organizada, siguiendo el ejemplo de Italia, que había utilizado aeroplanos para reco- nocimientos y efectuado el primer bombardeo por un aparato aislado —el subteniente Ga- votti, el 1 de noviembre de 1911— en sus operaciones contra los turcos en la olvidada Guerra de Libia de 1911-1912. 217 Todo el material y los componentes de la escuadrilla, así como el personal auxiliar, fueron trasladados de Algeciras a Ceuta en el transporte de la Armada Almirante Lobo, lle- gando a Tetuán el día 28 de octubre los primeros elementos y efectuándose el primer vuelo sobre territorio africano el día 2 de noviembre. El día 3 el coronel Vives ordenaba que se efec- tuara el primer reconocimiento aéreo y dos días más tarde el primer bombardeo aéreo, lleva- do a cabo por los capitanes Barrón y Cifuentes a los mandos de un Lohner. En aquellos mo- mentos iniciales los aparatos iban equipados con cámaras fotográfi cas, visores y bombas Carbonit fabricados en Alemania y que en palabras de Vives eran superiores en muchos as- pectos a los empleados por los franceses. Los aeroplanos iban a mostrarse decisivos para el planeamiento de las operaciones, e incluso en los mismos momentos del combate, eliminando el factor sorpresa que el conoci- miento del terreno proporcionaba a un enemigo agazapado en los escondrij os del Rif. Tanto el alto comisario en Marruecos, general Marina, como el general Fernández Silvestre, jefe de las operaciones, harían amplio y entusiasta uso del asesoramiento de Vives, empleando los aparatos reiteradamente, con el propio Vives volando como observador en muchas ocasio- nes. En una acción de apoyo logístico serían heridos de bala el teniente de Infantería Ríos Angüeso y el capitán de Ingenieros Barreiro, primeros condecorados de aviación con la Cruz Laureada de San Fernando. Pronto se establecerán nuevos aeródromos, uno en Arcila, otro en Larache a primeros de 1914 y fi nalmente, otro en Zeluán, para el sector de Melilla, lo que da idea del impulso que cobrará esa incipiente aviación militar en aquella campaña africana. En las campañas de los años veinte se establecerían media docena más de aeródromos, inclu- yendo una base de hidros en el Atalayón (Melilla). Durante la guerra europea de 1914-1918 se suspendieron las operaciones en Marrue- cos. Son años en que es muy difícil contar con material procedente del extranjero, inmersas las potencias europeas en sus propias necesidades bélicas. Los aparatos se mantienen y re- paran con los medios disponibles en los propios talleres de Cuatro Vientos. En agosto de 1915 se autorizó la convocatoria de una nueva promoción de pilotos. Pero el desgaste sufrido por los aviones en las escuelas y en las escuadrillas de África durante las operaciones no fue fácil de solucionar. Vives se empeñó personalmente en conseguir que algún fabricante nacional tomase la iniciativa de proyectar un motor de aviación. Por fi n, tras multitud de pruebas, la casa Hispano-Suiza, que tenía una sede en Barcelona y otra en Guadalajara donde se fabri- caban motores para automóviles y camiones, construiría un motor capaz de equipar un ae- roplano diseñado por el capitán Barrón. Nacen así los aparatos Flecha, que se fabricarán en

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles Pedro Vives Vich Vives Pedro imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. España y equiparán a las escuadrillas de África. Y ese mismo año, Vives elegiría en Cartage- na una zona donde instalar la primera base de «hidroplanos» española en Los Alcázares, adonde llegarían los seis primeros aparatos tipo Curtis. Pronto se mostraría la conveniencia de contar con este tipo de aviones en un país con una extensa franja litoral, como había se- ñalado el coronel Vives en su propuesta de adquisición. Al poder amarar, no precisaban de aeródromos terrestres, tan complicados de ubicar debido a la orografía y las difi cultades de comunicación del teatro de operaciones africano. El 14 de octubre de 1915 Vives fue cesado al frente de la Aeronáutica Militar, circunstan- cia que él mismo achaca a las envidias y la oposición de sectores militares a su persona. Pero los aviones siguieron desempeñando un importante papel durante las campañas de 1921- 1927. El 15 de agosto de 1917 se daba otro paso más al crearse la Aviación Naval, establecién- 218 dose una escuela en Cartagena y bases en Puntales (Cádiz), Ferrol y la propia Cartagena. Tras una breve estancia en Cataluña, fue destinado nuevamente a petición propia a Ceuta en julio de 1915. Como jefe de Ingenieros del Territorio Occidental, recorrió el sector y dirigió numerosas obras de fortifi cación. En marzo de 1917 ascendía a general por méritos de guerra. Hasta el año 1921 permanecerá en la Península, en la Comandancia de Ingenieros de Aragón y como jefe del Servicio de Ferrocarriles. Tras el desastre de Annual sería llamado de nuevo a África, donde desempeñó el cargo de inspector de los Servicios de Ingenieros, ascen- diendo a divisionario en noviembre de 1921. Desde ese puesto impulsó numerosos trabajos de fortifi cación, caminos, aguadas, telégrafos, hospitales y castrametación. Después desempe- ñaría el cargo de gobernador militar de Cartagena. En 1923 fue designado comandante ge- neral de Melilla. Durante su breve estancia en aquel cargo, Vives coordinaría efi cazmente la actuación de la aviación, que continuó prestando destacados servicios e incrementando su importancia en las operaciones siguientes. Sin embargo, presentó su dimisión al no atenderse sus recomendaciones por un Gobierno que daba claras muestras de falta de decisión para culminar las operaciones militares. Años después, aquella larga guerra fi nalizaría tras la mag- na operación combinada que fue el desembarco de Alhucemas de 1925, donde actuaron con- juntamente globos y aviones de la Aeronáutica Militar y de la Naval, incluyendo hidroaviones de ambos servicios y efectivos españoles y franceses. En la última etapa de su vida, Vives desempeñaría el cargo de subsecretario de Fo- mento (equivalente en esa época al de ministro, que se había suprimido) con el Gobierno de Primo de Rivera (1923-1930), dando de nuevo muestras de su actividad e iniciativa. Bajo su dirección e impulso personal se reorganizaron los servicios del ministerio. También puso las bases para mejorar la situación de la minería; se organizaron dos congresos internacionales de agricultura; se estableció un ambicioso plan de carreteras, se fundó la Renfe y se constru- yó la Ciudad Universitaria de Madrid; también se abrió el enlace directo Algeciras-Ceuta por vía marítima, el ferrocarril de Sarriá y la primera línea de metro de Barcelona. Al estallar la Guerra Civil en julio de 1936 se hallaba en Madrid y ante el riesgo que corría por su doble condición de militar y político de la monarquía, se refugió en la legación de Noruega. Allí falleció el 9 de marzo de 1938 una de las escasas fi guras señeras de la inno- vación tecnológica en la España del primer tercio del siglo XX y el fundador de la aviación española.

J. M. G. A. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los imprescindibles Pedro Vives Vich Vives Pedro imprescindibles en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Notas

1 Estaba basado en el aparato 2 Vives tuvo ocasión de volar con diseñado por el español Torres Wilbur Wright en 1909 durante Quevedo, quien, a pesar del una estancia en la escuela de apoyo de Vives, no pudo vuelo situada en la ciudad encontrar fi nanciación para francesa de Pau. fabricarlo en nuestro país. 219 II.III Los sacrifi cables

220 Alonso Estringana, Francisco

Madrid, 19 de noviembre de 1878-Benejama, Alicante, 19 de abril de 1944

Coronel del arma de Caballería, condecorado con quince cruces del Mérito Militar con distintivo rojo y recompensado con dos ascensos por méritos de guerra, fue uno de los militares de mayor consideración y prestigio en el Ejército de África (periodo 1909- 1930). Fue un personaje clave en la Ofi cina Española de Asuntos Indígenas, donde desempeñó los cargos de capitán de mía de Policía Indígena (más tarde interventor en las renombradas Intervenciones Militares Jalifi anas).

El capitán Alonso Estringana ostenta el dignísimo honor de ser el militar español con el mayor número de Cruces de 1.ª clase de la Orden del Mérito Militar con distintivo rojo en la historia del Ejército español, pues hasta la fecha no existe documentado el caso de un militar que ostentara u ostente mayor número de cruces rojas que las ¡¡quince!! otorgadas al capitán Alonso. Caso este a todas luces extraordinario. Hij o de José Alonso Jiménez y Rosa Estringana Benavente, estudió en el Instituto Car- Alonso Estringana cables Francisco denal Cisneros, obteniendo la califi cación de aprobado en los dos ejercicios del grado de bachiller durante el curso 1897-1898. El 5 de noviembre de 1898 fue fi liado como soldado de Ingenieros por su suerte, alis- tado para el reemplazo de aquel año y causando alta en la 3.ª Compañía del Batallón de Ferrocarriles. El 15 de septiembre de 1899 ingresó en la Academia de Caballería procedente de la clase de tropa; allí recibiría su primera condecoración, la Medalla de Alfonso XIII. En julio de 1904, promovido al empleo de segundo teniente de Caballería, es destinado al Regimiento de Cazadores de Treviño n.º 26 (Barcelona). En 1907, destacado en Villafranca del Penedés, es promovido al empleo de primer teniente, en propuesta extraordinaria de as- censo, y el 1 de octubre marchó a Madrid como alumno de la Escuela de Equitación Militar; allí permaneció hasta fi nales de julio de 1908, incorporándose el 18 de agosto a su regimiento. Según la comunicación número 2102 de 9 de octubre, del 2.º Regimiento Mixto de In- genieros, manifi esta su coronel haber quedado complacido por el comportamiento y aplica- ción del teniente Alonso en las prácticas realizadas en el manejo de explosivos. En 1909 será destinado por primera vez al continente africano, llegando a Melilla el 16 de julio procedente de Barcelona en el vapor Buenos Aires, pasando a formar parte de la Bri-

gada Mixta de Cazadores. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Recibirá su bautismo de fuego trece días después, el 19 de julio, al conducir un convoy a la segunda caseta del fortín Alfonso XII; muy pronto comienza a destacar y brillar con luz propia, recibiendo felicitaciones de los generales José Marina y Tovar por su comportamiento en campaña, destacando entre ellas la recibida por la defensa de Nador, en cuya plaza en octubre sostuvo fuego, pie a tierra, a las órdenes de S. A. R. el infante don Carlos. En esa épo- ca vestirá el típico uniforme de rayadillo de los cazadores. Por Real Orden de 20 de diciembre le será concedida su primera Cruz de 1.ª clase del Méri- to Militar con distintivo rojo, por su comportamiento en los combates sostenidos el 27 de julio en Ait Aixa. Solo siete días después, otra Real Orden le otorga su segunda Cruz roja, esta vez por su distin- guido comportamiento en los ataques al campamento de Sidi Ahmet el-Had, los días 22 y 23 de julio. 221

Mías

Unidades regulares indígenas de Infantería y Caballería integradas en el Ejército de África y mandadas por un caíd mía, rango equivalente al de capitán en el Ejército español. Cuando este mando recaía en un «ofi cial moro» podía asumirlo un ofi cial de 2ª (teniente) o un alférez. Sus efectivos se situaban en torno a los cien hombres. Las cruces rojas del Mérito Militar de 1.ª clase se concedían a los ofi ciales que, con valor, hubieran realizado acciones, hechos o servicios efi caces en el transcurso de un confl ic- to armado u operaciones militares, que implicaran el uso de la fuerza y conllevaran unas dotes de mando signifi cativas. El 19 de julio volverá a la Península, embarcando en el vapor Villarreal y desembarcan- do en Barcelona el día 21, pasando a cubrir el destacamento de Villanueva y Geltrú. En 1910 es comisionado al Grupo de Escuadrones de Caballería de Ceuta, al que se incorporó el 14 de marzo. Su tercera Cruz roja del Mérito Militar, esta vez pensionada, la recibe por los méritos contraídos en el combate de Ulad-Set-tud (Melilla). Se le concede ese mismo año el uso de la Medalla de campaña de Melilla, con cuatro pasadores que llevan las inscripciones de Sidi Hamed el Hach, Gurugú, Hidum, Nador, Zoco el Jemis y Atlaten, acreditando así su participación en los combates que tuvieron lugar en dichas localizaciones. En 1911 se le concede la Cruz roja del Mérito Militar, pensionada, como mejora de re- compensa ya concedida por los méritos del 22 y 23 de julio de 1909. De nuevo será destinado a Melilla, en situación de excedente; en mayo de 1912 recaló en el mítico y laureado Regimiento de Cazadores de Alcántara n.º 14 de Caballería, desde donde sería adscrito en comisión a las tropas del Cuerpo de Policía Indígena de Melilla (luego Alonso Estringana cables Francisco llamado Intervención Militar). El 15 de noviembre es destinado a la 5.ª mía, haciéndose cargo de su policía montada. Recibe su cuarta Cruz roja, por llevar más de tres meses en activas operaciones de campaña. Se distingue en los fuegos entablados en la posición de Sammar, frente a los mal- hechores que cruzaron el Kert, frontera de discordias. En 1913 otra Cruz más, la quinta, esta vez por la ocupación de posiciones en las inmediaciones de Ceuta. Ese mismo año se distingue el 7 de marzo en un ligero tiroteo, al pasar el río Kert para rescatar el cadáver de un moro confi dente: Mizzian Amar, muerto por una partida de merodea- dores. El 22 del mismo mes, cruza el Kert frente al poblado de Sammar, con el fi n de preparar la captura de dos desertores, consiguiéndolo tras dura lucha y después de disfrazarse con dos ofi ciales más y un mocadén. Por esta última acción recibirá su sexta Cruz roja del Mérito Militar el 11 de junio. Más tarde consigue desbaratar el intento de robar ganado en el poblado de Sam- mar, causando tres bajas a los atacantes. Se le concede el uso de la Medalla de África. En 1914 continúa prestando servicios de emboscada en Sidi Messaud y manda el destaca- mento de Sammar. El 20 de marzo conferenció al otro lado del Kert con el célebre bandido

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Mohammed Ben Ayel, al cual se logró atraer. El teniente Alonso continúa siendo citado en numerosos partes de guerra como muy distinguido y toma parte en la ocupación de Tistu- tin, protegiendo la retirada de los Escuadrones de Alcántara y sosteniendo nutrido fuego contra el enemigo. Como recompensa a su valor es ascendido al empleo superior inmediato por méritos de guerra: capitán. En 1915 se distingue en sus labores de negociación política, celebrando conferencias en Sammar con varios jefes de cabilas situadas en la orilla opuesta del río Kert. Sigue realizando operaciones de emboscadas y las labores propias de la Policía Indígena; en la plaza de Tifasor captura a un indígena que había robado un fusil Mauser en el Zoco Had de Beni Sicar. Consigue también capturar a un moro que portaba quinientos paquetes de 222 dinamita a la parte opuesta del Kert, de nuevo frontera natural de agravios y disensiones. En julio de 1915 es destinado como agregado al Regimiento de Cazadores de Alcán- tara n.º 14 de Caballería, por haber sido nombrado para el mando de armas del 1.er Escua- drón; mandará también el 2.º Escuadrón hasta que pudo disfrutar en Madrid de una mereci- da licencia de Pascuas en las Navidades de ese año. De nuevo en el Rif, por Real Orden de 11 de marzo de 1916 es destinado al Cuadro eventual de Melilla y, en comisión, a la Ofi cina Central de Asuntos Indígenas, incorporándose el 20 del mismo mes. Asiste en prácticas a la Sección 3.ª (Negociado del Kert) y toma parte el 26 de marzo en el fuego sostenido por la 10.ª mía en Usugar. El 1 de junio se incorpora a la 4.ª mía de Policía Indígena y continúa prestando los servicios de su clase; será recompensado otra vez con una Cruz roja del Mérito Militar, por los méritos contraídos desde el 1 de marzo de 1915 al 30 de junio de 1916. Todo el mundo en Melilla empieza a comentar que si el capitán continúa con su brillante trayectoria, pronto no le cabrán más cruces en el pecho. El 4 de mayo de 1917 salió al mando de toda la mía al objeto de establecer la embos- cada y persecución del policía Abder-Selam Amar Haddi, autor de la muerte del primer te- niente Enrique Moreno. Será capturado el 16 de mayo, por cuyo hecho el capitán Alonso será felicitado por el alto comisario de España en Marruecos, Francisco Gómez Jordana (ver bio- grafía), por el celo demostrado desde que recibió aviso telefónico del jefe de la posición de Alonso Estringana cables Francisco Segangan, evitando que el agresor saliera de la cabila y se internase en la zona no ocupada. Interviene en operaciones contra el contrabando de mil cartuchos Mauser y se le con- cede la Medalla de Marruecos con el pasador Melilla. Ese mismo año, con motivo de la visita al territorio del alto comisario, monta los servicios de seguridad entre Segangan y Nador y Segangan e Ishafen, enlazando con las fuerzas de las 2.ª y 5.ª mías de Policía Indígena, sien- do felicitado por ello. En 1918 se distingue de nuevo por la captura, el 1 de enero, de dos soldados deserto- res del Regimiento de África n.º 68. En telefonema de 19 de abril, del Excmo. Señor General en Jefe del Ejército de España en África, trasladado por el comandante general de Melilla Aizpuru (ver biografía), es felicitado por el éxito obtenido en los trabajos realizados para conseguir que los revoltosos del Kerker se disolvieran sin necesidad del empleo de la fuerza. En aquel momento, el capitán Alonso se había convertido ya en un ofi cial absoluta- mente imprescindible para la Comandancia General de Melilla. Traduce el francés, domina el árabe y ha conseguido adquirir un extraordinario dominio del chelja rifeño. Y, lo que es más importante, los jefes chiujs de muchas cabilas le respetan y admiran por su «saber y buen manera»; como igualmente hacen con su idolatrado jefe, el coronel Morales de la Policía Indí-

gena (ver biografía). sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. En 1919, al mando de la cabila de Beni Bu Ifrur con la 4.ª mía de Policía, recibe su octava Cruz roja del Mérito Militar, esta vez por los servicios prestados desde julio de 1916 a igual fecha de 1917. Ese mismo año asiste a la ocupación de Afsó, Mesaita Kedira —con la columna manda- da por el coronel José Riquelme—, Kudia Sidi Alí, Monte Ben Hiddur y Zoco el Telatza de Beni bu Beker. El 1 de noviembre tomó el mando de la 12.ª mía, de nueva creación, quedando en el Zoco el Telatza. Se le concede ese año la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo. Asiste a la ocupación de las posiciones de Haf, Arreyen Lao y Tixera el 7 de mayo de 1920, a las órdenes de Jiménez Arroyo, coronel del Regimiento de África. El día 12, con fuer- zas de su mía y de la 9.ª, en vanguardia de la columna de regulares indígenas, conduce una batería de artillería a la posición de Haf. 223 El 21 de junio de 1920, con motivo de la visita de los Excmos. Señores ministro de la Guerra, Luis Marichalar y Monreal —vizconde de Eza— (ver biografía), y comandante gene- ral de Melilla, general Manuel Fernández Silvestre, presentó a los chiujs de la cabila, siendo felicitado por dichas autoridades por el buen recibimiento dispensado y las muestras de afecto y adhesión a España. Un año después, esos mismos chiujs se levantarán en armas sembrando el Rif de ca- dáveres españoles. El 21 de junio de ese mismo año tuvo un formidable éxito, al gestionar el rescate del señor González de las Cuevas, ingeniero de la Compañía de Minas del Rif, tras dieciocho días de cautiverio en poder de los rifeños de la cabila de Gueznaya. Fue liberado previo pago del oportuno rescate. Alonso recibe su novena Cruz roja del Mérito Militar por los servicios prestados desde el 30 de junio de 1918 al 3 de febrero de 1920. En 1921 participa en la ocupación de la posición de Annual; fortifi cada la posición, pernocta en Ben Tieb siendo citado como distinguido. Participa también en la ocupación y trabajos de fortifi cación de Sidi Dris, que el 2 de junio será defendida por el heroico coman- dante Benítez (ver biografía). El capitán Alonso es felicitado también por el comandante ge- neral de Melilla con motivo de la ocupación de la posición de Tazarut Uzai. Alonso Estringana cables Francisco En junio de 1921, tras la trágica «sorpresa de Abarrán», efectúa continuos reconoci- mientos por la zona no ocupada, teniendo entrevistas políticas con los jefes de las cabilas y haciendo que continuara —aparentemente— su adhesión a España. El 22 de julio, una vez producido el desastre de Annual, Alonso marcha desde el Zoco el Telatza hacia Tistutin para pedir el envío urgente de víveres, agua y municiones. Allí se en- tera del desastre ocurrido y, comprendiendo que no había tiempo que perder, regresa urgen- temente al Zoco el Telatza. El día 23 consigue hacer entrar en la posición de Haf, hostilizada duramente por los rifeños, un convoy de agua, víveres y municiones. Cercado el Zoco y tomado el campamento de la 9.ª mía de Policía Indígena (Siach), Alonso participa en la trágica y sangrienta retirada hacia la posición francesa de Hassi Uenzga. Es el autor de la declaración jurada que acredi- taba el comportamiento heroico del capitán Asensi (ver biografía) en la retirada, siendo el principal testigo del expediente previo de apertura de juicio contradictorio para la Laureada, abierto a dicho capitán. El capitán Alonso era, además, uno de los mandos de la Policía Indígena que gozaba de mayor autoridad, consideración y prestigio en la Comandancia General de Melilla. Recibirá, en

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. 1927, la Cruz de la Real y Militar Orden de María Cristina, cuya concesión llevaba aparejada en la hoja de servicios del condecorado la distinción de «Valor reconocido». La Cruz de María Cristina se destinaba a recompensar grandes hazañas y el valor distinguido en campaña. El testimonio del capitán Alonso Estringana, que fue testigo presencial de los hechos y pieza clave en la retirada de la columna móvil de Zoco el Telatza a la zona francesa, resultó muy relevante y esclarecedor, como se acredita de la simple lectura del Expediente Picasso en relación con la retirada de Bu Beker. De hecho, resulta sobrecogedor leer las declaraciones realizadas sobre el capitán por el cónsul de Uxda, don Isidro de las Cagigas López de Tejada, que, al redactar la correspon- diente nota o informe sobre lo ocurrido en la retirada de Zoco el Telatza, dejó constancia con 224 respecto a dicho ofi cial de lo siguiente: «El cónsul de España en Uxda, en despacho reservado número 50, de 12 de agosto de 1921..., hace encomio del capitán D. Francisco Alonso, que antes de abandonar la zona quiso volverse repetidas veces a su puesto y trató de suicidarse dos veces. Sobre su fi gura no creo preciso insistir, porque sé que el señor cónsul de la Nación en Orán ha trasmitido ya a V. E. sus propias declaraciones». Dicho informe obra al Folio 1.164 del Expediente Picasso. Una de sus innumerables cruces del Mérito Militar con distintivo rojo, esta vez la déci- ma, fue otorgada en 1922, por los méritos y servicios prestados en las operaciones realizadas en la zona de Melilla desde el 25 de julio de 1921 (fecha en que tiene lugar la retirada del campamento de Zoco el Telatza) hasta fi nales de enero de 1922, según Real Orden de 4 de octubre (D. O. número 227). Cierran el impresionante historial de condecoraciones otorgadas a dicho ofi cial las siguientes: tres Cruces rojas del Mérito Militar otorgadas en 1925 (sus cruces undécima, duo- décima y decimotercera), una Cruz del Mérito Militar de 2.ª clase con distintivo rojo otorgada en 1926 (decimocuarta), una Cruz roja del Mérito Militar de 1.ª clase otorgada en 1927 (su decimoquinta), la Medalla conmemorativa de campaña con el pasador Marruecos, la Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo (por su conducta intachable) y el Distintivo de doce años de servicios en la Policía Indígena (que daba derecho al uso de cuatro barras de oro en su uniforme). Alonso Estringana cables Francisco Militar de singular consideración y prestigio en el Ejército de África, tuvo que soportar la desgracia de ver como se cometía el tremendo error de solicitar su procesamiento tras el desastre de Zoco el Telatza —en la causa instruida para depurar las responsabilidades de los ofi ciales presentes en dicha posición y en la posterior retirada—, por desconocer el fi scal militar José García Moreno, así como el Consejo Supremo de Guerra y de Marina, el verda- dero alcance y signifi cación que tenían las atribuciones políticas de los capitanes de mías de la Policía Indígena en las labores de negociación con las cabilas del Rif, como acertadamen- te aclaró posteriormente el nuevo fi scal jurídico militar en la causa instruida al efecto. En dicha causa quedó claro que —contrariamente a lo sostenido, errónea y temera- riamente, con anterioridad— el responsable de pactar la rendición por dinero de la posición de Reyen de Guerruao, con el ánimo de salvar a su guarnición, pues el propio Alonso cons- tató la imposibilidad de hacerlo por la fuerza de las armas ante el innumerable enemigo que rodeaba la posición, no fue el capitán Alonso Estringana sino el teniente coronel Saturio García Esteban (que autorizó el pacto y la operación de rescate, así como el envío al capi- tán Alonso del resto del dinero necesario, pues las mil pesetas iniciales de las que disponía el capitán eran insufi cientes, teniendo que ser completadas con otras mil quinientas, apor-

tadas por los capitanes y ofi ciales presentes en el Consejo de Defensa Matinal del día 24 de sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. julio de 1921). A pesar de que en el escrito de conclusiones provisionales, formulado por el fi scal militar en la causa instruida para juzgar la retirada, se solicitaba la libre absolución para el capitán Francisco Alonso Estringana, por no estimar que le fuese imputable delito ni falta alguna, se cambió de parecer. En efecto, el Ministerio Fiscal señalaba posteriormente que «el único delito que podía imputársele era el de negligencia del artículo 277.2 del Código Penal Militar, al no cumplir el deber militar de dar cuenta al Jefe de la Columna (García Esteban) de la situación de Reyen de Guerruao y pedirle autorización para iniciar las negociacio- nes de evacuación en lugar de iniciarlas desde luego antes de contar con su expreso con- sentimiento; claro es que lo hizo llevado por el mejor deseo pero infringiendo un precepto 225

Expediente Picasso

Expediente que lleva el nombre del Guerra, nuevo ministro de la Guerra muerte de los dos mil cuatrocientos general encargado de su instrucción con el Gobierno Maura, confi rmó a españoles que allí rindieron sus armas sumarial, Juan Picasso González, a Picasso en su puesto de juez instructor a unos vencedores que faltaron a su quien el vizconde de Eza (Luis de pese a insistentes presiones en su palabra de piedad: las harcas de los Marichalar), ministro de la Guerra en el contra. Su exhaustiva investigación Beni Bu Ifrur, Beni Bu Yahi y Metalza. En Gobierno de Allendesalazar, encargase cubrió los trágicos sucesos habidos en abril de 1922, Picasso depositó, en el (4 de agosto de 1921) la aclaración e el territorio de la Comandancia de Congreso de los Diputados, su titánica identifi cación de las responsabilidades Melilla desde el 1 de junio de 1921 obra: las dos mil cuatrocientas treinta dimanadas tras el suicidio del general (ocupación y pérdida de Abarrán) y tres hojas, en formato de gran folio, Silvestre en Annual (22 de julio) y el hasta el 9 de agosto de 1921, cuando con las declaraciones de los exterminio de su ejército en la caótica se consuma el holocausto de Monte encausados y testigos, junto con sus retirada que siguió. José Sánchez Arruit: la capitulación y consecutiva conclusiones. militar». Volvía a desconocerse que el comportamiento del capitán Alonso estaba totalmente justifi cado por las atribuciones conferidas a los capitanes de mías en lo que se refi ere a su gestión política entre las cabilas de su circunscripción —sobre todo teniendo en cuenta que dicho capitán tuvo que negociar con jefes chiujs, a los que conocía perfectamente al haber mantenido con ellos negociaciones de toda índole con anterioridad, como ya se ha detalla- do—. Así, sin haber sido condenado por ninguna sentencia fi rme —tal y como exigía el artí- culo 2.1 de la Ley de 18 de junio de 1870, para poder benefi ciarse un reo de la gracia de in- dulto—, en el dictamen fi nal del auditor se propuso —en aplicación del Real Decreto de Alfon- so XIII, de fecha 4 de julio de 1924, promulgado en plena dictadura del general Primo de Rivera— el indulto del capitán Alonso Estringana, en relación con el delito de negligencia. Enterado el bravo capitán de dichas conclusiones, manifestará de forma contundente lo siguiente ante tamaño despropósito:

Que no se halla conforme con el indulto concedido, pues no se considera responsable del delito por el cual se le indulta, ya que como capitán de Policía en aquellas circunstancias se multiplicó cuanto supo y pudo, acudiendo siempre a los sitios de mayor peligro. Solo alabanzas de todos ha merecido su gestión; tanto que Alonso Estringana cables Francisco hasta en la Zona Francesa fue felicitado por nuestras autoridades, conocedoras de mi gestión. Todo esto lo corrobora la no petición de pena de un Fiscal militar, que seguramente apreciando la labor del que suscribe en todo en toda la retirada, sólo alabanzas le merece esta. En cuanto al delito que se me atribuye al aplicarme el indulto tiene que manifestar el que suscribe que el Teniente Coronel Don Saturio supo, antes de salvar la posición de Reyen del Gerruao, cómo se hallaba esta, por un ofi cial que le envié, y que le pedía fuerzas para romper el cerco o dinero para gestionar la salida de las mismas; contestándome que soldados no podía enviarme y me trajeron el dinero al que tuve que añadir mil pesetas de mi bolsillo, siendo felicitado por todos al llegar al campamento con las fuerzas a las que salvé de una muerte cierta. No eran momentos aquellos en que el tiempo podía perderse. El fi n propuesto de salvar a las fuerzas, se logró por lo que la negligencia que se me atribuye en aras de las vidas que salvé aun existiendo, creo que queda desvanecida por el bien logrado; hecho este, por el que me cita como muy distinguido el Teniente Coronel Don Saturio García Esteban.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. La singular bravura de este militar se desprende de la lectura de su hoja de servicios, donde pueden leerse episodios como el siguiente:

El 1 de noviembre de 1922, con sus fuerzas, a las órdenes del Teniente Coronel D. Miguel Nuñez de Prado, cuyo Jefe mandaba la extrema vanguardia del General Ruiz Trillo, salió para establecer la posición de Benítez, avanzó sobre las lomas sosteniendo nutrido fuego con el enemigo, rechazando ataques violentos, ganando la línea de posiciones con decisión y ataque, llegando a la lucha cuerpo a cuerpo, teniendo que hacer uso de la pistola para su defensa; resultando herido leve en el cuello y contuso de piedras, con su ánimo y valor protegió la retirada de la columna, 226 haciendo una reacción ofensiva contuvo al enemigo que hostilizaba duramente. Ahora ya sabemos que lo que más llamaba la atención de él no era su estatura para la época, de un metro con setenta centímetros, sino los más de cien hechos de armas en los que había tomado parte en el territorio del Rif. Aún impresiona leer la circular sobre recompensas, relativa a su persona y publicada en el Diario Ofi cial del Ministerio de la Guerra, de fecha 16 de enero de 1925 (D. O. número 12, páginas 136 y 137); en dicha circular se publica el ascenso del capitán Alonso Estringana al empleo de comandante por méritos de guerra, en virtud del correspondiente expediente de juicio contradictorio. Fue citado en la documentación ofi cial por el celo e interés puesto en el desempeño de su misión, por su arrojo, serenidad, aptitud y acierto en el mando de las tropas indígenas en el Rif español. En el referido juicio contradictorio declararon a su favor, entre otros personajes ilus- tres, los generales don Federico Berenguer y don Miguel Cabanellas (ver biografía), el coronel Riquelme (jefe de la Policía Indígena), el teniente coronel Franco (futuro jefe del Estado, ver biografía) y el comandante García y Margallo; todos ellos coincidían en considerar al capi- tán Alonso Estringana merecedor del ascenso al grado de comandante por sus brillantes do- tes de mando, valor, serenidad y ser gran conocedor de la actuación a seguir en los proble- mas del Protectorado español en Marruecos. Finalmente, el Consejo Supremo de Guerra y de Marina suscribió completamente tan Alonso Estringana cables Francisco favorables conclusiones. Era así la segunda vez que el capitán Alonso ascendía a la superior graduación por méritos de guerra, pues en el año 1914 había ascendido también al rango de capitán de la misma forma. En 1914 el ascenso por méritos, hechos o servicios de guerra era la recompen- sa militar más importante después de la Cruz Laureada de San Fernando (por delante incluso de la Cruz de María Cristina según la Ley adicional a la Constitutiva del Ejército de 19 de julio de 1889). Más tarde, en 1918 y tras la creación de la Medalla Militar Individual, pasaría a ocupar el tercer puesto en el orden de importancia. Todavía tuvo una tercera propuesta de ascenso por méritos de guerra al empleo supe- rior inmediato, esta vez desestimada por resolución de 27 de noviembre de 1926. En abril de 1931 regresó defi nitivamente a Madrid, al Regimiento de Caballería n.º 3, y en 1934 fue ascendido al empleo de teniente coronel. Ese mismo año, el 11 de mayo, con- trajo matrimonio con doña Natalia Calabuig Sanz. Afortunadamente para él, no participó en la guerra fratricida entre españoles. En mayo de 1936 fue absuelto del delito de sedición por un Consejo de Guerra de ofi ciales ge- nerales republicanos celebrado en Guadalajara (juicio sumarísimo número 88/1936), de-

mostrándose en dicho juicio que una enfermedad cerebral le había impedido incorporarse al sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. destino preceptivo. El informe pericial de los médicos señaló que ya no estaba, incluso, en condiciones físicas para desempeñar el mando de fuerzas. Estallada la Guerra Civil española, por su condición de militar fue denunciado a las autoridades por un maledicente vecino, y por ello, detenido el día 28 de julio de 1936 en su domicilio de la calle de Arrieta número 5 y sufrió la pena de encarcelamiento en la temible y siniestra prisión de San Antón (Madrid), de tan infausto recuerdo para muchos españoles torturados en la checa habilitada en el citado centro y desde donde salieron muchos otros para ser asesinados en Paracuellos del Jarama. En aquella cárcel estuvo desde el día 29 de julio de 1936 hasta el 30 de enero de 1937, siendo dado de baja del ejército republicano por desafecto al «régimen rojo» (sic) el 17 de diciembre de 1937. 227 Interesante resulta leer la sentencia dictada por el Jurado Popular de Urgencia n.º 4 en el expediente n.º 37/1937 (donde intervino también el Juzgado de Instrucción n.º 6 de Madrid). En dicha sentencia, de fecha 22 de enero de 1937, se absuelve libremente a don Francisco Alonso Estringana, pues «solo resultaba cierto que no ha sido probado que el incul- pado haya realizado acto alguno de desafección al Régimen»; por esa razón, el Ministerio Fiscal retiró la acusación y solicitó la libre absolución. En el acto del juicio, el propio Alonso Estringana había declarado que el día 17 de julio (víspera del alzamiento nacional del 18 de julio) se hallaba en su domicilio, no intentando entrar en ninguno de los cuarteles sublevados, y sí, por el contrario, efectuó su presentación en la División para ofrecerse al Gobierno, aña- diendo que no había pertenecido a ningún partido político ni tampoco a la Unión Militar Es- pañola (como se sostenía en las diligencias). De modo que el coronel don Francisco Alonso Estringana fue recluido injustamente en

la prisión de San Antón, durante casi seis meses, por culpa de un maledicente vecino y el odio 13 irracional entre españoles. Terminada la Guerra Civil, por orden de 21 de septiembre de 1939 (B. O. n.º 268), se le reintegra en su puesto con la antigüedad de 16 de diciembre de 1936. Francisco Alonso Estringana se retiró del ejército el día 19 de noviembre de 1940, al cumplir la edad reglamentaria. El 16 de diciembre de 1936 era coronel de Caballería y per- maneció en situación de disponible forzoso en la primera división hasta la citada fecha de su retiro. Finalmente, uno de los mejores ofi ciales que tuvo España en el Protectorado marroquí falleció en Benejama (población cuyo nombre signifi ca en árabe «hij o de las tierras fértiles» y que está situada en la provincia de Alicante) a las 18.00 horas del día 19 de abril de 1944, a la edad de sesenta y seis años.

J. G. L.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi Alonso Estringana cables Francisco sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Fuentes Bibliografía

Domínguez Llosá, Santiago, «Zoco el Expediente Picasso. Folios 866-875. Pando Despierto, Juan, Historia Telatza, 1921. El otro desastre», FC_TRIBUNAL_SUPREMO_ secreta de Annual, Madrid, Temas de Revista de Historia Militar, Alcañiz Reservado, Exp. 50. N. 4 y folios 223 Hoy, 1998. Fresno Editores, 2001. a 226 FC_TRIBUNAL_SUPREMO_ Reservado, Exp. 50. N.1. Portal de Expediente personal del capitán archivos españoles del Ministerio de Francisco Alonso Estringana. Legajo Educación, Cultura y Deporte. A-417 depositado en el Archivo 228 General Militar de Segovia. Alzugaray y Goicoechea, Emilio

Pamplona, 5 de septiembre de 1880 - cercanías de Toulouse, 2 de enero de 1944

Ingeniero militar. Participó en las campañas de pacifi cación. Proyectó numerosos edifi cios en la ciudad de Melilla y alrededores. Durante la Guerra Civil participó en la defensa de Madrid, mandando un cuerpo de ejército.

Entre 1909 y 1927, coincidiendo con el desarrollo de las llamadas campañas de pacifi cación en el Protectorado español en Marruecos, la ciudad de Melilla («la Hij a de Marte») gozó de una época de crecimiento y prosperidad nunca superada. A lo largo de esos años la población se expandió desde los recintos fortifi cados de Melilla «la Vieja» viviendo una expansión urbana

14 caracterizada por el empleo en las construcciones del estilo modernista de moda en esos años. Si tuviésemos que escoger al más representativo, desde el punto de vista profesional, de los arquitectos españoles que trabajaron en Melilla y en la zona oriental del Protectorado, sin duda el elegido sería su rival profesional, el catalán Enrique Nieto y Nieto (ver biografía). Sin embargo, la personalidad más atrayente de la pléyade de arquitectos (Manuel Becerra, Alejandro Rodríguez Borlado, Eusebio Redondo, José de la Gándara, Francisco Carcaño, etc.) que en esos años trabajaron en Melilla y sus alrededores es la del militar Emilio Alzuga- ray y Goicoechea, cuya actuación como ingeniero militar y proyectista queda en segundo plano, oculta por una vida de aventuras y peligros. Ingresado en 1899 en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, es promovido a te- niente en 1904 y tras breves destinos en Barcelona, Valencia y Ceuta llega a Melilla en 1906, siendo destinado a la Compañía de Zapadores de su guarnición. Participa en las operacio- nes desarrolladas entre 1909 y 1913, ascendiendo a capitán en 1911. En esos años proyecta y dirige numerosos trabajos para la Comandancia de Ingenieros, desde instalaciones de ra- dio, fortifi caciones y edifi cios militares hasta el acondicionamiento de los barracones del Regimiento Mixto de Artillería de Melilla para alojar al numeroso séquito que en enero de 1911 acompañó al rey Alfonso XIII en su visita a la ciudad. Si desde 1907 Alzugaray había compaginado sus obligaciones militares con los pro- yectos civiles, en el año 1913, en un momento de pausa de las operaciones y habiendo sido destinado al 3.er Regimiento de Zapadores de guarnición en Valencia, solicitó pasar a la situa- ción de supernumerario sin sueldo para poder continuar residiendo en Melilla, desarrollando sus actividades como arquitecto. Desde ese momento se dedicó en exclusiva a proyectar edifi cios civiles, evolucionando y Goicoechea cables Emilio Alzugaray sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. desde el clasicismo hasta el estilo modernista de sus últimos trabajos. Junto a su faceta de proyectista y director de obras desarrolló otras como negociante, interviniendo en numero- sas compras y ventas de terrenos, y como empresario de la construcción en varios de sus proyectos. También se vio envuelto en cuestiones de reclamaciones y pleitos mineros, por lo que en varias ocasiones debió declarar en los juzgados sin sufrir pena o sanción alguna. Mientras tanto, en septiembre de 1911 se había casado con Concepción Guij arro Ji- ménez, con la que tuvo tres hij os varones (Emilio, Luis y Joaquín). Emilio, el primogénito, había nacido en enero de 1911, es decir, meses antes del matrimonio, algo que sin duda escandali- zaría en los tradicionales ambientes militares. 229 En 1920 se reincorpora al servicio activo. En julio de 1921 se encontraba en el sector de Annual como ingeniero de obras, pero debiendo asumir el mando eventual de las unidades de Ingenieros en el caso de reunirse más de una compañía de su arma. Allí fue testigo de las du- das e indecisiones del general Silvestre durante la noche del 21 al 22 de julio. Ordenada la retirada, condujo a las cuatro compañías de Ingenieros acampadas en Annual hasta Ben Tieb. Desde allí, alegando haber recibido órdenes directas del general Silvestre para informar de la situación al general Navarro (ver biografía), segundo jefe de la Comandancia General, salió para Melilla en el mismo coche que ocupaba el hij o del general Silvestre. Habiendo logrado llegar ileso a Melilla, inmediatamente comenzó a trabajar para poner en condiciones las des- cuidadas defensas de la ciudad. Al parecer, durante los días en que sucumbían las guarnicio- nes de Nador, Zeluán y Monte Arruit, Alzugaray criticó públicamente la actitud pasiva del alto comisario, general Dámaso Berenguer. Tras ser interrogado por el general Picasso (ver biografía), el fi scal no apreció inicial- mente responsabilidad en su actuación; sin embargo, a instancias del alto comisario fue en- causado, condenándosele a seis meses de prisión menor. Revisada la sentencia por el Conse- jo Supremo de Guerra y Marina es doblemente condenado, por una parte a veinte años y un día por delito de «Negligencia en el servicio» y por otra a doce años y un día por delito «Contra el honor militar».

y Goicoechea cables Emilio Alzugaray El proceso, lleno de irregularidades, estuvo en todo momento condicionado por las presiones de Berenguer. Si bien Alzugaray abandonó en Ben Tieb a las compañías de Ingenie- ros cuyo mando eventual le correspondía, otros mandos con responsabilidades mayores sa- lieron absueltos o con penas menores que las que recayeron sobre él. Quizás los motivos de esta severidad fueran, por una parte, las críticas vertidas por Alzugaray contra la pasividad de Berenguer a principios de agosto de 1921 y por otra el intento de rescate de los prisione- ros del arma de Ingenieros que permanecían cautivos de Abd el-Krim (ver biografía). Como un claro ejemplo del corporativismo del ejército de la época, los ofi ciales de Ingenieros habían llevado a cabo una colecta para pagar el rescate exigido por el líder rifeño para liberar a los componentes del arma en su poder. Alzugaray, que conocía bien a Abd el-Krim tanto por su larga permanencia en Melilla como por sus negocios mineros, actuó de mediador a pesar de la prohibición expresa de Berenguer, quien, en el último momento, frustró el rescate. El resultado de todas estas divergencias fue terrible para Alzugaray, que se vio despo- seído de su empleo, expulsado del Ejército y encarcelado en el fuerte de María Cristina. La inquina de Berenguer y las escasas garantías jurídicas de los consejos de guerra de la época permitieron que Emilio Alzugaray, cuyas responsabilidades en el «desastre» eran menores que las de otros militares de la Comandancia General de Melilla, se viese condenado a las Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. penas más severas. Ante esta situación, con ayuda de sus familiares y amigos a principios de agosto de 1923 se evadió de la prisión escapando a Orán. En 1931, a la proclamación de la República, solicitó la revisión de su proceso, siendo desestimada su petición, ya que su fuga había teni- do lugar previamente al golpe de Primo de Rivera y no le eran de aplicación las medidas to- madas para remediar los abusos del dictador. En agosto de 1936 Alzugaray reaparece en Madrid, procedente de Casablanca, po- niéndose a disposición de la República. Readmitido en el Ejército, inicialmente se le dio el mando de una columna de vascos y catalanes residentes en Madrid. En octubre de 1936 es 230 ascendido a teniente coronel y en noviembre a coronel. Participa en la defensa de Madrid, siendo herido de gravedad en noviembre de 1936, en el sector de la Ciudad Universitaria, tras haber cumplido la orden de Miaja de desarmar la columna del fallecido Durruti. Recuperado de sus heridas, en marzo de 1937 es nombrado jefe de la 6.ª División y más tarde del II Cuer- po de Ejército. Esta unidad fue protagonista de la desastrosa operación que pretendía la re- conquista de los cerros del Águila y Garabitas en la Casa de Campo. En esta temeraria ac- ción, que le fue ordenada, Alzugaray sufrió las desobediencias de sus subordinados Líster y Modesto. Este fracaso fue el pretexto para desposeer a Alzugaray de su mando, pasando a ocupar, durante el resto de la guerra, destinos secundarios en Cataluña. Medidas semejantes fueron tomadas en la misma época con muchos otros militares profesionales de clara militan- cia republicana, pero con fuerte personalidad, que se oponían a las directrices de los aseso- res soviéticos. En enero de 1939, a la llegada a Cataluña de las tropas de Franco, Emilio Alzu- garay pasó a Francia. En 1940 residía en Perpiñán, donde le contactó el Intelligence Service británico. En 1943, tras la ocupación de la Francia de Vichy por los alemanes, fue detenido por la Gestapo y trasladado a París. Por procedimientos poco ortodoxos lograron atraerle a su bando, siendo de nuevo enviado al sur de Francia para actuar contra los exiliados republicanos españoles que constituían el grueso de los maquis de la región y colaborar en la eliminación de redes de evasión de pilotos aliados derribados y de franceses en edad militar que trataban de pa-

sar a España. En enero de 1944 viajaba en un convoy de la Gestapo que fue atacado cerca y Goicoechea cables Emilio Alzugaray de Toulouse por la resistencia francesa, muriendo en la refriega y siendo enterrado en las cercanías. Durante la Guerra Civil, el mayor de sus hij os, Emilio, se trasladó a Madrid siguiendo a su padre y llegó a actuar como su ayudante. Sus otros hermanos se encuadraron volunta- riamente en el ejército de Franco. Uno de ellos, Luis, tras alistarse en La Legión realizó el curso de alférez provisional, prosiguiendo en servicio activo tras el fi nal de la guerra. Entre 1940 y 1945 fue ofi cial auxiliar en la agregaduría militar de España en París, para a continuación abandonar el Ejército. Finalmente, los tres hij os de Emilio Alzugaray acabaron marchando a Venezuela, donde rehicieron sus vidas. Del paso de Alzugaray por Melilla queda una plaza denominada Ingeniero Emilio Alzu- garay y muchos de los edifi cios que él proyectó, entre los cuales cabe destacar los siguien- tes: calle General Marina, 4 (1907), Avenida Juan Carlos I, 7 (1907), calle General Prim, 17 (1910), calle General Aizpuru, 22 (1913), calle García Cabrelles, 28 (1913), calle General Polavieja, 46-48, «Casa de las Fieras» (1914), calle Antonio Falcón, 3 con plaza de Bandera de Marruecos, 4 (1915), calle Sor Alegría, 7 y 9 (1915 y 1916), calle Cardenal Cisneros, 8 y 10 (1916-1917), Colegio La Salle (1917-1918) o Casino Militar (1921). Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

J. A. S.

231

Bibliografía

Bravo Nieto, Antonio, Arquitectura y —, «Marruecos y España en la Expediente personal. Archivo Militar urbanismo español en el norte de primera mitad del siglo XX. de Segovia. Marruecos, Sevilla, Junta de Arquitectura y urbanismo en un Andalucía, 2000. ámbito colonial», Illes i Imperis, 7, primavera de 2004, pp. 45-61. —, La Ciudad de Melilla y sus autores. Arquitectos e ingenieros en Domínguez Llosa, Santiago, El exilio la Melilla contemporánea, Melilla, republicano navarro de 1939, Ciudad Autónoma, 1997. Pamplona, Gobierno de Navarra, 2001. Arenas Gaspar, Félix

Puerto Rico, 13 de diciembre de 1891 - Monte Arruit, Marruecos, 29 de julio de 1921

Militar formado en la Academia de Ingenieros de Guadalajara. Aviador y piloto de globos. Combatiente en Marruecos, falleció durante la retirada a Monte Arruit, recibiendo por su heroísmo la Cruz Laureada de San Fernando.

De familia militar —era hij o del capitán de Artillería Félix Arenas Escolano—, había nacido en Puerto Rico el 13 de diciembre de 1891. Al fallecer su padre, cuando solo contaba dos años de edad, regresó a la Península, fi jando su residencia en Molina de Aragón, de donde era originaria su familia y en la que transcurrió su infancia, realizando sus primeros estudios en el colegio de los padres escolapios. Ingresó en 1906 en la Academia de Ingenieros de Guadalajara a una edad muy tem- prana, pues aún no había cumplido los quince años. Fue promovido a segundo teniente en 1909 y a primero dos años después y destinado al Regimiento de Pontoneros. Muy pronto fue Gaspar cables Félix Arenas agregado al Servicio de Aerostación, en Guadalajara, donde siguió el curso de piloto de glo- bos, cuyo título obtendría en 1913 tras realizar numerosas ascensiones. El Servicio de Aerostación había sido creado en 1884 y comenzó a funcionar en 1889. Las ascensiones se realizaban con globos cautivos o libres y con dirigibles, que se utilizaban para realizar reconocimientos del terreno, fotografi arlo o localizar objetivos para la artillería. El teniente Arenas sirvió a continuación en los Talleres del Material de Ingenieros, sien- do muy pronto agregado a la Compañía de Aerostación de Tetuán, en cuya zona hizo prácti- cas de observador de campaña. También dirigió en esta época un taller de maquinaria en la Comandancia de Ingenieros de Guadalajara, hasta que en julio de 1914 obtuvo el ingreso en la Escuela Superior de Guerra, en la que terminó sus estudios en julio de 1917 con gran bri- llantez; en 1915 había alcanzado el empleo de capitán. Al salir de la Escuela de Guerra fue destinado voluntariamente a la Comandancia de Ingenieros de Melilla, donde pasó a mandar la 2.ª Compañía de Zapadores, destacada en Kandussi, a cuyo frente realizó diversos traba- jos de fortifi cación de posiciones. En 1919 hizo prácticas de aviación en el aeródromo de Cuatro Vientos y volvió a reanudar las ascensiones en globo3. En marzo de 1920 la compañía del capitán Arenas fue agregada a la columna del

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. coronel José Riquelme López-Bago, con la que participó en la ocupación de posiciones y en su posterior fortifi cación. En noviembre del mismo año nuestro biografi ado cambió de destino y se hizo cargo del mando de la Compañía de Telégrafos y Red Permanente de Melilla y su territorio, lo que le obligaría a realizar numerosas visitas de inspección a las posiciones pro- pias, en algunas de las cuales tuvo que soportar el fuego enemigo. Formando parte de la columna Riquelme participó en varios combates. Al producirse el desastre de Annual y llegar a Melilla noticias sobre la alarmante situa- ción en que se encontraban nuestras tropas, se dirigió en automóvil el 23 de julio de 1921 a Dar Drius para comprobar el estado de la red de comunicaciones, trasladándose seguida- mente a Batel y desde allí, a caballo, a Monte Arruit. Pasado Tistutin tuvo que ceder su mon- tura a un herido, por lo que se vio obligado a regresar a pie a la anterior posición, donde tomó 232 el mando de su reducida guarnición, procediendo a organizar la defensa y consiguiendo mantener el enlace heliográfi co con Batel. Cercado por los moros, en la noche del día 25 realizó, acompañado de un cabo y un soldado, varias salidas para incendiar unos almiares de paja tras los que se protegía el enemigo, sufriendo durante estas operaciones una quema- dura en una mano, producida por el petróleo empleado. El día 27 llegó el general Navarro desde Batel y el 28 se recibió orden del alto comisario de replegarse hacia Monte Arruit. En la madrugada del 29 fue abandonada la posición, solicitando el capitán Arenas ocupar duran- te la marcha el lugar más peligroso, la extrema retaguardia, a cuyo frente protegió a las tro- pas y logró sostener al enemigo, permaneciendo a las puertas de Monte Arruit hasta que el último de sus soldados consiguió penetrar en la posición. Al tratar entonces, armado con un fusil, de que el enemigo no se apoderase de unos cañones que habían sido abandonados por sus sirvientes, fue rodeado y alcanzado por un disparo que le ocasionó la muerte. En enero de 1922 se abrió en la Comandancia General de Melilla el preceptivo expe- diente de juicio contradictorio para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando, con la que sería justamente recompensado por real orden de 18 de noviembre de 1924. El 19 de junio de 1928 se fi rmaba una real orden en la que se decía: «[...] el Rey, queriendo testimoniar la alta consideración que merece la memoria del capitán de Ingenieros D. Félix Arenas Gaspar, y perpetuar sus heroicos hechos, se ha dignado resolver que su nombre fi gure en lo sucesi- Gaspar cables Félix Arenas vo en el “Anuario Militar” al frente de la escala de capitanes del Cuerpo de Ingenieros con la siguien- te indicación: Muerto heroicamente el 28 de julio de 1921en las proximidades de Monte Arruit». Un hermano del heroico capitán, Francisco, teniente del Regimiento de Infantería de África n.º 68, había ingresado en la Academia de Infantería de Toledo en 1913. Siendo tenien- te del Regimiento de Infantería de África n.º 68 y formando parte de la columna móvil al mando del teniente coronel García Esteban, se encontraba el 25 de julio de 1921 en Zoco el Telatza cuando la posición de Haf pidió auxilio por hallarse cercada, ofreciéndose voluntario para acudir en su socorro, lo que no fue necesario debido a la caída de la posición; seguida- mente inició la columna la retirada del Zoco hacia la zona francesa, de madrugada y ampa- rada por la niebla, pero al amanecer el enemigo descubrió el movimiento de las tropas, pro- duciendo cuatrocientas bajas, entre ellas la del teniente Arenas. El Ayuntamiento de Molina de Aragón erigió al capitán Arenas un monumento, obra del escultor Coullaut Valera, que fue inaugurado por S. M. el Rey el 5 de julio de 1928 en un acto al que asistió el presidente del Consejo de Ministros, general Primo de Rivera (ver biogra- fía), acompañado de los ministros de la Guerra, Trabajo y Gobernación, el capitán general de Madrid, los directores generales de la Guardia Civil y Carabineros, y todas las autorida-

des civiles, militares y eclesiásticas de la provincia, al tiempo que le dedicaba una de sus sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. calles, iniciativa a la que se sumarían las ciudades de Barcelona, Guadalajara y Melilla. Recientemente, el renombrado pintor Augusto Ferrer-Dalmau le ha dedicado un cua- dro como homenaje, en el que el laureado capitán aparece gallardo y sereno, con Monte Arruit al fondo, rodeado de cadáveres y defendiendo con un fusil un cañón de artillería. En 2013 tuvo lugar en el Acuartelamiento Capitán Arenas (Guadalajara), donde resi- de el Parque y Centro de Mantenimiento de Material de Ingenieros (PCMMI), un emotivo acto en el que se inauguró un monumento al héroe, réplica del existente en Molina de Aragón, al que asistió Francisco de Borja Arenas y Arenas —hij o póstumo del laureado capitán—, con- traalmirante de la Armada.

J. L. I. S. 233

Notas

3 Adquiridos por España los primeros de avión, pertenecientes a aviones en 1913, fue creada cualquiera de las Armas y Cuerpos entonces la Dirección de del Ejército, se formaban en Aeronáutica, con las ramas de Cuatro Vientos (Madrid). Aerostación y Aviación. Los pilotos Asensi Rodríguez, Francisco

El Ferrol, La Coruña, 2 de enero de 1886 - Hassi Uenzga, Marruecos francés, 25 de julio de 1921

Capitán de la 1.ª Compañía del 1.er Batallón del Regimiento de África n.º 68. En el desastre de Annual tuvo un singular protagonismo durante la retirada de la columna de Zoco el Telatza hacia la zona francesa, al proteger con su sacrifi cio el paso de la columna a través del desfi ladero de Maachen. Consiguieron salvarse casi quinientos hombres, siendo la única columna móvil del general Fernández Silvestre que no fue totalmente destruida.

Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia. F. Scott Fitzgerald

El día 2 de enero de 1886 hacía muchísimo frío en Ferrol (La Coruña). Un aire costero, gélido y tremendamente húmedo recorría todas las construcciones asociadas a la nueva ciudad departamental, fruto de la construcción del arsenal militar y los astilleros de la Armada. Justo enfrente del arsenal militar se encuentra situado el número 7 de la calle del Ras- Asensi Rodríguez cables Francisco tro, en la zona conocida como Ferrol Vello, barrio marinero que vio nacer la ciudad naval y fue declarado bien de interés cultural en el año 2011. Son las 14.30 horas del 2 de enero y en el acogedor y cálido hogar de la familia Asensi Rodríguez todo es alegría y jolgorio, pues no había mejor manera de celebrar la llegada de un nuevo año que presenciando el nacimiento de un hij o. Por fi n será un varón, tan ansiado, al que bautizarán más tarde con el nombre de Francisco, en la parroquia castrense de San Francisco. En una familia de honda tradición militar cabe suponer la alegría que debieron de experimentar todos ante la llegada y nacimiento del primer hij o varón, pues el matrimonio formado por don José Asensi Quintana, primer condestable de la Armada, y doña María Ro- dríguez Barcia había tenido con anterioridad solo niñas: fueron dos hij as llamadas Manuela y Práxedes, pianista y pintora respectivamente y cuyos años de nacimiento resultan desco- nocidos. En 1888, residiendo la familia en el número 40 de la calle de Galiano, nacería un 22 de noviembre su segundo varón, Víctor, futuro general de división del Arma de Infantería, miembro del servicio de Estado Mayor, coronel por méritos de guerra y condecorado con la

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Gran Cruz del Mérito Militar. En octubre de 1934, el entonces comandante del servicio de Estado Mayor Víctor Asensi será también uno de los heridos de mayor graduación al sofocar la insurrección obrera contra el Gobierno legítimo de la Segunda República, durante la revo- lución de Asturias. Por sus heridas, que le provocaron una leve cojera que arrastraría de por vida, fue condecorado en el año siguiente con la Medalla de Sufrimientos por la Patria con el pasador 8 de octubre. El matrimonio será fi nalmente bendecido con un tercer y último varón, que nacerá el 18 de mayo de 1894 y será bautizado con el nombre de Recaredo Isidoro. Al nacer Recaredo, la familia tenía su domicilio en el número 162 de la calle María; en el número 108 de la misma acera y calle vivía la familia Franco Bahamonde, en cuyo hogar nacería en 1892 el futuro jefe 234 del Estado, general Francisco Franco. Francisco, y sobre todo —por razón de edad— Víctor y Recaredo recordarán durante toda su vida su infancia, colegio y juegos infantiles compartidos en Ferrol con aquel niño a quien el destino otorgará más adelante las riendas de España durante casi cuarenta años. Más tarde, y en plena adolescencia, Francisco y Recaredo volverán a coincidir con Franquito, esta vez en la Academia de Infantería de Toledo, pues Franco perteneció a la promoción de 1907. Eran, pues, tres hermanos varones, gallegos de nacimiento y dominados por un fervo- roso y entusiasmado deseo de seguir la carrera de las armas, ya que el ambiente y la atmós- fera militar impregnaban y condicionaban toda la infancia y el entorno de cualquier infante ferrolano a fi nales del siglo XIX y principios del XX. Ciertamente Ferrol constituía un auténtico y cerrado microcosmos castrense con estructura de pirámide social, en cuya cúspide se si- tuaban los ofi ciales de la Armada; después, los del resto de las armas del Ejército de Tierra y, fi nalmente, las profesiones liberales: médicos, jueces, abogados, ingenieros y arquitectos ce- rraban tan decimonónica y rígida escala social. Desgraciadamente, la temprana muerte de José Asensi Quintana, fallecido en Barce- lona a las tres de la madrugada del día 19 de febrero de 1899, marcó de una manera trágica la infancia de sus cinco hij os.

La cuna de un bizarro capitán. El ejemplo paterno: la constante Asensi Rodríguez cables Francisco perseverancia en el cumplimiento del deber militar

Los tres hermanos, unidos por un fortísimo y fraternal vínculo de sangre, tendrán siempre presente el ejemplo a seguir en su periplo vital: su padre. Don José Asensi Quintana había nacido en Valencia el 26 de julio de 1847 y sus pa- dres fueron don Manuel Asensi Soler, militar natural de Valencia capital, y doña Isabel Quin- tana Merino, originaria de Benicarló (Castellón). La infancia de José transcurrió entre las localidades de Valencia y Cartagena, por razón de los destinos de su padre; Manuel Asensi, nacido en Valencia en 1817 y de profesión ebanista, había ingresado en el Ejército como quinto en caja el 12 de febrero de 1836, siendo elegido —probablemente por su estatura de un metro setenta, muy superior a la media de la época— para formar parte de la Guardia Real, en Madrid. Más tarde pasaría a formar parte del Real Cuerpo de Artillería (2.º Regimiento), en cuya arma alcanzaría el empleo de cabo de obreros, en atención a sus habilidades y empleo previo en la vida civil. Manuel Asensi Soler, militar de buena conducta y con valor acreditado —abuelo del capitán objeto de esta biografía—, fue condecorado a lo largo de su vida con una Cruz de

plata sencilla del Mérito Militar con distintivo rojo —por el mérito que contrajo combatiendo sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. contra los insurrectos revolucionarios, durante los sucesos de Cádiz los días 5, 6 y 7 de di- ciembre de 1868— y tres cruces de plata sencillas con distintivo blanco. Galardonado por llevar más de treinta años de servicio con acreditada honradez, Manuel sería también —además de verse involucrado en la insurrección cantonal de Carta- gena en 1873— el primer miembro de la familia en pisar territorio africano. En efecto, el 27 de diciembre de 1867 embarcó en Málaga con dirección a la ciudad de Melilla, en donde permaneció realizando trabajos de recomposición del material del Arma de Artillería allí exis- tente, hasta el 27 de febrero de 1868 en que regresó a Cádiz. Durante su periodo de servicio en Cartagena, importante base naval de la Armada española, su hij o José tomó contacto con la Marina de Guerra. 235 Con fi rme espíritu militar y vocación de servicio, José Asensi Quintana ingresó en la Escuela de Artilleros de Mar el 24 de enero de 1865, ascendiendo progresivamente por los distintos empleos y grados del Cuerpo de Condestables de la Armada. Más tarde, será ofi cial graduado: alférez (1880) y teniente en 1889. Veterano de la «guerra de los diez años» (1868-1878), sostenida contra los mambises cubanos y que terminó con la orgullosa victoria de España —que consiguió así sujetar, otra vez con mano férrea, la joya o perla de la Corona—, el joven de veintidós años había llegado a la isla de Cuba nada más comenzar el confl icto, pues desembarcó en el puerto de La Haba- na el 29 de noviembre de 1869. Volvería a Ferrol casi cinco años después, el 23 de julio de 1874, después de tomar conciencia de lo duro que era servir a su país en condiciones tan adversas, pues vería enterrar las vidas de muchísimos compañeros en los hostiles pantanos y rudas maniguas; más temibles, si cabe, que las balas enemigas. Este condestable regresó, pues, a tiempo para participar en un nuevo confl icto, esta vez más penoso, trágico y fratricida. En la guerra civil interna o Tercera Guerra Carlista (1872-1876), José tomó parte en las operaciones del Frente Norte, contra los carlistas, inter- viniendo en las acciones de Lastaola y en la batalla del monte de Choritoquieta (fi nales de agosto de 1875), bajo las órdenes del mariscal de campo don Miguel Trillo. Por su participación en dichas acciones recibirá una Cruz roja sencilla del Mérito Mi- Asensi Rodríguez cables Francisco litar así como, posteriormente, una Cruz del Mérito Naval con distintivo blanco por la termina- ción de la guerra civil y los servicios prestados hasta el 3 de octubre de 1878. Pero como a todo guerrero le llega su reposo, José Asensi lo encontrará en la otrora orgullosa villa de Ferrol, en cuyo lugar conocería a una señorita de apenas dieciséis años, María Rodríguez Barcia. Nacida en Ferrol en 1860 e hij a de un carpintero llamado Nicolás Rodríguez Sero —na- tural del pequeño pueblo de La Capela (La Coruña), pero residente en Ferrol por causa de su trabajo en los astilleros de la Armada— y de doña Manuela Barcia Vivero, natural de Ares, la jovencísima María aceptó la propuesta de matrimonio de aquel elegante segundo condesta- ble, trece años mayor que ella. El matrimonio de la feliz pareja se celebró el 24 de noviembre de 1876 en la iglesia parroquial de San Julián, luego elevada a la categoría de concatedral por bula de S. S. Juan XXIII el 9 de marzo de 1959. Desde entonces José y María vivirán una existencia común, apacible y feliz, durante casi veinte años. Tuvieron en ese intervalo cinco hij os, sin tener que lamentar más desgracias que los inevitables fallecimientos —por ley de vida— de sus padres.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Sin embargo, la fatídica caja de Pandora se abrirá defi nitivamente en Extremo Orien- te. Corría el año 1896 y los independentistas tagalos del Katipunan —Venerable Sociedad Suprema de los Hij os del Pueblo— se levantaron en armas contra la dominación española de las islas Filipinas. Frente al pragmatismo y carácter netamente autonomista y pacífi co de la Liga Filipina, magnífi camente dirigida por el sensato y polifacético médico José Rizal —que no pretendía ni tan siquiera la total independencia de la metrópoli—, triunfó el radicalismo violento del Katipunan, encabezado por Emilio Aguinaldo, que sí pretendía la ruptura total con España. Al fatal desenlace contribuyó, sin duda, el tremendo error cometido por el general Polavieja al no impedir el fusilamiento de José Rizal, visto como cómplice del Katipunan; se- 236 mejante injusticia truncó defi nitivamente las únicas posibilidades que tuvo España para en- cauzar —a través de un interlocutor válido, apoyado por demócratas y masones españoles— las legítimas aspiraciones del pueblo fi lipino y mantenerlos dentro de la Corona como una nueva provincia. La guerra, pues, era inevitable. Hasta Ferrol llegaron también los rumores de un próximo confl icto, para el que la men- guante España, todavía imperial, tomaba medidas preventivas. El primer condestable y te- niente de Artillería José Asensi Quintana será movilizado de nuevo. En la víspera de las Navi- dades de 1895, la familia Asensi Rodríguez recibirá la terrible noticia del próximo embarque de José con destino al Apostadero de las Filipinas. Aquel frío diciembre ferrolano, en casa de la familia Asensi se vivirá un auténtico dra- ma familiar, representado en seis actos, los de una mujer y sus cinco hij os. Sin duda conscien- tes de que quizás nunca más volverían a verle, todos lloraron desconsoladamente al despe- dirse y ver partir al cabeza de familia. Francisco tenía nueve años cuando vio a su padre despedirse por última vez. El fatal destino hizo que veinticinco años después, en 1921, él mismo fuese el protagonista de otra trágica despedida, esta vez en la estación de tren del Hipódromo de la ciudad de Melilla. El embarque de las tropas españolas, en el vapor Isla de Mindanao con destino Mani- la, se realizó en La Coruña el día 21 de diciembre de 1895. Entre tantos soldados y marinos se encuentra José Asensi, al que aguardan tres años de dura campaña en las selvas fi lipinas Asensi Rodríguez cables Francisco y una terrible y defi nitiva derrota ad portas. Recién llegado a Manila —después de una larga travesía, que podía durar entre vein- te y treinta días según las condiciones atmosféricas y ello gracias a la inauguración en 1869 del canal de Suez—, es destinado al Arsenal de Cavite, encontrándose en 1896 prestando servicios de polvorines de su clase en Binacayan, concretamente en el polvorín fl otante San Quintín. Ese mismo año, cuando el 8 de noviembre desembarcó en dicho destacamento la co- lumna de ejército mandada por el famoso coronel del Regimiento n.º 73 don José Marina Vega (ver biografía) —que alcanzará el rango de general de brigada en 1897 y, posterior- mente, los cargos de comandante general de Melilla, en 1909, y alto comisario de España en Marruecos en 1913—, dispuso dicho coronel que en la mañana siguiente se incorporara el primer condestable José Asensi a la indicada columna, junto con un artillero de mar y cuatro marineros, para prestar servicios de su clase con un cañón Plasencia de 8 cm y retrocarga. El objetivo era batir con fuego artillero las trincheras construidas por los tagalos y el pueblo de Binacayan; tarea que, encuadrado en una compañía de Artillería, cumplió escru- pulosamente el teniente graduado hasta terminar las municiones de la dotación de la pieza,

motivo por el que tuvo que retirarse, salvando así su pequeño destacamento y la artillería. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. En 1897 sería ascendido al rango de capitán graduado de Artillería y citado como distin- guido por su comportamiento y mucho valor observado en el combate sostenido en las trincheras de Binacayan, según la certifi cación expedida en 1898 por don Celestino Fernández Tejeiro —ge- neral de división de los ejércitos nacionales y del Estado Mayor de Filipinas—, personaje este últi- mo de infausto recuerdo por su oscuro protagonismo en la pactada rendición de Manila en 1898. Sin embargo, la batalla de Binacayan, librada el 9 de noviembre de 1896 cerca de Cavite y a orillas del río del mismo nombre, fue la primera victoria del ejército fi lipino contra el ejército español. La columna del coronel Marina no logró rebasar la gran trinchera de los tagalos y tuvo que retirarse ante la abrumadora superioridad numérica de los tagalos, dejan- do atrás quinientos muertos. 237 Los españoles no tardarán en recuperar el terreno perdido, aunque por breve tiempo. Tras la renuncia del general Polavieja, el nuevo capitán general de Filipinas, Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, consiguió sellar la paz con Aguinaldo fi rmando el Pacto de Biak-na- Bato el 23 de diciembre de 1897. Poco duraría tan precaria paz, pues en abril de 1898 estallará la guerra contra los Estados Unidos de América; los fi lipinos del Katipunan aprovecharon esta coyuntura y, con el apoyo norteamericano, volvieron a levantarse en armas. Cercada Manila desde el 8 de junio, de nuevo volvería a distinguirse el capitán de Ar- tillería José Asensi en los combates sostenidos contra los revolucionarios fi lipinos de Aguinal- do, esta vez en defensa de la plaza y su línea exterior, formando parte de la columna de ope- raciones de Santa Ana, desde el 16 de junio al 20 de julio. Por su distinguido comportamiento y heridas sufridas en dicha acción sería condecorado —esta vez a título póstumo— con una Cruz del Mérito Militar de 1.ª clase con distintivo rojo en octubre de 1899. Sin embargo, la previa derrota y destrucción de la fl ota española en el combate naval de Cavite, el 1 de mayo de 1898, ya había sellado el destino de la colonia española de Ultra- mar. El desembarco de las fuerzas terrestres norteamericanas hizo que solo fuese cuestión de tiempo la derrota defi nitiva de las armas españolas en el archipiélago. La vergonzosa batalla fi ngida, pactada entre españoles y norteamericanos para evitar que los tagalos se apodera- Asensi Rodríguez cables Francisco ran de la capital, dio paso a la humillante capitulación de Manila el 14 de agosto. A pesar de la rendición, quedaban todavía cuatro largos y duros meses de negocia- ción que fructifi caron en el Tratado de París, de fecha 10 de diciembre de 1898, por el que se certifi có el fi n del Imperio español de Ultramar. La dolorosa pérdida de Cuba y la entrega de Puerto Rico, Guam y las islas Filipinas por veinte millones de dólares supuso un auténtico drama nacional, socavando el orgullo patrio como nunca antes volvería a recordarse. Rubricado el «desastre de 1898», ya solo quedaba el amargo, extenuante y triste re- greso a la Madre Patria, para intentar olvidar tan terrible guarismo. José Asensi fue pasapor- tado como enfermo, embarcando a fi nales de enero de 1899 en el vapor correo León XIII con dirección al puerto de Barcelona, en donde desembarcó —tras una penosa y agónica trave- sía— el 17 de febrero de 1899. Hospedado transitoriamente en el número 65 de la calle Conde del Asalto, su deterio- rada salud se quebró defi nitivamente dos días después, falleciendo por hemorragia cerebral a los cincuenta y un años de edad en la Ciudad Condal, a las tres de la madrugada del día 19 de febrero. El entierro se verifi có en el cementerio nuevo de Barcelona (Montjuich). La causa de la muerte sería dictaminada por una comisión de médicos de la Armada.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. El pertinente dictamen certifi có que tan funesto óbito era consecuencia de la enfermedad contraída por la infl uencia del clima tropical de Filipinas y por las penalidades de la campa- ña en territorio de guerra.

Una infancia huérfana. Una madre coraje y el feliz ingreso en la Academia de Infantería

María Rodríguez Barcia, enlutada de dolor por no haber podido recibir ni tan siquiera el cuer- po de su difunto esposo, no dudó en trabajar como costurera para poder sostener a su fami- lia, pues en aquella trágica hora, aquella venerable y bondadosa mujer se había reafi rmado 238 como el pilar y verdadero timón de la familia. No en vano, sus hij os la adoraban. Con una exigua pensión de viudedad y la difícil tarea de criar a sus cinco hij os, María decidió trasladarse a vivir a Madrid, después de solicitar —el 15 de abril de 1899— que sus tres hij os varones fueran admitidos en el Colegio de Huérfanos de la Guerra de Guadalajara. Francisco y sus hermanos ingresarían así en una excelente institución educativa, cuya sede radicaba en el palacio del Infantado de Guadalajara —antaño suntuosa mansión de los Mendoza— y que había sido reinaugurada en 1898, durante el periodo de la regencia de doña María Cristina de Habsburgo-Lorena, madre del rey Alfonso XIII. La desgraciada pérdida del progenitor fue paliada por el excelso Colegio de Huérfa- nos, que constituía un auténtico modelo de enseñanza infantil y juvenil, muy acorde con los nuevos avances técnicos y educativos de la época. Entre aquellos añejos muros palaciegos y las calles y plazas de la Guadalajara de principios del siglo XX, millares de niños y niñas gra- barían en sus retinas el recuerdo dorado de su infancia y época estudiantil. Este periodo fue decisivo para forjar el carácter de los tres hermanos Asensi, pues bajo la batuta de unos rigurosos y estrictos profesores —que además eran ofi ciales del Ejército— tallarían sus espíritus, interiorizando los valores que siempre guiarían sus conductas: esfuer- zo, sacrifi cio, honor, disciplina, austeridad, lealtad y templanza. Un verdadero código moral entró en sus vidas y ya nunca les abandonaría. El incendio del palacio en 1936, tras un bombardeo de la aviación del bando nacional, reduciría a cenizas tan entrañables recuer- Asensi Rodríguez cables Francisco dos, conservados intramuros. En 1902, María solicitó que a sus hij os Francisco y Víctor les fueran concedidos los benefi cios que la legislación militar española otorgaba a los huérfanos de militar o marino muerto en campaña o de sus resultas, para el ingreso y permanencia en las academias mili- tares. El rey Alfonso XIII accedió a ello el 7 de agosto del mismo año. Un año más tarde, Reca- redo obtendría igual benefi cio. Así, en 1903, recién cumplidos los quince años, el segundo hermano —Víctor, brillante alumno galardonado por el Colegio de Huérfanos en 1902 con un sable, como premio a su rendimiento académico— será el primero en ingresar en la Academia de Infantería de Toledo. El mayor de ellos, Francisco, tendrá que esperar un poco más, pues su predilección era ingre- sar en la Marina y seguir así los pasos de su padre; deseo juvenil que truncaría el caprichoso destino. Francisco había cumplido quince años en 1901, edad habitual de ingreso en las aca- demias militares —aunque la edad mínima requerida para ello eran los catorce—, pero la humillante repatriación de los ejércitos de Cuba y Filipinas produjo un desbordamiento de las escalas y exceso de ofi ciales, motivando todo ello que dicho año se suspendieran los exá-

menes de ingreso; prohibición que se mantuvo hasta 1903. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Tras dos infructuosos intentos de ingresar en la Escuela Naval, en 1903 y 1905 —entre los que se intercaló una nueva suspensión de los exámenes en 1904—, su fi rme deseo de ser militar, la fuerte competencia para ingresar en la Marina y el lógico temor a superar la edad máxima exigida a los alumnos para el ingreso (veintiún años tratándose de hij o de militar) hicieron que Francisco, con veinte años ya, tomara la decisión de ingresar en la Academia de Infantería de Toledo, siguiendo los pasos de su hermano Víctor. El pequeño, Recaredo, emula- rá también a sus hermanos ingresando en 1909. Fue una sabia y prudente decisión porque los rumores se confi rmaron: desde 1907 hasta 1912 no fue convocada oposición alguna de ingreso en todos los Cuerpos de la Arma- da. No había barcos ni honra naval para un nuevo siglo. 239 La Academia de Infantería de Toledo

Francisco Asensi ingresó, pues, en la Academia de Infantería de Toledo el 31 de agosto de 1906. A principios de año había sido convocada la oposición para cubrir, entre otras, tres- cientas plazas de la Academia. Los exámenes, previo reconocimiento médico, tuvieron lugar en mayo-julio y exigieron superar durísimas pruebas: un primer ejercicio que comprendía materias tan dispares como Gramática Castellana, Geografía, Historia Universal y Particular de España, traducción del francés y dibujo de fi gura; un segundo ejercicio sobre Aritmética y Álgebra; y un tercero dedicado a la Geometría y Trigonometría Rectilínea. Francisco tuvo el benefi cio de entrar fuera de número, por ser hij o de marino muerto a resultas de la campaña de Filipinas; esto suponía que solo necesitaba aprobar los exámenes de ingreso con una nota mínima —que superó con creces— para conseguir ser cadete. De todos modos, aquel año no se cubrieron todas las plazas, pues solo consiguieron aprobar doscientos noventa y dos cadetes (doscientos sesenta y tres sujetos a número y veintinueve hij os de militar o marino muertos por la Patria). Un brillante elenco de profesores, seleccionados en atención a sus hojas de servicio, terminaría de forjar en el glorioso Alcázar la ejemplar obra iniciada por el Colegio de Huérfa- nos. Francisco no tuvo problemas en reafi rmar valores castrenses que le eran tan familiares;

Asensi Rodríguez cables Francisco además, tuvo la suerte de contar con un gran jefe de estudios desde 1907: el teniente coronel gaditano don José Villalba Riquelme (ver biografía), nombrado más tarde coronel director de la Academia en 1909. El coronel Villalba (1856-1944), futuro general de división y ministro de la Guerra en 1919-1920 —durante el gobierno de Allendesalazar—, tendrá una infl uencia decisiva en Francisco; no solo se preocupó en el Alcázar de la formación castrense de aquellos jóvenes, futuros ofi ciales del Ejército, sino también de su buena forma física, organizando toda clase de competiciones deportivas en el cercano campamento de Alij ares. Bajo su dirección alcan- zó el solar castrense toledano su más alto nivel.

Un contratiempo inesperado: el trágico accidente en la Academia

En 1909 Francisco estaba a punto de terminar su periodo de formación militar, que abarca- ba tres largos años de duro esfuerzo académico. Sin embargo, tendrá que afrontar antes una de las más duras pruebas de su vida, fruto de una experiencia traumática y desafortu- nada. Después de unas prácticas de tiro, los cadetes se encontraban limpiando el ánima de

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. sus respectivos fusiles cuando, en un momento dado, al introducir uno de ellos la baqueta en el arma y retirarla con rapidez —sin mirar si había algún compañero detrás— ensartó el ojo izquierdo del infortunado Francisco. Cabe imaginar el dolor y el consiguiente drama personal que supuso para él la pérdi- da de un ojo; accidente que, evidentemente, le hizo perder promoción, pues cada curso tenía que ser superado íntegramente para poder acceder al siguiente, so pena de tener que repe- tirlo en su totalidad. Al haber ocurrido la desgracia después de haber ingresado en el Ejército, Francisco pudo continuar su carrera militar, evitando así peores consecuencias. El incidente infl uyó en su rendimiento académico de tal forma que no conseguiría 240 promocionarse sino dos años después, transcurridos cinco desde su ingreso en la Academia. Carrera militar: primer destino en Marruecos y la tranquilidad peninsular

En septiembre de 1911, promovido al empleo de segundo teniente de Infantería, Francisco fue destinado al Batallón de Cazadores de Llerena n.º 11, incorporándose a su unidad en Córdoba; el 9 de diciembre regresó en ferrocarril con su unidad a Madrid, donde quedó de guarnición. El 17 de agosto de 1912 es destinado al cuadro para eventualidades del servicio en Melilla y, ese mismo mes, adscrito al Regimiento de Infantería de África n.º 68, incorporándo- se a su nuevo destino el 5 de septiembre, en Melilla. En su nueva unidad volverá a coincidir con su antiguo director de la Academia Gene- ral, el idolatrado coronel José Villalba Riquelme —en ese momento coronel jefe del África n.º 68—, a cuyas órdenes marchó con su compañía a Ras-Medua, en donde realizó continuos reconocimientos por los valles del río Mazin para proteger la conducción de convoyes. Tauriat Zag, Monte Taxuda, Ishafen, Sidi Hamet el Hach, Segangan y Monte Arruit serían los lugares del Rif que Francisco conocería por primera vez en África, mientras prestaba servicios de se- guridad y campaña. En el Regimiento de África se producirá otro feliz reencuentro, pues Francisco volvió también a coincidir con un viejo conocido de su infancia en Ferrol y de su época de estudios Asensi Rodríguez cables Francisco en la Academia de Infantería: el joven teniente Francisco Franco. El futuro general más joven de Europa estuvo también destinado en dicha unidad, desde el 17 de febrero de 1912 hasta el 15 de abril de 1913 en que pasó a las fuerzas regulares indígenas. Por su parte, Francisco permaneció en la unidad hasta fi n de octubre de 1913. Por Real Orden del 5 de septiembre anterior, había sido promovido al empleo de primer teniente por antigüedad, en propuesta extraordinaria de ascenso, tomando parte en los ejerci- cios tácticos —con fuego real— realizados el 12 de septiembre en Zeluán, siendo felicitadas todas las tropas por el general José Marina, comandante general de Melilla. En octubre, de nuevo en Madrid —esta vez destinado en el Regimiento León n.º 38—, allí permanecería hasta julio de 1914, en que fue de nuevo destinado al África n.º 68, incorpo- rándose a su unidad ese mismo mes. Recibirá su bautismo de fuego el 28 de septiembre de 1915, al participar en la ocupa- ción de las posiciones de Azit de Ben Musa y Tanzelan, teniendo que sostener tiroteo con el enemigo que oponía alguna resistencia a la operación. En Melilla conocerá Francisco a una bella y joven mujer, Piedad López-Blanco Barcelo- na, en un baile de ofi ciales. Nacida en Melilla, el 29 de noviembre de 1895, Piedad era hij a de

Alfredo López-Blanco y Carrera, miembro de la Junta de Arbitrios del Ayuntamiento de Melilla sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. y director del matadero municipal. Entre paseos por el parque Hernández y las animadas veladas y fi estas en el Casino Militar, Francisco y Piedad disfrutaron de su feliz noviazgo. No tardarían en pasar por el altar, pues previa instancia del joven teniente, el 7 de agosto de 1916 el rey Alfonso XIII concedió la Real Licencia para el casamiento de su ofi cial. El matrimonio se celebró en Melilla, en la iglesia de la Purísima Concepción y a las 21.30 horas del día 27 de agosto de 1916. Desde entonces, el matrimonio vivirá casi cinco años de feliz y pacífi ca convivencia, en destinos peninsulares alejados del peligroso y arriesgado Rif marroquí. El 5 de octubre, el teniente Asensi se incorporó al Regimiento de Infantería La Lealtad n.º 30, de guarnición 241 en Burgos; un año después, el 17 de septiembre de 1917, nacerá su primer hij o: José Alfredo (1917-1984). Con el tiempo, su único hij o varón llegará a ser un gran militar, durante sus años de servicio en el Protectorado español de Marruecos y el territorio del Sáhara; fue capitán inter- ventor en el Rif y prestigioso ofi cial de los Tercios Gran Capitán I y Alejandro Farnesio IV de La Legión española. Condecorado dos veces con la Medalla Militar Colectiva —una de ellas por su participación en la batalla del Ebro en 1938— y caballero de la Orden de Cisneros, así como comendador con placa de la Orden de África; la Cruz de Guerra, seis cruces del Mérito Militar y la Medalla del Sáhara fueron otras de sus múltiples condecoraciones. La Sala Coro- nel Asensi, perteneciente a la Sala Histórica del Tercio Gran Capitán en Melilla, está dedicada a este dignísimo ofi cial, pues fue el creador de los famosos Episodios legionarios, publicados en El Aaiún en 1969 y reeditados en 2014. En 1917, el teniente Francisco Asensi recibe la Medalla Militar de Marruecos, con el pasador Melilla, desempeñando desde el 1 de enero de 1918 el cargo de profesor en la Aca- demia de Cabos. Ese mismo año, por Real Orden circular de 4 de junio, se le concede el em- pleo de capitán de Infantería, con efectividad desde el 6 de mayo anterior. Desde el 25 de junio formará parte del Regimiento de Infantería San Marcial n.º 44, también en Burgos, has- ta el 11 de agosto, en que se incorporó a su nuevo destino: la Caja de Reclutamiento n.º 40 de Asensi Rodríguez cables Francisco Huércal Overa (Almería). El 3 de noviembre de 1919 el matrimonio tendrá una nueva alegría, pues nacería en aquella localidad almeriense su hij a María. Meses después, la familia se trasladó a la ciudad de Alicante, al ser destinado el capitán al Regimiento de Infantería La Princesa n.º 4, incorpo- rándose el 25 de febrero de 1920. De nuevo África condicionaría sus vidas, pues la Real Orden de 24 de septiembre de 1920 accedió a la solicitud de Francisco, que ansiaba volver a su antiguo destino: el Regi- miento de África n.º 68, en busca de mayor gloria. Se cerraba así la época más feliz y fecunda del matrimonio, pues el deseo de Piedad de reunirse con sus padres y su numerosa familia, oriunda de Melilla, y el fi rme propósito de Francisco de salir de su letargo castrense les enfrentará a un trágico destino un año después, aquel terrible y sangriento 1921. Sin duda Francisco querría emular a sus hermanos menores. Víctor había salido de la Academia en 1906 y llegó a Melilla el 23 de julio de 1909 con el Batallón de Cazadores de Barbastro n.º 4, en el crucero Numancia; nada más desembarcar, ganó ese mismo día su pri- mera Cruz del Mérito Militar de 1.ª clase con distintivo rojo. A las órdenes del general José

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Marina Vega —que ya había mandado a su padre José Asensi en el combate fi lipino de Bina- cayan— asistió a los combates en las inmediaciones de los lavaderos de mineral. Aquel mes de julio, Víctor salvó su vida de milagro, pues estuvo a punto de morir en el famoso «desastre del Barranco del Lobo», el 27 de julio de 1909 y a las órdenes del malogrado general Pintos, que resultó muerto de un tiro en la cabeza. Por su parte, el menor de los Asensi, Recaredo —que obtuvo su despacho de segundo teniente en 1912—, había sido ascendido a primer teniente de Infantería por méritos de gue- rra el 7 de octubre de 1913, por los méritos contraídos en el famoso combate de junio en Laucien (Tetuán), donde fue herido en la pierna derecha. En 1915 conseguirá también su primera Cruz roja del Mérito Militar de 1.ª clase, por sus méritos en los hechos de armas de la 242 Peña de Beni-Hosman y Tetuán. Un terrible e inminente desastre militar: Annual, 1921. El principio del fi n

El capitán Asensi se incorporó a su nuevo destino en Melilla el 15 de octubre de 1920; inme- diatamente, se hará cargo del mando de su nueva unidad: la primera compañía del primer batallón del África n.º 68, acantonada en el campamento de Arrof. Además de traducir el francés, aprenderá el árabe. Allí conocerá el capitán a sus nuevos ofi ciales: el teniente Juan Mestre Martorell, de origen mallorquín pero nacido en Buenos Aires el 30 de marzo de 1900, y los alféreces Bernar- dino Bocinos Villaverde y Francisco Sánchez Oliva. El 24 de febrero de 1921, todos se despiden del alférez Bocinos, que marcha a Melilla para hacerse cargo de los nuevos reclutas de la compañía, de cuya instrucción se dedicó a las órdenes del comandante Antonio Zegrí. El 22 de junio se incorporaran todos aquellos reclutas a la compañía del capitán Asensi. Esos jóvenes quintos, soldados de reemplazo, recibieron solo cuatro insufi cientes meses de instruc- ción. Un mes después, estarán luchando a vida o muerte contra un mortal enemigo rifeño; muchos morirán de forma dramática, haciendo fuego con su fusil Mauser sin apuntar ni poner el alza. En Arrof quedó, pues, el capitán con el resto de los ofi ciales y sus veteranos, prestando servicios de campaña hasta el día 28 de mayo de 1921 en que, cumpliendo las preceptivas Asensi Rodríguez cables Francisco órdenes, se dirigió con su compañía a la posición de Monte Arruit, donde pernoctó toda la noche. Allí durmió la unidad sin poder imaginar que en aquel lugar serían masacrados, solo dos meses y catorce días después, más de tres mil españoles. La traicionera masacre, el 9 de agosto, de «los tres mil» será la peor ignominia y tragedia de la guerra del Rif. En la mañana del día siguiente, 29 de mayo, la compañía continuó por ferrocarril hasta Melilla, donde quedó de guarnición en el cuartel del regimiento hasta la incorporación de Bocinos y sus reclutas, a fi nales de junio. El feliz regreso hizo que Francisco se reuniera de nuevo con su esposa Piedad y sus hij os José Alfredo y María, de cuatro y dos años de edad respectivamente. La familia disfru- tará así de su presencia durante todo el mes de junio y la mitad de julio de 1921. Sin embargo, la alegría de estar todos juntos durará poco porque el 18 de julio, como consecuencia del levantamiento de las cabilas rifeñas y la agitación subsiguiente que inva- dió el territorio del Rif, el capitán recibe nuevas órdenes de la superioridad. Estas consistían en incorporarse, de forma inmediata, a la columna móvil del Regimiento de África n.º 68, si- tuada en el lejano campamento de Zoco el Telatza, la posición más meridional de todo el dispositivo militar español en el Rif.

El día 19 de julio se reitera con urgencia la orden del día anterior al insistir en que «se sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ordena a África que se acelere el movimiento de fuerzas ordenado el día 18»; la lectura de dichas órdenes refl eja el nerviosismo de la Comandancia General de Melilla, al ordenar la movilización de todas las unidades disponibles que todavía permanecían en la plaza. Era evidente que se presagiaba lo peor. De nuevo la guerra romperá la felicidad de la familia Asensi. El 1 de junio había tenido lugar la derrota del Monte Abarrán, que sorprendió a las fuerzas españolas; desde entonces, la Comandancia General de Melilla, dirigida por el general Manuel Fernández Silvestre e in- capaz de reaccionar durante casi dos meses —a pesar de continuos avisos como el combate favorable del día siguiente, en Sidi Dris, y el asedio de Igueriben, desde el 17 de julio—, lan- guidecía a la espera de acontecimientos, desnortada y confundida. 243

Guerras del Rif

Confl ictos que defi nen las dos Cebadilla (Alhucemas occidental), grandes sublevaciones rifeñas, las en septiembre de 1925, logró partir encabezadas por Sidi Mohammed por la mitad las defensas rifeñas y, Amezzián en 1909-1912 y los nueve meses después (mayo de hermanos Mohammed y Mahmed 1926), los Abd el-Krim se rendían, Abd el-Krim, quienes se enfrentaron junto con sus allegados y al ejército español y lo derrotaron: el familiares, a la columna del coronel primero en 1909; los segundos en Corap, siendo deportados a la isla 1921. El audaz desembarco español (francesa) de la Reunión, en el en las playas de Ixdain y de La Océano Índico. Luego vendrían las prisas, el desconcierto y la pasmosa ausencia de un mando enér- gico y efi caz. El 20 de julio, en la posición de Igueriben se presentía ya el dramático fi nal y la des- moralización y el desaliento cundían, cada vez más, entre los cinco mil españoles presentes en el cercano campamento de Annual, incapaces de auxiliar a sus compañeros sitiados por los rifeños. En la mañana de ese mismo día Francisco Asensi, cumpliendo las órdenes antes referidas, se ha despedido de su esposa e hij os en la estación de ferrocarril con una intuición trágica. No le volverían a ver nunca más. La primera compañía del primer batallón, incompleta, pues contaba con cuatro ofi cia- les, noventa y ocho soldados de tropa y cuatro mulos para transportar las municiones y per- trechos —más el caballo del capitán—, marchó por ferrocarril hasta Tistutin, continuando después la marcha a pie durante los casi cuarenta kilómetros de distancia hasta el campa- mento de Zoco el Telatza de Beni bu Beker, cruzando el peligroso desfi ladero de Teniat el Ha-

mara. Los ofi ciales, clases y soldados de la compañía llegaron al Zoco a la una de la madru- 14 gada del 21 de julio, exhaustos tras aquella dura y agotadora marcha. En la breve parada en Tistutin, el capitán Asensi tuvo tiempo de hablar con el teniente de la Escala de Reserva Arturo Mandly Ramírez, jefe de la tercera compañía del primer bata- llón del África, que ha recibido idénticas órdenes de incorporarse al Zoco el Telatza. Mandly llegará al Zoco, con su joven alférez Evaristo Falcó Corbacho y el resto de su unidad, la tarde del día 22 de julio. Ni el capitán Asensi ni el teniente Mandly son conscientes, en aquel momento, de la singular trascendencia que tendrán las órdenes que se apresuran a cumplir con férrea disci- plina. Vivir o morir, para muchos españoles dicho destino dependerá del comportamiento de ambas compañías. Serán la vanguardia heroica de una sangrienta retirada. Un día después de la llegada de la compañía del capitán Asensi al Zoco, y también el mismo día en que lo harán el teniente Mandly y los suyos, ocurrirá el desastre en Annual. Ese fatídico 22 de julio tuvo lugar la decisiva tercera derrota española, tras la «sorpresa de Aba- rrán» y la trágica y agónica aniquilación de la posición de Igueriben. El destino del lejano campamento de Zoco el Telatza estaba sellado. En el campamento tenía su base la columna móvil del Regimiento de Infantería África n.º 68, formada —tras las últimas incorporaciones— por cinco compañías de fusiles (1.ª y 3.ª del primer batallón, 3.ª y 5.ª del segundo y 6.ª del tercero) y una compañía de ametralladoras (del 2.º batallón, una de cuyas máquinas Hotchkiss Mle 1914 se encontraba en Annual). La guarnición fi ja del campamento estaba constituida por la 5.ª compañía del primer

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi Asensi Rodríguez cables Francisco sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. batallón, al mando de su capitán don Manuel Gil Rodríguez; contaba también con veintidós artilleros, que servían cuatro piezas de 90 mm, de la marca alemana Krupp, en muy mal esta- do de servicio excepto una de ellas. Al mando de la columna móvil se encuentra el teniente coronel Saturio García Esteban. En el cómputo total, setecientos setenta y un ofi ciales, clases y soldados presentes en el campamento el día 22 de julio de 1921. En los alrededores del campamento se situaban las distantes posiciones, horquilladas en torno a la cabecera de la circunscripción y guarnecidas por las distintas secciones y com- pañías del regimiento: Haf, la más lejana y distante 15 kilómetros del Zoco, Arreyen Lao, Sidi Alí, Reyen de Guerruao, Loma Redonda, Siach 1 y 2, Ben Hiddur, Tixera, Morabo de Abd el-Ka- 244 der y, por último, Tazarut Uzai (en el extremo sur de la línea y próxima a la frontera francesa). El total de efectivos en las referidas posiciones, incluyendo los del Zoco, era de unos mil quinientos setenta ofi ciales, clases y soldados. De ellos ciento noventa y ocho pertenecían a la 9.ª mía de la Policía Indígena, a las órdenes del capitán Francisco Alonso Estringana (ver biografía) y acuartelados en el campamento de Siach, situado a un kilómetro de distancia del Zoco. Al llegar al Zoco la compañía del capitán Asensi el panorama era desolador; el depó- sito de víveres —que surtía a todas las posiciones del sector— estaba casi agotado y era urgente el necesario repuesto. Por ello se redujeron las raciones de pan a la mitad y el rancho a un solo plato, en lugar de tres. En cuanto a las municiones existentes, eran absolutamente insufi cientes para un com- bate serio y prolongado, muchísimo menos para soportar un asedio generalizado sobre la posición. Más dramático era el aprovisionamiento del agua —que se traía de las fuentes de Ermila, a 38 kilómetros de distancia—, pues el 24 de julio quedaba ya muy poca en el depósi- to de la posición, haciendo imposible la resistencia del campamento más allá de cuatro días. 15

Agitación del territorio. Tres días de julio y retirada sangrienta

Consumado el desastre en Annual, el 23 de julio empiezan a ser atacadas las distintas posi- ciones de la circunscripción sur. La posición de Haf comunica por teléfono que soporta un duro asalto rifeño, agotándose las municiones y el agua con inusitada rapidez. El teniente de Artillería Corominas, desesperado y frenético, hace fuego con sus cañones con la espoleta a cero; los cuerpos exánimes de decenas de rifeños yacen en los alrededores de la posición. Ese mismo día, Loma Redonda, Arreyen Lao y Tazarut Uzai informan de nuevas agre- siones, también Sidi Alí. La insurrección de las harcas de Beni Tuzin, Metalza, Beni Buyagi, Ulad Bubker, Ain Zorah y Fetachas va a convertirse en un verdadero ataque general. El tenien- te coronel Saturio García Esteban decide enviar un convoy de socorro a Haf en la mañana del día 23; informado por el capitán Francisco Alonso de su temor a una posible deserción de la policía indígena, decide enviar también a la compañía del capitán Francisco Asensi a refor- zar la posición de Siach, campamento de la 9.ª mía, mientras Alonso y sus hombres socorren Haf. Las tres secciones del capitán Asensi ocuparán Siach y la avanzadilla del Morabo de Abd el-Kader. Haf recibió exultante el agua, así como los víveres y municiones necesarios para continuar la lucha. En menos de veinticuatro horas, el capitán Ernesto Rodríguez Chacel y los aguerridos defensores de Haf estarán todos muertos, excepto el soldado Manuel Carro Nieto,

que logrará llegar vivo al Zoco. Asensi Rodríguez cables Francisco sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Francisco Asensi y sus hombres permanecerán en Siach la noche del 23 al 24 de julio, sin poder conciliar el sueño; el sol de un nuevo día dará paso a la destrucción de las posicio- nes de Haf —para la que no hubo más convoyes ni ayuda— y Arreyen Lao. Rehechas las harcas, los enfurecidos guerreros rifeños se lanzan al asalto de un nuevo objetivo: Siach. No querrán prisioneros. La compañía del capitán Asensi, previo repliegue de la avanzadilla de la altura del Morabo, se defi ende con fuego a discreción; dentro del campamento, los moros de la Policía Indígena murmuran y todos comprenden que se avecina su inevitable defección. Bajo un in- tenso ataque, a las dieciocho horas del día 24 de julio, Francisco Asensi recibe la orden de replegarse con su compañía al Zoco el Telatza. El capitán demostrará, en dicho repliegue, 245 valor y dotes de mando, y sabrá mantener en su tropa serenidad y entusiasmo en todo mo- mento; sin bajas, pues solo hubo que lamentar la pérdida de las camillas de la unidad. Los hombres del capitán Asensi le admiran, el ofi cial es como un padre para ellos, pues se preocupa sinceramente de su gente y lamenta la trágica suerte que a sus jóvenes y biso- ños reclutas les ha tocado vivir. Le seguirán con los ojos cerrados; sobre todo su fi el y leal asistente, Amadeo Mata Castillo, pues intuye que su capitán, con su metro y sesenta y seis centímetros de estatura, guarda hechuras de héroe. Pronto despejará sus dudas; y morirá con él. Protegidos por una guerrilla del Zoco, la compañía consigue entrar en la posición principal. A tiempo para ver la esperada defección de la Policía, pues la fuerza del capitán Alonso ha quedado reducida a sus ofi ciales y diez fi eles policías, todavía adictos a la causa española; cuatro de ellos morirán después. Cercado a tiros el Zoco el Telatza y cortadas las comunicaciones con el exterior, Gar- cía Esteban ordena el repliegue hacia el Zoco de las posiciones restantes de Loma Redonda, Ben Hiddur y Sidi Alí, que se hizo efectivo a la una y treinta horas de la madrugada del día 25 de julio. Antes, a las 22.00 horas del día 24 de julio, había sido decidida la evacuación del campamento hacia la zona francesa, en un dramático y urgente consejo de defensa en el que Asensi Rodríguez cables Francisco estuvieron presentes, además del teniente coronel jefe de la columna, los ofi ciales que tenían mando de compañía, entre ellos el teniente Arturo Mandly y el capitán Asensi. De los doce ofi ciales presentes en aquel Consejo, solo cuatro conseguirán llegar a la zona francesa: el teniente coronel García Esteban, los capitanes Gil Rodríguez y Alonso Estringana, y el alférez Luis Muñoz Bertet. En el consejo, las deliberaciones examinaron tres posibles itinerarios para la evacua- ción, eligiendo el tercero, consistente en un trayecto más corto que los dos anteriores, pero en su parte fi nal muchísimo más peligroso por ser montañoso, por el pie occidental de los mon- tes de Yebel Ben Hiddur. Las actas del referido consejo de defensa se perdieron en la retirada, pues según los supervivientes —García Esteban— las llevaba el teniente Ramón Mille Villelga, que desapare- ció antes de llegar al Protectorado francés. Será una pérdida irreparable para acreditar do- cumentalmente lo que verdaderamente ocurrió y se dij o en aquella trascendental reunión de ofi ciales. Sin embargo, hoy sabemos que se hicieron más copias del acta; una de ellas la lle- vaba el teniente Arturo Mandly Ramírez. En la reunión, Saturio explicó las disposiciones que había tomado para el orden de

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. marcha de la columna en retirada, que tendrá lugar a las tres y media de la madrugada del lunes 25 de julio:

1. La vanguardia irá formada por las compañías 3.ª y 1.ª del primer batallón —mandadas por el teniente Mandly y el capitán Asensi—, con la misión de proteger la columna.

2. El grueso lo forman las siguientes unidades, por este orden: la 6.ª compañía del 1.er batallón (capitán Moreno); después la 1.ª compañía del 2.º batallón (teniente Manuel Crespo, pues el capitán Prats está herido en el cuello); la compañía de ametralladoras (capitán Lagar- de); la impedimenta y la Plana Mayor; la 5.ª y 3.ª compañías del 2.º batallón (teniente Are- 246 nas y capitán Molero) y la 6.ª del 3.º (alférez Luis Muñoz Bertet). 3. La retaguardia la formaran la 5.ª compañía del 1.er batallón (capitán Gil) y la Sección de Cazadores de Alcántara (sargento Benavent).

Al terminar el trascendental consejo de defensa, Francisco reúne a sus ofi ciales para comunicarles la decisión de retirarse y que Drius —el campamento más importante de todo el Rif español— arde y ha sido evacuado. De nuevo la desmoralización, la pesadumbre y el temor por las noticias recibidas depri- men a la tropa. Para colmo, media hora antes de empezar la retirada, la compañía del capitán Asensi pierde a uno de sus ofi ciales, Francisco Sánchez Oliva; por orden de Saturio, el alférez hará la retirada casi en la retaguardia, con la sexta compañía del tercer batallón, pues esta compañía de ciento veintiocho soldados la manda un solo alférez: Luis Muñoz Bertet.

La hora del sacrifi cio: un bravo teniente y el asalto suicida de un capitán

Llegada la hora de la evacuación del campamento de Zoco el Telatza, se colocaron los heri- dos en artolas, camillas e incluso caballos de ofi ciales y, aprovechando una oportuna niebla, se emprendió con mucho silencio, cohesión y enlace la marcha de veintidós kilómetros hacia la zona francesa. Asensi Rodríguez cables Francisco La fuerza española —con las secciones de cada compañía, una detrás de otra— iba perfectamente encuadrada, en columna de a cuatro, con fi las abiertas, dos por cada lado; llevando delante de las compañías centrales el convoy de heridos y detrás las acémilas del tren de combate. Antes de salir se inutilizaron los cañones y todo cuanto pudiera aprovechar el enemigo; se distribuyeron a los soldados las municiones a granel del depósito. Además, se dio la consigna de guardar silencio y no fumar. Al salir del campamento se sufrió fuego enemigo y en la misma alambrada fue muerto el mulo que conducía el botiquín. Se logró rechazar la agresión y como no había tiempo que perder —pues no tardaría en amanecer—, los ofi ciales de la columna lograron que la tropa hiciera fuego, avanzando y venciendo totalmente la resistencia que el enemigo oponía a la marcha de la columna. Los siguientes diez kilómetros se harían con relativa calma y facilidad. Así marchaba la columna en la oscuridad y envuelta en una densa niebla, que la favo- recía. Mientras tanto, el numeroso enemigo seguía la misma marcha por la larguísima loma Norte-Sur de Yebel Ben Hiddur, los rifeños por la cumbre y los españoles por la falda, por el camino que conduce a los montes Fetachas, llevando la columna como práctico, por ser co- nocedor del terreno, al capitán de la 9.ª mía de Policía Indígena don Francisco Alonso Estrin-

gana. Dicho camino fue aconsejado también por el faquir de la mía, Sidi Mohatar. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Al amanecer, despejada la niebla y muy cerca ya de la zona francesa, la columna fue defi nitivamente emboscada en el «Cuadrilátero», desatándose un verdadero infi erno en la tierra, pues se sufrió un intenso fuego que dislocó a las fuerzas en retirada. Tal y como relata- ría el teniente coronel García Esteban al rey Alfonso XIII:

Empezaba a amanecer y se adoptó el orden de combate, sosteniendo las guerrillas nutridísimo fuego por vanguardia y retaguardia al entrar en el cuadrilátero, formado por cuatro montes llamados los Fetachas, cuyas cumbres y faldas estaban cuajadas de moros que nos hacían fuego en todas direcciones; y había necesidad de pasar a la derecha un desfi ladero para llegar a la Zona Francesa. 247 Al llegar al valle rectangular o cuadrilátero, cuya diagonal tenían que recorrer, la compañía mandada por el teniente Mandly se dividió en dos hileras (separadas por una distancia de diez metros, aumentados luego a trescientos); una doble hilera por el fl anco izquierdo, man- dada por el alférez Falcó Corbacho, y otra doble hilera mandada por el teniente, que ejecutó un cambio de frente sobre el fl anco derecho. Esta maniobra se hizo para ocupar y desalojar las lomas que, en dicho fl anco y coronadas de rifeños, dominaban el camino que debía reco- rrer la columna. Con dicho movimiento táctico se protegía a la columna hasta llegar al desfi - ladero que necesitaban atravesar; sin embargo, poco tiempo después, las escasas fuerzas del teniente fueron rodeadas y el que no murió con su ofi cial —que fue herido de muerte por un tiro en el vientre— fue hecho prisionero y fusilado más tarde a quemarropa por los rifeños. Del admirable sacrifi cio del teniente Mandly fueron conscientes la mayoría de sus compañeros, pero no el estamento militar alfonsino, que tuvo un comportamiento mezquino, cicatero y miserable con aquel bizarro ofi cial. Propuesto para la Cruz Laureada de San Fernando, su expediente de juicio contradic- torio terminó con el informe favorable del juez instructor. Pues bien, a pesar de ello, el motivo para denegar la preciada condecoración al teniente Mandly fue que la instancia había sido formulada por su hermano, cuando —decía el fi scal—el Reglamento de la Orden de San Fernando facultaba únicamente a los padres, hij os o viudas de los fallecidos. Asensi Rodríguez cables Francisco Por ello se procedió a declarar nulo todo lo actuado por Real Orden del rey Alfonso XIII, de fecha 21 de diciembre del año 1925. Lo sorprendente y desconcertante de este caso es que la instancia que solicitaba la apertura de juicio contradictorio a favor del teniente fue presentada el 21 de octubre de 1921 por su hermano, el capitán de la Escala de Reserva Ricardo Mandly Ramírez, pero... ¡en nom- bre de la esposa de su hermano, doña Manuela Arias Durán! Por lo demás, dicha representa- ción se admitió por la Administración durante toda la tramitación del expediente hasta que alguien decidió tapar con una pesada losa —no levantada hasta ahora— el sacrifi cio de un bravo teniente y de los sargentos, cabos y soldados que también supieron morir dignamente con su ofi cial. Será un desprecio ofi cial imperdonable. La siguiente compañía de vanguardia, mandada por el capitán Asensi, imitó el movimiento táctico de la compañía de Mandly, para responder también al violento doble fuego recibido por ambos fl ancos. La guerrilla del fl anco derecho —protegida por el sacrifi cio del teniente Mandly— estaba mandada por el teniente Bocinos; las restantes tres medias secciones, que formaban la guerrilla del fl anco izquierdo, por el capitán Asensi y el teniente de veintiún años Mestre Martorell. Antes de llegar al desfi ladero de Maachen, el capitán Asensi comprendió que, de no

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ocupar el monte que lo dominaba —situado en el fl anco izquierdo de aquella cortadura entre los montes Fetachas—, el paso resultaría imposible; por ello, previa una corta conversación con el capitán Alonso Estringana, de su propio impulso se lanzó a la ocupación del monte. Antes del mortal asalto, el capitán reúne a su teniente y a varios de sus sargentos para transmitir su propósito; se ordena a sus hombres calar bayonetas y, al fuerte grito de ¡viva España!, se lanzan todos —incluso los cornetas— al asalto del estratégico monte, cargando con ímpetu, pues «la bala es loca y solo la bayoneta es cuerda y certera». De este modo, la compañía hizo honor a una de las épicas y gloriosas estrofas del himno de su regimiento: «De nuestro Regimiento es la consigna, siempre avanzar; y en alta cima al viento nues- tra bandera contemplar. A la cima correr, a la cima llegar. Por la patria luchar para vencer, por 248 la bandera luchar hasta morir». La toma de las posiciones dominantes, llevada a cabo por Mandly y Asensi, resultó de capital importancia para desalojar al superior enemigo rifeño y proteger así tanto la marcha como el paso de la columna por el desfi ladero. El capitán Asensi era muy consciente, como profesor de cabos, de las enseñanzas de Bermúdez de Castro. El rifeño no va a buscar la muerte, se bate tenazmente mientras no tiene bajas; cuando se le hace daño de verdad, huye despavorido. Frente al vigoroso asalto del capitán Asensi y sus hombres, que mandarán a la otra vida a muchos rifeños sin misericordia, el enemigo cederá la posición, pues prefi ere cebarse con los heridos y centrarse en el más seguro tiro a larga distancia contra la columna, amparándose en barrancos y matorrales, bajo un calor sofocante. El capitán Alonso fue testigo del desesperado y suicida ataque. Este ofi cial, asegura- do el paso del desfi ladero, marchará a la comprometida retaguardia de la columna. También el capitán Moreno Muñoz, cuya compañía marchaba justo detrás de la del capitán Asensi, fue testigo de la gesta declarando lo siguiente: «como quiera que los moros se habían apode- rado de unas alturas hacia la izquierda de la marcha, hubo necesidad de acelerar la marcha por el valle y aún, de ocupar otra posición hacia su cabecera para protegerla». Desgraciadamente, lo que hasta ese momento comenzaba a ser un repliegue escalo- nado se convirtió en un terrible desastre. Asensi Rodríguez cables Francisco La compañía de ametralladoras, que marchaba en el fl anco derecho, se echó a la iz- quierda del sentido de la marcha con objeto de sostener el ataque de la compañía del capi- tán Asensi; la intención era emplazar las máquinas y proteger el avance de la columna. No lo conseguirán, pues muerto su jefe —el capitán Apolo Lagarde—, caerán bajo un mortífero fuego rifeño que los dispersará. Las compañías que van a continuación (3.ª y 5.ª del 2.º bata- llón) malinterpretan el movimiento de las ametralladoras y también confunden el camino de la retirada, tomando un falso camino hacia la izquierda. El teniente coronel y el resto de los ofi ciales que todavía siguen vivos no consiguen evitar la dispersión de parte de la columna, a pesar de sus gritos y continuos avisos para atraerla al camino correcto de la derecha. Las fracciones de la izquierda, extraviadas, fueron furiosamente atacadas por el grue- so de las harcas rifeñas que consiguieron cortar la columna y provocar una auténtica masacre entre los extraviados. Estos, al darse cuenta de su error, intentan a la desesperada volver al camino correcto y quedan rezagados. El capitán Asensi, desde su estratégica y elevada posi- ción, contempla sobrecogido la trágica escena y decide mantenerse en el monte que domina el desfi ladero, para dar tiempo a que los rezagados y la retaguardia puedan cruzarlo.

Cumplida su misión, se incorpora a los extraviados con los supervivientes de sus tres sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. medias secciones, para intentar ganar también la avanzadilla de la posición francesa de Hassi Uenzga, a donde ya ha llegado el grueso de la fuerza española. Al pie de las alambradas de la avanzadilla, junto a los rezagados perseguidos y furio- samente hostilizados por los rifeños, encontrará gloriosa muerte el capitán Asensi, en rudo combate y acompañado por los ofi ciales supervivientes de las compañías extraviadas (te- nientes Núñez y Anisí, y el alférez Alderete). Tenía treinta y cinco años y su muerte será deta- llada así por el jefe de la columna, en su parte de 10 de agosto de 1921 (folio 772 vuelto del Expediente Picasso) dirigido al general y alto comisario Dámaso Berenguer. Los pocos rezagados que sí consiguieron sobrevivir relataron al capitán Alonso que Francisco Asensi tuvo un comportamiento ejemplar y murió luchando cuerpo a cuerpo hasta 249 el último momento, en un postrero acto de resistencia frente a los rifeños. Todo ello ante la insolente indiferencia de las fuerzas francesas de la avanzadilla y sus tiradores senegaleses. El sacrifi cio de Mandly y Asensi no fue en vano. Consiguieron llegar a la zona francesa cuatrocientos setenta hombres y dieciocho ofi ciales. El 9 de agosto retornarán a Melilla en el vapor Bellver.

Los muertos que no se admitieron y el espejismo de una Laureada

El general Dámaso Berenguer recibió el parte del teniente coronel García Esteban, de fecha 10 de agosto y donde se detallaba cómo, dónde y con quién fue muerto el capitán Asensi, así que remitió los datos —a través del telegrama número 558— al Ministerio de la Guerra, para que se cursase la baja del capitán como fallecido. Esta se publicó en el Diario Ofi cial del Mi- nisterio de fecha 18 de septiembre de 1921; tan cierto era el óbito que su esquela se publicó en El Telegrama del Rif de fecha 22 de octubre, celebrándose por ello su funeral en la parro- quia castrense de Melilla. También la prensa se hacía eco de su fallecimiento. Así, en el ejemplar del periódico La Libertad de fecha 11 de agosto de 1921 se pudo leer que diversos testigos vieron morir a los capitanes Lagarde y Asensi. Incluso un documento reservado del Estado Mayor de la Coman- Asensi Rodríguez cables Francisco dancia General de Melilla, de fecha 28 de enero de 1922, lo cita como «muerto en el camino», en una relación donde algunos ofi ciales de la retirada aparecen como desaparecidos. No había dudas de su muerte, pero el temor a que se supiese dónde y por qué murió preocupaba a muchos. Ante el general Picasso, el teniente coronel García Esteban guardará si- lencio sobre las muertes de Asensi y Mandly, sin duda preocupado por el futuro de su carrera militar, pues lo cierto es que los heridos y rezagados fueron abandonados y no se trató nunca de ampararlos. A pesar de ese silencio, Picasso refl ejó la muerte de Asensi al pie de la avanzadilla. De nuevo apareció la pesada losa del olvido, sobre todo teniendo en cuenta que fue instruida una causa para juzgar las responsabilidades de los ofi ciales en el desastre de Zoco el Telatza. Nadie habló del sacrifi cio de Mandly en dicha causa, incluso algún testimonio —luego contradicho por el mismo testigo— insinuó que Asensi murió asaltando el monte y no al pie de la avanzadilla. Había mucho en juego; muchas carreras militares por nada, pues nadie podría ya remediar la muerte de dos dignísimos ofi ciales. El juez instructor de la causa fue el teniente coronel Ramón Jiménez Castellanos, del Regimiento África n.º 68. Por supuesto que leyó el parte de fecha 10 de agosto, y por eso, valiente él, formuló al teniente coronel la espinosa pregunta: ¿recuerda en qué momento fue

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. muerto el capitán Asensi? La respuesta fue tan contradictoria con su anterior parte como escueta: «No puedo precisar el momento pues solo supe después que había desaparecido». De nuevo la callada por respuesta, pues graves eran los delitos imputados al teniente coronel García Esteban. Sin embargo, la familia del capitán movió fi cha; una conversación fortuita de Alfredo López-Blanco (suegro del capitán) con el capitán Alonso Estringana, mu- chos meses después del desastre, aclaró un poco las circunstancias en que desapareció su yerno. Alonso contó que murió o fue herido atacando un monte ocupado por numeroso ene- migo que causaba multitud de bajas a nuestras fuerzas y su opinión era que la familia debía pedir la Cruz de San Fernando para el heroico capitán. Alfredo López-Blanco no comunicó todavía nada a su hij a, residente ahora en Motril 250 (Granada) con una hermana, hasta no estar seguro y empezó a hablar con las autoridades sobre su yerno. Sin embargo, por iniciativa del nuevo comandante general de Melilla, José Sanjurjo (ver biografía), el día 27 de mayo de 1922 se publicó el Diario Ofi cial del Ministerio de la Guerra número 116, donde, sorprendentemente, se dejó sin efecto la baja como fallecido del capitán Asensi, por no existir —se decía— prueba testifi cal ni de ninguna clase que acreditase la muerte. El parte de 10 de agosto de 1921 y el telegrama 558 del general Berenguer, como si no hubiesen existido. Eran secretos y reservados, como lo será la declaración de Alonso. Ese mismo mes de mayo, por Real Decreto del día 3 (publicado el 4) se modifi ca el Reglamento de la Orden de San Fernando, ampliando a dos meses el plazo para solicitar la Cruz. Plazo que expiraba, pues, el 4 de julio de 1922. La familia del capitán prefi rió creer a sus autoridades que a un capitán de la Policía Indígena; la verdad es que, probablemente, se hicieron falsas esperanzas de que Francisco estuviese vivo y prisionero en alguna cabila (hay que tener en cuenta que todos los prisioneros de Axdir fueron liberados en enero de 1923 y, aun así, siempre aparecían prisioneros de otras cabilas años después). Lo cierto es que se neutralizó así, intencionadamente o no, la posibilidad de que la familia solicitase la Cruz dentro de aquel plazo de dos meses. A fi nales de mayo de 1923, la viuda del capitán regresó a Melilla. Allí tuvo conocimien- to, a través de su padre, de lo relatado por el capitán Alonso. El 4 de junio de ese año solicitó la Cruz de San Fernando para su difunto esposo, amparándose en el artículo 40 del Regla- Asensi Rodríguez cables Francisco mento, que permitía formular instancias fuera de plazo, siempre que hubiese una causa legí- tima. Por supuesto que la había: la negación de la muerte del capitán por las autoridades militares, a pesar de todas las evidencias; circunstancia que, evidentemente, confundió a la familia. Formado expediente previo de apertura de juicio contradictorio, se tomó declaración al principal testigo, el capitán Alonso, en Tafersit. El 16 de noviembre de 1923 Alonso reiteró ante un juez militar que de no haberse ocupado el monte que dominaba el desfi ladero el paso habría resultado imposible y que el comportamiento de Asensi había sido heroico, pues no dudó en ir al sacrifi cio para que la columna salvara el desfi ladero. Ciertamente el capitán estaba incurso en muchos artículos del Reglamento y además había tenido cuarenta y seis muertos, superando con creces y holgura el requisito de un tercio de la fuerza propia. Reunido el pleno de la Asamblea de San Fernando el 5 de abril de 1924, resolvió lo siguiente: «De lo expuesto parece resultar que la recurrente no pudo enterarse de los hechos realizados por su esposo hasta la fecha que dice, pero habiéndose publicado el Real Decreto de 3 de mayo de 1922 y habiendo tenido dos meses de plazo desde su publicación, no pare- ce admisible dejase transcurrir tanto tiempo sin promover su instancia». Por ello se denegó la

apertura de juicio contradictorio a favor del capitán. El rey confi rmó el criterio de la Asamblea sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. el 4 de marzo de 1925, ¡once meses después del pleno! En tan largo e inusual lapso de tiempo se dictó un Real Decreto, de fecha 4 de julio de 1924, que indultaba a los condenados y procesados por sus responsabilidades en el desastre de Annual; también una sentencia de 7 de octubre de 1924 por la que un consejo de guerra, celebrado en Melilla, absolvió a Saturio García Esteban de los graves delitos que se le imputa- ban. Tres veces pedirá él mismo la Cruz de San Fernando para él y tres veces le será negada. No hubo justicia para el capitán Asensi ni para el teniente Mandly. Solo dolor para sus familiares y un lamentable e imperdonable olvido. Ni siquiera una Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo para honrarles como jefes de compañías que cayeron en combate sufriendo la mitad de bajas. 251 Sobrevino así para el capitán una segunda muerte, más dolorosa, pues la resolución del rey ni siquiera fue notifi cada a la familia Asensi. Esa es la razón por la que esta siempre consideró al capitán como desaparecido, pues como hombres de palabra y de ley se fi aron del Diario Ofi cial de mayo de 1922, que ominosamente negó la muerte cierta del capitán. Todo lo demás era secreto y reservado. El forzado y deliberado olvido institucional posterior sobre Annual sepultó durante décadas la historia de aquellos hombres que pagaron con el mayor de sus sufrimientos y el sacrifi cio de sus vidas los errores políticos y militares ajenos.

J. G. L.

Fuentes Bibliografía

Asensi Rodríguez cables Francisco Archivo Histórico Nacional. «Expediente personal de Manuel García Esteban, Saturio, Defensa y FC-TRIBUNAL SUPREMO-RESERVADO, Asensi Soler. Legajo A-2588, sección evacuación de la posición de Zoco el Exp. 51, N. 1 a N. 21. Ministerio de 1.ª, hoja de servicios». Archivo Telatza por el teniente coronel Educación, Cultura y Deporte. General Militar de Segovia. Saturio García Esteban, Real Gobierno de España. Ministerio de Defensa. Biblioteca del Palacio Real de Madrid. Signatura II/4059. Bermúdez de Castro y Tomás, L., «Expediente personal y hoja de «Táctica para el combate en servicios del capitán D. Francisco Garrido Laguna, Jorge, Blog del Marruecos. El tema táctico», en Asensi Rodríguez». Archivo General capitán Francisco Asensi: Memorial de Infantería, Toledo, Militar de Segovia. Ministerio de asensi68desastrezocotelatza. Imprenta del Colegio María Cristina, Defensa. blogspot.com.es 1914, tomo I, pp. 28 y ss. «Expediente personal y hoja de Libro de oro de la Infantería, Carrasco García, Antonio, Annual servicios del teniente D. Arturo Publicaciones del Memorial de 1921. Las imágenes del desastre, Mandly Ramírez». Archivo General Infantería. Madrid, Almena, 2005. Militar de Segovia. Ministerio de Defensa. Pando Despierto, Juan, Historia Domínguez Llosá, Santiago, «Zoco el secreta de Annual, Madrid, Temas de Telatza, 1921. El otro desastre», Expediente Picasso. Las sombras de Hoy, 1998. Revista de Historia Militar, Quirón Annual, Madrid, Almena, 2003. Ediciones. VV. AA., El Protectorado español en «Expediente previo de apertura de Marruecos: La historia trascendida, Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. «Expediente de juicio contradictorio juicio contradictorio para la Bilbao, Iberdrola, 2013. para la concesión de la Cruz concesión de la Cruz Laureada de Laureada de San Fernando a favor San Fernando al Capitán D. del teniente D. Arturo Mandly Francisco Asensi Rodríguez». Caja Ramírez». Archivo General Militar de 430, Exp. 3487. Sección 9.ª. Archivo Segovia. Ministerio de Defensa. General Militar de Segovia. Ministerio de Defensa. «Expediente personal de José Asensi Quintana: matrimonio, defunción (7880/12) y hoja de servicios (5300/285)». Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán. Ministerio 252 de Defensa. Barreiro Álvarez, Manuel

Bayona, Pontevedra, 23 de octubre de 1880 - 13 de julio de 1940

General del Arma de Ingenieros. Piloto de globo y aeronave. Precursor de la aviación española. Herido de gravedad en acción de guerra, fue recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando.

Considerado uno de los precursores de la aviación española, había nacido en Bayona (Pon- tevedra), el 23 de octubre de 1880. Estudió en el colegio Apóstol Santiago de los jesuitas, en el municipio de La Guardia, e ingresó en 1898 en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, en la que en 1903 fue promovido a segundo teniente y de la que en 1905 salió con el empleo de primer teniente y destino en el 6.º Regimiento Mixto de Ingenieros, en Valladolid, del que pasó un año después a la Compañía de Zapadores de la Comandancia de Ingenieros de Mallorca, al mando de la red telefónica militar de la isla. Cesó en este destino al ser ascendi- do a capitán en octubre de 1911, volviendo al poco tiempo al anterior.

En abril de 1913 fue nombrado alumno de la Escuela de Aerostación de Guadalajara4. Álvarez cables Manuel Barreiro Tras realizar el curso de globo libre y cautivo, pasó al aeródromo de Cuatro Vientos para for- marse como observador y piloto, obteniendo en el mes de octubre los títulos de observador y de piloto de 2.ª categoría, y pasando a continuación destinado a la escuadrilla de aeroplanos mandada por el capitán Alfredo Kindelán, con la que se trasladó a Tetuán. Durante los meses siguientes a su llegada a Tetuán, el capitán Barreiro participó en numerosas acciones de guerra, en unas como piloto y en otras como observador, recibiendo su bautismo de fuego el 3 de noviembre. El 19 de noviembre de 1913, yendo como observador en el biplano pilotado por el te- niente de Infantería Julio Ríos Angüeso, cuando realizaban un reconocimiento sobre el monte Cónico (Tetuán) en vuelo a muy baja altura, recibió el aeroplano fuego del enemigo, resultan- do gravemente heridos ambos tripulantes, a pesar de lo cual consiguieron regresar al campa- mento una vez cumplida la misión y sin que el avión sufriese desperfectos. El teniente Julio Ríos Angüeso sería el primer piloto del mundo herido en acción de guerra y por esta acción recibiría en 1921 la Cruz Laureada de San Fernando y el ascenso a capitán. Piloto con una gran experiencia, fue quien probó en 1919 el trimotor construido por La Cierva. Tras la Guerra Civil se incorporó al Ejército del Aire, en el que alcanzó el empleo de general de división. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Muy pronto le llegarían al capitán Barreiro los primeros reconocimientos a su destacado comportamiento. El rey don Alfonso XIII envió al alto comisario en Marruecos un escrito en el que decía: «Ruego a V. E. participe a los dos aviadores heridos que los asciendo al grado superior y que les felicito por su brillante conducta, así como por el valor y la serenidad de que han demos- trado. Deles un abrazo en mi nombre y lleve estas felicitaciones a la Orden del Día de los Ejércitos de Tierra y Mar». No solo recibió el capitán Barreiro el merecido ascenso a comandante en el mes de diciembre, ya que antes había obtenido la Cruz de 1.ª clase de María Cristina. La concesión de la Cruz Laureada de San Fernando no llegó hasta ocho años después, el 26 de septiembre de 1921, cuando ya había ascendido a teniente coronel, al no contem- plar el reglamento entonces vigente la intervención de la aviación en el combate, por lo que 253 hubo que esperar a la aprobación en 1920 de uno nuevo en el que ya se recogía qué acciones realizadas desde un avión eran consideradas como heroicas. Un mes antes había recibido la Laureada el teniente Ríos Angüeso, que se convertiría en el primer Laureado de la Aviación española. Tan destacada condecoración le fue impuesta al teniente coronel Barreiro por el gobernador militar de Vigo en un acto celebrado en el patio del colegio en el que había hecho sus estudios. Las heridas recibidas afectaron a su salud, por lo que en 1914 se vio obligado a pasar a la situación de reemplazo por enfermo y en 1918 a ingresar en el Cuerpo de Inválidos, en el que en 1928 fue ascendido a coronel, en 1931 a general de brigada y en 1934 a general de división al pasar a la reserva. Al desencadenarse la Guerra Civil se encontraba reponiéndose de una de sus heridas en el sanatorio de Guadarrama, del que tuvo que huir para evitar ser detenido, consiguiendo refugiarse en una embajada y posteriormente pasar a Francia, desde donde se incorporó a la zona nacional, solicitando la vuelta al servicio activo, que no le fue concedida debido a su mal estado de salud. El 13 de julio de 1940 falleció en su lugar de nacimiento. En junio de 2013 Bayona quiso honrarle nombrándole Hij o Predilecto, cuyo diploma se le entregaría a su familia en el

Álvarez cables Manuel Barreiro mes de noviembre siguiente, durante un acto en el que fue descubierta una placa en el lugar donde se encontraba la casa en la que había nacido y fallecido.

J. L. I. S. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Notas

4 El Servicio de Aeronáutica Militar funcionar en Guadalajara bajo la Militar, con dos ramas, tuvo su origen en el Servicio de dirección del comandante de Aerostación y Aviación, Aerostación Militar, creado en Ingenieros Pedro Vives Vich (ver estableciéndose en Cuatro 1884 y destinado al aprendizaje biografía). La aparición del Vientos (Madrid) la Escuela del manejo de globos y dirigibles, aeroplano hizo que en 1913 fuese de Pilotos de aeroplano. 254 que dos años después comenzó a creado el Servicio de Aeronáutica Basallo Becerra, Francisco

Córdoba, 1892 - Zaragoza, 1985

Sargento del Ejército español. Defensor de la posición de Dar Quebdani y prisionero de Abd el-Krim.

Durante el desastre de Annual la desgracia alcanzó no solo a los miles de combatientes que perdieron la vida en aquellos inhóspitos parajes, sino también al más de medio millar de mili- tares y civiles que fueron hechos prisioneros por Abd el-Krim e internados en diversos campa- mentos con la intención de exigir un rescate, y que permanecieron sufriendo privaciones hasta conseguir dos años después la ansiada liberación, que no llegaría para todos, pues hubo quienes no resistieron los padecimientos a los que fueron sometidos. Las negociaciones con Abd el-Krim para la puesta en libertad de los prisioneros, en las que intervino el empresario Horacio Echevarrieta (ver biografía), darían su fruto en enero de 1923 al ser liberados trescientos cincuenta y siete de ellos, pero hubo otros cuyo cautiverio

se prolongaría hasta julio de 1926. Basallo Becerra cables Francisco Al regreso de los prisioneros a su tierra, hubo quienes se propusieron olvidar los sufri- mientos de aquellos días eternos y trataron de olvidar y ocultar para siempre cuanto había sucedido, pero otros fueron más locuaces y no tuvieron inconveniente en contar sus vivencias y las de sus compañeros. Entre los cronistas de aquellos tristes sucesos destaca el sargento Francisco Basallo Becerra, sobre cuyo cautiverio apareció en junio de 1923 un libro con el título de Memorias del sargento Basallo, cuyo autor era Álvaro de la Merced y en el que el citado sargento escri- bía el prólogo. Debido a la comisión de algunos errores en el texto, el sargento Basallo se vio obligado a hacer públicas unas rectifi caciones a través de la prensa, en las que advertía que para deshacer ciertas afi rmaciones que se habían propalado tenía la intención de escribir unas verdaderas memorias basadas en su diario, narración que vería la luz al año siguiente bajo el título de Memorias del cautiverio (julio de 1921 a enero de 1923). El sargento Basallo, nacido en 1892 en Córdoba e ingresado a los veinte años en el Regimiento de Soria n.º 9, del que en 1916 pasó al de Melilla n.º 59, formaba parte de la co- lumna que al mando del coronel Silverio Araujo Torres5 partió el 22 de julio de 1921 de Kan- dussi con dirección a Dar Quebdani, posición que sería tomada por los moros tres días des- pués y en la que se produjo una gran matanza, de la que se salvó el citado sargento. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Al iniciarse el internamiento de los prisioneros el primer problema que hubo que resol- ver fue el de la asistencia médica debido al gran número de heridos y enfermos. En un princi- pio se hizo cargo del tratamiento de los internos el teniente médico Antonio Vázquez Bernabéu (ver biografía), que pertenecía a la Policía Indígena de Melilla al caer prisionero el 16 de junio de 1921 durante la acción de la Loma de las Trincheras, y que conseguiría huir el 21 de sep- tiembre; posteriormente recibiría la Cruz Laureada de San Fernando por su destacado com- portamiento en la mencionada acción y sería asesinado al iniciarse la Guerra Civil por mili- cianos en Paterna (Valencia). Tras su huida, el teniente Vázquez fue sustituido por el del mismo empleo Fernando Serrano Flores, que había caído en poder del enemigo en Dar Quebdani. Serrano se vio obli- 255 gado a atender no solo a los prisioneros españoles sino también a los combatientes rifeños y a sus familias, por lo que tuvo que buscar y formar ayudantes que le auxiliasen en su trabajo. Uno de estos fue el sargento Basallo, que no solo aprendió a realizar curas y a poner inyec- ciones, sino que también se atrevió a realizar tratamientos médicos y sencillas operaciones quirúrgicas, por lo que era apreciado por los rifeños y llegó a tener cierta ascendencia sobre su jefe. Un año después de haber caído prisionero, el teniente Serrano falleció de tifus, con lo que la labor de Basallo se hizo todavía más importante, no solo por sus trabajos de carácter sanitario, continuamente expuesto al contagio, sino por velar por la organización del campa- mento, asegurar el suministro de medicinas e interceder ante Abd el-Krim a favor de sus com- pañeros. Entre las labores más encomiables que realizó estaban las de localización, recogida e identifi cación de cuerpos insepultos, enterramiento de los prisioneros fallecidos e informa- ción a los familiares de las víctimas que se la solicitaban a través del correo. Liberado a principios del año 1923, desembarcó el día 20 de febrero en Málaga, don- de fue recibido por las autoridades civiles y militares. Los meses siguientes recibió continuas pruebas de afecto y reconocimiento durante las visitas realizadas a diversas ciudades, en ocasiones para transmitir a las familias de los prisioneros los últimos deseos de aquellos que habían muerto durante el cautiverio. Se organizaron festivales y banquetes en su honor, el

Basallo Becerra cables Francisco Casino Español de Melilla le regaló un reloj de oro, fueron incontables las felicitaciones que le llegaron de unidades del Ejército y la Armada, el Gobierno le concedió la Cruz de la Bene- fi cencia de 1.ª clase y varias ciudades andaluzas le tributaron homenajes, entre ellas Córdo- ba, que le nombró Hij o Predilecto. Resultó inolvidable el homenaje que se le rindió en la sede del periódico ABC, a partir del cual mantuvo una larga relación con los marqueses de Luca de Tena. También fue nombrado practicante militar honorífi co. Antes de fi nalizar el año fue recibido en Madrid por el presidente del Consejo de Minis- tros y tomó posesión del empleo que se le había ofrecido como subjefe de celadores del Banco de España, una vez se le hubo concedido la rescisión de su compromiso con el Ejército. Seguidamente la Real Academia Española le honró al concederle el Premio a la Virtud y más tarde entraría a trabajar en un asilo en Córdoba. Poco a poco la fi gura del sargento Basallo fue cayendo en el olvido. Al término de la Guerra Civil se trasladó a Zaragoza, donde trabajó en una empresa cinematográfi ca. Toda- vía le llegaría en 1964 un último reconocimiento, al serle concedida la Orden de África en su categoría de ofi cial, y la prensa se volvió a hacer eco de su valor al recordarle en 1973, cuan- do se cumplía el cincuentenario de su liberación. Falleció en Zaragoza el 19 de mayo de 1985. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. J. L. I. S.

Notas

5 El coronel Silverio Araujo Torres, consejo de guerra por la rendición de prisión y a la accesoria de tras sufrir año y medio de de la posición de Dar Quebdani y separación del servicio. 256 cautiverio, sería sometido a condenado a seis años y un día Hombres de Igueriben. Síntesis de vida y milicia en 31 destellos

A Rafael Martínez-Simancas Sánchez Igueribenista que hizo cumbre, dos veces y, fi el a sí mismo, peleó hasta el fi nal. Y una vez convertido en alma y centinela, desde lo alto de esa roca nos cubre y espera

Benítez y Benítez, Julio

El Burgo, Málaga, 1878 - Igueriben, Rif Central, 1921

Comandante de Infantería. Héroe de Igueriben. Modelo de militares.

Sin cumplir los 16 años ingresa en la Academia de Infantería y, acogiéndose al denominado «Plan Abreviado» (dos años de estudios), consecuencia de las elevadas pérdidas en ofi ciales a raíz de la reactivación de las guerras por Cuba y Filipinas, en julio de 1896 sale de Toledo como segundo teniente. Marcha destinado al regimiento Aragón, nº 21, en Lérida.

En un sorteo entre la ofi cialidad, de los habituales en la época, es de aquellos a los que y Benítez cables Julio Benítez les toca «Cuba». Sinónimo de riesgo máximo y pervivencia mínima en el servicio. Embarca en el vapor correo Gran Antilla, buque de poco andar, más transporte de mercancías que de pa- sajeros, reacio a mantener la proa en su sitio, huidizo y retemblón ante las singladuras atlán- ticas. Y el 30 de septiembre, tras veintidós días de navegación (seis días más de la duración media de aquellos viajes expedicionarios) avistaba los baluartes del Morro y, detrás de estos, blanca y destellante, parapetada en su confi anza de siglos, La Habana. Papeleo de reglamen- to, ansiosas compras de equipo y vestuario, cartas apresuradas a la familia y a primera línea. El 5 de octubre acantonaba en Artemisa, uno de los campamentos fortifi cados que asegura- ban las comunicaciones entre el interior y los vitales puertos. Primeros choques con los «mam- bises» (guerrilleros cubanos), silbido de balas, «ayes» de enemigos o compañeros y súbita fatalidad: picotazo palúdico, incubación rápida, fi ebre alta (40º C) y decaimiento radical de sus fuerzas. Ingresa en uno de los hospitales de La Habana. Padece altibajos de paciente des- ahuciado y rescatado al límite. El resumen son cinco meses de invalidez (noviembre de 1896 a marzo de 1897) y una compañera indeseable que le maltratará de por vida: la malaria. De Cuba vuelve tras cumplir tres años en campaña; recibir un tiro de fusil (rodilla dere- cha) en las acciones por la Caridad y la Perala (30 junio 1898); merecer una cruz del Mérito Militar con distintivo rojo y otra de María Cristina; asistir, sin serle dado intervenir, a la capitula- sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ción española; reingresar en un hospital, el de Holguín, de donde sale con su tercera cruz, esa malaria que no le abandona. Allí mismo le entregan un obsequio de la Administración Militar: su billete de embarque para la patria con «cuatro meses de licencia por enfermo». El diagnóstico mínimo exigible a las «españas» diplomática, monárquica y política, las tres en minúscula. Cruza el Atlántico a la inversa, pero sin sobresaltos. Cosas del azar meteorológico, combinado con el aura protectora del nombre de su transporte, el Nuestra Señora de la Salud, el primer teniente Benítez regresa vivo a su casa, pero en modo alguno vuelve sano. De vuelta a la vida de cuartel, en trece años (hasta mayo de 1912) se los recorre casi todos y de hospitales unos cuantos visita. Resultado del recorrido: ascenso a capitán (2 enero

1905). Resumen de las consultas: convivirá hasta la muerte con su cruel amante, la malaria. La 257 guerra del Kert le llama. Tiroteos intrascendentes (Ishafen, Talusit), el esperado permiso de matrimonio que llega y al altar en la iglesia de La Alameda, en Málaga. Allí se casa (30 diciem- bre 1912) con Nieves Fernández Oja. Del enlace nacerá su única descendencia, Julia. Su ca- rrera militar también tendrá «descendencia»: la estrella de ocho puntas que le conceden (19 diciembre 1915). Siguen dos años de cuarteles y hospitales peninsulares. En febrero de 1918, marcha a África otra vez. Llega para quedarse y dar ejemplo. Perpetuo en ambos fi nes. En junio de 1921, Benítez es el jefe de una posición perdida de antemano: Sidi Dris. Empeño personal de Silvestre, quien decidió su emplazamiento nada más ocupar Annual, es puesto sin tierra pero ahíto de mar. Desnudo casi siempre. Tan solo algún cañonero de apro- visionamiento, punto minúsculo en el horizonte, vitoreado en cuanto fondea. Trae alimentos y noticias: las cartas, alimento básico de cautivos, que ya tienen preparada su respuesta, por- que los remitentes son tan prisioneros como ellos. Zarpa el cañonero-correo y la guarnición enmudece. Quedan a solas con su rutina y mínima identidad en guardia: su rincón es toda su fortuna y patrimonio. Afuera, el vacío y la muerte, incluso allí mismo, siendo precavido centi- nela. Quienes defi enden Sidi Dris son dueños del suelo que pisan; alrededor todo son barran- cadas, quebradas y colinas rocosas. Allí anidan los pacos, tiradores mortíferos por lo pacien- tes que son. Emboscados durante días, nutridos con higos secos, un saquito de almendras y y Benítez cables Julio Benítez un poco de cecina, más un mucho de furia vengadora contra los invasores de su mundo, no perdonan a quien, en un descuido, les enseña la cabeza o el tronco. Debe de seguir el tronco. No importa a qué distancia esté el descuidado. Hasta 600 metros es muerto fi jo. De ahí hasta mil metros, puede quedar inválido o igualmente tan muer- to como el que cae encontrándose más cerca. Aquel jueves 1 de junio, los guardianes de Sidi Dris han oído morir, uno tras otro, a los cuatro cañones de Abarrán. El rotundo silencio que sobreviene les avisa de mayores males. De forma instintiva, muchos observan a ese hombre alto, con lentes, bigote corto y hablar pausado pero convincente, que les manda con la mirada y el gesto. No saben que ha preve- nido a Silvestre, ni que el general está de acuerdo en proporcionarles apoyo naval porque, caída Abarrán, la posición más amenazada es Sidi Dris. Al oscurecer del día siguiente, se presenta la harca. Sin artillería. Paqueo de tanteo (para centrar el tiro) y brusco silencio. La harca queda agazapada; la guarnición espera. A los que todavía dudan, de palabra o pen- samiento, les basta asomarse al parapeto que mira al mar para tranquilizarse: ahí está el Laya. Anclas al fondo y tripulación alerta. Entra la madrugada. Y de repente, paqueo generalizado con arremetida brutal. Los defensores se echan a los parapetos. Descargas cerradas, «vivas» y «mueras», insultos tam- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. bién, que se devuelven como tiros. La guarnición aguanta. Los atacantes insisten. Las ametra- lladoras Colt se encasquillan. Abren fuego los cañones que manda el teniente Galán. Los rife- ños apuntan a esos volcánicos fogonazos de salida y aciertan. Galán cae gravemente herido. Momento de vacilación que Benítez aparta con un mensaje movilizador. Y al Laya pide un ofi cial y el pelotón de valientes que corresponda. El combate prosigue. Los de Benítez resisten. Y los del Laya, que manda el capitán de corbeta Javier de Salas, cumplen. Acantilados arriba suben dieciséis sombras, su jefe, el alférez de navío Pedro Pérez de Guzmán, en cabeza. Lle- van consigo dos ametralladoras de las que funcionan: las Hotchkiss francesas. Las emplazan y disparan. Justo a tiempo. Las fi las rifeñas, tronchadas las alambradas, se echan encima. Mueren a seis metros del parapeto. La harca cede y se va. A enterrar a los suyos, que 258 suman veintinueve. Más los que fallecerán en sus casas. Los harqueños se juramentan entre

Paco

Concreción onomatopéyica de pa- tiradores normarroquíes o españoles, transcurso de las Guerras del Rif, se cuumm, retumbe del sonido de un nunca francotiradores, galicismo comprueba en sus variantes: paqueo, disparo con fusil de grueso calibre, procedente de franc-tireurs, fusileros acoso insistente de tiradores caso del remington de once milímetros que ocasionaron signifi cativas emboscados contra un puesto —arma común a españoles y rifeños pérdidas (en jefes y ofi ciales) a las avanzado o una línea de frente; durante la Guerra de Melilla en 1893- tropas prusianas durante la guerra de paqueada, posición tiroteada durante 1894—, ampliado por el eco 1870-1871, acciones que, a su vez, horas, días o semanas; contrapaco, producido en zonas montañosas o fueron causa de brutales represiones experto tirador encargado de localizar deshabitadas, en las que un tirador contra la población civil francesa. Del al tirador enemigo y abatirlo. En esa puede encontrar cobij o y montar su concepto básico, paco, surge su acción defensiva, dos o más tiradores apostadero de tiro. De ahí paco consecuencia: pacazo, impacto del entrecruzaban sus fuegos: (tirador emboscado). Esta es la tiro en la víctima. La importancia de contrapacos. defi nición correcta para referirse a los esta modalidad de combate, en el sí para volver. Será el 26 de julio. Vencerán y no perdonarán. La defensa de Sidi Dris salvó a Silvestre de una reprimenda ministerial. Berenguer se sintió aliviado al leer el parte de la ac- ción y no se quejó al ministro Eza. Silvestre se mantenía bien. En la realidad, el mantenedor del frente era Benítez. Y eso se lo reconocieron todos: desde el propio Silvestre a Berenguer felicitan al comandante, que confía en recibir refuerzos y un mejor material, dones de la lógi- ca militar que en el Rif español suelen ser muy mal recibidos, por lo que le son negados sin más. Mientras, un inquieto Silvestre decide instalar otras dos posiciones: Talilit, picacho bui- trero próximo a Sidi Dris, e Igueriben, espolón amarillo (por la tonalidad del terreno donde surge), cercano este a Annual. Sendas decisiones pésimas, sin remisión. La segunda resultará mortal para el ejército, la monarquía y la paz nacional. El domingo 9 de julio termina la fortifi cación de Igueriben con el asentamiento de media batería (dos piezas) y el posicionamiento de dos compañías del regimiento Ceriñola nº 42, que manda el comandante Francisco Mingo. Su mejor escudo, una posición alargada coronada por un raquítico arbolado, como asustado ante tanto páramo circundante y hos- til, conocida como Loma de los Árboles, es ocupada cada mañana y abandonada a primera hora de la tarde, en cuanto vuelven los porteadores con las cubas de agua que han llenado cerca de Annual. Esos «cambios de dueño» acaban en cuanto los rifeños la ocupan una noche y al amanecer muestran el resultado a los pasmados españoles: la loma no es tal, sino y Benítez cables Julio Benítez un dédalo de trincheras en zigzag. Otra noche más y las trincheras desaparecen, camufl a- das bajo densos ramajes y haces de paja. «Hacer la aguada» en Igueriben pasa de rutina a sorteo diario con la muerte. Silvestre decide confi ar el mando de Igueriben al defensor de Sidi Dris. El 13 de julio Benítez toma el mando en Igueriben. Si no le gustaba el emplazamiento desde lejos, una vez dentro es para morderse los puños. Mesetón abierto a los calores y vien- tos, es un castillo roquero con suelo afín: imposible cavar en piedra tan dura. La opción es levantar un parapeto de pedruscos sujetos por sacos de tierra. Igueriben será posición nece- sitada de ayuda constante. En agua y artillería. El remate de la indefensión surge cuando Benítez constata que la posición artillada del Izzumar no cubre, con sus fuegos, la posición donde él se encuentra con su gente. Igueriben solo puede recibir apoyo artillero desde An- nual, que es fl anco, no vanguardia. Toda la vertiente a mediodía queda inmune, refugio idó- neo para la harca. Benítez sufre instantáneo tormento: renunciar al mando es imposible; aconsejar a Silvestre que desmantele Igueriben es lo procedente, porque lugares de suicida defensa sobran en el Rif. Benítez aprecia a Silvestre. Han combatido por la España cubana y allí juntado heridas y pesares. Ahora les separa un muro de números y otro de incoherencias: Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Benítez manda sobre trescientos hombres; Silvestre sobre los cinco mil de Annual. Y los otros once mil que ha repartido por montes y páramos, pues los destinos en plaza (Melilla) nada cuentan, contando tanto esas faltas de hombría. Cada uno es responsable de su ejército y, sobre todo, de su manera de mandar. Todo ejército exige buena cabeza y ejemplaridad a sus mandos, no solo coraje y osadía. El valor queda en nada si la altanería lo gobierna. Benítez decide no protestar, no recomendar ni sugerir, tan solo resistir. Se impone obe- decerse a sí mismo. Ser fuerte y ayudar a los demás. Desde su estancia en Sidi Dris, enclava- do en zona de paludismo endémico, ha vuelto a luchar contra las cefaleas agudas, ese ma- lestar infi nito que le agota y exaspera, pero más le duele el alma. Si se rinde al cansancio por un lado y a la desesperación por otro, el no poder decirle a Silvestre lo que pasa y puede hacerse, su gente morirá. Porque le relevarán. Y el que venga mirará por sí y su futuro, no por 259 sus soldados ni por el bien del ejército. Cabe la posibilidad de resistir y resistir a tal grado que hasta el ejército pierda esa atonía fatal que en esos días lo abate y se convierta en un solo hombre. Y como tal, les rescate. Convencido de su obligación, afi rmado en su fe, resuelve permanecer donde está. Hombre y ejército se funden en un único ser. Igueriben vive sus últimas horas de paz advertida, calma para pensar. Durante el día, el azul cobalto del cielo parece fondo de océano que a todos, españoles y rifeños, pudiera succionar en repentina y poderosa marea. Por la noche, la negritud se convierte en celosía cegadora y mutante. Las estrellas se mueven. O eso parece. Tanta serenidad en esa altísima infi nitud y tanta barbarie aquí abajo. Benítez recorre las defensas. La fi gura del comandante admira y sobrecoge: su cabeza y sus hombros sobresalen del parapeto. Le van a matar. Por- que pacos no faltan. Benítez corre el riesgo. De su talla (1,75 metros, diez centímetros más que la media) hace aguante y enseña. La oscuridad le guarda. El comandante no repite su paseo. El 17 de julio, el coronel Argüelles, jefe de la circunscripción de Annual, ordena recupe- rar esa loma de arbolitos convertida en trincherona fusilera. El peso del ataque lo soporta la

Policía Indígena, que no aguanta a la fusilería rifeña y se desbanda. Igueriben es posición 15 cercada y atacada a su vez. Asalto rechazado. Al día siguiente se envía un convoy de agua y municiones a Igueriben. Dirige la operación el comandante Juan Romero López, al que un y Benítez cables Julio Benítez paco descubre dando órdenes y, apuntado, muerto en el acto es. El convoy entra y con él diecisiete artilleros, la mitad de ellos heridos. Su jefe, el teniente Ernesto Nougués, se da cuen- ta de que parte de las cargas de cañón han rodado por la pendiente al caer, muertos, acemi- leros y mulos. Sin vacilar, ordena a sus hombres que vayan a por esos proyectiles y los suban, a brazo, él también, hasta la posición. Benítez abraza a Nougués. Igueriben se llena de hom- bres-ejército. La tropa les vitorea. Igueriben es un tornado de ánimos y puños prietos. Alguien se apercibe entonces de una lástima agravada por inesperada amenaza: los mulos del con- voy que han sobrevivido al despeñamiento, refugiados en la pendiente que mira a Levante, rebuznan. También necesitan agua. El sol los mata. Inviable el acogerlos, impensable el abre- varlos, se les deja donde están, por si con el siguiente convoy pudieran partir. Y se piensa: la noche tal vez los calme. La harca piensa lo contrario y ataca. Segunda embestida rechazada, incluso en las alambradas, con bombas de mano y a bayonetazos, más los cañones de Igueriben, dirigidos por el capitán Paz Orduña, bien secundado por Nougués, que disparan con las espoletas graduadas a cero. La noche prevalece, pero al paqueo no le importa. Sabe dónde disparar, domina los alcances y no hay viento, así que no hay deriva, solo aciertos. Con apuntar a la impavidez blanquecina de las tiendas españolas o los espacios oscuros alrededor de aque- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. llas es seguro hacer carne. El paqueo dura poco. Matar cansa. Al clarear el día, se distinguen mulos muertos y heridos. Los pacos vuelven a su faena. Uno a uno los abaten, luego dejan de dispararles. Los mulos que sobreviven, ensangrentados y perseguidos por nubes de moscas, braman y cocean. La alambrada de Levante resiste unos cuantos golpazos más y, entera, al suelo va. Ya tienen puerta abierta los rifeños. Se telegrafía a Annual lo que ha ocurrido. Y desde allí prometen arreglo: mañana llegará el convoy. El 19 de julio, de Annual sale otro convoy hacia el espolón amarillo. El agua se terminó al salir el sol. Hay que beber o perecer. Dirige la columna el teniente coronel Núñez de Prado, que manda sobre un millar de hombres. Ninguno logra subir hasta Igueriben. Parte de la car- ga queda desparramada por la pista, entre la que se cuentan pérdidas esenciales: cincuenta 260 y tres cubas de agua y ocho latas de petróleo para quemar el ganado muerto. Al día siguien- te, bajo la sartén solar, los mulos muertos parecen «moverse». Y así es, revientan. Sus oleadas pestíferas sofocan a los defensores de Igueriben. El hedor de los animales en descomposición se suma al de los humanos fallecidos. Igueriben huele a muerto, pero no por él, sino por quie- nes, al no saber cómo evitar su morir, muertos se declaran también. Llega otra oscurecida. La cuarta del asedio. Noche de orines para quienes han sido previsores y pueden dejarlos en- friar bajo el relente rifeño; noche de tortura para quienes ni orinar pueden. En su afán por encontrar algo de frescor y aire limpio de hedores, algunos pretenden enterrarse, cubriéndo- se con puñaditos de tierra. Igueriben es roca pura en su cima, así que de terrones los justos, pero desgarros todos. Llegado nuevo amanecer, hay conciencia colectiva de morir. El 20 de julio, el general Navarro, segundo jefe de la Comandancia, llega a Annual. Consulta opiniones y contrasta pareceres. Unanimidad rotunda: la moral está hundida; las tiendas-hospital, atestadas de heridos y moribundos; apenas quedan municiones de cañón y los víveres escasean. Solo hay cantidades relevantes en un lugar de fúnebre acceso: la agua- da. Pocos vuelven ilesos de allí. En consecuencia, mejor esperar un día más para que las tro- pas se repongan de su decaimiento. Navarro se ve impotente. Despacha mensajes ópticos a Benítez donde le repite tres conceptos esenciales: «honor», «resistencia» y «juramento de 16 salvación». Benítez lee y calla. Ha dicho lo que cree prudente decir. Ha pedido agua para sus hombres y municiones para sus armas. Su alimento reside en la furia y en el fuego. Navarro y Benítez cables Julio Benítez envía un despacho cifrado a Silvestre, que sigue en Melilla, en el que le expone su «descon- fi anza de conseguir el objetivo». Salvar a los de Igueriben, para lo que hacen falta conviccio- nes y municiones. Ambas cosas faltan. Navarro, como fi n de su mensaje, previene a su supe- rior: «Espero órdenes para verifi car convoy o preparar la evacuación de Igueriben». No hay respuesta. Navarro sabe que Silvestre va a salir de Melilla. Espera todavía. Nada, silencio en la línea telegráfi ca. Inquieto por si le ha pasado algo a Silvestre y sabedor de que debe volver a la plaza para hacerse cargo del mando, sale de Annual. Y Manella queda al mando. Amanece el 21 de julio sobre la hoya de Annual. Con notoria dejadez, los preparativos del convoy arrancan. Considerándolo como lo que era, un funeral por anticipado, los designa- dos para formar parte de su propio entierro pocas ganas tienen de ponerse en marcha hacia Igueriben. En el espolón amarillo, sin agua desde hace tres días, los cuerpos se retuercen para extraer sus últimas gotas de resistencia. Apenas quedan fuerzas para sobrevivir, sí deseos de acabar de una vez. De tanto en cuando, un trallazo seco, que se lleva una tienda con heridos dentro, esparce restos de hombres que ya estaban muertos o revienta parte del parapeto sin matar a nadie. Artillería rifeña, que antes fuese española. Dos piezas martillean Igueriben. Coge altura el sol y, de improviso, conmoción en Annual. Ha llegado Silvestre. Benítez lo sabe Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. o lo intuye. De ahí su heliograma: «Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrifi carse delante de vosotros». No es un bofetón ni un arrebato. Es una orden de fusilamiento. Y el ejecutado es Silvestre. Demudado y desencajado, boqueante, dicen que, enrabietado, ordenó: «¡A formar los escuadrones!». Quiere cargar pen- diente arriba hasta Igueriben. Una galopada de casi cinco kilómetros bajo el fuego de fusiles y cañones. De los segundos solo dos; de los primeros, cinco mil al menos. Un Balaklava espa- ñol. Y su hij o Manuel al lado, pues forma parte de los Regulares a caballo. Si tienen que morir los Silvestre, mejor que padre e hij o caigan juntos. Los tenientes coroneles Enrique Manera Valdés y Tulio López Ruiz, sus ayudantes, junto con su secretario personal, el comandante Juan Pedro Hernández Olaguibel, se precipitan a calmarle. Le rue- gan que no haga una cadetada, que no se mate por nada. No lo consiguen. Silvestre se des- 261 hace de ellos y grita. Al mundo y a sí mismo. A España y al ejército. Interviene el coronel Francisco Javier Manella, jefe del Alcántara. No tiene a su regimiento allí, pero está al llegar con Fernando Primo de Rivera a su cabeza, pues todos han pernoctado en Drius, salvo la escolta personal de Silvestre. Mejor dos regimientos que unos pocos escuadrones. El general no atiende a razones. Su hij o Manuel, atormentado, se aparta. Silvestre quiere morir. No pue- de con tanta vergüenza. Poco a poco tiende a calmarse, convulso todavía, vencido por su propio furor. Y sin duda fue un error que Silvestre capitulase ante tanta lógica y sensatez. En aquellos momen- tos, cuando en Igueriben se muere y en Annual se disponen unos a morir y otros muchos a preparar su equipaje para huir (son los que darán muerte a tantos con su cobardía), esa carga contra la muerte, por lo insensato e incontenible de la misma, hubiera partido en dos las líneas rifeñas y llegado hasta Igueriben. Y Silvestre hubiera muerto. O no. Porque un Sil- vestre aparecido en plena batalla hubiera adquirido aspecto de profeta vengador para la idiosincrasia del combatiente rifeño que, de rendirse, siempre ante una leyenda, jamás ante un hombre. Vivo o muerto, que era el fi n más probable de Silvestre, su gesto-estandarte puede que hubiese salvado a su ejército. Y no convertido al Izzumar, el día después, 22 de julio, en su matadero y avergonzamiento. Jefes había para mandar ese ejército aún no copado en An- y Benítez cables Julio Benítez nual: Manella el más apropiado; el coronel Morales Mendigutía su mejor segundo. Silvestre calmado no es tal, sino un cadáver que se agita en los parapetos de Annual. «Muerto» Silves- tre en su no morir, Benítez toma el mando. El jefe de Igueriben es el único que manda sobre su mente y a todo el ejército manda pese a lo lejos que está y lo sentenciado a muerte que pa- rece. Silvestre, autómata por primera vez en su carrera militar, autoriza la salida del convoy. Allá van los que saben que nunca llegarán a su destino. Desde Igueriben los ven vacilar y detenerse, para luego correr todo lo agachados que pueden. Las descargas rifeñas los silue- tean, los aturden y matan, los obligan a salir huyendo o a hacerse los muertos. A Silvestre le llegan partes de que el convoy está bloqueado ante el fuego, de que no avanza, de que la gente no puede más. Es preciso volver. Y mejor perder Igueriben antes que perderlo todo. Sil- vestre, desalentado, atiende las razones (tal vez del coronel Morales) y cursa orden a Benítez para que destruya el material y se acoja a las guerrillas más próximas a su posición. El jefe de Igueriben replica con otra descarga. Es el tiro de gracia para un Silvestre abatido: «Nunca esperé recibir orden de V. E. de evacuar esta posición. Pero cumplimentando lo que en ella me ordena en este momento, como la tropa nada tiene que ver con los errores cometidos por el mando, dispongo que empiece la retirada, cubriéndola la ofi cialidad que integra esta guarnición, pues consciente de su deber y en cumplimiento de juramento, sabre- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. mos morir como mueren los ofi ciales españoles». Silvestre querría morirse allí mismo. Pero su momento ha pasado. Y quien lo mata no es un rifeño ni tampoco Benítez, es su desesperación por la suma de errores cometidos desde el 15 de enero, cuando ocupó Annual. Silvestre está tan afectado que asusta a los que le observan. Y le dejan solo. Su dolor impone. Aún tendrá otra oportunidad para matarse no como él hubiese deseado, sí para dotar a su fi nal de hom- bre militar de un carácter digno. Para ese fi nal defi nitivo falta menos de un día. En Igueriben poco hay que destruir, sí mucho que organizar: recuperar armas útiles y municiones, eliminar mensajes cifrados y libros de claves, respetar el heliógrafo, pues aún le queda una orden al comandante que transmitir a Annual, rescatar lo poco que reste de las camillas para hacer muletas para los heridos que aún puedan andar. Los que no puedan 262 moverse, quedarán donde yacen. A merced del enemigo, quizás de la rápida compasión del amigo. Metódico hasta el fi nal, Benítez da forma a su tropa, con una vanguardia, el grueso en su centro, donde marcharán los heridos, y una retaguardia. Quedan los fl ancos y las seccio- nes, muy clareadas sus fi las, que defi enden el semiderruido parapeto. La mayoría no podrán salvarse, pero ninguno se mueve de su sitio. Se han convertido en hombres-ejército. La harca vuelve al asalto. A Benítez le quedan unos minutos. Mira al jefe de la artillería, el capitán Fe- derico Paz Orduña, quien le hace una señal de estar listo junto a una de las piezas. El tenien- te Nougués, no lejos de allí, inclina su cabeza en señal de funeraria complicidad. Serán los últimos en disparar y los primeros en morir junto con los supervivientes del parapeto, que se harán fuertes junto a los cañones. Benítez se vuelve hacia los telegrafi stas y les indica la señal que aguardan. El espejo de Igueriben lanza destellos de movilización y sacrifi cio. El heliografi sta parece apurado. Cuenta sus pulsares como vidas que se le esca- pan. Son treinta y un parpadeos de furia y compromiso, de los que seis valen por dos, pues se refi eren a otras tantas banderolas artilleras. Disparad para matarnos y que el enemigo muera con nosotros y no se arrogue el triunfo de afi rmar que fue él quien nos dio muerte. No hay memoria de parte inmolatorio semejante en los ejércitos coloniales, de por sí inmoladores de sus mejores a fuer de ser cerriles sus mandos. Resistir al pésimo gobernante o al general obtuso, repetitivos en sus carencias, he ahí la mayor heroicidad para civiles o militares. A los que interpretan su heliograma, Benítez les impone el castigo de leerlo dos veces para asimilar y Benítez cables Julio Benítez su contenido y sentirse sombras de sí mismos cuantos tuvieran que cumplir la orden que a todos dicta: «Solo quedan doce cargas de cañón, que empezaremos a disparar para recha- zar el asalto. Contadlas. Y al duodécimo disparo fuego sobre nosotros, pues moros y españo- les estaremos envueltos en la posición». Es el heroísmo medular. Muero por los míos y de su mano, no por mano del enemigo, que no ha podido conmigo y menos con la gente mía. El ejército de Benítez va a salir. Su jefe lo ha revistado y es cierto: cojo y renqueante, andrajoso pero retieso, sus integrantes parecen lo que son, una columna de hombres-ejército. Su comandante les habla. No fue arenga la suya, sí confesión, orgullo y agradecimiento. A los que seguían a su lado e intuían que iban a morir; a los que no podían oírle porque muertos yacían; a los que creían factible el salvarse y no lo conseguirían; a los que ya se daban por muertos y sin embargo se salvarían; a los muchos que morirían días y años después por culpa de los errores no de tantos, sí de unos pocos, pero muy equivocados y acobardados estos. No sabemos si Benítez precisó las vestimentas de los estrictamente responsables: levitas de mi- nistros necios, fajines de generales y estrellas de coroneles, algún que otro almirante, capita- nes en permiso semiperpetuo, intendentes uniformados por sus hurtos, fracs de políticos clientelistas, canotiers de opulentos accionistas mineros, quién sabe si hasta el traje impeca- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ble, de afamado sastre inglés, de un monarca adicto a los balnearios no para sanar su cuer- po, sino para buscar amantes de playa y ruleta. Pudieron ser todos o ninguno. En cuanto a Benítez y los suyos, salieron. De la vida, que no del juicio fi nal, que gana- do lo tenían antes de morir. Todos los ofi ciales menos uno (Luis Casado Escudero, herido y prisionero) murieron. Sus variaciones de muerte oscilaron entre perialzarse sobre su dignidad para que otros pudieran salvarse o pegarse un tiro con la tranquilidad que da el saberse muerto antes de apretar el gatillo. Benítez pudo ser de estos últimos, siendo de los primeros en caer. De los que aún podían valerse por sí mismos, una parte murió matando; la otra buscó su salvación en un agónico correr hasta Annual. Treinta y cinco lo consiguieron, pero cuatro murieron entre violentísimos espasmos tras atracarse de agua y comida. Otros dos fueron hechos prisioneros (el teniente Casado y el soldado Luis Rendón Pérez), que sobrevivieron. 263 Treinta y tres fueron los salvados, de los que uno (Casado) fue asesinado en julio de 1936. Poco cuesta imaginarle allí, rodeado por sus compañeros, abrazadas graduaciones y san- gres, cuando, en determinado momento, al referirse al lugar de la gesta, supo enlazar la pe- queñez del perímetro donde se hallaban con la infi nitud del sacrifi cio por todos aceptado: «Este corralito que hemos venido a defender». Hay que ser español y militar para resumir aquella gesta en concepto tan humilde y contenido tan escueto. En el simbolismo de los he- chos probados, que a menudo cuentan más que la realidad vivida, Benítez fue puesto al mando, en Igueriben, no para defender el frente, sino para mantener bien alta la frente del Ejército Español. Y allí sigue y seguirá, mientras al espolón amarillo, que él convirtió en nave de batalla, no se lo lleve el mar consigo a sus abismos o ese barco de guerra, convertido en el castillo que hoy es, entero se funda cuando el cielo impacte contra la tierra que habitamos.

J. P. D. 06-20.10.2013 y Benítez cables Julio Benítez Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

264 Bens Argandoña, Francisco

La Habana, 28 de junio de 1867 - Madrid, 5 de abril de 1949

Militar de Infantería. Tras la separación de Cuba fue destinado a la colonia del Sáhara, donde permaneció hasta su ascenso a coronel sentando las bases de la presencia española en la zona sur del Protectorado.

Nacido en La Habana del matrimonio entre un músico militar de origen andaluz y una cuba- na, padres de una nutrida prole de dieciséis hij os, que soportaron las consiguientes escase- ces económicas, Francisco Bens ingresó en la Academia Militar de La Habana, de donde salió promovido a segundo teniente en 1885, siendo destinado a la Península, al Regimiento Sabo- ya en Alcalá de Henares. En 1887 vuelve a Cuba y pasa destinado, sucesivamente, a los regi- mientos de la Reina, Cazadores de Isabel II, Nápoles, María Cristina y de nuevo al Batallón de Cazadores de Isabel II. En este último batallón mandaba la guerrilla montada, unidad que constituía la élite de los batallones de guarnición en Cuba. En 1891 se le destina al Muy Be- néfi co Cuerpo Militar de Orden Público. Bens Argandoña cables Francisco En 1889, con veintidós años, se casa con la cubana María Ana Arrasate, con la que tendría cuatro hij os, uno de los cuales, Francisco de Asís, sería ofi cial del ejército cubano y otro, José María, un arquitecto de gran prestigio que diseñó y dirigió las obras del capitolio de La Habana. En 1893 Bens es destinado al Regimiento de Melilla, tomando parte en la llamada guerra de Margallo y volviendo a Cuba a su fi nalización, en 1894. Un año después se produce el grito de Baire y las fuerzas españolas de Cuba se ven empeñadas en una dura lucha contra los mambises. Bens es destinado, sucesivamente, a los regimientos María Cristina, Tarragona, de nuevo al Muy Benéfi co Cuerpo Militar de Orden Público, Batallón de Cazadores de Tarifa y Tercio de Voluntarios y Bomberos Movilizados n.º 2. A lo largo de la guerra, Bens tomó parte en numerosas acciones, muchas de ellas, tal como reza en su hoja de servicios, «al machete», ascendiendo a capitán en 1897 y consiguiendo cuatro cruces rojas del mérito militar por sus acciones en Saratoga, Cascorro, potreros Pen- dengueiro y Marell y defensa de Cárdenas, esta última acción contra los norteamericanos. En octubre de 1898 vuelve a España destinado al Regimiento Castilla y más tarde al Regimiento Canarias, desde donde en 1903 es comisionado para pasar a la bahía de Río de

Oro, ocupada nominalmente por España desde 1886. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Hasta ese momento, el puesto se mantenía por una guarnición de Infantería de Mari- na, pero los planes de ocupación españoles, refrendados por Francia en el Tratado de París de 1900 y publicados en 1901 en la Gaceta de Madrid como Convenio entre España y Fran- cia para la delimitación de las posesiones de ambos países en la costa del Sahara y en la del Golfo de Guinea, pasaban por la penetración en el interior del territorio, para lo que se con- sideraban más adecuadas las unidades del ejército. A su llegada, en enero de 1904, a lo que luego sería Villa Cisneros, el cubano Bens sintoniza bien con el ambiente desértico de las costas del Sáhara. En su libro Mis memorias. Veintidós años en el desierto, publicado en 1947, narra en detalle cómo poco a poco logró ganarse la confi anza y el respeto de los indígenas, que hasta ese momento mantenían a los 265 españoles encerrados en su puesto costero y sometidos a todo tipo de chantajes y extorsio- nes. Uno de los medios empleados fue el tradicional de la atención sanitaria a los indígenas, pero otro, más novedoso, consistió en ganarse la confi anza de las mujeres por medio de rega- los, de modo que pronto fueron las mejores valedoras e informadoras de los españoles. Pron- to su política se impone y, tal como el mismo Bens dice en una de sus memorias, lo hace «conquistando grandes simpatías entre los indígenas a quienes atiende y dirige con paternal solicitud». A sus subordinados les recomienda que en su trato con los nativos se ajusten al dicho: «Ni despreciado por débil, ni temido por severo». Cuando en 1906 Alfonso XIII visita las Canarias, Bens se desplaza a las islas, acompa- ñado de un séquito de notables de tribus con las que ya se mantenían relaciones cordiales. En 1910, acompañado, como único europeo, del factor de la Compañía Transatlánti- ca en Villa Cisneros, realizó un recorrido por el interior del Sáhara de más de 400 kilómetros, llegando hasta el puesto francés de Atar. Desde allí envió telegramas al capitán general de Canarias y al ministro de Estado español. Este fue el primer recorrido de un funcionario en un territorio que España reclamaba como propio desde veinticinco años antes. Entre 1911 y 1913 todo el sur de Marruecos y gran parte del Sáhara se encontraban agitados por los movimientos de El Hiba, hij o del santón Ma-al-Ainin, que gozaba de gran infl uen-

Bens Argandoña cables Francisco cia entre numerosas tribus. El Hiba se oponía decididamente a la presencia francesa en la región y, a través de Bens, se aproximó a España, considerando a los españoles como un mal menor. En 1911, Bens va a realizar su primera visita a Cabo Juby, donde comenzaba la zona sur del Protectorado español en Marruecos, la denominada franja de Tarfaya. En las ruinas de la antigua factoría de Mackenzie, izó la bandera española que seguiría allí, mantenida en su lugar por los nativos sin presencia española, dos años después. En 1913 realiza un nuevo recorrido por el territorio, incluido Cabo Juby, esta vez acompañando a Enrique D’Almonte, auxiliar de minas, que pretendía estudiar las riquezas de este género en el territorio y realizar trabajos encargados por la Real Sociedad Geográfi ca de Madrid. Por este recorrido y en general por su actuación como gobernador político-mili- tar de Río de Oro, Bens fue ascendido por méritos a teniente coronel. Finalmente, el 29 de junio de 1916, tras muchas vacilaciones y rectifi caciones del Go- bierno español, Bens ocupó de forma permanente Cabo Juby, asumiendo el control de la zona sur del Protectorado español. Bens constató que ninguna tribu de la zona reconocía la autoridad del sultán «en nombre de cuyo jalifa debemos gobernar». Pronto apareció El Hiba con su harca, exigiendo compensaciones en dinero y armas que Bens supo eludir con habilidad. Esta actitud de los nativos era la que, en su memoria de la ocupación, Bens denominaba «niños fi era».

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. La Primera Guerra Mundial va a traer más inquietudes para Bens. Los alemanes trataron de fomentar la sublevación de las tribus de Marruecos contra la presencia francesa. Parte del plan consistía en transportar, por medio de submarinos, armas para ser entregadas a El Hiba. Los desembarcos se harían en puntos de teórica soberanía española. Pronto las aguas reclama- das por España se ven surcadas por buques aliados a la caza de los submarinos. En diciembre de 1916 llegan informaciones de que los alemanes han desembarcado en Puerto Cansado. Hasta Bens llega la carta de un ofi cial alemán, el capitán Edgard Probster, que con un ofi cial turco, un subofi cial alemán y varios intérpretes marroquíes, exprisioneros pertenecientes al ejér- cito francés, se encontraban secuestrados por los nativos y pedían se les auxiliase evacuándolos a través de territorio español. Bens medió en el rescate, evacuándolos a Las Palmas. Esta actua- 266 ción fue mal vista por los franceses, que sospecharon una colaboración de Bens con los alema- nes. Ya antes, el 26 de agosto de 1914, los aliados habían hundido en aguas de Villa Cisneros el crucero auxiliar alemán Kaiser Wilhelm der Grosse. Bens recogió a la tripulación alemana, que fue trasladada a Las Palmas ante el enojo de los aliados, que pretendían hacerles prisioneros. Acabada la guerra mundial, Bens vuelve a la rutina de la vida de guarnición hasta que, el 30 de noviembre de 1920, instaló un puesto en La Güera, en el cabo Blanco. La ocupación también se realizó de forma pacífi ca, como lo había sido la de Cabo Juby. En varias ocasiones propuso al ministro de Estado la ocupación de Ifni, propuestas que fueron desechadas, debien- do esperarse hasta 1934 para que el coronel Capaz (ver biografía) ocupase el territorio. En enero de 1923, tres aviones de la compañía Latécoère aterrizaron en Cabo Juby. Pretendían establecer una línea aérea con Sudamérica. Esta presencia francesa agita a los nativos poniéndoles al borde del ataque a los puestos españoles. De nuevo Bens debe hacer gala de sus poderes de persuasión, no sin antes recibir casi un batallón de refuerzo, enviado desde Canarias. En abril de 1920, Bens ascendió a coronel por antigüedad. Este ascenso sería el moti- vo de su salida del Sáhara. A principios de 1925, el general Ruiz-Trillo giró una visita de ins- pección a Cabo Juby y Sáhara. En su informe hizo constar que la escasa entidad de los puestos y guarniciones no justifi caba que su mando fuese de coronel.

En consecuencia, en noviembre de 1925 Francisco Bens quedó disponible, abando- Bens Argandoña cables Francisco nando el Sáhara después de más de veintiún años de servicios ininterrumpidos en ese desier- to. Hasta su muerte, Bens mantuvo el resquemor de que su salida del Sáhara respondiese a algún descontento con su actuación, puesto de manifi esto en la revista de Ruiz-Trillo, y no a una mera decisión administrativa. Bens pasó a la reserva en 1929 y en 1932 se le concedió el empleo de general de bri- gada con carácter honorífi co. En 1942 solicitó que se le concediese el empleo de general de brigada con carácter efectivo, lo que le fue denegado. Murió en abril de 1949. Entre 1904 y 1925 Bens dedicó su vida al servicio en el Sáhara dejando de lado a su familia, que seguía en Cuba. Con medios limitados extendió la soberanía española en la re- gión de forma pacífi ca, en ocasiones debiendo convencer a los responsables del Ministerio de Estado de lo factible de las ocupaciones que proponía. Fue gobernador político-militar de Río de Oro desde el 1 de diciembre de 1903 y de- legado del alto comisario para la zona meridional del Protectorado desde la ocupación de Cabo Juby en junio de 1916. En ambos cargos cesó el 7 de noviembre de 1925. Los pescadores canarios eran conscientes de los benefi cios que para ellos había supues- to la actuación de Bens. En 1922 el Ayuntamiento de Tenerife y el Cabildo de La Palma solicita-

ron su ascenso a general de brigada. Esta petición dio lugar a una larga correspondencia entre sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. los ministerios de Estado y de Guerra, para fi nalmente denegar la petición. España no fue gene- rosa con el hombre que a poco coste, en dinero y en vidas, le había permitido ejercer su sobera- nía en amplios territorios. Como el mismo Bens decía en su petición de ascenso en 1942:

Claro está que en mis trabajos existía la sordina y con la falta absoluta del estampido del cañón, derramamiento de sangre, destrucción y cuantiosos gastos, a pesar del indómito carácter de aquellos moros que solo reconocen la autoridad de la fuerza...

J. A. S.

267

Bibliografía

Bens Argandoña, Francisco, Mis Expediente personal. Archivo memorias (veintidós años en el General Militar de Segovia. desierto), Madrid, Ediciones del Gobierno del África Occidental Española, 1947. Bernal y Dueñas: los hombres-pirámide de Tazarut Uzai A Eduardo Arbizu y su hij o Miguel, por la lealtad entrecruzada

Bernal González, Elías

Mancera de Abajo, Salamanca, 1882 - Tazarut Uzai, Rif, 1921

Teniente de artillería, al frente de la guarnición del último puesto del fl anco izquierdo del ejército Silvestre en su despliegue ofensivo hacia Alhucemas. Trastornada la acción españo- la en el Rif tras conocerse el suicidio, en Annual (22 de julio), de Silvestre y la llegada, a Drius, del general Navarro para hacerse cargo de las tropas dispersadas, rechazó (24 de julio) las insinuaciones que, por medios ilícitos —enviarle «recados telefónicos» desde Zoco el Telatza de Bu Bekker, jefatura de la zona, para que evacuara su posición—, haciendo lo contrario: aprestarse a su defensa. En la mañana del 25 de julio, al ver pasar, a lo lejos, las tropas en retirada que el teniente coronel García Esteban conducía hacia el Marruecos francés para internarse allí, lo cual suponía el desarme de esas fuerzas y atentaba contra el Código de Justicia Militar, de común acuerdo con su segundo, el alférez Dueñas, decidie- ron permanecer en sus puestos y plantar cara al enemigo. Esa noche, a la cabeza de los

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco suyos, cayeron ambos. Solo hubo siete supervivientes: tres de los artilleros de Bernal; cuatro de los infantes de Dueñas. Los demás españoles murieron: dos sargentos, cincuenta y cua- tro soldados, diecisiete artilleros y los tres telegrafi stas. Los policías indígenas resistieron los primeros ataques, después desertaron. De aquellos treinta y cinco rifeños, la mitad o más se salvaron.

Dueñas y Sánchez, Francisco de

Madrid, 1899 - Tazarut Uzai, Rif Oriental, 1921

Jefe de las tropas de infantería que guarnecían Tazarut Uzai y su avanzadilla, posiciones situadas en el vértice sur del ejército Silvestre en su avance hacia las tierras circundantes de la bahía de Alhucemas. Cuando el jefe del destacamento, teniente Bernal, se negó a des- mantelar la posición, abandonar su artillería —dos piezas Krupp— y sumarse a la retirada Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. de las tropas acantonadas en Bu Bekker por acobardada decisión del teniente coronel Gar- cía Esteban, el alférez Dueñas se mostró solidario con Bernal, arengaron a los suyos y al frente de ellos cayeron, ante una harca diez veces mayor en número, en la medianoche del 25 de julio. Defensa tan desigual les hizo acreedores a sendas Laureadas póstumas. A Due- ñas le ascendieron a teniente, por antigüedad, el 27 de julio. Dos días después de haber muerto en epopéyico combate. La rutina administrativa, siempre en retraso, por una vez fue

268 coincidente. Orígenes e identidades; apuntes sobre un país exhausto ante inesperado «Ultramar»

Los padres de Elías fueron Martín Bernal Pérez y Jenara González García. El 18 de julio de 1882 nacía su vástago en Mancera de Abajo, localidad anclada en la inmensidad del páramo salmantino, propicio a heladas, soledades y tenacidades. Su altitud, 898 metros, señalaba lo primero; la deforestación radical del medio agrario aferraba lo segundo; la endeblez econó- mica del vecindario imponía lo tercero: entregar su servidumbre generacional a los marque- ses de Mancera, que se sucedían como señores del lugar desde mediados del siglo XVII, cuan- do el primero de la estirpe, Pedro Álvarez de Toledo y Leiva, teniente general de galeras, fue designado virrey del Perú. De aquellos oros y títulos subsistía imponente mole, un palacio renacentista de tres alturas, con elaborada cerrajería para sus balcones y ventanales, soste- nida por esa cantería matemática que a sus muros defi ne. El palacio de los Mancera labores de vigía ejercía sobre las altas tierras castellano-leonesas. De esa imagen de su adolescencia hizo Bernal adulta fortaleza del último resguardo frente al desaliento y el deshonor. Y enfren- tado a la muerte por devoción a la bandera por él besada en Madrid, aquel 3 de abril de 1904, diecisiete años después ni se apartó del juramento dado ni tembló ante la intrusa. Tampoco se lo puso fácil a Ella y mucho menos a quienes la escoltaban. Francisco de Dueñas Sánchez nació, en Madrid, el 24 de abril de 1899. Sus padres eran Eduardo de Dueñas Sánchez y Lucrecia Sánchez Pinto, tal vez primos entre sí. Residían en el céntrico distrito de Buenavista, por el palacio sede del Ministerio de la Guerra (hoy

Cuartel General del Ejército). Ocho meses más tarde, España aceptaba, por la Paz de París, de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco la pérdida de sus mayores Ultramares: el caribeño y el fi lipino. El país padecía una quiebra de magnitudes catastrófi cas: 2.229 millones de pesetas. Que en su inmensa mayoría (1.796 millones) sepultados quedaron en Cuba (datos de Romanones). Tan incapacitante deuda para la Nación se sumaba a otra no menos cierta pero invaluable: la deuda moral contraída por la Regencia de Doña María Cristina —madre de un rey sin coronar de solo trece años— con el pueblo español; consecuencia del rotundo descrédito de las instituciones, verifi cable en los estamentos diplomático, político y militar, que compartían severas responsabilida- des en la tragedia consumada. Nadie, vestido de etiqueta política, acudió a juicio. Los que fueron, de uniforme lo hicieron: almirantes Pascual Cervera y Patricio Montojo; generales Basilio Augustín y Fermín Jáudenes, penúltimo y último capitán general en Manila. Cervera, presionado por Ramón Blanco, capitán general en La Habana, se vio forzado a desafi ar la lógica naval: combatir en mar abierto contra una fl ota triple en número y con acora- zados, no cruceros mal blindados y peor armados como los suyos. Cervera se demoró en salir de la rada de Santiago aquella mañana del 3 de julio de 1898, pues debió hacerlo entre dos luces para sorprender a la escuadra de Schley, mostrándose bravo en la batalla: herido e inconscien- te Víctor Concas, capitán del Infanta María Teresa y quedar el barco donde enarbolaba su insig- nia, incendiado y sin gobierno, tomó Cervera el mando y arriesgando la voladura de los pañoles sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. de municiones, con solo el impulso de la nave y utilizándola como vela a favor del viento, logró encallarla en Punta Cabrera y salvar a los heridos que yacían en cubierta. Del topetazo, al agua fueron Cervera y muchos, salvándose él de perecer ahogado gracias a dos cabos de mar, Juan Llorca y Andrés Lequeiro. Cervera era un padre para sus tripulaciones, que le adoraban. Su injus- ta imputación y el recuerdo de los 348 muertos y desaparecidos —tragedia de la que previno a su incapaz ministro, el almirante Auñón— amargaron los últimos años de su vida. Montojo, en 269 Cavite (1 mayo 1898), ágil estuvo para desembarcar con la excusa de «trasbordar su pabellón a otro buque», cuando ninguno de importancia quedaba a fl ote y su puesto estaba en el cruce- ro Reina Cristina, que lucía su insignia, donde minutos antes, su capitán, el coruñés Luis Cadar- so, reventado en pedazos por un proyectil de 203 mm del poderoso Olympia de Dewey, nada dejó en el puente, excepto charcos de su sangre, unas pizcas de su cuerpo y todo su valor como ejemplo, luego sitio de sobra había. A Montojo, que ninguna herida tenía excepto la del susto que llevaba encima, le encausaron, detuvieron y al fi nal le absolvieron. Augustín y Jáudenes fueron apercibidos, cuando debieron ser degradados en el patio de un cuartel y ante sus tropas repa- triadas. Las capitulaciones, cuando son mascaradas como las de Manila (14 agosto 1898), propician la irrupción de auténticos héroes, caso del teniente Faustino Ovide González, quien el 13 de agosto, al frente de treinta voluntarios a los que ordenó «calar bayonetas», tomaron al asalto una trinchera de aterrados estadounidenses, mataron o hirieron a la mitad y al resto pu- sieron en fuga, adueñándose de esa parcela de una efímera Manila por ellos reconquistada. Y por tal gesta, al bueno de Ovide le dieron la «Gran Cruz de Carlos III»; como a un ministro cual- quiera tras cesar en el cargo. Cuando en España, el hecho de cesar y ser condecorado es todo uno, así haya Regencia, rey o reina, República primeriza o la Tercera por llegar. Negar laureadas a quien en verdad se las merece y consentir cobardías e ineptitudes a quienes mandan ejércitos, columnas o escuadras, desató el cáncer del impunismo, que derivó en metástasis por lo consen- tido y sucedido en el Rif y al régimen de Alfonso XIII devoró. Tras los desastres en el Gurugú (25-27 de julio 1909) y los incendios en la Barcelona Trágica, el país osciló entre la revolución y el pronunciamiento militar. El sacrifi cio político de

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco Maura, al ceder la gobernación a Moret (octubre de 1909 a febrero de 1910), facilitó la llegada del carismático y convincente Canalejas, con su reformismo enérgico a fuer de ser sensato, que devolvió a España el pulso perdido que Silvela no encontrase en 1902. Con Canalejas en el palacio de Atocha —sede del Ejecutivo—, se ganó difícil guerra rifeña —la planteada por Sidi Amezzián, caudillo del Rif, muerto en legendario acto de valor personal—, mientras se perdía la guerra interior de España, la que el país libra, en conmovedor empeño, a lo largo de su batallar contra sus enfermedades de tradición: el caciquismo y clientelismo, el corporativismo sectario, la corrupción municipal y diputacional, el cainismo parlamentario, la parálisis legislativa, la endogamia universitaria, el impunismo por decreto (arbitrariedades por ley) o esa Administra- ción impávida y laberíntica, que un siglo después subsisten y no hay manera de acabar con ninguna. Porque forman un todo al haberse convertido en cultura nacional. Canalejas, sin ser Costa, pudo ser el mejor Costa posible. Su asesinato (Madrid, 12 noviembre 1912) dejó a España enmudecida a la vez que desalentada. Las sinrazones de Romanones para fi rmar con Francia à toute allure el convenio protectoral que subdividió al inerme Marruecos jerifi ano en dos pseudo-reinos, tutelados por ambas potencias, acarrearon no pocas insensateces en el Garb y Yebala, junto con severos errores en el Rif, desaciertos que lucen los ex-libris de Romanones, Dato y Silvestre en una pésima primera edición (1913- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. 1915), más los de Allendesalazar, Berenguer y el vizconde de Eza (Luis de Marichalar) en la segunda (1919-1921), de por sí fallida y desastrosa. Esos errores, al no asumirse, acabaron en gruesos borrones para España. Su permanencia en el texto (discurso político al uso), des- acreditó al país. Faltas que se pagarían más tarde, pero con mucha sangre y penalidades. Aproada la nave protectoral rumbo hacia una conquista con matices, se invirtió en pactos monetarios con los jefes de cabila y en subcontratar a singular ejército: las tropas de 270 Policía Indígena. Expertas en desplazarse de noche, atacar y contraatacar; fogueadas por diez o veinte guerras tribales —según de belicosos fuesen sus jefes o familiares—, no tenían necesidad de instruirse en el tiro ni de otro acuartelamiento que no fuese el campo raso bajo un cielo pelado o una tienda preparada al instante, con su chilaba, llegadas esas nubes de tormenta que al Garb, el Rif o Yebala por sorpresa riegan y unas tres veces por centuria inun- dan. Resistentes a cualquiera de los extremos que defi nen la climatología normarroquí —re- pentinas heladas en primavera y calores sofocantes en inexistentes otoños— resolvían sus compromisos con fi ereza y prontitud. Sin perdón para el contrario ni miedo a la propia muer- te. Convencidos de sus aptitudes para la guerra, preferían el ataque a la defensa. Llegada la hora de resistir, aceptaban esa prueba si intuían posibilidades de salir con vida u obtener algo a cambio, fuese mayor soldada o permiso largo. Dado que operaban de mañana, tarde y madrugada, sin hacer ascos a las balas ni la metralla, ni dolerse de sus heridas, desprecia- ban a las tropas españolas de recluta, mantenidas a retaguardia. A sus mandos rifeños sa- bían cómo tratarles. Si eran españoles, les obedecían si se comportaban con valentía: estar farrucos. A la primera acometida mal guiada se negaban a seguir bajo ese mando y deserta- ban. Sabían que, si volvían con su armamento y municiones, nada les pasaría. Temían las multas: por vender cartuchos o no regresar del domicilio conyugal tras concluir su permiso. El fl us (dinero) les tentaba porque les permitía comprar cosas esenciales para el hogar: aceite, azúcar, cerillas, sal, semillas, té, velas, utensilios de cocina, herramientas para la labranza o la construcción, animales de granja e incluso un pedazo de buena tierra, su favorita esposa. Problema crónico era el gigantismo en los escalafones del Ejército. En la España de 1920 había dos capitanes generales, veintiún tenientes generales, 39 generales de división

—siendo solo dieciséis las «divisiones en el papel», pues ninguna completa estaba— y 112 de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco generales de brigada. Al bloque anterior había que sumar 280 generales en Primera Reserva, esto es, movilizables en caso de guerra. Los coroneles y tenientes coroneles en activo eran 1.860, sin contar los del Cuerpo Eclesiástico ni los jefes de la Música Militar. Siendo ciento diez mil los soldados equipados, estaba claro que sobraba mando y faltaba tropa. De entrar España en guerra no habría tiempo para instruir reclutas, sí de llamar a los reservistas y, so- bre todo a sus jefes, por aquello de la veteranía guardada en sus domicilios. Dado que en efectivos de tropa raquítica andaba España, los generales se verían obligados a mandar batallones; los coroneles compañías; los tenientes coroneles medias compañías; los coman- dantes secciones y los capitanes pelotones; con los tenientes y alféreces igualados a briga- das y sargentos. En lugar de incrementar el nivel de exigencia en los exámenes de acceso para los as- pirantes a cadetes en las Academias militares, no se puso límite a tan entusiasta alistamiento. Y las promociones de ofi ciales se superpusieron unas a otras. El vientre de la guerra, que en Marruecos abierto estaba y medio lleno parecía, resultó ser tan deforme que dentro cupieron columnas de ofi ciales. Y como jóvenes e impulsivos que eran, muchos acabaron en difuntos héroes. Al ignorarles en sus gestas y modélicos comportamientos, se les mató dos veces; al Ejército se le hurtó su imprescindible ejemplo; a la Nación su admiración y sentimiento por su sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. pérdida; a sus afl igidos deudos el castigo de envejecer entre la indefensión y la amargura.

Aprendizaje largo y mando idóneo (Bernal); buen cadete y mejor ofi cial (Dueñas)

Eías Bernal entró en fi las, como artillero de 2ª (soldado raso) en marzo de 1904, tras «un año y siete meses que permaneció de baja, sin incorporarse al servicio». Es de suponer que por 271 enfermedad o causa mayor (muerte del padre). En agosto de ese mismo año era designado cabo por elección. Nueve meses después le ascendían a sargento, prueba de que el artillero en ciernes entró bien preparado. Sin embargo, tuvo que esperar once años hasta que le as- cendieron a segundo teniente (27 junio 1917) en la Escala de Reserva. Tiempo aquel que no fue en balde a nivel de aprendizaje: sucesivas maniobras en campo abierto y con fuego real. Aunque era un Ejército esquelético en soldados, al menos era un ejército entrenado en sus cuadros de subofi ciales y ofi ciales. Transcurrieron tres años hasta recibir el ascenso —Decre- to Ofi cial nº 193—, al rango de teniente de Artillería (22 agosto 1919). A fi nales de febrero de 1920 era destinado a la Comandancia de Artillería de Melilla, bajo el mando del coronel Francisco Masaller Albareda. Y a Melilla fueron Bernal y su esposa, Isabel Díez de Tardaguila, con la que había casado, en Madrid, el 9 de noviembre de 1911. A primeros de abril de 1921, el teniente Bernal recibió destino y mando sobre la guar- nición destacada en Yemáa de Nador, posición perteneciente a la circunscripción de Dar Drius. Tres semanas de guardia allí, permiso breve en Melilla —la última vez que Elías e Isabel estuvieron juntos— y nuevo mando: en Tazarut Uzai. Al otro extremo del mundo. El último pues- to del fl anco izquierdo del ejército de Silvestre, a pocos kilómetros del Marruecos francés. Allí coincidió Bernal con Dueñas, quien llevaba dos años de operaciones en la zona de Melilla. Entendimiento rápido, distribución de cometidos y a cumplir cada uno como es debido. Francisco de Dueñas había ingresado, con 17 años, en la Academia de Infantería en Toledo. Puso aplicación y obtuvo resultados. Alférez por promoción en junio de 1919, tras corta estancia en el regimiento Valencia nº 23, acantonado en Santander, fue destinado a

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco Melilla. Recorrió el Rif español de punta a punta, pero en franja centrada en la mitad sur del territorio: desde Sidi Bachir, en los montes de Ziata, a las estepas del Guerruao y los montes de Busfedauen, entre cuyos límites se extendía la estepa de Bu Bekker, donde acampaba el grueso del regimiento África nº 68, al que pertenecía. Dueñas había operado con los coman- dantes José Claudio Rodríguez y Juan Romero López, jefes de valía y valerosos —los dos morirán en la tragedia inminente— y aprendido mucho del teniente coronel Ricardo Fernán- dez Tamarit, jefe de hecho del África 68, ya que a su coronel, Jiménez Arroyo, nadie le había visto por Bu Bekker desde el mes de abril. Nadie tampoco le echaba en falta. Dueñas estaba destinado en Loma Redonda, panzudo monte que justicia hacía al nombre. El capitán Pedro Moreno Muñoz, el jefe de Redonda, recibió órdenes de reforzar la guarnición de Tazarut Uzai, constituida por fuerzas de la Policía Indígena. Y hacia el extremo sur del frente marcharon Dueñas y sesenta efectivos de tropa. Ante ellos, un desierto cam- biante: grisáceo y opaco en raros días nublados, amarillo luminoso en años despejados; un cordal de peñascos (macizo de Ben Hidur) cerrando por Levante; una galería de pirámides de diferentes tamaños abriendo huecos a Poniente y, cara al sol del mediodía, accidentado va- cío: el Marruecos francés. Faltaba la artillería y esa la llevó consigo la dispuesta gente de Bernal. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. La dilatada experiencia en maniobras de Bernal y el solvente conocimiento de Dueñas sobre el sistema de posiciones —ciento treinta y cinco puestos—, con sus vicios y defectos, porque virtudes en semejante despliegue ninguna cabía, constituyeron efi caz reaseguro para que Tazarut Uzai fuera posición respetada e incluso temida antes de atacada. La dife- rencia de edad entre ellos, Bernal con 39 años recién cumplidos; Dueñas con solo 22 años, no supuso impedimento alguno. Ambos probaron ser leales entre sí y capacitados jefes para sus 272 tropas. A Uzai llegan el recado del miedo y una orden de retirada. Y se les responde igual: «No»

La noticia de la muerte del general Silvestre en Annual y el desastre habido en el Izzumar, se conocieron en Tazarut Uzai a primera hora de la tarde del 22 de julio. Horas después se supo que el general Navarro, segundo jefe de la Comandancia de Melilla, había llegado a Drius, donde trataba de reorganizar el ejército disperso. En Bu Bekker, por enfermedad de Fernández Tamarit y la persistente ausencia de Jiménez Arroyo, ostentaba el mando el teniente coronel Saturio García Esteban, que nada ordenó que no estuviese implícito en el vértigo surgido: el Rif sublevado y España derrotada, a la vez que justamente castigada por esa nefasta política del amiguismo en la selección de mandos, que consintió el predominio de jefes incapaces o presos del pánico: coroneles Araujo, Jiménez Arroyo y Marina Villares; tenientes coroneles Pardo Agudín, García Esteban y Gómez López (segundo de Araujo en Quebdani), comandan- tes Almeida, Alzugaray y Villar. García Esteban no dio ni una sola orden de contraataque a sus expectantes tropas ni propuso a Navarro plan alguno para reunir ambos sus fuerzas o evitar él mismo verse copado en Bu Bekker. Se limitó a dejar que otros actuasen por él. Y estos fueron los enardecidos rifeños, no su huido coronel. Amanecido el 23 de abril, los reveses se superpusieron: la columna de Romero Orrego abandonaba un incendiado Cheif y su jefe muerto era en la salida; las tropas de Navarro dejaban atrás un llameante Drius y, según avanzaban hacia Arruit, sobrepasaban camiones y ambulancias, metálicas sepulturas abiertas de par en par, con sus ocupantes degollados.

El regimiento Alcántara se inmolaba, carga tras carga, en las orillas del Gan, para evitar la de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco aniquilación de la columna Navarro. Tres mil cuatrocientos supervivientes se repartieron entre Batel y Tistutin, donde se parapetaron. A excepción de Intermedia A, todas las posiciones a la orilla izquierda del Kert, arrasadas. En la costa, Afrau y Sidi Dris sin esperanza resistían. Más allá de la orilla derecha del Kert no había mandos, ni tropas, ni posiciones guarnecidas. Solo cadáveres e impedimenta abandonada hasta donde llegaba la vista. Con descarada facili- dad, las harcas tomaron las cumbres del Gurugú. Monte Arruit, Nador y Zeluán se vieron cercadas, sin evacuación factible ni ayuda viable desde Melilla. La capital del Rif hispano ni en su propia defensa creía. En Madrid se temía su caída. La catástrofe aún podía ser mayor. En Bu Bekker, amanecido el 24 de julio, García Esteban se enfrenta a sus penitentes limitaciones: no sabe qué hacer ni a quién acudir. Ha perdido otra noche sin tomar decisión alguna; las opciones que tuvo el día 22 para reunirse con Navarro carecían ya de sentido; se veía rodeado por el enemigo y sin posibilidad de recibir refuerzos. No tenía más noticias de Jiménez Arroyo, al que suponía desaparecido, pues el 23 de julio, enterado de que había lle- gado a Batel, le llamó para pedirle fuerzas de socorro, planteamiento al cual Jiménez Arroyo replicó con un desdeñoso «resista hasta que le envíe auxilios». Lo ambiguo de tal respuesta y el implícito carácter despreciativo de la misma hundieron el ánimo de García Esteban. Al clarear el 24 de julio, la evidencia de su aislamiento; los acosos que sufría su anillo de posi- sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ciones —Arreyen Lao, Haf, Loma Redonda, Reyen Guerruao, Siach 1 y 2, Sidi Alí, Sidi Yagub, Tamasusint—, más la certeza de que nadie le socorrería, dinamitaron lo poco que de coraje y lucidez subsistía en su mente. A sus 56 años, García Esteban solo pensó en escapar y prote- ger su buen nombre. En cuanto a tropa, hombres tenía: cerca de ochocientos en Bu Bekker, quinientos distribuidos a lo ancho y largo de su circunscripción, más los que estaban en An- nual y allí les atrapó el desastre. Unos mil doscientos formarían en columna para exiliarse en 273 el suelo protectoral de Francia. García Esteban sabía que, al pedir el amparo francés, sus tropas serían desarmadas y arriesgaban internamiento por tiempo indefi nido. Convencido García Esteban de que su única opción para sobrevivir él y aquellos ofi ciales con los que intimaba, residía en abandonar toda la artillería —diez piezas Krupp— y refugiarse en la Zona francesa, once horas antes de dar comienzo el Consejo de Guerra para el que «a las diez de la noche» convocaría a su ofi cialidad, bien por un ofi cial de su confi anza o por iniciativa de otro, conocedor de sus planes de fuga, se aconsejó por teléfono al jefe de Tazarut Uzai que abandonara su puesto y, con su tropa, se uniera a la columna que se formaba en Bu Bekker. Pruebas de este acto, rotundamente punible, se descubrieron, el 7 de julio de 1922, tras solicitar Isabel Díez de Tardaguila, esposa del desaparecido Bernal, que se abriera un juicio contradictorio «por si (su marido) tuviese derecho» a la Laureada de San Fernando. Isabel Díez se apoyaba en los testimonios de tres supervivientes de la guarnición de Tazarut Uzai: Alejandro Benito Juan, Cesáreo Macías y «Francisco» Viñas; error en el nombre de este último, subsanado tras recibirse respuesta al exhorto de citación: el artillero en cues- tión se llamaba Miguel Viñas Santiago. Esta aclaración de nada sirvió, pues Viñas, ya licen- ciado y residente en Ribadesella (Asturias), no llegó a declarar, al igual que tampoco lo hizo Macías. Solo declaró Alejandro Benito, a quien se limitaron a preguntarle su identidad y el nombre de sus compañeros de odisea. Eso fue todo. Sus testimonios sobre la hazaña de Ber- nal y Dueñas preocupaban a los defensores de García Esteban, encausado por el general Picasso. Y se les sepultó al ignorarles. Sus ejemplos y gesta murieron con sus soldados, cau-

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco tivos estos de sucesivas dilaciones, negativas y renuncias cuidadosamente meditadas. En su primera declaración, Isabel Díez expuso, con valentía, el siguiente argumento: «El día 24 de julio de mil novecientos veintiuno, a las nueve de la mañana, llegó el soldado telegrafi sta y le comunicó (a mi marido) que había recibido un telefonema en el que le orde- naban evacuar la posición. Ante tan inesperada orden, preguntó de dónde se lo habían co- municado y que le entregara el telefonema escrito, como está mandado (sic), a lo cual (el telegrafi sta) se excusó diciendo que era como un recado (la cursiva es mía) que le habían dado. Y a pesar de preguntar de dónde procedía esa orden, no se lo decían (por “dij eron”) al notarse (sic) interrupción en la línea (¡!)». El miedo al delito por sus consecuencias penales era la fuerza que interrumpía líneas telefónicas y velaba identidades personales. Horas más tarde, «en vista de los disparos que se oían en dirección a Afsó y no haber llegado el convoy (de suministros desde) hacía dos días, dispuso al personal (sic) en el para- peto para la defensa». Esta parte de la declaración de Isabel Díez avisa del desastre logístico en el territorio, consecuencia de la desidia de Jiménez Arroyo y el atribulado modo de ser que a García Esteban caracterizase: lo dejo todo y me voy. En Tazarut Uzai, sus números de super- vivencia eran estos: comida para dos días a condición de racionarla. De agua, otros dos días como máximo; siempre que se distribuyeran no más de tres cacillos por persona y día. García Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Esteban volvió a la carga contra el resistirse de Bernal. El testimonio del capitán Moreno, jefe de Loma Redonda y del propio Bernal, en su declaración ante Picasso y sus auditores, el 10 de octubre de 1921, lo recordó como sigue: «A la posición de Tazarut Uzai se le ordenó, el día 24 por la tarde, abandonar la posición (en lugar de “la artillería”) e internarse en zona francesa, pero considerándola equivocada, no la cumplimentaron» (folio 1.274 Expte. Picas- so). Aquel recado del miedo y esa orden del pánico recibieron idéntica respuesta: «No». Qué- 274 dense con sus miedos; no cuenten con nosotros para ser cobardes. Fintas de un jefe con espadín, sin armadura moral para defenderse de su mucho miedo

En Bu Bekker se sucedían los despropósitos, uno de estos indicativo de la fl ojeza viril y cule- brera actitud de García Esteban. Sitiado el puesto de Haf, de imperiosa conservación si se quería mantener abierta la pista de Bu Bekker a Drius, la distancia a recorrer (14 km) García Esteban la estima imposible. Cuando hacia allí debe acudir él con toda su columna para reu- nirse con Navarro. Y en previsión de tal movimiento táctico ordenado a Bernal y Dueñas que marchasen hacia el norte, dirección de combate y coherencia táctica, no hacia el sur, direc- ción de huida y vergüenza. En Haf se resiste y con puntería. Rechazado un primer asalto de la harca, a la que se causan «50 bajas en las alambradas» —el telegrafi sta del capitán Mo- reno Muñoz lo entendió al revés («tener 50 bajas»), pero Picasso se dio cuenta del error y como tal, corregido, fi gura en su modélica Instrucción— las peticiones de auxilio de su capi- tán (Rodríguez Chacel) solo reciben respuestas evasivas de García Esteban, proceder el suyo que enerva a varios ofi ciales. Inquieto por las expresiones que ve y los comentarios que oye o deduce, García Esteban convoca informal consejo de guerra. Acuden los ofi ciales disponi- bles, pero el teniente coronel se hace esperar. Y de improviso se presenta con un acta, escrita en un aparte, en la que se hacía constar que «siendo imposible socorrer al puesto de Haf, se autorizaba a su guarnición para que se replegase sobre Zoco el Telatza de Bu Bekker». El teniente coronel pretende que sus ofi ciales fi rmen un documento por el cual él mis- mo se autoexime de toda responsabilidad penal. Su cobardía, deprime; su cinismo, exaspera.

A García Esteban le tienen sin cuidado las cuatro piezas Krupp que en Haf había; los artilleros de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco que las servían y el teniente (Corominas Gispert) que les mandaba; los soldados que de ellas dependían y el otro teniente que allí había (García Ovies) y sobre todo el jefe de la posición, por la brillante defensa que hacía. Hombres y armas, dignidades y vidas. Todo prescindible. Superado el estupor y contenida la ira, unos se niegan a fi rmar y otros fi rman. Dado que ese documento «se perdió» en la caótica retirada que sobrevendría, desconocemos los nombres de los fi rmantes, mientras no hay dudas de quienes protestaron con vehemencia: tenientes Francisco Arenas Gaspar y Arturo Mandly Ramírez, alférez Luis Muñoz Bertet. Ellos fueron los que propusieron que «como habían de matar a los defensores de Haf al retirarse, preferían sacrifi carse con sus tropas y proteger la evacuación». García Esteban, tolerante, se inclina ante esa triada de valentías y las tropas forman para salir bajo un sol de plomo. Para deses- peración de muchos, nadie saldrá de Bu Bekker con el fi n de socorrer a los sitiados en Haf. El tiempo pasa sin resolverse nada. Y esto conviene a los intereses de García Esteban. Es lícito imaginarle allí, en su cuartucho de circunstancias, aparentando revisar la docu- mentación que debía conservarse y la que podía destruirse, cuando su ignominioso proceder es lo único que merecía ser pasado por el fuego del oprobio, pero después de ser conducido ante una corte marcial. García Esteban, que manda sobre ofi ciales que de los tercios de Flan- des pronto demostrarán que descendientes genuinos eran, no pasa de ser un jefe que gusta de sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. desfi les, con su espadín para incordiar, falto él de armadura moral para defenderse de su mu- cho miedo. El tiempo disponible expira y «a las dos de la tarde» se sabe que Haf es posición muerta y su guarnición también: una parte en la desesperada salida; otra en la búsqueda de amparo en las posiciones cercanas —Tamasusint, Tixera, Arreyen Lao—, cementerios y trampas en sí mismas. Inútil acudir adonde solo quedan cadáveres humanos o de acero, esos cuatro cañones Krupp de 90 mm, de mayor calibre que los emplazados en la pirámide de Uzai. García 275 Esteban tiene hombres y ametralladoras. De los primeros, 29 ofi ciales y 722 clases y soldados. De las segundas, cuatro máquinas Hotchkiss, más un cañón Krupp útil de los cuatro de su ba- tería. Incluso dispone de Caballería: los 26 jinetes de una sección del regimiento Alcántara, a su cabeza el sargento Enrique Benavent Duart. Es fuerza sufi ciente para lanzar un contraataque de rescate y resurrección, pero lo que García Esteban no tiene son arrestos, ni respetos a la bandera, ni al uniforme que lleva. Los sitiados en Haf muertos en su sitio quedaron: capitán Er- nesto Rodríguez Chacel, 29 años; tenientes Manuel Corominas Gispert, de 27; Manuel García Ovies, con solo 21 años. Jiménez Arroyo, con su impasibilidad de verdugo, en capilla los tenía desde el 23 de julio. García Esteban, con su pavor recurrente, les ajustició en la tarde del 24 al añadir su visto bueno a la criminal actitud de su fugado coronel. Esas muertes no han prescrito y contra tales jefes aún hoy declaran.

Preguntas en el alcázar de la pirámide antes de cruzar la puerta hacia lo intangible

Tazarut Uzai tiene forma de navío de línea al que le hubiesen tronchado sus mástiles con una 16 salva de artillería bien ajustada, destrozos que las fuerzas de la geología y climatología, com- binadas a lo largo de milenios, se encargaron de reordenar: cubiertas despejadas, amuras recompuestas, amago de recio alcázar en una punta y, en la otra, airoso bergantín-goleta, la avanzadilla. La posición artillaba dos piezas Krupp de acero de 80 mm. Podía montar una batería completa y sobraba sitio. Los Krupp tenían un alcance efi caz de cinco mil metros.

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco Desde Tazarut Uzai eran capaces de dar un susto de muerte a los harqueños agazapados en el llano o reventar un nido de pacos camufl ado en los picachos de Ben Hidur más próximos a la pirámide; incluso interrumpir todo tránsito por la senda que, bordeando esos murallones, conducía hasta Hassi Uenzga, primera posición del Rif de Lyautey. El 25 de julio, cercano el alba, una columna de tropas avanza por la estepa. Orden hay de no hacer ruido. Dirección de marcha: hacia el sur. En el fl anco derecho, un ofi cial se detiene y mira hacia Poniente. La tropa le esquiva. Él sigue mirando hacia un punto fi jo. La pirámide de Uzai. La intuía y vio porque la conocía. Ahí están ese chico salmantino y ese otro madrileño. Ber- nal y Dueñas. Alguien debería avisarles. Ese alguien es García Esteban. El capitán Moreno no puede decidir que salga una patrulla, pero ni olvidará el momento ni las responsabilidades de quien nada hizo: «Antes de amanecer, la columna del Zoco pasaba en retirada por delante de Ta- zarut, que dejaron a cinco kilómetros sobre su derecha en la dirección de marcha, “sin que se cuidase (el jefe de la columna) de comunicarles órdenes”». Pedro Moreno Muñoz se promete a sí mismo declarar sobre lo que ha vivido. Un laureado general encontrará tiempo para escucharle. Al retirarse la madrugada del 25 de julio, la mañana que se esperaba no aparecía por ninguna parte: ni cercanías, ni lejanías, ni proximidades identifi cables ni panorámicas creíbles. Densa niebla gobernaba. La niebla se tornó neblina y empezó a levantar. Primero como recata- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. da por lo que enseñaba y lo mucho que se guardaba; luego atrevida hasta desnudarse por completo y dejar a la vista la tierra entera antes poseída. Y así aparecieron formas que pare- cían grupos de familias camino de zocos en valles recónditos y acabaron siendo columnas de soldados. El sol introdujo imprudentes destellos en bayonetas y fusiles, brillos que a kilómetros se veían. Del sonido nada llegaba, era preciso imaginarlo. Las tropas de García Esteban, des- coyuntadas por la fatiga y hambrientas, se limitaban a arrastrar sus pies. Marchaban en «co- 276 lumna de viaje», confi adas en que los silbidos de la guerra no reventasen sus recuerdos de ni- ñez, esos cariños de madre que lo valen todo y tan en falta se echan llegada la hora de morir malherido y solo. Lo que restaba del regimiento África hacia el África francesa se dirigía. Bajo la luz renacida tras la imprevista derrota de la niebla, iluminada por el sol de Le- vante, convencida de su fuerza y situación, Tazarut Uzai resurge. La pirámide truncada pare- cía el buque insignia de una escuadra triunfante tras batirse interminable noche contra la fl ota enemiga. Amuras de Uzai: repletas de siluetas y comentarios. En el alcázar, los mandos de la pirámide. Con sus convicciones y vacilaciones. Sus hombres les observan. La columna sigue su camino. Los dos ofi ciales no se han movido, su gente tampoco. La columna insiste en su cansino discurrir. Los ofi ciales miran y meditan. Sus hombres se preguntan qué pensarán. Bernal y Dueñas llevan en sus rostros las huellas de esa batalla nocturna de preguntas por separado que, llegada la hora de decidirse, las comparten tanto como les duelen. Hare- mos bien en quedarnos aquí, mientras esas tropas van hacia puerto seguro; tenemos derecho a exigir a nuestros soldados que mueran con nosotros por defender la bandera y honrarla a sabiendas de que otros, delante de nosotros mismos, la deshonran. O es nuestra palabra la que esta tropa defi ende al seguir a nuestro lado porque nos aprecian y respetan, no por mera disciplina. Donde está la línea a nunca sobrepasar; donde el borde a no asomarse jamás; donde el pasadizo a recorrer entre el sacrifi cio asumido y la resistencia consecuente; donde 17 se contiene un jefe en sus imperativos de mando y hasta donde deben seguirle sus soldados; donde encontrar señales en un mar desnudo de referencias; donde coger impulso para saltar al opuesto lado al ver que el mundo entero se hunde; donde ese lugar en el que se deja atrás toda precaución para sobrepasar no ya el miedo, sino el tiempo; donde empieza la sinrazón

insoportable y triunfa la razón deseable, que nos exige la vida como prueba antes de cruzar de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco la puerta de lo intangible, inicio del camino que nos lleve, en un deslizarse que no cesa, hacia ese infi nito ámbito donde se puede ser abuelo antes que niño e hij o antes que padre. Tal vez sea aquí, en este Rif de la ira, el dolor y la sangre, donde haya que dar un paso al frente. Un paso con nítida memoria de lo vivido y sentido; un paso sin pesadumbre por lo no alcanzado y ni siquiera acariciado; un paso en el aire que no en el vacío, dejándose caer sobre traslúcidas nubes; un paso conteniendo la respiración, pues es posible morir y respirar muriendo; un paso de respeto y humilde perdón hacia cuantos padezcan nuestra pérdida; un paso para honrar a un ejército que puede ignorarnos e incluso aborrecernos porque denun- ciamos a quienes renunciaron a ser militares y, en su cobardía, muerte dieron a sus propias tropas; un paso para besar a la mujer amada sin que tanta distancia cuente ahora y lo mismo para los hij os habidos o soñados; un paso para reafi marse en el convencimiento de lo que se hace y por qué se hace; un paso fraterno hacia cuantos quisieron saltar y no les fue permiti- do, pues antes los degollaron o decapitaron; un paso en consideración a la propia conciencia torturada por lo mucho que tributarán nuestras familias, inermes ante la orfandad o viude- dad impuestas por nuestra voluntad. Es este el precio de ser militar, de ser un hombre, de ser un patriota, de creer en unos principios, de ser fi el a uno mismo. Si en verdad es así, se acep- tará el pago en primera persona, no en nombre de nadie y menos de la familia, indefensa sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ante estos sacrifi cios, que no comprende ni comprenderá. Y se pedirá a la patria por llegar, porque la existente vaciada ha sido para que nada procree ni sienta vida alguna en su seno, que esa patria oculta bajo horizonte tan indigno respete esta prueba de fe y la reconozca en nuestros deudos, en la justicia que esperan recibir de lo que nosotros aquí demostremos. Porque si no lo hiciera, nunca más habría una patria llamada España. Y entonces que se queden con la patria estéril los que la esterilizaron en su provecho y sus hij os si los tienen. 277 Ejército de desaparecidos que van a más y juicio de un instructor sobre penosa retirada

La última columna española en el Rif busca refugio en país neutral para no combatir. Han pasado seis compañías, entre ellas una que podría ser la de ametralladoras. Siguen la sépti- ma, octava y novena. Compañías o parecidas. Sin artillería, ni Caballería que escolte sus fl ancos. Y el caso es que, entre tanta gente a pie, jinetes se ven. Ágiles y perseverantes, bor- dean las fi las de la desordenada infantería. Muralla móvil, fl ameante como una bandera; que anima y protege. Pudiera ser la tropa del sargento Benavent Duart. Al ser del Alcántara, su sección vale por un escuadrón. La columna sigue adelante envuelta en su desasosiego, can- sancio, sudor y polvo. No se da cuenta que las laderas de los montes empiezan a moverse. No son desprendimientos, sino regueros de hombres armados, que confl uyen en el llano. Apare- cen grupos a caballo. Los metalzis, maestros en cargar con forma de media luna y a nadie perdonar. El cerco encaja como pestillo en cerrojo. Descargas, gritos, ayes de muerte; órdenes inaudibles y obediencias cumplidas por cuantos deciden morir en pie. La columna, desesperada, busca dónde guarecerse y cómo defenderse. Para lo prime- ro no hay lugar factible, para lo segundo ya es tarde. Sombra inmensa vela el sol. Las harcas adquieren forma de águila, que despliega sus alas para contener la velocidad de su descen- so mientras adelanta sus garras. La columna muerta se ve y alza sus brazos en gesto intuitivo de defensa. El águila del Rif pliega sus alas con seco chasquido y golpea a su víctima que, ovillada, rueda por el suelo. El pico curvo cae cien, doscientas, trescientas, seiscientas, hasta

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco setecientas veces sobre otros tantos cuerpos, matándolos. Las garras los trocean, pero en la boca del águila ninguno acaba. Quedan para las alimañas, con forma humana o sin ella. Primeras horas de la tarde del 25 de julio. Exigencias y límites han quedado atrás. Es momento para correr hasta reventar o gritar basta. Y decirse unos a otros: sí, muramos aquí. Los tenientes Francisco Arenas Gaspar y Arturo Mandly Ramírez caen, en desesperado force- jeo con el enemigo, junto a sus soldados. Francisco Arenas falleció, con 25 años, sin saber que su hermano Félix, de 29, había muerto defendiendo la cuesta de Arruit. Arturo Mandly fue propuesto para póstuma Laureada, que no le fue reconocida, siéndole concedida por cuan- tos le vieron pelear hasta el fi nal. Tenía 40 años. Otros luchan y mueren entre las estribacio- nes del monte Bubris y las avanzadillas de Hassi Uenzga, posición francesa. Es un grupo de ofi ciales y los hay de excepción: capitanes Francisco Asensi Rodríguez y Manuel Anise de Lucas, teniente Fernando Núñez Chavarría, alférez Nicolás Alderete Heredia. Asensi tiene 25 años y una brillante carrera por delante, que en ese muro francés, del que ninguna mano salió para prestarles ayuda, momifi cada quedó. Manuel Anise, 23 años; Fernando Núñez, 24, Nicolás Alderete, 22 años. Hitos de una ofi cialidad sacrifi cada bajo el doble hachazo de lo negligente y lo miedoso. El teniente Ramón Mille Villelga, que llevaba con- sigo «las actas del Consejo de Guerra» donde se votase a favor de la retirada, pérdida que Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. García Esteban capitalizará para su autoencubrimiento, a su vez desaparece. Tenía 29 años. De ese ejército de desaparecidos, que es defi nición vigente no solo pertinente, pues por su tercera parte iba en esos días de julio y aún le quedaban dos partes más a soportar hasta el 9 de agosto; dado que hablamos de soldados españoles y no solo de ofi ciales, pero de los primeros siendo tantos —de nueve a diez mil— sabemos los nombres pero no de todos, citemos a los segundos, que en los anuarios militares siguen: capitán Apolo Lagarde Leyva; 44 278 años; tenientes Aurelio Arenas Molina, de 38, Francisco Fernández Getino-Suárez, 28 años, José Herrera Balaguer con la misma edad, Juan Mestre Martorell, 21 años, Jesús Benito Mar- tínez y Basilio Salama Miguel, 29 el primero y 28 el segundo, pues amigos fueron y juntos a caballo cargaron hasta perecer. Sumamos a Enrique Benavent Duart, sargento del Alcántara, quien a sus 30 años se portó como si fuese jefe de escuadrón. Y gran capitán fue. Víctimas todos de esa calculada retirada, que García Esteban llevaba metida en su cabeza desde el 23 de julio, cuando Jiménez Arroyo, indiferente a la suerte que corriera su regimiento, volvió a sus asuntos: salvar a su hij o, salvarse juntos y salvar su buen nombre. Haciendo trampas ganó las dos primeras partidas, la tercera ni con todas las trampas del mundo pudo ganarla. El teniente coronel García Esteban, desde Hassi Uenzga, cursó inexacto parte de cam- paña, que resultó ser parte de defunción colectiva para su regimiento al estimar que «pudieron llegar (aquí) unos cuatrocientos supervivientes de la columna de nueve compañías, habiendo desaparecido el resto, que esperaba fuese incorporándose (la cursiva es mía)». Se supone que en forma de desapariciones, pues muertos yacían en sus casi dos terceras partes. Si aún hoy nos duele cinismo y descaro de tal porte, poco cuesta imaginar lo que sintieron Picasso y Be- renguer. Picasso se mostró comedido al defi nir aquella marcha como «desastrosa retirada». Picasso fue más preciso y en defi nitiva más duro, cuando escribió: «Es de notar la fl ojedad, desmoralización y desaliento que acusa esta retirada en el recorrido de una corta jornada, arrollada y acosada por el enemigo que la persigue (...) pero inhábil o impotente el Mando (con mayúscula en el original) para tomar contra él (en vez de “el adversario”) las aconsejadas disposiciones del caso; sufriendo el extravío y dispersión de buena parte de su gente y graves pérdidas, cifradas, en conjunto, en la mitad o más del efectivo de la columna, con abandono de las bajas como del material y armamento, acogiéndose al territorio fronte- de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco rizo los maltrechos y desordenados restos de estas fuerzas, ajenos a todo resorte de mando (la cursiva es mía)». Le faltó a Picasso precisar que los resortes de mando eran dos y rotos ambos: el de Jiménez Arroyo, deshecho desde abril de 1921; el de García Esteban, quebrado desde la noche del 22 de julio cuando perdió, adrede, la única posibilidad que tenía de llegar a Drius con sus tropas —incluida la guarnición de Tazarut Uzai— y unirse a las de Navarro. El alférez Luis Muñoz Bertet, de 22 años, sobrevivió. Le quedó la inmensa pena de ser testigo o saber de la muerte de sus compañeros y la frustración de que el jefe de tan sangrienta retirada se considerase con méritos para solicitar, el 20 abril de 1931, su ascenso a «general de brigada honorario»; seis días después de proclamada la Segunda República. «Don Saturio» debió pensar: ahora o nunca. Y acertó. Muy desacertado estuvo Manuel Azaña Díez, fl amante ministro de la Guerra, quien fi rmó el Decreto de concesión de rango no ya inmerecido, sino in- sultante para tanto muerto y tanto deudo. Azaña probó no tener ni idea de lo ocurrido en Bu Bekker. Debió hojear el Expediente Picasso —la edición de Morayta en 1922— y se consideró cumplido al conocer lo esencial de la tragedia; cuando la Instrucción del laureado general está a rebosar de esencialidades, de las que aquí se exponen algunas de las más tremendas. No se puede ser ministro de nada sin antes saber una parte, al menos, de lo que concierne a la carte- ra ministerial que se luce, ni lo que contiene dentro, así sean mentiras o verdades como puños. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Muñoz Bertet, entonces teniente de la Guardia Civil, algo así pudo pensar.

Morir solo en parte, residir en la eternidad: medianoche del 25 de julio en Tazarut Uzai

Lo que sigue es la reconstrucción de las últimas horas del teniente Bernal y el alférez Dueñas junto con los suyos, en base al testimonio de los artilleros supervivientes —Benito, Macías y 279 Viñas—, que narraron estos hechos a Isabel Díez de Tardaguila y esta resumiera en su solici- tud (7 julio 1922) al comandante general de Melilla, para que instruyera procedimiento en favor de su esposo, el teniente Bernal, por si méritos tuviera para concederle la Laureada. «A las cinco de la tarde empezaron a hostigar la posición». Los cañones de la pirámide se manifestaron en toda su violencia y su efecto quedó a la vista: cuerpos inmóviles o arras- trándose en demanda de auxilio. Una parte de la harca fue a socorrerles, las otras se atrin- cheraron y abrieron fuego contra los parapetos de la pirámide. Graduadas al efecto las alzas de los Krupp, sus granadas silbaron hacia ese perfi l atrincherado de forma somera, arrasán- dolo. El cruce de fuegos desigual resultaba, con ventaja para la técnica artillera de Bernal. Los pacos poco podían hacer y a los tiradores de Dueñas les era fácil localizarles desde su atalaya. El primer choque acabó en victoria de la pirámide. La moral de la guarnición se fue arriba en forma de vítores, manteniéndose calladas las fuerzas de Policía Indígena. No po- dían celebrar la muerte de su gente. Y no por considerarse ellos guerreros a sueldo de otro, sino porque el Rif en armas se presentaría en Uzai y les exigiera cuentas de familia. Hubo más intentos, sin llegar al asalto frontal. La harca pretendía desgastar la resisten- cia española sin derramar ella su sangre con el fi n de agotar la reserva de granadas rompedo- ras y de metralla de los Krupp. Bernal y Dueñas recordaban a sus hombres que «aprovechasen todo lo que se pudiese las municiones» (declaración de Isabel Díez). Al declinar la tarde, la pausa se afi rmó. Mientras se repartía el segundo rancho y la ansiada ración de agua, Bernal y Dueñas revisaron la posición y la lista de bajas: muertos la mayoría, heridos pocos. Los metalzis y benibuyahidíes no habían perdido puntería. Los fallecidos fueron sepultados en un ángulo de

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco la posición. Tierra que no se deja perforar y ofi cio de difuntos que no se puede terminar por la emoción. El teniente y el alférez dibujan un croquis del emplazamiento de esos cuerpos. Están obligados a precisar donde yacen para, otro día, ofrecerles digna sepultura. Aún piensan so- brevivir. El día fallece. Falta vencer a la joven noche que medio cuerpo asoma. En la tarde que se extingue, cabe imaginar a Bernal y Dueñas, con algo de comida en una mano y la otra abierta para estrechar despedidas con los suyos o abrazarles. Inspección pausada, afi rmada en la veteranía de quien ha sobrevivido a defensas y contraataques siendo el más joven, Dueñas. Sus consejos fueron órdenes: fuera las cartucheras para que podáis disparar tumbados; los cajones de municiones para los Máuser, abiertos; meteos en los bolsillos nueve o diez cargadores, no más porque no podréis moveros y lo que cuenta no son los cartuchos que se tienen, sino acertar cada disparo; fuera el tahalí de la bayoneta y el machete a la espalda, sujeto por el cinturón; las granadas de mano en manos de quienes sepan su manejo y no tengan reparo en usarlas; las de- más, semienterradlas y señaladlas con piedras; los mejores tiradores repartíos los fusiles de los muertos por si los vuestros fallaran; pintad con cal, si es que nos queda y en trazo horizontal a media altura el parapeto por dentro, como referencia de tiro sobre esa línea de primera defensa; tened en cuenta que van a entrar, así que hay que pararles antes de que lleguen a los cañones; nos defende- remos de forma escalonada, por hileras de fusileros, una ahí, otra más arriba y la última allí, para Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. cubrir la batería y a nuestros artilleros. Olvidaos del miedo, estaré con vosotros y aquí me quedaré. Al hacerse noche cerrada se hizo evidente que la defensa de Tazarut Uzai afrontaba su último desafío. Alrededor de la pirámide truncada la tierra hervía: de rumores y ruidos, de masas y sombras, de intenciones y desquites. Todo harqueño no harto de matar anhelaba poseer a la invicta. La guarnición de la pirámide nada y todo presentía. No cabían pactos con tantos muertos de por medio. Vencer era imposible, rendirse es morir solo de pensarlo, luchar 280 entonces. Para huir dónde, para seguir así hasta cuándo, si esta guerra durará años. Solo nos queda pelear mientras se pueda escoger la forma de morir. Bernal y Dueñas animan a sus hombres. Se vuelcan con los dubitativos policías, que forman corro y les escuchan. La oscuri- dad les permite ser sinceros. No creen en salvación alguna bajo la bandera española. Unos y otros se enfrentan a decisiones extremas: los policías, disparar contra ofi ciales que merecen su respeto. Bernal y Dueñas, ordenarles que entreguen sus armas para que no maten por la espalda a sus soldados. La pirámide de Uzai se asoma al abismo. Y quienes la defi enden sienten la succión de esa profundidad palpitante, que les llega desde el fondo del universo, olas sin agua ni pausa que les entran por la boca y les arrebatan el aire de la vida. Hubo un primer asalto nocturno, que fue rechazado. Arrancados o tronchados los esta- cones de las derrumbadas alambradas, se luchó a un lado y otro del parapeto. Combate a bombazos, fusilazos y pistoletazos, salpicados de soeces insultos e hirientes desplantes. La guarnición resistió, pero sus fi las clarearon; la harca se mostró igual de brava y tributó con dureza, sin que tales quebrantos, ínfi mos para su bloque de guerreros (seiscientos o más), la hicieran fl aquear. «A las doce aproximadamente de la noche y después de hacer retroceder al enemigo, dándose cuenta que (los policías) intentaban abandonar la posición, en un momento de heroísmo y con pistola en mano, pudo restablecer el orden a su autoridad (sic) y alentarles para defender (la posición) hasta perder la vida» (declaración de Isabel Díez). El valor extremo produce tanto miedo como el pánico al convertirse en furor. Bernal y Dueñas, arropados por su gente, debieron optar por la única salida: que el contingente desafecto marchase en paz. Sin transición, el asalto defi nitivo. En su acometida, la harca se come media pirámide, pero quedan sus defensores, pirámides en sí. Se pelea cuerpo a cuerpo, a tientas y por instin- to. A bulto se da muerte al contrario mientras se encajan sus heridas en una esfera de fogo- de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco nazos, gritos y machetazos que no cesa de girar. Atacantes y defensores abrazados caen. Dueñas y Bernal uno mismo son. Sus leales menguan a cada gumiazo o tiro a bocajarro que se los lleva. A los ofi ciales se les percibe dispuestos a morir. Artilleros y soldados supervivientes se apartan de ellos. Tanto retar a la muerte, tanto repudiar a la vida, sobrecogen. Dueñas con su pistola en una mano y tal vez el machete en la otra; Bernal «con las tres granadas que le quedaban y una dotación (un peine de cinco balas) para su fusil», se lanzan a la hoguera de las ansias y furias entrecruzadas. Matan y son muertos, sin ellos así admitirlo. Tres de los artilleros les ven tambalearse. Cómo es posible aguantar tanto. Reacios a verles caer para acabar rematados en el suelo, Alejandro Benito, Cesáreo Macías y Miguel Viñas retroceden; pasan bajo los Krupp, cuyos tubos sienten calientes; se topan con unas fi - guras apiñadas y cuando unos y otros van a clavarse bayonetas y navajas, se reconocen: soldados de Dueñas, artilleros de Bernal. Dudan qué hacer. Todo alrededor les parece adver- so: campo lleno de enemigos; alaridos de los heridos en degüello; el ulular de los vencedores. Y todo deriva en consecuencias aliadas: ladera tentadora y olvidada por la harca, desliza- miento por una hendidura, escapada que a nadie alerta y arribada sobre tierra despejada: a la izquierda, las siniestras murallas de Ben Hidur, a lo lejos, tenue perfi l recortado sobre ejér- citos de pacífi cas estrellas. Allí está Hassi Uenzga. Francia y la vida. Benito, Macías y Viñas sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. junto con sus cuatro camaradas sin nombre, cruzaron los campos del desastre y revivieron; «llegando a Melilla a mediados de agosto» (declaración de Alejandro Benito, 17 agosto 1922). Elías Bernal y Francisco de Dueñas cayeron en un magma de iras y rabias, no de odios ni venganzas. Murieron solo en parte, pues su morir les llevó a residir en la eternidad. La de los ejércitos y los pueblos, que ejércitos son al fi n y al cabo, por cuanto les compete resistir al mal gobierno y a la deserción moral de tantos. Y para eso hay que ser militar e incluso héroes. Que- 281 dan ambos como lo que fueron: los hombres-pirámide de Tazarut Uzai. Sus cuerpos no serán identifi cados en aquel mar de muertos que García Esteban y Jiménez Arroyo dejaron tras de sí. Esa no identifi cación fehaciente nos permite identifi carnos con todos los caídos en Kelaia, Oriente del Rif, donde todavía el sol sale por donde saliera aquella mañana del 26 de julio, con la pirámide de Uzai cubierta de cadáveres y fenece, sin llegar a morir, por donde se ocultase aquella tarde del 25 de julio, última de sus vidas, primera de la nuestra; porque quien esto es- cribe renace en estas búsquedas y los que me entienden, conmigo renacen también.

Vía crucis de un expediente: verdades admitidas y «documento-bomba» que no estalla

Menos de un año después de la epopeya habida en la pirámide de Uzai, la todavía no viuda legalizada del jefe de aquella defensa, a un general de división le solicitaba: «ruego a V. E. se digne ordenar la apertura de juicio contradictorio por si en vista de lo expuesto mi esposo tiene derecho a la Cruz Laureada de San Fernando. Gracia que no duda en alcanzar del magnánimo y bondadoso corazón de V. E. cuya vida guarde Dios muchos años. Melilla, siete de julio de mil novecientos veintidós. Isabel Diez de Tardaguila». Aquel «magnánimo y bondadoso corazón» era el de Julio Ardanaz Crespo, comandan- te general de Melilla desde el 12 de abril de 1922, tras relevar a Sanjurjo. Ardanaz se mostró diligente con el caso Bernal, luego creía en la causa de la solicitante, sin duda tras haberse él mismo informado. Veinte días después de la solicitud que Isabel Díez fi rmase, el capitán

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco Rafael del Castillo Martínez recibía un ofi cio de su propia Comandancia de Artillería, fi rmado por el coronel Cisneros, donde le comunicaba, «vía el Señor General encargado del despa- cho de la Alta Comisaría, en escrito de 17 del actual (mes de julio) me dice: disponga la in- coación del expediente previo que determina el artículo 40 del Reglamento de la Real y Militar Orden de San Fernando a favor del personal que se consigna al margen, para que se nombre juez que instruya el expediente que se ordena (...) y siendo usted el designado, lo traslado a V. para su conocimiento y cumplimiento». Ardanaz había informado del asunto al general Burguete, alto comisario en Tetuán desde el 15 de julio, cuando relevó a Berenguer. Ardanaz, a sus 52 años, mostraba un empuje digno de un capitán de Estado Mayor, Cuerpo del que procedía. Burguete, a sus 51 cumplidos en mayo, parecía un teniente recién graduado en Toledo. En tres días, Melilla y Tetuán estaban enteradas de la gesta de Bernal y la apoyaban. Nunca supo Isabel Díez cuántas y tan altas simpatías movilizó su causa en tan poco tiempo. Ese ejército activo, honesto y consecuente, representado por Ardanaz y Burguete, en- contró en Rafael del Castillo, de 34 años, a un digno y efi caz defensor de tales preceptos. Al día siguiente de recibir el ofi cio del coronel Antonio Cisneros Delgado, el capitán artillero había encontrado «secretario» en la persona del soldado Melchor Rotger Simó. Su buena le- tra tumbada, al estilo caligráfi co de la época y su respeto a los acentos, convencieron a del Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Castillo. Porque imposible era que hubiese expediente y desde luego juicio si no se entendía la letra del soldado secretario. Se dio prisa el capitán en citar de nuevo a la solicitante, prisa complementaria puso el secretario, pero aun así cerca estuvieron de no encontrar a Isabel Díez en Melilla, pues se volvía a su casa de Madrid, en el distrito de Buenavista. El 6 de agos- to declaraba Isabel Díez de Bernal (así en adelante), ratifi cándose en todo lo afi rmado el 7 de julio anterior. Al preguntarle el capitán «por qué motivo no elevó, dentro de los plazos que se- 282 ñala el artículo treinta y nueve del Reglamento de la Orden de San Fernando la instancia de referencia», Isabel dij o que «no lo solicitó antes porque no tenía conocimiento, ni aún lo tiene, de la suerte que corriera su esposo, toda vez que los individuos supervivientes que ha podido ver (seguían los nombres de Benito, Macías y Viñas), cuando los moros asaltaron la posición el día veinticinco de julio del año anterior (...) allí quedó su esposo con otro ofi cial del regi- miento África de Infantería, apellidado Dueñas, y al ignorar si había sido propuesto (su mari- do) para la recompensa que ella solicita, en vista del tiempo transcurrido y sabiendo por di- chos individuos (en vez de “artilleros”), que el comportamiento de su esposo fue heroico, decidió elevar la instancia en la que se ha ratifi cado, sin que conociera el articulo 39 del re- glamento de la Cruz (sic) de San Fernando». Razones escuetas, como la realidad conocida. Un ejército desvanecido. Con unos quinientos cautivos en manos enemigas; tres mil muertos sin identifi car enterrados en Arruit, más los quinientos hallados en Zeluán y los novecientos en Quebdani. Sin olvido de ese ejército de los dos mil cuerpos insepultos entre Afrau, Sidi Dris, los ba- rrancos del Izzumar y el anillo de puestos en torno a Ben Tieb y Kandussi. Más los mil quinientos que yacían entre las sierras de Bufahora e Issen Lassen, las estepas de Bu Bekker y las orillas del Muluya. Un ejército de ausentes, con nueve mil o diez mil nombres en falta de sus familias. Y una columna de supervivientes, de la que unos pocos cientos declararon ante el general Picasso y su equipo de au- ditores, narrándoles las infamias que en primera persona padecieron o vieron cómo otros las sufrían y bajo tales castigos perecían. Queda esa otra parte de la columna sobrevivida, que no declarará jamás sobre los hechos habidos en los que ellos fueron protagonistas o testigos. No declarar por el miedo a decir la verdad unánime siendo escueta; la verdad que abofeteaba apellidos de rango mi- litar; la verdad callada por temor a quedarse de sargento para toda la vida o perder el empleo de capitán dignamente conseguido. Todo ello por un reglamento para hazañas laureadas de cuando de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco los ejércitos entraban en batalla y podían resultar victoriosos o vencidos, pero no desaparecer en bloque, como si jamás hubieran existido, como le sucedió a Silvestre y a su ejército perdido. A estos fi nes clásicos respondía el Artículo 39 de la Orden de San Fernando: «Si trans- curridos diez días de la acción, el general, jefe, ofi cial o clase, individuo de tropa o marinería, que se considere acreedor a la Cruz de San Fernando, no ha recibido notifi cación de haberse abierto el juicio contradictorio, podrá solicitarlo en un plazo de cinco días más». Quince días para, si no se está prisionero ni se yace inconsciente en la cama de un hospital, solicitar justicia por la hazaña realizada. Quince días para todos, héroes sobrevivien- tes, viudas sufrientes o atribulados padres de tales héroes. El plazo justo era en tiempos de Isabel II, pues de 1862 fue el cuarto Reglamento. En 1921, vigente el quinto Reglamento de la Orden de San Fernando, de 5 de julio de 1920, en todo lo concerniente al Rif responsable de la mayor derrota de la España contemporánea, ese plazo no valía para otra cosa que no fuese olvidarlo. O sustituirlo por el siguente artículo, el cuadragésimo, cuyo prudente redactor pensó que los ejércitos no solo desfi lan y duermen en sus casas o cuarteles, sino que pueden residir en la eternidad, aunque algunos en este mundo prefi eren mejor el limbo, con el cual no se cono- ce comunicación alguna. Y así no les molestarían esos ejércitos de difuntos, mientras que sus almas sí, pues problemas dan al ser parte de la vida de las personas y los pueblos. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Artículo 40 de la Real y Militar Orden de San Fernando: «Una vez transcurridos los plazos que fi ja el Artículo anterior, solo podrá admitirse y tramitarse la solicitud de la Cruz de San Fernando cuando se disponga de (sic) Real Orden, previa la formación de un expediente en el que quede, plenamente demostrado, a juicio de la Asamblea (de la Orden), la existencia de una causa legítima que haya impedido, en absoluto, al interesado (o familiar directo) a formular su petición antes de la fecha en que haya presentado la correspondiente instancia». 283 Ahí estaba la puerta para la concesión de esa Laureada y bien abierta: un ejército de fallecidos; un héroe ausente que no cesante en sus méritos; una viuda que no fue informada de la desaparición de su marido; unos testigos que le vieron luchar y morir como un bravo entre los bravos, un lugar de epopeya identifi cada, pero a la cual no había sido posible vol- ver —será en 1925 cuando se consiga retornar a Tazarut Uzai— y un capitán artillero, que sabe de estas ofensas administrativas y está obligado a subsanarlas, incluso a sublevarse contra ellas. El capitán Rafael del Castillo lo tiene claro: a Isabel Díez de Bernal nadie le ha dicho nada de si su marido está vivo o muerto, prisionero o secuestrado (que unos cuantos hubo). El 28 de agosto de 1922, solo tres semanas después de declarar Isabel, las cosas empiezan a cuadrar: llega un ofi cio del comandante general de Melilla, por el que Ardanaz manifi esta que «el teniente don Elías Bernal González, se halla en situación de desaparecido». Falta saber si alguien la informó del caso y no fue tal. El capitán se entera, pero el documento acreditativo de tal silencio no le llega o se pierde en bolsillo ajeno. Del Castillo no espera más y ese mismo día 28 de agosto redacta un Escrito de Conclusiones, que hace llegar al general Ardanaz y en el que, tras recapitular sobre lo declarado por Isabel Díez de Bernal y los tres artilleros que la informaron, del comandante general de Melilla el capitán se despide como sigue:

«En consideración a lo expuesto y creyendo terminado el presente expediente previo, el Juez Instructor que suscribe es del parecer que las razones alegadas por la interesada son completamente admisibles, por lo que podría disponerse la apertura

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco del juicio contradictorio solicitada. V. E. no obstante, resolverá. Melilla, 28 de agosto de 1922, Rafael del Castillo.»

El capitán artillero deja su batería en Melilla y sube a bordo de un cazasubmarinos. Sus ene- migos sumergidos: los que encubren a García Esteban o no le dan los papeles que él reclama. Del Castillo padece agudo sobresalto: Ardanaz cede su puesto al general Carlos de Lossada, quien toma posesión el 4 de septiembre. La incertidumbre acaba antes de lo que imaginaba. El 11 de septiembre, Lossada fi rma su «Conforme» para que el expediente Bernal pase al «Exmo. Señor Alto Comisario de España en Marruecos»: Burguete sigue en Tetuán; lee el escri- to de Lossada y lo hace llegar «al Auditor General de este Ejército de Operaciones para su dictamen». Transcurren cinco semanas, que el capitán artillero pasa en ascuas, pero el 16 de octubre de 1922, Ricardo Burguete estampa su modernista fi rma —en todo alejada al gusto de la época, propia de un militar tipo art nouveau como lo era él—, en texto que dice: «Conforme con el decreto auditoriado que antecede y a los fi nes del artículo 40 del Reglamento de la Real y Militar Orden de San Fernando, remítase este expediente previo, con respetuoso escrito, al Exmo. Señor Presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina para la resolución que aquel Alto Cuerpo estime, como Asamblea de la Orden. Ricardo Burguete.» Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Por fi n la tenemos, debió decirse el bueno de Rafael del Castillo. Con el artículo 40 por bandera, el teniente Bernal tendría su Laureada y su todavía no viuda el alivio bien peleado. Pero ¿dónde estaba la prueba que validaba el recurso a ese fundamental artículo 40? Porque en la relación del expediente, que hiciera el soldado Rotger, aparecen 34 folios por una cara y los famosos «vueltos» (cara inversa), que en el folio 34 vuelto acababan. Faltaba el «folio 30», llave maestra para penetrar en las habitaciones de lo conjurado y canallesco. Y 284 llave que dentro quedó. Pero con fecha siete meses después de su lógica entrada. Dado que las llaves no vuelan por sí mismas, alguien la hizo volar desde un expediente a un despacho y años más tarde la volvió a colocar en su lugar, pero sin preocuparse de incluirla en la relación, que aún hoy actúa como testigo de cargo. Ese «folio 30» tan viajero, que exhibe membrete de la Comandancia de Artillería de Melilla y el número «8.985» de salida, con fecha 22 de marzo de 1923 y la fi rma del mismo coronel Antonio Cifuentes Delgado, decía y dice así: «Consecuente a su escrito de fecha 14 del corriente, tengo el gusto de manifestar a V. que en esta Comandancia no existen antecedentes que acrediten se le diera conocimiento ofi cial a la Sra. del Teniente DON ELÍAS BERNAL GONZÁLEZ (en mayúsculas en el original), de haber desaparecido su esposo. Dios guarde a V. muchos años. Melilla, 22 de marzo de 1923». Y debajo la fi rma, inequívoca en su identidad y validez: «Antonio Cisneros». Y al pie, el desti- natario: «Capitán juez instructor de esta Comandancia, Don Rafael del Castillo Martínez». La bomba del capitán artillero llevaba dos cargas: una la que a él le convenció de que Isabel Díez de Bernal justa causa defendía al no haber sido informada de nada ni por nadie; otra la que retuvo ese documento y no lo pasó a la relación, pero sí conocieron los generales Lossada y Burguete, porque si no hubiese sido así ni el primero se lo hubiera enviado al se- gundo, ni este lo habría remitido al Consejo Supremo de Guerra y Marina. Burguete, aparte de laureado, era general ilustrado en reglamentos y articulado de los mismos. Las preguntas se superponen. ¿Por qué ese «folio 30» no fue relacionado en agosto de 1922 y cómo pudo darse olvido en el capitán del Castillo sobre prueba tan decisiva? ¿Acaso hubo un «folio 30» fechado en agosto de 1922 y se perdió por azar o lo sustrajeron? ¿Cómo es posible que el documento fi rmado por el coronel Cisneros lleve fecha del «22 de marzo de

1923», cuando un general de división (Lossada) y un teniente general (Burguete) estaban de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco convencidos, el primero en septiembre de 1922 y el segundo en octubre de ese mismo año, de la justicia de la causa reclamada por Isabel Díez de Bernal? ¿Pudo haber dos expedientes, uno incompleto y otro bien hecho, que fue el que conocieron Lossada y Burguete? ¿Marchó el expediente de Bernal a Madrid sin ese prioritario «folio 30» o simplemente lo ignoraron al considerarlo irrelevante, aunque fuese el que Cisneros fechase aquel 22 de marzo de 1923?

«Defecto de forma»: los héroes no son honrados para no deshonrar a los que huyeron

El expediente con la solicitud de la esposa de Bernal atravesó despachos y antedespachos, dejándose en cada uno de ellos zigzagueante herida sin sangre y fea cicatriz sin cerrar. En esas encalladuras, siempre la misma vía de agua que al hundimiento de la causa forzaba: petición presentada fuera de plazo. Los quince días de rigor. Como si 1921 fuese año borrado del calendario militar cristiano. Y al no haber sucedido nada en el Rif, nada podía alegarse. Entre puerto y puerto jurídico-procedimental, allí quedaron fondeados los nombres de los testigos de la gesta: los artilleros Benito, Macías y Viñas. Fuera de plazo y de aquel mundo. Alejados con alevosía, pero sin nocturnidad, porque tan perversas cosas a la luz del día y en plena oscuridad de las conciencias se hicieron. Fuera de plazo la terca viuda del héroe, apla- sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. zados a perpetuidad sus testigos. Pero el expediente Bernal probó ser tan resistente como su titular. Y así fue cruzando páramos ministeriales y opacidades diversas hasta recabar en el inconcreto Consejo Supremo de Guerra y Marina. En Madrid esperó sentencia, que en cues- tiones laureadas suele dictaminarse antes del juicio. Final sin duda. Todo ello en función de si subsistían los denominados defectos de forma, versión española de los emboscados pacos, pues en cuanto aparece uno, muerto en el acto queda alguien en las fi las opuestas. 285 El 7 de marzo de 1925, a seis meses vista de los desembarcos previstos en Alhucemas, el fi scal militar, Paulino García Francos, depositaba en el Registro General del Ministerio de la Guerra el «expediente previo de juicio contradictorio para la concesión de la Cruz Laurea- da de San Fernando al teniente de Artillería (fallecido) don Elías Bernal González a instancia de su esposa, doña Isabel Díez Tardaguila». El expediente al fi n llegaba a puerto, pero censu- rado; esto es, denegado a propuesta de quien razonaba tal rechazo, el teniente coronel de Artillería García Francos, quien el 7 de enero de ese mismo año cerraba el paso a la Laureada bien ganada por quien fuese primer jefe de la pirámide de Uzai. En su acusación, a García Francos no le importó aceptar que el teniente Bernal hubiera «muerto gloriosamente en la defensa de Tazarus (sic), zona de Melilla, en los últimos días del mes de julio de 1921». Tampoco le importó redactar mal y equivocarse de fecha, como decir «Produjo (sic) la recurrente (sic) su instancia en 7 de agosto de 1922»; cuando fue un mes antes y esa fecha era la ratifi cación de la solicitante de lo por ella reclamado el 7 de julio anterior. Isabel Díez de Bernal ni fue recurrente entonces, ni lo era en 1925. Afi rmado en sus intenciones, García Francos insistía en el defecto de forma subsistente: «... transcurrido el plazo que señala el artículo 39 refor- mado por el Real Decreto de 3 de mayo del propio año 1922 (D. O. nº 100) y alega, para justifi car retraso tan considerable, de una parte, el hecho de no habérsele comunicado por nadie la muerte de su marido y, de otra, que no tuvo noticia del brilante (sic) comportamiento de este hasta la fecha que decidió pedir la apertura del expediente, ignorando, asimismo, que existiese el artículo 39 del Reglamento y, por consiguiente, los plazos en él marcados para ejercitar el derecho de petición». Ni palabra del Artículo 40 del Reglamento en vigor, que ningún plazo exigía para la admisión y

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco tramitación de la solicitud de la Cruz Laureada de San Fernando, «previo expediente en el que quede, plenamente demostrado, la existencia de una causa legítima que haya impedido, en abso- luto, al interesado (o a su legítimo representante) formular su petición antes de la fecha». Llevado de su afán por echar abajo la causa de Bernal y de cuantos creyeron en los hechos, a García Francos nada le importó reconocer que «se ha comprobado por el ofi cio del folio 30 que, efectivamente, no llegó a dársele (a la solicitante) conocimiento ofi cial, por la Comandancia de Artillería de Melilla, de la muerte del causante. Y aunque esto es cierto, no puede, sin embargo, admitirse que haya permanecido la solicitante más de un año sin presu- mir la desaparición, ya que no la muerte de su esposo, sin instar la apertura del juicio contra- dictorio, sobre todo, desde la publicación del Real Decreto ya citado». Las madres y las viudas, los huérfanos de los héroes desaparecidos en una guerra, estaban obligadas u obligados a suscribirse al Diario Ofi cial del Ejército para estar al tanto no de si se les reconocía el derecho a pensión por haber perdido al esposo, padre o hij o, sino si aparecía publicado algún decreto ministerial por el que se les conminaba a darse prisa en reclamar, dentro del plazo reglamentario, si al mismo ser querido que no encontraban podía corresponderle otra cruz que no fuese la designada por su familia y ante ella orado día a día. El señor fi scal, teniente coronel Paulino García Francos, hacía trampas. Porque no se Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. puede utilizar, a capricho, los preceptos de un artículo dado (el 39) e ignorar los del siguiente (el 40), que en nada había sido reformado y compensaba los defectos de forma del anterior. Por razones obvias: pocos laureados quedan ilesos después de su gesta. Hospitalizados los menos, incapacitados otros y muertos los más, los plazos volaban, como la vida entregada a la patria o el sobrevivir sin invalidez ni sufrimientos, ni la desesperación de verse despreciado. El fi scal García Francos era «el jefe del negociado de Recompensas en el ministerio de 286 la Guerra» (La Vanguardia, 17 de febrero de 1925). Singular cargo para no menos singularis- ta proceder. Cuando un Estado dispone de negociado y jefe del mismo para recompensar los sacrifi cios de quienes mueren sobre el campo de batalla, mal asunto es ese no solo para la ética y la Justicia, sino para el honor de la Nación, que lo tiene y lo defi ende, mientras que los estados y los gobiernos no tienen honor. Porque nunca ha sido su función tenerlo; en todo caso asumirlo como delegación del pueblo soberano a través de la historia de esa misma nación y su engarce con la civilización que la defi ne. Gobernar con decencia y dignidad es la máxima aproximación al honor que, en política, le es dada al gobernante. El honor viene después en el escalafón político: Laureada ganada por coraje, honradez y responsabilidad. Aclarado lo anterior, queda preguntarse el por qué de ese artículo 39 reformado sin al- terar el artículo 40. Fue por una justa petición, planteada por la viuda del coronel Gabriel de Morales y Mendigutía, herido y rematado en el suelo, tras ser abandonado por los suyos —en especial por el teniente médico Joaquín Rey D’Harcourt, a quien Picasso encausó— en las rampas del tiroteado Izzumar aquel 22 de julio de 1921. La noticia de su muerte llegó a Melilla esa tarde. Y se confi rmó cuando Abd el-Krim hizo saber, a la Comandancia de Melilla, que de- seaba entregar los restos del militar español que más había él admirado. El cañonero Lauria fue el medio utilizado para recoger, en Sidi Dris, el cadáver de Morales y trasladarlo a Melilla. En una jornada, la del 3 de agosto, se entregó el féretro a la familia y autoridades en el puerto de Melilla, solicitó abrir el ataúd su hermano Bartolomé, vieron todos los que pudieron soportarlo las heridas infl igidas en el rostro al coronel mientras aún vivía y se le sepultó con honores en el cementerio de la Purísima Concepción. No cabían más emociones para la viuda y la familia. Aconsejada por muchos con el fi n de que presentase solicitud para la concesión de la Laureada a su esposo, los quince días de plazo señalados por el artículo 39 de su cabeza se fueron. Re- de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco clamó la solicitante y su demanda fue aceptada por el Consejo Supremo de Guerra y Marina, quien la remitió al Consejo de Estado. Esta otra institución no aceptó la redacción propuesta por el Consejo de Guerra y Marina e impuso su criterio, el que prevaleció: «Al artículo 39 del vigente Reglamento de la Real y Militar Orden de San Fernando, se le adicionará un segundo párrafo que dice así: Igual derecho tendrá, por un plazo de dos meses, a contar desde el hecho originado, la viuda, hij os o padres, cuando su pariente hubie- se fallecido o desaparecido sin utilizar su derecho, aun cuando la muerte o desaparición no conste ofi cialmente, sino solo por racionales conjeturas.» Para casos como el de Bernal, representativo de tantos otros ofi ciales desaparecidos de golpe, lo mismo daban dos meses que quince días o año y medio. Lo que tardaron en volver los cautivos españoles internados en Axdir. Fue entonces (27 enero 1923), cuando las espe- ranzas de cientos de familias se derrumbaron. El Rif no retenía más vidas españolas, muertas sí y a miles. El artículo 40 no ponía plazos, exigía argumentaciones precisas, con la demostra- ción, incuestionable, del por qué de esa mayor demora en presentar instancia. Isabel Díez de Bernal lo razonó, un coronel de Artillería lo demostró y un teniente general y alto comisario lo apoyó. Esto último sí molestó a los juntistas: Burguete era envidiado y detestado. Y se fue contra él para humillarle, sin que contase, poco ni mucho, la causa del teniente Bernal. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Con el Derecho en la mano y en la frente la conciencia, en modo alguno se podía aplicar a una causa bien fundada el articulado del Reglamento de 5 de julio de 1920 y sustituir el artí- culo que molesta (el 40), por ese 39 reformado en 3 de mayo de 1922. Ninguna causa, ante tribunal alguno, puede ser juzgada con parte de un Código de Leyes y parte de otro. Esa par- cialidad infame es la que aplicó Paulino García Francos. El resultado era nulo de pleno dere- cho. El cómo pudo seguir adelante, el tal García Francos, sin que ninguno de los once generales 287 del plenario —Alcocer, Arraiz, Bellod, Carbó, Estrada, Gómez, González Maroto, Picasso, Sastre, Trápaga y Valcárcel— le advirtieran: no siga usted por ahí porque entramos en nulidad mani- fi esta y nombraremos otro fi scal, es cosa para indignarse y no admirarse. Justamente por eso, ese juicio debe repetirse y se repetirá. Hayan pasado noventa años, cumplidos ahora o haya necesidad de que pasen diez más hasta completar el siglo. Y esto es así, porque ese mismo 21 de marzo de 1925, el tal fi scal, teniente coronel Paulino García Francos, rechazaba otra causa justa: la del capitán Francisco Asensi Rodríguez, quien contaba con un testigo cualifi cado de su heroísmo, el capitán Francisco Alonso, de su proba- da defensa a retaguardia de la columna del teniente coronel García Esteban al verse atrapa- da entre «el Cuadrilátero» (por la forma de los montes allí confl uyentes) y las avanzadillas francesas en Hassi Uenzga. Francisco Alonso Estringana, jefe de la 11 mía de la Policía Indí- gena, era el mismo que, en 1917, validase la heroicidad del cabo Buzian Al-Lal Gatif en su defensa de Ifrit Bucherit y la bravura del alférez Moisés Vicente Cascante al socorrerle para verle morir en sus brazos. Si no contó la declaración del capitán Alonso, cómo iban a contar las de esos tres artilleros testigos de la gesta de Bernal y Dueñas, de los que solo uno declaró y simplemente para repetir quién era él y quiénes sus compañeros. Dos desamparadas viu- das, Isabel Díez de Tardaguila y Piedad López-Blanco Barcelona, esposa que fue del legenda- rio capitán Asensi, se encuentran en este párrafo. Piedad tiene, en su bisnieto, Jorge Garrido Laguna, a impecable defensor. Isabel me tiene a mí, pero también a Jorge. No podrán con nosotros. El historiador está para analizar los hechos y extraer conclusiones coherentes; incluso

de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco para servirse del bisturí y extraer apaños tumorales, denunciar a quienes ofendieron a los muertos, castigaron a sus deudos, envilecieron al Ejército y despreciaron a la Nación. Eso no puede consentirse y, en su momento, la verdad documentada hablará: en las nuevas Cortes Generales, en los tribunales españoles y, si es preciso, en los internacionales. Esos muertos nunca han estado solos. En su día defensores tuvieron y hoy los vuelven a tener. Hablaremos por ellos y aportaremos las pruebas no solo de las nulidades judiciales con las que impune- mente fueron humillados, sino las de otras causas igual de legítimas, cuyos nombres corres- ponden a: capitán José Escribano Aguado, defensor de Intermedia A; capitán José de la Lama y de la Lama, defensor de El Garet; capitanes Luis Cuadrado Jaraba y Mariano Viegitz Aguilar, teniente Salvador Relea Campos y alférez Ramón Montealegre Díaz, defensores los cuatro de Dar Quebdani y sus inermes tropas, allí vendidas por otro infame coronel (Araujo); teniente Félix García Rodríguez, defensor de Sidi Bachir y el sargento que murió a su lado en los barrancos de Fum Krima y cuyo nombre encontraré; teniente Agustín Casado Caballero, defensor de Hassi Berkan; teniente Ernesto Nougués Barrera, defensor de Igueriben; teniente médico Felipe Peña Martínez, defensor de Arruit y de los allí heridos, herido grave él a su vez en la cabeza, de cuyas lesiones loco murió en 1956. Y las Laureadas colectivas, que aún se les deben a las invictas guarniciones de Hassi Berkan, Igueriben, Intermedia A y Tazarut Uzai. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Adiós a quienes causaron daños que no han prescrito, sí sus malas artes, que nada son

Rafael del Castillo Martínez había nacido en Madrid, el 30 de abril de 1888. Capitán de Arti- llería en 1919, comandante en 1928, sobrevivió a la guerra civil. En 1944 ascendió a coronel del Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción. Causó baja en el Ejército el 1 de 288 noviembre de 1948, día en el que, en Oviedo, falleció. Sus descendientes, si los hubiere, po- drían decirnos si su antepasado dejó notas o documentos relativos al expediente del teniente Bernal y a las manipulaciones interpretativas que, del caso, hiciera García Francos. Paulino García Francos nació en Tineo (Asturias) el 22 de junio de 1865. No pasó del grado de teniente coronel. En julio de 1927 fue desplazado hacia la Segunda Reserva. Su re- tiro fue breve, pues en fecha por precisar fue nombrado gobernador civil de Murcia. A lo largo de 1930 y en el diario Levante Agrario aparecen consecutivas referencias a su persona y ac- tividades. Con la llegada de la Segunda República perdió cargos y prerrogativas. En su expe- diente, el G-1889, no fi gura la fecha de su defunción ni el lugar de la misma. Antonio Cisneros Delgado nació en Sevilla, el 27 de julio de 1865. Comandante de artillería en 1905, teniente coronel en 1914; coronel en 1921, ascendió a general de brigada en 1927. Durante la guerra civil cumplió tareas jurídicas en los tribunales de Franco, sobre todo en los frentes del Norte. En enero de 1954 le rindieron, en Madrid, un homenaje al con- vertirse en el general decano del Arma de Artillería. Tenía entonces 88 años. Le encantaba el fútbol y era un ferviente admirador del Real Madrid. Falleció dos años después, el 1 de febre- ro de 1956 y fue enterrado en el cementerio de La Almudena. En la correspondencia que se conserva relativa al caso Bernal se mostró afectuoso con el capitán del Castillo. De sus tiem- pos de coronel en Melilla, quien debía saber más y en profundidad de lo que ocurriera en el Madrid de 1925, cuando el fi scal García Francos, fi rme en su papel de infl exible Torquemada, se saltó cuantas normas quiso del Derecho al escoger un artículo sí (el 39) y otro no (el 40) del mismo Reglamento, el de 1920, para volverse a saltar toda razón y recurrir al artículo 39 reformado de 1922, era él, Cisneros, y no otro. Quiero creer en su imparcialidad, pero su

nombre fi gura junto a quienes constituyeron un Tribunal que, el 7 de octubre de 1924 y en de Dueñas y Sánchez cables Elías Bernal González; Francisco Melilla, consideró «exento de toda responsabilidad» al mezquino y asustadizo teniente coro- nel Saturio García Esteban, responsable de la práctica aniquilación de la columna acampa- da en Bu Bekker. Hablamos de un millar de muertos. Esa duda perdura, aunque nada importe a las familias entonces ofendidas por tan infundada absolución. Y esa nada en verdad me reconforta.

J. P. D. / 20.04-21.05.2015

Agradecimientos

A Eduardo Arbizu, quien conserva caballeros andantes, aunque hoy todos mis artículos sobre las viajemos en Aves hipersónicos o en epopeyas y tragedias españolas vehículos con ciento cincuenta en Marruecos, publicados en caballos (un escuadrón) de Historia 16. A esa fi delidad responde potencia, sin tiempo de leernos ni mi dedicatoria, porque entrecruzar entendernos a nosotros mismos. lealtades siempre fue cosa de sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Fuentes Bibliografía

289 Expedientes consultados: teniente su benefi ciario juicio; el G-1843. Romanones, conde de (Álvaro de Elías Bernal González, B-2073, cuya Todos depositados en el AGMS. Figueroa y Torres). Las Hoja de Servicios fue incluida en el responsabilidades del Antiguo expediente previo al juicio Finalmente, el Expediente Picasso, Régimen, Renacimiento, Madrid, contradictorio a su favor para depositado en el AHN y el Archivo 1923; Luis Eugenio Togores Sánchez, concederle (robarle) la Laureada de Particular del laureado general, del que «El asedio de Manila (mayo-agosto San Fernando por su defensa de este historiador tiene copia de trabajo de 1898). Diario de los sucesos Tazarut Uzai: caja 815, Expediente desde 1997 por fraterna solidaridad de ocurridos durante la guerra con los 6182. Del alférez (luego teniente) Juan Carlos Picasso López y su hoy Estados Unidos, 1898», Revista de Francisco de Dueñas Sánchez, el viuda, Mª Teresa Martínez de Ubago. Indias, vol. LVIII, nº 213, Madrid, D-1228; del capitán (luego coronel) Ella siempre se lleva dos besos míos. De 1998. Rafael del Castillo Martínez, el la prensa de la época, las ediciones de GU-C290, Expediente, 6. Del teniente ABC en agosto de 1921 y mayo de coronel Paulino García Francos, el 1922, La Vanguardia en febrero de G-1689. Y desde luego el del teniente 1922 y Levante Agrario de enero a junio coronel Saturio García Esteban, con de 1930. Buzian y Vicente: crecieron como soldados, cayeron como héroes

A Eduardo Torres-Dulce y Lifante

Buzian, Al-lal-Gatif Ben

Tlelat, en Beni Sidel, cerca de Melilla, 1882 - Ifrit Bucherit, 1917

Único militar normarroquí distinguido con la Laureada de San Fernando a título póstumo.

Vicente Cascante, Moisés

Jaca, Huesca, 1887 - Sidi Yagub, cercanías de Batel, 1921

Soldado voluntario, luego teniente por méritos de guerra. Su epopéyica liberación del puesto de Bucherit en 1917, donde Buzian resistió hasta la muerte, se enlaza, fraterna y ejemplarmente, con su defensa de Sidi Yagub en 1921, donde él tampoco vaciló en morir antes que rendirse.

Si Buzian fue el héroe de las tropas de Policía Indígena, Vicente también lo fue en el mismo Cuerpo, pero su heroico proceder solo se ha descubierto en agosto de 2014, tras estudiar a fondo la gesta de Buzian. De ahí que sus vidas y muertes se analicen a la par al representar una misma fe dentro de la mística del hombre militar: la lealtad, el honor y el sacrifi cio no Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente conocen rangos ni religiones, ni siquiera estandartes patrios, tan solo compromisos persona- les, por cuanto la palabra de un verdadero soldado es su bandera.

Un rifeño, que «sabe un poco de castellano» y desea combatir «con» España

Los padres de Buzian eran campesinos de Beni Sidel, cabila situada al suroeste de Melilla, la cual, junto a la de Beni Bu Ifrur, constituye el doble espaldón meridional del Gurugú. Las malas cosechas, sumadas a una prolongada sequía, forzaron que el campesinado rifeño se enrolase bajo las banderas de España antes de que el país dueño de Melilla adquiriese su rango protectoral. España necesitaba buenos guerreros que la defendieran en tierras de Kelaia (Rif Oriental) contra el más célebre de sus oponentes, Mohammed Amezzián, con quien mantenía obstinada pugna desde agosto de 1911. Muchos fueron los aspirantes, pocos los seleccionados. Ben Buzian, con su estatura (1,70 cm, seis centímetros por encima de la media del soldado español), su complexión y resuelto talante, no encontró difi culta- des para el ingreso en la Policía Indígena. El aspirante acreditaba «saber un poco de cas- tellano». Y falta le haría. Cumplir sin fallo órdenes como «pre-sen-ten, ar-mas», «marchar en

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. silencio», «quietos ahí, esperar», «avanzar por la derecha (o izquierda)», «mon-tar cerro- jos», «dejad que se acerquen», «fuego a discreción», «alto el fuego», «cubrir el fl anco iz- quierdo (o el derecho)», «agruparse, deprisa», «aguantar la posición» o «ni un paso atrás» constituían partes básicas del vocabulario imprescindible para cuantos rifeños servían a España en el Rif, país de la guerra. El 1 de febrero de 1912, reinando Alfonso XIII y en Marruecos el sultán Abdelaziz, siendo el general Aznar y Butigieg ministro de la Guerra y García Aldave el comandante ª 290 general de Melilla, Ben Buzian es fi liado como askari (soldado de 2 ). En su Expediente se precisan sus características, tanto físicas como las representativas de su aspecto. El admi- tido tiene el pelo «negro»; sus cejas son «al pelo» (poco pobladas); su nariz «recta» y su boca «grande»; sus ojos «oscuros»; su frente «espaciosa» (despejada); su barba se ve «po- blada» (densa); el color de su piel parece «tostado» —desafortunado símil de moreno—, pero su «aire» (presencia) es «marcial». Un militar de una pieza. Ese es Buzian, de quien se sabe que está «casado» y tiene «dos hij os». El hecho de que se precise la descendencia del alistado guarda relación con una pensión para su familia por si el causante falleciera en acción de guerra altamente meritoria. Y así fue. Buzian entregará su vida por devoción a su compromiso con la bandera española. Ocho meses más tarde, Buzian es ascendido, «por elección», a «soldado de prime- ra». Primer paso hacia la subofi cialidad. El premiado ha cumplido sin tacha sus deberes militares y no ha resultado herido ni lisiado. La baraka (bendición divina) le protege. Para entonces, noviembre de 1912, Amezzián llevaba cinco meses enterrado en el mausoleo fa- miliar de Segangan tras caer (15 mayo 1912), en epopéyico desplante personal, ante Fuer- zas de Regulares, en Alal-u-Kaddur, cerca de la orilla derecha del Kert. Buzian medita sobre el hecho en sí: los santones que combaten por su patria y fe no son inmunes a las balas, pero a salvo quedan de maledicencias, vicios ciegos e inesperadas traiciones. Buzian se propone ser santo (ejemplar) y tajante. Lo primero con sus hombres; lo segundo consigo mismo. Ha jurado defender la bandera española y cumplirá. Pero él no lucha «por» otra patria, él combate «con» España. Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente Voluntario que marcha al Rif, gana dos cruces, salva la vida y quiere seguir

Los padres de Vicente eran Ignacio Vicente Frías y Lorenza Cascante Araya. Vivían en Jaca, donde su hij o Moisés nació el 13 de septiembre de 1887. En España gobernaba Cánovas, quien presidía su séptimo Gabinete, mientras María Cristina de Habsburgo, viuda de Alfonso XII, ejercía como reina regente. Los españoles tenían enlutada dama al frente del Estado y al «rey pelón», ese bebé de poco pelo que aparecía en las monedas de plata acuñadas en sus primeros años de vida. Fue simultánea esperanza para la Monarquía y la Nación. Ninguna se verá recompensada en sus respectivas ilusiones. El 3 de septiembre de 1907, sin cumplir los veinte años, Vicente es fi liado como «solda- do voluntario». En abril de 1908 es designado cabo «por elección». Dieciséis meses más tarde le ascienden a sargento. Es el 1 de agosto de 1909. Cuatro días antes, la brigada del general Pintos, constituida por batallones acantonados en Madrid, ha resultado diezmada en el Ba- rranco del Lobo y su general muerto de un pacazo en la cabeza. Vicente se encuentra en Barcelona, en una de sus cuatro Cajas de Reclutas —la número 63—, que se ve desbordada por las tumultuarias protestas a raíz de la imprudente movilización, decretada por Juan de la

Cierva, ministro de la Gobernación, de los reservistas veteranos, muchos de ellos casados y sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. con hij os. De tan alocado alistamiento de hombres y familias saltarán las chispas incendia- rias de una confi anza social maltratada, traducida en severo descrédito europeo para el ré- gimen. Requisados mercantes y paquebotes, en ellos embarcan las tropas que acuden al socorro de Melilla y uno de los embarcados, el 17 de julio, es Moisés Vicente. A poco de zarpar, Barcelona se cubre de incendios y pavesas, de barricadas y saqueos, seguidos de asesinatos y represalias, culminadas con masivas detenciones de «revolucionarios». Pese al desasosiego por cuanto sucede en la Península, reclutas y reservistas se portan bien en África. La España 291 pobre aguanta fi rme y protege a la España pudiente: la que no envía sus hij os a Marruecos. Por dos mil pesetas salvado el hij o, la madre y el porvenir familiar. Son los soldados de cuota. Encuadrado en las fi las del Batallón de Cazadores Alfonso XII nº 15, Vicente lucha en la defensa de los puentes del ferrocarril minero; en «la Segunda Caseta» del tendido ferrovia- rio, que acabará convertida en cementerio, con no pocos de los allí enterrados arrebatados por el mar enfurecido; en la toma de la alcazaba de Zeluán, que fuera capital de El Roghi, falsario pretendiente al trono alauí; en el mortal avance por tierras de los Beni Bu Ifrur, dueños de las mejores minas de hierro y plomo de Marruecos; en el envolvimiento y defi nitiva ocupa- ción del macizo del Gurugú, perenne secuestrador de la seguridad de Melilla. La guerra con- cluye en abril de 1910, cuando Amezzián, líder de la rebelión, encuentra refugio, con sus fi e- les, en el Rif Central. De seguido, jefes de los Beni Bu Yahi y Metalza solicitan y obtienen el amán (perdón) del capitán general José Marina. Dos cruces al Mérito Militar con distintivo rojo, concedidas en enero y mayo de 1910, reconocen los méritos de Vicente. La primera de esas cruces conlleva una pensión de 7,50 pesetas al mes. Pocos sargentos tienen distinciones pensionadas. En mayo de 1914, solicita su traslado desde el regimiento Ceriñola nº 42 a las tropas de Policía Indígena. Buzian y Vi- cente son partes afi nes al Cuerpo que mejor se ajusta a sus temperamentos. Actúan bajo el 17 compás de sus cambios de destino, que les llevan de un extremo a otro del territorio. El azar de la guerra los reunirá un día. Y de sus comunes actitudes de fi rmeza y responsabilidad surgirá un ejemplo de fe, honor y valor, que permanece.

Pruebas de fuego y pasmo: el cristiano sí reconoce los méritos del musulmán

Durante el año Trece, el soldado Buzian «asiste a cuantas operaciones se realizaron». El siguiente año es repetición: marchas, contramarchas, tiroteos y avances. España amplía sus dominios a fuerza de sucesivos empujones de sus tropas de choque: la Policía Indígena y los Regulares. A fi - nales de junio, el objetivo es Tistutin, punto perdido en la inmensidad del Garet, un desierto sin fi nal aparente, aunque por donde el sol se pone un murallón de sierras, que surgen del horizonte calimoso, lo acotan y delimitan. Ahí están Tizzi Assa y las Peñas de Tahuarda, enlace matrimonial de imponentes macizos, propicios a engendrar trampas capaces de engullir ejércitos enteros. El avance español se topa con la resistencia de varias fracciones de los Beni Bu Yahi, antiguos dueños de Arruit, a las que se suman contingentes de los Metalza, cabila situada más al oeste, sendos reductos insumisos. El 23 de junio de 1914, en noche cerrada, las tropas hispa- no-normarroquíes marchan al ataque. Su propósito es envolver los montes de Tistutin y Buche- rit, que se elevan a la derecha del camino hacia Drius. Los benibuyahíes temen verse rodeados, por lo que abandonan sus posiciones. Al clarear la mañana, asaltantes y asaltados se enzar- zan. Se imponen las gentes de la Policía y del Tabor de Alhucemas. Cuando la victoria parece Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Soldado de cuota

En referencia a todo aquel recluta defensa de sus derechos en Cuba Gobierno de Canalejas, incrementó cuya familia abonaba al Estado y Filipinas, la «cuota» para no las críticas, por cuanto los soldados una cantidad con el fi n de soslayar perecer en la manigua cubana o de cuota debían pagar dos mil 292 el cumplimiento del servicio militar. en las junglas fi lipinas era de mil pesetas y permanecer en fi las El reclutamiento obligatorio, quinientas pesetas. Los así exentos durante cinco meses, que pasaban a instaurado en 1837, cuarto año de la fueron conocidos como «soldados ser diez meses si «solo pagaban» las primera guerra carlista, perseguía de cuota», detestados por las clases mil quinientas pesetas de los bélicos la mayor movilización posible de la populares. El aumento, a dos mil tiempos cubano-fi lipinos. Ni siquiera juventud en un país devastado. El pesetas, de este impuesto «a favor la Segunda República fue capaz de sistema prescindía de su carácter de la vida de unos pocos», objeto de terminar con ese «procedimiento», primigenio —igualdad de los jóvenes durísimas críticas en la prensa y el pues aunque la Ley Azaña de 1932 ante la defensa de la Nación—, Parlamento, al mantenerse mientras lo redujo sensiblemente, no por eso para introducirse en una defensa se producía la movilización de fue abolido. Tendría que llegar nacional pervertida por la reservistas a raíz de los reveses «1936», guarismo terrible para una «redención en metálico», la cuota españoles en el Gurugú (julio-agosto España tan necesitada de vida. Las que padres o familiares reunían de 1909), exacerbó la crispación masivas movilizaciones acabaron para que el recluta se «librara» de social, que derivó en una incendiaria con cuotas y exenciones, que Franco posteriores destinos letales: en África revolución (véase «Semana no repuso. y Ultramar. Coincidente con la última Trágica»). La Ley Luque (por el guerra de España (1895-1898) en general Luque) de 1912, durante el suya, interviene la harca del Guerruao, que les embiste de fl anco. Grave aprieto es, pero los policías veteranos lo solventan con arrojo. Los metalzis son rechazados. Para evitar el cerco, huyen. No sin llevarse sus heridos y algunos de sus muertos; diez de estos quedan sobre el te- rreno. Los vencedores pagan su tributo: 8 muertos y 24 heridos, en su totalidad efectivos indíge- nas y harqueños amigos. De lejos, las tropas peninsulares asisten al combate. España prefi ere ser defendida por terceros. Equívoco ahorro de sangres, que un día deberá devolver. La valentía de Buzian es reconocida al concederle (D. O. nº 99) la Cruz de Plata del Mérito Militar con distintivo rojo, «más una recompensa de 2,50 pesetas hasta su ascenso a sargento por los méritos contraídos el 23 de junio durante la toma de Tistutin». La baraka sigue prohij ándole y los españoles le incrementan su soldada a la par que le consideran sargento en ciernes. A Buzian se le abren las puertas de la milicia: es felicitado y respetado. Superado el éxtasis, la normalidad se impone: El año Quince es un calco de los anteriores: combatir, sobre- vivir y saber mandar a la vez que pelear. El 6 de junio, Buzian está presente en la toma de Ain Mesauda, en territorio de los Metalza. El 21 de agosto sale vivo del fuego cruzado en Harbuha- ten. El asunto de tomar Mesauda fue cosa seria y los españoles de Aizpuru, nuevo comandan- te general de Melilla, saben valorarlo. Por acuerdo de la Junta de Mandos del 15 de septiembre (D. O. nº 258), a Buzian se le otorga otra Cruz de Plata del Mérito Militar con distintivo rojo. Buzian es un héroe para los benisidelíes, pero sigue como soldado de primera. 18 En su primera mitad, 1916 es rutinaria continuidad bélica de los años que Buzian ha cumplido en fi las. El 1 de noviembre le notifi can su ascenso a maun (cabo). Puede mandar un pelotón y más llegado el caso. Es lo que hizo en Tistutin y Mesauda. Pero su futuro como sar- gento se aleja. Si tuviera que esperar otros cuatro años, no se ve con fuerzas para contarlos según transcurran: los hij os crecen, los padres envejecen. Necesita ascender para tener suel- do grande y comprar mejor comida, enseres para la casa y medicinas que alivien la prema- tura ancianidad de su madre, Mamma Ben Tafaryan. En otro punto del Rif, el sargento Vicente supera, como puede, los periodos de calma. La monotonía le asfi xia, la rutina le exaspera. Lo suyo es el mando en combate. Fiel a su pro- pio ideario, ha sumado otras dos cruces del Mérito Militar con distintivo rojo, concedidas en julio de 1914 y noviembre de 1915; cada una de ellas pensionadas con 7,50 pesetas mensua- les. Luchar por España en el Rif a nadie, de cabo a teniente, puede hacerle rico, aunque enri- quezca su expediente personal. Otra cosa son aquellos que han conseguido un destino en Intendencia: mandar en la cocina o en los convoyes de suministros hace rico a cualquiera que ande ligero de escrúpulos. Se sabe quiénes son y se les detesta. En la 4ª mía (compañía) de la Policía Indígena, acantonada en Zoco el Jemis de Beni Bu Ifrur, zona estratégica al ser cabecera minera, Vicente es rostro conocido al saberse que es de los que no se arrugan. Sin duda se cruzó varias veces con Buzian. Saludo reglamentario o inclinación de cabeza, que bastaba. Para hombres metidos en faena bélica, el saludo que Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Fracción Tabor

En el habla rifeña es ar-rbaa, que compartido, aunque limitado a dos Del árabe tābūr; formación de signifi ca «la cuarta parte» de una o más hombres y sus familias: leff -s. soldados que forma parte de un 293 cabila. La más numerosa del Rif, los «Aliados» ellos, aliados sus linajes ejército regular. Unidad equivalente ait («pueblo de») Urriaguel, estaba o clanes. Este pacto superaba, con a un batallón español. Concernía a integrada por cinco fracciones, a las mucho, al concepto de imddukar las tropas alistadas en las Fuerzas que el vocablo jums defi ne, aunque que, en rifeño, puede traducirse Regulares o las mehal-las jalifi anas, en rifeño deriva en tajammast como «amigos entre sí». El choque unas y otras integradas en el Ejército («quinta parte»). El segmento menor entre dos leff -s iniciaba una «guerra de África. Sus efectivos de plantilla de una tribu es farqa, equivalente de facciones», semilla de peores eran unos setecientos (mandos a subfracción. Para las alianzas guerras. incluidos). Llevadas al frente, estas intertribales, válidas tanto para tropas de choque, abocadas a hacer frente a otras tribus coligadas superar consecutivos combates, o a la unión (confederación) sufrían tales pérdidas que el tabor de todas ellas ante la invasión de «quedaba en cuadro»: no más de un poder extranjero al Rif, sea el trescientos hombres. Ejemplos sultanato o los ejércitos coloniales, cruentos se dieron en las campañas leff es el concepto que las sintetiza. de 1924-1926 y luego en las de A la par, existía un acuerdo 1936-1938. cuenta es la valentía. Vicente cumple y sueña: su nombre «suena» para un ascenso a «ofi cial de segunda»: alférez. Pero sonar ni siquiera es símil de soñar.

Buzian asume el mando en Ifrit Bucherit: palomero-trampa con tronera corrida

El año Diecisiete empieza con descubiertas, alertas y emboscadas. El adversario no se deja ver, pero cuando la oscuridad prevalece todo el campo se mueve. Harcas hostiles y fuerzas rifeñas al servicio de España marchan de un confín a otro: las chilabas grises o pardas de los metalzis y benibuyahidíes se mimetizan con el terreno; los uniformes de la Policía y los Regu- lares también, camufl ados bajo capotes-manta marrones o grisáceos. Unos a otros se ace- chan y tratan de adelantarse al golpe mortal del contrario. La disputa se resuelve con descar- gas a quemarropa y encontronazos cuerpo a cuerpo, donde los heridos con vientres desgarrados no saben cómo sujetar sus intestinos, deslizantes como culebras que escapan a sus manos y los cuellos abiertos asemejan fauces de marrajo. A Buzian le destinan a un enclave aislado: Mars El Biat, seis km al noreste de Tistutin. Se- manas después recibe orden de trasladarse, con su medio pelotón, cinco policías, hasta Ifrit Bu- cherit, en los montes del mismo nombre. Es un apostadero de buitres, que encuentran vacío. No hay carroña a la vista en tres cuartos de horizonte. El cuarto ángulo es como si no existiera al ser la espalda del Gurugú. En país de tan acosada y contada ganadería, de sobrar algo, son buitres. Bucherit subsiste bajo el arco solar en su infl exibilidad constante, salvo algún nublado en tránsito,

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente que pronto se evaporiza. Las águilas pasan de largo y a los cuervos solo les interesan los granos de cebada que puntillean los excrementos de caballos y mulos. Para picotearlos a su antojo les basta con planear hasta el monte Harcha, polo magnético para convoyes y pacos. Por disciplina, que no por convencimiento, Buzian ordena a su pequeña tropa que instalen la tienda cónica que llevan de dotación. Y en el centro de Bucherit plantan el arma- toste, modelo 1916, capaz para cobij ar a veinte hombres. Sus dimensiones se comen el poco espacio habitable. Aquel tiendón cogía altura e incrementaba riesgos por igual: era más se- ñalero útil para el enemigo que efi caz resguardo para la guarnición de Bucherit. Estampado en uno de sus costados puede leerse el número «164». Buzian lo tiene metido entre ceja y ceja. El color blancuzco de la lona no impide que la tienda se convierta en un horno durante el día y supere plazos mayores: hasta bien avanzada la madrugada no expulsa el calor acu- mulado. Su blancura convierte a Bucherit en objetivo visible a kilómetros. Buzian preferiría simples lonas, sujetas con estacones, fáciles de montar y desmontar y, además, invisibles desde el pie de monte, incluso desde las alturas predominantes. Renuncia a solicitar tal cam- bio. Sabe que otros cabos se han visto abroncados por «incordiar al mando con naderías». Cuando cae la noche, los guardianes de Bucherit prefi eren descansar al raso, porque con «dormir» ninguno cuenta. La negritud es manto que cubre toda acometida por sorpresa.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Buzian ha sido educado para maniobrar y atacar entre tinieblas, no que le rodeen sin poder impedirlo. Atrapado en aquel picacho se siente polluelo de reclamo en jaula, válido para cazar neófi tas palomas o viejas avutardas. Los días pasan, cansinos y torturantes en su nulidad. Bu- cherit es la avanzadilla del yebel (monte) Harcha, donde hay emplazada una batería de cuatro piezas Krupp de 80 mm. En caso de apuro, esos viejos cañones pueden ayudarles. De día. De noche jamás harán fuego, so pena de que Bucherit arda con ellos dentro. Morir o abrasarse antes que rendirse. Los seis policías saben que los metalzis y benibuyahidíes no les darán cuar- 294 tel porque, en su caso, consideran que disponen de una alternativa: desertar o suicidarse.

Chilaba

Del árabe yallaba, esclavina. Prenda Realizada en colores grises y pardos, de abrigo (incluso contra el sol), a esta combinación de tonalidades la modo de túnica, que incorpora una convirtieron en prenda mimetizada resistente capucha y amplias con el terreno. El combatiente rifeño mangas (kumm). Confeccionada en se aseguraba así un perfecto lana recia, holgada y fácil de portar, camufl aje para preparar su letal permitía una veloz carrera o la emboscada. ascensión a lugares escarpados. Los defensores de Bucherit se entretienen contando las acémilas de los convoyes que suben, cada veinte días, hasta la cima del Harcha para abastecer a los 140 españoles allí parapetados. Cada convoy lo integran doscientos mulos, que ascienden emparejados. Cuan- do la primera pareja de mulos cruza el portillo de entrada, que facilita el recorrido del último tramo entre las alambradas, aún no ha empezado su ascensión la cola del convoy. La serpien- te de caballerías, acemileros y soldados de la escolta zigzaguea a lo ancho y largo de la vertiente sur del Harcha. Así entran las cubas de agua, los víveres, las municiones, el correo y el dinero de las pagas. Muy poco les llega a los vigías del Bucherit. Buzian se consuela pen- sando en lo que podría hacer si le ascendiesen a sargento: comprar simientes y herramien- tas; cazos y sartenes; tal vez una nueva cama de matrimonio; incluso enviar sus hij os a la escuela de Melilla como hacen los sargentos cristianos. Soñar con los galones de sargento para cuidar mejor de la familia. Y hasta comprar alguna buena tierra y solicitar el retiro para cultivarla. Buzian recorre sus dominios: un óvalo de piedras superpuestas y unos cuantos sacos te- rreros encima, abierto a la canícula y la helada. No hay alambradas. Ni troneras de hormigón, como en los fuertes que guardan Melilla. Y de ametralladoras, nada. Un puesto de la Policía Indí- gena es poca cosa. Con hombres y fusiles sobra. Bucherit no es un blocao y menos un fortín, pero es posición fortifi cada por la fi delidad y experiencia de sus defensores. Buzian sabe que, de ata- carles, será de madrugada o al oscurecer. Si el enemigo llegase al mediodía, para sorprenderles, bastará estar alerta frente a los triángulos que algunas piedras del parapeto confi guran entre sí.

Sus hombres tienen vista de gavilán. A ciento cincuenta metros distinguen una liebre de un cone- Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente jo. Buzian amplia esos miradores y ciega otros. Intuye que, llegado el asalto, Bucherit será tronera corrida. El que tenga más aguante en esa línea de fuego se impondrá.

Simbología del rifeño: gatos todos y a cualquier hora; perros ni pensarlo

El rifeño detesta a los perros (qeláb) tanto como le fascinan los gatos (ketát). El peor insulto para un musulmán es llamar a su contrincante qélb (perro). Todo rifeño es un gato (ktot): su agilidad es tal que no parece tener esqueleto, sino huesos extensibles. Se desplaza con el sigilo afín a los felinos; su pupila es humana y no gatuna, pero es capaz de dilatar su iris y ver en lo más oscuro donde nadie logra ver nada. Acecha sin prisas a su víctima y, cuando esta se descuida, cae sobre ella con la muerte que lleva en su mano, ancestral proyección de su fuerza. El perro ladra, el gato piensa. En su versión combatiente, el hombre-gato del Rif no maúlla para pedir alimento ni buscar hembra, tampoco para reclamar la paga a la que cree tener su buen derecho. Tanto si tiene hambre como fogoso deseo o rabia por injusto trato, lo que no roba, lo toma y lo que no se le da en justicia, de ello se venga y luego mata. Su sus- tento es mínimo —almendras, cecina, higos, pasas—; su obsesión, insistente: degollar o

matar de un tiro al adversario u ofensor. Y luego saquear sus despojos. Un gato haría lo sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. mismo con su presa. Es lo que pretenden «las partidas de malhechores» en la terminología despreciativa de la política protectoral en vigor, llegada la hora de dar a la prensa comunicados ofi ciales o par- tes de operaciones; indiferente a que los adversarios sean benisaidíes, beniurriaglíes, metalzis o benibuyahidíes, que combaten por patriotismo, aunque a no pocos su ideal les llegue adoba- do con dinero alemán. La patria, con buen oro, un manjar exquisito. Pero los militares españoles corruptos, que roban a sus soldados y a su patria saquean, sienten exactamente lo mismo. 295

Blocao

Proviene del alemán blockhaus, por habitual de los ejércitos españoles amuralladas, pero con parapetos de block (pieza de madera) y haus desplegados en Ultramar. Pero lo escasa altura y, en el recinto interior, (casa). La traducción literal sería que pudo ser válido para Cuba y las tiendas de campaña donde se «caseta de madera», pero como su Filipinas no lo fue en el Marruecos de cobij aba el inerme destacamento allí concepción y uso estuvieron 1909-1912. A partir de 1915 el destinado. Este sistema defensivo, determinados por su carácter militar, blocao a la cubana —casetón mal planteado, fue una de las procede defi nirla como casa-fortín. reforzado con hileras de sacos causas de los desastres de 1921. La facilidad y rapidez de su montaje terreros y un pequeño campanario— le convirtieron en recurso defensivo fue sustituido por posiciones Fuegos de ataque: alférez que acorta plazos de auxilio y cabo que muere invicto

El oscurecer del 21 de marzo de 1917 debió ser como el de tantas otras tardes en el Rif: una gran franja púrpura debilitándose por Poniente, despedida del sol que un día más fallece sin por ello morirse. También pudo ser un nublado plomizo alejándose, señal de tormenta venida de Levante, que seguía su curso tras haber regado el país de los páramos y silencios. Lo pri- mero es cotidianeidad climática; lo segundo, rareza meteorológica, propia de la baja prima- vera rifeña, cuando el cielo se compadece de la tierra y descarga aguaceros sobre su piel cuarteada como aviso, pues no es clemencia: hasta noviembre no vendrán más lluvias. Entrada la noche, el silencio parece tan infi nito como frágil. Cualquier chasquido de rama quebrada lo convierte en estruendo. Animales y humanos en guardia están. Presentido el asalto, nada diferencia el aún vivir del posible morir. De repente, rumor de cuerpos que se aproximan reptando. En el parapeto, las cabezas de los centinelas, que parecían bloques de granito, se han movido. A un hecho, otro. En la pendiente se yergue una fi gura, que alza un brazo y lanza una piedra contra la posición. Esa forma inconcreta pasa por encima de los defensores, que abren fuego. El agresor cae, la bomba estalla. La tienda cónica revienta, se incendia y desploma. El combate se afi rma en toda su violencia. Surgen los gritos, iguales a disparos. Fulgores cárdenos, coronados de humazos llameantes, picotean una, dos, tres ve- ces, la cima fortifi cada. Bombas de mano. Más gritos e insultos, entremezclados con ayes de moribundos. Dos fracciones de hombres-gato luchan a muerte por la posesión de Bucherit.

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente Los «malhechores» se habían aproximado en cuanto la oscuridad no les permitió recono- cerse el uno al otro. A su favor, el recorte del perfi l de Bucherit sobre el resplandor celeste. Negro macizo sobre azul oceánico. En su contra, el acusado ángulo de la pendiente, favorecedor del deslizamiento de cuerpos y piedras sueltas. Una de estas pudo causar la alarma. Les habían des- cubierto. Uno de los asaltantes decidió anticiparse al fuego de la guarnición. Lanzamiento largo, limitados daños, espectacular efecto. La bomba de mano sobrepasó el parapeto y cayó sobre la tienda, incendiándola. Guiados por esos festones de llamas, lanzaron otras cuatro granadas, una de las cuales no explotó. Aquella sucesión de estampidos, amplifi cados por el eco reverberado en los montes, fue onda de avisos que alcanzó Mars el Biat, posición española. Aquella noche, Moh Duduh era el sargento de guardia en El Biat. Gato viejo, baqueteado en cien sucesos, vigilaba a su sección mientras él hacía de centinela. El chasquido de la primera explosión, agigantado por el eco, no le engañó: aquello no era un trueno, sino bombazo cierto. El crepitar de la fusilería lo confi rma. Tres explosiones seguidas y fi n de las apariencias: golpe de mano contra el puesto de Policía. Cuando Duduh entraba en la tienda de mando para alertar al jefe del destacamento, este salía, ajustándose el cinturón y la funda de su pistola: Moisés Vicente Cascante, 21 años, alférez de la Reserva. Él mismo se dio la novedad: van a por Bucherit. Justo al límite: unos dos mil metros en línea recta, pero hay que descender al foso entre ambos vértices y

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. trepar hasta esos fuegos. Media hora con el corazón en la boca. Tienen tres opciones: pedir ayuda a las tropas acantonadas en Tistutin, a las que guarnecen el Harcha o adelantarse ellos solos. Vicente pone fi n a sus dudas al comprobar el incremento del fuego entre asaltantes y defensores: no hay tiempo para coordinar un ataque concéntrico sobre Bucherit. Hay que auxiliar a los de Buzian. No se les puede abandonar; ni es tolerable esperar a que otros deci- dan por él. Cursará la alarma y, sin aguardar autorización del mando, saldrá con la mitad de su gente. Catorce normarroquíes y dos españoles: el cabo Joaquín Herrero Obiez, que hace 296 de enfermero, se presenta voluntario y es aceptado. Aprestos de armas, municiones e instruc- ciones: fuera bayonetas, llevar navajas o gumías, avanzaremos a la carrera, fusiles sin mon- tar el cerrojo; subiremos en fi la y atacaremos en dos grupos, uno por la izquierda, otro por la derecha. Atentos a mi señal y a la del sargento. En Bucherit no había un solo centinela, todos subsistían en alerta. Medio destacamento daba cabezadas, el otro medio escrutaba las pendientes de acceso. Antes de que estallara la primera granada, los seis policías estaban en sus puestos, espabilados por el rodar de esa piedra. Carabinas empuñadas y cartucheras llenas; su mirar de alimañeros alineado está con la amenaza que cada uno cree distinguir. Y disparan. Aquel mazo de fusiles, haciendo fuego a la vez, desconcertó a los asaltantes. Los seis parecían sesenta. Fue entonces cuando las bom- bas de mano les alcanzaron de lleno. Murieron dos de los policías y heridos los demás. Bucherit estuvo a punto de perderse en esos instantes, pero los heridos aguantaron en sus heridas y posturas. La pugna se equilibra: los atacantes han perdido el factor sorpresa, con lo que su superioridad —«veinticinco rifeños», cifra verosímil, que aparece en las declaraciones— men- gua. Los policías se ven obligados a disparar sobre sombras que, a gatas, corren para desenfi - larse de sus disparos. Tiro por instinto. Los rifeños porfían: amplían el cerco antes del asalto. Hacia Bucherit corren ya, boca abierta y pecho jadeante, el alférez con su gente y el sargento con la suya. Ni los rifeños que atacan el puesto ni los policías que lo defi enden les oyen llegar. Vicente se apercibe que el enemigo se abalanzaba sobre la posición «al ver apa- gados los fuegos de los defensores». ¿Habrán muerto? Lo que deduce el alférez lo comparten el sargento y el cabo: si los policías no pueden valerse por sus heridas, entrarán y los dego-

llarán. Llegar tan cerca y oírles morir. Y en un empellón irresistible, repartidos en sendas gua- Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente dañas agatilladas, sueltos los seguros, por la izquierda los de Duduh, por la derecha los de Vicente, atraparon por la espalda a los sitiadores de Bucherit. La brava gente de Buzian había ido dejándose dientes, tripas, sangres, vidas y vómitos por toda la posición, pero ni muriéndose a chorros claudicaban. Su jefe difunto parecía, fulminado tras encajar cuatro tiros o impactos de metralla. Otros dos policías habían muerto y los tres restantes, heridos de gravedad yacían. Sus armas mudas denotaban su premuerte. Bucherit agonizaba. Un grupo de asaltantes se lanzó, como un ariete, contra el portillo de entrada. Topetazo inútil. Atrancado con piedras, ni se movió. No les quedaban bombas de mano, por lo que no tenían más remedio que saltar. Al otro lado estaban los fusiles de los policías y uno de esos cajones de madera, con municio- nes Maúser para fusil, que usaban los isbaniuli (españoles). Mil ochocientos cartuchos. En su cabila valían dos mil cántaros de agua. Los más audaces se auparon al muro y escrutaron en su interior. De aquella poza entintada emanaba un silencio de cementerio. Los cuerpos de los defensores asemejaban moribundos apostados para fusilarles en cuanto se pusieran de pie sobre el parapeto, que los convertía en blancos imposibles de fallar al resaltar sobre el cielo estrellado. Los asaltantes acordaron solución: demolerían el parapeto desde el exterior y, en cuanto hicieran hueco para que dos hombres cupieran, todos adentro. El derrumbe del muro

comenzó. Los golpazos de los pedruscos al estamparse contra el suelo les animaban. Del otro sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. lado, mudez de sepultura. Bucherit era puesto muerto. Dos hileras de piedras y entraban. Y entonces llegó el infi erno en forma de voz y orden de «¡fuego!». Sendos ramalazos de balas, llegadas desde lados opuestos, les hieren. Copados. De rodillas o protegidos entre las piedras apuntan a los fogonazos. Les responde una descarga y luego otra. Les matan. Si no escapan, ninguno sale vivo. Con las últimas energías que les quedan recogen a sus heridos y echan a correr monte abajo. Ningún sentido había en morir tras fracasar ante el Bucherit de Buzian, pues sabían bien que era él, maun de la 4 mía del 297

Gumía

Del árabe kummiyya, cuchillo de de los avezados combatientes forma curva, pero solo en el tercio normarroquíes, inigualables en fi nal de su hoja. Los harqueños destreza y rapidez con su esgrima solían llevarla oculta, pero también punzante o cortante, propia de un sujeta en el cinturón o colgada de un combate cuerpo a cuerpo sin fuerte cordón cruzado por el pecho y miramientos. la espalda. Arma temible en manos capitán Alonso, quien les derrotaba. Que le aproveche la victoria si la voluntad de Dios ha sido conservarle la vida. Ellos se guardaban la suya y obligados estaban a reservarla para el Rif Libre con el que soñaron sus padres y abuelos.

Parte de guerra: Bucherit es nuestro; la guarnición toda es baja, su jefe ha muerto

Los primeros que entraron en el devastado Bucherit vieron cosas que nunca olvidarían. Los cuer- pos de los defensores parecían más de los que eran: piernas astilladas, brazos en cruz, cabezas giradas con ángulo de cuello roto o paquete intestinal por el suelo. Entre los restos de la tienda, un cuerpo inerte con el fusil entre sus manos. Alrededor, «quince o dieciséis vainas de los cartuchos que había disparado»: Es Buzian, pero en la oscuridad no le reconocen. Agonizante, se había arrastrado hasta la tienda que tanto detestase para desde allí disparar contra los que pugnaban por entrar. Tiene cuatro heridas: «una en la garganta, otra en la boca, en un muslo (sin especifi - carse cuál) y en la cabeza». Impedido de hablar, Buzian se muere. Fue consciente de que su gente se había batido como él les inculcase, sin temor al sufrimiento ni suplicar clemencia. Atendido por el alférez y el cabo enfermero, Buzian expira sin una queja. El alférez, en su declaración del 21 de julio, recordó: «Reconocido el interior del destacamento, pudo apreciar que de los seis policías que lo guarnecían, dos estaban muertos y los cuatro restantes gravemente heridos, falleciendo uno de ellos a los pocos momentos». Era Buzian, héroe aún desconocido. Vicente pregunta por las bajas sufridas. Le responde el sargento Dudduh: ningún herido

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente ni muerto. Para la fusilada, a cara de perro, que han soportado, Dios estuvo de su lado. Entre la guarnición del asolado Bucherit, todos causaron baja: tres muertos y tres heridos graves. Al que presentaba peor aspecto debía curársele en El Biat. Es la fundada petición que plantea el cabo Obiez y el alférez la acepta sin vacilar. Improvisadas unas angarillas, en ellas depositan al heri- do y, bien alineada la escolta, el alférez decide encabezarla. El grupo se pone en marcha. Lle- gados a El Biat, allí le fue «practicada la primera cura» al askari. Acertado estuvo Obiez, por cuanto aquel hombre le debería la vida. Vicente aprovechó tan favorable pausa para despa- char un esbozo del parte de la acción —el defi nitivo lo redactará su capitán, Francisco Alonso Estringana—, que suponemos convincente: Bucherit es nuestro, su guarnición toda es baja, su jefe ha muerto, sin bajas en mi destacamento, los tres heridos puede que se salven. De seguido, Vicente y Obiez vuelven sobre sus pasos. Tercera marcha forzada, de madrugada, hasta coro- nar el enmudecido Bucherit. La negrura les envuelve, pero también les guarda. Concluida su andadura, Obiez y Vicente quedan en Bucherit, donde «se asistió a los otros dos heridos, permaneciendo con ellos y los muertos hasta el amanecer». Cuando albo- rea, Vicente confi rma lo que él creyera entrever la primera vez que entró en el arrasado Bu- cherit: «Una vez dentro del destacamento (sic), el que declara pudo comprobar que uno de los centinelas había recibido un balazo en la boca, dejando parte de su dentadura sobre el pa-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. rapeto». En Bucherit, los agonizantes ni vocalizar pudieron porque ni dientes tenían.

«Matices» en un juicio para indiscutida Laureada e incertidumbre sobre una pensión

Con fecha 10 de abril de 1917 y desde el Zoco el Jemis de Beni Bu Ifrur, donde sigue acanto- nada la 4ª mía de la Policía, Mamma Ben Tafaryan, la madre de Buzian, tras enumerar las heridas sufridas por su difunto hij o en el combate del 22 de marzo, presentaba una súplica, 298 dirigida al jefe del Ejército de África, general Francisco Gómez Jordana, para que «se digne disponer la apertura de juicio contradictorio a favor» del defensor de Bucherit. La solicitante no sabe escribir. Y «a ruego de la interesada» por ella fi rma «Muley Hamid», la persona que la previno sobre su derecho a exigir un premio para su heroico hij o. El fi rmante puso, a mano, su nombre y linaje, los cuales se leen sin difi cultad dada la legibilidad de su trazo. Hubo unanimidad absoluta en cuanto a los méritos del cabo Buzian. Los cinco decla- rantes en el juicio —el alférez, los tres askaris que resultaron heridos pero sobrevivieron a sus lesiones, más el capitán Alonso— ensalzaron el comportamiento de Buzian. Causa ex- trañeza que no declarasen el cabo Obiez ni el sargento Dudduh. El curso declaratorio de los policías supervivientes desvelará signifi cativos matices, sin infl uenciar en los votos. Abderrahman Abdesselam Amar y Mohammed Ben Bachir Hamed, los policías que ya- cían heridos al concluir el asalto sobre Bucherit, no habían perdido el sentido. Al menos no los dos a la vez. El 27 de julio prestaron ambos declaración ante el juez instructor, teniente coronel Sabas de Alfaro Zarabozo, encargado del juicio contradictorio para estudiar la concesión de la Laureada al fallecido Buzian. Delante del ofi cial intérprete, Juan Márquez Ruiz, declaró pri- mero Bachir Hamed, quien afi rmó: «durante el fuego rifeño fueron heridos los askaris Abdesse- lam Haddú Kaddur y (un tal) Abderrahman, cuyo apellido ignora, además del cabo, herido en medio del combate, sosteniéndose en su puesto hasta que llegó la fuerza de auxilio al mando del ofi cial Vicente Cascante, falleciendo a las dos horas de llegar el refuerzo». El segundo en declarar fue Abderrahman, cuyo linaje era «Abdesselam Amar». De en- trada, aportó un dato de interés: «conocía al cabo Buzian por ser de su misma yemáa (asam-

blea)». Amigos o rivales entre los Beni Sidel. En cuanto a los méritos de Buzian, Abderrahman Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente se presentaba como el último defensor de Bucherit, y, a tal fi n, insistió en su propio enalteci- miento: «unos veinticinco rifeños llegaron hasta el parapeto con objeto de asaltar el puesto (...) pues el fuego estaba debilitado a causa de estar solo tirando (sic) el que declara y dos askaris más, heridos los tres, pues los otros dos habían muerto y el maun Buzian, que les ani- maba, se encontraba gravemente herido, llegando hasta el extremo de que, a última hora (?), sólo podía tirar el declarante». Abderrahman hizo suya la declaración del alférez con respec- to a la muerte del cabo: «Buzian falleció a poco de llegar el ofi cial de segunda Vicente Cas- cante». Después, Abderrahman cayó en inesperada amnesia. Al serle preguntado «si sabe quienes fueron con el ofi cial Moisés Vicente Cascante a auxiliar el puesto, dij o que no lo sabe, por haber sido retirado enseguida que llegó el refuerzo». Pasmosa ignorancia la suya al no acordarse del cabo Obiez ni del sargento Dudduh, cuando el herido transportado hasta El Biat, con el fi n de salvarle la vida, no era otro que él mismo. Nadie tomó en cuenta tal olvido. Ni la autoexaltación de méritos del citado Abdsselam Amar, ni la imprecisión en cuanto a los muertos o heridos causados al enemigo, poseyeron fuerza bastante para devaluar la Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Linaje Yemáa

En el Garb, Gomara, Rif y Yebala, Asamblea comunitaria. Institución de de unos aduares (dxuar) o donde el poblamiento bereber carácter deliberante en la que subfracción (farqa), la yemáa completa un nudo antropológico y su prevalecía un inequívoco resultante nada perdía de su lengua, el amazigh, sintetiza su comportamiento democrático: se efectividad y simbolismo, pero su máxima fuerza comunicadora de respetaba la mayoría de los votos de relevancia regional quedaba muy convicciones y principios, la los delegados de las tribus que disminuida. En tal caso, la reunión 299 transmisión de tal suma de valores tomaban parte en las discusiones y solía tomar el nombre de jonta (por seculares es patrilocal y patrilineal o decisiones fi nales. Sus resoluciones el castellano de «junta»), aunque los agnaticia —parientes por tenían carácter ejecutivo inmediato. mandos españoles de la zona, al consanguineidad, procedentes de un Para los acuerdos trascendentes, referirse a estos encuentros tribales tronco común, siempre de varón en como declarar la guerra a un invasor de inferior rango, preferían llamarlos varón—, concretándose en el singular extranjero o aceptar la paz ofrecida «concejos», término injusto para su tarfi qt y el plural tarfi qin. Esta por este, se exigía la unanimidad. Al genuina importancia. agrupación de linajes puede reunir a lugar de reunión (agrau) acudían los doscientas o más personas. La chiuj (jefes) de las cabilas, también conjunción de familias y linajes considerados izdifen —literalmente culmina en la taqbitsh («tribu» en «cabezas» de linaje—, y aquellos rifeño), bóveda arquitectónica de reconocidos como imqranen, cuya alianzas (a menudo enfrentadas), equivalencia es la de «grandes (jefes)» que caracteriza la historia y la forma o los «más notables (de cada tribu)». de vida, así como el presente y el Si por el contrario, la convocatoria devenir de los pueblos normarroquíes. concernía solamente a los delegados heroicidad del hij o de Mamma Ben Tafarjan. El «caso Buzian» estaba claro: defensa hasta la muerte de la posición; rechazo de sucesivos asaltos; todos los defensores causan baja y su jefe queda entre los muertos. Porcentaje de bajas: el cien por cien. Bajas contrarias: «en los alrededores (se) percibió un gran charco de sangre y dos regueros con huellas de haber sido arrastrados los heridos o muertos del enemigo». Bucherit: puesto mantenido contra fuerzas enemigas superiores en número y medios; resistencia desesperada confi rmada por las bajas propias, que suman la totalidad de la guarnición; derecho inalienable del fallecido a la máxi- ma recompensa del Ejército. Votos considerados, cinco. Votos a favor del causante, los cinco; de los cuales cuatro corresponden a testigos directos de los hechos y el quinto pertenece al capitán Alonso, jefe de su compañía. Pronunciamientos favorables de autoridades militares de mayor rango, otros cinco:

— Del jefe de las tropas de Policía Indígena en el territorio de Melilla, coronel (luego general de división) Pío Suárez Inclán González, en su escrito del 5 de junio de 1917. — Del comandante general de Melilla, Luis Aizpuru Mondéjar, por manuscrito suyo fechado el 12 de agosto de 1917, que fue remitido al teniente general Jordana, en Tetuán, como alto comisario y comandante en jefe del Ejército de África. — Del auditor (general) de división del Ejército de África, Francisco Pego Méndez, quien, en texto suyo manuscrito, fechado el 3 de septiembre siguiente, especifi caba el Caso (2º) y el Artículo (27º) de la denominada «Ley de San Fernando», promulgada el 18 de mayo de

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente 1862, textos que justifi caban la concesión de la Laureada al extinto Buzian. — Del jefe de la Sección de E. M. en Tetuán, comandante Francisco Martín Moreno, en texto mecanografi ado y fechado a mano «9-9-1917», trasladado al jefe de Operaciones, coro- nel Francisco Gómez-Jordana Sousa, donde le razonaba que el causante, «con su conduc- ta heroica, dio lugar a la llegada de refuerzos que recogieron a los heridos supervivientes y evitó que el enemigo pudiera apoderarse del armamento (y las municiones), por lo que no parece haya inconveniente alguno para otorgar a este cabo la Cruz Laureada de San Fernando, que, a juicio de esta Sección, ha merecido cumplidamente». — Por último, del teniente general Francisco Gómez Jordana, como jefe supremo del Ejército de África, quien, a continuación del documento manuscrito por el auditor, anexó el suyo, de su puño y letra, texto con el que se cerraba el expediente Buzian y decía así:

«Tetuán, 13 de septiembre de 1917 Conforme, remítase el expediente al Consejo Supremo de Guerra y Marina (en Madrid), para su resolución, haciendo constar, por mi parte, que considero al maun Buzian Al-lal Gatif acreedor a la Cruz de segunda clase de la Real y Militar Orden de San Fernando

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. como incluido en el caso segundo del artículo veintisiete del Reglamento».

Aquel Ejército de África, desde su comandante en jefe a sus mandos subordinados, había actuado con diligencia, ecuanimidad y efi cacia. Sin embargo, de la obligada pensión a la madre del fallecido Buzian nada aparece en la documentación del juicio contradictorio tras su preceptivo tránsito por el Consejo Supremo de Guerra y Marina. Y nada se dice al efecto en el expediente personal de Buzian. El decreto que fi jase la cuantía de tal pensión debería 300 hallarse en el Diario Ofi cial del Ejército o en la Gaceta de Madrid. «Cruz de la Desidia» para el otro héroe de Bucherit: el alférez Vicente

Bucherit fue posición defendida y liberada en vertiginosa secuencia. La defensa tuvo su hé- roe, que fue Buzian, y la liberación el suyo, que fue Vicente. La muerte del primero no fue en vano gracias a la lucidez y valentía del segundo. Buzian se ganó merecida Laureada y la obtuvo a título póstumo. Una pensión para su anciana madre, que revertiera en sus hij os huérfanos, tenía más valor para la familia y su pueblo. Esa pensión es hoy una incógnita. No lo es el desinterés que recibió quien liberase Bucherit. La tenaz resistencia de Buzian y el fulminante contraataque de Vicente sobre el asedia- do Bucherit impidieron no solo que el puesto de Policía cayera en manos enemigas, sino el aprovisionamiento de esa fuerza hostil en armas y municiones, más el rearme moral por ese triunfo. De no haber actuado Vicente como lo hiciese aquella madrugada del 22 de marzo, Bu- cherit habría sido ocupado, los cuatro heridos rematados y el material útil, sustraído. Con cinco fusiles —el sexto, nº 3.781, quedó destrozado— no se forma una harca, pero se refuerza la que había. Con más de mil balas de fusil —el consumo de municiones fue de «setecientos cartu- chos»— se puede detener el avance de dos columnas, pues más probada que sabida era la certera puntería del rifeño. Cada harqueño solía recibir de 25 a 30 cartuchos cuando se iba a la guerra con su harca. Para qué más, si se contaba que no despilfarraría ningún tiro y, de tener fallos, serían por defecto de la propia munición o de lo intangible: la voluntad de Dios. Fuesen benibuyahidíes o metalzis o una conjunción de ambos, los desbandados ante

el Bucherit de Buzian y Vicente, de haber triunfado ante ellos y reunido así inmediato refuerzo Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente en armamento, municiones y exaltación bélica por su triunfo, mucho les habría tentado repe- tir asalto a una escala mayor. Mars el Biat era el objetivo idóneo, incluso para atacarlo esa misma noche del 22 de marzo de 1917. Es lícito suponer que la fuga de los atacantes, reple- gándose con gran rapidez pese a llevar consigo sus muertos y heridos, solo fue posible al contar, en las cercanías de Bucherit, con otro contingente de rifeños, en espera de auxiliarles en su retirada de fracasar el ataque o reforzarles tras su victoria. El Biat era posición aislada, en la que los rebeldes podrían apoderarse de 25 a 30 fu- siles y el doble de munición que en Bucherit. Poco cuesta imaginar que el tercer golpe hubie- se ido dirigido contra el monte Harcha y, de hacerse con sus cuatro cañones, sobre el desam- parado Arruit, que a sus pies yacía. El Harcha pudo ser el primer Abarrán, pues aunque Arruit no se adelantara al funesto Annual, su mal emplazamiento prevenía sobre futuros reveses al Marruecos de Jordana y Aizpuru. Ambos jefes intuyeron la gravedad de la crisis soslayada. El sacrifi cio de Buzian y sus leales, más el coraje de Vicente y los suyos, cerraron el paso a tan inquietante perspectiva de cepos tácticos. Por sus méritos en el combate del 22 de marzo de 1917 y evitado posteriores desas- tres, sin tener una sola baja entre sus fuerzas, Vicente se merecía la Cruz de María Cristina

—segunda condecoración de mayor rango después de la Laureada— y su ascenso a primer sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. teniente. Y fue nada. Ni cruz al pecho, ni ascendido, ni proeza agradecida en público. Moisés Vicente Cascante era hombre probado en el fuego y premiado por lo mismo. Las cuatro Cruces del Mérito Militar con distintivo rojo, tres de ellas pensionadas, que poseía, sumadas a sus méritos en Bucherit, no bastaron para que le ascendiesen a teniente, mientras otros, con la mitad, eran capitanes. Vicente no era militar de academia, sí profesor de leccio- nes bélicas, en las que se había doctorado con nota de sobresaliente. En septiembre de 1917 le ascienden a segundo teniente. Un escaloncito dentro del escalafón. Transcurrieron dos 301 años hasta que, por R. O. del 12 de marzo de 1919, le conceden la Cruz de Primera Clase del Mérito Militar, a la que adjuntaron una pensión de 25 pesetas. Liberar Bucherit y evitar otros peores tenía precio de catálogo: cinco duros al mes mientras viviera el causante de tal salva- ción. Para Vicente vino a ser su Cruz de la Desidia. El 2º teniente Vicente no se desalienta ni reduce su compromiso moral con el Ejército. Persevera en su modo de ser: planea descubiertas; tiende emboscadas, fortifi ca avanzadillas y cubre la protección de convoyes o supervisa el relevo de unidades. Acepta el mando de pequeños o medianos destacamentos. Cumplir es su divisa. Su trayectoria puede seguirse a lo largo de la línea del frente que, a partir de Batel, se tuerce hacia la izquierda y constituye un arco ofensivo, de gran amplitud, encarado con los macizos de Tahuarda y Tizzi Assa. En esos recorridos de vanguardia, su apellido queda asociado a una fi la de puestos avanzados: Arreyen Lao, Sidi Abd el-Kader, Sidi Yagub, Tixera, Tamasusint. Los meses desfi lan como si fueran semanas. El Rif en paz parece, pero los confl ictos se suceden y la Policía Indígena hace de cortafuegos. Vicente no se aburre.

Un teniente con cruces sufi cientes para ser comandante y rumores de motín

Un día le comunican a Vicente que le ha sido concedida otra Cruz del Mérito Militar con dis- tintivo rojo, pero esta vez sin pensión. A la Caja del Ejército de África le han hecho tantos agujeros como militares distinguidos tiene en nómina, pero sin cobrar. Esa condecoración,

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente sexta hij a de su estirpe, lo ha sido por «el periodo de operaciones entre el 20 de junio de 1918 y el 5 de febrero de 1920». Apenas se acuerda de lo que hizo hace tres meses como para re- cordar lo afrontado y sufrido en dos años. La emoción resultante, como cuanto ocurre en un ejército desplegado ante un frente en continuo movimiento, es relativa. Su responsabilidad aumenta. Vicente se supera y no le cuesta. Otro día le previenen que será ascendido. Escéptico, prefi ere situarse a la expectativa has- ta que el hecho se manifi este. El 27 de junio de 1920 le ascienden a primer teniente. En Melilla han tardado tres años y tres meses en darse cuenta del militar que es. Será por los cambios habidos. En Melilla manda el general Silvestre y en Tetuán el general Berenguer, que además es el alto comi- sario. Ambos dependen de un tercero: Abd el-Krim, que es quien manda en el Rif y terco enemigo se muestra, desde su feudo en Axdir, a todo avance español más allá de la orilla izquierda del Kert. La guerra asoma su hosca faz, aunque nadie la toma en serio. Tiroteos siempre hubo en el Rif y ahora son infrecuentes. Pero la guerra ha llegado al Rif para quedarse. Y no se irá en siete años. Acabándose 1920, decimotercer año de sus deberes cumplidos por España, a Vicente le conceden otra Cruz de Primera Clase del Mérito Militar con distintivo rojo. Y al igual que la vez anterior, esta séptima llega sin pensión. La condecoración le ha sido otorgada «por los servicios prestados entre el 4 de febrero de 1920 y octubre del mismo año». Pocos tenientes

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. del Ejército de África pueden lucir siete cruces del Mérito Militar, todas con distintivo rojo y cuatro de ellas, pensionadas. Si por cruces fuese, Vicente debería portar, en la bocamanga de su uniforme, la estrella de ocho puntas que distingue a los comandantes. Ocho cruces al Mérito Militar posee el teniente coronel Pérez Ortiz. Y «Don Eduardo» empezó como él, con singular variante: trompeta voluntario, en agosto de 1884, sin cumplir los diecinueve años. De soldado raso se podía llegar hasta coronel. La diferencia estriba en que Pérez Ortiz, cuando no anda metido en operaciones como 302 segundo jefe del San Fernando nº 11, cuyo coronel es José Rodríguez Casademunt, laureado en Cuba (1897) y único mando con tal distinción de los seis regimientos de Infantería, que constituyen el armazón del Ejército de África, investiga y escribe. Pérez Ortiz estudia tácticas de otros ejércitos y repasa sus escritos, convertidos en manuales: ha publicado uno (1900) sobre técnicas de tiro y otro (1903) sobre la guerra de guerrillas. Vicente es veintidós años más joven que el célebre teniente coronel. La diferencia impone y relativiza toda espera, aun- que ni por asomo exalte la crispante lentitud de la Administración militar. Ambos mandan tropas en campaña y a sus soldados dan ejemplo. Cuando los militares son de cuerpo entero no caben rangos ni edades para servir al país y honrarse en tal cumplimiento. Uno será hecho prisionero y en el Rif carcelario sobrevivirá año y medio, que es mucha vida perdida. Del otro se dirá que «está prisionero», cuando no fue cierto, pues muerto quedará en la posición cuya defensa un día le fuera confi ada. Empieza 1921. En principio, otro año igual: se instalan nuevas posiciones y se fortifi - can otras, pero sin fundamento, pues el frente dormido parece, aunque el motivo es otro: no hay convicción en lo que se hace, ni por qué se hace. La carencia en medios refuerza el des- aliento: faltan alambradas y ametralladoras Hotchkiss, pues las Colt son un pozo de averías; faltan teléfonos de campaña y fusiles de repuesto, por cuanto la mayoría de los Maúser están descalibrados; faltan ambulancias y camiones; pues los heridos sufren en las bamboleantes artolas y los batallones caminan hasta caer rendidos de cansancio. Sobre todo falta impedi- menta, desde mulos para los convoyes a buenos caballos de tiro para arrastrar las piezas de artillería. No menos en falta se halla el vestuario de la tropa, porque muchos soldados van en

andrajos y medio descalzos, dado que sus alpargatas se les caen a pedazos, así desciendan Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente por despeñaderos o se metan en barrizales. España es pobre y sus soldados dan fe. Pero Es- paña no es ruin. Ni en sangre, ni en dinero. A Marruecos fueron 320 millones en los Presupues- tos del año Veinte y, sin embargo, falta de todo. ¿Dónde han ido a parar tantos millones? Es el comentario general. Ni siquiera hay dinero para pagar los jornales que se deben al campe- sinado rifeño, que se parte sus riñones y rodillas al abrir pistas entre cortaduras y barrancos. El general Silvestre no tiene un duro y ha ordenado suspender esos trabajos. Sin mulos ni carreteras, sus soldados hacen de bestias de carga y lo mismo arrastran cañones que tiran de caballerías, que ni en pie se tienen por falta de agua y forraje. Vicente se mueve entre esas carencias, que le indignan, y otras evidencias, que le alarman: la tropa rifeña protesta poco, pero reventaría como una granada si su familia pasa- ra hambre. Las pagas se retrasan. A veces tres meses o más, como sucede en la 13ª mía, la compañía que manda el capitán Huelva. Un disparate, que puede acabar en motín y muertes. El desánimo moral se enquista y las murmuraciones aumentan. Sargentos y cabos se lo ad- vierten al teniente, pese a lo advertido que Vicente está por sí mismo y también su capitán, Francisco Alonso, quien lleva la 4ª mía con energía y alegría. Solo una vez la paga se retrasó y fue un drama para los policías con hij os. Vicente confía en la resistencia cultural de sus hombres: acostumbrados a bregar con un terreno tachonado de pedruscos hasta dos palmos sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. bajo el suelo; encarar con fe la anhelante siembra del otoño y enfrentarse a las cosechas muertas ya en primavera; a las enfermedades que se llevan a las madres de un manotazo y a sus hij os en un soplo; al despotismo de algunos chiuj (jefes), dueños de manantiales y los te- rrenos más feraces; a su rabia contenida al ver cómo les desprecian algunos nuevos ofi ciales de la Policía, cuando ellos llevan años luchando por Isbania (España), «tirra di antigua fi mi- lia», que no pocos sienten de corazón, mientras que esos presumidos uniformados, con botas lustrosas y gorra ladeada son incapaces de dar la cara por su patria y morir por ella. 303 Silvestre quiere tomar Alhucemas por... Tamarit avisa que sus atributos «son dos»

El general Silvestre sigue agobiado por su persistente falta de numerario y la forzosa suspensión del trabajo en las pistas. Sin carreteras, ningún ejército moderno puede mo- verse. Sin moral, todo ejército se corrompe y muere antes, incluso, de caer vencido. Silves- tre haría bien en preocuparse por lo que ocurre en las unidades que cubren su primera línea, policías indígenas y los Regulares. Una obsesión le perturba y nubla su lucidez: tomar Alhucemas. Un día de enero, el 15, llegan noticias del comandante general: Silvestre, con cuatro gatos (una brigada) ha cruzado, sin oposición, los montes que rodean Ben Tieb, coronado el Izzumar y afrontado el difícil descenso por su cara norte. Y en la hoya semidesértica que ante él se abría, en la más alta de tres colinas pandeadas y peladas, sin un árbol ni un arbusto, plantó su gesto y tienda, equivalentes a fi rma y bandera. Annual se llama. La operación ha concluido sin tiros ni bajas. Alhucemas, más cerca. Queda fortifi car lo tomado y las alturas circundantes. E insistir en los avances por la costa con el fi n de proteger nuevos avances. Días después son ocupados Afrau y Sidi Dris. Hacia ellos caminan artilleros, zapadores y telegra- fi stas. Dos nuevos baluartes se yerguen. Miran al mar y parecen esperar su ayuda. La calma existente se desvanece, sustituida por una frenética actividad. El trasiego de tropas y convoyes de aprovisionamiento es constante. Cuanto se mueve, sean hombres, ca- ñones o caballerías, todo marcha hacia Annual. Es el camino de Alhucemas, que actúa como

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente un imán para el ejército, aunque no pocos muestren su disconformidad: (coroneles) Gabriel de Morales Mendigutía y José Riquelme López Bago; (tenientes coroneles) Fidel Dávila Arron- do y Ricardo Fernández Tamarit, sobre todo este último, segundo jefe del África nº 68, desple- gado en la llanada de Bu Bekker. Tamarit ha escrito a Silvestre, aconsejándole una audaz maniobra por el macizo de Busfedauen, con la fi nalidad de envolver la mole de Tizzi Assa, desembocar en el Alto Nekkor y descolgarse sobre la bahía de Alhucemas para tomar Axdir por sorpresa. El teniente Vicente conoce al teniente coronel Tamarit. Hombre alto y corpulento, sagaz e inquieto, a sus 47 años no para ni a nadie deja parar. La tropa trabaja duro, pero está contenta: la comida no falta y se siente bien dirigida, pues lo que le ordenan que haga, sentido tiene. Los de la Policía Indí- gena piensan lo mismo. Unos y otros están a oscuras de esa carta de su teniente coronel y no se imaginan la réplica de Silvestre tras ser prevenido sobre sus errores tácticos y los abusos de algunos ofi ciales de la Policía. El comandante general de Melilla ha respondido a Tamarit con un exabrupto alusivo a su triple masculinidad. Alhucemas será tomada porque quien lo ordena tiene no solo lo que hay que tener, sino tres. Virtuosismos metabólicos que un condo- ttiero (Bartolomé Colleoni) se asegura demostrase en sus días de gloria bélica o en las duras batallas de alcoba del Quattrocento. Tamarit no se acoquina ante el alarde testicular de su

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. general, a quien ha recordado que él solo tiene «los dos de reglamento». Este recordatorio del número máximo de atributos masculinos dejó a Silvestre endemoniado y a la vez mudo, sin saber qué responder a la intelectualidad impávida e imbatible de Tamarit.

Silvestre modera ímpetus sin corregir errores; Abarrán, monte-tumba de sus afanes

En Melilla apenas hay tropas de reserva y los almacenes están secos como los cauces de los 304 ríos. En la Península no pasa lo mismo, pero el resultado es idéntico. Buscar armas y municiones en el laberinto de cuarteles, depósitos y polvorines es trabajo arriesgado: en principio no apa- rece nada, pero de pronto surge un tesoro: lotes de granadas de un nuevo modelo que iban a ser probadas y nunca lo fueron o una fi la de cañones, fabricados en la Maestranza de Artillería de Sevilla, que alguien con criterio y sentido precavido de la estrategia y la Administración, que nunca son coincidentes, reunió en una nave abandonada. Allí están a salvo de peticiones infun- dadas o crispadas. Para rescatarlas, es preciso hablar con algunos difuntos o esperar a que los vivos se reincorporen a sus destinos. España está de vacaciones. Son las mismas que empeza- ron en 1805 (Trafalgar) y se creían concluidas en 1898 (Cavite y Santiago de Cuba). Ante la imposibilidad de encontrar un «Conforme» o un «Autorizo bajo mi responsabi- lidad», la España desesperada en África cruza cientos de telegramas con la España peninsu- lar o insular, de por sí indiferentes o quejosas de tanta insistencia reclamatoria. En el Marrue- cos español, las idas y venidas aumentan, los coches rápidos suben puertos y los bajan (a veces dando vueltas), mientras motoristas, señaleros y telegrafi stas acaban derrengados. En el tráfi co destaca un automóvil descapotable, pintado en un provocativo color blanco, para- brisas recto y asientos en cuero color avellana un tanto sobado. Suele aparecer cerca del mediodía, camino de su conocido desafío: subir a toda marcha el Izzumar y bajar por la ver- tiente opuesta, seis kilómetros de suicidio si el chófer recibiera orden de no levantar el pie del acelerador. Silvestre regresa sin novedad, luego el general sube raudo, pero baja cauto. Vicente está de guarnición en Batel, campamento cuya linde sureña es la pista que viene de Melilla y llega hasta Cheif, posición no lejos de Drius, el mayor campamento español en el Rif.

A Silvestre y su coche retador les reconoce por la polvareda que deja el segundo y los mostachos Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente que exhibe su erguido pasajero, siempre que la nube de polvo que suele envolverle lo permita. Le vean o le intuyan, los soldados que avanzan por la carretera, fusil al hombro, le vitorean cuando les adelanta, en su torpedo blanco, dejando tras de sí fi las de gorros en alto y caras alegres. Sil- vestre es muy popular entre la tropa; entre la ofi cialidad, menos; en el generalato, nada. Silvestre da miedo al militar ofi cinista y desazona al coronel o general de antedespacho, mientras encan- dila a las damas y a las tropas, sendos femeninos en plural a los que tiene conquistados. Una vez en su coche, Silvestre ordena al chófer «para ahí mismo» si el asunto así lo exige, sea para atender a desamparada mujer o proteger al hij o de un héroe rifeño no reconocido por el Gobierno, sí por el Estado Militar que él representa y pruebas fotográfi cas hay en su Legado. Silvestre suele ir en el lado derecho del asiento de atrás, que utiliza como planero y apuntadero de avisos: un ojo en la carretera y otro en el papel. No por eso se distrae ni se extravía. No suele detenerse en Batel, sigue la ruta hasta Drius, para allí girar a la izquierda y continuar, recto como un tiro, hasta Bu Bekker. O bien tuerce a la derecha en el cruce hacia Ben Tieb, aviso infalible de que ese día comerá en Annual, de donde regresará a media tarde para rendir viaje en su casa, la Comandancia de Melilla. Marzo, abril y la mitad de mayo mantuvieron el guion aprobado por el general y su mi- nutero afín. Silvestre iba al frente, le dedicaba una larga ojeada (a veces dos), criticaba algo y sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. regresaba. Su ejército marchaba tras él, nada podía criticar y al completo no volvía: la mitad ocupaba las nuevas posiciones y la tercera parte regresaba para ingresar en el hospital. Mala comida, higiene nula, agua solo buena para diarreas, moscas y mosquitos por trillones. Había triple número de enfermos que de heridos. Melilla empezó a quedarse sin soldados en sus calles. Y en decisión irresponsable siendo legal, presionado por el vizconde de Eza (Luis de Maricha- lar), ministro de la Guerra, ordenó Silvestre la repatriación de sus veteranos al haber cumplido los tres años de permanencia en fi las. Cuatro mil quinientos soldados recibieron su cartilla de 305 desmovilizado, billete para la vida por cuanto sucedería. Fueron sustituidos por otros tantos quintos, por un lado verdes como pimientos de huerta y, por el otro, amarillos del «miedo a los moros», que les inculcara una sociedad harta de perder padres e hij os en la conquista de Ma- rruecos. Su moral se hundió tras desembarcar. Como resultado, su mirada quedó vacía y sus rostros adquirieron un siniestro color de ceniza. Fueron los muertos de Arruit antes de serlo allí. En los últimos días de mayo, Vicente fue prevenido que se le destinaría a Sidi Yagub, anclada junto a la orilla derecha del Gan y enfrente del binomio Batel-Tistutin, acuartela- mientos a quienes, desde sus avanzadillas situadas en el monte Uiel, servía de centinela para prevenirles de cuanto malo llegase desde el oeste, el este y el sur. Sin embargo, no ya lo malo, sino lo tremendo e inesperado, vendría del norte. En la tarde del 1 de junio, lo incomprensible se consuma: Abarrán perdido a las pocas horas de ser ocupado por la columna del comandante Villar. El responsable se salva y su colum- na con él. No así el destacamento de artilleros y zapadores, reforzado con tropas de la Policía y fortifi cado en la cima. Guarnición atacada y desbandada, mandos muertos: capitán Sala- franca, tenientes Camino, Fernández y Reyes. La excepción: el teniente Diego Flomesta, jefe de la batería, herido y prisionero. Los rifeños se llevaron los cuatro cañones de 75 mm del bravo Flomesta, al que todos imaginaban desesperado, aunque no tanto como para dejarse morir de hambre antes que revelar, a sus guardianes, los secretos de ser un buen artillero. Su hidalguía conmueve y enardece. En días sucesivos se conocieron detalles signifi cativos: el capitán Huelva participó en la operación sin tener mando alguno sobre las tres mías que intervinieron: la Quin-

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente ta, Décima y Undécima, mientras llevaba consigo los cinco meses de paga que él les debía a los policías de su mía, la Decimotercera, que ni siquiera fue movilizada. ¿Temía que le robasen el dinero que no era suyo? Lo cierto es que le despojaron de tal dinero, pero después de matarlo. Ramón Huelva fue el primero en caer. Uno de los harqueños «amigos» se revolvió con- tra él, encaró su fusil y lo mató de un tiro. Venganza por abusos. Del dinero nada se supo, por cuanto el cuerpo de Huelva no apareció. Sí el del capitán Juan Salafranca, cuyo cadáver fue ofrecido por «cuatro mil pesetas». Silvestre no vaciló en aprobar que, entre varios compañe- ros del fi nado, reuniesen ese dinero, equivalente a la paga mensual de seis capitanes. La cantidad exigida fue entregada y a cambio se recibió un cuerpo uniformado, pero irrecono- cible por las mutilaciones que presentaba. La sensación de vengativa ira fue desplazada por una creciente ansiedad. Con la moral por los suelos, el ejército de Silvestre se atrincheró en sí mismo: la confi anza en su general se craquelaba como pintura al fresco bajo drástico cambio de temperatura. Toda la obra de España en el Rif amenazaba ruina. Nueve años de creencias, esfuerzos y penalidades, subsumidos en grasientas cenizas: beniurriaglíes y tensamaníes quemaron los cuerpos de los efímeros ocupantes de Abarrán. Soldados españoles y rifeños al servicio de España se carbonizaron por igual. Al estupor por lo ocurrido sucedió el afán por enmendar el fracaso y castigar al ene-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. migo. Melilla participó de esa ilusión y Madrid otro tanto. El tráfi co por las pistas que llevaban a los ejes Ben Tieb-Annual o Dar Drius-Bu Bekker se incrementó. El descapotable de Silvestre fue mancha borrosa en esos recorridos a trompicones, donde todo eran prisas y escasos los aciertos. De improviso, el automóvil del general dejó de verse. Silvestre se había encerrado en Melilla. Cavilaba qué hacer o se desesperaba por no tomar la decisión que su conciencia le exigía: dimitir. Silvestre no se atrevió. Y su ejército sin cabeza quedó. La moral se resintió y el desorden en los abastecimientos aumentó. A la par crecieron las 306 bajas. Las tropas de la Policía Indígena resistían bien. Aun así, enfermos había. Cuando tal cosa ocurría, Vicente los metía en un camión y con ellos se iba hasta Bu Bekker. Allí tenían consulta dos jóvenes médicos, el capitán Miguel Palacios Martínez, de 26 años y el teniente Juan Pereiro Coustier, de 28. Entendían de síntomas y excusas. El que más, Palacios, un soriano con arrestos y vista radiográfi ca. A los enfermos auténticos curaba y a los falsos espantaba. Vicente volvía siempre contento. Nadie de su gente disimulaba. Quien escurría el bulto era el coronel Francis- co Jiménez Arroyo, jefe del regimiento África nº 68. Lo que ese hombre no hacía o impedía hacer era un clamor a lo largo del frente. Este coronel se pasaba meses sin dignarse coger un rápido y pasar medio día al menos en su circunscripción, Telatza de Bu Bekker. Su destino estaba en los cafés y casinos de Melilla. Y eso que era el segundo jefe de la Junta de Defensa en la plaza. El primero era el coronel Silverio Araujo, a quien rara vez se le veía «en el campo» de operaciones.

Sidi Yagub en alerta: Benítez muerto en Igueriben; Silvestre suicidado en Annual

Desde el 5 de junio, Sidi Yagub tenía nuevo mando. No sabemos a quién relevó el teniente Vicen- te, sí los hombres y medios que disponía: «catorce askaris y seis elementos de ganado». Cinco mulos y un caballo, reservado para el ofi cial. Estos datos, que conocemos por el archivo parti- cular del general Picasso y sus minuciosos estadillos, posición por posición, nos previenen so- bre la difi cultad de mantener 135 posiciones en tierra hostil con efectivos tan reducidos en nú- mero, a su vez repartidos por montes, páramos y vaguadas. Con sus catorce soldados, Vicente tenía que guarnecer la posición principal y dos avanzadillas en el monte Uiel. Se decantó por la

más cercana. Cuatro policías en aquel rocoso mirador y los diez restantes con él. Sabía que se Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente obligaba a un continuo sube y baja desde un emplazamiento a otro si quería asegurarse que sus instrucciones se entendieran y cumplieran. Volvían los tiempos hoscos de Bucherit. Sidi Yagub era puesto situado junto a la orilla derecha del Gan. Fue posición instalada para proteger el paso de los convoyes de suministros y el avance de las columnas de Caba- llería al cruzar el Gan, que es cauce sin agua desde julio a octubre. Y eso los años húmedos, raros de ver. En consecuencia, Sidi Yagub era puesto-abrevadero para cuando el Gan se limi- taba a parecer modesto río y no un barranco emboscado de fusiles. Para todo observador acodado a los parapetos de Sidi Yagub, las vistas eran asimé- tricas: despejadas e inquietantes hacia el noroeste, oeste, suroeste y el sur; dominios de los Beni Tuzin, Beni Urriaguel, Bocoya, Taff ersit y Tensaman, cinco tribus de cuidado, por cuanto sus pobladores maestros eran en el manejo del fusil. En cambio, hacia el noreste, este y sures- te, donde habitaban los Beni Said, Beni Sidel, Beni Bu Ifrur y Quebdana, tribus sometidas las cuatro, pero también los Beni Bu Yahi y Metalza, insometidas ambas, las panorámicas del terreno nada mostraban al quedar ocultas por montes y portillos como el de Tizzi (paso de) Uindor, que hacía de pasadizo de escape, a la vez que túnel de ataque hacia Sidi Yagub. El norte, en su integridad cardinal, era horizonte tapado. Esa ceguera resultaba tanto más ame- nazante cuanto que hacia ese norte difuso se dirigían las columnas provenientes de Melilla: sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Annual bloqueada estaba al hallarse bajo asedio Igueriben, su guardiana táctica y bandera ética de referencia. Desde el 17 de julio se luchaba a muerte por Igueriben. En aquel espolón amarillo peleaban los hombres del comandante Julio Benítez, negados a rendirse. A media tarde del viernes 21 de julio se supo que Igueriben había sucumbido: la guarni- ción entera, salvo unos pocos, muerta. Una treintena de enloquecidos supervivientes, ojos de- sorbitados, pómulos hundidos y labios cuarteados y terrosos de los que no salía palabra inteli- gible alguna, alcanzaron Annual. Cuatro murieron, entre espasmos y vómitos, tras atracarse de 307 agua y pan a puñados. Los que se contuvieron en sus ansias resumieron lo ocurrido: el coman- dante había muerto en el parapeto y sus ofi ciales con él. Cabía suponer que alguno hubiese sido hecho prisionero, no sus mejores capitanes, pues aunque solo hubiera uno —Federico de la Paz Orduña, al mando de la artillería—, los demás, fuesen tenientes, alféreces, sargentos, cabos o soldados, capitanes fueron todos cuantos en Igueriben lucharon y bajo su bandera rojigualda cayeron. La muerte de Benítez anticipaba la del ejército si este emprendía la retirada. ¿Qué de- cisión tomará el general? La pregunta en boca de todos. Silvestre había llegado a Annual esa misma mañana. Muchos le habían visto pasar en su coche. Tras él cabalgaban dos escuadrones de Regulares, la última fuerza a caballo que en Melilla quedaba. Aunque los mejores jinetes, los del Alcántara, escalonados entre Drius, Ben Tieb y Bu Bekker esperaban órdenes. Su coronel, Francisco Javier Manella, estaba en Annual. Junto a Silvestre. Eran amigos desde hace años. Todo el ejército se hallaba en primera línea de frente. Melilla era la segunda línea. Las reservas, agotadas. Se habían pedido tropas de refuerzo al general Berenguer en Tetuán y 60.000 granadas de cañón, kilómetros de alambre espinoso, ambulancias y equipos de ciru- gía al ministro Eza en Madrid, pero ninguno había enviado cosa alguna: ni batallones, ni ametralladoras, ni cañones, ni proyectiles; ni ambulancias, ni material quirúrgico. Los artille- ros de Annual rebuscaron en los armones de sus baterías. Reunieron veinte granadas por pieza. Lo mínimo para un combate. Y después a santiguarse. De Silvestre decían que buscó la muerte en el camino hacia Igueriben, empeñado en 18 cargar pendiente arriba con los escuadrones de Regulares, pero que sus ayudantes y otros jefes se lo impidieron. El resultado fue que la columna de Annual, algo más de cinco mil hom- bres, perdió el norte al perder su jefe criterio táctico e impulsos resolutivos. El resto del ejérci- to desplegado, nueve mil hombres, quedó sin saber qué hacer ni en qué pensar, como no fuese morir en sus puestos o escapar del desastre en puertas. Fue entonces cuando llegaron nuevas órdenes en respuesta a diversas peticiones. Se desmantelaban puestos y sus guarni- ciones se repartían entre las posiciones más valiosas o amenazadas. Sidi Yagub fue de los reforzados. El teniente Vicente pasó a tener 32 askaris a sus órdenes y disponer de «siete elementos de ganado»: seis mulos y el mismo caballo. Puede que esos refuerzos le fueran concedidos a Vicente por el valor estratégico de su posición e infl uencia sobre enclaves próximos. En tal caso, valedores de Vicente pudieron ser los jefes de Batel y Tistutin, enclaves enfi lados desde los montes Hamsa y Uiel si sus cimas eran ocupadas por los rifeños. En Batel mandaba el capitán Adolfo Bermudo y en Tistutin el teniente coronel José Piqueras, quienes, de haberlo así decidido, cursaron su petición al co- ronel Morales como jefe de la Policía Indígena. A Morales se le localizaba en Annual, junto a Silvestre, a quien tutelaba sin desanimarse, porque el general no seguía sus consejos. Lo cierto es que Sidi Yagub, a fecha 22 de julio, contaba con más del doble de su guarnición habitual. A Vicente, esos 32 policías le parecieron un batallón. Y supo utilizarlos con arreglo a

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. su carácter: dividir sus fuerzas, pero teniéndolas a mano: seis policías en cada avanzadilla; los veinte restantes, con él al frente, en la posición. Desde allí lanzaría sus contraataques. Vi- cente había fortifi cado tres Bucherit y estaba dispuesto a defenderlos hasta la muerte. En el Rif, las noticias llegaban con rapidez, máxime si poseían carácter bífi do: triun- fantes para unos, catastrófi cas para otros. En la tarde de aquel 22 de julio de 1921, a lo largo de las pistas entre Bu Bekker, Drius, Arruit, Zeluán y Nador, se sabía lo ocurrido: Silvestre se había suicidado en Annual; sus tropas habían entrado en caótica desbandada en la subida 308 al Izzumar y allí yacían muertas unas e inútiles otras: las llegadas a Melilla por su estado anímico y físico. Navarro, segundo jefe de la Comandancia, no pudo pasar de Drius al hallar- se en manos rifeñas Ben Tieb, incendiado por las tropas del capitán Lobo Ristori al replegarse con su columna de 70 heridos, escoltado por los jinetes del Alcántara. Navarro seguía en Drius, empeñado en reunir unidades dispersas y recuperar material utilizable. Todas las posi- ciones estaban siendo atacadas y muchas ardían tras ser abandonadas. En Sidi Yagub, el teléfono falleció de repente. Cortada la línea. Esta incomunicación se multiplicó hasta silenciar el Rif de punta a punta. Los jefes de las posiciones dependían del telégrafo óptico. Pero los mensajes por heliógrafo podían ser malinterpretados, incluso trans- mitidos con errores funestos si la canícula se densifi caba: el sol velado resultante invalidaba el sistema. Cada jefe de puesto decidiría por sí y sus vecinos también.

Huidos que no deberían huir y heridos rematados de los que uno se salva

Por su comportamiento antes, durante y después de cada acción de guerra, que su expedien- te personal confi rma, Moisés Vicente en modo alguno pertenecía al género de militares con- templativos. Consciente de sus responsabilidades y enterado de cuanto sucedía, estamos obligados a situarle en el lugar donde él pudo sentirse útil al Ejército y orgulloso de sí mismo: en una de las dos avanzadillas, la más adelantada a Sidi Yagub. Desde ese punto elevado, Vicente y sus policías estaban a unos mil metros de cuanta fuerza se replegase o avanzara

19 por la carretera. Excesiva distancia para un francotirador, no así para descargas disuasivas. Pero si descendían al pie de monte, lengua de tierra extendida hasta seiscientos metros de la pista, la cuestión sufría un vuelco en lo balístico y otro en lo táctico. A esa distancia, con una trayectoria de tiro casi horizontal, el pelotón que mandaba Vicente, integrado por tiradores de primera, podía hacer mucho daño al enemigo, incluso forzar el repliegue de una harca de doscientos hombres. Al alba del 23 de julio, el jefe de Sidi Yagub es un vigía más en las avanzadillas del mon- te Uiel. Para evitar que sus siluetas, recortadas sobre el cielo, les descubrieran, han descendido a media ladera y se han camufl ado entre matojos y piedras. La pista de Drius a Arruit, desierta. Ni vehículos, ni tropas a pie o a caballo. Sin haber salido el sol, uno de los policías avisa al te- niente: llega un camión por la izquierda y le precede un coche rápido, uno de los Ford de 20 HP utilizados por jefes y ofi ciales. Proceden de Drius. El camión lleva su caja para transporte cu- bierta por unas lonas. Los dos vehículos cruzan sin problemas el Gan por el puente bajo que enlaza sus orillas. Al pasar sobre una sucesión de baches, una de las lonas se suelta y en el hueco aparecen tres cabezas, dos de ellas vendadas. El camión transporta heridos. Nada más sobrepasar las barrancadas del Uiel, disparos en rápida sucesión. El Ford zigzaguea para difi - cultar la puntería del enemigo, pero el camión gira a su izquierda con tal violencia que por poco vuelca. El conductor logra recuperar la estabilidad, enfi la la pista y acelera. El Ford no había

aminorado su marcha, antes al contrario, parecía volar. Era solo una mota oscura alejándose Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. en dirección a Monte Arruit. Vicente y los suyos no podían saberlo, pero habían sido testigos del tiroteado paso de los supervivientes de Igueriben, la inmolada y jamás rendida. Treinta y uno iban en ese camión. Salvados en Melilla horas después. Todos volverán a sus casas. Los disparos que por poco matan al conductor del camión provenían del yebel Hamsa, enfrente de Batel y a la derecha del Uiel. Una veintena de pacos, especialistas en el tiro a larga distancia, moraban allí. Vicente había dado orden de no hacer fuego. No podía desvelar su posición por un auxilio que nada resolvería. Constató que los defensores de la otra avan- 309 zadilla guardaban silencio. Mejor convertidos en piedras que en difuntos. A los rifeños les importaban Batel y Tistutin, campamentos repletos de botín. De Batel ni un tiro. Los soldados de Bermudo sabían que estaban enfi lados desde el Hamsa. Como carecían de artillería, me- jor reservar las municiones para los asaltos que encajarían. Retumbes de artillería próxima. Dos trallazos seguidos. Leve pausa y dos más. Los ca- ñonazos no cesaban, siempre dos a dos. Media batería, dos piezas hacían fuego. Undécimo disparo. Y el duodécimo, solapado. El sonido llegaba desde los montes que rodean Ben Tieb, lugar incendiado, que todavía humeaba. De improviso, un crepitar como de ramas secas ar- diendo. Fuego de fusilería entre infanterías enfrentadas. Vicente no lograba situar su proce- dencia, pero él y su gente eran auditivos testigos del segundo día de resistencia en Interme- dia A, posición al oeste de Ben Tieb, sobre un monte con forma de sombrero de brujo, de color morado y con empinadas laderas. Allí, en lo alto, resistían ochenta soldados, tres tenientes y un capitán, José Escribano Aguado, de 38 años. La harca no podrá con ellos. Todos, menos un desertor, morirán días después (27 o 28 de julio). Cayeron superados por el número, invictos en su heroica ejemplaridad. El silencio ha vuelto a la carretera y el campo al suyo. Sube el sol y el calor pasa a ser insufrible castigo. En el Uiel, los policías se remueven, retiesos y doloridos. Llevan allí desde medianoche. El agua se acaba. Vicente se ve forzado a tomar drásticas decisiones: quedarse él arriba con los más fuertes, mientras los menos resistentes descienden a Sidi Yagub, donde repondrán energías. Reducir la fuerza expuesta, base de toda supervivencia. Cuando el sol

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente decline, los desfallecidos se reincorporarán a las avanzadillas. Y esa segunda noche por lle- gar les será más llevadera. Coches en la carretera. Por la izquierda. Una fi la de coches de mando. Se acercan en columna. Los dos primeros muy juntos, espaciados los que siguen. Vienen tan rápidos que ya están ahí. Vicente ignora la causa de semejante estampida de automóviles, que responde a una decisión fatal por lo incoherente: el general Navarro ha dado orden de que todas las tropas reunidas en Drius salgan hacia Batel. Drius será abandonado e incendiado. Lo mismo que el teniente coronel Romero Orrego, jefe de la guarnición de Cheif, decidiera al amanecer, provocando un desastre en el que encontró la muerte. Quiso dar ejemplo y salió de los últi- mos. Y allí quedó José Romero Orrego, de 53 años. Su cadáver no será de los identifi cados. Su columna muere: de 604 hombres se salvarán 38. En Drius, lo que ordenase Navarro le enfrentó a Pérez Ortiz, contrario, como otros jefes y ofi ciales —Armij o, Écij a, Lobo, Marqueríe— a prender fuego al mejor campamento del Rif. En Drius había tres baterías de artillería, municiones, víveres y agua: la menguada pero salvadora corriente del Kert, accesible a corta distancia. Navarro ha impuesto sus galones y los demás tie- nen que inclinarse ante una orden que no es tal, sino desorden en fulminante progresión. Grupos de ofi ciales, heridos los menos, acobardados los más, confusos todos, perciben que no hay cabe-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. za, ni plan, ni salvación de seguir así y allí. Crispados, suben a sus Ford, ponen en marcha los motores y escapan. Navarro, abrumado, tolera semejante huida. Y, desesperado, autoriza que salgan tres camiones con heridos. Sin escolta alguna. Los pocos camiones disponibles se reservan para transportar municiones y más heridos, pues son casi cuatrocientos los reunidos en Drius. En el último momento, una remendada ambulancia, sobrecargada con personal civil, ofi ciales y soldados, se suma al convoy de camiones en fuga. Ninguno logrará llegar a Melilla. En el monte Uiel, Vicente hace una seña a sus hombres. Llegan los Ford. Van a todo lo 310 que sus motores dan: noventa kilómetros por hora. Pasan como fl echas. Al cruzar frente a Batel, fusilada general. Se perciben los impactos en las ventanillas, puertas y ruedas, pero esos bólidos siguen a toda marcha. Menos uno, que gira sin control y, tras violenta frenada, queda cruzado en mitad de la pista. Al chófer se le distingue, exánime, sobre el volante. La puerta trasera izquierda se abre y un ofi cial sale sujetándose el abdomen. Trastabillea y cae al suelo. Por la derecha salen dos ofi ciales, que abren fuego con sus pistolas. Dos hombres pegando tiros, a pecho descubierto, contra una montaña de tiradores. Su intención es rodear el coche para llegar hasta el herido. Alcanzados a la par, caen. De improviso, se incorporan como resortes. Las ansias de vivir y socorrer. El ofi cial herido mueve uno de sus brazos como diciéndoles que se salven ellos. Sujetándose uno al otro intentan alcanzar la cuneta opuesta. Desde los blocaos de Batel abren fuego contra los pacos del Hamsa. El monte devuelve, mul- tiplicados, esos tiros. Uno de los ofi ciales cae en la cuneta, el otro se desploma en la pista. El primero gira sobre sí, trepa como puede, atrapa un brazo de su amigo e intenta arrastrarlo consigo. Una ametralladora tabletea en Batel. Un cargador, otro y otro. Los fusileros del Ham- sa esperan. Antes de que un nuevo cargador haya entrado en la recámara, disparan. Los cuerpos impactados se agitan y agarrotados, pero al fi n juntos, dejan de moverse. Aparece otro Ford. Un bólido como los anteriores. Al distinguir la escena, su conductor reduce la velocidad. Los pacos del Hamsa aguardan, dedo en el gatillo. A la altura del coche cruzado en la pista, el Ford frena. Y el conductor se da cuenta: un muerto al volante, un ofi cial que agoniza en el suelo, dos muertos en la cuneta. Crujido seco en la caja de cambios, res- pingo del motor por el acelerón exigido y el Ford que sale disparado haciendo eses. Se sabe

apuntado a muerte y quiere burlarla. Lo consigue. Desde el Hamsa acribillan la nube de polvo Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente que el Ford deja tras de sí. El silencio llega y ocupa el hueco. Un Ford más en la distancia. Desde el Hamsa le dejan aproximarse. No va muy rápido. Su conductor para el coche junto al otro Ford, protegiéndose con este. Salen cuatro ofi ciales, uno de ellos el que conducía. Dos corren hacia el agonizante, tumbado boca arriba, sus ma- nos sobre el vientre. Los restantes, parapetados tras las carrocerías, disparan sus Maúser. Así no lograrán salvarse. Los ametralladores de Batel vuelven a sus tableteos. Una ametralladora contra un monte de fusiles. Vuelven los rescatadores, que sujetan al ofi cial malherido. Lo intro- ducen en el vehículo sin miramientos y detrás van ellos. Derrame de tiros. Saltan cristales y los faros explotan, pero el conductor es hábil. Gira en redondo y mete al Ford en el arcén opues- to; levanta formidable polvareda e insiste en su fuga, puntilleada de impactos, por detrás nube de polvo que crece y se le echa encima. Una o más ruedas lleva pinchadas. Volantazos a izquierda o derecha según los obstáculos que surgen. El Ford sigue adelante, en el borde de la nube que le persigue. Pasa de ser forma maciza a objeto fugaz, que corre en dirección contraria, hacia Drius, alejándose del camino de ronda que bordea Batel. La nube no le suel- ta y el conductor se deja apresar. Los tiradores del Hamsa dejan de apuntar. No ven nada. La polvareda se posa con una lentitud exasperante. Los fusiles del Hamsa siguen callados de lo ciegos que se sienten. La nube de polvo hace tierra. Y según se asienta, la realidad se mani- sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. fi esta: el Ford no está. Ha desaparecido. Volcado en una zanja o cobij ado entre los muros de Batel. Los pacos del Hamsa, absortos. Y los policías del Uiel, admirados. Un camión a lo lejos. Viene de Drius y se acerca con rapidez. No hay tal camión, es una ambulancia. Primeros disparos. Se ven los impactos en la carretera. Los pacos apuntan a las ruedas. El conductor describe eses, lo cual le obliga a reducir su marcha. Los tiros penetran en la carrocería, en las ruedas, en la cabina. La ambulancia pierde velocidad. Intenta llegar a Batel. Pasa por delante del silencioso Uiel. El Hamsa escupe fuego sin cesar. La ambulancia 311 zigzaguea. Tiende a situarse en paralelo a la cuneta izquierda, buscando el amparo de Batel. Que responde con sus armas. Descargas de unos contra otros. El vehículo, en sus vaivenes, recibe tiros de todos. No caben amigos en fuego cruzado. La ambulancia gira hacia Batel, se embute en el arcén y allí queda, semivolcada y humeante. Encaja tiro tras tiro. Nadie sale de la cabina. Nadie abre las puertas de atrás. La ambulancia ha muerto; sus ocupantes gritan. Batel permanece en silencio. Chasquidos lejanos. Otra vez tiros de fusil. Cerca se oyen. Sucesión de disparos suel- tos y un retemblor extraño. Es un turbión de sonidos, espiral cuya intensidad estremece. Son aullidos más que gritos. La onda se hace vocerío ululante, adquiere potencia hasta convertir- se en múltiple alarido y, como guillotinada, a todos esos parecidos de voces los degüella y mata. A lo lejos, la pista deja de ser recta limpia para cobrar aspecto de calzada cubierta de extraños residuos. Cuesta distinguir que son cadáveres. A pocos kilómetros del monte Uiel, tres camiones salidos de Drius, sobrecargados de heridos —uno de ellos con sesenta soldados amontonados como sacos de carne—, han roto sus ballestas y volcado su doliente cargamento en las cunetas o se han incrustado en la pista, amputados de sus soportes, hundidos por su propio peso. Desde las ruinas de Dar Azugaj, posición saqueada, una muchedumbre de alimañeros, viejos y jóvenes, surgida del abismo de los peores odios, se lanza sobre la inerme masa. Los heridos que se ven capaces de correr, lo intentan; los que ni moverse pueden se encogen en posición fetal; otros abren sus brazos en signo de súplica, que intuyen insufi ciente. A unos les abren el vientre o les rajan el cuello, a

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente otros los tirotean a quemarropa o desnucan a culatazos. Y por sus despojos disputan. Los restos de esa cacería de personas cubren la pista. El mediodía cumple su horario y deja paso a la tarde. Con ella se presenta una tam- baleante fi gura. Procede de Drius, lugar que no cesa de enviar horrores. Es un militar, que ti- tubea y en el suelo acaba. No se ha oído un solo disparo. Desde el Uiel le dan por un medio muerto que se deja morir. De pronto, el superviviente se incorpora y mueve sus brazos. Un Ford a lo lejos. En supremo esfuerzo se planta en medio de la pista. El Ford, máquina guiada por mente canalla, no se desvía en su trayectoria. En el último instante, el herido se echa atrás. La muerte silbante le pasa a un palmo. Su cuerpo, desequilibrado por la succión del automóvil, se desploma. El Ford se aleja. Nadie le dispara; todos le maldicen. El herido se levanta y vuel- ve a andar. Va dando tumbos. Los pacos del Gan no le disparan. Han decidido utilizarlo como cebo. Los que detengan sus coches a recogerlo, morirán; el hombre-cebo, no. Para eso está, para atraer víctimas. En el Uiel, es lícito suponer que los policías de Vicente discutieron. Te- nían a tiro a ese pobre soldado. Matarlo era lo mejor. Para él y los muertos que evitaría. Frus- trados pero disciplinados, desisten. La doliente fi gura mueve sus brazos. Esta vez es un camión. Tampoco aminora su mar- cha. Y el que debe apartarse es el herido, que al suelo va. La secuencia se torna insoportable.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. El hombre se pone en pie y reemprende su vía crucis. Al rato, se detiene, a un lado de la pista. Otra vez esos brazos al aire, que buscan conciencia más que auxilio. Segundo camión a la vista. Se acerca rápido, con polvareda cómplice. Y cuando parece que pasaría de largo pues sitio tiene, el conductor frena, el camión se orilla, la puerta de la cabina se abre y dos manos atrapan al militar suplicante, alzándole a pulso. Bastan unos segundos para verle antes de que la puerta se cierre: ropa en jirones, rostro acuchillado, cuerpo ensangrentado y lo poco que de uniforme le queda, en tiras. El camión acelera. Desde el Gan al Hamsa le disparan con insis- 312 tente ansia. Quieren matar a todos: rescatadores, rescatado y al camión rescatador. Inútiles rabias. El camión coge velocidad y esta fuerza le convierte en vehículo blindado. Al cruzar ante las avanzadillas del Uiel, Vicente y los suyos ven pasar a ese cadáver sentado de perfi l al cual se lo llevan a enterrar en Melilla o donde se tercie, porque poca vida le puede quedar. Ese hombre repetidas veces muerto es Ismael Ríos García, alférez de 21 años, supervi- viente de dos matanzas y reiteradas cobardías: la retirada desde Cheif a Drius; el convoy de heridos de Drius a Batel, adonde jamás llegaron tras partirse las ballestas de los camiones que les trasladaban y quedar a merced de los salteadores rifeños, que les mataron; el bestia- lismo cobarde de los conductores españoles de automóviles y camiones, quienes le esquiva- ron con desgana y no le aplastaron de casualidad. El joven Ismael se ha salvado porque Guillermo Vidal Cuadras, de 29 años, teniente artillero destacado en Cheif, le ha reconocido. El alférez Ríos asombró a los médicos del hospital Docker en Melilla: «veintiocho heridas de gumía» contaron en su cuerpo. Su caso será uno de los detallados por el general Picasso en Expediente encausatorio que hará historia. Ismael Ríos fue el superviviente nº 38 y último de la columna del teniente coronel Romero Orrego.

Héroes de mentira y de verdad: ser testigo de gesta y morir sin relatar lo vivido

En la tarde del 23 de julio de 1921, decidido por Navarro el repliegue del ejército hacia el enlace Batel-Tistutin, con la esperanza de subir sus desarticuladas tropas a los trenes de so- corro enviados desde Melilla, la casi totalidad de las posiciones españolas situadas a lo largo

de la ruta Drius-Arruit habían sido incendiadas o abandonadas. Por la izquierda del ejército Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente en retirada y a distancia de tiro de fusil de la carretera, ocho posiciones había en la margen izquierda (sentido del repliegue hacia Melilla): Dar Azugaj, Amesdan, Dar Busada y Busada 2, Assel, Tiguinez, Usuga y Tauriart Medrin. Todas ellas vacías de defensores. En la margen derecha, ocho también eran las posiciones: Hamman, Uestia, Uiel 1 y 2, Sidi Yagub, Pozo nº 2, Yasar y Kuirat El Uta. De estas otras posiciones, la mitad habían sido asaltadas y saqueadas. Jefes españoles de puesto quedaban dos: el teniente Vicente en Sidi Yagub y el cabo Luis Arenzana Landa en el Pozo nº 2. El primero se mantenía fi rme en su posi- ción y parte de su tropa vigilaba la carretera desde las alturas de Uiel 1 y 2. El segundo se veía rodeado de harqueños, atraídos por el agua del pozo, extraída con un motor de gasolina. Ese agua era vital para las familias rifeñas y el ganado de la zona. Cuando la columna Navarro se fragmente en su caótico cruce del Gan y parte de su fuerza logre salvarse gracias al sacrifi cio de los jinetes del regimiento Alcántara, Vicente y Arenzana quedaron solos. Ante sus responsabilidades. El jefe de Sidi Yagub caerá en su pues- to; el jefe del Pozo 2 hará creer al Ejército de África y a toda España que defendió su posición hasta lo inverosímil: resistir el asedio de la harca, causar graves pérdidas al enemigo —los «cuarenta y tres cadáveres de moros», por él contados en su última descubierta, nada menos que «el 30 de agosto»—, romper el cerco y alcanzar el Marruecos francés, salvando así a los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ocho hombres de su pelotón, incluidos tres escapados de otras posiciones cercadas, entre ellos el alférez Ildefonso Ruiz Tapiador, de solo 20 años y jefe del dispersado destacamento de Dar Azugaj, el cual «se puso a sus órdenes». Arenzana engañará a todo el mundo: al teniente coronel Tamarit, que le recomendará para la Laureada; al general Picasso, fi ado en los razonamientos de Tamarit; al Consejo Su- premo de Guerra y Marina, que ordenará la apertura del juicio contradictorio. La farsa con- cebida por Arenzana crecerá a lo largo de cuatro años y cuatro meses, hasta el 13 de octubre 313 de 1925. Llegado ese día, el entonces sargento Arenzana no pudo soportar el peso de sus mentiras. Y confesó: ninguna resistencia hubo en el Pozo nº 2; sí un apaño de capitulación: ellos darían agua a los rifeños y sus ganados a cambio del respeto a sus vidas y recibir ali- mentos. Ni epopéyica travesía hacia el Marruecos francés ni bravura inaudita. El falso héroe ordenó a su atemorizada tropa —de los ocho españoles, todos menos uno testifi caron a su favor en el juicio—, que entregasen su armamento a la harca, constituyéndose en prisioneros de primera, con agua, comida y buen trato. No hambrientos y maltratados como los cerca de quinientos españoles cautivos en Axdir. Las instituciones, militares y políticas, respondieron en gesto consabido por lo histórico de sus usos en España: ocultar el escándalo, tapar las men- tiras, aparentar rutinaria normalidad. Moisés Vicente Cascante era hombre de otra pasta. Ese 23 de julio de 1921 será testi- go de una epopeya: la ruptura del frente de emboscada, que la harca tenía preparado en el Gan. Hacía allí caminaba, desmoralizada y despeada (sin poder casi andar), la columna Navarro que saliera de Dar Drius y pretendía llegar a Tistutin para coger el tren de la vida. Desde las avanzadillas del Uiel, pero también desde el ángulo noroeste de Sidi Yagub, Vicente y los suyos veían esa trampa tendida sobre unos trescientos metros, tachonados de fusileros reconvertidos en matojos y pedruscos. Un foso que cruzar y una fosa para rellenar de muertos. El teniente y sus policías, de los que creemos le fueron fi eles en su mayoría —al igual que harían con respecto al teniente Bernal y el alférez Dueñas, los setenta policías que, junto con artilleros, infantes y telegrafi stas españoles, constituían los ciento veinte defensores

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente de Tazarut Uzai, muertos todos menos siete en la noche del 25 al 26 de julio—, se quedaron con él. Por su código de honor, en el que la valentía es la única atadura para los auténticos guerreros; por el respeto recibido de su jefe natural, al que admiraban; por una irresistible tentación: cómo superaría ese pequeño ejército emboscada tan grande y qué harían esos escuadrones de jinetes que se disponían a cargar. Vicente y su pequeña tropa testigos a la fuerza fueron de: la titubeante llegada de las gentes de Navarro a los bordes del Gan; las primeras descargas rifeñas que abatieron fi las y fi las de soldados; del caos que reventará como granada rompedora y destrozará, uno tras otro, tres de los cuatro bloques de ese desamparado ejército; la inesperada resistencia del cuarto bloque —el regimiento de San Fernando nº 11, guiado con mano fi rme por el teniente coronel Pérez Ortiz—; del desorden y la desmoralización que todo lo revuelven; la agobiante sensación de que ninguno de los allí atrapados saldrá con vida. Y el factor determinante, que disparatado parecía siendo consecuente: los seis escuadrones del regimiento Alcántara, que se dividen en tres masas y se lanzan, grito alto y sable en mano, contra la muralla rifeña. En ella penetran, entre sus escombros matan y mueren y al fi nal la derrumban, pues logran sobrepasar el cauce y galopar en pos de inconcreto horizonte. De ese punto indefi nido, que es Batel, regresarán para volver a cargar. Tres veces más. Y más que hiciera falta. Han vencido y muerto a la par.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Inmensa hazaña, insufrible pesar. Se impone el silencio nacido de lo mucho sentido. Y después el vacío. Vicente sabe que su defensa de Sidi Yagub tiene las horas contadas. Sus policías no pueden ignorar la realidad hostil: Isbania (España) derrotada y sus soldados muertos a miles, su castrense fama difunta, sus posibilidades de reconquista, nulas. El teniente sopesa tres opciones: licenciar a sus poli- cías, exigiéndoles que le dejen sus fusiles; convertirlos en partida de guerrilleros con él a la cabeza, quedarse en Sidi Yagub y resistir él solo. Lo primero le repugna, porque desarmar a 314 un rifeño ante otros supone desnudarle en público; lo segundo le atrae por lo temerario, lo tercero corresponde a su ética. Formar una guerrilla era cosa posible. Tiempos de muerte y saqueo vivían. Lógico sería robar a tantos saqueadores impunes. Podrían así recuperar obje- tos personales de los españoles muertos, reliquias de incalculable valor para sus familias. Se hicieran eso, en Melilla serían héroes. Cumplida tal misión, el que quisiera podría volver a su cabila y él, como ofi cial, respondería de que nadie le ofendiera o persiguiera. El que prefi riese seguir bajo su mando, sería ascendido y propuesto para una cruz pensionada de llegar jun- tos a Melilla. ¿Planteó tal disyuntiva Vicente? Probable era a fuer de ser razonable. Por último, disponía de su voluntad, cartucho de calibre desconocido, propio de todo militar de una pieza: permanecer en su puesto. Con dos salidas: capitular ante rifeño amigo o pegarse un tiro. En sus últimas horas, dos penalidades Vicente afrontó: no volver a ver a su familia; no poder relatar a nadie lo mucho vivido ese domingo 23 de julio, que por tantas vidas valía.

Un capitán médico con suerte y restos humanos con fecha del día de su muerte

El 10 de enero de 1922, las tropas del general Cabanellas, en audaz arremetida combinada entre la Caballería y los camiones blindados, se presentan ante el chamuscado campamento de Drius y lo toman al asalto. Sin resistencia. Los harqueños han escapado minutos antes. Aún hierven, en estupefactos fuegos, teteras y fi ambreras. La sorpresa conquista sola. Es un triunfo para los asaltantes: nueve cañones, de los perdidos en los días de julio, les aguardaban. En el camino a Drius han sobrepasado columnas de cadáveres y materiales de todo tipo. También

caballos. Y eran tantos y seguían tan en formación, que solo podían ser los del Alcántara. Con Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente el pensamiento puesto en lo que sucedió y pudo evitarse o en lo que se consiguió cuando todo estaba perdido, ofi ciales y soldados se alejan de la carretera. Las formas de una posición casi intacta les dan hosca bienvenida. Es Dar Azugaj. La tropa busca aire limpio que respirar y una vista despejada de horrores insepultos para dormir esa noche en paz. Uno de esos hombres luce las enseñas de Sanidad Militar. Charla con otros militares. Se comenta lo evidente y se presiente lo que vendrá: una reconquista tan devastadora como la retirada. El médico se queda solo. Pensativo y quieto. En ese instante oye un disparo y siente un golpe en el pie izquierdo. Somete su cuerpo a un giro brusco y rueda por el suelo, apartándose de la línea de tiro. Acuden compañeros y soldados. Está ileso: la bala ha destrozado su bota, agujereándola y saliendo por el lado opues- to. Del trallazo de su recorrido solo quedan unos respingos de cuero desgarrado y cordones segados al ras. El proyectil «ha impactado en el empeine del pie izquierdo y atravesado el calzado, sin herida ni contusión alguna». Se ha quedado sin bota, pero no hay dolor y puede andar. Un centímetro más abajo, dos meses de escayola y al fi nal cojo. El grupo observa el lugar de procedencia del disparo: el yebel Tisguaguin. A la izquier- da de esa masa, otra menos imponente. El Uiel. A sus pies pasa el Gan, que un hilo de agua lleva en pleno invierno. El Tisguaguin parece sin vida. Vete a buscar el paco, comentan algu- sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. nos. El médico se ha salvado porque el tirador no ha calculado bien la caída del proyectil a esa distancia —mil metros o más— ni corregido el alza. Apuntó a ojo, por encima del blanco. El ángulo de tiro y alza tan burda bastaron para proteger la vida a su víctima. A partir de este incidente, refl ejado en el Expediente B-2355, es lícito suponer que se dieron dos opciones para una conclusión: el médico avisa de lo sucedido al coronel jefe de su columna: De resultas de ello, se monta una batida por la zona en busca del francotirador y sus asociados. Una descubierta de tal porte exige tiempo y fuerzas en consonancia para llevarla a 315 cabo: dos compañías de Infantería y medio escuadrón de jinetes. La otra opción invertiría los medios a emplear en benefi cio de la rapidez para anular tal amenaza sobre la única ruta direc- ta que enlazaba Melilla con el punto más avanzado del frente: media compañía, con una sec- ción de Caballería y apoyo aéreo —las escuadrillas con base en Taiuma— para cubrir un ma- yor radio de búsqueda en breve plazo, no más de hora y media, dado que la concentración de fuerzas en Drius superaba entonces los diez mil hombres; su aprovisionamiento era prioritario y no admitía demora. En cualquiera de estas opciones pudo participar el ofi cial médico en cues- tión, interesado en cumplir su misión esencial: reconocer la línea de puestos a un lado y otro del Gan con el fi n de localizar e identifi car los restos de ofi ciales y soldados; sobre todo de los pri- meros, pues sus familiares solían poseer mayor capacidad de infl uencia social y periodística. Ese mismo día en que el capitán médico salvó su vida por un pelo, como mucho el día después —el tráfi co Melilla-Drius no podía suspenderse por un paco o grupo de tiradores—, Palacios inspeccionaba los bordes del Gan en busca de los hombres perdidos en 1921. En el legítimo afán por ofrecer consuelo a las familias de los desaparecidos, coincidi- rían las tropas encargadas de tan fúnebres descubiertas con las tropas muertas en sus sitios de honor y desesperación, que fueron tantos como aquellos en los que mandase el sálvese quien pueda. Y entrarían en Sidi Yagub, posición desmochada pero no vendida. Enfrentados a los muertos, los soldados-enterradores harían un pasillo al médico, uno de los forenses que actuaron tras el Desastre y así lo hicieron medianamente asimilable. Y fue allí, en esa curva del Gan, donde la tierra parece enemiga del agua y de hecho

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente lo es; donde los montes a nadie acogen de buena gana y perdón tampoco ofrecen, uno más entre los cadáveres desperdigados, solitario defensor caído en la posición abandonada por otros, momifi cado bajo los soles de julio y los hielos de enero, tangible en su presencia, intac- to en su palabra defendida, apareció el tenientillo valiente nacido en Jaca. Le reconoció su antiguo camarada, el capitán médico Palacios. Lo que sigue es el texto literal que fi gura en el Expediente B-2355, relativo al apunte datado «enero de 1922»:

«Según certifi ca el teniente (sic) Miguel Palacios, ha reconocido los restos en Sidi Yagub, resultando ser los del teniente Moisés Vicente Cascante, que falleció, en dicho punto, el 25 de julio del año anterior».

Por semejante precisión forensal, inusual para el hecho en sí, que solo pudo confi rmar quien conociese las circunstancias de la muerte del jefe del destacamento de Sidi Yagub y al propio difunto en vida, quien esto escribe abordó un trabajo de medio año de reconstrucción de los heroísmos contrastados y olvidos consumados, que llegan a su fi n.

Apunte biográfi co sobre un médico republicano, que perdiera su africana suerte Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Miguel Palacios Martínez había nacido en Deza (Soria), el 30 de abril de 1895. Sus padres se llamaban Miguel y Eusebia. Su hij o ingresó en el Cuerpo de Sanidad Militar el 24 de febrero de 1920 y desde el día de su entrada ostentaba la graduación de capitán, fi rme aviso de su cua- lifi cación médica. Palacios había cumplido con distinción y resolución. Cuando el teniente co- ronel García Esteban se refugió en la ambigüedad, dando órdenes disparatadas o ninguna orden válida, el capitán Palacios, junto con el también capitán Alonso, al mando de la 4ª mía de 316 la Policía Indígena y jefe del teniente Vicente, fueron quienes lograron rescatar, por «dos mil quinientas pesetas», las vidas del alférez Bartolomé León y los veintiocho hombres bajo su man- do, cercados en Reyen del Guerruao, posición perdida en medio de la nada, el inmenso páramo que le daba nombre y sitiada la tenía mejor que cualquier harca. El alférez León salvó su vida por unas horas, pues otros se la arrebataron. Por eso fi gura como «desaparecido» en el Archivo Particular del general Picasso. Sucedieron estas cosas el 24 de julio de 1921, día en el que García Esteban decidió no combatir ni maniobrar en pos de ninguna fuerza española. Y tres había. Por orden de proximidad a Bu Bekker: las de Tistutin, Arruit y Zeluán. Los capitanes Alonso y Palacios salvaron la vida, no así el 74% de los mil quinientos hombres que constituían la columna de García Esteban, que buscaba refugiarse en zona francesa y se encontró atrapada entre peñascos y paredones fusileros: gentes de los Beni Bu Yahi y Metalza. Palacios fue de los supervivientes en aquella retirada desde Bu Bekker a Has- si Uenzga. Siguió en operaciones hasta 1927. No ascendió a comandante. Acabó la dictadu- ra, la monarquía fue expulsada por las urnas de abril y Palacios seguía siendo capitán. Lógi- co fue que, llegada la guerra civil, tomase partido por la República. En julio de 1936 estaba destinado en Madrid, en el Parque Central de Sanidad. Conclu- sa en ajusticiamientos la defensa del general Fanjul en el Cuartel de la Montaña y fusilado su jefe, la capital se moviliza para hacer frente a las columnas de Franco, vencedoras en Andalucía y Extremadura, que se aproximan. Es noviembre de 1936. Madrid está rodeado y las Brigadas Internacionales no bastan para su defensa. A Palacios le proponen para el mando de una bri- gada, todavía sin numeral, pero con seis batallones como bloque de encuadramiento. En total,

poco más de mil setecientos hombres, el equivalente a un regimiento de sus tiempos africanos. Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente El 31 de diciembre, esa fuerza recibe número: la 39ª Brigada Mixta. A su cabeza defi ende la traicionera cerca de la Casa de Campo por su lado noroeste y parte de la tiroteada carretera de Aravaca-Húmera. Guerra rifeña, golpes de mano día y noche, contraataques sin perdón. Muchas bajas, pocos éxitos, línea de frente enquistada. En marzo de 1938 la 39ª brigada queda afecta a la 5ª división. Los combates por Madrid prosiguen, desde Carabanchel a la Ciudad Universitaria. Guerra zaragozana esta, casa por casa, cuarto por cuarto, muerto a muerto. En abril, Palacios es nombrado jefe de la 5ª división, formado en base a dos brigadas mixtas: la 39ª y la 48ª. La República gana y pierde Teruel. Enorme boquete táctico surge entre el Maestrazgo y Castellón. Los nacionales llegan al mar en Vinaroz. La República, cortada en dos. Valencia en peligro. Palacios está en el Ejército de Levante. Le confían el mando del XVI Cuerpo, integrado por tres divisiones. Un teniente coronel médico al frente de una fuerza de quince mil hombres. Franco duda qué hacer: si cruzar el Ebro para abrir brecha en Cataluña o tomar Valencia. Cual- quiera de ambas opciones le daría el triunfo fi nal. Pero entrar en tierra catalana recibe reitera- das advertencias de la Francia del Gobierno de Léon Blum: si las tropas franquistas tomasen Barcelona, las divisiones francesas cruzarían la frontera pirenaica. Eso son palabras mayores, porque a los franceses les sobran divisiones, cañones, tanques y aviones. Y además tienen la Flota más moderna de Europa después de la alemana. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Franco se decide por Valencia. Es un error descomunal, del que se derivará una matanza de «soldados nacionales», desastre que el dictador ocultará. Jefes republicanos (Ardid y Mata- llana) han construido una línea Maginot a la española: menos búnkeres, pero más trincheras; campos de fuego bien trazados; artillería rusa, aviación de caza basada en los temibles «Chatos» (Polikarpov Y-16), proximidad de las reservas y escalonamiento de las defensas en profundidad. Esa línea fortifi cada no tiene nombre, sí cifrado símil de mortandades: «XYZ». El XVI Cuerpo que está al mando de Palacios, defi ende la sierra de Javalambre y Manzanera, 317 extrema izquierda del frente. Su oponente es el bilaureado general Varela, jefe del Cuerpo de Ejército de Castilla: cuatro divisiones de Infantería y una brigada de Caballería. Pugna entre el más fuerte frente al más enardecido, que aguanta. Los de Varela porfían sin hundir el fren- te (18 julio 1938). Está por estudiarse esta batalla, que supone un gran triunfo para la Repú- blica. Cuando Franco quiere volcar sus recursos en esta descabellada pugna, que le irrita y trastorna, recibe aviso de excentricidad mayor: los ejércitos republicanos han cruzado el Ebro y el frente aragonés-levantino peligra. Es el 25 de julio de 1938; es la genial maniobra conce- bida por el coronel Vicente Rojo Lluch, jefe del Estado Mayor Central y empeño republicano que acabará en desastre por errores de bulto en los primeros días de la ofensiva al no tomar Gandesa. Palacios no combate en el Ebro, pero se ve relegado. No se sabe si participó en la defensa de Cataluña y pasó a Francia; o si optó por permanecer en Valencia y desde allí embarcó para tierras americanas o africanas. Lo cierto es que salvó la vida. No por ello evita- rá su condena, en rebeldía, por los vencedores. Palacios vuelve a España. Un escrito judicial le previene de la sentencia dictada y la persecución que la mitad de su rencorosa patria mantenía sobre él. En su Expediente, Caja 930, Expte. 4, depositado en el Archivo General Militar de Se- govia (AGMS), consta esta revisión de sentencia, fechada en Madrid el 18 de agosto de 1943:

«Capitán médico Don MIGUEL PALACIOS MARTÍNEZ (con mayúsculas en el original), condenado, el 26 de octubre de 1940, a la PENA DE MUERTE, con la accesoria de

Cascante cables Al-lal-Gatif Ben Buzian y Moisés Vicente pérdida de empleo. En julio de 1941 le es conmutada la pena por la de TREINTA AÑOS, subsistiendo la accesoria. Datos tomados del Expediente que el interesado tiene en la Asesoría Jurídica de este Ministerio». El jefe de la Sección: «P. O., Santos Merino».

Las guerras, y las civiles más, trastornan la lucidez de los hombres, resaltando sus más necias expresiones. Una condena a muerte conlleva «la pérdida de empleo». El de la vida. Y una conmutación de la pena, sustituyéndola por treinta años de cárcel, subsistiendo la accesoria —imposibilidad de ejercer su profesión—, es algo implícito, porque de seguir con vida para entonces, en 1971 —dos años antes del asesinato del almirante Luis Carrero Blanco—, el capitán Palacios contaría setenta y seis años de edad, barrera exigente no para ejercer la medicina, sí para profesar algo de esperanza en el ser humano. Miguel Palacios falleció en Madrid, el 16 de mayo de 1976. Acababa de cumplir 81 años.

J. P. D. 10.07.2014-30.03.2015 Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Agradecimientos

Al archivista jefe del AGMS, Este historiador lo está desde hace de cuya memoria, basada en relatos subteniente Javier Puente de Mena y veinte años. Espero convencer a de los supervivientes de aquellos su ayudante, el brigada Daniel quien proceda para que sean trágicos sucesos, surge el armazón García Belando. Durante los últimos honrados como se merecen. narrativo de aquella columna de seis meses hemos estudiado juntos, vehículos Ford acribillados por los 318 por teléfono, con fotocopias y Recuerdo con admiración y fusileros apostados frente a Batel, de correos electrónicos, las vidas de los añoranza al comandante Pedro Ruiz los que uno se salvó no como hombres aquí enaltecidos. El Ejército Valle, destinado en el antiguo automóvil, sí como escudo para sus de Tierra está en deuda con ellos. Servicio Histórico Militar, en Madrid, tiroteados pasajeros.

Fuentes

Expedientes consultados: capitán Garrido Couceiro. Listado de refrendada por el que fuese jefe del Alonso Estringana (A-417), capitán mandos y efectivos, por posiciones, Estado, Don Juan Carlos de Borbón Bermudo (B-2047), teniente coronel del Archivo Particular de Picasso. y publicada en el BOE del 2 de junio Piqueras (P-2196). Expediente Expediente para la concesión de la de 2012. Noventa años, once meses Picasso: declaraciones del general Laureada de San Fernando al y veintitrés días después de los Felipe Navarro, capitán Pedro Regimiento de Cazadores de hechos. Moreno Muñoz, teniente Guillermo Alcántara, no 14 de Caballería, pieza Vidal Cuadras, soldado Vicente capital para tal distinción, Casado Escudero, Luis

Vigo, 28 de noviembre de 1897 - Melilla, 23 de julio de 1936

Militar de Infantería. Participó en las campañas de pacifi cación. Único ofi cial superviviente de la posición de Igueriben. Opuesto a la sublevación, fue detenido y fusilado.

En septiembre de 1916 ingresó como alumno en la Academia de Infantería en Toledo, siendo promovido a segundo teniente en junio de 1919 y ascendiendo a primer teniente por antigüe- dad en junio de 1921. Destinado inicialmente en el Regimiento Toledo n.º 35, de guarnición en Zamora, en septiembre de 1920 fue destinado a la Policía Indígena de Ceuta, asignándosele al puesto de Uad Lau. Por motivos desconocidos su permanencia en la Policía Indígena es breve, pasando en febrero de 1921 a ocupar vacante en el Regimiento de Infantería Ceriñola n.º 42, de guarnición en Melilla. Desde el 7 de junio de 1921 se encontraba con su compañía de guarnición en la posición de Igueriben. A partir del 14 de julio, los rifeños bloquearon la posición sin permitir a la guarni- Casado Escudero cables Luis ción hacer la aguada. El día 17 se logró introducir el último convoy cuando ya en la guarnición se sufría el tormento de la sed. El día 21, ante la incapacidad de las fuerzas de Annual de forzar el paso, el jefe de la posición recibió la orden de destruir todo el material y tratar de unirse a las fuerzas que no habían sido capaces de vencer a los rifeños que bloqueaban la posición. En el desesperado intento de unos hombres ya agotados por las condiciones del com- bate y la sed, solo unos pocos soldados lograron escapar. El resto quedaron muertos o heri- dos en las inmediaciones de la posición. De los ofi ciales, solo el teniente Casado, aunque herido, sobrevive para contarlo. Junto a él quedan prisioneros tres soldados de la guarnición. Los rifeños le trasladan a Axdir junto con otros ofi ciales capturados en los días sucesivos a la caótica evacuación de Annual. La luctuosa campaña, conocida como «desastre de Annual», en realidad debería serlo como «fracaso de Igueriben». Es allí donde se pone de manifi esto la incapacidad de Silvestre y sus fuerzas para imponerse a unos cientos de guerreros rifeños. La retirada de Annual es consecuencia del reconocimiento de esta incapacidad junto con la actitud pasiva de un man- do al que los acontecimientos desbordaron. A Casado le esperaban dieciocho meses de duro cautiverio, sometido a humillaciones Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. y privaciones, pero al menos consolado por el compañerismo de todos los ofi ciales prisione- ros. Cuando el 23 de enero de 1923 los cautivos de Axdir, gracias al pago del rescate exigido por Abd el-Krim, eran embarcados en el buque Antonio López, el teniente Casado ignoraba que sus desventuras no habían terminado. Al llegar a Melilla eleva al coronel de su regimiento el parte de lo que había sucedido, entre los días 7 de junio y 21 de julio de 1921, en Igueriben. También presenta y entrega un trabajo realizado durante su cautiverio: Una panorámica vuelta al horizonte de toda la cabila de Beni Urriaguel. Por este trabajo, Casado recibiría una mención, la única compensación personal por su actuación en Igueriben y Axdir. Tras concedérsele dos meses de licencia en la Península para recuperarse de su cau- tiverio, comienza su verdadero calvario. Casado solicita se le conceda la Medalla de Sufri- 319 mientos por la Patria Pensionada. Funda la petición en las heridas sufridas en Igueriben. Una en la parte lateral izquierda del cuello, otra entre la primera y segunda falange del segundo dedo del pie derecho y otra en la cara posterior de la muñeca izquierda. Al mismo tiempo, el jefe de su regimiento le propone para la concesión de la Medalla Militar, petición que sería reforzada por una solicitud del pleno del Ayuntamiento de Zamora de fecha 2 de marzo de 1923. El teniente Casado, aunque nacido en Vigo, tenía una fuerte relación con Zamora, a la que volvería destinado y de donde era natural Serafi na Méndez Hernández, con quien se casaría en diciembre de 1924. En marzo de 1923 el comandante general de Melilla inicia el expediente contradictorio para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando al teniente Casado. Todas estas peticiones, la de la Medalla Militar, la de la Medalla de Sufrimientos por la Patria Pensionada y la de la Cruz Laureada de San Fernando fueron desestimadas. Se considera que es acreedor a una Medalla de Sufrimientos por la Patria, como todos los prisioneros que soportaron en Axdir el cautiverio, pero no a la Pensionada por sus heridas ya que «no había informe clínico de su heridas ni constancia del número de días que tardó en curar». En el expediente del juicio contradictorio para la concesión de la Cruz Laureada se Casado Escudero cables Luis ponía en cuestión lo narrado por Casado sobre su actuación personal en Igueriben. Las de- claraciones de los escasos supervivientes eran contradictorias, confi rmando algunos lo de- clarado por Casado y manifestando otros que, al recibir la orden de evacuar la posición, Casado permaneció en la misma, donde fue tomado prisionero. La petición fue rechazada sin siquiera concederle una recompensa alternativa. Por otra parte, aunque en su propio expe- diente se puso en cuestión lo expresado en el parte de la operación redactado por Casado, este mismo parte fue considerado veraz para la Cruz Laureada al comandante Benítez y al teniente Paz Orduña. Por un momento pareció que Casado deseaba pasar página, abandonando Melilla para volver a su antiguo Regimiento Toledo n.º 35 en Zamora. Allí permaneció destinado des- de septiembre de 1924 a septiembre de 1929, ascendiendo a capitán el día 27 de junio de 1926. Del 1 de febrero al 25 de mayo del mismo año realizó en Toledo el curso de gimnasia. Una nueva difi cultad va a surgir en la vida de Luis Casado. En julio de 1930 queda disponible gubernativo al verse denunciado por el delito de quebrantamiento de depósito, del que saldrá absuelto. Este incidente dio lugar a una larga serie de reclamaciones por las que solicitaba que se le abonasen las disminuciones de su sueldo a causa de la situación de dis- ponibilidad. Nuevamente sus demandas son rechazadas. Tras ser absuelto y volver a la situa- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ción de actividad, el capitán Casado ocupó por breve tiempo varios destinos, hasta que en mayo de 1933 fue destinado al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas n.º 5, de guarnición en Segangan. A pesar de que en abril de 1923 había recibido el nombramiento de gentilhombre de cámara del rey, en abril de 1931 fi rma el juramento de fi delidad a la República y, consideran- do que el nuevo régimen puede ser más receptivo, vuelve a solicitar la concesión de la Meda- lla de Sufrimientos por la Patria Pensionada y de la Cruz Laureada de San Fernando. En una de las peticiones de reapertura del juicio contradictorio para concesión de la Cruz Laureada, Casado, mostrando una clara adhesión a la República, escribe: «... y habiendo manifestado reiteradamente el Gobierno de la República su deseo de reparar estas situaciones de injusti- 320 cia y arbitrariedad puestas la mayor parte de las veces al servicio del favoritismo y que tanto mermaron esa íntima satisfacción que todo militar deber tener con la seguridad de que no hay castas ni privilegios...». Las peticiones son rechazadas nuevamente, lo que no desanima a Casado, quien se- guirá reiterándolas. La última petición para que se le concediese la Medalla de Sufrimientos por la Patria Pensionada la realizó en abril de 1936 y la referida a la Cruz Laureada de San Fernando en junio del mismo año. Casado era uno de los más activos militantes de la Unión Militar Republicana Antifas- cista (UMRA) de Melilla y con anterioridad al 17 de julio de 1936 había tenido reuniones con clases y tropas de ideología izquierdista. De estas reuniones la 2. ª Sección de la Circunscrip- ción tenía informes que conocían tanto el general Romerales (ver biografía) como algunos de los mandos sublevados. Detenido el mismo día 17 de julio de 1936 fue juzgado, con escasas garantías legales, y condenado a la pena capital. En la sentencia se le acusaba de «activida- des antipatrióticas, antimilitares y disolventes». Fue fusilado el 23 de julio de 1936.

J. A. S. Casado Escudero cables Luis Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Bibliografía

Expediente personal. Archivo Platón, Miguel, El primer día de la General Militar de Segovia. guerra. Segunda República y Guerra Civil en Melilla, Melilla, Ciudad Autónoma de Melilla, 2012. 321 Castro Girona, Alberto

Puerto Princesa, isla de Palawan, Filipinas, 1875 - Madrid, 1969

General.

Al comandante José Antonio Arail Pereandrés, jefe de la cartoteca del Archivo General Militar de Madrid

De los españoles nacidos en Filipinas mientras el archipiélago fue tierra española, muy pocos volvieron a su patria de sentimiento. Castro Girona fue de estos, aunque lo intentó en medio de una confl agración mundial. En 1919 era teniente coronel en la Mehal-la (fuerza militar) Jalifi ana de Tetuán. Allí conoció a Silvestre, al frente de la Comandancia de Ceuta. Ambos afrontaron rescates de españoles yacentes en sus lugares de muerte: Silvestre en Kudia Rau-

Girona cables Alberto Castro da, desastre que motivó su nombramiento al relevar al general Arraiz de Condorena; Castro Girona en Beni Salah, un revés menor, excepto para los deudos de los esqueletos que yacían en esa cornisa inestable entre los peñascos del Gorgues. No volvieron a verse y cada uno marchó a su destino: el hispano-cubano a Melilla, el hispano-fi lipino a Xauen. Entró solo de noche en la ciudad santa, cubierto del polvo de carbón común a las gentes del Ajmás; mostró su uniforme jalifi ano y argumentó: rendirse a él en paz o capitular ante el hierro del alto co- misario. Los xexuaníes lo bendij eron. Su hazaña (14 octubre 1920) lo privó de falsas amista- des, empezando por la del benefi ciario de su gesta, pues el general Berenguer fue hecho conde de Xauen por Alfonso XIII. En el Congreso se debatió su caso durante años. Todo eran vetos para ascenderle. Al fi nal fue comandante general de Melilla (1925-27). La República le ignoró y Franco le reclutó para que le representase en un periplo propagandístico para el franquismo por China y Japón. Aceptó porque quería ver Puerto Princesa antes de morir. No pudo ser y murió solo, con 94 años, en su piso de la Gran Vía madrileña. Un compasivo vecino testifi có sobre su muerte.

J. P. D. 21.04.2013 Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

322 Flomesta Moya, Diego

Bullas, Murcia, 4 de agosto de 1890 - Marruecos, 30 de junio de 1921

Teniente de Artillería. Heroico defensor de la posición de Abarrán. Condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando.

Nació en el municipio de Bullas, al noroeste de la provincia de Murcia, el 4 de agosto de 1890. El ambiente militar en el que transcurrieron su infancia y juventud —su padre, Diego Flomes- ta Mellinas, pertenecía al Cuerpo de la Guardia Civil, en el que llegaría a alcanzar el empleo de capitán— le haría elegir la carrera de las armas, logrando ingresar en septiembre de 1911 en la Academia de Artillería de Segovia, de la que salió en el mismo mes de 1918 con el em- pleo de teniente y destino en el 2.º Batallón de Artillería de Posición, en Mérida. Su afán de aventura le hizo tomar contacto por primera vez con Marruecos en octubre de 1919, pasando a servir en la Comandancia de Artillería de Melilla, donde a su incorpora- ción se le dio el mando del destacamento de Reyen, en la Zona Oriental del Protectorado, cuya situación era tranquila tras la fi nalización de la Primera Guerra Mundial. Moya cables Diego Flomesta En mayo de 1920 el teniente Flomesta tomó el mando de la Sección de Automóviles de la Comandancia y muy pronto intervino en el plan de operaciones decidido por los generales Dámaso Berenguer Fusté6, alto comisario en Marruecos, y Manuel Fernández Silvestre7, nom- brado a inicios de 1920 comandante general de Melilla, dirigido a la posesión de la bahía de Alhucemas. Para ello, se comenzó el avance hacia el oeste de Melilla, internándose en el Rif hasta llegar al río Amekran. Flomesta intervino en la ocupación y protección de diversas posi- ciones (Arrayen, Ain Kert, Chaif, Dar Drius, Zauia...). Al año siguiente el teniente Flomesta continuó en operaciones formando parte del Re- gimiento de Artillería de Melilla, incorporándose con su batería a la posición de Annual, que había sido tomada el 15 de enero de 1921. El paso siguiente previsto por el general Silvestre era establecer una posición en Aba- rrán, tras el río Amekran y desde la que se dominaba la cabila de Tensaman. El 1 de junio partió de Annual una columna al mando del comandante de Caballería Jesús Villar Alvarado con dirección a dicha posición, que, una vez ocupada sin resistencia alguna, comenzó a ser fortifi cada y quedó guarnecida por dos mías de Policía, una sección del 1.er Tabor de Regula- ª

res y la 1. Batería de Montaña, al mando del teniente Flomesta, fuerzas todas ellas bajo el sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. mando del capitán de Infantería Juan Salafranca Barrio (1889-1921), destacado militar que había ingresado en la Academia de Infantería en 1907 y combatido en Marruecos desde 1912, habiendo obtenido el empleo de capitán por méritos de guerra, y al que se le concede- ría en 1924 la Cruz Laureada por la defensa de Abarrán. No había terminado la columna de protección de regresar a Annual cuando comenzó a oírse el estampido de los cañones situa- dos en Abarrán, en respuesta al ataque de una numerosa harca enemiga, que consiguió pe- netrar en la posición. Flomesta se vio obligado a hacerse cargo del mando de la posición al caer herido de gravedad el capitán Salafranca y poco después cesó el fuego de las piezas al haberse agotado la munición, cayendo él también herido y siendo hecho prisionero. Una vez curado y atendido, se le pidió que enseñase a los rifeños a manejar los cañones que no habían podido ser inutilizados, a lo que se negó rotundamente, rechazando la atención sani- 323 taria y los alimentos y la bebida, hasta fallecer el 30 de junio, tras un largo y doloroso mes de cautiverio. Iniciado el juicio contradictorio para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernan- do, máxima condecoración del Ejército para premiar a sus héroes, le sería concedida por real orden de 28 de junio de 1923. Como reconocimiento a su meritoria acción, varias poblaciones, entre ellas Murcia, Barcelona y Mérida, dieron el nombre de Teniente Flomesta a una de sus calles, mientras el Cuerpo de Artillería le rindió homenaje en su Academia de Segovia al descubrir el general Primo de Rivera el 2 de junio de 1924 una placa en recuerdo de los hechos.

J. L. I. S. Moya cables Diego Flomesta 19 Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Notas

6 Dámaso Berenguer Fusté 7 Manuel Fernández Silvestre sucesivamente, de Larache, Ceuta (1873-1953) había combatido en (1871-1921) luchó en Cuba, y Melilla. Fue dado por Cuba, dirigió las Fuerzas donde ganó los empleos de desaparecido durante el desastre Indígenas de Melilla, fue ministro capitán y comandante por de Annual. de la Guerra en 1918 y méritos de guerra. A partir de seguidamente alto comisario en 1904 tuvo diversos destinos en Marruecos, y en 1930 jefe del Marruecos, donde desempeñó el 324 Gobierno. cargo de comandante general, García Martín, Mariano

La Torre de Esteban Hambrán, Toledo, 1896-Alrededores de Afrau, Marruecos, 1921

Cabo de Infantería.

La retirada del ejército del general Silvestre desde Annual, como toda operación de repliegue bajo la presión del fuego enemigo, produjo momentos de desconcierto, en los que se puso de manifi esto la importancia de uno de los valores esenciales para cualquier unidad militar: la cohesión. Esta fundamental cualidad la defi ne la Real Academia Española como «fuerza de atracción que lo mantiene [materia o grupo social] unido». La cohesión de una unidad se sostiene cuando existe a su vez una serie de virtudes, entre las que cabe citar la confi anza en la propia capacidad (es decir, en la instrucción recibida); el conocimiento y confi anza mutuos entre la tropa y sus mandos; el adecuado equipamiento y la moral. La moral permite a un soldado mantener su capacidad de combate en circunstancias difíciles. Es una cualidad intelectual fundamental en un ejército, pero que resulta muy afec- cables Mariano García Martín tada ante la falta de alimentos, condiciones meteorológicas adversas o la superioridad ene- miga. Solo algunos individuos son capaces de mantenerla en estas circunstancias, gracias a su fortaleza mental y espiritual. Durante la retirada del 21 de julio se produjo el derrumbamiento de todo el sistema defensivo de posiciones establecido por la Comandancia Militar de Melilla desde fi nales del año anterior. La desaparición del propio Silvestre y de su Estado Mayor privó de órdenes a las tropas; la inesperada violencia extrema del enemigo hizo que se extendiera un miedo conta- gioso; la falta de instrucción de algunas unidades y el mal ejemplo de una parte de los ofi cia- les provocaron la caída de la moral y facilitaron la aparición de todos los defectos que con- tribuyen a la destrucción de la cohesión. Sin embargo, en mitad de la debacle, no faltaron multitud de ejemplos que demostraron la calidad humana y militar de muchas unidades y de nuestros soldados. Hubo ofi ciales y sar- gentos que se sacrifi caron para proteger la retirada de sus hombres; unidades que se retiraron en orden al mando de sus jefes, y otras que fueron capaces incluso de actuar ofensivamente contra el enemigo. En las páginas de este libro se encuentran ejemplos de estas unidades que mantuvieron su cohesión. Pero también hubo muestras individuales de comportamiento militar correcto, es decir, de cumplimiento del deber. Y también de su cumplimiento extraordinario, lo sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. que conocemos como valor heroico. Acudiendo de nuevo a la RAE, encontramos que esta defi ne el valor como «esfuerzo eminente de la voluntad hecho con abnegación, que lleva al hombre a realizar actos extraordinarios en servicio de Dios, del prójimo o de la patria». La retirada de las tropas que guarnecían el campamento de Annual dejó detrás varias posiciones que no recibieron orden clara ni instrucciones concretas. Algunas contemplaron como sus compañeros se retiraban apresuradamente e intentaron hacer lo propio, otras fue- ron destruidas por el enemigo, otras capitularon. Una de las posiciones que debían retirarse a Annual y no pudieron por estar rodeadas por el enemigo fue la de Afrau. Cercana a Sidi Dris, estaba sobre un acantilado cercano a la costa y la formaban una casa y un parapeto de piedra y sacos terreros. Componían su guarnición ciento quince hombres del Regimiento 325 de Ceriñola n.º 42, una sección de ametralladoras, dos piezas de artillería Krupp con diecio- cho artilleros y destacamentos de Intendencia e Ingenieros, así como treinta policías indíge- nas. El 22 de julio quedó cercada y bajo el fuego enemigo. Entre sus defensores fi guraba Mariano García, cabo de Infantería que llevaba desde 1918 en el regimiento, habiendo de- mostrado un comportamiento ejemplar durante las campañas. El primer día de ataque desertaron la mitad de los policías indígenas (muchos lo ha- cían por miedo a las represalias). El día 23 murió el teniente Gracia, jefe de la posición y de la artillería, que se vio imposibilitada a tirar con efi cacia (no había sargento). El día 24 se recibió un mensaje que autorizaba la capitulación, pero no se verifi có esta por la negativa del teniente Vara de Rey, que ostentaba el mando. El día 26 de julio, ante la presencia en la playa de buques de la Armada, se decidió la evacuación. Se inutilizaron los cañones y ametrallado- ras y se repartió la munición. En ese momento murió el médico de un balazo. La guarnición marchó directamente hacia el mar, batidos siempre por el enemigo. Cubriendo a sus compañeros en uno de sus fl ancos se hallaba el cabo García, con varios de sus soldados del Ceriñola. Durante este repliegue, recibió un balazo en el vientre. Cuando trataron de recogerle, se negó terminantemente, diciendo que, estando él herido de muerte, continuaran la marcha mientras pudiera hacer fuego con su fusil para protegerles. Otro gru- cables Mariano García Martín po de soldados que marchaban retrasados intentó recogerle, negándose nuevamente Gar- cía, que continuó con su fuego de protección. Y fi nalmente pasó a su inmediación la fuerza de extrema retaguardia, que también quiso llevárselo, pero volvió a negarse el cabo, urgién- doles a que se pusieran a salvo por estar él herido de muerte, y que él seguiría protegiéndoles. Cubiertos en el tramo fi nal del repliegue por el fuego del cañonero Laya desde el mar, los supervivientes lograron llegar a la playa, siendo recogidos por la Armada unos ciento treinta hombres, de los cuales más de cuarenta estaban heridos. Mariano García continuó en su puesto hasta que sucumbió. Su cadáver nunca pudo ser identifi cado. Una Real Orden fe- chada el 5 de junio de 1922 le concedía la Cruz Laureada de San Fernando a título póstumo, premiando su valor reconocido e, indirectamente, la cohesión demostrada por su unidad.

J. M. G. A. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

326 Capitán de la Lama: él y veintinueve más un ejército fueron

A Conchita Ferrando de la Lama en memoria de su heroico abuelo

Lama y de la Lama, José de la

Cádiz, 1885 - El Garet (enfrente de Arruit, Rif Oriental), 1921

Capitán ayudante del regimiento África nº 68, acantonado en Bu Bekker, fl anco izquierdo del ejército de Silvestre en su despliegue hacia Alhucemas. En la mañana del 23 de julio de 1921, cuando su coronel, Jiménez Arroyo, le apremiaba, a las puertas de un Batel desguarnecido, que subiese a su coche para volver a Melilla «ahora mismo», desobedeció esa orden porque «alguien tiene que quedarse aquí y velar por nuestros muchachos», los cuales llegaban, ex- haustos y desesperados, en busca de agua, comida y municiones. Jiménez Arroyo no quiso esperar al general Navarro, que venía de los últimos desde Drius. Prefi rió adelantar su fuga para llegar a la estación de Arruit. Allí, tras contradecirse en sus órdenes al capitán Luis Rua- y de la Lama cables José de la Lama no, llegado desde Annual con los restos de su batería y asegurarle que «él se quedaría en Arruit», afi rmación que a Ruano repite el capitán Ricardo Carrasco, jefe de la Policía Indíge- na en Arruit y cuya defensa abandona, se desdicen ambos y con otros ofi ciales huyen a Melilla. De la Lama siguió la crucifi cante marcha de los tres mil de Navarro. A su lado resistió en Batel y luego en Tistutin. Y con ellos, siempre en vanguardia, dio vista a Monte Arruit aquel 29 de julio, cuando las harcas de los Beni Bu Ifrur, Beni Bu Yahi y Metalza les coparon. De la Lama, con un puñado de voluntarios, formó un triángulo defensivo en el páramo de El Garet, que evitó la aniquilación de la fuerza española en retirada al constituirse en el fl anco izquier- do de la columna Navarro y escudo del capitán Arenas, plantado en la cuesta de Arruit con unos pocos soldados, defensores de las piezas de la única batería que a Navarro le quedaba. De la Lama les facilitó tiempo de vida durante unos minutos; sufi cientes para que cientos de españoles entraran en Arruit. Muere Arenas entre esos cañones y cae de la Lama junto a vein- tiocho de sus veintinueve. Sitiado Monte Arruit, el drama concluye en el holocausto del 9 de agosto. Arenas fue honrado (en 1924) con la Cruz Laureada a título póstumo. De la Lama la tenía ganada por abrumadores testimonios a su favor del general Navarro y otros testigos, Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. más la declaración del único superviviente de su tropa, el trompeta Eustaquio Rodríguez Mar- tín, quien alertase a la esposa del héroe, Concepción Navarro, sobre la gesta de su desapa- recido esposo. El comandante Juan Botella y Donoso Cortés, juez instructor del caso, la soli- citó para su exánime enjuiciado, habida cuenta de que una hazaña como la del capitán de la Lama venía reconocida en tres de los Artículos (47º, 49º y 51º) del reglamento de la Orden de San Fernando. Esa Laureada fue robada de las manos del héroe muerto y de su inerme viuda por intrigas de las Juntas de Defensa, de las que Francisco Jiménez Arrroyo era el jefe en Melilla.

327 «Voluntario para todo»: soldado, alumno de academia y ofi cial que marcha al Rif

Nacido en Cádiz el 26 de agosto de 1885, sus padres fueron José de la Lama Rodríguez, te- niente coronel de Infantería, y Adelaida de la Lama Guerra. Con quince años, José convence a su progenitor a fi n de que le otorgue permiso para ingresar (8 febrero 1902), como soldado voluntario, en el regimiento de Melilla nº 1 (numeral antiguo). Siguen diecinueve meses de formación y disciplina. El 1 de septiembre de 1903, «sin causar baja en su Cuerpo», ingresa en la Academia de Infantería en Toledo. Supera con holgura los tres cursos y, en julio de 1905, se gradúa como 2º teniente. Vuelve a su regimiento, que ostenta distinto numeral: el 59. Transcurren casi dos años. El 29 de enero de 1908 hay alarma en el borde sureste del campo atrincherado de Melilla. Los batallones salen de la plaza «con objeto de proteger la entrada de la mehal-la marroquí, acampada en La Restinga», donde se han visto forzados a dejar su impedimenta, acosados por los bandoleros de Yilali Ben Dris Abd es-Salam El Yusuf, quien se hace llamar El Roghi (Pretendiente) al trono de Marruecos como «hermano» del sul- tán Abdelaziz. La tropa española escolta, solícita, a los moros del rey, que llegan en penoso estado: hambrientos y descalzos, sus uniformes en jirones, muchos sin armas y tiritando de frío. De la Lama aprende algunas verdades: quien manda en el Rif es un impostor y no el sul- tán en Fez, pero a las tropas de este no solo las ha vencido, sino también humillado. El poder y de la Lama cables José de la Lama de la realidad nada tiene que ver con la legitimidad dinástica. Nueva alerta: orden de embarque en el Ciudad de Mahón, que zarpa de madrugada, rumbo a La Restinga. En el puente, una silueta: José Marina Vega, el general gobernador. A las siete de la mañana del 14 de febrero, desembarcan. De repente aparecen «60 soldados del Pretendiente», con los que «sostienen un ligero tiroteo». No es un combate, es una parodia. El Roghi ha representado una escena defensiva y Marina, que le sigue el juego, la suya: esceno- grafía de ataque anfi bio. No hay bajas, pero sí gran consumo de pólvora y cartuchería. De la Lama aprende que así es como, en el Rif, los honores quedan a salvo y los soldados salvan sus vidas. La tropa española reembarca, para embarcar el 8 de marzo. El general Marina y El Roghi celebran una cordial entrevista. La única pólvora que corre es la que se hace a caballo. En el desfi le participan los cuarenta jinetes del escuadrón de Cazadores de Melilla con su jefe al frente, comandante Manuel Fernández Silvestre. Dicen que tiene el cuerpo recosido de tiros y machetazos de sus combates en Cuba. Y debe ser cierto, porque su mano izquierda siempre la lleva enguantada y el brazo del mismo lado semi-rígido parece. Entra 1909. El 23 de enero, en Cabo de Agua, «un centinela es agredido». El asunto no está claro. Sí lo están los «atentados» contra El Che-Cha, uno de los caídes «amigos de Espa-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ña». Se da orden de «castigar a las kabilas (sic) de Ali el-Xerif y Ulat el-Hach». No son tribus, sino fracciones tribales. Crece la inquietud por si el castigo que se imponga diera pie al levan- tamiento de una o dos harcas. El coronel Larrea toma las decisiones pertinentes: a los instiga- dores de las agresiones, tras ser identifi cados, «se les confi sca el ganado de su propiedad». Alimentos y bienes, lo que más duele. La pacifi cación es inmediata. De la Lama aprende que el mando debe ejercerse con fi rmeza y escalonamiento en la réplica a toda ofensa. Cinco meses después Melilla y España, partes de un mismo confl icto africano, entrarán en guerra por errores de mando. Los del general Marina al sacar el grueso de la guarnición tras la agre- sión (9 de julio) a los obreros del ferrocarril, situar sus tropas en posiciones de inviable defen- sa y ordenar a su fl otilla de cañoneros que destruya los aduares de la costa. Kelaia (Oriente 328 del Rif) se infl ama y sus llamas prenden en el Rif Central. El resultado es el desastre del 27 de

Caíd

Del francés caïd, derivado del árabe posible desventura al acarrearle, en caídes, casos de Kaddur Namar, guía dialectal qāyd, y, a su vez, del árabe su propia tribu, agresivas de la tribu rifeña de los Beni Said o clásico qā‘id. Su autoridad era enemistades. En los textos españoles Ahmed Heriro, último caudillo de absoluta en aquella comunidad y franceses suele aparecer con k Yebala como caíd que fuese de los donde se le reconocía como jefe (kaid). A veces se le traduce como Beni Hozmar, dueños y defensores indiscutido, aunque dependía jeque, acepción incorrecta, dado del Gorgues, baluarte montañoso en siempre de la alianza hostil que que tal concepto es propio de los el frente sur de Tetuán. Al territorio contra él pactasen sus rivales. Su pueblos de Asia Menor u Oriente tribal donde mandaba un caíd fuerza era su prestigio y este su Medio. El concepto limitativo de jefe afecto a España se le denominaba mayor seguridad, pero también su no es el apropiado para célebres kaidato. julio de 1909, con lo que España entra en guerra urbana al incendiarse la Barcelona de las barricadas, con los excesos a un lado y otro de las mismas.

Sobrevivir al Año Nueve y al Año Once; ascenso con fecha del día que a poco lo matan

El expediente del capitán de la Lama es prueba y subsiguiente pregunta de cómo se puede salir vivo de órdenes y contraórdenes, marchas y contramarchas, asaltos frontales y defen- sas desesperadas sobre las vertientes del Gurugú, lugares de batalla que, por su toponimia del furor, explícitos son: Ait Aixa, Barranco del Lobo, Blocao «Velarde», Hamed el Hach, Pico Basbel, Sidi Musa; Taguelmanín. Por esas luchas y resistencias, escalonadas entre julio y septiembre de 1909, le conceden dos cruces del Mérito Militar con distintivo rojo, aunque la segunda resulta «pensionada». Podían haber sido el doble o ninguna. El 14 de diciembre de 1910 le ascienden a primer teniente. Es poco siendo mucho: está vivo y además entero. Entra 1911. Tras un paréntesis diplomático —ayudante de Alfonso Merry del Val, mi- nistro plenipotenciario en Tánger—, vuelve al terreno de operaciones. Conoce al coronel (lue- go teniente general) Luis Aizpuru Mondéjar. Entre un teniente y un coronel parece haber un mundo. No será el caso entre ambos. A lo largo de la línea del Kert, de la Lama aprende de Aizpuru a cómo desplazar las tropas sin agotarlas y el quid de llevarlas a la batalla para ga- y de la Lama cables José de la Lama narla. Porque la guerra retorna en agosto de ese mismo año tras la agresión a los integrantes de la Comisión Geográfi ca. Se enfrentan al mismo caudillo: Sidi Mohammed Amezzián. El 12 de septiembre, en Yazanen, orilla derecha del Kert, falto de mensajeros para llevar una orden táctica a las tropas de Policía Indígena, de la Lama decide llevarla él mismo. Nada más salir de los parapetos, los rifeños le apuntan, disparan, le fallan, le alcanzan y cae. Queda como muerto. Bajo un vendaval de tiros le recogen y le ponen a cubierto. El teniente de la Lama está vivo de milagro. El resumen clínico de la herida previene sobre el caso: «gravemente herido por bala de fusil, con orifi cio de entrada por la parte inter- na de la región supraclavicular derecha y salida por la parte media de la región escapular derecha». Es decir, disparo desde posición ligeramente elevada sobre la víctima, que impacta en la base del cuello, cerca de la carótida y sale por la espalda a un nivel inferior. Tiro con suerte. Dos centímetros más arriba y la carótida seccionada. Quince centímetros más abajo y el pulmón derecho, atravesado. Aquel fusilero rifeño enfi ló a de la Lama según le venía de frente. Y apuntó al pecho del teniente. El tiro le salió alto y desviado, indicación de que el disparo se efectuó a una distancia corta: ciento cincuenta metros o incluso menos.

A de la Lama, hospitalizado en Melilla, fueron a verle Aizpuru y varios ofi ciales de su sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. regimiento. De aquellas visitas se hicieron fotografías, en las que se ve al herido incorporado en su lecho con buen semblante. Sobrevivir a un pacazo a veces tiene premio: le ascienden a capitán con fecha del balazo (12 septiembre 1911). La recuperación fue larga y penalizan- te. Las licencias por «enfermedad», eufemismo recurrente para no decir lo procedente —«he- rido en acción de guerra»— se sucedieron hasta 1913. Un paréntesis de año y medio difícil era de soportar para un militar de empuje como de la Lama. Por no leerle ni oírle, le hacen pasar de una Caja de Reclutas a otra: primero Astorga (Palencia), luego Segovia y por últi- mo a Toledo. El 27 de marzo de 1913 recibe copia de su orden de libertad: la R. O. por la que es destinado al regimiento África nº 68, de reciente creación (enero de 1907). Volver a Melilla y sentirse útil. Misiones de rutina: fortifi caciones, convoyes de aprovisionamiento, descubier- 329 tas y tiroteos, pero sin cuerpo a cuerpo. El azar de las misiones encomendadas le lleva hasta Monte Arruit, donde pernoctará repetidas veces entre junio, agosto y octubre. Campamento en trance de convertirse en centro de colonización: las casetas de colonos y comerciantes crecen, como arboleda anárquica, alrededor de la posición. Ocho años más tarde serán su cepo y muerte.

Novia convencida y capitán incrédulo se casan: llegarán hij os y cruces de guerra

Todo militar en África, sea soldado u ofi cial, deja tras suyo un amor. De noviazgo con promesa de casamiento, pero también sin nada que se le parezca. De la Lama es de los últimos: su novia le quiere, pero no en zona de guerra. Pasar por el altar y el Rif es doble boda —con la incertidumbre y una probable viudez—, que rechaza. El frustrado capitán insiste. Y la reque- rida, Concepción Navarro Fernández, sin llegar a desistir, no por eso transige. Su padre, inge- niero militar de renombre, el coronel Salvador Navarro Pagés —famoso por los baluartes que construyera en Manila, donde su hij a Concha naciera en 1890— no inclina la balanza. De la Lama no se rinde, tiene tramitada su petición de licencia matrimonial y espera. Al fi nal, toma la posición en Melilla misma: el 27 de abril de 1915, en la capilla castrense del Buen Acuerdo, casan Concepción y José, ella convencida, él todavía incrédulo. El primer hij o del matrimonio y de la Lama cables José de la Lama llega en 1915: es «José». Ese mismo año, a su progenitor le consideran (18 de julio) «apto para el ascenso a comandante cuando por antigüedad le corresponda». Representa de seis a siete años de paciente aguardo, so pena de que se cruce una guerra. Conchita ve poco a su marido: lo mismo bordea las orillas del Muluya que anda por los montes de Ziata o Tidinit. Le conceden su tercera cruz del Mérito Militar con distintivo rojo. Entrado 1916, al capitán de la Lama apenas se le ve por Melilla, pero Conchita se las arregla para que tanta ida y venida en algo redunde. Queda embarazada y así nace «Sal- vador». Al padre también le cae encargo: su coronel, Enrique Baños Pérez, le ha propuesto para el rango de «ayudante mayor» del regimiento. Aizpuru, que ya es general de división y manda en Melilla desde julio de 1915 (tras relevar a Gómez Jordana), no puede estar más de acuerdo. Y esa Orden de la Comandancia (18 noviembre 1916), hace del África nº 68 una unidad de primera línea con un coronel rejuvenecido —Baños Pérez tenía 59 años— y un capitán de 31, que hace de coronel a diario para la tropa y ante esta cumple la misión encomendada. Los años se suceden: 1917, 1918, 1919, 1920. De tanto subir riscos y bajar barrancos, pero sobre todo esquivar pacazos, a de la Lama le reconocen méritos para recibir (30 di-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ciembre 1917) su cuarta cruz con distintivo rojo, «pensionada». Bienvenida fue para la com- pra diaria. En 1918, Conchita tiene parto feliz del que surge una sonrosada Conchita. Ya no habrá más hij os. Por entonces, «Don Enrique» pasa a la reserva. Coronel y capitán se han entendido. El relevo, Francisco Jiménez Arroyo, 52 años, es una incógnita, no en presencia: corpulento y fuerte, sobre todo engreído por su ascendencia en el seno de las Juntas de Defensa, poder que manda sobre el rey y los gobiernos de España. Jiménez Arroyo, a su vez, gobierna las jefaturas regimentales en Melilla. Es el primer jefe de la Junta de Defensa en la plaza. En 1919, el África nº 68 insiste en asentarse sobre los páramos y montes que bordean dos fi los de agua: el Gan y el Kert. Marchas nocturnas y amaneceres de sorpresa que derivan 330 en posiciones conquistadas: Amesdan, Dar Azugaj, Buxada, Usuga, Sidi Yagub, Uestia. La fl echa española avisa con inequívoca claridad: al Kert, río de la guerra, poco le queda para ser cruzado. El 10 de mayo, Jiménez Arroyo, en el parte dado a Aizpuru, manifi esta que «este capitán en sus funciones de ayudante de la columna, a falta de un Jefe de E. M. para la mis- ma, desempeñó el cargo interpretando, con gran acierto, las órdenes tanto para la organiza- ción como en la marcha de noche y desarrollo de la operación del 21 de abril». De la Lama es reconocido como jefe de Estado Mayor bien probado, aunque no estampillado. Primera y úl- tima felicitación de su nuevo coronel, la cual escrita quedó en su expediente. Entra 1920. La expansión española prosigue, ocupándose la mayoría de las posicio- nes del área de Zoco el Telatza de Bu Bekker, cabecera de la circunscripción en la que el África nº 68 asienta sus dominios. El 26 de enero cesa Aizpuru al ser ascendido a teniente general. Al parco Aizpuru, el método, la organización y la prevención reunidos en una sola persona, le sucede Silvestre, todo él arrojo, audacia, convencimiento y deslumbramiento como estrella de la guerra. Esperará tres meses y medio. Ni un día más. Cruza el Kert y toma Drius. En Melilla se aceleran los preparativos para una campaña de larga duración, con Alhu- cemas como objetivo. A de la Lama le conceden (2 diciembre 1920) su quinta Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo. Navidades en casa. Cariño de mujer y risas de niños. Alegría y paz casan bien.

Avanza 1921: el año de las grandes mentiras, que a tantas verdades diera muerte y de la Lama cables José de la Lama

Después de ocupar Annual, Silvestre creyó haber hecho bastante en aquel invierno lluvioso después de tres años de recalcitrante sequía. El alto comisario, general Berenguer, visitó el Peñón de Alhucemas —visita inoportuna, por cuanto alarmó a los notables de Axdir—, para desembarcar en Melilla y llegar, incluso, hasta Annual. De regreso a la plaza, felicitaciones a las tropas y a su jefe (6 abril 1921), a los que esperaba felicitar otra vez en Alhucemas. Beren- guer vuelve a Tetuán y Silvestre queda con sus agobios: necesita dinero, artillería y municio- nes. Pide lo primero a Berenguer para abrir caminos y terminar el ferrocarril desde Tistutin a Drius. Y a su superior le razona lo obvio: sin comunicaciones no hay ejército. Berenguer no suelta una peseta, pero le autoriza «alguna incursión» en el valle del Amekrán. Allí está el monte Abarrán, antepuerta de Tizzi Tzkariest y balconada hacia Axdir. Entre dar un paso y no dar ninguno no es cosa admitida por Silvestre, que ansía dar dos y si puede tres. La pérdida de Abarrán (1 junio 1921) le aturde más que le enfurece. Su ejército se repliega en sí mismo, queda cercado en Igueriben y él copado en Annual. El 22 de julio, enfrentado al deshonor tras perder Igueriben, coge su pistola y se pega un tiro. Sus tropas afrontan la subida al serpen-

teante Izzumar. Acribilladas sin perdón, se desbandan. La moral causa baja. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. El Rif deja de ser español para convertirse en un mundo sumergido en guerra total. De la Lama se mueve entre Bu Bekker y Batel. Intenta localizar a su coronel en Melilla. El coronel no está en casa. El capitán decide ir a buscarlo. Una realidad inquietante guía su viaje: el teniente coronel Saturio García Esteban ostenta el mando en Bu Bukker. «Don Satu- rio» es un buen hombre, pero no es militar de cuerpo entero. Y Jiménez Arroyo lleva cuatro meses sin dignarse «ir al campo», expresión coloquial, representativa de ese carácter cínico y distante de quienes se creían por encima de obligaciones y situaciones. La Orden Gene- ral del 2 de mayo de 1920, que fi rmase Silvestre, exigiendo a los jefes de circunscripción que residieran en la misma, no ha sido obedecida más que en Annual y Drius. En las demás, encogimiento de hombros. Jiménez Arroyo practica esa gimnasia evasiva, que es amoral y 331 pericial. Sabe que su segundo, el teniente coronel Ricardo Fernández Tamarit, está en su sitio y de la Lama en el suyo. Pero Tamarit no ha logrado curarse de una blefaritis aguda y sigue hospitalizado. Enfrentado a decisiones coherentes —concentrar sus fuerzas en Drius—, García Esteban se aturde. Y ordena huir a sus hombres hacia el Marruecos fran- cés. Más de la mitad morirán. Al atardecer del 22 de julio, de la Lama marcha a Melilla. Es probable que con él viaja- se el teniente coronel José Piqueras. Mientras tanto, el general Navarro, segundo jefe de la Comandancia, ha llegado a Drius, donde se topa con otro desastre: tropas exhaustas, ofi cia- les desfallecidos, incluso idos, ejército consumido. Dos unidades hay enteras: la Caballería del Álcantara nº 14 y la Infantería del San Fernando, nº 11. Sus segundos jefes, tenientes co- roneles Fernando Primo de Rivera y Eduardo Pérez Ortiz, mantienen a los suyos en pie, listos para pelear y resistir. En Melilla, de la Lama busca a su coronel; Piqueras indicios de refuerzos en la Comandancia, donde dos coroneles, Masaller, jefe de la Artillería, y Sánchez Monge, jefe del Estado Mayor, intentan escarbar entre las ruinas de un edifi cio derrumbado, con miles de supervivientes bajo sus escombros, que creen serán rescatados. A las cinco y media de la mañana del 23 de julio suena el teléfono en casa de Jimé- nez Arroyo. Al otro lado de la línea, el ofi cial de guardia en la Comandancia. Orden del ge- neral Navarro desde Drius: Que vaya usted a Batel y le espere allí. Recibirá instrucciones. El y de la Lama cables José de la Lama coronel avisa a su ayudante y de la Lama previene a Piqueras. Los tres suben en un rápido —los autómoviles Ford utilizados por el mando— y salen hacia su destino. A las siete y media de la mañana llegan a Batel. Les saluda el capitán Adolfo Bermudo, jefe de la posi- ción. Navarro sigue en Drius y Bermudo no tiene otra orden que la de esperar órdenes. Por la pista pasan sucesivos rápidos con ofi ciales dentro y en dirección a Melilla. La pista sigue abierta y la línea telefónica no ha sido cortada. Si quisiera, Jiménez Arroyo podría llegar a Drius en quince minutos y enviar a su ayudante con el coche e instrucciones para García Esteban. Jiménez Arroyo prefi ere llamar a Navarro. Una voz joven que conoce atiende su llamada: el capitán de E. M. Enrique Sánchez Monge, 26 años. El capitán le pasa con el general. La comunicación entre ambos se enreda en una serie de fatigosas preguntas y respuestas inconcretas sobre el número de camiones disponibles y la cantidad de ganado útil, según sea para la artillería o la Caballería. Nada se resuelve y cuelgan. Suena el telé- fono en Batel. Para sorpresa del coronel es García Esteban. Le informa que la guarnición de Haf, posición clave para mantener abierta la pista entre Drius y Bu Bekker, «empezaba a ser hostilizada por el enemigo». Jiménez Arroyo despacha sus apuros diciéndole que «resistie- ra hasta ver si se le podía mandar auxilios». En síntesis, apáñese usted como pueda. Ni

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. instrucciones precisas, ni consejos válidos. De la Lama queda endemoniado. A sus compa- ñeros de ofi cialidad, sobre todo a sus soldados, su coronel a todos condena a muerte. El tiempo pasa. En la pista, los soldados relevan a los vehículos. Llegan confusos, desalenta- dos, rotos como hombres, huérfanos de fe y mando. Jiménez Arroyo decide ir a Tistutin. A menos de tres kilómetros, Tistutin es la última estación ferroviaria. El coronel habla con un teniente, cuyo nombre no recuerda, pero que sin duda era Francisco Moreno, a quien le da instrucciones para «que solo deje subir en el tren a los realmente enfermos». Jiménez Arroyo espera a que ese tren salga. Sabe que hay otro tren en Arruit, en proceso de formación. El coronel tarda en volver. Trata de encontrar a su hij o, alférez de Regulares. Mientras tanto, la situación se agrava en Tistutin. Nutridos grupos de 332 rifeños acosan a la guarnición de Usuga, donde el teniente Enrique Barceló ejerce el mando. El Usuga es un monte que a Tistutin tiene a capón: tiro de arriba abajo. El que lo tome, vence. De la Lama se desespera. Su coronel no regresa, García Esteban debe estar hecho un lío y el tiempo se acaba. El teniente coronel Piqueras, inquieto por lo que ocurra en el Usuga, marcha a Tistutin. Al fi n, con una columna de polvo detrás, aparece el Ford de Jiménez Arroyo. A las dos de la tarde, el teléfono suena: otra vez Navarro. El general vuelve a pregun- tar al coronel «cuántos camiones había en Batel». En servicio ninguno, averiados varios, sin contar los irrecuperables, bloques de metal que jalonan las cunetas o yacen en medio de la pista. En su declaración posterior (25 de agosto) ante el general Picasso, dirá que «al no poder precisar (el número de camiones) al volver al teléfono para comunicárselo (a Nava- rro), encontró ya cortada la comunicación». Jiménez Arroyo ha contado inexistencias me- cánicas y calculado el curso de los desastres ajenos. El suyo poco le importa y menos le preocupa. Detrás suyo están las Juntas de Defensa. Se sabe intocable. Y cree haber halla- do un plan que le permitirá recuperar a su hij o, que sigue con los Regulares del teniente coronel Miguel Núñez del Prado, herido el 19 de julio en el fallido convoy a Igueriben y en- camado en Melilla. Que el jefe de los Regulares no esté en su puesto tal vez sea lo mejor. Sus subordinados a él le respetan. La clave para salvar a su hij o es dónde fi jar el encuentro. Su buen amigo, el coronel Silverio Araujo Torres, jefe del regimiento Melilla nº 59, cercado en Dar Quebdani, en esas horas ha encontrado ya la solución para salvar al capitán Eduardo Araujo Soler, su hij o. Tampoco es cosa rara: Silvestre mismo dio tajante orden a su hij o Ma- y de la Lama cables José de la Lama nuel, alférez de 20 años, para que saliera de Annual en su coche de mando ayer mismo, 22 de julio. La diferencia estriba no en el rango ni en el parentesco, sino en la situación: Silves- tre tenía decidido ya matarse.

Capitán que desobedece orden canalla y coronel que deserta ante sus tropas

Tres de la tarde del 23 de julio de 1921 en Batel. Crepitar de fusilería en la distancia. El sonido muestra altibajos, con periodos de furia paroxística mezclados con repentinos desplomes. Los jinetes del Alcántara cargan por cuarta y última vez, rompen los cuadros de la harca en la orilla derecha del Gan, matan y mueren a un lado y otro, pero salvan a la columna Navarro. O lo que resta de ella. Una riada de supervivientes llega a Batel. Piden agua. Con ansia la beben. Piden armas. No hay. Habrá municiones. Sin permiso por escrito, nada. Algunos piden de comer. Beber les recuerda el hambre que arrastran. Como traperos en la basura, buscan cartuchos y algo que llevarse a la boca. Otros piden órdenes a un coronel. Ni caso les hace. Dentro del recinto, subofi ciales y soldados ajustan, sobre mulos y caballos, cajas de municio-

nes, fardos con alimentos, cantimploras y petrolinas: las latas de petróleo, utilizadas como sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. garrafones de agua. Dos capitanes tratan de poner orden en el tumulto. A uno de ellos lo re- conocen por el número «68» en el alzacuellos de su uniforme. El convoy sale hacia su perdi- ción y saqueo (Usuga caerá al desertar los policías indígenas que la guarnecían y el teniente Barceló será dado por «desaparecido»). Los capitanes se abrazan y separan. Los soldados del África se dirigen hacia el capitán de su regimiento. A ver qué les dice. De esa escena de agobios y urgencias un testigo quedará con vida. Y justo un año más tarde, el 21 de julio de 1922, en Melilla, convocado para declarar en el juicio contra- dictorio para conceder la Laureada de San Fernando a uno de esos capitanes, manifestará: «Que el veintitrés de julio llegó a Batel con la columna del general Navarro después de evacuar Drius. En Batel vio al capitán de la Lama que, en unión de un capitán de Estado 333 Mayor, organizaba los convoyes que iban al fortín de Usugar (sic)». Ese capitán de Esta- do Mayor era el mismo con el que Jiménez Arroyo hablase, horas antes, por teléfono: Enri- que Sánchez Monge. Jiménez Arroyo observa con ansiedad la pista desierta que a Drius apunta. De la Caballería solo queda una polvareda que cae a tierra y se deshace. Pocos han debido salir con vida de esos campos de muerte. La harca está al llegar y a nadie perdonará. Hay que irse. Su hij o ya está en el coche, junto «con un capitán, un teniente y un soldado de Caballe- ría (a ninguno de los tres identifi ca)». Falta su ayudante, al que rodea un grupo de soldados. Qué hace ese tonto hablando con esa tropa desharrapada. Le grita y dirige imperiosas se- ñas. De la Lama, cachazudo él, se acerca despacio, a su lado un desgarbado trompeta. El coronel se jura a sí mismo abroncarlos en Melilla. Van a morir todos por tan estúpida y desa- fi ante parsimonia. Lo que sigue es la reconstrucción, vía el testimonio oral de aquel trompeta, Eustaquio Rodríguez Martín, tal y como quedó en la memoria de la viuda del capitán y esta transmitió a su hij a, quien a su vez la donó a su nieta. Tres Conchitas defensoras de una misma verdad. José de la Lama pone sus manos en la puerta del coche. Jiménez Arroyo está fuera de sí. «Suba de una vez, capitán. Tenemos que salir de aquí ahora mismo». Con calma, es- cogiendo expresiones y modos, el capitán replica: «Voy a desobedecer su orden, coronel. y de la Lama cables José de la Lama Alguien tiene que quedarse aquí para velar por nuestros muchachos. Márchese usted si quiere». De la Lama ha visto al hij o del coronel sentado en el asiento de atrás. Y otras caras que conoce. Ahora comprende. Jiménez Arroyo tarda en reaccionar. Ante él, un iluminado, un aspirante a héroe que pretende serlo sin darse cuenta que ya es un cadáver. Jiménez Arroyo no está para recibir ejemplos ni lecciones de nadie. Hace una rabiosa seña al chófer y el Ford arranca. De la Lama se deja envolver por el turbión de polvo. Cuando se disipa, a su lado sigue el mismo grupo de soldados del África. Entre ellos, el trompeta. Tiene veintiún años. De la Lama cuenta sus efectivos: ocho soldados y un trompeta, cuya corneta lleva cruzada sobre el pecho con una cuerda enrollada. Nueve no hacen un regimiento, pero pueden ser el pilar de un ejército.

Llegar a Monte Arruit para formar el cuadro, salvar a tantos y al fi nal caer el último

De la Lama será quien salude a Navarro en Batel cuando este llegue allí, avanzada la tarde del 23 de julio. Quedó pasmado Navarro al constatar que, de los mil setecientos hombres del África nº 68, solo quedasen un capitán, ocho soldados y un corneta. De la Lama nada pudo

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. decirle del teniente coronel García Esteban. Navarro se guardó para sí lo que pensaba de Jiménez Arroyo, coronel que no veló por su regimiento, que ninguna orden diese a su sustituto y escapó hacia Melilla sin esperarle a él en Batel, donde la harca ni se acercó. Tanta dejadez y vileza mucho le dolieron a Felipe Navarro y Ceballos-Escalera, aristócrata metido a enterra- dor de ejércitos por la mala cabeza de unos y la cobardía de otros. El día no ha concluido. Siguen llegando supervivientes: en grupos o emparejados. Los hay que se presentan solos, espectrales fi guras de lo que fue un ejército y la quimera de conquistar el Rif. Los hombres de Navarro resistirán cuatro días en Batel. A las dos y media de la tarde del 27 de julio se replegarán hasta Tistutin, donde todavía había agua y montaban guardia los supervivientes del regimiento Alcántara. Los de Navarro sostuvieron en Tistutin un aviso del 334 duro asedio que les aguardaba: fuego todo el día y parte de la noche; fuego incluso, en forma de petróleo, para quemar los cadáveres enemigos en descomposición caídos sobre los para- petos. En la madrugada del 29 de julio salen. «La marcha desde Tistutin a Monte Arruit se efectuó formando la fuerza en cuadro; el capitán de la Lama ejercía las funciones de ayudan- te del teniente coronel Piqueras». Es el testimonio del corneta Rodríguez. La columna Navarro cruza por entre sucesivas cortinas de fusilería.Todavía son unos tres mil trescientos. Su masa impone, pero la harca la ve llegar como apiñado blanco en el que ningún tiro se perderá. Mañana del 29 de julio. Arruit a la vista: a la derecha, larga cuesta por subir; a la iz- quierda, inmenso páramo para afrontar y menos para huir. Fusilada de exterminio. Tres har- cas rodean a la columna Navarro. Los soldados caen en racimos. Empieza «una lucha encar- nizada, en la que se deshizo el cuadro que formaban las fuerzas, pero el capitán de la Lama, con la pistola en la mano y gritando “conmigo los de mi regimiento”, fue seguido de unos treinta, entre ellos el declarante (Rodríguez), para detener al enemigo». Las puertas de Arruit se abren. Y hacia ellas corren los que aún pueden correr. No los heridos tirados en el suelo, cuyos gritos de auxilio descoyuntan ánimos y confi anzas. La co- lumna se desajusta y fragmenta. Navarro se siente morir. Otro cauce de sangre. Una masa de cabileños se aproxima desde el norte, a través de El Garet. Gentes de los Beni Bu Ifrur. Otra masa se acerca por la carretera de Drius, a su cabeza, jinetes pardos. Los metalzis, la mejor Caballería del Rif. Una tercera harca envuelve Arruit por sus espaldas y toma las casetas no ocupadas. Gentes de los Beni Bu Yahi, dueños de Arruit. La columna Navarro se ve fusilada y de la Lama cables José de la Lama desde varios frentes a la vez. Los aledaños de Arruit se cubren de cuerpos españoles sin vida. Primero una, después otra, las tres piezas de la única batería de artillería —la del capitán Ramón Blanco de Ysla—, que a Navarro le queda, envueltas son. Se lucha a muerte junto a las cureñas y los tubos de los cañones. Si esa batería se pierde no habrá salvación. De la Lama se da cuenta de la extrema gravedad del momento. En su diestra la pistola, en la izquierda su gorrillo regimental, que ondea como guión en la batalla que comienza, al aire recalentado de El Garet lanzó ese grito de guerra y compromiso que, durante siglos, implícito clarín de unión y resistencia fue para la Infantería española: « ¡Conmigo los de mi regimiento!». El capitán cuenta a sus voluntarios. Veintinueve. Con tan poca gente, endeble cuadro formarían. Distinto sería un triángulo defensivo. Nueve hombres por cada lado y él al centro con el trompeta. Escena de guerras napoleónicas. El vértice del triángulo apuntado a la cues- ta de Arruit, donde están los cañones a defender. Los lados izquierdo y derecho contendrán a los rifeños que llegan del este y por el oeste. La base debe detener a los que se acercan desde el norte. Si fuese preciso, los tres lados del triángulo se juntarán en una triple fi la de fuegos. Y al parecer, de la Lama ordenó: « ¡Rodilla en tierra, cargar rápido, apuntar con calma, disparar

con la cabeza!» (recuerdos apilados en la memoria familiar de los Lama-Navarro). sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Empieza la defensa del triángulo. Los cabileños, sorprendidos por tan extraña forma- ción, no aciertan a romperla. Y caen unos tras otros. El fuego es constante y preciso. De la Lama sigue en pie. Su poca estatura (1,59 metros) le ayuda. Su gente responde. La harca ti- tubea y busca un hueco para golpear. No puede maniobrar por el gentío combatiente, revuel- tos amigos con enemigos. Dos formaciones de jinetes juntan, bajo la oscilante calima, sus fuerzas. Todavía no están a tiro. De la Lama mira hacia la cuesta de Arruit, donde el fragor de los disparos aumenta. Distingue a varios ofi ciales. No logra identifi carlos. Tal vez uno de ellos sea el capitán Jesús Aguirre, de Ingenieros. No andará lejos Félix Arenas, ingeniero también. El estruendo de la fusilería, sumado al de los gritos, aturde y enardece. Por las puertas de Arruit se ven entrar oleadas de soldados. Esos se salvarán. Los jinetes pardos han formado su 335 línea de ataque. Un semicírculo que se confunde con la tierra. Con la bruma que crece, será preciso dispararles a doscientos metros para no fallar. La cuesta de Arruit resiste. Se combate entre las piezas. Una fi gura aislada. Un ofi cial. No puede ser otro más que el capitán Arenas. En Tistutin estuvo bravo como ninguno. Le tiran de la manga izquierda con insistencia. Su gorrillo cae al suelo. Le indican: los jinetes pardos, lanzados a todo galope. De la Lama cuenta a su gente. Once con él. Su triángulo tiene un solo lado. Bastará o morirán. Solo podrán dis- parar dos veces. Aun así daño harán. Y tal vez ordenase: Todos al suelo, separados, apoyar los codos, apuntar al pecho de los caballos, dejar que nos pasen por encima... Y pasaron sobre ellos. «Arrollados por un grupo de moros a caballo» (declaración del corneta Rodríguez). Del bofetón de la carga sobreviven el capitán y el trompeta. Eustaquio Rodríguez, contuso y tambaleante, se adentra en El Garet. Cree que su capitán ha muerto. De la Lama, aturdido pero ileso, se incorpora. Busca su gorrillo, lo encuentra y se lo pone. Conserva su pistola en la diestra. No tiene tiempo ni de apuntar. Un tiro en la cabeza le arran- ca el gorro y la vida. En ese instante, Eustaquio mira hacia atrás y le ve «caer mortalmente herido». En la cuesta de Arruit, el capitán Arenas ha muerto. Piqueras también. La propiedad de esos cañones otros la tienen. Los rifeños cañonean la resistencia española hasta acabar con ella. El cuerpo de José de la Lama tendido yace en El Garet. Su prueba de fe y divisa de y de la Lama cables José de la Lama honor. Nadie mancillará sus restos. Nadie se llevará ese agujereado gorrillo, último estandarte del África nº 68. Ese cadáver, ese gorrillo y ese valor de gesta fueron respetados por los rife- ños. Momifi cado pero íntegro, inmune en su representatividad castrense, afi rmado en su eti- cidad, entre el 24 y el 26 de octubre de 1921 de la Lama apareció donde el trompeta señala- se, al pie de Arruit. Un cobarde y sus cómplices pretenderán deshonrar su hazaña. Un monumento, erigido en El Garet por iniciativa de Rafael Fernández de Castro, cronista de Melilla, guardó la memoria del célebre capitán hasta el verano de 1949. Entonces lo demolie- ron. El fi nal de los imperios, supuestos o verdaderos, suele acabar así. Hombres y piedras, abajo. Olvidados unos, esparcidas otras. Arriba, cielos y justicia. Impávidos ellos, indefensa esta. Y eso quedó probado en el juicio contradictorio para una Laureada, fusilada por la es- palda. A traición.

Coronel cautivo de sus mentiras y viuda que revive ante la verdad desvelada

Hacia las tres y media de la tarde del 23 de julio de 1921, el coche donde iban Jiménez Arro- yo, su hij o y otros ofi ciales, entra en Arruit. Puesto de acuerdo con el capitán Ricardo Carras-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. co, jefe de las tropas de Policía Indígena que guarnecen la posición, deciden ir a la estación del ferrocarril. Allí, el coronel y el capitán, junto con «otro capitán que no sabe de qué Cuerpo era (otro inidentifi cado más), se tuvieron que dedicar (sic) a apear, a viva fuerza, de los ca- miones que llegaban (¡!) a la gente que en ellos venía, habiendo tenido que sacar el revólver (?) para hacerse obedecer». Incongruente declaración esta de Jiménez Arroyo el 25 de agos- to ante el general Picasso, pues los tres camiones que, sobrecargados de heridos, salieron de Drius antes del mediodía, despanzurrados estaban y su malherida tropa rematada. Ningún convoy más de camiones salió de Drius después de aquella matanza: sí ambu- lancias y camionetas, en su mayoría interceptadas por la harca y sus ocupantes muertos. Ni un solo camión había en Kandussi ni en Dar Quebdani, posiciones rodeadas ambas y sus 336 pistas, hacia «la carretera general Drius-Arruit», cortadas. En Bu Bekker debería haber un camión-tanque. Para llevar agua, sin cañón en torreta. Los sublevados rifeños se habían apo- derado de ese medio camión en la tarde del 22 de julio y desarmado a sus conductores, a los que perdonaron la vida tras robarles el poco dinero que llevaban. El teniente Moisés Vicente Cascante, jefe de la posición de Sidi Yagub, guarnecida por fuerzas de la Policia Indígena que todavía le eran fi eles, dio aviso de tales hechos al teniente coronel García Esteban en Bu Bekker, quien acusó recibo del suceso. Al día siguiente, 23 de julio, tras ser atacada la guarni- ción situada en los Altos de Haf, bajo los cuales pasaba la pista hacia Drius, cuando García Esteban, enterado de que Jiménez Arroyo estaba en Batel, le llamó para pedirle refuerzos, dándole a entender que, si Haf caía (como así fue), la pista de Bu Bekker a Drius sería corta- da, Jiménez Arroyo le respondió a su estilo: resista hasta ver si le puedo socorrer. García Es- teban prefi rió resistir en el Marruecos francés, bastante más acogedor que el español. En cuanto a Drius, las llamas empezaron a devorar el mejor campamento español en el Rif a partir de las dos de la tarde del 23 de julio. Jiménez Arroyo se inventó su epopeya en Arruit ante desertores y huidos. El desertor de mayor graduación representó su mejor papel. Nadie le aplaudió. Pero aún tenía aprendidos más papeles para interpretar en Arruit. En la estación del ferrocarril está el capitán Luis Ruano y Peña, uno de los supervi- vientes de Annual, donde mandaba la 3ª batería de Montaña. De sus cuatro cañones Schneider de 70 mm, Ruano había salvado uno. Que se vio forzado a dejarlo en Drius por falta de acémilas. Son las cuatro de la tarde y la tropa de Ruano ha superado el límite de y de la Lama cables José de la Lama sus fuerzas. Los mulos y caballos que forman parte del contingente necesitan agua y forra- je o perecerán. A Jiménez Arroyo no se le ocurre otra idea que la de ordenar a Ruano que él y sus hombres, la mayoría sin armamento portátil, «se quedaran todos» en Arruit, donde no hay pienso ni agua para los animales o los humanos; ni fusiles ni rancho para sus artilleros, que llevan dos días seguidos de retirada. Ante las ceñudas objeciones de Ruano, Jiménez Arroyo se lo piensa mejor y decide que en Arruit permanezcan tres ofi ciales y cien artilleros, sin un solo cañón. Luis Ruano, con prudencia, pero con fi rmeza, pregunta a Jiménez Arroyo «si pensaba quedarse» en Arruit, cuestión que repite a Carrasco. Los dos le dicen que «sí». El capitan artillero duda y se fi ja en los rostros del coronel y del capitán, en los que «no notó nada extraordinario». Consciente de que la tarde pronto será noche, Ruano espabila a su tropa y emprende la marcha hacia Zeluán. Tienen diez kilómetros por delante. Caminarán a oscuras. Mal asunto. Jiménez Arroyo ha vuelto a la estación. Ese tren a Melilla se ha convertido en una ob- sesión para él. Da instrucciones a unos soldados y estos suben bultos y maletas a uno de los vagones. Jiménez Arroyo aborda la escalerilla para subir a su vez, pero en ese instante «le dio

un vahído, precursor de una congestión cerebral». El señor coronel se autodiagnostica, máxi- sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. me cuando tal aviso de congestión «lo ha tenido en anteriores ataques». Jiménez Arroyo agradece la ayuda que algunos le ofrecen y reclama a su chófer que le acerque su coche, al cual sube con desenvoltura. La orden de ruta es fácil: Zeluán-Nador-Melilla. El rápido del co- ronel entra en la carretera y acelera. Detrás surgen el motín y la barbarie, la Policía Indígena, al ver que su jefe huye —Carrasco y Jiménez Arroyo viajan juntos—, disparan sobre la tropa española, entre ellos los desarmados artilleros de Ruano. Y después vuelcan su afán extermi- nador sobre los huidos de Batel y Tistutin, que no cesan de llegar. Pocos se salvan. El chófer de Jiménez Arroyo distingue una columna militar que avanza a buen paso. Alejarse de Arruit ha dado energías a Ruano y los suyos. El coronel ordena que pare el coche. Error fatal del jefe del África nº 68. El estupefacto capitán descubre que, esos que detienen su 337 automóvil para preguntarle si algo necesita, resulta que son Jiménez Arroyo y Carrasco, con otros ofi ciales. Ninguno actúa en descubierta; todos van en franca huida. Para disimular su fuga, Carrasco asegura a Ruano que «detrás venía la Policía». Rotunda falsedad. Fin de las explicaciones, acelerón de las mentiras y a Melilla sin más meteduras de pata. Ruano y sus sonámbulos artilleros llegaron a Zeluán a la una de la madrugada. Los que tal vez pensaron que no llegarían vivos, se equivocaron. A las cinco y media de la mañana entraban en Melilla. El tren de Arruit pasó por Zeluán, recogió allí cuanta gente pudo y prosiguió hasta Nador, en cuya apocada estación se apelmazaban civiles y militares. Es la madrugada del 24 de julio. Caos de apreturas y prioridades. El teniente Ricardo Fresno Urzaiz, de la Guardia Civil, está allí mismo, con sus guardias, para poner orden. Y lo consigue: a los soldados que llevan «su armamento» los pone a disposición del teniente coronel Pardo Agudín, jefe de la circunscripción, que pronto será conocido por sus gazmoñosas peticiones de socorro al ge- neral Berenguer. Al teniente Fresno no se le escapa detalle. El más llamativo, que «dos o tres soldados fuesen conduciendo (en lugar de protegiendo) el equipaje del coronel Jiménez Arro- yo». Cuando les ordena bajarse, interviene el mismísimo dueño del equipaje, que «confi rma personalmente» al teniente su propiedad sobre el avío en cuestión y su tránsito. Este enésimo descaro de los deshaceres de Jiménez Arroyo dejará asombrado a Picasso y sus auditores. A nosotros nos queda por averiguar qué clase de equipaje podía recoger un coronel en desas- y de la Lama cables José de la Lama tre como aquel para necesitar varios soldados que hicieran de porteadores suyos. Eustaquio Rodríguez Martín llegó a Melilla dos días después. Hecho unos zorros, pero convencido de su deber. Tras recuperarse de sus contusiones, su primera acción fue visitar a la esposa de su fallecido capitán, que vivía en la calle de Las Aciras, nº 20, «princi- pal». Encuentro menos terrible para ambos de lo que Rodríguez presuponía. Los detalles que Concepción oyera del conmovido testigo la enardecieron sin entristecerla. Era hij a de militar y lo demostraba. Por ningún conducto ofi cial, nadie en la Comandancia y menos el coronel del regimiento le había hecho llegar noticia fi dedigna alguna de la hazaña prota- gonizada por su marido. El hecho en sí de la epopeya, confi rmada por otros supervivientes de la columna Navarro, adquirió una mayor dimensión. Concepción recibió pésames y so- lidaridades. Sobre todo de una familia melillense, la del capitán Juan de Ozaeta Guerra, del que se sabía estaba prisionero. Por Melilla se extendió la fama del defensor de El Garet. Y su viuda recibió más admiraciones que condolencias. Esto y el decidirse a solicitar la Laureada a título póstumo para su esposo, no poca vida de la por ella hasta entonces llora- da le fue así reintegrada.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Testigos que nada saben ni oyeron y testigo principal del caso que mucho se calla

El juicio contradictorio arrancó el 5 de marzo de 1922. Ocho días antes habían desembarca- do en Melilla los 325 supervivientes de las casas-prisión de Axdir. Entre ellos, el comandante José Gómez Zaragoza, del Alcántara, y el general Navarro, jefe de los defensores en Batel, Tistutin y Arruit, en consecuencia máximo testigo de lo sucedido, fuesen heroicidades o cana- lladas. Su declaración en Madrid, el 7 de abril de 1923, inequívocamente a favor: «El capitán José de la Lama fue mandando (tropa) en la retirada de Tistutin a Monte Arruit el día veinti- nueve de julio, fuerzas que formaban el fl anco izquierdo de la columna, que fueron duramen- te hostilizadas; tratando en los momentos de mayor peligro de levantar la moral de sus solda- 338 dos. Al impedir la desbandada fue muerto por el enemigo cuando, en último y supremo esfuerzo, trató de restablecer, por su frente, la situación. Fue (por estuvo) siempre en los pues- tos de mayor peligro y cumplió cuantas misiones se le encomendaron con elevado espíritu, valor, serenidad y conocimientos técnicos de su profesión». Entre los jefes y ofi ciales citados, a favor, pero por referencias elogiosas de otros sobre la actitud mostrada por el capitán de la Lama, se manifestaron: el comandante Gó- mez Zaragoza, más los tenientes Manuel Sánchez Ocaña y Felipe Peña Martínez —este úl- timo ofi cial médico—. En contra, pese a no ser testigo de los hechos ni tener referencias creíbles por terceros, se manifestó el ya coronel Eduardo Pérez Ortiz. Y en similar situación de desconocimiento de quién era el ofi cial propuesto para la Laureada ni qué había hecho, el capitán artillero Fernando Gómez López. Entre la subofi cialidad y la tropa convocadas, en total diecinueve declarantes, catorce de ellos «no conocían al capitán de la Lama» o «nada habían oído de él». El 73,6%, inadmisible de todo punto. Los cuatro restantes se mostraron a favor: sargentos Castellanos de Fe, Fernández de Gío, soldados Alaejos Ma- teos y Rodríguez Álvarez. Estos despropósitos eran demostrativos de la escasa diligencia mostrada por el primer juez instructor del caso, que muy pronto se consideró él mismo incluido en una incompatibili- dad, de la cual no precisaba «en qué consistía», pero le obligó a ceder su puesto al coman- dante de artillería Juan Botella y Donoso Cortés, quien mostró convincente seriedad y recti- tud moral. Con las declaraciones del general Navarro, comandante Gómez Zaragoza, y de la Lama cables José de la Lama tenientes Sánchez Ocaña y Peña Martínez, más los sargentos y soldados citados, el asunto estaba claro porque las demás opiniones eran inválidas por sí mismas. Faltaba que declarase el segundo testigo principal, Eustaquio Rodríguez Martín, único superviviente de los Treinta del Garet. Mucho dij o, en pocas palabras, Rodríguez Martín cuando declaró en Melilla aquel 25 de julio de 1922. Pero más calló él mismo, sin duda aconsejado por compañeros suyos o subofi ciales experimentados, compadecidos de su mala suerte: testifi car en favor de un di- funto contra las trapacerías y cobardías del jefe de su regimiento, precipicio de tal hondura, que mejor no asomarse a él por aquello del vértigo. Once meses antes, el 25 de agosto de 1921, enfrentado a las pruebas que Picasso reunía y a las que él intuía hallarían, al ser pre- guntado «si puede señalar algún hecho recomendable entre las tropas de su regimiento o, por el contrario, de omisión o tibieza que crea debe hacerse notar, dij o que “a su conocimien- to no ha llegado, en uno ni en otro sentido, nada que merezca ser consignado”». Jiménez Arroyo probaba su bajeza y mala fe. Él mismo era avergonzado testigo de su propia desidia y cobardía, resaltadas desde la dignidad y hombría de su ayudante. Cons-

ciente de la gravedad de sus faltas, basó su mísera defensa en silenciar el heroísmo y el sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. pundonor de quienes, como el capitán José de la Lama, sufrieron la desgracia de soportarlo como persona, no ya como jefe, pues eso quedó demostrado que él no supo ni quiso serlo en julio de 1921. Eustaquio Rodríguez se autoimpuso la pena de la desmemoria: no recordar esa frase de su capitán sobre los deberes de un coronel ante sus tropas inermes en el campo de bata- lla; también del desprecio que de la Lama sintiera ante quien decidió comportase como enemigo de sus soldados al abandonarles en retirada como aquella. Ese «Márchese usted si quiere», que de la Lama espetase a Jiménez Arroyo con énfasis de infi nita hartura, nunca fi guró en declaración alguna, ni el recordatorio del capitán al jefe que salva a su hij o y huye de sus otros hij os: «Alguien tiene que quedarse aquí para velar por nuestros muchachos». 339 Eustaquio defendió su paz y confi ó en la ecuanimidad del juez instructor. Sus rogativas fue- ron atendidas. Dos años después, fechado en Melilla el 16 de mayo de 1924, el comandante Juan Botella y Donoso Cortés terminaba sus Conclusiones, dirigidas al Consejo Supremo de Gue- rra y Marina, máxima institución para entender en todo lo relativo a la concesión o denega- ción de la más alta condecoración militar española. En el último párrafo de su Escrito, argu- mentaba:

«Y examinado el presente expediente, el comandante Juez Instructor que suscribe, considera que el capitán de Infantería Don José de la Lama y de la Lama, muerto en la retirada de Batel a Monte Arruit, es acreedor a tan alta recompensa por considerarle comprendido en el caso tercero del Artículo cuarenta y nueve y poderle comprender (en lugar de corresponder) el caso segundo del (Art.) cincuenta y uno y el Artículo cuarenta y siete.

V. E., no obstante, resolverá.»

Y resolvieron. En contra. Presidía el Consejo Supremo de Guerra y Marina el teniente general y de la Lama cables José de la Lama Francisco de Aguilera y Egea, de 67 años. E Inspector General del Ejército, además de Jefe del Estado Mayor Central, era el capitán general Valeriano Weyler Nicolau, de 86 años, pero

con sus facultades mentales listas. Ninguno era un juntista. Las Juntas de Defensa, pese a 20 haber sido «suprimidas» en 1922, como garrapatas que eran, sólidas agarraderas tenían en las conciencias de no pocos generales y ministros. Premiar a un valiente muerto con la Lau- reada, equivalía a condenar de por vida al coronel que condena cumplía lejos de la Penínsu- la: en las islas Chafarinas. Condenado a seis años y un día de prisión por el delito de negli- gencia y el abandono de su destino en campaña, Jiménez Arroyo será indultado (30 agosto 1925) por Alfonso XIII, en una más de sus hirientes decisiones antimilitares y antipatrióticas, en base al Real Decreto de Amnistía que el monarca fi rmase el 4 de julio de 1924, cincuenta días después de las Conclusiones presentadas por el comandante Juan Botella y Donoso Cortés, a las que el Consejo Supremo de Guerra y Marina decidió ignorar. Concepción Navarro, viuda del capitán, residía en Málaga, donde había enterrado a su marido tras recuperar su cuerpo en El Garet. La primera de las Conchitas de la Lama muere, a los 79 años, en el Madrid de 1969. Nunca supo que a su heroico esposo un juez honrado le había reconocido sus méritos en forma de límpida Laureada, que otros se la ro-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. baron. Los que debieron pensar esto: mejor un héroe más silenciado, que un coronel menos y deshonrado. La guerra contra el olvido impuesto al capitán de la Lama no ha concluido. En 1922, compañeros suyos, supervivientes del África nº 68, decidieron honrar su memoria con una inscripción damasquinada, grabada sobre la hoja del sable de ceremonia del capitán, que este guardaba en su casa de Melilla. Ese Sable de Honor fue donado al Museo del Ejército por su viuda, en los tiempos en que Madrid disponía de uno de los mejores museos militares de Europa y sincero respeto mostraban sus gestores a las donaciones familiares. Ese sable ha sido visto por muchos en los años setenta, ochenta y noventa, entre ellos quien esto escri- be. Expuesto a la vista, lucía sobrio y terso, como el compromiso ético de su dueño y la fi de- 340 lidad amante de su esposa. Al trasladarse el Museo del Ejército a Toledo, cinco años va a cumplir de destierro en unos sótanos. Cinco años de silencio y oscuridad. Dos más de los que necesitó el juez Botella para proponer que la Laureada del apellido de la Lama debía lucir ante la plenitud de la justicia. Acción irrenunciable, que la tercera bandera de la dinas- tía, Conchita Ferrando de la Lama, espera se le permita la entrada a ese lugar sin sol para acariciar la afi lada mejilla de su abuelo. Y si no se lo autorizan, con la Ley en una mano y su derecho en la otra como tutora de tal símbolo, sacarlo a la luz del día para que su abuelo y otros lo vean.

J. P. D. 05.03.-04.05.2015 y de la Lama cables José de la Lama 21

Agradecimientos

A la nieta del capitán de la Lama, consultamos archivos y hemerotecas militar de su tiempo, que la España por las muchas veces que, a lo largo para mejor entender aquellos actual y su Ejército deberían cuidar de los últimos diecisiete años (desde tiempos de furia y entrega a unos un poco mejor. 1999), tomamos notas por teléfono, Principios, en los que su abuelo intercambiamos cartas y llamadas, nítida huella dejó en la conciencia

Fuentes sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Bibliografía

Expedientes: el L-168; Hoja de que el héroe sigue hoy ostentando, Y además, el Expediente Picasso y el Servicios del que fuera defensor de por cuanto hay nombres, civiles o Archivo Particular del general, del El Garet, a la vez que escudo ante la militares, a los que ni robándoles se que este historiador tiene copia de cuesta de Arruit. Y el depositado en les puede arrebatar la vigencia de trabajo, desde 1997, por fraterna la Sección 9ª, Caja 3009, Expte. su ejemplo ni asfi xiar los latidos de actitud de Juan Carlos Picasso 24147, conservados en el AGMS, que su continuo requerimiento. Es tal su López y su hoy viuda, Mª Teresa se corresponde con el juicio razón y tan alto su derecho, que por Martínez de Ubago, a quien aquí contradictorio para la concesión de los objetos que el difunto poseyera saludo. Ella sabe cuánto la quiero. esa Laureada de San Fernando, la la Nación escucha y hablará. 341 Morales y Mendigutía, Gabriel

Sancti Spiritus, Santa Clara, Cuba, 1864 - Izzumar, Rif, 1921

Coronel. Académico de la Historia.

A la memoria de Carmen Ormaeche de Morales, nuera del célebre coronel

Por la defensa de su patria antillana recibe tres cruces rojas del Mérito Militar. En 1909 prue- ba, en el Barranco del Lobo, sus dotes de mando ante otro desastre. Ascendido a teniente coronel de E. M., Cuerpo al que pertenecía desde 1895, alterna destinos en Larache y Melilla. Fascinado por el mundo marroquí, aprende sus lenguas y profundiza en su pasado. Sus pu- blicaciones lo convierten en cronista de Melilla y, en 1918, académico de la Historia. Coronel jefe de la Policía Indígena, confi rma en ella su pedagogía como líder de guerreros y protector de sus familias. Con Silvestre al mando, su esfuerzo educativo y asistencial se extiende. Su prestigio entre las cabilas facilita osados avances que, sin él, hubiesen derivado en cruentos combates. Silvestre fi rma su promoción (febrero de 1921) al rango de brigadier. Opuesto a la y Mendigutía cables Gabriel Morales ocupación de Annual, es también contrario al aventurerismo que suponía tomar Abarrán. Esta derrota, forzada por la inepcia del comandante Villar, sumada a graves faltas de otros ofi cia- les de la Policía, lo malhieren. Al sucumbir Igueriben tras epopéyica defensa (21 de julio), in- tuye que el ejército está perdido. Se opone a la retirada de Annual y previene sobre lo tardío y letal de esa decisión. En el Izzumar combatirá armado con un fusil. Herido de muerte y abandonado por los pocos que le acompañaban, será rematado por rifeños que no le reco- nocieron. Su cadáver, honrado por Abd el-Krim, fue el único que el Rif Libre devolvió a España. El alto comisario, Dámaso Berenguer, no acudió (Melilla, 3 de agosto) a recibir sus restos ni presidió su inhumación.

J. P. D. 11.04.2015 Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

342 Muñoz-Mateos y Montoya, Luis

Oviedo, 21 de agosto de 1895 - Marruecos, 5 de julio de 1924

Médico militar. Sirvió en unidades de Regulares en Marruecos. Recibió la Cruz Laureada de San Fernando por la heroica atención prestada a heridos en la línea de fuego.

Nació en Oviedo el 21 de agosto de 1895 del matrimonio formado por José Muñoz-Mateos y Rodríguez y Castora Montoya. Tras iniciar la carrera de Medicina en Valladolid fue alistado en agosto de 1916 para cumplir el Servicio Militar, incorporándose en febrero del año siguien- te como soldado a la 7.ª Comandancia de Tropas de Intendencia. Continuó sus estudios en la Facultad de Valladolid hasta que en diciembre de 1919 obtuvo el título de licenciado en Medicina y Cirugía. Dos años después aprobó la oposición al Cuerpo de Sanidad Militar y fue nombrado alférez médico alumno de la Academia del Cuerpo, de la que salió en enero de 1922 con el empleo de teniente médico y destino en el Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Tetuán n.º 1, al que se incorporó al mes siguiente en dicha plaza. Tras el desastre de Annual, en julio de 1921, había comenzado la reconquista del terri- y Montoya Muñoz-Mateos cables Luis torio perdido, habiéndose conseguido recuperar la línea de Dar Drius y expulsar al enemigo de Nador, Zeluán y Monte Arruit. Durante los años 1922 a 1924 el teniente Muñoz-Mateos acompañó a su unidad en la realización de diversos servicios de guerra: emboscadas, protección de convoyes, bombar- deos y evacuación de heridos. El 2 de julio de 1924 marchó a la posición de Tazza y el 5 recibió su unidad la orden de replegarse a la posición de García Uría. Durante esta delicada operación, al llegar al río Ibuharen fue el tabor sorprendido por un numeroso grupo de harqueños que vestían unifor- mes de Regulares, robados días antes de un depósito, entablándose un duro combate en el que desapareció el teniente Muñoz-Mateos. En la orden general de 7 de abril de 1925 del Ejército de Operaciones de Marruecos se incluyó su nombre en la relación de generales, jefes y ofi ciales que se habían distinguido desde el 1 de febrero al 31 de julio de 1924, refi riéndose a él con las siguientes palabras: «Acompañando al Tabor en su marcha a García Uría aten- diendo a los heridos en la línea de fuego con gran heroísmo, pues no obstante caer herido, continuó curándoles, encontrando en esta misión gloriosa muerte». El 21 de septiembre de 1924 causó baja en el Ejército al ser dado por desaparecido. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Se le concedió a título póstumo en abril de 1927 el empleo de capitán y por real orden de 6 de noviembre de 1929 la Cruz Laureada de San Fernando. En dicha disposición se daba cuenta de que al cumplir el 4.º Tabor las «órdenes recibidas, se replegaba desde la posición de Tazza hasta la de García Uría», cuando

al salir de la referida posición, cerca del río Ibuharen, un grupo enemigo fuertemente atrincherado, vistiendo uniforme de Regulares, atacó por sorpresa a las citadas fuerzas con nutridísimo fuego de fusil, ocasionándoles numerosas bajas, que hicieron insufi cientes los medios de evacuación de que se disponía, por lo que desde el primer momento hubo de dedicarse el teniente médico Muñoz- Mateos a curar a 343 los heridos en las mismas guerrillas bajo un fuego intenso y efi caz, y a pesar de resultar herido, continuó prestando sus servicios, acudiendo para ello, con gran desprecio de su vida, a los puntos más avanzados, y cuantas indicaciones se le hicieron para que se retirase contestó que no lo haría mientras quedase un herido que necesitase sus auxilios, cuya actitud motivó sin duda que, agravada la situación de las fuerzas, cayera con algunas bajas en poder del enemigo.

J. L. I. S. Primo de Rivera y Orbaneja, Fernando

Jerez de la Frontera, Cádiz, 1879 - Arruit, Rif, 1921

Teniente coronel del Regimiento de Alcántara.

Al teniente coronel Antonio Manzano Lahoz y a sus hij os, Santiago y Miguel, ofi ciales del Ejército del Aire

Teniente de Infantería en el Toledo de 1896, en 1898 se gradúa en la Academia de Caballería. En 1906 ingresa en la célebre École de Cavalerie en Saumur (Marne-et-Loire). En dos cursos lo aprende todo sobre los caballos y la forma de combatir a caballo. De Francia vuelve un jefe de guerra. Asciende a capitán. En 1912 combate en la Línea del Kert. Ascenso a comandante. Profesor en la Escuela de Equitación, en Madrid. Ascendido a teniente coronel, regresa al Rif como segundo jefe del 14º de Caballería. Al tomar el mando Manella (21 mayo 1921) el regi-

y Orbaneja cables Fernando Primo de Rivera miento descubre que tiene dos jefes: quien ordena y supervisa, y quien ejerce de guía táctico y ético. Bloqueado Manella en Annual, Primo de Rivera asume el mando. Manella muere, pie a tierra y pistola en mano, en el Izzumar (22 de julio). En la vertiente sur, Primo y los suyos lanzan su primera carga, cuestas arriba, salvando al convoy de heridos en Ben Tieb. El 23 de julio, segunda carga en Cheif, que evita la aniquilación de la columna Orrego. Consigue la Laureada sin él saberlo. Regresa para salvar de la muerte a la columna Navarro, fusilada en el Igan. Tercera carga. Parte por la mitad las fi las rifeñas y alcanza Batel, espantando toda oposición a su paso. Vuelve grupas y ataca de revés el trincherón del Igan. Cuarta, quinta y sexta cargas. El Alcántara empieza a morir y acaba muriendo en masa, pero rescata a la gente de Navarro. Sitiados en Arruit, un cañonazo le arranca el brazo derecho (3 de agosto) y la gangrena lo mata dos días después. Pocos militares en la Historia, en solo trece días de batalla, donan su vivir y ejemplaridad para que su Ejército, su Nación y su Pueblo se sientan laureados de por vida.

J. P. D. 25.07.2014 Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

344 Ramos-Izquierdo y Gener, Rafael

San Fernando, Cádiz, 11 de julio de 1884 - Rivas Vaciamadrid, Madrid, 5 de noviembre de 1936

Ofi cial de la Armada española. Ganó la Cruz Laureada de San Fernando en Marruecos por la heroica defensa del cañonero General Concha. Fue fundador del Polígono de Tiro de Fusil de San Fernando (Cádiz) y de la Base Aeronaval de San Javier (Murcia).

Era natural de San Fernando (Cádiz), donde había nacido el 11 de julio de 1884. Al cumplir los dieciséis años realizó su ingreso en la Armada como aspirante de Marina en la Escuela Naval Flotante, instalada desde 1869 en la fragata Asturias, de pontón en Ferrol, en la que se formarían los guardiamarinas hasta su disolución en 1908 al ser trasladada la Escuela a San Fernando (Cádiz). En 1905 Rafael Ramos-Izquierdo obtuvo el empleo de alférez de navío, pasando poste- riormente a formar parte de la ofi cialidad del cañonero General Concha8. El 11 de junio de 1913, prestando servicio en Marruecos a bordo de su buque, una densa niebla le hizo emba- rrancar en los arrecifes de la ensenada de Busicú, a pocos kilómetros de Alhucemas, abrién- dose en el casco una brecha por donde penetró el agua. y Gener Ramos-Izquierdo cables Rafael Tras embarrancar, se iniciaron por la mañana los trabajos para desencallar y reparar el buque, observados desde tierra por cabileños de Bocoya, quienes amenazaron a la tripu- lación con disparar sobre ella si trataban de desembarcar. De nada sirvió que los tripulantes se retirasen al interior del barco, pues los moros, en progresivo aumento y al amparo de las rocas de la playa, comenzaron a hacer fuego, que no pudo ser respondido por la tripulación con la intensidad debida al haberse inundado el compartimento donde se hallaban las ar- mas. La actuación de piratas pertenecientes a la cabila de Bocoya había sido frecuente en años anteriores, atacando buques de diversas nacionalidades y secuestrando a sus capita- nes para exigir la puesta en libertad de varios piratas que habían sido apresados por España en 1896. El condestable, con temeraria decisión, trató de llegar a la ametralladora del buque, pero perdió la vida al recibir varios balazos. Los asaltantes dominaban la cubierta del barco desde sus elevadas posiciones, lo que les permitió causar más bajas, empeorando la situa- ción cuando de dos botes pudieron acceder numerosos enemigos a la cubierta del General Concha. Al toque de zafarrancho de combate comenzó una lucha cuerpo a cuerpo, viéndose obligada la tripulación a retirarse a los camarotes, mientras el enemigo tomaba varios prisio- neros y se retiraba con ellos a la playa. sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Por la tarde volvieron los moros a desencadenar el fuego y seguidamente un grupo de unos doscientos se aproximó al barco, librándose a continuación una cruel batalla, en la que perdió la vida el comandante y sufrieron numerosas bajas ambos bandos. Tomado el mando por el alférez de navío Rafael Ramos-Izquierdo, la tripulación mantuvo al enemigo disparando desde la popa hasta la llegada del cañonero Lauria, que no se atrevió a intervenir en el com- bate al haberse apoderado los asaltantes de los uniformes de la tripulación y haberse vestido con ellos. Interrumpido el ataque por la presencia del buque, los moros volvieron a abordar al General Concha al hacerse de noche, conferenciando con el alférez Ramos-Izquierdo, a quien le pidieron les entregase el armamento y el dinero que portasen, a lo que se negó, por 345 lo que comenzaron a registrar el buque, momento que aprovechó la tripulación para arriar uno de los botes salvavidas y embarcar en él a los heridos para trasladarlos al Lauria, negán- dose a acompañarlos el alférez Ramos-Izquierdo, que había recibido tres balazos, dos de ellos en ambos brazos. Terminó el combate con la retirada de los asaltantes, que se llevaron con ellos al alférez Ramos-Izquierdo junto con otros nueve tripulantes más. Durante el enfren- tamiento perdieron la vida diecisiete miembros de la tripulación y otros tantos resultaron he- ridos, lo que suponía más de un cincuenta por ciento de bajas. Los prisioneros fueron llevados a la cabila de Bocoya y enseguida se empezó a nego- ciar su liberación, consiguiendo huir algunos, entre ellos el alférez Ramos-Izquierdo, que lo- graron llegar a la playa y embarcar en un bote, al que persiguieron los moros en una embar- cación a vela que fue rechazada por el cañonero Recalde. Según el expediente de juicio contradictorio abierto para determinar si se había hecho acreedor a la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando, el alférez Ramos-Izquierdo había luchado con «heroico valor, después de haber sido herido de gravedad, demostrando gran espíritu militar y excediéndose notoriamente en el cumplimiento de su deber», por lo que por real orden de 1 de mayo de 1914 le fue concedida la Cruz Laureada de 2.ª clase, que le fue impuesta el 31 de mayo de 1914 a bordo del acorazado Pelayo, anclado en el puerto de Cartagena, por el contraalmirante Miguel Márquez de Prado, comandante jefe de la 2.ª Divi-

cables Rafael Ramos-Izquierdo y Gener Ramos-Izquierdo cables Rafael sión de la Escuadra. Incorporado al servicio, obtuvo los empleos de teniente de navío en 1914 y de capitán de corbeta en 1920, con los que estuvo destinado en varios buques y fue profesor en la Escue- la Naval Militar. En los años siguientes fue fundador del Polígono de Tiro de Fusil de San Fer- nando y de la Base Aeronaval de San Javier, realizó el curso de Aeronáutica y estuvo al mando del portaaviones Dédalo y del destructor Almirante Antequera. Al producirse el levantamiento militar de julio de 1936 fue detenido, encerrado en la checa de Porlier y posteriormente asesinado en Rivas Vaciamadrid por milicianos del Frente Popular el 5 de noviembre del mismo año.

J. L. I. S. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Notas

8 El cañonero General Concha Gutiérrez de la Concha y Mazón a ser capitanes generales Manuel había sido botado en 1883 y de Güemes, fusilado por los y José Gutiérrez de la Concha e recibió este nombre en recuerdo insurgentes de Buenos Aires en Irigoyen, marqueses del Duero y 346 del brigadier de la Armada Juan 1810 y padre de los que llegarían de La Habana, respectivamente. Rodríguez Fontanes, Carlos

Manzanares, Ciudad Real, 1879 - Amvar, Rif, 1922

Comandante de la Legión.

En 1921, siendo comandante, lo destinan al Tercio. Toma el mando de la II Bandera. La Legión es la punta de lanza de las fuerzas de Berenguer, empeñado en atrapar a El Raisuni en las montañas de Yebala. El 22 de julio, en Rokba-el-Gozal, llegan noticias como puñetazos: Silves- tre muerto, su ejército deshecho, Melilla en peligro. Se sortea entre las dos banderas: pierde Fontanes y gana Franco, que sale con la Primera hacia Tetuán. Fontanes recibe órdenes de partir. Cien kilómetros andando. En veinte horas lo consiguen. El 23 embarcan en Ceuta y a Melilla. Siguen tres meses de continuo cuerpo a cuerpo, espoleados por su jefe, Millán Astray, que no les da respiro. Fontanes, con su mirada socarrona, su guerrera remendada y su media sonrisa, se gana la admiración de españoles y el respeto de rifeños. Al avanzar hacia el terri- torio del desastre, la resistencia se endurece. El 18 de marzo de 1922, inaudita torpeza del mando de los tanques al dejarlos sin gasolina. Los carristas huyen, los rifeños detrás. En Am- var, la I Bandera afronta el choque. Fontanes ve caer a un legionario y, al inclinarse para auxiliarlo, un «pacazo» le abre el vientre. Son las dos de la tarde. Con calma, pide: «Encon- trarme al capitán Pagés». El célebre médico le había asegurado: «Si se interviene antes de que transcurran cuatro horas, no hay peligro de muerte». Pasan dos horas y Pagés no llega. cables Carlos Rodríguez Fontanes, Antonio Vázquez Bernabéu Antonio Vázquez cables Carlos Rodríguez Fontanes, A las seis, nadie sabe nada de Pagés. El plazo de la vida concluye. Medianoche. Fontanes es un hilo de voz: «Mis pobrecitos hij os». Dos varones y cuatro hembras, huérfanos de madre. Entra la madrugada y un ansia terrible se lo lleva. Franco agiliza la cuota de auxilio: dos mil pesetas. Y los hij os de Fontanes tocan a 333,66 pesetas por cabeza y orfandad.

J. P. D.

Vázquez Bernabéu, Antonio

Blida, Argelia, 1896 - Paterna, Valencia, 1936

Médico militar.

Al comandante médico Álvaro Vázquez Prat en memoria de su abuelo

En las semanas posteriores a la derrota de Abarrán, una solitaria fi gura a caballo recorría la sacrifi en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. pista entre Ben Tieb y el Izzumar, pasaba por Annual y subía hasta Buymeyan, sin ser paquea- da. Desde rifeños emboscados a españoles en guardia, todos conocían al teniente médico de la 12ª Mía (compañía) de la Policía Indígena. Intuían de dónde podía venir: de practicar un parto y salvar al niño y a la madre o de aliviar los dolores de estómago de un caíd (jefe). Com- pasivo y valiente, tenía probadas estas virtudes desde el 16 de junio de 1921 cuando, al fraca- sar el asalto a la Loma de los Árboles, la tercera parte de la 12ª Mía causó baja, la otra vaciló 347 y la última pretendió huir. Pistola en mano cortó la huida y defendió a sus heridos. El día del desastre (22 de julio) afrontó la defensa de la cara sur de Buymeyan, por donde ya subían los harqueños. Se defendió de ellos. A él no le dispararon. Entró, solo, en el arrasado Annual. Aten- dió a los pocos heridos aún con vida y fue hecho prisionero. Abd el-Krim le ofreció cinco, diez veces su sueldo si accedía a ser su médico particular. Se negó y acabó en Axdir, donde curó a españoles y rifeños. Una noche de septiembre se echó al mar en la playa de Suani. Cruzó los 800 metros que lo separaban del Peñón nadando a espalda. Laureado (en 1924) y ascendido a capitán, siguió en Marruecos hasta 1927. La muerte de su esposa, a causa de una peritonitis puerperal, le hizo vacilar en su devoción al Ejército. En julio de 1936 seguía de capitán, cuando reunía méritos para ser coronel. Decidió descansar en el balneario de Paterna. Y allí le fusila- ron quienes nunca supieron nada de humanitarismo ni de republicanismo.

J. P. D. 28.04.2013 II.IV Los rebeldes

348 Mhamed Abd el-Krim: de mirlo blanco a gavilán del Rif

A la memoria de Mohammed Ibn Azzuz Hakim

Abd el-Krim El Jattabi, Mhamed o M’hamed

Axdir, Alhucemas, 1895 - Rabat, 1967

Ingeniero por su propio empeño y estudios, jefe del Ejército del Rif de 1923 a 1926; referente social para los pueblos del norte de Marruecos por su estoicidad, honestidad y valentía. Estos valores, defi nitorios de su actitud ante la vida, supo refrendarlos a través de un exilio de treinta y ocho años, marcado por situaciones extremas: de junio de 1925 a mayo de 1947 como depor- tado, al igual que su familia y la de su hermano mayor (Mohammed) en la isla de la Reunión (Índico suroriental); de 1947 a 1964 en El Cairo. Al fallecer (1963) su hermano en la capital egipcia quedó él como jefe de los Jattabi y garante de los ideales republicanos. Un año después le fue permitido volver a Marruecos. Murió en el hospital Avicena de Rabat y fue inhumado en Axdir entre la devoción y el dolor de su pueblo, los Beni Urriaguel. Su condición de héroe nacional lo es para todos los marroquíes al serlo de los rifeños. Su fi gura sigue viva en la memoria popular.

Coronel acertado en su cálculo y alumno sometido a «la cuadratura del círculo»

La fecha del nacimiento de Mhamed cambia según los autores que hayan estudiado su vida. Por las fechas de sus investigaciones publicadas, son: (en 1973) el coronel (luego «general honorífi co») Andrés Sánchez Pérez, quien aportó el año «1895»; (en 1981) el gran historiador marroquí Germain Ayache, para quien Mhamed nació en «1896»; (en 1992) la licenciada María Josefa Rivera Sánchez, quien descubrió, en Málaga, documentos inéditos que certifi - caban su nacimiento en «1895»; (en 2009) la arabista Rosa de Madariaga, quien optase por «1897». En base a la fi abilidad de sus fuentes y razonamientos anexos, resulta evidente que Sánchez Pérez, interventor en la cabila de Beni Urriaguel entre 1934 y 1935 y el primero en excavar las ruinas del antiguo Principado del Nekkor, fue también el primero en precisar el año correcto: «1895». La investigación llevada a cabo por María José Rivera Sánchez, pese a pasar desapercibida en el momento de su publicación (1992) puso fi n a las variables en tal sentido. En instancia dirigida a Antonio Sánchez Balbi, director de la Escuela de Magisterio, Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. el personaje declaraba ser quien era: «Mahamed Ben Abd el-Krim, natural del Rif, tribu de Beni Urriaguel, de quince años de edad, a V. S. con el mayor respeto expone (por “ruega”), que se le considere alumno ofi cial de dicha Escuela y debiendo (sic) sufrir, previamente, el examen de ingreso, a V. S., respetuosamente, Suplica se digne emitir (sic) las órdenes para que dicho examen se verifi que. Es Gracia que no duda merecer...». Debajo la fi rma, bien legible, del so- licitante, con el lugar y la fecha: «Málaga, 21 de diciembre de 1910». Habida cuenta de que Mhamed Abd el-Krim cursaba estudios en Melilla e inviable, con carácter regular, la conexión marítima Axdir-Melilla-Málaga-Alhucemas, el hecho en sí nos previene tanto de la absoluta dependencia administrativa de la Melilla de entonces con res- pecto a Málaga, como del exigente nivel educativo que el padre de Mhamed impuso a su hij o 349 menor: estudiar en Melilla los cursos de Magisterio y Bachiller, presentándole en Málaga para superar los exámenes anuales y las respectivas reválidas. En esa cuadratura del círculo, que Mhamed afrontase con fe y coraje, mostró a sus padres cuanto de hombre tenía y lo mucho que de él recibiría su localidad natal y patria: Axdir y el Rif. Su corazón y bandera.

Hacerse hombre bajo el peso del patronímico familiar, intertribal y protectoral

La infancia de Mhamed transcurrió como la de otros tulâb (estudiantes) en las escuelas corá- nicas de primer nivel. El nivel superior se aprendía en la madrasa —escuela coránica para adolescentes y jóvenes adultos—, aunque su tío paterno, Abd-es-Selam, se mantuviera como profesor de refuerzo para estos estudios, versados en el completo dominio del Corán. Abd-es- Selam El Jattabi, personalidad accesible, culta y bienhechora, tenía dos años menos que su hermano, el alfaquí (letrado) Sid Abdelkrim El Jattabi. Sid Abdelkrim decidió que su hij o menor «fuese a la escuela del Peñón y sería entonces cuando le conocería el doctor Bastos por Jesu- sito (en cursiva en el original)». Esta es la tesis del coronel Sánchez Pérez y la estimamos acertada. El teniente médico Manuel Bastos y Ansart tenía veintidós años en 1907, cuando Mhamed cumplía doce años, luego las edades y fechas concuerdan, porque al segundogéni- to de Sid Abdelkrim le faltaban tres años para socilitar su ingreso en la Escuela de Magisterio en Málaga. Del Peñón hispano pasó Mhamed al Liceo Español San José, en Melilla, donde obtuvo buenas notas y excelente acogida dada la notoriedad de los Jattabi. El San José era un colegio privado, «incorporado al Instituto Provincial de Málaga», como advertía el subtítulo de su enunciado. Estudiar en sus aulas tenía un precio: cien pese- tas por «mensualidad», más 34,50 ptas por las clases. Los gastos correspondientes a la do- cencia en julio de 1915, mes en el que los ejércitos aliados y turcos combatían a muerte por la posesión de la península de Gallípoli. Desembolsos que es probable pagase su hermano mayor, al ser el miembro de la familia con mayores ingresos, tanto por sus tareas profesorales como por sus artículos en la primera página de El Telegrama del Rif. Tres años antes, en 1912, Mhamed aprobó, en Málaga, el examen fi nal de la carrera de Magisterio. Con diecisiete años maestro, pero sin alumnos. Le quedaba terminar el bachillerato. En septiembre de 1917 lo consiguió. Su abnegación escolar admira. Pudo convertirse en una autoridad marroquí en la ingeniería de caminos o la incipiente telefonía. La guerra del Rif confi rmará su valía y logros. Los Jattabi, en su troncalidad patrilineal, constituían una entidad familiar que se reco- mendaba por sus méritos: el padre, alfaquí prestigiado, había sido nombrado cadí de Beni Urriaguel —juez islámico que imparte la justicia en nombre del sultán— en los tiempos de

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Hassán I. Sid Abdelkrim era uno de los puntales de la entonces factible «alianza entre espa- ñoles y rifeños». De sus relaciones con España obtenía subsidios, enemigos y cruces pensio- nadas, por este orden. Y aunque en el Islam a mayor fuerza del adversario, mayor honor para quien le haga frente y más si logra vencerle, los Abd el-Krim recibían amenazas de muerte con tanta regularidad como les llegaban, desde el Peñón de Alhucemas, honores y pensiones. Al principio fueron setenta y cinco pesetas al mes, que subieron a cincuenta duros (doscientas cincuenta pesetas) y llegaron hasta los cien duros (quinientas pesetas). En la época equivalía al sueldo, mensual, de tres funcionarios. Su hermano Abd-es-Selam recibía ciento cincuenta pesetas. Los Jattabi seguían amenazados, pero vivían con desahogo. De los hij os de Sid Abdelkrim, el primogénito, Mohammed, tras cursar estudios jurídi- 350 cos en la universidad Al Qarawiyyin de Fez, fue maestro en una escuela de Primaria y luego profesor de árabe y chelja para los jefes y ofi ciales destinados en Melilla. En 1914 Moham- med accedió a la categoría de naib al-qadi qoddat, esto es, juez presidente del Tribunal de Apelación, máxima autoridad judicial para la población musulmana del Rif bajo el Protecto- rado español. En 1915, Mhamed tenía un padre bien valorado por los españoles y un herma- no aún más respetado, dado que impartía justicia en nombre del jalifa y su Gobierno, el Majzén español. Mohammed Abd el-Krim pasó a tener ideas propias, divulgadas desde El Telegrama del Rif, con lo que las implantó en su familia y el entorno tribal de Axdir. Fortalecidos por su discurso, Melilla y el Rif fueron dedo acusatorio esgrimido contra los modos franceses de colonizar: retener libertades; reprimir todo movimiento nacionalista; represaliar a los líderes autóctonos. Excepto en retención de libertades, las demás acciones habían sido derogadas por el general Hubert Lyautey a poco de tomar posesión en Fez (24 mayo 1912). Pero el he- cho de denunciar, en la prensa de un país arrinconado en el ámbito mundial, como le sucedía a la España de Alfonso XIII, las arbitrariedades de un poder imperial con la categoría de Francia, generaba severos riesgos. Desde Fez y París llegaron a Madrid tajantes reclamacio- nes por «lo intolerable» de los argumentos esgrimidos por el mayor de los Abd el-Krim.

Sueños turcos de un padre, que a sus hij os fuerzan a rebelarse contra España

De forma tan escandalosa, por lo descarado de la misma, como impremeditada por las gra- ves consecuencias que acarrearían a su familia, Sid Abdelkrim adoptó posturas públicas tan abiertamente antifrancesas, que los artículos de su hij o mayor contra Francia parecían chis- mes de poca monta. Los informes de los Servicios de Información mostraban la envergadura del desafío planteado por el jefe de los Jattabi: contactos con agentes alemanes y acepta- ción de su dinero; propósitos de alianza con Abd el-Malek, nieto de Abd el-Kader —el príncipe que aglutinase la resistencia argelina contra la invasión francesa (1830-1847)—, quien pre- paraba expediciones punitivas contra los puestos franceses en el área de Taza; suplantación de la fi rma del sultán Mehmet V en cartas leídas en los zocos —en concreto, en Zoco el Jemis (mercado de los jueves) de los Morabitin—, donde se convocaba «al pueblo musulmán» para que se uniera a la guerra santa (yihad) contra la Francia opresora de la soberanía y el dere- cho de Marruecos a gobernarse por sí mismo. Esas cartas no llevaban el Sello Imperial de la Turquía otomana, pero bastó que unos cuantos tulâb («estudiantes») certifi casen que en esos escritos ellos reconocían la escritura de Sid Abdelkrim (investigación bien culminada por Ma- dariaga) para que el padre y sus hij os fueran denunciados.

Estos hechos y avisos de mayores confl ictos ocurrieron en junio de 1915. El 2 de julio Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. cesó el alto comisario, general Marina, dimisión en la que le acompañó Silvestre desde su Comandancia de Larache, afectados ambos por las averiguaciones del asesinato de Sidi Alkalay y El Garfati, delegados raisunistas, en Cuesta Colorada (el 15 de mayo), de resultas de lo cual, Francisco Gómez Jordana, comandante general en Melilla, pasó a ocupar la Alta Comisaría en Tetuán y el general Luis Aizpuru fue su relevo en esa plaza española. Por mediación de Aizpuru, el primogénito de los Jattabi fue advertido de los «excesos», verbales y escritos, cometidos por su progenitor y la conveniencia de «subsanarlos». Y en el haber de Mohammed Abd el-Krim debe constar la carta que escribiese (5 agosto 1915) a su padre, previniéndole de la «absoluta necesidad de abstenerse de laborar a favor de la procla- mación del sultán de Turquía como sultán del Rif». La síntesis de esta carta, que Madariaga 351 publicó en 2009, conserva toda su importancia moral y política, pues demuestra hasta qué punto Mohammed Abd el-Krim se comprometía con la paz protectoral de España. En cuanto a Jordana, sabía bien el penoso estado militar de España. Infi nidad de cuarteles y despachos, inexistencia de fuerzas disuasivas. En regimientos peninsulares, estos: ochenta y uno de Infantería; veintisiete de Caballería; doce de Artillería; nueve de Pontoneros, Telégrafos y Zapadores. En Capitanías Generales, ocho. En divisiones movilizables en tres días, ninguna. En artillería pesada (calibres de 120 y 155 mm) con material moderno, cero. En artillería de campaña, predominio de los cañones Krupp repatriados de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, piezas con treinta y cinco años de servicio bajo climas dañinos. Su relevo por los cañones Schneider, excelente material francés, proseguía con exasperante lentitud. Y los par- ques de municiones, con telarañas. En agosto de 1914 la disponibilidad era de treinta grana- das por pieza, lo cual provocara monumental enfado en Alfonso XIII al enterarse de esos nú- meros. Un año después, la mejora se resumía en menos de trescientas granadas por pieza; cuando Francia había entrado en la guerra con tres mil granadas por cañón. A Jordana nadie tenía que recordarle estos datos ni la urgencia de evitar un confl icto armado con Francia, letal para España no ya en Marruecos, sino para preservar la unidad nacional y supervivencia de la Monarquía. En consecuencia, fi rmó lo procedente: orden de detención contra Sid Abdelkrim. El patriarca de los Jattabi logró escabullirse con subterfugios, meteorológicos y clínicos. Intervino de nuevo Aizpuru, quien logró convencer a Abd el-Krim para que hiciese «una declaración» de sus motivaciones personales. Atrevimiento y coherencia hubo en las expresiones de Mohammed cuando, el 15 de agosto, el capitán Vicente Sist, en la Comandancia de Melilla, se dispuso a tomar notas de lo declarado por el célebre periodista y juez. A Mohammed debió parecerle interrogatorio propio para un acusado de graves delitos. Y optó por ser valiente y preventivo hacia los españoles. Su sinceridad le condenó. Sus manifestaciones en el sentido de «odiar a los franceses» perdieron toda relevancia ante afi rmaciones tales como: «anhelo la independencia del Rif no ocupado»; «los Jóvenes Turcos perseveran en el levantamiento del Islam contra los aliados»; esa sublevación «equivale a la declaración del Yihad (guerra santa)»; «el primer trabajo a realizar (por su padre y él mis- mo) será el establecimiento de un (nuevo) Majzén que podrá pactar con España»; la divisoria del Kert no debe ser cruzada por las tropas españolas, pues tal iniciativa será «la única cosa a la que se opondrán (los rifeños)»; «España debe conformarse con lo ocupado y prescindir de lo demás». Si Aizpuru no se esperaba tanto, Jordana muchísimo menos. Jordana consideró que no tenía alternativas, por lo que ordenó el ingreso en prisión del primogénito de Sid Abdelkrim.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Los «Jóvenes Turcos» o el movimiento caído en el error para convertirse en terror

Turquía era imperio de nombre desde 1878 tras verse humillada por Rusia en la Paz de San Stéfano; salvarse ese mismo año de su total desmembración gracias a la melifl ua Inglaterra del rusófobo Disraeli en la Conferencia de Berlín, donde convenció a Bismarck de mantener en pie «La Sublime Puerta», el más aparatoso atrezzo geopolítico que conociera el mundo después de la Roma del pusilánime Honorio, al cual Alarico señalase el camino de la huida antes de llevarse no ya el oro del imperio aquel año 410, sino gran parte de su memoria. Sin reponerse de sus heridas, ni haber aprendido lección militar alguna de sus reveses, Turquía pretendió doblegar a sus antiguos vasallos (Bulgaria, Montenegro, Serbia), quienes le devol- 352 vieron multiplicados sus golpes (1911-1913). Como consecuencia, tuvo que inclinarse ante la Italia de Giolitti, que la expulsó de Libia. En diciembre de 1914 Turquía entró en guerra como aliada de los Imperios Centrales. La cercanía de Rusia, ancestral enemiga, la llevó a cometer represiones de inaudita violencia contra uno de sus países periféricos: Armenia. Imperialidad de artifi cio, astucia y represión la otomana, aunque la solemnidad de su imponente Constantinopla (Estambul) cautivase a los europeos que hasta allí viajaban en el Orient Express, ferrocarril que llegaba hasta Bagdad por empeño logístico del ejército y el dine- ro alemanes, obsesionados por dominar la ruta hacia Afganistán y la India. Incluso los sultanes otomanos lo eran por consentimiento de terceros, caso de Mehmet V, sucesor de Abdülmahit II, depuesto en 1909 por el militarismo dictatorial de Ismail Enver Pachá, líder de los Jóvenes Tur- cos. Uno de sus ofi ciales era el capitán Mustafá Kemal. Había nacido en la helénica Tessaloniki (Salónica), ciudad tan turca como Jerusalén. En 1915 tenía 34 años y no le interesaba el poder si no iba anexo a la revolución con la que soñaba: refundar Turquía. Al plantar cara a los ejércitos franco-británicos en Gallípoli (abril-julio de 1915) y obli- garles a reembarcar (6 enero 1916), todo ello gracias al coraje y la visión táctica de su subor- dinado, el general Kemal, Enver se convirtió en héroe nacional. Dado que en Mesopotamia el ejército angloindio de Townshend, fracasado en su loco afán de tomar Bagdad tras disparata- da marcha desde Basora, caía derrotado en Ctesifonte y capitulaba en Kut-el-Amara (29 abril 1916), desastres donde sus tropas, obligadas a regresar «andando» a Bagdad (220 km a través del desierto), perecieron en su práctica totalidad —de siete mil hombres sobrevivieron seiscien- tos—, Enver, sin haber tomado parte activa en ninguna de esas victorias, se convirtió en vene- rado libertador del Islam, aclamado por la Umma (comunidad musulmana mundial). Enver tenía sus virtudes: determinación, obstinación y valentía. Como jefe de ejército era un desastre. A fi nales de diciembre de 1914 se empeñó en atacar a los rusos del general Yudenich en el Cáucaso. Avance lento; primeros choques afortunados; descenso fulminante de las temperaturas (20º bajo cero) y contraaques rusos, mejor aclimatados y equipados. Las tropas otomanas se desbandaron y congeladas quedaron. Setenta mil turcos murieron, miles de ellos convertidos en estatuas de hielo en Sarikamish (al suroeste de Kars), gélido cemente- rio de otomanos orgullos y prepotencias nefastas. Hubo deserciones antes de este Annual turco —seis veces más de los desaparecidos del ejército de Silvestre— y armenios eran no pocos de los huidos del frío helador, pero también de la incompetencia militar de sus jefes. A Enver, una vez a salvo en Estambul, le bastó con tener pruebas de la identidad reli- giosa (credo ortodoxo) y reprimida nacionalidad de los fugados, para decretar, de común acuerdo con sus consocios —generales Admed Djemal y Mehmet Talaat— la «destrucción» del pueblo desertor y delator al enemigo: la Rusia zarista. El apocalipsis, iniciado en abril de

1915, se prolongó durante meses. La Armenia de entonces ni en los mapas aparecía al no ser Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. nación independiente, solo como «pueblo» y «cultura cristiana», por lo que no importó que siguiera ausente de la cartografía política, aunque despoblada: quinientos mil muertos y cien mil mujeres esclavizadas en los cálculos más prudentes; que subieron hasta los novecien- tos mil fallecidos, más doscientos mil cautivos, muertos en vida, siendo hombres y mujeres jóvenes, pero también niñas y niños, vendidos como esclavos y objetos de sexual deseo en los zocos de Asia Menor y del Golfo Pérsico por empeño hitita del peor de esos triunviros, Talaat. Dado que la matanza fue bien ocultada y bajo denso velo institucional todavía hoy subsiste, los Jóvenes Turcos se mantuvieron como divina referencia de libertades para millo- nes de musulmanes en África y Oriente Próximo, siendo en sí torpe añagaza: ninguno de los pueblos sujetos por su panislamismo represivo, fuesen tribus arábigas, jordano-libanesas, 353 palestinas o sirio-iraquíes, recuperó sus derechos nacionales. Por extensión de sus dominios, la Turquía otomana era el cuarto imperio más grande después del británico, el ruso y el fran- cés. Como derecho de gobernación sobre los oprimidos solo el poder de su fuerza ostentaba; por identidad estatal, a Enver Pachá tenía. Su imagen triunfante convenció al África del norte.

Nube aposentada en los cielos del Rif y viento encenizado que se la lleva sin llevársela

En el Rif, los Jattabi vivían angustiados al enterarse de que Mohammed, desesperado porque las peticiones de sus infl uyentes amigos —general Aizpuru, teniente coronel Riquelme— eran ignoradas por Jordana, había intentado fugarse. Con resultados penosos. La cuerda por la que se deslizaba por el muro de una de las torres de Cabrerizas se rompió según una versión —en la ofrecida por Sánchez Pérez «la cuerda quedó corta» y el fugado balancéandose so- bre el vacío «hasta desollarse las manos»—, para fi nalmente caer al foso, fracturándose la pierna izquierda entre los tetones de cemento que protegían los accesos al fuerte. Mal enye- sada su fractura, quedó cojo. A primeros de agosto de 1916 se le comunicó su puesta en li- bertad. Se convirtió en un héroe por no claudicar ante el sistema carcelario español. En los cielos de Axdir encontró aposento una nube de color indefi nido: ni blanca ni ne- gra; ni demostrativa de buen tiempo, ni avisadora de tormenta. El sueño de la independencia y próximo. Según pasaban los días, esa nube varió en su forma y color. Gruesa columna corona- da por frontis intimidante. Nube de granizo, castigo de infi eles. Señal que, al ponerse el sol, se transformaba en estandarte verde-carmesí. Colores califales, enseñas de resurrección y victo- ria. Unas nubes más bastarían para constituir incontenibles ejércitos de granizo. Fábrica de nubes solo una había y en Estambul estaba. Y hacia allí se rezó con el mayor fervor. Hacer del Rif un Estado turco-marroquí era un proyecto dotado de rotunda lógica geopolítica en 1916, a su vez poseedor de evidente vigor panislamista, aunque su alcance social fuese limitado y en lo moral, nulo. El Rif seguía apegado a sus costumbres y marcos gubernativos de tradición: caidato, bajalato, amalato, sultanato. La secuencia escalafonal de las gobernadurías en Marruecos. Y se creyó en Axdir que la modernidad estribaba en cam- biar un sultán por otro. Incluso sin necesidad de tal cambio, para lo cual bastaría el inagota- ble oro alemán, el largo brazo de Enver Pachá y el perenne vigor de los guerreros del Rif. Un drástico cambio de Gobierno en Madrid, por el cual los liberales de Manuel García Prieto se vieron desplazados en benefi cio de los conservadores reformistas, cuyo jefe de fi las era Eduardo Dato e Iradier, cambió el curso de la vida de los Jattabi. De ser «infl uyente fami- lia con elementos de cuidado en su seno» a «familia digna de consideración sin merma de

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. vigilancia sobre la misma». En junio de 1917, al constituir Dato su segundo Gabinete confi ó, una vez más, la cartera de Estado al marqués de Lema (Salvador Bermúdez de Castro y O’Lawlor). Lema fue quien decidió aceptar las recomendaciones que, vía Melilla, le llegaban sobre las bondades éticas y posibilidades políticas del menor de los hermanos Abd el-Krim. La buena disposición española hacia quien sería considerado «un mirlo blanco» (Sán- chez Pérez dixit) coincidía con el interés de su progenitor para que ingresara en la Escuela Central de Minas. Sid Abdelkrim estaba persuadido de que en el Rif Central y, en concreto, en el Yebel (monte) Hamman, existían minas tan valiosas como las de hierro y plomo en la vertiente sur del Gurugú, sometidas a frenética explotación por los consorcios industriales franco-espa- ñoles a consecuencia de la guerra mundial. En octubre de 1917, Lema fi rmó carta a Sid Abdel- 354 krim, confi rmándole que su hij o menor quedaba inscrito en la Residencia de Estudiantes. Aquel mes de octubre, cuarto de la guerra mundial, los bolcheviques asaltaron el Palacio de Invierno en San Petersburgo; el Gobierno de Kerensky cayó al huir su presidente a EE. UU.; Rusia abandonaba la Entente y Francia se sintió desfallecer al prever el vuelco hacia el Oes- te de las masas germánicas. Fue entonces cuando un relámpago cegador surgió en Oriente. Las gentes musulmanas, desde Alejandría a Tetuán, contuvieron la respiración. En segundos les llegó el retumbe de lo sucedido. Desgarrador más que atronador. Los ejércitos turcos de- rrotados en Beersheva y Jerusalén hollada por las tropas británicas del general Allenby. Aquel 9 de diciembre de 1917 fue sentido en Axdir como el día antes del fi n del mundo: Jeru- salén usurpada, el Islam ofendido, la Turquía victoriosa, desacreditada y en retirada. Aquella nube verde-carmesí, que tantos juraron haberla visto desde distintos puntos del Rif, desapa- recida. El viento encenizado de la Jerusalén perdida se la había llevado. Y hubo prodigio: cada hombre y mujer reconocían la misma bandera: verde del Islam eterno, vencedor del tiempo; rojo de sangre por los caídos en su defensa, cuya memoria no puede caer en el olvido; blanco con silueta de rombo, símbolo de pureza e independencia geométrica, que enmarca poderoso Creciente ungido en islámico verde, que sus brazos tien- de hacia estrella salomónica en espera de ser poseída. El viento probaba ser más viril que el hombre. El fugado de Cabrerizas ajustó medidas: 1,58 m de largo por 1,12 de ancho. Faltaba lucir las riquezas que los guerreros, tras salvarse de las furias de la guerra, donaban a obras piadosas. Amores de esposa y ternuras de hij a contornearon esa bandera con fl ecos de oro, extraídos de los trajes de novia de sus abuelas y bisabuelas, cuando las costas del Rif eran batidas por los jabeques bocoya y, solo de verlos montar la espuma de las olas, con sus fo- ques de cuchillo a todo trapo, los veleros cristianos se embutían en las rocas, atenazados por el miedo, ansiosos por abrazarse a la vida. De aquellos naufragios cien bodas se enhebraron. Cada una de las desposadas del ayer aportó, por mano de sus nietas y bisnietas, fl ecos de oro en función de si su felicidad se midió por noches, años o estirpes engendradas.

Estudiar para ingeniero mientras la ingeniería política del mundo se viene abajo

En Madrid, Mhamed participó de las ventajas de formarse en un ambiente culto y liberal; re- cinto concebido para estudiar y formar desde la refl exión y el análisis. En lo pecuniario no tenía de qué preocuparse: los gastos de su estancia, tanto en lo alimenticio como en lo ins- tructivo, fuesen para sus materiales de aprendizaje, como sus clases particulares en matemá- ticas y trigonometría, impartidas por profesores cualifi cados, corrían por cuenta del Ministe- rio de Estado. Sus cuentas del camisero y del sastre, su calzado también, las pagaba la diligente España de Lema. Al verse tan bien atendido, dedujo que el Rif mucho le interesaba a Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. España. Mhamed se mostró agradecido, sin caer jamás en lo servicial. Vestido a la europea y residente en una capital donde notorio era el despilfarro de las clases altas frente a la sobriedad y laboriosidad de una clase media colindante con la pobre- za, Mhamed se mimetizó con las gentes madrileñas, a las que percibía más alegres que tris- tes, pero también más resignadas que esperanzadas. En su cotidianeidad académica, se sentía cómodo con camisa, corbata, traje y zapatos. Sus chilabas encontraron hueco en un arcón y sus babuchas acabaron bajo un armario. Sus compañeros de clase le trataban con simpatía, a lo que él correspondía con afecto comedido. Ponía su mayor voluntad en el estu- dio, pero no por ello superó el examen preparatorio (junio de 1918). Supo sobreponerse. Y al segundo intento lo consiguió. Estudió geografía e historia básicas de España, introduciéndo- 355 se, de forma paulatina, en el conocimiento del ayer reciente de Europa. Mejoró su castellano, hablado y escrito. Aprendió a expresarse con fl uidez y olvidar afi rmaciones personalistas. Se desprendió de falsas dudas y reforzó sus convencimientos éticos. Sus virtudes prevalecieron. Poseía innato golpe de vista y una mente técnica. Disciplinado y tenaz, apuntaba maneras de militar o jefe de gran empresa. Nadie se apercibió del alcance de tales cualidades. Rusia derivó hacia el desastre social y la guerra civil, consecuencias del justiciero dik- tat alemán en Brest-Litovsk (Bielorrusia, 3 marzo 1918). El caos ruso, por su colosalismo, hizo concebir a la Alemania imperial sueños de victoria sin límites, creencia compartida por la España proalemana: los ejércitos de Ludendorff «vencerían primero» a británicos y franceses, para luego «enclaustrar» en su nicho de iras y venganzas al tiránico leninismo, sucesor del extinto bolchevismo. Esa esperanza sobreviviría cinco meses en las cavilaciones del versátil alfonsismo. En agosto de 1918, una Alemania derrotada se replegaba hacia los tupidos bos- ques del Argonne y su mal fortifi cada orilla izquierda del Rin. En Axdir, la inminencia de un Reich en trance de rendirse, causó estupor. El Rif se quedaba sin garantistas imperiales. Al concluir la Conferencia de Versalles (28 junio 1919), del imperialismo de Enver subsistía la huidiza pista de su líder en la caótica Alemania del presidente Ebert. Sus conso- cios, Talaat y Djemal, encontraron refugio en Berlín. Allí fue a buscarles una mano armenia vengadora (la de Tehlirian), que atrapó al genocida Talaat, acribillándole a balazos (15 enero 1921). Djemal huyó al Cáucaso, donde se le había adelantado Enver, previa escala en el Moscú leninista. Dubitativo entre ayudar a la Abjasia musulmana en su inviable indepen- dencia o convertirse en libertador de los turcomanos de Asia Central, cuando la Abjasia is-

lámica cayó vencida, a la cabeza de un escuadrón de sus leales galopó hacia el inmenso 21 Levante centroasiático, obsesionado por independizar al Turkestán (hoy Tayikistán). Y allí, en las desoladas estepas del Pamir, encontrará el fi nal anhelado: morir a caballo, garganta aullante, ojos abiertos y sable al frente, apuntado a las ametralladoras soviéticas (4 agosto 1922). Su pista se desvaneció como lluvia al sol: ni cadáver identifi cado, ni prisionero halla- do en ninguna prisión. Catorce días antes, otra mano armenia (la de Dzahigian) sorprendía en Tifl is (Georgia) a Djemal, matándole. El odio difundido por los Jóvenes Turcos fue lo que acabó con ellos.

Retratos de un patriarca rifeño y sus dos hij os varones

Al comenzar 1919, en la frontera de sus veinticuatro años, Mhamed portaba un airoso fez, cubrecabezas característico de los musulmanes ilustrados o pudientes de su tiempo. La inci-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. piente gordura de su adolescencia —sus fotografías de la época dan fe— había desapareci- do. Delgado de aspecto, recio en lo formológico, tenía espaldas fuertes y un cuello afín. Lucía un bigote estrecho, muy cuidado, al igual que su afeitado rostro. Su mirada era diáfana. Pragmático sin llegar al egoísmo; enérgico sin deslizarse hacia lo arbitrario; fi rme en sus con- vicciones; sus amigos españoles le apreciaban de verdad. La diafanidad de su mirada y lo honesto de su comportarse fueron valores constantes de su comportamiento, que mantendrá a lo largo de su vida. En Madrid dejará memoria de alumno aplicado, serio y perspicaz. Era un metódico observador: leía, exponía sus dudas, preguntaba y escuchaba con la pasión del ansioso por saber más. Aprendía de todos y de todo. Mhamed admiraba a su hermano mayor y sentía devoción por su padre. Sid Abdelkrim estaba orgulloso de lo conseguido por su pri- 356 mogénito, aunque sentía predilección por Mhamed, del cual esperaba grandes cosas. No llegará a verlas en vida. El año y medio (febrero 1919-agosto 1920) que padre e hij os pasaron juntos en Axdir fue el mejor tiempo en la vida del jefe de los Jattabi. Sid Abdelkrim era el más apuesto de los tres: enjuto de carnes pero fuerte de complexión, exhibía una frente despejada y cavidades orbitales profundas, que reforzaban un mirar de rara intensidad por sus ojos oscuros, donde no cabían destellos de furia ni sospechas, percepción ostensible en la mirada inquisitiva de su primogénito, Mohammed. Al rostro redondo de su hij o mayor, afeado por un cuello imperceptible y ostentosa papada, el padre oponía una faz solem- ne, triangular en su forma, señorial en aspecto a la vez que receptiva por el pausado compor- tarse del personaje. Sus pómulos acusados —signo distintivo de pureza racial entre los berebe- res—; la nariz recta, perfecta en su formología; su boca de labios fi nos y una mandíbula proporcionada le proporcionaban aspecto de hombre-ave, atento a cuanto ocurriera bajo sus alas patriarcales. Poseía un aguzado sentido de la anticipación, cualidad básica para sobrevi- vir en un país de emboscadas cambiantes de lugar con muertes fulminantes para todo confi a- do viajero. Lucía puntiaguda barba canosa un tanto descuidada y un bigote entrecano, mimado al detalle. Su imagen se correspondía con la de un hombre de guerra: el cadí de los Beni Urria- guel parecía uno de los lugartenientes de Obqa ibn Nazi, el conquistador del Marruecos prei- drissí. Sid Abdelkrim soñaba con introducir al Rif, caballo de gestas, en las atlánticas aguas del Extremo Occidente (Magreb el-Aksá), liberadas por su fe y convicción.

Profesor que decide expatriarse en Axdir y estudiante rifeño que se marcha de Madrid

En diciembre de 1918, Mohammed Abd el-Krim solicitó «un permiso de veinte días para visitar 22 a su familia en Axdir». Lo obtuvo, se marchó y nunca más regresó a Melilla. Padre e hij o deci- dieron esperar acontecimientos sin alarmar a Mhamed, cuya estancia en Madrid discurría con aprovechamiento. En octubre de 1918, Mhamed «recuperaba» las asignaturas suspendi- das tres meses atrás: matemáticas, dibujo lineal y geometría. En enero de 1919, Mhamed aprobaba el difícil examen de trigonometría. Aprovechó tan feliz resultado para solicitar un permiso de dos semanas con el fi n de visitar a sus padres en el Rif. El director de la Residen- cia, Alberto Jiménez Fraud, no vio impedimento alguno en su petición y Mhamed se dispuso a partir hacia Marruecos. Cortés despedida y adiós a Madrid. Que resultó defi nitivo para España. Mhamed viajó hasta Málaga con la muerte en el alma, pero la paz consigo. Cumplía órdenes de su padre y hermano mayor. Deja todo y vuelve a casa cuanto antes. El resumen del aviso que le hizo llegar Mohammed. El Rif estaba en peligro.

El 2 de febrero de 1919 Berenguer se presentaba en Tetuán con tres entorchados al su- Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. mar el rango de comandante en jefe del Ejército de África e inspector del mismo a su condición de alto comisario, puesto del cual tomó posesión. Silvestre llegó en agosto de 1919 para ejercer el mando sobre la Comandancia de Ceuta. Tras apoderarse de El Fondak de Ain Yedida —es- tratégico enclave yebalí a mitad de camino entre Tetuán y Tánger—, en febrero de 1920 fue designado para hacerse cargo de la Comandancia de Melilla, pues tanto Alfonso XIII como Be- renguer le consideraban el único hombre capaz de doblegar al Rif rebelde. La aureola de su fama cegará su personalidad. Y aunque Silvestre siguió siendo militar bravo y honesto a todas luces, su lucidez táctica perecerá por su compromiso con el rey: tomar Alhucemas. Abierto un paréntesis de tanteos —avances pactados con las tribus a cambio de ar- mas y dinero para sus jefes—, un año se fue en tales costumbres. De seguido, los ejércitos 357 españoles del Este y del Oeste marcharon hacia la guerra desde sus respectivos frentes: en Yebala y el Garb en pos de El Raisuni; en el Rif Central contra los Abd el-Krim. En enero de 1921 Mohammed acumulaba diecinueve meses como «enemigo huido de España». El juez de jueces y el estudiante de ingeniería se habían convertido en peligrosos proscritos. El Rif creyó que perdía a su primer ingeniero. Para su sorpresa lo reencontrará y también a su mejor ge- neral. Ambas funciones y obligaciones se manifestaron en la personalidad de Mhamed.

Levantar harca contra los españoles, enterrar al padre y en honor suyo engendrar hij os

El 14 de febrero de 1920 el general Silvestre tomaba posesión de su mando al frente de la Co- mandancia de Melilla. Durante semanas recorrió el territorio. Por el Este llegó hasta Hassi Ber- kan —cerca de la orilla izquierda del Muluya, divisoria con el Marruecos francés— y, por el Oeste, alcanzó Sammar, en la desembocadura del Kert. Corto de tropas y dinero, Silvestre apo- yó la tarea del coronel Gabriel de Morales, jefe de la Policía Indígena, empeñado en levantar escuelas y dispensarios para incrementar la ayuda a un país depauperado después de tres años de sequía: el trigo sin nacer y las tribus sin nada que comer. Silvestre, por carta a Beren- guer, se quejó del «espectáculo» en Melilla, con «más de doscientos ancianos, mujeres y niños que pululan por las calles en un estado lastimoso». De ahí su orden a Morales para que busca- se «un local donde pudiera acogerse y dormir bajo techado» tan famélico contingente. En mayo de 1920 Silvestre cruzó el Kert, Rubicón del Rif. Al otro lado esperaba la gue- rra, frontera muy avisada desde 1915. Por esos días, el jefe de los Jattabi urgió a su hij o menor para que contrajera matrimonio. Tenía la edad, se sabía de ojos femeninos que lo se- guían y él se debía a imperativa obligación: asegurar la descendencia de su linaje, tal y como cumpliera, en 1910, su hermano mayor al casarse con Taimunt Buyibar, su primera esposa, quien le había dado tres hij os. Mhamed aceptó el consejo, dado que él se había fi jado en Fatma Lamrabet, del linaje de los Morabitin. Fue entonces cuando el ejército de Silvestre ade- lantó sus líneas. Todas apuntaban hacia Axdir. Y la boda tuvo que suspenderse. Al aviso de que llegaban los isbaniuli (españoles), se recogió el ganado; el trigo y la cebada se enterraron en fosas preparadas de antemano, se pusieron guardias —contingen- tes de diez a doce hombres— en montes y encrucij adas y se tendieron emboscadas. Y a la vista quedaron los primeros muertos. A pesar de ello, la movilización resultó ínfi ma: solo tres- cientos harqueños juntaron sus armas y compromisos. Eran gentes de Taff ersit y Beni Urria- guel. Carecían de un jefe incuestionable. Tomaban sus decisiones en fatigosas asambleas. Su

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. destreza con el fusil les bastaba para inducir a la prudencia a quienes les invadían. Al frente de tan embrionaria fuerza se situaron los Jattabi, con Sid Abdelkrim, sus dos hij os y el tío paterno de ambos, Abd es-Selam. Sin apoyarse en un caudillaje electo, los cuatro actuaban como un Consejo Militar. Tan anómala situación forzó la disfunción operativa de la harca, que perdió agresividad y no supo impedir la pérdida de Dar Drius, posición clave en el avan- ce de Silvestre y a la que este convirtió en su mejor campamento avanzado. Un calor sofocante cercó a invasores e invadidos. Las bajas aumentaron. El 5 de agos- to, Sid Abdelkrim, extenuado por sucesivas marchas y contramarchas, decidió abandonar el frente, escoltado por sus hij os. En Axdir creía factible recuperar su salud. A las pocas horas de llegar a su casa un síncope acabó con su vida. Aquel 7 de agosto, las tropas de Silvestre, en 358 temerario envite, tomaban el poblado de Taff ersit. En Melilla corrieron rumores de que el jefe de los Jattabi había sido «envenenado». Dudosa posibilidad. La jefatura del linaje pasó a manos de Abd es-Selam y su sobrino Mohammed. En noviembre de 1920, Mhamed cedió a las insistencias de su tío Abd es-Selam y su hermano mayor, por lo que hubo boda en Axdir. Cele- bración discreta, felicidad ardiente y gozo interrumpido: alerta en el Rif: los españoles reini- ciaban su avance hacia las tierras de Alhucemas. Fatma dio a Mhamed dos hij os, Mohammed y Salah. El mejor homenaje al padre muerto. A los difuntos debe honrárseles con la fecunda- ción de la mayor estirpe posible. Nadie en verdad muere, tan solo se le sucede.

Vencer a un ejército sin cabeza: de Abarrán a Igueriben y, en un salto, Annual

El 15 de enero de 1921, las tropas de Silvestre, con su general al frente, descendían por la cara norte del Izzumar y plantaban sus tiendas en tres colinas situadas en el centro de una vasta región semidesértica: los campos yermos de Annual. Estaban a solo 31 km de Axdir. Un obstáculo les impedía avanzar: Tizzi Takariest, paso montañoso no difícil de superar, siempre que fuese ocupado uno de los montes que lo fl anqueaban: el Abarrán o el Yum Kuma. Después de ocupar Annual, Silvestre hizo lo mismo con Afrau y Sidi Dris, enclaves costeros aislados, sin comunicación entre sí. Silvestre prolongó sus líneas hacia el suroeste, bordeando la mole de Tizzi Assa. Era evidente su intención de avanzar hacia Axdir desde varios puntos. Los Jattabi reunieron a sus fi eles, convencieron a otros y juntos marcharon contra tan perceptible ame- naza. A los Beni Urriaguel y Beni Tuzin se les unieron los Tensaman. Faltaba conocer el punto exacto de la penetración española. A fi nales de mayo se supo el lugar elegido por Silvestre para iniciar su ofensiva en pos de Alhucemas: Abarrán. Silvestre confi ó el mando al comandante Jesús Villar, de la Policía Indígena. Villar reunió media brigada y una batería de artillería, más 485 mulos, «todos los que había en Annual». Esos mulos, muertos o robados, faltarán para llevar municiones y cañones a Annual. Villar no era ningún táctico y menos un jefe bravo. Los rifeños dejaron que los españoles subieran a la cima y, en cuanto Villar ordenó el repliegue, la defección de la Policía Indígena, que mató a uno de sus capitanes, Ramón Huelva, de tal suceso hizo el clarín del desastre. Villar se descompuso, sus soldados se apercibieron y huyeron. Mientras los artilleros y zapadores proseguían con sus ta- reas de fortifi cación, los tensamaníes, núcleo de la harca, se lanzaron al ataque. Su primera acometida dejó a la resistencia tambaléandose; la segunda impuso la derrota. Quienes defen- dían aquellos cañones cayeron, exánimes, sobre sus cureñas. La mayoría de la tropa escapó. Aquellas cuatro piezas Saint Chamond de 75 mm, menos una, intactas quedaron. El jefe de la batería, teniente Diego Flomesta, malherido, fue capturado. Flomesta se dejará morir de ham- bre para no desvelar al enemigo sus saberes como artillero. Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. La victoria rifeña se transformó en estandarte de orgullos patrios cuyos pliegues cu- brieron aduares, montes y vaguadas. La movilización fue inmediata. Los cañones de Abarrán, tras ser paseados por los zocos entre proclamas, rogativas y vítores, motivaron el alistamien- to, en masa, de los cabileños. El dubitativo Rif se convirtió en un coloso militar. Y el desalenta- do ejército de Silvestre, consciente de su crítica dispersión, empequeñecido se sintió y vencido se consideró antes de oponer altivo ademán al rostro acechante de un enemigo con fe. Seis semanas después de ser vencidos en Abarrán, los españoles se dejaban cercar en el espolón de Igueriben y bloquear en Annual. El Rif en armas envolvió ambas posiciones. El Igueriben del comandante Benítez y su gente no era tropa de las derrotadas de antemano. Primero aceptaron morir de sed, luego decidieron inmolarse en arrebatador impulso: de los 359 389 defensores (cifra ofi cial, tal vez excesiva) se salvaron 33. Los restantes perecieron en una salida a degüello (21 de julio) desde el inicio a su conclusión. Fue la demostración de un sa- ber morir. Faltaba cerrar el copo sobre el ejército invasor. Un salto, que no un asalto, bastó. Es lo que sucedió el 22 de julio a poco de salir el sol. Annual fue campamento abandonado, sa- queado e incendiado. En el desfi ladero del Izzumar cayó la cuarta parte de la columna Silves- tre —un millar de muertos, más unos pocos prisioneros—, acribillada por sus desleales fl an- cos. A su vez cayó la Monarquía. Silvestre se mató de un tiro. Le fue imposible ser testigo de la catástrofe que, entre tantos, causaron. Con él falleció una desastrosa política de Estado. Su cadáver nunca apareció. Alfonso XIII pretendió escapar de la realidad. Ausente de ambas Cámaras, huido del Ejército de África durante toda la guerra, España no olvidará su silencio y menos su irresponsabilidad. Nunca mostró remordimientos por su actitud.

Contemplar la patria liberada desde la cima del mundo, descubrir «anónimos héroes»

Entre el 22 y el 25 de julio, el Rif se cubrió de hogueras y un arrítmico crepitar de disparos. No eran incendios de ciudades bombardeadas ni descargas artilleras entre dos ejércitos que se combatían en forma de grandes masas, solo los rescoldos de una hecatombe sin precedentes en los anales de España. Ardían las fortifi caciones y los cuerpos de quienes las defendieron. Las llamas consumían barracones, tiendas de campaña y cadáveres apiñados. Los tiros sueltos remataban a los heridos o fugitivos que pretendían esconderse entre barrancadas y escarpa- duras. Desde lo alto del Izzumar, cumbre del desastre, todo alrededor eran espirales de humo que se elevaban, espasmódicas y negruzcas, hacia un cielo raso y justiciero. El arco de hu- mazos y chasquidos fusileros cubría tres cuartos de circunferencia. Esta visión, aniquiladora para los españoles que, en hileras titubeantes, caminaban ha- cia Dar Drius y Yum Kuma, primeros campos de prisioneros del Rif Libre, exultante resultaba para sus vencedores, los hermanos Abd el-Krim. El Rif les parecía tan grande como África toda dada la inmensidad de su victoria, inimaginable cuatro días antes. La España de Silvestre adoptaba abatido perfi l como la Italia de Baratieri ante la Eritrea de 1897, expulsada del país invadido en cuatro jornadas de furia y pánico, desorden y exterminio. Diferencias sustanciales había con los italianos aniquilados en la eritrea Adua (Aduwa), veinticuatro años atrás. En la cima de un monte de color granate, privado de árboles en sus empinadas laderas, ochenta y cuatro hombres resistían arma en mano y pecho fi rme. Disparaban sus fusiles por encima de simples muretes de piedra o hacían hablar a sus cañones, porque coraje y municiones les que-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. daban. Estaban sitiados desde el 22 de julio, pero ni se rendían ni se lograba vencerles. Habían rechazado dos asaltos en masa y opuesto fi era negativa a toda oferta de capitulación. No se sabía quién era el jefe de aquella posición perdida en un mar de sepulcros mili- tares. Pasarían cinco días hasta que Intermedia A cayó al caer su jefe, José Escribano Agua- do, veterano capitán de 38 años.Con él murieron todos sus hombres, menos dos. Uno logró llegar a Monte Arruit, donde le mataron. El otro había muerto en vida, pues fue un desertor. El cobarde fue el único que se salvó. Lo que Mhamed nunca supo, ni podía imaginar, es que el testimonio de un desertor (Antonio Tavira) valía más, en la degradante España de las Juntas de Defensa, que la contabilidad del sacrifi cio en Intermedia A: 99% de bajas defi nitivas en su guarnición. Suponía la concesión de la Laureada a su jefe y la Cruz Colectiva de San Fernan- 360 do para sus ofi ciales y soldados. A ninguno le fue concedida Laureada alguna. Organizar la defensa del Rif ante una España que promete «cumplida venganza»

Mhamed conoció los detalles de tan extremas resistencias al volver a Axdir. Los españoles habían sido aplastados, pero si gentes como Escribano y los suyos se habían mantenido fi r- mes seis días después de morir Silvestre, el ejército del que formaron parte muerto yacía, pero vendrían otros jefes y surgiría un nuevo ejército. La defensa de la vertiente norte del Gurugú lo probaba. Y los refuerzos seguían llegando desde un mar español: el 9 de agosto, veintiséis mil defensores tenía Melilla, ciudad preservada por un Rif temeroso de su propia fuerza. Mu- chos rifeños consideraron un error imperdonable el no marchar sobre Melilla en aquellos días fi nales de julio, cuando se sabía que el caos en la plaza era tan enloquecedor como el clamor surgido en España contra el Gobierno de Allendesalazar. De haber atacado en masa, Melilla habría caído y poco hubiese podido hacer la Legión, excepto inmolarse en bloque. Ni Francia ni Inglaterra hubiesen acudido en defensa de la malherida España de Alfonso XIII. Los posibles desmanes de los rifeños en una Melilla caída bajo gumía, fuego y pillaje, hubiesen sido un baldón para sus responsables pero no más que el degüello de los cientos de familias aniquiladas en la helénica isla de Quíos en 1822. Ningún moderno lord Byron habría declamado su poética denuncia contra un sanguinario Rif antes de morir en un Missolonghi normarroquí; máxime cuando las bocas del Nekkor en nada se parecen al lugar donde su re- ferente inglés pereciese en 1824. Por las arenas de Suani paseaban los nuevos turcos, los Abd el-Krim, contrarios a despedazar mujeres y niños de cristianos. La victoria colmaba sus ambi- ciones. Confi aban pactar con una España humillada y poner fi n a la guerra. De ahí su afán por impedir otra matanza de españoles: los que integraban la columna Navarro, sitiada en Arruit. La mediación de Abd el-Krim, traicionada, formó parte de las víctimas. Los beniurria- glíes que escoltaban a Dris Ben Said, su delegado, fueron emboscados y muertos. La degolli- na de la columna Navarro fue noticia temida por lo previsible, siendo bárbara vileza de prin- cipio a fi n, indigna de guerreros, fuesen del Rif o de Eritrea. España retornaría para recuperar lo que creía era suyo por derecho de ocupación pactado con Francia. Sobre todo, volvería para vengarse de su derrota y por la vesánica forma en que se produjo. Mhamed aconsejó alertar a las tribus para que se preparasen a una resistencia medida en años. El 14 de octubre de 1921, las tropas de Cabanellas entraban en Zeluán. Las atroci- dades que descubrieron les incitaron a juramentarse en no conceder perdón y descargar iguales odios contra los que acabaron con la vida de quinientos españoles. El 24 de octu- bre, las brigadas de Cabanellas y Sanjurjo penetraban en pútridas ruinas: las de Monte Arruit. El mayor holocausto de un ejército colonial, yacente a la intemperie dos meses y medio después de haber sido asesinado tras rendir sus armas a los jefes de los Beni Bu Yahi Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. y Metalza. Ofi ciales y soldados se enfrentaron a visiones de pesadilla: un mar petrifi cado con miles de momias esqueletizadas, rompientes y horizonte de lo peor del hombre. El es- panto y el dolor abofetearon a España. Hubo afi nidad social y parlamentaria en exigir «cumplida venganza». Los Abd el-Krim conocieron, por los periódicos españoles, la magnitud de esas avalan- chas revanchistas. Ellos se sabían inocentes, pero no podían probarlo. Todos los documentos cruzados entre el Estado Rifeño (Dawlat ar-Rîfi ya) surgido el día después de la muerte de Silvestre y la jefatura del Peñón de Alhucemas, que ostentaba el coronel Manuel Civantos Buenaño, habían sido clasifi cados como «Muy Reservados». Bajo llave tal documentación, culpables eran los Jattabi y los rifeños en plural también. La «Reconquista» comenzaba. 361 En Axdir se esperaba un avance precavido de las columnas españolas, sometidas al intermitente acoso de los pacos. De improviso, el ataque sobrevino con medios acorazados y por carretera. Sorpresa decidida por el general Cabanellas con vehículos blindados, los lla- mados «camiones protegidos» —con ametralladoras Hotchkiss en sus torretas—, veloces y fi ables. En impetuosa arremetida, fl anqueados por escuadrones de Caballería, tomaron Batel y Tistutin. Tras un amago de acampada, se abalanzaron sobre un Drius somnoliento. Los rife- ños, alertados a destiempo por sus confi ados vigías, huyeron tan deprisa que se dejaron sus pucheros y teteras en el fuego. Más nueve cañones. Eran los venerables Krupp. Otro cañón, un Saint Chamond, quedó en Batel. Diez piezas de artillería «recuperadas en un solo día» (10 enero 1922) fue triunfante novedad que cubrió los titulares de la prensa española. Supuso un serio revés moral para el Rif. Y abrió agrias discusiones entre los jefes rifeños. Se impuso la cordura: regresar a las montañas que circundaban Alhucemas y allí hacerse fuertes.

El error de castigar al Rif «lógico» y lo exigente del aprendizaje militar

Lo sucedido en Dar Drius tuvo consecuencias dolorosas para muchos rifeños; sobre todo para Kaddur Namar, el implacable vencedor del indigno Araujo. A mediados de enero de 1922, haciéndose eco del sentir de su tribu, previno a Abd el-Krim que «mucha gente me pide ponga fi n a la guerra contra los españoles, porque nos hallamos detrás del frente». Cierto era. Los benisaidíes se veían cercados por su espalda y sus fl ancos: al norte el mar; al sur, las colum- nas españolas. Y enfrente Annual, estéril patrimonio de los Beni Ulixek; amigos de vecindad, pero no tanto como para compartir su poquísima agua con doce mil personas. Kaddur Namar rogó a Mohammed Abd el-Krim que comprendiera su apurada situación. El caudillo del Rif Libre no solo se negó, sino que previno a Namar para que no cediera a tales exigencias internas. Nada más conocerse el «No» llegado desde Axdir, los benisaidíes se divi- dieron: los más permanecieron en sus aduares, los menos decidieron irse con los españoles, pues la vida y sus bienes les garantizaban. La corriente de fugados alcanzó a los benituziníes. Abd el-Krim no podía tolerar tales pérdidas de lealtad y unidad. Tres cabileños de Beni Tuzin, que habían «hablado con los españoles», fueron fusilados. Cuatro mil hombres de Beni Urriaguel cruzaron la divisoria con los Beni Said. Se presentaron como fuerzas represoras. Kaddur Namar fue hecho pri- sionero. Su detención forzó la huida de cientos de benisaidíes. En febrero de 1922 los «pasados» bajo la protección de España sumaron 368 familias (datos de Pennell). A una media de ocho per- sonas por familia, dos mil huidos. Y habían sido ochenta familias las fugadas en enero. La diferen- cia era el miedo que se le tenía a Abd el-Krim. Los beniurriaglíes dejaron de ser guerreros de leyenda

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. para los benisaidíes. Siendo ambos rifeños, los segundos se atenían a su lógica; los primeros a su derecho a refutarla por considerar que tal negativa a combatir amenazaba de muerte a la patria común. Una parte del Rif entró en abierta disidencia con los Abd el-Krim y esa fractura fue a más. Avanzado agosto de 1921, una comisión de notables gomaríes llegó a Axdir para ofrecer a Abd el-Krim su intención de sublevarse si recibían armas y municiones. El jefe del Rif Libre les anunció que, una vez confi rmada su rebeldía, les enviaría a su hermano al frente de poderosa harca. En un mes, media Gomara se había sublevado y parte de Yebala también, en especial la cabila de Ajmás, que rendía vasallaje a El Raisuni. La situación inquietó a los hermanos Abd el-Krim. Tener a El Raisuni como forzoso aliado era peor que tenerle como enemigo. En octubre de 1921, a la cabeza de ochocientos hombres bien armados, Mhamed se 362 puso en marcha hacia el Oeste. Le acompañaban jefes de valía, entre ellos Ahmed Budra, cuña- do suyo y futuro naib (inspector) o «ministro» de la Guerra. El Raisuni delegó en un hij o suyo, Mohammed, su representación, preaviso de su negativa a participar en la lucha apalabrada. Aquella entrevista fue un dejar pasar el tiempo a ver qué hacían los demás. Los gomaríes hicie- ron igual. Entre un jerife altanero en Tazarut y un alfaquí omnipotente en Axdir, al primero no lo soportaban y el segundo no les parecía tan temible como decían. La incursión resultó un fraca- so al intentar apoderarse de Uad Lau. Los gomaríes se negaron a pelear contra los españoles —que les tenían bien provistos de subsidios— y el desánimo hizo el resto. Otra harca, dirigida por el afamado jerife Mohammed El Ajamlish, se desmovilizó ella sola. Mhamed aprendió el valor de un impulso moral continuado y la coherencia de un mando militar único. Mientras Mhamed emprendía el regreso al hogar, Kaddur Namar era detenido en cuanto los españoles completaron la ocupación de Beni Said. Namar, amigo que fuese de Silvestre, estrella tenía. Pero ya no deslumbraba. Acabó confi nado en el fuerte de Rostrogor- do. Namar era todo lo contrario a un Araujo. No quiso convenir alianza con los españoles, ni por amenazas ni con dinero. Y se negó a «probar bocado». Optó por dejarse morir. Azor del Rif, leal a su especie, falto del aire patrio en libertad que desde niño él sintiera, falleció (agos- to de 1923) en su celda. Le enterraron en Sidi Aguariach, el cementerio que Margallo un día fatal arrasara, que García Aldave reconstruyera y por el que Morales velase hasta su muerte. Un benisaidí altanero y osado tomó más que ocupó su puesto. Se llamaba Amar Huchen, pero se le conocía por «El Lobo». Pruebas crueles de su apodo dejaría. Los benisaidíes esquivaron sus garras como pudieron. En una guerra raro es quien no se vuelve lobo.

Abd el-Krim se convierte en «emir del Rif»: el rebelde autoproclamado «príncipe»

Al anochecer del 2 de febrero de 1922 el Rif en guerra se fue a descansar por unas horas siendo ya un emirato (principado) y su líder, Mohammed Abd el-Krim, un príncipe. Mhamed no quiso título subordinado alguno. Ni le apetecía ni lo necesitaba, aunque le molestó que otro lo usara en nombre de su propio hermano. En el transcurso de aquel mes de febrero, Abd el-Krim tomó la decisión de sublevar a Gomara de nuevo, sin más aviso previo que cartas su- yas dirigidas a las tribus gomaríes por su lugarteniente Mohammed Ben Alí, más conocido como Bu Lahía, quien las fi rmaba sustentándose en pomposa designación: «Jalifa del Estado Islámico del Faquih Said Mohammed ben al-Sayyid Abdelkrim El Jattabi el Urriagli». Jalifa, esto es, lugarteniente de su príncipe y señor absoluto, Mohammed Abd el-Krim. Esta denominación —descubierta por Pennell durante sus investigaciones (años ochen- ta) en el antiguo Servicio Histórico Militar— posee intrínseca relevancia: prueba que Abd el-Krim, nada más fundar su principado, quiso dotarlo de inequívoco contenido religioso. Su Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. «Estado Islámico» perdurará, incluso, bajo el perfi l avanzado de su ideal de Estado: Dawlat Yumhurîya Rîfîya o Estado de la República Rifeña. El republicanismo subyacente en Abd el-Krim se veía relegado por el islamismo de su mantenedor, quien siempre pretendió ser el depositario de ancestrales raíces familiares surgidas en Arabia, a orillas del Mar Rojo. Un caudillo de tradi- ción, cuyos antecesores emigraron al Rif y profunda fe a su estirpe transmitieran. El atrevimien- to de tal autodesignación se basaba en la supuesta pertenencia de los Jattabi a un linaje árabe de honda relevancia en la tradición coránica: ser descendientes de El Khettab o El Jattabi, por Omar, compañero del Profeta y, con posterioridad a la muerte de Mahoma, primer califa de un imperio en la tierra para los musulmanes, predominantes en un mundo de ídolos tirados por el suelo, pedazos fundidos bajo el fulgor de la nueva fe revelada: el Islam. 363 De estos linajes de adopción o usurpación según criterios, insertados en densos ramajes patrilineales como los Jattabi, se afi rmaba que provenían de la arábiga Yambo, ribereña del antiguo Mar de Moisés, que los ejércitos árabo-yemeníes cruzaron a la inversa en el año 690. Esta secuencia de autoconvicciones genealógicas provocó repetitivas polémicas. Los militares de la época, fuesen franceses (Lyautey, Noguès) o españoles (Blanco Izaga, Capaz, García Figueras, Goded, Martínez Simancas, Sánchez Pérez), lo descartaron por desmedido e infunda- do. En la historiografía civil, los hubo claramente a favor (David Montgomery Hart) o resuelta- mente en contra (Germain Ayache), para pasar a los indefi nidos (Rosa Madariaga) o los ecuá- nimes, pero a la vez conscientes de tal oportunismo intencional (Richard Pennell). «Los Jattabi» encajaban en toda genealogía de índole política y, como tal, subjetiva. Respondía a una necesidad moral de gran amplitud, más que a raíces documentadas con rigor. Cumplió funciones de sosiego social y multiafi rmación coránica en un país como el Rif, no arabizado in extenso, enfrentado a fuerzas enemigas muy superiores, por lo que legítimo era oponerles la fuerza del destino, esa defensa de la fe personifi cada en un guía triunfante. Mo- hammed Abd el-Krim sin duda lo era. Así se explica su recurso a la shar’ia (ley islámica), que Mhamed a su vez siguiera, pero desde una interpretación menos rigorista de tal Código de Le- yes. De esa piedad natural en Mhamed se benefi ciaron cientos de familias del norte en guerra. La España familiar de 1924, sin pedir auxilio a Mhamed, socorrida será por él en 1926.

Aprender el ofi cio de la guerra a partir de los errores en amigos o enemigos

Bu Lahía, el jalifa islamista de Abd el-Krim, tropezó en su empeño por sublevar Gomara. Su ofensiva coincidió con la iniciada por Berenguer para capturar a El Raisuni, antes de verse él mismo cesado por el Suplicatorio que le rondaba desde 1921. Las tropas de Berenguer pusie- ron cerco a Tazarut y de sus muros, en madrugada tenebrosa, escapó El Raisuni. Absortos ante la enésima muestra de audacia del rebelde jerife, los gomaríes bajaron sus brazos. Los rifeños se vieron solos en tierra extinta de adhesiones. Bu Lahía regresó al Rif con sus bande- ras plegadas y el prestigio a salvo. Llegaba a tiempo, España contraatacaba. El 17 y 18 de marzo de 1922, los españoles avanzaron hacia Kandussi y Tuguntz. Iban en pos de Dar Quebdani. Y venían con tanques: los Renault FT-17. Estas formaciones de ca- rros no habían maniobrado de forma conjunta y sus jefes probaron su incompetencia al no haber calculado el consumo de combustible que tal acción, en zona quebrada, les exigiría. Los ágiles Renault se quedaron sin gasolina a mitad de su avance, clavados en una pendien- te. Las tripulaciones abrieron las torretas, saltaron al suelo y echaron a correr hacia las fi las

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. legionarias, expectantes un kilómetro atrás, pasmadas ante aquella carrera por la vida de quienes tenían por misión romper el frente. Serían los rifeños los que rompieron sus vidas al chocar contra el muro de la Legión, al cual hicieron sangrar. Los combates por Amvar impusie- ron duro tributo a los españoles: trescientas veintisiete bajas, de las que cincuenta fueron muertos, entre estos Carlos Rodríguez Fontanes, el mejor comandante del Tercio. Los rifeños volaron con dinamita dos de aquellos inválidos armatostes de hierro remachado. Mhamed descubrió que, con tanques, no se conquistaba al Rif. Con muchos muertos, tal vez. Ese mismo 18 de marzo los rifeños se lanzaban contra el Peñón de Vélez. Y aunque se luchó a muerte en el diminuto camposanto de la fortaleza, el menor de los peñones hispanos no cayó. El mayor fue cañoneado. Las baterías de Axdir apuntaron al puertecito de Alhuce- 364 mas, situado en la cara sur del Peñón y abierto a sus cañoneros vientos. El objetivo era el vapor correo Juan de Juanes. Saltó hecho astillas el puente y desventrado el casco. El buque se hundió a plomo. Los rifeños habían zarandeado el orgullo español, ahí acababa todo. Abd el-Krim asumió que el Rif necesitaba un jalifa capaz de hacer una guerra inteligente. Bu Lahía cumplía, sin levantar entusiasmos. Ben El Hayy, nazir (inspector) de la Guerra, aportaba fi de- lidad, no planes de operaciones. Budra, gran táctico, carecía del carisma de Mhamed, quien se comportaba como si hubiese superado sendas estancias académicas en Saint-Cyr y Tole- do. Ejercía el mando como un militar europeo, pero con mentalidad rifeña. Convencía y di- suadía; aventaba temores y ondeaba sueños ante sus enardecidas harcas.

Burguete, el general mosquetero, se va y llega Silvela, «conductor inconsciente»

El 2 de enero de 1923, Burguete, harto de José Sánchez Guerra, jefe del Gobierno, y del rey Alfonso XIII, que bastante hartura era sufrir a los dos para un mosquetero como lo fue él toda su vida, presentó su dimisión, sustituyéndole Miguel Villanueva Gómez, quien, enfermo, decli- nó el cargo. Se presentó Luis Silvela Casado, exministro de Marina. Nada más tomar posesión aquel 27 de febrero en Tetuán se creyó con autoridad para removerlo todo. Silvela no hizo de caballo en una cacharrería, más bien de tanque con un conductor inconsciente que, al girar en círculos, a sus propias tropas aplastaba. Desde sus diversos sinsentidos, Silvela arremetió contra la política de conciliación entre la metrópoli y las autoridades tribales, anulándola; la dinámica militar, encarcelándola entre lo suicida y lo brutal; la monarquía constitucional y su representante, dando pie al secuestro de aquella y al descrédito del rey. Silvela era abogado, periodista y político liberal. Tenía ofi cio, pero en cuestión de en- tendederas siempre estuvo en défi cit. Como alto comisario probó ser un peligro público. Su errática voluntad le desplazaba en impulsos contradictorios, por exceso o por defecto. Ejem- plo de lo primero fue su idea de poner fi n a la guerra por medio de bombardeos masivos de gases tóxicos —llegó a pedir al Gobierno de García Prieto «cincuenta mil bombas, para ae- ronave, cargadas con iperita»—, que le fueron denegados por Niceto Alcalá-Zamora, ministro de la Guerra, salvándose el Rif de una devastación de apocalípticas proporciones. Prueba de lo segundo fue su propósito de «abrir negociaciones selectivas» a través de delegados inter- puestos: vizcaíno uno, Horacio Echevarrieta, rifeño el otro, Dris Ben Said. Ellos discutirían con los hermanos Abd el-Krim un acuerdo entre España y el Rif, lo cual traería larga paz. El Ejército se vio apartado de tan insólitos debates, situación que estaba obligado a admitir si era representado por el ministro de la Guerra o el alto comisario. Pero que Silvela y Santiago Alba, ministro de Estado, delegasen su representación en un empresario industrial y un agente comercial, casos de Echevarrieta y Ben Said, asociados en intereses navales y mi- Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. neros, al Ejército le pareció calculada ofensa y ciertamente lo era, máxime cuando los Abd el-Krim delegaron su palabra y crédito político en jefes rifeños de tercer rango. Bajo tales creen- cias crecieron simultáneos recelos y se recurrió a tácticas rupturistas: pedir lo imposible. Abd el-Krim delegó su representación en su cuñado Mohammed Buyibar, casado con Fahma, una de sus hermanas. A Buyibar le acompañaría Sid Abdalah Budra, hermano de Ahmed. El respeto que este producía no era traspasable a nadie, fuese pariente o amigo. Por tácito acuerdo entre Silvela y Alcalá Zamora, la representación española fue confi ada a per- sona con gran autoridad moral, caso del general Alberto Castro Girona, a quien ayudaría Clemente Cerdeira, ofi cial intérprete con fama de ambivalente: incisivo, tenaz y paciente. Quiso él mediar cuando las cosas se torcieron y fue como separar llamas enlazadas. 365 La cita entre ambas delegaciones se decidió fuese en aguas de Alhucemas, equidis- tantes del Peñón español y la rifeña playa de Suani. Aquel 16 de abril de 1923, la reunión —a bordo de una lancha del crucero Reina Regente— empezó con corteses saludos, para con- cluir en muecas crispadas. Los rifeños querían extender sus dominios hasta los Guelaya, tribu asentada al sureste del Kert, a la par que consideraban «contradictoria» la presencia de tro- pas españolas más allá de Batel y el cauce del Gan, dado que España y el Rif iban a ser «naciones amigas». Castro Girona replicó exigiendo la ocupación de la bahía de Alhucemas y la devolución del material de guerra abandonado en 1921. La ruptura fue instantánea. Se convino imprecisa tregua y un posterior encuentro, mero voluntarismo del que nada se derivó. Silvela se volcó en esa paz reptante y sombría, a la que él convirtió en víbora negra. Como remate de sus atropellos a la lógica, de su chistera política extrajo pasmoso engendro: las tropas españolas defenderían sus posiciones sin que su artillería interviniese ni sus escua- drillas lanzasen bombas. Callados los cañones, inocentones los aviones, la guerra podía con- tinuar a pedradas o puñetazos. Este procedimiento, que ni los amotinados ejércitos franceses de 1917 se atrevieron a plantear frente a la ineptitud de Nivelle y sus generales adictos, enfu- reció al mundo militar español. La explicación, pueril por demás: los negociadores exigían parlamentar en Axdir sin oír el retumbe de lejanas artillerías cañoneándose ni leer clamores peninsulares por la publicación de nuevas listas de bajas. A este disparate se llegaba tras disfrutar España de gran alivio, al cual siguiera bronco enfado. El primero, alcance nacional tuvo al producirse la liberación de los españoles cautivos en Axdir (26-27 enero 1923). El se- gundo, legionario en su arranque sacrifi cial —la proclama que el teniente coronel Rafael Valenzuela Urzaiz, jefe del Tercio, dirigiese a tres de sus banderas legionarias en Taff ersit (4 junio 1923)—, se convirtió en cuerda explosiva y el sistema alfonsino saltó por los aires. Mha- med regresaba de su decepcionante viaje a París cuando el extremo de esa cuerda estallaba al pie de Tizzi Assa. La falsa tregua ardió en llameante pira y la guerra reasumida, auténtica en sus horrores, mostró tales crueldades que 1921 pareció año aún vigente. Antes de partir hacia Port Say (actual Saidía), trampolín de su salto marítimo hacia Francia, Mhamed estudió las posiciones españolas en Tizzi Assa. Comprobó que no pasaban de ser grandes blocaos, castigados por el certero fuego de la artillería rifeña asentada en montes próximos, mientras sus harcas, camufl adas a media ladera, desbarataban los convo- yes de suministros, causándoles insistentes pérdidas. El peligro radicaba en que los biplanos Havilland destruyeran los cañones rifeños y la infantería rompiese el frente, con lo que Espa- ña volcaría sus columnas sobre el Bajo Nekkor y Axdir caería. Mhamed trazó bocetos y señaló los puntos a horadar en la roca. Lo que no pudiera el pico, lo conseguiría la dinamita. Y una

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. red de cuevas, de boca estrecha pero anchas en su fondo, sufi cientes para resguardar a veinte hombres, cubrió las faldas del Yebel Iferni y su asociado cañonero: Beni Bu Yari del Monte. En esas cuevas pernoctarán, durante tres años, las claves de la seguridad del Rif.

Apertura del «segundo frente»: guerrear desde París y al fi nal perder el tiempo allí

En marzo de 1923, Abd el-Krim consideró que el frente europeo debía ser abierto sin demora. El régimen de Alfonso XIII se enfrentaba a una creciente oposición, parlamentaria y social, por las malas noticias provenientes del Marruecos bélico: en el Rif no se avanzaba, pero sin tregua se moría en el frente de Tizzi Assa. En el Garb y Yebala no había avances, pero apenas se podía 366 transitar: las emboscadas en aguadas, cruce de caminos o posiciones fi jas, persistían. Los civi- les tampoco se libraban, fuesen funcionarios o comerciantes. Sus pérdidas no se contabiliza- ban al ser «infrecuentes». En el plano militar, a los heridos y muertos en acción no se les sumaban los enfermos. La lista diaria de bajas, sin coincidir con ninguna ofensiva, fl uctuaba entre los diez y doce soldados. Trescientas sesenta bajas al mes. Con los enfermos, la mitad más. El viaje de Mhamed, en 1923, a París discurre a través de contradictorias marcas en el tiempo: iniciado en el mes de marzo, sin fecha concreta, concluye «a mediados de junio», tal y como afi rma Madariaga, quien mejor ha investigado este asunto, de por sí áspero e incluso absurdo por los engaños creídos por un Mhamed inocente. De sus planes iniciales, entrevis- tarse con ministros del Gobierno y su jefe, Raymond Poincaré, pronto se le hizo evidente que los palacios de Matignon y del Quai D’Orsay, cuyo titular era el mismo Poincaré, no tenían elegantes portales, sino murallas infranqueables. La inconcreción en los textos de la época y la vaguedad de no pocos testimonios han forzado errores. Zakya Daoud, brillante escritora, confunde a Poincaré con Painlavé; de Mhamed asegura que «es recibido por el ministro Paul Painlavé», cuando Painlavé, presidente del Consejo en 1917, en 1923 no era ministro de nada; así que nada arriesgaba en una cita particular con el líder rifeño. Pero las murallas del Quai D’Orsay mostraron a Mhamed una puerta secreta, cuya llave poseía Peretti della Roc- ca. Y en esto sí acierta Daoud. Peretti era Directeur des Aff aires Politiques y antes lo fue des Aff aires Africains. El conde Emmanuel Nicoli de Peretti della Rocca, de familia corsa de abo- lengo, estaba casado con una dama española, Concepción de Suinaga Tornel, nacida en México capital, donde se casaron en 1907. Peretti hablaba un perfecto castellano, con lo que su conversación con el vicepresidente del Rif fue fl uida... y frustrante. De Peretti della Rocca, futuro embajador de Francia en la España primorriverista —di- ciembre de 1924 a octubre de 1929—, cabe suponer que Mhamed obtuvo buenas palabras y su comprensión «a título personal» de la causa del Rif. El diplomático había llegado a sus límites, el visitante ni veía los suyos de lo lejos que estaban. Si a lo anterior se añade su en- cuentro con el «diputado comunista André Breton», tal y como sostiene Daoud, cuando Bre- ton, líder del surrealismo galo, no era comunista —se afi liará al PCF cuatro años más tarde, en 1927— ni diputado bajo tal signo, nada de nada recibía Mhamed. Sin embargo, esa ren- contre con Breton tuvo lugar en el café Mayeux, como bien dice Daoud. El «Mayeux» alzaba su receptiva faz en el boulevard de Saint-Michel, arteria del arte y de las letras parisinos. Como la cortesía no favorece alianzas, aunque pueda encender pasiones y hasta prevencio- nes, en Mhamed debió darse nítida percepción de que así perdía el tiempo en París.

«Las minas del rey Salomón» o contratos fi rmados el mismo día en ciudades

distintas Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Antes de emprender su regreso al Rif, Mhamed se dejó engañar por un taimado inglés, Char- les Alfred-Percy Gardiner, probablamente ofi cial de máquinas en los Q-Ships, buques-trampa en la pasada confl agración y antes teniente de Caballería en el ejército australiano. El tal Gardiner, especialista en tender cortinas de humo, hizo lo mismo con Mhamed y sus ayudan- tes (Hitmi y Ballul), incluso con Abd el-Krim y su Gobierno, con cuyas cándidas alabanzas levantó una pirámide de promesas imposibles de cumplir: «fundar un Banco del Estado del Rif con sede en Axdir y Londres»; comprometerse «a conseguir y entregar un empréstito de un millón de libras esterlinas —28 millones de pesetas, siete veces la suma pagada por España ese año de 1923 para rescatar a sus cautivos en Axdir—»; a cambio de lo cual obtenía «la 367 explotación de bosques, minas y terrenos (sic); la construcción de carreteras y vías férreas, líneas de navegación y transportes aéreos»; propiedades muchas a la vista, pero todas en el aire. Gardiner obtendría «el monopolio (de los servicios) de correos, telégrafos y telefonos, líneas de navegación y transportes terrestres y aéreos; (incluso) el control de aduanas». El Rif, aparte la voluntad indomable de sus defensores y el estoicismo de sus familias, en bienes muebles solo tres tenía: el efi ciente sistema teléfonico creado por Mhamed; su audaz red de pistas en torno a Axdir, con enlaces a Targuist y Taurirt; el sistema aduanero desarrollado por su hermano mayor. Gardiner se comprometía a devolver al Rif entre el 40 y el 75% de sus benefi cios, según fuesen de mayor o menor valor esos productos. Todas esas minas del rey Salomón en el Rif de las batallas, reconvertido en mítico Su- dán, fi guraban en un contrato, «fi rmado en París el 30 de abril de 1923, por un periodo de 99 años», el cual mostraba esclavizante cláusula: «irrevocable». Firmar la venta en bruto del Rif por un siglo a un capitán de tres al cuarto suponía hipotecar la patria tan arduamente defen- dida ante el invasor para encadenarla a los bisnietos del benefi ciario. Cómo pudo Mhamed fi rmar, como «vicepresidente hereditario» del Gobierno rifeño, tamaño disparate en París, es la primera pregunta. La segunda es cómo hacer comprensible que Mhamed, Mohammed Hit- mi, secretario de Asuntos Exteriores, y el profesor Ahmed Ballul fi rmasen los tres un certifi cado ofi cial, «fechado en Axdir el 30 de abril de 1923, exactamente en la misma fecha que el famo- so contrato irrevocable (tal y como nos advierte la propia Rosa Madariaga), por el cual Gar- diner era nombrado «embajador, ministro plenipotenciario y consejero de la República del Rif», sin merecérselo el donatario ni moverse ninguno de los fi rmantes de París. Esta burla causante y para nada cosa prodigiosa, exige ser revisada en los archivos de París y Madrid.

Morir como en Verdún: infanterías que no se perdonan y guerra que a todos envenena

Aquella cuerda explosiva detonó (5 junio 1923) en cuanto se supo lo ocurrido a Valenzuela y sesenta y tres de los suyos en el barranco de Iguermiren; caídos en su afán por defender el ca- dáver de su jefe y extraerlo de donde yacía, encajado en el bajo vientre de Tizzi Assa. En el afán por hacer suya la montaña hostil y arrebatarle el cuerpo de su mejor abanderado, los españo- les sufrieron setecientas setenta y dos bajas que, sumadas a las trescientas ocho del 28 de mayo, elevaron las pérdidas a mil ochenta nombres, de los que doscientos sesenta y siete co- rrespondían a los muertos. Cifras de vértigo, que recibieron tajante censura en prensa, máxime cuando entre los fallecidos fi guraban veintiocho jefes y ofi ciales. Veintisiete entierros a ocultar y uno a disimular, que fue el de Valenzuela, prohibido en Madrid; consentido en Zaragoza, su

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ciudad natal. Aquella vanidosa España borbónica se pavoneó, revestida de falso orgullo y clue- co valor, ante el afl igido y desconcertado pueblo español. Presumir de coraje y dignidades sin haber demostrado uno ni poseído ninguna. Su desfachatez aún ofende. Desde que el sol demostrase su fuerza hasta avanzada la tarde del día que mataron a Valenzuela, en los barrancos de Tizzi Assa y las Peñas de Tahuarda se combatió sin tregua, ni quererla por lo más remoto. Españoles y rifeños se abrazaron en solidaria muerte. Nadie pidió clemencia. Nadie se sorprendió por no recibirla. Se combatió con ojos de fusil y desplantes de fusilado, el que desprecia al pelotón y lo maldice antes de caer bajo sus balas. Se peleó con el cuerpo convertido en maza, lanza o espada. Se mató y murió con las tripas sujetas con una mano y la pistola en otra. Se destrozó con la palabra y el gesto más que con la gumía, la 368 bayoneta o la bomba de mano. Se perdonó al enemigo herido para, al volver la vista atrás, descubrir que el siguiente soldado remataba al perdonado y lo decapitaba. Y se sintió la condenación eterna tras encontrar decapitado al amigo de promoción o al camarada de parapeto. Los supervivientes permanecieron en guerra consigo mismos. Así malvivieron du- rante años, no pocos durante el resto de sus vidas. Solo los difuntos conocieron la paz aquel infausto 5 de junio. España y el Rif se ensañaron una contra otro al igual que Francia y Ale- mania en Verdún, enajenadas en su afán por descuartizarse. Tizzi Assa fue su relevo. Las líneas españolas se mantuvieron fi rmes a causa de la ejemplaridad de sus man- dos; el sacrifi cio de las tropas, admirables en su aguante, la constancia de unos artilleros, los que gobernaron el fuego de una batería de obuses Schneider de 155 mm, que dispararon sucesivas andanadas de granadas tóxicas, de 42 kg cada una, cargadas con iperita, sobre las barrancadas de Tizzi Alma y Tizzi Assa. Su efecto fue devastador. En minutos, los rifeños perdieron su visión y sentido de la orientación. Faltos de aire y fuerzas abandonaron a sus heridos (hecho inaudito) para retroceder bajo una nube amarillo-verdosa, de la que eran sus cautivos. Humano fue desistir ante tales agresiones. Esos hombres habían plantado cara a la Legión, conteniéndola, que ya fue bastante. El gas los aturdió, cegó, asfi xió y derrotó. La noticia de lo sucedido en Tizzi Assa llegó a Axdir. Y la zozobra relevó a cualquier pensamiento. Los españoles habían probado su rebeldía a obedecer órdenes insensatas. Al- guien, general o comisario, tomó esa decisión. Y fue Silvela. La artillería química guardaba silencio mientras esperaba un viento favorable para que sus nubes asfi xiantes envolviesen al enemigo. La iperita mataba no por puntería del apuntador y su acertado manejo del gonió- metro, sino por incontrolable derrame de su carga venenosa. Si los españoles insistían en esos bombardeos, para los que no se conocía cura ni protección, el Rif sería vencido porque el frente de Tizzi Assa de espaldas caería y la guerra se perdería en pocos meses. Para sorpresa de los Jattabi, esos mortíferos derrames de polvo amarillo (al gabra as-safra) no se repitieron a gran escala. Los españoles desecharon la artillería pesada y op- taron por el bombardeo aéreo. Fue entonces cuando Silvela hizo su petición de «cincuenta mil bombas de iperita», que asustó tanto en Madrid como si hubiesen sido ya lanzadas sobre el Rif. Silvela y otros como él —von Tschudi, director de la Aviación alemana, general Martínez Anido, coronel Despujols— consideraron que los gases tóxicos eran «cosa humana» al acor- tar la duración del confl icto. Menos años de guerra, menos muertos. Pero los rifeños ciegos, parcial o totalmente, se contarán por centenares a partir de junio de 1925. Y miles fueron los afectados en diferentes grados de asfi xia pulmonar o con llagas ulcerosas, que malamente cerraban. Muchos salvaron sus vidas, no sus invalideces, que les torturarían hasta la muerte.

Volver para enterrar (de lejos) al amigo: Dris Ben Said, «blanco azul» en Tizzi Assa Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Entre los primeros días de junio de 1923 y la segunda semana del mismo mes, Mhamed Abd el-Krim reentraba en el Rif tras un zigzagueante recorrido por los campos de Argelia y los páramos de Kelaia (Oriente del Rif). Tuvo la satisfacción de cruzar las tierras aún verdeantes del Alto Nekkor. Llegaba cansado y decepcionado. De las imaginadas paces entre España y el Rif solo cráteres de bombas y cifras de bajas encontró. De los negociadores en nombre de España, Echevarrieta había perdido parte de su carisma, mientras Dris Ben Said mantenía, intacto, el suyo. La España familiar creía más en él que en ningún otro español. Pero Ben Said tenía un defecto, raro de encontrar: sus méritos eran reconocidos y pagados en la debida proporción. Diez mil pesetas al mes le remitía Echevarrieta. Ciento veinte mil pesetas anuales. Suma equivalente a la paga anual de cuatro tenientes generales 369 o almirantes españoles. Ben Said era envidiado, pero no por ello maldecido. El odio que lo mató re- sidía en su capacidad para modifi car el curso de los confl ictos. En su mano estaba que España y el Rif fi rmasen una tregua. De un año, por ejemplo. De cumplirse por ambas partes, no habría mano en el mundo que enterrase paz tan ansiada. Para cuantos de la guerra habían hecho su negocio diario, toda interrupción en ese fl ujo de intereses les suponía su ruina y huida. Dieciséis días después de serle arrebatada a Valenzuela su vida, a Dris Ben Said le despoja- ron de la suya. Sucedió en Loma Colorada, posición en el frente de Tizzi Assa, a la que fue invitado para presenciar la instalación de dos blocaos como inválido refuerzo de aquella. La invitación pro- venía de Dris Er Riffi , fl amante amel (gobernador civil) del Rif, una más de las torpezas refrendadas por Silvela. Del exbajá de Arcila, probado alguacil de matarifes —el asesinato de Sidi Alkalay y El Garfati, en los montes de Larache— solo cabía esperar felonías y muertes. Esa invitación escondía ambos fi nes. En los minutos previos a tan innecesaria inspección, a Ben Said le regalaron una chi- laba de seda en un destelleante color azul. Vaciló el obsequiado en ponérsela, pero al fi nal se deci- dió. Y como insufi ciente medida de precaución se la puso debajo de su chilaba de campo. El fuerte viento de Levante abrió sus ropajes. Y en el acto Ben Said se convirtió en blanco azul, imposible de fallar sobre un mundo de ocres intensos y radicales mediocres, inmutables los primeros, ordenantes de crímenes los segundos. En el Rif no faltaban buenos tiradores y algunos lo eran a sueldo. A estos se les contrató. Cobraron en duros de plata o en tierras tribales dotadas de fértil agua. El 20 de junio de 1923 dos pacos apuntaron y dispararon a la vez sobre Ben Said. Uno falló —su bala rozó la pierna de uno de los militares españoles que le escoltaban—, el otro le acertó de lleno. Tiro semivertical, con trayectoria oblicua y descendente, que reventó por dentro a Ben Said. Su agonía duró día y medio. Su entierro, en Melilla, reunió multitudinaria manifestación de civismo. La columna de pésames venía constituida por las madres y herma- nas, esposas e hij as de los prisioneros españoles devueltos a la vida, cinco meses atrás, gra- cias a los desvelos del difunto y sus relaciones con los Abd el-Krim. Noventa y dos años des- pués de su muerte se acusa, más que se busca, al presunto responsable: Severiano Martínez Anido, al mando en Melilla. Con hosco historial por su gobernaduría de la Barcelona sometida a los pistolerismos justicieros de patronos y sindicalistas, ordenó el despegue de dos avio- nes-ambulancia hacia Taff ersit, con cirujanos cualifi cados a bordo, para salvar al agonizan- te. Si tal decisión fue aparatosa pantalla de disimulo o muestra de responsabilidad, sin prue- bas concluyentes, en el limbo protectoral yace. Dris Er Riffi nada tenía que disimular. Era un asesino y tal identidad reforzaba su canallesca autoridad. Por su parte, Mhamed deseó for- mar parte de aquella comitiva de sinceros pesares melillenses. Al amigo muerto solo sus rezos podía darle. Y no bastarían para revivirle. Maldij o la guerra y se propuso acabarla. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Tizzi Assa-Tifaruin-Axgul: el Frente Oriental del Rif no cede; los españoles, tampoco

Recuperado su mando, Mhamed Abd el-Krim enfocó sus prismáticos de ataque hacia los lo- mos calizos de Tifaruin, a los que, en el acto, puso bajo asedio. Se trataba de una nave arti- llada similar a la de Igueriben, aunque con mayor longitud en sus cubiertas de piedra y una menor altura de su casco a cambio de un mejor emplazamiento. Tifaruin exhibía inusual de- safío: dos posiciones, separadas por un glacis liso como una calva, con dos mazacotes aspi- llerados en cada extremo. En uno de ellos, ocho tiendas de campaña; en el otro, almacenes y cuartuchos edifi cados con tablones y sacos terreros. Supervivencia de pobreza para hacer 370 una guerra sin cabeza, insensible al diario sufrimiento de las tropas. Cada una de esas posiciones podía defenderse por sus cuatro costados y cubrir con sus fuegos a la posición hermana. La debilidad de Tifaruin residía en su proximidad a las co- linas que la circundaban, algunas de mayor altura, persistente error español. Y ser rehén de lo que todas las posiciones españolas adolecían: faltas de vital aguada e indefensas en sus comunicaciones telefónicas: hilos tendidos por el suelo, donde eran cortados con facilidad. El 17 de agosto, para reparar la línea telefónica cortada, hubo veintiún muertos: dos ofi ciales y diecinueve soldados. Otros cuarenta, dos de ellos ofi ciales, cayeron heridos. Un simple corte en la línea telefónica fue la causa de aquellas 61 bajas. A puntería de espera y fusilazo pun- tillero nadie ganaba al rifeño. Pero a terquedad sacrifi cial, nadie superaba al soldado espa- ñol ni a sus mandos, que aceptaban morir o caer mutilados sin aparente protesta. En el primer intento por meter el convoy (18 de agosto) en Tifaruin, la columna del te- niente coronel Gumersindo Pintado sufrió trescientas cuarenta y ocho bajas. Los muertos sumaron 91 y uno de ellos fue Pintado. La España de Martínez Anido, comandante general de Melilla, lanzó todas sus escuadrillas. Se efectuaron un centenar de misiones de bombardeo y aprovisionamiento. Una decena de aparatos resultaron acribillados y dos cayeron derriba- dos, estrellándose cerca de Tifaruin. Martínez Anido recurrió a sus tropas de élite. El 22 de agosto, las columnas de Salcedo y Seoane encajaron muertos y heridos en vertiginosa suce- sión, pero abrieron sendos huecos en la argolla rifeña. Y por ahí penetraron, como cuchillos, los Regulares de Alhucemas del teniente coronel Temprano. Se luchó y murió por cada metro y paredón. En el asalto al Yebel Axgul, que protegía las espaldas de Tizzi Assa, los españoles sufrieron veintiocho muertos y ochenta y siete heridos, no pocos de estos en estado crítico. Axgul fue devuelto a sus dueños. Liberada Tifaruin, la prensa española jaleó a los vencedores y menospreció a los vencidos. Lo correcto, mezclado con lo improcedente, nulidad total. Los partes de bajas fueron censurados a rajatabla. Imposible disimularlos. En cinco jornadas (17, 18, 20, 21 y 22 de agosto) de porfi ante batallar, los muertos y desaparecidos sumaron doscientos cincuenta y tres, de ellos un jefe y treinta y dos ofi ciales. Los heridos fueron mil doscientos veinticinco, de estos, dos jefes y cuarenta y siete ofi ciales. Las columnas españolas, en sus cuadros de mando, quedaron descabezadas. Los hospitales de sangre en posiciones avanzadas, casos de Dar Drius y Taff ersit, padecieron fulminante colapso. La do- liente avalancha impactó en Melilla y sobrevino el caos sanitario. Estas cifras nunca fueron conocidas por Mhamed y sus lugartenientes. El alcance de las mismas les llegó por la forzada retención del empuje español. España y el Rif acompasaron sus alientos y recuperaciones. Las luchas por Tizzi Assa-Tifaruin-Axgul exigieron un tributo en vidas y mutilaciones como no se había visto desde los tétricos días de Igueriben. La enconada pelea fl uctuó a lo largo de cincuenta kilómetros de frente. Equivalían a cincuenta camposantos dispersos por altozanos, Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. barrancos y cortaduras. En ellos cupieron españoles y rifeños. La tierra era gratis, pero rezar ante esos trozos de hombre costaba un mundo. Un nombre-manto a todos cubría: el Rif.

Luminarias turcas: de un nuevo sol se desprenden restos que acabarán en el Rif

Al avanzar la primavera de 1923 el deshielo empezó a triunfar en el silente Pamir: las plantas brotaban, la tierra adquiria tonalidades insólitas y algún que otro montículo emergía del mar de la nieve derretida. Una de esas jorobas cobró aspecto de animal prehistórico por su tamaño; la otra, momifi cada, humana parecía. Alazán, con osamenta propia de abadía rui- nosa, la primera; militar, escueto, el segundo. Unos brillos metálicos se percibían en su zama- 371 rra, que de cosaco asemejaba: condecoraciones. El cadáver, en su impulso fi nal, apuntaba hacia el Este. Su caballo respetaba tal alineación y mostraba idéntico compromiso. Uno y otro seguían en guerra contra el enemigo: el ejército rojo. Jinete y montura nombre tenían. Enver Pachá, dictador que fuera en vida; Dravecic, animal obediente para carga desespera- da. La noticia llegó a Estambul. Y quien allí mandaba, mandó: traigan esos restos con el mayor respeto. El ordenante se llamaba Mustafá Kemal y lo era todo en Turquía: jefe del Gobierno y del Estado, dictador de la política cultural y económica, la agraria y comercial, jefe de los ejércitos y caudillo unánimemente popular. Los restos de Enver serán sepultados en Ankara (la antigua Angora), en un mausoleo al efecto. Kemal no veneraba a Enver, se limitaba a mostrar respeto al valor mostrado por el reaparecido. Kemal, el auténtico vencedor en Gallípoli, no se había enfangado en exterminios de razas y culturas. Sus objetivos eran diáfanos como sable desenvainado: mejorar las condiciones de sus tropas; premiar al valeroso y castigar al cobar- de, ladrón o sádico; impulsar la economía y el comercio, modernizar la agricultura y el ejérci- to, rearmar la conciencia nacional, abatida tras los desastres de 1917 y 1918. Como la tropa veneraba a Kemal y la población veía en él al salvador de la patria, hacer de Turquía una nación resucitada dejó de ser un sueño para convertirse en un hecho. Kemal reabrió diversas guerras y en todas venció: en 1919 bloqueó a las tropas alia- das cercándolas en Esmirna, obligándolas a negociar su repatriación; destrozó a los ejércitos griegos, expulsándolos de Anatolia y Tracia (1921-22); abolió el sultanato (4 noviembre 1922); abofeteó al despotismo atrincherado en la corrupta Estambul, advirtiéndole que pron- to tendría que ir a rogarle misericordia en una nueva capital. El año en que reapareció Enver, Kemal tres grandes triunfos logró: doblegar a la diplomacia franco-británica en la Conferen- 22 cia de Lausana (24 julio 1923), forzándola a reconocer la independencia de Turquía y sus legítimas fronteras; instaurar Ankara (13 de octubre) como capital del Estado; proclamar la República (29 de octubre). Abdülmecit, último sultán, salió a escondidas del país para reapa- recer en San Remo, Italia. Reyes y sultanes, cuanto más alejados de sus pueblos, más asiduos de casinos. La Asamblea Nacional concederá a Kemal el sobrenombre de El Ghazi, El Victorio- so. Un nuevo Almanzor gobernaba los territorios en los que Saladino dictase la ley de su au- toridad solar. Por lo que Kemal lograse, omnipotente sol modernista resultaría. Kemal, militar metido a bruñidor de sueños nacionales, apartará al mediocre panislamis- mo, sustituyéndolo por vigoroso laicismo panturquista de nuevo cuño que, en suprema parado- ja, resultará prooccidental por sus desafi antes absorciones: el calendario gregoriano; el alfabeto latino como fuerza vehicular de la caligrafía y pronunciación de un nuevo idioma, el turco; una

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. República laica como forma del Estado y, en paulatino proceso (1925-1935), anulación de la poligamia; supresión del velo para la mujer; prohibición al hombre de portar el ostentoso fez. Modernización no a toque de corneta, sí por absorción de lo empírico y el sentido común. De los derrumbados edifi cios otomano y prusiano surgieron, entre 1922 y 1923, uni- formados supervivientes: profesionales en sistemas de armas y técnicas de combate; espe- cialistas en comunicaciones cifradas y redes telefónicas; expertos en entrenamiento de cua- dros de mando; la organización de unidades y concepción de operaciones. Eran antiguos ofi ciales de los ejércitos alemán y turco. Por diferentes vías acabarán en el Rif, donde consti- tuyeron un segundo Estado Mayor bajo las órdenes de los hermanos Abd el-Krim. Llegaron para enseñar, pero al fi nal fueron ellos quienes aprendieron a cómo hacer frente a dos ejérci- 372 tos europeos, venciéndoles de forma consecutiva; resistir sin apenas medios y con escaso material moderno; movilizar un país de familias y clanes; poner en pie de guerra un ejército de tribus unidas bajo una bandera y la fuerza de un linaje sin fi suras. Los Jattabi de Axdir.

La resistencia del Rif quiebra la moral del rey y dinamita el régimen constitucional

El 22 de agosto se amotinaba, en Málaga, el regimiento Navarra poco antes de proceder a su embarque hacia Melilla. Eran tropas destinadas a «cubrir bajas», por lo que muchos solda- dos se consideraron muertos antes de tiempo. El motín empezó con un brutal asesinato —la muerte del subofi cial José Ardoz, tiroteado por los sublevados— y disturbios en las calles, para concluir ante la intervención de la Guardia Civil, apoyada por tropas leales. El cabecilla de la sedición, el sargento Sánchez Barroso, enjuiciado de forma sumarí- sima, fue condenado a muerte. Solicitado el indulto al Gobierno presidido por el liberal Gar- cía Prieto, este hizo llegar la petición al rey, convencido de que la denegaría. De forma inopi- nada, Alfonso XIII concedió el perdón. El monarca pánico tenía a las críticas en la prensa de izquierdas, con fi rmas temibles: las de Marcelino Domingo, Indalecio Prieto y Miguel de Una- muno. Alfonso XIII, desazonado por «el peligro comunista» y el radicalismo anarquista, quiso preservar la seguridad de su régimen y familia, por este orden. Para lo que no fuesen ambas motivaciones, es decir, para lo mucho necesitado por España, precisaba de un militar fuerte al frente del Gobierno. Sin descanso lo buscaba desde 1917 y al fi nal lo encontró. No será el general que más le gustaba. Tuvo que transigir y eso mucho se notó después. Desde su despacho en la Capitanía General de Barcelona, Miguel Primo de Rivera cursó un telegrama al presidente del Consejo, redactado en términos tan amenazantes, que resultaba evidente su propósito de recurrir a la fuerza. García Prieto, desazonado, se lo hizo saber al rey. Alfonso XIII, impávido, prosiguió con sus vacaciones en San Sebastián. Primo de 23 Rivera no esperó más y se puso a cavilar cómo cambiar la política del Estado sin poner al rey en la frontera. Le resultará más fácil de lo que él suponía. Alfonso XIII se lo esperaba. La guerra de Oriente, la de Tizzi Assa-Tifaruin-Axgul, la ganó Mhamed Abd el-Krim. Ha- bía tendido tal emboscada a la España monárquica y castrense, que una y otra se acusaron del sangriento fracaso. El resultado fue el golpe de Estado del 13 de septiembre. El primorri- verismo aplicará la dictadura en su nombre, cuando la ejercía por designación real. El 15 de septiembre de 1923 España se despertó sin Constitución y en la práctica sin rey, relegado Alfonso XIII al papel de fastidiado fi rmante de los decretos que le presentaba Primo de Rivera. Un patriarca militar biempensante frente a un monarca distante y a todo indiferente.

La República del Rif y su presidente: «sultán» por inaccesibilidad y acatamiento Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

En el plano de la realidad táctica, el cambio de régimen en España no afectó a la muralla que defendían las harcas de Mhamed Abd el-Krim. Siguió allí, temible anaconda de trincheras y troneras que, sinuosa, se extendía desde la tierra rifeña hasta el mar español. Esta cordillera de duras escamas, imposibles de penetrar, no sufrirá modifi cación de importancia hasta 1926. Lo que sí cambió fue el Rif: el 1 de julio de 1923 el emirato del Rif se convirtió en la Yumhûriya ar-Rîfi ya (República del Rif). Su presidente era el mismo «emir», Mohammed Abd el-Krim. Mhamed prescindió de su vacuo rango de «jalifa» para acceder a la categoría que le correspondía, la de Kabir al-Mehal-la ar-Rîfi ya (jefe del Ejército del Rif). A pesar de ello, le trataban como jalifa, lugarteniente del jefe del Estado. Lo prescindible era el título, no la fun- 373 ción ejercida. Abd el-Krim actuará como presidente de la República del Rif ante las grandes potencias y la Sociedad de Naciones. De cara a las tribus normarroquíes, incluidas las del Uarga, seguirá siendo emir del Rif. Su aura de inaccesibilidad le hará parecer sultán de Ma- rruecos. Redactará ostentosas declaraciones de desagrado por tal apelación, pero le conve- nía que esa visión absolutista de su jefatura permaneciera, sin parecer efímero brillo. Dispuso que los chiuj (jefes) le rindieran obediencia en ceremonia acorde: la be’ia, sumisión total del así inclinado ante el supremo gobernante, que conlleva la de su familia y todos sus bienes, que pueden perder, como la vida de todo aquel que falte a tal acto de sometimiento. En oposición, Mhamed se alzó como jefe natural del Ejército. Lo fue de la mañana a la noche. Sin boato alguno ni intimidación retoricista. No hizo del Ejército del Rif su «harca gran- de», sino el cuerpo armado de una Nación. Los harqueños se vieron reconocidos como patrio- tas y soldados. Y se unieron a su jefe como la carne al hueso. Por eso Mhamed venció una y otra vez. El Rif temía a su hermano mayor no por su autoritarismo, sino por lo infl exible de sus métodos. En esa cesta de verdades lo malo superaba a lo bueno; siendo este lado de la ver- dad cosa de peso por el sincero afán reformista de Mohammed. Pero Mhamed jamás infundió pavor a sus hombres, sí unánime respeto y constante fervor hacia su persona. El cese de Ben El Hayy, ministro de la Guerra, pasó desapercibido, aunque quien le sucedió, Ahmed Budra, respetado era. Mhamed y Budra harán del Rif una potencia militar.

Levantar un ejército y triunfar con él (1924-1925), todo para perder la guerra ganada

La España de Berenguer, en su lento avance hacia el Este para enlazar con la de Silvestre, había fortifi cado cada punto elevado de Gomara, país de por sí encastillado, con lo que en cuestiones de riscos y despeñaderos, pero también de montes hermanados, de mórbidas formas, tentadoras para instalar en sus pezones puestos fortifi cados, exceso en posibilidades y trampas había. La mayoría seguían el curso de los ríos: el Lau, Kerikera, Targa. Solo en el Lau los puestos principales, sin contar las avanzadillas —una o dos por posición—, eran veinte. Burguete fue contrario a semejante despilfarro en soldados y materiales: Silvela lo consintió y reforzó. No fue mucho su refuerzo, pero la altura del desastre en puertas cogió envergadura, de por sí amenazante por su incongruencia, pésimo cimiento de toda obra militar. Entre julio y agosto de 1924, los gomaríes volvieron a la carga. Esta vez no se conten- taron con las remesas de dinero llegadas desde Tetuán. Ansiaban recuperar sus tierras y manantiales; incluso su dignidad como guerreros. Comenzaron los asedios, se multiplicaron

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. las peticiones de auxilio, de las nubes cayeron aviones y pilotos, copadas las columnas de socorro brotaron los heroísmos, pero ni con cien Laureadas póstumas se podía ganar guerra tan perdida de antemano, que se extendió a Yebala e incendió el Garb. El Rif de Mhamed acudió al rescate de sus aliados. La pugna se convirtió en guerra sin noches: las madrugadas mediodía parecían por los fuegos donde ardían guarniciones y tácticas, no los juramentos de quienes las defendían o asaltaban: españoles, gomaríes, rifeños y yebalíes. Como nombres hispanos unos cuantos hay mientras en el anonimato subsisten los de sus oponentes (excepto sus jefes), agrupo la toponimia de sus emparejadas epopeyas y así a nadie faltaré: Abada Alto, Adgos, Ain Yir, Asaq, Buharrask, Chentafa, Dar Acobba, García Uría (Peñas de) Kaiat, Kalaa Bajo, Kobba Darsa, Loma Larga, Magot, Meyahedid, Mexerah, 374 Saborido, Serrama, Solano, Taguesut, Tahar Berda, Taranes, Tikun, Xarquia Xeruta, Zinat... Las tropas españolas abandonaron Xauen el 15 de noviembre. Su retirarse fue un tortu- rante perseverar a través de aguaceros y ventiscas, argucias de emboscada y estratagemas para vencerlas. Aquel ejército acosado a lo Grand Armée formaba cuadros de resistencia a re- taguardia o vanguardia; defendía su artillería, pero la perdía y contraatacaba con sus jinetes. Se dejaba soldados y ofi ciales en cada recodo del camino. La masa en retirada presentía su muerte en poza próxima. No hubo aniquilación gracias a olvidada gesta: la fulgurante carga de los Regulares de Alhucemas en los Pasos de Hámara (19 de noviembre). Su jefe, el coronel Do- mingo Temprano, pese a los esfuerzos titánicos de su ayudante, el capitán Mohammed Ben Mizzzian, que llevó su cuerpo en brazos a través de trescientos metros de tiros, sucumbió desan- grado. El 14 de diciembre Mhamed, sin alardes, hacía su entrada en la absorta Xauen. Granada al revés. La noticia recorrió Marruecos como un rayo, extendiéndose por el Islam. El renqueante ejército de Alberto Castro Girona, relevo del osado Julio Serrano Orive, muerto de un pacazo cuando efectuaba temeraria descubierta, hacía entrada muy distinta en Tetuán, callada y tem- blona del susto. En Madrid se temió un multiplicado Monte Arruit. A los tetuaníes, la República del Rif debió parecerles curvo alfanje fatimí que, con los brillos califales de su acero, hubiera jurado cortar las cabezas de sus habitantes. Los cónsules extranjeros reprendían a sus chóferes y criados por no darse prisa con el equipaje. Huían a Tánger antes de que asomaran las humaredas del desastre. Trescientas cuarenta posiciones arrasadas o incendiadas. Alcazarquivir, Arcila y Larache unidas por un cordel defensivo no más grueso que un dedo. Tenía nombre: «Línea Primo de Rivera», solo eso. Una descarada improvisación publicista. El material perdido, en importancia, superaba al de 1921. Las bajas se calculaban por millares. Y de los prisioneros se susurraba que eran el doble de los rescata- dos en 1923. Sendas verdades juntas, que a España enmudecieron por segunda vez. Comenzó un nuevo año y el Rif no atacaba. Según transcurrían las semanas se hacía evidente que algo pasaba en Axdir. Certeza medida en el consumo de tiempo sin tomar deci- siones. El desencuentro entre los hermanos Abd el-Krim tenía explicación. Para una mente como la de Mhamed, dudas tácticas no había: conquistar Tetuán suponía tomar Alcazarqui- vir, encerrar Ceuta en su península y conquistar la independencia del Rif desde el reconoci- miento que llegaría: de Francia la primera para ganar tiempo y rearmarse; de EE. UU. e Ingla- terra, después; incluso España, de proclamarse la República. Lanzarse sobre Tetuán suponía alzar el trofeo de la libertad nacional. Mohammed no lo tenía tan claro. Mhamed se desespe- raba: parecía como si al verse solo ante el mar de las potencias, como en la Melilla desampa- rada de Cavalcanti, la iniciativa y lucidez de su hermano mayor se ahogasen solas. El presidente del Rif se sinceró al fi n: el peligro mayor era Francia y el objetivo a tomar,

Fez. Causa de su alarma: una línea de puestos franceses en la orilla derecha del Uarga, terri- Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. torio español en parte y abandonado. Él mismo, como emir del Rif, había recorrido esa zona en julio de 1922. Lyautey la reforzó en la primavera de 1924. A pesar de ello no serían más de tres mil hombres como mucho. Ofi cialidad francesa y tropas senegalesas. Sería fácil arrollar- los y proseguir hasta Fez. Cuesta poco imaginar la dolida estupefacción en Mhamed. Invertir el orden de ataque del Ejército del Rif suponía dos meses de contramarchas y penalidades. Dejar atrás la victoria defi nitiva para embarcarse en una guerra contra la mayor potencia militar de Europa. España, al lado de Francia, Egipto parecía. Abd el-Krim desveló su vertiente autoritaria, disimulada con grandilocuente nacionalismo: lo que importaba era unir Marrue- cos sin provocar a los imperios europeos. El Rif sería yunque y el Estado Islámico que presidía, su martillo. Marruecos renacería como una nación libre, moderna y temida. 375 Abd el-Krim añadió tres argumentos: la feracidad de las tierras ribereñas del Uarga; la calidad y cantidad de su cabaña ganadera; la irreductibilidad de Sidi Abderrahman El Dar- qaui, jefe de los Beni Zerual, la tribu más grande y con mayores riquezas del territorio en dispu- ta. Someterle era una obligación política; imponerle duro castigo monetario acuciante necesi- dad moral para desarmar actitudes e incentivar adhesiones. Si lo conseguían, Fez sería suyo. Mhamed había cumplido órdenes que le desagradaban: la que más, marchar contra El Raisuni, derrotarle (8 febrero 1925) y ordenar su traslado, en degradantes condiciones, hasta el Rif, donde falleció en cautividad (Tamasint, 3 de abril). El Raisuni cobraba dinero del general Primo de Rivera para dárselo a las tribus bajo su mando y que estas permitiesen a las guarniciones españoles sitiadas salvar sus vidas, no sus armas ni municiones. Pero de vencer- le a imponerle despiadada prisión, pasos había. Reconoció la validez de las razones de su hermano y obedecería, pero a condición de dirigir él la estrategia. Y actuar a su manera: de golpe y por sorpresa, con no mucha fuerza, pero la mejor. Mhamed reunió a cuatro mil de sus veteranos. Solo con saber que llegaba, El Darqaui huyó a Fez y la casi totalidad de la tribu se puso de su lado. Ya tenía ocho mil combatientes. No necesitaba esperar. Y atacó a fondo.

Bofetada a Francia: impavidez de Lyautey que Pétain no tolera y retirada hacia Axdir

Lyautey había adelantado sus líneas no solo como mur d’avis (muro de aviso) al Rif, sino para ganar espacio de maniobra y contraataque. París le quitaba batallones a brazadas. Si los Abd el-Krim le atacaban, necesitaba un margen de tiempo y tres de territorio. Afectado por una grave afección hepática que le tuvo al borde de la muerte, más envejecido de lo que le correspondía por sus 70 años, Lyautey no había revistado a su ejército del norte. Sopesó sus posibilidades: tenía 73.000 hombres, pero le habían anunciado une remise (quita) de 8.500. Francia había decidido ocupar Renania y el Rhur porque Alemania no pagaba sus deudas. En acongojante permuta, Marruecos podría convertirse en sangrante deuda para Francia. Los rifeños serían cuarenta mil, incluso menos. Puede que diez mil de ellos fuesen a por él. Experimentados guerreros, cada uno valdría por tres de sus soldados. Con sesenta y cuatro mil efectivos no les detendría. So pena de que España resucitara, que ya era imaginar, o el Rif triunfante se dedicase a la holganza, que ya era suponer. Le quedaba una baza. Que los rife- ños no encontrasen aliados y sí adversarios a orillas del Uarga. Los Beni Zerual seguían divi- didos. Mayo será un mes crítico. Sumido en estas cábalas, el mariscal se repone. El 11 de abril de 1925 le despiertan con anuncio de catástrofe: los rifeños atacan por todas partes, los

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. benizerualíes se les han unido y una decena de posiciones han amanecido sitiadas y otras asaltadas. Se combate a la desesperada. Francia llegará tarde y Fez puede perderse. Las defensas galas se desplomaron. Un silencio de cementerio cubrió al ejército del norte. La aviación francesa intervino con intensidad creciente, pero sus precisos bombardeos no salvaron a los cercados; solo algunos de los que huían. En cinco días, el frente norte desa- parece. Del estirón resultante, las harcas rifeño-zerualíes cruzan el Uarga y siguen hacia Fez. Conmoción en el París de Painlavé, quien ha vuelto a Matignon; serenidad en el palacio de Bu Jelud, sede de la Residencia General. Lyautey llama a sus mejores: Bournazel, Catroux, Freydenberg, Noguès. El torrente rifeño pierde impulso y se detiene a 30 km de Fez. Painlavé promete acelerar el envío de refuerzos. Entre el 8 y el 11 de mayo llegan: son cuatro batallo- 376 nes y un despistado escuadrón. Con tan raquítica fuerza no se intimida a un coloso. Enfrente, Mhamed tantea la ruptura. Fez se encierra en sí misma como tortuga terrera y sus muros co- gen altura; mejor será dirigirse sobre Taza. Giro brusco al noreste, cerco a la plaza y cañoneo de sus defensas. Sobresalto en París y pensativa admiración en Lyautey. Mhamed consigue el prodigio de mantener el asedio de Taza sin bajar su puño alzado ante Fez. Sus guerreros mueren, pero los franceses sufren bastante más y apenas les quedan posiciones que defender: cuarenta y tres puestos, de los sesenta y seis existentes, expugna- dos y ruinosos. Las cifras de bajas, inadmisibles para Francia: más de once mil, de las que dos mil seiscientos son muertos. Nada sabe el Hexágono. Si el pueblo de París se enterase, habría otra Bastilla. Painlavé no duerme; Lyautey trasnocha. Habla de historia y arte con sus ofi ciales, recuerda interminables cabalgadas y batallas amorosas. Se presenta el general Daugan, jefe del cinturón de tropas desplegadas. Le sugiere que abandone Taza. El corredor con Argelia. Entregarlo supone rendir Marruecos. Lyautey se niega con fi ero ademán. Taza resiste y Fez persiste. Llegan refuerzos y material. Fez no es una fortaleza, sus anillos defensi- vos sí. Las fi las rifeñas clarean. Largo es el camino hasta Axdir. Mhamed inicia su retirada. Se lleva consigo un botín digno de Suleiman, el conquistador de Constantinopla: 50 cañones, 35 morteros, 180 ametralladoras, millones de cartuchos para fusil, bombas de mano y proyecti- les de cañón por millares. Un Annual francés en artillería y municiones. Eso supone un Rif bien guarnecido y rearmado a cambio de un sultanato mal concebido y prematuro. Su hermano lo comprenderá. Y si se enfada, tant pis. Como Lyautey ante el enfurruñado Daugan. El 17 de julio Pétain desembarca en Rabat. El desencuentro entre ambos mariscales es inmediato. Pétain se entera del plan de Lyautey: ofensiva contra Beni Zerual, la tribu desleal. Necia elección: el E. M. de Lyautey no sabe leer un mapa o bien algo trama. Es lo segundo. A Lyautey no le apetece luchar para mayor gloria del generalato español. Pétain estalla: solo si cooperamos con España ganaremos esta maldita guerra. Pétain da un portazo y se va. El 28 de julio, en Tetuán, instantáneo entendimiento con Primo de Rivera y prolongada abstracción ante un mapa que le desvelan: ve fl echas de barcos y desembarcos; lee números de tropas. Los españoles van a por Alhucemas. Se admira. Es un plan formidable, pero si sale mal, Espa- ña lo perderá todo y tendrá República. Su interlocutor está de acuerdo en que los riesgos son esos, pero él jura vencer. Su fe convence a Pétain: iremos juntos. Ustedes desde el norte, noso- tros por el sur. No hay Rif en la tierra que soporte una pinza de doscientos mil hombres. Lyautey se enterará del éxito español (Alhucemas, 8 de septiembre) cuando él ya es baja política. El 25 de septiembre Painlavé acepta su dimisión. El 10 de octubre embarca en Rabat hacia Francia. En el muelle, nadie le rinde honores militares. Mar adentro, todo cambia: una fl otilla de destroyers británicos y otra de destructores españoles suben y bajan sus gallar- detes en homenaje suyo. No son tan perversos los británicos ni tan altaneros los españoles. Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Fortifi car Alhucemas en lugar equivocado y contraatacar en Tetuán para salvar Axdir

Cuando Mhamed volvió a ver Axdir, con sus campos libres de extranjeros y los azules del mar y del cielo abrazándolos, desplazó amarguras y se exigió una mayor fe. Ante sus ojos, la gue- rra aérea mostraba descarnadas cavidades: casas derruidas; cuevas reventadas; familias con tres o más muertos; combatientes lisiados; ganado mutilado; cereales quemados; fuentes cercadas o tapiadas al haberse derramado en su seno el veneno verde de la iperita. El arco de los bombardeos cubría desde Morro Nuevo al cabo Quilates. El rastro de sus destrozos 377 seguía el curso de los ríos: el Guis y el Nekkor. Difícil sobrevivir, imposible olvidar. Viejos caídes le detenían en su recorrido de inspección para preguntarle qué futuro, aparte el de perderlo todo, hij os, nietos y bienes, les esperaba. Mhamed les donó piadosos ánimos y calló sus pre- venciones. La guerra invertiría sus modos: llegaría desde el mar y del cielo a la vez. Había muchas quejas: por la carestía de la vida —«un vaso de sal, una peseta», «un ki- logramo de té, cincuenta pesetas»— y los detestados impuestos —«quince pesetas por casa y familia» (datos de Pennell)—; de las viudas y sus hij os huérfanos en edad de combatir y quedar ellas abandonadas a la vez que hambrientas al faltar brazos para cuidar sus pocas malas tie- rras; de los mutilados que vivían solos en sus casas vacías, de los neumónicos y ulcerosos; de los enfermeros sin medicinas, de los multados por naderías cuando el Rif se muere día tras día. Mhamed procuró atenderlas, consciente de que tan justifi cadas protestas desactivaban la combatividad de sus hombres. Sus rostros se lo advertían: ceñudos, huraños, silenciosos. Mhamed les puso a trabajar: sacrifi car el ganado inválido para dar de comer a las fami- lias necesitadas y repartir sucesivos ranchos a las demacradas harcas, sanear las huertas y fuentes; arar los pocos campos recuperables y los demás quemarlos sin miramientos; abrir nuevos canales y caminos; recomponer las casas que tuvieran arreglo para camufl ar sus patios y tejados con arbustos y ramajes; construir viviendas subterráneas bajo los cimientos de los edifi cios en ruina evidente, factor disuasivo ante los bombardeos; horadar cuevas con dos o más salidas; construir refugios más profundos y polvorines situados cerca de la línea de costa, porque la falta de municiones resultaría fatal; enseñar cómo disparar y maniobrar a los movili- zados, mostrándoles los cañones conquistados a los franceses para hacer de cada de uno de esos Schneider un trofeo cincuenta veces vitoreado; despejar los campos de fuego para las ametralladoras y piezas de artillería que traía; convencer a reclutas y veteranos de que no solo serían capaces de resistir a los españoles, sino que podrían obligarles a reembarcar, forzándo- les a escapar del Rif, tierra a la que nunca más querrían volver. Alimentadas y atendidas en sus demandas, las harcas recuperaron su vigor y las fa- milias su confi anza. Faltaba la elección crucial: dónde concentrar la artillería y las reservas. Había unanimidad en creer que españoles y franceses forzarían la bahía de Alhucemas y, apoyados en la artillería del Peñón, desembarcarían en las playas de Suani y Sfi ha, estas últimas lejos del alcance de las baterías rifeñas en Yebel Seddun. Para desde ese fl anco iz- quierdo del invasor, avanzar hacia Axdir con tanques e infantería. El núcleo de la defensa era Suani y ningún otro. Así lo creía su hermano y la totalidad de los jefes de harca. Las baterías de artillería y las ametralladoras se emplazaron siguiendo el semicírculo de la bahía, desde Morro Nuevo y Punta Palomas hasta El Axra y Cabo Quilates. Solo tres cañones y varios pelo-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. tones de ametralladores, con sus máquinas, fueron enviados a La Cebadilla y Punta Busicur. Para una mentalidad herética en formulismos tácticos como la de Mhamed, esa unanimi- dad forzaba una inquietante pregunta: ¿Y si los españoles nos atacan por donde apenas tenemos cañones y fuerzas? En las playas de Poniente, nuestras desguarnecidas espaldas. Ante tal posi- bilidad, la réplica impensada por el enemigo: Adelantémonos, atacándoles en Tetuán. Los acontecimientos por llegar, tanto en tierras de Alhucemas como en las de Yebala, demostrarían que ese razonamiento de Mhamed fue cierto a fuer de verse confi rmado por los hechos. Prudente él, sin duda se lo confi ó a su hermano. Y con el recelo pertinente en este, que- daron convencidos él y todo el Gobierno; tanto por la magnitud de los aprestos navales de es- pañoles y franceses —en Algeciras, Ceuta, Melilla y Orán—, imposibles de camufl ar, como por 378 la creciente angustia de que la defensa del Rif se volcase en una sola carta: resistir en las pla- yas de Suani y Sfi ha. Con el plan de Mhamed, nada se modifi caría en Axdir, pero el Rif dispon- dría no solo de dos cartas de resistencia, sino que podría ganar la guerra con un solo golpe. Estocada mortal en el corazón político de España: perdido Tetuán y el Protectorado, perdida la Monarquía. Y recibido el Rif oferta de paz de una desesperada República Española. A Mhamed no se le permitió encabezar la operación. Su puesto estaba al lado de su hermano. Budra le sustituyó. Encabezaría una harca de unos dos mil guerreros. En Yebala le esperaba Ahmed el Jeriro, jefe de los Beni Hozmar, tribu dueña del Gorgues, superposición de murallones de piedra y valles-trampa, terreno ideal para defender y atacar. Entre las dos co- lumnas juntaron cerca de tres mil hombres y nueve cañones. Y empezó la odisea: subir a brazo, por pendientes del 30%, cañones que pesaban más de una tonelada (los Schneider de 75 mm), con sus municiones. El desnivel a superar, novecientos metros. Llegaron de madruga- da, exhaustos pero libres: nadie les había descubierto. Esta hazaña lleva el sello de El Jeriro, luce la paternidad de Mhamed Abd el-Krim y el guión táctico de Budra. Al amanecer del 3 de septiembre de 1925 —cinco días antes de los desembarcos en Al- hucemas—, emplazados dos de esos cañones en las Peñas de Dar Raid, abrían fuego sobre Kudia Tahar, núcleo de las defensas españolas. En media hora, Tahar toda fue llama. Doscientos cañonazos impactaron en la posición. El incendio se veía desde las terrazas de Tetuán. El pánico prevaleció en la población civil cuando se supo que Primo de Rivera embarcaba (5 de septiem- bre) en Ceuta para encontrarse con sus tropas en aguas de Alhucemas. Ese mismo día caía abatido el capitán Zaracíbar, alma de la defensa en Tahar. La lucha prosigue, pero no hay mu- chas más muertes, puesto que las dos terceras partes de la guarnición habían fallecido o muti- ladas yacían. En el mar, los españoles desembarcan y coronan sus objetivos. Sus jefes saben que, si Tahar cae, deberán reembarcar. Y de repente les llega la luz: propuesta de Goded o desa- fi ante proposición de Primo de Rivera. Fuerzas de la Legión y Regulares son desplazadas a Ceuta, donde desembarcan el 9 de septiembre. Los españoles se han atrevido. Budra y El Jeriro lanzan sus últimas reservas. Tahar ni se rinde ni se entra en ella. Tres columnas enemigas empie- zan su ascensión, Gorgues arriba. Se las castiga con ametralladoras y morteros, pero no desis- ten. En Dar Gazi se lucha cuerpo a cuerpo. Todos pierden. Aún hay tiempo. Pero lo que no hay son más vidas que ofrecer a la victoria. Tahar es liberada el 12 de septiembre. Mhamed se de- sespera. La guerra se ha perdido, no la batalla de Axdir. Se suceden los contraataques rifeños. La aviación despedaza a las harcas y la escuadra hispano-francesa desmonta sus baterías. Axdir tiene las horas contadas. El 2 de octubre, los Abd el-Krim se ven forzados a dejar su hogar. Axdir arde con furia. Queda prolongar la lucha. Nadie pregunta por qué. El Rif es piedra, viento y palabra de cum- plimiento. El miedo no existe, al dolor no se le teme y el deshonor de rendirse a todos mataría. El Rif peleará hasta el fi n. Decisión que enciende los ojos de padres, hij os y abuelos. Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

Se rinde un Gobierno, no el Ejército del Rif (1926) y se resiste al exilio (hasta 1964)

Los hermanos Abd el-Krim emprendieron la última parte de su odisea: encontrar refugio separán- dose de sus esqueléticas tropas. Decisión valiente y ejemplarizante para la mentalidad militar de entonces y hoy: cuando un ejército es derrotado, capitula. Pero el Gobierno no se rinde. Cambia de presidente o este cambia a sus ministros. Y raro es que el Jefe del Estado cambie al darse tal capitulación, en la que se rinde la Nación y, por consiguiente, el Estado en su totalidad. Los Abd el-Krim tuvieron el coraje de situarse ellos y sus familias en primera línea de capitulación. El Ejérci- to del Rif podía seguir la lucha si sus harcas aprobasen tal resistencia. Ese ejército no se convertía 379 en rehén ni en responsable de los errores imputables al Gobierno del Rif. Insisto en estos hechos, que no han sido así valorados, como lección a nunca ignorar: la suerte de un país en guerra va unida a la de sus ejércitos, pero ni la Nación, ni siquiera el Ejército mismo, pueden perder su digni- dad y autonomía de acción por salvar a un Gobierno difunto o un Jefe de Estado incapaz de responsabilizarse por errores suyos, que al país empujaron al desastre. En los sucesos de 1921, los nueve mil muertos entre Igueriben, el Izzumar, Cheif, cruce del Gan, Bu Bekker, Quebdani, Zeluán y Arruit. Aquel vía crucis militar atañe mucho más a Alfonso XIII y al Gobierno Allendesalazar que a Navarro por sus errores en Drius, pues Berenguer eximido está, por cuanto un ministro incapaz (Luis de Marichalar) y otro estúpido (Joaquín Fernández Prida) se negaron a facilitarle las barca- zas «K», que a la venta estaban en Gibraltar «por trescientas mil pesetas» y un acorazado, el Alfon- so XIII, para evacuar a la gente de Navarro sitiada en Arruit. En criminal permuta, a un estupefacto Berenguer le ofrecieron «un contraalmirante». Sin barcos y sin nada que decir ni hacer. En la tarde del 25 de mayo de 1926, el coronel Corap, a la pregunta que Abd el-Krim le hiciera esa mañana desde la alcazaba de Snada, donde encontrase protección en Sidi Hamido Ben Brahim el Uazzani, jefe religioso de los Beni Ittef, solicitándole el amán, respon- dió: «Usted sabe que Francia es generosa y recibe a sus enemigos con honor cuanto estos son leales (...) Le pedimos que dé, inmediatamente, órdenes para la liberación de los prisione- ros franceses y españoles» (investigación culminada por Madariaga en Vincennes). Hubo liberación de prisioneros. Los militares franceses aparecieron en relativo buen estado. De los 138 españoles, quince civiles (cinco mujeres y seis niños entre ellos); los de- más, subofi ciales y soldados. Ningún ofi cial con vida. La tropa, lacerada y tambaleante, pena inmensa daba. El coronel Corap no tenía medios para comunicar el hecho a los mandos es- pañoles, pero su superior, el general Ibos, ante quien Abd el-Krim se rendirá en Izmuren con amago de honores militares —actitud que indignará, cuarenta y seis años más tarde, al co- ronel Sánchez Pérez—, nada informó, pese a que la rendición de los Abd el-Krim se había producido en territorio protectoral español. Snada cerca sigue del Peñón de Vélez. Quedaba afrontar el trance del exilio. Una vida entera, treinta y ocho años, se fue en él. Al desembarcar del Amiral Pierre, paquebote con el que navegaron hasta Saint-Denis, capital de la índica isla de la Reunión, no podían imaginar que veintiún años de internamiento les aguardaban. Allí vio nacer a Mustafá, segundo hij o de su segunda esposa, Fátima Mohammed Alí, quien ya le diera en el Rif un tercer varón, Rachid. Mustafá es el hij o del olvido. Y su sobrino Omar, hij o de su tío Abd es-Selam (datos de Madariaga), hij o del viaje interminable al nacer a bordo del Abda, el barco que les llevó hasta Marsella, primera escala de su travesía hasta los confi nes del mundo. Tediosa estancia aquella en tierras índicas, carnívoras de almas, cuerpos

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. y mentes. Su deportación concluyó en febrero de 1947, cuando se les informó que residirían en el sur de Francia bajo «discreta vigilancia». El viaje con el Katoomba, mercante anclado en la rutina y el sopor, con tripulación griega y gendarmes franceses, que no se entendían con los griegos ni entre ellos mismos, acabó en Port Said, el 31 de mayo, al conocer que el rey Faruq I les concedía asilo en Egipto. Mhamed, junto con el convincente Abd el-Jalek Torres y el tenaz Mhamed Ben Abud, convencieron al expresidente del Rif, contrario a desembarcar (se temía una celada con secuestro anexo), que subiera a uno de los automóviles que esperaban en el muelle. Y así entraron todos los Jattabi en El Cairo, que les pareció parte del sueño iniciado en 1920. Acunados por el afecto y respeto de los cairotas, otros diecisiete años transcurrieron. En 1963, tras fallecer Mohammed en El Cairo, Mhamed veló por los Jattabi con su 380 mayor celo. Regresó a Marruecos en 1964 y eligió Rabat como su provisional residencia. Allí tramitó, como cabeza del linaje Jattabi, la laberíntica devolución de los bienes que le fueron embargados por las autoridades españolas. Y allí esperaba que le llegasen enseres suyos, desde la capital egipcia, cuando le sobrevino un ataque cardiaco. Fue internado en el hospi- tal Avicena, pero nada pudo hacerse por su vida. Murió el 17 de diciembre de 1967. Su falle- cimiento fue sobreseído por el Marruecos del rey Hassán II, no por el Marruecos popular, so- bre todo en el norte, en ese agreste Rif donde él juntase sus primeras letras, mundo por el que tanto combatiera, donde se le consideraba un héroe nacional y nítidas huellas subsistían de su ecuanimidad, rectitud moral y valor. Su cadáver fue trasladado a Axdir e inhumado entre la afl icción y veneración de su pueblo, los Beni Urriaguel. Allí sigue enterrado, de la misma manera que su hermano mayor sepultado continúa en El Cairo. Tantos sueños fraternos para acabar en túmulos situados en los extremos septentrionales de África: Mohammed al Este, Mhamed en el Oeste. No es disgregación, sino símbolo de conjunción: el devocionario cultural marroquí mantiene unidos a los dos hermanos desde el primer día de sus muertes.

Epitafi o de honores a quien no los reclamó en vida ni los recibió después de muerto

Ningún militar de su época tuvo que enfrentarse a enemigos más fuertes. Y él, Mhamed Abd el-Krim, logró vencerlos, uno tras otro. Por tres veces: en 1923, 1924 y 1925. Hazaña solo igualada por los ejércitos del vietminh y del vietcong (Vietnam del Norte) ante Francia, EE. UU. y Vietnam del Sur en 1953, 1971 y 1973. En África fue la única en tal sentido. Ni las victorias de las milicias bóers, que plantaron cara en 1899-1902 a los ejércitos de Kitchener, para lue- go acabar confi nadas en la isla de Santa Helena; ni los triunfos del coronel Clement von Let- tow-Vorbeck, con sus ágiles columnas germano-indígenas, sobre los ejércitos angloportugue- ses en 1915-1918, tuvieron que defenderse de masas hostiles como las afrontadas por el Rif: luchar en la proporción de uno contra siete en 1925, para llegar a la disparidad abrumadora de combatir uno contra dieciséis en 1926, la equivalencia entre los once mil rifeño-yebalíes en armas frente a los ciento ochenta mil hispano-franceses, argelino-marroquíes y senegale- ses, que marcharon contra el Rif para triturarlo aquel último año de su épica resistencia. Los normarroquíes supieron resistir a un enemigo mecanizado sin tanques ni camiones, sin aviones ambulancia ni hospitales modernizados; sin artillería pesada ni escuadras aéreas que machacaran la retaguardia enemiga con el bombardeo de sus núcleos habitados y el in- cendio de sus cultivos; sin más barcos de guerra que una docena de cárabos y cuatro lanchas a motor frente a dos grandes fl otas, que sumaban sesenta unidades, sitiadoras de sus costas y bombarderas de sus aduares y rebaños, con solo una muchedumbre de mensajeros (rakkas) de diez a catorce años para avisar de las tragedias consumadas o los últimos triunfos baldíos. Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Todo ello sin más industria que unos rudimentarios talleres mecánicos para reparar fusiles y ametralladoras, recargar municiones y fabricar granadas de mano a partir de las bombas de aviación no explotadas. Un Rif sin fábricas, puertos ni bancos, que extraía sus reservas de los mermados cuatro millones de pesetas cobrados a España por los cautivos li- berados en 1923 y recurría a tributos que agravaban la supervivencia de familias y tribus; también a las multas impuestas a todos aquellos contrarios a la República de los Abd el-Krim. España y Francia, sobre todo la primera, fundieron sus fi nanzas en el horno de la guerra de Marruecos. Enfrente, el universo normarroquí: 73 cabilas, guerreando no pocas entre sí mientras se defendían de dos imperios, uno en pleno ejercicio de su poder mundial (el francés); el otro tan em- peñado en serlo pese al sordo rechazo social en su propio suelo, que solo por el abrumador sacrifi cio 381 de las familias españolas pudo prevalecer. Mhamed supo abrir pistas de montaña por lugares de impensable tránsito y mantenerlas abiertas. Logró enlazar Axdir, por vía teléfonica, con el vasto sis- tema de posiciones rifeñas y las conquistadas a españoles y franceses, algunas separadas por 380 km: la distancia entre R’gaia, al sureste de Tánger, y Sakka, en el Rif Oriental (Pennell fue el primero en estudiar esa red sistémica); ingente obra de ingeniería que maravillase al general Goded. A lo ancho y largo del Rif, puso en pie una red de polvorines y otra de jaimas-hospitales, en las que reci- bían asistencia sanitaria los mutilados y heridos graves antes de ser evacuados a posiciones más a retaguardia. Impuso un estricto código de conducta tanto para sus lugartenientes como para sus harqueños. Mhamed supo ser jefe de sus tropas al ser antes su instructor y tutor. Se preocupaba de su armamento y entrenamiento; de su comida y vestuario; del pago puntual de sus haberes. Plani- fi có los más osados contraataques que jamás se vieron en la guerra del Rif. Respetó a los prisioneros capturados por sus fuerzas, preocupándose de los apresados por otros. Ciento treinta y ocho vidas españolas consiguió salvar en 1926. Mhamed Abd el-Krim, estudiante exiliado en su patria por de- voción a su padre y respeto a su hermano mayor, fue un modelo de persona y maestro de ingenieros militares. Con el paso del tiempo, la fi gura de Mhamed Abd el-Krim el Jattabi se agiganta tanto como disminuye la de su hermano mayor. Esa justa compensación por sus incuestionables triunfos éticos, militares y técnicos empieza aquí, en estas españolas líneas. Y persistirá en el tiempo.

J. P. D. / 17.05.2014-25.04.2015

Agradecimientos

A Fauzia Ibn Azzuz, hij a de Ibn Azzuz honrar a quienes la defendieron, mueren, permanecen en la memoria Hakim, por su entrañable carta del 28 siento que Ibn Azzuz Hakim a mi lado de quienes les admiraron porque se de noviembre de 2014 en respuesta a sigue. Mientras escribo, le veo como les conocía por sus obras y actitudes. mi pésame por la muerte de su padre en el Tetuán de 1999 y 2009: Ibn Azzuz Hakim fue siempre leal con (1 septiembre 2014). Conocer a su afi rmado en sus convicciones, digno España; luego yo estoy obligado a progenitor ha sido uno de los dones y fraterno, con esa mirada de quien serlo con Marruecos. En ese cruce de más valiosos recibidos en mis viajes ha visto pasar gobiernos, oropeles honores y permanencias, adulta se por Marruecos: veintitrés hasta la con nombre y políticas sin nombre, hará la paz o el inminente futuro nos fecha desde 1967. Hoy, en esta como briznas de hojas secas presentará tales cuentas que en España a la que tanto le cuesta arrastradas por el torrente de los modo alguno podríamos rescindirlas. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mhamed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. pensar y decidirse, no digamos ya hechos. Hombres como él nunca Advertido queda.

Fuentes Bibliografía

Me he basado en mis manuscritos Para los referentes bibliográfi cos, 1932; Révérend, André Le, con su —pendientes de publicación— sobre vuelven a ser Germain Ayache, Rosa meritorio Lyautey, París, Fayard, la documentación que conservo de María Madariaga y Richard C. 1983; Rivera Sánchez, María Josefa, los Partes de Campaña e Pennell. El exhaustivo trabajo de con su esclarecedor «Mohammed Ben 382 Informaciones de las Ofi cinas Madariaga, Abd el-Krim El Jattabi Abd el-Krim. Alumno de la Escuela Indígenas de 1920 a 1927, (Madrid, Alianza Editorial, 2009), Normal de Maestros de Málaga», en integrados en la célebre «Ponencia repleto de datos y vías a seguir o Bioética. Estudios de Arte, Geografía e África», que estuvo depositada en el revisar, además de imprescindibles Historia, nº 13, Málaga, Facultad de Servicio Histórico Militar (SHM) hasta fi liaciones familiares, queda como Filosofía y Letras, Universidad de que, en 1999, pasó al AGMM (Archivo referencia fundamental para todo lo Málaga, 1992; Sánchez Pérez, Andrés, General Militar de Madrid). En relacionado con el linaje de los coronel, con su muy acertado y cuanto a los expedientes personales, Jattabi. Al anterior incorporo los sugerente «Abdelkrim», en Revista de he revisado el G-2142, que se siguientes seis autores, con sus obras Historia Militar, Madrid, 1974; Zakya corresponde con el general Manuel y datos editoriales: García Figueras, Daoud, cuya gran capacidad Goded Llopis, y el CG-S-50, Tomás, comandante, Marruecos. La narrativa e incuestionable vigor expediente 1, que guarda relación acción de España en el norte de descriptivo se comprueban en su con el coronel (luego general África, Madrid, Ediciones Fe, 1939; combativo Abdelkrim. Une epopée d’or honorífi co) Andrés Sánchez Pérez. Goded Llopis, Manuel, general, con su et de sang, París, Séguier, 1999; obra excelente Marruecos. Las etapas de la de la cual ignoro si ha salido una pacifi cación, Barcelona, Compañía edición actualizada, que revaluaría su Ibero-Americana de Publicaciones, valioso esfuerzo. Abd el-Krim El Jattabi, Mohammed

Axdir, Alhucemas, 1882 - El Cairo, 1963

Jurista y periodista, profesor de lenguas arábigo-bereberes y estadista. Líder de la insurrección rifeña de 1921 y jefe del Gobierno del Estado Rifeño; autoproclamado emir del Rif en 1922; presidente de la República del Rif de 1923 a 1926.

Tras derrotar a la España de Alfonso XIII en tres cruentas campañas (1921, 1923 y 1924), se atrevió con la Francia de Lyautey, atacándola en las líneas del Uarga en abril de 1925 e imponiéndola un durísimo castigo, sin lograr expulsarla de Fez. La alianza francoespañola, que él creyera imposible, hecha realidad por la intuición táctica del mariscal Pétain, le contraatacó con todas sus fuerzas, venciéndole en Alhucemas y el Alto Kert y obligándole a errática retirada que concluyó en Tizimuren, cerca de Targuist, territorio protectoral espa- ñol, donde terminó rindiéndose, con su familia, a las fuerzas francesas del general Ibos. Desterrado a la isla de la Reunión, en el océano Índico, permaneció allí recluido veintiún años. En abril de 1947 se le autorizó a residir en Francia. El 31 de mayo, al hacer escala en Port Said el Katoomba, buque en el que le llevaban, custodiado, hacia Marsella, una estra- tagema de los líderes del nacionalismo marroquí (Allal el-Fassi, Mohammed Bennuna, Abd el-Jalek Torres) le permitió desembarcar y acogerse al asilo del rey Faruq I de Egipto. Elegi- do presidente del Comité de Liberación del Magreb Árabe, recuperó su protagonismo inter- nacional, que perdido parecía. Rechazó sucesivos ofrecimientos de Mohammed V, repuesto en el trono (1956), para que regresara a Marruecos, donde sería considerado «héroe del reino». Opuesto a que su regreso se efectuase cuando aún quedaban tropas españolas en suelo marroquí —la comple- ja retirada del ejército español concluyó en agosto de 1961—, volvió a mostrar su disconfor- midad hacia tales ceremonias aduladoras cuando le fueron reiteradas, en 1962, por el rey Hasan II, prueba evidente de que repudiaba los favores monárquicos. Durante su exilio en la capital cairota llevó una vida social activa, pero limitada por el deterioro de su salud. Su obra ideológica y social, el Estado del Rif, que él fundara y defendiera contra dos potencias euro- peas, fue la única estructura nacional emancipada, por sus propios habitantes y la fi rmeza de las convicciones de su líder, del mundo colonial de su tiempo. Su fi gura política es superior a la militar, la cual corresponde, íntegramente, a su hermano menor, Mhamed, el artífi ce de la tenaz resistencia (1921-1926) que las tribus del Rif y los demás países normarroquíes Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. —Garb, Gomara y Yebala— plantearon primero a España y luego a Francia. Ese resistirse familiar de los Jattabi, que aglutinó en torno suyo a los pueblos del norte de Marruecos, no ha sido así entendido ni valorado. A partir de 1962, cuando la Francia del general De Gaulle re- conoce el derecho del pueblo argelino a su independencia, la opinión generalizada hizo de su patronímico («Abd el-Krim») el nombre de referencia que resume, en una sola personalidad, el triunfo de los movimientos insurreccionales contra el colonialismo. Hay un error grave en tal personalización exclusivista. El Rif fue liberado por una familia de resistentes, los Jattabi. Por lo que consiguieron, constituye la última dinastía de Marruecos electa sobre los campos de batalla, pero también en su retaguardia de guerra, asolada por los bombardeos aéreos. Esta dinastía de combatientes mantiene su legitimidad porque supo ser marroquí 383

República del Rif

Desde los primeros días de su triunfo miembros de su propia familia— como ar-Rifi ya o República del Rif. Su en Annual, Abd el-Krim fue consciente provenientes de Al-Hukumat al-Rifi ya, apogeo estaba cercano: trágicas no solo del poder militar adquirido, el Gobierno Rifeño. El 1 de febrero de retiradas españolas en 1924 y ruptura, sino de su obligación de certifi carlo, 1922, Abd el-Krim fue reconocido como en 1925, de las líneas francesas en el ante España misma y Francia emir (del árabe al-amir, «el que Uarga, seguida de un audaz también, con pruebas escritas de su ordena») del Rif, rango más envolvimiento, maniobra con la que absoluto dominio político y moral conveniente para sus relaciones con amenazó a Fez y Taza. Su fi nal llegó el sobre el conjunto de las tribus del Rif. los jefes (chiuj) de las cabilas. Por 27 de mayo de 1926, en Snada (Rif De ahí que, en sus primeras entonces también utilizaba la Central), Abd el-Krim, al frente de su comunicaciones ofi ciales, por carta y expresión Dawlat Rifi ya, Estado del Rif. familia y más allegados rendía su telegrama, reforzase la categoría de su Finalmente, el 1 de julio de 1923 era gobierno, no su combate ideológico, núcleo de gobierno —constituido por proclamada, en Axdir, la Al-Yumhuriyat ante los franceses del coronel Corap. antes que rifeña. Alzada sobre el pavés de los actos legendarios, estos, siendo bien ciertos, pueden parecer aventuras, cuando fueron epopeyas. Con su ejemplo de patriotismo, los Jat- tabi emanciparon al Marruecos que ellos defendieron desde su exilio de treinta y siete años (1926-1963), que trasciende a tal limitación cronológica. El Magreb, los países del Nilo y de Oriente Próximo, incluso el Asia colonizada, tomaron como bandera ese modelo de resisten- cia, compromiso y empeño de una familia, no de una persona. Los Jattabi lucharon y sufrie- ron en bloque, hombres y mujeres, no su jefe y los demás, sino él con todos a la vez. Esa uni- dad de ideas y sangres fue su mayor fuerza. Los Jattabi integraron un ejército de voluntades, como lo ha sido siempre el Rif cuando lo agreden. Su diferencia es que lucharon por Marrue- cos. Por eso perdieron. Y en tan determinante y sacrifi cado nivel deben ser valorados.

Nacer en el país de las libertades asamblearias y las guerras fratricidas

Nacido en Axdir, localidad emplazada frente a la Roca del Nekkor o Nekkur, el peñón español que toma su nombre del río que desemboca en la bahía de Alhucemas, ambos enclaves eran entidades autónomas en la práctica, porque su dependencia de los poderes regios era míni- ma, sobre todo Axdir, urbe que actuaba como capital de los Beni Urriaguel, la tribu más po- blada del Rif central. Unos treinta mil habitantes. Mohammed Abd el-Krim absorbió esa dico- tomía entre libertad tomada y libertad reprimida. La divisoria entre ambos mundos era radical: la Roca del Nekkor era un «presidio» donde malvivían, hasta su muerte, delincuentes irrecuperables o enemigos peligrosos para los Gobiernos españoles. En oposición, Aydîr (Ax- dir) era una población dedicada al cultivo de sus huertas junto al cercano río Guis y a un modesto pastoreo, pero sobre todo al comercio, que le llegaba desde la Roca Española. En el Peñón, los beniurriagueles adquirían productos de ciudad (cuchillería, ferretería, hilaturas, tejidos, velas, tabaco y cerillas, azúcar y sal) y los cambiaban por productos del campo: al- mendras, cera, huevos, manteca, miel, nueces, pasas o pieles. No había cárceles ni cuarteles. Sin embargo, su tranquilidad podía romperse por un insulto o una agresión. Y entonces Axdir se convertía en parapeto, trinchera y fortaleza, nunca en cárcel. La única prisión permitida era el cementerio, lugar santo donde se enterraban los más diversos odios y los muertos que en vida los representaron; no así el afán vengativo de llevar hasta aquel sitio aparte a quienes todavía estaban vivos, habiendo sido los ofensores de tantos. La espera, para ejecutar la venganza a una determinada ofensa, solía ser larga, pero rara vez quedaba insatisfecha. Eso era Er Rif (borde, frontera), límite a toda realidad de por sí intratable, donde había germinado, años atrás, una forma de gobierno natural conocida como ripublik, espacio de convivencias democráticas; donde las decisiones se tomaban en asamblea, pero también Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. adusto país de la guerra por causas ínfi mas: un perro muerto por un vecino molesto por sus insistentes ladridos; robos de ganado y por el mismo ladrón; hurto de aguas para riego en benefi cio del ya conocido regante saqueador; disputas por herencias entre hij os o sobrinos del difunto; venganzas por esposas que resultaban no ser vírgenes la noche del día en que fueron entregadas en matrimonio; núbiles violadas por sádicos acechantes de una facción rival a la de sus padres. Así se subsistía en el Rif, país de rebeldías imprevistas, al que tanto alauíes como borbones procuraban no molestar, pese a verse regularmente incordiados por los Bocoya, tribu situada al noroeste de los Beni Urriaguel y limítrofe con estos, conocida en todo el Mediterráneo por la profesión predominante en sus pobladores: la piratería (secues- 384 tros y rescates) y el contrabando (de armas o dineros). Sidi Abdelkrim o el cadí bendecido con dos hij os: los mismos que libertarán el Rif

Mohammed nació en día y mes por precisar de 1882. En Marruecos reinaba el noveno de los alauíes, Muley Hasan, quien iba entonces por el undécimo año de su reinado. El imperio jeri- fi ano conocía una etapa de esplendor, moral y social: nada de tiranía y menos de fanatismo, convivencia y solidaridad. En España reinaba Alfonso XII, joven de veinticinco años, casado en segundas nupcias con María Cristina de Habsburgo- Lorena, sobrina del emperador Fran- cisco José I. La España borbónica se había emparentado con poderosos aliados, cómplices en intereses: Austria-Hungría emitió señales de oportunidad adquisitiva a la vista que conven- cieron a la Alemania de Bismarck, interesada por los ultramares fi lipinos y oceánicos: la Ma- cronesia española. Con posterioridad, otra Alemania, la de Guillermo II, ampliaría su interés hacia Tánger, Agadir y las minas del Rif, que intentó hacer suyas bien por compras acciona- riales o con un atrevido usufructo (los hermanos Mannesmann). Por esas minas España irá dos veces a la guerra (1909-1910 y 1911-1912). Los alauíes se veían solos. El imperio otomano, único poder islámico intercontinental, defendía la fe de Mahoma, pero su inmensidad territorial había menguado bastante. Perdi- das Serbia, Argelia, Túnez, Grecia, Bulgaria y Creta (por este orden), centraba su estrategia en conservar la Cirenaica y la Tripolitania (Libia), mientras disimulaba su vasallaje ante Ingla- terra, que había empezado a suplantarlo, ese mismo año de 1882, en Egipto y el Sudán. La política británica perseguía, desde noviembre de 1869, tras abrirse al tráfi co el Canal de Suez, implantar su Protectorado de hierro sobre los países del Nilo (lo conseguiría en 1924 con el Tratado de Lausana y una guerra mundial de por medio). En España gobernaba Sagas- ta, cabeza de los liberales. Era su primer gabinete y tenía como jefe de la oposición al líder de los conservadores, Cánovas del Castillo. España se hallaba en fase de recuperación a causa de la extenuante tercera contienda entre federalistas (republicanos), legitimistas (carlistas) y alfonsistas, mal llamados «liberales». Ese confl icto, iniciado en 1869, se había prolongado hasta el 28 de febrero de 1876, cuando el derrotado aspirante al trono de España, el duque de Madrid (Carlos de Borbón y Austria-Este), cruzaba la frontera pirenaica por Valcarlos (Na- varra), donde los abnegados batallones castellanos, los últimos en serle fi eles, le presentaron armas y lágrimas. La España de Alfonso XII era más Ultramar que Ultramar mismo por sus posesiones periféricas, portadoras de ingentes riquezas étnicas, culturales, económicas, sociales y estra- tégicas, que el mezquino peninsularismo en ejercicio, a la par sagastista y canovista, jamás respetó ni amplió. En oposición, el Marruecos de Muley Hasan era más Imperio jerifi ano por sus capitales imperiales —Fez, Mequínez, Marrakech— que por sus fronteras, dado el grado Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. de inaccesibilidad de estas: el oeste, todo el sur y la mayor parte del este y el norte jerifi anos colindaban con grandes mares o territorios tan desérticos y despoblados como la oceanidad misma: Ifni, el Sáhara Occidental y el Sáhara Central, océano de arenas infi nitas, al que la Francia del presidente Jules Grévy ni caso hacía. Siendo el Rif muro altivo a toda penetración foránea, Muley Hasan supo discernir entre el ardor de los guerreros del Rif y la cabeza fría de sus pocos letrados, capaces de domar a los primeros. Muley Hasan eligió a Sidi Abdelkrim, fqih (alfaquí) a quien elevó, en 1883, a la categoría de cadí (juez que imparte la ley en nom- bre del Majzén) sobre los Beni Urriaguel. Esta fecha —aportada por Ayache en base a docu- mentos alauíes, depositados en los archivos parisinos del Quai d’Orsay— confi rma esa rara dualidad de algunos monarcas alauíes, capaces de extraer lo mejor de las gentes de su reino, 385

Cadí Alfaquí

Del árabe qādi, doctor en Leyes rifeño de fama ostentó tan alta Castellanización del árabe al-faqīh, islámicas, jurisconsulto. Por magistratura en Melilla: Mohammed ofi ciante de las ceremonias extensión, hombre sabio. Y en un Abd el-Krim el Jattabi, líder de la religiosas. sentido popular pero respetuoso a la gran insurrección de 1921 y, entre vez que admirativo, «persona muy 1923 y 1926, presidente de la entendida». El rango superior era República del Rif. qādi qoddat, juez de jueces. Un con independencia de su origen, condición o religión. Lo mismo haría Muley Hasan con el misionero guipuzcoano José María de Lerchundi, quien entregó sus diarios esfuerzos, primero en Tetuán (1862-1877) y luego en Tánger (desde 1881), a la asistencia humanitaria de musul- manes, judíos y cristianos. Lerchundi fue consejero de Muley Hasan, incluso correpresentante de Marruecos junto con Mohammed Torres, el célebre ministro de Exteriores del Majzén, en la embajada que ambos cumplieron (en 1888) ante el Vaticano del papa León XIII. Ese era Muley Hasan, monarca justamente alabado en su época. El 25 de noviembre de 1885, en El Pardo, murió Alfonso XII. España pasó a ser una Regencia hasta mayo de 1902, cuando el hij o póstumo del difunto fue proclamado rey ante las Cortes. Ese mismo año, el aspirante a juez, Mohammed Abd el-Krim, iniciaba sus estudios en la universidad Al-Qarawiyyin de Fez. Marruecos tenía nuevo sultán, Abdelaziz, uno de los hij os de Muley Hasan, muerto poco después de haber fi rmado una onerosa paz (veinte millo- nes de pesetas) para Marruecos sin ser el Majzén responsable de nada, sino a consecuencia de absurdidades y altanerías, las de un gobernador de Melilla, recto en trayectorias pero torcido en luces, el general Juan García Margallo, quien no se disculpó ante los rifeños por haber arrasado sus tropas el morabito de Sidi Aguariach —sito en el cementerio musulmán del mismo nombre— ni ofrecerse él a reparar los daños causados. Aquella intrusión en lugar sagrado fue ejecutada con la fi nalidad de construir otro fuerte más —y nueve tenía Melilla— para mejor defender la plaza, cuando Melilla se defendía tierra y palacio adentro, con negociaciones políticas, no a cañonazos. No quiso desdecirse el gobernador ni tuvo en cuenta la puntería de los pacos. Y uno de estos lo mató de un tiro en la cabeza al salir del fuerte de Cabrerizas. De allí salieron dos ofi ciales, el capitán Juan Picasso y el teniente Miguel Primo de Rivera, que tuvieron una corajuda actuación, premiadas con sendas cruces de San Fernando. Ambos militares dejarían profunda huella en la historia de los ejércitos perdidos y los pueblos malheridos por crónicos desgobiernos. Asediada Melilla, hubo arrebato de campanas en la España de María Cristina. De aquel estruendo movilizador salieron veintidós mil hombres, faltos de todo, excepto de entorchados: dos tenientes genera- les, treinta generales, veintiocho coroneles, doscientos veinte jefes y ofi ciales, en su mayoría sin mando directo (datos reunidos por José Ramón Alonso). Solo en ofi ciales superiores, aquel ejército tocaba a seiscientos ochenta y ocho hombres (un batallón) por general. Sitiadores y sitiados entrecruzaron sus crueldades; llegó Arsenio Martínez Campos; consideró un disparate todo lo sucedido; envió mensajeros a Fez; respondió amablemente Muley Hasan; reuniéronse ambos en Marrakech junto a una fuente (enorme) de huevos duros y, contentos de no morir los dos de la misma indigestión, fi rmaron la paz (5 de marzo de 1894), de resultas de la cual las tribus rifeñas enterraron sus trincheras y levantaron el cerco. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Esto las dejó airadas y amargadas. Obedecieron porque era mandato del respetado Muley Hasan. No imaginaban rifeños y marroquíes lo mucho en falta que echarían al noveno de los alauíes, muerto de repente, como suelen irse quienes se entregan con fervor a una causa o sienten una idea y resulta que es su alma. Sidi Abdelkrim, a sus veintitrés años —en el supuesto de que hubiese nacido en 1860, que es la fecha razonada por Ayache—, honrado fue y por dos vías: por la gracia de Dios, su esposa Fet-tuch le daba a besar a su primer hij o. Por la vía del poder casi divinizado de todo sultán, le era concedida la máxima autoridad jurídica sobre su cabila. Dos bendiciones con un año de diferencia. Pasarían doce años hasta que el cadí de los Beni Urriaguel fuese padre 386 de otro hij o, Mhamed de nombre. Esos hij os suyos darían al Rif su independencia.

Universidad de Al-Qarawiyyin

Asentada en Fez desde fi nales del 1520 (toma de la isla de Djerba) y Al-Bin Fátima Al-Fihriya, hij a de un siglo IX, toma su nombre de la los franceses denominaron Kairuane rico comerciante kairuanés, fue su arabizada Al-Qayrawan, capital de desde 1881, cuando conquistaron y promotora; datándose la edifi cación los fatimíes, pero antes cuartel colonizaron el territorio tunecino. Es en el 245 de la Hégira (el 859 de la general de los primeros la universidad más antigua del Era Cristiana). Por la segunda, fue gobernadores árabes de Ifrī qiya mundo. Sobre su fundación hay su construida en el 263 de la Hégira (nombre arabizado de la antigua parte de mitifi cación y otra de (877 de la Era Cristiana). Por Tunicia); a la que los españoles investigación arqueológica, que es consiguiente, anteriores a los conocieron como Kairuán desde la determinante. Por la primera, Um reinados de los dos primeros Idrisíes: Estudiar para crecer como persona: enseñante y periodista en Melilla

En su adolescencia, Mohammed aprendió de su padre qué títulos y condiciones tenía. En 1902, con veinte años, su progenitor le enviaba a estudiar a Fez, en la universidad Al-Qarawi- yyin. Dos cursos cumplió, pues en 1904 regresaba a Axdir. Atrás quedaban sus visitas al Peñón de Alhucemas, adonde Sidi Abdelkrim gustaba de llevarle para que jugase con niños españo- les y se acostumbrase al idioma castellano. Atmósfera de fortaleza sitiada era la que se vivía en el islote del Nekkur, lo cual no impedía esos juegos infantiles ni los afectuosos tratos con los amigos de su padre, comerciantes unos, intérpretes otros y militares los más. De los tenientes coroneles y coroneles al frente de la Roca Española, conoció a cinco de ellos que, por el orden de sus mandatos, fueron: Pablo Artal Abad, Mariano Arqués Chavarrías, Roberto Gavilá y Gavilá, José Riquelme y López Bago y Manuel Civantos Buenaño. Mohammed guardaría gra- to recuerdo de don Pablo, don Mariano y don José. Y cordial amistad con don Manuel. Este último sería quien, un 22 de julio, le rogaría que buscase el cadáver de un general desaparecido en los campos de Annual. Se llamaba también Manuel y se le conocía por su segun- do apellido, Silvestre. Sidi Abdelkrim no dudó en recomendar a su primogénito para un puesto digno en la Administración española. Y plaza de maestro, en una escuela de Primaria, recién abierta en la Melilla de 1906 para los hij os de aquellos rifeños que residían en la plaza, consiguió. Con pronta fama de trabajador, responsable y serio en sus compromisos, gustó a directores, pa- dres y visitantes. Por las ideas que exponía, complació a un capitán de Artillería, destinado en la Comandancia, Cándido Lobera Gilera, fundador de El Telegrama del Rif, periódico del cual era su director. Y un día de marzo de 1907 Mohammed escuchó la proposición de Lobera: escribir un artículo, en árabe, para la primera página del diario. El argumento quedaba a su elección. En esa libertad del escritor entraba el hablar de «política internacional». Mohammed quedó más estupe- facto que entusiasmado, máxime cuando Lobera le aclaró que no se trataba de escribir un artícu- lo de vez en cuando, sino un artículo todos los días. No sabemos cuánto pagaba El Telegrama, pero sin ser mucho (¿quince pesetas por artículo?), a Mohammed debieron de parecerle otros tantos ríos de plata. Debe reconocérsele al capitán Lobera que fue tan atrevido como coherente, máxime cuando en esa primavera de 1907, cumplido un año de la publicación de las Actas de Algeciras, el tablero colonial se hallaba en movimiento, con los mismos jugadores de siempre (Alemania, Francia, Italia, Reino Unido), apostadores fuertes, más los mirones de turno (España y Portugal), inquietos de no verse ellos al fi nal subastados y adquiridos. Poco después, el segundo de esos jugadores bombardeaba y arrasaba la ciudad de Casablanca (5 al 8 de agosto). Dos mil muertos entre la población civil. En esa mesa de póquer se jugaba con artille- ría y sin faroles. Con escuadra descubierta e impiedad oculta. Los ensayos de Mohammed Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Abd el-Krim pasaron desapercibidos. No iban fi rmados. Fue una precaución de Lobera, quien no quería complicarle su vida laboral en Melilla ni la familiar en Axdir. Pese a ello, los textos en árabe del Telegrama sorprendieron e intrigaron al Marruecos francés, donde solo se editaba un periódico en árabe, Saada (Felicidad), y, como tal, con sus gastos sufragados por la Le- gación de Francia en Tánger.

Anunciar, con diez meses de antelación, un desorden que «velará la luz del sol»

En junio de 1910 Mohammed obtuvo una inesperada promoción: se le nombraba cadí (juez) de la Ofi cina de Asuntos Indígenas en Melilla. Cargo importante, que debió de requerir el 387

Idris I (788-791) y su hij o Idris II Salamanca en 1218; Valladolid cambiará ni disminuirá el respeto (803-829), dinastía fundacional del veintitrés años más tarde; y la de logrado por este centro de docencia, Marruecos histórico y nacional. De Alcalá de Henares en 1293. Por su rector del mundo pensante. su condición como decana de las simbolismo y estrictas verifi caciones universidades sirven como arqueológicas, Al Kairuina referencias, desde la permanencia (castellanización de su origen de su actividad, estas: la de París en árabe), representa lo mejor del 1090; Oxford seis años después; la Marruecos científi co y ético, por lo de Montpellier en 1169; la de que ni su nombre originario visto bueno de la máxima autoridad en la plaza: el capitán general José Marina Vega. Tres meses después, separados por solo un día (ediciones del 12 y el 14 de octubre), aparecían otros escritos suyos en El Telegrama. En la edición del día 12, Mohammed, tras recordar que las tribus de Guelaya (próximas a Melilla) «carecían de gobierno alguno», precisaba: «Pero ahora sí lo tienen. Y es España quien ejerce [esa función gobernadora]. España y nosotros hemos unido nuestras manos para la concordia y la paz». Escribir estas frases, a poco de haber reconquistado las tropas españolas el Gurugú, era un lujo eticista. Que un hombre nacido en ese mundo ignoto —el Axdir de entonces— manifestase que rifeños y españoles gobernarían juntos su futuro común, era cosa para admirarse. Y si en Tánger causó perpleji- dad, en Melilla todo fueron parabienes para el autor. Sin embargo, el 14 de octubre, el mismo anónimo articulista razonaba como sigue:

Marruecos entero se halla al borde de un desorden tan generalizado que el mismo sol cerca está de velar su faz [...] ¿Cómo encontrar la paz en tiempos tan convulsos, a menos de situarse bajo la protección del [poder] extranjero o de poner fi n a la vida [propia]?

Este párrafo causó sensación y preocupación. Lo de «situarse bajo la protección del extranjero» tenía sentido y razón a la vez. Ingleses y alemanes expedían, sin cesar, documentos de «protec- ción» a súbditos marroquíes. «Protegido» de Inglaterra habían sido El Raisuni y otros menos in- fl uyentes que él. En cuanto a los «protegidos» de Alemania, se los encontraba por doquier. Los hermanos Mannesmann se encargaban de expedirlos. En cambio, «protegidos» de España po- cos se encontraban. El aviso del anónimo articulista era procedente. Pero sus otros planteamien- tos resultaban abrumadores. ¿A qué desórdenes se refería? Y eso de «poner fi n a la vida», ¿a 23 quiénes iba dirigida semejante opción? Los hechos posteriores situaron las identidades naciona- les en tal desorden. Por un lado, la ambición de Francia y, como resultado, el enfado de España: el 21 de mayo de 1911, las tropas francesas del general Moinier ocupaban Fez, con lo que Muley Hafi d se convirtió en su rehén. Primer desorden. España replicó con la ocupación de Alcazarqui- vir y Larache. Sin pegar un tiro ni tener un muerto ni causarlo a nadie (9-13 de junio). Dos cache- tes en las narices de Francia. El segundo desorden resultó moderado. Al empujón francés en tierra opuso Alemania el suyo en el Atlántico. El 1 de julio de 1911 el cañonero Panther largaba anclas en aguas de Agadir, frente a las islas Canarias. Pitaron las sirenas de las fl otas imperiales; se movilizaron reservistas y se revisaron arsenales; se trabajó hasta el alba, madrugada tras madrugada, en cancillerías y estados mayores; se santiguaron decenas de miles de esposas, hermanas y madres de marinos, se hizo acopio de alimentos y medicamentos; se rezó a los san- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. tos (en Bélgica, Francia, Italia y Austria), ante las escrituras luteranas (en Alemania) y ortodoxas (en Rusia) y a la Iglesia de Inglaterra en los países donde procediera: medio mundo. La psicosis de guerra planetaria fue absoluta. Todo concluyó el 8 de julio, cuando el Panther zarpó. Ese era «el desorden generalizado», capaz de «velar la faz del sol», al que se refería, inequívocamente, un rifeño bien informado, que no era ningún echador de cartas. Sin embargo, lo del general Moinier y sus brigadas en el Fez acongojado de Muley Hafi d tenía su lógica; incluso la interven- ción de Alemania en el inerme Marruecos como respuesta a la intolerancia de Francia, pero ¿cómo explicar entonces los desembarcos de infantes de marina y soldados de España en Lara- che y su marcha forzada hasta Alcazarquivir, cuando tal intervención fue consecuencia de la de 388 Francia en Fez y nada se suponía en octubre? Porque era cosa ya decidida. No había peor desorden que el secuestro del monarca de un reino independiente por las fuerzas militares de una potencia representada, en Fez, por su embajador, Eugène Rég- nault. El mismo que, el 30 de marzo de 1912, impondrá, al abatido Muley Hafi d, el Tratado de Protectorado, esa Capitulación Sin Condiciones que la Francia intolerante sopesaba desde tiempo ha. La agudeza analítica del anónimo articulista iba en consonancia con la calidad de las informaciones de los agentes alemanes o españoles.

Sufrir agresiones y pasar hambre, todo por favorecer «el desembarco español»

En julio de 1911, los textos en árabe que publicaba El Telegrama del Rif llegaron hasta Túnez. Allí enfadaron a un tal Othman, redactor del periódico Haquiqua, otra publicación al servicio de la Francia colonial. Othman fi rmaba sus artículos y en uno de ellos arremetió contra el anónimo denunciante que, en Melilla, ofendía a Francia al descalifi car su política colonial. El tal Othman cargó contra su oponente melillense, sin saber su identidad. Y al reprocharle que se «olvidase» de «las persecuciones de la España cristiana contra nuestros hermanos de An- dalucía», atrajo la inmediata solidaridad de los redactores de Saada. Mohammed Abd el- Krim decidió partir hacia la guerra de las ideas: y no dio cuartel. El 27 de julio de 1911, en un extenso artículo que exigió casi media portada al Telegrama, Abd el-Krim le preguntaba a su oponente, requiriéndole por su nombre:

Sepa usted, señor Othman, que escribo estos artículos como le escribo ahora y escribiré en el porvenir. Mi conciencia está tranquila, mis intenciones son puras. ¿Ha encontrado usted, bajo mi pluma, una sola vez el nombre de España? [...] Hablar, como usted lo hace, de la historia andaluza y de España, durante los tiempos de la ocupación musulmana, hace ya más de cuatro siglos, no prueba nada en la 24 situación presente.

Y de seguido, el párrafo demoledor, que debió de dejar enrabietado al tal Othman:

He aquí lo que resulta en conclusión. España no pretende conquistar Marruecos. Por consiguiente, ella es una [nación] amiga. Sus intenciones son sanas. Francia, por el contrario, quiere borrar a Marruecos del mapa del mundo. En consecuencia, es nuestra enemiga. La consideramos como tal y será así hasta el fi n de los tiempos.

Estos extractos de los artículos del futuro jefe del Estado del Rif, que corresponden a la excelen- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. te obra de Ayache, prueban a qué niveles de compromiso con España llegó aquel ensayista, que volcaba lo mejor de su alma proespañola. Nunca hubo, ni lo habrá jamás, un periodista musulmán que sea más español que todos los cristianos que un día puedan escribir en árabe y publiquen en el Rif del mañana. Ese era Mohammed Abd el-Krim. En agosto de 1911, José García Aldave, comandante general de Melilla, ordenó a la Comisión Geográfi ca del Ejército que saliera al campo para hacer mediciones en las orillas del Kert. Y medidos quedaron los cuellos de los cuatro españoles que allí perdieron sus cabe- zas (24 de agosto de 1911). Saltó la guerra del Kert a los periódicos y hubo campaneo movi- lizador en toda España. Y se pensó seriamente en desembarcar en Alhucemas, por lo que se convocó a los amigos de España en Axdir, de los que Sidi Abdelkrim era el más signifi cado. 389

Tratado de Fez, 30 de marzo de 1912

Por el mismo quedó establecido el aunque en este reparto de Protectorado de Francia sobre atribuciones y territorios prevaleció Marruecos, acto inequívoco de siempre la intransigencia francesa: fuerza que motivó el exilio del sultán ocupación militar en mayo de 1926 Muley Hafi d. Este régimen del estratégico País de los protectoral, mantenido hasta 1956, Gueznaya, coalición de tribus al marcó las pautas de las sureste de Alhucemas, tierras y competencias que Francia y España gentes que nunca más fueron resolvieron asignarse en sus reintegradas al Protectorado respectivas zonas protectorales, español. Cumplió este lo mandado y seleccionó treinta rifeños, jóvenes en su mayoría, que harían de rehenes para garantizar una defensa formalista del Rif ante la Escuadra. Prevista la opera- ción para septiembre, se retrasó «hasta octubre» y, sin más, fue anulada. El recíproco des- concierto se transformó en pozo, pero a él solo cayeron los Abd el-Krim. El secreto del cadí se descubrió, las gentes de Axdir se enfurecieron y a por él fueron. A matarle no, pues los rehenes aún no habían sido entregados a los españoles, pero a darle un susto de muerte, sí. El 6 de noviembre de 1911 la casa de los Abd el-Krim, sita en una colina si- tuada a unos dos mil metros en línea recta del Peñón, quedó rodeada de hombres armados y vociferantes. Demudado pero muy retieso, salió el cadí a hacerles frente. Le insultaron y amena- zaron. No bajó su mirada. Su temple le salvó la vida. Los manifestantes le apartaron a empujo- nes y aparecieron gentes con antorchas. Ardieron ajuares de boda y cosas valiosas, más toda esa iconología religiosa del recuerdo, que fortalece a quien sabe cuidarla. Las llamas expulsa- ron al cadí y los suyos hacia la playa de Suani. La Roca Española abrió su vientre y les envió una barca armada. A ese salvavidas resbaladizo subieron sin llorar ninguno. A lo lejos vieron alzarse humos negros con bordes rojizos: sus campos ardían. La ira contra los Jattabi iba para largo. Terminaron embarcados en el vapor correo a Ceuta. De allí marcharon a Tetuán, urbe bajo el mandato del Majzén alauí. La familia del cadí de los Beni Urriaguel tuvo que subsistir con las setenta y cinco pesetas al mes de la pensión que recibía. Sobrevivieron con lo que el hij o mayor les enviaba desde Melilla. En cuanto al menor, Mhamed, su padre no dudó en contraer exceso y riesgo a la vez: con el poco dinero que ahorraba le envió al colegio Alianza Israelita. Inscribir a un musulmán en un centro cultural judío para «aprender el francés» conllevaba teme- ridad y provocación, aunque no faltase a una lógica: si por España sufrimos tanto, tal vez con Francia obtengamos mejor trato. Los judíos eran el pueblo repudiado, pero algunos europeos valoraban sus habilidades. Entre ellos, los alemanes. Sidi Abdelkrim fue «investigado» por las autoridades españolas. No faltaba mucho para la Gran Guerra, el «desorden» anunciado por su primogénito. Y entonces Alemania y los Abd el-Krim se entenderían. En agosto de 1912, Sidi Abdelkrim despachó carta de auxilio al general Gómez Jordana, entonces jefe del Estado Ma- yor de García Aldave en Melilla. Jordana comprendió el apuro del cadí y tomó decisiones: au- mentar hasta doscientas cincuenta pesetas la petición del solicitante y concederle la Cruz del Mérito Militar pensionada con setenta y cinco pesetas. En total, cuatrocientas pesetas al mes. Con eso se podía vivir muy bien no ya en Tetuán, sino en Madrid. El problema era la dilación exigida por toda burocracia que se preciara de serlo. Resultado: hasta pasados unos meses, ni una peseta. Quedaron hambrientos los Jattabi y poco sustento pudo suponerles que el cabeza de familia condecorado estuviese, aunque medalla al pecho no luciera. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Distinciones por salvar españoles y mentiras para agradar a la España ofi cial

El hij o mayor había sido también condecorado. Cuatro veces. A fi nales de 1911 le fue conce- dido el grado de «caballero» de la Orden de Isabel la Católica por «su inteligencia y celo» en su pedagógico trabajo melillense. En marzo de 1912 le concedieron la Cruz del Mérito Militar con distintivo blanco, que él ganara en una tregua entre el Rif de Amezzián y los españoles de García Aldave. El premio a su efi cacia como mediador entre quien retenía a ocho soldados y un cantinero español, capturados en los combates de Izarrora (27 de diciembre de 1911), y quienes esperaban verlos sanos y salvos. La entrega se produjo (8 de febrero de 1912) en 390 Sammar, orilla derecha del Kert en su desembocadura. Quedaron contentas las familias de los excautivos; contentos también los generales (Jordana y García Aldave), y tanto contento general derivó en una bella cruz esmaltada en blanco. La tercera fue la Cruz del Mérito Militar, otorgada en mayo de 1913, pero con distintivo rojo, el que se concede por acción de guerra ante el enemigo. Por lo que padecería Abd el-Krim hij o en los tres años siguientes, cabe pre- guntarse quién era «ese enemigo», porque los lugares de su acción neutrales eran. Esa Cruz le llegó pensionada con cincuenta pesetas, dote ofi cial anexa al valor probado. En octubre recibiría la Medalla de África. Objeto en bronce, con bellos bajorrelieves. Cuatro condecora- ciones seguidas. España, dadivosa en medallas y en pensiones; sorda en ruegos y ciega en advertencias; mantenedora de guerras en tierras que no eran suyas, en lugar de aliarse con sus dueños. Dos meses después, Amezzián, primer líder del Rif Libre, caía en epopéyico desa- fío. Él solo contra un muro de jinetes: los Regulares que mandaba el coronel Berenguer. Suce- dió en las quebradas de Alal-u-Kaddur, no lejos del Kert. Quedaron los rifeños sin guía moral y asombrados los españoles de su suerte bélica: el jefe de las fuerzas enemigas les había re- tado en solitario, arengándoles para que se le unieran en la lucha común contra el invasor. Un pelotón de los arengados le apuntó a muerte (a cien metros) y lo mató con una descarga cerrada (cuatro tiros en el pecho y uno en la nuca, infamia pronto descubierta). Al difunto jerife se le practicó un reconocimiento clínico ante el notario Roberto Cano. La decisión pro- vino de García Aldave. Confi rmadas sus sospechas —Amezzián fue rematado después de muerto—, el cuer- po fue llevado a Melilla para ser allí expuesto. Y ocurrieron tres cosas: la primera, una coinci- dencia, las restantes, sendas argucias y denigrantes ambas. En 1981 se descubrió la primera y en 2009 la segunda. Entre ellas se condenaron. Los hechos ocurrieron el miércoles 15 de mayo de 1912, el mismo día en que Amezzián caía en combate, siendo a continuación ejecu- tado después de haber fallecido. Ese tiro «en el occipital» destaca en el acta notarial con toda su perversión manifi esta, más un gumiazo en uno de sus costados. Prueba rápida para saber si el difunto disimulaba su muerte. Abd el-Krim acababa de llegar a Melilla. No está claro si procedía de Málaga, adonde iba con frecuencia por sus compromisos pedagógicos, o del Peñón de Alhucemas tras haber visitado a sus padres en Tetuán, pues allí seguían. Y en carta que escribe a su padre, fechada el viernes 17, le dice: «Al desembarcar, nos enteramos de que habían matado a Amezzián aquel mismo día [...] A las ocho de la noche de ese día llegaba el tren que transportaba los (sic) restos mortales; los llevaron luego al hospital y vimos a Amezzián tendido de espaldas, con una herida en el corazón producida por una bala (sic)». Esta carta (recuperada por Madariaga en su tenaz búsqueda por los Archivos del Quai d’Orsay) es pieza fundamental probatoria de la exactitud en los datos de quien escribe tal misiva; de la emoción del narrador al contemplar el cuerpo yacente de Amezzián; del des- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. amor que se autoimpone con respecto a su ética y su patria; del castigo adicional de acon- sejar a su padre que escriba al general García Aldave felicitándole por la victoria conseguida sobre los rifeños y el hecho de haber «capturado (sic)» al líder del Rif. En esa carta, que es como una prueba de contacto del negativo interior (autorretrato) de un hombre en verdad atormentado, se aporta extraordinaria información sobre lo ocurrido. En el penúltimo párrafo del texto, Mohammed le dice a su padre: «No le hablé todavía de nada al general (de tus apuros), ya que están todos agitados y turbados después de la alegría que sintieron y la aprensión posterior». Esa «aprensión posterior» era el haberse dado cuenta de que a un hom- bre reventado por cuatro disparos en su pecho —uno «partiéndole el esternón», dos «alcan- zándole en la región precordial» (el corazón)— le dieron vuelta a su cuerpo inerte y alguien 391 —uno de los tiradores de aquellos Regulares que mandaba el sargento Ben Hassain y el cabo Lanca—, en vesánica acción, le pegó un tiro en la nuca. Porque esa descarga cerrada le llegó de frente y detrás del héroe solo una fi la de los suyos había. Primera prueba. Aquella bala en esa nuca no salió, prueba de su pequeño cali- bre (un 7,65 o 6,35 milímetros). No hubo consecuencias porque el cadáver fue expuesto en decúbito supino (boca arriba); nada podía añadir don Roberto porque en su acta todo lo decía y nada dij eron los jefes y ofi ciales que lo vieron. En su despedida, Mohammed incrementa su propio martirio al sugerirle a su padre:

Sería una buena cosa que, por cortesía aparente, le escribieras al Moj [mando supremo] para felicitarlo por el éxito que ha obtenido en la última batalla y por la captura (sic) del jefe del partido rifeño, Amezzián, una carta redactada en estos términos...

Y Mohammed le dictaba a su padre, con encabezamiento incluido «Al Señor Capitán General García Aldave», la carta que, efectivamente, su progenitor redactaría, fi rmaría con fecha «20 de mayo de 1912» y despacharía al general de división José García Aldave. Hay que ser implacable con uno mismo, incluso impávido verdugo de los ideales pro- pios, para ejercer de cínico servidor del jefe de un ejército extranjero y no dejarse las entrañas en el intento. Más aún, hay que sentirse parte intrínseca del país ocupante para decir cosas tan contrarias a sus convicciones como rifeño y hombre libre. Estas cartas (la de Abd el-Krim la publicó Ayache en 1981, pero sin la ecuánime labor de Madariaga en 2009 de poco val- dría) prueban a qué niveles de automutilación moral se entregó Abd el-Krim. Para luego no ser reconocido como «súbdito español», porque esa fue su obsesión. Mohammed Abd el-Krim había «elevado reglamentaria instancia» al rey de España. En el fi nal de ese documento, fe- chado en Melilla el 8 de octubre de 1910, el solicitante rogaba al monarca su «gracia» para que «se digne concederme la ciudadanía española». Y le razonaba:

Aparte de esto [tareas docentes] he demostrado adhesión y cariño a la Nación española en cuantas ocasiones se me han presentado, no solo por mi parte, sino por la de mi padre, quien siempre se puso al lado de España en las cuestiones suscitadas en Alhucemas con el campo [Axdir], sufriendo por ello castigos de los suyos [los rifeños].

Alfonso XIII no contestó al solicitante; tampoco era su obligación. Nada respondieron los mi- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. nistros de Estado (Pérez Caballero) o Gobernación (Moret), ni el de Gracia y Justicia (Martí- nez del Campo). Ni hubo recomendación alguna, en favor del peticionario, por parte del ge- neral García Aldave, al mando en Melilla desde el 1 de octubre de 1910. El 21 de julio de 1915 Abd el-Krim decidió reelevar su instancia al jefe del Estado. A mismo rey, idéntica respuesta. De esa tercera vez de los Abd el-Krim, que era la segunda del primogénito, consta la informa- ción previa requerida al comandante general de Melilla, Luis Aizpuru. En su telegrama a Gó- mez Jordana, alto comisario, Aizpuru le argumentaba:

Por lo expuesto, considera esta Sección (de Asuntos Indígenas) es más conveniente 392 para nuestra labor que el recurrente (la cursiva es mía) permanezca en la ciudadanía marroquí mientras siga desempeñando el cargo actual, debiendo en tal sentido emitirse el Informe ordenado por la autoridad.

Ese «cargo actual» eran dos: Mohammed Abd el-Krim ejercía como cadí (juez) de la cabila de Farhana, fronteriza con el perímetro exterior del campo fortifi cado de Melilla, más el de naib- al qadi-qoddat, presidente del Tribunal de Apelación, en el que se estudiaban los recursos a sentencias anteriores. Ese juez de jueces que fuera Abd el-Krim hij o estaba muchísimo mejor donde ejercía tal cargo, que no como ciudadano español. Cuando el solicitante lo único que quería era lo obvio: proteger a su familia y sentirse respetado. Tres solicitudes de ciudadanía, más otra reservada pero archivada, que fue aque- lla carta de felicitación sugerida por Abd el-Krim hij o a su progenitor, siendo su destinatario García Aldave. Tres lealtades rechazadas al no ser consideradas sufi cientes ni convenientes y una cuarta, la confi dencial, que fue agradecida por el destinatario, pero de nada sirvió.

Abd el-Krim expone su «Proyecto de Límites y Paces»: acaba en la cárcel y cojo

El 15 de agosto de 1915 Abd el-Krim hij o afrontó insólito juicio, sin ser una vista pública. Fue en Melilla y ante el capitán Vicente Sist, jefe de la Policía Indígena en la Roca del Nekkor. El general Aizpuru estuvo presente desde su despacho, informándose de cómo avanzaba el in- terrogatorio y el orden de las justifi caciones que el convocado debía presentar con respecto a los actos de su padre, pues Sidi Abdelkrim, y no su hij o mayor, era la causa de aquella se- sión aclaratoria. Se cumplía el primer año de la «Guerra Europea», defi nido por el crucifi can- te calvario que afectaba a los ejércitos y las fl otas de la Entente. Entre el 22 y el 24 de abril, en Yprès (Flandes), las tropas británicas se desbandaron al ser agredidas de forma silencio- sa: monstruosas nubes de cloro, surgidas de grandes cilindros situados en las trincheras alemanas, habían cubierto, con su blancuzco y amarillento manto, las líneas aliadas asfi - xiando a los hombres y las caballerías, marea de muerte y destrucción a la que fue imposible contener. La falta de reservas en el ejército alemán impidió la «explotación del éxito» y la aniquilación de sus aterrorizados oponentes. Se hablaba de «quince mil soldados gaseados». Gases. Palabra maldita al envenenar las concepciones militares, morales y sanitarias de los ejércitos en lucha y sus retaguardias. En el Egeo, las torpezas de mandos británicos (De Ro- beck, Hamilton, Stopford) habían provocado sucesivos desastres. En los Dardanelos (18 de marzo), la fl ota franco-británica, tras ver hundirse a tres de sus acorazados, había dado la vuelta, desistiendo de tomar Constantinopla. En la península de Gallípoli, las fuerzas austro- neozelandesas, angloindias y francesas acumulaban pérdidas devastadoras: doscientos Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. diez mil hombres habían causado baja hasta el 29 de agosto. La retirada era inevitable. Al sumarse otras cuarenta mil bajas en los siguientes cuatro meses, los aliados salieron de Ga- llípoli (9 de enero de 1916) desesperados y humillados. La Turquía de Enver Pachá se alzaba como gigantesca nube islámica, cuyo granizo letal acribillaba a los ejércitos de Occidente. Bien abastecida en armas por Alemania, podía llegar a El Cairo y hasta situarse al otro lado de Gibraltar. Los triunfos alemanes y turcos trasladaban sus efectos a España y el Magreb. Pero lo que a una mayoría del ejército español le satisfacía por ser proalemán, a la diploma- cia la aterraba: si Francia caía vencida —las batallas no cesaban en torno a Reims y en las líneas del Aisne, el Mosa y el Somme—, viéndose obligada a rendirse, sus dominios en el norte de África al suelo de la derrota irían también. Una Alemania y una Turquía triunfantes 393 impondrían su ley desde el mar Negro hasta el Atlántico marroquí. Para entonces, mal pudie- ra ser que España hubiera abandonado su parte de Marruecos, empujada por una subleva- ción generalizada de las tribus. De ahí el temor en Melilla a los Beni Urriaguel, pilar del Rif. Enfrentado a pruebas acusadoras de las relaciones que Sidi Abdelkrim había mantenido con agentes alemanes, a la vez que cooperado en el alistamiento de una harca con la que Abd el-Malek —sobrino nieto del célebre Abd el-Kader, caudillo de la insumisión argelina contra los franceses entre 1830 y 1847— preparaba, con dinero alemán pero desde suelo español, su acoso a los franceses de Lyautey, Abd el-Krim ni se molestó en exponer tan abrumadora con- tradicción de la política española. Pero sí hizo ver su buena fe en todo el asunto, de lo cual era prueba irrefutable su carta del 7 de agosto, en la que, animado por el teniente coronel José Riquelme, en relación al cese de los encuentros con agentes extranjeros que su padre mantenía, le prevenía y, sin sutilezas, le ordenaba:

Por consiguiente es necesario, dado que se trata de una orden que te hace llegar el general [Aizpuru], que te abstengas de apoyar ninguna otra iniciativa, ni en favor de Turquía ni la de cualquier otro Estado. Al contrario, debes oponerte, con todas tus energías y atraerte a todos nuestros amigos para que hagan igual, consagrándote, obstinadamente y sin [mostrar] debilidad, a la única causa legítima, que es la de España misma.

El anterior extracto de esa carta (publicada en 1981 por Ayache, el primero en divulgarla) prueba la resistencia de esa españolidad en Abd el-Krim hij o, a tal grado que hasta parece congénita, pues daba órdenes a su padre con una aspereza que ni Aizpuru usaría. Una sema- na más tarde, convocado a la Comandancia de Melilla y puesto ante un capitán del cual te- nía pésima opinión —por sus negocios turbios con rifeños no menos tortuosos—, decidió que ya bastaba de exigir sacrifi cios a su familia y enfrentarlo a su propio padre. Para asombro del capitán Sist y el estupor admirativo del general Aizpuru, conscientes ambos de que «el declarante» se condenaba a sí mismo y a los suyos, oyó aquel y leyó este lo que Abd el-Krim hij o, al borde de verse suspendido de todas sus funciones, les exponía en relación al futuro de España en el Rif y de este con la potencia protectoral. Eran doce cláusu- las. Las de mayor importancia (encabezadas por el preceptivo pronombre relativo, que Sist antepuso a cada una de ellas), fueron las ocho siguientes:

Que detesta a los franceses y buscará cuantos medios pueda para combatirles (1ª). Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Que desea la grandeza del pueblo musulmán y la independencia del Rif no ocupado (2ª). Que los Jóvenes Turcos intentan sublevar al mundo musulmán contra los aliados (3ª). Que su padre y él mismo han abrazado, con entusiasmo, ese ideal y, a tal fi n, nada ni nadie podrá disuadirles de sus propósitos (6ª). Que su primera tarea será constituir un Gobierno, el cual tratará con España (7ª). Que alistarán harcas que marcharán a combatir a los franceses, sin que esta acción deba entenderse como amenaza contra España. Otra gran harca guardará la línea 394 del Kert (9ª). Que la ocupación [los previstos desembarcos en Alhucemas] supondría la muerte para su cabila de Beni Urriaguel, que así lo considera él mismo y se alzaría contra aquella (11ª). Que España debe contentarse con el terreno ya ocupado y renunciar al resto (12ª).

Este auto de fe, por el que el primogénito de Sidi Abdelkrim prendía fuego a su futuro a la vez que demostraba su valentía, podemos defi nirlo como «Proyecto de Límites y Paces», algo que los españoles de entonces (salvo Riquelme) consideraron «intolerable amenaza». Abd el-Krim fue conducido al fuerte de Cabrerizas Altas, bloque amacizado de torres y murallas con aspilleras y troneras, mazacote descatalogado de la arquitectura militar del siglo XIX, no ya del Veinte. No servía para nada, excepto para prisión. Y mucho se desesperó en ella el mejor periodista rifeño y el más español de los rifeños pensionados por España. Cansado el preso de que las peticiones de su excarcelación, tramitadas por amigos españo- les, fuesen todas desatendidas, hizo saber su intención de fugarse a un conocido suyo. Este habló con otro, el cual encontró al rescatador idóneo y su método, casi mortal. Hossain Bun- seri se llamaba el primero; el segundo, cuerda enlazada a otra. Pasaron la inspección de guardia en una cesta de alimentos frescos, en cuyo fondo iba esa peligrosa cuerda como áspid enroscado. La huida quedó acordada para la noche del 23 de diciembre de 1915. Un grupo de fi eles le esperaría. Harían una parte del camino a pie y luego todos a caballo. Ca- balgarían hasta el alba, en pos del Rif. La libertad. Mohammed, delgado entonces, salió sin difi cultad por aquella ventana-tronera. Si- lencio tranquilizador. Abajo, inquietante tenebritud. Arriba, un cielo sin luna, cómplice per- fecto. Amarró la cuerda a lugar seguro, la ató a su cintura y empezó a deslizarse. La prime- ra mitad del recorrido por el muro fue bien. De improviso, la cuerda se atascó. Tiró con fuerza y bajó un poco. La cuerda se tensó. Era corta. Dudó entre saltar al vacío o ascender. Y en ese instante, la cuerda se rompió. Cayó desde unos seis metros de altura y sobre los tetones de hormigón en el foso, guardianes cementados que a poco lo matan. Dolor inten- sísimo y desvanecimiento. Quienes lo aguardaban oyeron el golpazo y acudieron. Moham- med tenía una fractura abierta en su pierna izquierda. Imposible llevárselo en tal estado y menos a caballo. Mejor dejarlo allí y que lo cuidasen los españoles. No lo iban a fusilar por intentar escaparse. Había sido juez de jueces. Superadas estas dudas, lo depositaron junto al portón de entrada y, apenados todos, partieron sin hacer ruido. El preso volvió a ser apresado. Los médicos lo atendieron con respeto, pero quien diera las órdenes clínicas no tenía criterio. La fractura fue mal reducida y su enyesado agravó esos efectos. Quedó cojo de por vida. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Esa cojera desestabilizará su cadera derecha (para compensar la inestabilidad y el dolor de su pierna izquierda). Sufrirá discapacidad, a ratos severa, que le impedirá andar con regularidad. Le quedaba su cabeza. Con ella le bastaría. Transcurrieron siete meses. Y a pri- meros de agosto de 1916, el general Aizpuru pudo comunicar a Sidi Abdelkrim, con sincera alegría, que su hij o se hallaba en libertad. La noticia de la liberación de «Sidi Mohand» (Mon- señor), como se conocía a Mohammed Abd el-Krim, conmovió a su familia, pero también a la mayor parte de su pueblo. Su cautividad y la lesión padecida al fugarse lo habían convertido en un héroe. En enero de 1917 fue repuesto en todos sus cargos. Menos en el de anónimo articulista. La fama era mala compañera para expresarse en un periódico melillense y en plena Gran Guerra. 395 Los Abd el-Krim, reunidos en Axdir, constituyen «la frente del Rif disidente»

A lo largo de 1919 los Jattabi subsistieron gracias al producto de sus cultivos y la venta de concesiones sobre «suelos con indicios fehacientes de mineral»; también como intermedia- rios en la compraventa de terrenos. Este modo de vida, entre el enfado de unos y la amenaza de otra guerra entre familias rivales, fortaleció su voluntad de rebeldía. La situación hizo de los cuatro Jattabi —Sidi Abdelkrim, sus hij os Mohammed y Mhamed, más Abd es-Selam, her- mano menor del cadí— «la frente del Rif disidente». Cortos en partidarios, no lo estaban en ideales: la soberanía nacional, defensa de los bienes comunes, preservación de sus costumbres, compromiso de luchar por su patria y fe. Les faltaban tres cosas: armas, dinero y una primera victoria. Con un solo triunfo levantarían un ejército. En 1920 se reactivó el afán por explotar las riquezas del subsuelo alhoceímico. Com- pañías asentadas en el área de Melilla, como la Sociedad Minas del Rif y el consorcio Setola- zar, cuyo sello empresarial venía defi nido por el acrónimo resultante de ensamblar las tres primeras letras de los apellidos de otros tantos empresarios vascos —Francisco Setuaín, Juan Olavarriaga y Félix Ortiz de Zárate—, formaron parte del empeño, que acabó en un problema nacional sin ser su totalidad. La otra parte se identifi caba con un personaje novelesco, siendo auténtico: el naviero e industrial vizcaíno Horacio Echevarrieta, exdiputado republicano, activo fi lántropo y empresario modélico (impulsor de «la semana laboral de cinco días» entre el per- sonal de sus astilleros), enriquecido por sus fl etes en la Gran Guerra. Antonio Got, excapitán del ejército, y Dris Ben Said, agentes ambos del industrial Echevarrieta, aportaron sus diversas maniobras. Un tercero, Francisco Caballero, representante del consorcio minero Setolazar, hizo lo propio con las suyas. Estos cruces de intereses —poseer nuevas tierras y explotaciones mineras en el Rif, con lo que obtendrían más dinero, poder e infl uencias— mermarían poco a poco hasta desaparecer. Del poder se habló mucho, aunque al fi nal quedó en nada. Las fabu- losas riquezas serían solo eso: cosa de fábula. Imaginaciones mineralógicas con soporte ca- lenturiento. El dinero llegó al Rif con la intención de multiplicarse por mil. No revertió en el pueblo rifeño, sino que pasó a manos de los contrabandistas de armas o a oportunistas jefes de tribu que, a su vez, las habían recibido de España «para su seguridad» y, al no necesitarlas, como buenos mercaderes, las revendieron. Negocios y excusas para armar una guerra. Arsenio Martínez de Campos y de la Viesca, nieto del célebre general, parlamentario independiente, conocido por la fi abilidad de sus fuentes de información, denunció ante el Congreso de los Diputados la cifra exacta, al receptor de la misma y los fi nes alcanzados: «Es curioso que la sublevación del Rif se iniciara, precisamente, por la cantidad de trescientas mil pesetas que, por [los derechos de] unas minas, dieron a Abd el-Krim [...] Los Beni Urriaguel han Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. comprado todas las existencias de fusiles y municiones de las cabilas que se iban sometien- do a España y a muy buen precio» (21 de octubre de 1921). Para cuando Martínez de Cam- pos dij o estas cosas en el Congreso, el general Silvestre cumplía tres meses como desapare- cido. Pero el ejército que él mandase, igualmente perdido, aparecía en porciones: un centenar de muertos en Nador, otros trescientos entre Nador y Zeluán, quinientos cadáveres momifi ca- dos en Zeluán, más los que se encontrasen en Arruit, donde cita había con el espanto. Y allí, el 24 de octubre, apareció el ejército muerto. Insepultos los más (unos dos mil quinientos), semienterrados los menos (unos trescientos). Los demás, alrededor. Se tardaría años en reu- nirlos. Esos doce mil o trece mil soldados de Silvestre fueron los hombres inconclusos. Todavía 396 hoy lo son. Un viejo amigo muerto cerca del Izzumar y un Estado nacido en una noche

Aquel sábado 22 de julio de 1921, Abd el-Krim y su cuñado Mohammed Azerkan —casado con Rahma, la segunda de sus hermanas— subieron por la cara norte del Izzumar, repleta de despojos militares y cuerpos exánimes. La derrota española, vista así, encima mismo de su realidad, resultaba agobiante, mas no incapacitante. Siguieron subiendo y, cerca ya de la cumbre, un cadáver les llamó la atención. Uniforme de coronel, cuerpo pequeño, pies sin bo- tas, rostro surcado por extenso y profundo tajo, ojos vidriosos, pelo hirsuto y canoso, manos fi nas y expresión doliente. Era Gabriel de Morales y Mendigutía, el jefe de la Policía Indígena. El líder rifeño quedó abstraído frente al caído. La muerte —la pérdida de sangre y de fl ujos intestinales— había comprimido su abdomen y enfl aquecido sus brazos y piernas. Parecía un cadete muerto por accidente y no un coronel de sesenta y un años, con seis trienios de campañas entre Cuba y Marruecos. Abd el-Krim ordenó que cuidasen el cuerpo del buen amigo perdido, porque decidido estaba a devolvérselo a sus familiares. Urgía sacarlo de allí cuanto antes. El sol de la tarde y el relente de la noche, más el saqueo de hombres y alimañas, peores aquellos que estas, lo despedazarían. Azerkan prometió encargarse de ello personal- mente. El cadáver del coronel Morales sería el único que, con independencia de su rango, el Rif de Abd el-Krim entregaría a la España del coronel Masaller, al mando de la artillería y ter- cer jefe de la Comandancia de Melilla, compañero del difunto. Mientras descendía por las revueltas de la cara sur del Izzumar, un enorme penachón de humo negro le servía de infalible orientación: Ben Tieb, el mayor almacén de provisiones, municiones y elementos de fortifi cación del Rif, ardía de punta a punta. Abd el-Krim compren- dió lo difícil de sobrevivir a una gran victoria. Allí, en medio del desastre español, todo parecía factible y a la vez imposible de encauzar. Se vio rodeado de bendiciones y dudas. Las prime- ras eran de sus guerreros; las demás solo suyas. Decidió seguir el curso de la derrota del enemigo, acosándole por los fl ancos, empu- jándole hacia la confusión, que intuyó sobrevendría entre el mar y el Gurugú. Al declinar la tarde le llegaron avisos de que el general Navarro estaba en Dar Drius. Ha- bía llegado con sus ayudantes, solo, sin tropas. Sus únicos refuerzos estaban allí los escuadrones del regimiento Alcántara y la solidez del campamento que ocupaban. En Drius tenían los espa- ñoles más cañones, tal vez doce, municiones y víveres. Y agua justo al lado, la débil corriente del Kert. Tendría que desviar su curso y sería obra sangrienta, bajo el alcance de la artillería empla- zada en Drius. Si España movilizaba sus reservas y Navarro concentraba en Drius sus dispersas fuerzas, algunas de ellas intactas, como la columna de García Esteban, acantonada en Zoco el Telatza de Bu Bekker, la guarnición de Chaif, que mandaba el teniente coronel Romero Orrego y Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. la columna Araujo en Dar Quebdani y de la que nada sabía, excepto de que no se movía, tendría que enfrentarse a una masa enemiga de unos siete u ocho mil hombres con treinta o más caño- nes. Todo dependería de si los españoles se concentraban en Drius o se retiraban a Nador. Allí estarían cerca de Melilla con el mar cubriendo su fl anco derecho, cara a la plaza. Si era lo primero, tendrían dura lucha y durante semanas. Daría tiempo a la llegada de más tropas a Melilla y entonces las harcas tendrían que replegarse. Le llegaban avisos de que todo Kelaia (Oriente del Rif) era un hervidero de deserciones, destrucciones y desbandadas. Los españoles andaban de aquí para allá, pero sin cabeza. Al anochecer, Abd el-Krim, cansado y dolorido, volvió a Annual. Desde lejos vio las fo- gatas para cocinar. Los guerreros del Rif comían, reían y se abrazaban. Bien estaba. Dispa- 397 ros, en rápida sucesión. Un festival de tiros al aire. De repente, imprecaciones. Disputas por el botín (testimonios del teniente médico Antonio Vázquez Bernabéu). Eso tenía que acabar. Sus órdenes se cumplieron al instante. Solicitaron su perdón mientras (unos pocos) le besaban la mano o los bordes de su chilaba (los más). Cenó sin ganas y salió a ver las estrellas. Espectá- culo grandioso. Orbitalidad absoluta. Cuadro gigante de la geometría astral y expansiva. Máxima proximidad a los confi nes estelares. Y una serenidad superior a la perceptible desde la playa de Suani. Bajo ese universo de destellos parpadeantes, que convertía en inmovilidad el tránsito no ya de la Tierra por el cosmos, sino la historia del mundo, caviló sobre las priori- dades a seguir. Por lo que Abd el-Krim decidió en los siguientes días, fueron estas: enviar mensajeros que anunciaran la victoria del Rif con escritos a las legaciones diplomáticas en Tánger y, de forma reservada, a los líderes turcos. Clasifi car, ordenar y reparar el material de guerra toma- do al enemigo, distribuyéndolo entre las harcas según la valía de sus jefes. Constituir par- ques de artillería, fusiles y municiones como reserva del Rif en armas. Ayudar a las viudas y huérfanos, auxiliar a los enfermos y mutilados, establecer tiendas-hospital detrás del frente para socorrer a los heridos graves y evacuarlos cuanto antes. Empezar la inmediata instala- ción de líneas telefónicas en sustitución de los heliógrafos, armatostes que eran un atraso y foco de confusiones; instaurar mahkamas (tribunales), que servirían como cuarteles genera- les y comisarías; elegir los lugares adecuados para concentrar a los prisioneros, porque eran muchos (quinientos ochenta y siete) y debían ser cuidados y vigilados, pues valían mucho dinero y de su rescate se benefi ciaría el Rif. Implantar la escolarización obligatoria entre los seis y los catorce años; alentar la al- fabetización en los jefes de las harcas y sus mandos subalternos. Y propiciar que las madres con hij os y maridos convalecientes pudieran dejar sus niños al cuidado de otros familiares, para socorrer ellas a sus esposos o padres impedidos de moverse. Le avisaban. Un correo llegado desde Axdir. De su tío, Abd es-Selam. Le comunicaba que había recibido una carta, fi rmada por el coronel Civantos, jefe de la Roca del Nekkur, dirigido a él como «Mohammed Abd el-Krim», donde le decía que tenía órdenes de la Comandancia de Melilla para que acudiera a ellos, los Jattabi, «rogándoles hicieran gestiones para recuperar los cadáveres del general Silvestre y del coronel Morales». Lo segundo hecho estaba; de lo primero solo indicios tenía. Tiempo había para eso. A la luz de uno de los quinqués de petróleo supervivientes escribió unas líneas para Abd es-Selam. Introdujo su escrito en una desgastada billetera y se la entregó al rakkas. El mensajero, hombre fuerte y alto, prometió cumplir y, tras inclinar su cabeza con respeto, se fue. Con paso rápido, cuerpo erguido y sin probar bocado. Al alba estaba en Axdir. Madrugada en Annual. Silencio aplastante, universal en su magnitud. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Todos los ruidos de una guerra absorbidos por el estruendo de aquella derrota. Sus harqueños descansaban donde unas horas antes se incorporaban los españoles de Silvestre, en su mayo- ría desaparecidos en el vientre del Izzumar. Azerkan le había enseñado un cadáver que asegu- raba era el de Silvestre. Podía ser, pero estaba desfi gurado. Y ninguno de los dos desmontó para comprobarlo. Silvestre yacía muerto en cada una de esas tiendas, en todos y cada uno de esos cadáveres. Se sentía incómodo entre tanta destrucción y muerte. Le costó encontrar un sitio, pero sin conciliar el sueño. Poco a poco, el Izzumar empezó a coger altura, recortán- dose su masa sobre un azul de mar profundo, que a lo más alto del cielo llegaba. Por la cintura del monte, una franja púrpura crecía y crecía. Alboreaba. Tenía treinta 398 y nueve años y había derrotado a la España de Alfonso XIII, cuatro años más joven que él. Debía medir cada paso político o militar que diera para no convertir este triunfo, que era el de todo el Rif, en una tragedia para su pueblo.

Edifi car un Estado sin dejar de hacer la guerra ni de pensar en el pueblo

Fiel a su plan, conformar una unidad estatal a partir de la unidad familiar de partida —los Jattabi y sus ramas colaterales—, Abd el-Krim pudo constituir su Gobierno a los pocos días de la muerte de Silvestre. En la práctica, ese Gobierno del Rif funcionaba desde el mismo día en que se produjo la caótica retirada española a través del desfi ladero del Izzumar. Al frente de ese Gobierno estaba Abd es-Selam el-Jattabi, nacido en 1884 y tío paterno de Abd el-Krim. De niños habían jugado en la casa paterna, la de Sidi Abdelkrim, en Axdir. Y de jóvenes mar- charon juntos a estudiar en el Fez de 1902-1904 para formarse en la Universidad Al-Qarawi- yyin. Tío y sobrino «eran como hermanos», frase que, en su caso, suponía una convivencia en fi rme y un prolongado afecto. En enero de 1922, tras la pérdida de la línea del Kert —recon- quistas españolas de Dar Drius, Kandussi y Dar Quebdani—, replegados los rifeños a la línea defensiva silueteada por el macizo de Tizzi Assa y el de Peña Tahuarda, el recorrido del frente oriental se estabilizó entre su extremo norte, Afrau, y el sur, Issen Lassen. Contenidos los espa- ñoles, malheridos por sus ataques sobre Tizzi Assa y sus defensas en Tahuarda, la necesidad de más amplias levas rifeñas era exigencia diaria en este tipo de guerra. Hacían falta más hombres y menos zancadillas, provenientes de los chiuj (jefes) de mayor edad, radicales en su sentido coránico de la vida. Se oponían a todo: a la escolarización, a las medidas de higie- ne, al control de la acumulación de alimentos, a los cambios de emplazamiento de los zocos para desorientar a los pilotos españoles y soslayar los bombardeos aéreos. En esta situación, Abd el-Krim, tras debatirlo con los miembros de su Gobierno provisional, consideró llegada la hora de enaltecer el rango, que no la función, de su propia jefatura. Y el 1 de febrero de 1922 el Estado Rifeño (ad-Dawlat ar-Rîfi ya), manteniéndose como tal, pasó a presidirlo su amir (príncipe), el mismo Abd el-Krim. Al confi gurarse la estructura del Gobierno de una forma defi nitiva, no tan dependien- te de las primeras alteraciones bélicas, asegurado el Yebel Seddun como vigía artillado del propio gabinete rifeño, Abd es-Selam pasó a ser «ministro» de Finanzas, aunque retenía la condición de «vicepresidente» del Gobierno para las ausencias de quien era el jefe del Esta- do, Abd el-Krim. El segundo cargo en importancia era el de «ministro» de Asuntos Exteriores, que asumió Mohammed Azerkan, casado con Rahma, una de las hermanas de Abd el-Krim. Otro cuñado de Abd el-Krim, Mohammed Buyibar, casado con Taimunt, asimismo hermana del líder, reforzaba ese «ministerio» de Asuntos Exteriores al actuar como «ministro habilita- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. do» del mismo para cuando se cruzasen los viajes de Azerkan con los desplazamientos de los hermanos Abd el-Krim por los frentes en guerra, que fueron dos a partir de noviembre de 1921, al efectuar Mhamed una osada incursión en Gomara, de donde pasó a Yebala para enlazar con las fuerzas raisunistas, enlace que consiguió, pero sin que se derivase una coo- peración militar y política entre los Abd el-Krim y El Raisuni. Esa incursión se repitió en 1923, sin penetrar en Yebala, y culminará con la gran inva- sión rifeña de 1924. El tercer cargo en relevancia era el de secretario de Abd el-Krim, puesto que ocupó Mohammed el-Hayy. Un cuarto puesto, no tan simbólico como parecía, era el de «ministro» de Marina, que recayó en Rais Messaud Sibara, el jefe de los Bocoya que propu- siera a Silvestre, en febrero de 1921, un audaz golpe de mano para desembarcar una brigada 399 de asalto —dos mil españoles con artillería de montaña—, en las playas (Cala del Quemado y Los Frailes) de su cabila, que fl anquean y dominan a la de Suani, glacis defensivo de los Beni Urriaguel. Sibara mandaba la fl otilla de gasolineras (lanchas rápidas) y cárabos (pes- queros a vela) que burlaban el bloqueo naval español. Sibara tendrá un dramático fi nal: muerto a tiros por un sicario de Azerkan o «fusilado por orden de Abd el-Krim» (tesis de Sán- chez Pérez). Ambas opciones, truculentas, hay que entenderlas con muchas reservas. El poder ejecutivo del Rif Libre era bífi do aunque fraterno: a Mhamed Abd el-Krim se le ascendía a la categoría de jalifa (lugarteniente del sultán). En consecuencia, su hermano mayor, aunque fuera solo emir, en la simbología ejecutiva del concepto actuaba como sultán. Y el apelativo de Sidna («Nuestro Señor»), con el que se le conocía, acentuaba tal elevación estatalista y califal. Lo que importaba en esta estructura era ese familiarismo gubernativo evidente, en síntesis, nepotismo total. Todo se propone y queda en familia. El resultado era un Gobierno sin fi suras, opaco y denso como puerta acorazada. No se percibirán confl ictos internos (habiéndolos) y mucho menos secesiones transmi- tidas a los cuatro mundos (vértices) exteriores que importaban al Gobierno rifeño: el mundo turco, el británico, el francés y el alemán. Sin variación signifi cativa alguna, seguiría así hasta 1926. El posterior cambio de «emirato» a república, acción decidida por Abd el-Krim un año y cuatro meses después, sancionada con la preceptiva proclamación (1 de julio de 1923), le serviría para utilizar tres tarjetas de visita: una como presidente de la República del Rif (Ra’is ad-Yumhûrya ar-rîfi ya); otra como emir del Rif (amir ar-rîfi ya) y una más como pre- sidente del Estado Rifeño (Ra’is ad-Dawlat ar-rîfi ya). La regla a seguir venía a ser la siguiente: para la correspondencia con autoridades y organismos internacionales, la primera; para las órdenes a jefes de cabila o de fracción, la segunda; para contener o anular la arrogancia de aquellos normarroquíes adictos a la grandilocuencia, la tercera.

Tres puntos que valían por la pacifi cación del Rif y la liberación de los cautivos

Abd el-Krim dormía poco, unas cinco horas al día todo lo más. Y eso se nota tanto en su ingen- te capacidad de trabajo como en su sentido rifeño: subsistir en continua alerta. Si su herma- no Mhamed ejecutó, en 1925, sendos golpes magistrales contra españoles y franceses —a los primeros en Kudia Tahar, escudo humano de Tetuán; a los segundos en el Uarga, limes norteño del Marruecos de Lyautey—, el presidente del Rif (Ra’is ar-rif) probaría no solo a su pueblo, sino a un mundo superior en titulación formal, como era la Sociedad de Naciones, la categoría de su visión geopolítica y jurídica de los asuntos. A esa Sociedad de Naciones (SDN), un día de septiembre de 1922 le llegó un documento articulado en doce puntos y pro- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. cedente del Rif, pero estampillado en Londres. Nadie conocía a sus fi rmantes desde un Rif sin agua otra vez (la sequía había vuelto) y llegado a la capital del Támesis, que llevaba más agua que todos los ríos juntos del norte de Marruecos. En sus doce puntos, que recuerdan al «Proyecto de Límites y Paces» que Abd el-Krim expusiera en la Melilla de 1915, los dos prime- ros y el último mencionaban el concepto «España» tres veces y «el Rif» una sola vez. Que ya no aparecía en ninguno de los restantes nueve puntos. Los enunciados de esos tres puntos eran los siguientes:

1. Deseamos establecer un acuerdo de paz con España. 400 2. Estamos dispuestos a aceptar una delimitación de fronteras entre el Rif y España. 12. Solicitamos que, por mediación de la Sociedad de Naciones, se pida a España que permita a nuestros representantes [el] libre acceso a su país por la vía marítima.

Era una fi rme demostración de voluntades negociadoras. Ese «deseamos establecer un acuerdo de paz» lo decía todo y con una expresividad ciertamente anhelante. La Línea del Kert, sin ser mencionada, reaparecía. Pero su ausencia no signifi caba que ese trazado fuese una línea cerrada. En cuanto a la petición de accesos marítimos era inocua con los tratados internacionales en la mano. A la España de Sánchez Guerra se le abrían posibilidades tan insólitas como factibles para llevar a buen fi n la verdadera pacifi cación. Ese documento (que Rosa de Madariaga exhumó en los archivos de la SDN) correspondía al Estado del Rif. El texto había sido redactado, sin duda, por Abd el-Krim, el único de los rifeños, junto con su hermano Mhamed, capaz de expresarse con solemnidad y sencillez. Su redacción podría situarse en junio de 1922. Con ese documento bajo el brazo, Mohammed Buyibar y John Arnall se fueron a Londres. Y allí Arnall, que fue el único inglés decente de los que pasaron por el Rif, le puso fecha del 6 de septiembre de 1922 y lo hizo llegar al Consejo General de la Sociedad de Naciones, en Ginebra. En el texto se exponía no un proyecto de concordia, sino una Exposi- ción de Libertades. Veámoslo: elecciones democráticas a «nuestro Parlamento, elegido cada tres años»; garantizar «la inviolabilidad de los nacionales extranjeros»; apertura de «nuestro país al comercio de todas las naciones»; la afi rmación de que ese Parlamento rifeño «gobier- na nuestro país en conformidad total con los objetivos de la Sociedad de Naciones». Todo ello suponía un contrato público, rubricado ante el bufete de la más selecta notaría internacional del mundo civilizado. Y con tales alcances éticos y políticos, que hubieran hecho imposible el vulnerarlo, al justifi carse entonces una inmediata intervención militar. En esa declaración de principios se hallaba no solo la Línea del Kert, sino también algo mucho más trascendente: la devolución de los prisioneros capturados en el desastre de Annual y sus terribles anexos en Dar Quebdani, Nador, Zeluán y Monte Arruit. La apuesta del Rif Libre era tan arriesgada que, por fuerza, había que creerla. Al atrevimiento rifeño correspondía la mano tendida de Alfonso XIII, que enyesada pareció en su insufrible inmovilidad. De haber sido al contrario, el abrazo de los Jattabi estaba garantizado. Y es lícito suponer que los cautivos hubiesen podido regre- sar incluso sin pagar un duro. Porque al Rif de los Abd el-Krim podía indemnizársele con la llegada de médicos, profesores y técnicos, junto con importantes inversiones españolas y de sus socios europeos. A la voluntad del Gobierno español quedaría el aportar una cantidad importante por los daños humanos causados a las gentes del Rif no combatientes (ancianos, mujeres y ni- ños), que ya sufrían entonces insistentes ataques aéreos. Y eso que se estaba aún (en el fi nal Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. del verano de 1922) a distancias desconocidas de los sufrimientos que se impondrían a esa población civil del Rif en cuanto empezaran los bombardeos con cargas de cloropicrina e yperita, más las bombas cargadas con fósforo, que la aviación francesa utilizará (en 1925) para incendiar las mieses antes de que pudieran ser recogidas. Una decisión así de Alfonso XIII, tomada de común acuerdo con Sánchez Guerra y presentada ante el Congreso y el Se- nado, habría legitimado, de por vida, al rey Alfonso. En simultaneidad de consecuencias po- sitivas: fi nal instantáneo de la zozobra familiar y social española con respecto a Marruecos y sus crónicos espantos bélicos; derivación de las barbaries entrecruzadas de españoles y rife- ños; reforzamiento del crédito mundial de España; engrandecimiento diplomático y moral de la fi gura de Alfonso XIII, que hubiese superado, y con mucho, su humanitarismo en la Guerra 401 del Catorce. A la par, habría implantado una vigorosa transfusión de legitimidades hacia el mejor constitucionalismo alfonsino, el maurismo. Como punto fi nal, ese golpismo obsesivo en algunas mentes militares hubiese merma- do hasta encapsularse (anularse) en la misma proporción en que se incrementaba, en todo el país, la confi anza hacia las instituciones y el orgullo al contrastar que la defensa de la justi- cia y la libertad eran hechos comprobables con frecuencia. Un medida así no hubiese hecho «popular» a Alfonso XIII en algunos círculos militares, pero el ejército que él siempre debió movilizar, el sistema bicameral, le hubiera convertido en imbatible fuerza política de un solo hombre, inatacable por cualquiera, fuese capitán general o líder social-comunista del prole- tariado. La naturalidad en el ejercicio del poder y la ejemplaridad anexa al mismo, que es lo que se espera de todo gobernante, sea rey o presidente de la República, es lo que hubiera desactivado el polvorín de las ideas y las recurrentes secesiones en España. El siguiente paso, insertar a Cataluña en España (tesis de Cambó) o el paso alternativo —España, una nación más catalana (el ideario de Prim en sus actos, no tanto en sus escritos)— habría sido su idó- nea conclusión. Todo ello exigía la denuncia, por España, de los Acuerdos de Protectorado, pero con un interés legítimo e irrefutable, por cuanto en esa concordia hispano-rifeña se desactivaban mareas comunistas, kemalistas, fascistas y nacional-socialistas incipientes. No hubo cabeza valiente ni cuerpo bravo en aquella España que gobernaba Sánchez Guerra mientras reinaba Alfonso XIII. Nada hizo don José, menos se inmutó don Alfonso, que en eso de las inmutabilidades institucionales era todo un barítono y aún le faltaba dar el do de pe- cho. Pérdida grande fue para España. Se estaba entonces a un año y cinco días justos del golpe de Miguel Primo de Rivera desde la Capitanía General de Barcelona.

Salvar al Rif apartándose de Marruecos o liberar Marruecos a costa del Rif

El 13 de diciembre de 1924 terminaba en Tetuán otra catastrófi ca retirada española. La se- gunda por su cronología, la mayor por su contabilidad en muertos, desaparecidos y prisione- ros. De los primeros, bastantes miles (que no precisamos ahora hasta no tener las cuentas bien hechas), pero, como orientación ponderada, esta: más de veinte mil y menos de treinta mil. Dos veces el sufrimiento español acumulado en los días de Annual y Arruit. La sensatez mínima que debe guiar todas las actividades humanas, sean militares, económicas, jurídicas o políticas, aconsejaba una pausa, concedida no al enemigo, sino a uno mismo. En el caso de los Abd el-Krim, ellos como una sola fuerza y el Gobierno que copre- sidían; el pueblo, el ejército y las tribus del Rif como segunda fuerza; el Rif y con él todos los pueblos del septentrión marroquí, la tercera. Las tres necesitaban tiempo para recuperarse y Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. adoptar un plan. Pausa medida en tres meses, sufi cientes para recoger todo el material de guerra español desperdigado entre el Garb, Gomara y Yebala, también para curar a los he- ridos y ayudar a las familias que hubiesen sufrido la pérdida de los suyos o la invalidez de estos, problema asistencial bastante más grave. Por último, estudiar dónde atacar para po- ner fi n a la guerra y centrar todas las energías en alcanzar esa paz, que aseguraría la inde- pendencia del Rif y llevaría a su reconocimiento internacional. Al oeste aparecía un frente deslavazado, sostenido por tropas castigadas en lo físico y lo anímico, faltas de material y, en su asimétrico centro, Tetuán, capital de Yebala y del Protec- torado. Allí es donde había que atacar. Con los máximos efectivos disponibles. Un ataque ma- 402 sivo y antes de que llegasen los largos días de la primavera. Ese era el plan de campaña que estaba a la vista; que lo veían no solo los hermanos Abd el-Krim, sino cualquiera de sus harque- ños y todo observador imparcial, fuese francés en Fez o inglés en Gibraltar. Era también la ansiedad diaria en Madrid. Si caía Tetuán, caía la dictadura, pero con ella abajo iba la monar- quía. Sendos derrumbes conducentes a un caos inenarrable. Y, sin embargo, Tetuán no fue atacada, ni siquiera amenazada. Cuando faltaban soldados y armas, médicos y equipos qui- rúrgicosanitarios y ambulancias, ametralladoras y morteros (artillería a la que poco caso se había hecho; hacían falta ciento cincuenta aviones como poco y se necesitaba reponer la mayor parte de la artillería de campaña), justo entonces, con esas carencias, de las cuales estaban bien informados los rifeños, renunciaban al objetivo y atacaban a Francia. Sorpresa en la agredida, también en quien esperaba ser embestida y derribada: la España de Primo de Rivera, Sanjurjo y Mola. El Rif no se garantizaba su independencia, ni su paz, ni su recuperación social, ni su estabilidad intertribal ni su futuro bienestar yendo contra Francia; al contrario, así perdía esos cinco elementos capitales. Entonces, ¿cuál era el móvil o, mejor aún, quién se benefi ciaba de ese dramático giro que abría las puertas a una guerra aún más cruenta que la ya superada? El único benefi ciado de aquella triunfante ofensiva iniciada el 15 de abril de 1925 y que concluiría, un año y un mes después (27 de mayo de 1926), con la rendición de los hermanos Abd el-Krim y sus familias en Tizimuren, cerca de Targuist, en territorio protectoral español, pero ante las fuerzas francesas del general Ibos, fue Marruecos. El impetuoso ataque rifeño contra las defensas del Uarga salvó a España, condenada, comulgada y en capilla, dispuesta a ser ejecutada en el paredón de la lógica. La medida de gracia le llegó por decisión de Mohammed Abd el-Krim, pues solo él podía impo- nerse a la sensatez y osadía táctica de su hermano menor, Mhamed. Y cuando todo lo tenía aquel Rif de 1925 para acabar con esa guerra que a diario lo mataba, se embarcó en una guerra de enorme envergadura, con la que unió en su contra a dos poderosos enemigos, de por sí enfrentados durante siglos. Fuerza arrolladora la resultante de esa conjunción, que acabó destruyéndolo, impidiéndole consolidar su soberanía y abordar la reforma, pausada, de la sociedad de guerreros que lo caracteriza y aún es su epopéyico referente. Abd el-Krim, al imponer tan radical reorientación de todos los esfuerzos bélicos y so- ciales a su patria, forzó su ocupación por los ejércitos extranjeros, causó el hundimiento de su sistema político y a ello sumó el sometimiento de su pueblo al único engrandecido, el Marrue- cos alauí. Diez años después (1936) los rifeños se alistaban, en masa, para luchar y morir por la España de Franco. Los supervivientes de las campañas de 1921-1926 acabarían reventa- dos o mutilados en los frentes de Andalucía, Asturias, Extremadura, la Mancha, Aragón, Cata- luña y Levante; en Madrid, Brunete, Teruel, el Jarama y el Ebro. De estas matanzas, un único benefi ciado surgió: el Marruecos fassi; el Marruecos que nunca quiso al Rif porque le temía, Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. a excepción de Muley Hasan, noveno de los alauíes. Un Marruecos asustado ante la virilidad y empuje incontenible de los hombres del Rif. Que podían con Francia como antes hicieron con España. Y es fama que Muley Yussef, padre de Mohammed V, cuando el mariscal Pétain llegó a Rabat para poner orden en el desastre que otro mariscal, Lyautey, no pudo impedir, le planteó injuriosa súplica como esta: «Libérenos, señor mariscal, de esa gentuza». Esa gentu- za, en su resistir y morir, transmitió a Marruecos la libertad que le pertenecía, ganada con sus muertos, viudas y huérfanos, quedándose solo con la historia de lo ocurrido, con su honradez, su entereza. Poco es. El Rif Libre aceptó morir por decisión de su creador. Hay grandeza en tal decisión, pero también un componente mesiánico sobrecogedor. 403 Que mueran mis ideas a costa de mí mismo, sea; pero que fallezcan las ideas de tantos y estos perezcan a su vez por voluntad mía, sin que se perciba justifi cación alguna de tal in- molación colectiva, eso es castigar por enajenación mental o desmedido despecho. Los argu- mentos que Mohammed utilizó para convencer a Mhamed los desconocemos. Los hechos de- cididos por el líder del Rif, sí. Y son la única base argumentativa de aquel sacrifi cio, único en la historia militar y política contemporánea. La pregunta es: ¿la fi delidad a un linaje o a la propia familia pueden prevalecer sobre la sociedad y la patria, sometiéndolas al arbitrismo del cabeza de familia por el hecho de que, en un caso, su primogenitura alce su veto contra toda razón y, en el otro, sea todo el linaje quien secunde sus actos? La historia está repleta de casos en los que unos hermanos se disputan no tanto el poder como el predominio de la inteligencia, el cálculo y la sabiduría sobre el egoísmo, la soberbia y hasta el crimen inducido por otros.

Exilios interminables y súplicas de clemencia a una Francia que no contesta

El 28 de agosto de 1926 los Jattabi abordaron la ruta de su exilio: de Casablanca a Marsella y desde esta a la isla de la Reunión. Tardaron cuarenta y tres días (escalas incluidas) en lle- gar a su destino, Saint-Denis. Allí permanecerían durante veintiún años. En solo cincuenta y dos días habían vencido a la España de Alfonso XIII y libres se sintieron. Emplearon cuatro años más en llegar a la cima de sus afanes personales y patrióticos en el Rif, perdiéndolos al atacar a Francia en lugar de negociar con España o vencerla al izar la bandera del Rif sobre la alcazaba de Tetuán. En la plataforma índica donde subsistían, afrontaban la dureza del clima tropical, la monotonía de la alimentación, el distanciamiento con la población y un te- dio infi nito. Mohammed fue el más afectado: comía poco, le sentaba mal y le dolían el alma y la memoria. Su añoranza de Marruecos se tornó obsesiva. En 1932 redactó su primera sú- plica de clemencia, dirigida al jefe del Gobierno (¿Tardieu o Herriot?), para que le fuese concedida la residencia en el Marruecos francés. No dudaba en autodesafi arse él mismo: 24 «Que me pongan a prueba. Mi fi delidad y mi reconocimiento hacia la poderosa Francia serán inquebrantables». No hubo contestación. En 1934 lo intentó con Gaston Doumergue, expresi- dente de la República, pero entonces jefe del Gobierno, a quien, adulador y servil, le asegu- raba: «Su grande y glorioso país, así como su Majestad el Sultán [futuro Mohammed V], no tendrán nunca servidores más adictos que yo y los míos». Doumergue hizo lo mismo que sus antecesores en el cargo: no responder. En noviembre de 1938 escribía a Joseph Court, quien hacía solo un mes acababa de tomar posesión como gobernador, mostrándole su preocupación por sus hij os: «La isla [...] no ofrece ningún porvenir a esta juventud. Habrá que pensar en dar pronto una situación a los Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. chicos y en casar a las chicas». Para «los chicos» pretendía «hacer de ellos ofi ciales del Ejér- cito». Court se limitó a enviarle sus mejores deseos. En mayo de 1942 lo intentó con otro go- bernador, Pierre Émile Aubert, que nada podía hacer, máxime siendo el mariscal Pétain quien gobernaba Francia. Sin desanimarse, en 1943 escribió al nuevo gobernador, André Capago- rry, insistiéndole para que Francia «aceptase a sus hij os y a dos sobrinos como alumnos como cadetes del ejército francés». Incluso escribió al general De Gaulle solidarizándose con su combate por Francia. Pero Francia se limitó a guardar silencio. De improviso, cuando su abatimiento era ya preocupante, en febrero de 1947 se le anunciaba su liberación: el Gobier- no de Paul Ramadier le permitía residir en Francia, no lejos de Niza. Éxtasis colectivo en Cas- 404 tel-Fleuri, la mansión donde habitaban los Jattabi. El 30 de abril las familias Jattabi embar- caban en el Katoomba, rumbo a Madagascar, escala a la que siguieron las de Zanzíbar, Adén, Yibuti, Suez y Port Said. Un mes de viaje, durante el cual el nacionalismo magrebí y los servi- cios secretos de España y Francia hicieron méritos para adelantar sus jubilaciones respecti- vas. Se pensaba en hacer de él un contrapeso frente a quien todavía seguía siendo sultán: Sidi Mohammed ben Yussef (futuro Mohammed V). Y en Port Said, aquel 31 de mayo de 1947, las habilidades de una triada de audaces (El Fassi, Bennuna y Torres) le permitían desembar- car, con todos los suyos, para «despedirse de sus amigos». Y de inmediato acogerse al asilo que le brindaba el rey Faruq I de Egipto. El Katoomba zarpó hacia su último destino (Marse- lla), pero no iba vacío: en sus calas llevaba el féretro con los restos de Fet-tuch, su madre. Festejado por el mundo árabe y la comunidad panislámica, vivió años de creencias y decepciones. En enero de 1959 el Rif se sublevó ante los abusos y desprecios del Istiqlal. Francia envió su aviación y lo arrasó con bombas de napalm. Desembarcadas las tropas del príncipe Hassán, este se apartó de la pelea entablada (en Axdir) y los soldados de Ufkir la terminaron (en Izmuren) con lanzallamas. Los sacrifi cios del Rif en 1925, para hacer de Ma- rruecos una sola nación con un rey, reducidos a cenizas, llagas y viudedades. Se enteró de la muerte del rey Mohammed V (1961) y supo de la ascensión al trono de su heredero, Hasan II. De ambos monarcas había rechazado sus proposiciones para retornar a la patria. El Rif se- guía donde siempre estuvo. Era patria, bandera y horizonte. Lo que estaba en duda era si Marruecos era también su patria, habiendo sido su permanente compromiso moral. Falleció en El Cairo, el 6 de febrero de 1963. Y allí sigue enterrado.

J. P. D. 03.02.2014 25

Fuentes Bibliografía

Documentación exhumada del ediciones de ABC y La Vanguardia estudio de la crisis nacional tras los antiguo SHM (Servicio Histórico entre 1912-1915, 1923-1926 y sucesos de 1921, Historia secreta de Militar), que no preciso aquí porque 1947-1948. En cuanto a la Annual (Madrid, Temas de Hoy, la célebre «Sección África», que allí bibliografía, ordenada por la 1999); Rosa María de Madariaga estaba depositada, pasó hace poco antigüedad de sus publicaciones, es con España y el Rif. Crónica de una al AGMM (Archivo General Militar de la siguiente: el general Andrés historia casi olvidada (La Biblioteca Mohammed Abd el-Krim El Jattabi rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Madrid), tránsito en el que se Sánchez Pérez y su estudio de Melilla, 1999) y Abd el-Krim El modifi caron las signaturas de los biográfi co «Abdelkrim» (Revista de Jattabi. La lucha por la documentos, con lo que ni yo mismo Historia Militar, Madrid, 1973); independencia (Madrid, Alianza, podría localizarlos ahora con las Germain Ayache, autor de una obra 2009). Este último trabajo de referencias que conservo. A lo clásica, no superada, Les origines de Madariaga es, con diferencia, lo anterior añado mis apuntes al la guerre du Rif (Rabat, SMER, mejor que la autora ha escrito en respecto (años noventa) de las 1981); C. Richard Pennell con su relación al linaje de los Jattabi. campañas de 1922 a 1926, los excelente A country with a Sobresaliente esfuerzo el de esta cuales, insertados en un manuscrito, Government and a Flag. The Rif War reconocida arabista en los archivos tengo pendientes de publicar en in . 1921-1926 (Boulder, británicos, españoles, franceses, forma de libro. A lo anterior añado la Colorado, EE UU, Menas Press helvéticos y marroquíes. prensa de la época, en concreto, las Limited, 1986); mi aportación al 405

Agradecimientos

A cuatro personas, que valen todo lo hasta aquí ni completado la mitad Martín, mi esposa, entregada (desde que son y más: Montserrat Barbé de estas biografías; Mario López 1969) a mis continuos Capdevila, cuya paciencia con mis Feito, con quien comparto pasiones requerimientos, desde la búsqueda continuos retrasos es cosa ya historiográfi cas en lo militar, pero de documentos extraviados en legendaria, sin por eso perder ella su también por la historia de la nuestra casa-archivo, hasta sus agudeza analítica y actitud fotografía y la fi losofía, benéfi cos cuidados, con los que solidaria; Julián Martínez-Simancas, conversaciones (telefónicas) las recompongo mi columna lumbar y sin cuyo impulso constante y nuestras que tienen un valor que me permiten seguir adelante estímulo crítico no hubiese llegado reconstituyente; María Jesús de Cea entre estas travesías. Sidi Amezzián Guía de almas y pueblos, vencedor de guerras y maldades

A la familia Saddaui en memoria de Mohammed Ben Saddaui, kaid tabor (comandante) de los Bocoya en las campañas de 1925-26

Amezzián, Sidi Mohammed

Segangan, ca. 1865 - Alal-u-Kaddur, Rif Oriental, 1912

Líder rifeño. Destacó por su ética y humanitarismo.

Nacido al pie del Gurugú, vértice de exigencias para todo patriota rifeño al señalarle su obli- gación: expulsar a los rumi (cristianos) o cerrar el paso a todo poder extranjero, fuesen ejér- citos europeos o del sultán reinante en Fez. Amezzián se hizo hombre al resistir como pocos al medio natural de su patria y destacar de los demás frente a la debilidad connatural al ser humano, unas veces tirano y otras esclavo de otros. Su fe y fortaleza provenían de su familia, modestos jerifes, aureolados de santidad y tenacidad, como rectores de la zauía (cofradía religiosa) de Segangan, diminuta capital de los Beni Bu Ifrur. Esta gran tribu, dueña de las minas del Rif, origen económico-industrial de dos grandes guerras para hacerse con su pose- sión, confi aría a Amezzián la dignidad y seguridad de sus hombres, a los que llevó a la victo- ria o la muerte, apartándoles así de la esclavitud. Siendo ya persona muy acreditada, Amezzián fue testigo de la llegada al Rif de un nue- vo déspota. Aureolado por el fervor de sus partidarios, que le creían cuanto él les decía —«prín- cipe Muley Mohammed», el primogénito despojado del trono por su hermano menor, el enton- ces sultán Abdelaziz—, se había arrogado el título de El Roghi (Pretendiente). Este falsario, antiguo funcionario del Majzén en Fez, poseía innegables dotes como orador y sabía bastantes trucos de magia elemental. A la luz de hogueras campamentales, bajo las noches estrelladas de Kelaia (Rif Oriental), desplegó las redes de su brujería y palabra. Y en ese copo gigante cayó medio Rif y entró media España. Fascinó a muchos y embaucó a todos. De la alcazaba de Zeluán hizo su palacio; de la región a sus alcances, su «imperio»; pero de «sus derechos mineros», cobrados a industriales franceses (los hermanos Baille y Alfred Massenet) y españo- les (Fernández del Valle y Enrique MacPherson, luego los Comillas-Güell, más tarde los Figue- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Sidi Mohammed Amezzián rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. roa y García Alix), al venderles las mismas minas a los dos consorcios, logró su fortuna: cerca de un millón de pesetas. El objeto de tanta estupidez y codicia anexa eran los yacimientos de hierro y plomo, que exhibían tentaciones geológicas irresistibles: los primeros, en Uixán, apare- cían en grandes bancadas a cielo abierto, lo que propiciaba su fácil extracción. Los segundos se concentraban en un monte panzudo, repleto de plomo hasta sus bordes: Afra. Unos y otros eran hitos patrimoniales de los Beni Bu Ifrur, de los que Amezzián era su tutor. El Roghi y él se hicieron enemigos en cuanto Amezzián se negó a prestar acatamiento al farsante. Mientras El Roghi se hacía rico con las minas, Amezzián cuidaba de no pocos de los «súbditos» del falso príncipe, sobre todo en cuanto llegaban los meses del estío, tiempo de emigrar hasta Argelia para cosechar el cereal de los grandes hacendados franceses. En julio,

406 el Rif quedaba despoblado de manos fuertes y espaldas rectas. Todo hombre en edad de trabajar doce y hasta catorce horas diarias marchaba hacia Poniente. En grupos de cincuen- ta o sesenta individuos; también en agrupaciones de familias y clanes, que podían sumar más de doscientas personas, estos ejércitos del trigo se enfrentaban a un viaje de dos sema- nas a pie hasta sobrepasar la frontera argelina. Todo el Rif se ponía en movimiento: desde las tierras del arco alhocéimico, patria común de los beniurriagueles, bocoya y tensamaníes, hasta las riberas del Kert, ámbito patrimonial de los benisaidíes, benituziníes y taff ersíes, pistas y senderos volcaban sus fi guras humanas en una densa caravana de afanes y priori- dades que cruzaba el país de punta a punta en busca del pan del invierno. Asegurarse la comida cuando no lloviese ni hubiera guerra entre facciones. El objetivo común de estos caravaneros de hazaña anual por prescripción alimenticia obligatoria eran el vado de Saf-Saf o las colinas de Hassi Berkan. Con el primero introducían sus doloridos cuerpos en aguas fl uviales para ellos benditas. Con las segundas les era dado descubrir, desde sus cimas, la misma línea azul: el Muluya. Sin ser entonces (1903 a 1907) la divisoria colonial que más tarde sería (1912), ni era fácil llegar a verla ni tampoco dejarla atrás. Insolaciones con resultado de muerte, fracturas por caídas desde caballos o mulas, pozos contaminados por animales muertos o viajeros allí asesinados, chirriantes nubes de langosta, emboscadas de salteadores, brutales intimidaciones de los Beni Snassen, tribu do- minante sobre la orilla derecha del Muluya, para concluir con sorpresivos «Halte!» de corrup- tas patrullas francesas exigiéndoles el pago de abusivo peaje a quienes ya solo les quedaba la vida por entregar, constituían las murallas a vencer. Llegados esos trances, un hombre providencial los resolvía: Amezzián, jefe de los guiados por Dios, guardián de los pocos bienes comunes a salvo, barquero de los desamparados. Las virtudes de Amezzián, consagrado como bendecido zettat (guía entre diversos peli- gros) para su pueblo, a él mismo le salvaron en mayo de 1907, cuando el sultán Abdelaziz envió sus mehal-las para capturar a su falso hermano. Guerrillero nato, El Roghi agotó y desorientó a las fuerzas jalifi anas. Hambrientos y sin municiones, acosados por los jinetes roghistas, los soldados de Abdelaziz rogaron asilo (enero de 1908) al general Marina. Entre los asilados que entraron en aquella compasiva y segura Melilla, Amezzián. Por primera y única vez, ambos jefes se vieron en persona. Amezzián solicitaba a Marina su autorización para regresar a Se- gangan. El español estaba bien informado de las actividades del humilde jerife. Un adversario para El Roghi podía ser un serio enemigo para España, porque el Gobierno de Maura procu- raba el entendimiento con el falso príncipe (Marina nunca se engañó al respecto) y la inme- diata explotación de las minas de hierro y plomo. Marina vaciló en conceder esa «libertad de viaje» a quien era el líder de los Beni Bu Ifrur, territorio de minas y ascensos. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Sidi Mohammed Amezzián rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Empresariales unos, militares otros. Dudó Marina, pero nada en el aspecto de Amezzián hacía presuponer que llegase a caudillo del Rif. Dos años después ambos hombres combatían frente a frente. Por culpa de las minas. La insistencia del empresariado español y francés por hacerse con las minas de Uixán y Afra acabó con toda prudencia y todo cálculo que no fuese el económico y de inmediato. De resultas de ello, el general Marina se vio obligado a autorizar la salida de la plaza, día tras día, de las fuerzas de protección para ese otro «ejército» de obre- ros, capataces e ingenieros que pugnaban por completar la línea del ferrocarril que entraría en el corazón minero del Rif. Confi rmada la amenaza, se convocaron asambleas, en las que predo- minó la fi rme oposición al saqueo del patrimonio común y la violación del derecho de todos. La calma en curso desarmó la vigilancia española. Las cuadrillas de obreros se volvie- ron más audaces y la protección militar más confi ada. El 9 de julio seis obreros españoles 407 fueron muertos a tiros y uno más quedó malherido. Huida de obreros y capataces, carreras de soldados y ofi ciales para formar una primera línea de defensa, alarma en Melilla y to- que de generala. Marina cometió tres errores seguidos: salir de la plaza con el grueso de sus tropas; ordenar que se ocupasen posiciones sin lógica alguna (Sidi Musa, Ahmed el Hach); batir con su artillería los montes «enemigos», en los que pocos rifeños a la vista había. Al día siguiente cometió su mayor error: los cañoneros de la Escuadra bombardearon los aduares de la costa occidental hasta la desembocadura del Kert. Fue como prender fuego a trigo re- cién cortado. El Rif se incendió. Y sus hogueras cubrieron las cimas del Gurugú. El 27 de julio de 1909, cuando aquellos más de dos mil españoles, uniformados con su rayadillo de muerte asegurada (color blanco dominante, visible a tres kilómetros con buena vi- sibilidad), obedeciendo órdenes de su general (Guillermo Pintos), emprendieron la ascensión al Gurugú bajo un sol justiciero; quienes les dejaron avanzar hasta tenerlos a tiro sin perdón (tres- cientos metros) de las entradas al Barranco del Lobo instruidos habían sido por el cálculo fusi- lero de Amezzián. El torrente de sangre que sobrevino incendió al proletariado barcelonés, dejó mudo a un rey (Alfonso XIII) y derribó al Gobierno de Maura. Amezzián tomó aspecto de resu- rrecto Saladino al que todo el Magreb bendecía. Tras un asalto español con toma «provisional» del Gurugú (30 de septiembre), Amezzián y los suyos retuvieron el macizo hasta el 26 de no- viembre, día en el que Marina, con seis brigadas (diecisiete mil hombres), apoyadas por cua- renta y cuatro piezas de artillería, recuperó lo perdido. Las harcas, desalentadas, bajaron ma- nos y armas. Amezzián, seguido por un grupo de fi eles jinetes metalzas, cruzó el Kert para pedir amparo en el Rif Central. Se lo dieron nada más pedirlo, pero le rogaron que no reabriese la guerra. «Vendrán a por nuestras tierras, tenedlo por seguro», les previno. «Si así fuese, luchare- mos a tu lado», le respondieron. La paz parecía un hecho irreversible. Y lo era: los rifeños daban por perdidas sus minas, no sus derechos. Por su parte, los españoles habían comprobado la dureza bélica del Rif y las consecuencias de golpearse contra sus cortantes aristas. Fueron siete meses de creencias equivocadas: España hizo avanzar a sus topógrafos y soldados para levantar planos en las orillas del Kert. Intención manifi esta de perseverar en la conquista. Amezzián lo había predicho. El Rif prendió hogueras en sus montes y movilizó a las tribus próxi- mas al punto de invasión. El 24 de agosto de 1911, la Comisión Geográfi ca fue tiroteada. Dos soldados muertos y un subofi cial herido. Al ir a más la intensidad del fuego rifeño, las tropas de escolta se replegaron. El herido y el soldado que le socorría quedaron atrás. Fueron rematados sin piedad. Los cuatro cadáveres se recuperaron. Todos decapitados. Canalejas, infl uido por la personalidad agresiva de su ministro de la Guerra, ignoró la mediación del sultán Muley Hafi d. Luque tomó el mando del confl icto desde Madrid. Y el 7 de septiembre ordenaba a Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Sidi Mohammed Amezzián rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. García Aldave, comandante general de Melilla: «Racione las tropas para tres días, cruce el Kert y deje memoria de nuestro escarmiento en el Rif». Fue obedecido: se mató al ganado que no pudo recogerse, almiares y graneros fueron vaciados, el ajuar de las viviendas de aquellos jefes tribales que habían huido fue saqueado y sus casas voladas con dinamita. La guerra del Kert pasó a ser eco reverberado de monte en monte, de aduar en aduar, de tribu en tribu, de asamblea en asamblea. La moral del Gobierno Canalejas se resintió al compás de la ansie- dad social y el aumento de gastos y tropas: cuarenta mil hombres apiñados en Melilla y ex- tramuros. Hubo fl aquezas en la tropa, subsanadas con «el miedo al moro»: mejor resistir has- ta la muerte que caer prisionero del brutal rifeño, cortador de cabezas y partes pudendas del cuerpo. Amezzián fue considerado «diablo exterminador», merecedor de variadas muertes. 408 Tendrían que darse los feroces combates de Izarrora (27 de diciembre de 1911), para que el clímax llegase a su máximo nivel: ocho soldados (uno de ellos herido en un brazo) y un canti- nero español quedaron prisioneros de la harca. De inmediato se les consideró a todos ellos «sometidos a crueles tormentos» y, como futuro previsible, «ser decapitados sin excepción». Para pasmo unánime de reporteros tremendistas, políticos oportunistas y una angustiada ciudadanía superviviente a tanto exceso verbal o escrito, al campo español llegó aviso de que Amezzián proponía un intercambio de prisioneros. Convencidos de que se les tendía mortal celada, los españoles acudieron al lugar prefi jado con las mayores precauciones y los más siniestros presagios. Pero allí, en Sammar, aquel 10 de febrero de 1912, en la desembocadura del Kert, les esperaban los nueve excauti- vos: sus uniformes estaban limpios (las ropas del cantinero también), sus rostros no denota- ban miedo y lucían el aspecto saludable de las personas que han comido y bebido con regu- laridad. Como es obvio, Amezzián pasó a ser considerado «enemigo piadoso» y hasta «modelo de enemigo». Siguieron tres meses de emboscadas rifeñas, cabezonadas españolas y contraataques de unos y otros. España no lograba traspasar el Kert; el Rif no conseguía recuperar el Gurugú. El impasse apuntaba a un pacto entre ambos contendientes. Pero la España industrial y la política (con serias dudas en Canalejas) no lo consideraron «conve- niente», ni el Ejército lo estimó «honorable». Amezzián no se cansaba de batallar ni permitía que sus harcas fl aqueasen. Luchaba siempre en vanguardia y decidía por sí y por los demás. El 15 de mayo, García Aldave lanzó una ofensiva mejor estudiada que las anteriores. Abasteció, de noche, las posiciones avanzadas y esperó el contraataque rifeño mientras mo- vilizaba hasta el último soldado disponible en Melilla. Al amanecer, los rifeños vieron levantar- se grandes polvaredas en los caminos que llevaban al frente. Convoyes españoles de abaste- cimiento. El momento que esperaban. Su furia golpeó contra un muro de fusiles y cañones. Los convoyes eran refuerzos y los puestos atacados esperaban su ataque. De inmediato la lucha se fragmentó entre unidades agrupadas y harcas dislocadas. En las quebradas de Alal-ul-Kaddur las tropas de Regulares sorprendieron a una formación de jinetes. Una parte picó espuelas y galopó hacia el suroeste. Huían. Otra se revolvió contra ellos y les hizo frente. Ambos bandos se prepararon para rechazar el asalto del contrario. Fue entonces cuando una solitaria fi gura a caballo, vestida con blancos ropajes, se adelantó a los suyos y galopó has- ta situarse a poco más de cien metros de los Regulares. El jinete blanco alzó su diestra, arma- da con una carabina, y empezó a gritarles consignas: de fe, hermandad y patria común; de alistamiento en una misma causa; de recuperación de la dignidad perdida; del respeto que se debían a sí mismos como rifeños. El estupor fue tal que el tiempo pareció detenerse. Los testigos no acertarán a decir cuánto tiempo duró aquella arenga, única en los fastos magre- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Sidi Mohammed Amezzián rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. bíes. Para algunos, minutos les parecieron, para otros, ni a segundos llegaron. Superado el asombro inicial, los conminados a renegar de su palabra combatiente reac- cionaron. Lo hicieron con calma y disciplina. Llevaban sus armas cargadas. No tenían más que retirar el seguro, levantarlas y apuntar. A una señal. Aún mantenía alzado su brazo el jinete blanco y su voz a todos llegaba, cuando restalló la descarga. Eran cuatro tiradores y ninguno falló. La energía cinética de los proyectiles pareció levantar al jinete blanco de su montura, le retorció el cuerpo, desmadejó sus brazos, volcó su cabeza y a la fi gura entera, reventada, es- trelló contra el suelo. Su caballo se espantó y a por él fue uno de los tiradores. Falló en su propósito. Aquel caballo, blanco también, fue tras el bloque de caballistas que galopaban, sin mucho afán, hacia el cercano Kert. Parecían escolta muerta en vida, privada de su impulso, fuerza y razón. Los Regulares hicieron corro alrededor del muerto. Cuatro impactos se veían en 409 su tórax, inundado de sangre: dos en el esternón (partiéndolo), dos en «la región precordial» (el corazón), destrozándoselo. Cuatro tiros de muerte. Puntería de tiradores de primera. Y en acción sincronizada, como si de pelotón de fusilamiento se tratase. Ahogados gritos de sorpre- sa, superados por aullidos de vengativa satisfacción. El jinete yacente era Sidi Mohammed Amezzián, jerife de Segangan y caudillo del Rif. Alrededor, esparcidas al igual que vidas fusila- das, las pertenencias del muerto: una bolsa-cartera en bandolera; un ejemplar del Corán y un rosario; una pistola automática, cajas de munición, cartas escritas en árabe y una carabina Mauser; la señal que al cielo alzase para recabar dignidad y patriotismo en quienes le apun- taron a sabiendas de que iban a matarle. Engreído o cabizbajo (según conciencias) el corrillo de testigos, de pronto algunos plantean dudas, otros se las rebaten a gritos y el alboroto fi na- liza cuando uno de los que más dudan acaba con ellas al infl igir violento gumiazo, en un cos- tado, al exánime jerife. Que en nada se quejó. Fin de las dudas, relevadas por otras ansias, homicidas estas. Hubo un quinto tirador (disparo lejano, que alcanzó al jerife estando él aún a caballo) y un sexto, este último desdoblado de tirador en asesino. Este acechante verdugo fue quien dio la vuelta al cuerpo de Amezzián y le pegó un tiro en la nuca. Asesinar a un cadáver. No cabe mayor vileza ni cobardía. Cuesta imaginar tanto odio. Pero existió. Hay pruebas fo- renses, revisadas ante notario y de prestigio. De Roberto Cano hablamos, que fue una institu- ción en Melilla. Y de quien solicitó esas pruebas: José García Aldave, comandante general de Melilla, que si las reclamó fue porque había sido informado (o él mismo descubrió) esa vesania de un disparo en el «occipital» del héroe. Analizar quién de los sospechosos (pues tres hubo) fue el que se atrevió a cometer aquella infamia desborda el marco de este ensayo, aunque sí está obligado quien lo investigó y escribe a considerar el móvil y sus consecuencias. Amezzián era odiado. Por su humanitarismo y simultánea capacidad de liderazgo social y vehemente sacrifi cio personal; por la pureza de su ética y el estoicismo de su conducta; por el atrevimien- to de sus ideas para galvanizar el coraje de sus harqueños cuando estos fl aqueaban; por la categoría de su innata jefatura militar; por su valentía en el combate; por lo granítico y rotun- do de su fe. Quien le disparó a traición pretendía matar al mito humillando su representación inerte, vengándose así del miedo que le tuvo al difunto siendo solo cuerpo de hombre, pero hombre universal por sus actos. Inmune ante cualquier ofensa en vida e insensible al maltrato de su memoria, porque entrado en la muerte nadie, sea héroe o parezca semidiós, se duele o siente. El cadáver de Amezzián, llevado a Melilla, quedó expuesto al morbo público. Que no faltó a la cita. Ni la curiosidad de los rifeños, que dividieron sus sentidos. Sidi Abd el-Krim, pa- dre de quien entonces escribía en El Telegrama del Rif, vendió su alma a García Aldave, felici- tándole, en exaltados términos, por el éxito logrado. Abd el-Krim hij o se guardó la suya, dolién- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Sidi Mohammed Amezzián rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. dose de lo ocurrido y admirándose de la serenidad facial del muerto. Terminado el espectáculo, que a García Aldave en nada podía complacerle, Amezzián volvió al hogar de su fe. Y en el mausoleo de su familia, en Segangan, fue sepultado. En la perspectiva no solo histórica, sino también en la realidad de nuestro tiempo, puede parecernos que la fi gura de Amezzián haya perdido fuerza ante las de otros patriotas normarroquíes, especialmente Mohammed Abd el-Krim el Jattabi, líder de la insurrección de 1921. Comparar es siempre mala cosa. Pero analizar con objetividad, criterio y fi rmeza es acción benéfi ca para la cultura y más para la historiografía. La profundización en las accio- nes de los personajes aquí convocados impone, con la fuerza irrebatible de la documentación contrastada, la primacía ejemplarizante de Amezzián sobre Mohammed Abd el-Krim. Este fue 410 jurista y periodista, defensor del Rif Libre y presidente de su Primera República; también un modelo político revivido por otras revoluciones alzadas contra el absolutismo colonial. Amezzián probó ser esforzado guía de familias, guardián de esos bienes colectivos, tenaz enfermero de almas, guerrero de primera línea y referente ético para cualquier sociedad, sea cual sea la religión que en esa comunidad predomine.

J. P. D. 20-24.10.2013 El Raisuni: siete vidas para una sola muerte

A Sidi Ali Raisuni, sobrino-nieto de quien fuera caudillo del Garb y de Yebala

El Raisuni, Muley Ahmed Ben Mohammed Ben Abdallah

Zinat, 1866 - Tamasint, 3 de abril de 1925

Gran caudillo militar de Yebala. Pretendiente al trono alauí.

Muley Ahmed Ben Mohammed Ben Abdallah El Raisuni nació en Zinat (Yebala), al noreste de Tánger, en 1866. Descendiente de los idrisíes (primera dinastía de Marruecos), en una enrai- zación directa descendía de Muley Abdesalam Ben Mshish, santón del Yebel Alam, montaña sagrada de Yebala y feudo de los Beni Arós, de quienes Raisuni era su jefe, como también lo era de los Ajmás, cabila en cuyo territorio se yergue Xauen, la ciudad santa. Al ser el último representante de una familia de awliya (santones), a lo largo de su azarosa existencia gozó de la máxima autoridad política y social sobre dos de los tres países del Occidente normarro- quí: el Garb y Yebala. Tenía la consideración de xerif (jerife) y este rango, ético e institucional, de gran relevancia en la simbología magrebí, quedó asociado a Tazarut, ciudadela donde vivió los últimos diez años de su vida y desde la que ordenó hacer la guerra a las tribus bajo su mando o pactar treguas con los españoles. Caudillo de la insurrección de 1912-1915, de- fraudado aspirante al jalifato en Tetuán, desafi ante pretendiente al trono de los alauíes, fue enemigo acérrimo de Francia y su forma de colonizar. Ni los ejércitos de España ni los del sultanato pudieron capturarle. Tampoco las fuerzas de Abd el-Krim. Serían guerreros suyos, que le traicionaron, los que forzaron su muerte al conducirlo, cautivo, al Rif.

(Al Hayat al Oula, «Primera Vida»)

Con ocho años quedó huérfano de padre. Su madre supo educarle haciéndole estudiar en las mejores medrarsas (escuelas coránicas) del ámbito yebalí. Atraído por la fi losofía y la histo- ria, perseveró en el conocimiento de los autores clásicos del islamismo, a lo que sumó su profundización en el Derecho coránico. No estudió en universidad alguna, pero supo absor- ber los saberes de los mejores maâlem (maestros) de su país natal. En conocer orígenes y le- gitimidades, reconocer causas y consecuencias, dictaminar faltas y aplicar su condena o absolución según procediera, en recordar agravios, mentiras o verdades para decretar los castigos, perdones o premios que en justicia correspondiesen no tuvo igual en su tiempo. Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Nadie como El Raisuni supo doctorarse entre la adversidad y la soledad. Y juzgarse a sí mismo con severidad, para después eximirse de toda culpa como águila afi rmada en la presa que con sus garras sujeta, porque la libertad necesita alimento y no por eso debe dis- culparse. En su adultez, defendió a su madre de robos perpetrados en los bienes paternos e in- trigas urdidas por familias rivales, los Kaddur de Zinat los más recalcitrantes. El vecino, he ahí el enemigo. No por mera proximidad, sino por la envidia o los celos que causa todo aquel que 411

Xerif Derecho islámico

Del árabe sarif, con el que se reconoce y Siria, países sometidos al mandato Del árabe usûl-al-fi qh, conjunto de a todo descendiente del profeta colonial de Francia. La exhausta normas y obligaciones intrínsecas a Mahoma por línea directa de su hij a grandeza del Imperio jerifi ano o los preceptos defi nidos por el Corán, Fátima. Su castellanización derivó en Empire chérifi en se extinguió en presentados a lo largo de las ciento xerife y fi nalmente, jerife. De una u noviembre de 1912, con la fi rma de los catorce azoras (del árabe al-sura), a otra forma se aplicaba al concepto Acuerdos franco-españoles de su vez subdivididas en versículos o legendario de Imperio xerifi ano o Protectorado y la inmediata partición aleyas (del árabe al-aya), que jerifi ano. Al caer el centro y sur de del país. Jerife legendario fue el líder constituyen el fundamento ético, social Marruecos bajo la órbita cultural yebalí Muley Ahmed el Raisuni, quien y político por el que la comunidad francesa, derivó en el emblemático discutió, sin tregua, a los sultanes panislámica rige su forma de vivir y chérif, de uso común no solo en el alauíes sus derechos a ocupar el trono relacionarse, a la par que mantiene norte de África sino también en Líbano de Marruecos. sus legitimidades ante el mundo. vuelca su interioridad en los demás sin disfraz alguno, sin reservarse nada de su conducta. Y desde su naturalidad, atrae, arrolla, asalta, asedia, captura, derriba, desconcierta, enamora, fascina, incomoda, perturba, rinde, sobrecoge, subyuga y vence. A tanta energía y sinceri- dad exhibidas, mayor miedo y rechazo del así desbordado. Con su desdoblamiento: devoción hacia el desbordante u odio fulminante al mismo. De por vida la una, eterno el otro. El Raisuni supo recuperar lo robado y espantar enemistades. Con un gesto y una fra- se. El primero mostraba evidente fi lo; la segunda surgía como enhiesto alfanje. Pronto se convirtió en leyenda y señalero de sus propias acciones legendarias. Esto complicó, sobrema- nera, el determinar la fecha exacta de su ruptura con el mundo sultanesco y la exactitud de su posición ética en el universo de las tribus, así como la razón concreta de su transforma- ción: de hij o estudioso y representante modélico de su propio linaje de chorfas (descendien- tes de Mahoma) a bandolero justiciero y después jefe de bandidos, que se mofaron del sulta- nato al ponerle su pie encima. Sucedía esto en tiempos del décimo alauí, Muley Hassán. El Raisuni era alto y de hercúlea complexión. Intimidaba por su presencia, lo penetran- te de su mirar y el saber que demostraba cuando se expresaba, pues convencía. Eximido de ansiedades económicas, pudo gozar de la aventura, la vida y la refl exión, si este orden le satisfacía. O construirse orden muy distinto, con imperativos tales como impartir (justicia y paz), compartir (bienes y conocimientos) o vivir (con ejemplaridad, para felicidad de uno mismo). Estaba capacitado para adoptar esta otra vía. Le pareció adecuado el orden que ya poseía, decidido por las circunstancias, que tanto gobiernan la vida. El refl exionar quedó en tercer lugar, porque su vigor corporal y cultural juntos así lo exigían para anteceder a lo fi lo- sófi co; mientras que el rango religioso, moral y político de su ascendencia era hecho tan irrefutable que, ante cualquiera que se atreviera a dudarlo, por respeto a sus antepasados estaba obligado a recordárselo y con tajantes maneras. Si defender al padre o al abuelo se consideraba aventura, sea. Si rechazar una ofensa o vileza suponía violencia, guerrero sería. Pues no se es hombre y menos santo si se permite el insulto a la fe aprendida o se inclina la cabeza ante el poderoso porque lo dicte su capricho. Y si tal cosa se considera guerra, sea. Admirado, odiado y temido desde el poder, fue emboscado. Ba Ahmed, gran visir del sultán Muley Hassán, inquieto porque el bandolerismo de Raisuni fuese interpretado, por las grandes potencias, como prueba manifi esta de un sultanato en acelerado desplome de su autoridad, lo cual conllevaría la pérdida de su soberanía, ordenó al bajá de Tánger que detu- viera al jerife bandolero. El concernido por tal orden visirial, Abderrahman Abd el-Salaq, estu- dió el encargo; constató que sus fuerzas ni a simple harca llegaban; que el gran visir mal andaba de mehal-las (contingentes del sultán) y que Muley Hassán peor estaba, pues ni ejército nacional tenía. Siendo guerrillero nato el perseguido, guerrilleros experimentados sus partidarios y guerrillera de por sí Yebala desde los tiempos nazaríes, estaba claro que o se engañaba al Raisuni o nunca se le capturaría vivo. Y difi cultad habría de encontrarlo muerto.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Si para capturar a una serpiente hay que poner maña y paciencia, echar el lazo a un bandolero exige cuerda tan larga como la astucia y la codicia enlazadas. Pero aprisionar a una leyenda enriscada en su propio seno, reino escondido entre montañas, es desafío mayor: obliga a movilizar déspotas que lo parezcan o en verdad lo sean para que tienten al hom- bre-mito con un botín que luzca regia silueta sin por eso ser el tesoro del Majzén. El Raisuni, como buen bereber, enamorado estaba de tres fascinaciones: armas, caballos y harenes. Por este orden. De alazanes y yeguas, de concubinas y odaliscas, no estaría falto El Raisuni. De 412 armas modernas de caza, sí. Y no las había mejores que las manufacturadas en Alemania, Austria Hungría e Inglaterra. Siendo Tánger la capital exterior del imperio jerifi ano, a esta ciudad atlántica llegaban productos de los tres mayores mundos: América, Europa y Asia. Lo más selecto y lo más raro podía encontrarse en Tánger. Lógico era que algunos de sus habitantes más ricos tuviesen los mejores rifl es con las culatas mejor trabajadas para armas escogidas. Tánger quedaba bajo la potestad de Abd el-Salaq, que no por ser bajá go- zaba de mayor seguridad. Consecuente era que el gobernador de Tánger fuese, a la vez, co- leccionista y usuario de una panoplia de armas para gozo de su vista y reaseguro de su de- fensa. Abd el-Salaq consideró que él no debería buscar al buscado. Mejor encontrar un subordinado que le trajese la presa hasta su casa. Faltaba encontrar el heraldo que anuncia- se tal engaño. El Raisuni provenía de un cruce de familias hispano-africanas. Medio omeya y medio idrisí, también era tetuaní y tangerino por sus ancestros, los Ben Raisun, con mezquita propia en Tetuán; una zauia (cofradía) en Tánger y santuarios en Larache y Tazarut. Todo aquel que proviniese del triángulo Tánger-Tetuán-Larache podía ser familiar suyo y siervo. O renegado y traidor. Abd el-Salaq escogió al idóneo pescador de bandoleros: Arbi el Maalem, jefe de los uadrasíes, tribu situada a las espaldas de Tetuán. El Raisuni le conocía. Se vieron y, como de pasada, El Maalem le habló de una «magnífi ca colección» de armas que Abd el-Salaq tenía en su palacio de Tánger. Excitado por la noticia, mostró El Raisuni deseos de ver tales maravi- llas. El Maalem prometió acordar una cita con el bajá. Y al poco pudo escribir al Raisuni di- ciéndole que sería bien recibido en Tánger y más: Abd el-Salaq estaría feliz de regalarle uno de sus mejores rifl es si renunciaba al bandidaje y devolvía parte de lo robado. Al Raisuni le pareció un trato tentador y justo. Alegre marchó a Tánger, confi ado llamó a la puerta de Abd el-Salaq, risueño le saludó este y, tras las preceptivas salutaciones, cuan- do sentados ambos esperaban el servicio de un refrigerio, sobre El Raisuni se abalanzaron rudos guardianes, no criados sodomitas. Escena de drama clásico: el invitado es apresado por su anfi trión. Muy bregados en peleas estaban aquellos mercenarios. El Raisuni no pudo con ellos. Encadenado, fue trasladado al peor infi erno bajo la tierra que en Marruecos había: las mazmorras de la antigua Mogador lusitana (actual Essauira). Allí le cambiaron sus cade- nas por otras más gruesas y muy ancianas, a su vez sujetas a argollas de hierro encastradas en muros antiguos como el mundo. Quedó atrapado por el cuello, las muñecas y los tobillos. A su vera prisioneros ciegos, dementes o mudos, lisiados y enfermos. Un día, a su cuerpo en- cadenaron otro cautivo, escogido adrede: agonizaba. El Raisuni comprendió que sus carcele- ros le desafi aban: a ver si sobrevivía con un cuerpo repugnante unido a su desesperación. Aquel preso murió y se descompuso. Salieron gusanos por todos los orifi cios del podri- do despojo, acudieron ratas y moscas, mordieron unas y moviéronse otras a su antojo por las extremidades del cautivo aún con vida. El Raisuni aulló y clamó. Nadie acudió. A sus piernas, un esqueleto deshojado; por todo cielo, lluvia achubascada o un sol de plomo. A su alrededor, estertores, lamentos y ruegos. Quiso matarse y no pudo. Rabió y juró. Rezó y rogó. Cuatro Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. años así. Otros hubieran muerto cien o mil veces antes. Raisuni resistió porque su corazón se volvió roca viva y su cerebro en acero de rifl e alemán se transformó. Sus verdugos quedaron frustrados. No estaban autorizados a matarlo, sí a atormentarle hasta que muriese, pero sin ponerle la mano encima. Dependía de Dios. Y por eso mismo Raisuni se convirtió en parte de Dios cuando en el Garb y Yebala se supo su odisea tras ser liberado por familiares y amigos. Esto sucedía en el tránsito de un siglo a otro. Marruecos obedecía a Abdelaziz, hij o menor del difunto Muley Hassán. El joven sultán tenía tantos hermanos que faltaban manos 413 para contarlos. Nadie lograba separar al hij o legítimo del bastardo, al príncipe destronado del falsario que lo suplantaba. Pero en Tazarut, fortaleza al oeste de Xauen, en una misma persona se reunían la legitimidad con la falsedad, la soberbia con la templanza, la paciencia crecida bajo las peores pruebas imaginables con el afán del superviviente por vengarse en propia mano; la memoria por lo mucho padecido con el rescate de la justicia y su extensión punitiva a cuantos urdieron conjuras o consintieron iniquidades. Sucedían tales mutaciones, insistentes y reiterativas, entre 1901 y 1903, cuando un hombre robusto, pero anciano pre- maturo en algunos de sus órganos, tras cruzar el umbral de otra vida a la que no pensaba llegar, creyó sentirse curado y dispuesto a proclamarlo. El mundo entero lo sabría.

(Al Hayat al Z-zaniya, «Segunda Vida»)

En 1903, Raisuni parecía el jerife de sus años jóvenes. Algo más grueso, pero el mismo. Un equívoco, una fi nta, cimitarra alzada ante una hilera de cuellos desnudos, dubitativa ante cuál de ellos seccionar. El ex cautivo había dejado de ser humano. Era más fi era que hombre. Ansiaba apuntar y disparar, decapitar y saquear, fornicar a los poderes estatales y cuanto más poderosos mejor, humillándoles con el secuestro de sus naibs (delegados) para exigirles rescate so pena de enviarles sus orejas, después una mano, luego otra y su lengua al fi nal. Su primer secuestro no fue suyo, sino de sus torpes capitanes. Un día de junio de 1903 se le presentaron con un irritado periodista, espía a tiempo completo: Walter Harris, correspon- sal del diario The Times. Residía en Tánger, donde se le conocía por lo que era: un mercader en busca de clientes que compraran sus noticias o presunciones diversas que él pudiese vender a sus lectores y cobrar su buen dinero por ello. Secuestrarlo carecía de mérito. Retenerlo du- rante unos días, dándole un susto al Gobierno Balfour a la vez que dejaba en evidencia al sultán, era muy atractiva perspectiva. El asunto se solucionó en tres semanas: el secuestrador no quería dinero, quería publicidad. La consiguió gratis y la reenvió a tres continentes. El siguiente secuestro fue obra suya y, como tal, conclusa en su mente antes de que llegara a su término. La fi nalidad volvía a ser la publicidad, pero esta vez no sería gratuita. El 18 de mayo de 1904 escapaba de Tánger con dos buenas piezas en las alforjas de su osadía: un ciudadano greco-estadounidense residente en Tánger, medio millonario por más señas, Ion Hanford Perdicaris, y su hij astro, Cromwell Varley. El Raisuni se los llevó a sus montañas. Desde allí despachó altiva carta a Abdelaziz exigiéndole setenta mil duros (350.000 pesetas) a cambio de la vida de sus prisioneros. Conmoción en Washington y colapso coronario-polí- tico en Fez. La América del primer Roosevelt se convirtió en un rugiente grizzly alzado sobre sus patas traseras, dispuesto a engullir, a bocados, a bandidos, visires y sultanes. Abdelaziz chilló a su gran visir, este enronqueció de gritar a sus ministros, estos busca- ron tropas debajo de las piedras y, al no hallar ninguna, como palomas en bandada se fue-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ron. La sensación de ridículo, sumada al descrédito mundial, abrió profundo boquete en el cuerpo geográfi co y toponímico del imperio jerifi ano. A año y medio vista de la Conferencia de Algeciras, los poderes coloniales tiraron de mapas, compases y reglas milimetradas para calcular en cuántos trozos podía trocearse Marruecos y quién se llevaba el trozo más grande. Los osos coloniales se movían en manada. Raisuni les había encelado con carne americana. El Raisuni alteró la imagen geográfi ca, literaria y periodística de Marruecos. De miste- rioso imperio fronterizo a la inmensidad del Sáhara, pasó a ser inquietante borde de Europa 414 en donde habitaban la absoluta impunidad del bandido, la prepotencia del corrupto, la cobar- día y miseria moral del gobernante, la tragicomedia de un no-ejército, la ineptitud de una no-policía, la imposibilidad de capturar al no-localizable, al no-delatado, al evanescente Rai- suni. El Majzén en bloque juró degollarle y trincharle a fuego lento como expiación de su propio fracaso y vengativa satisfacción. Pero antes forzoso era cumplir las exigencias de Raisuni. Como el dinero no lo es todo, el vencedor exigió cuatro cosas más al vencido. Otras tantas bofetadas con las que cruzó el rostro del humillado sultán: excarcelación de los parti- darios del jerife que seguían cautivos; retirada de las tropas imperiales del Garb y Yebala; cese del bajá de Tánger; un fi rman (decreto imperial) por el cual al demandante se le nombra- ba bajá de El Fahs (la cabila donde se alzaba Zinat, el poblado donde El Raisuni naciese). Acosado por las furias telegráfi cas del presidente Theodore Roosevelt, quien había alistado media Flota del Atlántico, con sus cruceros a la vista de Tánger, Abdelaziz capituló. Y de segui- do excarceló, cesó, pagó, retiró sus avergonzadas meha-las y fi rmó el decreto. Su deshonra. El 18 de junio de 1904, Perdicaris y Varley fueron liberados. Lucían inmejorable aspecto y no cesaban en sus alabanzas a Raisuni. El secuestrador que cautiva a sus cautivos. Un modelo con futuro. El Raisuni se vio convertido en amo y señor de siete tribus del septentrión marroquí. Entre ellas, Anyera y Uad Ras. La más grande con la más guerrera. La primera se sometió de mala gana, la segunda dejó hacer. Durante un año, Raisuni impartió justicia y amarró la paz; compartió conocimientos (bienes, no); incluso vivió con ética distinción: ni abusó ni intimidó. Como máximo, reprendió y puso plazos de arrepentimiento. Había cambiado el orden de sus prioridades. Un Raisuni humanizado. Y con autoridad demostrable: sopor en los caminos del norte. Viajar dejó de ser una pesadilla. Esa paz caminera se defendía sola. El Raisuni tenía tres mil ojos y diez mil lenguas. Un ejército de centinelas y otro de confi dentes. El que preten- diera escabullirse o emboscarse sabía el coste de tal acción: lo pagaría con su cabeza. Recuperado el prestigio, faltaba el crédito internacional. Este cobró forma con la lle- gada (31 de marzo de 1905) del káiser Guillermo II a Tánger. Fue recibido por Abdelaziz y su Gobierno. En un segundo plano, El Raisuni. Su corpachón hacía de mástil; su fama de estan- darte, visible desde Berlín: posible rey de Marruecos y gran amigo de Alemania. Guillermo II y El Raisuni se saludaron con interés. Con las pocas frases que cruzaron bastó para que, al culebrear por los zocos y combinarse con humeantes tazas de té, surgiera una línea de casti- llos en el aire: tratados secretos contra terceros (Francia e Inglaterra) y cuartos (Italia y Esta- dos Unidos); promesas de independencia garantizadas por el Primer Reich; cargamentos de reichsmark a espuertas. El Raisuni tenía un precio y solo un emperador podía pagarlo. En mayo de 1906, tras hacerse públicas las Actas de Algeciras, el imperio jerifi ano quedó sentenciado. Abdelaziz pretendió dilatar el ingreso, en un evocativo horizonte, de la herencia por él perdida. El Raisuni prefi rió rescatar la independencia nacional. Si la hacía suya, con ella casaría e hij os-reyes tendría. Las tribus consideraron llegada la ocasión de ajustar cuentas entre sí, una vez atrapado el fruto de sus rapiñas, que a la vista tenían: de Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Arcila a Tetuán, una fl ota de naves urbanas encalladas, fáciles de asaltar y robar. Tánger era la capitana de esa armada inerme. Ciudad de cónsules e inmunidades diplomáticas, surgía como doncella virgen tendida sobre una mullida chaise longue, en día frío y ventoso, a la espera de que la servidumbre le avisara de que el agua del baño ya estaba caliente. Una turba de violadores cayó sobre ella. Los cónsules, que parecían de Roma cuando ni mala copia de Bizancio eran, huyeron. El Raisuni se consideró vengado al verles escapar con los perros del pánico mordiéndoles nalgas y baronías, condecoraciones y vanidades, orgullos de 415 tarjeta y apellidos deslustrados. Para Raisuni supuso fastuosa orgía íntima, aunque fuese a distancia. A fi nales de diciembre de 1906, en Marruecos no había rey, ni reino, ni posibilidad alguna de haber uno y conservar otro. Un dictador implacable (El Roghi) y un infl exible mate- mático (El Raisuni) decidían lo que podía tomarse por la fuerza o autorizarse según reparto previo del botín existente. La anarquía llegó a tales extremos que las grandes potencias pusie- ron cerco al sultán, urgiéndole a que se movilizase él mismo contra El Raisuni o abdicase en alguno de sus hermanos. Sin coraje y sin dinero, Abdelaziz reunió de uno y otro con la ayuda de Francia e Inglaterra; alistó dos mehal-las y se atrevió a destituir, por carta leída en público, al Raisuni como gobernador de El Fahs. El jerife estaba preparado para resistir cualquier destitución o condena que se le anunciase, no un asedio con artillería. Zinat, vivienda fortifi - cada de sus mayores, fue cañoneada, asaltada y saqueada. Hasta las puertas, con sus mar- cos, se llevaron. El Raisuni salvó a su familia; luego hizo saber que buscaría refugio en el Rif. En Fez se dij o: es la bravata del vencido. Días después se supo que, al cruzar por tierras de los ajmasíes, la tribu donde Xauen, santa ella, se yergue, al jerife en retirada no solo le habían jurado devoción, sino también alzarse en armas contra un Majzén «vendido al extranjero». El Raisuni en Xauen. Luego era cierto, cabalgaba hacia el Rif. El rumor creció, de zoco en zoco, hasta convertirse en revolucionaria proclama: El Raisuni y El Roghi lucharán juntos. Abdelaziz, aterrado, sintió próximo el fi nal del mundo conocido. Y cambió de táctica. Recurrió a uno de sus fi eles servidores: el escocés Harry Aubrey (de Vere) MacLean, ex subo- fi cial en la guarnición de Gibraltar, organizador del ejército de su fallecido padre, Muley Hassán, quien, complacido por su disciplina y efi cacia, le nombrara kaid el-gaix, comandan- te en jefe del ejército regular del sultán. El kaid MacLean sabía de marchas y contramarchas, de orden cerrado y orden abierto, de cañones y ametralladoras, de granadas de metralla o rompedoras, de alcances y derivas, de fuego rápido o de hacer fuego con el alza a cero. Era un portento técnico y una persona afable. Arrastraba un defecto: no sabía leer en árabe. Ni una palabra. El Raisuni y MacLean se vieron dos veces. En la primera (abril de 1907), el escocés ofreció al yebalí el perdón de Abdelaziz a cambio de que se postrase ante él y en Fez. Eso era ofender la inteligencia de quien sobreviviera a los infi ernos de Mogador. Raisuni reprochó a MacLean que sirviera de mensajero para trampa tan vulgar. El escocés no se desanimó. Tras estudiar los recorridos del jerife, le propuso un encuentro cerca de Alcazarquivir, uno de sus feudos. El Raisuni accedió. Acabándose junio de 1907, en la llanada de Ahl Serif, al este de Alcazarquivir, esa cita fue un hecho. Raisuni, masa agigantada en guardia, se presentó como acacia expectante ante tormenta de arena que asoma por el horizonte. MacLean le esperaba afi rmado en la autoridad de sus documentos: una carta de Abdelaziz dirigida al jerife, infor- mándole de que, en prueba de confi anza, ordenaba a su meha-la que se retirase, dado que

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. le devolvía el rango de bajá. La otra carta iba confi ada solo a los ojos de Sidi Mohammed el Guebbas, ministro de la Guerra. En esta otra misiva, Abdelaziz ordenaba a Guebbas que es- tuviese alerta y apartase sus tropas de la vista del Raisuni para que, en cuanto este, satisfe- cho con su nombramiento, se pusiera en camino, lo capturase. Y luego ya se vería. Tras las salutaciones de rigor, el militar escocés anunció al Raisuni el perdón concedi- do, el repliegue de las fuerzas del sultán, su nombramiento de bajá. Y con gesto digno de Enrique V al concluir la jornada de Azincourt, tendió al jerife aquel perdón y la distinción 416 anexa en una carta de las dos que llevaba en su encintada cartera. El Raisuni aceptó el do- cumento, leyó su encabezamiento, se sorprendió; siguió texto adelante hasta terminar... y re- ventó en furias o rompió en carcajadas (según versiones). MacLean le había entregado la carta destinada a Guebbas. Cómo pudo cometer tal tontería el escocés es cosa irresuelta y además no importa. Es lícito suponer que El Raisuni, satisfecho con la prueba escrita, en su poder, de la doblez de Abdelaziz, depositase uno de sus enormes brazos en la espalda del escocés para decirle algo así como: mi querido MacLean, nos esperan unos felices días juntos. Prorrogables hasta los siete meses que duró el secuestro del «general» escocés. El Raisuni sabía que había secuestrado al sultanato y al Imperio británico a la vez. Juntos valían lo que él quisiera pedir. Optó por ser prudente. Se limitó a exigir veinticinco mil libras esterlinas (quinientas mil pese- tas en la época); más la reconstrucción, integral, de su derruida y saqueada casa de Zinat. Y un tercer clavo, ardiente: «Concesión de la protección británica». El Raisuni, protegido inglés. Abdelaziz recuperaba a su general escocés e incluía a un jerife británico en nómina. Raisuni volvía a ser el héroe de Marruecos. Un año más tarde, enterado de que Muley Hafi d acababa de ser proclamado sultán por los ulemas de Marrakech, hizo suya su cau- sa. Hafi d defendía la soberanía e integridad nacionales, teórica muralla alzada ante las ape- tencias coloniales; Hafi d anhelaba un Marruecos fuerte y unido en un propósito común, única manera de que el país no desapareciera como nación. Si todo eso pretendía quien derecho te- nía a ser soberano de un Marruecos rescatado del oprobio y salvado de la partición territorial, Raisuni incorporaba sus razones: porque había llegado el tiempo de prescindir de todo sul- tán-estafa y todo sultán-vergüenza; porque Abdelaziz había vendido su alma a los extranjeros al hipotecar el dinero de todos los marroquíes; para que no quedaran sin castigo ni memoria pública del mismo los actos de quien era afi cionado a dictar alevosías y mentiras por carta, de las que él, jerife de Tazarut y caíd del Ajmás, pruebas fehacientes en su poder conservaba. Y así, rejuvenecido en su conciencia, vigorizado por su rearmada voluntad, aferrado al empeño de devolver a su patria la justicia que otros le arrebataron, puso sobre el campo de batalla su crédito moral, su esfuerzo físico, su dinero y hasta su vida, que en esa hora decisiva supo blandir como lanza. Con esas fuerzas embistió a la mehal-la abdelazista en el Garb, dispersándola como asustada tropa gallinera ante la irrupción de un zorro montado en caba- llo negro. Sin necesidad de marchar al norte, logró que su bandera ondease en Tetuán. Y allí, sin estar él presente ni su protegido, Muley Hafi d fue proclamado sultán (17 junio 1908). Aque- lla traidora carta que un torpe escocés le entregase en Ahl Serif recibía cumplida respuesta. Ocho meses después acudía con los suyos hasta Fez para rendir protocolaria sumisión (febrero de 1909) a Muley Hafi d. El sultán quiso premiarle con otra gobernaduría, la de Arcila, para lo cual Raisuni debía renunciar a sus credenciales británicas. Cumplido el trámite en Tánger, Raisuni recibió el mando sobre once tribus, entre ellas Anyera y Uad Ras, pero también Sumata, que fama tenía de ser la cabila con mejores fusileros de Yebala. Fue entonces cuando se produjo la exigencia o el gesto. Fuese por imperativo de Hafi d, a quien no le gustaba tener Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. un jerife populista y más rico que él a su servicio, bien por decisión calculada de Raisuni, este hizo donación al monarca del importe del secuestro de MacLean; menos lo gastado en procla- marle sultán. Aun así eran veinte mil libras esterlinas. Una fortuna para un Majzén con telara- ñas en sus arcas. Los reyes nunca son lo que parecen. Raisuni se bendij o a sí mismo desde las alturas. Por encima del cielo, Dios; pero un escalón por debajo, quien ejercía como hacedor de reyes y dador de fortunas. Raisuni ponía fi n a esta parte de su vida (la segunda), preguntán- dose si le sería dada otra, porque la fi nalizada inmejorable había sido. 417 (Al Hayat al Z-zaliza, «Tercera Vida»)

En los primeros días de junio de 1911, tras confi rmarse que las tropas francesas de Moinier mantenían su férrea ocupación sobre Fez y la extendían a Mequinez (ocupada el 7 de junio), mientras Muley Hafi d retenido seguía en su palacio, en Marruecos surgió conciencia colecti- va de que todos, desde el sultán hasta el más humilde comerciante o campesino, eran rehe- nes de Francia al serlo de sus gobiernos, primero el de Ernest Monis y luego el de Joseph Caillaux. Esta evidencia la compartían, en Berlín, el Gobierno de Bethmann-Hollweg; en Lon- dres, el Gabinete de Lord Asquith y en Madrid el Ejecutivo que presidía Canalejas. Un cuarto poder, los hermanos Mannesmann (Alfred, Maximilian, Otto, Reinhard y Ro- bert), se consideró amenazado por la prepotencia del Gobierno Caillaux. Los cinco Mannes- mann llevaban años comprando tierras y más tierras (en su mayoría no registradas); solici- tando permisos de explotación sobre yacimientos mineros (presuntos muchos de ellos); vendiendo fusiles y municiones a las tribus; extendiendo credenciales a notables musulmanes como protegidos de Alemania. Creaban confl ictos, prendían las mechas y dejaban que sus consecuencias ardieran hasta consumirse o surgieran en forma de hoguera aún mayor. Los hermanos Mannesmann actuaban con una irresponsabilidad manifi esta, pero con fi nes estratégicos tan solapados como nítidos: abrir las puertas del Atlántico Central a los Imperios Centrales (Alemania y Austria Hungría), para que el jefe de fi las de esa alianza, el Primer Reich, llegado el momento, les diera brusco portazo a británicos y franceses. En Gi- braltar si preciso fuera. A los Mannesmann no les faltaba dinero y en ambición eran exporta- dores natos: su propósito era hacerse con el control económico-productivo del norte y el sur de Marruecos. Apuntaban a Tánger y al Rif, pero también a las islas Canarias desde Agadir. Su objetivo geopolítico inducido era España, reino con monarca antibritánico (la hemofi lia transmitida por su esposa inglesa a sus hij os le hacía vulnerable al rey Alfonso) y madre aus- triaca, conciencias amigas del germanismo expansivo. La España alfonsina era la más débil y más titubeante en su política exterior de las potencias concernidas por los acuerdos inter- nacionales en vigor (1904 y 1906) para ejercer sus derechos históricos sobre Marruecos. Los Mannesmann y la diplomacia del Primer Reich constituían una versátil familia es- tratégica. Intereses comunes con rostros diferentes y posturas reservadas o descaradas, se- gún conviniera. Acariciaban sueños ajustándose a la realidad ajena: ofrecer a esa España arruinada, avergonzada y desorganizada el alquiler de su propio Protectorado. Sí, Marruecos alquilado a Alemania. Por noventa y nueve años. Con una sustanciosa renta anual. Libre de clamores sociales por las vidas de los hij os muertos en batallas imposibles de ganar, libres también de torturantes debates parlamentarios e incendios urbanos del airado proletariado peninsular. En su Protectorado alemán, los Mannesmann se encargarían de la paz entre las tribus y la justicia entre las empresas, de la inversión y la productividad, del cuidado de los

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. campos pendientes de regar y cosechar, de la pesca en sus aguas y de la riqueza del subsue- lo normarroquí. Gestionarían con profesionalidad y rigor. Serían leales arrendatarios, pun- tuales en sus pagos. Los españoles podían quedarse en sus plazas de soberanía, con sus guarniciones. Allí estarían a salvo. Lo mismo que las islas Baleares. Y las Canarias tal vez. El káiser cortaría la mano de quien se atreviera a tender la suya hacia ellas (los Mannesmann iban en serio: en 1913 presentaron su oferta a un estupefacto Romanones, que la rechazó). Aparte de los Mannesmann nada había, pues los consorcios industriales hispano-fran- 418 ceses se anulaban entre sí desde el pragmatismo de su contabilidad asociada: de hacer di- nero, cuanto más y más pronto, y con la mano de obra más barata; de hacer política, lo im- prescindible y en caso de duda, ni moverse. Quedaba un conglomerado de fuerzas inconexas, las tribus del norte. Sin cabeza de mando ni proyecto alguno de réplica. Ante los hechos consumados —rey cautivo, reino ocupado, gobierno irreal— se consideraron legitimadas para protestar a su manera: hacerse la guerra entre sí. Y fue entonces cuando una personali- dad oculta presentó su candidatura: tenía un plan y nada complicado, dinero para llevarlo a cabo y ganas de plantar cara a franceses e ingleses: El Raisuni, la sexta fuerza. Como bajá de Arcila y Alcazarquivir, Raisuni dominaba la fachada atlántica del sep- tentrión marroquí. Mandaba sobre jefes, fracciones y cabilas, a quienes dictaba principios a seguir y leyes a cumplir. Desnudo el Majzén de legitimidades y solvencias, Raisuni repitió los modos adquisitivos de los Mannesmann: comprar terrenos, siempre que fuesen fi ncas pro- ductivas o situadas en lugares estratégicos. El Raisuni se preocupó de que poseyeran valores freáticos e hidrográfi cos revaluables: fuentes y manantiales, huertas y plantaciones próximas a los ríos de curso regular. Sin agua, ninguna tierra en África valía el papel de su escritura. Inexistente el Registro Público, rarísimas las escrituras notariadas, la compra se formalizaba de palabra, con testigos reunidos a toda prisa en torno a un documento de propiedad tam- ponado con profusión de fi rmas y sellos jurídicos, porque jueces o notarios amigos del poder nunca han faltado en tierra alguna, fuese esta musulmana, cristiana o hebrea. Quedaban las propiedades inmobiliarias: casas, mansiones y alcazabas; almacenes, comercios y tiendas. Y bienes ostentosos u otros tesoros en alfarería, cantería, cerámica, cristalería, ebanistería, forja, indumentaria, joyería, mantelería, orfebrería o tapicería. Todo lo que entraba por los ojos. El Raisuni compró cuanto le gustaba. Adquirió tanto, que sus cuentas mermaron a tal velocidad que asemejaron balas que, silbantes, próximas a su cabeza pasaran. A ese ritmo de gastos, ruina segura. Decidió imponer su autoridad, que potestad tenía para convertirla en ley única. Incuestionable, indelegable e inviolable. Los vendedores pasaron a ser amenaza- dos, extorsionados, conminados a vender por precios ridículos. Incluso los jefes de las tribus no integradas en sus bajalatos tuvieron que malvenderle su independencia moral y social. Sumó así cuatro tribus a las once que gobernaba. Sultán de quince tribus: ciento veinte mil personas le pertenecían. Nada despreciaba: impuestos, pagarés, regalos, doncellas vírgenes y otros vasallajes. Raisuni se convirtió en déspota de sí mismo; esclavo no tanto de su velei- dad como de su altanería: apropiarse del norte de Marruecos y no compartirlo con nadie. Harto de sultanes despilfarradores, frívolos, hipotecados, ineptos o vendidos a poderes ex- tranjeros, tomaría por la fuerza lo que con el dinero no consiguiera. La historia lo advertía: conquista y serás reconocido rey de lo por ti conquistado sin que nadie pueda demandarte; trabaja para vivir con dignidad y cuidar de tu familia y serás esclavizado sin explicaciones. Fin de las meditaciones. El Raisuni se sorprendió de la fl exibilidad de su conciencia: ni un solo reproche. Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. No todos los vendedores vendieron al jerife lo que este deseaba, ni con los precios que les imponía. El Raisuni había dispuesto su contragolpe. Apresarlos y encarcelarlos. Motivos: resistirse a su mandato y faltar a su obligación como siervos de Dios ante quien lo represen- taba. Lugar de internamiento: Arcila, en el palacio-fortaleza del ordenante. Sótanos lúgubres, ventilación a través de rendij as, iluminación de circunstancias: si afuera brillaba el sol, algo de luz entraba; si era día de nublado oscuro, como noche se vivía. La comida era mala y es- casa, las cadenas, largas y pesadas. Los cautivos formaban hileras encadenadas a penalida- 419 des y súplicas. De las primeras se encargaba el paso del tiempo; de las segundas, las deudas contraídas. Si los presos vendían sus bienes a bajo precio o abonaban la multa que gravaba su existencia, clemencia concedida. Si persistían en su terquedad, permanecían en los abis- mos de Arcila hasta que sus cuerpos lo soportasen. Los gritos de las profundidades nunca llegaban a los pisos altos, superfi cie inmune donde reinaba Raisuni El Impávido. Frente a un mar sin sufrimientos y bajo una luz siempre núbil, El Raisuni reinventaba sus ilusiones. Leía, escribía y pensaba. En horas de audiencia recibía a peticionarios de favo- res o venganzas, previamente informados del precio y sus compromisos de pago; seguían vi- sitas de cónsules extranjeros: sinuosos, monocordes, cargantes. Solían repetirle los recados de sus necios ministros, que se sabía de memoria. Concluidos tan fastidiosos capítulos, abría las páginas de su libro de la vida: vigilar la enseñanza de sus hij os (Jalid el más querido); cuidar de sus esposas y amarlas, respetando, con escrupulosidad, los turnos de sus caricias y aceptando, resignado, los regaños que le correspondieran. Si le quedaban energías y tiem- po, estaba obligado a supervisar el orden de su harén: veintiséis jóvenes, bellas como huríes, cambiantes en su humor. La mujer, suprema dicha y máxima desesperación para el hombre. En las almenas y mazmorras, en las armerías y caballerizas de su fortaleza, mandaba él. En las alcobas y ventanas, en baños y vestidores, incluso en los pasillos y descansillos de las escaleras, fuesen de caracol o en ángulo recto, gobernaban ellas. El mar se veía, pero ni se oía; de la ciudad solo llegaba el canto del almuédano llamando a la oración; pero en el palacio del Raisuni, erguidos y mudos los guardias de la entrada, una vez traspasada esta se caía en un succionante remolino de cuchicheos y susurros, de advertencias y complicidades. Oleaje de creencias, contradicciones y suposiciones, impulsado por la mirada femenina, que ejercía de fi scal en toda actividad atada o desatada al marcar la hora exacta en el reloj del deseo. No todo era felicidad relativa. De vez en cuando llegaban rakkas (correos) portadores de malas noticias: Abd el-Malek, uno de los protegidos de España, había sido secuestrado y

degollado a la vez que sus dos hij os. Las cabezas de los tres infortunados habían sido pasea- 25 das por Alcazarquivir en medio del regocij o de unos pocos y el espanto de la mayoría. Raisu- ni creyó ver alzarse una espada naval, allá a lo lejos, por Algeciras o Cartagena. Espada es- pañola. No está claro si el jerife fue alertado por Juan Zugasti, cónsul de España en Larache, o el diplomático fue requerido por Raisuni para comentar la situación. De una u otra forma, convenio inmediato hubo: si los españoles decidían ejecutar un acto de fuerza en Alcazarqui- vir o Larache, no solo él no se opondría, sino que lo favorecería. Siempre antes España que Francia. Los saqueos y asesinatos en la Casablanca de 1907 seguían muy presentes en la emoción marroquí. Además, Muley Ahmed Tazia El Baccar, el secuestrador y asesino de los tres infelices Malek, era su enemigo personal. Acabemos con él juntos. Canalejas buscó un jefe para la expedición. Tenía que ser persona de temple y afron-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. tar el desafío con pocas fuerzas y mucha urgencia: los franceses tenían tropas en Alcazarqui- vir y alistaban otras hacia Arcila. Le recomendaron a un teniente coronel con aura de afortu- nado, tallado por cicatrices cubanas y portador de la recomendación perfecta: durante los trágicos sucesos de Casablanca no solo se había mantenido al margen, sino que criticó la violencia del castigo francés. Se llamaba Manuel Fernández Silvestre; se le conocía por «Sil- vestre», tenía 39 años y lucía unos desafi antes bigotazos. Llevaba consigo a un ofi cial con fama de agudo analista y corajudo jefe de compañía, Enrique Ovilo Castelo, 32 años, su 420 compañero en aquella torturada Casablanca necesitada de prudencias, no de barbaries. El general Luque surgía como valedor de ambos. Canalejas estuvo de acuerdo. Y allá fueron todos. A Larache. El primero en bajar a tierra, desde el Almirante Lobo, fue Ovilo. Anochecía. Reunió a sus soldados e infantes de Marina —desembarcados del crucero Cataluña—, efectuó rápida descubierta, volvió convencido y les alertó: En marcha, deprisa. Y en la noche se metieron. La lluvia les tenía preparadas unas cuantas emboscadas. Las superaron. El Lucus, que venía crecido, les abrazó con torrencial ansia. Con el agua hasta el pecho, fusiles y ánimos en alto, de madrugada lo vadearon. Se desprendieron de su entumecimiento y persistieron. Vencieron al cansancio y entraron en Alcazarquivir. Veinte horas de marcha sin una sola baja. La ciudad, pasmada, les recibió con alivio; los franceses, enrabietados y frustrados, transigieron. Cuan- do lo supo, El Raisuni quedó admirado. Estos españoles sí eran hombres y no los «generales» de Abdelaziz o Hafi d. Se sintió más fuerte y seguro. Con su mano izquierda se bastaba para dominar a las tribus; con Silvestre de su lado su diestra invencible se alzaría ante Francia. Mientras, en Larache, la incertidumbre asfi xiaba a los cristianos. No quedaban tropas españolas en la plaza y aunque los buques fondeaban al alcance visual de toda bandera de alarma —Zugasti se había servido de un banderón rojo para comunicarse con el comandan- te del Cataluña—, si los cabileños atacaban en masa, desastre habría. Los más resueltos buscaron armas, reunieron a sus familias y se fueron a los muelles, donde se parapetaron. En el acto, el miedo creció entre la población y más al hacerse de noche. Los parapetados espe- raban refuerzos para el día siguiente. Amanece. El mar, vacío. Sale el sol. Y surge el España, que atraca. Expectación. Tendida la escalerilla, por ella desciende un uniforme ceñido a inci- piente barriga; pechera libre de condecoraciones; faz acechante; mirar fi ero y mostachos de mosquetero. Es Silvestre y viene solo. Él es el refuerzo. No hay más y debe bastar. Cuando a Raisuni se lo cuentan, cabecea admirativamente. Un auténtico guerrero cristiano. Debe cono- cerlo. Pasarán dos meses hasta ese encuentro. Recibió entonces aviso de que había sido padre otra vez. La familia crecía y su prestigio entre las tribus aumentaba. Se sentía con fuerzas para engendrar veinte hij os y hacer frente a dos imperios, aunque uno estuviese sub-

26 sumido en otro: el Majzén encadenado a Francia. Había completado otra vida (la tercera) y convencido estaba de llegar al fi nal de las que Dios tuviera a bien concederle.

(Al Hayat al R-rabia, «Cuarta Vida»)

Silvestre y Raisuni se entendieron nada más verse. Aquel 21 de agosto el español regaló ar- mas —cinco fusiles máuser en buen estado, lo que ya era difícil de encontrar entre la ferralla armamentística del Ejército de África— y ofreció respetos al yebalí. Raisuni entregó su alian- za y satisfacción, más algún regalo que no conocemos, que perdido acabó en el horizonte bélico de Silvestre. Convinieron en hacer las cosas entre ellos, sin recaderos de por medio. El

Raisuni no dependía de nadie, dado que Muley Hafi d nada podía. Silvestre debía informar a Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. dos ministros: Agustín Luque en Guerra y Manuel García Prieto en Estado. No era buena cosa, pero no había otra. Y sin embargo, las había. Eran tres y resultarían malas a más no poder. De forma harto incomprensible, Luque consintió que al cónsul en Larache, Juan Zu- gasti Dickson, Silvestre le consultase sus decisiones militares; que el superior jerárquico del cónsul y embajador de España, el marqués de Villasinda (Luis Valera y Delavat), interviniese por fuerza y grado; que al jefe de los cónsules y embajadores, el ministro García Prieto, le fuese concedida la última palabra y, caso de cesar, su relevo hablaría. Así intervino Juan 421 Navarro Reverter en cuanto Romanones formó Gobierno (15 de noviembre de 1912). Cuatro intervinientes, uno en espera de volver a ser ministro (lo sería y ascendería hasta jefe de Go- bierno) y de los restantes, dos a pleno rendimiento y otro (Zugasti) coaccionado por los ante- riores. Un testigo cualifi cado privado de su opinión por dos recaderos de sí mismos, no del rey, pues aunque Alfonso XIII hacía cuanto le placía, en asuntos ma rroquíes poco intervenía. Silvestre soportó obstruccionismos y sinsentidos. Perdió paciencia y prudencia a partes igua- les. Pese a ello, permanecía fi el a su primera impresión: Raisuni era el hombre que necesitaba España. Silvestre decidió poner, por escrito, su fundada opinión. Carente de dudas, escribió una carta a su ministro, Luque. La fi rmó el 4 de mayo de 1912. Sin ser demasiado tarde, Ma- rruecos se hundía en rendiciones, guerras y represiones: revueltas en el Garb y Yebala; capi- tulación del sultán ante un simple cónsul, Eugène Regnault. Muley Hafi d había puesto su fi r- ma al pie de su renuncia como soberano, con lo que enterraba la soberanía de su patria (Fez, 30 de marzo). Siguió la matanza de ofi ciales y colonos franceses tras sublevarse los tabores jalifi anos (Fez, 17-18 de abril); la reacción despiadada de Moinier, quien ordenó a las tropas francesas el apresamiento de cuantos nacionalistas, activistas o sospechosos capturasen en calles y casas para, tras alinearles ante las tapias del cementerio musulmán, obligarles a gi- rar sobre sí mismos y fusilarles por la espalda; hileras de cadáveres (¿quinientos, seiscien- tos?) que nadie precisó con exactitud (27-28 de mayo). Tiempo había. Siempre lo hay des- pués de toda matanza. El problema surgió por las cuentas, iniciadas desde lados opuestos. Ninguna coincidió con otra. Y hubo fi rme desistimiento de volver a empezar. En el palacio de Buenavista, el general Luque, enfrentado a la carta de Silvestre, leyó: «Las noticias referentes al movimiento (nacionalista) en Fez confi rman la importancia del al- zamiento y el fracaso de Regnault y Moinier como modelos de imprevisión». El remitente, afi rmado en la diafanidad de la realidad que vivía, remachaba: «Considero que el error, base de todo, es la existencia de varias jurisdicciones». Las que él mismo padecía en Larache. Silvestre llegaba al nudo de la cuestión: el nombramiento de jalifa, segundo monarca del Marruecos protectoral. En relación al cargo en sí y al futuro de España en Marruecos, lo consideraba asunto «de la mayor importancia». Y al respecto, prevenía: «Colocar en dicho puesto a un palaciego (sic) sería un error». En cuanto al perfi l del candidato, con solo defi nir- lo lo retrataba a la perfección: «Un hombre de guerra que, por su prestigio e infl uencia, pusie- ra a nuestra disposición, sin gastos de sangre y dinero, importante bajalato (sic), en cuya región nos permitiese desarrollar la política adecuada». No había aspirante mejor caracteri- zado que El Raisuni. Silvestre, por si se diera el caso de que Luque no le contestase, sobrado de razones y desenvuelto en maneras, se puso a escribir otra carta. Al mismísimo rey. Alfonso XIII le había concedido el rango de gentilhombre, «con ejercicio», tras su habilidad mostrada en Casablanca. El monarca debía saber lo que pasaba y podía hacerse en Marruecos.

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. En esta otra carta, Silvestre hablaría del Raisuni como «hombre de talento»; que «tiene muchos intereses creados en la región que ahora ocupamos». Evidencias que ni el rey ni el ministro consideraron. A Silvestre le respondieron con el silencio. Por esos días mataron (12 de mayo), en Alal-u-Kaddur, al mejor guerrero que jamás tuvo el Rif: Sidi Mohammed Amezzián, jerife de Segangan. Con su muerte, en épico combate, la guerra del Kert concluyó. Creyó el rey de España, creyeron sus ministros y embajadores, sus generales también (excepto José Villalba), que ninguna guerra más habría en el Rif. Por consiguiente, a Silvestre nadie le con- 422 testó ni se le hizo el menor caso. Esto fue lo peor, pues la esencialidad del confl icto subsistía. Raisuni debía renunciar a sus abusos y Silvestre preocuparse de no perder su limitada calma. El primero en nada se contuvo, el segundo la perdió entera y de golpe. Abrumado por exhortaciones en favor de la justicia y compasión por los hechos que se sucedían en la fortaleza-prisión del Raisuni, cansado de que este desoyera sus advertencias, Silvestre ordenó el registro de las mazmorras de Arcila. No fue él en persona, envió a uno de sus capitanes: Alfredo Guedea. Tenía 34 años, llevaba órdenes terminantes y exhibía distinti- vos de Estado Mayor, así que los guardias de la entrada, nada más verle, se apartaron. Aquel 23 de enero de 1913, Guedea bajó a las cavernas raisunistas y comprobó que era cierto cuanto le decían, excepto en tres evidencias: el infi erno era húmedo, apestoso y cavernoso. Sujetos a grilletes y cepos, el capitán contó noventa y ocho prisioneros; cuarenta y dos de ellos enfi lados en una misma cadena. Los soldados de Guedea rompieron esas ataduras de hierro, sacaron en parihuelas a aquellos seres que ni personas parecían y a paso de carga fueron a por la armería, incautándose de armas y municiones. Excarcelar a sus prisioneros y robarle sus armas. No cabían mayores humillaciones para el jerife en un solo día. Y las había ejecutado un capitán, un caíd de mía. Es lo que más le dolía al Raisuni, que Silvestre recurrie- se a un subordinado en lugar de presentarse él. De jefe a jefe y cara a cara. El Raisuni buscó refugio en Tánger, doliéndose del asalto ante los diplomáticos espa- ñoles (Villasinda y Zugasti). Le escucharon y aparentaron compadecerle. Zugasti quiso ayu- darle, pero el marqués se opuso. Silvestre empeoró las cosas. Al intuir que Raisuni se declara- ría en rebeldía, puso centinelas de vista a su familia e hij os, con especial énfasis guardián sobre Jalid, el primogénito del jerife. Incluso retuvo los bienes íntimos de Raisuni: su harén, su masculinidad de jerarquía. Estas ofensas molestaron a la población musulmana y preocupa- ron al Gobierno de Romanones, que las consideró «excesivas». Silvestre, enfadado por los reproches, escribe a Luque y cuando este le pide calma y cabeza, le despacha, por telégrafo, su dimisión. En lugar de aceptársela, dejan pasar unos días y le ascienden (19 de junio) a general de brigada. Si El Raisuni era el Impávido, Silvestre se convertía en el Intocable. Por su parte, Romanones probó ser el Arrebatado, el Intolerante y el Distante. Ordenó al general Alfau la ocupación, con engaño, de Tetuán (19 de febrero de 1913), obligándole a romper su palabra de paz a los jefes yebalíes; premió la obediencia del incomodado Alfau con el rango de alto comisario (3 de abril); consintió que Navarro Reverter y González Honto- ria indagasen y maquinaran cuanto les apeteciera para localizar, entre los baúles patrilinea- les del sultanato, la personalidad que creyeron óptima para ser el jalifa español. Encontrado el opositor, Muley el Mehdi Ben Ismael, se lo propusieron a Romanones, quien lo aceptó como si de candidato a jefe de negociado, pero sin despacho propio, se tratase. Fue el más grave error de España. El rango y los ascendientes —nieto del octavo alauí, Mohammed IV (1859-1873) — del seleccionado ocultaban a un ser anodino, de dudosa moral, indotado para el trabajo, esqui- vo a la responsabilidad. No todo eran defectos en el elegido: distinguía entre el bien y el mal, Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. tenía claro que era un mero instrumento en manos de las potencias coloniales y esperaba burlar a quienes le engañaban al abusar de su raigambre con esa insultante desfachatez que practicaban. El maurista Manuel González Hontoria, al solicitársele su opinión sobre Muley el Mehdi, tuvo esta ocurrencia: «Su inexperiencia es el defecto de su cualidad». Al no precisar cuál era tal cualidad, la inexperiencia del aludido resultaba ser su única virtud. Cuando se hizo pública la designación, El Raisuni sintió desgarrarse sus vísceras. Habían elegido al peor de los aspirantes para hacerle ver que su ascendencia y categoría nada les importaban. 423 Querían un monarca infl uenciable y obediente, no un príncipe que gobernase y se hiciera respetar. El 27 de abril, un meditabundo Alfau recibía, en el embarcadero de Río Martín, a un desorientado Muley El Mehdi, desembarcado del Cataluña, a su vez escoltado por el crucero Extremadura y los cañoneros General Concha y Roger de Lauria. Tales alardes navales no venían a cuento. Ni España tenía fl ota para presumir ni era motivo de orgullo situar, en un trono sin corona, a quien jamás podría reinar, ni había nacido en ese norteño reino sin rey. Al Raisuni, atrincherado en sus riscos, le contaron detalles de aquella entrada jalifi ana por la puerta falsa del romanonismo colonial: más soldados españoles que tetuaníes jubilo- sos en las plazas; alegría pagada al contado y por adelantado; nada de compromisos por clanes, fracciones y tribus. Los españoles le humillaban, suplantándole por un príncipe humi- llado a la vez. España no entusiasmaba ni enardecía, luego no fi delizaba ni fascinaba. Dado que tampoco intimidaba ni causaba admiración, sola y mustia se quedaría. Eso no era hacer imperio, era abrir un pozo sin fondo, sin luz y sin agua. Cuántas oportunidades perdidas. Si hubiese podido hablar con el sultán español, en Madrid, viaje tantas veces ofrecido y pospuesto, habría tenido la oportunidad de convencerle. Bien es verdad que la última ne- gativa provenía de él mismo. Causa y razón tenía: su familia y servidumbre cautivas perma- necían en Arcila. El embajador, marqués de Villasinda, insistía en que cruzase el Estrecho: Alfonso XIII le avizoraba, el crucero Río de la Plata, calderas encendidas, fondeado le espera- ba en Tánger. Él respondió con lo obvio: Si queréis que vaya a rendir mis respetos a vuestro rey, liberad a mi familia, para que este siervo de Dios viaje libre y no apenado como un cau- tivo. Villasinda recomendó a García Prieto la libertad de los retenidos, el ministro despachó sus órdenes; de Arcila se fueron los centinelas (13 de abril de 1913); la familia del Raisuni marchó a Tánger y en Larache reventó Silvestre, sin perecer de tal berrinche el comandante general de la plaza. Quedó el Río de la Plata donde fondeaba, pero con sus hornos apaga- dos; quedó García Prieto indignado por haber quedado en evidencia ante el general Luque; quedó muy sonriente el ministro de la Guerra; puso Villasinda su mejor cara de circunstan- cias y el rey Alfonso ni dij o nada ni fue a ninguna parte. Raisuni permaneció donde solía: en su montaña de libertades. Allí moriría. Si un día tuviese que partir, sería para caer en batalla o sepultarse en el mar. Del que formaba parte por espíritu y talante, inmensidad que suponía le aguardaba. El 6 de junio de 1913 la España de Romanones le destituyó de todos sus cargos. De su reino hicieron tres bajalatos: los de Arcila, Alcazarquivir y Larache. Los dos últimos fueron para Sidi Buselham Ermiqi y Fadel Ben Yaich, proespañoles pero honestos. Del mal, el menos. El de Arcila recayó en Dris Er Riffi . Su exlugarteniente, un traidor. De él solo maldad vendría. Ofendido, decidió ofender a su vez. Necesitaba documentos y copistas eminentes. Que le trajesen hebreos. Con buena mano y mejor vista. Sabía que eran los mejores. Y se lo proba-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ron. Falsifi caron hasta el sello del Majzén. Ahora verían. El Raisuni empezó a vender y comprar las propiedades que él mismo decidía enajenar. Coste cero, ganancia redonda. Como el Maj- zén no sabía ni lo que tenía, pasaron años hasta descubrirse la trampa. Enorme. Las ganas de morir volvieron a sitiarle. Se había quedado a pocos metros de hollar, en el mexuar (palacio) de Tetuán, las cimas de la gloria y la lógica, fecundadas bajo su manto de color marfi l, histórico en atrevimientos: ser jalifa de españoles y marroquíes. Les hubiera dado fe y fuerza a los dos, recibiendo él paternidades y trascendencias. Silvestre sería un 424 gran guerrero en cuanto la pelea quedase abierta, pero antes del inicio mismo de un comba- te podía quedar en guerrero sin cabeza al cortársela él mismo. Le maldij o. Por su parte, esta- ba decidido. Y, apartándose de los suyos para no causarles dolor, aguardó la muerte que pedía. Dos años después, Raisuni comprobó que seguía aún con vida sin saber bien por qué. Veinticuatro meses lunares asombrándose de terminar uno y empezar otro, en movimientos desincronizados pero yuxtapuestos: desde la rutina de una existencia con la que no contaba a los desafíos por él mismo adoptados, pero con una furia que no esperaba poseer. Si Francia había declarado la guerra a Alemania (3 de agosto de 1914), él había convocado a la yihad (guerra santa) contra España, personifi cándola en su peor enemigo: Silvestre. Aquel 5 de agosto de 1914, el mundo entero en guerra al ser Europa el foco del universal confl icto, ante la yemáa de los Beni Gorfet fue leída su proclama, donde les aconsejaba y anunciaba: «Preservar vuestra religión y no temáis, que la victoria está cerca. Nuestro temor era que a nuestros enemigos les ayudaran las demás naciones, haciendo desaparecer la nues- tra, pero Dios ha hecho estallar la tormenta entre ellos y dado fuego a la guerra, dividiéndo- les. Esto ha sido hecho para deshacer a la Nación francesa y aplastar su fuerza, porque Dios está contra ella y la maldice. Queda después ese maldito español y quiera Dios acabar con su mala intención y sus fuerzas». El Raisuni ni se molestaba en poner nombre a «ese maldito español». Si aún vivía, no era por bendición suplicada ni fortuito azar, sino por indescifrable designio de la Providencia. Eso suponía que Dios había decidido imponerle otra prueba para medir su comportamiento. Fue entonces cuando le anunciaron la llegada de emisarios del general Marina. Tras dudar un buen rato, les hizo pasar. Un jefe (coronel), un diplomático (cónsul), un intérprete (teniente). Conocía a los tres. Esbozó una mueca, que ni sonrisa era. Su cabeza se oponía y su dignidad malamente consentía. Hizo un signo para oír lo que tuvieran que decirle. Según escuchaba la proposición, El Raisuni se sintió rejuvenecer: Marina le ofrecía la paz y la seguridad, junto con su mando sobre las tribus del norte tan amplio como fuera po- sible. Raisuni temió tantas buenas noticias juntas. Cada vez que se sentía rejuvenecido, los abusos y las traiciones, convertidos en puñales y emboscadas, herido de muerte le dejaban. Recordó a los españoles sus nefastos antecedentes y, con toda intención, mencionó rango y nombre: «el general Silvestre»; el infame comportamiento con su familia, a la que tanto le costase recuperar. Le mostraron su pesar. Para aceptar pesares insinceros no les había hecho pasar. Ni en todas las cuevas de Gomara y Yebala encontrarían un hueco disponible para apilar más excusas españolas. Desbordaban de falsas lástimas de España, embustera de sí misma. Su respuesta hizo mella: el intérprete la tradujo fi elmente; el coronel, mordiéndose los labios, miró al teniente con ojos de loco; el cónsul emitió un suspiro e inclinó la cabeza. Ese era el ecuánime. Esperó a ver si hablaba o respetaba la enfurecida jerarquía situada a su iz-

quierda. Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Y el cónsul habló: doliéndose de la acusación sufrida y del penoso efecto causado al coronel, un militar prestigiado, que acudía de buena fe y esperaba del jerife respeto e idénti- ca hidalguía. Como introducción exculpatoria para las partes, perfecta. El cónsul hizo una pausa. Intencionadamente larga. El coronel le miraba, resoplaba y sudaba. Sería el fi nal de la entrevista o el comienzo de otra. Y fue lo segundo. El Raisuni había sido elegido, hacía cosa de un año (enero de 1914), sultán de la montaña y proclamado como tal en Xauen. El general Marina lo fue en Tetuán hará cosa de año y medio (agosto de 1913). El jerife no tenía igual en 425

Yîhad

Desde hace años, al compás de las Supremo». Este fundamento triunfante del así comprometido, convulsiones que tanto han alterado representa la guía de conducta para fi nalmente vencedor de sus propios la paz y el orden social en los países todo buen musulmán, convencido de defectos. musulmanes, no pocos de ellos su obligación como creyente y – La yîhad asgar o martirio de un sometidas a nepotismos y practicante de su fe. En musulmán bendecido por su arbitrariedades de sus gobiernos, consecuencia, defi ne el compromiso sacrifi cio, pues no vacilará en este concepto se ha empobrecido al absoluto, determinado por dos inmolarse si se ve obligado a limitarse su entendimiento como directrices, nítidamente separadas: enfrentarse a los enemigos del Islam exaltación sacrifi cial de su única en acción considerada un combate idea: «guerra santa». Y no es así. Su – La yîhad akbar o ascesis —al igual sagrado. Llegado ese momento, tan legítimo como primigenio que la cultura cristiana—, luchará a muerte por su fe. signifi cado es «El Esfuerzo identifi cada con el empeño todo el norte de Marruecos, pero el general Marina tampoco era vasallo de nadie: sus tres generales, Jordana (en Melilla), Miláns del Bosch (en Ceuta) y Fernández Silvestre (en Lara- che), le debían la más estricta obediencia, como él se la debía al sultán español, Alfonso. In- teresante aclaración. Faltaba ampliarla o la reunión habría quedado en nada. El cónsul se volvió hacia el coronel. Le transmitía la palabra y oportunidad de recuperar su condición. El coronel, animado, fue directo al grano. Mi general le ruega, Señor, que acepte negociaciones directas entre ambos, para lo cual necesitamos saber los nombres de vuestros delegados y extenderles salvoconductos, que fi rmará nuestro general, don José Marina. Por fi n. El Raisuni se levantó, estrechó la mano de los españoles por su rango en apariencia; por su agradeci- miento en esencia: primero al coronel, que se llevó sonrisa y todo; después al ofi cial intérpre- te, que obtuvo sonrisa mayor; por último al cónsul, que recibió un apretón de manos intencio- nadamente largo. Como aquella pausa suya, que sugiriera honor, lealtad y paz. Sidi Ben Ahmed Alí Alkalay y Mohammed El Garfati, ayudante del primero, recibieron sus salvoconductos, expedidos en la Alta Comisaría y fi rmados por Marina de su puño y letra. Sendos autógrafos indiscutibles. Con esos documentos en su poder y una fe inmensa en los mismos, los delegados raisunistas se pusieron en camino hacia Tánger. Allí conversaron con los españoles (el cónsul Zugasti, el coronel Emilio Barrera y el intérprete Clemente Cerdeira). Encarpetados los tratos por la parte española, faltaba que El Raisuni los cerrase. Y hacia Tazarut marcharon. Viaje largo y difícil, escalonado en etapas. La segunda era una posición española, Cuesta Colorada, mesetón fortifi cado al noroeste de Larache. Mostraron sus docu- mentos y, para su asombro e indignación, les dij eron que «no eran válidos». Boquiabiertos y dolidos, tuvieron que soportar la humillación de que un capitán de la Policía Indígena se los arrebatase. Se sintieron desnudos, violados. Algunos soldados de aquel capitán canalla les robaron sus pertenencias, su privacidad y dignidad. Luego les dejaron reemprender el viaje. No fueron lejos. Al entrar en el monte, se vieron rodeados por gentes hostiles: soldados y ofi ciales de la Policía Indígena. Presintieron su muerte y, sin armas, hicieron frente a sus verdugos. El Garfati fue el primero en morir. Le sacaron un ojo al proteger a su señor. Alkalay murió instantes después. Estrangulados ambos. Aquel 12 de mayo de 1915 sus cadáveres, «atados con piedras y cuerdas», fueron arrojados al Tembladeras. Este torrente de montaña, crecido por las últimas lluvias, llevó sus sumergidos cuerpos hasta la desembocadura del Mexera el Harf, donde, tres días después, afl oraron. Bocas abiertas, ojos vaciados; nucas hundidas como anclas, vientres como globos. Unos pescadores, espantados, dieron el aviso. Ni el agua de la sierra, ni la del mar, menos aún la barbarie de unos cobardes, pudo borrar los rasgos faciales de los asesinados. El estupor y el dolor prevalecieron en Tetuán y Tazarut. No así en Larache, donde predominaron la preocupación de unos y la satisfacción de otros. Silvestre informó a Marina de lo sucedido, confi rmándole la identidad de los difuntos. Marina requirió a Silvestre mejores explicaciones, que recibió y no aceptó. El alto comisario

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. exigió al comandante general de Larache «su inmediata dimisión». Silvestre se negó al no con- siderarse responsable. Replicó con la designación de una Comisión de Encuesta, que confi ó al comandante Luis Orgaz Yoldi (futuro alto comisario). A la vez, se abrió causa sumarial por es- tos hechos, con el teniente coronel Mariano Gómez Navarro al frente del procedimiento. El resultado de las pesquisas no se hizo esperar, máxime cuando tanto Orgaz como Navarro coincidieron en la identifi cación de los culpables: Dris Er Riffi , bajá de Arcila, más los tenientes Manuel García de la Sota y Ramón Morales, ambos de la Policía Indígena, con su 426 superior, el capitán Luis Ruedas Ledesma, jefe de la Ofi cina de Larache. Este último ofi cial fue quien había ultrajado a los delegados raisunistas al despojarles, en Cuesta Colorada, de los salvoconductos fi rmados por el general Marina, documentos que, «junto con otras cartas de interés, fueron quemados por el capitán». En cuanto a los tenientes García de la Sota y Mo- rales, fueron ordenantes y testigos del asesinato que, ante sus propios ojos, ejecutaron el mokadem (sargento) Ben Dihas y los askaris (soldados) El Metugi y Korsan, miembros tam- bién de la Policía Indígena. Estupefacción, pesar y clamor. Dris Er Riffi , enemigo jurado del Raisuni, de quien había sido uno de sus principales subordinados, junto con el capitán Rue- das, jefe de la Ofi cina de la Policía Indígena, constituían las cabezas del complot. Lo sucedido era de tal gravedad, por las implicaciones militares y políticas impuestas a la España protectoral, que el procedimiento debió ser trasladado ante una corte marcial y concluido en sentencias a la pena capital, con ejecución de las mismas ante un pelotón de fusilamiento. No hubo tal. Se dictó condena de cárcel para el capitán Ruedas y se impusieron simultáneas dimisiones: Marina cesó «por motivos de salud», Silvestre «por traslado». A Ma- drid, como edecán de Alfonso XIII. Luego se les condecoró: Silvestre recibió la Gran Cruz de María Cristina; Marina obtuvo la Gran Cruz Laureada de San Fernando. El escándalo fue a más tanto como la legitimidad del Gobierno Dato fue a menos. En idéntica proporción mermó la credibilidad del rey. Para escarnio de España, Ruedas no fue degradado, sí excarcelado. Conservó su rango y ascendió a teniente coronel (en 1936, milicias republicanas le fusilarán). Al enterarse del sadismo y perversión de los asesinos, El Raisuni supo que moriría si repetía esas violencias, noche tras noche, a su insomne sentir. En agobiante esfuerzo logró detener la progresión de móviles y hechos. De la imposibilidad de subsistir bajo un dolor inso- portable, accedió a una pena tenue, aleteante por tanta impunidad consentida. La ira y la venganza, que crecieron hasta ser un muro altísimo de imposible sujeción, redujeron su altura nocturna para adquirir forma de mastín ahíto de ajusticiamientos, tumbado a los pies de su cama. Sabía que le bastaría con chascar los dedos para que ese perro de guerra saltase so- bre quien él se lo ordenase, matándole a él también. En el plano institucional, subsistían las consecuencias políticas del crimen cometido por los ofi ciales de Silvestre. El delito era más letal que el doble asesinato. Lo que a otros les condenaría de por vida, a él, Raisuni, le digni- fi caba. Fue consciente de que dejaba atrás otra vida (la cuarta). Y promesa se hizo, a sí mismo, de obedecer el mandato que Dios le revelase cuando lo considerara oportuno.

(Al Hayat al Jamisa, «Quinta Vida»)

A general despedido, general bienvenido. Francisco Gómez Jordana sustituyó (9 de julio de 1915) a Marina en la Alta Comisaría. No tenía la franqueza y espontaneidad de su antecesor, pero su preparación militar era superior y, en lo moral, era persona sin tacha ni sospecha. Culto, circunspecto y con un civismo manifi esto en su comportarse y forma de escribir, sabía admirar lo bueno del mundo marroquí y rechazar, de plano, lo malo del español. Alto y corpu- Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. lento, superaba en estatura al jerife de Tazarut. Esto último no le gustó al Raisuni cuando ambos se encontraron en El Fondak de Ain Yedida, pero lo superó tras saludar a Jordana. Llevaban meses intentando convertir esta cita previa en un acuerdo a largo plazo. Una alian- za entre hombres, ejércitos, pueblos y religiones. Lo nunca visto en Marruecos ni en todo el Magreb. El Fondak de Ain Yedida era (y es) una meseta abalconada sobre un escenario dan- zante de colinas y vaguadas, más próximo a Tetuán que a Tánger. Posición estratégica, lo era 427 también simbolista en grado sumo: tierra de batalla antigua en espera de paz joven. Allí fi r- maron las paces Leopoldo O’Donnell y Muley el Abbas, jefes de sus respectivos ejércitos: vencedor el primero; derrotado, que no abatido, el segundo. De aquello hacía ya cincuenta y seis años. Tiempo era de alumbramientos. Dos años de sequía (1913-14) habían yugulado las fuentes, arrasado las huertas, matado al cereal y ahuyentado a las abejas. Solo los olivos resistían. En el nuevo año hubo lluvias, novísimas en su persistencia, fastuosas en su caden- cia. Y todo revivió. Las colinas del Fondak ondeaban el color del Islam: verde triunfante y verde perseverante. Todo eran verdes: tersos y gráciles, livianos y recios, enérgicos y sutiles, levísi- mos como ala de mariposa en abril y prietos como aceitunas en diciembre. Para españoles y normarroquíes, habituados a bregar con la aridez, malas cosechas y hambrunas, tanto verde a su alcance suponía alimento, bienestar, confi anza, fertilidad, placer y seguridad. En el mesetón se había instalado una gran tienda. Circular y blanca como era, des- lumbraba. En ella habían entrado ambos caudillos. Por el tiempo que Jordana y El Raisuni llevaban allí, de acuerdos hablarían, no de acusaciones y rupturas. Hora de té y charla para sus tropas. Las alturas del Fondak, desnudas al alba, llegado el mediodía se habían poblado por manadas de caballos (ensillados) y hormigueros de jinetes (desmontados). Los primeros pas- taban; los segundos hacían corrillos, donde calentaban sus teteras sin desanimarse por el largo aguardo, con montoncitos de hojas de hierbabuena justo al lado. Sin peligro de que fuesen esparcidas. Viento modoso, suave como mano de doncella. Ni una nube. El sol lucía su adultez como correspondía a la hora y estación del año. La visibilidad, magnífi ca: se veía todo Marruecos solo con sentirlo. Si no se veían las cumbres andaluzas de España era por culpa de la bruma. O por la dejadez de algunos, sintiéndola esa patria tantos de los allí pre- sentes. Entre proximidades y distancias, recuerdos y sentires, retiraron el toldo de la entrada y los protagonistas aparecieron. Con sonrisa franca uno (Raisuni); con sonrisa de ceremonia el otro (Jordana). Aplausos y vítores. Muley Ahmed El Raisuni, 50 años, descendiente de los primeros monarcas de Marruecos, máxima autoridad religiosa y política del Garb y Yebala; Francisco Gómez Jordana, 63 años, teniente general y alto comisario de España, habían sellado inusitada alianza: unirse contra los enemigos del Majzén y del Protectorado. Que temblasen todos, pues en África no había fuerza igual. Era el miércoles 24 de mayo de 1916 y España y Marruecos habían decidido marchar, juntas, a la guerra. El ejército hispano-yebalí nacido en El Fondak vio la luz con enemigo puesto: la cabila de Anyera. La más grande y poblada del norte. Sin llegar a la belicosidad de uadrasíes y su- matíes, los anyeríes eran adversarios de cuidado: sabían maniobrar, atrincherarse y disper- sarse para luego concentrarse y golpear en los fl ancos o el centro de la fuerza hostil. El 29 de junio, en las alturas de El Biutz (cerca de Ceuta), hubo sendas sorpresas: los atacados eran

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. bastantes más de lo que pensaban sus atacantes: seis mil anyeríes. Los hispano-yebalíes re- sultaron ser muchísimos más de los calculados por sus contrarios: treinta y un mil. Los anyeríes resistieron en la proporción de 1 contra 5. Además, Jordana puso en ba- tería cincuenta cañones, por ninguno de los cañoneados. Había que tener mucho valor y el triple de fe para soportar tales fuegos y las avalanchas que venían detrás. En La Loma de las Trincheras, fortifi cación construida al modo carlista (algún anyerí debió servir al duque de Madrid), con sus parapetos de piedras, sus fosos emboscados y sus troneras bien camufl a- 428 das, a las gentes de Anyera poco les faltó para romper el espinazo de la embestida. Los españoles sufrieron un total de 305 bajas, de ellas 81 muertos, en su mayoría le- gionarios y Regulares. Dado que las harcas raisunistas padecieron 19 muertos y 22 heridos, surgieron insidiosos comentarios. El más benefi ciado por la victoria (Raisuni) era el que me- nos hombres perdía. Los que más habían sufrido eran los que nada recibirían. Raisuni sabía de matemáticas. Probó que sus bajas suponían el 1,45% de sus efectivos (5.950 harqueños), mientras que las pérdidas españolas se situaban en el 1,01% y esto incluyendo a los Regula- res y la meha-la. ¿De qué se atrevían a quejarse los españoles? Obtenían la victoria con am- plísimas seguridades: al dominar Anyera, la fachada atlántico-mediterránea del septentrión marroquí quedaba bien resguardada. Y a salvo Ceuta, Arcila, Tánger y Tetuán. Si vencer no supone exterminar, combatir tampoco exige suicidarse. Las cuarenta y una bajas de los suyos muchas le parecían al Raisuni. Jordana le dio la razón. Por escrito. Pero no al jerife, sino al ministro de Estado (Amalio Gimeno), en carta fechada el 10 de mayo de 1917: «La actuación del Raisuni y la tranquilidad debida a ella, nos ha permitido repatriar 28 batallones, tres escuadrones y seis baterías, así como disolver (otros) cinco escuadrones, seis columnas de municiones, tres depósitos de ganado (...), con una considerable economía». En hombres desmovilizados, diecisiete mil; en dineros ahorrados, seis millones, en vidas salvadas (en combate, a resultas de sus heridas o por enfermedades), mil doscientas como mínimo: el 7,1% de los efectivos librados de la guerra. Sin duda era considerable economía. El Raisuni tampoco daba explicaciones. Al oscurecer de aquel 29 de junio, en el Biutz, tras presentarse los jefes de la tribu vencida, que «llegaron descalzos, en signo de suprema humildad, para solicitar el amán (perdón)», el general Jordana les recibió con afabilidad y conmovido. El jerife se mantuvo en su postura, pétreo e inaccesible como pirámide vigilante del Nilo. Por su boca justiciera habló El Fahilu, quien «mandó fusilar, en el acto, a dos notables (anyeríes) capturados, según él porque le insultaron cuando les llamó a su presencia». Con dos fusilados a sus espaldas, El Fahilu no por ello se consideró satisfecho, pues el mismo ofi - cial relator español precisaba: «Y en la cabila de Anyera hizo lo mismo con otros dos». Los combates en el Biutz quedaron como primera y última batalla de las fuerzas alia- das. No volvieron a reunirse, banderas al frente y ejércitos detrás, Jordana con El Raisuni. El primero volvió a su diario desesperarse con las intrigas de ministros y embajadores, que acabarían por matarle (18 de noviembre de 1918). El segundo reinició sus negociaciones con alemanes y turcos, que en nada le hirieron, pero mucho le defraudaron al perder ellos su gran guerra, con lo que el Marruecos raisunista quedó sin norte, extraviado. En busca de poderes diferentes. La muerte de Jordana sumió en rotundo desconcierto a las instituciones alfonsinas. Si había candidatos para la vacante y todos bien recomendados, ninguno cumplía los requisi- tos. Un tanto por sorpresa y mucho por bífi da extenuación pensante (de Alfonso XIII y Roma- nones), hubo nombramiento (25 de enero de 1919) con apellidos y rango: Dámaso Berenguer

Fusté, 45 años, general de división y ex ministro de la Guerra. Al cual no ascendieron a tenien- Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. te general por ser el nuevo alto comisario. El designado se preocupó de ascenderse a sí mis- mo, pero no cosiéndose estrellas en su bocamanga, sino por concentración de poderes: co- mandante en jefe del Ejército de África y, meses después (agosto de 1919), inspector de ese mismo Ejército. El Raisuni guardaba buen recuerdo de Jordana (aunque este le detestase en privado). Y al hij o del fallecido alto comisario, coronel Francisco Gómez-Jordana Sousa, en relación a ese afán de Berenguer por concentrar funciones, le advertía por carta del 22 de febrero de 1919: 429 «Si el Alto Comisario trae plenos poderes, es factible le suceda que le den una orden por la mañana para enviarle la contraria por la tarde. Así es imposible solucionar el problema (...). Antes fl orecerá la sal y tendrían canas los cuervos que verse realizadas tales cosas». Mientras Berenguer reunía poderes, Raisuni buscaba otros que pudieran compensar su aislamiento frente a españoles y franceses. Asiduo lector de periódicos y revistas, estaba bien informado. El 31 de mayo de 1919 fi rmó carta dirigida al noroeste oceánico, pero apun- tó tierra adentro y muy alto: al vigésimo séptimo presidente de la Unión. El Raisuni no vaciló en recordar, a Woodrow Wilson, su ideario y compromiso como ciudadano estadounidense:

El objeto de este escrito es elevar nuestra demanda a vosotros, que poseéis todas las ciencias, porque nosotros, la totalidad de los magrebíes, somos víctimas de nuestros dominadores, que destruyen nuestro derecho y libertad, arrebatándonos nuestras propiedades (...) un pueblo que ha vivido libre durante trece siglos y al cual le ha sido reconocida su libertad en la Conferencia Internacional de Algeciras, habiendo sido vuestra Nación una de las fi rmantes del Acta de la Conferencia referida (...) ¡Apresuraos, oh hombres libres, para libertarnos y libertar a nuestro país!

El presidente Wilson no le contestó. Porque la carta fue interceptada por mano anónima o porque el embajador estadounidense en Madrid, Joseph E. Willard, que recibió copia, se en- cargó de que Wilson no la leyera. De una carta reservada solo para sus ojos, que cuatro eran, los de Wilson y la América que él representaba, quedó el silencio. El Raisuni comprendió que los poderes, cuanto más altos, más iguales en cinismos, egoísmos y miedos. Sin embar- go, la carta sobrevivió: rescatada por Tomás García Figueras en 1927-30, pasó a la Bibliote- ca Nacional (BN) al hacer donación (1966) de su Legado antes de morir (1981). Y fue en la BN donde algunos ignorantes dispersaron (1989) la colección del gran africanista —la céle- bre Sección África—, que entró en pérdida inducida y en vuelo invertido cayó sobre el AGA (Archivo General de la Administración), maelström de nuestra des-administrada memoria. Y allí, como cigüeña con nido propio —caja, 147; expediente 1—, espera la llegada del Año de los Justos: la reunión de todos los fondos garcía-fi gueristas y raisunistas en un solo archivo. La mudez de Wilson se convirtió en amargura para El Raisuni. Supo vencerla al recibir pésimas noticias: el 5 de julio de 1919 se le notifi caba la confi scación de todas sus propieda- des, rústicas y urbanas. Empezaron a llegarle requisitorias de embargo y denuncias. No las aceptó. Lo que no podía devolver era el bloqueo registral de sus bienes. En total le fueron confi scadas novecientas veinte propiedades. El Raisuni sabía que allí no estaban todas. Su falso sello del Majzén le protegía como Mano de Fátima. Lo cual no disminuía la pérdida de su prestigio ni la alegría de sus enemigos. De una y otros se encargaría a su tiempo. La crisis mayor anidaba en Ceuta. Allí había tomado posesión, el 12 de agosto, Silvestre. Reclamado

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. por Berenguer para relevar al general Arráiz de Conderena, el vencido en Kudia Rauda. Ur- gente era levantar harca y bien fuerte. El 6 de octubre Silvestre ocupó El Fondak de Ain Yedida y reconquistó Kudia Rauda, donde dio sepultura a los españoles caídos en su defensa. En Tetuán le hicieron un recibi- miento triunfal: fl ores, ovaciones, homenajes. Los niños de las escuelas le dedicaron Libros de Firmas. Un sinsentido. La juventud está para aprender a luchar en la vida, para cuidar de sus padres si caen enfermos, para servir a Dios y hacerse dignos de Él, no para santifi car a ídolos 430 bélicos. Presentía que Silvestre vendría a matarle. Dio órdenes de comprar armas al precio que fuese. Necesitaba ametralladoras. Los pájaros metálicos sobrevolaban Tazarut y le bom- bardeaban. Sin tino, pero asustaban a los ancianos y mataban ovejas y vacas. Rezó porque el cielo entero se desplomase en lluvia, viento y frío. El cielo le escuchó y premió. No solo heló, llovió y venteó, sino que su peor enemigo se marchó el 20 de noviembre. Viaje político por su duración (mes y medio), con regreso a Ceuta e inesperada reorientación de su amenaza: Silvestre era nombrado (30 de enero de 1920) comandante general de Melilla. La tormenta de la guerra se desplazaba al Este. Alfonso XIII y Silvestre habían acordado el asalto al Rif con la toma de Axdir. Allí vivían los Beni Urriaguel, los Bocoya y los Tensaman. Demasiado bocado para una sola boca. El rey ordenaría lo que le diera su real gana, pero el que mordía era Silvestre y Dios solo le había dado una dentadura. También le llegaban noticias de Larache, donde su antiguo amigo, el coronel Barrera, era el nuevo comandante general. Al ascendido nada de amistad le quedaba: insistía en en- viarle, columna tras columna de tropas, su terco empeño por adueñarse de Xauen y cogerle de revés. Berenguer, desde Tetuán, venía de frente hacia él. Querían atraparle en tenaza. Pero los soldados de Barrera no pudieron con tanta montaña y emboscada, y decidieron fortifi car- se. Por su parte, Berenguer avanzaba como una tortuga. Otro que acabaría rodeándose de alambradas. Con esos pinchos había cubierto las dos orillas del Lau, en Gomara. Qué insen- satez. Un monte, un fortín, una guarnición, un asedio, un incendio, un desastre. Es lo que su- cedería. Xauen, pura y santa, dormiría tranquila. Y entonces le llegó un aviso que atenazó su corazón: Xauen se había rendido (20 de octubre de 1920). Sin levantar fusil ni alzar cabeza, sin mostrar pecho ni apretar puños. La ciudad santa en poder de los cristianos. Desde la caí- da de Granada no había memoria de noticia peor para las dolidas gentes normarroquíes. En horas supo quién había sido: Alberto Castro Girona, 42 años, teniente coronel. Uno de los ofi ciales de E. M. de Jordana padre. Audaz, habilidoso, valiente. No podía maldecirle. Había evitado una matanza de xexuaníes y otra de españoles. La segunda también contaba: el castigo habría derivado en bombardeos aéreos más intensos. Se le ocurrió hacer de la ciu- dad perdida un campo de tiro para sus harqueños. Los españoles les llamaban pacos, para él eran muyahidins (combatientes de la fe), acechantes del enemigo con su fusil. Una cortina de tiradores puso a Xauen en su punto de mira. Y los españoles ni salir a la calle pudieron. Pasó el invierno, entró el verano antes que otros años y las tropas españolas volvieron al camino de la guerra. Berenguer había movilizado un ejército, Barrera otro y Silvestre el suyo, el más osado. Acampaba en Annual. De allí hasta Axdir, dos días de marcha forzada monte a través. Si tomaba Alhucemas, intuía que lo dejaría todo con tal de volver a Ceuta y subir a por él. Aunque pudiera ser que Berenguer se le adelantase. Su puesto de mando avan- zado estaba en Rokba el-Gozal, no lejos de Tazarut. Julio de 1921 se terminaba y las municio- nes también. Alejado de las costas atlánticas, nada recibía: ni armas ni medicinas; ni adhe- siones ni bravuras. Los descreídos y miedosos de siempre le aconsejaron que huyera o solicitase el perdón. Antes la muerte. Escaparía a la vergüenza. Decidió no mover sus fuerzas Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. y esperar. No pocos aprovecharon para abandonarle. Y de repente, todo cambió. Era el 22 de julio. Los rakkas (correos) llegaban en fi la e informaban: Berenguer va camino de Ceuta, en su coche de mando; los batallones de la Legión han desguarnecido su lado del frente y a pie se dirigen a Ceuta; el desmantelamiento del campamento de Rokba se acelera. Las preguntas y aclaraciones se sucedían: ¿Atacamos o esperamos a la noche? Al amanecer se habrán ido todos los cristianos. Es el momento, Señor, ¿por qué no ordenas que ataquemos? Tú estás 431 impedido, pero nosotros ganaremos esta batalla en tu nombre y en el de nuestro pueblo. No nos prohíbas luchar y vencer, ¿no te das cuenta, xerif, que así ofendes a Dios con tu actitud? Es duro hacer de esfi nge cuando el mundo enemigo se hunde y el tuyo sube hasta los cielos. Y entonces les dij o: Venceréis sin disparar un tiro. Mostraros y ellos huirán. Dios os lo señala. Las prisas impidieron que los españoles se llevaran la totalidad del material que ha- bían acumulado para derrotarle: armas inutilizadas (que sus armeros arreglarían), cajas de municiones, equipos médicos, tiendas, picos y palas (tan valiosos), sacos terreros, víveres, vehículos que se negaron a funcionar. Y rollos de alambradas con sus estacas. Del ejército de Berenguer solo quedaban nubes de polvo. Se retiraban como si el demonio fuese tras ellos. Al día siguiente llegaron más noticias. Imposibles de creer. Silvestre había sido vencido en Annual y a tal extremo que su ejército, tras desbandarse, muerto en masa yacía sobre el campo. Silvestre había caído, suicidado por su mano, desaparecido su cuerpo. Eso le inquie- tó. Debería estar allí. Ningún difunto, salvo los hundidos en el mar, se desvanece. A su alrede- dor todo eran cánticos y disparos al aire, enloquecida fusilería. Irritado, les reprochó el des- pilfarro de tan valiosa munición. La victoria era de otros. Ordenó que le dejasen solo. Cuando llegó el alba, seguía donde le oscureció: en las fortifi cadas azoteas de Taza- rut. No había dormido, pero se sentía a gusto. Noche de felicitaciones, solicitudes y proposi- ciones. Sin tregua en unas y otras. Nunca había bendecido a tanto niño ni rechazado a tanta mujer virgen. Mañana soleada, horizonte de transparencias, lejanías que parecían próximas y cercanías que le inquietaban al ser decisiones que a él le competían. Avanzar hacia Xauen y tomarla al asalto. En absoluto. Los españoles tomarían rehenes y él se vería obligado a com- batirles. Lucha sangrienta con resultado incierto. Avanzar hasta Ben Karrich, antepuerta de Tetuán. Tampoco. Por asustar al jalifa y al sultán español, que se lo merecían, él mismo se si- tuaría entre dos fuegos. Maniobra apurada, con cerco seguro y avituallamiento inviable. Vol- vió a rogarles, más que pedirles, que le dejaran solo. Necesitaba pensar. Silvestre muerto y desaparecido. Hechos consecutivos y a la par divergentes. La mag- nitud de tal realidad a su favor le desazonaba. España derrotada en el Rif. De allí no llegarían cosas buenas para el Marruecos que él defendía: tradicional e independiente, nunca revolu- cionario, ni siquiera atatürkiano. Abd el-Krim había probado su astucia y tesón para movilizar a su pueblo. Vencer no es nada siendo tanto. Lo que cuenta es qué hacer después de la victo- ria. Cómo transformarla en prolongado triunfo. España se hundía de popa como paquebote torpedeado en su sala de máquinas, su capitán en el puente, dubitativo entre saltar al agua o hundirse con su barco. Por lo que sabía del rey Alfonso, al agua iría. Francia levantaba su casco de batalla y macheteaba las olas coloniales, fi rme en su navegar sobre el mar de los imperios, confi ada en hacer del suyo el segundo del mundo. Mal porvenir para España en Marruecos, penitente rehén de Francia. Malo para Yebala y Gomara, pues a poco que se descuidasen acabarían como esclavos del Rif. En cuanto al Garb, Francia se lo llevaría con

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. un gesto, como el que roba una cartera caída en el suelo y no pregunta de quién puede ser. El rostro de Silvestre se le apareció. Afi rmado en su estrella, seguro de sí, indomable. Qué habrá sido de ese mirar terminante, de esa frente sin sombras, de esos mostachos en ondas, que parecían olas abigotadas en espumas, divididas por la proa de un acorazado lanzado a toda máquina. Silvestre era buque de guerra: cañoneaba, maniobraba, ordenaba esto o aquello, viraba a babor o a estribor, nunca viraba en redondo. Siempre de frente, apro- ado a rumbo fi jo. Le aborrecía y le admiraba. Juntos habrían hecho de Marruecos un imperio 432 y de España un modelo de civilización. Y ahora no quedaba nada de Silvestre. Excepto su fajín de general. Decían que Abd el-Krim lo llevó puesto. Lo dudaba y mucho. No le creía capaz de semejante banalidad. El hij o del alfaquí (Sidi Abdelkrim) era infl exible, no un presuntuoso. De los llegados la pasada noche para felicitarle, varios le recordaron su parábola so- bre el viento y el mar: Silvestre aquel, Raisuni él. En vez de enardecerle, le incordiaban. Silves- tre había muerto en el Rif, donde toda piedra es arrecife y todo barranco, sima. Siendo Sil- vestre viento, entró en el mar del Rif y allí se perdió, pugnó por salir, no lo consiguió y al fondo fue. Siendo Raisuni el mar, ni el Garb ni Gomara, ni el Rif ni Yebala juntos, cuatro países-vien- to, que movieron guerras de un lado a otro del ámbito magrebí, ninguno levantó mar arbola- da en su ánimo ni alteró su comportamiento. Permanecía en su sitio. Seguía siendo el mar. Con signifi cativas mermas. No se emocionaba ante la batalla inminente, luego no era borras- ca y ni siquiera marejada; no anhelaba combatir al frente de sus guerreros, luego había de- jado de ser combatiente y caudillo; tampoco le apetecía vengarse, luego ni era ya justiciero ni nunca más sería temido. Sin embargo, le juraban fi delidad, le besaban la mano y el borde de su chilaba, suplicaban su bendición y le ofrecían sus más educadas y hermosas hij as. Placeres para su memoria, invalideces en su presente. La hidropesía le tenía clavado a un diván. Su corazón apenas podía levantar sus 115 kilogramos de peso. Se quedaba sin dien- tes, la disnea (difi cultad al respirar) agarrotaba sus pulmones, sufría de infecciones renales, digería mal y defecaba con sufrimiento, un molesto hidrocele (acumulación de líquido en los testículos) le impedía yacer con mujer. Siendo tan corpulento, un tercio de hombre era. Hacer- se anciano y decrépito. He ahí la derrota absoluta. Haberlo sido todo y depender de tantos para quedar en cuerpo fétido: le cambiaban sábanas y ropa interior varias veces al día. Estaba decidido. No atacaría a Berenguer, al que sabía en Melilla, recomponiendo los restos de aquella vajilla rota que había sido el Rif de Silvestre. Si quisiera, podía levantar un ejército de quince mil fusiles en ocho días. En veinte, serían treinta mil. Y en treinta, cuarenta mil. Berenguer jamás volvería a Tetuán y el jalifa andaría por España, en busca de escondites. Pero él tendría que guerrear con Abd el-Krim y entonces sería Marruecos quien perdería. Una guerra civil a escala jamás vista en el Magreb. Francia sería la única benefi ciada: enterraría a los supervivientes, porque de los muertos en esa guerra ni se ocuparía. Lo había probado en Casablanca y Fez. Lo tenía claro como la luz. Compartir la vida, no asesinarla entre dos. Su mejor fuerza era el tiempo. Siempre lo había sido y así es y será para todo musulmán afi rmado en su fe. Del internamiento al excarcelamiento, de la resistencia a la liberación, del nunca dudar al saber vencer. Pruebas tenía: en Mogador, Arcila, Larache, Xauen, Zinat. Le gus- taría morir donde naciera, en el hogar de sus padres, tantas veces derruido y reconstruido. Ojalá pudiera hacer lo mismo con su cuerpo. El suicidio jamás. Mejor una muerte que sirviera de ejemplo. Se puede ser heroico con una frase o un gesto. Decidió perdonar la vida a miles de españoles y a cuantos de sus yebalíes y garbíes pudiera. Esperaría. Como el mar. Supo que dejaba atrás otra vida (la quinta) y que debía esmerarse para no defraudar a Dios o esa vida que se le ofrecía sería un martirio y de él se hablaría mal en las crónicas del Islam, que en su Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. día serían dictadas y divulgadas. Los nietos de sus nietos, con orgullo, las aprenderían.

(Al Hayat al Sadisa, «Sexta Vida»)

No se puede perdonar al soberbio y menos al obcecado. Berenguer, a quien él perdonase no la vida, sí el poco rédito que le quedaba tras saberse sus graves errores de juicio en los meses que antecedieron al desastre de Annual y la muerte de Silvestre, volvía a atacarle. Dris Er Riffi , 433 ese vendido, había sido repuesto por Berenguer como bajá de Arcila. A qué tanto odio contra él. El 11 de mayo de 1922, Tazarut medio sitiada y sus fuerzas fragmentadas, se veía enfren- tado a la capitulación o la huida. Rendirse nunca, pero escapar, ¿dónde y sobre qué trans- porte? Necesitaría un elefante. Le aseguraron que había solución: buenas mulas españolas y fuertes brazos yebalíes. Le llevarían en una silla de manos, en angarillas o a hombros. Se ha- bían juramentado. Le salvarían sin que sus vidas importasen. Subirían hasta el Buhaxem, macizo boscoso y pedregoso, impenetrable, con deslizantes pendientes. Cientos de sus par- tidarios cavaban trincheras y tendían emboscadas. A los españoles les costaría mil bajas subir hasta allí. Para entonces él estaría en otro lugar. Montañas no faltaban en Yebala. Ani- mado, fue con ellos. Al día siguiente, Tazarut caía. Estaba vacía: ni Raisuni, ni sus tesoros. A salvo en las cortaduras del Buhaxem, Raisuni contó sus tropas: dos docenas de guerre- ros. Le habían mentido. Para salvarle. Les bendij o. Algunos lloraron y todos rugieron. Juramento reforzado. Morirían por él. Él les prometió morir entre ellos o solo con su fe. Dios lo decidiría. El calor del verano se compensaba con la frescura de la alta montaña. El Buhaxem, con sus escarpes y desplomes, sus masas arbóreas y bloques pétreos, intimidaba a soldados y pilotos españoles. Los primeros no sabían a cuántos enemigos se enfrentaban, pues les disparaban desde veinte puntos a la vez; los segundos habían comprobado que, al más míni- mo error en un giro forzado o en un picado, se estrellaban contra su objetivo. Bombardeaban a baja altura, a plena potencia de sus motores. Los defensores del macizo, sin ametrallado- ras, se limitaban a verles venir: dos puntitos emparejados en el horizonte o una bandada de seis. Convertidos en águilas de aluminio, atronadores en ruido, zumbaban como avispas gi- gantes y dejaban caer bombas con su peor intención. Las que no explotaban, fallaban por desviadas. También fallaron los propósitos de Berenguer. La Instrucción sumarial del general Picas- so evidenciaba sus faltas y desidias. No bastaba con dimitir (cuatro veces había presentado su dimisión), era preciso admitir. Y en gesto altivo, Berenguer solicitó su propio Suplicatorio por la inmunidad que poseía al ser senador del Reino. Le fue concedido por votación mayoritaria. Su dimisión era inminente. El 21 de julio de 1922 un nuevo alto comisario tomaba el mando. Como consecuencia, al Buhaxem volvieron halcones y milanos, palomas torcaces y tórtolas, no las bombas. Entrado agosto, de Tetuán llegaron noticias explosivas: Ben Azzuz, el gran visir, cesado; Dris Er Riffi , desposeído de su bajalato. Alguien, con honor, impartía justicia. Ricardo Burguete Lana era tratadista militar, laureado (en Cuba) y afamado conferen- ciante. Se sirvió de sus virtudes para hablar con El Raisuni ayudado por Cerdeira, intérprete de altos pactos, que les complacía. Hubo hasta seis encuentros, pero desde el primero (Adiaz, 7 de agosto) con pleno entendimiento. El acuerdo llegó (2 de septiembre de 1922) por las compensaciones a los daños sufridos en bombardeos y pillajes; la renuncia a la guerra por ambas partes; más el reconocimiento, por el Majzén, del rango institucional del jerife al insti-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. tuirse varios caidatos (mandos directos sobre tribus), que El Raisuni, generoso, entregó a primos y sobrinos. En dinero, El Raisuni recibió seiscientos cinco mil duros hassaníes por las pérdidas en ganado y cosechas, más doscientos sesenta mil duros hassaníes en concepto de las mensualidades que se le debían desde los tiempos del difunto Jordana. Los hassaníes valían la mitad de los duros españoles, pero era mucho dinero. El Raisuni, millonario otra vez. Burguete era persona con iniciativa y creatividad. Concebía planes, acción funesta para todo ingenuo español que las registre en el mausoleo de la España institucional. Quería 434 Burguete, una vez pacifi cado el Occidente protectoral, hincarle el diente al Oriente, estrechar el cerco a Abd el-Krim, implantar un Ejército voluntario y suprimir el cargo de general en jefe del Ejército de África. Deslindar poderes y funciones. Lo contrario de Berenguer. Eso eran pa- labras mayores. Burguete y Sánchez Guerra, jefe del Gobierno conservador, se habían enten- dido como acróbatas desde plataformas separadas. En medio, el vacío. Se lanzaban el uno a por el otro, se enganchaban en el aire, una pirueta y a la plataforma opuesta. Y de seguido, al revés. Con sus últimas propuestas, Burguete le exigía a Sánchez Guerra una triple pirueta mortal. El político le respondió tachándole de iluminado. Burguete quiso demostrarle que era factible y subió a su plataforma. Sánchez Guerra no quiso verlo y le dejó solo, sin público y sin red, para que no le dejara en ridículo. El 7 de diciembre, el liberal García Prieto constituía su primer Gabinete. Burguete le propuso una demostración. García Prieto veía el circo africa- no y, conociendo el peninsular, no quiso oír nada de piruetas ni de triples mortales y menos por un general vestido de uniforme. En todo caso, que se lanzase al vacío un civil. Llegaron dos. Uno que no sabía nada de acrobacias circenses (Villanueva) y enfermó; el otro (Silvela) decidido a llevar adelante su propio proyecto: hacer piruetas con armas químicas. Y se lo aprobaron. La marcha de Burguete aceleró la caída del constitucionalismo alfonsino. El 13 de septiembre de 1923, hubo golpe de Estado y cambio de régimen, pero sin desplazar a la Monarquía. El general Miguel Primo de Rivera fue el acróbata que consiguió tal prodigio. Máxime cuando, en la plataforma contraria, su pareja de vuelo libre era Alfonso XIII. En siete años de ejercicio del poder, ni un solo salto mortal dieron juntos. El peligro arrugaba al rey. Primo de Rivera, en cambio, con el riesgo se crecía. Por eso se había atrevido a decir cosas (Cádiz, abril de 1917) que nadie había dicho sobre Ceuta, Melilla y Gibraltar. Y por eso haría otras, en Marruecos, que se consideraron impropias, inútiles o imposibles. De las prime- ras, designar a un militar político, Luis Aizpuru Mondéjar, como alto comisario. Decisión rápi- da (15 de septiembre), traducida en decidido acercamiento al Raisuni. Avanzado octubre, Aizpuru y El Raisuni se encontraron en Sidi Alí. Hubo amistad desde el inicio y acuerdo para nueva cita en el santuario de Sidi Musa (13 de octubre). Allí, cerca de la tumba santa de sus mayores, El Raisuni y su invitado conocieron la noticia de la inesperada muerte del jalifa. El Raisuni puso las manos sobre el pecho e inclinó su cabeza. La baraka (bendición de Dios), como lluvia atardecida, sobre su cuerpo descendía empapándole de ardor, fe y tenacidad. Dios le apartaba enemigos. Con razón era él tan devoto musulmán. Cree en Mí y serás ben- decido. Mientras, en Fez, el sultán Muley Yussef decidía el mejor relevo posible para el puesto vacante en Tetuán, Aizpuru fi rmaba con El Raisuni un acuerdo (23 de octubre) por el cual el jerife quedaba investido como máxima autoridad del Majzén sobre Yebala. El Raisuni recibía un subjalifato que, dado el vacío del poder existente en Tetuán, equivalía al jalifato integral.

Tras conocerse la edad del designado, Muley el Mehdi, de 15 años, Primo de Rivera, enemigo Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. de matices y demoras, decidió saltarse plazos de edad y entronizaciones. Y al Raisuni ofreció el jalifato entero. Decisión que no podía hacerse pública ni era divulgable. Al Raisuni le en- cantaban los secretos, pero tanta premura requería ser puesta a enfriar. Y a Primo de Rivera, por carta (1 de noviembre de 1923), le dij o que «si he aceptado vuestra propuesta lo hago en atención a Vos y al sincero cariño que profeso a vuestra Nación, pues no hemos anhelado dicho elevado cargo, ni tenemos interés por él». Aunque nos morimos de ganas por ocuparlo. Esta acción latente se percibía en el ánimo del remitente. Y así la usó el destinatario. 435 Por esos días de 1923, El Raisuni se vio obligado a ejercer de Dios mismo: decidir quién de los candidatos a un cargo importante lo merecía más que ninguno. El puesto era el caidato de los Beni Hozmar, cabila que, por su posición geográfi ca, mártir tenía a Tetuán: la bloqueaba por su frente sur, la acosaba por sus fl ancos, la impedía proteger su nuca norte, hostigada por mal encarados vecinos: los uadrasíes y hausíes. En cuanto a los Beni Hozmar, vitales para la seguridad del Protectorado al serlo de su capital, eran dos: El Hartiti y El Jeriro. El primero, leal al jerife y distante amigo de España. El segundo, leal a sí mismo, enemigo de España o del Majzén en función de quién fuese más débil. Hartiti era refl exivo, respetado y rico. Nada robaría. Ahmed ben Mohammed El Hosmari, con su apellido exhibía título de pro- piedad sobre su tribu. Su juventud era su arma: veinticinco años. Por su actitud, fusiles pare- cían esos años. Raisuni sabía de sus andaduras: hij o de padres humildes, niño labrador de hortalizas entre praderas diminutas y peñascos altos como nubes, adulto cuidador de cabras y ovejas entre arroyos y desfi laderos. Vida áspera, de lucha diaria, con padres envejecidos y lisiados; él al cuidado de bienes extraños a los que protegía como si la vida de los hij os que aún no tenía se tratase. De cuidar a muerte y defender matando, corto es el paso y más el gesto. El Jeriro dejó sus vigilias ovejunas para convertirse en hombre de guerra tras matar a varios hombres. Conocía el Gorgues, macizo uterino de los benihozmaríes, como criatura nacida de su vientre. Había sido sargento de Regulares y subordinado del Raisuni como caíd de mía. De los cien hombres del ayer a sus órdenes a los quinientos guerreros que hoy mandaba. Pocos le admiraban, todos le obedecían. Odiaba al Hartiti. El dueño de los rebaños que él cuidase en su adolescencia. Propiedad y servidumbre igual a guerra sin perdón. Entre la fuerza evidente y la prudencia expectante, El Raisuni optó por la segunda. Nunca lo hubiera hecho. El Jeriro exigió verle. En persona. Raisuni se negó. El solicitante insis- tió. Y a partir de ahí, opciones hay (las versiones difi eren) para resumir cómo fue aquella ruptura: si altanera y desafi ante, con voces incluidas o maljurada, con maldiciones entre la- bios. Es lícito suponer que Raisuni sopesó poner fi n de inmediato a la insubordinación del

imprudente. El Jeriro era un peligro en desbordamiento. Fuerza imposible de encauzar, se la 26 embalsaba o se la soltaba al mar. En su fl aqueza física, El Raisuni cedió a Dios el poder de la decisión. Tenía motivos —su familia e hij os, sus servidores también; sus acuerdos con Aizpuru y Primo de Rivera; su política de contención ante Francia y oposición al Rif de Abd el-Krim—, velaba causas que vivirían amenazadas mientras tan insumisa fi era urdiera su venganza. Lo que no tenía era energías para volver a ser como fue. Con diez años menos, él mismo habría amputado las manos al rebelde, vaciándole sus ojos y cortado su lengua. Ahora no. El 22 de agosto de 1923, un grupo de cabileños se mezcló con los tetuaníes. Pregun- taban precios, manoseaban y compraban. Cosas de poca monta. Sonreían y observaban. Rostros limpios, chilabas recién lavadas. Gente del campo, de fi ar. Pero eran adictos al Jeriro,

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. con su jefe entre ellos. Llegada la anochecida, la ciudad iluminada, de sus chilabas salieron carabinas de Caballería (más cortas que los fusiles) y ganas de hacer daño. Abrieron fuego desde portales y azoteas. Apuntaban con precisión: militares primero, civiles después, euro- peos todos. Cayeron hombres y mujeres. La multitud, aterrorizada, esparció el caos al huir. Los tiros y los gritos prosiguieron durante minutos, que se hicieron horas. Tetuán pareció An- nual. Y El Ensanche, donde la matanza empezó, copia exacta asemejaba del Izzumar. No pocas familias huyeron a Ceuta. Apenas había tropas de guarnición. Cuando qui- 436 sieron organizarse, los asaltantes fueron en busca de sus escondidas monturas y a uña de caballo se perdieron en la tenebritud del Gorgues. El Jeriro había mostrado su ira y dejado fi rma de quién mandaba en Yebala: él, no Raisuni. El Gobierno de García Prieto replicó con la censura. Los «sucesos de Tetuán», publicados en cuatro líneas los días 24, 25 y 26 de agos- to, desaparecieron. A excepción de funeraria referencia: el entierro de los tres militares falle- cidos. Silencio sobre los civiles muertos y heridos; silencio sobre las instituciones. En Málaga se habían sublevado las tropas que iban a embarcar hacia Melilla. Primo de Rivera se dispo- nía a derribar el orden constitucional. Raisuni dictó una proclama, leída en tierras anyeríes, en la que ordenaba la captura, «vivo o muerto», del Jeriro. Tanto como apresar el mar y el viento a la vez. Raisuni admitió su error: debería haber matado a la fi era. Ya era tarde al ser leyenda. Silvestre parecía revivir en El Jeriro. Lo que el general no pudo, lo lograría el antiguo pastor. No le gustaba el papel de sultán. Tampoco ponerlo por escrito, menos aún que se leye- ra en su nombre. El cargo y el rango marcan al nombre. Cuando debería ser al revés: la per- sona sobre la apariencia y la circunstancia. Hombre que solo es cargo no es hombre ni tendrá hombres que lucharán por él. Sabía que se desprendía de otra vida (la sexta), y que la si- guiente tal vez ni vida sería. Pero así estaba escrito y no sería él quien forzase lo contrario.

(al Hayat as-Sabia wal Ajira, «Séptima y última Vida»)

A lo largo del verano y otoño de 1924 las relaciones con El Raisuni, tras haber fallecido Zugas- ti en mayo de 1923, las mantuvieron Clemente Cerdeira y el capitán Tomás García Figueras. Luego de una reunión a tres —Cerdeira, Raisuni y Muley Sadic Raisuni (sobrino del jerife)— celebrada en Tazarut (23 de agosto de 1924), el jerife hizo llegar su propuesta al general Aiz puru, todavía alto comisario. Lo que Raisuni proponía era desconcertante a fuer de ser atrevido y coherente: que España le concediera un crédito. El avalista sería el mismo solicitan- te del empréstito, el cual garantizaba con el valor de sus fi ncas hipotecadas. Raisuni pedía trescientos mil duros en plata (un millón quinientas mil pesetas) a cuenta del valor de sus propiedades. Millón y medio de pesetas que le servirían para alistar una nueva mehal-la, pa-

27 gar la muna (soldada) a sus guerreros y con ellos salvar vidas de las guarniciones españolas sitiadas. Suponía salvar al Protectorado, de por sí cercado. Raisuni no necesitaba el dinero cuanto antes como todo solicitante de crédito: quería una garantía por escrito y el hecho contable de haber sido depositado, en un banco, ese dinero. Los primeros pagos los adelan- taría él mismo con lo que le restaba de su fortuna. Y una vez terminada la guerra y pacifi ca- das las tribus, serían estas quienes pagarían los intereses hasta rescindir el crédito. Los Man- nesmann, al lado del Raisuni, ni a prestamistas tangerinos llegaban. Raisuni se anticipaba, en tres cuartos de siglo, a la actual ingeniería fi nanciera. Costó creer, en Tetuán, su propuesta: rescatar vidas e instituciones a cambio de nada. Precio inexis-

tente para bienes de lujo al incluir la paz de España y la supervivencia de la Monarquía. El Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. Raisuni se garantizaba tres victorias: una ante las tribus, que recibirían dinero por no matar españoles; otra ante los españoles, al entregarles guarniciones liberadas en lugar de guarni- ciones degolladas e insepultas; la tercera ante las harcas rifeñas, a las que demostraba quién mandaba sobre el Occidente de Marruecos y quién les decía a los españoles lo que podían hacer o lo que no se les permitía acometer. Todo ello sin disparar un tiro ni degollar a nadie. Se demoró en contestar Aizpuru porque Primo de Rivera no se decidía; llamó la guerra a la puerta gomara y adiós al empréstito. Adiós a un millar de vidas españolas (el primer 437 plazo); adiós a la Línea del Lau con sus veinte posiciones arrasadas (fi n del segundo plazo); adiós a los accesos de Xauen y a la urbe santa, pues sitiada quedó (tercer plazo); adiós a la solvencia del Protectorado (cuarto plazo) y adiós al crédito de una Monarquía. Fin de todos los plazos. En agosto de 1924 la guerra del Rif alcanzó las riberas del Lau, las convirtió en antor- chas y Gomara entera ardió. Las once tribus gomaríes se unieron a las veinticuatro cabilas del Rif que luchaban contra España. Si conseguían que algunas tribus yebalíes y garbíes se les sumaran, España no podría resistir tantas hostilidades convergentes. El Jeriro alzó en ar- mas a los Beni Hozmar. Le siguieron los Beni Hassán, Beni Ider, Beni Issef, Beni Lait, Beni Me- zauar. El Ajmás y Anyera se amotinaron también. Cuarenta y tres tribus sublevadas. En fuer- zas movilizables, noventa mil guerreros. Con la mitad, España caería. En septiembre, todas las posiciones españolas en el Lau, menos la situada en su desembocadura, cayeron. En oc- tubre, la marea bélica entró en el Garb. Desde el Lucus al Kerikera, las olas de la guerra se llevaron por delante guarniciones y órdenes de resistencia, meditados planes de evacuación y las últimas paciencias en la Alta Comisaría. Primo de Rivera sustituyó (16 de octubre) a un Aizpuru agobiado: Xauen cercada, Tetuán bloqueada, los trenes de Ceuta a Tetuán tiroteados a la ida y a la vuelta. Los cónsules acreditados en Tetuán empezaron a vivir más tiempo en Tánger, donde estudiaban ofertas de alquiler con opción a compra. Mejor vivir en Tánger, puerto de salida siempre abierta, que no en Tetuán, futura plaza perdida. Emboscadas pistas y carreteras, el tráfi co militar quedó en nada. Sin refuerzos por vía terrestre, los puestos asediados dependían del socorro aéreo. Veintiséis posiciones cercadas. Pronto fueron cincuenta. Se necesitarían trescientos aviones para abastecerlas. Primo de Ri- vera solo disponía de ciento veinte. Despegaron hacia el sacrifi cio, lanzaron lo que tenían y a la vez dieron su vida. Reclamados más pilotos, pero limitadas sus horas de vuelo, al aire fue- ron y del cielo cayeron. Hubo casi tantas bajas por accidentes como por fuego enemigo. A las harcas yebalíes y garbíes, que tenían bloqueadas a columnas españolas enteras —como las de Ain Rapta, Akba y Bab es-Sor—, no se les podía comprar con pagarés. Con duros de plata, sí. Y con fusiles también. Primo de Rivera, agobiado por las demandas de socorro que le hacían llegar, irritado porque El Raisuni le reclamaba otras doscientas cin- cuenta mil pesetas, al capitán García Figueras le previno: «Dígale al jerife que si él no salva enseguida, con su fuerza unida a la nuestra, a los destacamentos (sitiados), todo habrá ter- minado para él, pues el mismo Tazarut será atacado (bombardeado)». E intransigente, prose- guía: «Que no piense ahora en dinero. El dinero después que (nos) preste el servicio y se refu- gie en Arcila, en Larache o donde quiera». Esta amenaza llevaba fecha del 2 de septiembre de 1924. Tres semanas después, Primo de Rivera, alterado observador de un edifi cio protecto- ral que, agrietado y tambaleante, se desplomaba, avisaba a García Figueras para que le

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. dij ese al Raisuni: «Que se le autoriza a gastar todo cuanto sea preciso para ganarse la vo- luntad de los cabileños». Y pareciéndole poco, se volvía dadivoso, tuteándole: «España no ha de regatearte auxilio y te recompensará espléndidamente tu ayuda y tu interés». Palabras de viento que, como bandada de ánades faltos de guía, por el sombrío horizonte de la gue- rra se perdieron. Al Raisuni estos cambios de actitud le parecían cosas de mujeres al ser propias de guerras, conceptos femeninos de por sí implacables, máxime cuando se descu- brían engañadas o abandonadas por quienes debían hacer de hombres, fuesen reyes, sul- 438 tanes o generales. Primo de Rivera terminó por abrir su mano. Y de ella cayeron «cuarenta y cuatro mil pesetas (en billetes)» que García Figueras entregó, el 8 de octubre, a un despectivo Raisuni. Eso era calderilla para lo que le pedían las tribus. Rearmado en su paciencia, García Figue- ras envió (20 de octubre) la única moneda que salvaba vidas: «Hoy te mando ocho mil duros (en plata) que, con todo el dinero anterior, suman treinta y cinco mil ochocientos duros (cien- to setenta y nueve mil pesetas)». El 12 de octubre, El Raisuni y García Figueras llegaban a un nuevo acuerdo, que concernía a las tropas españolas cercadas en uno de los feudos del Raisuni. El compromiso era tan explícito como fácil de entender: «Los habitantes de Beni Arós expulsarán a los rifeños y se guardarán de las cabilas próximas. Una vez las tropas españo- las en Megaret, España entregará al Raisuni cuatrocientos fusiles, doscientas cajas de car- tuchos y setenta mil duros, todo ello destinado a su mehal-la». Eufemismo piadoso, porque esos cartuchos y fusiles solían ser del primero que los cogiera y no dejaba ningún «Recibí» fi rmado. García Figueras pruebas tenía de la exasperante lentitud negociadora del jerife, pero también del afán del dictador para que él, a su vez, engañase al Raisuni. En su fuero interno, el capitán sabía que, puestos a engañar, unos y otros se habían intercambiado falsedades y no verdades; demoras y no resoluciones. En carta fechada el 24 de octubre de 1924, Primo de Rivera le animaba en su labor, pero recordándole lo más relevante para el dictador: «Siga usted con sus trabajos, que el más importante es engañar al jerife en la medida que él cree engañarnos a nosotros». Los españoles, en raisunismo, superaban al modelo. La España pri- morriverista, entre octubre de 1923 y octubre de 1924, sumó un año de engaños al jerife: prometiéndole el jalifato, grandes honores y cuantiosas pensiones. Mentir como norma a se- guir. García Figueras sabía que, si El Raisuni lo hubiera ordenado, ni un solo soldado español del ejército en retirada habría llegado a ver, ni de lejos, la blanca paloma: Tetuán. En cuanto a los setenta mil duros (trescientas cincuenta mil pesetas), siendo cantidad importante, a fi nes similares iban destinados. El 12 de noviembre, en puertas otro desastre a muy superior escala del habido en Annual, García Figueras y Raisuni pactaban salvar más vidas españolas, con un matiz importante: sin entregar fusiles, pues los había a cientos, tira- dos por los campos, a los sitiadores. Tal modifi cación aumentó el precio: diez mil duros. Si fue por cada guarnición —una decena estaban a punto de perecer—, lo ignoramos. Cada posición cercada tenía un precio según el valor de su emplazamiento y el núme- ro de sus defensores. El problema se volvía insoluble ante el valor de un enclave de imposible medida: Xauen. Más las tropas que la guarnecían. Una ciudad santa y un ejército. Inviable un cálculo en duros, el rescate fue preciso hacerlo en vidas. Entregadas para salvar Tetuán y puede que Ceuta; para rescatar un Protectorado, una dictadura y una Monarquía a la vez. Cinco guerras a ganar o perder en un solo día. Porque todo eso ocurrió el 19 de noviembre de 1924 (contar lo que allí pasó y por qué, requiere un libro y no un ensayo).

Desde su atalaya fortifi cada en Tazarut, El Raisuni ve morir una tarde más. Un día Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. menos de diciembre. Falta poco para que acabe el año 1924 de los cristianos. Una gran ban- dada afl echada aparece sobre las nubes color naranja. Grullas. Tan tarde, qué sorpresa. Provienen de Al Andalus, seguro. La cercanía del helador enero las ha puesto en ruta. Vuelan como ejércitos de arqueros. Cada golpe de sus alas las impulsa cincuenta o sesenta metros. Qué elegancia en su potencia, qué disciplina de movimientos. Ninguna harca puede igualar- las. Irán hacia los campos verdeantes de Muley Bu Selham, al sur de Larache, junto al mar. Llevan viento a su espalda y es Levante. Mañana al alba estarán allí, quizá antes. Otras aves, 439

Atalaya

Del árabe aţ-talāī, «los centinelas», en torres-vigía en la denominada Marca las altas sierras de Ayllón, al norte de relación a los integrantes del Media. Hasta fi nales del siglo XI, estas Guadalajara. En el Rif, las atalayas destacamento situado como torres de alerta prevenían, por medios coronaban las principales viviendas, a guarnición en un torreón de vigilancia, ópticos, a un pequeño enclave las que servían como último refugio en alzado en la frontera entre los reinos fortifi cado, situado más al sur y caso de agresión, pero también como de cristianos y musulmanes. De forma conocido como al-Magrit (por su apostadero emboscado para atentar circular, prismática o tronco-cónica, origen visigótico-mozárabe) o bien contra uno o varios enemigos aún hoy subsisten en Aragón, al-Maŷirit (decididamente musulmán), personales. Abd el-Krim, consciente de Cataluña y Levante; incluso en la de los movimientos de fuerzas tal duplicidad, ordenó, en 1922, periferia nororiental de Madrid, donde cristianas avistadas sobre el cordal de demoler la mayoría de las existentes constituían una bien estudiada red de las cumbres del Guadarrama o entre en la región de Alhucemas. de presa estas, semanas hacía que anidaban en Yebala. Procedían del Rif y todas llevaban fusil. Siluetas en la pista. Cinco. No, seis jinetes. Uno de ellos, encapuchado, cabalga. Cau- tivo o rehén, lo mismo da. No son fuerza de ataque y sus ropajes les delatan: caídes, no men- sajeros. Suben casi al galope, luego traen noticias. Malas o buenas se verá enseguida. De las grullas solo queda una levísima curva grisácea, que desciende poco a poco sobre el horizon- te púrpura. Es la distancia que crece y crece. Nueve o diez kilómetros en pocos minutos. A él, andando, le costaría un año y además la vida. Al menos vista decente aún tiene. Tres de los llegados están ante él. Saludos breves, novedades excitantes. Incidente en Xauen: un cabileño del Ajmás vejado por las guardias rifeñas. El ajmasí defi ende su orgullo y da muerte a un rifeño. Los compañeros del muerto le apresan y ejecutan sin tribunal alguno. Amigos y familiares del ejecutado sublevan a sus fracciones, cercan a los rifeños, matan a un centenar de ellos y a los demás espantan, pero a su jefe capturan: Sidi Emfeddal Benaino el Xuani, antiguo gobernador de Xauen y joven traidor. Le tienen abajo. El Raisuni hace un gesto y los narradores callan. Que vengan sus ayudantes. Oídme todos: al prisionero que nos traen, metedlo en la peor de mis mazmorras. Vosotros seguid. Pero que hable uno solo de vosotros. Alzados en armas los ajmasíes, se les han unido los Beni Issef y los Sumata. Los Beni Arós, Beni Sicar y Guezaua luchan divididos y prevalecen los que desean expulsar a los rife- ños. Tribus tan lejanas como Beni Mezauar y Yebel Hebib dudan qué hacer. Sin contar los dudosos ni los que combaten entre sí, suman tres mil guerreros. Pueden ser sufi cientes: todo incendio empieza con una sola llama. Aprisa, los escribientes. Tres cartas: una a Primo de Ri- vera, otra para García Figueras, la última para Clemente Cerdeira. A todos de usted, pero al intérprete de tú y al fi nal se le abraza como hermano, sin que su fe suponga impedimento. Este es mi aviso: seis tribus amotinadas contra el invasor rifeño; Xauen liberada por sí misma. Necesito armas, dinero y bombardeos. Señalo los aduares a destruir. Primer suspiro. Mandad toda la aviación que podáis. Segundo suspiro. Bombardead incluso con veneno. Suspiro fi nal. Nunca en su vida suspiró tanto. Más que el pobre Zugasti y Cerdeira juntos. Ahora todo depende del dictador español. Si él lo quiere, Yebala será española en diez días. Y tiempo después, el Marruecos de tradición que él defi ende a su vez rescatará su sobera- nía. Y ni Francia ni España impedirán su vuelo en libertad. Poco importa que él no lo vea. Pasan los días. No hay respuesta. Ni ametralladoras, ni duros de plata, ni ataques aéreos. Maldita siesta española. Sestear en Tetuán mientras en Xauen se pierde la guerra. Los rifeños han vuelto, reforzados con el peor de los traidores, Jeriro. Antes que el traidor, Raisuni recibe carta de quien le paga esa traición: Mohammed Abd el-Krim. Únete a nosotros y a tu causa engrandece. Volverás a ser digno y admirado. Rechaza mi mano y te quedarás sin nada. El desafío debe ser contestado desde la primera frase: «Cierra tus ojos, oh hij o del Fa- kih». Hij o de un letrado (Sidi Abdelkrim), no juez de jueces (qadi qoddat). Eso humillará al ri-

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. feño. Y más: «Recapacita y considera que este es un mar imposible de vadear. Tu norma de hacer la guerra no es la más legal, para hacerla como Dios aconseja; es preciso, primero, respetar a tus hermanos en Dios (...). Además, la pintura desaparece y no queda más que la realidad». El presidente de la República del Rif, ofendido por semejante degradación jurídico-mo- ral, replica: «Sabed, oh Xerif, que nos hemos dado cuenta de que vos solo aspiráis a la gran- deza (riqueza), arrojando a vuestros hermanos sobre el lodo inmundo de los cristianos (...). 440 Pronto, muy pronto caeremos sobre ti (...). Este es nuestro último escrito a vos». Los rifeños vienen a por él. Lo mismo que los hielos del invierno. Ninguna fl or, ninguna vida, quedará en pie o hará vuelo alguno cuando se presente el ejército del Rif. Debería ha- berse ido a Arcila, con su familia, pero sigue allí, sujeto al cepo de su invalidez. Sería una se- mana de viaje. Condenaría a la muerte a cuantos le transportasen. Ojalá fuese halcón y sus leales, bandada. Como ni él es lo que imagina, ni los demás son tantos, quedan en manos de Dios. Le anuncian un mensajero con aviso español: Cerdeira llega. Es el 17 de enero de 1925. El ofi cial intérprete y el jerife se saludan con mutua simpatía y lástima. Su último en- cuentro. Cerdeira cree que Raisuni no saldrá vivo de Tazarut. El jerife no tiene miedo a morir, es más: prefi ere concluir, porque la suma de sus dolencias muertes a diario son para él. En cuanto a los españoles, les compadece. Les esperan los hermanos Abd el-Krim. Tendrán suerte si sus pérdidas se limitan a perder Tetuán. Cerdeira suspira hondo. Raisuni sonríe. Nunca ha conocido persona que dij ese más verdades, refrendadas siempre con suspiros. Es una forma de desahogarse sin decir palabra, pero que solo puede practicarse entre amigos. Cerdeira se despide del jerife con deferencia. El Raisuni le abraza. Se han entendido y respetado. Cerdeira le comunica que, por orden de Primo de Rivera, para todo lo que guarde relación con la «pacifi cación y organización de las tribus», mejor será que se entienda con el gran visir. Ben Azzuz ha vuelto. El Raisuni esboza la sonrisa del experimentado, del cansado de ver. Cómo cambian las personas cuando ven a salvo sus bienes y promesas públicas, sobre todo estas, que les importan más que los hij os. Pacifi cación de las tribus. El dictador español sueña más que la más joven de sus mujeres. Cuando Abd el-Krim acabe con él, Raisuni, incen- diado el Garb y Yebala en llamas, se plantará en Tetuán con cuarenta millares de hombres y no dejará piedra sobre piedra de tan insulsa creencia. Raisuni ve perderse, a lo lejos, al intér- prete con su escolta. Hora de prepararse a la defensa. Cerdeira le ha prometido un convoy de acémilas con ochenta sacos de provisiones. Valen su peso en plata. Así recuperarán energías quienes guarnecen Tazarut. Ni son muchos ni muy guerreros. Vuelven los tiempos del Bu- haxem. Más valen pocos y leales que una multitud de partidarios. Otro mensajero. Proviene de las líneas rifeñas. Están muy cerca. Trae recado de Mha- med Abd el-Krim, jefe del ejército del Rif. Le cita en el santuario de Muley Abd es-Salam, lugar de peregrinación y respeto. Nada le ocurrirá. Pero le ruega no vaya solo, que personas de su familia acudan también: su hij o Jalid y su sobrino, Muley Alí. Se niega. Sabe que le dejarán volver, quedándose ellos con su primogénito y con Muley, a quien quiere como un hij o. Buscan rehenes. Aviso defi nitivo. Dicta las medidas oportunas: cambiar las emboscadas de lugar, al- macenar municiones y comida en las avanzadillas, poner a salvo mujeres y niños. Y preservar a los mejores rakkas (mensajeros). Los más fuertes y ágiles de mente pueden salvarnos a to- dos. Solo ellos podrán cruzar tierras de guerra y pedir ayuda a los españoles. Anochece y amanece. Vuelve a amanecer y anochecer. En la siguiente madrugada, pide que le levanten de la cama. Intentan disuadirle. Ha caído una helada de hierro. No impor- Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ta. Les indica el sitio. Más o menos el mismo donde vio llegar el alba de aquel 23 de julio, cuan- do le confi rmaron que Silvestre se había suicidado. Tanto frío corta el habla, pero espabila los sentidos. Ni un ruido, ningún movimiento. Pero algo es distinto: esos mazos de arbustos ayer no estaban ahí. Están enfrente, los siente. Reclama un fusil. Sabe dónde disparar para que desvelen su posición. Deprisa, dad la alarma. Sus servidores vacilan. Estáis tontos. Es el mo- mento de sorprender al enemigo. Enfurecido, les grita. Y entonces restalla la descarga. Le apartan, a rastras, de la azotea, haciéndole daño. Tazarut se cubre de fogonazos y gritos. 441 La ciudadela resistió el amanecer y la mañana que seguía. Al caer la tarde y la luz, los vigores defensivos del raisunismo movilizado declinaron con rapidez. Algunos caídes que pa- recieron grandes guerreros hasta mediodía, al retirarse la tarde se sumaron a ella para dejar- se llevar como culebras de río antes de que la noche llegase. Las deserciones, más la superio- ridad numérica, impusieron su ley. El poblado anexo a la fortaleza ardía desde primera hora. Todo eran pavesas y rescoldos. Tazarut, con los ojos muy abiertos de sus ventanales destro- zados, los postigos arrancados, acribilladas sus cejas de adobe, miraba sin ver. En su interior, mal resguardado del humo y el agotamiento de su derrota, Raisuni tosía y tiritaba. Era el domingo 25 de enero de 1925. Yebala sin monarca se veía; Marruecos perdía al sultán del norte, España quedaba sin aliado en quien creer, porque confi ar nunca confi ó en El Raisuni. Al día siguiente, ceremonia de expiación. Quiso Raisuni honrar la valentía de sus leales muertos en el combate, para lo cual ensalzó el coraje de sus vencedores, porque no pocos de ellos difuntos yacían alrededor de la ciudadela. El Xuani, recién liberado, interrumpió el dis- curso del jerife, insultándole y exigiéndole que le entregara cuanto hubiese recibido de los españoles. El Raisuni, crecido ante la ofensa, replicó lanzándole dardos ardientes, forjados por el fuego de su ira: «La vida tuya, miserable, mía es; la chilaba que llevas puesta, a mí solo me pertenece; el nombre que tienes de malvado es lo único que de tu padre has heredado». Insultos así bastaban para degollar a la familia del ofensor. Al Raisuni, trémulo en su pasió n ofensiva, imponente en su actitud de asalto, nadie se atrevió a levantarle la mano. Muchos de los presentes —un total de quince jefes de tribus (en el listado reunido por Carlos Tessainer, biógrafo del Raisuni), entre ellos El Jeriro— debieron pensar para sus adentros: Que Raisuni ofenda cuanto quiera, que má s le ofenderá a él Abd el-Krim cuando le ponga entre rejas. Queda en pie si hubo un cara a cara entre El Jeriro y El Raisuni, dos fi eras del comba- te ideológico separadas por treinta años de edad y una cordillera de legitimidades a un lado y de realidades bélicas al otro. Según la versión de uno de los defensores de la ciudadela, vencido y vencedor «hablaron por espacio de cuatro horas». Sin ser improbable, este testimo- nio (recogido por Tessainer) obliga a difíciles acomodos con la realidad de un Tazarut medio incendiado y en trance de frenético saqueo. Momento inadecuado para conferenciar. Los hombres del Jeriro habían dado el golpe de gracia a El Raisuni. Habían llegado en cabeza de los refuerzos rifeños y actuado con modos rifeños de pelea: audaces, disciplinados, feroces, maniobreros bajo el fuego, resistentes y valientes. El Jeriro sabía los puntos débiles de Tazarut y la mayor debilidad del jerife: Jalid, su primogénito. No alzó su mano contra el hij o del ven- cido. La otra debilidad del Raisuni eran sus dineros y armas. El Jeriro no pasaba de tener ideas al respecto. Nada de certezas. No le interesaba rebuscar, que rebuscaran otros. Tazarut fue plaza fuerte vuelta del revés, recompuesta y vuelta a desordenar. Después de mucho revolver, de armas aparecieron fusiles sin su cerrojo, aparte de los fusiles de los

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. muertos, que estaban en buen estado. Más tarde, un polvorín con cajas de municiones y unos pocos fusiles para estrenar. Válidos para formar lucida guardia, no para armar un ejército. En dinero, menos. Hubo atisbo de luz para tanta avaricia desorientada cuando, al rajar una de las almohadas del jerife, aparecieron ciento setenta y cinco mil pesetas. En billetes. ¿Dó nde estaban los millones en duros de plata? En las montañas, los insondables mares del Raisuni. Los buscadores de monedas fueron a por el hij o del jerife. Poco cuesta imaginar las amenazas que el joven Jalid soportó . Salió del trance al afi rmar que su padre había entrega- 442 do al mokadem (sargento), que custodiaba la cofradía de Tazarut, un paquete con documen- tos para que se lo entregase a un faqih (letrado), el cual vivía en un poblado cercano. Y a por el pacífi co alfaquí fueron los perseguidores de tesoros. Si el paquete que buscaban estuviera vací o, Jalid Raisuni podí a darse por muerto y el alfaquí igual. Y aparecieron trescientas cin- cuenta mil pesetas. En billetes también. Alivio en Mhamed Abd el-Krim, quien se guardó dicha suma para entregársela a su hermano en Axdir. Estos hechos (bien narrados por Tessainer), antecedieron a la marcha del jerife, al que se le arrebató toda esperanza cuando se le comu- nicó: irá s al Rif. Como cautivo, no como jefe derrotado digno del debido respeto. El viaje im- puesto anticipaba, en sí mismo, esa sentencia de muerte. Para mayor angustia del Raisuni, su hij o y su sobrino fueron obligados a salir de Taza- rut. Mhamed Abd el-Krim les esperaba en algú n lugar. El Raisuni sintió que el corazón se le salía del pecho. Jalid y Muley partieron con una reducida escolta. Mhamed se limitó a sepa- rarlos: Jalid se quedaría junto a él, bien custodiado. Muley marchó al Rif. Mohammed Abd el-Krim lo reenviará hasta Ait Kamara, el mayor campo rifeño de concentración. Acabará en Tamasint. El traslado del Raisuni supuso, para rifeños y yebalíes, un agobiante problema de es- pacios, tiempo y modos. Cómo hacer pasar, por senderos de montaña, una a modo de alcoba montañosa , enorme por sus dimensiones (según los documentos citados por Tessainer), que citamos con todas las reservas: «unas angarillas de siete metros de largo por cinco de ancho, en la que colocaron un colchón». Esto implicaba unir unos cuantos colchones para cubrir esos 35 m2 de cama, sujetándolos con cuerdas y correas de cuero. Eso ya no era una cama, sí una plataforma de tortura. A la que habría que sujetar al jerife o este acabaría en un ba- rranco, con su camastro encima, sarcófago de madera. El traslado del prisionero pasaba de imposibilidad material a disparate cómico. Lo suyo era hacer una litera de mano, medio efi - caz durante milenios. Cuatro u ocho porteadores —dos o cuatro por cada lado— sí cabían en una senda, siempre que la litera no sobrepasara metro y medio de ancho. Ninguna senda de montaña medía cinco metros de ancho. Eso eran medidas de pistas para camiones. Lo importante, además de lo evidente, es que a El Raisuni había que transportarle tumbado, no encamado. O habría que abandonarlo en la primera curva en ángulo y dejarle morir allí. Inviable el viaje por tierra a través del montuoso Rif Occidental y más en pleno invier- no a travé s de la nevosa regió n de Ketama, la única opción viable era por vía marítima. Falta- ba llegar a la costa. De Tazarut al mar eran dos dí as de marcha forzada para un cabileño en buena forma, armado con su fusil, mucho ojo y la comida justa, que agua encontraría en su camino. Para un hidropésico e hidrocélico, cuyo cuerpo, falto de movilidad y de las punciones mínimas que regulasen su incapacitante hinchazón, habría subido hasta los 120 kilogramos de peso, supondría un recorrido torturante, que cabe calcular en tres por dos: seis días. La ruta directa era hasta Tagzut («Taguesut» en la toponimia militar española). Y desde allí ir en pos del Lau, bordear su cauce y vadearlo cuando los corrimientos de tierras impidieran el paso, porque marchar por los montes, uno arriba, otro abajo, para de nuevo subir y después Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. bajar, era un camino de exterminio para el transportado, sus porteadores y la escolta. En total se hablaba de «quinientos hombres» —cifra ilógica esta también—, pues impediría que pasa- ran desapercibidos para los reconocimientos aéreos, incluso yendo soterrados junto al Lau. En Tagzut, al llegar la comitiva, al Raisuni le insultaron. Días después, la ofensa se repitió en Uad Lau. Poco importaban los insultos. El jerife había llegado a su territorio intelectual: el mar. En un cárabo (pesquero rifeño) lo embarcaron y con la noche encima, zarparon. Las patrullas navales españolas vigilaban la costa, sin aproximarse. Faltos de buenas cartas ma- 443 rinas, sabían que las plataformas rocosas se prolongaban cien y hasta doscientos metros bajo el agua. Lo desconocemos todo de esas singladuras y lo mismo de esa fl otilla de bar- cos-prisión. Porque con El Raisuni iban su hij o Jalid, algunos servidores y algunas de sus mujeres para cambiarle su desesperante fétida ropa interior. Por seguridad, mejor dos cára- bos. Uno con la mayor presa. Otro con el hij o del apresado y la escolta más numerosa. Los restantes familiares y guardianes, en otra fl otilla. Pero cuando hubiese barcos y no hubiera luna. Viaje bajo las estrellas del cielo estricto, rumbo al Este enigmático y, por entonces, polo magnético de la mayor guerra que en África había. Por estribor, la negritud del Rif inviolado, con sus harcas emboscadas en los pasos de avanzada y sus aduares dormidos, las mujeres abrazadas al tórax del marido superviviente llegado de improviso en la noche excombatiente, los chiquillos acurrucados a su vera como camada de felinos recién nacidos y a lo lejos un perro que ladraba a otro can merodeador, igual de terco que él. Por babor, el reverberar del horizonte hostil, círculo de refl ectores enemigos de repente alertados... cuando eran solo olas brillantes, sedosas y turnadas en sus giros. A proa, el funerario futuro, cada vez más oscuro y bajo capucha de verdugo. A popa, el pasado inalcanzable, con su estela de felicidad perdida y su inmovilidad de muerte superada, luego no había muerto quien así tanto la revivía. Noches sin luna, compañeras sensibles para navegar en aguas desnudas de activida- des impensables; navegación a tientas aunque con sonidos, ese susurrante deslizar de la nave besada por los pechos de una superfi cie virgen como cuerpo de diosa imaginada; na- vegación a oscuras pero con referencias: dedos pasantes en la huidiza corredera, que marca doce nudos y empopados van con buen Poniente; atentos al fondo, que a media braza pasa según la sonda y eso es un metro de agua bajo el casco; desafío para marinos de abordaje, combate y escapada como los Bocoya, pilotos de la mejor piratería, que navegaban por instinto, sin más brújula que sus canas de susto para sortear arrecifes, doblar promontorios y avistar la ensenada amiga, que les confi rmará su fi delidad con tres veloces alzamientos del fanal velado por el antifaz de la prudencia. Y a esperar la noche siguiente, después de apa- rentar todo el día, y largo esto se hacía, que eran simples pescadores, cuando en sus redes llevaban al sultán del norte, el mayor pez vivo de los mares de Marruecos. La fl otilla (si fue así) o el pesquero solitario (si fue este), fondearon en una playa de la cabila de Bu Frah, borde oriental del Rif Occidental. Los bufrahíes eran vecinos de los Beni Ittef y estos de los Bocoya. Una tríada de marinerías, pesquerías y salinas. Momento de im- presión fue aquel en que, cual monstruo marino, de la panza de aquel humilde cárabo emer- gió una forma regia por su enormidad misma. El Raisuni. No podía tenerse en pie y debieron reunirse cinco hombres para bajarlo hasta una barca, que por poco da la vuelta y se hunde. Y medio ahogándose todos bajo el peso que llevaban, en la arena lo depositaron. Más balle- na que persona, silente y casi inmóvil a excepción de su rítmico abdomen, respiraba y por

Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ello mis mo asustaba. No sabemos si ese día de febrero, cuya cifra ignoramos, lucía el sol o llovía. En uno u otro caso es de suponer que a tan sufrida ballena humana, humanamente la protegieron. Llegaron gentes de todas partes para ver al sultán aballenado, reclinado en las redes de su incómoda realidad, no lejos de la orilla de sus recuerdos. Le observaban a distancia. Complacidos unos, compasivos los más, sin decir palabra se apartaban. Otros les sustituían, entre ellos Mohammed Abd el-Krim, su tío Abdeselam El Jattabi y Mohammed Azerkan, cono- 444 cido como «Pajarito», cuñado del presidente de la República del Rif. Estos sí hablaron. Se in- teresaban por su salud, por las circunstancias del viaje, por su familia e hij os. El Raisuni sabía que tras las fórmulas de cortesía vendrían las exigencias. Y decidió anticiparse. Su primera frase fue un golpe antiguo, no por ello menos hiriente para el destinatario: Lo que has hecho, faqih Abdelkrim, es indigno de todo buen musulmán. Lo que haces conmigo ni los cristianos lo hacen. Si así te comportas conmigo es porque desconoces todo principio de humanidad. Quién soy yo y mi nombre y poder son a nadie se le oculta. Mi estado de postración responde a tus pecados. Tú eres el único que puede responder a tus hechos. El líder del Rif acusado y menospreciado ante los suyos. Ofensa grave, situación ex- plosiva. Abd el-Krim reprochó al Raisuni su deslealtad hacia el Islam; sus modos usureros con los bienes de tantos; su codicia del dinero español para convertirse en jalifa sin importarle las penalidades de su pueblo, ni la emancipación de su patria mancillada, ni sus reiteradas ne- gativas de sumarse a la lucha que él, al frente del Rif, mantenía desde hacía cuatro años. Basta ya de insultar a quien te perdona la vida. Lleváoslo y encerrarlo en Tamasint. Tamasint: un poblado de prisioneros. Los había a cientos y no solo españoles, también rifeños y yebalíes. Casas-prisión en un cercado sin escapatoria posible: lo que no guardaba el hombre, lo vigilaba la naturaleza. Montañas y páramos como murallas, agua escasa, posi- bilidades de fuga, ningunas. Ni siquiera comprándola. El Raisuni ni un duro tenía. Bastante le habían hurgado para comprobar su desnudez monetaria. Lo que recibía, fuese comida o un- güentos curativos, le llegaba por conmiseración o admiración de otros, que robaban por él y se jugaban la vida. Los guardias se turnaban. Los había respetuosos, pero eran los menos. En su mayoría se mostraban distantes, cuando no soeces y hasta crueles. Si el jefe de la guardia era persona y no escurridiza serpiente, le pedía permiso para que su hij o y otros cautivos le sacaran fuera. A tomar el sol, en un recinto aislado, lejos de los demás cautivos. Para ver pa- sar las nubes o imaginarlas, que con eso le bastaba. Así podía pasarse una mañana entera. Esa placidez le devolvía las fuerzas arrancadas y le acercaba a Dios. Acabó febrero, pasó marzo y entró abril. Una tarde de luz distinta, orbital en su esplen- didez, creyó oír graznidos. ¿Grullas acaso? Pidió a Jalid que le incorporase hasta el único ventanuco que había. No alcanzaba a ver. Desanimado, se desplomó. Intentó descansar. Te- nía frío y le dolía todo el cuerpo. Graznidos cercanos. No cabía equivocación. Llama a los guardias, Jalid. El hij o le disuade, pero él insiste. Necesito verlas. Padre, espera a mañana. Mañana será tarde, Jalid, llama. Abren la puerta. Dos siluetas armadas. Nadie puede salir. Jalid busca algo en sus bolsillos, que ofrece a los que se niegan. Rápido signo de consenti- miento y un aviso. Sin apartarse de la puerta los dos, tumbado tu padre tal y como está. Bárbaros, ¿adónde podría ir a rastras? Y entonces las ve llegar. Jalid, levántame la cabeza. Aleteos y zumbido largo de la bandada al pasar. Lleva forma de arco tendido y son cincuenta o más. Ejército alado, pletórico de fuerza, que puede escoger destino a su alcance: Algeciras o Málaga, Córdoba o Granada, las marismas del Guadalquivir o los meandros del Duero.

Lástima grande no ser grulla, habiendo sido él temido en vida como águila de Zinat. Esas aves Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. sobrevolarán, en pocas horas, lugares de familia que él ya no podrá contemplar: las calles de Córdoba, los torreones de la Alhambra. Ciudades bendecidas por la fertilidad de veinte ge- neraciones, piedras-cuna de sus antepasados, fi rmes en su memoria. Conoce sus vidas por manuscritos familiares y edictos de sultanes. Pero en tan amarga hora, decrépito y dolorido, gracias a esas fl echas voladoras, volverá a tenerlos consigo. Esta noche soñará con halcones y princesas, con banderas y batallas, con triunfos y castigos; con los amigos muertos y los enemigos por morir, que no escaparán de sus propios errores, que les ajusticiarán. 445 Los guardianes se apartan. Ver llorar a quien fuera caudillo del Garb y Yebala, impone. La bandada se afl echa y empequeñece. A la vista tendrán el mar. Le gritan de mala manera. Ni el morir del sol le dejan ver. Están ciegos de soberbia. Pero ese sol que se va sobre sus ca- bezas caerá. Pretenden empujarle. Se revuelve y les clava sus ojos. Los guardias, intimidados, retroceden. Rechaza los brazos de Jalid, que solloza. Y sobre sus manos y codos, como si muñones fueran, consigue entrar, rebelde y solo. La puerta se cierra. Nunca como esa tarde de sentires y viajes anhelados le pareció más sepulcro su prisión. El Raisuni falleció el viernes 3 de abril de 1925, vigésimo quinto año de la vigésima centuria de la Era cristiana. Era el 9 de Ramadán de 1343 de la Hégira, medida del tiempo para los musulmanes en este mundo y los que llegarán.

J. P. D. 11.12.2013-30.03.2015 Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los rebeldes Muley Ahmed ben Mohammed Abdallah El Raisuni rebeldes en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

446

Hégira

Del árabe hiyra, emigración y, por primero para sus fi eles seguidores, ampliación agravada de la misma, pues marca el comienzo de la era huida. Este último concepto es el que musulmana. En la actualidad, son se corresponde con la realidad mayoría los países islámicos que, en histórica: la célebre huida de sus escritos ofi ciales o Mahoma y sus discípulos de La publicaciones, especifi can, en Meca, quienes buscaron su simultaneidad, las fechas de la salvación en la ciudad de Medina en Hégira (adaptación castellanizada 622. Ese año fue único en su de la francofonizada Hégire) y la era excepcionalidad por lo que supuso cristiana. para la vida del Profeta y también el Agradecimientos

A cuantos han sostenido estas empeño; José Manuel Guerrero perseverancia y tenacidad. Mención reconstrucciones de hechos y Acosta, albacea en vida de mis aparte debo al profesor Mohammed sueños, de gestas (militares) y demoras, que una y otra vez él Dahiri, de la Universidad de Cádiz, miserias (políticas), sin permitirme comprende y por las que siempre le bilingüista y amigo aún por conocer, decaimiento: Julián Martínez- estaré agradecido; Montserrat Barbé por sus traducciones y no solo las de Simancas, progenitor y tutor de este Capdevila, mente armada de siete raisunistas vidas.

Fuentes Bibliografía

Documentación reunida a través de Federico Tessainer y Tomasich: El investigaciones (no concluidas) en el los Expedientes Personales y Juicios Raisuni. Aliado y enemigo de España Archivo General de Palacio, contradictorios para la concesión de (Editorial Algazara, Málaga, 1998). verifi cables en Un rey para la Laureadas de San Fernando a los Como muy ilustrativa obra de Esperanza. La España humanitaria siguientes jefes y ofi ciales: teniente aquella época, con signifi cativos de Alfonso XIII en la Gran Guerra coronel Claudio Temprano Domingo; análisis en relación al Raisuni, (Temas de Hoy, Madrid, 2002) y a mi capitanes Pablo Arredondo Acuña y subsiste el sobresaliente logro de tesis doctoral, presentada en julio de Ricardo Burguete Reparaz; alféreces Charles R. Pennell, A Country with a 1994, El Mundo Militar a través de la Sebas Contreras Castillo y Manuel Government and a Flag. The Rif War Fotografía, 1840-1927, obra en tres López Hidalgo. A lo que se suman los in Morocco, 1921-1926 (Lynne volúmenes, que el Ministerio de Partes de Campaña de las Rienner Publishers, Boulder, Defensa publicó años después siguientes unidades: batallón de Colorado, 1986). A destacar que las (Madrid, 2006-2008), de la que fui Cazadores de Madrid nº 2; 1a y 2a obras de Tessainer y Pennell se su editor y maquetador. Banderas del Tercio; Regulares de corresponden con las tesis Ceuta y de Alhucemas. doctorales de ambos. Por mi parte, en relación a las políticas española En lo bibliográfi co, prevalece la y francesa en Marruecos, así como excelente biografía que presentase, para la fi gura de El Raisuni entre hace ya veintiún años, Carlos 1911 y 1916, he recurrido a mis

447 II.V Los leales

448 Señor de juramentos; gobernador perpetuo de Melilla A la familia Kassini, en memoria de El Hach Mimún El Kassini, kaid de los Beni Ulixek, dueños de los campos y montes de Annual

Abd el-Kader Tayeb, Ben Chiqri Ahmed El Hach

Abduna, Melilla, 1864 - 1950

Afamado jefe de los Beni Sicar, cuya lealtad a España evitó la pérdida de Melilla en las sublevaciones de 1909 y 1921.

Los Beni Sicar eran entonces —y son— la tribu dueña de la península de Tres Forcas, largo espo- lón embutido en el mar, cuyo fl anco izquierdo mira a Poniente, mientras el derecho se levanta ante Levante y, desde su posición, fl anquea a Melilla, cercándola. De ahí su relevancia estratégica, que mantiene. Gibraltar alargado y amurallado por su condición semirrocosa, en una época donde el fusil gobernaba la política, podía hacer imposible la vida en Melilla y hasta la supervivencia mis- ma de España en el Rif. Toda la plaza estaba bajo su dominio fusilero: siendo de mil metros y hasta de mil trescientos metros (sin fuerte viento lateral en contra) el alcance efectivo de un fusil Mauser, nadie hubiese podido moverse por las calles y plazas de Melilla con solo un centenar de tiradores apostados en las bancadas pétreas de Tres Forcas. Semejante amenaza tomó forma una tarde-noche de julio y en la nochemadrugada de otro mes de julio. La primera, el 27 de julio de 1909, tras saberse el sacrifi cio de la brigada de Cazadores de Madrid, que reventada quedó en las entradas al Barranco del Lobo; la segunda, al alba del 24 de julio de 1921, dos días después de haberse confi rmado que el general Silvestre se había suicidado en Annual y los restos de su ejército habían llegado a Batel, lejos todavía de Monte Arruit, donde entrarían el 29 de julio y allí fi nalmente perecerían once días después. Aquellas amistades bien apretadas entre españoles y rifeños evitaron mayores desastres. En 1909, la fi delidad de Abd el-Kader al general Marina hizo de cerrojo y puerta acorazada de Melilla. En 1921, el juramento de suicidarse juntos, que el mismo Abd el-Kader pactase con dos capitanes españoles (Jiménez Ortoneda uno de ellos, posiblemen- te), constituyó la argamasa salvadora de los melillenses y de todo el Protectorado español. Esos cruces de compromisos y lealtades juradas salvaron a las gentes de Melilla; a una política colonial elemental que protectoral fue tras hacerse adulta; a una monarquía herida de muerte, acorralada por los triunfos de los jefes naturales de aquellas dos insumisiones (la segunda Tayeb leales Ben Chiqri Ahmed El Hach Abd el-Kader en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. fue mayor al ser también revolución), Sidi Mohammed Amezzián y Abd el-Krim el Jattabi. Conclusa en 1927 la guerra entre españoles y rifeños, entró España en guerra consigo misma, una constan- te en su trayectoria contemporánea. A luchar por esa España «con Dios», frente al país de los ateos (la Segunda República), se alistaron los supervivientes de aquella guerra, incluso sus jovencísimos hij os. Los hubo con diecisiete años y menos. Pocos sobrevivieron. A cientos y luego a miles, murie- ron: los mayores de cuarenta y los menores de veinte. A miles, que al fi nal fueron dieciocho mil, re- sultaron heridos, mutilados o enfermaron de por vida. Para darles vida y fuerza cruzó el Estrecho, un día de abril de 1937, Abd el-Kader en persona. Fue un asombro verle y saber del desbordante 449 entusiasmo que recibió de la llamada «España Nacional». Estuvo en el sur, fue al este, pasó al cen- tro, subió al norte y luego al noreste, puntos cardinales de un país envuelto en guerra. Finalmente, agotado pero rejuvenecido, volvió a su hogar tras dejar pruebas de gran- deza. De esos viajes, en los que recorrió los hospitales de sangre —dos docenas había— re- partidos por la España de Franco, que no cesaba en sus batallas de desgaste, con las que mataba a enemigos y partidarios por igual, crónica hay de su apoteósica entrada en Jerez de la Frontera, un martes 6 de abril. Sabían los jerezanos quién iba a verles, pero por si se hacían los remolones en ir a vi- torearle, el comandante de la plaza, Enrique Fernández y Rodríguez de Arellano, ordenó lo que la prensa constató: «El comercio había cerrado sus puertas y se cumplieron unas horas de asueto en ofi cinas y talleres». En síntesis: todos a la calle, que hoy no se trabaja y hay que cumplir con la patria. Mandato obedecido al pie de la letra. Y con el pleno convencimiento de madres, hij as y esposas. Solo habían pasado dieciséis años desde aquel julio siniestro en el que pudieron perder padre, hij o, hermano o esposo. Por fi n tenían a quién agradecérselo, que no era el «glorioso» Movimiento Nacional, sino un anciano sonriente y todavía de buen ver, con ropajes de blanco inmaculado y turbante afín, en cuyo pecho brillaban tres cruces al Mérito Militar con distintivo Rojo y la Gran Cruz, con banda, de Isabel la Católica, concedida por el rey Alfonso XIII en 1924. El moro noble y valiente condecorado con la Orden de aquella reina castellana casada con un monarca aragonés, que advirtiera, poco antes de su muerte y cuatro siglos atrás, sobre el peligro de los antepasados de Abd el-Kader. Al jefe de los Beni Sicar no le faltaron aplausos y vítores, ni se le recortó un solo grado del reconocimiento institucional que merecía. Al contrario, se le ascendió en rango. Y no fue ningún ex- ceso. A raíz de la reestructuración de las tribus agrupadas en la Confederación de Guelaya (cerca de Melilla), le había sido otorgada, «a su intención», esto es, por sus méritos, el título de naib (dele- gado) del gran visir (Ben Azzuz entonces). Aquel martes de abril, Jerez toda expectante, cuando Abd el-Kader, tras subir a un «milord» (lujosa berlina abierta), facilitado por «Doña Petra de la Riva, viuda de Domecq», se disponía a iniciar su recorrido fl anqueado por «fl echas y pelayos» (asociaciones juveniles militarizadas), el público estaba prevenido de que llegaba «el Visir (con mayúscula) de la Zona Oriental de Marruecos». Como rey mago que era, bendito salvador de madres, hij as y esposas de España, Abd el-Kader recibió, primero, el respetuoso saludo del alcalde de Jerez (Benito Rico); quitó entonces el cochero el freno al vehículo, «arrastrado por cuatro soberbios caballos», y aquella berlina mágica, venida de Oriente, atrapada fue en el acto por la ciudadanía femenina entre lágri- mas, rosarios y suspiros. Nunca jamás tiraron tantos besos a rey alguno en Jerez de la Frontera. Su adiós a España permaneció en las páginas de la prensa nacional. Su fi el consejero durante todo el viaje (que duró un mes), el comandante y periodista Antonio Olmedo, le despi- dió desde el ABC de Sevilla con un titular que proclamaba: «Señor de Romance». Tras unas bien Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los leales Ben Chiqri Ahmed El Hach Abd el-Kader Tayeb leales Ben Chiqri Ahmed El Hach Abd el-Kader en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. ganadas alabanzas, la despedida: «¡Paso a los hij os del Desierto!». Insuperable. Sintiendo cer- cana la hora de su muerte, el jefe de los Beni Sicar decidió aguardarla en Abduna, estoico aduar del universo de Tres Forcas donde él naciera. Consumado el óbito, informado fue el jefe del Estado. Y con inusual rapidez respondió con un dictamen suyo (Presidencia del Gobierno), en el que ordenaba: «Sean rendidos al Excmo. Sr. El Hach Abd el-Kader Tayeb Ben Chiqri, dele- gado del gran visir en la Zona Oriental, honores de comandante general con mando en plaza. Así lo dispongo por el presente Decreto, 9 de noviembre de 1950. Francisco Franco». El bilaureado general Varela, informado a la par, apartó de sí, por unas horas, al cán- 450 cer que lo mataba y se plantó en Melilla para presidir el entierro. Dos mil soldados españoles

Turbante

Del turco dulbānd. Tocado común a a la cabeza, pero deja liberada la faz Los tuareg, forzados al nomadeo bajo los pueblos magrebíes y del individuo. En el uniforme de gala climas extremos, recurrieron al litham centroafricanos aunque su de las mehal-las jalifi ana su turbante (velo) para protegerse el rostro, salvo procedencia sea oriental (Asia Menor era blanco, al igual que su majestuosa los ojos; con lo que su identidad facial y Oriente Medio). Consiste en una capa, color y forma representativos queda envuelta bajo una enigmática larga faja de lino o lana que se arrolla de los Regulares en su uniformología. indefi nición. cubrieron el recorrido. Los hij os de los padres salvados de la muerte en 1921 honraban al progenitor que jamás pensaron conocer. Melilla se volcó en su homenaje. Por su cabeza de mando habían pasado delegados conquistadores de los Medina Sidonia, tenientes generales y generales de división. Pero gobernador perpetuo, ninguno. Y ese hombre seguía siendo Abd el-Kader, defensor del valor fi ado a una lealtad, a un juramento.

J. P. D. 21-24.10.2013 Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los leales Ben Chiqri Ahmed El Hach Abd el-Kader Tayeb leales Ben Chiqri Ahmed El Hach Abd el-Kader en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades.

451 Abd el-Malek Meheddin

Damasco, ¿? - Azib de Midar, 7 de agosto de 1924

Seguidor del Rogui, más tarde ofi cial en el tabor de policía de Tánger. Durante la Primera Guerra Mundial levantó una harca oponiéndose a los franceses. Murió, en 1924, luchando a favor de España.

Al tratar sobre Abd el-Malek, los autores no se ponen de acuerdo sobre si era hij o, nieto o so- brino nieto de Abd el-Kader, el héroe que luchó contra la ocupación francesa de Argelia a mediados del siglo XIX. En 1847, Abd el-Kader fue vencido y hecho cautivo por los franceses, que lo liberaron con honores cinco años después. Tras su puesta en libertad, marchó con su familia a Damasco, donde se estableció y murió en mayo de 1883. Abd el-Kader gozaba de un gran prestigio tanto en Argelia como en el conjunto del mundo musulmán. No solo era de familia xorfa y un héroe de la lucha contra los «rumíes», sino también un profundo conocedor de la sharia y dirigente de la cofradía sufí darkaui, tan infl uyente en el Mogreb y, sobre todo, en el norte de Marruecos. Como descendiente de Abd el-Kader, Abd el-Malek gozaba de la baraka y del prestigio heredados de este. Nacido en Damasco, en fecha indeterminada, sirvió en el Ejército otoma- no, alcanzando el empleo de teniente coronel. Al parecer era uno de los ofi ciales favoritos del sultán Abdul Hamid II. No están claras las razones por las que abandonó el Ejército otomano y marchó a Marruecos. Según Léon Rollin, una vez allí sirvió como jefe de la Caballería del Bu-Hamara (ver biografía) y, más tarde, en las fi las del sultán Muley Hafi d (ver biografía). Lo cierto es que a partir de 1910 llegan a Melilla noticias de que Abd el-Malek actúa con una harca al norte de Taza, en la misma región en la que lo había hecho Bu-Hamara. Tras negociaciones con el Majzén, Abd el-Malek es nombrado ofi cial del Tabor Mixto de la Policía Jerifi ana de la ciudad

de Tánger, donde se establece con su familia antes de 1914. 27 Cuando parecía que había encontrado acomodo y estabilidad en su vida, el inicio de la I Guerra Mundial viene a alterarlo todo. En noviembre de 1914, a instancias de Alemania, el sultán de Turquía, Mehmet V, ordenó proclamar en Estambul una fetua por la que se decla- raba la yihad contra las potencias de la Entente (Imperios francés, británico y ruso) que te- Años de tempestades. Sangre en los campos del Rif Los leales Abd el-Malek Meheddin en los campos del Rif Los Sangre Años de tempestades. nían bajo su dominio a cientos de millones de musulmanes. A principios de 1915, Abd el-Malek abandona Tánger, deja a su familia en Tetuán y se dirige al interior del Rif. Tras numerosas vicisitudes, siendo incluso secuestrado temporalmen- te por algunas cabilas, logra llegar a las proximidades de Taza y Uxda, en una zona desde la que es fácil amenazar las comunicaciones entre Argelia y las zonas ya ocupadas por Francia de su protectorado en Marruecos. Su prestigio facilita que pronto se encuentre a la cabeza de una harca, formada por miembros no solo de las cabilas de la zona (Riattas, Branes...) sino incluso de otras más ale- jadas, como los Beni Urriaguel. La misión de la harca es hostigar a los franceses impidiéndo- les trasladar a los frentes europeos sus mejores unidades de Marruecos. Los Imperios alemán y otomano le prometen fondos, armas y municiones. Sin embargo 452 la realidad de lo que recibe está muy lejos de lo que se le promete. A través de Melilla, al pa-

Sharía Fetua

Proviene del árabe sari´a o sar´. Por musulmanas. El radicalismo de unos Adaptación del árabe fatwa, defi nición y usos, ley canónica del y la contemporización de otros sentencia decretada por un imán o Islam. La inicial concordancia de los provoca una merma de su consejo de ulemas, por la que se diversos autores de las escuelas funcionalidad moral y social, previene, al infractor de las leyes clásicas del Derecho islámico (fi h) contraria a sus fundamentos. coránicas o de los ritos musulmanes, ha dado paso, en los últimos años, a de la pena en que ha incurrido. Si la interpretaciones contrapuestas, acción cometida ha causado severos sujetas a continuas variaciones en daños a la comunidad islámica u función de los drásticos cambios que ofendido a sus símbolos, la condena conmueven a las sociedades es a muerte. recer con la colaboración de Abd el-Krim, recibe dinero. En varias ocasiones, las autoridades españolas descubren alij os de armas y municiones en puertos españoles. Corren rumores de la presencia de submarinos alemanes en las costas de Alhucemas, Beni Said y Tensaman, pero la vigilancia en la zona por fuerzas navales francesas no hace factible que llegue a reci- bir grandes cantidades de armas o municiones. Junto a Abd el-Malek actúan asesores turcos y alemanes. De estos últimos el más co- nocido es Albert Bartels (Si Hermann), con el que Abd el-Malek mantiene tensas relaciones. Posiblemente, porque este era ya consciente de que los alemanes lo habían utilizado para sus fi nes y que la idea de un Marruecos independiente, ganase uno u otro bando la guerra, era una utopía. La actuación de la harca de Abd el-Malek puede considerarse un semifracaso. Una y otra vez fue derrotado por fuerzas francesas pero, al menos, logró mantener la inseguridad y retener fuerzas francesas de élite en la región. Cuando en noviembre de 1918 se fi rma el ar- misticio, Bartels, con sus partidarios más allegados, se entrega en la zona de Protectorado español, desde donde se le internará en la Península y más tarde se trasladará a Alemania. La suerte de Abd el-Malek es más complicada. Los franceses consideran que su deser- ción del tabor de Tánger y sus acciones contra Francia le convierten en un traidor y que, en caso de caer en sus manos, su destino es ser fusilado. Sigue viviendo como un prófugo, en las zonas aún no ocupadas a caballo de los dos Protectorados. A partir de la primavera de 1922 y hasta mediados del año 1923 se encuentra en la cabila de Marnisa, oponiéndose, con es- casos recursos, a Abd el-Krim, quien pretende imponer su autoridad en todas las cabilas del Rif. En este enfrentamiento Abd el-Malek vuelve a fracasar a pesar de contar con la ayuda de Amar Hamido, otro xerife que teme y desprecia al mismo tiempo a Abd el-Krim, a quien consi- dera un advenedizo don nadie. En ese tiempo Abd el-Malek, cuya familia sigue refugiada en Tetuán desde 1915, dirige varias cartas a la Alta Comisaría ofreciéndose para luchar al lado de España contra Abd el-Krim. En Tetuán, los altos comisarios no se atreven a aceptar la oferta de alguien a quien los franceses consideran un enemigo declarado. Finalmente, en mayo de 1923, Abd el-Malek se presenta en Melilla, donde las autoridades españolas le proporcionan los medios para organi- zar una harca. La organización de la unidad se ve retrasada por las quejas de los franceses, que 28 consideran que España favorece a uno de sus más destacados enemigos. No es hasta la prima- vera de 1924 que la harca de Abd el-Malek comienza a operar en la zona de Azib de Midar, bajo la dirección del comandante Valdés y los capitanes Martí y Muñoz Grandes. Las quejas francesas habían impedido que fuese utilizada en un tipo de guerra irregu- lar más acorde con las características de la unidad, actuando en las zonas montañosas del Rif que Abd el-Krim aún no controlaba. La misión que se le asignó, proteger el poblado de Azib de Midar, suponía un casi seguro fracaso. Cuando el 7 de agosto de 1924 se produce un ataque rifeño contra Azib de Midar, Abd el-Malek no duda en dirigirse al galope al punto en el que sus harqueños se desbandan. En ese momento es herido mortalmente. Tras su muerte su cadáver fue trasladado desde Melilla en un buque de la armada española para ser enterrado en el cementerio de Tetuán.

J. A. S.

453

Bibliografía

Bartels, Albert, Mein Krieg auf eigene VV. AA., Historia de las campañas de Faust, Leipzig, Koehler und Amelang, Marruecos, Madrid, Servicio 1925. Histórico Militar, 1947-2007.

Rollin, Léon, «L’Espagne au Maroc», L’Afrique Française, febrero de 1926. Los verbos

454 455

Aula de la clase de español y árabe en la Granja Agrícola de Melilla. Cortesía AGMM-IHCM. 456 Alumno del taller de pintura de la Escuela Augusto Ferrer-Dalmau es un pintor especializado de Artes Marroquíes. en cuadros de temática militar que ha pintado Fotografía de Francisco García Cortés. numerosas obras sobre el Protectorado. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica «Félix Mª Pareja» (Aecid). 457 Un médico militar vacunando a niños marroquíes, durante una campaña de vacunación en los años veinte. Cortesía AGMM-IHCM.

458 Niños marroquíes saludan a las autoridades españolas durante una visita a un colegio en Tetuán, 1948. Cortesía Archivo Martínez-Simancas.

Niños jugando al juego de la oca, Tetuán, 1948. Cortesía Archivo Martínez-Simancas.

459 Taller de marquetería de las Escuelas Indígenas de Tetuán. Cortesía AGMM-IHCM.

460 461

Fotografía que documenta la colocación de la primera piedra de la iglesia de San Antonio de Padua —de la orden franciscana—, en Xauen, a la que asistió Juan Beigbeder durante el viaje que realizó por Gomara, como alto comisario, en el año 1937. Biblioteca Nacional, Sección de África y Mundo Árabe. 462

Músico callejero en la estación de autobuses de Nador.

Pagina siguiente: La Inmaculada Concepción vigila desde la fachada de una antigua vivienda española de Tetuán. 463

Páginas anteriores:

Aula de un colegio de Ksar el Kebir (Alcazarquivir), anteriormente cuarteles del ejército español.

Cruce de caminos entre Alhucemas y la casa de Abd el-Krim.

Interior de una vivienda abandonada en Arbaa de Taurirt. 473

Segundo gol de Messi en cuartos de fi nal de la Champions League en un café de Larache.

Página anterior: Sala de espera de la estación de autobuses de Nador.

476

En el campo de fútbol de Alhucemas. Resultado fi nal del encuentro: Alhucemas 0 - Agadir 4.

478

480 481

Visita de autoridades, entre las cuales aparece Víctor Martínez-Simancas con sombrero en la mano, a una escuela española en Casablanca. Cortesía Archivo Martínez-Simancas. Juan Pando Despierto Cronología

482 1877 / 1912 1884 / 1885 — 15 de noviembre al 25 de febrero Conferencia de Berlín. Asisten los delegados Protectorado, los antecedentes: de catorce potencias, entre ellas España, alianzas y amenazas internacionales representada por su embajador, Merry y Colom. Esta «cumbre» internacional supera, con mucho, lo que el Congreso de Berlín de 1878 supuso para Europa al consentir entonces la primacía colonialista del imperio austrohúngaro sobre los Balcanes. En la cita berlinesa se legitima, a 1877 escala planetaria, «el derecho de ocupación» El segoviano Felipe Ovilo Canales, comandante sobre las tierras vírgenes y los pueblos que médico, con amplia experiencia en enfermedades las habitan en tres continentes: África, Asia y tropicales tras siete años de servicios en la Cuba Oceanía. A los siete meses y medio de los actos insumisa (1871-1877), se instala en Tánger para celebrados en el Alhambra, la clarividencia hacerse cargo de la ayudantía médica en la geopolítica de Joaquín Costa —director, en 1883, Legación de España. Ovilo es de los españoles del Congreso Español de Geografía Colonial que permanecerán fascinados por Marruecos. y Mercantil—, recibe, en la capital alemana, la En Tánger nacerán sus hij os Enrique Ovilo más rotunda justifi cación de sus tesis sobre los Castelo, militar africanista, y Carlos, afamado amenazados destinos que España y Marruecos arquitecto. afrontan ante los imperios europeos.

1880 1885 — 19 de mayo / 3 de julio — 13 de agosto Conferencia de Madrid. La preside Cánovas, jefe El Gobierno Bismarck da a la publicidad una del Gobierno. Asisten los representantes de las nota diplomática por la que previene del once mayores potencias, la nación anfi triona y «dominio protectoral alemán» sobre el el país-objetivo de esta asamblea: Marruecos. archipiélago de las Carolinas. Estupefacción Su fi nal como Estado soberano se discute y en Madrid. Menos de seis meses después de la aproxima. Conferencia de Berlín, el país anfi trión se atreve a cometer una acción hostil directa contra uno 1881 de «sus invitados». El misionero guipuzcoano José María Lerchundi, — 21 / 22 de agosto maestro en lenguas árabe y tamazigh, buen Arriban, a la isla de Yap, el cañonero Manila y conocedor de la idiosincrasia marroquí —ha el transporte San Quintín. La intención de sus 1877 / 1912 Protectorado, los antecedentes: alianzas y amenazas internacionales los antecedentes: 1877 / 1912 Protectorado, residido en Tetuán quince años (1862-1877)—, mandos es convencer a los jefes nativos para cooperante leal del sultán Muley Hassán, abre un que asistan a «la toma de posesión» de su patria dispensario asistencial en Tánger. Para algunos «en nombre de España». Este requerimiento, es un hospital. Sin serlo, hospitalidad y cuidados escenifi cado al modo colombino, demora su reciben allí quienes lo solicitan. inicio tres días, lo que Alemania aprovecha para golpear otra vez. 1884 — 25 de agosto — 30 de marzo El Iltis, un esbelto cañonero, tras fondear en En el teatro Alhambra de Madrid se dan cita la ensenada de Yap, informa a los españoles Gumersindo de Azcárate, José de Carvajal y que acaba de tomar posesión, «en nombre Francisco Coello, que escoltan a Joaquín Costa. del imperio alemán», de la isla y «todo el Exaltación del enlace España-Marruecos desde archipiélago». El comandante del Manila quiere el respeto mutuo y una fraterna alianza contra el «hundir» al Iltis, pero el comandante del San colonialismo imperante. Quintín, de superior rango, le ordena que «no 483 haga nada». Las Carolinas, españolas desde sultán Muley Hassán; Ovilo del apoyo de la 1528, pasan a ser «alemanas» en menos de una comunidad diplomática, agradecida a sus hora y más de tres siglos después. desvelos y profesionalidad. El reconocimiento — 19 de septiembre público que ya posee el sello “doctor Ovilo” hace Al conocerse lo sucedido en Yap, una gran que este se decida por trasladar su Escuela de manifestación recorre las calles de Madrid. La Medicina a una sala del mismo hospital. Otro protesta acaba ante la embajada alemana, médico militar, el comandante Severo Cenarro, al cuyos signos, un gran escudo con las armas frente de los servicios quirúrgicos, equilibrará el germánicas, son arrancados de los balcones esfuerzo tripartito. El hecho es un acontecimiento y quemados en una hoguera. La ofensa se en la ciudad atlántica. Los afanes de estos aproxima a un casus belli, pero Bismarck espera. pioneros de la ciencia y del humanitarismo Cánovas recurre al Vaticano. señalan que, para que existiera un protectorado militar y político, preciso fue que antes hubiese un 1886 protectorado asistencial, científi co y social. Los — 7 de enero apellidos «Lerchundi», «Ovilo» y «Cenarro» así lo Laudo papal de León XIII por el que se reconoce certifi can. la soberanía española en las Carolinas, excluyéndose los archipiélagos de las Gilbert 1893 y Marshall. Alemania, frustrada, decide — 3 / 23 de octubre emboscarse. Trece años después, la España Las obras de un fortín español, con las que derrotada y arruinada «será blanco fácil». se viola suelo sagrado —el morabito de Sidi — Agosto Aguariach—, son causa de fulminante réplica El comandante médico Ovilo retorna a Tánger. rifeña, a la que sigue el inmediato cerco a Melilla Su propósito se centra en fundar una Escuela y la muerte de su gobernador, el general Juan de Medicina. En un centro educativo para niñas García Margallo. encontrará su primer acomodo. 1894 1887 — 5 de marzo Emilio Rotondo Nicolau, ingeniero y fi lántropo, Tratado de Marrakech. El sultán Muley Hassán, promotor de servicios telefónicos de carácter tras entrevistarse con el general Martínez Campos, ofi cial en Madrid (1878) y Barcelona (1880), convienen ambos el monto de la indemnización desalentado por las prolij as normas y marroquí: cuatro millones de duros (un millón desesperante lentitud de la Administración menos de lo exigido por el Gobierno de Sagasta). española, propone al sultán Muley Hassán la — 7 de junio implantación de un servicio de telefonía en las En Tadla (Medio Atlas), fallece el sultán Muley 1877 / 1912 Protectorado, los antecedentes: alianzas y amenazas internacionales los antecedentes: 1877 / 1912 Protectorado, urbes atlánticas del Imperio Jerifi ano. El monarca Hassán. Su heredero es un adolescente de alauí concede al solicitante la exclusividad del catorce años, Muley Abdelaziz, quien se convierte funcionamiento de esta red telefónica, de la que en el décimo soberano alauí. Tánger es la primera ciudad benefi ciada, a la que — Octubre / diciembre seguirán Casablanca y Rabat. El tendido de las Marruecos se desentiende de sus pagos líneas «va por el aire» (de casa a casa, calle por indemnizatorios a España. El nuevo sultán es calle), «signo» de modernidad. contrario a «heredar deudas» por errores o fracasos de sus antecesores. El Gobierno español 1888 insiste en la legitimidad de su reclamación por lo — 23 de septiembre acordado en Marrakech. El franciscano José María Lerchundi y el comandante médico Felipe Ovilo, abren las 1895 puertas del primer hospital español en Tánger. — 26 de enero 484 Lerchundi goza de la protección absoluta del El crucero Reina Regente recoge en Tánger a Sidi El Hach El-Kerim Brischa, delegado del sultán 1897 Abdelaziz con el fi n de encontrar «una solución» La Colección Rotondo, integrada por seis mil al confl icto. cuatrocientas ochenta y siete piezas, ejemplo — 28 de enero de una insistente recuperación de la prehistoria Gran recepción, en el Palacio Real, en honor del peninsular, es presentada en Madrid con el título embajador de Marruecos. de «Museo Protohistórico Ibérico». Su fundador y — 29 de enero conservador (Emilio Rotondo Nicolau), fascinado Al salir del hotel Rusia (en la Puerta del Sol) para por el arte islámico y todo lo concerniente a las dirigirse a Palacio e iniciar sus conversaciones culturas mozárabe y mudéjar, consideró que la con Sagasta, el embajador marroquí es abordado presentación de sus esfuerzos conservaduristas por un ciudadano que, encarándose con él, le solo podían encontrar idóneo acomodo en las grita: «¡Yo soy Margallo!». Y sin más le propina Escuelas Aguirre, obra señera del arquitecto violenta bofetada. Detenido el agresor, resultó Emilio Rodríguez Ayuso e icono del neomudéjar ser Miguel Fuentes y Sánchiz, brigadier en la novecentista. Reserva. Escándalo y crisis: Brischa ignora las disculpas de Sagasta y decide regresar a 1898 Marruecos. — 17 de julio — 30 de enero El general José Toral, jefe del IV Cuerpo, rinde sus La reina María Cristina de Habsburgo presenta tropas y la plaza de Santiago de Cuba ante el sus disculpas al agredido embajador. Brischa general Shafter, jefe del ejército estadounidense. anula sus preparativos de retorno y acepta Ramón Blanco, capitán general en La Habana, en reabrir las negociaciones. lugar de abrir causa sumarísima a Toral, decide — Febrero rendirse también. Del general Fuentes se dij o que «estaba loco». — 12 de agosto Demencia o arrebato, lo cierto es que afectó al Manuel Macías, capitán general de Puerto crédito ético y político del Gobierno español. Rico, entrega la plaza y la isla a las tropas El embajador Brischa, situado en un plano de estadounidenses del general Miles. España pierde evidente superioridad moral, supo negociar el la totalidad de su Ultramar caribeño. asunto. Y los 2.800.000 duros (catorce millones — 14 de agosto de pesetas) que Marruecos aún debía a España Augustín, capitán general en Manila, delega en su quedaron en la mitad. Un millón cuatrocientos mil subordinado, Jáudenes, la rendición de la plaza duros (siete millones de pesetas) fue el coste de y del archipiélago fi lipino al ejército invasor del aquella bofetada. general Merrit. — 9 de marzo — 18 de septiembre En Tánger, del crucero Reina Regente, puesto al En Fashoda (Sudán), la columna francesa de 1877 / 1912 Protectorado, los antecedentes: alianzas y amenazas internacionales los antecedentes: 1877 / 1912 Protectorado, servicio de la delegación marroquí, desembarcan Marchand es conminada a retirarse por el ejército Brischa y su séquito. Españoles y marroquíes se de Kitchener. La diplomacia gala, dirigida por despiden amistosamente. Delcassé, alienta el repliegue: Francia necesita — 11 de marzo a Gran Bretaña como aliado ante la amenaza El crucero Reina Regente zarpa hacia Cádiz. En el militar de Alemania. Estrecho se ve envuelto por vientos huracanados — 3 de noviembre con mar arbolada. Tal vez empopado por una ola El comandante Marchand se retira de Fashoda, gigante, impulsado al fondo por el sobrepeso de al frente de sus tropas, con todos los honores sus torres de artillería (mal diseñadas), el crucero británicos. Delcassé ha encontrado la solución: desaparece sin dejar rastro alguno de su aparejo los mundos del Nilo para Inglaterra, pero las tres ni señal de su atrapada tripulación: cuatrocientos joyas del Magreb —Argelia, Marruecos y Túnez— doce muertos. La tragedia conmueve a España son para Francia. y América (solemnes funerales en la catedral de — 10 de diciembre Buenos Aires). Paz de París. La España de Sagasta se somete a 485 las exigencias de los EE. UU. de McKinley: aceptar telegrafía al marqués del Muni, embajador en cien millones de pesetas como «indemnización» París, la aceptación española. El embajador por Cuba, Filipinas y Puerto Rico. España ignora el telegrama cifrado del ministro y esa aún guarda la Micronesia, nave perdida en la oportunidad para España, que la hubiese alejado inmensidad del Pacífi co. del belicoso Rif, se pierde.

1899 1903 — 2 de junio — 13 / 15 de julio El destacamento que manda el teniente Martín El Roghi y sus partidarios ocupan Uxda, ciudad Cerezo, sitiado en la iglesia de Baler (Luzón), de la que será expulsado por las tropas del capitula tras trescientos treinta y siete días Majzén. El Roghi dirige su ambición hacia Zeluán, de épica resistencia. El líder de los rebeldes, de la que, tiempo después, hará «caja fuerte» de Aguinaldo, honra a los treinta y tres españoles sus ganancias mineras y capital de su dictadura supervivientes al considerarlos «amigos del sobre el Rif. pueblo fi lipino». — 5 de noviembre 1904 La misión Brunswick-Prusia llega al Palacio Real — 8 de abril para agradecer, a la reina María Cristina y a su Tratado de Londres. Nace la Entente Cordiale único hij o, el príncipe Alfonso, el acuerdo por el para hacer frente a la pujante Alemania y que Alemania compra, por veinticinco millones repartirse, entre británicos y franceses, África y de pesetas, los archipiélagos de las Carolinas, Oriente Próximo. Delcassé cierra así la muralla Marianas y Palaos. protectora de su patria, que empezase a levantar en Fashoda seis años antes. 1902 — 3 de octubre — 17 de mayo Convenio entre España y Francia. El marqués Alfonso XIII es coronado rey a la edad de solo del Muni fi rma, en París, un acuerdo (secreto) dieciséis años. por el que España recibe el norte rebelde de — Junio / julio Marruecos y un don de la naturaleza marroquí: Un desconocido, mitad charlatán, mitad brujo, la orilla derecha del Uarga. Esa fértil orilla le será recorre el Rif montado en una burra («Bu arrebatada en 1912. Hamara»). Predica la insumisión a los abusos del sultanato y la independencia frente al extranjero. 1905 Es Yilali el Zerhuni, que estudió en Fez y fue — 31 de marzo funcionario del Majzén. Entrada triunfal del emperador Guillermo II — Septiembre / octubre en Tánger, donde pronuncia un discurso 1877 / 1912 Protectorado, los antecedentes: alianzas y amenazas internacionales los antecedentes: 1877 / 1912 Protectorado, La Francia de Delcassé ofrece a la España de resueltamente promarroquí, que alarma a Sagasta la ciudad de Fez y los cursos del Sebú y el Inglaterra e irrita a Francia. Uarga, límites naturales del Garb y el Rif hacia el sur. Sagasta, temeroso de una imaginaria oposición 1906 del Gobierno de lord Balfour, rechaza la oferta. — 16 de enero / 6 de abril — Noviembre Conferencia de Algeciras. Las potencias Yilali el Zerhuni se hace pasar por «primogénito signatarias del Acta conciertan una triple perseguido» del difunto sultán Muley Hassán intervención —económica, policial y territorial— y se proclama Roghi (pretendiente) al trono de sobre Marruecos, imperio extinto, sin ejércitos Marruecos. Reúne un ejército de mercenarios con ni medios, abocado al desmembramiento y a la los que se apodera de Taza, donde lo proclaman pérdida de su soberanía. «sultán». — 15 de noviembre 1907 486 El duque de Almodóvar, ministro de Estado, — 8 de abril

Semana Trágica

Desórdenes que tuvieron lugar primeros reveses españoles al pie del guerrillas urbanas. La magnitud de en Barcelona (22 al 31 de julio Gurugú (Sidi Musa y Los Lavaderos, la tragedia quedó probada en sus de 1909) tras ser movilizados 22-23 de julio). Ese mismo 23 de números: sesenta edifi cios religiosos los reservistas —no pocos de julio, las manifestaciones iniciales arrasados y quemados, ciento ellos casados y con hij os— para derivaron en revueltas y los primeros treinta y dos fallecidos (de estos, acudir a reforzar la guarnición de incendios. La policía, desbordada, treinta y cuatro miembros de la Melilla. A esa imprudente medida solicitó ayuda al ejército. La policía y del ejército), cuatrocientos se sumaron las noticias de los rebelión derivó en revolución y con sesenta heridos, mil setecientos Acuerdos de Cartagena. La España de Maura y la mercenarios, que ondea las banderas de El Inglaterra del almirante Fisher acuerdan, bajo Roghi, empeñados en alcanzar Axdir para la mirada complaciente de Alfonso XIII y Eduardo cobrarse los tributos denegados, se ve rodeado VII, que la soberanía británica en Gibraltar no y aniquilado. Informado del desastre, El Roghi se se discuta a cambio de «la soberanía española» refugia en Zeluán. sobre las Baleares. — 14 de diciembre — Mayo Falto de armas, partidarios y víveres, El Roghi El Roghi cede al industrial Alfred Massenet incendia Zeluán y se esconde en las montañas. la explotación de los yacimientos de hierro y Traicionado, será entregado a las fuerzas del plomo, en tierras de los Beni Bu Ifrur, por una sultán Muley Hafi d. cantidad fantástica para la época: doscientas cincuenta mil pesetas. Con la excusa de que «el 1909 francés se retrasa en sus pagos», El Roghi vende — 19 de marzo esas mismas minas a los españoles Enrique Tropas austrohúngaras ocupan Bosnia- MacPherson y Alfonso del Valle, titulares del Herzegovina, territorio reclamado por Serbia. En «Sindicato» de las Minas del Rif. Las familias la Europa Occidental hay conciencia de que tal Figueroa y Güell se unen a los anteriores, pero agresión puede acabar en guerra de bloques, el litigio con Massenet y García Alix, consocio de pero ningún gobierno de los países democráticos este, que han constituido la Compañía del Norte retira su embajador de Viena. Africano, prosigue y solo encontrará solución — 9 de julio (parcial) años más tarde. Seis obreros españoles, que trabajaban en el — 30 de julio ferrocarril minero Melilla-Uixán, son muertos a El asesinato de nueve obreros (dos de ellos, tiros. El general Marina ordena ocupar posiciones españoles) en Casablanca indigna a los indefendibles. Cañoneros de la Escuadra gobiernos español y francés. Maura se decide bombardean los aduares en la costa. La por alistar un pequeño destacamento. sublevación se extiende al Rif Central. — 7 / 8 de agosto — 22 / 23 de julio Clemenceau ordena «la más vigorosa represalia». En Barcelona, la movilización de reservistas La escuadra francesa bombardea Casablanca. hacia Melilla, sumada a las noticias de las graves Lyautey, al mando en Orán, desaconseja el pérdidas sufridas por las tropas españolas, uso de fuerzas legionarias. Clemenceau lo provoca airadas protestas. Surgen barricadas y conmina a cumplir órdenes. La Legión Extranjera desembarca, arrasa y saquea la ciudad los primeros incendios. La policía, tiroteada, pide musulmana. La España de Maura se aparta de ayuda al ejército. tales matanzas. — 27 de julio 1877 / 1912 Protectorado, los antecedentes: alianzas y amenazas internacionales los antecedentes: 1877 / 1912 Protectorado, — 10 de septiembre La ambigüedad de las órdenes de Marina a En Marrakech, el frívolo sultán Abdelaziz es Pintos, jefe de la brigada encargada de tomar derrocado por Muley Hafi d. el Gurugú, fuerza un ataque suicida sobre el Barranco del Lobo. Muere el general Pintos y sus 1908 tropas quedan deshechas. Un millar de bajas. — 8 de marzo España aterrada, enmudece. En la Restinga, el general Marina llega a un — 31 de agosto acuerdo con El Roghi. Marina necesita la ayuda Concluye «la Semana Trágica». La mitad de del falsario para que los Beni Bu Ifrur, dueños de los edifi cios religiosos (iglesias, colegios y las minas de hierro y plomo, no se amotinen. El conventos) de Barcelona quedan destruidos; Roghi precisa del apoyo español para «asegurar fallecen ciento treinta y dos personas, los heridos sus minas». son cuatrocientos sesenta y los detenidos, mil — 7 de septiembre setecientos. La ejecución de Ferrer Guardia En Imzuren, junto al Nekkor, el ejército de provocará el cese de Maura. 487

encarcelados. Los tribunales protestas en Francia y Bélgica, dictaron cincuenta y nueve y conllevó la caída del Gobierno condenas a reclusión perpetua y de Maura (21 de octubre). doce sentencias a muerte, de las Aquellos diez días de incendiaria que se ejecutaron cinco. La última anarquía quedarían resumidos, en ser cumplida (13 de octubre), cultural y socialmente, en esa cuando Ferrer Guardia fue fusilado «semana» de ominoso recuerdo. en Montjuïc, provocó multitudinarias — 24 de agosto — 24 de agosto Encerrado en una jaula, como si de maldecida La Comisión Geográfi ca del Ejército, que fi era se tratase, El Roghi es paseado por las realizaba labores topográfi cas en la orilla calles de la medina de Fez. Días más tarde será derecha del Kert, es tiroteada por los rifeños. torturado y ejecutado. Mueren cuatro soldados españoles. Sus cuerpos son recuperados, pero a todos les falta su 1910 cabeza. Comienza la Guerra del Kert. — 24 de enero — 8 de noviembre Llegan a la estación de Atocha los trenes que Tratado de Berlín. Alemania y Francia cierran sus conducen a las tropas repatriadas de Marruecos. diferencias con un nuevo reparto de territorios en Son los supervivientes de la brigada Cazadores el Congo y Camerún, a favor del imperio alemán. de Madrid. La multitud los aclama, luego guarda La expansión española en Guinea Ecuatorial silencio. Y los soldados pasan entre lágrimas y queda cercenada. Alemania, satisfecha por lo respetos. conseguido, asegura a Francia que «no discutirá — 6 de abril más su legitimidad» para ocupar Marruecos. En Melilla, con el general Marina como «notario», — 27 de diciembre MacPherson y Rózpide, representantes de la Durísimos enfrentamientos en Izarrora. Las Sociedad Española de Minas del Rif (SEMR) tropas españolas sufren quinientas diecisiete fi rman, con Massenet y García Alix, delegados bajas. Nueve españoles caen prisioneros. Sidi de la Compañía del Norte Africano, un acuerdo Mohammed Amezzián, guía de la insurrección de conciliación por el que se les reconocía su rifeña, advierte a los suyos: «Aquel que atente propiedad sobre la mina de plomo en Afra y una contra esos cautivos lo pagará con su vida». compensación del 15% de los benefi cios de las minas de hierro en Uixán, de las que la SEMR era 1912 su propietaria. — 10 de febrero En Sammar, desembocadura del Kert, Amezzián 1911 cumple su palabra: los ocho soldados y un — 6 / 14 de enero cantinero son liberados. España admira la Segundo viaje de Alfonso XIII a Melilla. Audiencias, dignidad y piedad del caudillo rifeño. banquetes y desfi les. — 30 de marzo — 21 de mayo Tratado de Fez. El representante de Francia ante el Ocupación de Fez por las tropas francesas de sultanato, Eugène Regnault, impone al sultán Muley

Moinier. Sin ejército ni recursos, inefi caz el apoyo Hafi d la privación de todas sus funciones ejecutivas. 28 de las tribus, Muley Hafi d cede el poder y se El monarca se inclina ante el poder militar francés. convierte en rehén de Francia. Marruecos deja de ser un Estado soberano. 1877 / 1912 Protectorado, los antecedentes: alianzas y amenazas internacionales los antecedentes: 1877 / 1912 Protectorado, — 8 / 13 de junio — 17 / 18 de abril Canalejas toma la decisión de ocupar Mal alimentadas y peor pagadas, las tropas Alcazarquivir y Larache. El capitán Ovilo ocupa la marroquíes de los tabores jerifi anos, enteradas primera y el coronel Silvestre la segunda, ambos de que su parco salario quedaría en la mitad, sin enfrentarse a los pobladores autóctonos. se amotinan, decapitan a sus mandos franceses Silvestre y El Raisuni, líder del Garb y Yebala, y vuelcan su ira contra los comerciantes de Fez inician una amistosa relación. (europeos o judíos). — 1 / 9 de julio — 15 de mayo El cañonero alemán Panther fondea en aguas Acosado por fuerzas de Regulares, Amezzián se de Agadir, zona colonial francesa. Exaltación adelanta a su escolta y, en epopéyica actitud, belicista en Francia e Inglaterra. Ansiedad en las arenga a los rifeños al servicio de España cancillerías de toda Europa. El peligro de guerra para que se incorporen a la causa común. Una mundial se incrementa. Tras previo acuerdo descarga acaba con su vida. Su muerte pone fi n 488 telegráfi co, el Panther zarpa. a la Guerra del Kert. — 21-28 de mayo — 13 de abril Las fuerzas francesas de Moinier penetran Romanones designa al general Alfau como alto en Fez y ejecutan feroz represión. Cientos de comisario en Tetuán. nacionalistas marroquíes son fusilados en las — 27 de abril tapias del cementerio musulmán. Colorista entrada, en Tetuán, de Muley el Mehdi, — 12 de agosto primer jalifa de España. Los fastos jalifi anos no Muley Hafi d abdica en su hermano Muley Yussuf ocultan la indiferencia del pueblo tetuaní ni el y parte hacia el exilio. temor popular a El Raisuni. — 17 de agosto — 13 de agosto El coronel Silvestre se apodera de Arcila, Alfau, disconforme con la política de Romanones, anticipándose a un intento similar por parte de pide a este su relevo. una columna francesa. Esta acción es otro éxito — 14 de agosto gracias al pacto Raisuni-Silvestre. El senador Tomás Maestre agota su periplo yebalí — 12 de noviembre en busca de la paz con los jefes de las tribus en Asesinato de Canalejas en la Puerta del Sol de rebeldía. Maestre, defraudado por el belicismo Madrid. La muerte del gran líder liberal deja vía de Romanones, renuncia no sin antes verter, en libre a su sucesor, Romanones, para cerrar los sus cartas al entonces jefe del Gobierno, duras acuerdos con Francia. críticas contra él. — 27 de noviembre — 15 de agosto Acuerdos de Protectorado. Romanones designa al general Marina como El embajador Geoff ray y García Prieto, ministro nuevo alto comisario en Tetuán. de Estado, estampan sus fi rmas en un texto de esperanzas para una España en busca 1914 de «un Ultramar no ingrato», y un Marruecos — 28 de junio «necesitado de fe», tras verse privado de sus El archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, derechos. heredero del imperio, y su esposa Sofía son asesinados en Sarajevo (Bosnia). El magnicida es Gavrilo Princip y, al igual que sus cinco cómplices, armados y entrenados todos por los 1913 / 1920 Servicios Secretos de Serbia. — 28 de julio Protectorado, sus inicios: lealtades Tras rechazar el Ejecutivo serbio el ultimátum del ignoradas y rivalidades alzadas Gobierno austriaco, Belgrado es bombardeada por una fl otilla de monitores y baterías situadas 29

en la orilla opuesta del Danubio. alzadas y rivalidades sus inicios: lealtades ignoradas 1913 / 1920 Protectorado, — 30 / 31 de julio 1913 Movilizaciones en Austria, Hungría y Rusia, — 23 de enero seguidas de las de Alemania y Francia. Alemania Silvestre autoriza el registro, por la fuerza, de declara la guerra a Rusia. Pánico bursátil en la fortaleza de El Raisuni en Arcila. El jerife de toda Europa y caótico cierre de las fronteras. Yebala se refugia en su feudo de Tazarut y opta Declaración, ofi ciosa, de la neutralidad española, por la guerra de guerrillas. por el Gobierno Dato. — 18 / 19 de febrero — 2 / 3 de agosto Fuerzas españolas, bajo el mando del general Bélgica es invadida por un millón de soldados Felipe Alfau, toman Tetuán sin resistencia. Alfau alemanes que tratan de envolver al grueso del se ha visto obligado a quebrar su palabra ejército francés. Francia y Alemania entran en de concordia, presionado por un exigente guerra. Romanones. Quedará muy molesto el general y — 4 / 7 de agosto muy belicosa Yebala entera. Gran Bretaña declara rotas las hostilidades 489 con Alemania. El Gobierno Dato ratifi ca la Marina, que exigió a Silvestre su dimisión, se neutralidad de España. Masivas movilizaciones ve cesado a la vez. A Marina lo releva Gómez de tropas argelinas, marroquíes, tunecinas y Jordana como alto comisario; Silvestre es senegalesas, que embarcan hacia los puertos de nombrado edecán de Alfonso XIII. la desesperada Francia. — 11 de julio — 26 / 27 de agosto El general Luis Aizpuru asume el mando de la Emilio de Torres, jefe de la Secretaría de Comandancia de Melilla al sustituir a Gómez Alfonso XIII, llega a Hendaya para reunirse con Jordana. Activo, humanitario, lúcido y resuelto, el embajador Geoff ray. Lo que este oye lo deja Aizpuru y el Rif convivirán durante un lustro. admirado: «Al general Silvestre, en Larache, le — 15 de agosto han sido cursadas órdenes de poner, a la libre Mohammed Abd el-Krim expone al capitán voluntad del general Lyautey, las fuerzas bajo Vicente Sist, jefe de la Ofi cina Indígena en el su mando». El Gobierno de Poincaré se limita a Peñón de Alhucemas, su plan de límites y paces: agradecer el gesto español. España no debe sobrepasar la línea del Kert al — Septiembre norte, ni la del Igan al sur. Esa paz será un hecho Agobiados por las noticias de los desastres durante cinco años. franceses (trescientas veinte mil bajas en cinco — 6 de septiembre semanas), cientos de colonos residentes en Abd el-Krim es arrestado por exigencias francesas Argelia venden sus pertenencias y se instalan, y encarcelado en el fuerte melillense de con sus hij os, en el «Marruecos español», que se Cabrerizas Altas. Aizpuru pide a Gómez Jordana les aparece como «paraíso de la paz». su liberación, sin resultado. — Octubre — 23 de diciembre En las minas de Uixán (hierro) y Afra (plomo), El preso de Cabrerizas decide fugarse. La cuerda la extracción para las industrias de armamento con la que se desliza por la muralla se rompe, francesas y británicas se acelera. La Sociedad de cae al foso y se rompe la pierna derecha. Mal Minas del Rif (Romanones-Güell) y la Compañía curado, quedará cojo de por vida. Abd el-Krim del Norte Africano (García Alix-Villanueva) reciben guardará inquina a esa España distante, carente grandes benefi cios. de política africana. — Noviembre El 20 de noviembre de 1914 se funda la 1916 sociedad Electras Marroquíes, constituyéndose — 20 de mayo por duración ilimitada. Su andadura se inició, Solemne a la vez que festiva ceremonia de a mediados de 1912, al inaugurarse la Central confraternización entre las fuerzas españolas Térmica de Tetuán. Su domicilio social de Gómez Jordana y las yebalíes de El Raisuni

1913 / 1920 Protectorado, sus inicios: lealtades ignoradas y rivalidades alzadas y rivalidades sus inicios: lealtades ignoradas 1913 / 1920 Protectorado, queda establecido en Tetuán, capital del en El Fondak de Ain Yedida, a medio camino Protectorado español, y su administración entre Tetuán y Tánger. Se acuerda una acción de central en Madrid. guerra contra la tribu de Anyera. — 29 de junio 1915 En El Biutz (al oeste de Ceuta), los veinticuatro mil — 12 de mayo hispano-marroquíes de Gómez Jordana, más los Son asesinados Sidi Alkalay y El Garfati, seis mil harqueños de Raisuni se enfrentan a unos delegados raisunistas que viajaban, con cinco mil anyeríes. Pugna cruenta, que termina salvoconductos expedidos por el general al atardecer. Ni Jordana ni Raisuni quedan Marina, para reunirse con este. Del crimen son satisfechos. Y su alianza se quiebra. responsables mandos españoles de la Policía de — 2 de agosto Larache y el bajá de Arcila, Dris er Riffi . Abd el-Krim es liberado. En prueba de su buena — 9 de julio fe, tiende la mano a Aizpuru, que lamenta La causa sumarial confi rma la responsabilidad sus pesares. Quedan unidos por lealtades y 490 criminal del capitán Ruedas Ledesma y Er Riffi . prudencias, que otros romperán. — Agosto / diciembre 1918 En Yebala, Gómez Jordana vuelca sus esfuerzos — Febrero / marzo en abrir carreteras, tender puentes, edifi car Abd el-Krim y el coronel Riquelme convienen un escuelas, construir dispensarios clínicos plan: en julio, desembarcos en Alhucemas con la y ayudar a las familias más necesitadas. ayuda de los rifeños leales. De improviso, Gómez Acierta plenamente: esas son las más seguras Jordana anula la operación. «conquistas» de España. — Abril / octubre En la zona de Melilla, Aizpuru intensifi ca la 1917 construcción de escuelas, dispensarios médicos El general Gómez Jordana mantiene su programa y almacenes de alimentos. La sequía y la de escolarización a la vez que da forma a su hambruna asfi xian al Rif. ideario educativo, con sus fi nalidades positivas — 9 de noviembre y consecuencias negativas si se desatienden sus García Prieto forma su tercer gobierno. prioridades: «El problema de la enseñanza es, Berenguer, ministro de la Guerra. acaso, el más trascendental de los que integran — 11 de noviembre la vida de las naciones. Sin instrucción no hay De madrugada, la delegación alemana, que ideales, ni moralidad, ni progreso, ni bienestar preside Hertzberger, acepta las draconianas posible». Ricardo Ruiz Orsatti, inspector de exigencias del generalísimo Foch. La paz será un Enseñanza Árabe en el Protectorado, es testigo de hecho a las 11.00 horas. tan lúcidas refl exiones. Ningún otro alto comisario — 18 de noviembre se expresará con tanta claridad. En Tetuán, Gómez Jordana se desploma sobre su — 25 de marzo mesa de trabajo cuando revisaba su «Informe de El general gobernador de Cádiz, en conferencia Situación» a Romanones. Un paro cardiaco pone pronunciada ante la Academia Hispano- fi n a su vida. Americana, propone la entrega de Ceuta a Gran Bretaña a cambio de Gibraltar. A Primo de Rivera 1919 su osadía le cuesta el cargo, pero su carrera — 25 de enero militar no se verá truncada. Berenguer es designado alto comisario. — 1 de junio Previamente, Romanones ha ofrecido al Se imponen, en la guarnición de Barcelona, las general Picasso el cargo de ministro de la Juntas de Defensa, empeño del coronel Benito Guerra. El laureado militar declina el Márquez, personaje mesiánico y reprobable, ofrecimiento. que arrastra deudas de juego (en Filipinas) y — 11 / 12 de julio hace cálculos justicieros sobre Alfonso XIII. Su Sangrientos combates en Kudia Rauda (al noreste

bonapartismo clasista, indolente y desafi ante, de Tetuán). Los yebalíes atacan con bombas de alzadas y rivalidades sus inicios: lealtades ignoradas 1913 / 1920 Protectorado, defensor de la antigüedad como «mejor mérito mano y fi era determinación. Los españoles sufren militar», corromperá al Ejército. ciento ochenta y tres bajas y deben abandonar — 13 de agosto a sus muertos. Estupor en Madrid ante tan Huelga general. Choques entre los huelguistas y «inesperado revés». la Guardia Civil. Inquietud en Palacio. En Rusia, — 9 de agosto Nicolás II y su familia siguen cautivos. En Francia, El diputado maurista y abogado, comandante medio ejército se niega a contraatacar. La Joaquín Fanjul, reclama en el Congreso «abrir España alfonsina teme ser la tercera víctima del una cuenta de responsabilidades» por lo que bolchevismo triunfante. «El estado de mi salud no pueda suceder en Marruecos. mejora […] Si el Gobierno no pudiera hablar de — 12 de agosto mi relevo en el Consejo de Ministros, si se necesita El general Silvestre toma posesión del mando en que yo vuelva a Marruecos iría aun a costa de mi la Comandancia de Ceuta. Releva a Arraiz de la vida […]» escribe Gómez Jordana meses antes de Condonera, a quien se considera responsable de su muerte. lo ocurrido en Rauda. 491 — 5 / 8 de octubre acosada por las columnas de Berenguer, que Las tropas de Silvestre toman El Fondak de Ain abran sus puertas a la cordura, no al fuego. Yedida en maniobra envolvente. Aseguradas las Xauen se rinde al momento. comunicaciones con Tánger, Silvestre sube hasta — 11 de diciembre Kudia Rauda y supervisa la recuperación de los Silvestre, al frente de una pequeña columna, restos de españoles y normarroquíes, insepultos asciende y corona el Monte Mauro, lugar mítico desde julio. para la simbología rifeña, pues nunca había sido hollado por extranjeros. 1920 — 28 de enero El general Villalba, ministro de la Guerra en el Gobierno de Allendesalazar, fi rma el decreto fundacional del Tercio de Extranjeros, pronto 1921 / 1924 conocido como «la Legión». — 30 de enero Protectorado en pie de guerra: Silvestre es nombrado comandante general de penitencias y dignidades de España Melilla. — 5 de mayo Eduardo Dato constituye su segundo gabinete. El vizconde de Eza (Luis de Marichalar y Monreal), 1921 nuevo ministro de la Guerra. Sus ignorancias — 12 de enero técnicas y tácticas, más su acusado diletantismo Las tropas de Silvestre ocupan Afrau, espolón pasarán severa factura al ejército, a la rocoso introducido en el mar; a unos once monarquía y a España. kilómetros (en línea recta) de Annual, pero a seis — 9 / 20 de julio horas de marcha por caminos de cabras. Visita de inspección de Eza a Marruecos. Entiende — 15 de enero poco, pregunta menos, se muestra atento y Silvestre, con sus fuerzas en descubierta, sonríe mucho. Queda asombrado y molesto ante desciende hasta la hoya de Annual, se fi ja en tres el pésimo estado sanitario del ejército. Es en lo colinas desnudas de vegetación y ordena plantar único que acierta, pues de su educada queja allí su campamento avanzado. Ante la nula llegan algunas mejoras. resistencia, Silvestre hace chanzas del pesimismo — 12 de agosto del teniente coronel Dávila y el coronel Morales, Las tropas de Silvestre, con este al frente del respectivos jefes de Operaciones y la Policía mando táctico, toman Taff ersit en arriesgadísimo Indígena.

1913 / 1920 Protectorado, sus inicios: lealtades ignoradas y rivalidades alzadas y rivalidades sus inicios: lealtades ignoradas 1913 / 1920 Protectorado, envite. El general William Rudkin, testigo de — 26 de enero tan osada acción, manifi esta a Silvestre su En carta a Berenguer, Silvestre le hace ver el «sorpresa» porque el resultado haya sido penoso estado de los caminos en el Rif; no tener «notable» en lugar de un desastre. dinero ni para pagar a los hambrientos jornaleros — 1 de octubre rifeños y del total abandono de las obras del Por exigencias de Berenguer, Alfonso XIII le vital ferrocarril de Batel a Drius, paralizadas en confi ere el rango de general en jefe del Ejército Tistutin desde el año 1917. de África, que el rey había segregado del cargo — 28 de febrero de alto comisario, once meses atrás. El monarca Silvestre escribe a Berenguer advirtiéndole de se desdice, la política militar se contradice y el «la inhumanidad» en que incurren ambos por la Estado se confunde. pasividad del ministro Eza ante la hambruna que — 14 de octubre devasta al Rif. En audaz decisión, el teniente coronel Castro — 8 de marzo Girona logra entrar, de noche, en Xauen para El automóvil en el que Eduardo Dato volvía 492 convencer a los notables de la ciudad santa, a su domicilio es acribillado a tiros por tres anarquistas catalanes, armados con nada ofrece (el Rif) que pueda ocasionar la pistolas automáticas. Alcanzado en su nuca y menor alarma o inquietud». espalda, el jefe del Gobierno muere en el acto. — 7 de junio Consternación en España y sus instituciones. Silvestre ordena fortifi car una colina rocosa, a — 10 de marzo cinco kilómetros de Annual: Igueriben. Silvestre concluye su plan de operaciones, que — 17 de julio hace llegar a Berenguer. El alto comisario pone Igueriben queda sitiado por la harca, reforzada objeciones, mostrándose conforme con el objetivo con dos cañones de los perdidos en Abarrán. El esencial: tomar Alhucemas. convoy de abastecimientos, pese a sufrir graves — 12 de marzo pérdidas, entra en la posición. Allendesalazar forma su segundo gabinete. Eza — 18 / 20 de julio sigue en su puesto. Ese mismo día, los españoles Son rechazados, uno tras otro, los convoyes ocupan Sidi Dris y empiezan a fortifi car este con los que se pretendía abastecer a Igueriben. enclave costero que Silvestre deseaba asegurar No hay agua ni comida ni esperanza. Pero hay desde que llegó a Annual. El Rif parece dormido: hombres. Son españoles a las órdenes de un ni un solo tiro se oye. jefe excepcional: el comandante Benítez. Será — Abril / mayo laureado póstumo. Berenguer mantiene al grueso de su ejército en — 21 de julio la fértil Yebala. Obsesionado por derrotar a El Fracasa el último intento de llevar agua a Raisuni, reclama y obtiene la mayor parte de los Igueriben. La exhausta guarnición sale a la suministros. En el sediento Rif, Silvestre apenas desesperada. Algunos ofi ciales se suicidan, otros tiene ambulancias ni camiones, sus tropas están comparten la muerte con los rifeños que los faltas de municiones (sobre todo de artillería) y acuchillan. Unos pocos soldados llegan a Annual. la mayoría de sus ametralladoras (colt modelo Silvestre es testigo de estos hechos. 1911) son inservibles. — 22 de julio — 22 de mayo De madrugada, se suceden los Consejos de Por terca infl uencia hostil del ministro Eza, Guerra. Entre resistir y retirarse, las opiniones se la Junta de Defensa del Reino rechaza la dividen. Al conocerse que la artillería solo dispone adquisición de moderno material británico de de veinte proyectiles por pieza, la retirada guerra a módicos precios, que el general Villalba prevalece. En las cuadras al raso, el ganado aconsejara comprar cuando él era ministro y muge. Lleva cuatro días sin beber. sabía lo que hacía. — 22 de julio — 1 de junio Al clarear el día, Silvestre se decide por la La columna Villar toma Abarrán, donde deja resistencia. La huida de algunos ofi ciales, que dos compañías. Nada más iniciar la columna escapan en automóviles, con sus equipajes a la 1921 / 1924 Protectorado en pie de guerra: penitencias y dignidades de España penitencias en pie de guerra: 1921 / 1924 Protectorado su repliegue, los harqueños asaltan la posición. vista, revienta la moral de la tropa. Poco importa Villar entra en pánico y, en vez de reagrupar sus que varios jefes den ejemplo, manteniéndose fuerzas, consiente su dispersión. La muerte de juntos y fi rmes. La Policía Indígena deserta y todos los ofi ciales y la pérdida en Abarrán de una dispara contra los españoles. La desbandada es batería de cuatro piezas es suceso insólito, que inmediata e incontenible. desconcierta a España. — 22 de julio — 5 de junio En Annual, a todo el que pretende poner orden, A bordo del crucero Princesa de Asturias, Silvestre sea ofi cial o soldado, se le ignora o se le mata. En y Berenguer sostienen una violenta discusión. el Izzumar fallece un régimen, porque el ejército Todos los refuerzos que el primero pide al aún no ha muerto. Silvestre, que ha visto caer segundo le son negados. a sus ayudantes y ve agonizar a sus tropas, no — 6 de junio puede más y se pega un tiro. Tras arribar a Ceuta y llegar a Tetuán, Berenguer — 22 de julio le dice a Eza por cablegrama: «Actualmente, Por la tarde, el general Navarro llega a Drius. 493 Los montes que fueron de España arden, sus — 28 de julio guarniciones también. Manda sobre tres mil En Intermedia A, el jefe de su valiente guarnición, hombres. No le parecen soldados de lo abatidos capitán José Escribano, acude a parlamentar que están. En Drius tiene agua, víveres, artillería y con los rifeños. Escribano se da cuenta de que municiones. Todo lo rechazará. es una trampa, se vuelve hacia sus hombres y — 23 de julio les ordena: «¡Abrir fuego!». La descarga mata al Al ordenar la retirada, Navarro confía en alcanzar capitán y a cuantos lo sujetaban. Arruit para coger el tren de Melilla. Eso es soñar. — 2 de agosto La realidad es el muro de fusiles emboscados en En Nador se rinde el destacamento de Pardo el Igan. Un regimiento de Caballería cargará y Agudín. Los cabileños cumplen su palabra y los morirá, cuatro veces, para impedir esa segunda supervivientes alcanzan Melilla. El cadáver del muerte del ejército. coronel Morales, devuelto por Abd el-Krim, es — 25 de julio desembarcado del Laya. Berenguer no acude al En Dar Quebdani, el coronel Araujo pacta puerto ni al entierro. con los Beni Said la rendición de su columna — 2 de agosto (novecientos noventa y ocho hombres) a cambio Berenguer informa a Eza de su audaz plan para de cinco mil pesetas. Los españoles entregan sus rescatar a la columna Navarro: desembarcar en armas y los benisaidíes los matan. El capitán la Restinga y, bajo apoyo artillero de la Escuadra, Enrique Amador, contrario a rendirse y defensor avanzar hasta Arruit. Y a la par, desde Melilla, de la aguada, muere al frente de su compañía de amagar «ofensiva general» hacia Nador. Berenguer voluntarios. Araujo y unos pocos se salvan. solicita el acorazado Alfonso XIII. Eza le responde — 25 de julio que debe «consultarlo» con el ministro de Marina. El teniente coronel García Esteban, jefe de — 3 de agosto la columna acantonada en Bu Bekker, decide Los españoles cercados en Zeluán capitulan. replegarse hacia el Marruecos francés. Y cursa Rendidos y muertos quedan. orden de evacuación a todas las posiciones. En — 4 de agosto una posición se niegan a retirarse: es Tazarut Eza designa al general Picasso como instructor Uzai, la última de la línea. de la causa por lo ocurrido en la zona de Melilla. — 26 de julio La investigación de Picasso revelará los alcances El teniente Elías Bernal y el alférez Francisco del «Desastre de Annual». Dueñas son los jefes de Tazarut Uzai. Al amanecer — 4 de agosto ven pasar la columna en retirada. Saben que Eza informa a Berenguer que Fernández Prida se están solos, pero se han propuesto resistir. opone al alistamiento del acorazado. A cambio Mandan sobre ciento dieciocho hombres, treinta promete enviarle «un contralmirante». Berenguer, y cinco de ellos indígenas. Nadie, ni españoles desesperado, conserva la sufi ciente calma para 1921 / 1924 Protectorado en pie de guerra: penitencias y dignidades de España penitencias en pie de guerra: 1921 / 1924 Protectorado ni rifeños, se aparta de sus puestos. Tienen dos decirle al ministro: «El envío del contralmirante no viejos cañones Krupp. Esperan a la noche. Para es necesario». luchar y morir. De los ciento veinte defensores de — 6 de agosto Tazarut, sobrevivirán siete. Un consejo de generales reunido en Melilla — 28 de julio decide, «prescindiendo de insensatas opiniones», La columna Navarro pierde su artillería en la cuesta no acudir en socorro de Navarro y su gente, de Arruit y corre a refugiarse en la posición. Dos sitiados en Arruit. Los ministros Eza y Fernández capitanes la salvan: Félix Arenas y José de la Lama. Prida son, por sus actos, los inductores de El primero cae entre los cañones que intentaba semejante ignominia. recuperar; el segundo, que ha rechazado el asiento — 9 de agosto que su coronel Jiménez Arroyo le ofrecía en el coche Holocausto de Arruit. Navarro conviene con los con el que huía junto a su hij o, busca hombres para Beni Bu Ifrur, Metalza y Beni Bu Yahi la rendición defender el fl anco del Garet. Logra reunir unos de sus exhaustas tropas, convencido de que los 494 pocos y al frente de ellos muere. rifeños los dejarán llevarse a sus heridos. Los españoles dejan las armas en el suelo y salen. La — 24 de octubre matanza es inmediata. Las columnas españolas entran en Monte — 12 de agosto Arruit, camposanto de un ejército indefenso e Berenguer informa a Eza de lo ocurrido en Arruit, insepulto. No hay memoria humana (moderna) pero sin facilitarle una cifra aproximada de bajas, de aniquilación semejante. A la desolación que por cuanto a Melilla han llegado sesenta y nueve cubre España la sustituye un furor vengativo: en «espectros» más que hombres y los prisioneros la prensa y el Parlamento. suman solo dieciocho (Navarro entre ellos). Faltan tres mil hombres. El ministro y el alto comisario 1922 acuerdan la fabricación y empleo de gases — 23 de enero asfi xiantes contra la rebeldía rifeña. Picasso concluye su Instrucción sumarial en — 13 de agosto Melilla y regresa a Madrid para redactar sus Cesa el Gobierno de Allendesalazar, sustituido conclusiones. Su excepcional labor no tuvo ni por el de Maura. Juan de la Cierva releva a tendrá igual en la historia militar. Eza en Buenavista. Berenguer dimite, pero se le — 7 de julio confi rma en su cargo. El Consejo Supremo de Guerra y Marina abre — 15 de agosto causa sumarial a Berenguer. Más tarde lo hará Los rifeños emplazan una batería en el rocoso con Navarro, imputado en la instrucción que mesetón de Haxdú (Gurugú). Las piezas están dirige el general auditor Ayala. allí por el sacrifi cio de los prisioneros, que tiran, — 10 de julio como bestias, de los cañones. Dos desertores Se constituye, en el Congreso de los Diputados, españoles ayudan a disparar esos cañones. la Comisión de los Diecinueve: los parlamentarios Melilla avergonzada, mas no abatida. Una que estudiarán las responsabilidades políticas. pregunta y su réplica lo resumen: «¿Disparan?». Su labor quedará en nada. «¡Que disparen!». — 15 de julio — 24 de agosto El general Ricardo Burguete es nombrado alto Real Orden por la que se le advierte a Picasso comisario. Concibe un plan para aislar al Rif de que, en su instrucción sumarial, ya iniciada Abd el-Krim, que pasa por llegar a un acuerdo en Melilla, no debe incluir al Alto Mando. De con El Raisuni. El acuerdo se da («Pacto del coroneles para abajo, cuantos jefes y ofi ciales Buhaxem», en octubre), pero Raisuni ni tiene así lo exij an sus responsabilidades; de generales tropas ni ganas de cumplirlo. hacia arriba, nadie en absoluto. — 17 de septiembre 1923 Reconquista de Nador. En el Parque de — 27 de enero Intendencia, en Larache, se descubre una vasta En Axdir, son liberados los trescientos veintiséis 1921 / 1924 Protectorado en pie de guerra: penitencias y dignidades de España penitencias en pie de guerra: 1921 / 1924 Protectorado trama de corrupción: un millón de pesetas españoles supervivientes a una cautividad obtenido por medio de reducir, al mínimo, los de dieciocho meses. Echevarrieta, el naviero abastecimientos básicos a las posiciones y vasco, ha ejercido de mediador y, en hidalgo extorsionar a los proveedores. gesto, se ha ofrecido como rehén al exigir los — 10 de octubre rifeños doscientas mil pesetas más de los cuatro Españoles y rifeños luchan, sin darse cuartel, millones, en duros y billetes, que les habían sido por la posesión del Gurugú. El temido macizo, ya entregados. plataforma cañonera sobre Melilla, es tomado — 28 de enero por legionarios y Regulares. En Melilla, del Antonio López desembarcan — 14 de octubre los excautivos del Rif. En los muelles ninguna Reocupación de Zeluán. Los que allí se rindieron autoridad política los recibe: ni Alfonso XIII se cuentan por cadáveres momifi cados. Y son (que está de cacería en Doñana), ni el jefe del quinientos. Cabanellas denuncia a las Juntas de Gobierno (García Prieto), ni el ministro de la Defensa en altiva carta. Guerra (Alcalá-Zamora). 495 — 17 de febrero situación bélica en el Rif fuerza la demora de Luis Silvela es designado alto comisario. Es el su proclamación. primer civil en ocupar el cargo tras el fallido — 7 de noviembre nombramiento (2 de enero) de Villanueva. La Plan de Obras Públicas en el Protectorado por situación en el Rif, con el frente bloqueado en iniciativa del presidente del Directorio, Primo las alturas de Tizzi Assa, lo lleva a creer que la de Rivera. Su cuantía es importante: cincuenta solución está en recurrir a las armas químicas y y cuatro millones de pesetas. Con ese dinero se a una tortuosa negociación, que cede a Santiago dotará del ancho de vía europeo al ferrocarril Alba, ministro de Estado. Ceuta-Tetuán (cuarenta y un kilómetros); se — 5 de junio terminará la estratégica carretera Ceuta-Tánger Ante la parálisis político-militar y las incesantes y se abordará la de Tetuán-Acobba (cerca de bajas que se producen en los convoyes a Xauen); se construirán hospitales (Larache y Tizzi Assa, el jefe del Tercio, teniente coronel Tetuán), puertos (Arcila), escuelas y dispensarios, Valenzuela, se inmola con cincuenta de los aduanas, Casas de Correos, embarcaderos y suyos en un ataque suicida. Conmoción en faros, incluso se repoblarán los montes (una España y crispación en el Ejército. partida de doscientas cuarenta mil pesetas). — 28 de julio Exponer un plan de semejante entidad, cuando El Senado concede el Suplicatorio contra la guerra en el Rif todo lo absorbe, «demuestra Berenguer, que él mismo solicitó. al mundo» que España cree en su futuro y su — 13 de septiembre dictador en sí mismo. Golpe de Estado, en Barcelona, del general — 18 de diciembre Primo de Rivera, quien recibe, en Zaragoza, el En París se aprueba el Estatuto de Tánger. La decisivo apoyo del general Sanjurjo. Alfonso XIII, ciudad internacional, con sus trescientos setenta que veraneaba en San Sebastián, muestra su y tres kilómetros de territorio garantizado conformidad por telegrama. por las potencias, se convierte en país de las — 15 de septiembre fi nanzas, pero también en mercado para armas «A propuesta del Directorio Militar y de acuerdo de contrabando y cosmopolita sede de variados con dicho Directorio», Alfonso XIII manifi esta a espionajes. la Nación: «Vengo en decretar la disolución del Congreso de los Diputados y la parte electiva 1924 del Senado». La Constitución de 1876 queda — 4 de julio derogada. Decreto de amnistía. Funesto error de Alfonso — 17 de septiembre XIII por el que se equiparan delitos militares muy Segundo Directorio Militar, igualmente presidido graves (coroneles Araujo y Jiménez Arroyo), por Primo de Rivera. Entre sus nueve miembros, cometidos en los desastres de 1921, con las 1921 / 1924 Protectorado en pie de guerra: penitencias y dignidades de España penitencias en pie de guerra: 1921 / 1924 Protectorado todos generales menos un contraalmirante «faltas ofensivas» de pensadores como Unamuno (Magaz), destacan las personalidades de o periodistas como Soriano. Francisco Gómez-Jordana Sousa (hij o del que — Julio / agosto fuera alto comisario) con atribuciones directas Sucesivos ataques de las harcas gomaríes, sobre Marruecos y Colonias, Antonio Mayandía, apoyadas en fuertes contingentes rifeños, sobre Mario Muslera, Demetrio Rodriguez Pedré y la Línea del Lau. Toda Gomara, sublevada; Xauen Francisco Ruiz del Portal. aislada y semicercada. — 12 de octubre — Septiembre Fallece Muley el Mehdi, primer jalifa. Su Caen todos los puestos de la Línea del Lau. fallecimiento ocurrió en Ceuta pero, por motivos Gestas del capitán Borlet y del teniente Lecina, obvios, se dij o que había muerto en Tetuán, que mueren con la casi totalidad de sus hombres. donde fue inhumado con solemnidad. El sultán Se mantiene Dar Acobba, con Mola al frente. Muley Yussuf designa a Muley Hassán Ben el Insurrección generalizada en Yebala. Situación 496 Mehdi como nuevo jalifa. La gravedad de la táctica insostenible. — 16 de octubre — 3 / 4 de diciembre El Garb se subleva. Se lucha desde el Lucus Las vanguardias de un ejército agotado y hasta el Martín, en la Restinga tetuaní. Primo de sangrado, mas no descoyuntado ni agonizante Rivera decide hacerse cargo de la Alta Comisaría llegan a Tetuán. Los diplomáticos extranjeros, y releva a Aizpuru. Se prepara la evacuación pesimistas, alertan sobre la posibilidad de que de Xauen. Máxima inquietud en Madrid. El España reembarque a sus tropas, renunciando Protectorado se tambalea. así a su Protectorado. — 17 / 19 de noviembre — 13 de diciembre La Legión cubre la retirada tras abandonar Primo de Rivera dirige una proclama a sus tropas Xauen. Muere el general Serrano Orive. En y les dice: «Y ahora unas horas de descanso y Xeruta, la II Bandera, del capitán Arredondo, se enseguida a trabajar; a ultimar la magnífi ca sacrifi ca para salvar al ejército. Los Regulares de obra que el mundo la observa y España espera Alhucemas, en tremenda carga de Caballería, impaciente». Muchos creen que el dictador está rompen el cerco. Cae su jefe, el teniente coronel loco. Se equivocan. Temprano. Su ayudante, el capitán Mizzian, — 15 / 21 de diciembre salta del caballo, este se espanta, pero su dueño Inquieto ante el poder militar alcanzado por el recoge el cuerpo inconsciente de Temprano. Rif Libre, Lyautey adelanta sus líneas instalando Mizzian corre con él en brazos hasta alcanzar algunos puestos al otro lado del Uarga. Se teme la columna que se aleja. Temprano llega un ataque de Abd el-Krim llegada la primavera. desangrado, muerto. Su acción defensiva se convertirá en provocación. 1921 / 1924 Protectorado en pie de guerra: penitencias y dignidades de España penitencias en pie de guerra: 1921 / 1924 Protectorado

497 Índice Onomástico Toponímico Temático

498 Abarrán, 17, 156, 196, 197, 204, 224, Ajmás (cabila), 362, 411 Amezzián, Sidi Mohammed, 121, 225, 243, 244, 258, 301, 304, 306, Akba, 438 130, 243, 270, 290-292, 329, 323, 331, 342, 347, 359, 493 Alal-u-Kaddur, 121, 291, 391, 406, 390-392, 406-410, 422, 449, 488 Abd al-Aziz, Muley Ben Hassán, 115, 409, 422 Amvar, 347, 364 116, 142, 143, 144 alauí / alauita, 36, 44, 67, 84, 94, 96, Angoloti y Mesa, Carmen, duquesa Abd el-Kader, 351, 394, 452 98, 99, 110, 115, 121, 124, 125, de la Victoria, 199-202 Abd el-Kader Tayeb, Ben Chiqri 128, 129, 142, 292, 384-386, 390, Annual, 17, 103, 156, 168, 178, 195, Ahmed El Hach, 449, 450, 451 403, 411, 412, 423, 484 196, 199, 224, 225, 230, 243, 244, Abd el-Krim El Jattabi, Mhamed, 19, Alcazarquivir, 44, 69, 122, 375, 388, 252, 258-263, 268, 273, 301, 195, 243, 349-383, 386, 390, 396, 416, 419-421, 424, 472, 488 304-308, 319, 323, 325, 327, 331, 399-401, 403, 404, 441, 443 alfaquí, 350, 363, 385, 433, 443 333, 337, 342, 344, 347, 353, 359, 360, 362, 377, 383, 387, 397, 398, Abd el-Krim El Jattabi, Mohammed, Alfau Mendoza, Felipe, 7, 135, 191, 402, 431, 432, 436, 439, 449, 456, 19, 34, 195, 201, 230, 243, 255, 192, 194, 206, 423, 424, 489 492, 493 256, 287, 302, 319, 342, 347, Alfonso XII, 51, 83, 89, 93-95, 98, Anyera (cabila), 415, 417, 428, 429, 349-352, 354, 356-367, 369, 370, 291, 385, 386 372-376, 378-405, 410, 411, 432, 438, 490 Alfonso XIII, 5, 56, 61, 98, 100, 103, 433, 435, 436, 439-445, 449, 453, Anyera, 189, 429 117, 119, 133-135, 192, 194, 196, 490, 491, 494, 495, 497 200, 203, 204, 206, 212, 216, 221, anyerí, 78, 102, 110, 209, 428, 429, Abd el-Malek Meheddin, 35, 351, 226, 229, 239, 241, 247, 248, 253, 437, 490 394, 452, 453 266, 270, 290, 322, 340, 351, 352, Arbaa de Taurirt, 178, 472 Academia de Caballería, 43, 357, 360, 361, 365, 366, 373, 380, Arcila, 36, 44, 69, 109, 135, 218, 370, 221, 344 383, 392, 398, 401, 402, 404, 408, 375, 415, 417, 419, 420, 423, 424, Academia de Ingenieros de 418, 422, 424, 426, 427, 429, 431, 426, 429, 433, 434, 438, 441, 489, Temático Guadalajara, 43, 44, 215, 216, 432, 435, 447, 450, 486-488, 490, 496 229, 232, 253 490-492, 494-496 Arenas Gaspar, Félix, 232, 233, 246, Academia de Infantería de Toledo, Algeciras, 122, 207, 213, 218, 219, 278, 327, 335, 336, 494 205, 206, 211, 212, 233, 235, 378, 420, 445 Arévalo Capilla, Rafael, 69 Toponímico 238-241, 257, 272, 319, 323, 328 Alhucemas, 81, 101, 103, 130, 144, Arreyen Lao, 164, 223, 244, 245, Adir, 217 178, 187, 195, 209, 243, 268, 286, 273, 275, 302 304, 323, 327, 331, 345, 349, 350, Adrar, 121 Arruit, 17, 19, 34, 152, 196, 197, 200, 357, 359, 361, 362, 364, 366, Afra, 143, 406, 407, 488, 490 204, 225, 230, 232, 233, 241, 243, 377-379, 383, 384, 387, 389, 391, Afrau, 11, 273, 283, 304, 325, 359, 273, 278, 283, 288, 292, 301, 306,

392, 395, 431, 439, 453, 472, 476, Onomástico 308, 309, 313, 317, 327, 330, 332, 399, 492 490, 491, 493 africanista, 53, 54, 129, 430, 483 334-338, 340, 341, 343, 344, 360, Allendesalazar Muñoz, Manuel, 51, 361, 375, 380, 396, 401, 402, 449, Índice Afsó, 164, 223, 274 76, 191 494, 495 Agadir, 66, 81, 122, 385, 388, Alonso Estringana, Francisco, 15, 35, Asensi Rodríguez, Francisco, 15, 35, 418, 476, 488 221-228, 245-251, 288, 298-300, 224, 234-252, 278, 288 Ahl Serif, 416, 417 303, 316, 317 Atar, 121, 266 Ahmed ben Mohammed el Alta Comisaría, 24, 35, 191, 192, Atlaten, 222 Hosmari (a) El Jeriro, 379, 436-438, 204, 209, 282, 351, 426, 427, 438, 440, 442 453, 497 Axdir, 10, 130, 197, 201, 251, 287, 302, 304, 314, 319, 320, 331, 338, Ahmed el Hach, 408 alto comisario, 6, 14, 21, 24, 25, 35, 347, 349-351, 354-359, 361-364, 36, 38, 93, 135, 142, 191, 192, Ain Kert, 323 366-369, 373, 375-379, 381-384, 194, 196, 201, 209, 218, 223, 230, Ain Mesauda, 293 387-390, 392, 396, 398, 399, 405, 233, 237, 249, 253, 267, 282, 284, Ain Rapta, 438 431, 443, 487, 495 287, 300, 302, 322-324, 331, 342, Ain Zorah (cabila), 245 351, 357, 365, 392, 423, 426, Azaña Díez, Manuel, 279, 292 Ait Aixa, 221, 329 428-430, 434, 435, 437, 461, Azit de Ben Musa, 241 Ait Kamara, 443 489,490-493, 495, 496 Bab es-Sor, 438 Aizpuru Mondéjar, Luis, 231, 293, Altos de Haf, 337 bahía de Alhucemas, 81, 103, 144, 300, 301, 329-331, 351, 352, 354, Alzugaray y Goicoechea, Emilio, 195, 268, 304, 323, 366, 378, 384 392-395, 435-438, 490, 491, 497 229-231, 273 bajá, 105, 135, 412, 413, 415, 416, Ajmás, 362, 411 Amesdan, 313, 330 419, 426, 434, 490 499 Barranco del Lobo, 135, 199, 242, Beni Zerual (cabila), 376, 377 Campamento de Los Alij ares, 291, 329, 342, 408, 449, 487 Benítez y Benítez, Julio, 16, 37, 224, 212, 240 Barreiro Álvarez, Manuel, 218, 226, 257-264, 307, 308, 320, Campamento del Hayar, 206 253, 254 359, 493 Canalejas y Méndez, José, 47, 61, Basallo Becerra, Francisco, 15, Bennuna, Abdesalam, 383, 405 75, 118, 120, 191, 196, 270, 292, 255, 256 Bens Argandoña, Francisco, 265-267 408, 409, 418, 420, 421, 488, 489 Batel, 232, 233, 273, 290, 302, 305, Berenguer Fusté, Dámaso, 9, 11, 192, Cánovas del Castillo, Antonio, 44, 306, 308-314, 318, 327, 331-334, 194-196, 230, 249-251, 259, 270, 45, 84, 89, 91, 92, 126, 131, 132, 337, 338, 340, 344, 362, 366, 279, 282, 302, 308, 322-324, 331, 193, 194, 291, 385, 483, 484 449, 492 338, 342, 347, 357, 358, 364, 374, Capaz Montes, Osvaldo Fernando, Battenberg, Ena de (Victoria 380, 391, 429-435, 491-496 267, 364 Eugenia), 10, 117, 199, 200, 203 Bermúdez de Castro O’Lawlor, Cárcel Modelo de Madrid, 197 Ben Hiddur, 223, 244, 246, 247 Salvador, marqués de Lema, 35, Casablanca, 82, 86, 87, 101, 102, Ben Karrich, 432 193-195, 354 116, 196, 230, 387, 404, 420, 422, Ben Tieb, 224, 230, 283, 304-306, Bernal González, Elías, 164, 173, 433, 481, 484, 487 308-310, 344, 347, 397 268-289, 314, 494 Casado Escudero, Luis, 263, 264, Beni Arós (cabila), 411, 440 bled-es-majzén, 44 319-321 Beni Arós, 439 blocao, 295, 311, 329, 366, 370 Castro Girona, Alberto, 322, 365, Beni Bu Gafar (cabila), 103 Bocas del Salah, 196 366, 375, 431, 492 Beni Bu Ifrur (cabila), 18, 103, 143, Bocoya (cabila), 81, 103, 144, 307, Cenarro Cubedo, Severo, 34, 41, 71, 223, 225, 292, 307, 327, 335, 406, 345, 346, 355, 384, 399, 406, 407, 95, 106, 110, 125, 126, 129, 484 407, 487,494 431, 444 Cerdeira Fernández, Clemente, 194, Temático Beni Bu Ifrur, 290 Branes (cabila), 143, 452 365, 426, 434, 437, 440, 441 Beni Bu Yahi / Beni Buyagi (cabila), Bu Bekker / Bu Beker, 103, 164, 197, Cervera Baviera, Julio, 43-46 103, 135, 225, 245, 292, 307, 317, 224, 268, 272, 273 Ceuta, 5, 21, 37, 44-46, 87, 88, 101,

Toponímico 327, 335, 361, 494 Bu Frah, 444 110, 130, 191, 195, 196, 209, 216, Beni Gorfet (cabila), 425 218, 219, 222, 229, 319, 324, 347, Bucherit, véase Ifrit Bucherit Beni Hassán (cabila), 438 375, 378, 379, 390, 426, 428-431, Buhaxem, 434, 441, 495 435, 436, 438, 439, 490, 491, Beni Hozmar / Beni Hosmar (cabila), Burguete Lana, Ricardo, 282, 284, 493, 496 328, 379, 436, 438 285, 287, 365, 374, 434, 435, 495 Beni Ider (cabila), 438 Chaif, 323, 397 Busfedauen, 272, 304 Onomástico Beni Issef (cabila), 438, 440 Cheif, 273, 305, 310, 313, 344, 380 Buxada, 330 Beni Ittef (cabila), 380, 444 chelja (tamazigh), 81, 223, 351 Índice Buymeyan, 347 Beni Lait (cabila), 438 Cierva y Peñafi el, Juan de la, 11, Buzian, Al-lal Gatif Ben, 288, 253, 291, 495 Beni Mezauar (cabila), 438, 440 290-318 Colegio de María Cristina para Beni Said (cabila), 103, 307, 328, Cabanellas Ferrer, Miguel, 11, 227, Huérfanos de la Infantería, 211 362, 494 315, 361, 362, 495 columna Navarro, 273, 313, 314, Beni Said, 24, 363, 453 cabila, 18, 24, 103, 104, 135, 137, 327, 333, 335, 338, 344, 361, 494 Beni Salah, 322 140, 143-145, 195, 222-226, 243, Comandancia General de Ceuta, Beni Sicar (cabila), 103, 440, 449, 450 251, 270, 290, 292, 293, 297, 299, 24, 192, 322, 357, 491 Beni Sidel (cabila), 103, 299, 307 315, 319, 323, 342, 345, 346, 349, Comandancia General de Larache, 362, 381, 383, 386, 393, 395, 396, Beni Sidel, 290 24, 192, 213, 351 400, 411, 415, 417, 419, 428, 429, Beni Snassen (cabila), 407 436, 438, 439, 444, 452, 453 Comandancia General de Melilla, 9, Beni Tuzin (cabila), 81, 144, 245, 11, 24, 192, 196, 197, 209, 213, cabo Blanco, 267 307, 359, 362 223-225, 230, 233, 243, 250, 261, cabo Juby, 183, 266, 267 Beni Ulixek (cabila), 362, 449 273, 287, 305, 309, 325, 332, 352, cadí, 350, 357, 385-387, 390, Beni Urriaguel (cabila), 62, 78, 81, 357, 358, 394, 397, 398, 490 393, 396 103, 144, 307, 349, 357-359, 362, Comisión de Responsabilidades 381, 384-386, 390, 394-396, 400, Cala Bonita, 201 Políticas, 195 431, 452 Cala del Quemado, 400 Compañía de las Minas del Rif, 119, 500 Beni Urriaguel, 319, 350 Campamento de Arrof, 243 143, 224, 396, 487, 488, 490 Compañía de Tiradores del Rif, 44, 106 Dersa, 81 Fernández-Espartero Álvarez de Toro, Conferencia de Algeciras (1906), 34, Desastre de Annual, 35, 196, 199, Joaquín Baldomero, 47, 72, 74, 83 41, 66, 67, 111, 116, 133, 144, 387, 200, 213, 214, 219, 224, 232, 234, Expediente Picasso, 224, 225, 414, 415, 430, 486 244, 245, 251, 255, 260, 324, 343, 249, 279 Conferencia de Berlín (1885), 44, 401, 433, 494 Exposición Universal de París, 49, 50, 98, 483 Desembarco de Alhucemas, 35, 112, 215 Conferencia de Madrid (1880), 44, 201, 219 Fanjul Goñi, Joaquín, 317, 491 111, 126, 483 desfi ladero de Teniat el Hamara, Farhana / Farjana (cabila), 144, Costa Martínez, Joaquín, 2, 34, 41, 244 393 47-63, 99, 129, 270, 483 Dictadura de Primo de Rivera, 117, Fassi, Allal-el-, 383, 405 119, 193, 195, 226, 317, 373, Cruz de Guerra, 242 Fernández Silvestre, Manuel, 8, 9, 11, 403, 439 Cruz Laureada de San Fernando, 9, 35, 118, 135, 144, 156, 189, 191, 135, 160, 209, 218, 224, 227, 232, Directorio Militar, 215, 496 194-197, 209, 218, 224, 225, 230, 233, 248, 250, 252-255, 268, 270, Draa, 21, 101 234, 243, 258, 259, 261, 262, 268, 274, 278, 280, 282, 284, 286-290, Dris Ben Said, 361, 365, 369, 270, 272, 273, 283, 302-308, 319, 298-301, 313, 318, 320, 321, 323, 370, 396 322-325, 327, 328, 331, 333, 342, 324, 326, 327, 333, 336, 338-341, Dris er Riffi , 135, 370, 424, 426, 427, 347, 351, 353, 357-361, 363, 374, 343, 345, 346, 360, 374, 427, 447 433, 434, 490 387, 396, 398, 399, 420-427, 430- Cruz del Mérito Naval, 236 433, 437, 441, 449, 488-493 Drius, véase Dar Drius Cruz de la Real y Militar Orden de Fetachas (cabila), 245 Dueñas y Sánchez, Francisco de, María Cristina, 224, 227, 253, 301, 164, 173, 268-289, 314, 494 Fez, 43, 44, 46, 93, 101, 110, 115, 427 Dueñas Vinuesa, María, 37 116, 118, 121-123, 125, 127, 133,

Cruz de la Real y Militar Orden de 142-144, 201, 328, 350, 351, Temático Echevarrieta Maruri, Horacio, 19, San Hermenegildo, 223 375-377, 383, 385-389, 399, 403, 255, 365, 369, 396, 495 Cruz Roja Española, 71, 199-201 406, 414, 416-418, 422, 433, 435, Ejército de África, 192, 196, 221, Cruz Roja del Mérito Militar, 205, 486, 488, 489

225, 293, 298, 300, 302, 303, 313, Toponímico 210-213, 221, 222-225, 234-236, Figueroa y Torres, Álvaro de, conde 357, 360, 421, 429, 435, 492 238, 242, 251, 257, 265, 292, 293, de Romanones, 14, 119, 133, 134, El Atalayón (Melilla), 218 301, 302, 329, 330, 331, 342, 390, 191, 192, 209, 269, 270, 418, 391, 450 El Biutz, 428, 429, 490 422-424, 429, 489-491 Cuerpo de Ingenieros, 5, 147, 210, El Cairo, 123, 349, 380, 381, 383, Flomesta Moya, Diego, 17, 156, 306, 215-219, 221, 229, 230, 232, 233, 393, 405 323, 324, 359 Onomástico 253, 254, 288, 326, 335 El Fahs, 415, 416 Franco Bahamonde, Francisco, 135, Cuesta Colorada, 135, 351, El Fondak, véase El Fondak de Ain 193, 202, 227, 231, 234, 235, 241, 426, 427 Yedida 289, 292, 317, 318, 322, 347, Índice Dar Azugaj, 312, 313, 315, 330 El Fondak de Ain Yedida, 196, 209, 403, 450 Dar Drius, 158, 196, 197, 232, 247, 357, 427, 428, 430, 490, 492 Franja de Tarfaya, 183, 266 262, 268, 272, 273, 275, 279, 292, El Garet, 103, 288, 292, 327, 335, Fuerte de Cabrerizas Altas, 102, 138, 305, 306, 308-316, 323, 327, 336, 338-341, 494 140, 354, 355, 386, 395, 490 331-337, 343, 358, 360, 362, 371, El Raisuni, Muley Ahmed ben Garb, 21, 46, 81, 135, 196, 270, 271, 380, 397, 399, 456, 492 Mohammed ben Abdallah, 19, 34, 299, 358, 366, 374, 383, 402, 411, Dar Quebdani, 255, 256, 288, 333, 35, 135, 143, 191, 194-196, 209, 413, 415, 417, 422, 428, 432, 433, 336, 364, 397, 399, 401, 494 217, 347, 358, 362-364, 376, 388, 438, 441, 446, 486, 488, 497 Dar Riffi en, 207 399, 411-446, 488-490, 493, 495 García Esteban, Saturio, 164, 197, Dato e Iradier, Eduardo, 6, 135, 194, El Telegrama del Rif, 201, 206, 250, 225, 226, 233, 244-247, 250, 251, 196, 204, 270, 354, 427, 489, 490, 350, 351, 387-389, 410 268, 273-276, 278, 279, 282, 284, 492 El Tercio de Extranjeros, 213, 347, 288, 289, 316, 317, 331-334, 337, De Gaulle, Charles, 123, 124, 364, 366, 492, 496 397, 494 383, 404 ensenada de Busicú, 345 García Figueras, Tomás, 38, 364, Delcassé, Théophile Pierre, 3, 64-67, Entente Cordiale, 66, 120, 133, 355, 430, 437-440 120, 132, 133, 485, 486 393, 452, 486 García Margallo, Juan, 102, 104, Delegación de Asuntos Indígenas, Escribano Aguado, José, 288, 310, 227, 265, 363, 386, 484, 485 34, 192 360, 361, 494 García Pérez, Antonio, 13, 205-207 501

García Prieto, Manuel, 119, 133, Guerruao, 103, 164, 272 Issen Lassen, 283, 399 134, 192, 354, 365, 373, 421, 424, Guerruao (cabila), 293 Istiqlal, 405 435, 437, 489, 491, 495 Guezaua (cabila), 440 Izarrora, 390, 408, 488 Garet, véase El Garet Gueznaya (cabila), 103, 224, 389 Izmuren, 380, 405 Geoff ray, Léon Marcel, 6, 120, 133, Haf, 223, 224, 233, 244, 245, 273, Izzumar, 259, 262, 273, 283, 287, 489, 490 275, 276, 332, 337 304, 305, 308, 331, 342, 344, 347, Gibraltar, 66, 127, 133, 380, 393, Hafi d Ben Hassán, Muley, 4, 116, 359, 360, 380, 397-399, 436, 493 403, 416, 418, 435, 449, 487, 491 121-124, 129, 144, 388, 389, 408, jalifa, 34, 93, 142, 191, 194, 266, Gomara, 21, 24, 35, 46, 81, 135, 417, 418, 421, 422, 452, 487-489 351, 364, 365, 373, 400, 411, 189, 299, 362-364, 374, 383, 399, Harbuhaten, 293 422-424, 432, 433, 435, 445, 402, 425, 431-433, 438, 461, 496 489, 496 harca, 78, 127, 164, 189, 225, 245, Gómez Jordana, Francisco, 14, 192, 249, 258-260, 263, 266, 268, 273, Jiménez Arroyo, Francisco, 9, 223, 201, 209, 223, 298, 300, 301, 330, 275, 278, 280, 281, 293, 294, 301, 272-274, 276, 279, 282, 307, 327, 351, 352, 354, 390-392, 426-429, 309, 310, 313, 314, 317, 323, 327, 330-334, 336-340, 494, 496 431, 434, 490, 491 328, 333-336, 358, 359, 362, 363, Juntas de Defensa, 54, 117, 191, Gómez-Jordana Sousa, Francisco, 9, 365, 366, 373, 374, 376, 378, 379, 195, 204, 327, 330, 333, 340, 360, 35, 300, 429, 496 394, 397, 398, 408, 409, 412, 429, 491, 495 González Hontoria, Manuel, 423 430, 437-439, 444, 452, 453, Kandussi, 232, 255, 283, 336, Gorgues, 81, 322, 328, 379, 493, 496 364, 399 436, 437 Hassán I, 44, 71, 84, 85, 92-94, Katoomba, 380, 383, 405 Gran Guerra véase Primera Guerra 97-99, 101, 102-104, 106, 110, Kelaia, 103, 130, 282, 290, 328, 369, Mundial, 111, 115, 121, 125-129, 142, 143, 397, 406

Temático gran visir, 44, 93, 115, 121, 122, 142, 350, 412, 413, 416, 483, 484, 486 Kerikera, 374 412, 414, 434, 441, 450 Hassi Berkan, 288, 358, 407 Kerker, 223 Grupo de Fuerzas Regulares Hassi Uenzga, 172, 224, 234, 249, Kert, 24, 35, 223 Indígenas, 135, 189, 192, 241, 261, 276, 278, 279 Toponímico 291-294, 304, 308, 323, 332, 333, Ketama, 103, 443 Hidum, 222 343, 379, 391, 392, 409, 429, 436, Kindelán Duany, Alfredo, 215- Hospital Español de Tánger, 71, 95, 450, 488, 495 217, 253 96, 100, 110, 484 Grupo de Fuerzas Regulares Kudia Rauda, 322, 430, 491, 492 idrisí, 357, 386, 411, 413 Indígenas «Alhucemas» n.° 5, 292, Kudia Sidi Alí, 223 Ifni, 21, 81, 93, 104, 267, 385 320, 371, 375, 497 Kudia Tahar, 176, 379, 400 Onomástico Ifrit Bucherit, 288, 290, 292, 294- Grupo de Fuerzas Regulares La Güera, 267 Indígenas «Ceuta» n.° 3, 160 302, 307, 308 La Legión, 200, 213, 231, 242, 347, Índice Grupo de Fuerzas Regulares Igueriben, 16, 163, 168, 170, 243, 361, 364, 369, 379, 431, 492 Indígenas «Tetuán» n.° 1, 343 244, 257, 259-264, 288, 307-309, La Restinga, 328, 487, 494, 497 Guardia Civil, 46, 50, 51, 61, 211, 319, 320, 331, 333, 342, 359, 370, Lama y de la Lama, José de la, 16, 233, 279, 323, 338, 373, 491 371, 380, 493 288, 327-341, 494 Guelaya, 145, 388, 450 Imperio jerifi ano, 25, 46, 54, 68, 71, 90, 92, 98, 111-113, 123, 126, 127, Larache, 24, 36, 43, 44, 69, 101, 109, Guelaya (cabila), 366 385, 411, 413-415, 484 118, 122, 125, 192, 195, 196, 213, Guerra Civil española, 47, 193, 197, 218, 324, 342, 351, 370, 375, 388, Imperio de Marruecos, 34, 41, 44, 202, 207, 214, 219, 227-229, 231, 413, 420-422, 424, 426, 431, 433, 65, 83 253-256, 288, 289, 317 438, 439, 470, 473, 488, 490, 495, Guerra de África (Guerra de Tetuán), Intermedia A, 273, 288, 310, 496 360, 494 100, 101, 112 Larrea y Liso, Francisco, 5, 130, Guerra del Kert (1911-1912), 118, Intervenciones Militares 209, 328 Jalifi anas, 221 201, 258, 389, 408, 422 Laucién, 81, 242 interventor, 24, 34, 38, 62, 189, 221, Guerra de Margallo, véase Guerra León y Castillo, Fernando, marqués 242, 349 de Melilla del Muni, 41, 65, 66, 131-134, 486 Ishafen, 223, 241, 258 Guerra de Melilla, 102, 115, 150, Lerchundi y Lerchundi, José Antonio 258, 265 isla de la Reunión, 243, 349, 380, Ramón de (Padre Lerchundi), 3, 34, Guerra del Rif, 168, 243, 350, 382, 383, 404 41, 71-107, 110, 125, 128, 129, 502 438, 488 islas Chafarinas, 101, 340 386, 483, 484 Línea del Kert, 192, 329, 344, 394, 137-139, 143-145, 147, 150, 189, Narváez y Campos, Ramón María, 47 399, 401, 490 192, 195-197, 199-201, 206, 209, Navarro y Ceballos-Escalera, Felipe, Línea del Lau, 438, 496 212, 213, 216, 218-219, 221-225, 10, 11, 156, 197, 200, 204, 230, Loma Redonda, 164, 244-246, 229-233, 235, 237, 241-243, 250, 233, 261, 268, 273, 275, 279, 309, 272-274 251, 255, 256, 258, 259, 261, 265, 310, 313, 314, 327, 332-335, 338, 272, 273, 280-282, 284-287, 289- Lucus, 24 339, 344, 361, 380, 397, 493-495 293, 295, 300, 302, 304-310, 313, Nekkor, 304, 349, 366, 369 Lyautey, Louis Hubert Gonzalve, 6, 315, 316, 320-325, 327-334, 64, 130, 276, 351, 364, 375-377, Nieto Rosado, Juan, 109 336-340, 342, 347, 349-352, 354, 383, 394, 400, 403, 487, 490, 497 357, 358, 361, 370, 371, 373, 375, Nieto y Nieto, Enrique, 229 Madagascar, 66, 405 378, 385-394, 396-398, 400, 405, Noguès, Charles, 64, 364 maelainí, 121 407-410, 426, 431, 433, 435, 437, Nougués Barrera, Ernesto, 260, Majzén, 44, 99, 116, 121, 142, 143, 449-453, 455, 484, 486-488, 263, 288 145, 201, 351, 352, 385, 386, 390, 490-492, 494, 495 Noval Ferrao, Luis (el cabo Noval), 7, 406, 412, 415-417, 419, 421, 424, Mequinez, 142, 385, 418 137-141, 168 428, 430, 434-436, 452, 486 Mesaita Kedira, 223 Ofi cina Española de Asuntos Mandly Ramírez, Arturo, 244, 246, Metalza (cabila), 135, 225, 245, 292, Indígenas, 24, 221, 223, 387 248-251, 275, 278 293, 307, 317, 327, 361, 494 Orgaz Yoldi, Luis, 135, 426 Manella Corrales, Francisco, 196, Méxera, 21, 135, 374 Orléans, Antonio María Felipe Luis 261, 262, 308, 344 Mexera el Harf, 426 de, duque de Montpensier, 48, 83, María Cristina de Habsburgo- 89-91 mía, 126, 221-224, 245, 247, 288, Lorena, 95, 98, 100, 102, 106, 119, 293, 297, 298, 303, 306, 316, 347, Ovilo Canales, Felipe, 41, 71, 110, 203, 239, 269, 291, 385, 386, 485, 423, 436 111, 125, 129, 483, 484 486, 55, 104, 133 Temático Millán-Astray y Terreros, José, Pagés Miravé, Fidel, 209, 347 Marichalar y Monreal, Luis de, 9, 213, 347 Partido Republicano Radical, 46 196, 204, 224, 225, 259, 270, 305, 308, 380, 492-495 mitqal, 128 Paz de Marrakech, 111 Toponímico Marina Vega, José, 6, 7, 130, 135, Mogador (Essauira), 82, 86, 87, 92, península de las Tres Forcas, 139, 143, 194, 209, 218, 237, 241, 242, 93, 101, 125, 413, 416, 433 449, 450 292, 328, 351, 388, 407, 408, Mohammed El Garfati, 135, 351, Peña de Beni-Hosman, 242 425-427, 449, 487-490 370, 426, 490 Peñas de Tahuarda, 292, 302, Mars El Biat, 294, 296, 301 Mohammed IV, 84, 93, 125, 126, 423 368, 399 Peñón de Alhucemas, 101, 331, 347, Martínez Simancas, Víctor, 205, 213, Mohammed V, 383, 403-405 Onomástico 214, 364 Mohammed VI, 127 350, 361, 366, 378, 384, 387, 390, 391, 490 Martínez-Simancas García, Mola Vidal, Emilio, 403, 496 Índice Peñón de Vélez de la Gomera, 103, Víctor, 481 monte Gurugú, 103, 121, 135, 137, 364, 380 Martínez-Simancas Sánchez, 170, 182, 222, 270, 273, 290, 292, Rafael, 257 294, 329, 354, 361, 388, 397, 406, Pétain, Henri Philippe, 124, 376, 377, masonería, 45, 58, 64, 237 408, 409, 486, 487, 495 383, 403, 404 Maura y Montaner, Antonio, 47, 60, monte Harcha, 152, 294-296, 301 Picasso González, Juan, 164, 172, 173, 192, 199, 225, 230, 250, 274, 194, 195, 206, 225, 270, 407, 408, montes Fetachas, 247, 248 487, 495 275, 279, 283, 287, 288, 307, 313, Morabo de Abd el-Kader, 244, 245 317, 333, 336, 338, 339, 386, 434, Mazagán (El Yadida), 82, 86, 87, 95 Morales y Mendigutía, Gabriel, 9, 18, 491, 494, 495 Mazuza (cabila), 103 35, 156, 196, 223, 262, 287, 304, Policía Indígena, 35, 135, 164, Medalla de África, 109, 222, 391 308, 342, 358, 363, 397, 398, 221-225, 227, 245, 247, 251, 255, 492, 494 Medalla Militar, 213, 227, 242, 320 260, 270, 272, 280, 288, 290, 292, mehal-la / mehala, 25, 110, 126, Muley Yussuf, 123, 124, 129, 403, 293, 295, 300, 302, 304, 306, 308, 143, 144, 189, 293, 322, 328, 407, 435, 489, 496 316, 319, 327, 329, 336, 337, 342, 412, 415-417, 429, 437, 450 Muñoz Grandes, Agustín, 37, 453 347, 358, 359, 393, 397, 426, 427, Mehdía (La Mamora), 44 Muñoz-Mateos y Montoya, Luis, 343 492, 493 Meknassa (cabila), 143 Nador, 36, 186, 200, 221-223, 230, Port Said, 380, 383, 405 Melilla, 9, 11, 15, 18, 24, 43, 45, 46, 272, 273, 308, 337, 338, 343, 396, Prim y Prats, Juan, 50, 83, 89, 112, 69, 101-104, 115, 117, 130, 135, 397, 401, 462, 476, 494, 495 118, 402 503 Primera Conferencia de Tánger 299, 302, 303, 305, 306, 308-310, Segunda Conferencia de Tánger (1877), 126 327, 328, 330, 331, 334, 335, 337, (1879), 126 Primera Guerra Mundial, 117, 133, 342, 344, 347, 349-352, 354-387, Segunda República, 24, 25, 119, 194, 266, 323, 390, 395, 396, 389-391, 394-411, 416, 418, 422, 214, 230, 234, 279, 289, 292, 317, 429, 452 431-433, 436, 438-441, 443-445, 318, 320-322, 379, 449 Primo de Rivera y Orbaneja, 449, 452, 486-488, 490-493, Serrano Orive, Julio, 375, 497 495-497 Fernando, 17, 262, 332, 344 Serrano Súñer, Ramón, 193 río Amekrán, 323, 331 Primo de Rivera y Orbaneja, Miguel, Siach, 164, 224, 244, 245, 273 Río de Oro, 101, 139, 265-267 117, 119, 215, 219, 226, 230, 233, Sid Abdelkrim, 350-352, 354, 356- 324, 373, 375-377, 379, 386, 402, río Gan / Igan, 164, 273, 306, 307, 358, 385-387, 389, 390, 393-396, 403, 435-441, 491, 496, 497 309, 312-316, 330, 333, 366, 380, 399, 410, 433, 440 456 Proyecto de Límites y Paces de Abd Sidi Abd el-Kader, 302 el-Krim, 393, 395, 400 río Guis, 135, 378, 384 Sidi Alí, 164, 223, 244-246, 273, 435 Quai d’Orsay, 64, 120, 367, 385, 391 río Ibuharen, 343 Sidi Ben Ahmed Alí Alkalay, 135, 196, Quebdana, 130 río Kerikera, 438 204, 351, 370, 426, 490 Quebdana (cabila), 307 río Kert, 135, 189, 192, 194, 195, Sidi Dris, 178, 224, 243, 258, 259, Rabat, 25, 44, 46, 95, 97, 99, 110, 197, 213, 222, 273, 291, 302, 310, 273, 283, 287, 304, 325, 359, 493 329-331, 352, 358, 366, 383, 128, 349, 377, 380, 403, 484 Sidi El Hach el-Kerim Brischa / 389-391, 397, 407-409, 488 Ramos-Izquierdo y Gener, Rafael, Brisha, 93, 94, 104, 115, 485 345, 346 río Lau, 374, 431, 438, 443 Sidi Hamed el hach / Sidi Hamet el Ras-Medua, 241 río Lucus, 135, 189, 421, 438, 497 Hach, 222, 241, 329 Regimiento de Caballería Alcántara río Martín, 81, 217, 497 Sidi Messaud, 222 Temático n.° 14, 17, 222, 223, 247, 262, 273, Río Martín, 424 Sidi Musa, 329, 408, 435, 486 276, 278, 279, 308, 309, 313-315, río Muluya, 21, 81, 103, 143, 283, Sidi Yagub, 273, 290, 302, 306-310, 318, 332-334, 338, 344, 397, 456 330, 358, 407 313, 314, 316, 330, 337

Toponímico Regimiento de Infantería África río Nekkor, 144, 361, 378, 487 Silvela Casado, Luis, 365, 366, 369, n.° 68, 223, 233, 234, 241-244, río Sebú, 103, 133, 486 370, 374, 435, 496 250, 272, 277, 283, 304, 307, 327, río Sus, 81, 101 Silvela de Le Vielleuze, Francisco, 57, 329-331, 333, 334, 336, 337, 340 río Tembladeras, 426 66, 85, 131, 133, 204, 270 Regimiento de Infantería Ceriñola Silvela de Le Vielleuze, Manuel, 85, n.° 42, 259, 292, 319, 326 río Uarga, 103, 375, 376, 383, 486, 497 87-90 Onomástico Regimiento de Infantería de Melilla Smara, 121 n.° 59, 328, 333, 323 Roca del Nekkor o Nekkur, 384, 393 Smir, 207 Índice Regimiento de Infantería San Rodríguez Fontanes, Carlos, Suani, 103, 347, 361, 366, 378, 379, Fernando n.° 11, 211, 302, 314, 332 347, 364 390, 398, 400 Regimiento de Wad Ras, 150 Rokba-el-Gozal, 347, 431 Romerales Quintero, Manuel, 321 sultán, 4, 21, 25, 33-35, 41, 44, 45, República del Rif, 368, 373-375, 383, 67, 71, 84, 85, 92-94, 96-98, 103, Rostrogordo, 139, 140, 363 385, 400, 440, 444 104, 106, 110, 115, 116, 121, 122, residente general, 64, 93 Ruiz Orsatti, Ricardo, 69, 491 124-129, 137, 142, 143, 144, 145, Restauración, 51, 193, 194 Saffi / Safi , 82, 94, 95, 102 266, 290, 328, 350, 351, 353, 354, Reyen de Guerruao, 225, 244, Sagasta y Escolar, Práxedes Mateo, 372-374, 386, 389, 400, 404-408, 273, 317 44, 45, 65, 92, 93, 95, 96, 100, 411-419, 422, 424-426, 432, 435, 437, 438, 442, 444, 445, 452, Rhiatas / Riattas (cabila), 143, 452 103, 104, 118, 131-133, 385, 484-486 483-488, 496 rial hassani, 128 Sammar, 222, 358, 390, 409, 488 Sumata (cabila), 417, 440 Ribera y Tarragó, Julián, 68, 69 Sania-Ramel, 217 tabor, 126, 160, 189, 293, 323, 343, Rif, 5, 18, 21, 24, 35, 44, 46, 55, 78, 406, 422, 452, 453, 488 81, 102, 103, 106, 118, 119, 121, Sanjurjo Sacanell, José, 251, 282, Tabor de Alhucemas, 292 130, 135, 143, 144, 168, 196, 201, 361, 403, 496 206, 218, 223, 224, 225, 227, 241, Santa Cruz de la Mar Pequeña (Ifni), Tadla, 99, 115, 121, 129, 484 242, 243, 247, 250, 257-259, 268, 21, 93, 206 Taff ersit / Tafersit, 251, 358, 366, 270-273, 276-278, 280, 282, 283, Segangan, 121, 223, 241, 291, 320, 370, 371, 492 504 285, 287, 290-293, 295, 296, 298, 406, 407, 410, 422 Taff ersit (cabila), 307 Tafi lalet, 127 Tifaruin, 370, 371, 373 Xauen, 36, 54, 98, 108, 322, 375, Tagant, 121 Tifasor, 212, 222 411, 414, 416, 425, 431-433, Tagzut / Taguesut, 374, 443 Tistutin, 222, 224, 232, 244, 273, 438-440, 461, 492, 496, 497 Taiuma, 316 292-294, 296, 306, 308, 310, 313, xerife / xerif / jerife, 19, 112, 121, 314, 317, 327, 331-338, 362, 492 135, 194, 196, 363, 364, 391, 406, Talilit, 259 Tixera, 223, 244, 275, 302 407, 410-412, 414-417, 419, 420, Talusit, 258 422, 423, 425, 427, 429, 432, Tizimuren, 383, 403 Tamasint, 376, 411, 443, 445, 465 434-439, 441-443, 453, 489 Tizzi Assa, 292, 302, 304, 359, 366, Tánger, 21, 24, 25, 44-46, 65, 66, 69, xorfa / chorfa, 121, 452, 142, 412 368-371, 373, 399, 496 71, 72, 79-82, 84-87, 90, 92-101, Yebala, 19, 21, 24, 35, 46, 78, 81, Tizzi Tzkariest, 156, 331, 359 104, 107, 109, 110, 112, 113, 115, 112, 135, 195, 270, 271, 299, 328, Torres, Abd el-Jalek, 36, 380, 116, 123, 125-127, 201, 209, 329, 347, 358, 362, 366, 374, 378, 379, 383, 405 357, 375, 382, 385-388, 398, 383, 399, 402, 411-413, 415, 417, 411-415, 417, 418, 423, 424, 426, Torres, Mohammed Larbi, 67, 72, 99, 422, 425, 428, 432-435, 437, 440- 427, 429, 438, 452, 453, 483-486, 103, 116, 126, 129, 386 442, 446, 488, 489, 491, 493, 496 490, 492, 496 Tratado de Protectorado (1912), Yebel Alam, 411 Tanzelan, 241 25, 133 Yebel Ben Hiddur, 246, 247 Tapiró i Baró, Josep, 3, 34, 112, 113 Tratado de Versalles (1919), 66 Yebel Hamsa, 308-312 Targuist, 368, 383, 403 Tratado de Fez (1912), 389, 488 Yebel Hebib (cabila), 440 Tauriat Zag, 241 Tsoul (cabila), 143 Yebel Seddun, 378, 399 Taza, 115, 143, 144, 351, 377, 383, Uad el-Abid, 99 Yebel Tisguaguin, 315 452, 486 Uad Lau, 319, 363, 443 Yilali Ben Salem Zerhuni el Iusfi Tazarut, 19, 363, 364, 411, 413, 414, Uad Ras (cabila), 415, 417 (conocido como Muley Mohammed Temático 417, 426, 427, 431, 432, 434, uadrasí, 160, 413, 428, 436 Ben Muley el Hasan Ben Es-Sultan 437-439, 441-443, 489 Uarga, 374, 383, 400, 403 Sidi-Mohammed Bu-Hamara. El Tazarut Uzai, 164, 173, 224, 244, Uestia, 313, 330 Rogui), 137, 142-145, 452, 486 245, 268, 272-274, 276, 277, 279, Toponímico Zauia, 323 280, 282, 284, 286, 288, 314, Uixán, 143, 406, 407, 487, 488, 490 494 Ulad Bubker (cabila), 245 zauia, 121 Telatza de Bu Bekker, véase Zoco el Ulad Settut (cabila), 103 Zeluán, 115, 135, 143, 144, 168, 200, 218, 230, 241, 273, 283, 292, Telatza de Bu Bekker Ulad-Set-tud, 222 308, 317, 337, 338, 343, 361, 380, Temprano Domingo, Claudio, 371, ulema, 116, 122, 142, 417, 452 396, 401, 406, 486, 487, 494, 495 375, 447, 497 Onomástico universidad Al Qarawiyyin, 201, 350, Zerhoun, 142 Tensaman (cabila), 323, 453 386, 387, 399 Ziata, 272, 330 Tensaman, Usuga, 223, 313, 330, 332-334 Índice Zinat, 160, 374, 411, 415-417, tertib, 142 Usugar, véase Usuga 433, 445 Tetuán, 7, 35, 36, 44, 69, 80, 81, 82, Uxda, 81, 143, 144, 224, 452, 486 Zoco el Had de Beni Sicar, 137, 140, 222 84, 86, 87, 91, 93-96, 99, 101, 105, Varela Iglesias, José Enrique, 35, Zoco el Jemis, véase Zoco el Jemis 107, 109, 112, 145, 191, 192, 194, 135, 318, 450 206, 209, 217, 218, 232, 242, 253, de Beni Bu Ifrur Vázquez, Ángel, 37 282, 284, 300, 302, 308, 322, 328, Zoco el Jemis de Beni Bu Ifrur, 222, 331, 343, 347, 351, 355, 357, 365, Vázquez Bernabéu, Antonio, 255, 293, 298, 351 374, 375, 377-379, 382, 386, 390, 347 Zoco el Telatza, véase Zoco el Telatza 391, 400, 402-404, 411, 413, 415, Vicente Cascante, Moisés, 288, de Bu Bekker 417, 423-427, 429-441, 452, 453, 290-318, 337 Zoco el Telatza de Beni bu Bekker 459, 460, 462, 483, 489-491, 493, Villa Cisneros, 265-267 véase Zoco el Telatza de Bu Bekker 496, 497 Villalba Riquelme, José, 13, 196, Zoco el Telatza de Bu Bekker, 15, 35, Tidinit, 330 210-214, 240, 241, 422, 492, 493 172, 223, 224, 244-247, 250, 268, Tienda Ortiz, Julio, 69 Vives Vich, Pedro, 12, 215-219, 254 275, 307, 331, 397

505

Créditos fotográfi cos

Pág. 2: © Ayuntamiento de Zaragoza. Pág. 3: © Bibliothèque Nationale de France. Pág. 4: © Bibliothèque Nationale de France. Pág. 5: © AGMM-IHCM. © Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica «Félix Mª Pareja» (Aecid). Pág. 6: © Bibliothèque Nationale de France. Pág. 7: © Colección particular. © Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica «Félix Mª Pareja» (Aecid). Pág. 8: © AGMM-IHCM. Pág. 9: © Colección Pando. Pág. 10: © Archivo José Luis Gómez Barceló. Pág. 11: © Archivo Agencia EFE. Pág. 13: © Familia Villalba. © Archivo Martínez-Simancas. Pág. 14: © Archivo Gómez-Jor- dana. Pág. 15: © Archivo Jorge Garrido Laguna. © Archivo Javier Sánchez Regaña. Pág. 16: © Colección Pando. © Museo del Ejército de Toledo. Pág. 17: © AGMM-IHCM. © Academia de Artillería de Segovia. Pág. 18: © Archivo General de Melilla. Pág. 19: © AGMM-IHCM. © Archivo Agencia EFE. Págs. 22-23: © Archivo Legión / Agencia EFE.

Cuadernillo La tierra entregada Pág. 147: © AGMM-IHCM. Págs. 148-149: © Colección de fotografías de Tomás García Figueras. Biblioteca Nacional de España. Pág. 151: © SHYCEA. © Colección particular. Págs. 153-155: © Colección Pando. Págs. 156-157: © SHYCEA. Pág. 159: © Biblioteca Nacional de España. © Archivo General de Ceuta. Pág. 161: © Archivo Pando. Pág. 162: © Museo Salvador Vilaseca, Reus. Pág. 163: © Francis Tsang. Pág. 165: © Legado Juan Carlos Picasso López. Archivo Pando. Págs. 166-167: © Francis Tsang. Pág. 168-169: © Francis Tsang. Pág. 169: © Museo de Bellas Artes San Pío V, Valencia. Pág. 171: © Francis Tsang. Págs. 172-173: © Legado Juan Carlos Picasso López. Archivo Pando. Págs. 174-175: © Francis Tsang. Pág. 175: © AGMM-IHCM. Págs. 176-177: © Francis Tsang. Pág. 179: © Francis Tsang. Págs. 180-181: © Francis Tsang. Pág. 183: © Colección de fotografías de Tomás García Figueras. Biblioteca Nacional de España. Págs. 184-185: © SHYCEA. Pág. 187: © AGMM-IHCM.

Cuadernillo Los verbos Pág. 455: © AGMM-IHCM. Pág. 456: © Francisco García Cortés. Pág. 457: © Augusto Ferrer-Dalmau. Pág. 458: © AG- MM-IHCM. Págs. 458-459: © Archivo Martínez-Simancas. Pág. 460: © AGMM-IHCM. Pág. 461: © Biblioteca Nacional, Sección de África y Mundo Árabe. Págs. 462-463: © Francis Tsang. Págs. 464-465: © Francis Tsang. Pág. 464: © Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islámica «Félix Mª Pareja» (Aecid). Pág. 465: © Colección de fotografías de Tomás García Figueras. Biblioteca Nacional de España. Págs. 466-467: © Francis Tsang. Págs. 468-469: © Francis Tsang. Págs. 470-471: © Francis Tsang. © Colección de fotografías de Tomás García Figueras. Biblioteca Nacional de España. Págs. 472-473: © Francis Tsang. Págs. 474-475: © Francis Tsang. Pág. 476: © Archivo General de Melilla. Pág. 477: © Francis Tsang. Págs. 478-479: © Francis Tsang. Pág. 480: © Francis Tsang. Pág. 481: © Archivo Martínez-Simancas. 29