FICCIONES CORPORALES: CUERPO Y NACIÓN EN LOS CUENTOS NATURALISTAS HISPANOAMERICANOS

A Dissertation Submitted to the Temple University Graduate Board

In Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree DOCTOR OF PHILOSOPHY

by Theresa A. Warner January 2014

Examining Committee Members:

Hiram Aldarondo, Advisory Chair, Department of Spanish and Portuguese G. Augusto Lorenzino, Department of Spanish and Portuguese Víctor Pueyo Zoco, Department of Spanish and Portuguese Ángel Esteban, External Reader, Universidad de Granada (Visiting Professor, University of Delaware)

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© Copyright 2014

by

Theresa A. Warner All Rights Reserved

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ABSTRACT

Ficciones corporales: cuerpo y nación en los cuentos

naturalistas hispanoamericanos

Theresa A. Warner

Doctor of Philosophy

Temple University, 2014

Doctoral Advisory Committee Chair: Hiram Aldarondo

This doctoral dissertation examines the intersection between body and nation in the context of Spanish American naturalist short stories from the late nineteenth and early twentieth centuries. The many forms of are useful for exploring national and societal concerns, yet most existing scholarship focuses exclusively on the naturalist novel. By combining the theories of Michel Foucault, Benedict Anderson, and Cesare

Lombroso, among others, this dissertation considers the treatment of characters’ bodies in their historical contexts and the larger national concerns they portray. Collections by three authors from the Southern Cone are studied: Sub terra, Baldomero Lillo (Chile,

1904); Cuentos de la Pampa, Manuel Ugarte (Argentina, 1903); and Campo, Javier de

Viana (Uruguay, 1896).

The prologue introduces the theoretical framework that supports the analyses in subsequent chapters and describes the cultural context of the literary movement. It argues that the short story is a particularly useful tool for exploring this topic because, due to its brevity, characters’ bodies must often relay vital information. Chapter one analyzes Sub terra and the Chilean miners it presents, studying its connection to the Chilean national

iv body’s exploitation at the hands of foreign capitalists who are solely interested in extracting its wealth of natural resources. Chapter two moves to Argentina and examines

Cuentos de la Pampa, exploring those characters who reside in limbo between past and present, civilization and barbarism. Chapter three is dedicated to the study of Campo and the ways in which Javier de Viana uses the degraded gaucho body to represent the societal decay plaguing the Uruguayan countryside.

For all of these authors, naturalist short stories prove an effective means of exploring national concerns. Within the genre of short fiction, every word is of vital importance and, thus, the body frequently serves as a vessel to communicate ideas such as moral and physical decay, weakness, abuse, and excess. Characters’ bodies are a microcosm of the national body as a whole, whose maladies these three authors explore in a variety of ways.

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ACKNOWLEDGMENTS

The completion of this dissertation would not have been possible without all the support I received along the way, beginning with my dissertation committee. I have been extremely fortunate to work with Dr. Hiram Aldarondo, whose guidance has been invaluable. When we met, I was a novice who had never even heard of naturalism. Over the years, he sculpted me into the scholar I am today, for which I am eternally grateful. Dr. Augusto Lorenzino’s combination of warmth and intellect was one of the primary reasons I chose to attend Temple and continues to be a shining example for me to follow. I am inspired and challenged by Dr. Víctor Pueyo Zoco’s knowledge and humor, and Dr. Ángel Esteban provided insightful feedback. I have also benefited from the help and encouragement of my colleagues and the collaborative atmosphere of the Department of Spanish and Portuguese. Megan DeVirgilis deserves a special thanks for her keen reading of my dissertation and her thoughtful commentary. Moira Álvarez, John Cunicelli, and Joshua Pongan provided moral support along the way, and Patricia Moore-Martinez reminded me that it could indeed be done. Finally, my family has encouraged me every step of the way. My husband Ryan kept me sane and relaxed. My siblings, aunts, and cousins have spurred me on. My mother Dedie instilled in me a love of reading from a very young age and was my cheerleader throughout this process. Lastly, my father Andy is responsible for my passion for language and taught me my first words in Spanish. For that, I am forever indebted to him.

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TABLA DE CONTENIDOS

Página

ABSTRACT ...... iii

ACKNOWLEDGMENTS ...... v

PRÓLOGO ...... vii

CAPÍTULOS

1. BALDOMERO LILLO: EL CUERPO NACIONAL VIOLADO ...... 1

2. MANUEL UGARTE: EL CUERPO NACIONAL LIMINAL ...... 60

3. JAVIER DE VIANA: EL CUERPO NACIONAL BESTIALIZADO ...... 122

EPÍLOGO ...... 172

BIBLIOGRAFÍA ...... 175

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PRÓLOGO

El siglo XIX es una época de grandes avances filosóficos, científicos, y tecnológicos, y estos avances produjeron cambios profundos que afectaron enormemente a la sociedad occidental. En las Américas muchas de las colonias españolas se independizan al principio del siglo y, después de pasar por guerras civiles, muchas de ellas se industrializan en mayor o menor medida. En el Cono Sur en particular se experimenta un período de rápida expansión industrial, fomentado por grandes olas de inmigración europea, lo cual no deja de afectar las sociedades hispanoamericanas. A nivel cultural, se observa una variedad de corrientes literarias y artísticas que convergen sin distinción: neoclasicismo, romanticismo, realismo, naturalismo, y modernismo, entre otras. En el presente estudio, nos enfocaremos en la corriente literaria del naturalismo por sus pretensiones científicas y experimentales. El naturalismo es muy útil para estudiar preocupaciones nacionales de las sociedades finiseculares, que muchas veces se ven inscritas en los cuerpos mismos de los personajes naturalistas.

En Latinoamérica, el naturalismo toma una forma muy distinta a la versión europea, lo que lleva a algunos críticos a negar la existencia de un naturalismo latinoamericano.i Aunque es difícil hablar de un naturalismo puro en Latinoamérica ya que se mezcla con otros movimientos literarios en el momento de trasladarse a este continente, queda claro que la corriente naturalista llega a ser dominante en muchas obras

i “[C]asi no existe la obra naturalista pura, y mucho menos en Hispanoamérica; así que tenemos que hablar de producciones realistas-naturalistas, romántico-naturalistas; o naturalistas con rasgos románticos, y viceversa, según la escuela literaria que en ellas domine” (García Barragán 31).

viii latinoamericanas. Entre las obras más estudiadas de esta corriente se encuentran las novelas naturalistas escritas en Argentina.ii No obstante, el naturalismo aparece en otros países latinoamericanos y también en otros géneros literarios. La mayoría de los estudios se enfocan en la novela naturalista, pero muy pocos estudios se centran en los cuentos naturalistas. Esta disertación pretende llenar este vacío. Combinando las ideas sobre la nación y el cuerpo, voy a hacer un estudio del tratamiento del cuerpo del ser humano en los cuentos naturalistas para demostrar cómo se vincula con lo nacional en diversos contextos.

El siglo XIX, como mencioné anteriormente, es una época de transformaciones fundamentales en América Latina. En cien años, algunas de las antiguas colonias españolas pasan a ser repúblicas independientes, ricas, y poderosas a nivel mundial.

Schlickers lo resume así:

Las enormes transformaciones abarcaron todos los estratos de vida: vida social y cultural (teatros, óperas, clubes, exposiciones, museos, cafés, tertulias), nuevas profesiones (el corredor de la Bolsa, el intelectual), enfermedades y ‘vicios’, arquitectura y tráfico. Simultáneamente, se estaba llevando a cabo una institucionalización de los discursos científicos y literarios. (El lado 65)

A Chile, Argentina, y Uruguay llegan grandes olas de inmigrantes europeos, haciendo que las capitales de estos países experimenten una explosión demográfica a la vez que los campos quedan más y más despoblados (Schlickers, El lado 64). Bushnell y Macaulay lo caracterizan como una época sumamente optimista, con el orden liberal establecido,

ii Schlickers usa la estadística de Myron Lichtblau para afirmar que, “entre 1880 y 1899 aparecieron en Buenos Aires 150 novelas, la mayoría de índole naturalista” (El lado 11).

ix estabilidad política, y mucho progreso económico e infraestructural (286). Junto con el progreso económico, hay más unidad entre las élites nacionales (Chasteen xviii). Sin embargo, hay preocupaciones que acompañan este progreso, y el progreso no beneficia a todos de forma igualitaria.

Como Bushnell y Macaulay nos recuerdan, “Progress was evident, but ‘progress’

[…] is not the same thing as ‘development’” (289). Es decir, hay mucho crecimiento económico en la región en esta época, pero llega de manera fragmentada, limitada, desigual, e insostenible. Se da una transformación que va de sociedades rurales a

“incipientes modelos capitalistas” (Oviedo 142), pero todavía son dependientes de los nuevos centros de poder, en particular Inglaterra y los Estados Unidos. Según Oviedo,

“La explotación de las riquezas naturales entregadas a compañías extranjeras, empezaba a dar sus frutos, pero también a crear problemas en el contexto internacional, que se agudizarán a comienzos [del siglo XX]” (142). Como se verá más adelante, la literatura de la época refleja el rencor que la sociedad latinoamericana les guarda a estos explotadores extranjeros y se observa fácilmente las distintas estrategias que estos autores emplean para combatir la influencia extranjera y proteger lo autóctono.

Además de crear problemas internacionales, el progreso económico conlleva cambios profundos en la sociedad y conflictos a nivel nacional. Según Aronna, el poder transformador de la modernidad sólo existe para ciertos grupos: “those hegemonic centers which modernized at the expense of colonialized peoples and peripheral regions whose economies were inserted into the international market in the dependent role of providing the raw materials for the center’s compartmentalized needs” (24). Esto crea

x sentimientos de desigualdad, pero también crea una posición contradictoria para la élite intelectual latinoamericana que quiere aprovecharse de los beneficios materiales y retóricos de la modernidad, pero no puede (o no quiere) reconciliarlo con la democracia política y el reconocimiento cultural que implica para las masas (Aronna 25). Como señala Oviedo, “Los ideales liberales del pasado estaban siendo puestos a dura prueba y mostraban que no siempre funcionaban en realidades que se habían diversificado y cambiado de fisionomía” (141). Para explorar estas polémicas sociales, conviene estudiar los movimientos filosóficos que influyen el discurso de la época.

Una de las teorías más influyentes en el siglo XIX fue el evolucionismo del inglés

Charles Darwin, que aparece en 1859 cuando se publica por primera vez su libro On the

Origin of Species by Means of Natural Selection. Una de las ideas fundamentales de su teoría es que la diversidad de la naturaleza se debe a la acumulación de modificaciones a lo largo de las generaciones. Además, Darwin señala el poder que tiene el hombre de afectar estas modificaciones hereditarias (97). La idea de la selección natural es esencial aquí, porque comparte la idea de la supervivencia del más apto:

As many more individuals of each species are born than can possibly survive; and as consequently there is a frequently recurring struggle for existence, it follows that any being, if it vary however slightly in any manner profitable to itself, under the complex and sometimes varying conditions of life, will have a better chance of surviving, and thus be naturally selected. (97)

Como se puede esperar, muy pronto estas ideas se juntan con otros pensamientos, como los de Herbert Spencer y Jean-Baptiste Lamarck, que se aplican a la sociedad, creando la

xi corriente filosófica del darwinismo social, la cual busca aplicar las leyes biológicas de selección natural a las sociedades humanas.

Otra corriente filosófica muy importante es el positivismo, la cual llega a

Latinoamérica vía Francia. Tan pronto como llega empieza a influir en la política; se convierte en “un repertorio práctico de fórmulas de gobierno y organización socioeconómica desprendidas de las ideas filosóficas de Comte, las teorías de Stuart Mill sobre el bienestar humano, el evolucionismo de Spencer y Darwin, y otros” (Oviedo

142). Como el naturalismo haría más tarde, el positivismo hace hincapié en el poder de la observación y para los intelectuales latinoamericanos les ofrece una respuesta a todos los problemas que perciben: el fracaso de las reformas democráticas, las tensiones clasistas y raciales, la falta de prosperidad económica, y los problemas entre la Iglesia y el Estado, entre otros (Martz 7-8). Distintas versiones del cientificismo positivista se difunden por el continente y afectan todos los niveles de la sociedad, proponiendo el ideal optimista de

“un progreso ilimitado, racional y sujeto a leyes universales” (Oviedo 142). Según

Oviedo, esta transición a la organización “científica” del público es natural en estas naciones porque han padecido mucho caos y anarquía política, y quieren creer que las virtudes de la disciplina y la organización pueden garantizar el bienestar económico; por eso se da el gran cambio del espiritualismo del liberalismo al materialismo del positivismo, “enamorado de la ciencia empírica la planificación previsora” (142-3). Este cientificismo positivista también se vincula con otro elemento que se observa en el siglo

XIX: el modelo organicista y la medicalización de la sociedad.

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Hacia finales del siglo XIX, la degeneración de la sociedad llega a ser una de las preocupaciones características del fin de siècle, un período de gran pesimismo social.

Coincide con el auge del discurso cientificista, y en muchos casos los teóricos logran puestos en el gobierno en Europa y las Américas, lo cual les permite promulgar muchos cambios en el código penal, la sanidad de los espacios públicos y privados, la reforma de la educación pública, el tratamiento de los enfermos y los locos, entre otros (Aronna 20).

También llega a ser una justificación de muchas políticas discriminatorias hacia grupos subalternos: “the medicalization of the subaltern was a fundamental task of modernity.

The drive to isolate and classify the organically and socially ill was part of a greater project to rationalize, modernize and industrialize the nation” (Aronna 14). Tanto en

Latinoamérica como en Europa, el que se beneficia de este programa es el hombre burgués, quien promueve su superioridad innata sobre las mujeres, los pobres, y las minoridades étnicas, y se construye como una manifestación moral, biológica, y racional de su superioridad innata (Aronna 11). Por lo tanto, los que no son parte de ese grupo hegemónico se convierten en chivos expiatorios y se les culpa del subdesarrollo nacional, justificando así una gama de prácticas discriminatorias legales que limitan los derechos civiles de grupos subalternos (Aronna 21-2). Estos discursos medicales y cientificistas se reflejan muchas veces en la literatura de la época, especialmente en las obras de índole naturalista. Antes de pasar a los movimientos literarios, sin embargo, es importante hablar un poco de la historia de la lectura en las Américas.

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Durante la época colonial, no hay mucha ficción producida en Hispanoamérica; después de la independencia, aparecen algunas novelas, pero de manera aislada.iii Según

John Brushwood, más del 80 por ciento de las novelas hispanoamericanas decimonónicas aparecen en la segunda mitad del siglo (3).iv Sin embargo, eso no quiere decir que no hay una cultura letrada en la época colonial y la primera mitad del siglo XIX. Según Guerra, hay que considerar no sólo los que leen en privado, sino también los que escuchan lecturas públicas, porque se publican muchos textos para ser leídos en voz alta en el siglo

XVIII (10). No obstante, aún cuando la publicación de las novelas se aumenta hacia finales del siglo XIX, Schlickers afirma que el público las lee poco, prefiriendo los diarios y despreciando la literatura hispanoamericana (El lado 70). A pesar de ese desprecio, ella sostiene que, exceptuando las ficciones fundacionales, el Naturalismo es lo que da nacimiento a una literatura nacional (El lado 71). Por eso, es necesario examinarlo en más detalle.

El auge del naturalismo dura menos de 20 años en Francia—1870-1887—pero según Seymour Menton no decae hasta después de 1910 en América Latina (107) o hasta los años veinte para Sabine Schlickers (El lado 53). Para muchos críticos, el mayor representante del naturalismo europeo es el escritor francés Émile Zola. Debido a los avances tecnológicos en las comunicaciones intercontinentales, los latinoamericanos

iii El Periquillo Sarniento del mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi se considera la primera novela hispanoamericana, publicada por primera vez en 1816 y de forma completa en 1830.

iv Unzueta también confirma esta idea: “[The experience of the novel as nation building] should not automatically be applied to Spanish America, where long narrative fiction was not a widespread phenomenon until the second half of the nineteenth century” (“Scenes” 124).

xiv pueden leer las obras de Zola casi en el momento en que se publican en Francia (Menton

107). Además, muchos escritores se vinculan con la literatura francesa frente a la amenaza imperialista anglosajona y por eso, se puede decir que la mayoría de los naturalistas latinoamericanos sigue la rama naturalista de Zola (Schlickers, El lado 59).v

Además de sus obras de ficción que ejemplifican características naturalistas, Zola escribe varios ensayos en donde define los rasgos del naturalismo. Siguiendo el experimentalismo del médico Claude Bernard, Zola propone ver la novela como una herramienta científica. Según él, los autores naturalistas no son meros fotógrafos; los describe así: “the naturalistic novelists observe and experiment, and […] all their work is the offspring of the doubt which seizes them in the presence of truths little known and phenomena unexplained, until an experimental idea rudely awakens their genius some day, and urges them to make an experiment, to analyze facts, and to master them” (7).

Por eso dice que la novela naturalista es una novela experimental, debido a que experimenta con los personajes y sus pasiones de la misma manera que los químicos y físicos experimentan con seres inanimados (10). Basándose en las teorías de Darwin,

Zola señala que los dos aspectos que más influyen en el psique del ser humano son la herencia y el ambiente (11), e indica la carga moralista de la novela naturalista, la cual debe buscar soluciones científicas a los problemas sociales (12).

v Apter-Cragnolino y Schlickers mencionan explícitamente que los autores latinoamericanos siguen a Zola, mientras que otros críticos, como Menton por ejemplo, no lo dicen abiertamente pero basan sus estudios en la suposición que Zola es la base teórica para estos escritores.

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Uno de los críticos que más ha analizado las obras de Zola es David Baguley. En su libro Naturalist Fiction: The Entropic Vision, Baguley indica la dificultad de definir el

“naturalismo,” dado que un movimiento sólo puede residir en la repetición de ciertos rasgos comunes a lo largo de un número significante de obras, y éste no parece ser el caso del naturalismo (28). Además, señala que no hay un cuerpo unido de teoría entre los naturalistas: “Not only did the French naturalists, to take them again as our primary object of study, tend, surprisingly so, to be largely indifferent to theoretical questions, but also many of their programmatic statements were in fact directed against the views of

Zola, who was supposedly their chief theoretician” (40).

A pesar de esas dificultades, Baguley indica algunos rasgos fundamentales de las obras naturalistas: la importancia de las leyes de la naturaleza (60), y el sometimiento del hombre a esta condición natural (218). A diferencia de muchas otras literaturas, el naturalismo invierte la visión optimista del cientificismo positivista para demostrar el efecto deshumanizante y degradante de esta visión y la tiranía de los procesos naturales

(Baguley 217-8). Como era de esperarse, esta inversión del optimismo de la época causa un escándalo en muchos círculos. Según Baguley, esta reacción crea ataques que no tienen sólo una dimensión moral sino una base política también, ya que el sistema literario de Francia está compuesto por los que controlan los gustos tanto literarios como políticos y se oponen con vehemencia al nuevo movimiento que desafía su poder (169).

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En Latinoamérica, el naturalismo toma una forma particular.vi Causa un escándalo en algunos círculos cuando llega con la intención de demostrar la faceta sórdida de la vida, sus personajes típicamente perversos, y los eventos escabrosos (Apter-Cragnolino

18). Los temas tienden a ser deprimentes, como “el alcoholismo, la prostitución, el adulterio y la miseria de las masas” (Menton 107). Por eso, algunos contemporáneos a los autores naturalistas los acusan de ser escritores perversos y de aumentar la negatividad ya presente en la sociedad. Sin embargo, según sus defensores, las obras naturalistas tienen la capacidad de generar conocimiento útil y por eso son muy valiosas (Nouzeilles,

Ficciones 13-4). Para entender el valor de estos textos, es necesario enumerar las características que estas obras suelen tener.

Desde el principio, el naturalismo tiene un fuerte componente social: “el novelista deja de ocuparse de sí mismo para entrar en la masa de la sociedad y denunciar sus males; […] quería transformar, introducir en las caducas estructuras de una postiza jerarquización, un sentido nivelador de la justicia” (Ara 5-6). Ara señala las muchas semejanzas que hay entre el naturalismo americano y el europeo: objetividad relativa,vii

vi En su estudio del naturalismo latinoamericano, Schlickers se enfoca principalmente en la región del Río de la Plata por la proliferación de textos naturalistas allí. Cabe mencionar que el naturalismo también tiene una presencia importante en México y, en menores medidas, otras partes de la región como Chile y el Caribe. Para una enumeración más completa y un estudio excelente de los distintos naturalismos que aparecen en Latinoamérica, véase el libro de Schlickers, El lado oscuro de la modernización: Estudios sobre la novela naturalista hispanoamericana. Ella no sólo estudia las novelas, sino también los relatos breves.

vii La objetividad tiene que ser relativa porque, aunque el narrador debe ser un observador científico e imparcial, “la impersonalidad del narrador sirve en realidad frecuentemente de máscara para transmitir valoraciones y actitudes del autor implícito.

xvii cientificismo, pesimismo, y revuelta contra el clero, entre otras (9-10). Entre las características más prevalentes en el naturalismo hispanoamericano son el peso de la herencia biológica y el afán del lucro, dominando tanto a pobres como a ricos (Oviedo

144). Debido a este énfasis en la herencia biológica, Schlickers observa que “la novela naturalista presenta siempre casos patológicos que se suponen hereditarios: neuróticos, neurasténicos, histéricas, sifilíticos, prostitutas, hijos dementes de alcohólicos, suicidas”

(El lado 92). Oviedo también indica un doble determinismo materialista: uno que afecta la vida del individuo, y el otro que afecta el ascenso social (144).

A pesar de todo eso, también hay diferencias entre el naturalismo hispanoamericano y el europeo: en Hispanoamérica más que en Europa es “una estética reformista y redentora, que quería ser un instrumento para hacer la vida más justa y humana” (Oviedo 145). Además, en Europa el naturalismo se liga a la expansión industrial, mientras que en Latinoamérica se vincula a la explotación colonial, siempre subordinada a las potencias europeas y norteamericanas como proveedor de materias primas (Oviedo 145). Así se puede ver que el naturalismo hispanoamericano combina el pesimismo social con su frustración económica para hacer sus críticas a la sociedad.

Muchos autores también son médicos, higienistas, o políticos que tienen la oportunidad no sólo de criticar la sociedad, sino de cambiarla (Schlickers, El lado 87).

Según Schlickers y Brushwood, este pesimismo es el resultado de la vida moderna y los abruptos cambios sociales. Brushwood dice, “Naturalist determinism often

Por lo tanto, hay que entender impasibilidad, imparcialidad e impersonalidad como modos cuyo carácter fingido trasluce más o menos según la habilidad—y/o intención— del autor implícito” (Schlickers, El lado 40).

xviii seems to be especially applicable to the urban middle class in the economic setting of late nineteenth-century materialism—a condition that suggests a considerable, if unspecified, degree of dehumanization” (16), y Schlickers indica que la vida “sobreagitada” de la ciudad moderna produce la añoranza de lo rural que se nota en varias obras naturalistas aunque, al mismo tiempo, la vida rural ya les resulta insoportable (“La novelística” 177-

8). Como se verá más adelante, la urbanización y modernización también se vinculan con la criminalidad según los antropólogos criminales, contribuyendo aún más al pesimismo y la desesperación del fin de siglo.

Al enfocarse tanto en el aspecto pesimista de la obra, el naturalismo tiene sus adversarios, como ya se mencionó. Schlickers indica que, “Los reproches de inmoralidad, pornografía y sensacionalismo se manifiestan desde el inicio hasta el final de la recepción del Naturalismo en Argentina, en Uruguay, y en otros países latinoamericanos” (El lado

108). Sin embargo, para ella muchos de estos críticos no entienden las premisas básicas del naturalismo, reprochándolo por idealizar los vicios y no moralizar debidamente, cuando, en realidad, su propósito es moralizar y criticar los males de la sociedad (El lado

109). Por otro lado, existen críticos hoy en día que rechazan la mitificación presente en algunas obras naturalistas por no ser coherente con la pretensión científica. Según

Schlickers, este rechazo tampoco es válido porque “la relación entre science y mystère constituye sólo desde el punto de vista de hoy una antinomia, dado que la ciencia era en aquella época bastante ‘misteriosa,’” (El lado 44-5); además, es natural que hay residuos realistas, románticos, y costumbristas en el naturalismo porque, aunque pretende ser científico, ningún texto puede reproducir la realidad tal y como es (Schlickers, El lado

xix

48). Por eso, Schlickers afirma la validez del naturalismo latinoamericano como movimiento artístico.

Como el naturalismo requiere observaciones detalladas y un estudio muy profundo, la mayoría de las obras naturalistas suelen ser novelas. Como afirma Menton,

“Las pretensiones científicas del autor impedían que vertiera todo ese material dentro de los límites de un cuento. Desde luego que Guy de Maupassant es la excepción, pero la mayoría de los autores prefería comprobar sus teorías en novelas largas y, en muchos casos, en series de novelas” (108). Sin embargo, si bien la mayoría de las obras naturalistas que se producen en América Latina son novelas, hay una tradición importante de cuentos de índole naturalista también, como ocurre en otros países, como Francia y

España. Como sabemos, hay muchas afinidades entre el cuento y la novela en términos genéricos; como comenta Eberenz, “según una vieja teoría, el cuento es una novela concentrada” (16). Por eso, algunas teorías que se aplican a las novelas sirven para los cuentos también. No obstante, es importante establecer claramente en qué consiste un cuento naturalista para poder así diferenciarlo de la novela naturalista.

En su estudio del cuento naturalista español, Eberenz hace la siguiente distinción:

“el cuento selecciona un recorte representativo de una realidad más amplia, en tanto que la novela representa esta misma” (17). Además de eso, él señala su carácter oral, su tendencia de ser un campo de experimentación, y un género poco elitista y más accesible

(8). José Ramos añade la siguiente distinción: “En contraste con la novela, en donde se puede desarrollar o degradar a los personajes progresiva y lentamente, el cuento requiere una transformación rápida de los mismos” (335). Él ve que el cuento naturalista se

xx caracteriza por tres rasgos predominantes: “la descripción de situaciones y ámbitos totalmente degradados e inevitables, los personajes deshumanizados que reaccionan bajo estas condiciones y los diálogos limitados” (335). Como se verá más tarde, todas estas características aparecen de una manera u otra en los cuentos que voy a estudiar.

Para los propósitos de este estudio, es importante mencionar que otra de las diferencias fundamentales entre la novela y el cuento es la manera en que se difunden.

Aunque en el siglo XIX algunas novelas se publican parcialmente en periódicos, la mayoría se publica en forma de libro; mientras tanto, los cuentos se difunden casi exclusivamente a través de la prensa que, como señala Eberenz, “por otra parte acogía también crónicas de acontecimientos extraordinarios de la vida cotidiana” (22). Esto es importante por dos razones. Primero, se sugieren distintos tipos de lectura: el cuento generalmente conlleva una lectura rápida y sin interrupciones mientras que, en la lectura de una novela hay interrupciones y pausas. La otra razón es que establece una relación

íntima entre el cuento y la prensa, lo cual va a ser esencial para el proceso de la construcción de la nación. Esto es de importancia particular en el contexto latinoamericano porque el público latinoamericano “leía por lo general pocas novelas, pero sí los diarios, lo que se debía tanto a la falta de ocio debido al acelerado ritmo de vida, como al menosprecio de la literatura hispanoamericana, considerada como pasada de moda” (Schlickers, El lado 70). Debido precisamente a esta falta de ocio, estos cuentos que se leen rápidamente son perfectos para el nuevo ritmo de la vida. Por otro lado, el periódico es de suma importancia para los escritores de esta época porque es “el gran espacio donde la nueva práctica literaria se ensaya” (Montaldo 101); muchos de

xxi estos escritores comienzan trabajando en los periódicos locales, ganando así prestigio y dinero. El factor económico es aquí fundamental ya que:

la clase intelectual comienza también a diversificar su origen. Ya no serán solamente los hijos de familias ilustres y tradicionales, los miembros de las élites, los que se constituyen en intelectuales prominentes sino los hijos de las nuevas clases medias comienzan a ingresar al campo intelectual como sujetos provistos de un saber y una mirada particular: la mirada desde la apropiación cultural reciente. (Montaldo 101)

Estos cambios en la clase intelectual serán muy importantes para las obras que se estudiarán porque los autores vienen de familias muy distintas. También representan los cambios que se dan en las naciones incipientes del siglo XIX.

La polémica alrededor del nacimiento y constitución de la nación—en qué consiste, cómo se forma, etc.—se agudiza a finales del siglo XIX y continúa en el siglo

XX. Uno de los pensadores fundamentales de este movimiento es el filósofo francés

Ernest Renan, cuyo ensayo “What is a nation?” sigue siendo muy influyente en la actualidad, a pesar de que se publicó hace más de cien años. Renan empieza por descartar varios elementos que podrían constituir la nación—raza, lengua, bienes materiales, afinidades religiosas, geografía, y necesidad militar—y concluye que una nación, “is a soul, a spiritual principle” (19). Para él, los dos elementos esenciales que constituyen la nación son la memoria de un pasado común, y un consentimiento en el presente y deseo de seguir siendo parte de esa nación (19). Más adelante, otros teóricos van a ampliar esta definición, y uno de los más importantes es Benedict Anderson. En su libro Imagined

Communities, Anderson propone definir una nación así: “it is an imagined political community—and imagined as both inherently limited and sovereign” (6). Estas dos

xxii definiciones siguen siendo algunas de las más reconocidas y aceptadas hasta la fecha, y van a guiar cómo se entiende la nación y lo nacional en este estudio.viii

Anderson y otros como Homi K. Bhabha también establecen el vínculo fundamental entre nación y narrativa o cultura de la prensa. Para Anderson, la cultura de la prensa es parte del proceso de establecer la nación: la novela y el periódico son los medios por los cuales se representa el tipo de comunidad imaginada que constituye la nación (25). En cambio, Bhabha compara la nación y la narrativa, diciendo, “Nations, like narratives, lose their origins in the myths of time and only fully realize their horizons in the mind’s eye” (1). Es decir, algo fundamental para los dos es la imaginación, como

Anderson establece. Entonces, para Bhabha, la nación es problemática porque la imaginación de la cultura nacional no corresponde a la realidad de la nación, que es mucho más transitoria de lo que se espera.ix Un elemento necesario en la creación de una nación es la negociación constante que se da entre los que son parte de la nación y los

“otros”. Según Bhabha, “In each of these ‘foundational fictions’ the origins of national

viii Cabe mencionar aquí otro aspecto que añade Ernest Gellner: “Two men are of the same nation if and only if they recognize each other as belonging to the same nation. In other words, nations maketh man; nations are the artefacts of men’s convictions and loyalties and solidarities” (7, énfasis suyo).

ix Friedhelm Schmidt-Welle también afirma y amplia esta idea: “la misma noción de ‘nación’ –o ‘patria’, en la terminología del XIX—como espacio discursivo y simbólico es una ficción, sobre todo si consideramos la contradicción entre la supuesta homogeneidad de esta categoría en sus versiones dominantes durante el XIX y la heterogeneidad real de las sociedades latinoamericanas. La referencia a la ‘construcción’ de identidades no representa, en este contexto, un mero reflejo de teorías constructivistas o afines, sino que pone énfasis precisamente en el carácter ‘ficticio’ o ‘imaginario’ de las identidades, sean las ‘nacionales’ –como es el caso de los discursos dominantes del XIX latinoamericano–, sean las de género, las étnicas, etc. en los debates poscoloniales y multiculturales actuales” (11).

xxiii traditions turn out to be as much acts of affiliation and establishment as they are moments of disavowal, displacement, exclusion, and cultural contestation” (5). Podemos ver entonces en estas obras una muestra de quiénes se incluyen en la nación en momentos específicos y las fronteras del discurso cultural.

En el contexto hispanoamericano, el Otro estará constituido, en muchos casos, por

“los indígenas y los grupos subalternos en general, así como lo prehispánico, el pasado colonial español, y todo aquello alejado de la modernidad europea-norteamericana”

(Unzueta, La imaginación 23). Aunque se excluye del proyecto, el Otro sigue existiendo y, por lo tanto, representa una amenaza constante a la coherencia ideológica del proyecto liberal que no está solamente dentro de las repúblicas, sino en los mismos centros

‘civilizados’ de ellas; por eso, es necesario articular estrategias que nieguen la importancia del Otro americano (Unzueta, La imaginación 23-4). Debido a esta necesidad, muchas veces las naciones imaginadas en la literatura decimonónica silencian el Otro, prefiriendo proyectar una realidad idealizada: “un programa para lo que se desea que la nación sea: joven, unida, culta, liberal, homogénea, etc.” (Unzueta, La imaginación 24). Así volvemos sobre los conceptos ya mencionados, porque en estos textos se observa no la nación tal y como es, sino una construcción discursiva y una

“comunidad imaginada” que se produce textualmente. No obstante, si esta nación es algo que se puede hacer textualmente, también es posible deshacerla textualmente, ubicándola en una posición precaria y con la necesidad de escribirse y afirmarse constantemente.

Como se puede ver fácilmente, la escritura es fundamental para la formación y continuación de la nación. Una teórica que ha estudiado mucho esta conexión entre

xxiv novelas y proyectos nacionales en el contexto latinoamericano es Doris Sommer. Aunque ella describe un fenómeno anterior a lo que voy a explorar en mi investigación, sus teorías van a proveer una base útil para explorar la relación entre ficción y política. En su libro Foundational Fictions, Sommer establece que en el siglo XIX, hay un gran auge de novelas nacionales que ella describe como, “stories of star-crossed lovers who represent particular regions, races, parties, economic interests, and the like. Their passion for conjugal and sexual union spills over to a sentimental readership in a move that hopes to win partisan minds along with hearts” (5). Según Sommer, no se puede separar la política de la ficción en el proceso de construcción de la nación, por eso para ella es importante estudiar este cruce.

Una diferencia entre el estudio que Sommer hace y el mío es que ella estudia esta relación en términos de los triángulos amorosos en las novelas fundacionales, mientras que yo estudio la relación de los cuerpos de los personajes como espacios para lo nacional. Además, como señala Nouzeilles, muchas de las obras naturalistas son reescrituras escépticas de romances fundacionales, en las cuales se busca el temor en vez de esperar que los lectores se identifiquen con los personajes y les deseen lo mejor

(Ficciones 82). Esto representa una transformación en el discurso sobre el amor; en vez de un sentimiento positivo, el amor pasa a ser “las formas engañosas de una necesidad biológica orientada principalmente hacia la reproducción de la especie” y así “los impulsos sexuales pasaron a ser expresión de una fuerza bestial e impredecible que el

Estado debía dominar para sobrevivir” (Nouzeilles, Ficciones 23).

xxv

Antes de la formación de las naciones, se había hecho una conexión entre el cuerpo físico y el cuerpo político, ejemplificada en la persona del rey. Anderson indica que una de las causas de la formación de las naciones en el siglo XIX es la decaída de los reinos dinásticos (22); por lo tanto, se puede observar también una transición desde imaginar el cuerpo político del monarca a imaginar la nación como un cuerpo orgánico.x

Yuxtapuesto con eso hay una nueva obsesión con la higiene y la reproducción sexual. Se hace la conexión entre el bienestar de la nación y el bienestar del individuo, lo cual puede ser problemático porque, si un cuerpo puede ser un espacio controlado por la sociedad, también puede volverse un espacio de resistencia cuando el individuo decide rediseñarlo de acuerdo con sus propios intereses (Burroughs y Ehrenreich 4).xi Por eso, el cuerpo ha sido un espacio polémico y hasta amenazante para el progreso de la nación.

Uno de los teóricos que más ha discutido la importancia del cuerpo y sus conexiones con el poder—el llamado “biopoder”—es el autor francés Michel Foucault.

Foucault estudia el biopoder desde varios campos pero vuelve sobre los mismos temas: la manera en que la sociedad o el sistema político controla y/o utiliza el cuerpo del hombre.

En The Birth of the Clinic, estudia la historia de la medicina y señala un cambio que se da en el siglo XVIII en la medicina: la tarea del médico ya no es sólo curar las

x Montaldo hace esta conexión abiertamente; hablando de la cartografía de las nuevas naciones americanas, dice, “Escribir el territorio […] era hacerse de un cuerpo orgánico demarcando su geografía y su funcionamiento para poner en marcha las instituciones” y, además, empezar a participar más en el discurso global (19-20).

xi Además, el cuerpo siempre ha sido un espacio lleno de significado social: “The body communicates information for and from the social system in which it is a part. […] It is itself the field in which a feedback interaction takes place. It is itself available to be given as the proper tender for some of the exchanges which constitute the social situation. And further, it mediates the social structure by itself becoming its image” (Douglas 83).

xxvi enfermedades, es también definir el hombre modelo, y dictar los estándares morales y físicos para las relaciones del individuo y la sociedad que habita (34). Si alguien rompe con los estándares, el cuerpo se convierte en el espacio del castigo; según Foucault, “The body, according to this penality, is caught up in a system of constraints and privations, obligations and prohibitions” (Discipline 11). Foucault reconoce que en el siglo XIX el castigo se vuelve menos corporal, pero insiste en que nunca ha existido sin algún elemento que tiene que ver con pérdidas corporales, ya sea la limitación de comida, sexo, o interacciones personales (Discipline 15-6). Es decir, para Foucault el cuerpo del individuo nunca deja de ser un espacio político y económico usado por el poder hegemónico: “they invest it, mark it, train it, torture it, force it to carry out tasks, to perform ceremonies, to emit signs” (Discipline 25).

Agamben amplia estas ideas de Foucault, sosteniendo que lo que él denomina zoe o bare life es el núcleo del poder soberano:

It can even be said that the production of a biopolitical body is the original activity of sovereign power. In this sense, biopolitics is at least as old as the sovereign exception. Placing biological life at the center of its calculations, the modern State therefore does nothing other than bring to light the secret tie uniting power and bare life, thereby reaffirming the bond (derived from a tenacious correspondence between the modern and the archaic which one encounters in the most diverse spheres) between modern power and the most immemorial of the arcana imperii. (6, énfasis suyo)

Pitt afirma las ideas de Agamben y señala que este énfasis en zoe permite que el Estado, entre su reino de control, incorpore los aspectos más intimos de la vida, como la reproducción y la estructura familial (3-4). Para discutir estos aspectos más íntimos conviene volver a Foucault.

xxvii

En su History of Sexuality, Foucault nota un cambio que se da en el siglo XIX con respecto al sexo: antes, se observa la necesidad de tener una población moral, numerosa, y con familias bien estructuradas para ser un país poderoso, pero en el siglo XIX se vincula el éxito del país también al uso individual del sexo (26). Según él, la sociedad decimonónica produce una maquinaria discursiva para indagar el misterio que percibe del sexo e intentar controlarlo; el sexo se convierte en un objeto sospechoso y la raíz de las debilidades sociales a través del cual entran todos los males (History 69). Junto con eso, el cuerpo burgués llega a ser el cuerpo privilegiado y la familia burguesa es el modelo a seguir. Como el sexo es algo sospechoso, la familia viene a ser el lugar seguro en donde se ubica la sexualidad para controlarla y usarla para el bien de la sociedad (Foucault,

History 108).

Dentro de este sistema, hay mucha preocupación por dos tipos de cuerpos: el del niño y el de la mujer. Con las inquietudes presentadas por las ideas freudianas, se ve que uno de los papeles fundamentales de la familia es cuidar la sexualidad y los cuerpos de los niños: “The family is no longer to be just a system of relations inscribed in a social status, a kinship system, a mechanism for the transmission of property. It is to become a dense, saturated, permanent, continuous physical environment which envelops, maintains and develops the child’s body” (Foucault, Power 172-3). Los niños son el futuro de las nuevas naciones, y asegurarse de que tengan la sexualidad “correcta” será una de las responsabilidades principales de la familia, particularmente la mujer, ya que ella se encarga de criar a los niños. El cuerpo de la mujer es problemático porque desde los tiempos de Adán y Eva se asocia con la culpabilidad y el pecado. En el siglo XIX, la

xxviii mujer no es sólo la protectora de los hijos, pero también se asocia con el cuerpo político, y según Baguley, “her inviolability was to be preserved all the more vigilantly as its destructive potentiality became scientifically demonstrable” (103). Así se ve que, dentro del esquema del poder corporal, los cuerpos de niños y mujeres son espacios sumamente importantes.

La conexión entre cuerpo y nación no es nueva en el contexto americano:xii “Since the establishment of modern nation-states, specific traits of Americans’ physical bodies have served regularly as key elements of national definition” (Pitt 4). Beatriz González

Stephan también estudia esta relación en el contexto latinoamericano. Según ella, después de la independencia de los países latinoamericanos las élites criollas establecen una nueva relación entre cuerpo y poder, “founded on discipline, productivity, and hygiene” (386).

Empleando distintos medios de escritura, el Estado y las instituciones “coerce, control, subject, and softly regulate the movement of bodies to make them tamed subjectivities— subjects of the State—and neutralize the dangers of de-centralized agents” (González

Stephan 387). Esto llega a formar parte de cada individuo hasta que el cuerpo, en vez de ser liberado en la época moderna, se hace el espacio central de la abyección porque es un espacio problemático que tiene que ser controlado constantemente (González Stephan

399). Es importante notar aquí que, para el estudio del cuerpo, no hay un solo cuerpo que se puede estudiar como “el modelo”; Pitt señala que, en las narrativas de las Américas,

“bodies are inevitably marked by differences of sex and race and usually by class,

xii “Americano” aquí y a lo largo del trabajo se usa en el sentido más amplio del término para referirse a las Américas, no sólo a los Estados Unidos.

xxix sexuality, and other cultural categories of distinction” (13). Para Pitt, la relación entre cuerpo e identidad nacional es especialmente central en el contexto americano (19). Por eso, es necesario estudiar cómo se da esta relación en un movimiento literario muy corporal: el naturalismo. Antes de pasar a eso, sin embargo, es importante hablar brevemente de una de las teorías corporales más importantes de la época: las ideas del criminólogo italiano Cesare Lombroso.

Durante el auge del naturalismo, las teorías de Cesare Lombroso son muy influyentes, estableciendo lo que se conoce como la corriente de la antropología criminal.

Según las ideas de Lombroso, uno nace criminal, no se hace criminal. Sin embargo, el ambiente puede fomentar ciertos crímenes: “Civilization encourages certain crimes and mental illnesses (palsy, alcoholism) by encouraging the use of stimulants that were hardly known to primitive man” (Lombroso 121). Lombroso, al igual que los escritores naturalistas, señala que tanto el ambiente como la herencia marcan el destino del ser humano. Por eso, se puede reconocer un criminal nato por ciertos rasgos físicos: “Nearly all criminals have jug ears, thick hair, thin beards, pronounced sinuses, protruding chins, and broad cheekbones” (53). Las ideas de Lombroso son polémicas para algunos ya que

él hace una conexión explícita entre los rasgos físicos de los criminales europeos que estudia y las “razas salvajes” (57, 91).xiii

xiii “Those who have read this far should now be persuaded that criminals resemble savages and the colored races. These three groups have many characteristics in common, including thinness of body hair, low degrees of strength and below-average weight, small cranial capacities, sloping foreheads, and swollen sinuses. Members of both groups frequently have sutures of the central brow ridge, precocious synostes or disarticulation of the frontal bones, sutural simplicity, thick skulls, overdeveloped jaws

xxx

A pesar de eso, sus ideas están en boga durante la época en que muchos de estos escritores escriben. Se pueden entender aspectos del psique de un personaje al observar detenidamente algunos rasgos físicos. Empleando estas teorías, se puede averiguar si un personaje va a ser “malo” o “bueno.” Estas ideas, por supuesto, se cruzan con proyectos políticos y producen propuestas como la eugenesia, usando estudios científicos para justificar proyectos sociales (Nouzeilles, Ficciones 21). Por eso, entender el discurso científico muchas veces ayuda a entender las obras naturalistas porque suelen seguir el mismo esquema: “Como los médicos, los escritores podían tomar como su objeto un listado de personajes patológicos (el tuberculoso, el alcohólico, el loco, el sifilítico, la histérica, etc.) y un conjunto de técnicas descriptivas cuasi-artísticas, entre ellas, una semiología sintomatológica específica de cada enfermedad” (Nouzeilles, Ficciones 64).

Usando técnicas científicas, estos escritores buscarán curas para los males que perciben afligir a la sociedad. Aquí se verá cómo se interconectan estas ideas de la nación y el cuerpo para producir una narrativa poco estudiada: el relato naturalista latinoamericano.

Para cada autor seleccionado he elegido algunos cuentos que son claves para estudiar la relación entre cuerpo y nación. Empiezo en el capítulo 1 con la obra del chileno Baldomero Lillo. Me voy a enfocar en la primera colección de Lillo, Sub terra

(1904), su colección más naturalista. Aunque es la obra más estudiada de las que voy a

and cheekbones, oblique eyes, dark skin, thick and curly hair, and jug ears. Among habitual criminals as among savages, we find less sexual differentiation than between normal men and women. In addition, in both we find insensitivity to pain, lack of moral sense, revulsion for work, absence of remorse, lack of foresight (although this can at times appear to be courage), vanity, superstitiousness, self-importance, and, finally, an underdeveloped concept of divinity and morality” (Lombroso 91).

xxxi tratar, no se ha analizado rigurosamente ni el tratamiento del cuerpo en estos cuentos ni lo nacional.xiv Aunque se ha visto la función social de estos cuentos, a mi modo de ver, el propósito de estos cuentos va más allá de promover cambios sociales. Para comprobar esta idea, incluiré los siguientes cuentos de Sub terra: “El grisú,” “El Chiflón del

Diablo,” “El pago,” “La compuerta número 12,” “El registro,” y “La mano pegada.” Esta selección de cuentos nos permite estudiar una variedad amplia de cuerpos, sea de niños, mujeres, obreros, o extranjeros. Sin embargo, hay un hilo común que conduce la narrativa: una crítica muy clara del sistema social minero. En todos los cuentos los obreros aparecen trabajando bajo condiciones terribles, siendo explotados constantemente por las compañías mineras. Además, esta crítica social no se limita a esta situación específica; se puede conectar la crítica explícita de la situación de los mineros con una crítica implícita del proyecto nacional fallado. Lillo usa los cuerpos de sus personajes para llevar a cabo una crítica de la explotación de estas personas y el sistema que ha causado y fomentado esta situación.

El segundo capítulo se dedica al estudio de los cuentos del autor argentino

Manuel Ugarte, enfocándome en su colección más argentina, Cuentos de la Pampa

(1903). En esta colección, se ve toda una gama de la sociedad argentina, enfocada particularmente en los personajes subalternos (gauchos, inmigrantes, e indígenas).

Usando estos cuerpos poco vistos, Ugarte explora las fronteras argentinas entre ciudad/pampa, pasado/futuro, y civilización/barbarie. Para explorar estas fronteras,

xiv Como se sabe, Spicer-Escalante ha estudiado las implicaciones nacionales en “El Chiflón del Diablo,” pero no las conecta al cuerpo ni las explora en otros cuentos de esta colección.

xxxii seleccioné cinco relatos: “Rosita Gutiérrez,” “El malón,” “La leyenda del gaucho,” “La venganza del capataz,” y “El curandero”. En los cinco cuentos se ven grupos liminales – indígenas, gauchos, inmigrantes, y mujeres – que suelen ser excluidos del proyecto nacional liberal argentino, ubicados siempre en la frontera entre dos mundos sin pertenecer a ninguno de ellos. Al explorar los cuerpos de estos personajes se verá cómo el proyecto liberal moderno ha creado un espacio inestable en que ni lo autóctono

(indígenas, gauchos) ni lo extranjero (los inmigrantes europeos) tienen cabida.

El último capítulo se dedica a los cuentos del autor uruguayo Javier de Viana. Me enfocaré específicamente en los cuentos de su primera colección, Campo, ya que la crítica literaria de forma unánime la considera su mejor colección. Para Viana, el gaucho es el símbolo nacional por antonomasia; por lo tanto los cuentos seleccionados tienen al gaucho como figura central. En Campo (1896), el gaucho aparece constantemente como una figura decaída y deshumanizada. Los cuentos de esta colección que me parecen particularmente relevantes para mi estudio son “Pájaro-bobo,” “Los amores de Bentos

Sagrera,” “El ceibal,” “Teru-tero,” y “En familia.” En estos cuentos se retrataba al gaucho en distintos puntos de su vida: la vejez en “Pájaro-bobo,” la dominación en “Los amores,” la juventud en “El ceibal,” y luego, en “Teru-tero” y “En familia,” en el contexto familiar. Estos cinco cuentos nos mostrarán el microcosmos de la sociedad uruguaya que Viana presenta en Campo.

El cuerpo, la nación, y la escritura están íntimamente conectados a finales del siglo XIX. La ciencia hace que la gente sea más consciente de las leyes hereditarias, y por eso surgen la eugenesia y preocupaciones relacionadas con la familia y la reproducción

xxxiii que podemos observar en la literatura de la época. Algunos proyectos liberales han fracasado en la construcción y consolidación de la nación, y el Estado busca otras maneras de consolidarse, como controlar el cuerpo físico de los individuos para producir ciudadanos ideales. Así el cuerpo será un espacio sumamente importante en las ficciones de la época. Según Punday, “Too often the body is taken to be a simple object of narrative, a thing to be represented like a town or a table, with little thought given to how it participates in the construction of narrative plot location, agency, and so on” (7). Si prestamos atención a estas descripciones del cuerpo, podemos encontrar ideas significativas sobre la nación y la sociedad. Estas ideas han sido muy poco estudiadas y aparecen claramente en tres contextos muy distintos: las naciones emergentes de Chile,

Argentina, y Uruguay a principios del siglo XX.

1

CAPÍTULO 1

BALDOMERO LILLO: EL CUERPO NACIONAL VIOLADO

Introducción

El primer capítulo de este estudio se enfoca en la obra del chileno Baldomero

Lillo (1867-1923). Me enfocaré en la primera colección de Lillo, Sub terra (1904), su colección más naturalista. Aunque ha sido muy estudiada, no se ha analizado rigurosamente el tratamiento del cuerpo ni lo nacional.1 Se ha visto mayormente la función social de algunos de estos cuentos, pero a mi modo de ver, el propósito de estos cuentos va más allá de promover cambios sociales. Para explorar esta idea, se verán los siguientes textos de Sub terra: “El registro” y “El pago,” que muestran la economía y el poder de las compañías mineras fuera de la mina; “El Chiflón del Diablo” y “El grisú,” que muestran distintas tragedias violentas dentro de la mina; y “La compuerta número

12,” conocido por las atrocidades que pasa un niño de ocho años. En cada cuento hay una crítica muy clara del sistema social minero, ya que en todos los cuentos los obreros aparecen trabajando bajo condiciones terribles mientras que sus familias sufren, siendo todos explotados constantemente por las compañías mineras. Además, esta crítica social no se limita a esta situación específica; la crítica se extiende a ese proyecto liberal nacional fracasado en donde la burguesía chilena vende su cuerpo virginal nacional, a grandes intereses extranjeros, en su mayoría ingleses. En todos los contextos, los cuerpos de los personajes sirven dos funciones: a nivel personal, hacen hincapié en el sufrimiento

1 J. P. Spicer-Escalante ha estudiado las implicaciones nacionales en “El Chiflón del Diablo,” pero no las conecta al cuerpo ni las explora en otros cuentos de esta colección.

2 de los individuos a manos de un sistema injusto y explotador, y a nivel nacional, muestran cómo los ingleses se han aprovechado de Chile con resultados catastróficos.

Baldomero Lillo nace el 6 de enero de 1867 en Lota, Chile, centro de la región carbonífera en el sur del país. Según Víctor Valenzuela, “Lillo vivió una vida triste”

(Cuatro 69). Desde temprana edad, su vida se ve marcada por dificultades económicas y de salud. Observa, además, muy de cerca los sufrimientos de los demás, en particular los de los mineros. Su propio padre, don José Nazario Lillo Mendoza, trabajaba en una mina de carbón de ese lugar y la familia adolece de las dificultades económicas que acompañan ese trabajo (Chavarri 8).2 Además, durante su niñez, Baldomero fue un niño enfermizo.

Padecía de tos convulsiva, lo cual le obligaba a pasar mucho de su tiempo en cama, leyendo. Según Valenzuela, “He used to read as an escape for his fertile mind”

(“Baldomero” 89). También pasa los meses del invierno leyendo los libros de su padre,

“en su mayoría sobre historia de Chile, aventuras y asuntos anticlericales de la literatura folletinesca por ese entonces muy popular” (Valenzuela, Cuatro 70). Cuando la familia se muda a Lebu en 1878, Lillo comenzó a estudiar las Humanidades en el Liceo, “pero desgraciadamente después de dos años tuvo que interrumpirlos dado el estado delicado de su salud” (Valenzuela, Cuatro 70). Su frágil salud marca toda su vida: a la tos convulsiva después se agrega la tuberculosis, enfermedad de la cual muere, “the most common

2 La vida de su padre influye a Lillo en otras maneras también: en 1848, tentado por las noticias del oro de California, su padre salió de Chile. Volvió dos años después con las manos vacías, pero lleno de historias que luego les cuenta a sus hijos (Valenzuela, Cuatro 70). Alegría sugiere que eso impactó mucho a sus hijos: “Sobrecogidos, tal vez, por el dinamismo del padre, dos de ellos decidieron muy temprano su destino de soñadores. Samuel fue poeta, Baldomero cuentista” (250).

3 miners’ disease” (Rotella 208). Sin embargo, antes de dejar sus estudios en el Liceo, Lillo pudo familiarizarse con “el Quijote, Gil Blas de Santillana, Martín Rivas, El ideal de un calavera, obras que estimularon su gusto por la literatura” (Valenzuela, Cuatro 70). Esto demuestra que, a pesar de tener una salud delicada, siempre mantuvo un gran interés por la literatura y las nuevas corrientes literarias.

Además de su formación literaria autodidáctica, otro factor importante en la obra posterior de Lillo es el tiempo que él pasa trabajando cerca de la mina:

Por necesidad económica ulteriormente pasó a ocupar el cargo de dependiente en ‘La Quincena,’ pulpería cuya jurisdicción estaba controlada por los propietarios de la mina de carbón de Lota Alto. Fue este tipo de empleo el que le facilitó la oportunidad para recoger las impresiones que más tarde constituyeron las bases de sus narraciones sobre la vida de los mineros. (Valenzuela, Cuatro 70-1)

Según Durán Luzio, Lillo “a diario oye del durísimo pesar de sus clientes” en la pulpería

(915). Durante su tiempo trabajando allí, viaja a Concepción, la capital de la provincia, donde compra abarrotes para la pulpería y también “las últimas novedades de librería”

(Valenzuela, Cuatro 71). Así que, aunque le falta la formación académica que marcará las vidas de Viana y Ugarte, su voraz apetito para la lectura le lleva a conocer a las grandes voces literarias de la época y del canon. Su experiencia laboral en las minas, por otro lado, aporta a sus escritos un mayor grado de autenticidad e impacto emocional.

En 1895, muere el padre de Lillo y él se convierte en jefe de la familia (Piskuriew

Smith 6). En 1898, se muda a Santiago donde, gracias a su hermano Samuel, “obtiene el cargo oficial de pluma de la sección de Canjes y Publicaciones de la Universidad de

Chile. Conserva este cargo hasta su jubilación en 1917” (Piskuriew Smith 7). Durante su

4 estadía en Santiago, Lillo empieza su carrera literaria. Samuel tiene tertulias literarias en su casa a las cuales asisten muchos los escritores de la llamada generación del 900,3

Federico Gana entre otros (Piskuriew Smith 7). Este grupo tiene una importancia en la producción artística que se explorará luego, pero ahora sólo menciono aquí que es en una de estas tertulias donde Lillo, por primera vez, comparte con el grupo uno de sus cuentos basado en el mundo de las minas. Según Valenzuela, “His realistic description of the miners’ living and working conditions offended some of the members, but several socially-conscious friends encouraged him to continue writing” (Valenzuela,

“Baldomero” 89).

Entre los años 1903 y 1908, Lillo escribe treinta y cuatro cuentos, casi toda su producción cuentística que en total contiene cuarenta y dos cuentos completos. Esta producción coincide con el período en que goza de mejor salud (Piskuriew Smith 11). En

1903 gana su primer concurso con el cuento “Juan Fariña”, y el año siguiente ya publica su primer volumen de cuentos: Sub terra (Alegría 252). Esta colección es sin duda la más exitosa.4 También publica otra colección de cuentos unos años después, Sub sole (1907), que goza de una recepción crítica muy buena pero no despierta tanto entusiasmo como

3 Este grupo está compuesto por escritores jóvenes, “la mayor parte nacidos en provincias, de familias de pequeños propietarios, que comenzaban a formar la futura clase media de Chile. Por su calidad de provincianos y por no estar identificados con la aristocracia tradicional del país, ellos se sentían más cerca y comprendían mejor los problemas de las clases bajas y especialmente los relacionados con su propio medio ambiente” (Valenzuela, Cuatro 73).

4 Como indica Alegría, “El éxito de Sub-Terra fue sorprendente. La crítica lo recibió con entusiasmo y la edición se agotó en tres meses” (252).

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Sub terra. Aunque sigue escribiendo, no logra publicar ningún otro libro en vida. En

1912 su esposa muere de tuberculosis y Lillo tiene que cuidar a sus cuatro hijos. Debido a su delicado estado de salud, Lillo se jubila de su puesto universitario en 1917 “con una pensión anual de 1512 pesos, estipendio miserable pero que le permitía descansar de la rutina diaria” (Valenzuela, Cuatro 87). Durante los últimos cinco años de su vida, se dedica a criar gallinas, leer, y conversar con su hijo Oscar “a quien trataba de interesar en asuntos de literatura” (Valenzuela, Cuatro 87). Muere de la tuberculosis el 10 de septiembre de 1923 a los 56 años de edad, dejando dos capítulos de una novela incompleta, La huelga, inspirada por la huelga minera en Iquique. Después de su muerte se hacen dos recopilaciones de cuentos publicados en diarios y revistas que no habían aparecido en sus dos colecciones anteriores (Alegría 259).

Dentro de la trayectoria de la narrativa hispanoamericana, Baldomero Lillo juega un papel muy importante. Es uno de los primeros en adaptar las técnicas del naturalismo y el realismo a la realidad hispanoamericana, y no se puede negar que su obra no es una mera copia de la moda europea. José Ramos lo considera “el arquetipo del escritor o investigador naturalista que explora los defectos del mundo infernal que recrea en sus obras” (337) y según Alegría:

puede afirmarse que Baldomero Lillo creó una tradición literaria en Chile: la del realismo social y proletario que, al igual que sus compañeros de generación, buscó en un idealismo alegórico la forma de expresar su concepción de la vida. En uno y otro medio creó obras de significación social que le aseguran un sitio de honor entre los más grandes cuentistas de la América Hispana. (263)

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Además de su innovación, Lillo tiene aún más importancia porque algunos le atribuyen cambios legales que mejoran la situación de los mineros en los años que siguen a la publicación de Sub terra.5 Brown agrega que “Lillo is generally acknowledged by

Chileans to be their country’s most outstanding cuentista. That is saying a good deal since the cuento has been well cultivated in Chile” (47). También tiene efectos innovadores en las corrientes literarias de la época, porque, aunque el modernismo es dominante en el Chile de aquel entonces y varios ya habían abandonado la corriente realista-naturalista, como sostiene Oviedo, “el hecho es que el género cuentístico apenas si había aprovechado esa tradición, y que faltaba quien escribiese, con la convicción y profundo conocimiento de este autor, sobre las condiciones reales en las que vivía el anónimo trabajador chileno” (155). Por eso, se puede ver que la obra de Lillo llena un vacío importante en el campo literario chileno.

Los estudios que se han hecho de Sub terra tienden a dividirse en elementos temáticos más que estructurales: se ha estudiado el impacto que tiene su mensaje social

(Chavarri), su conexión con la obra de Émile Zola (Sedgwick, Brown), el aspecto mítico

(Promis Ojeda), los elementos bíblicos (Durán Luzio, Morales), la función del “otro”

(Espinosa Hernández) y los elementos góticos (Singer, Bolden, Gehrig). Además, se ha discutido a cuál movimiento pertenece la obra de Lillo. Schlickers concluye que es realista, Sedgwick declara que es “en el fondo un romántico” (El lado 323), José Ramos lo llama naturalista-romántica-modernista, y Oviedo arguye que es naturalista-realista.

Aunque tiene elementos de varios movimientos como muchos de sus coetáneos, es

5 Para más información sobre este tema, véase el artículo de Jorge Chavarri.

7 indudable que el naturalismo es una corriente dominante en Sub terra por la falta de diálogo, la deshumanización de los personajes, y el determinismo preponderante.

De todos los estudios hechos hasta ahora, el más útil para esta investigación es el que hace J.P. Spicer-Escalante del cuento “El Chiflón del Diablo” como alegoría de la nación chilena. Según Spicer-Escalante, ese relato hace una desmitificación del mecanismo capitalista de producción y, a través de su proyecto contradiscursivo, “Lillo se enfrenta con el proceso de deshumanización capitalista con el poder de un proceso de humanización literaria” (78). Las ideas de Spicer-Escalante son novedosas, pero no creo que preste suficiente atención al tratamiento del cuerpo como herramienta clave en este proyecto ni al paralelo entre el cuerpo del personaje y el cuerpo nacional, ambos abusados por el mismo sistema explotador. Pienso además que se podrían aplicar algunas de estas ideas a otros cuentos de Sub terra, no sólo a “El Chiflón del Diablo”. Por eso, el estudio presente va más allá del de Spicer-Escalante al explorar la corporalidad de los personajes y lo que representan como extensiones del cuerpo nacional. Antes de pasar al análisis, es necesario tener presente algunas ideas esenciales del contexto histórico en el cual escribe Lillo.

Al igual que el resto de Latinoamérica, Chile experimenta grandes cambios durante el siglo XIX. Como explica Oviedo,

en medio de contradicciones y retrocesos, luchas internas, querellas entre el Estado y la Iglesia, y una ola de intervenciones extranjeras, las naciones del continente, que ya habían tratado de aplicar la fórmula liberal, querían superarla con nuevos modelos constitucionales y políticas financieras, inmigratorias y educativas. Las demandas del desarrollo interno se hacían más urgentes y complejas; la realidad social era también más rica y problemática porque la inserción de gentes de origen europeo o asiático,

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las numerosas inversiones extranjeras y el proceso de urbanización e industrialización que todo eso suponía, iban creando riqueza y oportunidades, pero a costa de sacrificios de ciertos sectores y clases sociales. Los ideales liberales del pasado estaban siendo puestos a dura prueba y mostraban que no siempre funcionaban en realidades que se habían diversificado y cambiado de fisonomía. (Oviedo 141)

Comparado con otros países de la región, Chile experimenta relativamente más estabilidad política durante el siglo, pero hacia el final del siglo vienen grandes innovaciones industriales que cambian la nación y ponen en duda el fundamento sobre la cual se estableció. Entre los años 1890 y 1920, “las constantes crisis económicas, el absolutismo político de la clase alta y la dilapidación de las riquezas mineras nacionales llevan a las masas populares a agruparse en instituciones de carácter político y cultural que juegan un rol decisivo en el advenimiento al poder de la clase media chilena”

(Piskuriew Smith 4). Hay también fuertes divisiones entre la capital y las provincias, la clase alta y la baja. Para resolver este último problema, muchos chilenos aristocráticos creen que la mejor manera de “moralizar” las clases bajas es traer inmigrantes europeos, lo cual tiene repercusiones para todos los estratos de la sociedad chilena (Collier y Sater

94). Al analizar la obra de Lillo, los dos elementos que más impacto tienen en el Chile decimonónico son la inmigración europea y la industria minera.

Durante el siglo XIX, el gobierno chileno promueve la inmigración europea, al igual que lo hacen otros gobiernos latinoamericanos. Al hablar de Chile y Argentina,

Solberg afirma que,

During the 1850’s governments in both countries began to [institute] liberal immigration policies, and well before 1890 Argentina and Chile officially threw open their gates to virtually unrestricted entry. Argentine immigration legislation, dating from 1876, opened the nation to all but

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obvious undesirables like the insane and those with communicable diseases. Chile enacted no immigration restrictions at all during the period before 1914 and simply allowed any foreigner to enter. (Immigration 7-8)

La coincidencia de la promoción de inmigración europea y la rápida expansión industrial no es casual, ya que es común durante la época despreciar al obrero autóctono a favor de los europeos: “The mestizo population, it was assumed in Argentina and Chile, would never foster progress and development. Typical of the intellectual climate of the time were the racial theories of the Argentine sociologist Lucas Ayarragaray that claimed the mestizo population was inherently degenerate physically and morally” (Solberg,

Immigration 18). En su promoción de la inmigración europea, los chilenos tienden a favorecer a los del norte de Europa, en particular los alemanes y los ingleses, puesto que los del sur de Europa se perciben como demasiado similares en temperamento a los chilenos (Solberg, Immigration 19). Muchos escritores menosprecian a los compatriotas suyos que tienen sangre mestiza, describiéndolos como “phlegmatic, sickly, morally weak, unambitious, inconstant, dirty, and dishonorable” (Solberg, Immigration 19).

Como se verá luego, Lillo va definitivamente en contra de estas ideas al defender a los mineros como moralmente superiores a los extranjeros que abusan de ellos.

Si bien el gobierno promociona la inmigración europea durante la segunda mitad del siglo XIX, los inmigrantes no llegan en las cantidades que se esperaban. Según

Collier y Sater, “relatively few immigrants actually came – between 1889 and 1907, for instance, only 55,000 arrived, while Argentina in the same period received well over 2 million” (172). Sin embargo, todavía logran obtener mucho peso económico. Por eso,

10 alrededor del final de ese período, la inmigración también empieza a perder apoyo popular, en particular entre la élite intelectual:

This shift in opinion, during which many authors who once had justified immigration began to reject it for nationalistic social philosophies, paralleled rapid social and economic change in Argentina and Chile. Aspects of this change, which alarmed many Argentine and Chilean creoles and forced them to re-examine the cosmopolitan ideology, included foreigners’ sudden accumulation of vast economic power and their rapid ascent into the middle class of society. (Solberg, Immigration 31-2)

Así se ve que, aunque no llegan en grandes números, los inmigrantes europeos tienen influencia y poder económico desproporcionados porque controlan grandes porciones de la industria minera y financiera, además de la transportación (Solberg, Immigration 41).

Por eso, los chilenos durante la década antes de la Primera Guerra Mundial empiezan a volver su mirada hacia lo propio y rechazar lo cosmopolita, igual a lo que pasa en

Argentina durante este mismo período. No obstante, al contrario de sus vecinos en que la

élite promueve el nacionalismo para conservar sus propios intereses, el nacionalismo chileno viene del descontento de la clase media y el rencor que le guarda al favoritismo que el gobierno le da al extranjero (Solberg, Immigration 171). Entre los grupos extranjeros que llegan, los ingleses juegan un papel de suma importancia no sólo en la historia de Chile, sino también en la obra de Lillo.

Según afirma Edmundson, es innegable que los británicos han jugado un papel clave en el desarrollo histórico de Chile: “The British have been involved at nearly every turn of events in Chilean history since the Spanish Conquest, and not as bystanders but as key players. This is no exaggeration” (Edmundson 1). Los británicos apoyan a los

11 revolucionarios durante las guerras de independencia, siendo esencial para el éxito de los colonos (Edmundson 57). Después de la independencia, la conexión británica sigue siendo fundamental para la naciente nación chilena, ya que durante los primeros años de la república, entre uno y dos tercios de todos los productos de exportación chilenos van a

Gran Bretaña y entre un tercio y la mitad de los artículos de importación chilenos vienen de allá (Collier y Sater 88). Además de su impacto económico e histórico, tienen un gran impacto social. Las primeras generaciones de inmigrantes británicos que llegan a Chile forman lazos muy fuertes con los ciudadanos chilenos, casándose entre sí (Edmundson

107). Los grupos que vienen más tarde suelen volver a Gran Bretaña después de corto periodo, pero siguen marcando el territorio chileno; en Valparaíso, tienen su propio distrito favorito, sus propias escuelas, sus propios periódicos, y ya para los 1860, su propio club de críquet (Collier y Sater 94).

Los ingleses, como ya se ha mencionado, ejercen su poder en varios sectores de la economía, pero son particularmente poderosos en la industria minera. En Chile, esta industria se divide en dos grandes zonas: el norte, con minas de nitrato, y el sur, con minas de carbón. Ya que Lillo es del sur y conoce esta zona, sus mineros son de las minas de carbón, en particular de ese gran centro de la zona minera del sur, Lota.6 La industria carbonífera tiene una historia larga en Chile, empezando con la primera mención escrita

6 De hecho, la novela que Lillo nunca logró terminar, La huelga, trataba de una huelga de los mineros de salitre en Iquique, en el norte de Chile. En una carta a Eduardo Barrios, Lillo dijo que no pudo terminar la novela porque no conocía esa zona lo suficiente para poder hacerlo. Le comentó, “‘No sé bastante de ese ambiente…No lo he asimilado como el de las minas de carbón’” (citado en Valenzuela, Cuatro 87). Así se ve que la experiencia propia es esencial para su producción literaria.

12 del carbón en 1557 (Edmundson 148). Tiene dificultades en establecerse por muchos años, puesto que se considera ser de menos calidad que el carbón británico, y no es hasta mediados del siglo XIX que llega a ser una industria importante.7 Sigue siendo reconocido como inferior al carbón británico, pero cuando se mezcla con el carbón importado, es ideal para las operaciones de fundición en el norte y viene a ocupar un sector importante en la economía chilena (Edmundson 150).

Desde sus inicios los ingleses ven en la minería grandes posibilidades de lucro, por eso llega un número considerable de ingenieros y gerentes británicos a trabajar en las minas en el sur de Chile (Edmundson 147). El “Padre del Carbón Chileno,” Matías

Cousiño, funda la Compañía de Lota en 1852 con un empresario británico y visita Gran

Bretaña para conocer sus prácticas de extracción (Edmundson 151). Además, casi todos los ingenieros y técnicos a quienes él y su socio contratan son británicos (Pavilack 31).

Un periodista norteamericano, Theodore Child, visita la región en 1891 y en un artículo para Harper’s Weekly comenta que, “With the exception of the manager of the maestranza, who is a German, the heads of the various departments at Lota are all

English; several of them, it is true, born in Chili [sic], but still English in language, habits, and genius” (Child 118). Child también describe la situación de los obreros mineros en términos muy positivos, pero como afirma Alegría, “Ese mundo minero, tal como lo conoció Baldomero Lillo, fue durante una época fuente de grandes riquezas, que

7 Charles Darwin, en sus viajes por Chile entre 1832 y 1836, conoció varias minas y declaró que el carbón chileno fue “unfit for industrial use” (Pavilack 36).

13 no siempre sirvieron para el progreso del país” (247).8 Hacia finales del siglo, ya se empieza a sentir esta falta de progreso para todos los sectores de la sociedad chilena y los cuerpos abusados expresan su descontento con el estatus quo. Cómo se verá, esta explotación del cuerpo nacional por los ingleses se manifiesta físicamente en los personajes de Sub terra.

Hacia 1890 empieza la primera ola de huelgas en la historia chilena, empezando en la puerta de Iquique en el norte y pasando a la pampa de nitrato, a Valparaíso, a

Concepción, y a las minas de Lota. En algunos casos, estas protestas son violentas:

“Where this labor unrest could not be contained by fraud (employers agreeing to terms and then disregarding them), it was repressed by soldiers and police, the bloodiest affray taking place in Valparaiso, where at least fifty people were killed” (Collier y Sater 152-

3). Para combatir el poder de la Compañía, los obreros empiezan a formar organizaciones laborales y políticas para defender sus derechos (Pavilack 5). Comparado con grupos similares de otros países, los obreros chilenos emergen como un grupo muy visible y bien organizado (Pavilack 41). Estos movimientos laborales se fueron incrementando con los años. Sólo en el año 1920, unos 50.000 obreros chilenos hacen huelga y son reprimidos con medidas violentas (Pavilack 43). Según Riz, las protestas mineras constituyen una

8 En su artículo, Child describe la situación de los obreros así: “The miners on the Lota establishment are well treated, and their lot is infinitely preferable to that of the average Chilian [sic ] workmen. The mines are well ventilated; all the machinery for mining and blowing is excellent; when the men are sick a fine and charmingly situated hospital is ready to receive them and treat them gratis; while besides the four government schools in Lota itself, there are two schools on the Cousiño estate, attended by some 200 children” (Child 118). Esta descripción directamente contradice lo que Lillo retrata en sus cuentos, pero no sorprende que un periodista norteamericano, invitado por los jefes de la compañía, tenga una perspectiva muy distinta de cualquier obrero chileno.

14 amenaza al sistema de dominación de la oligarquía nativa porque cuestionan el orden interno de la industria minera y representan el nacimiento de una conciencia proletaria que no había existido antes (36). Con toda esta turbulencia interna, no es de sorprender que su problemática llegue a la literatura.

Como los otros países de Latinoamérica, la literatura chilena del siglo XIX se ve muy influida por la europea. La corriente del realismo tiene fuerza particular en Chile:

“Los focos más activos del realismo se producen en México y en Argentina, mientras el más temprano y duradero fue el chileno, que se convertirá en una verdadera tradición literaria nacional” (Oviedo 145). En contraste con el realismo, el naturalismo tiene una llegada relativamente tardía a Chile: “By 1880, we find examples of the naturalistic novel in Argentina; and, in the same year, in Peru and Mexico. Other countries were not far behind. In Chile it was necessary to wait some fifteen to twenty years before the popularity of the French contribution was clearly recognizable” (Smith 556). Sin embargo, cuando llega y se combina con la influencia del realismo, los escritores empiezan a mirar hacia lo más cercano y lo propio, y de allí viene la producción de autores como Lillo y Federico Gana, entre otros (Espinosa Hernández 128).

Además de las influencias europeas, la literatura se beneficia de grandes cambios culturales, como el fuerte proceso de alfabetización y escolarización que ocurre durante las primeras décadas del siglo XX que “provoca un giro radical en las preocupaciones estético-literarias, siendo la observación y el análisis de lo propio lo que se impone como tarea fundamental” (Espinosa Hernández 127). Con este análisis de lo propio viene una mirada hacia el campo que no había aparecido antes: “Sólo después de 1900, el campo

15 adquiere vitalidad literaria por sí mismo, como naturaleza y conformador de vida, aislado de la ciudad” (Subercaseaux 6). Esto surge como una reacción de la generación del 900 contra la decadencia que se percibe en la literatura del fin de siècle, creando más interés en temas nacionales, en particular el campo y sus habitantes (Smith 553). Además, la industria minera es de importancia particular para este grupo, porque uno de los factores que permite la aparición de esta generación es el cambio producido por los auges en las industrias mineras y la nivelación social que los acompaña (Smith 552).

Este grupo, al cual pertenece Lillo, ejerce una influencia importante sobre él.

Cómo ya se ha mencionado, Lillo conoce a estos escritores a través de su hermano

Samuel, y ellos, igual a él, “se inspiraron en los realistas rusos y españoles, en Zola y en

Maupassant. La mayor parte de ellos provenía de provincias, de familias de pequeños propietarios que comenzaban a formar la futura clase media de Chile” (Schlickers, El lado 314). Ellos también se caracterizan por ser socialistas y anticlericales y, a pesar de que Lillo era contemporáneo de ellos y estaba de acuerdo con la mayoría de sus ideas,

“no participó en actividades sociales o políticas. En sus escritos Baldomero se limitó a describir lo que había visto sin inyectar en ellas la pasión política que constituyó la preocupación dominante de sus contemporáneos” (Valenzuela, Cuatro 73-4). No obstante, todos ellos juntos forman parte del llamado “literature of national decline”

(Collier y Sater 184). Según Collier y Sater, una de las virtudes de esta literatura es la creencia en los méritos de lo autóctono y en el potencial de los chilenos cotidianos:

“Given the right measures, it was held, this potential could reverse the national decline”

(185). Según Smith, este movimiento ocurre no sólo en Chile sino en toda Latinoamérica,

16 pero sostiene que “What was outstanding in Chile was the uniformity of effect, and the tenacity with which this insistence on the national theme was to take hold” (554), notando que el éxito de la difusión de estas ideas se debe a la prensa, en particular las revistas literarias y los periódicos (555).

Además de la influencia de sus coetáneos literarios, se sabe que Lillo leyó a autores españoles (como Pérez-Galdos), rusos (como Dostoievski), y franceses (como

Maupassant), pero ninguno de ellos ejerció más influencia sobre él que la obra del francés Emile Zola (Soto 3). Chavarri apunta la influencia de una obra particular, diciendo que “casi se puede decir que la mayor influencia que tuvo fue de

Emilio Zola” (8). Debido a la influencia de Zola, el naturalismo de Lillo comparte muchas características con la obra del autor francés, en particular el determinismo y la importancia de la herencia y el ambiente: “Lillo, como Zola, se daba cuenta de que el minero y sus problemas eran productos directos del ambiente local, y, por consiguiente, su punto de vista estaba saturado de un pesimismo natural” (Chavarri 8). Esta perspectiva es bastante novedosa porque, “Hasta esa fecha se leía en Chile […] libros sobre los problemas sociales de otros países, sin embargo nadie se había fijado en las cuestiones de esta índole existentes en la propia nación” (Valenzuela, Cuatro 74-5). A pesar de compartir muchos rasgos con la obra zolana, a Lillo le falta el rigor científico que caracteriza la obra de Zola y de los otros autores estudiados aquí, pero no se puede negar que el determinismo zolano es un rasgo fundamental en su obra.9

9 Schlickers arguye, “Puede concluirse que los cuentos de Lillo, que carecen también de cualquier pretensión científica, son realistas” (El lado 317). Sin embargo, ella

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Como el título sugiere y hemos implicado antes, la colección Sub terra se trata de la industria carbonífera chilena desde la perspectiva de los mineros y las personas a su alrededor. Marca una transición importante en la narrativa chilena al tratar un grupo y un paisaje nunca antes visto: los mineros campesinos. En contraste con los personajes de

Zola, los de Lillo son “distintos mineros desindividualizados” que sirven para retratar “la miseria social y la explotación laboral” (Schlickers, El lado 315) no sólo de los obreros pobres e impotentes, sino del cuerpo nacional chileno en sí. Sin embargo, según

Subercaseaux, “El ingrediente naturalista implica que los distintos personajes no son sólo importantes como individuos sino que están espacializados y representan sectores de la sociedad” (15). Yo arguyo que van más allá de representar sectores de la sociedad: representan el cuerpo nacional chileno y su explotación a manos de capitalistas ingleses que se aprovechan de ello y lo dejan gastado e infértil, incapaz de mantener a sus hijos.

Según Spicer-Escalante, Lillo es importante en la narrativa chilena por “la representación figurada de la nación chilena moderna que ofrece y el contradiscurso crítico que ésta encierra en relación con el discurso progresista del liberalismo” (66). Él arguye que el relato es parte de la tradición chilena de fusionar arte con política, y afirma que es una alegoría de la nación chilena moderna (67). Yo arguyo que esa alegoría aparece representada en la forma de un cuerpo nacional prostituido a los intereses extranjeros, y, similar a lo que se verá en el caso de Viana y Ugarte, Lillo demuestra en

ignora que la pretensión científica no es la única característica importante para las obras naturalistas. La obra de Lillo demuestra además el determinismo, la deshumanización de sus personajes, y la falta de diálogo que caracterizan los cuentos naturalistas.

18 esta colección de cuentos que no todo el progreso es positivo: “Es decir, el progreso que acompaña la llegada de la modernidad es material; el progreso engendra, en realidad, lo que se puede percibir como una divisiva perversión del ethos nacional, lo cual genera un estado de ruptura en la sociedad chilena finisecular” (Spicer-Escalante 69). Aunque muchos críticos arguyen que Lillo no es un autor político, Spicer-Escalante nota que,

“Ante este estado de ruptura que produce la creciente polarización social de Chile, entonces, la pluma del escritor se torna en arma predilecta de la militancia, y la literatura, una declaración de guerra contra la hegemonía burguesa capitalista” (69). Una burguesía que a través de la venta y tráfico de sus recursos naturales permite la violación virginal del cuerpo nacional por parte de intereses extranjeros.

Como parte de esta discursividad, Lillo emplea varias técnicas literarias que proceden del naturalismo. Recordando las teorías de José Ramos, el cuento naturalista “se caracteriza por tres aspectos predominantes: la descripción de situaciones y ámbitos totalmente degradados e inevitables, los personajes deshumanizados que reaccionan bajo estas condiciones y los diálogos limitados” (335). En los cuentos que se verán aquí, los personajes trabajan en un mundo subterráneo que se caracteriza como un “monstruo” que devora a los mineros o un infierno en que se entierran vivos, pero es un infierno creado por las compañías extranjeras. También los personajes son físicamente degradados y todos conducidos a acciones extremas, sea la abuela en “El registro” que compra mate ilícitamente o el hijo en “El Chiflón del Diablo” que acepta un puesto suicida a pesar del impacto emocional que tendrá en su madre. Además, en contraste con los cuentos de

Viana en que se verá el habla nacional retratado fielmente, hay muy poca importancia

19 otorgada al diálogo en los cuentos de Lillo: “El cuentista no usa los regionalismos o coloquialismos del habla popular en las conversaciones de sus personajes. Puesto que el diálogo parco de los cuentos no es del todo verosímil, no se les puede clasificar como completamente realistas” (José Ramos 338). Lo que sí es cierto es que Lillo sigue el modelo zolano en mostrar el determinismo, en este caso la “subordinación predestinada del minero ante la autoridad extranjera y déspota” (José Ramos 338), la cual se convierte en una critica de la explotación del cuerpo nacional hecha por los empresarios ingleses.

En este análisis se examinarán cinco cuentos de Sub terra. Los dos primeros relatos, “El registro” y “El pago”, muestran las injusticias económicas que la compañía les impone a sus obreros. En el primero, vemos a una mujer anciana convertida en criminal por el simple deseo de comprar mate de buena calidad fuera de la tienda de la compañía. El segundo se enfoca en el día del pago de la compañía minera, yuxtaponiendo descripciones físicas de las familias mineras y los capataces para hacer hincapié en el sufrimiento de la familia minera y la corrupción de los jefes de la compañía. En contraste con los otros cuentos, casi toda la acción ocurre alrededor de la mina en vez de en el interior de ella y así se puede ver cómo la compañía explota cada especto de las vidas de los mineros. Después de eso, bajamos al interior de la mina con “El Chiflón del Diablo” y

“El grisú,” dos cuentos en que se observan directamente las condiciones terribles bajo las cuales trabajan estos obreros, con los dos cuentos acabando con tragedias violentas cuando el entierro figurativo se convierte en un entierro real. El último relato, “La compuerta número 12,” es quizás el cuento más chocante de la colección, famoso por los horrores que pasa un niño de ocho años obligado a trabajar en la mina.

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El conjunto de estos cuentos sirve para dar una idea fiel de la crítica social que

Lillo hace en Sub terra y para demostrar que el cuerpo minero no sólo es importante como espacio, sino que se alude además al cuerpo nacional explotado y abusado. Es el nexo de las relaciones de poder y, en el proyecto liberal fracasado, es el sitio del abuso y la explotación. Se verá esto mayormente a partir de tres métodos empleados por los explotadores: privación, vigilancia, y, cuando éstos no producen el resultado óptimo, castigo corporal. Lo fundamental es el control del cuerpo y, cuando éste intenta sublevarse, se recurre al castigo. Sin embargo, como se observará, el castigo casi nunca corresponde con el crimen, y muchas veces los chilenos son castigados y abusados sin haber cometido ningún crimen, en una continuación constante del abuso y violación que los ingleses le hacen al cuerpo nacional chileno.

La explotación económica

En los dos cuentos “El registro” y “El pago”, se ve explícitamente el control económico que la compañía minera ejerce sobre sus empleados no sólo al pagarles poco, sino también al controlar todas las transacciones económicas posibles: les da el dinero a los mineros y también les dice dónde lo pueden gastar. En estos cuentos y los que siguen, se verán las características y propósitos del proyecto liberal en Chile, usando las teorías de Beatriz González Stephan y Michel Foucault sobre el cuerpo y la vigilancia, y volviendo a las ideas de J.P. Spicer-Escalante para explorar el proyecto contradiscursivo de Lillo.

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“El registro”

El primer cuento que se analiza, “El registro”, es el único cuento seleccionado que no aparece en la edición original de la colección; fue añadido con cuatro cuentos más en la segunda edición, publicada en 1917. Aunque su enfoque se desvía un poco del resto de la colección al no mostrar al minero directamente, demuestra una faceta interesante de la vida de la industria minera, ejemplificando claramente cómo se puede ver la Compañía como un microcosmos de la nación. En este relato breve, una abuela es conducida a un acto criminal por la Compañía. La protagonista sale del pueblo para comprar hierba para el té en otro lugar que no es la tienda de la Compañía. Ella camina una legua y media, una distancia “larga, muy larga para sus pobres y débiles piernas, pero la recorrió sin grandes fatigas gracias a la suave temperatura y la excitación nerviosa que la poseía”

(Lillo 131). La mayoría del relato describe esta excitación nerviosa de ella y la anticipación de saborear una bebida tan deliciosa. Sin embargo, como el resto de los cuentos de la colección, no hay la posibilidad de un final feliz. Antes de que ella pueda gozar del té, el jefe del despacho, su dependiente, y dos celadores entran en su casa para buscar el contrabando. Cuando lo encuentran, el jefe le muestra su “caridad” a la señora, porque no la echa de su casa como le corresponde, y ella es tan agradecida que no sabe qué hacer: “Su pecho desbordaba henchido de gratitud por la bondad del patrón y hubiera caído de rodillas a sus plantas si la sorpresa y el temor no la hubiese paralizado” (Lillo

134).

Igual a los otros cuentos de esta investigación, el tratamiento del cuerpo es significativo porque sirve para demostrar los excesos de placeres que experimentan los

22 ingleses obesos contrapuesto con la privación que sienten los chilenos, aquí en la figura de la abuela. En los cuentos que se verán más adelante, también se observan los cuerpos embrutecidos de los obreros, pero en éste, se observa muy de cerca cómo la mina les afecta también a los que no trabajan en ella. En el primer párrafo del relato, se yuxtaponen claramente la hostilidad del paisaje, la impotencia de la abuela, y la omnipotencia de la Compañía, los tres elementos claves del cuento y de la colección:

La mañana es fría, nebulosa, una fina llovizna empapa los achaparrados matorrales de viejos boldos y litres raquíticos. La abuela, con la falda arremangada y los pies descalzos, camina a toda prisa por el angosto sendero, evitando en lo posible el roce de las ramas de las cuales se escurren gruesos goterones que horadan el suelo blando y esponjoso del atajo. Aquella senda es un camino poco frecuentado y solitario que, desviándose de la negra carretera, conduce a una pequeña población distante legua y media del poderoso establecimiento carbonífero, cuyas construcciones aparecen de cuando en cuando entre los claros del bosque allá en la lejanía borrosa del horizonte. (Lillo 127)

Aquí, como mencioné, se observan los tres personajes principales: la naturaleza, la mujer, y la compañía. La naturaleza parece ser contradictoria: se presenta con una llovizna y nubes, dos símbolos clásicos de la fertilidad (Cirlot 300, 339), pero éstos se yuxtaponen con la flora vieja y raquítica. Además, es significativo que entre las primeras plantas que se mencionan son los boldos y los litres, dos ejemplos de la flora originaria de Chile para dar a la descripción más autenticidad. Más adelante, se describe el paisaje así: “La llanura arenosa y estéril estaba desierta” (Lillo 128). Esto es un elemento que se repite en los otros relatos aquí, y es importante porque, como se verá con los otros autores, el ambiente es una de las cosas que más influye en la vida de una persona, junto a la herencia. En el caso de Sub terra, la naturaleza es casi descrita como seca, estéril, y hostil, agotada por

23 los ingleses e incapaz de ofrecerles más opciones a los obreros. Su única manera de ganarse la vida es bajar a trabajar en las minas.

La llanura desierta y vieja es también una reflección del cuerpo de la abuela. Esta conexión entre las madres y el cuerpo nacional es algo que se repite en varios de los cuentos. Más adelante, se describe su cuerpo en mayor detalle: “La abuela es de corta estatura, delgada, seca. Su rostro lleno de arrugas con ojos oscuros y tristes, tiene una expresión humilde, resignada. Parece muy inquieta y recelosa y a medida que los árboles disminuyen se hace más visible su temor y sobresalto” (128). Así se ve que la misma flora originaria de Chile refleja el cuerpo también viejo y raquítico de la abuela, siendo ella la encarnación de los males físicos del cuerpo nacional. Igual a la llanura, el cuerpo de la abuela es víctima del descuido y del sufrimiento y, aunque no trabaja en la mina en sí, sufre los efectos de “esa insaciable devoradora de juventud: la mina, que, debajo de sus plantas, en el hondo de la tierra, extendía la negra red de sus pasadizos, infierno y osario de generaciones” (Lillo 132). Pero, es importante recordar que ese infierno y osario no es parte de la naturaleza: es un infierno creado por hombres extranjeros que penetran en las entrañas del cuerpo nacional y sacan lo que pueden para su propio beneficio. Por eso, hay que notar los paralelos entre los dos cuerpos: el cuerpo viejo y gastado de la abuela y el cuerpo infecundo y agotado de la nación. Después de tanta privación, la única pequeña felicidad que espera recibir es la de hierba: “A pesar del cansancio atroz de la larguísima caminata, experimentaba una dulce sensación de felicidad” (Lillo 131).

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Esto ejemplifica cómo la Compañía controla hasta el más mínimo placer del cuerpo porque, como ella bien sabe, “Existía también la prohibición estricta para todos los trabajadores de la mina de no comprar nada, ni provisiones, ni un alfiler, ni un pedazo de tela fuera del despacho de la Compañía” (Lillo 130). Sin embargo, la hierba que venden en el despacho “era tan mediocre y tenía tan mal gusto” mientras que “allá en el pueblo había una finísima, de hoja pura y tan aromática que con solo recordarla, se le hacía agua la boca” (Lillo 129). Entonces, no es sólo que la Compañía restringe dónde sus obreros pueden comprar sus provisiones, sino que también se les niega cosas de alta calidad. El pueblo no puede escapar la omnipresencia del “poderoso establecimiento carbonífero”.

La omnipresencia de la Compañía nos lleva a otro elemento esencial de este relato: la vigilancia. Es clave debido a que la vigilancia es una de las maneras fundamentales en que el Estado controla a sus ciudadanos. Así se establece un vínculo simbólico entre la Compañía y el Estado, y se demuestra al extremo que ha llegado el modelo liberal de la nación. Según Beatriz González Stephan, después de la Ilustración hay un cambio en términos de los castigos:

The new illustrated citizens of the republic regarded violence in prisons and in punishments as an excess of ‘instincts,’ a ‘savagery’ that needed to be tamed or preferably prevented by activating several control and subjection mechanisms that would oversee every retail of daily life, deploying a written system of ‘micropenalties’ that would watch each movement, gesture, and word, thus economizing strength through their docility and utility. (385)

Entonces, el proyecto liberal se caracteriza por su intento de “civilizar” la nación y crear algo culto de lo bárbaro; por eso, se tiene que vigilar todo para poder hacerlo más

25 eficiente para el progreso de la nación. Una de sus maneras de llevar a cabo este proyecto es clasificar y organizar todo, creando algo racional de lo caótico, y lo hace a través de varias estrategias: “It captures and settles the work force as it creates corporations, workshops, factories, and as it also recruits a labor force among the indigent. It regulates all movements” (González Stephan 387, énfasis mío).

Se observa esto en “El registro,” porque la mujer (nunca sabemos su nombre) es clasificada por la Compañía como una persona peligrosa por sus acciones no reguladas.

Ella no ha seguido las reglas, y por eso constituye un desafío al poder central. Lo interesante es que ella nunca piensa que lo que hace es un acto de rebelión. En vez de eso, se hace hincapié en el hecho de que ella es conducida a este acto por la extrema privación que experimenta: “Pero ¡cuán difícil le había sido hasta entonces procurarse la satisfacción de aquel apetito, su vicio, como ella decía; pues su nietecillo José, portero de la mina, ganaba tan poco…treinta centavos apenas, lo indispensable para no morirse de hambre. ¡Y era el chico su único trabajador!” (Lillo 129). Como muchos personajes en obras naturalistas, la abuela es conducida a esta acción aunque sabe que lo que está haciendo es ilegal. Esto le recuerda al lector del sistema penal que describe Foucault, en donde, “The body now serves as an instrument or intermediary: if one intervenes upon it to imprison it, or to make it work, it is in order to deprive the individual of a liberty that is regarded both as a right and as property. The body […] is caught up in a system of constraints and privations, obligations and prohibitions” (Discipline 11). Para los personajes de Sub terra, sus vidas son determinadas por privaciones, obligaciones y prohibiciones impuestas por el ambiente y la compañía minera.

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Aquí la abuela es víctima de la vigilancia extrema de los dueños de la mina, que a su vez son apoyados por el estado liberal. Según González Stephan, la meta del estado liberal moderno es buscar la prevención en vez del castigo al formar un cuerpo policial que se internaliza en cada individuo (389). Se ve que la abuela ha internalizado algo de esta represión, pero no toda, y por eso ella tiene que clasificarse como un individuo no civilizado, representando así “the anti-Law, the guilty body of a nonstate” (González

Stephan 396). Como indica González Stephan en este punto, el modelo liberal de la nación es uno de exclusión, no de inclusión, y como añade Spicer-Escalante, su base en el sistema capitalista permite la explotación de los que tienen menos poder. Por eso, él dice que el argumento de Lillo es el siguiente: “el discurso organizador liberal basado en el sistema capitalista que se utilizó para fundar la nación chilena moderna también produce la desigualdad innata que divide y destroza esa misma nación” (78). Como añade

Sedgwick, para Lillo, “la sociedad tiene solamente dos grupos: los explotadores y los explotados” (323) siendo los explotadores siempre los ingleses, y los explotados, los chilenos y, por extensión, la nación de Chile. Estas ideas se repiten de varias formas en todos los cuentos seleccionados.

Volviendo al tema del cuerpo, cuando los empleados de la Compañía descubren el contrabando en su casa, hay una contraposición del cuerpo de la mujer y la figura del jefe. Ella aparece: “Inmóvil, paralizada, miraba delante de sí con cara de idiota, y la boca entreabierta y la mandíbula caída revelaban el colmo de la sorpresa y del espanto. Le parecía que mientras su cuerpo se diluía, se achicaba hasta convertirse en algo pequeñísimo e impalpable” (Lillo 132, énfasis mío). En contraste, el jefe se describe así:

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“La imponente figura de aquel señor de barba rubia y retorcidos mostachos, envuelto en su lujoso abrigo, tomaba proporciones colosales, llenaba el cuarto, impidiendo toda tentativa para escurrirse y ocultarse” (Lillo 132). Así se ve que la mujer no es solamente más pequeña en términos de su presencia figurativa, sino que literalmente ella es muy pequeña y se achica aún más ante la “imponente figura” del jefe que parece ser un gigante. Obviamente se exageran ambas características para aumentar el efecto pero lo importante es el mensaje que se quiere llevar: la Compañía y los que la representan tienen todo el poder en esta situación y pueden controlar cada faceta de la vida de sus súbditos.

Además, es la primera vez que se observan dos detalles que se repetirán más tarde: la barba rubia, indicando que el hombre es inglés, y su lujoso abrigo, subrayando su estatus económico privilegiado en el sistema.

El acoso y la forma indigna en que es tratada la abuela parecerían corresponder a un crimen de primera magnitud, pero los lectores saben que su único crimen es comprar té en otro sitio, o sea, salir del sistema y así constituir una amenaza. Según Michel

Foucault, después de la Ilustración hay un cambio marcado en el tipo de castigo que los criminales reciben: “Punishment, then, will tend to become the most hidden part of the penal process. […I]ts effectiveness is seen as resulting from its inevitability, not from its visible intensity; it is the certainty of being punished and not the horrifying spectacle of public punishment that must discourage crime” (Discipline 9). A pesar de este cambio del castigo público a lo privado, el cuerpo sigue siendo el objeto central aquí:

Similarly, the hold on the body did not entirely disappear in the mid- nineteenth century. Punishment had no doubt ceased to be centred on torture as a technique of pain; it assumed as its principal object loss of

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wealth or rights. But a punishment like forced labour or even imprisonment –mere loss of liberty—has never functioned without a certain additional element of punishment that certainly concerns the body itself: rationing of food, sexual deprivation, corporal punishment, solitary confinement. (Foucault, Discipline 15-6)

En “El registro,” toda la acción gira alrededor de los cuerpos. El cuerpo de la mujer llega a ser un espacio castigado incluso antes de encontrar la prueba del contrabando, ya que los celadores tienen que registrar a la mujer para buscarlo: “Mientras los dos hombres cogían de los brazos a la anciana y la sostenían en pie, el jovencillo efectuó en un instante la odiosa operación” (Lillo 133). El narrador usa la palabra “odiosa” para no tener que nombrar lo innombrable: la violación de la intimidad de una anciana en manos de hombres extranjeros. El sentimiento de la injusticia de la situación llega a su colmo cuando el jefe le reprueba a la mujer, diciendo, “‘pues usted lo sabe muy bien, abuela, que comprar algo fuera del despacho es un robo que se hace a la Compañía. Por ahora y por ser la primera vez la perdono, pero para otra ocasión cumpliré estrictamente con mi deber. Quédese con Dios y pídale que le perdone este pecado tan deshonroso para sus canas’” (Lillo 134).

Según Sedgwick, en los cuentos de Lillo, “No hay caracterizaciones psicológicas.

Los tipos no tienen personalidad ni individualismo. Las descripciones son externas, físicas, y fisiológicas” (322). Representan tipos: la abuela representaría el cuerpo nacional explotado y violado metafóricamente, y el cuerpo del jefe representaría al explotador, o sea, a las compañías extranjeras apoyadas por el estado liberal. Por eso, las descripciones de los cuerpos son de suma importancia porque nos proveen la única información que tenemos para individualizar los personajes. En este caso, “El registro”

29 sirve para dar un primer indicio de la crítica que Lillo lanza hacia los intereses extranjeros y hacia esa burguesía capitalista que se vendió a ellos. Establece además algunos temas que se repitirán en los otros cuentos como la privación, la vigilancia, y el castigo. Este cuento establece también el tema de la maternidad encontrado también en varios cuentos: el sufrimiento de las madres frente al apuro de sus hijos refleja la impotencia del cuerpo nacional, siempre un cuerpo femenino, que después de ser violado, ya no puede cuidar a sus hijos.

“El pago”

Si en “El registro” toda la acción ocurre afuera de la mina, en “El pago” vemos lo que ocurre tanto adentro como afuera de ella. La primera mitad del cuento toma lugar adentro de la mina y es allí donde el lector puede observar el trabajo físico explotador de los mineros y compararlo luego con la poca recompensa que recibe el protagonista una vez que se encuentra fuera de ella. En el primer cuento nadie tiene nombre, mientras que aquí tenemos a Pedro María como protagonista, el único personaje importante con nombre en este relato. Al igual que los cuentos anteriores, el cuerpo de los personajes adquiere un gran protagonismo.

Como mencioné, este relato empieza en la mina y desde el primer párrafo se ve el trabajo agotador que hacen los mineros:

Pedro María, con las piernas encogidas, acostado sobre el lado derecho, trazaba a golpes de piqueta un corte de la parte baja de la vena. Aquella incisión que los barreteros llamaban circa alcanzaba ya treinta centímetros de profundidad, pero el agua que filtraba del techo y corría por el bloque llenaba el surco cada cinco minutos, obligando al minero a soltar la

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herramienta para extraer con ayuda de su gorra de cuero, aquel sucio y negro líquido que escurriéndose por debajo de su cuerpo, iba a formar grandes charcos en el fondo de la galería. (Lillo 57)

Desde el principio aquí se hace hincapié en las condiciones miserables en que trabajan los barreteros y cómo este trabajo es una especie de castigo. Más adelante, se aumenta el sentimiento de claustrofobia que se experimenta en la mina y cómo esto afecta la salud de los obreros. Pedro María dice, “La escasa ventilación aumentaba sus fatigas, el aire cargado de impureza, pesado, asfixiante, le producía ahogos y accesos de sofocación, y la altura de la labor, unos noventa centímetros escasos, sólo le permitía posturas incómodas y forzadas que concluían por entumecer sus miembros, ocasionándole dolores y calambres intolerables” (Lillo 58).

Entonces, esta labor no es sólo difícil y paga muy poco, sino también es muy incómoda para el cuerpo. Sin embargo, es llevada a cabo porque los obreros no tienen otras opciones y necesitan el dinero. Es como si se castigara el hecho de ser pobre; son las víctimas explotadas por el sistema capitalista. En el caso de Pedro María, trabaja a pesar de su fatiga y ahogos, a pesar de las dificultades y del lodo en que se hunde, porque es el último día de la quincena y está obsesionado con extraer el mayor número de carretillas posible, “y esa obsesión era tan poderosa, absorbía de tal modo sus facultades, que la tortura física le hacía el efecto de la espuela que desgarra los ijares de un caballo desbocado” (Lillo 58). Esta tortura física que sufre el protagonista para ganar más para su familia se menciona una y otra vez: “Un sudor copiosísimo empapaba su cuerpo, y el espeso polvo que se desprendía de la vena, mezclado con el aire que respiraba, se introducía en su garganta y pulmones produciéndole accesos de tos que desgarraban su

31 pecho dejándole sin aliento. Pero golpeaba, golpeaba sin cesar, encarnizándose contra aquel obstáculo que hubiera querido despedazar con sus uñas y sus dientes” (Lillo 59).

A pesar de necesitar el trabajo, Pedro María no tiene muchas esperanzas de seguir trabajando en la mina, no sólo porque es un trabajo peligroso y un alto porcentaje de obreros terminan perdiendo un brazo o una pierna, sino porque, como se vio con “El registro”, la mina es una devoradora de la juventud. En el caso de Pedro María, sólo tiene

“treinta y cinco años escasos, pero su rostro demacrado, sus ojos hundidos y su barba y su cabello entrecanos le hacían aparentar más de cincuenta” (Lillo 62). Además, para un minero ya es viejo: “Había ya empezado para él la época triste y temible en la que el minero ve debilitarse, junto con el vigor físico, el valor y las energías de su efímera juventud” (Lillo 62).

En este relato es interesante observar el cuerpo del obrero a través de la óptica de las teorías de Michel Foucault. Según Foucault, el cuerpo es el sitio de un nexo de relaciones de poder político y económico:

power relations have an immediate hold upon it; they invest it, mark it, train it, torture it, force it to carry out tasks, to perform ceremonies, to emit signs. This political investment of the body is bound up, in accordance with complex reciprocal relation, with its economic use; it is largely as a force of production that the body is invested with relations of power and domination; but, on the other hand, its constitution as labour power is possible only if it is caught up in a system of subjection (in which need is also a political instrument meticulously prepared, calculated and used); the body becomes a useful force only if it is both a productive body and a subjected body. (Discipline 25-6)

La biopolítica que describe Foucault establece un vínculo íntimo entre economía y política en cuanto a los cuerpos en lo que él llama “a mechanics of power”: “it defined

32 how one may have a hold over others’ bodies, not only so that they may do what one wishes, but so that they may operate as one wishes, with the techniques, the speed and the efficiency that one determines” (Foucault, Discipline 138). Esto es algo que se ve claramente en el caso de Pedro María, y que se verá en los otros cuentos, ya que su situación económica, impuesta por la Compañía y por el ambiente en donde vive, le obliga a esforzarse mucho para ganar muy poco. Además, aunque él no está literalmente encarcelado, se puede interpretar la mina “como una prisión para un castigo sin fin, como

[…] un infierno” (Durán Luzio 915-6).

Cuando Pedro María vuelve a su casa, se puede observar la miseria en la que vive su familia. Él entra y su mujer le explica que “esa noche tendría que acostarse sin cenar, pues el poco café que había lo destinaba para el día siguiente” (Lillo 60). No obstante, a pesar de todas esas miserias, Pedro María todavía guarda algo de esperanza y le contesta a su mujer así: “‘No importa, mujer, mañana es día de pago y se acabarán nuestras penas’” (Lillo 60). Esto podría interpretarse como un comentario irónico en otro contexto ya que es obvio que será despedido pronto del trabajo y un día de pago no puede salvarlos.

Al igual que ocurre en “El registro” los mineros aquí aparecen doblemente explotados, ya que ganan muy poco bajo condiciones terribles, y también les es obligatorio hacer su compra en la tienda de la mina: “pues en ese apartado lugarejo no existía otra tienda de provisiones que la de la Compañía, en donde todos estaban obligados a comprar mediante vales o fichas al portador” (Lillo 61). Además, le quitan del sueldo el valor del aceite y carbón que usan en la mina, las multas que tienen, y el

33 total de lo que consumen en el despacho (Lillo 63). Por eso, es casi imposible que los obreros puedan escapar de esta trampa diseñada con toda la intención de explotarlos.

Esto se evidencia en el caso concreto de Pedro María, quien luego de trabajar arduamente no recibe su pago porque el dependiente le dice que debe dinero al despacho.

Al recibir estas noticias, él no sabe cómo responder pero su mujer y sus hijos empiezan a llorar, lo que lo lleva a experimentar la situación horrible en la que se encuentra: “la vida se le apareció en ese instante con caracteres tan odiosos, que si hubiera encontrado un remedio rápido de librarse de ella lo habría adoptado sin vacilar” (Lillo 67). Así se observa la desesperación total que experimentan estos obreros; el entumecimiento es la

única reacción ante su dura realidad. Según Ruth Sedgwick, “El minero no sólo tiene mala salud, sino también un espíritu completamente embrutecido por el duro trabajo”

(322). Añadiría yo que sus espíritus son embrutecidos no sólo por el trabajo en sí, sino también por los chascos constantes que tienen que sufrir. Cada vez que tienen una gota de esperanza, esa gota se evapora ante la dura realidad de la Compañía. Según Valenzuela,

“Estos seres […] no tienen razón para existir. Se les ha despojado de todo el respeto que se merecen como criaturas humanas. Sus gritos pidiendo clemencia y justicia se pierden en la indiferencia de los amos, señores feudales, que han adquirido poder debido a la explotación de estos hombres olvidados” (Cuatro 78).

Según Espinosa Hernández, Pedro María es ejemplo de lo que se verá en los tres cuentos que estudiaremos: “Baldomero Lillo, con extrema crudeza, destaca la inútil pasividad de sus personajes masculinos” (130), contraponiendo esto a “el arrojo de las mujeres, o más bien, de la figura materna capaz de exteriorizar el dolor o llegar incluso al

34 suicidio ante la muerte del hijo” (131). Se puede interpretar esta pasividad de los personajes masculinos como una reflexión de la actitud laissez-faire de los burgueses chilenos que permiten a los ingleses hacer lo que quieran para su beneficio económico.

Sin embargo, la excesiva emoción tampoco es recomendable y otra vez, Lillo no provee ninguna solución a esta situación desesperada. En “El pago,” se yuxtaponen el entumecimiento del hombre con la excesiva emoción de la mujer y los niños. Como ya se mencionó, se destaca aquí la mala salud del obrero, pero también es importante mencionar que, como afirma Sedgwick, “Todos los personajes están en diferentes grados de mala salud” (322). Veamos ahora en detalle los cuerpos de los otros personajes explotados.

En la primera descripción que se lee de los hijos de Pedro María, llama la atención que no se describen como niños, sino como animales: “los dos chicos, un rapaz de cinco años y una criatura de ocho meses” (Lillo 61). Así se ve que tanto los hijos como su padre sufren de este embrutecimiento como consecuencia de la explotación de la

Compañía. La mujer sufre del mismo envejecimiento prematuro que caracteriza a su esposo: “De menos edad que su marido, estaba muy ajada y marchita por aquella vida de trabajos y de privaciones que la lactancia del pequeño había hecho más difícil y penosa”

(Lillo 62). La lactancia de los niños es una de las pocas maneras que tienen para ahorrar algo de comida, y ni siquiera logran tener lo suficiente para producir la leche, una de las características físicas más básicas de la maternidad. Más tarde se refiere a esto de nuevo, notando que el más pequeño, “aburrido de chupar el agotado seno de la madre se había puesto a llorar desesperadamente” (Lillo 64), y, en una última descripción de ellos, Pedro

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María observa desde lejos a su mujer e hijos, “cuyos harapos adheridos a sus carnes fláccidas les daban un aspecto más miserable aún” (Lillo 67). El narrador les da importancia particular a las características físicas de los miembros de la familia para subrayar su sufrimiento y también para reflejar el sufrimiento del cuerpo nacional materno que tampoco es capaz de “producir la leche” metafóricamente para sus hijos.

El último grupo de cuerpos que merece exploración aquí es el de los cuerpos de los explotadores. En este cuento no son tan presentes los explotadores extranjeros como en otros cuentos; sólo aparecen por sus partes y no por su totalidad, como cuando una mujer mira la ventanilla, “tras la cual se veían los rubios bigotes y las encarnadas mejillas del pagador” (Lillo 64). Aquí es importante destacar que el pagador es reducido a lo que son, para los propósitos del argumento del autor, sus dos características más importantes: bigotes rubios, indicando que es inglés aunque no se lo dice explícitamente, y sus encarnadas mejillas. Aunque ni el pagador ni los capataces son “el coloso” que apareció en “El registro”, su omnipotencia es aún más impresionante. Se observa el miedo que los obreros les tienen a los poderosos, porque no se atreven ni a tocar la ventanilla y “un

‘¡Retírate!’ imperioso de los capataces [les] hacía estirar la mano y coger las monedas con sus dedos temblorosos” (Lillo 63). Además, los obreros no sólo sufren de abusos verbales sino físicos también: “La joven quiso insistir, pero los capataces la arrastraron de allí y la empujaron violentamente fuera del círculo” (Lillo 65). Tratan a los obreros y a sus familias como animales, hasta gritarles, “‘¡Anda, bestia!’” (Lillo 66).

Como indica Sedgwick, el propósito de mostrar todo este sufrimiento e indignidad es “abrir los ojos de sus lectores a las grandes injusticias causadas por las compañías

36 explotadoras y sus crueles capataces e ingenieros,” culpando “a la indiferencia de la sociedad en general” (323). Al igual que la abuela en “El registro,” Pedro María y su familia experimentan brutalmente la privación impuesta por la Compañía y la desesperación que acompaña esta explotación sin salida creada por los explotadores ingleses y sus cómplices, los burgueses chilenos.

La mina devoradora y el suicidio

En contraste con la sección anterior, en los cuentos de esta sección las historias ocurren casi en su totalidad dentro de la mina. En “El Chiflón del Diablo,” se observa la relación entre la madre y el único hijo que le queda, y la desesperación de ella cuando lo pierde. En “El grisú”, se ve uno de los pocos intentos de sublevación en contra de los explotadores, pero con efectos catastróficos. Estos dos cuentos son los más violentos de la colección en términos de los destinos de los distintos personajes y los extremos a los cuales son conducidos.

“El Chiflón del Diablo”

“El Chiflón del Diablo”10 es el relato más estudiado de la colección, sin embargo, todavía no se ha estudiado con profundidad el tema del cuerpo en este cuento. Aunque no

10 El nombre de este relato se deriva del nombre de la mina epónima en Lota que, igual a la mina del cuento, tenía fama de ser extremadamente desagradable y peligrosa. El gobierno chileno la cerró en 1997 por sus condiciones terribles y luego se convirtió en un sitio turístico, abierta a visitas (Bennett). El 16 de enero de 2012, la Corporación Baldomero Lillo asumió el cargo de esta operación, según su sitio web Lota Sorprendente, “con el fin de conservar, restaurar y difundir el patrimonio”. Ahora niños

37 se ve aquí la expulsión del cuerpo foráneo como se verá con “El grisú”, se ve de forma clara la corrupción de los extranjeros y la destrucción de lo autóctono. Tomando las ideas de Spicer-Escalante como punto de partida, analizaré lo nacional y su relación con el cuerpo y cómo el cuerpo nacional agoniza, enterrado literalmente en la mina. En este relato, se cuenta la historia de un muchacho joven cuyo verdadero nombre nunca se sabe.

Él es conocido por su apodo: Cabeza de Cobre. Se describe así: “muchacho de veinte años escasos, pecoso, con una abundante cabellera rojiza, a la que debía el apodo de

Cabeza de Cobre, con que todo el mundo lo designaba, era de baja estatura, fuerte y robusto” (Lillo 69-70).11 En contraste con Pedro María, Cabeza de Cobre todavía está en la plenitud de su vida, lo que contrasta con la edad avanzada y la debilidad de su compañero de trabajo. Sin embargo, no importa si es joven o viejo, porque todos son igualmente explotados por los capataces. Cuando el empleado de la mina le explica a

Cabeza de Cobre y a su colega que tiene órdenes de “disminuir el personal” de su veta y que todas las otras vetas ya tienen personal de sobra, Cabeza de Cobre, mostrando su agudeza, se da cuenta muy rápidamente de lo que pasa, diciéndole al capataz, “‘Sea usted

sobre seis años pueden bajar a la mina por sólo 4.000 pesos chilenos, que son aproximadamente ocho dólares estadounidenses (Lota Sorprendente, “Horarios y valores”).

11 Según Rotella, el color de su pelo tiene un cargo simbólico importante también: “Somehow, the vitality, youthfulness, warmth, even lumi-nosity connoted by that vivid image, the redness of hair, of blood, of sun, of pulsating life and love above earth makes the young men’s walk into shadows and darkness even sadder and more pitiful, their doomed existence and final residence sub terra, their descent, into either a pagan Hades or a Christian hell, equally marked by a loss of light and beauty” (205).

38 franco, don Pedro, y díganos de una vez que quiere obligarnos a que vayamos a trabajar al Chiflón del Diablo’” (Lillo 70-1).

En la respuesta del capataz se ve la falta de libre albedrío que tienen los mineros, porque él les contesta, “‘Aquí no se obliga a nadie. Así como ustedes son libres de rechazar el trabajo que no les agrade, la Compañía, por su parte, está en su derecho para tomar las medidas que más convengan a sus intereses’” (Lillo 71). De esta manera se sintetizan las justificaciones que se hacen de este sistema terrible: no es injusto, porque no se obliga a nadie a aceptar este trabajo. Sin embargo, los mineros realmente no tienen ninguna otra opción y ellos mismos lo reconocen. En una de las expresiones más abiertas del determinismo de los relatos, el narrador resume la situación desesperada de los mineros:

Conocían la táctica y sabían de antemano el resultado de aquella escaramuza: Por lo demás estaban ya resueltos a seguir su destino. No había medio de evadirse. Entre morir de hambre o morir aplastado por un derrumbe, era preferible lo último: tenía la ventaja de la rapidez. ¿Y dónde ir? El invierno, el implacable enemigo de los desamparados, como un acreedor que cae sobre los haberes del insolvente sin darle tregua ni esperas, había despojado a la naturaleza de todas sus galas. El rayo tibio del sol, el esmaltado verdor de los campos, las alboradas de rosa y oro, el manto azul de los cielos, todo había sido arrebatado por aquel Shylock inexorable que, llevando en la diestra su inmensa talega, iba recogiendo en ella los tesoros de color y luz que encontraba al paso sobre la faz de la tierra. (Lillo 71-2)

Esta situación es la que comparten casi todos los mineros: trabajar bajo condiciones infrahumanas, o salir a una naturaleza afuera que es un “campo desolado” (Lillo 72) y no les ofrece ninguna solución. El narrador también describe el destino que les espera si no aceptan el trabajo, notando que, “En las chozas de los campesinos el hambre asomaba su

39 pálida faz a través de los rostros de sus habitantes, quienes se veían obligados a llamar a las puertas de los talleres y de las fábricas en busca del pedazo de pan que les negaba el mustio suelo de las campiñas exhaustas” (Lillo 72). Así se ve otra manera en que la

Compañía ejerce su control sutilmente; no les obliga a trabajar en el Chiflón del Diablo, pero tampoco tienen otra opción y los capataces saben eso y explotan la desesperación de los obreros.

El Chiflón del Diablo es descrito como un lugar infernal y, recordemos que es un infierno creado por explotadores ingleses que luego de crearlo, no le dan el mantenimiento requerido porque sale demasiado caro. Tiene una techumbre muy precaria por la roca porosa arriba y la falta de apoyo abajo: “Se revestía siempre, sí, pero con flojedad, economizando todo lo que se podía” (Lillo 73). Por eso, causa heridas y hasta muertes constantes, lo que hace que los obreros teman trabajar allí. Sin embargo: “la

Compañía venció muy luego su repugnancia con el cebo de unos cuantos centavos más en los salarios y la explotación de la nueva veta continuó” (Lillo 73). El incentivo de la

Compañía se debe a que la calidad del carbón extraído de esa veta es más alta que la de las otras vetas, “para desgracia de los mineros” (Lillo 73). Como nota Spicer-Escalante, la respuesta del empleado y la descripción del sitio sirven para dar una explicación de leyes intrínsecas del mercado laboral capitalista: “Éstas se basan en una interpretación liberal de la humanidad, donde todo está sujeto a una noción racionalizadora de los intereses individuales—de los obreros y de la ‘Compañía,’ que actúa como un individuo—y la maximización del bienestar material” (72). Aquí, se ha llevado la

40 maximización del bienestar material a su extremo, en detrimento de la humanidad. Los mineros arriesgan sus vidas diariamente, y a los ingleses sólo les importa el balance final.

A pesar de todo riesgo, Cabeza de Cobre acepta ese trabajo porque no tiene otras opciones. No obstante, no se lo dice a su madre, debido a que ella tiene terror de perder a su único hijo. Al final el destino se impone y Cabeza de Cobre muere el día siguiente en un accidente. Su madre, viendo el cadáver de su único lazo a este mundo, se suicida, desapareciendo en el abismo de la mina. Algunos segundos después, los habitantes del pueblo escuchan “el ruido sordo, lejano, casi imperceptible”, que “era el aliento del monstruo ahíto de sangre en el fondo de su cubil” (Lillo 82).

Como se mencionó antes, el determinismo es un rasgo predominante aquí. El mismo Cabeza de Cobre se resigna a su destino al mismo tiempo que no le da mucha importancia a las preocupaciones de su madre: “Con la despreocupación propia de la edad no daba gran importancia a los temores de la anciana. Fatalista, como todos sus camaradas, creía que era inútil tratar de sustraerse al destino que cada cual tenía de antemano designado” (Lillo 76). Por eso, y porque se insinúa el final desde el inicio del cuento con repetidas referencias a los efectos catastróficos de la mina, lo que le pasa a

Cabeza de Cobre no sorprende al lector. Se espera desde el principio que muera en la mina como sus parientes o salga mutilado como los “inválidos de la mina, los vencidos del trabajo. Muy pocos eran los que no estaban mutilados y que no carecían ya de un brazo o de una pierna” (Lillo 77). Es indudable que la mina ya ha marcado su cuerpo y continuará marcándolo de una manera u otra.

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En contraste con Cabeza de Cobre y los otros personajes, “human wrecks who have been reduced to a kind of vegetable life” (Franco 183), los ingleses aparecen explícitamente aquí con fisionomía y psicología opuestas a las de los mineros: “uno de los ingenieros, un inglés corpulento, de patillas rojas, y con la indiferencia que da la costumbre, paseó una mirada sobre aquella escena” (Lillo 79). Es pelirrojo igual al protagonista, pero allí terminan las similitudes, porque el inglés se define sólo por dos características: la corpulencia, símbolo de su lugar privilegiado en la jerarquía minera porque no carece de nada, y la indiferencia frente a la situación apremiante de los mineros. Los ingleses también vienen a representar la idea social-darwinista que “los propietarios de las minas se comen a los trabajadores. […] Los propietarios no son representados […] como moralmente superiores, sino que ejercen actos violentos e injustos, cuidando sólo sus intereses capitalistas” (Schlickers, El lado 315-6).

El ingeniero inglés, entonces, es el agente explotador y, por extensión, representa los intereses extranjeros, convirtiéndose en “emblemático violador de las riquezas naturales chilenas, no el paradigma del desarrollo capitalista”, siendo las víctimas los mineros y la misma tierra chilena, “la cual el autor describe como matricida bestial, que al fin de cuentas consume a sus propios hijos, como en el caso del Chiflón del Diablo”

(Spicer-Escalante 77-8). Por eso, se puede observar la teoría de Spicer-Escalante de que este cuento sirve para desmitificar el mecanismo capitalista de producción y “denunciar los abusos llevados a cabo por los dueños de los medios de producción en contra de los mineros” (73). Para Spicer-Escalante, Lillo indica que las raíces de la miseria de los mineros residen en el sistema capitalista en sí,

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producto del liberalismo decimonónico, cuya extensión llega a nuestra actualidad. Así, el autor convierte su texto literario en un importante texto social que presenta su ideario contradiscursivo el cual se opone al discurso organizador del liberalismo. A través del uso de esta forma de la alegoría en particular […] Lillo muestra, pues, que el sistema capitalista deshumaniza a los seres humanos. (77)

Según Spicer-Escalante, el proyecto de Lillo es enfrentar el proceso de deshumanización capitalista a través de “un proceso de humanización literaria” (78), en particular de los dos personajes de Cabeza de Cobre, y aún más importante, en la “extendida descripción pseudohagiográfica de la matrona,” María de los Ángeles (74). Yo arguyo, por otro lado, que su obra sirve para mostrar el cuerpo nacional chileno representado en una virgen violada por el extranjero y posteriormente prostituida por el estado chileno para ‘disfrute’ de los intereses capitalistas extranjeros.

Si el ingeniero inglés viene a representar todos los intereses capitalistas extranjeros, un contrapunto de él sería María de los Ángeles, quien encarna todos los horrores constantes que sienten los nacionales, representados en los mineros (Bolden

381). María de los Ángeles es otra víctima del sistema minero. Físicamente, ella es descrita como “una mujer alta, delgada, de cabellos blancos. Su rostro muy pálido tenía una expresión resignada y dulce que hacía más suave aún el brillo de sus ojos húmedos, donde las lágrimas parecían estar siempre prontas a resbalar” (Lillo 74). Ella representa el producto lógico del sistema minero:

Hija y madre de mineros, terribles desgracias la habían envejecido prematuramente. Su marido y dos hijos muertos unos tras otros por los hundimientos y las explosiones del grisú, fueron el tributo que los suyos habían pagado a la insaciable avidez de la mina. Sólo le restaba aquel muchacho por quien su corazón, joven aún, pesaba en continuo sobresalto. Siempre temerosa de una desgracia, su imaginación no se apartaba un

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instante de las tinieblas del manto carbonífero que absorbía aquella existencia que era su único bien, el único lazo que la sujetaba a la vida. (Lillo 74)

Así se ve cómo los explotadores ingleses y el sistema creado por ellos han ido destruyendo poco a poco el espíritu de esta mujer hasta dejarla despojada de su familia, con un solo hijo. Por eso, cuando se muere su último hijo, ella parece perder por completo su espíritu: “hizo un esfuerzo sobrehumano para abalanzarse sobre el muerto; pero apretada contra la barrera sólo pudo mover los brazos en tanto que un sonido inarticulado brotaba su garganta” (Lillo 81). Y, como última reacción a esta tragedia, ella se suicida en la mina, completando el ciclo trágico de toda familia minera.

Según Gehrig, el horror inicial del lector ante el suicido de la madre muy pronto se convierte en piedad y luego en indignación, porque se da cuenta de que el sufrimiento de ella y su familia fue innecesario: “If she and her family had been permitted to live in more humane, less bestial conditions, their human dignity could have been retained; instead, they toil for the benefit of an avaricious, careless foreigner intent on exploiting the entire community” (160, énfasis mío). Por eso, María de los Ángeles representa aquí todo ese sector de la sociedad afectada y explotada por la compañía minera y, por extensión, el cuerpo nacional abusado y explotado para el beneficio de otro, que sólo sirve como un útero reproductor de víctimas que a su vez son explotados por el “otro”.

Como explica Bolden, “In one way or another all of the miners and their families are victims of the horrific conditions of the mine. From the very young to the very old, all are caught in the mine’s monstrous embrace. All consequently endure various kinds of

44 entrapment” (380). No hay escapatoria posible, y el destino de todos está marcado por un sistema que los explota y luego los desecha a su suerte.

Lillo contrapone a los explotados y los explotadores para demostrar la situación apremiante de los mineros y la explotación horrible practicada por los intereses extranjeros, y a la vez mostrar cómo esta explotación se extiende a la explotación del cuerpo nacional. Sin embargo, lo hace sin ofrecer ninguna solución. Como se verá en el próximo cuento, ni la rebelión contra los ingleses es una opción viable para los chilenos.

“El grisú”

“El grisú” es el cuento en que se ve más claramente la división entre los explotados y los explotadores. Es uno de los pocos cuentos en que los mineros se vengan de sus explotadores extranjeros, pero para poder lograrlo recurren a la autodestrucción.

En el cuento la nación aparece explotada por elementos extranjeros y se promueve claramente la expulsión de todo cuerpo foráneo; sin embargo, esta expulsión conlleva la destrucción del cuerpo nacional también, ejemplificando la tendencia naturalista de diagnosticar los males sin prescribir soluciones asequibles. Además es el relato más largo de los cinco, y por lo tanto se puede observar una serie de interacciones a partir de las cuales se obtiene una mayor caracterización del explotador inglés, en ese caso Míster

Davis.

En “El grisú,” hay también un cambio de perspectiva. En vez de observar todo desde el punto de vista de uno de los mineros o sus familiares, aquí vemos todo desde la perspectiva del jefe. Para él, los obreros son bestias perezosas que son al mismo tiempo la

45 fuente de su riqueza y el obstáculo para obtenerla. A partir de una serie de interacciones entre él y varios obreros, Míster Davis demuestra su carácter puramente capitalista, sólo interesado en la producción y el dinero. Se observa esto desde la primera descripción de

él:

Míster Davis, el ingeniero jefe, un tanto obeso, alto, fuerte, de rubicunda fisonomía en la que el whiski había estampado su sello característico, inspiraba a los mineros un temor y respeto casi supersticioso. Duro e inflexible, su trato con el obrero desconocía la piedad y en su orgullo de raza consideraba la vida de aquellos seres como una cosa indigna de la atención de un gentleman que rugía de cólera si su caballo o su perro eran víctimas de la más mínima omisión en los cuidados que demandaban sus preciosas existencias. (Lillo 34)

Aquí se ve la contradicción inherente en el carácter de Míster Davis: es un hombre a quien le gusta demasiado el whiski y otros placeres corporales y trata a los obreros como animales, a la vez que protege y se preocupa por sus propios animales.

Todas sus interacciones con los obreros siguen el mismo patrón: el obrero pide algo lógico—usualmente el dinero suficiente para ganarse la vida—y el ingeniero no sólo rehúye dárselo sino que además castiga a la persona que tenga la osadía de pedírselo:

“Indignábale como una rebelión la más tímida protesta de esos pobres diablos y su pasividad de bestias le parecía un deber cuyo olvido debía castigarse severamente” (Lillo

34). Además, este patrón es muy conocido por los obreros, porque su “irritabilidad se traducía en la aplicación de castigos y de multas que caían indistintamente sobre grandes y pequeños, y su presencia anunciada por la blanca luz de su linterna era más temida en la mina que los hundimientos y las explosiones del grisú” (Lillo 34). Así se ve que, además del terror diario de trabajar en este espacio infernal, los obreros perciben al ingeniero

46 como si fuera la amenaza más grande a sus vidas. Entonces, en “El grisú,” la fuerza destructora de la mina ha sido substituida por la de su creador: el inglés destructor.

Además, todos tienen miedo de la vigilancia de él y el castigo que suele acompañarla.

Lillo, como en otras ocasiones, marca las diferencias entre los ingleses, en este caso el ingeniero, y los obreros. Vimos arriba que el ingeniero es obeso, alto, fuerte, y rubicundo. En cambio, el capataz, un chileno y su segundo, es “un hombrecillo flaco cuyo rostro rapado, de pómulos salientes, revelaba firmeza y astucia” (Lillo 33). Hay una clara diferencia entre estos dos cuerpos: Míster Davis es obeso y una figura más grande que la vida, que tiene todo el poder en esta situación y sabe ejercerlo. A pesar de ser un solo hombre, tiene un control desproporcionado, representando a los ingleses que, aunque no son muy numerosos, tienen muchísimo poder en Chile. En contraste, el capataz es flaco, “un hombrecillo” que disminuye aún más ante la presencia de este hombre tan poderoso. Él podría representar los burgueses chilenos que también están en un lugar privilegiado pero que son incapaces de desafiar a los ingleses. Sin embargo, aunque es más débil, es a la vez un personaje más simpático que, a pesar de trabajar para la administración, no está de acuerdo con todos los actos que cometen. Por ejemplo, cuando

Míster Davis despide a uno de los empleados y quiere echar a su familia de su casa, el capataz le dice, “‘sólo tiene madre y tres hermanos pequeños: el padre murió aplastado por un derrumbe cuando empezaron los trabajos del nuevo chiflón. Era un buen obrero’ añadió, tratando de atenuar la falta del hijo con el mérito del padre” (Lillo 37). Sin embargo, no le puede convencer y Míster Davis da órdenes para que dejen la habitación inmediatamente, mostrando que él siempre tiene más poder que los demás y el control en

47 cualquier situación. Por eso, si el capataz representa a los burgueses y tiene ganas de mejorar la situación de los obreros, es obvio que, aunque es cómplice, el verdadero villano es el inglés.

Además de la distinción física entre Míster Davis y el capataz, hay otras diferencias entre el ingeniero y los obreros. Cuando Míster Davis entra en la galería, observa a los obreros: “Por todas partes se trabajaba con febril actividad: los barreteros con el cuerpo encogido, doblado a veces en posturas inverosímiles” (Lillo 34). Hay un obrero en particular que llama la atención: “Este último daba grandes muestras de cansancio: el cuerpo inundado de sudor y la expresión angustiosa de su semblante revelaban la fatiga de un esfuerzo muscular excesivo. Su pecho se henchía y deprimía como un fuelle a impulso de su agitada respiración que se escapaba por la boca entreabierta apresurada y anhelante” (Lillo 35). Sin embargo, este trabajo no es suficiente para Míster Davis porque, cuando el cansancio le vence al obrero, Míster Davis le grita y le da golpes con una vara de hierro (Lillo 36). Entonces, además de los efectos corporales de trabajar en la mina en posturas incómodas, aquí se observan otras maneras de control físico y castigo corporal y otro ejemplo de la explotación del cuerpo nacional por parte del cuerpo extranjero. Aquí “el civilizado,” el ingeniero inglés, es el más bárbaro de todos, recurriendo a castigos públicos y brutales.

Otra diferencia física se nota en términos de la limpieza del ingeniero. Es muy común en estos cuentos a ver a los mineros cubiertos de lodo todo el tiempo, pero el cuerpo de Míster Davis aparece siempre descrito como muy limpio. Sin embargo, una vez baja a las profundidades de la mina, se observan cambios:

48

Los pantalones en las rodillas ostentaban grandes placas de barro y sus manos, ordinariamente tan blancas y cuidadas, eran las de un carbonero. No cabía duda, había tropezado y caído más de una vez. Además en su abollado sombrero veíanse manchas de hollín que el humo de las lámparas deposita en la techumbre de los túneles, lo que indicaba que su cabeza había comprobado prácticamente la solidez de aquellos revestimientos que tan frágiles le habían parecido. (Lillo 40)

Morales arguye que la suciedad de sus manos en esta escena señala “la verdadera naturaleza de su alma: un alma sucia y negra, diabólica” (74). Además, podría sugerir que está empezando a perder el control. Como veremos, poco a poco la mina empezará a cubrir su cuerpo y al final lo devorará completamente.

Sin embargo, aunque el ingeniero sufre estas indignidades en la mina, no podemos compararlo con la violencia y el sufrimiento de los mineros. El cuerpo de un minero es descrito como “bajo de estatura, de pecho hundido y puntiagudos hombros”

(Lillo 41) que además tiene una herida grave en su brazo: “arrancando de un tirón la manga de la blusa mostró el brazo izquierdo envuelto en sucios vendajes que apartó con violencia, quedando al descubierto un profundo desgarrón que iba de la clavícula hasta el antebrazo” (Lillo 43-4). Este minero sirve como un ejemplo de lo que les pasa diariamente a estos obreros. Pero, a pesar de todas sus miserias, los mineros no pueden rebelarse contra la autoridad porque “era tal el temor que la inspiraba la figura irritada e imponente del amo y tal el dominio que su autoridad todopoderosa ejercía en sus pobres espíritus envilecidos por tantos años de servidumbre, que nadie hizo un además ni dejó escapar la menor protesta” (Lillo 43). Como dice Subercaseaux, “En [los cuentos de

Lillo] aparecen patrones explotadores y obreros incapaces de combatir esa explotación.

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El pesimismo determinista es clave. De allí que la transformación revolucionaria de la injusticia que se presenta no es una alternativa” (29).

Para comprobar que la rebelión no es una avenida viable para los obreros, este relato enseña las consecuencias de esta rebelión, llevada a cabo por un muchacho joven:

Aquel muchacho cuya edad fluctuaba entre los dieciocho y diecinueve años era conocido con el singular apodo de Viento Negro. Pendenciero y fanfarrón, de fuertes y recios miembros, abusaba de su vigor físico con los compañeros generalmente más débiles que él, por lo cual era muy poco estimado entre ellos. En su rostro picado de viruelas, había una firmeza y resolución que contrastaba notablemente con los semblantes tímidos e inexpresivos de sus camaradas. (Lillo 47)

Aquí, en marcado contraste con los otros mineros que hemos visto, tenemos a un muchacho joven que todavía es muy fuerte físicamente, a tal punto que usa su fuerza para atormentar a los más débiles, en un paralelo a los ingleses. Viento Negro, en vez de aceptar los abusos de Míster Davis pasivamente, reacciona violentamente: “Viento Negro se revolvió contra él como un tigre y asestándole una tremenda cabezada en mitad del pecho lo tendió exánime con el duro pavimiento” (Lillo 49). Después, Viento Negro intenta huir, pero no puede escapar la omnipresencia del ingeniero inglés: “El fugitivo quiso evadirse por el otro lado, pero un puño de hierro lo cogió de un brazo y lo arrastró como una pluma al fondo del túnel” (Lillo 49).

Desesperado y sin manera de escaparse de su tormentor, Viento Negro recurre a su única opción: la autodestrucción. Sabiendo que esa galería está lleno del grisú y una chispa podría encenderlo todo, empieza a “descargar furiosos golpes en la inclinada viga”

(Lillo 50). Míster Davis, pensando haber ganado, está feliz porque el muchacho parece

50 estar trabajando; el capataz percibe el peligro pero no hace nada y, en un instante, el grisú se enciende creando una escena infernal:

Los cabellos y los trajes ardieron, y una luz vivísima, de extraordinaria intensidad, iluminó hasta los rincones más ocultos de la inclinada galería. Pero aquella pavorosa visión sólo duró el brevísimo espacio de un segundo: un terrible crujido conmovió las entrañas de la roca y los seis hombres envueltos en un torbellino de llamas, de trozos de madera y de piedras, fueron proyectados con espantosa violencia a lo largo del corredor. (Lillo 50)

Este desenlace es el resultado de los atropellos sufridos por un minero que no encuentra otra salida.

De esta escena horripilante pasamos a la perspectiva de las personas fuera de la mina. Un grupo de voluntarios baja para ver si hay sobrevivientes y el lector se encuentra con una descripción grotesca de los cuerpos quemados. Con el primer cadáver que encuentran, “Un vistazo les bastó para comprender que era imposible que conservara un resto de vida: estaba hecho pedazos” (Lillo 53). Sin embargo, por fin Míster Davis también recibe lo que se merece. Después de torturar a los obreros con su barra de hierro, la barra se vuelve contra él: “Aquella masa voluminosa que despedía un olor penetrante de carne quemada, era el cuerpo del ingeniero jefe. La punta de la gruesa barra de hierro le había penetrado en el vientre y sobresalía más de un metro por entre los hombros. Con la horrible violencia del choque, la barra se había torcido y costó gran trabajo sacarlo de allí” (Lillo 55). No obstante, Míster Davis sigue ejerciendo su poder aún después que los obreros sacan su cuerpo de la mina: “Puestos en marcha con la camilla sobre los hombros, respiraban con fatiga bajo el peso aplastador de aquel muerto que seguía gravitando sobre ellos, como una montaña en la cual la humanidad y los siglos habían

51 amontado soberbia, egoísmo y ferocidad” (Lillo 55). Como dice Brown, “They may have been resigned to their fate but Lillo seems more aware of the symbolism of the great fat bulk of Mr. Davis which even in death continued to weigh down upon the backs of the

Chilean miners” (48). Así que el cuerpo de Míster Davis sigue oprimiendo a los chilenos aún después de la muerte.

Según José Ramos, este cuento tiene presente las ideas darwinistas de la humanidad: “la superioridad innata del gringo sobre el minero […] parece seguir las teorías de supervivencia de Darwin. Es tal la obediencia incondicional del resto de los mineros que, después de la explosión, éstos se dedican a rescatar primero el cuerpo del inglés, el acto con el que se concluye el cuento” (337). Yo arguyo que el acto simbólico del final no ejemplifica la superioridad innata del inglés sobre el chileno sino la imposibilidad de que el sistema cambie. Aún después de la muerte, él sigue oprimiendo a los chilenos, y pronto será reemplazado por otro jefe inglés. Como mencioné antes, el determinismo es clave aquí. Los obreros no tienen esperanza de escapar de esta situación, porque no pueden destruir al otro sin destruirse a sí mismos. La acción de Viento Negro no es un ejemplo a seguir, sino un acto de desesperación que no resuelve nada. Como dice Morales, “Lo que su salvaje reacción mide es la intensidad de la presión que la ha provocado” (64). Este relato parece sugerir la expulsión del cuerpo foráneo, pero a la vez demuestra la imposibilidad de hacerlo y todavía seguir viviendo. Además, si solo se expulsa a un individuo y no a todos los explotadores, nada va a cambiar. Como hemos visto antes, Lillo se limita a describir los males. Estos males han estado presentes por

52 generaciones y, como se verá en el último cuento, seguirán hasta que hayan cambios radicales en el sistema.

La tragedia cíclica

El cuento final que analizaremos ahora es tal vez el más trágico de toda la colección. Si los otros relatos sirven para demostrar los males que ocurren y cómo impactan a toda la familia, este cuento es muy significativo por lo que dice del futuro: generaciones enteras han sido víctimas y no hay ninguna esperanza de cambios. Los mineros y familiares en los cuentos anteriores reciben castigos que no cuadran con los crímenes que han cometido, pero el cometido en este último cuento es aún peor. Un niño puro e inocente es sacrificado y encarcelado en la mina de los ingleses. Su único crimen es ser pobre y venir de una familia minera que no tiene otras opciones para él.

“La compuerta número 12”

“La compuerta número 12” es un cuento que impacta mucho al lector. Si en “El grisú” se ve la mina y los obreros desde la perspectiva del jefe, aquí se ve todo desde la perspectiva de un niño inocente llamado Pedro:

Pedro se aferró instintivamente a las piernas de su padre. Le zumbaban los oídos y el piso que huía debajo de sus pies le producía una extraña sensación de angustia. Se creía precipitado en aquel agujero cuya negra abertura había entrevisto al penetrar en la jaula, y sus grandes ojos miraban con espanto las lóbregas paredes del pozo en el que se hundían con vertiginosa rapidez. (Lillo 23)

53

Si la mina es un lugar sepulcral y deprimente para los hombres, para el niño será un espacio infernal y lleno de terror, aumentado por la falta total de color. Todo aquí está en blanquinegro, incluso las personas: “Descending beneath the surface of the earth each day, the miner works in a monochromatic world: he leaves behind him the colors of daylight and sees only black and different shades of gray. […] The absence of the other colors has a specific significance in this story” (Singer 527). Él que más claramente patentiza esta característica es el capataz. “En el fondo, sentado delante de una mesa, un hombre pequeño, ya entrado en años, hacía anotaciones en un enorme registro. Su negro traje hacía resaltar la palidez del rostro surcado por profundas arrugas” (Lillo 24). Según

Singer, el capataz aquí es “a melancholy harbinger of death” (528), presagiando el destino trágico que le espera a Pedro y a todos los que bajan a trabajar en la mina.

El capataz, igual que el capataz en “El grisú,” muestra cierta simpatía al examinar al niño:

Los ojos penetrantes del capataz abarcaron de una ojeada el cuerpecillo endeble del muchacho. Sus delgados miembros y la infantil inconsciencia del moreno rostro en el que brillaban dos ojos muy abiertos como de medrosa bestezuela, lo impresionaron desfavorablemente, y su corazón endurecido por el espectáculo diario de tantas miserias, experimentó una piadosa sacudida a la vista de aquel pequeñuelo arrancado de sus juegos infantiles y condenado, como tantas infelices criaturas, a languidecer miserablemente en las humildes galerías, junto a las puertas de ventilación. Las duras líneas de su rostro se suavizaron. (Lillo 24)

El capataz, por la edad del niño y la ternura que le inspira, intenta rechazar al niño para salvarlo, pero el padre le explica, “‘Somos seis en casa y uno solo el que trabaja. Pablo cumplió ya los ocho años y debe ganar el pan que come y, como hijo de mineros, su oficio será el de sus mayores, que no tuvieron otra escuela que la mina’” (Lillo 25). Pero,

54 esta mina es una escuela que “en vez de formar a los mineros, los destruye; ya que la mina misma es comparada con un tremendo monstruo que devora la carne humana” (Soto

12).

Otra vez aquí se observan las acciones desesperadas de los mineros. El padre, ya entrado en años, preferiría no entregar su hijo a la mina, pero “Desde algún tiempo su decadencia era visible para todos; cada día se acercaba más el fatal lindero que una vez traspasado convierte al obrero viejo en un trasto inútil dentro de la mina” (Lillo 26). La mina les quita la juventud a todos: los niños se ven obligados a convertirse en adultos demasiado temprano, y “aquella lucha tenaz y sin tregua convertía muy pronto en viejos decrépitos a los más jóvenes y vigorosos. Allí en la lóbrega madriguera húmeda y estrecha, encorvábanse las espaldas y aflojábanse los músculos” (Lillo 26).

Además, el niño Pedro es tratado como un animal, pero un animal inocente llevado al matadero, ignorante de lo que le espera (Lillo 29). Según Gehrig, esta animalización del niño es necesaria para que se adapte pronto al trabajo; el ambiente es demasiado miserable para un ser humano (135). En una escena que recuerda a Abraham e

Isaac en la Biblia, el padre aquí se arrepiente de sacrificar a su hijo: “al ver aquellos ojos llenos de lágrimas, desolados y suplicantes, levantados hacia él, su naciente cólera se trocó en una piedad infinita: ¡era todavía tan débil y pequeño! Y el amor paternal adormecido en lo íntimo de su ser recobró de súbito su fuerza avasalladora” (Lillo 29). Al observar a su hijo, recuerda sus cuarenta años de sufrimientos a manos de la mina y que no ha ganado nada de toda esa labor y siente en un instante deseos de “disputar su presa a ese monstruo insaciable, que arrancaba del regazo de las madres los hijos apenas crecidos

55 para convertirlos en esos parias, cuyas espaldas reciben con el mismo estoicismo el golpe brutal del amo y las caricias de la roca en las inclinadas galerías” (Lillo 29-30).

Si bien siente en ese momento ganas de rebelarse, muy pronto cambia de opinión

“ante el recuerdo de su pobre hogar y de los seres hambrientos y desnudos de los que era el único sostén” (Lillo 30). Otra vez, el destino es inevitable: “La mina no soltaba nunca al que había cogido, y como eslabones nuevos que se sustituyen a los viejos y gastados de una cadena sin fin, allí abajo los hijos sucedían a los padres, y en el hondo pozo el subir y bajar de aquella marca viviente no se interrumpiría jamás” (Lillo 30). Así se ve que la mina, como creación y extensión de los ingleses, es tan omnipotente como ellos. El relato concluye con una nota deprimente sobre la situación de los mineros. El padre, sintiéndose culpable por lo que le ha hecho a su hijo, se pone a trabajar furiosamente y se compara con un prisionero, más aún: “sin la esperanza que alienta y fortalece al prisionero: hallar al fin de la jornada una vida nueva, llena de sol, de aire y de libertad” (Lillo 31). Este final es común en las obras naturalistas: “The resolution or dénouement of the story, in keeping with Lillo’s relentless efforts to deny his characters, or humanity as a whole, so much as the slightest glimmer of hope, is no resolution at all” (Virgillo 146). Otra vez,

Lillo no ofrece ninguna solución ni esperanza, sólo denuncia.

Esta imagen de la mina como cárcel no es gratuita. El padre se compara con un prisionero, mientras que el niño es llevado a un espacio del cual no puede salir sin el permiso de su jefe. Es atado en un lugar en la mina, repitiendo un proceso que ha ocurrido tantas veces: “Trozos de cordel adheridos a aquel hierro indicaban que no era la primera vez que prestaba un servicio semejante” (Lillo 30). Su encarcelamiento es aún

56 más trágico porque es un niño pequeño e inocente, castigado sin crimen. Según Oviedo, esta situación se proyecta sobre un marco más vasto: “éste es sólo un caso de la perenne tragedia humana que hemos presenciado a través de alegorías y mitos. La terrible condena de Sísifo y Prometeo, el laberinto del Minotauro y su sangriento rito, el bárbaro sacrificio de Abraham, y la imagen goyesca de Saturno devorando a sus hijos vienen a la mente del lector” (156). Por eso Virgillo concluye que “La compuerta número 12” “can be shown to be not so much a short story championing the cause of the downtrodden

Chilean miners as a text which links their particular situation to the absurd destiny of mankind as a whole” (142). Yo añadiría que la mina, esa construcción humana creada por intereses extranjeros, vendría a representar a la vez la tierra chilena, penetrada y violada, donde sus hijos actuales son esclavizados en círculo vicioso sin salida.

Conclusiones

Se ha visto a partir de los cinco cuentos seleccionados que hay ciertos temas que se repiten en la obra de Lillo: el determinismo, la lucha entre los explotados y los explotadores, y la crítica al sistema que produce y fomenta esta explotación. Queda claro que el sistema está diseñado para crear un círculo vicioso donde el cuerpo chileno es forzado a trabajar en la mina desde temprana edad, esclavizándolo dentro y fuera de la mina. Este sistema de privación, vigilancia, y castigo hace que los mineros chilenos se mantengan como ovejas pasivas y máquinas eficientes al servicio del explotador. Este explotador es identificado directamente con el extranjero inglés que llega al país con la intención de enriquecerse a costa del trabajo de los nacionales.

57

Los cuerpos son sumamente importantes para entender esta relación de poder. Por ejemplo, los ingleses aparecen caracterizados mayormente por sus grandes proporciones físicas: son corpulentos (“El Chiflón del Diablo,” “El grisú”), o son gigantes (“El grisú,”

“El registro”). La primera descripción sirve para señalar que no carecen de nada y que les sobra comida y bebida, mientras que la segunda marca su omnipotencia dentro del sistema. Míster Davis, a pesar de ser un solo hombre, su personalidad y su presencia física parecen más bien la representación de un ejército. En contraste con los excesos físicos de los explotadores, los chilenos aparecen siempre como personas débiles, tanto físicamente como emocionalmente. Son descritos como flacos, frágiles, embrutecidos, envejecidos, desesperados, y entumecidos. Ocupan un espacio mínimo, y cuando sienten la amenaza de los poderosos, como la abuela en “El registro,” se hacen aún más pequeños para evitar hacer daño. Es significativo porque, aunque son muchos, carecen de poder.

Son víctimas de los ingleses, los únicos beneficiarios del sistema económico liberal. A nivel simbólico, se observa un cuerpo nacional, violado y prostituido a los grandes intereses ingleses. Es como si los ingleses al violar el cuerpo virginal chileno intentaran extraer de sus entrañas toda su esencia y goce. Esa continua violación va dejando al cuerpo nacional agotado, débil, y casi moribundo.

Según Valenzuela, el propósito de Lillo es sacar a los chilenos de “la indiferencia en que hasta ese tiempo habían vivido” y mostrarles “la viva realidad que los trabajadores del país sufrían” (Cuatro 75). Espinosa Hernández es aún más específica al decir que

Lillo, en la época que escribe los cuentos, se dirige a Santiago, que en aquel entonces sufre una bipartición que genera “mundos altamente contradictorios” (132). El centro de

58 estos mundos es la élite que “no sólo posee un poder material, sino también un poder simbólico, que traza las marcas de todo el orden de lo real. De ahí que la aparición de Sub terra sea tan altamente significativa, no sólo en cuanto las implicaciones propiamente literarias, sino, sobre todo, por las transformaciones de la hegemonía del poder simbólico” (Espinosa Hernández 132). La importancia de estos cuentos, entonces, reside en hacer visible lo invisible y así desafiar el estatus quo, quitándole la máscara al villano y mostrándole su verdadero rostro a la nación.

Al final, Lillo logra su objetivo de mejorar el sistema laboral. El artículo de Jorge

Chavarri enumera los muchos cambios que se logran como consecuencia de la publicación de Sub terra:

A no ser que uno haya leído con mucho interés el origen y desarrollo históricos de la legislación social en Chile, es difícil darse cuenta de la influencia formidable que Baldomero Lillo tuvo en las masas trabajadoras, y entre los representantes de ambas cámaras, para adoptar leyes proyectoras, especialmente en lo que se refiere a las condiciones del trabajo en las minas de carbón. Por eso es que ya en 1924, Chile pasa su primera ley social, con énfasis en el liberalismo socioeconómico, que aporta grandes beneficios a la clase media y al pueblo en general. (5)

Chavarri continúa diciendo que, “Es evidente que Lillo fue la causa directa de estos cambios de condiciones en la clase trabajadora, porque él había llamado la atención del mundo a sus sufrimientos” (7).

Para concluir, a lo largo de este estudio he intentado demostrar cómo el cuerpo nacional aparece violado, explotado y abusado por intereses extranjeros. Antes virginal, luego violado y prostituido, ahora el cuerpo nacional es una especie de madre desolada

59 que ya no puede proveer para sus hijos. Lillo utiliza el cuerpo como espacio para exponer todos los males impuestos por este sistema que afecta tanto la vida personal como nacional.

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CAPÍTULO 2

MANUEL UGARTE: EL CUERPO NACIONAL LIMINAL

Introducción

El segundo capítulo estudiará la obra del escritor argentino Manuel Ugarte (1875-

1951). Aunque hoy en día es mayormente conocido por sus obras de índole política,

Ugarte también produjo crítica literaria, una novela, poesías y cuentos. A los 28 años de edad, publicó los Cuentos de la Pampa (1903), una colección de cuentos naturalistas dentro de un ámbito nacional común. Aunque fue un autor conocido en su época, ha sido olvidado por la crítica, y hay muy pocas investigaciones que se enfocan en esta colección en particular. Puesto que a Ugarte le interesa el tema de la identidad, tanto nacional

(argentina) como continental (latinoamericana), los Cuentos de la Pampa proveen una oportunidad única para analizar estas preocupaciones exploradas a través de la óptica del naturalismo. En el presente estudio, se estudiarán cinco relatos de esta colección: “Rosita

Gutiérrez,” “El malón,” “La leyenda del gaucho,” “La venganza del capataz” y “El curandero”. En los cinco cuentos se ven grupos subalternos – indígenas, gauchos, inmigrantes y mujeres – que suelen ser excluidos del proyecto nacional liberal argentino.

Todos se encuentran en zonas fronterizas, entre la ciudad y la pampa, el pasado y el futuro, o, lo más fundamental, entre la civilización y la barbarie, sin pertenecer a ninguno de los dos mundos. Al explorar los cuerpos de estos personajes y sus posiciones liminales,12 intento demostrar cómo el proyecto liberal moderno ha creado un espacio

12 “Liminal” en el sentido de frontera entre dos zonas, todo aquello que está ni en un lugar, ni en el otro.

61 inestable en que ni lo autóctono (indígenas, gauchos) ni lo extranjero (los inmigrantes europeos) tienen cabida, quedando todos en la frontera entre civilización y barbarie.

Manuel Ugarte nació el 27 de febrero de 1875 en San José de Flores,13 un vecindario que luego se hizo parte de la ciudad de Buenos Aires (Nieves Pinillos,

“Manuel Ugarte” 164). Su padre, don Floro Ugarte, ya había acumulado una fortuna considerable como “un preciado asesor de la oligarquía” cuando se casó con la madre del autor, Sabina Rivero (Galasso, Manuel Ugarte 12). Antes de nacer Manuel, sus padres experimentaron grandes pesadumbres: primero, su madre Sabina cayó en profunda tristeza al enterarse de las numerosas infidelidades de su marido. Luego, “[u]n hecho trágico la colmó de dolor en 1873: su primera hija, Sara falleció cuando aún no había cumplido un año” (Galasso, Manuel Ugarte 13). Por eso, según Galasso, la niñez de

Manuel “transcurre entre mimos y comodidades de casa rica” (Manuel Ugarte 13). Es

“un alumno rebelde y no terminó sus cursos, desalentado por los programas empíricos que se seguían entonces en la Argentina” (Arroyo 34). No obstante, a pesar de su falta de

éxito en la escuela, Marianetti afirma que, “se distingue desde temprano por su brillante inteligencia” (14). Además, “se encuentra muy bien vinculada con la ‘alta sociedad’ de

Buenos Aires y de la provincia más importante del país” (Marianetti 13). Como símbolo de su estatus social, los Ugarte pasan la mayor parte de sus años en el barrio de

Montserrat, y luego en los veranos se van a Flores (Galasso, Manuel Ugarte 13). Esta

13 No todos los textos están de acuerdo en la fecha exacta de su nacimiento. Merbilháa señala que nació en 1874, Jorge Ramos y Fevre mencionan el año de 1878, y otros como Barrios, Nieves Pinillos, Galasso, Quinziano y Schlickers aluden al año 1875. Para los efectos de este estudio, usaremos el año de 1875, fecha aceptada por la mayoría de los estudiosos.

62 posición económica es algo que marcará la vida de Ugarte durante muchos años: “la fortuna paterna va a sostener durante cuarenta años, primero su quehacer literario, después su activismo político” (Nieves Pinillos, Manuel Ugarte 18).

Los viajes de la familia y el contacto con otras culturas son otro aspecto significativo de la vida de Ugarte. Cuando Manuel tenía nueve años, los Ugarte adquirieron una casa en el centro de Buenos Aires, y de allí el joven Ugarte pudo observar de cerca

un proceso de hondas consecuencias sociales y políticas […] día a día en el puerto de Buenos Aires: miles y miles de inmigrantes arriban esperanzados huyendo de la miseria y de la explotación capitalista europea, incorporándose a la Argentina, blanqueándola y amenazando incluso con destruir hasta los vestigios de la vieja nacionalidad criolla. (Galasso, Manuel Ugarte 15)

La familia, de forma contraria, emprende el viaje inverso: en el año 1887, todos viajan a

París y pasan un año en Francia durante el cual “Ugarte adquiere una vasta cultura literaria y un amor por Francia y por su historia, especialmente por la historia de su

Revolución” (Marianetti 14). Este cruce del océano es sumamente importante para el joven autor y se repetirá varias veces durante su vida. Cuando vuelve, deja sus estudios y se dedica a su carrera literaria (Nieves Pinillos, “Manuel Ugarte” 165). En 1893, publicó su primer libro, una colección de poemas llamada Palabras, financiada por su padre

(Galasso, Manuel Ugarte 21). Además, fundó La Revista Literaria, otra vez apoyado por su padre, y colaboró en la revista con grandes escritores de la época como Ricardo Palma y José Enrique Rodó, entre otros (Nieves Pinillos, Manuel Ugarte 18).

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A pesar de contar con colaboradores tan importantes, la revista fracasa después de dos años y en 1897 Ugarte vuelve a París donde conoce a otros jóvenes hispanoamericanos “deslumbrados por la bohemia de la ‘ciudad luz’” (Barrios 43).

Pasará los próximos seis años en Europa sin volver a su país natal, período en el cual se dedicará a la política, el periodismo y la literatura. Dos eventos contribuyen a este cambio:

por un lado, su estadía, que se revelará sumamente fructífera, en París entre finales de 1897 y mediados de 1903, desde donde colabora con diversos órganos de prensa argentinos y europeos, y por otro, su breve, pero al mismo tiempo decisiva, visita a los Estados Unidos a mediados de 1899, en donde, según palabras del mismo escritor, comenzó a gestarse su ‘convicción en lo que se refiere al (…) imperialismo norteamericano’. (Quinziano 231)

Según Nieves Pinillos, Ugarte “salió argentino y vuelve hispanoamericano, y el poeta y escritor se ha agrandado con el ideólogo” (Manuel Ugarte 18). En contraste con Viana y

Lillo, la bohemia de Ugarte es “tan particular, sin hambre ni tuberculosis”, gracias al apoyo familiar (Galasso, Manuel Ugarte 21). Se pone en contacto con otros escritores importantes de la época, lo que hace posible que sus próximos tres libros, a pesar de ser un escritor desconocido, sean “prologados nada menos que por Unamuno, Rubén Darío, y Pío Baroja” (Nieves Pinillos, Manuel Ugarte 18).

En cuanto a su política, el ámbito francés “consolida su inclinación hacia el socialismo” (Galasso, Manuel Ugarte 70), el cual no es, para él “ya simplemente el resultado de una indignación moral o de un sentimiento fraternal. Es, ante todo, una verdad científica” (Galasso, Manuel Ugarte 79). En el año 1903 regresa a Buenos Aires donde ingresa al Partido Socialista Argentino, encabezado en aquel entonces por Juan B.

64

Justo. Sin embargo, su estadía en Argentina no dura mucho tiempo y en 1904, ya se encuentra de regreso en Europa (Galasso, Manuel Ugarte 166). Siete años más tarde, emprende un viaje sumamente importante para su vida: “sin más medios que los propios, en los últimos meses de 1911 inicia la visita de todos los países iberoamericanos en una peregrinación en la que invertirá dos años y que bautizará como ‘mi campaña hispanoamericana’” (Nieves Pinillos, Manuel Ugarte 20). En esta gira continental, visita

Cuba, México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Colombia, Venezuela,

Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Uruguay, Paraguay, y Brasil, “proclamando la necesidad de fundar la unidad de nuestros Estados. Muchedumbres obreras y estudiantiles aclamaron su prédica, y se convirtió en la figura más popular de su época” (Jorge Ramos

35).14

No obstante, a pesar de su gran éxito por el continente, esa gira marca el principio de un período de decadencia. De vuelta en Argentina,

se encuentra con un cerco de indiferencia y de silencio. No consigue ser recibido por ninguna instancia oficial, ni encuentra tribuna donde hacerse oír. El hombre que ha reunido multitudes, que ha acaparado las primeras páginas de la prensa, que se ha entrevistado con presidentes y autoridades de todos los países por donde ha pasado, es intencionadamente ignorado en su propio país. (Nieves Pinillos, Manuel Ugarte 20)

Pocos meses después, es expulsado del Partido Socialista tras conflictos con Juan B.

Justo (Nieves Pinillos, Manuel Ugarte 21). Vuelve a Europa, pero en 1918, la fortuna familiar ya no sostiene su estilo de vida; va a España y empieza a trabajar en periódicos, pero “las preocupaciones económicas son una verdadera pesadilla. Las colaboraciones

14 Véase su libro El destino de un continente, donde narra todos los aspectos del viaje.

65 apenas le permiten malvivir y con la crisis económica algunas le son rescindidas” (Nieves

Pinillos, Manuel Ugarte 21). En el año 1935 vuelve a Argentina—vendiendo su biblioteca para poder hacerlo—y asiste a la pérdida de toda una generación de escritores:

“Entre 1937 y 1941 se suicidaban Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni,

Enrique Loncán, Edmundo Montagne” (Jorge Ramos 58). Particularmente afectado por la muerte de Lugones, amigo de su juventud, Ugarte decide irse a vivir en Chile (Jorge

Ramos 60).

En esta última etapa de su vida, Ugarte volvió a Argentina una vez más en 1946 para entrevistarse con el presidente Juan Domingo Perón. Impresionado por el escritor, el presidente le nombró embajador a México, un puesto que ocupó hasta 1950 (Nieves

Pinillos, Manuel Ugarte 22).15 Por última vez, Ugarte viajó a Europa y se instaló en Niza donde, el 2 de diciembre de 1951, “aparece muerto por emanaciones de gas en la modesta casita que allí había alquilado. La policía francesa calificó el caso como ‘accidente’. En

1954, sus restos fueron trasladados a Argentina, donde no se le tributó, ni se le ha tributado, ningún homenaje oficial” (Nieves Pinillos, Manuel Ugarte 22).16

Durante su vida, Ugarte publicó más de cuarenta obras, “con temas que van desde la literatura social hasta la sociología y la política donde plantea como núcleo la unidad

15 Sobre su afiliación al peronismo, Marianetti señala: “Se quiere presentarnos un Ugarte convertido al peronismo cuando, en realidad, se trataba de un Ugarte desilusionado, cansado, solitario, que creyó que Perón pudo llevar a cabo una tarea de liberación nacional, como lo creyeron tantos” (11).

16 Marianetti describe la muerte como “una especie de suicidio si es que no lo fue realmente” (154).

66 nacional de América Latina” (Barrios 31). Entre 1900 y 1910 publicó 14 libros, incluyendo su colección los Cuentos de la Pampa (Barrios 50-1). Además, fue

colaborador de los diarios más importantes de Europa y América Latina, codirector de Monde con Gorki, Einstein, Sinclair y Barbusse, prologado por Darío, Unamuno y Baroja, vinculado personal o epistolarmente con importantísimas figuras de su época como Jean Jaurés, Sandino, Perón, poeta, crítico literario, cuentista y ensayista, […] Ugarte satisface ampliamente las condiciones para el homenaje escolar, el mausoleo y la ofrenda floral. Sin embargo, continúa ignorado tanto en las escuelas primarias como en la Universidad, y expurgado de toda antología, omitido en todo libro de Historia. Todavía es un gran maldito en la Argentina. (Galasso, “Manuel Ugarte” 34)

Al ser ignorado en su propio país,17 no debe de sorprender que haya poca crítica literaria sobre sus obras. La mayoría se concentra en analizar sus obras políticas, con muy poca atención prestada a sus obras de ficción. Sin embargo, hay algunos rasgos generales que las dos tienen en común.

Antes que nada, a pesar de sus largas estadías fuera del país, casi toda su obra escrita “es una seria preocupación por la cultura nacional y americana” (Marianetti 145), visto en sus ideas bolivarianas de la unidad del continente latinoamericano. Ugarte

“planteaba en términos modernos la necesidad de una unión de estados que no sólo hiciese frente al imperialismo yanqui o cualquier otro imperialismo, sino que permitiese al continente ingresar a la historia moderna como gran nación, desarrollar su industria, elevar el nivel de vida de sus habitantes y forjar las bases de una cultura nacional” (Jorge

17 Fevre atribuye este desconocimiento a varios factores: “Ugarte pasó la mayor parte de su vida fuera del país, casi siempre en Europa o viajando por América. Pero el motivo esencial tal vez deba buscarse en su decidida actuación pública. Manuel Ugarte hizo de la literatura una tribuna de acción política, atacando el avasallante imperialismo norteamericano y levantando las banderas de un hispanoamericanismo precursor de la vigorosa toma de conciencia que hoy Latinoamérica ha adquirido de sí misma” (576).

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Ramos 25). Además, su ideología socialista se manifiesta en diversas formas vinculadas con su nacionalismo. Según Marianetti, su nacionalismo “a veces tenía ciertas implicancias burguesas. Por eso hemos dicho también que, a pesar de su socialismo y de su adhesión a los ideales socialistas, Ugarte menospreciaba el internacionalismo y mucho más al internacionalismo proletario. Su socialismo era romántico, idealista, reformista”

(148-9). Además, no tenía mucha simpatía por la inmigración extranjera (Marianetti 149).

En cuanto a sus influencias, los modelos literarios mayores de Ugarte eran Émile Zola,

Victor Hugo, y Anatole France (Merbilháa, “Primeras formulaciones” 46); Daly afirma que entre sus modelos, “Émile Zola was to Ugarte a literary giant of a stature with Dante,

Shakespeare and Hugo” (188). No es ningún admirador del modernismo, ya que le irritan

“la obsesión por cultivar temas ajenos, el culto por todas las indiferencias disolventes”

(Nieves Pinillos, “Manuel Ugarte” 166). Por todo lo mencionado, es lógico que el naturalismo le sirva para exponer sus preocupaciones nacionales y americanas en los

Cuentos de la Pampa.

Hay muy poca crítica literaria en torno a esta colección. Aparece mencionada de pasada en los textos críticos de Galasso, Schlickers y Daly, pero el último la denuncia diciendo, “In all, it is doubtful if Ugarte’s fiction will become classic. His work was too artificial, too immature, too deliberately stylistic to succeed, except in one or two short stories.” (187-8). Fevre ni menciona esta obra en su sección de “Ugarte y su obra,” la cual pretende ser una vista panorámica de la obra ugartiana. Schlickers dedica unas pocas páginas a ella, pero el estudio más detallado que existe es el de Margarita Merbilháa,

“Últimos coletazos de barbarie: representaciones del campo y la ciudad en los Cuentos de

68 la Pampa (1903) de Manuel Ugarte.” Ese estudio servirá como punto de partida a mi investigación, pero en vez de enfocarme en el espacio, me dedico a estudiar el cuerpo de los personajes como zona fronteriza entre civilización y barbarie y su relación con el cuerpo nacional argentino. Como ya mencioné, el cuerpo descrito por Ugarte suele ser un cuerpo subalterno y poco visto, enfocándose en los indígenas, los gauchos, los inmigrantes, y las mujeres y mayormente ignorando la élite urbana criolla. Por eso, antes de ir al análisis textual, cabe explorar la situación nacional de estos grupos en aquel entonces.

Al igual que los otros países del Cono Sur, Argentina experimenta grandes transformaciones tecnológicas, culturales y filosóficas durante el siglo XIX, pero durante la mayor parte del siglo no hay muchos cambios dentro de la estructura social. Después de la independencia de España, las tierras y las riquezas se mantienen concentradas en un grupo relativamente pequeño; según Solberg, “Fifty families owned a total of 4,600,000 hectares of land in Buenos Aires, the richest province” (Immigration 5). Aunque oficialmente la constitución declara soberanía popular, las clases altas controlan la política también casi por completo, por medio de una corrupción rampante a todos los niveles del gobierno (Solberg, Immigration 4). Además, por décadas después de la independencia hubo grandes períodos de turbulencia política y guerras civiles. El año

1880 marca una fecha clave en la historia argentina:

En la política comienza una nueva etapa que pretende superar las escisiones de las últimas siete décadas: liberalismo y centralismo contra tradicionalismo y federalismo (centralismo de 1810-1820, federalismo de 1820-1830, tradicionalismo en época de Rosas y liberalismo durante la ‘organización nacional’ de 1852-1880). A partir de 1880 comienza un

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nuevo ciclo de ‘afianzamiento’ en la realidad nacional. Ese año, el conflicto básico, la relación entre la provincia de Buenos Aires y las demás provincias, se resuelve definitivamente con la capitalización de la ciudad tras una sangrienta batalla en los suburbios del sur. (Gnutzmann 41)

Además de los cambios políticos hay expansiones económicas que se hacen visibles en la ciudad: “Government expanded its offices; new elegant buildings, sprawling parks, and boulevards spr[a]ng up; cafés and stylish restaurants dotted the city landscape; and a highly visible urban bourgeoisie frequented the racetrack, opera, and social club.

Compared to other Latin American countries, Argentina was surging ahead” (J.

Rodríguez 2).

Durante este siglo también hay un movimiento para consolidar el territorio bajo un concepto unido de la nación. La idea que predomina de la nación es que “la territorialidad y las fronteras físicas son vistas como la línea separadora de lo único y lo diferente, de un nosotros y un ellos” (Maíz 86) o, dicho de otra manera, entre la civilización y la barbarie. Para lograr tener una nación totalmente civilizada, había dos pasos esenciales: eliminar el elemento “bárbaro” (en este caso, los indígenas y los gauchos) y reemplazarlo por un elemento “civilizado” (los inmigrantes europeos), siguiendo el lema popular de Juan Bautista Alberdi, “Gobernar es poblar”. Como dice

Julia Rodríguez, “The nation was the new civilizing project” (6). Sin embargo, como se verá evidenciado por los cuentos, el proyecto fracasa por varias razones. Primero, el elemento “bárbaro” que se intenta eliminar tiene características civilizadas que se deberían reconocer. Segundo, no se da cuenta de que el elemento “civilizado” que llega tiene aspectos de barbarie latente. Así el resultado del proyecto no es civilizar la nación

70 sino borrar la civilización autóctona y reemplazarla por otra barbarie, aumentando el grupo que tiene características de los dos.

En contraste con otras regiones de Latinoamérica que tenían imperios indígenas unidos como los inca o los aztecas, los indígenas argentinos tenían poblaciones más dispersas y, por eso, más difíciles de absorber por los conquistadores. En las pampas, la gran extensión de tierra llana y fértil, había “only the barest population of nomadic, hunting Indians. For the sixteenth-century Spaniards these grasslands offered no riches, and the subjugation of the native inhabitants soon proved both unprofitable and impossible” (Scobie 25). Por eso, la Patagonia, las pampas, y el Gran Chaco se quedaron territorio indígena hasta mediados del siglo XIX (Scobie 36). En la segunda mitad del siglo XIX, los avances agrícolas exigieron más territorio y los ferrocarriles facilitaron el acceso al interior del país para su explotación económica: “The completion of a rail link between Rosario and Córdoba in 1870 ushered in several decades of rapid railroad construction by British companies. Soon all of the pampas lay within easy reach of

Buenos Aires and world markets” (Scobie 27).

Sin embargo, la frontera entre el territorio indígena y el territorio argentino era todavía un sitio conflictivo y peligroso. Echados de Chile, los araucanos llegaban a territorio argentino en grandes números, compitiendo con colonos argentinos por la tierra y sus recursos; como estrategia, los indígenas perfeccionaron el malón, “the armed raid on white cattle estates, a source of grief for the owners, an agent of unification for the tribes, and a form of warfare vital for the Indian trading system” (Lynch 12). Como se podría esperar, los indígenas argentinos nunca fueron un grupo homogéneo; en el oeste,

71 los indígenas eran relativamente pacíficos, prefiriendo el comercio a la violencia. Según el conocimiento popular, “the closer to Buenos Aires, the fiercer the Indians” (Lynch 13), siendo el grupo de la pampa el más cruel y violento (Lynch 14).

Para civilizar la pampa, hubo dos movimientos principales. El primero fue la

Campaña del Desierto de Rosas (1833-34), llevada a cabo a través de las alianzas con indígenas pacíficos y la violencia contra los rebeldes (Lynch 15). Esa estrategia tuvo

éxito por veinte años, pero requería pagos por parte del gobierno a los grupos aliados, permitiendo que los indígenas se fortalecieran bajo líderes más poderosos (Lynch 15).

Tras la caída de la dictadura de Rosas, los pagos terminaron oficialmente en 1859 con

Bartolomé Mitre planeando reemplazarlos por fuerza militar (Lynch 16). A pesar de sus planes, la frontera indígena se volvió cada vez más peligrosa debido a:

the drain on manpower and money, including most of the British loans of 1866, for the Paraguayan war [(1865-1870)], then for the civil wars in Entre Ríos and Corrientes; the diversion of attention to the electoral struggle in 1867-68; and rival jurisdiction between national and provincial governments, the former repudiating the work of frontier defense, the latter neglecting it. (Lynch 18)

A pesar de los intentos del gobierno nacional, la conscripción militar no fue popular, y muchos de los colonos preferían aliarse con los indígenas que obedecer a las autoridades de Buenos Aires. El segundo empuje civilizador de la Pampa no llegó hasta 1879, pero antes de llegar a esa conquista, es necesario examinar al otro grupo que se intentó borrar del mapa argentino: los gauchos.

En muchos sentidos, los gauchos son un grupo parecido a los indígenas ya que, aunque hispanohablantes y de cierto modo cristianos, son marginalizados por la sociedad

72 y, poco a poco, despojados de sus tierras antiguas; ninguno de los dos grupos cabe dentro de la visión liberal de la Argentina futura (Shumway 255). Los gauchos evolucionaron durante el siglo XVII, cazando ganado salvaje y vendiendo las pieles; debido a la abundancia natural de la pampa, un cazador hábil podía vivir sin empleo vendiendo y comiendo lo que cazaba. Este aislamiento hizo que los gauchos desarrollaran sus propias costumbres, oponiéndose al gobierno terrateniente (Slatta, “Rural Criminality” 452).

Según Slatta, su posición marginal en la sociedad va junto con su clasificación como criminal, ya que “Socially marginal groups which take little or no part in formulating definitions of criminality clearly stand the best chance of being classified as criminals— gauchos being a case in point” (“Rural Criminality” 451).

Bajo el gobierno de Rosas, la ley se volvió más restrictiva a la población rural, a la vez que las grandes distancias de la pampa dificultaban su aplicación (Slatta, “Rural

Criminality” 458). La conscripción militar obligatoria era el medio de castigo más común en la pampa, y los gauchos formaban la mayor parte del ejército nacional. Eso cambió la percepción pública de los gauchos, que pasaron de ser criminales a soldados. Sin embargo para los gauchos esto representó grandes dificultades económicas para sus familias, lo que llevó a muchos a desertar (Huberman 16). Los desertores se juntaban muchas veces con las bandas indígenas para atacar estancias pampeanas (Slatta, “Rural

Criminality” 463). Por eso, los peones que trabajaban en las estancias solían llevar un facón, una especie de cuchillo, para protegerse (Slatta, “Rural Criminality” 463). Los crímenes y asesinatos, sin embargo, eran vistos de diferentes maneras, dependiendo del grupo social. Un gaucho que mata a otra persona se considera un “matrero” desde la

73 perspectiva legal estatal, pero para la gente campesina éste es visto como víctima de una desgracia, no es un criminal. Además, la mayoría de los gauchos sólo intentan marcar o dejar una cicatriz, no matar a su oponente, y es probable que la frecuencia de los asesinos pampeanos se exagerara (Slatta, “Rural Criminality” 464). Sin embargo, tanto los gauchos como los indígenas se veían como un elemento bárbaro en un país civilizado, por lo que debían ser extinguidos.

Tras el final de la Guerra del Paraguay en 1870, la nación volvió su atención a la doble amenaza fronteriza de gauchos e indígenas. Con la prensa argentina llena de reportajes de malones constantes y gauchos asesinos, la mayoría de los argentinos apoyó las guerras fronterizas, tácita o abiertamente (Shumway 255). Entre 1879 y 1880, el general Julio Roca, ministro de guerra, encabezó la segunda “Conquista del Desierto” en la cual, según la información del propio Roca, “dejó como saldo 1.313 indios muertos,

2.310 guerreros y 10.539 mujeres y niños prisioneros, repartidos entre familias de Buenos

Aires” (Fermín Rodríguez 387). Aunque, según Gnutzmann, no se terminara definitivamente con el indio hasta 1911, la Conquista del Desierto dio como resultado la duplicación del territorio nacional, “lo cual no sólo garantizaba la tranquilidad a sus habitantes blancos, sino también aseguraba la futura presidencia al vencedor” (42).

Además, la tierra que se conquistó no fue realmente un “desierto” en términos agrícolas sino culturalmente, “void of industry and European settlers, and populated by nomadic and unproductive people” (J. Rodríguez 17). Después de borrar el elemento bárbaro de la pampa, la idea era reemplazarlo por lo civilizado para aprovechar su explotación económica. Se pensó que la solución estaba en la inmigración europea.

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La élite argentina creía que la inmigración europea sería la solución ideal al problema de la pampa: formaría una clase grande de mano de obra barata sin cuestionar la jerarquía social ni la distribución de poder económico (Solberg, Immigration 8). Para ello, el gobierno facilitó la inmigración y, entre 1857 y 1909, llegaron un total de

3.409.540 inmigrantes a Argentina, la mayoría italianos (55.5%), españoles (25.9%) y, en tercer lugar, franceses (5.6%) (Rusich 37).18 En cierta medida, la estrategia funcionó, con muchos de los inmigrantes, especialmente con los italianos, satisfaciendo la necesidad de trabajos temporeros (Solberg, The Prairies 95). Sin embargo, para los inmigrantes que decidían quedarse en el nuevo país, había muchas dificultades. Primero, al gobierno sólo le interesaba promover la población del litoral, no el interior del país, y por lo tanto la mayoría de la pampa se quedó en relativo subdesarrollo (Solberg, Immigration 25). Casi no existían comunidades, y la sociedad fronteriza, compuesta por “sullen gauchos and hostile Indians was not a hospitable place for immigrant settlers” (Lynch 29). El primero de enero de 1872, un episodio particularmente violento y espantoso para los colonos europeos ocurrió en Tandil, pueblo a unos 320 kilómetros de Buenos Aires. Un grupo compuesto por peones, vagabundos, y gauchos atacó el pueblo, llegando a matar a 36 personas, casi todas extranjeras: españoles, italianos, franceses, británicos, y vascos

(Lynch 3). Una cuadrilla armada los encontró, y los que no fueron matados ni capturados escaparon al campo (Lynch 3). Debido a que los bandidos atacaron a los extranjeros a

18 La gran proporción de inmigrantes italianos que llegaron causó problemas en Italia, algo que se evidencia en el hecho de que, entre 1911 y 1912 el gobierno italiano prohibió toda emigración a Argentina (Solberg, Immigration 14).

75 propósito, este episodio aumentó la inseguridad y el temor presentes en el campo (Lynch

122).

Además, los inmigrantes habían venido con la promesa de obtener riquezas en el nuevo país; sin embargo, los que esperaban comprar tierras se enfrentaban no sólo con precios prohibitivos sino también con rentas cada vez más altas (Scobie 122). La sociedad latifundista, así, creó dos grupos nómadas en la pampa: el gaucho sin tierra y el granjero inmigrante (Slatta, Gauchos 104). Debido al aislamiento extremo y las dificultades económicas que caracterizaban el campo, no debe sorprender que los inmigrantes que, según las filosofías de Alberdi y Sarmiento debían “poblar el desierto y terminar con la barbarie gaucha”, se quedaran mayormente en las ciudades, en particular,

Buenos Aires (Onega 7). Además de obreros, llegaron a la Argentina grandes olas de empresarios que, a diferencia de las dificultades económicas experimentadas por los inmigrantes rurales, lograron hacerse parte de la clase media “with remarkable rapidity”

(Solberg, Immigration 33). A pesar de ese éxito, todavía tenían dificultades en acceder a los estratos sociales más altos: “The native-born aristocracy still jealously excluded wealthy foreigners from its ranks, although some notable exceptions existed” (Solberg,

Immigration 60). Por eso, se puede ver que en vez de ampliar y fortalecer la nación

“civilizada”, la inmigración crea otro grupo de subalternos que tampoco cabe dentro del proyecto nacional.

La reacción contra los inmigrantes, además de su componente económico, se manifestó también en cuestiones de identidad. Muchos de los grupos de inmigrantes eran notorios por su exclusividad, prefiriendo mantenerse aislados, por eso “Argentine

76 nationalists expressed fears that the huge immigrant population not only threatened the destruction of traditional cultural standards but possibly heralded European colonial expansion” (Solberg, Immigration 135). Como solución, los escritores argentinos promovían el nacionalismo, rescatando la identidad autóctona y denigrando el extranjero

(Solberg, Immigration 153). A diferencia de los primeros inmigrantes que fueron recibidos como agentes civilizadores, los extranjeros ahora eran vistos como representantes de otro tipo de barbarie y se empezaba a rescatar el símbolo del gaucho como símbolo de lo nacional argentino (J. Rodríguez 23). Así se puede ver que el movimiento que empezó con la intención de “civilizar” la nación terminó creando otro grupo subalterno que no caía dentro de la identidad nacional ideal. En vez de llevar progreso, los inmigrantes trajeron más preocupaciones y problemas, y ésto se ve reflejado en la literatura de la época y en particular en la obra de Ugarte.

Las preocupaciones urbanas fueron percibidas como dos facetas del mismo problema: higiene y criminalidad. Al igual que ocurría en otros países de la época, en la

Argentina finisecular se concebía la nación como un cuerpo “cuya civilización dependía de la promoción, la regulación y el control de flujos de gente y mercaderías” (Salessi 13).

Dentro de este esquema, se veía el crimen como una enfermedad nacional, por ello había que crear “an agenda to cure and prevent further eruptions in the national body” (J.

Rodríguez 28). Los científicos argentinos se enfocaban mayormente en los crímenes urbanos, con los crímenes rurales reconocidos pero considerados menos importantes para el desarrollo nacional (J. Rodríguez 62-3). Entre las características criminales se encontraba la indolencia, siendo la ética laboral la señal principal de una masculinidad

77 normal (J. Rodríguez 80). Dentro del modelo higiénico de la nación, se identificaba la bacteria y al microbio con el inmigrante extranjero y luego, cuando los inmigrantes ya se habían establecido formalmente en el territorio nacional, “con una población de

‘delincuentes’ que vivía dentro de las fronteras nacionales y debía ser identificadas y controladas o reformadas” (Salessi 28).

Para combatir la enfermedad nacional, el cuerpo femenino llegó a ser el espacio en que los hombres argentinos trazaron los males del pasado y pronosticaron el futuro del país. “Serving as a buffer between the civilizing purposes of Europe and the perceived barbarism of the American hinterland, Argentine women often became the focus of New

World discourse” (Masiello 19). Como la mujer se asociaba con la esfera doméstica y la familia, “Motherhood and domesticity played a significant part in the national program of advancement, and the family unit was perceived as an arena for the training of future citizens” (Masiello 19), o, como dice Nancy Leys Stepan, “One answer to the dilemmas posed by a diseased body politic was to sanitize, moralize, and ‘eugenize’ the family”

(44). Ese proceso se llevaría a cabo por el Estado: “Puesto que era a través de la reproducción que la modificación y trasmisión del componente hereditario pasaba a las generaciones futuras, se insinuó que el Estado debía regular las prácticas eróticas de la población para asegurar de ese modo el fortalecimiento de sus elementos raciales eugénicos” (Nouzeilles, “Ficciones paranoicas” 235-6).

En la literatura se ven descritos estos problemas sociales y nacionales también, y así se puede aprender mucho del pensamiento de la época, ya que, “La literatura ha representado un papel preponderante en el diseño de la identidad, puesto que es a la vez

78 reflejo y configuración de esa concepción global que toda cultura conlleva. Es el lugar donde la identidad se exprime, organiza y expresa como experiencia viva” (Maíz 82).

Dentro del modelo higiénico de la sociedad, la novela naturalista viene a ser “una máquina policial con la cual clasificar lo diferente” (Nouzeilles, “Ficciones paranoicas”

232). De esta manera se juntan los males nacionales, la actualidad social, y la literatura para “delimitar las fronteras imaginarias entre un ‘Yo’ argentino sano y un ‘Otro’

(interior o exterior) enfermo que debía ser continuamente redefinido” (Nouzeilles,

“Ficciones paranoicas” 234). Así se crea un nuevo tipo de nacionalismo en el cual la nación ya no consiste en “una asociación política de iguales, como en el modelo republicano liberal, sino más bien en un cuerpo orgánico circunscripto por una identidad biológica heredada” (Nouzeilles, “Ficciones paranoicas” 234). Según Nouzeilles, el naturalismo se aprovecha de este discurso dominante y, para probar su legitimidad, “tomó de y compartió con la medicina presupuestos epistemológicos acerca del cuerpo y la enfermedad, estructuras narrativas, y, sobre todo, un modelo de autoridad profesional”

(“Ficciones paranoicas” 240). En contraste con los amores románticos que se veían en la primera parte del siglo, los amores que aparecen en las obras naturalistas “constituyen pruebas de compatibilidad biológica entre grupos sociales en conflicto, la cual se mide por el grado de fertilidad de la pareja y la fortaleza física de su progenie” (Nouzeilles,

“Ficciones paranoicas” 242-3). Ya que todos los cuentos de este estudio tratan conflictos amorosos, volveremos a esa idea más adelante.

Como ya se ha visto, Manuel Ugarte tiende a preocuparse por los conflictos de la vida y emplea sus cuentos como vehículos de protesta (Fletcher 84). En 1903, publicó los

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Cuentos de la Pampa, “su primer libro realmente nacional” (Galasso, Manuel Ugarte

106). Como indica el nombre, en la colección se recopilan relatos de “paisajes, personajes y situaciones de la realidad argentina que [Ugarte] conoció en sus primeros veinte años de vida. Compadres y gauchos, extranjeros recién llegados e indios en malón, la Buenos

Aires de 1890 con enfrentamientos políticos e incluso insurrecciones como la radical de

1893” (Galasso, Manuel Ugarte 106). Trata la pampa “absolutamente convencional”

(Williams Álzaga 365), un lugar “pastoril de espaciosas y feraces praderas” que

“mantuvo […] su apariencia salvaje—claro está que en las regiones más apartadas de

Buenos Aires—hasta el último tercio del siglo XIX” (Williams Álzaga 24-5). Según

Daly, el estilo de los cuentos es una mezcla de “Balzac’s amorality, Bierce’s grim irony,

Crane’s realism and Zane Grey’s escapism” (184). Sin embargo, como el propio autor indica en el prólogo, esta colección se aleja del naturalismo tradicional, que suele pretender capturar fielmente el habla local. El naturalismo de Ugarte, en cambio, es más universalista: “El nacionalismo literario no reside en la terminología localista, que sólo comprenden los iniciados y que complica la lectura para los demás, sino elevando el concepto, en la esencia secreta y en la emoción íntima que se transmiten en forma accesible a todos los lectores” (Cuentos 8). Así en la colección los diálogos no son netamente locales sino más neutrales, pero igual se pueden observar otros elementos autóctonos.

Como hemos señalado, el campo argentino de aquel entonces se componía de grupos sociales dispares—indígenas, gauchos, extranjeros—en continuo enfrentamiento tanto entre sí mismos como con la burguesía criolla. Por eso, se puede observar que el

80 cuerpo más resaltado en los Cuentos de la Pampa es un cuerpo liminal, en la frontera entre dos zonas como el pasado y el futuro, la ciudad y el campo, o la civilización y la barbarie. Al estar en esta frontera, los personajes entran en conflicto con los representantes de la oposición que pueden ser miembros de su mismo grupo social o de otro grupo. En los cinco cuentos que se analizarán aquí, se verán tres tipos distintos de choques. En la primera parte, se estudiarán los relatos “Rosita Gutiérrez” y “El malón” y los conflictos que surgen entre indígenas y europeos. Luego se analizará el cuento “La leyenda del gaucho” y el conflicto gaucho-criollo. En la última sección de análisis, se estudiarán dos relatos que ejemplifican conflictos dentro del mismo grupo social: “La venganza del capataz,” en que el conflicto se da entre dos inmigrantes italianos, y “El curandero” en donde dos indígenas entran en conflicto. Al tratar toda la gama social argentina, estos cinco cuentos nos permitirán llegar a conclusiones más amplias sobre cuestiones nacionales. En su esencia, todos los conflictos se dan dentro de la dicotomía civilización y barbarie, en donde los personajes, al no pertenecer a ninguno de los dos mundos, fracasan.

Indígenas versus europeos

En los dos cuentos “Rosita Gutiérrez” y “El malón,” se ven dos conflictos muy parecidos, pero desde perspectivas opuestas; en el primero, es una mujer indígena que se enamora de un hombre criollo, mientras que en el segundo, el hombre indígena se enamora de la mujer francesa. Como se mencionó arriba, los romances naturalistas, según

Nouzeilles, constituyen pruebas de compatibilidad biológica entre grupos sociales en

81 conflicto, con su fertilidad y la fortaleza de su progenie demostrando su compatibilidad o incompatibilidad para el futuro de la nación. Por eso, comparar y contrastar estos dos cuentos nos permitirá ver de cerca qué propone el autor en estos romances. Además, como señala Merbilháa, los indígenas “constituyen el núcleo conflictivo o el factor de conmoción en la pampa” en quienes “la transición toma cuerpo,” y por lo tanto “el narrador presenta a los indios según su grado de incorporación al mundo cristiano”

(“Últimos coletazos” 91, énfasis suyo). Sin embargo, como se verá evidenciado una y otra vez, esta incorporación al mundo cristiano es imposible de lograr.

“Rosita Gutiérrez”

“Rosita Gutiérrez” narra la historia de una joven de origen indígena que se enamora de un joven criollo. Es uno de los pocos cuentos de la colección que toma lugar en un pueblo en vez de la ciudad de Buenos Aires o la pampa despoblada, y el pueblo en donde ocurre la acción es sumamente significativo: es el mismo Tandil de la masacre de

1871. El narrador no indica ningún año específico para ubicar la acción, pero la mayoría de los cuentos de la colección ocurren en el pasado cercano, alrededor de 1890. No obstante, no es casual que esté ambientado en Tandil. El conflicto superficial que se ve en este cuento se da entre los indígenas asimilados, los Gutiérrez, y el criollo, Mario

Salterain. La joven Rosita Gutiérrez se enamora de Mario a pesar de la oposición de su madre. Un día, Rosita huye con Mario, lo que causa un gran escándalo. Cuando vuelve la pareja, la madre—que no tiene nombre—está desesperada. Vuelve a sus raíces “salvajes”

82 y, junto con una tribu, saquea la casa de los Salterain. El cuento cierra con Rosita enfermándose luego de haber visto a su madre entre los que saquearon su casa.

Los cuerpos que se enfrentan en este cuento se dividen en dos grupos: los indígenas y los criollos. Los indígenas se pueden categorizar según su grado de asimilación al mundo civilizado. Por una parte, están los tres Gutiérrez, cada uno con un grado distinto de asimilación. Por otro lado, están los indígenas no asimilados que aparecen al final del relato para saquear la casa de Salterain. Empezando con la familia, se puede ver desde el inicio que los tres no están enteramente integrados en el pueblo.

Tienen orígenes desconocidos: “venían de quién sabe dónde, y nadie sabía decir en el pueblo cuál era el origen de su familia, ni de donde habían sacado el apellido” (Ugarte,

Cuentos 90). Según Merbilháa, esta descripción es importante porque, “En efecto, en lugar de aludir abiertamente al carácter de recién llegada de la familia Gutiérrez a una clase superior en términos de capital económico, el narrador la define como desconocida, lo cual revela su condición de advenediza ante los habitantes de Tandil” (“Últimos coletazos” 106). Además, “puede inferirse que en la visión del narrador, el bienestar económico puede confundir respecto de la posición social, pero no la connotación del apellido ni la ausencia de un pasado” (Merbilháa, “Últimos coletazos” 106-7). Sin embargo, el padre, la hija, y los indígenas más asimilados, tienen caracterizaciones más positivas.

El patriarca de la familia, don Pedro Gutiérrez, “había ganado algún dinero regentando una estancia” y “hacía allí una vida tranquila y sobria” (Ugarte, Cuentos 90).

En la descripción de él se resaltan sus aspectos afables: “era un indiazo gordo, cachazudo

83 y bonachón, [que] no había tardado en granjearse las simpatías de los vecinos. Su cara redonda y cobriza, sus ojos vivos, sus cabellos duros y cortadas al ras, su vestimenta cuidada, su actitud prudente y su risa abierta le daban ese aspecto campechano y enérgico que tanto agrada en aquellas regiones” (Ugarte, Cuentos 90). Además, el narrador le dice

“don Pedro Gutiérrez”, lo cual “revela su pertenencia a la clase acomodada” (Merbilháa

“Últimos coletazos” 107). Esta descripción positiva es sumamente importante porque revela desde temprano que las simpatías del narrador residen con don Pedro, un indígena que intenta asimilarse al mundo cristiano. Más adelante, se verán otros indígenas en parecidas situaciones, los cuales siempre despiertan las simpatías del narrador. Por eso, se puede ver que, aunque los miembros del pueblo tienen sus sospechas y no quieren aceptar a los Gutiérrez, el narrador está de acuerdo con crear un espacio en el proyecto nacional para los indígenas “civilizados”.

En cambio, la esposa de don Pedro, que no tiene nombre, parece tener una caracterización bastante negativa:

Su mujer era, en cambio, poco simpática, y las gentes del Tandil estaban de acuerdo para murmurar contra ella. Le reprochaban su gesto adusto, su actitud desconfiada, la brevedad de sus respuestas y la hosquedad con que evitaba hacer intimidad con las vecinas. Algunos le atribuían un carácter envidioso y reconcentrado; otros, una maldad contenida que acabaría por estallar. (Ugarte, Cuentos 90)

Sin embargo, si se presta atención, las descripciones de ella vienen de las bocas de sus vecinos, no del narrador. Por el contrario, el narrador, aunque la llama “la india semisalvaje,” dice que su “único defecto era la timidez” (Ugarte, Cuentos 91). El lector llega entonces a la conclusión que ella no es antipática, sino que está sola y extraña su

84 antiguo estilo de vida. Más adelante, dice que “Su alma indómita se ahogaba en la aldea pequeña, donde todo estaba sometido al capricho de algunos colonos blancos y del jefe que mandaba la guarnición” (Ugarte, Cuentos 91). Aunque no es tan civilizada como su marido, ninguno de los dos es aceptado por el pueblo y en vez de culparle a ella su falta de incorporación, el narrador les echa la culpa a los pocos colonos blancos que tienen todo el poder. Así se ve una crítica recurrente en la obra: el proyecto “civilizador” nacional que pretende civilizar o eliminar a los “bárbaros” no acepta a los de ellos que ya son civilizados y rechaza a los que intentan civilizarse. Mientras tanto, aquí y en otros cuentos más adelante se verá resaltada la nobleza de esta raza supuestamente “bárbara”.

Sin embargo, a pesar de sus intentos, la mujer indígena no puede escapar su herencia. Cuando escucha rumores de cuatreros,19 “parecía que todos sus atavismos se le salían por los ojos” (Ugarte, Cuentos 91). Así se ve uno de los dos conflictos que se da en este cuento:

una oposición entre, por un lado, el indio asimilado, y por el otro la india rebelde. Nuevamente, el narrador nos sitúa en la etapa posterior al avance ‘civilizatorio’ sobre las tierras de los indígenas y lee, a través de un conflicto ficcionalizado en el propio núcleo familiar, la modernización inacabada y los elementos involutivos que ponen resistencia a un progreso concebido como inexorable. (Merbilháa, “Últimos coletazos” 107)

Según la ideología dominante del momento, ella tiene la responsabilidad de ser el elemento civilizador dentro de la familia, ya que la madre que impone paz a su familia tranquiliza el clima de la nación (Masiello 17). No obstante, este proceso se ve imposibilitado por el determinismo. Su herencia hace que sus simpatías se inclinen hacia

19 “Indios ladrones que entran por las noches a las haciendas y se llevan manadas de caballos para venderlas en otras poblaciones” (Ugarte, Cuentos 91).

85 lo indígena, y el ambiente inhóspito la hace sentirse desesperada hasta que su lado bárbaro se apodera de ella.

El otro miembro de la familia indígena es la hija, Rosita. Según el narrador,

“Rosita había heredado, naturalmente, mucho del carácter de su madre. No porque sintiera deseos de volver a la tribu […] sino porque en su carácter violento y apasionado había grandes baches que la educación no había podido llevar…” (Ugarte, Cuentos 91).

Físicamente, es una muchacha hermosa, con “sus grandes ojos negros que brillaban sobre la tez cobriza, su cuerpo ágil y joven, su boca pequeña de gruesos labios encarnados y su cabellera renegrida” (Ugarte, Cuentos 91). Los labios gruesos de ella son una característica que comparten los que tienen un apetito sexual excesivo según las teorías de Lombroso (51), y la sexualidad excesiva de las mujeres es una gran preocupación en aquel entonces, ya que, “Overt female sexuality, ‘nymphomania’ or exaggerated sexuality, in women was believed to upset the delicate social balance” (J. Rodríguez 74).

La sexualidad de ella y su coqueteo constante se evidencian por sus frecuentes conversaciones por la reja y por el hecho de que, “Cuando se ponía al atardecer detrás de la reja con su falda abullonada de percal y sus flores en el pelo, no había quien pasase sin echarle una flor” (Ugarte, Cuentos 91). Así se ve que Rosita es una muchacha sumamente admirada por los hombres, pero ella prefiere a un hombre en particular: Mario Salterain.

Mario es “el hijo de un hacendado de las cercanías” que “vivía el verano en sus tierras y el invierno en Buenos Aires, donde cursaba Medicina” (Ugarte, Cuentos 91).

Según describe el narrador, la situación entre Mario y Rosita es la siguiente: “Rosita amaba a Salterain, Salterain fingía amar a Rosita, y todos parecían estar de acuerdo”

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(Ugarte, Cuentos 91). Físicamente, la única característica que se resalta de él es su bigote renegrido; no tiene una descripción más detallada de su cuerpo, evidenciando su posición intercambiable en este cuento. No es un personaje individualizado, sino que representa toda una clase de hombres criollos. Por eso, el narrador se enfoca más en su carácter y en su relación con los indígenas:

Era un descendiente de los primeros civilizadores, un hijo de la Conquista. Para los indios hubiera debido ser ‘el enemigo’; pero aquellos hombres, desmoralizados por la derrota y roídos por el alcohol, no alcanzaban a hacerse una idea clara de los hechos. Respetaban a Salterain porque Salterain poseía tierras y ganado, porque era joven y garboso, porque hablaba muy alto y se imponía. Además, todo conspiraba para cimentar su prestigio. Salterain era amigo del juez, del comisario de policía, del comandante militar. En la semicivilización de la aldea formaba con media docena de privilegiados el grupo de los dominadores, que mantenían a sus pies a un gran rebaño de indios humildes. Hablar con Salterain era un honor; obtener su apoyo era el triunfo. Y todos se inclinaban ante aquel hombre joven, que era como el cacique blanco de la población. (Ugarte, Cuentos 91-2)

Así se ve el tipo de hombre que Salterain representa: joven, guapo, creído, que se aprovecha de los demás y que sólo obtiene el respeto de aquellos que “no alcanzaban a hacerse una idea clara de los hechos”. Como se puede esperar, debido a que los protagonistas vienen de estratos sociales diferentes, la relación entre Salterain y Rosita no tiene futuro, lo cual crea una brecha entre los padres de Rosita.

Para don Pedro, la situación es beneficiosa: “Para él, Rosita había hecho muy bien en escuchar al hijo del hacendado, que había hablado de casamiento y de cuya palabra no era posible dudar” (Ugarte, Cuentos 92). En cambio, para la madre (y otras mujeres del pueblo que murmuran entre sí), “Salterain era un malvado, que sólo pretendía divertirse mientras duraba su estada en el campo. Quizás tendrían todos que arrepentirse” (Ugarte,

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Cuentos 92). La desconfianza de él por parte de ella se conecta a la historia, puesto que

Salterain “era el representante de la raza que los había dispersado y sometido. Nada bueno se podría esperar de él. Su espíritu dominador estaba habituado a barrer el derecho de los demás y a alzarse en la derrota como un espantajo” (Ugarte, Cuentos 92). A pesar de las protestas de la madre, Rosita no se preocupa porque es “una muchacha voluntariosa, que se juzgaba superior al medio en que había nacido” (Ugarte, Cuentos

92). Sin embargo, como se verá, el determinismo de ese medio y de su herencia será inevitable.

Rosita huye con Mario, causando un gran escándalo en la aldea. Así se revela, por una parte, la doble discriminación contra ella (indígena/mujer) y, por el otro, el apoyo dado a Mario (hombre/blanco). Mientras que, “No hubo mujer fácil que no tuviera frases duras de reprobación y de oprobio contra la chicuela incauta que había cedido el amor”

(Ugarte, Cuentos 93), para Salterain hay “una indulgencia sin límites,” que el narrador explica diciendo, “El carácter franco y leal de los indios, corrompido por la falsa civilización que les impusieron, se había trocado en receloso e hipócrita” (Ugarte,

Cuentos 93). La madre de Rosita está desesperada y, cuando la pareja vuelve al pueblo,

“la india no pudo contener una amenaza” (Ugarte, Cuentos 94). Rosita, en cambio, parece haberse asimilado por completo a la cultura dominante; está “vestida como una dama de la ciudad” y “[p]asaba por la ciudad como una reina envuelta en su orgullo” (Ugarte,

Cuentos 94). Sin embargo, aunque superficialmente parece haberse convertido en criolla,

Rosita no puede escapar de su herencia.

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Para solucionar el problema de acuerdo con las preferencias de la madre, se necesita al otro indígena, el no asimilado: Guatemorá. Él aparece descrito como una especie de Robin Hood. Es peligroso, pero “[e]n los ranchos se murmuraba que

Guatemorá sólo hacía daño a los blancos ricos, y que con los indios pobres se mostraba siempre de una bondad ejemplar” (Ugarte, Cuentos 94). Por supuesto, el señor y la señora

Gutiérrez tienen opiniones opuestas de Guatemorá. Mientras que don Pedro le llama “el bandido,” su mujer “le llenaba en sus conversaciones de respetuosas alabanzas” (Ugarte,

Cuentos 94). Se explica esta diferencia de opiniones porque “la independencia del salteador humillaba al indio sometido tanto como halagaba a la india rebelde” (Ugarte,

Cuentos 94). Por lo tanto, cuando vuelven los Salterain a la aldea, la india desaparece esa misma noche, saliendo “en dirección al sitio en que todos se presumían que se ocultaba

Guatemorá” (Ugarte, Cuentos 94). Dos noches después, un grupo de bandidos penetra la estancia de Salterain y “aterrorizaron a la familia y a los criados y barrieron cuanto había en las habitaciones. Lo poco que no pudieron llevar lo destruyeron” (Ugarte, Cuentos 94).

De nuevo, el castigo cae más en Rosita que en Mario, porque Mario tiene suficiente dinero para reemplazar lo que había perdido; “Apenas si se encogió de hombros cuando el pelotón de policía, que salió a perseguir a los ladrones, regresó al cabo de una semana sin haberlos encontrado” (Ugarte, Cuentos 94). En cambio, Rosita cae muy enferma porque, según los rumores, “a la cabeza de los malhechores, la querida de Salterain había reconocido a su madre” (Ugarte, Cuentos 94).

El determinismo de los personajes es algo que corre a lo largo de este relato y, como indica Merbilháa, “el medio resulta difícil de modificar, y también la raza

89 evoluciona con dificultad” (“Últimos coletazos” 108). Un aspecto llamativo de este cuento es que, a pesar de su título, el narrador presta más atención al carácter y a las acciones de la madre de Rosita que al carácter y a las acciones de la hija. Según las teorías de la época, las acciones de la madre podrían ser consideradas inmorales, ya que

“Women who rejected motherhood were regarded as barbaric and immoral; civilized women understood their maternal role well” (J. Rodríguez 112). Sin embargo, ese no parece ser el punto de vista del narrador (todo lo contrario); aquí la mujer indígena aparece como una madre que se preocupa por su hija, de quien piensa cometió un error grave. Además, varias veces el narrador indica no estar de acuerdo con el pueblo de

Tandil que juzga tan duramente a las mujeres Gutiérrez. Aunque tradicionalmente en la literatura de la época el indígena aparece muchas veces como esa clase social que impide el progreso, aquí se observa que “los desfases de la civilización en tránsito […] encierran en sí factores que debilitan el progreso” (Merbilháa, “Últimos coletazos” 108), como los prejuicios del pueblo quien parece apoyar ciegamente al hombre criollo.

Ugarte parece no estar de acuerdo con la ideología predominante de su época.

Sugiere que los indígenas no son bárbaros siempre, sino que son conducidos a la barbarie cuando son obligados a asimilarse o por situaciones desesperadas. Además, la caracterización del padre, don Pedro, aunque es positiva, nos presenta a un personaje que es discriminado por el pueblo. Aunque “Rosita Gutiérrez” representa un grupo de indígenas que atacan la casa de un hombre criollo, realmente son los agresores los que despiertan simpatía en el lector. La crítica parece ir en contra de aquellos que sugieren la

90 eliminación de los indígenas del proyecto nacional, insinuando que sería preferible crear un espacio dentro del imaginario nacional.

“El malón”

Si en “Rosita Gutiérrez” hay un amor problemático entre una indígena y un criollo, en “El malón” la relación se da entre una francesa y un indígena. El cuerpo indígena aparece contrapuesto con el de los más civilizados de los europeos: los franceses. El conflicto central se conoce ya desde el título: hay un malón, que el autor define en una nota como “Arremetida de los indios contra las pequeñas poblaciones indefensas” (Ugarte, Cuentos 53). Aunque la definición no es totalmente objetiva, da una idea general de lo que es un malón: un ataque llevado a cabo por los indios, generalmente a pequeños grupos aislados de colonos de la pampa, no a un pueblo más grande y organizado. Según el narrador, “Antes que el ejército regular consiguiese imponer a los indios el acatamiento a las leyes de la república, nada era más común que el malón en las vastas llanuras del Chaco y hasta en las regiones que, por hallarse más cerca de los centros civilizados, parecían deber estar a cubierto de tales desmanes” (Ugarte, Cuentos

53). Más precisamente, Merbilháa ubica la época de los malones después de 1885, ya que hasta mediados del siglo XIX las relaciones entre los indígenas y los colonos se caracterizan más “por la negociación y el intercambio que por una ofensiva aniquiladora”, mientras que después de la campaña roquista, “se abandonan esas estrategias […] para dar lugar a una acción de policía del desierto, que trajo como

91 consecuencia una generalización de estrategias como los malones, por parte de las poblaciones indígenas” (“Últimos coletazos” 99).

El cuento abre con algunas descripciones generales de los indígenas, determinados por su “carácter hirsuto y batallador” que ahora, “batidos por los colonos y obligados a ceder palmo a palmo los territorios que les pertenecían, se arremolinaba a veces y se tornaba sangrientamente agresivo” (Ugarte, Cuentos 53). El malón se describe con muchas imágenes impersonales: primero, la banda es “una nube”, luego “un torbellino de acero”, y “por fin, una brumosa confusión de centauros desbocados que esgrimían flechas y lanzas” (Ugarte, Cuentos 53-4). Durante el evento, las descripciones impersonales de los “antiguos reyes de la región” continúan, cuando ellos entran la aldea como “las aguas de un mar que desborda, se infiltraban por todas las rendijas, lo cubrían todo y ahogaban bajo su número al pequeño grupo de europeos asombrados y medrosos”

(Ugarte, Cuentos 54). Ellos actúan sin piedad, forzando cerraduras, invadiendo casas, saqueando templos, violando, matando, y destruyendo. Dejan tras sí “arroyos de sangre, montones de cadáveres, ruinas, miseria y aldeas en llamas, que eran como piras que levantaba el vengador de la raza en derrota” (Ugarte, Cuentos 54). Según el narrador, estas acciones de “[los] hijo[s] de América” se hacen para vengar “la amarga humillación de su pueblo” y, cuando se acaba, “el grupo dantesco de centauros desgreñados, de donde surgían las cabezas de algunos colonos clavadas en la punta de las lanzas, se alejaba tierra adentro, llevándose en su torbellino los rebaños, el dinero y las mujeres hermosas, hasta perderse de nuevo en la oscuridad de la noche” (Ugarte, Cuentos 54-5).

92

Lo opuesto a esta brutalidad parece ser el cuerpo del “civilizado”, en este caso, los franceses. La familia Renaudy, al igual que los Gutiérrez, está compuesta por tres personas: padre, madre, e hija. El padre es descrito como un forastero en este lugar que había llegado desde hace seis meses (Ugarte, Cuentos 55). Como el estereotipo predominante, Renaudy es uno de tantos inmigrantes que viene en busca de grandes fortunas. No le interesa conocer la cultura local, sino aprovecharse de ella para ganar dinero y volver a su país preferido:

Renaudy había aceptado la situación provisionalmente, esperando ganar en pocos años el dinero indispensable para volver a reanudar su tren de vida. Aquel hombre, habituado al lujo y a las fiestas, no se resignaba a la monotonía laboriosa y a la triste solemnidad de las Pampas. Echaba de menos el bulevar, el club, las emociones de la existencia parisiense. (Ugarte, Cuentos 55)

De esta manera Renaudy aparece sin ningún interés en asimilarse a la cultura argentina.

Además, es importante notar que, en el momento del malón, “El narrador no lo presenta como víctima indefensa” (Merbilháa, “Últimos coletazos” 97) sino como un hombre con extensa educación militar. Así se empiezan a ver las fisuras en la fachada civilizada; quizás no tiene la barbarie violenta de los indígenas, pero la suya es otra especie de barbarie, del juego y el ocio.

En cambio, la mujer de Renaudy—innominada en el cuento—tiene opiniones más positivas respecto a su emigración. Ella es “una abnegada compañera que, habiendo sufrido mucho con las trapisondas de su marido, se felicitaba casi de aquel destierro obligado” (Ugarte, Cuentos 55). Aunque a Renaudy no le importa la cultura local, su esposa “se había adaptado casi en seguida al aislamiento y a la tristeza de las nuevas

93 costumbres” (Ugarte, Cuentos 56), ejemplificando la percibida flexibilidad de las mujeres y su capacidad para asimilarse a nuevos ambientes. Sin embargo, tanto el padre como la madre carecen de descripciones físicas y son personajes más o menos unidimensionales, ejemplificando así a los típicos inmigrantes que llegan buscando fortuna. Contrapuesto a ellos, se encuentra la hija de la familia, Renée, “una traviesa rubia de dieciocho años, nacida en París, que suplía con su elegancia lo que le faltaba de hermosura” (Ugarte,

Cuentos 55). Como se verá más tarde, Renée comparte la flexibilidad de su madre, pero no será suficiente para tener una relación exitosa con el indígena.

Cuando el malón llega a su aldea, se narra el ataque desde la perspectiva de

Renaudy. Es una situación caótica y confusa, en que no se sabe quién está vivo y quién está muerto:

Renaudy, herido en el brazo derecho, se defendía con el izquierdo, empuñando valerosamente un sable que abría grandes brechas en el enjambre cobrizo de los indios encarnizados. Sin embargo, llegó un instante en que no pudo más, y, sin abandonar la defensa, trató de intentar una fuga por la ventana que daba al campo. Paseó los ojos en torno, buscando a los demás para indicarles ese medio de salvación…Entonces fue cuando comprendió la magnitud del desastre…En el desorden espantoso de la habitación vió los cadáveres de los colonos que yacían sobre la baldosa; vió a su esposa bañada en sangre, agonizando en un rincón, y, peor que todo aún, no vió a su hija. (Ugarte, Cuentos 58)

Después de la presumida muerte de Renaudy, el grupo de indígenas se aleja en “una gran masa de sombra que galopaba vertiginosamente hacia el límite” (Ugarte, Cuentos 58). A lo lejos queda “la devastación de lo que fue una aldea civilizadora, las grandes lenguas rojas del incendio, que cundían y se multiplicaban, haciendo más inexorable y más definitiva aún la obra de la muerte” (Ugarte, Cuentos 58).

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Tras esta escena inicial en la cual los europeos son individualizados mientras que los indígenas son mayormente despersonalizados, el relato da un cambio y se convierte en la historia de dos personas: la francesa Renée y el indio Sitlán. En la primera descripción extensa de Renée, nos enteramos que,

contra todas las previsiones, la que menos contrariada se mostraba, la que había aceptado la situación con más franco bueno humor era Renée, a quien habían fascinado el exotismo y las sorpresas que emanaban de la región y del medio. La juventud de Renée, ahogada primero en un colegio religioso donde todo era prohibiciones, trasplantada después a la atmósfera meticulosa de una sociedad arcaica, saltaba y se desperezaba al sol en aquella tierra libre donde podía imponer carreras locas a su caballo, vestir a su antojo y gritar hasta enronquecer en los campos vacíos donde nadie podía oírla. Además, su poca edad no le dejaba sentir todavía ese apresuramiento por gozar y aprovechar las horas, que sólo viene después, cuando comenzamos a contar los años. Renée estaba en pleno triunfo de la savia y no pensaba en saraos ni en trajes. Los ejercicios físicos a que se entregaba habían acabado por virilizar en cierto modo su naturaleza, y era una muchacha sana, llena de vida, de ojos azules y tez blanca, con un rayo de sol en los cabellos y un chispazo de aurora entre los labios. (Ugarte, Cuentos 56)

La fácil asimilación de Renée no es imprevista, ya que, según Masiello, “Women serve as mediators between Europe and America, between civilization and barbarism, and also as a disciplinary force against the perceived savagery of natives. Women of European descent made their way into nationalist essays, serving as buffers between racially minorized groups and a continental mode of citizenry” (140). Por eso, cuando Renée es raptada por los indígenas, uno de sus primeros aspectos que se resalta es “su cuerpo flexible,” y que el indio que la lleva, Sitlán, “no había visto jamás tanta delicadeza en un cuerpo de mujer” (Ugarte, Cuentos 59). Se ve desde temprano el efecto tierno que el cuerpo de Renée tiene en Sitlán, ya que cuando ella todavía está dormida, “como aquellos

95 labios pálidos y marchitos le inspiraban una tentación violenta, el guerrero vigoroso y audaz, salpicado de sangre y lodo, se inclinó sobre ellos y los besó dulcemente, como si temiera despertar a un niño dormido” (Ugarte, Cuentos 59). Así se observa que, aunque

Renée produce un efecto romántico en Sitlán, la constante contraposición de sus corporalidades opuestas indica que esta pareja no puede funcionar: ella es “delicada,”

“pálida,” y “flexible,” mientras que él es “vigoroso y audaz,” pero también de cierta manera sucio, cubierto de sangre y lodo, recordándole al lector de esta manera su naturaleza bárbara.

El viaje desde la aldea de los franceses al hogar de los indígenas se narra desde la perspectiva de Renée. Algo interesante de notar aquí es que, aunque ella se rebela contra sus captores al principio, la pampa es más espantosa para ella que los propios indígenas:

“Interrumpió su llanto para mirar la vasta extensión que se alargaba sin fin, como una muerte. Los indios le infundían menos pavor que aquella soledad” (Ugarte, Cuentos 60).

Cuando llega a la “guarida” de la tribu, se describe una escena confusa para la francesa, en que “todos bajaban de los caballos y se entrechocaban en la sombra, asediados por las mujeres y los niños, que les saltaban al cuello y les hablaban en una lengua desconocida”

(Ugarte, Cuentos 61). De nuevo, la mayoría de la tribu no tiene ningún aspecto individualizado, sino que se describe como “aquella multitud de color de la tierra, que se apiñaba en subterráneos, parecía un enjambre de fantásticos insectos que horadaban el planeta en la media luz de una pesadilla” (Ugarte, Cuentos 61). Esta descripción podría representar la perspectiva superficial que tendrían los que no conocen a los indígenas lo suficiente para tener una perspectiva más matizada de ellos. Es una descripción

96 deshumanizada, pero en las descripciones de los individuos se verá la nobleza que reside en algunos indígenas.

Los dos indígenas que cuentan con descripciones individualizadas son el caudillo

Largacurá, y su hijo Sitlán. Según el narrador, Largacurá es “el caudillo que más aterrorizaba a los habitantes de la fértil, pero salvaje región que se extiende al sur de la provincia de Buenos Aires, lindando con la Patagonia” (Ugarte, Cuentos 55). Es un hombre prudente, que sólo acepta el combate cuando tiene una ventaja de fuerzas, “pero casi siempre desaparecía en la llanura, como si la tierra amiga, como si la tierra madre se abriese bajo sus plantas para salvarle del invasor” (Ugarte, Cuentos 55). En la descripción del malón, se contrasta Largacurá con Renaudy; el primero tiene la ventaja de sus instintos y su conocimiento del paisaje local, el segundo con “su resolución y sus estudios de Saint-Cyr”20 (Ugarte, Cuentos 55). Al igual que en el caso Renaudy, no hay una descripción física detallada de Largacurá. Existe para representar lo contrario de

Renaudy. Mientras que el francés vendría a representar el extranjero, la ciudad, y el futuro, el indígena representa el autóctono, el campo, y el pasado glorioso.

Sitlán, al igual que su padre, es un guerrero consumado. Se describe en términos muy positivos; es “un atleta bronceado, lleno de gallardía y de nobleza. Su mirada luminosa y franca, sus rasgos regulares y su bigote naciente le daban no sé qué aspecto superior, que infundía a su tiempo respeto y simpatía. Cuando robó el beso, sus ojos adquirieron una extraña expresión de dulzura” (Ugarte, Cuento 59). Así se ve que Sitlán es en muchas maneras un hombre en transición. Tiene el cuerpo bronceado en contraste

20 Una escuela militar francesa muy famosa.

97 con la palidez de la francesa, pero también tiene un “bigote naciente” que recuerda la

única característica física del criollo en el cuento anterior, su bigote renegrido. Eso podría indicar que Sitlán está en un estado de transición desde el pasado al mundo civilizado de la burguesía criolla.

Aunque no se espera al principio, poco a poco Renée logra conquistar a Sitlán a través de sus buenos sentimientos y exige que él la lleve a dónde están sus padres en una discusión “que ella hacía agresiva, comprendiendo el dominio que empezaba a ejercer sobre aquel hombre” (Ugarte, Cuentos 61). Al mismo tiempo, el famoso guerrero violento, “sintiéndose perdido ante la fuerza avasalladora de los dos ojos azules, acabó por prometer que la llevaría así que cayera la noche” (Ugarte, Cuentos 61). Así se ve

“una inversión del tópico, y la mujer pasa a ser quien cautiva y somete al indio”

(Merbilháa, “Últimos coletazos” 96). Además, el narrador nos recuerda constantemente de sus diferencias raciales al enfocarse no simplemente en sus diferencias corporales de hombre/mujer, sino en el color de su piel, su pelo y, en este caso, los ojos azules de la francesa.

Antes de hacer el viaje, ocurre una de las escenas más interesantes del relato, si bien no muy verosímil, en que Renée y Sitlán discuten las diferencias entre sus razas.

Renée le hace a Sitlán una pregunta inocente: “‘¿Qué mal te habíamos hecho nosotros

[…] para que te lanzaras sobre la población y la devastaras toda?’” (Ugarte, Cuentos 62).

En su respuesta, Sitlán demuestra los efectos del determinismo sobre él, respondiendo con “más resignación que odio. Parecía que aquel hombre soportaba una ley que se sentía incapaz de sacudir…” (Ugarte, Cuentos 62). Le dice a Renée,

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Entre tu raza y la mía […] hay grandes rencores acumulados. Ellos nos persiguen y nos expulsan de nuestro territorio; nosotros desbaratamos sus ciudades en formación…No somos ni más ni menos injustos, ni más ni menos sanguinarios. Pero ahora que me siento atraído hacia ti, ahora que veo que brotan en mi corazón no sé qué cosas nuevas, quisiera borrar ese pasado y recomenzar la vida… Yo soy el hombre rudo y primitivo que guarda en los campos inexplorados, junto a la naturaleza virgen, el último secreto de lo que fue… Tú eres de otra esencia… Pero te adoro y te deseo, quizá por eso mismo, porque me traes aromas de otra región…Si quieres, serás la reina de nuestra tribu nómada. (Ugarte, Cuentos 62)

Con esta respuesta y “una sonrisa medrosa de niño tímido”, Sitlán logra interesarle a

Renée por un instante (Ugarte, Cuentos 62). En ese momento, Renée insiste en ver a sus padres antes de decidir ser la pareja de Sitlán porque ella tiene “una serenidad, una audacia y una persistencia en las ideas que sólo podían explicarse por la vida libre que había llevado durante los últimos tiempos y por los atavismos imborrables de una raza de luchadores” (Ugarte, Cuentos 63). Así se ve que, a pesar de los momentos románticos, se hacen insuperables los atavismos y las brechas entre las dos razas.

Por fin, Sitlán la lleva a dónde están sus padres “por un campo inculto y salvaje por donde parecía que jamás habían pasado caballos…Cuando encontraron la primera huella de herraduras, Sitlán indicó con un gesto que debían detenerse” (Ugarte, Cuentos

64). Así la pareja se separa en la frontera física entre la civilización (herraduras) y la barbarie (el campo inculto). En su despedida, Sitlán le dice a Renée, “‘Si quieres volver a verme, ven hasta este sitio y deja una flor. Será una señal. Yo saldré a buscarte adonde estés. Y volveremos a huir de noche, bajo las estrellas, por la Pampa cortando el viento’”

(Ugarte, Cuentos 64). Sin embargo, la pareja no tendrá un final feliz ante tantos obstáculos sociales. Cuando Renée llega a la aldea, adivina la verdad de sus padres en un

99 instante, “con una voz rara, de demente” (Ugarte, Cuentos 65). La verdad de sus muertes la hace perder la razón, y se convierte en una bestia loca:

No fue un grito, sino un sonido extraño lo que se escapó de su boca…Se arrojó sobre los despojos sangrientos de aquellos a quienes tanto había querido…Después se sentó sobre las piedras, como una esperanza que viene a llorar sobre una tumba…Y en una insurrección de todas su fibras levantó los brazos al cielo y lanzó una carcajada que hizo temblar a las estrellas… (Ugarte, Cuentos 66)

La historia concluye con la frase, “Ramírez la cogió por el brazo y trató de alejar de allí a la pobre loca…” (Ugarte, Cuentos 66). La situación desesperada la hacer perder la razón, y la relación amorosa entre ella y el indio no puede sobrevivir.

A pesar de que el relato abre y cierra con los inmigrantes franceses, varios estudios arguyen que Sitlán realmente es la figura central del cuento. Según Merbilháa,

Sitlán “constituye una subjetividad en transición, en tanto ya no está enteramente ligado a los valores de su padre cacique, aunque tampoco encuentre posibilidad de una asimilación con el mundo cristiano” (“Últimos coletazos” 95). Por eso, él constituye el núcleo conflictivo del relato, entre presente y pasado, civilización y barbarie, indígena y europeo. Sin embargo, según Ugarte estas dualidades no corresponden a la realidad del indígena argentino, ya que él “defiende al indio como lo más sano que tenemos en

América. Cuando se habla de civilizarlo, dice, se rinde culto a una fórmula sin sentido real. Si por civilización se entiende la nobleza, la lealtad, la elevación, el desinterés, la capacidad para acceder a los destinos superiores, el indio es más civilizado que los que pretenden conducirlo” (Arroyo 74-5). Tanto en “El malón” como en “Rosita Gutiérrez” se ve que los personajes indígenas tienen más rasgos nobles que los supuestos

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“civilizados”. Aquí, Sitlán es un hombre civilizado pero no cabe ni en el mundo de su tribu ni en el mundo cristiano. En contraste con él, para Merbilháa, Renée es la que interrumpe la evolución natural de los indígenas: “cualquier accidente que interviene sobre la evolución de estos sujetos, toda sustracción de su medio de origen, se representa como causa que puede resultar fatal: en este caso la vida en simbiosis con la naturaleza de una joven parisina puede tener consecuencias aniquiladoras” (Merbilháa, “Últimos coletazos” 98). Ella es como una especie de Eva que corrompe a Adán (Sitlán) e imposibilita su vuelta a su vida anterior.

Así se ve la posición ambigua de este cuento: por un lado, “el sentimiento de imposición inevitable de modos modernos de organización comunitaria” y por otro “una justificación algo legitimante de la estrategia de resistencia defensiva de los indios”; “no se criminaliza su accionar, contrariamente al discurso político-militar hegemónico”

(Merbilháa, “Últimos coletazos” 99). De nuevo, el autor defiende a los indígenas y muestra a Sitlán como un ser más bien simpático, aunque conflictivo. El romance de los protagonistas, aunque compuesto por dos personajes sin mayores defectos, es imposible dado el peso de la historia de conflictos entre sus dos razas. Tienen cuerpos idealizados superficialmente, ella con su delicadeza pálida, él con su cuerpo bronceado de atleta, sin embargo la herencia cultural determina que esta relación no puede funcionar. Queda claro que tanto en “El malón” como en “Rosita Gutiérrez”, los indígenas son los que muestran tener más grados de civilización, revelando la crítica del narrador hacia los que pretenden eliminar a los indígenas y quieren reemplazarlos por criollos o europeos, sin darse cuenta que estos últimos también poseen elementos asociados con la barbarie.

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Gaucho versus criollo

El próximo cuento que estudiaremos se desarrolla en una ciudad. En “La leyenda del gaucho,” el conflicto parece ser entre dos criollos, pero luego uno de ellos revela su verdadero carácter de gaucho. Aunque en el campo se espera “la experiencia conflictiva de la modernización” en la ciudad se espera “un lugar ordenado, asentado, en el que la era de progreso ha conseguido imponerse” (Merbilháa, “Últimos coletazos” 92). Sin embargo, en los relatos de ámbito urbano, los celos por amores no correspondidos se apoderan de los protagonistas, conduciéndolos a la violencia y mostrando que la barbarie no es sólo característica del campo sino que existe también en las ciudades.

“La leyenda del gaucho”

Según Sabine Schlickers, “La leyenda del gaucho” es el cuento más naturalista de la colección, y “podría leerse como prólogo ficcional que introduce la fe en el progreso con una simultánea nostalgia del patrimonio criollo” (El lado 313). En la primera parte del relato, lo que se destaca es la evolución reciente de Buenos Aires, de pueblo chico a ciudad cosmopolita:

Cuando Buenos Aires no era todavía la ciudad grandiosa que todos admiran hoy, sus costumbres conservaban cierto dejo de ingenuidad fresca y romántica, que aun persiste en la memoria, a pesar del tiempo transcurrido y de las maravillas que se han realizado después. […] Porque han de saber los lectores que el cambio en cuestión data apenas de fines del último siglo. No es necesario ser abuelo para poderlo contar. Cuando el que os habla tenía quince años, es decir, en 1893, Buenos Aires era todavía una ciudad de segundo orden, cuya tendencia emprendedora, por grande que fuera, no dejaba adivinar tan portentoso porvenir. Con el

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millón de habitantes vinieron después el empuje devorador, la tiesura y los automóviles; pero en las épocas en que empieza este relato, era aquella una ciudad juvenil y sans façon, donde los novios hablaban por la reja, los teatros ganaban dinero con el género chico y los tranvías resbalaban modestamente al trote parsimonioso de sus caballos. (Ugarte, Cuentos 23- 4)

En esta cita lo que se resalta es la descripción de una Buenos Aires todavía en transición y, por lo tanto, no tan diferente de un pueblo en cuanto a su grado de civilización y progreso. El narrador señala que no lamenta la desaparición de aquellos tiempos ni condena el progreso y los adelantos, “que son la afirmación victoriosa de nuestra nacionalidad” (Ugarte, Cuentos 24). Sin embargo, el cuento conserva cierta índole costumbrista y nostálgica cuando, por ejemplo, describe como las familias ricas, “lejos de ir, como ahora, a pasar el verano a Mar del Plata, se contentaban entonces con emigrar al

Tigre, a Adrogué, a Lomas y, sobre todo, a San José de Flores, que es hoy un barrio de la capital hormigueante, y que por aquel tiempo parecía el refugio más indicado para atenuar los rigores de la estación estival” (Ugarte, Cuentos 24). Nota el narrador que “[l]a existencia era también, en conjunto, mucho más simple y más llana” y desde las cinco hasta la medianoche “era un desborde maravilloso de lujo, de belleza y de buen humor”

(Ugarte, Cuentos 25-6). Se verá que, a pesar de las protestas del narrador de no despreciar la vida moderna, el medio ambiente urbano presente en este cuento es “civilizado pero hueco”, con una protagonista “coqueta que no conoce el verdadero amor” y “un cínico hijo de papá” (Schlickers, El lado 313).

Los grupos sociales presentes en este cuento son dos. Por un lado están los criollos, representados por Luisito Achával, Paco García, y Sofía Grenada, y por el otro,

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Lisandro Mendezuela, cuya fachada criolla esconde su verdadero carácter gauchesco.

Empezando con Luisito, lo que más se destaca de él es que, al parecer, es muy similar a

Lisandro. Ambos son estudiantes de medicina que se reúnen con sus respectivas familias en San José de Flores durante el verano, y pasan mucho tiempo juntos. Incluso comparten la ropa, ya que a Lisandro “los trajes de Luisito le venían bien, porque ambos tenían el mismo cuerpo, y los aceptaba” (Ugarte, Cuentos 27). No obstante, hay una diferencia insuperable entre los dos amigos: “Achával pertenecía a una de las familias más ricas y encopetadas de Buenos Aires; Mendezuela era huérfano de un pobre capitán de infantería”, pero no causa problemas porque “se sentían demasiado jóvenes y demasiado puros para advertir el obstáculo” (Ugarte, Cuentos 26). Luisito representa los hijos del nouveau riche, a quienes sus padres intentan inculcar la ambición del saber: “Luisito condensaba todo en una frase: ‘Mi padre quiere doctorar a la familia’” (Ugarte, Cuentos

28).

Sin embargo, a Luisito no le interesa cumplir con los deseos de su padre y por lo tanto, “[l]ejos de entregarse al estudio, dedicaba su tiempo a adiestrar caballos, a combinar paseos y a jugar a la pelota en el pequeño frontón que se había hecho construir al fondo de la huerta” (Ugarte, Cuentos 28). El contraste con Lisandro queda marcado desde el principio; Luisito “era la resultante de un grupo seleccionado, y parecía haber nacido para disfrutar del triunfo de los suyos,” mientras que Lisandro “era uno de los primeros elementos de una progenie en formación, que pugnaba por surgir” (Ugarte,

Cuentos 28). En sus personalidades, Luisito “tenía, por sus ademanes desenvueltos y su sonrisa maliciosa, cierto encanto singular que forzaba las simpatías. Lisandro era más

104 ingenuo, más basto y más encogido. De su origen y de su primera educación había conservado una indefinible inferioridad en el aspecto, que contrastaba con la resolución y la gallardía de su protector” (Ugarte, Cuentos 28). Así que, aunque superficialmente tienen “el mismo cuerpo”, la sangre todavía va a determinar sus destinos y la herencia gauchesca de Lisandro imposibilita su acceso a la burguesía criolla a la que aspira.

La sangre gauchesca de Lisandro viene de su padre que, a diferencia del padre rico de Luisito, fue uno de tantos que “puso al servicio de la ley su combatividad de primitivo,” pero “fue porque ya no resultaba posible obrar de otro modo; pero, en resolución, no había sido más que un bandido legal, cuya arremetida se desencadenaba a cubierto de las revoluciones y de las guerras civiles. Escarbando un poco en él, asomaba el gaucho indómito” (Ugarte, Cuentos 28). De esa herencia surgen las diferencias entre

Lisandro y Luisito: “El primero pugnaba por subir; el segundo había llegado” (Ugarte,

Cuentos 28). Estas diferencias se hacen claras cuando Lisandro se enamora de Sofía

Granada.

Cuando Lisandro está con un grupo de amigos y hace evidente su admiración por

Sofía, su compañero Paco García, otro joven criollo acomodado, se burla de ella.

Lisandro se enfada y lo amenaza, y García responde: “‘¡Parásito imbécil! […] ¡Bien se ve que es sangre de gaucho la que llevas en las venas!’” (Ugarte, Cuentos 34). Con este insulto, se marca un cambio en el joven:

Esa fue para Lisandro la primera revelación de su inferioridad social. Lo que había en el de torvo y de indomable, lo que prolongaba dentro del culto estudiante de Medicina el empuje atropellado y levantisco de los suyos, salió bruscamente a la superficie. El horizonte se transformó. Desgarrada la mentira que le había cegado hasta entonces, comprendió su

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situación y se avergonzó de ella. ¡No había sido más que un parásito! Todo lo que él creía suyo no era más que un reflejo de aquellos a la zaga de los cuales iba. (Ugarte, Cuentos 34)

Ese evento marca un punto clave en la vida de Lisandro: ya no puede mantener el disfraz de ser criollo urbano cuando su naturaleza de gaucho surge a la superficie. Así se transforma poco a poco en un gaucho verdadero. Pero antes de cumplir esta transformación, pasemos a describir a su amada.

Sofía Granada es una chica joven de dieciséis años, ojos negros, cabello castaño y, como símbolo de su conexión con el mundo moderno, se nos dice que vive cerca de la estación de ferrocarril (Ugarte, Cuentos 31). Vive con su madre viuda, y junto a ella gastan la fortuna que les dejó el difunto; según García, la estrategia de la viuda es casarse de nuevo y casar a su hija para arreglar sus problemas financieros (Ugarte, Cuentos 33).

Por eso se sabe que la relación entre Lisandro y Sofía no puede ser exitosa, ya que ella necesita a alguien adinerado y él no tiene ninguna fortuna. A pesar de eso, Sofía se muestra coqueta con el joven: “Se hubiera dicho que Sofía ensayaba sus armas para las lides confusas del porvenir. Su juventud y su belleza la empujaban a experimentar su poder y a saborear las sutiles satisfacciones del orgullo” pero el pobre Lisandro “era demasiado simple para vislumbrar esas cosas” (Ugarte, Cuentos 39). No obstante, un evento le hace ver la realidad.

En una fiesta Sofía y su madre venden flores. Hacia el final de la fiesta, sólo queda una flor, la que llevaba Sofía, y ella anuncia que dará la flor a quién pague más.

García, que antes no había mostrado mucho interés en la muchacha, se aprovecha de la oportunidad para humillar a Lisandro, sabiendo muy bien que éste no tiene mucho dinero.

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Cuando García gana la flor, Lisandro queda desesperado y su humillación es tan honda que, “a pesar de su cariño, Lisandro evitó las ocasiones para encontrarse con Sofía”

(Ugarte, Cuentos 41). Es prisionero de su amor por Sofía e intentará en otra oportunidad impresionarla. Durante el Carnaval, según Sofía, hay que disfrazarse de fantasía y

Lisandro tiene una sola opción: sacar la ropa de su padre y disfrazarse de gaucho, pero

“no era un disfraz común de gaucho improvisado y advenedizo. Desde el rico ‘chiripá’ y el ‘poncho’ delgado y flexible, hasta el cinturón y el rebenque de cabo de plata estaban diciendo el lujo y el esplendor de un criollo a la manera antigua” (Ugarte, Cuentos 43-4).

Sin embargo, aunque parece ser un disfraz, realmente cumple su transformación exterior en lo que realmente es ya por dentro: “aquel traje era símbolo de su origen. Vestirlo, equivalía a probar que no se avergonzaba de él. ¿Le habían reprochado la sangre de gaucho que llevaba en las venas? Pues así no tendría solamente la sangre; tendría el traje, los gestos, la voz y hasta la barba hirsuta, que le transformaba completamente” (Ugarte,

Cuentos 44). La transformación se da completa cuando él saca el facón, evidenciado por el monólogo que él da en ese momento:

Este es el símbolo […] de la leyenda que se extingue. El progreso y la emigración han barrido la violencia, y todos hemos evolucionado de tal suerte, que apenas queda el recuerdo de la semibarbarie de hace veinte años. Nuestra historia ha cesado de ser el tropel de instintos que desencadenaron nuestros padres, demasiado simplistas y demasiado impetuoso. Aquellos hombres todo gesto, que obraban por impulso sin cuidarse de la razón y pasaban de una guerra civil a un combate personal, devorados por un ansia confusa de derribar obstáculos, no eran, en definitiva, más que una fuerza inconsciente…¡Pero cuán frescos manantiales de sinceridad había en ellos!...La civilización, que nos ha depurado, nos ha empequeñecido. (Ugarte, Cuentos 44)

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Aunque Lisandro se había refinado superficialmente, no pudo cambiar lo que llevaba adentro, la sangre que corría en sus venas. Se le hace imposible escapar su herencia gauchesca aún en el ambiente civilizado de la ciudad.

La situación llega a su clímax en el Carnaval.21 García llega vestido del mosquetero D’Artagnan. Tras una pelea de palabras, Lisandro pierde de nuevo ante su rival, y esta vez “[t]odos sus atavismos se concentraron en un empuje incontrarrestable”

(Ugarte, Cuentos 50). García intenta “apretar el cuello a su enemigo para rendirlo a discreción bajo la rodilla,” pero no es posible: “la sangre indómita del gaucho se rebeló…Casi asfixiado bajo la presión de la mano crispada, hizo un esfuerzo horrible, desnudó el facón y lo hundió hasta el mango en el pecho del mosquetero” (Ugarte,

Cuentos 51). Sin embargo, matar a su rival no significa victoria para él: “se alejó penosamente a pie, con el cuerpo encorvado, como si llevase el cadáver sobre sus espaldas” (Ugarte, Cuentos 51). Como se vio antes, los gauchos que matan a alguien en la pampa se ven a sí mismos como desafortunados y no como criminales, pero Lisandro es un gaucho que se encuentra en un ambiente al que no pertenece. Por lo tanto, para él ésta era “la catástrofe final. […] Lisandro comprendió que su papel estaba concluido”

(Ugarte, Cuentos 51). En un momento dado, se da cuenta de que “El disfraz le quemaba la piel…Pero los atavismos del gaucho, ¿estaban en el traje o en su corazón?...” (Ugarte,

21 Es interesante que todo eso pase durante un Carnaval ya que, según lo expuesto por Bakhtin, el período del Carnaval se trata de una inversión de autoridades e identidades, pero que todo vuelve a su estado inicial cuando el período se acaba. Además, él afirma que “carnaval is […] organized on the basis of laughter” (8), pero aquí se vuelve violento y, como se verá, hay algunos cambios irrevocables que tendrán efectos devastadores en todos los involucrados.

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Cuentos 52). El narrador hace explícito el error de Lisandro: “Superior por el espíritu, pero inferior por la fortuna y por la herencia de civilización, se había introducido en un medio que no era el que le convenía. No resultaba suficientemente flexible para vivir en

él”, pero no es del todo su culpa, sino que el crimen nació del choque entre “su sinceridad imperiosa y los prejuicios que le rodeaban” (Ugarte, Cuentos 52).

A pesar de su superioridad de espíritu, para Lisandro se acaba la historia. Camina hacia la estación de ferrocarriles, “adonde se apiñaba una multitud que asaltaba los vagones para regresar a Buenos Aires” y, cuando la locomotora empezó a moverse,

el desesperado se acostó sobre la vía. Con las uñas clavadas en la tierra esperó la arremetida del monstruo, que se fue agrandando, y se precipitó sobre él. Y las máscaras bulliciosas que asomaban la cabeza por las ventanillas no oyeron el grito del que acababa por suicidarse junto con la leyenda del gaucho, que desaparecía aplastada por la civilización. (Ugarte, Cuentos 52)

Como la madre de Rosita Gutiérrez y el guerrero indígena Sitlán, Lisandro vivía en un

ámbito que no le correspondía, y por eso no sobrevive. Es otra víctima que paga con su vida el choque entre el mundo antiguo y el mundo moderno, campesino y urbano, bárbaro y civilizado. Al igual que Sitlán, ya no puede seguir el estilo de vida de sus antepasados, como tampoco es capaz de incorporarse completamente a su nuevo ambiente. El narrador critica a los criollos urbanos por su superficialidad, y representa así la dificultad para los grupos subalternos de encontrar un lugar en este nuevo mundo “civilizado”. Así revela la hipocresía de la élite urbana que quiere civilizar a los indígenas, gauchos, etc., pero no acepta a los que realmente hacen el esfuerzo de asimilarse. La propia civilización, simbolizada en el tren, los destruye.

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Conflictos dentro de grupos sociales

El tercer tipo de conflicto que analizaremos ocurre entre dos miembros del mismo grupo social. En “La venganza del capataz,” el conflicto urbano se da entre dos inmigrantes italianos de la misma familia, y este cuento comparte varios elementos con

“La leyenda del gaucho”. En el último cuento que examinaremos, “El curandero,” el problema será entre dos indígenas que tiene a una mujer como centro del conflicto. En ambos cuentos se verá que tanto la civilización como la barbarie se puede encontrar en la ciudad y en el campo.

“La venganza del capataz”

En “La venganza del capataz,” se cuenta otro conflicto urbano, pero en vez de ser un gaucho versus un criollo, son dos inmigrantes de la misma familia: don Luis y su sobrino Enrique. En su discusión de la inmigración argentina, Solberg nota que, “Men of letters joined the sociologists in casting the foreigner as a criminal”, ejemplificado en este cuento por “a sadistic immigrant named Luis” (Immigration 98). Sin embargo, como se verá en este cuento breve, Luis no es simplemente un hombre sadista, sino que es un hombre honorable conducido a la violencia después de mucha meditación. Según

Schlickers, son los “atavismos activados cuando un capataz de origen italiano encuentra a su joven esposa haciendo el amor con un sobrino prácticamente adoptado por él” (El lado

313).

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En este relato breve sólo aparecen tres personajes: don Luis, su esposa Elena, y su sobrino Enrique. Don Luis es el capataz titular del cuento, y la narración abre con él tirando un papel por la ventana. Él recibió una nota anónima—nunca se sabe de quién— que le dice que su esposa le está traicionando con su sobrino. En el primer párrafo del cuento, se revelan varios aspectos del carácter de don Luis. Primero, aunque “la denuncia era tan concluyente, los datos tan exactos y el tono tan seguro” (Ugarte, Cuentos 97), no quiere creer la historia debido al cariño que le tiene a su esposa y a su sobrino. Segundo, si quiere confirmar las noticias, “como en la fábrica le estimaban mucho, nada le fué más fácil que obtener el permiso y salir” (Ugarte, Cuentos 97). Así se aprende que don Luis es un hombre leal y respetado, representando al hombre “civilizado”.

Se aprende más de él por la descripción que sigue:

el capataz era un hombrachón vigoroso y enérgico, a pesar de su mansedumbre. Los cincuenta años, el cabello gris en las sienes, las arrugas que labraban la piel morena y el mostacho ceniciento no le impedían prolongar en el espíritu la más lozana juventud. De su origen calabrés conservaba los botines enormes, el traje rudo y la cadena plateada llena de adornos, que descendía en curva sobre el chaleco; pero estas características estaban atenuadas por la influencia del ambiente criollo, donde evolucionaba desde que huyó de Cosenza, a los veinte años, para evitar los rigores del servicio militar. (Ugarte, Cuentos 98)

Al contrario del conde Renaudy que malgastó su fortuna en juego, don Luis viene a

Argentina para escapar del servicio militar, lo cual puede indicar un carácter pacífico o indolente. La segunda posibilidad parece ser excluida por la historia de él en Argentina:

Trabajó con entusiasmo, hizo algunos ahorros, se aclimató en el país y fue ascendiendo gradualmente, hasta que nombrado, hacía dos años, capataz, con trescientos pesos al mes, realizó los dos sueños de su vida: casarse y amparar a un sobrino huérfano, que malgastaba su jornal y sus veinte años

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en la atmósfera disolvente de las posadas y las fondas. (Ugarte, Cuentos 98)

Aunque Enrique es sobrino y no hijo de él, “habitaba un pequeño cuarto a cinco minutos de la casa en que vivía don Luis con su mujer” y “los tres comían en la misma mesa y formaban un grupo estrecho” (Ugarte, Cuentos 98). Así se ve que don Luis tiene varias características positivas pero, como mucho de los inmigrantes despreciados por los argentinos, no viene del mundo civilizado de Francia o del norte de Europa, sino de Italia.

Los italianos son el grupo predominante en la inmigración argentina, y aquí el narrador les quita la máscara civilizada para revelar su naturaleza violenta.

Enrique, en contraste con don Luis, no es descrito de forma tan positiva: “A decir verdad, la conducta de tal sobrino no era muy digno de encomio. Haragán y pendenciero hasta la exageración, sólo trabajaba de una manera intermitente. Su oficio de tipógrafo le daba apenas para vestirse y fumar” (Ugarte, Cuentos 99). Pero, a pesar de tal caracterización, se destaca que “tenía un corazón de cristal puro” (Ugarte, Cuentos 99).

De la esposa de don Luis no se sabe mucho excepto que, “a pesar de sus veintidós años, era el prototipo de la mujer del hogar. La sabía franca, diligente y, desde el punto de vista de la moralidad, irreprochable” (Ugarte, Cuentos 98). No obstante, Luis, ante la noticia, debe verificar si la historia es verdadera o no. Cuando entra en el dormitorio, ve a la pareja in flagrante y “en un ímpetu salvaje se lanzó con las manos crispadas” (Ugarte,

Cuentos 100). Sin embargo, aquí aparece el punto que Solberg caracteriza como sadista:

En medio de su desequilibrio, argumentó, confusamente. Aquello merecía mucho más. No era cosa de apurar la venganza de un trago. Había que saborear gota a gota. Su sangre levantisca y cerril, donde se reunían todos los atavismos del Mediterráneo, no podía contentarse con una ejecución

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brusca. No bastaba suprimir a los culpables; había que revolverles el puñal dentro del alma. (Ugarte, Cuentos 99-100)

Frente a esta situación extrema, “Apenas hubo tiempo para lanzar un grito, y don Luis tumbó al hombre a sus pies de un silletazo. Después amordazó a la mujer, y con las mismas sábanas de la cama deshecha, le ató las manos y los pies y la arrojó junto al cómplice” (Ugarte, Cuentos 100).

Teniendo los dos a su albedrío, algo siniestro pasa por su imaginación y saca una navaja. En ese momento, según el narrador, se desatan las “fuerzas ancestrales” y “el honrado capataz, que gozaba de la estimación común, se metamorfoseó de pronto en un verdugo bajo el azote de los celos” (Ugarte, Cuentos 100). Con su esposa “impotente y enloquecida,” Luis graba con la punta de la navaja sobre la cara de su sobrino, “como en el tronco de un árbol, la palabra que traducía sus resentimientos: T—R—A—I—D—O—

R” (Ugarte, Cuentos 100).22 Elena, después de observar este proceso macabro, “hizo un esfuerzo sobrehumano para desasirse y gritar; pero el vengador la oprimió bajo la rodilla, y, estrangulándola para impedir sus movimientos desesperados, trazó, también en grietas profundas, la palabra fatal sobre la piel fina y rosada donde sus labios se habían detenido tantas veces: Traidora” (Ugarte, Cuentos 101). Además de marcarla, don Luis termina estrangulándola y “los dos ojos dementes parecieron maldecir el asesino” pero “éste ya no se daba cuenta de nada” (Ugarte, Cuentos 101). La situación le ha hecho a don Luis perder toda la razón. Los gendarmes no se apoderan de él sino “de su sombra. Porque

22 Este detalle es interesante ya que, como se vio en la introducción, los gauchos solían marcar a sus víctimas en vez de matarlas.

113 después de la espantosa crisis, don Luis sólo existía en apariencia. Su voluntad y su razón habían muerto” (Ugarte, Cuentos 101).

Según Daly, el final de este relato es satisfactorio: “Honor and justice are both satisfied: at least in this tale Ugarte did not permit his protagonist to sin and profit without final punishment” (187). Se pueden ver las semejanzas entre Luis y Lisandro, puesto que los dos son conducidos a matar al ser traicionados por sus mujeres. Aunque los dos son “civilizados,” a fin de cuentas la barbarie la llevan adentro y en los dos casos, tienen atavismos genéticos insuperables que los hacen recurrir a la violencia para solucionar sus problemas. En el caso de don Luis, la moraleja parece ser que, aunque el europeo luce muy civilizado, su herencia determina sus acciones y no puede escapar de la violencia asociada con los “atavismos mediterráneos”. Así el autor desdeña al inmigrante italiano, revelándolo como bárbaro. Estos cuentos también demuestran que la barbarie coexiste con la civilización, dentro de las ciudades y dentro de los propios europeos.

“El curandero”

“El curandero” es un cuento que se desarrolla en el campo y que tiene por protagonistas a dos miembros del mismo grupo: dos indígenas. Aquí el conflicto surge de las diferencias entre un indígena asimilado, Benito Marcas, y su vecino Juan Pedrusco que conserva sus atavismos. Es otra historia de civilización versus barbarie, con la barbarie logrando imponerse sobre la civilización. Según Merbilháa, la narración

“presenta colectivamente a los indios” que “[y]a han abandonado las formas de vida originarias de la tribu”; por eso, el conflicto “no se origina entonces entre nómades y

114 sedentarios sino en el plano de sus ideas y sentimientos respecto del modelo de civilización occidental y moderna, aunque los dos personajes se encuentren en situaciones concretas comparables” (“Últimos coletazos” 109-10).

La tensión narrativa en este cuento surge de la contraposición del asimilado,

Benito Marcas, con el salvaje, Juan Pedrusco. Empezando con Marcas, se nota primero que vive en las afueras de un pueblo y que es un “indio vencido y maniatado por la civilización” (Ugarte, Cuentos 103). En su pueblo, el narrador generaliza así:

Los hombres son casi siempre altos y fuertes, de tez cobriza y ojos altivos. Visten botas con espuela, cinturón, sombrero de alas anchas y un gran cuchillo al cinto. Las mujeres llevan trajes de percal y un pañuelo atado a la cabeza. A veces hay dos o tres niños descalzos, que juegan o disputan. Y los grupos, llenos de resignación, sentados en círculo alrededor de la lumbre, conversan perezosamente, absorbiendo por cánulas de metal el jugo oloroso de la yerba mate. (Ugarte, Cuentos 104)

A través de esta descripción se aprenden algunas características compartidas de los indígenas pero, como se verá, aún dentro del mismo grupo puede haber toda una gama de características.

Benito Marcas, por su parte, “pertenecía a una de esas familias de indios dóciles, que fueron los primeros en ceder a la invasión” y sólo conserva del carácter nativo el aspecto positivo de “la ingeniosidad, que le permitía medir las distancias a simple vista, conocer los hombres por las huellas del paso y sorprender las virtudes de las plantas”

(Ugarte, Cuentos 104). En cuanto a su personalidad y su fisionomía, Marcas es “muy afable. Era un hombrecillo pequeño, de fisonomía melancólica, uno de esos indios de selección, a quienes sólo ha faltado la escuela para competer con el civilizado. Tenía ojos muy vivos, rasgos regulares y en el corte de la boca cierto sello de distinción y

115 aristocracia” (Ugarte, Cuentos 105). Así que, aunque indígena, se nota inmediatamente que Marcas tiene rasgos distinguidos. Al igual que Sitlán, se distinguen sus “rasgos regulares”. Ninguno de los dos tiene alguna característica física que indicaría alguna barbarie latente.

En marcado contraste con Benito Marcas, Juan Pedrusco tiene “esa irritabilidad que, a pesar de todas las tiranías, subsiste aún en algunos, como una reminiscencia de la bestia libre. El carácter de Juan Pedrusco era desconfiado y quisquilloso; el de Benito

Marcas era franco y afable. Este se había dejado ganar por la civilización, resignado a su papel de vencido; aquél conservaba sus cóleras” (Ugarte, Cuentos 104). Cuando escuchan noticias de malones, “los ojos de Juan Pedrusco resplandecían de gozo” mientras que

“Benito Marcas veía el malón con enfado y explicaba en su jerga semiespañola que aquellas luchas eran criminales y que valía más tener juicio” (Ugarte, Cuentos 104). Los dos hombres trabajan en las haciendas pero, durante los meses de descanso “mientras

Pedrusco tejía laboriosamente sus cinturones, Marcas erraba por la llanura recogiendo las raíces misteriosas, que sólo él sabía distinguir”; así sirve de curandero y “los campesinos preferían los cocimientos del indio a las drogas de la farmacia, quizás porque imaginaban en aquéllas no sé qué extrañas virtudes de brujería” (Ugarte, Cuentos 104-5). Así se ve que los dos hombres, aunque son de la misma raza, son opuestos en cuanto a sus personalidades.

El conflicto entre los dos surge cuando la mujer de Pedrusco cae enferma y nos enteramos que “Marcas había cortejado en su juventud a la mujer de Pedrusco y éste no había olvidado la aventura” (Ugarte, Cuentos 105). Es en este momento cuando se le

116 revela al lector el carácter criminal de Pedrusco. Se observan “sus pómulos salientes, su frente estrecha y sus dos ojos bestiales y esquivos, que tenían el resplandor fugaz de una navaja que se esconde” (Ugarte, Cuentos 105). Los rasgos físicos de Pedrusco recuerdan a los del asesino típico descrito por Lombroso: “Habitual murderers have a cold, glassy stare […]; the jaw is strong, the cheekbones broad” (51). Entonces dentro del mismo grupo social, hay hombres más civilizados como Marcas y hombres con cuerpos criminales como Pedrusco. Cuando Pedrusco llega a la casa de Marcas, se contrastan los dos cuerpos aún más:

Ambos tenían alrededor de cuarenta años; pero mientras Pedrusco mostraba una cara vulgar, de rasgos duros, y un cuerpo sólido de atleta primitivo, Marcas denunciaba una naturaleza más delicada, más perfecta, como si aquellos dos sobrevivientes de una nación prolongaran después de la catástrofe sus anteriores jerarquías. (Ugarte, Cuentos 106)

De nuevo, aunque el narrador en un principio generaliza a los indígenas, aquí se observan diferencias marcadas dentro del grupo. Tanto la barbarie como la civilización existen aquí.

En cuanto a las mujeres, la esposa de Marcas sólo se describe como “una india joven y hermosa” (Ugarte, Cuentos 105), mientras que la de Pedrusco es “una india fornida, joven aún, cuyo rostro contraído denunciaba a pesar del sufrimiento una energía salvaje” (Ugarte, Cuentos 107). La enfermedad de la mujer de Pedrusco es paulatina:

El mal no había sido al principio más que una inflamación sin importancia en el brazo derecho, una ligera molestia para accionar, y a veces un dolor agudo y prolongado. Pero la enferma adelgazaba, tenía fiebre y perdía el apetito y el sueño. Los rasgos de su fisonomía se alteraban. El brazo estaba hinchado; la piel, tundida y brillante. El día anterior se le había abierto una llaga a la altura del codo. Y a la sazón se encontraba sin poder trabajar ni moverse. (Ugarte, Cuentos 106)

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Según el diagnóstico de Marcas, la mujer tiene un tumor maligno, una de esas infecciones que “atacan a la sangre y que en golpe o en un trabajo exagerado hacen salir a la superficie. El mal no está en la piel, sino en la cavidad de la articulación, que se inflama primero, se llena de agua después y acaba al fin por ulcerarse…” (Ugarte, Cuentos 107).

Esta descripción parece corresponder no sólo a la enfermedad de la esposa, sino también a la personalidad del marido y los otros personajes violentos que hemos observado antes.

Todos parecen llevar el instinto muy adentro, pero en cualquier momento éste sale a flote y se impone.

Esto es precisamente lo que le ocurre a Pedrusco. Explota luego de la enfermedad de su mujer y la traición que imagina por parte del curandero. El narrador tiene cuidado de desmentir la hipótesis de Pedrusco, diciendo que Marcas “[a]penas recordaba, en las lejanías de su juventud, la contrariedad pasajera de un rechazo que olvidó muy pronto, y que no había lamentado nunca” (Ugarte, Cuentos 108). A pesar de no confiar en

Pedrusco, Marcas vuelve e intenta curar a la mujer. Cuando ve que la situación se empeora cada vez más, resuelve no volver, evita a Pedrusco y sigue “hilando en la soledad su pobre vida obscura de ser intermedio entre la civilización y la barbarie”

(Ugarte, Cuentos 108-9). Después de un mes, durante la noche, Marcas escucha algo afuera de su casa e “impuso silencio a su mujer, empuñó su largo cuchillo de campaña y aguardó en la sombra…” (Ugarte, Cuentos 109). Tiene la intuición de que es Pedrusco buscando venganza y, “[s]e resignó a todo. No había medio de huir. La única salida era la puerta, y detrás de la puerta estaba el peligro” (Ugarte, Cuentos 109). Cuando entra

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Pedrusco, Marcas quiere convencer al otro de su inocencia “pero una palabra despertó en

él todos sus atavismos”: cobarde (Ugarte, Cuentos 109). Los dos indios se pelean hasta que Pedrusco, siendo más fuerte, “le clavó el puñal tres veces” (Ugarte, Cuentos 109). En un último intento desesperado,

sonó un disparo de arma de fuego que partía del fondo de la pieza. La mujer de la víctima trataba de vengarse; pero sus manos eran torpes y el asesino logró escapar. La india, al correr tras él, sólo vió la silueta de un jinete que se perdía en la noche. Era la fuga de la barbarie por los campos sin límites, que extendían su silencio como una eternidad. (Ugarte, Cuentos 109)

Según Merbilháa, este final pesimista demuestra que “aún falta un tramo para alcanzar el progreso cabal de la joven nación argentina” (“Últimos coletazos” 108).

En este último cuento, se ve la gran variedad presente dentro de los indígenas. El narrador demuestra cuidadosamente que, aunque hay uno que es violento y bárbaro, no todos son así. Incluso dentro de ese grupo históricamente percibido como salvaje, hay hombres que merecen ser respetados y admirados. Al igual que las víctimas de los cuentos anteriores, Benito Marcas se encuentra en un ámbito dentro del que no cabe. Es un hombre dócil y refinado intentando asimilarse a la sociedad civilizada, pero rodeado de hombres que están viviendo de la vieja moda y por eso no puede sobrevivir.

Conclusiones

Como hemos visto aquí, los Cuentos de la Pampa ocurren en un momento de transición en la historia argentina y por eso se observan choques y conflictos sociales.

Pueden ser conflictos sociales diferentes, como se vio en “Rosita Gutiérrez,” “El malón”,

119 y “La leyenda del gaucho”, o pueden ser dos variaciones dentro de un mismo grupo social, como en “La venganza del capataz” y “El curandero”. Lo que queda claro es que en todos, hay un choque recurrente entre la dicotomía civilización/barbarie. Los personajes que se encuentran en esa frontera caen víctimas de una manera u otra. Se ven los defectos del proyecto de modernización liberal en la Argentina, sobre todo, “es en el campo donde Ugarte rastrea la modernización defectuosa. Sorprendentemente, no encuentra sólo las causas en la tradicional identificación del campo con la barbarie”

(Merbilháa, “Últimos coletazos” 94). Por lo tanto, estos cuentos “permiten ver el modo en que la imaginación literaria resolvía los desencuentros entre la utopía liberal republicana y las consecuencias devastadoras que podía traer la modernidad sobre la cultura” y por lo tanto, “estos relatos sugieren que, para un intelectual de transición como es Ugarte, la barbarie no sólo puede persistir sino ser engendrada por toda civilización moderna” (Merbilháa, “Últimos coletazos” 111). Este choque queda evidenciado en los cuentos. Los personajes que intentan adaptarse a la civilización moderna o son conducidos a la violencia (“La venganza del capataz”, “La leyenda del gaucho”, “Rosita

Gutiérrez”) o son víctimas de la violencia de otros (“El curandero”). El único que no mata por desesperación es Sitlán de “El malón”, pero figurativamente mata un amor potencial con Renée al haber asesinado sus padres al principio del relato.

Para tratar estos problemas, el autor se enfoca en varios grupos subalternos excluidos del proyecto liberal modernizador: los indígenas, los gauchos, los inmigrantes, y las mujeres. Según Julia Rodríguez, una observación común en aquella época era “the presence of a racial problem in Argentina that was linked both to the nation’s problematic

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Indian past, as well as to the present challenges posed by immigration” (67). Sin embargo, en esta colección el pasado indígena no es del todo problemático. El problema reside más en la incapacidad de la élite criolla urbana de reconocer los valores propios de los grupos y de incorporarlos sin borrar sus diferencias. Aún cuando los subalternos intentan incorporarse, terminan siendo víctimas del sistema. Rosita Gutiérrez, por ejemplo, la india más asimilada, sufre la humillación de ver cómo su madre saquea la casa de su amante. Sitlán pierde a su querida por diferencias raciales insuperables.

Lisandro Mendezuela, que intentaba hacerse doctor, acaba suicidándose. Don Luis sólo había querido casarse y adoptar a su sobrino, y termina matando a su sobrino y a su esposa. Y Benito Marcas, el indio más civilizado y refinado, cae víctima de otro indígena por un malentendido. En la colección se perciben elementos civilizados en los indígenas y en el campo, al igual que elementos bárbaros en los europeos y en la ciudad.

La Argentina presente en los Cuentos de la Pampa es un cuerpo nacional cuyo progreso se ha estancado por su incapacidad de aceptar nuevos miembros. El proyecto homogeneizador que se ha intentado llevar a cabo ha tenido repercusiones graves.

Primero, se empieza a perder lo autóctono y la parte del cuerpo nacional en la que reside el corazón: los “hijos de América,” los “antiguos reyes de la Pampa”. Segundo, el inmigrante con el cual se pretendía reemplazar el elemento bárbaro por uno civilizado no ha servido para el progreso de la nación. Con su miedo del imperialismo, Ugarte ve a los inmigrantes europeos con sospecha, quitándoles la máscara civilizada para revelar su esencia atávica y así demostrar su capacidad de ser el germen que contagia el cuerpo nacional. Las mujeres en los cuentos de Ugarte tienen caracterizaciones mayormente

121 negativas, siendo los elementos que interrumpen la evolución natural o causan la perdición de los que intentaban progresar.

Ugarte nos presenta en esta colección distintas caracterizaciones de grupos poco resaltados en la literatura. Examina estos grupos para criticar el proyecto liberal nacional que los ha borrado para redefinir de alguna manera la identidad nacional argentina. En los cuentos, se ve una caracterización matizada en que se encuentran elementos bárbaros en la ciudad y elementos civilizados en el campo, los dos coexistiendo en ambos espacios.

Para Ugarte, el proyecto liberal nacional ha fracasado porque ha intentado borrar un elemento autóctono que conservaba cierta nobleza civilizada, y ha traído un elemento extranjero que igual tiene sus rasgos bárbaros. En vez de cambiar lo bárbaro por lo civilizado, se ha aumentado el tamaño del grupo subalterno que no tiene cabida. Su pasado ya no existe, y el presente no los deja pertenecer al cuerpo nacional. Ugarte parece sugerir que es necesario rescatar los elementos positivos de la pampa y, por otro lado, tener cuidado con los supuestos civilizados extranjeros. Sólo así, la nación argentina podrá alcanzar un destino superior.

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CAPÍTULO 3

JAVIER DE VIANA: EL CUERPO NACIONAL BESTIALIZADO

Introducción

El autor uruguayo Javier de Viana (1868-1926) es uno de los cuentistas latinoamericanos más prolíficos. Sin embargo, es el menos estudiado de los tres autores a pesar de ser el más productivo, con más de una docena de colecciones de cuentos publicadas. Aunque su obra cuentística es extensa, me enfocaré específicamente en los relatos de su primera colección, Campo (1896), ya que la crítica literaria de forma unánime la considera su mejor colección. Para Viana, el gaucho es el símbolo nacional por antonomasia y, por lo tanto, los cuentos seleccionados tienen al gaucho como figura central. En Campo, el gaucho aparece constantemente como una figura decaída y deshumanizada, aunque en algunos cuentos lo podemos ver muy humano y domesticado.

Los cuentos de esta colección que mejor encarnan esta figura en toda su complejidad son

“Pájaro-bobo,” “Los amores de Bentos Sagrera,” “El ceibal,” “Teru-tero,” y “En familia.”

A través de estos cuentos, se verá que el gaucho es el eje central que permite tanto al autor como al lector explorar varios niveles de la cultura uruguaya al examinar no sólo la psicología y la fisionomía del gaucho, sino también la de los personajes que lo rodean. El naturalismo le permite a Viana reflexionar sobre los problemas del campo uruguayo, al mismo tiempo que evidencia el fracaso del proyecto liberal.

Javier de Viana nace el 5 de agosto 1868 en Villa de Guadalupe, Uruguay, pero sus conexiones con la tierra de Uruguay empiezan incluso antes con sus raíces familiares:

“El escritor pertenecía, por línea paterna, a la más alta aristocracia del país de tiempos

123 virreinales, poseedora de grandes extensiones de tierra. Su tatarabuelo, don José Joaquín de Viana, el primero de apellido que pisó territorio oriental, fue el primer gobernador que tuvo Montevideo” (Scott 5). Además, su abuelo Francisco Javier de Viana es uno de los fundadores del Partido Blanco en Uruguay (Scott 11).23 A pesar de sus ilustres raíces familiares, “El escritor vino al mundo en el seno de un hogar que era más bien de clase media, y hasta algo modesto” (Scott 5). No obstante, Viana siempre estaba consciente de su herencia distinguida (Scott 5). Además de venir de una familia tan aristocrática con raíces en la capital, Viana pasa los primeros siete años de su vida en una estancia en el campo.24 Según lo que diría después, Viana recibe su educación nacional en ese lugar:

allí aprendió a cabalgar casi a la par de los primeros pasos, y teniendo como educadores al capataz y los peones, pudo escuchar de sus labios los secretos de la religión patriótica. Aprendió además a conocer palmo a palmo la naturaleza que lo rodeaba; se familiarizó con nombres y costumbres de plantas y animales del lugar, desempeñó diversas tareas rurales; en una palabra: adquirió su modalidad de campesino. Pero lo que le brindó mayor experiencia fue su contacto directo con una infinidad de tipos humanos que gravitaban a su alrededor. La estancia antigua nucleaba un heterogéneo grupo en el que alternaban, según los trabajos zafrales o los acontecimientos políticos, hombres de oficio (domadores, troperos, esquiladores), peones, agregados y caudillos. De cada uno de ellos fue tomando Viana los elementos étnicos y culturales que conformarían luego su visión del universo criollo. (Da Rosa 8)

23 De manera semejante a su vecino rioplatense, el Uruguay del siglo XIX se divide mayormente en dos partidos políticos: los blancos y los colorados, con los blancos aproximándose a los federalistas argentinos y los colorados asemejándose más a los unitarios (Casal 120). La necesidad de elegir entre estos dos partidos opuestos se ve como algo inevitable para el uruguayo de aquel entonces y representa no sólo una serie de alianzas políticas, sino también toda una gama de culturas políticas que organizan las cosmovisiones de los uruguayos (Casal 119). Para Viana en particular, pertenecer al Partido Blanco determinará cómo participa en las revoluciones y causará posteriormente su exilio a la Argentina.

24 La estancia es la de Augusto Ponce de León y Eloísa Errazquín: “ubicada en la Cuchilla de Palermo, 8a sección policial del departamento de Florida” (Da Rosa 8).

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Así se ve que la niñez de Viana tiene un impacto fundamental en lo que escribe después, puesto que el criollismo es algo que viene a ser un rasgo saliente de su obra posterior con su inclusión del habla nacional y su enfoque en las particularidades del campo uruguayo.

Además se puede ver que, desde una edad temprana, él observa las diferencias entre el campo y la ciudad y tiene conexiones con ambos lugares.

En 1875, Viana se muda a Montevideo y asiste a la escuela Elbio Fernández donde recibe lo que Juan Justino da Rosa denomina “una educación única en el país: laica, gratuita y centro de experimentación y demostración de novísimas teorías metodológicas” (10). Su venida a la capital coincide con el fracaso del gobierno principista, un auge de afrancesamiento cultural, y los inicios del positivismo evolucionista (Da Rosa 8). El padre de Viana muere en 1879 y, aunque él sigue estudiando, ahora es con constantes problemas de dinero (Scott 17). Hace sus estudios universitarios, graduándose de bachiller en 1884 (Assunção 4). Inicia su carrera de medicina, pero la abandona en 1886 para participar en la Revolución del Quebracho contra el gobierno del colorado Máximo Santos (Assunção 4).25 Según Da Rosa, los dos eventos de su juventud que más marcan la obra posterior del autor son “haber recibido una educación regida por los cánones del positivismo científico y […] haber participado en la Revolución del Quebracho” (12). Dos años después de la Revolución, Viana solicita

25 Es una revolución fracasada que toma lugar el 30 y el 31 de marzo de 1886 para resistir la reelección corrupta de Santos. Una junta revolucionaria con partidarios de los tres partidos (Partido Blanco, Partido Colorado, Partido Constitucional) pelea contra las fuerzas santistas. Aunque el pueblo pierde (las fuerzas de Santos matan a 200 y toman a otros 600 como prisioneros), más adelante, tras un nuevo atentado, Santos se ve obligado a renunciar su puesto en noviembre y exiliarse en Europa (Arteaga y Coolighan 392-4).

125 una beca para irse a París a estudiar alienismo, pero no la consigue. Vuelve a su carrera de medicina, pero alrededor de 1891 la deja y se dedica al periodismo (Da Rosa 15).26

Abandona esa carrera para participar en otra revolución, esta vez la guerra civil del 1904 contra el gobierno colorado de José Batlle y Ordóñez, al lado de Aparicio Saravia; es tomado prisionero por las fuerzas del General Muniz y conducido a Montevideo

(Assunção 4). Cuando finaliza la Revolución de 1904, Viana se exilia en Buenos Aires por razones políticas y “con la ilusión de mantenerse escribiendo cuentos” (Menton 109); es allí donde produce la mayoría de sus colecciones, sin embargo, éstas son de menos calidad que su obra anterior. Vuelve a Uruguay en 1918 y muere enfermo y pobre en

1926.

Viana se dedica casi exclusivamente a escribir cuentos: publica una sola novela,27

Gaucha (1899),28 y más de una docena de colecciones de cuentos. La mayoría de la crítica divide su obra en dos etapas: antes y después de su mudanza a Buenos Aires en

1904 (Barros-Lémez, Garganigo, Menton). Sus colecciones de cuentos más tempranas—

26 Es posible que su carrera de periodista marque su producción literaria ya que casi la totalidad de ella está compuesta por cuentos, con una sola novela. Además coincide con su preferencia por la observación detallada y verosímil que lo ubica en la corriente naturalista.

27 Su correspondencia epistolar evidencia que había pensado escribir otra, sin embargo nunca llega a hacerlo (Barros-Lémez 146).

28 En Gaucha, se observan varios tipos de gauchos: don Zoilo, un gaucho viejo y solitario que casi no habla; Lucio, un gaucho joven e inocente; y Lorenzo, un gaucho bruto y violento que termina matando a los dos y a la protagonista, Juana. Estos personajes, en particular Lorenzo, también muestran las características criminales y bestiales que se verán más adelante en los cuentos. Específicamente, Lorenzo se asemeja mucho a Bentos Sagrera por ser mujeriego y violento, causando muchas muertes sin ninguna muestra de remordimiento.

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Campo (1896) y Gurí (1901)29—son las más alabadas por la crítica, siendo Campo la más estudiada.30 Entre sus colecciones más tardías, se destacan Macachines (1910), Leña seca

(1911) y Yuyos (1912).31 Como periodista, escribió varios ensayos donde se pueden ver sus opiniones estéticas y políticas, y ellos son útiles para entender mejor sus obras porque es allí donde destaca abiertamente la importancia del gaucho como figura nacional. Sin embargo, según Seymour Menton, cuando Viana se ve obligado a escribir para ganarse la vida, la calidad de su obra disminuye; por lo tanto, Menton considera su primera colección, Campo, como la mejor de todas (109).

La obra de Viana va ganando más atención crítica a través del tiempo. Mucha de esta crítica gira en torno al problema de categorizar los cuentos de Viana. Los primeros críticos, como Freire y Garganigo, hacen hincapié en los elementos modernistas.

Después, en su antología del cuento hispanoamericano, Menton rescata los elementos naturalistas de Viana, haciendo que la crítica posterior profundice aún más este ángulo de su obra. Sin embargo, no se ponen de acuerdo sobre el tipo de naturalismo que practica

Viana: José Ramos dice que es un naturalismo romántico, señalando la función de la naturaleza como prueba de ello, mientras que Schlickers, Franklin Rodríguez y Da Rosa lo denominan un naturalismo criollista, indicando el retrato fiel del lenguaje local y la

29 Algunos hablan de Gurí como si fuera otra novela de Viana, pero es más bien una colección de cuentos con una novela corta.

30 Campo también lo hace famoso durante su vida. Según Scott, “Campo le dio fama inmediata: en pocas semanas se agotó la primera edición que la prensa proclamó ‘el triunfo literario y de librería del año’” (57).

31 Para una lista completa de su obra cuentística y una cronología de ella, véase el libro de Barros-Lémez en la bibliografía, La obra cuentística de Javier de Viana.

127 descripción de la vida rural y sus personajes sin el tono didáctico y moralizante que acostumbraban otros movimientos anteriores. Rodríguez va más allá de Schlickers y Da

Rosa, al decir que el criollismo de Viana es de mejor calidad de lo que Viana llamaba el

“pseudo-criollismo” de autores que embellecen la figura del gaucho y lo retratan de una manera inauténtica (201). No obstante, todos los críticos están más o menos de acuerdo en que una de las características fundamentales de la obra temprana de Viana es la deshumanización de los personajes, en particular la figura del gaucho: “Viana recoge la imagen del gaucho noble, rebelde y fuerte para destruirla y demostrar su perdición— típica del Naturalismo—causada por su impotencia ante la autoridad” (José Ramos 340).

Sin embargo, si bien demuestra la perdición del gaucho noble y fuerte, todavía resalta elementos admirables de esta figura y critica la autoridad que le ha quitado su identidad, demostrando toda la complejidad del gaucho.

La representación matizada que hace Viana del gaucho va a ser muy importante para esta investigación, ya que el gaucho se convertirá en un símbolo del Río de la Plata y

Viana “considera a este nómade [sic] de la pampa como producto de la tierra nativa y genuina representación de la cultura nacional” (Garganigo, “La estética” 90). Además, esta revaloración que Viana hace del gaucho lo ubica dentro de una generación de escritores nacionalistas que reaccionan contra la percibida penetración cultural extranjera.

Con eso aparece el renacimiento de la literatura gauchesca, que “surge de la necesidad de mantener siempre vivas nuestras tradiciones, combatiendo la errónea tendencia de considerar lo nuestro como inferior a lo extraño” (Assunção 5). Como afirma Arturo

Sergio Visca, “Su obra no es una simple consecuencia del medio sino una expresión de

128 una reacción determinada ante el medio” (40). Por eso, nos conviene explorar ese medio en que se encuentra antes de pasar al análisis concreto de su obra.

Como muchos de los autores naturalistas, Viana en su obra construye “un ‘espejo’ de la realidad de su época que reflejaba los discursos dominantes y las formas de conciencia con los cuales se acercaron a esa realidad” (Apter-Cragnolino 166). Durante la segunda mitad del siglo XIX, guerras y revoluciones dejan al campo uruguayo devastado:

“La guerra, gran consumidora de caballos, hombres y haciendas, dejó inoperantes a la mayoría de los establecimientos rurales” (Da Rosa 7); por eso, el campo uruguayo y los personajes que lo pueblan se convierten en una anarquía que atrasa la modernización nacional. Esta modernización no va a empezar hasta mediados de la década de los 70 con

“el fortalecimiento de la policía rural, el alambramiento de los campos y la represión de la vagancia” (Da Rosa 7) o sea, la “civilización” del campo. El ferrocarril también ayuda el Gobierno a monopolizar su fuerza y dar movilidad a las tropas a la vez que alienta la

“montevideanización del país, entendida aquí como irradiación de los valores de la modernidad desde la capital a la campaña, el último refugio de la sensibilidad ‘bárbara’”

(Barrán 18). Así se ve que la modernización en Uruguay se vincula inevitablemente con la civilización del campo uruguayo y la imponencia de valores “modernos,” sobre todo los valores ilustrados de los europeos.32 También se vincula la modernización del país

32 “La ciudad es europea por su cultura universitaria; en ella vive el comercio extranjero, y está en contacto con Europa por el viajante, por el intercambio, por la imprenta; la ciudad es la civilización europea, establecida en América, dominando un punto del territorio, y avanzando hacia el interior por el comercio, por las vías férreas, por los alambrados, por los gringos, por las leyes. La campaña es la realidad americana, el señorío de las fuerzas, la raza autóctona, los elementos vírgenes y rudos del territorio, los

129 con la transición de una sociedad mayormente rural a otra que se focaliza en las ciudades y en las industrias alrededor de ellas. El desarrollo de la creatividad literaria de Viana toma lugar justamente durante esta transición, cuando las figuras auténticas del campo están siendo extinguidas y reemplazadas por los ciudadanos ideales: los hombres burgueses. Así el autor se convierte en el testigo triste de esta transición y del abandono

“no sólo de un modo de producción sino de toda una forma de vida, de una escala de valores y unos patrones de conducta que habían signado la vida de las grandes mayorías nacionales desde la Independencia y aún antes” (Barros-Lémez 7-8). Aunque reconoce los muchos elementos negativos que están presentes en esa antigua forma de vida, se verá que no está completamente de acuerdo con los cambios impuestos por la capital ya que así se perderá una parte importante de la identidad nacional.

Estos cambios mencionados coinciden con otros cambios sociales y culturales que transforman la vida urbana también:

la vida social y cultural se animó con la inauguración de nuevos teatros, óperas, clubs, exposiciones, museos, cafés y tertulias; las ciudades expandieron y cambiaron la estructura con la construcción de nuevas avenidas y suntuosos edificios; el tráfico y el ruido aumentaron con la introducción de tranvías y la circulación de más victorias. (Schlickers, “La novelística” 177)

Sin embargo, estas transformaciones todavía conllevan nuevas enfermedades, nuevos pecados, y nuevas preocupaciones.33 En el medio rural, hay cambios estructurales en la

factores de adaptación interna, la vida nacional es su primitividad imperiosa. La capital tiene la Universidad o el Parlamento como órgano representativo y el político-abogado como tipo. La campaña tiene la estancia y el caudillo” (Zum Felde 175). 33 “El acelerado ritmo de la vida llevó pronto a nuevas enfermedades y vicios. La neurastenia, una especie de equivalente masculino para la histeria, primordialmente

130 industria ganadera uruguaya que permite más producción y eso requiere más mano de obra que llega en forma de inmigrantes. Uruguay, como Argentina y otros países sudamericanos, experimenta grandes olas de inmigración europea en la segunda mitad del siglo XIX.34 Aunque estos inmigrantes provienen mayormente de sectores bajos de la sociedad, su “inteligencia mercantil, sus hábitos de ahorro y privación, su laboriosidad paciente, la rápida valoración de las propiedades, y otros factores circunstanciales […] hacen que, a la vuelta de algunos años, muchos de estos inmigrantes hayan amasado una fortuna” (Zum Felde 225). Este rápido ascenso social que se da con los inmigrantes les inquieta a los élites burgueses de la época (Graceras 45). Así se puede ver que es un período de cambios en todos los sectores de la vida uruguaya y esto causa muchas incertidumbres y muchos problemas sociales.

Si bien los inmigrantes son mano de obra necesaria para la industrialización del país, los uruguayos no aceptan su llegada tan fácilmente. Ven al inmigrante como una amenaza a la identidad nacional y, como señala Silvia Rodríguez Villamil, no solamente son los inmigrantes en persona que son objeto de rechazo: “También se registraba una fuerte oposición ante la invasión de las formas de vida y las modas europeas (en materia de vestimenta, comestibles, diversiones, deportes, espectáculos, etc.), cuya introducción se debía no tanto a la inmigración como a una influencia directa de lo europeo, operada

femenina, era, por ejemplo, una enfermedad de civilización moderna” (Schlickers, “La novelística” 177).

34 “Los inmigrantes, que habían arribado desde Francia, Italia y el País Vasco español en los primeros años de vida independiente, entre 1840 y 1890 llegaron a constituir la mitad de los habitantes de Montevideo y las ¾ partes de su población masculina activa” (Barrán 16).

131 sobre la clase alta” (49). Como respuesta a esta percibida amenaza cultural, surge la tendencia artística de resaltar valores nacionales y el patriotismo como valores sociales, tanto en las autoridades estatales como en la literatura de la época (Graceras 57).

Naturalmente, el gaucho viene a ser para muchos escritores el representante máximo de esta identidad nacional uruguaya que hay que proteger y revalorar antes de que desaparezca. Sin embargo, hay un conflicto entre los que revaloran el gaucho como figura nacional y los que ven al gaucho como obstáculo a la modernización necesaria del país.

El gaucho, según Ricardo Rodríguez Molas, es sobre todo el resultado del medio geográfico y la economía pastoril que, “sin ser los únicos determinantes de este grupo con personalidad tan definida, modelaron al hombre de la llanura imponiendo en él las características que lo distinguen” (16). Estos hombres de la llanura tienen su origen en los hijos de los primeros conquistadores que se distinguen por ser buenos jinetes y por sus enfrentamientos con indios armados (Rodríguez Molas 25). La palabra “gaucho” en un principio se empieza a usar para referirse a cuatreros pero luego, a principios del siglo

XIX, adquiere otros significados más negativos: “Peyorativamente, autoridades, estancieros, gobernadores y virreyes aplican este término para denominar a los pobladores rioplatenses con determinadas costumbres y una manera de vida muy peculiar” (Rodríguez Molas 42-3, énfasis mío). Estos gauchos se convierten en víctimas de la industrialización del país, porque las haciendas necesitan cada vez menos mano de obra y así muchos de los gauchos quedan desocupados; también a finales del siglo las leyes limitan más y más su libertad: “la vagancia se volvió delito y el gobierno debilitó el

132 poder de los caudillos populares eligiendo jefes políticos que los representaban” (Scott

60). Zum Felde resume la trayectoria del gaucho uruguayo así: “se forma durante el coloniaje, surge en 1810 con la revolución, culmina hacia la mitad de la centuria con los bandos tradicionales, decae a partir de Latorre, y se pierde, desvaneciéndose, en los comienzos del nuevo siglo” (215). El gaucho en la época de Viana, sin embargo, se convierte en una amenaza a la civilización del país, y es percibido como el elemento bárbaro que hay que eliminar para que la nación se civilice, un concepto que se vio retratado claramente antes de la época de Viana en la obra del argentino Domingo

Faustino Sarmiento, Facundo: Civilización y barbarie en las pampas argentinas (1845).

En Facundo, Sarmiento retrata al gaucho como representativo de la barbarie del campo argentino, delineando todas sus fallas encarnadas en la figura del gaucho Facundo

Quiroga. Contrapone esta figura a la civilización que conecta con Europa, cuna de las ideas ilustradas, así proponiendo que hay que eliminar el elemento atrasado del bárbaro, atraer a inmigrantes europeos y poblar el país con ellos. Según Sarmiento, así se dará el progreso que la nación necesita. En la época de Viana, ya no se busca erradicar los gauchos y reemplazarlos sino incorporarlos en la nación a través de un proceso de civilización. Sin embargo, comoquiera que sea, el resultado final es el mismo: el gaucho pierde su identidad única. Así se ve la base del conflicto que se está dando en Uruguay: la

élite quiere civilizar el país con elementos europeos y la intelligentsia literaria reconoce el valor del gaucho y quiere resaltar lo autóctono para proteger la identidad nacional.

En su obra maestra El género gauchesco, la estudiosa Josefina Ludmer establece una cadena de pasos que han seguido las autoridades burguesas para que el gaucho se

133 incorpore en la nación: “a) utilización del ‘delincuente’ gaucho por el ejército patriota; b) utilización de su registro oral (su voz) por la cultura letrada: género gauchesco. Y en adelante: c) utilización del género para integrar a los gauchos a la ley ‘civilizada’ (liberal y estatal)” (22). Una vez que se desarma al gaucho, se convierte en un “ciudadano” y un

“trabajador útil”; un peón avergonzado de su pasado histórico (Barrán 92). Viana pudo observar cómo este proceso se dio en la literatura, al ver cómo el gaucho pasa de ser considerado un bárbaro en Facundo a una figura reivindicada en Martín Fierro. Además,

él ha observado el éxito de su compatriota Eduardo Acevedo Díaz quien resaltó la importancia del gaucho en la cultura uruguaya y en la formación de la nación uruguaya

(Garganigo, Javier de Viana 31).

Sin embargo, ninguna de estas dos vertientes le satisface a Viana; él quiere destacar el gaucho como la figura nacional por excelencia y a la vez reconocer todas sus fallas, tratándolo tal y como es. Para Viana, la literatura nacional tiene que dedicarse a presentar la cultura gauchesca de manera auténtica. Como afirma Garganigo, Viana cree que “sin comprender al gaucho, sin sentirlo, sin dominarlo, sin verlo situado dentro de su medio ambiente, no se puede descifrar ni producir literatura nacional” (“La estética” 90).

El gaucho es para Viana una simbiosis perfecta de lo nativo y lo extranjero, y un “puente que establece el contacto cultural y literario entre el pasado y el presente” (Garganigo,

“La estética” 93). Sin embargo, el gaucho está siendo olvidado por la cultura, convirtiéndose en un personaje marginal que es condenado a la extinción y la única manera de recordarlo es retratarlo fielmente; según él, obras anteriores han juzgado el gaucho sólo por su apariencia, pero él quiere otorgarle el respeto que merece y estudiarlo

134 como un fenómeno social (Garganigo, Javier de Viana 45). Ésta es la posición en que se encuentra el gaucho de Campo, la primera colección de cuentos que Javier de Viana publica. “El gaucho de Campo está sufriendo la transformación, de una posición social alta y venerada a una baja donde sobrevive como simple peón. El progreso ha causado muchos cambios, pero no todos ellos son buenos. Éste es el mensaje de Viana en Campo, un memorable panorama de la vida campestre” (Garganigo, “Javier de Viana” 60).

Teniendo eso en cuenta, vamos ahora a ver los cuentos de Campo con más profundidad.

Como ya mencioné, Campo (1896) es la primera colección de cuentos que Javier de Viana publica. Está compuesta por once cuentos que John Garganigo divide en tres categorías: 1) los que tratan la influencia de la naturaleza sobre el protagonista, 2) los que tratan la realidad sociopolítica de la época, y 3) los que tratan al gaucho que ahora es una bestia dominada por sus instintos (Javier de Viana 52). Como ya se ha mencionado, el gaucho es la figura central en esta colección de cuentos y sirve como punto central para explorar todos los aspectos de la vida rural uruguaya en esta época: “While Viana did treat a gaucho in decadence, he also sought to present to his readers the wholesome characteristics of this social entity. His presentation is of such wide range that, as outsiders looking at the gaucho world, we perceive a composite picture of every aspect of gaucho life and of every particular idiosyncrasy” (Garganigo, Javier de Viana 46). Como autor naturalista, Viana tiene que mostrar el gaucho tal y como es, con tantos aspectos negativos como positivos. Para explorar la vida gauchesca que se presenta aquí, se dividen los cinco cuentos seleccionados en tres secciones temáticas. En la primera sección, se analizarán dos cuentos que se enfocan en gauchos solitarios y criminales,

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“Pájaro-bobo” y “Los amores de Bentos Sagrera”. Luego se verá un cuento que presenta a un gaucho joven enamorado, “El ceibal,” el cual servirá como transición entre la primera sección y la última sección: el gaucho y la familia. En esta última sección se analizarán los cuentos “Teru-tero” y “En familia”. A lo largo de este análisis, se podrán observar también otros hilos análogos entre las historias seleccionadas.

El primer hilo y la característica más importante que aparece en todos estos cuentos será el aspecto físico de los personajes, un aspecto que varios teóricos como

María Alejandrina Da Luz, John Garganigo, y Franklin Rodríguez han estudiado antes.

Es importante aquí no sólo por la violencia que aparece constantemente actuando sobre los cuerpos, sino también porque el cuerpo sirve como un espacio para explorar cuestiones nacionales de la época, como indica Da Luz: “Asimismo, el tema del ‘cuerpo’ en tanto constructo teórico permite la interpretación de imágenes y representaciones que definen este período de ‘elaboración’ de la identidad nacional. […S]erán los cuerpos y no solo las acciones, los que en el cuento de J. de Viana establecerán la diferencia –si es que la hay– entre el ‘orden’ civilizatorio y la barbarie” (84-5). Como se observará, en muchos casos es imposible dividir el cuerpo de la acción, puesto que es la corporalidad del personaje que dicta sus acciones. Más adelante en ese mismo artículo, Da Luz sostiene que el cuerpo, “en tanto discurso del universo físico palpable que atraviesa la narración, se constituye en una metáfora sostenida del país naciente, de la nación que lucha por

136 adquirir una forma definitiva y sustentable” (88).35 Como se verá, Viana resalta el gaucho como un elemento esencial para definir la forma y la identidad de la nación.

Garganigo también afirma que Viana ve la sociedad como un ser vivo: “He compares it to a body with all the organs that need to function harmoniously, as indeed the human does, when it maintains a sensitive, healthy balance” (Javier de Viana 41).

Viana quiere diseccionar la sociedad con el propósito de descubrir todas sus enfermedades, porque los problemas que afligen el país ahora ya no son externos y políticos como antes sino internos y biológicos (Nouzeilles, Ficciones 15). Franklin

Rodríguez arguye que el enfoque en el cuerpo no es simplemente un rasgo más de los relatos de Viana sino que los llega a dominar, revelando cómo se pueden ver los problemas del país a través de la óptica naturalista del cuerpo y sus elementos decadentes: “At a time when the formation of the future citizen and national unity were constantly discussed, Viana and the steep pessimism of the naturalist epistemology—that brought to light the body of the gaucho and the peasant—questioned the cohesive model of the national state through insistent depictions of the decadent rural culture and society”

(217). Como se vio en la introducción, el proyecto liberal no garantiza éxito para todos; hay ciertos elementos que caen afuera. Aquí, Viana cuestiona la montevideanización del país y muestra que sería mejor preservar el gaucho que incorporarlo y perder su identidad. Volviendo a la metáfora del cuerpo, el gaucho, aunque tiene sus fallas, no es un órgano vestigial sino que es todavía vital y necesario para el equilibrio sano del país.

35 Aunque ella está hablando específicamente de un relato de Viana que aparece en otra colección, creo que sus ideas se aplican fácilmente a los cuentos de Campo.

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Además del aspecto corporal, igual que ocurre en muchas obras naturalistas el determinismo es otro hilo fundamental aquí. El personaje es el laboratorio del autor naturalista y como tal está forzado a experimentar situaciones sumamente difíciles de las cuales no puede escapar. Todos los personajes que se verán aquí están sujetos a su destino: “Tanto Viana como Lillo y D’Halmar utilizan descripciones deshumanizanates para demostrar la decadencia y convertir a sus personajes en sujetos experimentales, los cuales carecen de defensa ante la fuerza el destino” (José Ramos 342). Los personajes son productos de su herencia y de su ambiente, de la sociedad que los ha creado, tanto física como psicológicamente. Así le conviene a Viana usar el naturalismo para mostrar cómo el Uruguay de aquel entonces ha formado estas figuras miserables que no pueden ser de otra forma.

El autor sugiere que los cambios sociales y tecnológicos han creado esta posición imposible del gaucho. El avance del ferrocarril y el alambramiento del campo han transformado su forma de vida a tal punto que no le queda oficio. Si antes el gaucho se ocupaba de las labores físicas de la ganadería, ya estas no son necesarias debido a los avances tecnológicos que llegan de la ciudad al campo. Según Zum Felde, “La ciudad es quien vence al gaucho” (216). En la época de Viana, la posición del gaucho es así:

Eliminada toda competencia, no hay posibilidad de prosperar, ni de salir nunca de peón. Y éstos son los que están mejor. Gran parte no tiene ni aún esto, pues no hay trabajo para todos en las estancias; viven del merodeo, del pichuleo, de la servidumbre, de las changuitas, de los parejeros, de la limosna, de la prostitución, no se sabe de qué. Este es el más poderoso factor de la degeneración de la raza, porque produce la debilidad, la suciedad, la inmoralidad, la ignorancia, la delincuencia. (Zum Felde 218- 9)

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Como vimos antes, la intelligentsia urbana prefiere que el gaucho se incorpore en la sociedad o se desaparezca, porque ve eso como la manera de resolver los problemas modernos en el ámbito rural. Viana, que conoce bien estos tipos rurales, quiere salvarlos para que no se pierdan. Sin embargo, la situación de los gauchos es imposible: tienen que civilizarse para incorporarse en la nación moderna, pero no pueden hacerlo porque su herencia y su ambiente no se los permite. Los cuerpos de estos personajes reflejan esta situación desesperada del campesino uruguayo de finales del siglo XIX. Teniendo todo eso en cuenta, analizaremos la primera representación del gaucho en los cuentos elegidos.

El gaucho solitario y criminal

Según José Pedro Barrán, la época uruguaya que retrata Viana es la que el denomina “el disciplinamiento,”36 en que el estado burgués y la Iglesia católica trabajan juntos para erradicar el pecado y la barbarie. Ambos comparten muchas características:

“Pecado y ‘barbarie’ se nutrieron de contenidos similares y fueron equiparados, ganando la nueva sensibilidad para su causa tanto al cura como al maestro y al médico, tanto la bendición como la sanción de la ‘sabiduría’” (23). Es una etapa de extrema vigilancia y

36 Lo denomina así porque era la época de “disciplinar” a la sociedad, “impuso la gravedad y el ‘empaque’ al cuerpo, el puritanismo a la sexualidad, el trabajo al ‘excesivo’ ocio antiguo, ocultó la muerte alejándola y embelleciéndola, se horrorizó ante el castigo de niños, delincuentes y clases trabajadoras y prefirió reprimir sus almas, a menudo inconsciente del nuevo método de dominación elegido, y, por fin, descubrió la intimidad transformando a ‘la vida privada’, sobre todo de la familia burguesa, en un castillo inexpugnable tanto ante los asaltos de la curiosidad ajena como ante las tendencias ‘bárbaras’ del propio yo a exteriorizar sus sentimientos y hacerlos compartir por los demás. En realidad, eligió, para decirlo en menos palabras, la época de la vergüenza, la culpa y la disciplina” (Barrán 11).

139 control del cuerpo, de la insubordinación y de la haraganería (Franklin Rodríguez 204-5).

Como indiqué en la introducción, es el hombre burgués quien se beneficia de este programa civilizador, y los demás se convierten en chivos expiatorios de la falta de modernización del país (Aronna 21-2). Por consiguiente, el cuerpo burgués va a ser el cuerpo ideal al que se aspira, sin embargo, en los cuentos de Viana se retrata la contracara: cuerpos decaídos, deformes, y degradados. Es el hombre convertido en bestia, reducido a sus instintos y llevado a situaciones extremas. Los gauchos que aparecen en los cuentos de Viana representan varios vicios inquietantes de la época, pero al mismo tiempo se puede ver cómo el autor les tiene simpatía, ya que para él son víctimas del momento y del “estricto determinismo del medio, de la herencia, de la raza, de la enfermedad, de la prostitución y del alcoholismo” (González Picado 22). Estos problemas y criminalidades no son la culpa del gaucho sino la de la sociedad y el ambiente que lo ha creado. Más que denunciar a estos criminales, Viana los usa para denunciar la hipocresía y corrupción de la sociedad burguesa de la época. A través de la óptica del naturalismo, demuestra cómo la sociedad conduce a estos personajes a estas circunstancias.

Para explorar la criminalidad de estos personajes, hay que conocer las teorías del criminólogo italiano Cesare Lombroso, cuyas ideas son claramente representadas en los relatos de Campo. En su libro Criminal Man, Lombroso delinea toda una gama de características físicas y emocionales que se pueden asociar con varios tipos de criminales que él asocia también con “los salvajes”:

[Savages and criminals] have many characteristics in common, including thinness of body hair, low degrees of strength and below-average weight, small cranial capacities, sloping foreheads, and swollen sinuses. Members

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of both groups frequently have sutures of the central brow ridge, precocious synostes or disarticulation of the frontal bones, sutural simplicity, thick skulls, overdeveloped jaws and cheekbones, oblique eyes, dark skin, thick and curly hair, and jug ears. Among habitual criminals as among savages, we find less sexual differentiation than between normal men and women. In addition, in both we find insensitivity to pain, lack of moral sense, revulsion for work, absence of remorse, lack of foresight (although this can at times appear to be courage), vanity, superstitiousness, self-importance, and, finally, an underdeveloped concept of divinity and morality. (91)

Varias de estas características se presentan en los cuentos que siguen, en particular algunos de los rasgos físicos, la aversión al trabajo, falta de remordimiento, y egoísmo.

Además, y curiosamente para los escritores naturalistas, Lombroso vincula la criminalidad con características ambientales, como el clima, diciendo específicamente que el calor aumenta la tasa de asesinatos (114). También afirma que la civilización fomenta ciertos crímenes y enfermedades mentales porque provee estimulantes antes desconocidos como el alcohol (121). Estos males “modernos” se verán representados en los cuentos de Viana ya que los personajes aparecen tomando caña o jugando y sus vicios principales, la indolencia y la corrupción, son resultados directos de la “civilización” del campo que pone todo el poder en manos de pocos y deja a los demás sin nada.

“Pájaro bobo”

En el primer cuento que analizo aquí, “Pájaro-bobo,” el protagonista es un gaucho viejo y decaído que padece de indolencia extrema, uno de los vicios modernos más comunes entre los gauchos que, después de las revoluciones y con la pérdida de su antigua forma de vida, no saben qué hacer. Eso también lo conduce a otros vicios: el

141 descuido personal, el juego y, por último, la violencia. El personaje ejemplifica el cuerpo decaído, y se usa para moralizar, subrayando esos vicios que afligen a un sector importante de la sociedad entera (Garganigo, “Javier de Viana” 60). El nombre verdadero del protagonista es Pancho Carranza, pero todos le dicen Pájaro-bobo “[d]ebido á su aspecto desgarbado y ridículo, á su modo de hablar pausado y torpe, á su holgazanería proverbial y á su hábito de andar muy lentamente, echado su cuerpo hacia atrás y estiradas las piernas como chajá” (Viana 245).37 Así se ve que su corporalidad es tan llamativa que engendra el apodo por el cual todos lo conocen. Carranza es uno de los gauchos que es víctima de las guerras civiles que derribaron el campo uruguayo. Fue utilizado por el estado y, por haber sido parte del partido incorrecto, no ganó nada. Ahora su pasado glorioso es sólo una memoria distante: “Recordó que en sus mocedades había sido gaucho, algo gaucho, al menos” (Viana 242). Ejemplifica la pérdida de toda una forma de vida antigua, y este sector privado de lugar en la sociedad moderna que se intenta formar. Por eso, aunque Carranza es un vagabundo ahora, hay que tenerle lástima porque realmente no tiene culpa de esta situación ya que es víctima del sistema que lo ha usado y desechado.

Carranza sirve para ejemplificar la situación actual del gaucho uruguayo que, aunque antes era una figura orgullosa y respetada, ahora ha decaído completamente hasta

37 Uno de los aspectos más notorios del criollismo de Viana es la manera en que retrata el habla local en su esfuerzo para captar “la vida y el espíritu gauchesco en su etapa decadente, tanto fotográfica como fonográficamente” (Donahue 403). Por eso, aparecen en todos sus cuentos algunas palabras con ortografía poco tradicional, como “yegar” por “llegar” o “jedor” por “hedor”. En vez de señalar todas con el tradicional “sic,” las dejo sin marcar para no interrumpir la lectura. Si hay lo que parecen ser “errores” en las citas de los cuentos, asumo que aparecen así en el original.

142 convertirse en un personaje definido por su indolencia: “No premeditó nada, no se tomó la molestia de idear nada; porque, para este gran haragán, hasta pensar era labor pesada y difícilmente emprendida” (Viana 251). Carranza no tiene ninguna vergüenza de su haraganería; al contrario, está orgulloso de ella: “Ignorante en toda industria, incapaz para cualquier labor, enemigo del trabajo que enaltece y dignifica, se contentaba con la limosna diaria, sin ninguna ambición para el mañana, sin ninguna esperanza para el futuro. Ninguna obligación á que sujetarse, ningún amo á quien obedecer, ninguna ley moral que cumplir: ¡ésa era la vida!” (Viana 255). Sin embargo, este comentario sardónico revela más de lo que parece, porque realmente no es sólo la indolencia de

Carranza sino la combinación de ella con los cambios en el paisaje laboral que lo han convertido en un vagabundo. Es “ignorante en toda industria,” pero no siempre fue así; es la industria de ahora, no de su juventud.

No obstante, cualquiera que sea la razón, Carranza se ha convertido en una figura sumamente peligrosa para la élite burguesa, porque no tiene ningún motivo para civilizarse; nunca tendrá cabida dentro de la sociedad ideal que quieren crear. Es justamente por eso que lo ven como el obstáculo que impide la modernización del país.

El narrador tampoco está a favor de su indolencia y lo reconoce como el vicio que es, pero no ofrece ninguna solución a este problema imposible. Así se marca una clara diferencia entre las obras naturalistas de Viana y las obras románticas anteriores: mientras que las obras románticas habían proyectado un ideal—que sería el cuerpo burgués como señala Foucault—Viana expone los cuerpos problemáticos de la actualidad y culpa a los burgueses de su estado problemático sin proponer ninguna solución concreta.

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Como mencioné, la holgazanería de Carranza lo conduce a otros vicios también.

Lo que más marca su cuerpo es el descuido personal que es parte de su aire general de decadencia. En la primera descripción física que tenemos de él, se describe como “alto, escuálido, de fisonomía repelente” y llevando un saco “negro en un tiempo, color ratón al presente—, al cual había trasmitido el aceite de almendras rancio y la grasa de patas, dibujando una mancha inmensa y repugnante, aumentada y hecha más visible con el polvo que se unió y formó una costra resistente al enjebe más poderoso” (Viana 239).

Otra vez se ve la resistencia del gaucho a la civilización, aquí representada físicamente por el saco que rechaza cualquier agente que intente imponer la limpieza en ello. Esta decadencia es algo que los demás son forzados a experimentar también, porque tiene un olor penetrante además de su apariencia repugnante: “Cada comida había dejado su rastro, y databa de tanto tiempo la acumulación de materias grasosas, que desde lejos percibíase el olor á olla sucia ó á cocina mal cuidada. El chaleco claro, á cuadros, sin botones en la parte superior, dejaba al descubierto la pechera de la camisa, casi negra con la mugre” (Viana 244). Este aire de descuido total causa una mala reacción por parte de la sociedad uruguaya de la época, ya que los “civilizados” se horrorizan ante la

“suciedad”; promueven la “higiene” y la “salud” (Barrán 47). La falta de higiene viene a ser una amenaza que no sólo afecta al individuo sino que aparece como algo que puede llegar a afectar a la sociedad entera, puesto que

[e]l cuerpo de todos merecía cuidados porque la salud había demostrado su condición social. Todos los cuerpos eran interdependientes y si bien parecían vencidas las epidemias—singulares niveladores sociales a menudo—, quedaban todavía enfermedades que transgredían las barreras

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de clase y saltaban de una condición social a otra, hermanándolas a todas al final. (Barrán 52)

Así que Carranza no sólo perjudica su propio bienestar sino el bienestar de la sociedad entera con su falta de higiene personal.

Otro vicio vinculado con la pereza de Carranza es su obsesión con el juego. El lugar en donde juega se ve como una inversión grotesca de la iglesia, siendo

aquel templo asqueroso del vicio pobre, donde el padre de familia, olvidando la mujer, los hijos, la dignidad, consumía el dinero ganado con esfuerzo y destinado á las necesidades del hogar, agotando su vida, la fuerza del músculo que la vigilia rebaja, y el espíritu que pierde su tonalidad y se baja y se degrada con el hervor de la pasión impura – junto al perdulario repelente de oscuro origen, de sucia vestimenta, de conversación soez y de truhanescas costumbres heredadas en el lecho de la mancebía y acrecentadas hora á hora con la práctica del mal. (Viana 250)

Aquí el narrador hace hincapié en los gastos y la decadencia del espacio. Ésta es la época de la economía del cuerpo y del hogar, y por lo tanto existe un “terror al ocio, a la sexualidad, al juego y la fiesta” yuxtapuesto al “endiosamiento del trabajo, del ahorro— del dinero y de semen—, del recato del cuerpo dominado” (Barrán 23). En esta sociedad es sumamente importante que el ciudadano gaste apropiadamente, tanto el dinero como el tiempo y, como veremos más adelante, el semen. La indolencia y el descuido de Carranza son aún más visibles en la manera en que desperdicia todos sus recursos en actividades que no le proveen ningún beneficio moral. Al contrario, lo conducen a actividades cada vez más inmorales, como la violencia contra una mujer que lo apoyaba.

En la última escena del relato, Carranza va al rancho de una vieja amiga suya, una ex-prostituta, para buscar más dinero. Cuando ella rehúsa dárselo, “Carranza la zamarreaba, la golpeaba, la insultaba; pero ella no largaba su presa, oprimía el pañuelo

145 contra su pecho y se revolvía furiosa” (Viana 259). Asumiendo su naturaleza gaucha, recurre al cuchillo y “le asestó un golpe de plancha con su facón, en medio de la frente”

(Viana 260). Cuando eso tampoco le sirve, la arroja al suelo y va a robarla cuando tres hombres entran y le pegan con sables. Carranza recibe un castigo, pero no es tan fuerte como uno esperaría: “Lo condujeron á la cárcel, donde su aparición fué ruidosamente festejada” (Viana 260). Allí sólo tiene que pasar una noche, concluyendo así la historia con una especie de moraleja ambigua que se podría interpretar como una crítica al sistema que parece no entender al gaucho. El encarcelamiento lejos de ser un castigo para

Carranza, será todo lo contrario, el lugar que le proveerá cama y comida gratis.

La historia de Pancho Carranza recoge varias ideas que se repiten en los cuentos de Campo: el vicio, el determinismo, la violencia contra las mujeres, y personajes subalternos que amenazan el proyecto civilizador de la élite. Sin embargo, una y otra vez se sugiere que es el sistema modernizador creado por esa misma élite, el culpable de esos problemas. El cuerpo de Carranza es una caricatura, ejemplificando la decadencia total que aflige la sociedad rural uruguaya, ese sector desechado y corrupto. Sin embargo, no podría ser de otra manera, porque Carranza está determinado por su ambiente y su herencia. Sus circunstancias lo obligan a ser un criminal y por lo tanto, aunque el lector no logra identificarse con él, reconoce su papel de víctima.

“Los amores de Bentos Sagrera”

“Los amores de Bentos Sagrera” es uno de los cuentos mejor logrados de Campo, y la crítica literaria parece estar de acuerdo, puesto que es sin duda el relato más

146 estudiado de la colección. Si en el “Pájaro-bobo” tenemos al gaucho decaído, conducido a la criminalidad más por sus circunstancias que por su herencia, en “Los amores” aparece la otra cara de la moneda: un gaucho caudillo, rico y corrupto, lo que Zum Felde denomina parte de la “burguesía gaucha” (172).38 Sagrera es un criminal nato, hecho revelado desde la primera descripción física que se nos hace de él. No carece de nada económicamente pero es dominado por sus instintos y nunca tiene que enfrentar las consecuencias de sus acciones. Es el gaucho convertido en bestia, pero no una bestia pobre y humilde como veremos más adelante en “Teru-tero,” sino una bestia violenta y feroz que causa atrocidades sin sentir ningún tipo de remordimiento. Además, la criminalidad inherente en las descripciones físicas de él, según Franklin Rodríguez, sirven como un estudio antropológico de las características criminales que Rodríguez vincula directamente con las teorías de Lombroso (206). En esta sección veremos el cuerpo criminal de Bentos Sagrera, sus características, sus causas, y sus efectos.

La descripción física del gaucho caudillo es por sí sumamente sugerente:

Sagrera era más bien bajo, grueso, casi cuadrado, con jamones de cerdo, cuello de toro, brazos cortos, gordos y duros como troncos de coronilla; las manos anchas y velludas, los pies como dos planchas, dos grandes trozos de madera. La cabeza pequeña poblada de abundante cabello negro, con algunas, muy pocas, canas; la frente baja y deprimida, los ojos grandes, muy separados uno de otro, dándole un aspecto de bestia; la nariz

38 Según Zum Felde, son ellos “estancieros fuertes, tienen casa en el pueblo o en la ciudad, son coroneles o generales, viven ya en el pueblo, ya en la estancia, están relacionados con gente instruída y políticos de la ciudad, se enteran de los periódicos, reciben y mandan cartas sobre asuntos políticos, tienen influencia con las autoridades; son hombres de campo, pero con cierta adaptación urbana; tratan al doctor con campechana superioridad, y al gaucho protectoramente, son compadres de la mitad de la comarca y ejercen una filantropía patriarcal” (172-3). Él los contrapone al gaucho peón, que sería el gaucho tradicional.

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larga en forma de pico de águila; la boca grande, con el labio superior pulposo y sensual apareciendo por el montón de barba enmarañada. (Viana 173)

Hay dos aspectos llamativos de esta descripción: el marcado énfasis en la bestialidad de

Sagrera y su concordancia con las teorías de Lombroso. Observamos que el “abundante cabello negro,” “la cabeza pequeña”, y “la frente baja y deprimida,” concuerdan con las descripciones de Lombroso: “thick and crisp hair, […] small craniums, […and] receding foreheads” (57). Además, Rodríguez nota que la falta de canas de Sagrera refleja su falta de moralidad, “the cynicism of a man who does not lose sleep over his criminal actions”

(206). El hecho de ser “bajo, grueso, casi cuadrado” lo vincula también con el famoso gaucho Facundo, también de características físicas similares.

Además, se ve claramente la bestialidad de Sagrera destacada en sus “jamones de cerdo,” “cuello de toro,” los ojos que le dan “aspecto de bestia,” y “la nariz larga en forma de pico de águila”. Si el primer aspecto enfatiza la criminalidad de Sagrera, el segundo sirve para enfatizar su sexualidad bestial, característica que define su comportamiento (Franklin Rodríguez 206). Las necesidades y conquistas amorosas del protagonista son el hilo conductor de la narración y Sagrera está orgulloso de su virilidad; hablando con un amigo, se jacta de las muchas mujeres que tiene: “‘Yo tenía, naturalmente, otros gallineros donde cacarear – en el campo no más, aquella hija de don

Gumersindo Rivero, y la hija del puestero Soria, el canario Soria, y Rumualda, la mujer del pardo Medina…’” (Viana 182). Además, cuando su esposa se entera de otra novia que tiene e intenta hacerle abandonarla, él responde así: “‘yo le hisiera comprender que, si no era Nemensia, sería otra cualesquiera, y que no tenía más remedio que seguir

148 sinchando y avenirse con la suerte, porque yo era hombre así y así había de ser’” (Viana

184). Así se ve que el mismo protagonista reconoce su sexualidad feroz como algo innato de su ser que no se puede cambiar. No obstante, aunque está orgulloso de sus conquistas, no parece sentir ningún afecto por las mujeres conquistadas, sino que sólo las usa y las deja cuando ya no le sirven. Volviendo a Lombroso, esto concuerda con lo que él afirma de las emociones de los criminales: “Rarely does a male criminal feel true love for women. His is a carnal love, which almost always takes place in brothels […] and which develops at a very young age” (68). Por eso se puede ver que Sagrera es criminal tanto en sus rasgos físicos como en sus emociones.

El protagonista tampoco muestra ningún sentimiento de lástima por otras personas cuando cuenta sus historias de crímenes. Según Lombroso, “The first feeling to disappear is sympathy for the misfortunes of others, an emotion that is, according to some psychologists, profoundly rooted in human nature” (63). Sagrera relata la historia de dos crímenes en el cuento: uno que cometió él mismo, y otro que provocó en otra persona, siendo los dos parte de la misma historia amorosa, una relación con una mujer brasileña llamada Nemensia. El primer crimen es el que cometió para obtener a la brasileña: mató a su padre. Cuando cuenta esta historia, niega su participación en el acto diciendo,

“‘Dispués me fui pa Montevideo, donde me entretuve unos meses, y di’ay que yo no supe cómo fué que lo acucharon al pobre diablo. Por allá charlaban que habían sido mis muchachos, mandaos por mí; pero esto no es verdá…’” (Viana 181); sin embargo, revela inmediatamente que eso fue una mentira: “Hizo don Bentos una mueca cínica, como para dar á entender que realmente era el asesino del quintero, y siguió, tranquilo, su relato”

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(Viana 181, énfasis mío). Como se ve, Sagrera lo ve como completamente natural y aceptable el haber cometido este crimen tan grave para obtener a una mujer que pronto abandona.

El otro crimen es aún más escabroso: cuando la esposa de Sagrera se entera de la existencia de Nemensia, decide hacerla desaparecer. Sagrera está feliz con eso porque, según lo que dice, “‘vi el modo de que me dejaran el campo libre al mismo tiempo que mi mujer hasía los pases; y la idea me gustó como ternero orejano,’” entonces, en vez de prevenir el crimen, “‘me lavé las manos y esperé tranquilamente el resultao’” (Viana

186). El crimen consiste en prender fuego al rancho de Nemensia cuando todos están durmiendo, atando las puertas para que no puedan escapar. Sagrera se considera libre de toda responsabilidad en este asunto porque no lo mandó explícitamente, pero indica estar feliz por eso, diciendo, “‘Cuando supe la cosa me pasó frío, ¡amigo Sosa!...Pero dispués me quedé contento, porque al fin y al cabo me vi libre de Nemensia y de los resongos de la finada, sin haber intervenido pa nada. ¡Porque yo no intervine pa nada, la verdá, pa nada!’” (Viana 194). Como afirma Garganigo, el elemento más inquietante de esta narración es la actitud tranquila e indiferente de Sagrera mientras cuenta la historia: “It is with malignant gusto that Sagrera tells us that the servant stayed around the burning hut watching the flames engulf everything and making sure that the bodies of the victims were reduced to ‘crackling crisp pork skins’” (Javier de Viana 61). Así se ve la corrupción completa de este hombre que vive sin ninguna consecuencia para sus acciones mientras que se criminalizan actos menores de los gauchos pobres. La sociedad que ha creado seres miserables como Pájaro-bobo es igualmente responsable por la creación de

150 hombres como Bentos Sagrera, permitiendo que la riqueza quede en manos de pocas personas y que esas personas tengan poder absoluto en su ambiente.

Aunque la herencia es fundamental en determinar el tipo de ser que es Bentos

Sagrera, el ambiente también es sumamente importante aquí. Según González Picado, lo que se observa en este relato es un lugar que parece ser una sociedad “normal,” pero no lo es:

Se da en Bentos Sagrera un naturalismo del medio y de las pasiones primitivas, bestiales del hombre, de una sociedad que parece humana, pero es, en el fondo, una selva donde sigue imperando el derecho del más fuerte, y la supervivencia del más apto; estos valores no los obtienen los que él acostumbre a considerar los mejores, sino los fuertes y los salvajes: la bestia. (27)

Sin embargo, la “bestia” que se retrata aquí es el resultado de ese mismo ambiente: “esos seres infames no representan casos aislados sino que son el resultado de un medio inmoral” (Scott 62). Así se puede observar que “Los amores de Bentos Sagrera” no representan la historia de un individuo, sino de algo que nace del medio inmoral y de la sociedad decadente (Franklin Rodríguez 206). Debido a eso, Rodríguez sostiene que

Bentos, que antes podría haber sido un “Don Juan,” se ve obligado a convertirse en un

“Don Monstruo,” siendo este monstruo no sólo una representación de la sociedad en transición, sino de la imposibilidad de volver a un estado anterior: el del gaucho poderoso y dominante en el contexto nacional (216). Ahora sólo tiene poder en una esfera limitada, y tiene que ejercerlo todo lo que pueda.

Por último, cabe mencionar aquí que aunque la figura central de este cuento es un hombre, las mujeres juegan un papel importante. Ellas son el eje de la acción. Además,

151 las mujeres del siglo XIX son amenazantes para los hombres burgueses que quieren dominarlas: “La mujer, en otras palabras, todavía conservaba mucho de la bruja y la hechicera de los siglos XVI y XVII, recordaba lo diabólico por encarnar el poder de la tentación sexual en esta cultura que había hecho un ideal de vida de la ‘templanza’ en la

‘pasión’” (Barrán 157). Por eso, “el hombre necesitaba controlar a la mujer. El burgués construyó una imagen de la mujer ideal y procuró que las mujeres la internalizasen”

(Barrán 162). Cómo se ve aquí y se verá también en “El ceibal” y “En familia,” aunque a veces hay hombres buenos e inocentes conducidos a extremos violentos, las mujeres de

Viana suelen ser influencias negativas.

El gaucho enamorado

“El ceibal”

De todos los cuentos seleccionados, “El ceibal” es el relato que más se acerca a un naturalismo romántico. En este cuento, tenemos al gaucho joven y simpático, Patricio, quien está enamorado de Clotilde, una muchacha coqueta de dieciocho años. Ella acepta sus avances amorosos pero no los corresponde completamente; aunque se compromete con Patricio, parece más interesada en el amor de Luciano Romero, un joven sin familia que se había criado en su casa. Como mencioné, es una historia que demuestra más elementos románticos que naturalistas: el triángulo amoroso, una naturaleza poética pastoril, y un énfasis en las correspondencias entre el hombre y la naturaleza. No obstante, el naturalismo todavía es una característica fundamental aquí porque vemos a los personajes dominados por su herencia y la importancia del determinismo en la

152 imposibilidad de escapar del destino. Además de la importancia de los cuerpos para el determinismo, el ambiente va a jugar un papel protagónico en este cuento en particular.

Como se sabe, el ceibo es la flor nacional de Uruguay y no es gratuita su elección en el título aquí puesto que tendrá implicaciones sociales importantes para el cuento.

Al principio, la descripción de la naturaleza parece coincidir con el locus amoenus tradicional de la novela pastoril—un lugar idílico donde dos amantes se encuentran— para luego convertirse en un sitio de violencia extrema al final del relato. Antes del final, la conexión con el paraíso se hace evidente en la naturaleza abundante que abre el relato y luego en que la naturaleza se emplea para hacer conexiones con los personajes, siendo el ceibal el sitio central del cuento en donde ocurre la mayoría de la trama. La historia empieza con una descripción paradisiaca39 del lugar para luego dar paso a la historia de

Clotilde y Patricio. En esta primera escena, la naturaleza fecunda refleja las esperanzas de esta relación apenas iniciada. Clotilde y Patricio vendrán a representar a Adán y Eva, jóvenes e inocentes en el paraíso. Luego, Clotilde se ve reflejada en ese mismo lugar por la fruta que Patricio intenta recoger, diciéndole: “‘Me hace rabiar ese bircuyá: no puedo agarrarlo,’” y luego Patricio, “sin decir una palabra, trató de alcanzar la fruta; pero como no lo consiguiera, comenzó a trepar por el árbol” (Viana 35). Se ve que la naturaleza “es otra protagonista en el mundo narrado […] de los cuentos de Viana. Las descripciones

39 “Los árboles no se oprimen, y á pesar de sus fecundas frondescencias, caen á sus plantas, en franjas de luz, ardientes rayos solares que besan la abundante hierba y arrancan reflejos diamantinos al montón de hojas secas. Hay allí sitio para todos: entre el césped corren alegres las lagartijas persiguiendo escarabajos; en el boscaje, miriadas de pájaros suspiran sus amores á la puerta del nido, sin temer para ellos el tiro cuyo retumbo nunca oyeron, ni para sus huevos ó su prole la curiosidad traviesa de chicuelos que sólo aportan por aquellos parajes para coger una indigestión de pitangas” (Viana 25).

153 del paisaje nunca son gratuitas: aparte de ejercer una función estética y referencial, construyen sobre todo una relación metonímica entre el personaje, su estado de ánimo mental o moral y el medio ambiente” (Schlickers, “La novelística” 181). Así se observa que la naturaleza es el escenario de la acción y también transmite mucha información sobre las psiquis de los personajes, inclusive determina muchas de sus acciones. Como se verá, cada uno de ellos comete un acto criminal y si bien la naturaleza refleja las emociones y predice las acciones de los personajes, los cuerpos también sirven para presagiar qué tipo de actos criminales cometerán.

En el caso de Clotilde, su crimen viene a ser el adulterio o la hipersexualidad.

Como indica Garganigo, una de sus fallas es no ir a tono con la naturaleza y, además, su rostro feo se opone a la belleza de la naturaleza (Javier de Viana 53), como se ve en la siguiente descripción de ella:

No era linda; su nariz, corta y gruesa, con ventanillas muy abiertas; la boca grande y pulposa, el mentón prominente y la frente estrecha y baja, acusaban su origen; pero aquellos inmensos ojos negros de mirada picaresca, aquellos dientes menudos por sobre los cuales saltaba continuamente la risa como las aguas del arroyo sobre la pequeña cascada de piedrecillas blancas, y aquella cabellera de negras mechas rebeldes, lucientes, rígidas y abundantes, – verdadera crin de potro indómito – hacíanla atrayente y deseable; tanto más deseable, cuanto que era uno de esos caracteres altivos, voluntariosos, que obran por impulsos pasionales y son inaccesibles a la convicción y al ruego. (Viana 30)

Al igual que en la descripción de Bentos Sagrera, aquí también se resalta la animalidad de ella, pero con un propósito distinto, como veremos más adelante. Antes de pasar a eso, cabe señalar aquí que algunas características particulares de ella concuerdan con las del criminal hipersexual Bentos Sagrera y con las teorías de Lombroso: su boca grande y

154 pulposa, cabello negro, mentón prominente, y senos nasales pronunciados (Lombroso y

Ferrero 123-30). Igual a lo que hace Lombroso, Viana insinúa que algunas de los aspectos menos deseables de Clotilde se pueden atribuir a que tiene “algunas gotas de sangre negra” (29). Dicho de otra manera, el racismo es una corriente no muy reconocible pero todavía presente en esta narración.

La herencia de Clotilde y su disonancia con la naturaleza la condenan al fracaso, que en este caso viene a ser un crimen de pasión castigado con la muerte. Clotilde, como ya se ha dicho, no está muy animada con Patricio, y “muchas veces llegó a preguntarse si realmente quería a aquel gauchito tímido que no sabía hacer vibrar ninguna cuerda de su ardiente temperamento” (Viana 32). Como busca la pasión, empieza a coquetear con el mozo Luciano aún después de comprometerse con Patricio. Un día, por casualidad,

Patricio se cae de su caballo en el camino y entra en el ceibal inesperadamente para lavarse. Escucha voces, y encuentra a los dos juntos: “Vió á Clota, á aquella mujer que él amaba con delirio, tendida sobre la hierba, con las ropas en desorden” (Viana 47).

Cuando observa esta escena, Patricio se vuelve loco momentáneamente y mata a Clotilde con la daga que llevaba. Luciano, que participa en el acto con ella, parece ni merecer la atención de Patricio, quien lo despide con solo una frase de desdén.

Esta moraleja refleja algunas creencias generales y algunas particularidades de la mentalidad uruguaya de la época. Primero, como señalan Lombroso y Ferrero, la mujer es monógama por naturaleza y por eso, “one can understand how the laws of adultery in all populations have come down hard on her but not the man, who oftentimes is exempted. […] Behavior that amounts to not even a misdemeanor among men is, for

155 women, the gravest of crimes” (60-1). Como señala Barrán, este temor de la sexualidad femenina experimenta un auge en el Uruguay finisecular: “Ninguna época en la historia uruguaya fue tan puritana, tan separadora de los sexos, contempló con tal prevención, que a veces era horror, a la sexualidad, como ésta” (125). Según Barrán, este temor tiene una base económica, ya que el adulterio femenino “era el peor enemigo de esa familia burguesa pues podía poner en tela de juicio la paternidad, y de la certeza de ésta dependía la trasmisión hereditaria de los bienes” (72).

Así se ve la sexualidad y la reproducción burguesa no como algo natural, sino como algo económico. Por eso los hombres burgueses ven a sus mujeres como “su” propiedad, algo que se ve manifestado en la mentalidad de Patricio quien, antes de matar a Clotilde, “Se imaginó desaparecida, perdida en la gran nada de la muerte á aquella mujer, quien se había acostumbrado á mirar como cosa propia y perdurable” (Viana 48,

énfasis mío). Como se ha dicho anteriormente, la mujer tiene poder subversivo dentro de la familia; puede ser la fuente de bienes (hijos), pero también es capaz de causar la ruina de la familia. Por eso, el hombre ‘civilizado’ “amaba, deseaba y temía a la mujer (y necesitaba, entonces, dominarla)” (Barrán 157). Por eso podría verse el final de Clotilde como el castigo social impuesto a toda mujer rebelde. Esto se ve claramente en la descripción animalesca que se hace de ella como “potro indómito”. Patricio sería la persona encargada de “domesticarla”. No obstante, como veremos, Patricio tampoco es un personaje ideal, y por eso se ve condenado al fracaso.40

40 La trama de este relato se asemeja mucho al de Gaucha, con la salvedad que es el amante, no el novio, quien mata a Juana y al novio también. Es importante notar que en

156

En términos de su temperamento, Patricio parece ser lo opuesto de los gauchos que ya hemos visto; en vez de ser perezoso como Carranza o malévolo como Sagrera, se describe como “un gauchito trabajador y sin vicios” (Viana 29, énfasis mío). Sin embargo, algunos de sus rasgos físicos revelan su criminalidad potencial: “Era […] un mocetón fornido, de tez morena, de rostro simpático y hasta bello, á pesar de la nariz larga y corva, de la boca grande y carnosa y de la escasa barba negra que crecía sin cultivo” (Viana 27). Ya se puede reconocer la criminalidad familiar de la nariz larga y la boca grade, y entra aquí también la “escasa barba negra,” otro indicio criminal según

Lombroso porque, si bien los criminales tienen mucho pelo, suelen tener barbas escasas

(53).

Según Garganigo, Patricio representa un tipo común de los gauchos de la pampa: el gaucho que lleva una existencia pasiva hasta ser llevado al extremo por los celos y, como no ve ninguna otra opción, recurre a la violencia para remediar la situación (Javier de Viana 54). Si la pasión sexual domina a Clotilde, los celos dominarán a Patricio: “los celos que le mortificaron por la mañana, siguieron su curso, aumentado el caudal. Inútil era que luchara; la ponzoña lo roía, estaba en la sangre, corría por todos los órganos, y no había medio de arrancarla” (Viana 43). Cuando por fin encuentra a Clotilde con Luciano en el ceibal, Patricio no es capaz de reaccionar como un hombre civilizado; tiene que reaccionar como una bestia: “dando un rugido sordo, que tenía más de bestial que de humano, hundió repetidas veces la daga en el pecho y en el vientre de la joven” (Viana

ambos casos se da por sentado que la sexualidad de la mujer es algo que necesita ser controlado y restringido y, cuando ocurre fuera del matrimonio, debe ser castigado severamente.

157

42). Así se puede ver que tanto Clotilde como Patricio son víctimas del determinismo:

“Under given circumstances, corresponding to the demands of the moment, man, who is servile to forces greater than he, is swept away unable to control his destiny. Just as it was in Clotilde’s blood to be sensuous, it was in Patricio’s blood to avenge his honor.

Both were victims of a tragic fate beyond their grasp” (Garganigo, Javier de Viana 54).

Por eso, Clotilde y Patricio son víctimas del determinismo de su herencia y su ambiente, pero el pecado de Patricio no parece ser tan grave como el de Clotilde porque él no recibe ningún castigo en el relato. Así se puede ver que, aunque tiene sus fallas, Patricio sólo comete el crimen por desesperación y es todavía esencialmente bueno. Es él el tipo de gaucho que quiere rescatar Viana, aunque su relación con Clotilde es condenada desde el principio. Ellos no tenían una base sólida sobre la cual construir una familia, y por eso su relación fracasó. Su situación de amor fracasado nos lleva a ver ahora qué ocurre cuando finalmente el gaucho logra tener una familia.

El gaucho y su familia

En esta última parte, veremos al gaucho y su familia en dos contextos distintos.

En el primer relato, “Teru-tero”, tendremos a un hijo ilegítimo prácticamente abandonado por su padre y marcado físicamente, mientras que en el segundo relato, “En familia”, veremos a un gaucho con su esposa e hijos legítimos, aunque aún lejos de representar una unidad familiar ideal. Aunque no hay ningún asesinato como en los dos cuentos anteriores, la violencia todavía permea en ambos y están lejos de representar el modelo ideal de familia.

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“Teru-tero”

Si bien la naturaleza domina en “El ceibal,” aquí la herencia es el rasgo dominante. Este cuento se distingue de los demás de la colección al tener como protagonista a un niño. Los niños no suelen aparecer como protagonistas en Campo—en

“En familia” son personajes secundarios—pero aquí Teru-tero es el personaje titular del cuento. Además, este cuento es interesante porque sabemos de dónde viene este ser deforme, lo cual le permite al lector trazar su línea genética y observar algunas de las causas de su deformidad. Su padre es un hacendado rico, don Ciriaco Palma, de quien no sabemos mucho pero parece ser del mismo tipo que Bentos Sagrera: frío—porque echa a su esposa de la casa y abandona a su hijo ilegítimo—, mujeriego, y capaz de una cólera impresionante. Teru-tero, cuyo nombre real es Cirilo pero nadie le llama así, nace de una noche de pasión entre Palma y doña Paula, una mujer “ya entrada en años, y que en sus mocedades había gozado fama de alegre y amiga de empinar el codo” (Viana 197).

Evidentemente, Teru-tero nace de un mal gasto de semen, ya que su concepción ocurre casi por casualidad: los dos están borrachos y Palma encuentra a doña Paula tirada en el suelo con una botella de caña en la mano y “sin saber lo que hacía, se dejó caer, él también, sobre el pavimento de tierra de la troja” (Viana 198). Así se ve que desde su concepción el niño que nace de esta manera va a tener dificultades porque, según

Lombroso, los borrachos producen hijos criminales, locos, o libidinosos (122). Además, como se vio antes en Foucault, la familia es el espacio natural donde se ubica la sexualidad para controlarla y usarla para el bien de la sociedad (History 108), algo que

159 obviamente no pasa aquí. Teru-tero es más retrasado que loco, pero igual su cuerpo está marcado por los vicios de sus padres.

Teru-tero nace temprano, es sietemesino, y su madre muere de parto. Desde su nacimiento se observa su fisionomía rara, porque es “un niño débil, raquítico, y con enorme cabeza alargada” (Viana 198). El niño crece muy poco y lentamente, y siempre se destaca “su enorme cabeza de idiota” (Viana 199). Al crecer,

era siempre el mismo ser disforme, de largas piernas escuálidas, brazos de chimpancé y enorme cabeza hundida entre los hombros, que se elevaban á manera de dos montículos. Su cara era larga, flaca y de color terroso; el cabello largo, lacio y mugriento, caía sobre la espalda y sobre la frente estrecha; la boca, muy grande, con el labio inferior grueso y caído, dejaba ver cuatro incisivos superiores, largos, separados, irregulares y negros; los ojos, de un azul claro, tenían la mirada de los idiotas, pálida y sin vida. Hablaba poco y con grandes esfuerzos, y haciendo mil muecas ridículas. (Viana 200)

Como se puede ver, el narrador destaca la debilidad del hijo, tanto física como intelectualmente, y esto es el resultado directo de la herencia biológica del niño (Franklin

Rodríguez 207).

Además de hacer hincapié en la deformidad física del niño, se resalta la pobre crianza que tiene, lo cual lo convierte en un animal: “No tuvo otros juguetes que las

‘tabas’ y ‘caracuces’ que los perros abandonaban en el patio, ni otras caricias que los manotones de dos cuzcos canelos, únicos seres que jugaban con él, arañándole algunas veces, mordiéndole otras” (Viana 199). Así se ve que sus pares no son otros niños, sino los perros y otros animales de la hacienda. Incluso tiene miedo de las otras personas:

Todos los hombres eran iguales para él: todos lo mandaban con modos groseros, todos lo pifiaban, á todos servía de estropajo casi siempre, y de risa y burla siempre. La burla grosera del gaucho, que consistía en darle

160

golpes, en martirizarlo físicamente, ya que la idiotez de Cirilo le impedía comprender y por lo tanto enfadarse por los dicharachos. (Viana 201)

Si los hombres de la hacienda le son crueles, su padre es ambivalente: “Su padre jamás se preocupó de aquella sangre suya, y no tenía para él ni odio ni cariño; le era completamente indiferente; lo miraba más como una cosa que como un ser humano”

(Viana 201). Desde su nacimiento, su padre “jamás le dio un beso, ni siquiera le tomó en sus brazos” (Viana 199). La única vez que su padre le presta atención es cuando Teru- tero está en el camino por el cual Palma quiere salir, y entonces responde con violencia:

“dio un tirón, levantó la prenda y descargó tan fuerte golpe sobre las piernas del desgraciado, que éste huyó dando gritos como perro castigado. Desde esa vez Teru-tero huía del hombre barbudo como de un demonio” (Viana 201). Como se ve, Palma ejemplifica el hombre ‘bárbaro’ que “usó y admitió el castigo del cuerpo del niño, del delincuente, del marginado, de los animales” en vez de hacer lo que debería, que es

“[condenar] y [erizarse] ante las penas físicas y [utilizar] en su lugar la represión del alma” (Barrán 81). Por ser bárbaro, ha producido un hijo que es aún menos humano que

él, creado por su herencia deficiente y el ambiente cruel en que crece.

A lo largo del cuento, se resalta una y otra vez ese aspecto bestial del pobre niño, pero su bestialidad contrasta con la de Bentos Sagrera o la de Clotilde. Teru-tero es una bestia pobre y torturada: “En la estancia era menos que un perro; comía lo que sobraba, y más de una vez, hambriento, disputó á lo perros un pedazo de carne flaca ó los tendones de una rótula” (Viana 200). Camila, hija de la novia de Palma, lo trata como un animal, hasta decirle abiertamente, “‘¡Comé, bestia!’” (Viana 204). Además de un perro, se

161 describe como “bestia transida” y “zorro perseguido” (Viana 203). No obstante, al final se revela que las verdaderas bestias son las personas más ricas y “civilizadas” por haberse comportado así con un marginado que ellos mismos crearon.

La bestialidad de los demás se revela en la muerte de Teru-tero. Después de un día de tortura a manos de Camila, en todo el siguiente día “nadie vió á Teru-tero, ni tampoco se preocupó de él” (Viana 205). Sólo encuentran su cuerpo por casualidad, cuando Camila y su novio están en el galpón y ella toca el cuerpo frío en la oscuridad. La voz narradora muestra simpatía por el pobre niño en el momento de su muerte, diciendo,

Muerto de fatiga, de inanición y de pesadumbre; solo en la oscuridad de aquel rincón infecto; sin recursos, sin una ayuda, sin un socorro, sin ver á su lado en los siempre terribles últimos instantes, no ya un amigo –que ninguna amistad le acarició jamás –, pero siquiera un rostro humano que le lanzara una mirada de misericordia; la mirada de lástima que arranca el espectáculo de una bestia moribunda. (Viana 206-7)

Así se espera que, aunque estas personas le han tratado mal en vida, por lo menos le tendrán misericordia al verlo muerto. Sin embargo, eso no ocurre. Todo esto se podría interpretar como una condena a la sociedad que hace lo mismo con el sector rural: primero la destruye, y luego no se apiada de ella.

Después de contemplar al niño muerto por unos momentos respetuosos, Camila rompe el silencio:

Camila exclama: “‘¡Bruto! ¡Idiota!’ Los hombres, que al principio se habían detenido impresionados por el respeto que siempre impone la muerte de un semejante, volvieron —ante la frase de Camila—á recordar á Teru-tero, la bestia, la cosa, la piltrafa; y rieron de buena gana. Después salieron. El galpón volvió á quedar oscuro y silencioso. Uno de los cuzcos canelos que jugaban con Teru-tero cuando éste era pequeño, fué el último en abandonar el fúnebre recinto. (Viana 207)

162

Aquí se ve una clara denuncia de la barbaridad de los supuestos “civilizados,” siendo el perro el único ser que le muestra misericordia a Teru-tero después de su muerte. Las personas presentes se ríen cruelmente sin reconocer sus errores, y el propio padre del niño no está presente. Cuando por fin entierran al niño en el monte, el padre tampoco muestra ningún indicio de afecto por su niño fallecido; sólo le dice a su peón, “‘Que juera pa abajo ‘e la picada, pa que no yegara el jedor á las casas’” (Viana 208). Así concluye la historia del pobre Teru-tero: “Solo, abandonado; así había vivido, así debía morir” (Viana

207).

Este cuento intenta crear compasión en el lector por estos seres marginados de la sociedad, no sólo los niños deformes sino todo el sector rural. Según Garganigo, “As a representative of the latifundium, the gaucho had allowed himself to degenerate just as he allowed the land to remain idle. Those who are left to carry on with living are not worthy of being called human” (Javier de Viana 58). El gaucho aquí es denunciado por la mal economía que ha practicado al no cuidar de sus bienes materiales, que en este caso serían sus hijos y su tierra, siendo los dos abandonados y a punto de desaparecer. Esta conexión se hace explícita en una de las descripciones del cuerpo del niño, cuando se compara su cuerpo débil con las “infecundas hendiduras de la sierra” (Viana 199). En manos de gauchos caudillos corruptos como Palma el campo uruguayo no produce ni hijos sanos ni tierra fecunda y, en una época de industrialización y producción, eso es preocupante. Por eso, aunque el cuento tiene al niño como protagonista, realmente se podría interpretar el mismo como una denuncia del padre al crear y abandonar un ser miserable y, por

163 extensión, una denuncia de la sociedad que permite la existencia de caudillos corruptos como Palma sin importarle las consecuencias de sus acciones.

“En familia”

El ultimo relato que estudiaremos es también el más extenso de los cinco. Tiene una estructura más compleja, pero presenta un retrato más completo de la vida pastoril del Uruguay de esta época. Si en “Teru-tero” tenemos un cuerpo deforme que es producto de una unión espontánea, aquí los cuerpos son degradados aunque están dentro del contexto de una estructura familiar. Se trata de una familia disfuncional: los padres se pelean constantemente, toman mucha “caña,” y no cuidan del hogar ni de sus hijos.

Como se verá otra vez, el determinismo controla las vidas de estos personajes, imposibilitando que ellos puedan escapar de la situación porque después de todo lo que pasa, al final, nada cambia. Hay tres vicios predominantes que marcan la vida de esta familia: la haraganería, el alcoholismo, y una falta de disciplina general. El conjunto de estos problemas crea una familia en estado de degradación total, reflejando la sociedad de la época. Veamos cada uno de estos vicios por separado.

La haraganería es la característica central de la madre de la familia, Asunción.

Ella es “chillona como un grillo, haragana como petiso de muchacho, pendenciera como cuzco y sucia como ‘bajera’” (Viana 122). Su holgazanería se hace visible en el descuido de la casa; cuando su marido echa a su madre de la casa después de enojarse con ella, “La casa quedó peor—porque Asunción era el prototipo de la haraganería—; pero el puestero

164 quedó más a gusto” (Viana 125). Los vicios de Asunción también vienen a marcar su cuerpo:

El cuello de garza salía de la bata de zaraza a la manera del pescuezo de una muñeca de cera, y sostenía una cabeza eternamente desgreñada y una cara escuálida, salida de pómulos, hundida de ojos, con nariz demasiado larga y boca demasiado grande; fina y corva la nariz como pico de rapaz; delgados los labios, blancos y fuertes los dientes, duro y marcado el mentón. Luego un cuerpo pequeño, mezquino en carnes y rico en flexibilidades de criolla comadrona: todo un cuerpo de gallina inglesa, gritona, inquieta y pendenciera. (Viana 121)

En vez de servir para marcar su hipersexualidad como en el caso de Clotilde en “El ceibal”, aquí el cuerpo de Asunción se asemeja más al otro haragán, Carranza, con su

“cara escuálida” y “cabeza eternamente desgreñada”. Su cuerpo, al igual que el de

Carranza, denota pereza, a tal punto que ni le preocupa su propia higiene. Además se destaca la bestialidad de su cuerpo. Ya hemos visto el pájaro ridículo en “Pájaro-bobo”, la bestia feroz en “Los amores de Bentos Sagrera”, la potra fiera en “El ceibal”, y el perro pobre en “Teru-tero”. Aquí la caracterización se asemeja a una gallina gritona que comparte la pereza con Carranza y la necesidad de ser controlada con Clotilde. Aunque tiene algunos rasgos criminales como el mentón marcado, Asunción es más una fuerza destructiva que una prostituta o una asesina.

En contraste con la haraganería de Asunción, tenemos a su marido Casiano, a quien se le describe como “bueno, sosegado, calmoso, trabajador, limpio en el vestir y parco en el hablar” (Viana 122), o sea, completamente opuesto a Carranza y Sagrera, los dos gauchos criminales que vimos antes, y aún más opuesto a su propia esposa. Además de sus personalidades, ellos son físicamente opuestos porque ella es flaca y de cuerpo

165 pequeño, y en cambio, lo primero que se resalta en el aspecto físico de Casiano es un exceso corporal: no es simplemente alto, sino “exageradamente alto; y era sobrada y uniformemente grueso; la cabeza, el cuello, el tórax, los flancos, las caderas, las piernas, todo parejo, con límites señalados por ranuras apenas visibles” (Viana 120). Su extrema altura podría ser preocupante ya que Lombroso indica que los criminales suelen ser más altos y con mayor peso que los individuos normales (56), pero el narrador pone mucho

énfasis en la bondad de Casiano para compensar eso. Más que marcar su criminalidad inherente, sirve para subrayar que, como se repite varias veces, “Era un contrasentido aquella pareja” (Viana 122, 123). Se exageran estas diferencias y se ponen de relieve a lo largo de la primera parte del cuento: “Si se hubiesen observado sus cualidades una á una y disecado sus idiosincrasias fibra á fibra, se habría hallado que discrepaban de cualidad a cualidad, encontrándose también diferencias de fibra á fibra” (Viana 122). Toda esta exageración ilumina la disfuncionalidad en que se basa esta unidad familiar y, por extensión, la sociedad entera.

Los problemas de esta pareja no sólo son causados por sus oposiciones inherentes sino también por la única cosa que tienen en común: la afición de beber caña. No obstante, Viana emplea su conocimiento médico para destacar las diferencias entre ellos en cómo la caña los afecta:

Pero, bebida ésta, la desemejanza tornaba á mostrarse en los efectos que en sus respectivos organismos producía el alcohol: diferencia fisiológica, diferencia psíquica. En Casiano el licor obraba como anestésico para sus órganos, como analgésico para sus dolores; y en Asunción, por el contrario, excitaba el desordenado galope de las pasiones y las contrariedades ó sufrimientos. (Viana 122)

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Como se espera, el alcoholismo es preocupante porque, como señala Lombroso, aún cuando alguien no es un criminal nato, el alcohol tiene la capacidad de llevarle a cometer un crimen, suicidarse, o volverse loco (278). Por eso, Lombroso aconseja que, “Because alcoholics and offenders beget criminal children, we must prevent them from procreating by prohibiting sexual intercourse” (197). Asunción y Casiano, sin embargo, son padres de dos hijos. Por ser legítimos y vivir en casa con los dos padres, se esperaría que la situación de los dos hijos fuera mucho mejor que la de Teru-tero, sin embargo los hijos no pueden escapar la herencia de los padres.

Como personajes secundarios, los hijos no gozan de descripciones detalladas como las de sus padres, pero hay perfiles de ellos que demuestran el abandono en que se encuentran:

De los hijos no se preocupaba para nada. Medio desnudo el mayor, desnuda del todo la niña —una camisa era habitualmente el abrigo—, vírgenes de calzado los pies entrambos, ella, sin otra cosa en la cabeza que el cabello escaso, muerto en muchos sitios por un arestín persistente, lo que le daba el aspecto de campo invadido por los médanos; él, con un viejo chambergo del padre, sin color, sin forma, sin cinta, con las alas caídas y un gran agujero en la copa, por el cual salía siempre un mechón de crines de reluciente azabache. (Viana 136)

Al igual que vimos con “Pájaro-bobo,” aquí el cuerpo es un espacio descuidado, visto por el narrador como un pecado: “Los olores del cuerpo sucio eran, ahora, calificados de

‘bárbaros’, cuando no, como observamos, de inmorales y asqueantes” (Barrán 48). Si bien la barbarie de Carranza es culpa suya, se esperaría que los padres se encarguen de

“civilizar” a los hijos. Como explica Barrán, en la época “bárbara” el niño es considerado un hombre pequeño, pero en la época “civilizada” en que supuestamente están, el niño se

167 ve como un ser diferente con derechos y deberes distintos (101). La inocencia de la niñez es algo que hay que proteger, lo cual no ocurre en este caso. Además de proteger la inocencia de los niños, al padre de la época civilizada le corresponde disciplinar a los miembros de su familia. Según Barrán, en la familia “bárbara”, “el poder del padre se ejercía a través del ‘respeto’ y la violencia,” mientras que, en la familia “civilizada”, “el poder del padre se ejercía a través del ‘respeto’ y del amor” (82-3). Como se observa en la siguiente escena, los padres no sólo tienen una relación violenta entre sí, sino que además incluyen a sus hijos en ese ciclo violento:

A veces, cuando los nervios de Asunción estaban cargados en demasía, cuando su lengua iba más allá de lo humana y razonablemente soportable, el gigantón correntino solía esconder los ojos entre el yuyal de cejas en un fruncimiento de ceño, y levantando su mano —más pesada que la mano de coronilla de pisar mazamorra en el mortero—la dejaba caer sobre el cuerpo de la china, que salía ‘lomiándose’, buscando á Lucio, el hijo mayor, el favorito del padre, sobre quien descargaba su rabia. Lucio, por su parte, transmitía á su hermana Cleta, tan pronto como lograba escapar de las garras de la madre, y con cualquier pretexto, la paliza recibida. Y la distribución de penas devolvía la calma y hasta la alegría al hogar. (Viana 123)

Para ejemplificar la disciplina que el marido debería ejercer sobre su familia, y en particular de su esposa, hay una historia intercalada de un tal Pancho Marín y su esposa

Bonifacia, la cual lo abandona por otro hombre. Cuando ella vuelve, Marín no hace nada; siendo de inteligencia inferior, tampoco entiende cuando sus compañeros se burlan de él.

Sin embargo, un día enloquecido por el brillo de su acero, hiere a su mujer con hachazos en su rostro y sus manos, haciéndola fea e inútil para toda labor. Casiano conoce esta historia, pero en su caso piensa que él tiene bien controlada a su mujer:

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Cuando su Sunsión no marchaba bien, le daba unos golpes y un consejo en ancas. Esto del consejo era clásico; se lo había repetido cien veces, y ella lo sabía de memoria: ‘—Y no te digo más. El día que no marchés derecho y se me acabe la pasensia, te hago trair el escuro, te lo ensillo, te hasés un atao de tus pilchas y te largo, con eso te vas á ensuciar naguas con los milicos del pueblo, junto á la arrastrada de tu madre.’ Y esto lo decía sin enojo, tranquilo, sin alzar el diapasón de su voz gruesa y pausada de correntino legítimo. (Viana 132-3)

Esta estrategia de Casiano se pone a prueba al final de la historia, cuando Casiano ya no puede soportar más los gritos de su mujer. La echa de la casa pero como él no va a cuidar ni de los niños ni de la casa, le dice que le mande una mujer del pueblo para hacerlo.

Asunción le pregunta cuánto le va a pagar, y al final ella se queda como empleada para hacer las tareas que supuestamente hacía antes como esposa.

Este cuento, es, según Scott, un “cuadro de miseria [que] recuerda al Zola más crudo” y el final “por más humorístico que resulte […] no es más que otra indicación de la corrupción moral del gaucho en esos tiempos” (64). La familia presentada aquí se encuentra en un estado de barbarie total: “Son seres elementales, primitivos, ejemplares de la bestia humana en su estado natural, sin matices, producto de ninguna acción civilizadora” (González Picado 23). Además, como con los otros cuentos, esta decadencia es en parte culpa de la pereza y la ignorancia, pero ellos son el resultado de su ambiente y se sugiere que la élite urbana ha permitido que el campo se degenere; según Franco,

“Without being presented as an overt criticism, Viana’s stories nevertheless imply discontent with the status quo” (181). Esta crítica implícita del estatus quo nos lleva ahora a las implicaciones generales de los cinco cuentos examinados en este estudio.

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Conclusiones

Como se ha visto en las páginas previas, Viana presenta la figura del gaucho en toda su complejidad. Es una figura marcada por el conflicto entre lo moderno y lo tradicional, lo nacional y lo extranjero. Para hacerlo, presenta cinco gauchos distintos:

Pancho Carranza, Bentos Sagrera, Patricio Suárez, Casiano y, en menor medida, a

Ciriaco Palma. Estos cinco personajes representan la gama del gaucho y las condiciones en las que vive en el campo uruguayo. Primero, están los malos, Bentos Sagrera, Ciriaco

Palma y Pancho Carranza. Sagrera y Palma son los típicos gauchos caudillos que tienen demasiado poder. Como sostiene Garganigo, “As a progressive positivist thinker [Viana] abhorred the role of the caudillo. He was well enough steeped in sociological knowledge to know that the system inevitably led to corruption” (Javier de Viana 41). Viana tiene que reconocer la realidad social de los gauchos caudillos, pero no los apoya porque sabe que el sistema de ellos no puede funcionar. El otro gaucho que no es positivo aquí es

Pancho Carranza, pero su maldad es más situacional que inherente. Si la sociedad moderna ha creado el espacio en que personajes corruptos como Sagrera y Palma florezcan y ejerzan demasiado poder, también ha creado la situación miserable de peones como Carranza, víctimas del sistema. Aunque la crítica no es explícita, se percibe una crítica al estatus quo, con su montevideanización del país y los resultados devastadores para el campo.

Por otro lado, tenemos los dos gauchos más positivos, Patricio y Casiano. Ambos son retratados como buenos y trabajadores, y son más innocentes que los otros gauchos.

Patricio mata a su novia, pero lo hace por desesperación, y Casiano le pega a su mujer,

170 pero también ella aparece como culpable. Ambos son retratados positivamente por el narrador, mientras las mujeres aparecen como las grandes causantes de todos los problemas.

Como mencioné antes, Viana usa el cuerpo como espacio para explorar estos conflictos sociales porque ve la sociedad como un organismo. Al igual que Zola, busca las causas de los males de la sociedad para que otros puedan curarlos (Zola 18). Para ello es importante representar las distintas áreas del cuerpo nacional—la familia, la inmigración, el amor y/o las relaciones sexuales, la guerra, y la ley—que están en conflicto con sí mismas (Franklin Rodríguez 216). Según se evidencia en Campo, los males que afligen el campo uruguayo son resultados de la montevideanización y del choque entre dos sistemas de valores completamente diferentes. La imposición de este sistema urbano en el campo es un proceso silenciado en los textos, pero igual está presente. A pesar de la no existencia de los típicos símbolos modernos, como el ferrocarril o los avances en la industria ganadera, sí se ven sus efectos actuales. La

“civilización” es una presencia implícita, que sólo aparece cuando Bentos Sagrera huye del campo a la ciudad tras haber cometido un crimen.

Para Viana, la gran enfermedad del campo uruguayo entonces es la modernización: la imposición de un nuevo sistema acompañado por el intento de extirpar un órgano vital del cuerpo nacional. La sociedad urbana y “civilizada” intenta exterminar completamente al gaucho, al imponer un nuevo sistema de normas y valores en el campo, pero Viana demuestra que esto no es un proceso que se da tan fácilmente, idea evidenciada en los múltiples síntomas modernos presentes en los textos: la indolencia, la

171 afición del juego, el alcoholismo, y la corrupción absoluta. Ni siquiera la imposición de castigos por parte de las autoridades policiales logran solucionar el problema, como se ve en el caso de Pájaro-bobo para quien ir al cárcel es más bien un premio que un castigo.

Además, hay figuras positivas como Casiano y Patricio que no merecen ser desechados por la modernización del país.

No obstante, si bien Viana diagnostica la enfermedad nacional y describe sus síntomas, no propone ninguna cura. Esto es una característica típica de las obras naturalistas, ya que “un narrador ‘científico’ no tiene por qué proponer cambios; su único deber es el análisis objetivo de la realidad enfocada y su estética o antiestética” (González

Picado 25). Eso es exactamente lo que Viana hace en estos cinco cuentos de Campo: traza los vicios del gaucho uruguayo y su ambiente para implicar las enfermedades sociales que afligen a la nación uruguaya a la vez que rescata al gaucho como una figura que hay que proteger de la extinción propuesta en los proyectos fundacionales de la élite intelectual. Se puede ubicar a Viana dentro de una corriente de autores que reaccionan adversamente a los romances fundacionales anteriores. Ellos demuestran su desilusión con los proyectos idealizadores de esos romances porque ven que han fracasado y, por consiguiente, en vez de proyectar el cuerpo de un gaucho ideal, Viana usa el cuerpo del gaucho subalterno en varios estados de degradación y desesperación para indicar el estado problemático de los cambios modernos que lo ha creado. Como afirma John

Garganigo, “El progreso ha causado muchos cambios, pero no todos ellos son buenos”

(“Javier de Viana” 60).

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EPÍLOGO

A finales del siglo XIX, se ven grandes cambios en el Cono Sur a nivel económico, social, demográfico, y tecnológico, siendo todos manifestados en mayor o menor medida en la literatura de la época. El optimismo que aparece a mediados del siglo ha sido reemplazado por un pesimismo extremo, causado por los fracasos de los proyectos liberales posteriores. Empleando medios del discurso científico, la literatura naturalista retrata el cuerpo nacional como un organismo enfermo cuyos males hay que detectar para curarlo. El progreso “ha llegado”, pero no ha llegado de forma igualitaria para todos y, como se ve en los relatos estudiados, no todo progreso es positivo. Con el progreso viene toda una gama de nuevos problemas y preocupaciones. Estos problemas marcarán los respectivos cuerpos nacionales de chilenos, argentinos y uruguayos.

En Sub terra, se ve lo problemático que es solucionar problemas nacionales con intereses extranjeros. En los cinco cuentos seleccionados, Baldomero Lillo presenta el cuerpo nacional chileno como una mujer cuyo cuerpo ha sido violado por intereses británicos y prostituido por el sistema burgués liberal que se encuentra en el poder.

Mientras tanto, los chilenos, ejemplificados aquí por los mineros del carbón, terminan con cuerpos débiles, gastados, y embrutecidos. En todos los cuentos analizados se usa el cuerpo como un espacio que expone públicamente todos los males impuestos por este sistema, acusando directamente a los explotadores ingleses como los causantes de estos males corporales.

En Argentina, Manuel Ugarte demuestra que el intento de civilizar el campo ha fracasado. En vez de lograr la civilización de la nación, se ha aumentado el tamaño del

173 grupo “bárbaro,” ya que hay elementos de barbarie en los inmigrantes europeos. Ugarte identifica y resalta los grupos subalternos argentinos—los gauchos, los indígenas, los inmigrantes, y las mujeres—para demostrar que en el nuevo sistema, estos grupos se encuentran siempre en la frontera entre civilización/barbarie. Si bien antes se denunciaba al campo como el espacio “bárbaro” y se distinguía a la ciudad como “civilizada,” en

Ugarte se ve una caracterización más matizada en donde ambos elementos se pueden encontrar tanto en la ciudad como en el campo, tanto en el indígena como en el europeo.

Para Ugarte el progreso del cuerpo nacional argentino se ha estancado por su incapacidad de aceptar nuevos miembros. A través del proyecto homogeneizador de la burguesía bonaerense, se pierde lo autóctono que reside en los indígenas nobles y el gaucho para reemplazarlo por un elemento extranjero que tampoco es civilizado. Se está extirpando un órgano que todavía tiene función y durante el proceso, se contagia el cuerpo nacional con el germen extranjero.

Por último, la montevideanización del campo significa orden y progreso para la burguesía urbana uruguaya, sin embargo, según lo expuesto por Javier de Viana en

Campo, esto ha creado un sistema en que unos pocos caudillos corruptos tienen mucho poder y los gauchos nobles se convierten en peones miserables, incapaces de sobrevivir en la época moderna. Los males nacionales que detecta el autor se inscriben en el cuerpo del gaucho porque, para él, es el símbolo nacional por antonomasia. En los cinco cuentos seleccionados, no se ve el sistema urbano en el campo abiertamente sino que se ven los estragos que causa en la vida campestre. Después de las guerras de independencia, los gauchos uruguayos se convierten en criminales y bestias, pero, según el autor, este

174 cambio es culpa de la burguesía urbana que, en su búsqueda del progreso, ha ignorado el campo y ha intentado borrar a los gauchos del mapa nacional. Concibiendo la nación como cuerpo, se ve que el intento de extirpar un órgano vital como los gauchos va a tener graves consecuencias para la nación. La élite urbana preferiría acabar con el gaucho completamente, pero Viana demuestra que ese proceso no se da tan fácilmente. En vez de eliminarlo, han creado un sistema en que los gauchos corruptos florecen y los gauchos nobles no tienen cabida, siendo obligados, estos últimos, a adoptar algunos vicios modernos como la indolencia, la afición del juego, y el alcoholismo.

En síntesis, en todas las obras estudiadas se ven algunas preocupaciones insistentes. Se ve siempre un deseo de rescatar un elemento que está siendo borrado por los intereses burgueses y/o extranjeros y los efectos devastadores que tiene en el cuerpo nacional. El supuesto progreso no ha llegado de forma igualitaria y el proceso modernizador está destruyendo una parte vital del cuerpo nacional. Ese cuerpo nacional se presenta como uno que ha sido violado, explotado, bestializado o que se encuentra tambaleándose en una cuerda floja entre la civilización y la barbarie. Queda claro que este nexo entre cuerpo, nación y naturalismo, les provee a estos autores una tribuna en donde exponer sus inquietudes y preocupaciones de la época, llevando en el proceso una seria denuncia a los respectivos gobiernos de sus naciones.

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