Sín límite (Limitless) (Director: Neil Burger; EUA, 2011, con , , y )

Una película de fantasía científica que da un toque de thriller y otro poco de acción, sobre un asunto que ya es leyenda urbana sobre el uso a la baja de nuestras verdaderas capacidades cerebrales. La historia accidentada de una pildorita inocua que avispa al prota hasta la repelencia, le hace un genio de la literatura, el arte y las finanzas, desde aprender idiomas en un fin de semana (incluida alguna variante dialectal china que le permite hacerle chascarrillos al camarero de un restaurante oriental), hasta escribir novelas en un plis-plas. El sueño farmacológico del medicamento perfecto, capaz de curar desde el aburrimiento hasta la atención dispersa. Y lo que es peor y más peligroso: parece poder curar el fracaso.

En un país como Estados Unidos que no consigue parar el consumo de cocaína y otros estimulantes que abren paso a la codicia, el duermevela de los arribistas y los planes interminables de fiesta o trabajo, esta película resulta más gasolina para ese fuego, añadiendo a lo que hasta ahora se cifraba en una parte de suerte y otra de pocos escrúpulos, una pildorita mágica sin efectos adversos para pasar de la nada al estrellato de la noche a la mañana. Lo que los yankees no acaban de advertir es que el deseo de éxito tiene otra cara en la misma medalla indivisa: la derrota, y que a mayores partes de ansias de éxito le corresponden mayores cuotas de caída. Esta película presenta mal lo que el director Sam Mendes exprime hasta la última gota en el personaje de Annette Bening en American beauty: la masacre que supone el deseo irredento de pasar de vendedor de periódicos a campeón de la Liga, un camino tapizado de cadáveres y despojos que se pegan con la pérdida por dejar de ser dignos o que se paga, incluso, con la propia identidad. Porque el deseo de éxito, también puede terminar por ser una adicción.

La película se hace larga, muy larga. Pero si algo hemos de reconocer, es que los dos actores principales transpiran la camiseta durante los 90 minutos de partido: una Abbie Cornish (que físicamente está justo a medio camino entre Charlize Theron y Nicole Kidman) que actúa bien y da confianza; y un Bradley Cooper a quien conocí en la muy prescindible Resacón en Las Vegas, y que aquí se consolida como un buen actor que pone toda la carne en el asador y no aprovecha ni posturitas ñoñas ni abdominales de impacto. Mientras los dos jóvenes hacen su trabajo con mucha entereza y solvencia, el veterano Señor De Niro supongo que obtiene en esta película una cuota alimentaria que le permita ir tirando y pagando las facturas de este semestre sin hacer nada, absolutamente nada de mérito en un papel que lleva casi a desgana sabiendo que su personaje se cuaja solito poniendo la cara y nada más. Más que un papel, un papelón: lamentable.

La parábola llega lejos y pasamos de un escritor fracasado a un aspirante a alcalde de Nueva York, aunque en este caso no se trata del self-made-man del sueño americano (el hombre hecho a sí mismo) porque hay un empujoncito químico que le da alas, como el Red-Bull. ¡Y qué alas…! Con la pastillita, estamos ante un héroe del Olimpo, y sin la dosis, ante un pelele que apenas sabe restar pidiéndole uno al compañerito si la cifra de arriba es más grande que la de abajo. Una ingenuidad que desperdicia todo el análisis que podía hacerse del entramado de la sociedad competitiva salvaje, la soledad ante la exigencia, y por qué no, hacer también una lectura crítica de que less is more, menos es más (aunque quienes tiran de cocaína sostengan que less is a bore, un aburrimiento). Esta cinta no daba para que se le pidiera que encarnara una gran terapia de grupo de costa a costa, pero al menos, que no se anduviera solamente por la superficie ni se quedara colgada por las ramas. El protagonista no solo se hace escritor de nota, sino que se encumbra a Wall Street, asciende hasta candidato a la alcaldía de Nueva York, y por eso se le sitúa en los tres escalones del podio social americano. Así, resulta campeón de las artes, el dinero y la política, solo le faltaba acabar en líder religioso o tele-evangelista. Pero el director Neil Burguer tiene miedo de que le llamen lelo, y finalmente sí que hay efectos colaterales en una metáfora imposible y se juega a presentar que el éxito tiene efectos adversos. No lo hace con la solvencia de esos “algunos enemigos” que se granjea el creador de Facebook en “La red social”, sino bajo la forma de retortijones y ojos llorosos en pleno ataque de abstinencia. Todo un dolor de cabeza.

Si dicen que usamos solo un 20% de nuestra masa cefálica, con esta película no aumentamos casi nada esa cifra, y los que nos quedamos dormidos o íbamos a cabezazos esperando que acabara de una buena vez, mucho menos todavía.

Opiniones y pareceres a [email protected] © 2011 Claudi Etcheverry, Sant Cugat del Vallès, Catalunya, Espanya-España