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MIGRACIÓN DE RETORNO EN LA SIERRA NORTE DE A RAÍZ DE LA CRISIS ECONÓMICA ESTADUNIDENSE

María Eugenia D’Aubeterre* María Leticia Rivermar**

Introducción

A partir de 2006 se reporta una desaceleración de la migración de mexicanos a Esta- dos Unidos asociada a la crisis financiera en aquel país y la concomitante disminu- ción del empleo en sectores clave para los trabajadores migrantes (Alarcón et al., 2009). Este trabajo analiza dicha tendencia en la dinámica migratoria en Pahuatlán de Va- lle, cabecera del municipio de Pahuatlán, en la parte noroccidental de la Sierra Norte del estado de Puebla, situada en el centro de México, en donde, al igual que en otras regiones de esa entidad, la migración hacia Estados Unidos adquirió un carácter acelerado a mediados de los años noventa (Binford, 2003; 2004). Aunque el retorno de migrantes no alcanzó la escala prevista por el gobierno mexicano, a partir de 2006 identificamos en Pahuatlán una abrupta caída en el número de migrantes de prime- ra salida y en ese mismo año comienza a elevarse la curva de los retornos que observan en 2008 su pico más alto. El análisis revela que los retornos obedecen fundamentalmente a la pérdida de empleos, así como a las deportaciones en aumento en Carolina del Norte, destino pri­ vilegiado de los pahuatecos. También descubre que la sobreexplotación y sus saldos en términos de enfermedades, depresión, desgaste físico y emocional constituyen fac­­ tores que propiciaron la decisión de regresar al terruño en un horizonte de precariedad e incertidumbre laboral potenciadas. La discusión se fundamenta en información estadística obtenida mediante la aplicación de una versión de la etno-encuesta del Mexican Migration Project al 10 por ciento de los hogares de Pahuatlán de Valle y en datos etnográficos revelados en trabajo de campo entre 2010 y 2012. Este artículo se enmarca en el proyecto de investigación “Crisis global y respuestas en cuatro locali- dades del estado de Puebla de reciente migración” (Proyecto Conacyt 2010-2013), cuyo objetivo fue contribuir a los debates acerca de los procesos de proletarización, inclusión/exclusión económica y la llamada nueva marginalidad, como marcos ana- líticos de las movilidades de importantes segmentos de poblaciones rurales en el

* Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades (icsyh), Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (buap), . ** icsyh, buap, .

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contexto de la reestructuración del trabajo ligada a los cambios en el patrón de acumu­ ­ lación de capital (Harvey, 1989; Sassen, 2007; Delgado et al., 2006; Murray, 2009). Pahuatlán es parte de una franja de transición entre el Altiplano Central y la cos- ta veracruzana, donde confluyen los estados de Puebla e . Estudiamos la irrupción de un flujo relativamente tardío pero acelerado en el marco de los efectos de la desarticulación del agro mexicano en una microrregión orientada a la produc- ción de bienes agrícolas —piloncillo, aguardiente, café, cacahuate y frutas diver- sas— que proveían la demanda de las tierras altas, así como de la fuerza de trabajo estacional a los centros urbanos y zonas de agricultura intensiva en las partes bajas colindantes con el estado de . Desde finales de los años setenta del pasado siglo, mediante la transferencia de mano de obra barata, esta región ha contribuido a la expansión económica del sureste estadunidense (Huber, 2010), emergente polo de atracción de importantes contingentes de trabajadores latinoamericanos, mayo- ritariamente mexicanos y centroamericanos, absorbidos por la industria de la cons- trucción, la agroindustria y un hipertrofiado sector de servicios (Levine y LeBaron, 2011; Griffith, 2005; 2002; Griffith y Ramírez, 2008; Griesbach, 2011; Binford, 2013, Gill, 2010; Kasarda y Johnson, 2006). Integran este trabajo cuatro secciones: en la primera resumimos el proceso de configuración del circuito migratorio Pahuatlán-sureste estadunidense, sus antece- dentes y las condiciones que lo enmarcan. En la segunda, revisamos los factores que propiciaron la contención de este flujo en el contexto de la crisis financiera estadu- nidense, considerando el año 2007 como un parteaguas en la dinámica de la migra­ ción pahuateca contemporánea. Con fundamento en datos estadísticos y entrevistas en profundidad, analizamos en la tercera sección la migración de retorno y finalmen- te, a manera de conclusión, basándonos en las tendencias identificadas localmente y en otras entidades del país, sugerimos algunos de los derroteros que puede seguir la migración a Estados Unidos en este municipio serrano.

Configuración del flujo migratorio Pahuatlán-Carolina del Norte

En los últimos seis años hemos documentado la movilidad de franjas de la población indígena y mestiza del municipio de Pahuatlán asociada a procesos de proletariza- ción y semiproletarización impulsados por cambios en el patrón de acumulación tanto en México como en Estados Unidos (D’Aubeterre y Rivermar, 2011). Las diver- sas modalidades migratorias identificadas han ocurrido en diferentes formas de explotación de la fuerza de trabajo (Wilson, 2010): mientras que hasta los años sesenta y setenta del pasado siglo prevalecieron flujos interregionales ligados a la industriali-

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zación del país, hacia mediados de los ochenta emerge con fuerza inusitada una mi- gración a Estados Unidos potenciada por la expansión del capitalismo global, flujo que, como veremos en este trabajo, irá perdiendo progresivamente circularidad. Sostenemos que estos desplazamientos internos e internacionales, que se han en- trecruzado desde los tiempos del Programa Bracero (1942-1964) hasta nuestros días con distintas intensidades, están íntimamente conectados con regímenes de acumulación de capital específicos y formas de organización del trabajo concomi- tantes, apuntaladas por el Estado e involucran de manera diferenciada a hombres y mujeres, indígenas y . Orientado desde los tiempos coloniales a la producción de caña de azúcar, ca- cahuate y café (Starr, 1995; Montoya, 1964; Galinier, 1987), en la última década del siglo pasado el municipio de Pahuatlán transitó hacia una economía de servicios; precisamente en esos años, la migración internacional se masifica, acelera y pierde su carácter selectivo. Entre 1990 y 2010, el sector primario se desplomó alrededor de veinte puntos porcentuales, mientras que el sector terciario aumentó más de siete puntos y el secundario, por su parte, se incrementó en un 12 por ciento (inegi, 2010) (véase el cuadro 1).

Cuadro 1 Evolución de la población económicamente activa en el municipio de Pahuatlán, Puebla (1990-2010) Porcentaje Desocupado/ Sector Sector Sector No Primario Secundario Terciario especificado 1990 59.2 20.49 16.9 4.2 2000 50.2 31 17.5 1 2010 41.6 32.6 24.2 1.2

Fuente: inegi, 1992, 2001 y 2010.

Caracterizamos la migración contemporánea de pahuatecos a Estados Unidos como expresión de la articulación de dos regiones distantes y asimétricas, vía el tra­ bajo global (D’Aubeterre y Rivermar, 2011; 2014). Mediante la provisión de fuerza de trabajo barata, resultan conectados el centro de México y el sureste estadunidense.­ El

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municipio serrano de Pahuatlán, ubicado en la llamada poblana, asolada por los efectos de la reestructuración neoliberal del campo mexicano (Rubio, 1994), a lo largo de las últimas tres décadas ha provisto de trabajadores a la agroindustria esta­ ­dunidense y, más recientemente, a la industria de la construcción­­ del sureste de dicho país. Sumida hasta los años setenta en un prolongado letargo económico, se reloca- lizaron en esa región capitales foráneos y nacionales en busca de mayor rentabilidad, recursos naturales y abundante mano de obra barata, dócil y sin una tradición de orga­ ­nización frente al capital (Levine y LeBaron, 2011; Griesbach, 2011; Kasarda y Johnson, 2006). Entre los años ochenta y noventa, los estados del sureste eran la región eco- nómicamente más dinámica e incluso “la más globalizada” de Estados Unidos dada su capacidad para atraer negocios y capitales tanto nacionales como extranjeros (Levine y LeBaron, 2011: 8). Griesbach (2011: 99) enumera una serie de factores que explican el incremento de las corrientes migratorias hacia los estados del sureste: los efectos de la legalización que prohijó la Ley de Reforma y Control de la Inmigración (irca) en 19861 y, simul- táneamente, el reforzamiento de los controles fronterizos que propiciaron permanen­ cias más prolongadas: la recesión económica en destinos tradicionales de migrantes latinoamericanos y la consecuente saturación de los mercados de trabajo; la globali­ zación económica y las políticas de apertura comercial de los estados del sur; las reper­­ cusiones desestabilizadoras de tratados de libre comercio en Latinoamérica y la abierta interferencia y respaldo del gobierno estadunidense a regímenes represivos en la región. Griesbach (2011) también refiere que desde los noventa en los estados de esta región, mediante visas de trabajo temporal y enganche, se reclutó a trabajadores migrantes —primero, procedentes de Texas y California y después, directamente de México y América Central— para la manufactura de alfombras, el procesamiento­ de alimentos y la industria de la construcción, trabajos sucios rechazados por las poblaciones locales que aspiraban a salarios más altos y amenazaban con la organi- zación sindical, de ahí la preferencia de los empresarios por las dóciles poblaciones latinoamericanas, cuya fuerza de trabajo, además, resultaba más barata. Carolina del Norte forma parte del sureste de Estados Unidos, también llamado The New South o The New Latino South, en atención a la alta proporción de mexi­ca­ nos y otras poblaciones latinas que recientemente arribaron a la región y revitalizaron pequeños pueblos y comunidades rurales, a la vez que contribuyeron, al crecimien-

1 “En Carolina del Norte, entre los años sesenta y setenta, llegaron cuadrillas de trabajadores agrícolas para cosechar tabaco, tomates, pepinos, pinos para usarlas como árboles de navidad, manzanas, moras azules (blue- berries) y otros cultivos. Después de la Ley de Reforma y Control de la Inmigración de 1986 (irca, por sus siglas en inglés), algunos de ellos regularizaron su situación mediante el Programa para Trabajadores Agrícolas con Permiso Especial (Special Agricultural Workers, saw). Los mexicanos llamaban a este pro- grama “noventa días” porque, para calificar, una persona tenía que demostrar que había trabajado esa cantidad de días en la agricultura, durante los tres años previos a 1986” (Griffith y Ramírez, 2008: 179).

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to de centros urbanos. El grueso de los mexicanos residentes en Carolina del Norte se establece en las ciudades de Durham, Charlotte y Raleigh —capital del esta- do—, descollantes centros urbanos y de servicios. En ese estado, la población de origen latinoamericano creció un 394 por ciento entre 1990 y 2000; las dos terce- ras partes de esta población son mexicanos o descendientes de mexicanos (Tinley, 2008; Gill, 2010). Se reporta en la literatura que este crecimiento ha agudizado los sentimientos antiinmigrantes y favorecido una legislación cada vez más punitiva de los migrantes indocumentados. El exponencial aumento de las deportaciones ha pro­ ­vocado una crisis de los derechos humanos en esta región (Griesbach, 2011). Se esti- ma que el 45 por ciento de la población latina allí establecida carece de documentación migratoria; Carolina del Norte ocupa el noveno lugar a nivel na­cional con el mayor número de migrantes indocumentados (Gill, 2010). El cambio demográfico ha ido acompañado de un significativo crecimiento y de la restructuración de la economía estatal: después de la segunda guerra mun­­dial, Carolina del Norte se transformó de un estado eminentemente rural a uno creciente- mente urbanizado. Su economía, antes basada en una industria de trabajo intensivo y de manufactura, transitó hacia una industria de capital intensivo ligada al comer- cio, el turismo, las finanzas, el transporte y los servicios. En tanto decayeron la industria mueblera y textil a partir de los setenta y ochenta por la descarnada com­­petencia de la industria china en esas ramas, la biotecnología y la tecnología de la infor­­mación tuvie- ron un explosivo crecimiento, concentradas en el área del llamado Research Triangle Park localizado en las inmediaciones de Raleigh, Durham y Chapel Hill. Igualmente aumentó la cría de cerdos, el procesamiento de pollos y los servicios, en general, y bancarios, en particular. El crecimiento económico trajo aparejada la demanda de trabajadores de la construcción y de empleos que no podían ser deslocalizados. Jóvenes trabajadores latinos suplieron la escasez de mano de obra en la construc- ción y el mantenimiento de edificios, autopistas y otras obras públicas. Entre 1995 y 2005 esta fuerza de trabajo representó alrededor del 29 por ciento de los trabajadores empleados en el sector; sin su participación, las ganancias de la industria de la cons- trucción de Carolina del Norte hubiesen sido significativamente menores y los cos- tos anuales se hubiesen elevado en casi dos billones de dólares (Gill, 2010). Los pahuatecos integraron esas denominadas “nuevas corrientes migratorias” originadas en el centro de México en los años ochenta hacia destinos tradicionales, reorientadas una década después hacia nuevas zonas en expansión en el sureste y la costa este de la Unión Americana. Enmarcan la movilidad de los trabajadores pahua- tecos, por una parte, la reestructuración de la economía estadunidense, en particu- lar, la del sureste de Estados Unidos ya referida y, por otra, los efectos perniciosos de políticas neoliberales en materia de comercio y el fin del proteccionismo de la industria y el agro mexicanos en zonas de agricultura de subsistencia y de pequeña

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escala, productoras de granos básicos (Rubio, 1994; Rothstein, 2010). La caída del empleo en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, consecuencia de la desin­ dustrialización y la reorientación de la economía hacia el mercado externo (Binford, 2004; Corona y Luque, 1992), potenciaron estos flujos. Aprovechando las redes de los otomíes del vecino estado de Hidalgo (Schmidt y Crummett, 2004; Solís y Fortuny, 2010; Huber, 2010), los otomíes del municipio de Pahuatlán encabezaron a fines de los setenta un flujo incipiente hacia Texas y después al sureste estadunidense­ (Flori- da, las Virginias y Carolina del Norte) al que se sumaron con distintas intensidades mestizos de la cabecera municipal y, más tarde, , casi todos ligados a la pro- ducción cafetalera. Esta corriente, que originalmente satisfizo­ las necesidades de fuerza de trabajo de la agroindustria estadunidense, con el tiempo se reorientó a zonas urbanas. La migración a Estados Unidos en Pahuatlán de Valle se aceleró a inicios de los noventa en la coyuntura crítica del desmantelamiento del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé),2 la devastación de las huertas por contingencias climáticas y la sacudida económica que desencadenó la devaluación del peso en 1994. El año de 1995 cons­­tituye un hito en la migración internacional pahuateca. A partir de ese momento la migración de primera salida aumentó y alcanzó su pico en 2000 cuando comenzó a declinar, para disminuir abruptamente en 2006 y, prácticamente, cance- larse en 2010 (véase la gráfica 1). En 2008 entrevistamos a don Gustavo M., dueño de una de las varias ferrete- rías3 del lugar. Su testimonio ilustra la dinámica prevaleciente durante el auge de la migración internacional en Pahuatlán y la valoración de los que no se fueron pero que se beneficiaron indirectamente de las remesas que durante más de una década contribuyeron a la economía municipal.

[Se fueron] por la falta de trabajo aquí. Se empezaron a ir [como en 1994] por parejas y luego casi familias completas, ahora es bien natural que se vayan los chamacos. Yo creo que [allá viven] unas seiscientas personas. Cualquier familia de Pahuatlán tiene cuando menos una persona en Estados Unidos y si somos quinientas familias aquí,

2 Agencia gubernamental que dirigió entre 1959 y 1989 técnica y financieramente a los llamados pro- ductores sociales organizados en las Unidades Económicas de Producción y Comercialización mediante un sistema clientelar de producción y control político-partidario. Entre las funciones del Inmecafé destaca la incorporación de medianos, pequeños y raquíticos cafetaleros a una plataforma de exportación regulada por la Organización Mundial del Comercio (omc) (Macip, 2005; Velásquez, 2005; s.f.; Hernán- dez, 1992; Rappo, s/f). 3 Éste es un giro comercial en el que mestizos pahuatecos a lo largo de ya medio siglo han reinvertido ganancias acumuladas en la compra venta de café y otros bienes agrícolas: generan redes en el Distri- to Federal, se establecen temporalmente allí sin abandonar sus intereses en el pueblo y, al jubilarse, regresan al terruño legando a otros miembros más jóvenes los pormenores del negocio en la capital. Esta estrategia se sostiene hasta nuestros días y algunos migrantes utilizan dólares devengados en Estados Unidos como capital semilla en otras cabeceras de la región.

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pues quinientos emigrantes. No creo que vivan menos. Obviamente que las personas que están en Estados Unidos son nuestros mejores clientes. Ellos siempre tienen la mentalidad de regresar y hacer su casa aquí. Vienen y compran el material, hacen su casa, compran sus terrenos, pintan y dan mantenimiento, la gran mayoría de esa gente eso hace (Gustavo M., 47 años, Pahuatlán de Valle, enero de 2008).

Gráfica 1 Migración internacional: primera salida según sexo

40 35 30 25 20 15 10 5 0

1950-19601980-19821983-19851986-19881989-19911992-19941995-19971998-20002001-20032004-20062007-2010

Hombre Mujer

Fuente: Encuesta aplicada a una muestra de ciento treinta y cinco hogares.

Mayoritariamente migraron jóvenes de familias de pequeños productores rura- les, pero también fueron arrastrados hijos e hijas de pequeños y medianos comer- ciantes afectados por intereses bancarios impagables, algunos incluso establecidos en el Distrito Federal utilizaron redes locales para cruzar la frontera y que, desde una década atrás, venían tejiéndose en San Pablito Pahuatlán. Los hermanos de don Gustavo, pese a que contaban con mayores grados educativos que la mayoría de sus paisanos y con pequeños negocios fuera del pueblo, buscaron empleo en la ciudad de Durham para enfrentar deudas y reparar su afectada economía familiar, otros, los menos, entusiasmados por la fiebre del dólar, se sumaron a un flujo originalmente reconocido en la región por su componente étnico:

Mis hermanos estuvieron en Estados Unidos, en Carolina del Norte, como por los noventa. Uno trabajaba en la construcción y el otro trabajaba en un hospital, creo que

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como afanador. Uno se fue después de la crisis, estaba bien, tenía su negocio, puso su ferre­tería en el Distrito [Federal] y cuando la crisis, él compró un departamento a pagar en catorce años, lo tenía que pagar después como a treinta [años], entonces la única opción fue irse a Estados Unidos para poder terminar de pagar. Resulta que todo lo que habían adquirido por créditos se les puso impagable, él se fue a tratar de salvar su economía, pero su esposa no… ya no quiso y se divorció. Ahora él está aquí, vive en México, tiene una vinatería, vino con un poco de dinero, porque ahorran los que tienen pareja, los que van solos es difícil. Siempre la responsabilidad de la familia hace que uno sea más precavido con el dinero. Sin mujer uno no ahorra, es difícil… Bueno yo lo veo así, a lo mejor estoy en un error. Mi otro hermano estuvo poco, él ha de haber es- tado como dos o tres años. Se regresó y emprendió su negocio, primero en México y luego en , una ferretería (Gustavo M., Pahuatlán de Valle, enero de 2008).

Esta migración tardía y acelerada (Binford, 2003) parece desafiar añejos supues­ tos o, en todo caso, muestra cambios en el patrón migratorio de hombres y mujeres. El género imprime un sesgo particular a este flujo y define una movilidad diferencial. Aunque se mantiene el consabido sesgo masculino, ya que entre 1985 y 2010 las mujeres representaron apenas la cuarta parte de los 174 migrantes a Estados Unidos, sólo la mitad migraron con fines de reunificación familiar. En otros trabajos (D’Aubeterre y Rivermar, 2011; en prensa) hemos sostenido que en Pahuatlán se descubre la emergencia de un patrón migratorio femenino sui géneris que difiere de lo reporta- do en otras regiones de la entidad poblana en donde, en esos mismos años, la mi- gración independiente de mujeres era realmente marginal (D’Aubeterre, 2011). En cambio, en Pahuatlán encontramos tanto una migración de mujeres dentro del tradi- cional esquema de migración movida por los fines de la reunificación familiar, como una migración femenina independiente o en parejas recién conformadas. La femini­ zación de la migración mexicana en las últimas décadas sólo es explicable en el con­tex­ to de la reestructuración de la economía estadunidense, que conllevó la precarización del empleo (Hongdaneu-Sotelo, 1997; Sassen, 2007; Cobo, 2005):

A los diecinueve años, cuando me acababa de juntar —dice Elena, una mujer de trein- ta años entrevistada en 2008 que retornó en 2002, después de haber vivido cinco años en Carolina del Norte— me fui con mi marido. Era la primera vez que íbamos los dos. Nos fuimos con una persona de San Pablito. Éramos treinta y dos personas. En Piedras Negras nos cruzaron en una lancha el río, primero cruzamos doce y luego los demás [...] y ahí ya es parte de Texas. Caminamos en el cerro dos días y medio y dos noches. Llegamos todos bien espinados de los pies y llenos de ampollas [...] Decían que ahí era Dallas. De ahí donde le llaman el levantón, donde nos levanta la persona que pasa por nosotros, nos llevaron hasta un ranchito que se llama Nacogdoches4 (Elena V., 30 años, 8 de abril de 2008, Pahuatlán de Valle).

4 Elena alude a una localidad ubicada en Texas que se reconoce como la ciudad más antigua de ese estado; se ubica en el sitio Nevantin, aldea primaria de la tribu Nacogdoche de los indios Caddo, donde se edificaron misiones y los primeros asentamiento europeos.

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Como Elena y Joaquín, el 86.5 por ciento de los migrantes pahuatecos ingresó a territorio estadunidense sin la debida autorización, unos pocos lo hicieron con visa de turista. A la vuelta de casi dos décadas sólo un minúsculo porcentaje ha logrado regularizar su residencia. Al igual que la mayoría de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos, los pahuatecos se han concentrado en ramas tradicionales de los sectores secundario y terciario de la economía de ese país, en las que predominan formas de organización productiva tayloristas y fordistas que son, al mismo tiempo, altamente flexibles en cuanto a las condiciones contractuales. De las doscientas veinticuatro ocupaciones referidas por hombres y mujeres en sus primeras y últi- mas salidas destaca el trabajo en la industria de la construcción: ciento cinco personas —ciento un varones y cuatro mujeres— reportaron alguna actividad remunerada ligada a ese sector. Estos trabajadores, genéricamente englobados bajo la categoría “trabajadores de la construcción”, enumeraron un abanico de especializaciones en las que se han forjado a lo largo de su experiencia en esta rama.5

Contención de un flujo

En mayo de 2007, cuando iniciamos nuestros recorridos en el municipio de Pahua­ tlán, comenzaban a percibirse signos de preocupación entre la población del lugar por la caída del empleo en Carolina del Norte, especialmente en la construcción, y la consecuente disminución de las remesas. Nuestros datos confirman, en lo gene- ral, la desaceleración de la migración de mexicanos al norte en esos años (Alarcón et al., 2009; Arroyo et al., 2010; Durand, 2011). De un total de 174 migrantes a Esta- dos Unidos (activos o ya retornados) captados por nuestra encuesta de 2010, casi la mitad, el 46.74 por ciento, realizó su primer viaje entre 1995 y 2000. En el contexto del endurecimiento de los controles fronterizos y de la crisis de la economía estadu- nidense, en el lapso de 2001 a 2005 se observa una disminución de las salidas; a pesar de ello, en esos años identificamos en los hogares la salida de un segundo migrante rumbo al norte. A partir de 2006 advertimos una abrupta caída en el nú- mero de migrantes primerizos, a la par, comenzó a elevarse la curva de los retornos que alcanzaron en 2008 su pico más alto (véase la gráfica 2).

5 El sector de la construcción se distingue por su alta jerarquización laboral: un sinfín de categorías ocupacionales que implican ciertos grados de especialización que se encadenan y tienen como correlato una diferenciación salarial y de prestigio. Además, son categorías revestidas de signos de distinción y reconocimiento en el gremio. Los entrevistados mencionaron las ocupaciones de fraimero, chirroquero, rufero, carpetero, carpintero y pintor; en esta última encontramos sobrerepresentados a otomíes del municipio. Muchos mestizos menosprecian ese trabajo, al que consideran como un paso iniciático en su trayectoria laboral dentro de la industria de la construcción o como una opción marginal.

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Gráfica 2 Migrantes internacionales de primera salida y retornados

20 18 16 14 12 Migrantes: 10 primera salida 8 Retornados 6 4 2 0 1980 1984 1988 1991 1994 1996 1998 2000 2002 2004 2006 2008 2010

Fuente: Encuesta aplicada a una muestra de 135 hogares.

Esta tendencia está en consonancia con lo reportado para 2009 en estados de añeja y sostenida tradición migratoria, tales como Guanajuato y San Luis Potosí en los que, al parecer, el flujo de nuevos migrantes se detuvo por primera vez en veinti- cinco años, pues no se reportaron migrantes de primera salida en ese año (Durand, 2011). En Pahuatlán, sólo una persona migró por primera vez en 2009; no obstante la ausencia de migrantes primerizos entonces y el aumento del retorno, del total de personas que contaban con al menos un viaje a Estados Unidos, el 49 por ciento se mantenía activo en 2010; es decir, casi la mitad de los migrantes captados seguían residiendo al otro lado. En suma, aunque el retorno ha aumentado en los últimos años, éste no ha sido masivo. Definimos como “pasivos o jubilados” al 20 por ciento de migrantes que regre- saron a Pahuatlán de 1992 a 2006.6 El 27 por ciento de los migrantes retornó entre 2007 y 2010, y el 2 por ciento fue deportado en esos mismos años. Unos y otros con- forman la categoría de “migrantes de la crisis”: unos se vieron obligados a regresar al terruño porque fueron desechados, es decir, aun siendo aptos para mantenerse en la industria de la construcción pasaron a formar parte del ejército industrial de reser- va; otros fueron criminalizados por las políticas de contención de la mano de obra migrante indocumentada y difícilmente podrán regresar a ese país habida cuenta las disposiciones en materia de deportaciones (Griesbach, 2011).

6 Sin embargo, cabe aclarar que en el trabajo de campo detectamos que algunos que fueron clasificados en la categoría de “pasivos o jubilados”, a la vuelta de los años volvieron a cruzar la frontera; claro está, son casos aislados.

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Durand (2011) señala que en 2009 de Guanajuato y San Luis Potosí sólo in- gresaron a Estados Unidos quienes contaban con visas de trabajo temporal H2A y H2B, para desempeñarse en la agricultura y los servicios, respectivamente. Sabe- mos que en junio de 2011 un grupo de treinta personas salió de Pahuatlán de Valle con destino a Estados Unidos para trabajar de tres a seis meses en la agricultura y la jardinería. Estas personas adquirieron la visa hasta por tres mil dólares a través de un individuo que las gestionó a principios de ese año.7 De acuerdo con la infor- mación etnográfica disponible, casi todos eran migrantes recurrentes que pagaron más caro su reingreso a Estados Unidos en busca de mayor seguridad. Contaban con redes que, presumiblemente, les permitirían recuperar sus antiguos empleos y reinstalarse con mayor certidumbre en entornos sociales ya familiares. Para reem- prender el camino al norte a costos tan elevados, algunos echaron mano de remanen­ tes de ahorros, otros vendieron bienes o remataron pequeños negocios y otros más se endeudaron nuevamente. Este estudio dio seguimiento a los retornados a fin de documentar la reinser- ción en la localidad de origen y/o planes de regreso a Estados Unidos. El caso de Elena nos permite ilustrar algunas aristas de una y otra situación. A su regreso a Es­ tados Unidos, en donde residió entre 1999 y 2004, tras un prolongado conflicto fa- miliar y la quiebra de su pequeño negocio que ella y su marido instalaron en el pueblo con los ahorros traídos del norte, Elena regresó a ese país en 2011 con una visa de trabajo temporal planeando rehacer su vida en Carolina del Norte, luego de promover el traslado de sus hijos nacidos en la ciudad de Durham:

Me van a dar una visa de trabajo. Vale veinticinco mil pesos con los boletos de avión; hay muchos muchachos de aquí que así se van… Van y vienen, van y vienen, y cada año vienen a renovarlo y se vuelven a ir. Si quiero puedo trabajar en la compañía que man- da a traer, si no, puedo trabajar en otro lado. Me voy a Carolina del Norte, así se van mis compañeros. También es una oportunidad que se puede sacar ahorita así, porque va a haber un tiempo en el que ya no. Hasta eso creo que tiene como dos años o tres, y nada más cada año mandan a traer gente, no está vigente todo el año, como dice el señor:

7 En septiembre de 2011, el Comité de la Organización del Trabajo Agrícola (floc, por sus siglas en inglés) denunció que en Monterrey “coyotes y enganchadores no sólo se han apoderado del mercado ilegal de inmigrantes, sino incluso lucran con programas legales y cobran hasta dos mil dólares ‘por hacer trámites’ individuales”. Esta organización denunció asesinatos de activistas “por difundir la gra- tuidad del trámite del H2A y orientar a los migrantes, lo que habría mermado dos millones de dólares a los coyotes”. El abogado de la floc en México señaló que esa organización representa a cerca de siete mil trabajadores empleados en los campos de Carolina del Norte conforme al programa temporal re- ferido (La Jornada, viernes 9 de septiembre de 2011, 20). Carolina del Norte es el estado del sureste es- tadunidense en el que se ubica el mayor número de trabajadores con visas H2 (Griffith, 2005: 52). En 1986 fueron contratados ciento ochenta y nueve trabajadores mexicanos en cuarenta granjas en ese estado. Hacia 2001 más de mil granjeros emplearon alrededor de diez mil trabajadores mexicanos (Binford: 2013: 149).

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“vamos a estar en contacto. Yo les voy a avisar para de aquí a un año y si se puede otra vez, pues los que quieran venir y si ya no se puede, yo les voy a decir ya no vengan, porque ya no se puede, ya no va a haber [trabajo]” (Elena V., Pahuatlán de Valle, 26 de abril de 2011).

En realidad, Elena estaba aprovechando la oportunidad de la visa de trabajo temporal para librar férreos controles fronterizos, elevados riesgos y costos del cru- ce indocumentado:

Bueno, yo ya no voy a venir si me llevo a mis hijos ¿A qué vengo? Allá me pienso quedar. El año que esté allá con papeles lo pienso aprovechar, meterme a uno o dos trabajos donde vea yo que me va mejor. Ahorita se me hace más fácil porque ya conozco por allá. Allá es como aquí, hay muchísima gente de aquí. Porque para estar yendo y viniendo cada año, pues no. A mis compañeros sí les conviene, les pagan mucho y les conviene estar legal porque les pagan seguro y todo eso, a ellos sí les conviene; pero a uno de mujer le pagan más poquito, a ellos les conviene pagar veinticinco mil pesos al año. Los niños no van a ir conmigo porque la visa es de trabajo, se supone que es para pura gente grande y los niños no pueden viajar conmigo, ellos se van a ir aparte.

Como se advierte, Elena no le estaba apostando a ese esquema de movilidad circular que Griffith (2005) caracteriza como “una especie de modelo militar de mi­­­­­ gración” que ha prohijado el desplazamiento de trabajadores y trabajadoras solos, alejados de sus familias, ideado para satisfacer la necesidad temporal de mano de obra de ramas de la economía estadunidense específicas —en especial la agricultu- ra y la industria del empaque de alimentos— (Durand y Massey, 2003; Griffith, 2005; 2008; Binford, 2013). Por el contrario, la estrategia de esta joven mujer mues­ ­tra la complementariedad de la migración indocumentada y la regulada mediante visas de trabajo temporal a la que alude Griffith (2005) al reseñar cómo estas dos vías —redes informales y visas de trabajo— se han articulado en la práctica en la configuración de lasnuevas comunidades forjadas en el contexto de la reestructura- ción del trabajo en esas zonas de migración emergente del sureste estadunidense. En este proceso, los migrantes utilizan todas las cartas de que disponen en aras de dar mayor certidumbre a sus vidas y reorganizar nuevos entramados comunitarios que hacen viable su reproducción y la de sus familias en escenarios de trabajo tanto inestable como precario y de derechos sociales escamoteados que no sólo les obliga a una continua movilidad en el empleo, sino que, además, los enfrenta a un cúmulo de dificultades en la vida cotidiana, principalmente conseguir vivienda adecuada a sus ingresos, su relegación a vecindarios étnicos y el acceso a servicios de salud. La combinación de vías formales e informales para nuevamente cruzar la frontera y reinsertarse en antiguos entornos laborales y comunitarios en tiempos de recrude- cidos controles migratorios puede ser vista como una estrategia de moderado alcance para desafiar el control estatal sobre la movilidad de los trabajadores y que, al mismo

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tiempo, estaría desafiando el persistente afán del capital de librarse de los costos de la reproducción de la fuerza de trabajo.

El retorno a Pahuatlán: encrucijadas y añoranzas

Aunque el retorno no ha sido masivo, la contención de la migración de primera sa- lida, la baja del empleo y, consecuentemente, del envío de remesas, se han dejado sentir en el municipio de estudio. El testimonio de don Gustavo ofrece un balance de la migración pahuateca en 2008:

Pues ahorita yo creo que sí han bajado [las remesas] por la falta de trabajo en Estados Unidos […]. Yo creo que les alcanza para vivir allá, pero para ahorrar yo creo que ya no. Hasta ahorita no se han regresado así que digamos, “vinieron diez de allá”, no; del gran número que está allá no se han regresado. Es que vamos a pensar que allá se están ganando ahorita quinientos dólares, seiscientos o no sé qué cantidad y pues aquí no se lo van a ganar porque no hay ningún empleo aquí. Y si ya se fueron diez años allá, pues es un poco difícil que boten todo y se vengan, solamente que los deporten (Gustavo M., Pahuatlán de Valle, enero de 2008).

La expulsión de los pahuatecos del mercado laboral estadunidense cobra ex- presiones singulares en el caso de hombres y mujeres, y la experiencia del retorno voluntario o forzado está estrechamente ligada al momento del ciclo de vida indivi- dual y familiar. En suma, lo que hay que dejar atrás pesa de manera diferencial. Mien­ ­tras que el número de hombres que permanecen activos es más del doble de quienes retornaron entre 2007 y 2010, el de mujeres activas y retornadas en esos mismos años es similar. En el movimiento de retorno suelen ser ellas las que van allanando el camino para reiniciar la vida en el terruño. Aunque la deportación es una experien­cia predominantemente masculina, sus resonancias se irradian a todo el entorno domésti- co. El traslado del grupo familiar debido a la deportación de los hombres era una modalidad de retorno desconocida en este municipio serrano hasta hace escasos dos años. Sorprende aún más ver regresar hombres solos después de haber sido de- portados dejando atrás a esposas e hijos, senda que conduce, casi irremediablemente, a la di­­solución del vínculo conyugal y al desmantelamiento del grupo familiar. En 1998 José, hoy establecido en Pahuatlán de Valle, migró a la edad de doce años en compañía de su madre y una hermana menor a la ciudad de Durham; pre- tendían reunificarse con una hermana mayor ya casada residente en aquel lugar desde años atrás. Cuando apenas tenía diecisiete años, José abandonó sus estudios de high school para iniciarse en la industria de la construcción como pintor y pronto se unió con una joven estadunidense con quien procreó una hija; la relación conyugal

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concluyó siete años después debido a peleas recurrentes. Un juez adjudicó la niña a la madre y José quedó obligado a entregarle una pensión (child suport) de cuatro- cientos dólares mensuales. En 2008, punto álgido de la crisis de la industria de la construcción, José se desplazó a Carolina del Sur en busca de empleo y un mejor salario. Fue detenido en compañía de dos paisanos, acusado de conducir en estado de ebriedad. La experiencia de José resumida en el siguiente testimonio ilustra el calvario de miles de inmigrantes indocumentados deportados por la comisión de faltas menores, antes meritorias de sanciones administrativas y multas, a resultas de la aprobación de nuevas leyes más restrictivas en materia migratoria (Gill, 2010; Griesbach, 2011):

Se me puso atrás el policía, pero era un civil, me paró y me pidió mi licencia. La empezó a ver, la volteaba y la veía y dice: “es falsa”. Le digo “¿Es falsa?, ¿cómo que falsa? ¿Que no ves que es del Norte de Carolina?”. “Sí, pero cualquier hispano puede sacar esta licen- cia y, además, hueles a alcohol, me llegó tu aliento a alcohol”. Me bajó, me puso en- frente [...] y me dijo que yo no era de ahí, que era yo ilegal y que necesitaba irme para mi país. Era racista. Después de varias pruebas me dice “no, reprobaste, voltéate”. Nos sentó en el asfalto, ahí nos tuvo como una hora sentados en lo que hacía el papeleo. Y nos dice: “además ustedes se van a ir a México. Yo conozco a uno del ice8 en migración” (José V., 26 años, Pahuatlán de Valle, agosto de 2010).

El relato concluye con el encarcelamiento y la deportación de José a México:

nos llevaron a la cárcel a Charleston, ahí estuvimos como veinte días y nos pasaron para otra en Atlanta, Georgia. Ahí hay una cárcel para todos los indocumentados de todos lados, de África, de India, de China, pero la mayoría son hispanos, de Honduras, Sal- vador, Guatemala y mexicanos. Después de mes y medio me sacaron, y tuve que ir a corte en Charlotte, Norte de Carolina. Me presenté a mi corte y [...] el juez ya no me quiso dar más tiempo, me dio dos meses y ya me tuve que venir [a México].

José regresó a Pahuatlán en el tiempo dispuesto por las autoridades, trayendo consigo una reducida suma de dinero que invirtió primero en la compra de un taxi rápidamente rematado debido a la cruenta competencia que existe en el lugar.9 Con lo recuperado instaló un bar que pronto se fue a la quiebra. Infructuosamente ha intentado encontrar empleo fuera de la comunidad, incluso invirtió tiempo y di- nero para certificarse en el manejo del inglés y emplearse en el sector turismo en la Ciudad de México o en Cancún, en donde tiene parientes. Hasta la fecha no ha lo-

8 El programa ice Access 287 (g) faculta a las autoridades locales para revisar el estatus migratorio y pro- mover la deportación de cualquier persona detenida por cometer felonía o conducir sin licencia (Gill, 2010). 9 Tan sólo en la cabecera municipal circulan ciento treinta y cuatro taxis, de los cuales alrededor de cien son “tolerados”, es decir, irregulares, la mayoría son propiedad de migrantes recientemente retorna- dos. Las placas de taxi pueden llegar a costar aproximadamente ciento cincuenta mil pesos.

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grado obtener un empleo estable, solo chambas eventuales, y sigue dependiendo de las remesas que envían sus hermanas establecidas en Durham. Pero, como ya se ha dicho, los deportados son los menos; la mayoría de los pa­ huatecos que han regresado en el último lustro han perdido el empleo, vieron dete- riorarse sus condiciones de vida o las obligaciones morales con familiares detonaron la vuelta al pueblo. Algunos, al reflexionar sobre su experiencia laboral en Estados Unidos y la decisión de regresar al terruño, adujeron hartazgo, cansancio y agobio por las largas jornadas laborales. Aludieron el desgaste y las afectaciones en la salud causadas por las adversas condiciones del trabajo como motivos para regresar y como factores disuasivos para volver a Carolina del Norte en un futuro cercano si persisten las actuales condiciones. La mayoría de los entrevistados sostuvieron que si conta- ran con la documentación migratoria lo intentaría nuevamente. Entre los varones la opinión se divide entre ir solos o promover el regreso con la familia. Para las mujeres, la crianza de los hijos es otro elemento que hay que considerar al momento de tomar la decisión de volver a casa. La reinserción se facilita cuando los hijos están en edad preescolar y, al menos, se cuenta con una vivienda propia. Celia, retornada en 2007 con esposo y dos hijos nacidos en Carolina del Norte, lo expresa con elocuencia:

acá en Pahuatlán estoy en mi casa y si quiero me duermo todo el día y si quiero me sal­go y voy a hacer mis quehaceres, nadie me va a correr, no pago renta. Allá tiene que estar uno diario, diario, están como detrás de uno. ¿Por qué? Porque apenas acaba uno de pagar todos los pagos de luz, agua, teléfono, renta y ya ahí vienen los otros biles, o sea, uno tras otro, es una vida muy acelerada la que vive uno allá. Se deprime uno bastante, por eso es que allá tanta gente utiliza muchos tranquilizantes, [...] el mismo ritmo de vida que los lleva a eso, porque ya no pueden con tantos gastos que se echan encima (Celia, 29 años, Pahuatlán de Valle, 29 de septiembre de 2009).

Esta joven trabajadora indocumentada, ya retornada, articula con claridad los estragos de la sobreexplotación de una masa de trabajadores desprovista de los más elementales derechos ciudadanos y laborales. En más de un testimonio hombres y mujeres aludieron a la automedicación y al consumo de enervantes para hacer más tolerables la soledad, las largas jornadas de trabajo y el reducido tiempo para dormir y recuperarse del desgaste físico y emocional (para abundar sobre el tema véanse Griffith, 2008). La precaria inserción laboral y la desregulación que define a estos trabajadores potencian la ambivalencia de la experiencia migratoria y de su estancia en Estados Unidos, así como su visión del lugar de origen:

me estoy aquí desgastando nada más para [los patrones]; estoy trabajando para ellos prácticamente. [...] Uno se friega y distribuye el dinero, la riqueza que uno adquiere hacia todos. Cada quien lleva su parte y allá el fregado es uno. Al rato uno se enferma y nadie le devuelve a uno nada. ¿Por qué? Porque uno no es ciudadano americano. Por

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ejemplo, los ciudadanos tienen la ventaja de, aunque sea una miseria, si se enferman les dan, pero a uno no o cuando llegan a viejos tienen su retiro. Y nosotros, ¿qué obtenemos? Puras enfermedades y si quedó algo de dinero a lo mejor tiene uno para ir pagando su medicamento. Yo trabajaba en la cocina [de un restaurante]. El calor de la cocina es extre­ madamente alto, estaba uno ahí sudando; de repente me hace falta un ingrediente, tengo que ir a los congeladores, entonces imagínese, del calor al frío completamente ¿Qué es lo que va a obtener uno después? A lo mejor ahorita porque estoy joven no siento nada, pero ya cuando tenga yo cincuenta años ya no voy a sentir mis huesitos (Celia, Pahuatlán de Valle, 29 de septiembre de 2009).

Debido a que Mauricio, su marido, estaba temporalmente incapacitado, Celia manejaba el taxi que la pareja había adquirido con ahorros traídos del norte, desde luego, tampoco en el terruño Celia y su familia cuentan con la debida asistencia médica ni al retirarse gozarán de una jubilación. En el último lustro, la flotilla de taxis irregulares ha crecido desproporcionadamente; muchos de los retornados han visto en esta actividad una fuente de ingresos para sostener sus hogares; otros remi- tieron dinero para la construcción de cuartos y locales comerciales para contar con un fondo de contingencia y respaldar las economías de sus padres. Le apostaron a la demanda de alojamiento barato de profesores, estudiantes, funcionarios meno- res que se establecen en la localidad por temporadas y de turistas que presunta- mente llegarán atraídos por la promoción turística de los pueblos mágicos, panacea del gobierno federal concebida para paliar la desesperada situación de zonas rurales en las que la producción agrícola fue herida de muerte por los efectos predadores de las políticas liberalizadoras.

Conclusiones

Al analizar la dinámica migratoria en Pahuatlán de Valle nos ha interesado estable- cer la distinción entre los migrantes activos, establecidos aún en Estados Unidos, y los retornados. En este estudio, los que regresaron antes de 2007 fueron definidos como “migrantes de retorno jubilados o pasivos”. Los migrantes de la crisis son aque- llos que retornaron sea porque empeoraron sus condiciones de trabajo o porque, en un contexto de exacerbada criminalización de la migración indocumentada, vieron recrudecer su “fragilidad jurídica” (Izcara, 2010). Quienes regresaron antes de 2007 al menos lograron avanzar en la construcción de una vivienda o emprender un pe- queño negocio, pero los retornados después de ese año no tuvieron el tiempo sufi- ciente ni las posibilidades para acumular recursos básicos que hicieran menos penosa la experiencia del retorno. Al convertirse en superfluos para el capital traje- ron a su re­­greso pocos activos; sea que hayan vuelto solos o en compañía de parejas

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e hijos pequeños nacidos en Estados Unidos y, en su mayoría, sin haber planeado ni negociado la vuelta al terruño. Son los retornados de la crisis del capitalismo en Estados Unidos (Cornelius et al., 2010), los define una angustiosa condición de potenciada incertidumbre y violencia (D’Aubeterre, 2012), en la que las formas so­ ­ciales, a decir de Bauman, dejan de servir “como marcos de referencia para las accio­ nes humanas y para las estrategias a largo plazo, de hecho, se trata de una esperanza de vida más breve que el tiempo necesario para una estrategia coherente y consis- tente, e incluso más breve que el tiempo requerido para llevar a término un proyecto de vida individual” (Bauman, 2007: 7). La mayoría de los retornados, pasivos o de la crisis, no cifra su porvenir o el de sus hogares en la actividad agrícola, no ven la cafeticultura como una alternativa para sus familias. Sólo uno de los setenta y nueve retornados encuestados, un hom- bre de treinta y cuatro años que salió por primera vez con destino a Carolina del Norte en 1996, cuando contaba con apenas veinte años de edad, manifestó que a su regreso, en 2006, había adquirido una huerta cafetalera. Las esperanzas de la mayo- ría de los retornados están puestas en el pequeño comercio —misceláneas, canti- nas y fondas—, el servicio de taxis piratas o el ingreso a la burocracia, utilizando redes políticas locales. Quienes no fueron deportados no descartan regresar al país del norte en caso de una improbable reforma migratoria, la escasez de empleos y los ba- jos salarios en México alientan esta aspiración.10 Es previsible que, tal como se observa en otras regiones del país, dadas las in- crementadas dificultades para traspasar la frontera norte de México, los pahuatecos retornados y los nuevos migrantes recurran cada vez más a la obtención de visas H2 para ingresar a Estados Unidos; en tal caso, este nuevo giro de la migración en la región estaría replicando la ola expansiva originada décadas atrás en el vecino es- tado de Hidalgo, donde esta modalidad ha sentado sus reales desde hace ya varios años (Griffith, 2005).

10 Según datos publicados por el inegi, en 2010, uno de cada tres trabajadores remunerados en el país percibía un ingreso no mayor a dos salarios mínimos, ciento veinte pesos por día, cantidad insuficien- te para tener acceso a los bienes básicos (La Jornada, 11 de febrero de 2012: 26).

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