Quién Hizo El Cambio Constituye El Primer Análisis Riguroso De La Transición
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Escrito con la facilidad del gran reportaje, Quién hizo el cambio constituye el primer análisis riguroso de la transición. En él se re construye la situación de España en 1976: el fracaso de los aperturistas del régimen ante rior, los planteamientos de la oposición (cuya lectura resulta hoy sorprendente y de espe cial interés para apreciar la evolución del PSOE) y la preocupación de la Corona, que concluye con el nombramiento de Adolfo Suárez como Presidente de Gobierno. A partir de entonces, julio de 1976, comienza el cambio con el reconocimiento de la sobera nía popular, la legalización de los partidos, que culmina con la del comunista en la Sema na Santa de 1977; los sindicatos y organiza ciones profesionales... y las primeras Elec ciones Generales. Estas páginas descubren las claves de aquella primera fase de la tran sición. La conducción del proceso constituyente, la formación del nuevo tejido social, las liberta des y la imposición del diálogo como hábito político, el fomento de una alternativa en la izquierda, etc., son descritos con la precisión de que es capaz el periodista que estaba allí y, además, participó en el diseño de aquellas operaciones. Este no es un diario ni un libro de memorias, pero en sus páginas se transparentan la men talidad y los objetivos de los hombres que hi cieron posible la democracia, el cambio polí tico español producido entre 1976 y 1980. t Quién hizo el cambio FEDERICO YSART Quién hizo el cambio EDITORIAL ARGOS VERGARA, S. A. Primera edición: Junio de 1984 Copyright© Federico Ysart, 1984. Edición en lengua castellana: Copyright © Editorial Argos Vergara, S.A. Aragón, 390 Barcelona-13 (España) ISBN: 84-7178-833-0 Depósito Legal: B. 20.467-1984 Impreso en España - Printed in Spain Impreso por Talleres Gráficos DÚPLEX, S.A. Ciudad de la Asunción 26-D Barcelona-30 índice PRESENTACIÓN 11 PRIMERA PARTE - EL LABERINTO 17 Capítulo I - La inercia del pasado 19 Capítulo II - Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía 33 Capítulo III - Un diálogo imposible 47 SEGUNDA PARTE - EL HILO DE ARIADNA 61 Capítulo I - La soberanía popular 63 Capítulo II - Desde la legalidad 81 Capítulo III - El pueblo habla 93 TERCERA PARTE - LOS EJES DEL CAMBIO 121 Capítulo I - Partidos para la Democracia 125 Capítulo II - La vertebración social 157 Capítulo III - La Constitución de España 183 EPÍLOGO 210 A todos mis compañeros, los periodistas, que abrieron la senda del cambio a los políticos. «En la Historia de mi país, viviéndola y haciéndola, he recibido la ratificación de una idea esencial: que el futuro, lejos de estar decidido, es siempre reino de la libertad; abierto e inseguro, aunque previsible por los análisis de las condiciones estructurales y las fuerzas operantes en la sociedad que vivimos. Entre ellas se cuenta, como motor esencial, la voluntad libre de los hombres que han de protagonizar la Historia.» ADOLFO SUÁREZ Presentación Tenía en sus manos, en la mirada, prendida en el tono cordial de su acento andaluz, la victoria, al fin, en las inmediatas elec ciones generales que España celebraría el 28 de octubre de 1982. En el plato n.° 2 de Televisión Española, se rodaba la penúltima rueda de prensa-entrevista que el organismo autónomo regido por Carlos Robles Piquer, dirigente de Alianza Popular sólo cua tro meses después, había programado con los líderes políticos nacionales. Frente a él, nervioso —apenas quedaba nada por ganar, sólo que perder—, cinco periodistas artificiosamente dispuestos en semicírculo. Pilar Urbano, de «ABC», Pepe Oneto, de «Cambio 16», Ramón Pi, de «La Vanguardia» y «Multiprés», Jorge del Corral, de «Efe», y Pedro Altares, comentarista político y en tonces jefe de Prensa del Banco Hipotecario. De los cinco, sólo obtendría un voto veintiocho días después. Sin embargo, aquel 30 de septiembre de 1982 comenzaba su último ejercicio de oposición. Y salió airoso de él: 10 millones de votos. La Moncloa. Tercer Presidente Constitucional de la joven democracia española. Y, además, el PSOE en el poder. Aquella hora de rodaje en los siempre inhóspitos estudios de televisión fue más tensa de lo deseable. El candidato socialista recibía una y otra vez en forma de preguntas, interrupciones y 11 contrarréplicas, las consecuencias del doble lenguaje que él y sus compañeros de Ejecutiva utilizaron durante tanto tiempo. Trataba de disipar temores, de arrumbar aquel perfil duro con que en ocasiones él mismo se enfrentó hacía ya algún tiempo, un par de años, al entonces presidente Suárez, y que sus colaboradores más próximos en el Partido, Guerra o Javier So lana, acostumbraban a lucir en debates parlamentarios o mítines electoralistas. La victoria socialista, clara ya tras los últimos me ses de cansino gobierno Calvo-Sotelo, no significaría un trauma. Nada fundamental en la sociedad, en la cultura, en las relaciones económicas, en la vida del pueblo en suma, tenía por qué cam biar. —Entonces ¿qué es el cambio?— cortó Pepe Oneto haciendo alusión al eslogan ya conocido de los socialistas, importado de la campaña francesa de Mitterrand y revendido a la portuguesa de Soares, siempre con éxito. —¿El cambio? Algo muy sencillo: que España funcione. Con aquel reflejo, Felipe González ganó la hora de televisión que hasta entonces llevaba perdida. Aunque se contempló la po sibilidad, y los periodistas se ofrecieron a ello, no hizo falta re petir la filmación. «Que España funcione.» ¿Caben en tan escasas palabras ma yores dosis de pragmatismo? Naturalmente, la socialdemocracia ganó las elecciones. Como en las dos ocasiones anteriores, las legislativas del 82 resultaron modélicas, ejemplares. Aun suponiendo, como fue el caso, un relevo drástico de partido en el Gobierno. A ello no fue ajeno, sin duda, el poder compartido a raíz de los comicios municipales y regionales, que durante tres años y medio integró en responsabilidades públicas entrecruzadas a centristas y socia listas fundamentalmente, con el concurso en ocasiones relevante de derechistas y comunistas, como en la autonomía gallega o la alcaldía de Córdoba por ejemplo. Pero a no dudar, ello se debió sobremanera al talante inte- grador que, desde el Gobierno, presidió el cambio político ope rado entre el verano de 1976 y finales de 1980. Curiosamente, aquel talante insólito en la original historia española de las re laciones políticas apareció laminado por los resultados electo rales del 82, si es que no lo estaba ya de hecho desde que en el 12 invierno del 80/81 se agostó víctima de la incomprensión de mu chos y el miedo de unos cuantos. Con la ingeniosa frivolidad tan propia de los escasos liberales que en España son, Joaquín Muñoz Peirats, Antonio Fontán y Luis Miguel Enciso, parlamentarios centristas ya licenciados de sus tareas, una tarde de diciembre de 1982 en el Club Financiero Genova me comentaron el artículo que a los pocos días vería la luz en la prensa con la firma del mismo Chimo Muñoz. Era un análisis entre cínico e irónico sobre los entonces recientes re sultados electorales: el derribo del andamio centrista. Cumplida su misión, terminada la transición desde la dictadura a la de mocracia, sólo procedía desmantelar el andamio que hizo posi ble la obra histórica: el centrismo. La imagen era tan ingeniosa como poco original; hacía ya más de dos años que aquel derribo había comenzado, tiempo suficiente como para no resultar aventurada hipótesis alguna. Sobre ella, sobre ese carácter instrumental del centrismo —evi dentemente, no exento de algunas razones atinadas— desplegó sus velas la derecha conservadora del país sobre la nave de Alianza Popular... para llegar a ninguna parte. Pocas veces en la historia de las democracias europeas la derecha habrá cele brado más el triunfo mayoritario de la izquierda —es decir, su propia derrota— con la coartada de haber acabado entrambos con el centro. Pero ni el 28 de octubre de 1982 ni hoy han sido testigos de nada que no hubiera podido suceder, en tales circunstancias, en cualquiera de la decena de democracias consolidadas por la ru tina que existen en el mundo. La transición política, ahora sí, parecía concluida. Las con secuencias de los comicios del 82, el traspaso de poderes, pri meros pasos del gobierno socialista, la aceptación por parte de la derecha de todo ello, venía a constituir la prueba del nueve de la operación cambio político iniciada seis años atrás. El sis tema había permitido la formación de un gobierno de mayoría clara que, aunque socialista, recibió inmediatamente la con fianza de los centros de decisión económica, o cuanto menos su respeto. A pesar —o tal vez por ello— de la práctica desaparición del centrismo, derecha e izquierda, conservadores o socialistas, opo- 13 sición y gobierno ya, continuaban la tendencia convergente so bre el reformismo, la inercia centrípeta que caracterizó la di námica de la transición sublimando los viejos móviles centrífugos que en tantas otras circunstancias había abierto un abismo de incomunicación entre las llamadas dos Españas. España era ahora, justamente, objeto de gobierno: «Que España funcione.» Este libro pretende arrojar un poco de luz sobre los perfiles de un momento crítico de la Historia española más reciente que el vértigo con que fue vivido tal vez haya tornado oscuros, bo rrosos. Por ello, no trata precisamente de recontar una peripecia, quizá suficientemente conocida por las vivencias de sus lectores, sino los márgenes de maniobra existentes para el cambio polí tico, el tránsito de la autocracia a la democracia, realizado entre los años 1976 y 1980. La gobernación del país en aquellas fechas, tan próximas y ya distantes, no contaba con el marco constitucional hoy vigente, ni tampoco con la vertebración política y social que partidos y organizaciones profesionales de todo tipo procuran, contribu yendo a racionalizar y responsabilizar la vida actual de los es pañoles.