Senado de la Nación Secretaria Parlamentaria Dirección General de Publicaciones
(S-2299/09)
PROYECTO DE DECLARACION
El Senado de la Nación…
DECLARA:
Su adhesión a la conmemoración del 150º aniversario del Pacto de San José de Flores, pacto de Unión Nacional firmado entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, hecho histórico ocurrido el 11 de noviembre de 1859.
Horacio Lores.-
FUNDAMENTOS
Sr. Presidente:
El 3 de Febrero de 1852, el General Justo José de Urquiza avanzó sobre Buenos Aires derrotando al Gobernador de dicha provincia, Juan Manuel de Rosas en la Batalla de Caseros, marcando un cambio en el futuro inmediato.
A partir de finales del año 1852, en la Argentina recrudecieron los conflictos de dos estados separados, que solo se relacionaban con la diplomacia y el comercio: la Confederación Argentina, formada por las trece provincias del interior y el Estado de Buenos Aires, formado por la actual provincia de Buenos Aires. La división se había originado por la negativa de Buenos Aires a refrendar el Acuerdo de San Nicolás y a participar en la sanción de la Constitución Argentina de 1853.
El acuerdo de San Nicolás, realizado el 31 de mayo de 1852, tenía como objetivo lograr un consenso que permitiera la sanción de una nueva y definitiva constitución. El acuerdo respondía a los intereses del interior del país, quitando protagonismo al poder central que se ejercía desde Buenos Aires. Cada provincia cedería parte de su poder de decisión para delegarlo en un poder central. El nuevo intento integrador tenía bases en el liberalismo económico: se dictó la libre navegación de los ríos y la supresión de las aduanas interiores.
Justo José de Urquiza impulsó pacientemente la llamada "política de fusión" sin éxitos, en medio de constantes conflictos. Pese a los buenos oficios del vencedor de Caseros, Buenos Aires había proclamado su autonomía, no acataba al gobierno presidido por Urquiza que tenía su sede en Paraná y menos deseaba firmar una Constitución que permitiera la libre navegación de los ríos de los estados federales signatarios y repartir con esto, los recursos aduaneros que hasta entonces detentaba solo el puerto de Buenos Aires. Muchos estaban dispuestos a la erección de un Estado independiente y separado del resto, del otro lado los federales duros, pretendían imponerse sobre los porteños, cuya prepotencia los alienaba.
La división puso en serios aprietos a la Confederación, más que a Buenos Aires, ya que la principal fuente de impuestos, la Aduana de Buenos Aires, permaneció controlada por el gobierno porteño condenando al interior a la miseria y el atraso. Por otro lado, si bien nominalmente los países europeos y americanos reconocían solamente a la Confederación, sus diplomáticos preferían residir en Buenos Aires, ciudad mucho más grande y cómoda que la entonces pequeña capital de la Confederación, Paraná.
Durante el mes de abril de 1853 el Congreso de Paraná dictó una ley facultando a Urquiza a reincorporar a la provincia separatista. Esta orden fue tomada por los hombres de Buenos Aires como una declaración formal de guerra y se prepararon para el enfrentamiento.
El gobernador Valentín Alsina, un porteñista puro, encomendó a Bartolomé Mitre el mando de las tropas. En los meses que siguieron, varias potencias extranjeras, entre ellas Estados Unidos, intentaron a través de sus representantes evitar la contienda armada, pero no tuvieron éxito: las posiciones en pugna eran irreductibles.
El gobierno porteño contaba con algunos aliados en el interior, sobre todo el gobernador de la provincia de Santiago del Estero, Manuel Taboada, y poderosos partidos liberales en Salta, Corrientes, Tucumán y San Juan. Cuando los liberales de San Juan lograron apoderarse del gobierno provincial por medio del asesinato del caudillo federal Nazario Benavídez, estalló la guerra entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires. No duró mucho, y básicamente se limitó a la batalla de Cepeda, del 24 de octubre de 1859.
La batalla se libró en la cañada de Cepeda, a orillas del arroyo del mismo nombre, en el límite de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, en el mismo lugar donde en 1820 se había producido un combate que también enfrentó a porteños y provincianos. Como el ejército confederal superaba en número a las fuerzas porteñas, Mitre adoptó una posición defensiva, apoyado en su artillería e infantería, mejor equipadas que las del adversario. Urquiza, en cambio, confiando en la eficaz caballería entrerriana, tomó la iniciativa y lanzó el ataque. Las acciones comenzaron con las primeras luces del día 23 de octubre y se prolongaron por varias horas. Mientras la prensa porteña y el gobernador Valentín Alsina proferían insultos contra los federales, convocando al pueblo a la defensa a toda costa de la capital, el jefe porteño Bartolomé Mitre, al comprobar que le sería imposible sostener la posición, ordenó la retirada. Pese a que muchos de sus hombres fueron tomados prisioneros, logró poner a salvo al grueso de sus tropas, que ese mismo día se reembarcaron en San Nicolás y regresaron a Buenos Aires. Al General Urquiza le quedó libre, una vez más, el camino hacia la capital; sin embargo, como en otras oportunidades, prefirió negociar a tomarla por asalto. Al día siguiente de la batalla, el vencedor lanzó una proclama dirigida a los habitantes de la capital: "Ofrecí la paz antes de combatir y de triunfar.
La victoria, y dos mil prisioneros tratados como hermanos, es la prueba que ofrezco de la sinceridad de mis buenos sentimientos y de mis leales promesas. No vengo a someteros bajo el dominio arbitrario de un hombre, como vuestros opresores lo aseguran; vengo a arrebatar a vuestros mandones el poder con que os conducen por una senda extraviada, para devolvéroslo... Desde el campo de batalla os saludo con el abrazo del hermano. Integridad nacional, libertad, fusión, son mis propósitos”.
El general Francisco Solano López, hijo del presidente paraguayo, había intentado mediar entre los contendientes poco antes de la batalla de Cepeda. Aún estaba en Buenos Aires cuando se supo la noticia de la derrota, y entonces volvió a proponer al gobernador Alsina las bases exigidas por Urquiza. Entre ellas se destacan la primera, que decía, escuetamente, "Integridad nacional"; la segunda, que prometía la revisión de la Constitución Nacional por el Estado de Buenos Aires, pero no antes de 1863; y la quinta, que promete no castigar a los responsables de la revolución porteña de 1852.
El general Urquiza, como lo había hecho después de Caseros, soñaba con persuadir a los capitalinos que, como entonces, seguían mirándolo con desconfianza y no lo reconocían como jefe. Cumplido el trámite, avanzó un poco más y los primeros días de noviembre acampó junto a su ejército en las inmediaciones de San José de Flores, a la espera de los representantes porteños. Allí se dirigieron los mediadores porteños: Juan Bautista Peña, Carlos Tejedor y Antonio Cruz Obligado; por la Confederación, Urquiza nombró a Tomás Guido, Juan Esteban Pedernera y Daniel Aráoz. Los delegados porteños pidieron el retiro del ejército nacional de la provincia, pero los federales se negaron a continuar las negociaciones mientras no se retirara esa exigencia, lo que se hizo. Por unos días, las negociaciones fueron discutidas amigablemente, hasta que el 7 de noviembre, Urquiza exigió el cambio de todo el gobierno porteño, incluido Alsina. Las negociaciones se interrumpieron.
Al saber que Alsina se había negado, Urquiza ordenó comenzar el avance sobre Buenos Aires. A pedido de Solano López, Urquiza pospuso el ataque, pero sólo por 24 horas. El día 8, un grupo de legisladores de Buenos Aires solicitó la renuncia al gobernador, argumentando que "su permanencia en el cargo era en ese momento inútil para la paz como para la guerra". Alsina imaginó un proyecto absurdo: retirar el gobierno de la ciudad y mudarlo al sur de la provincia, donde se formaría un nuevo ejército; consultó a Mitre, que rechazó completamente el proyecto. Falto de apoyo, Alsina y el ministro Dalmacio Vélez Sarsfield renunciaron. Para sustituir a Alsina en la gobernación, fue designado el presidente del senado provincial, Felipe Llavallol.
Solano López aprovechó la renuncia para pedir y conseguir de Urquiza una suspensión de hostilidades de más largo plazo. Las negociaciones pudieron continuar.
A pesar de la ofrenda de los porteños con la renuncia de Alsina, un personaje poco querido para los federales, las primeras rondas fueron menos promisorias de lo esperado y las deliberaciones quedaron empantanadas durante algunos días. Urquiza estaba dispuesto a quedarse allí, con sus tropas, todo el tiempo que fuera necesario hasta obtener el acuerdo que perseguía. El 9 de noviembre se reanudaron las conversaciones y esta vez sí, las cosas parecieron enderezarse hacia un entendimiento. Solano López comenzó una serie de entrevistas casi sin descanso con los mediadores de ambos bandos.
Buenos Aires aceptó integrarse a la Confederación y acatar la Constitución de 1853, reservándose el derecho a revisarla. También hubo consenso alrededor del punto más álgido: hasta que se sancionase una nueva ley de aduanas, el gobierno porteño oxigenaría cada mes las arcas exhaustas de la Confederación. Un par de días más tarde, el 11 de noviembre, finalmente se firmó el Pacto de Unión Nacional y quedó sellado el ingreso en pie de igualdad de la Provincia de Buenos Aires a la Confederación Argentina. Se canjearon los prisioneros de guerra. El texto final del Pacto era muy similar a la propuesta de Urquiza anterior a Cepeda, con algunas variantes. Todos, especialmente Urquiza, se retiraron satisfechos de San José de Flores. Las cláusulas más importantes fueron: