
Alejo Carpentier en París (1928-1939) Carmen VÁSQUEZ (Universidad de Picardie Jules Verne/CEHA) Rien n 'est beau qui n 'est merveilleux, decia André Breton en el trascendental Manifiesto del surrealismo. Pero pocas cosas [son] tan bellas como alcanzar lo maravilloso con factores muy humanos. A. C. (1928) Viernes 16 de marzo de 1928. El vapor Espagne, anclado en un muelle de La Habana, se dispone a regresar al puerto de Saint-Nazaire. Media hora antes de su partida, los pasajeros suben a bordo, mostrando sus respectivas credenciales. Uno de ellos, hablando en perfecto francés, enseña a los oficiales de la aduana su tarjeta de periodista del diario La Razón de Buenos Aires. Nadie sospecha, porque la tarjeta no tiene fotografía, que algo extraño está sucediendo. El periodista acreditado de La Razón, Robert Desnos, ya en cubierta, desciende rápidamente a su camarote. Mientras tanto, otro Robert Desnos, llega ante los oficiales de la aduana. Ha perdido sus papeles, dice. Desde el barco algunos conocidos lo identifican. Logra por fin subir cuando levantan el puente. El vapor Espagne zarpa, y deja atrás las aguas territoriales cubanas. Sólo entonces, el misterioso primer Robert Desnos, acompañado por el otro, se presenta ante el sobrecargo del transatlántico. Acepta ser un pasajero clandestino, sin pasaporte, sin papeles. Ha huido de Cuba. Su nombre: Alejo Carpentier. Robert Desnos y Alejo Carpentier se habían conocido pocos días atrás, precisamente el martes 6 de marzo, fecha en que los miembros del Séptimo Congreso de la Prensa Latina llegaron a La Habana. Carpentier, entonces jefe de redacción de la revista Carteles, había ido al muelle a recibir al poeta surrealista. Unos amigos en común Antonio de Vedia y Mitre, corresponsal del prestigioso periódico La Nación de Buenos Aires, y León Pacheco, jefe de redacción de la revista Parisina eran los responsables del encuentro y de la acogida calurosa. Fue así como Desnos descubrió La Habana a través de su nuevo amigo Carpentier. Las actividades previstas por los organizadores del congreso ESCRITORES DE AMÉRICA LATINA EN PARÍS. Carmen VÁSQUEZ. Alejo Carpentier en París interesaban al curioso visitante. Sin embargo, sí le interesaba lo que Carpentier podía mostrarle, algo que sería para él «un nuevo universo poético»1, el descubrimiento de una música autóctono hasta entonces desconocida en Europa, de una cultura igualmente ignorada y de una joven generación de intelectuales que formaban el llamado «grupo minorista». Fue así también cómo Desnos se enteró de la situación en que se hallaba su nuevo y joven amigo. Este había salido, pocos meses, donde lo habían encarcelado por firmar un documento, Nuestra protesta, en contra de la prolongación de poderes presidenciales del entonces presidente de Cuba, el general Gerardo Machado y Morales. Desprovisto de papeles de identidad y obligado a presentarse ante las autoridades una vez por semana, Carpentier sabía que su situación era no solamente incierta, sino también precaria. Y Desnos, al conocerla, le ofreció la posibilidad de remediarla. El concibió la huida. El le entregó a Carpentier los papeles que por suerte no tenía fotografías. El ofreció su camarote, hasta que la presencia del pasajero se normalizara. Una vez en alta mar, Carpentier se integró al curioso grupo de escritores, participantes en el Séptimo Congreso de la Prensa Latina. Conversó con ellos sobre la música cubana, impulsando así el conocimiento de ésta en Francia. Se escucharon discos, de los muchos que Desnos traía en su equipaje. Y hasta se otorgó la orden de «San Cristóbal de la Rumba», condecoración imaginaria que fuera broma pesada para algunos. Frecuentemente Desnos y Carpentier se enfrascaban en largas conversaciones, el primero hablando del surrealismo y de París en general; el otro de Cuba y del impresionante viaje que había hecho, dos años atrás, a México. Al cabo de quince días, el vapor Espagne ancló en el puerto de Saint- Nazaire. El desembarco de Carpentier no causó grandes dificultades, pues, por aerograma, él y Desnos habían previsto que el escritor cubano Mariano Brull se ocuparía de arreglar la situación del recién llegado a Francia. Los viajeros tomaron el tren hacia París, y, pocas horas después, llegaron a la estación de Montparnasse. De allí Desnos partió a su atelier en el número 45 de la la calle Blomet y Carpentier al hotel du Maine, que ocupaba el número 64 de la avenida del mismo nombre, también cerca de Montparnasse, y donde tantos cubanos solían hospedarse. La amistad entre Carpentier y Desnos no cesó con la llegada a París, sino que se estrechó aún más. Desnos, simpático y de buen corazón, convirtió a su amigo cubano en compañero inseparable, presentándolo a sus amigos franceses y a los de lengua hispana que encontraba cotidianamente en los cafés de Montparnasse. Así fue cómo Carpentier se introdujo en esos dos grupos de artistas e intelectuales que tan importantes serían para su devenir cultural y literario. El Montparnasse de 1928 era un barrio dominado por tres cafés: La Rotonde, Le Dome, La Coupole. Allí escritores, pintores, músicos y artistas de todos los géneros se reunían de noche. Por esta razón, Desnos vivía en ESCRITORES DE AMÉRICA LATINA EN PARÍS. Carmen VÁSQUEZ. Alejo Carpentier en París el antiguo atelier de André Masson, a una caminata breve de los célebres cafés. Allí Desnos presentó Carpentier a sus amigos, los surrealistas, el doctor Théodore Fraenfenl, médico del grupo, Louis Aragón, Paul Éluard, Tristan Tzara, Georges Sadoul, Benjamín Péret, Georges Ribemont Dessaignes, Jacques Prévert, Raymond Queneau, Roger Vitrac, Michel Leiris, Georges Bataille, George Neveux, Picasso, Ivés Tanguy, Joan Miró, Masson y Chineo; y el cineasta Man Ray, con quien acababa de terminar una película: L'étoile de mer. Allí Carpentier se entusiasmó con la idea de ir a la exposición sunealista en la galena «Le sacre du printemps», cuyo catálogo incluía un texto de Max Ernst: «Le sunéalisme existe-t-il?» Allí Carpentier entró en contacto con ese «arte mágico» que fue el surrealismo, en el que vio «el culto de la velocidad, la ponderación ineverente de los valores pretéritos, el amor al cinematógrafo, a los ritmos primitivos», llegando a «liberar la imaginación de sus trabas, a hurgar en la subconsciencia, hacer manifestarse el yo mas auténtico del modo más directo posible». Por algo debía concluir: «¿Y dónde buscar lo maravilloso, sino en nosotros mismos, en el fondo de esa imaginación, capaz de crear en el más completo sentido, de la palabra?2» Carpentier fue tanto espectador como actor de actividades, las actividades del grupo sunealista, al menos en 1928. En junio de 1928, participó con Desnos en una audición de música cubana, utilizando discos del Sexteto Habanero, traídos por este último de La Habana. La audición acompañó a la primera proyección de L'étoile de mer en el cine Studio des Ursulines, en el barcio latino. Por vez primera, el público parisino oía los sones cubanos, sones ya conocidos gracias a un artículo de Desnos, publicado el 11 de abril en el cotidiano Le Soir y que había hecho furor. Pero Carpentier frecuentaba al mismo tiempo otro grupo, diferente del surcealista, aunque se reuniese también en los cafés de Montparnasse. Lo llamaremos el grupo de los cronistas hispanoamericanos, cronistas que fueran de gran importancia, allá por los años veinte, cuando aún no existía el correo aéreo, cuando la comunicación entre el viejo y el nuevo mondo, se hacia por barco y tardaba unos quince días. Estos cronistas mantenían la comunicación con un público hispanoamericano que se interesaba por París y por las actividades culturales de esa ciudad, Enviaban a sus respectivos periódicos y revistas notas sobre los últimos estrenos, la vida literaria, la vida artística y social en general. Así lo fueron Enrique Gómez Carrillo, Antonio de Vedia y Mitre, Alfonso Reyes, León Pacheco, Toño Salazar, Eduardo Aviles Ramírez, Mariano Brull, Miguel Ángel Asturias y muchos otros más, incluyendo al propio Carpentier. En efecto, a partir de abril de 1928, Carpentier comenzó a en viar crónicas a dos revistas de La Habana; Social, tan importante para el grupo minorista, y Carteles. En nada debe extrañarnos el hecho de que su primera crónica haya sido sobre Man Ray. Su colaboración, sin embargo, no se limitó a revistas cubanas. A partir de ese mismo mes de abril comenzó a trabajar ESCRITORES DE AMÉRICA LATINA EN PARÍS. Carmen VÁSQUEZ. Alejo Carpentier en París para La gaceta musical, revista en español publicada en París y distribuida tanto en América Latina como en Europa. Para La gaceta musical Carpentier redactó numerosas reseñas: sobre Debussy, sobre Stravinsky, sobre Villa Lobos. Esta última es de un interés singular. Valiéndose del gran compositor brasileño y de su obra, que analiza como entendido musicólogo, Carpentier lanza una critica al llamado exotismo latinoamericano, presentando una visión particular de la América Latina. Allí no solamente se lee la influencia que tuvo en él la obra de Fernando Ortiz, no solamente se ven sus propias investigaciones sobre el folklore en general, se lo ve llegar a lo esencial: Recientemente, un conocido editor parisiense me hablaba de las posibilidades de lanzar una colección de libros de autores latinoamericanos, traducidos al francés, Rogándome que hiciera una lista aproximada de obras que pudieran incluirse en esa serie. Se deseaban obras «llenas de carácter» y que presentasen aspectos diversos del «espíritu y la vida de Latinoamérica». Al hacer la lista en cuestión, tuve la penosa sorpresa de ver cuan pocos escritores de nuestro joven continente se han aplicado a tratar, con verdadera amplitud, con miras a situarse en la literatura universal, los temas vernáculos... Europa no trata de sojuzgamos. En ella encontramos la disciplina que nos falta; en ella vemos desarrollarse las ecuaciones que permiten resolver los problemas del métier; en ella solemos hallamos..
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