UNIVERSIDAD DE BARCELONA DOCTORADO EN FILOSOFÍA TESIS DOCTORAL PALABRA Y PENSAMIENTO EN BORGES La reflexión filosófica borgeana a través del análisis de su poética NOMBRE DEL DIRECTOR: Catedrático Dr. Eudaldo Forment Giralt NOMBRE DEL DOCTORANDO : Liliana María Naveira de del Valle Mar del Plata, Argentina, agosto de 2003 I. INTRODUCCIÓN 1. REFLEXIÓN INICIAL “Y díjome el Señor: Falsamente vaticinan en mi nombre los profetas: yo no los he enviado, ni dado orden alguna, ni les he hablado, os venden por profecías, visiones falsas y adivinaciones e imposturas, y las ilusiones de su corazón.” Jeremías, 14 , 14. Las palabras de la Sagrada Escritura iluminan, como prístina luz, el camino de los estudios sobre la divinidad y, en general, todo estudio referido a temas de interés, máxime si se trata de acercamientos a los alcances del lenguaje. Y ello porque el Libro Sagrado puede erguirse en paradigma de la utilización del don de la palabra, de la Lengua de que hemos sido dotados los hombres, como vínculo de acercamiento a lo espiritual. No escapa a los investigadores de los textos el hecho de que existen, en la Biblia, entre los múltiples procedimientos de referencia del lenguaje, infinitas variaciones en los intentos por nominar lo Innominado, por acotar a través de una denotación, siquiera en forma aproximada, los nombres del Señor. No es el único procedimiento en el que la palabra intenta cercar la significación de conceptos en los que se hallan presentes nociones inabarcables por los simples términos de Bien – Mal, Cielo – Infierno, Cuerpo – Alma, Fe 1 – Razón, dualidades implicadas todas ellas en lo que atañe a un problema que ha desvelado a los estudiosos desde el comienzo de las especulaciones filosóficas. Nos referimos, en fin, al problema mente—materia, o cerebro—mente, cuestión medular respecto de nuestra introspección como individuos y seres espirituales. Pero asimismo, a la relación que las palabras poseen con respecto al intento por reflejar, siquiera en sus notas más superficiales, los pormenores del pensar, problema esencial que es implicado con el nombre de teoría del conocimiento. Pese a la pobreza de la lengua ante temas tan profundos, numerosos son los intentos por demostrar la validez o no de nuestras palabras en tanto reflejo de la idea, --más aún si ello implica la inclusión de términos relacionados con la sacralidad--, pero, a nuestro juicio, puede ensayarse, sin embargo, un intento de clarificación. La naturaleza del lenguaje, como vehículo de significado y, por tanto, de conocimiento, es reconocido, desde la Antigüedad, en su relación más profunda entre palabra y pensamiento. Aunque mero reflejo, el nombre puede, sin embargo, apelar por su significación no sólo a lo material, sino al espíritu, a la elaboración de mundos posibles y cosmogonías, y permite codificar en palabras la interpretación que todo ser humano hace del mundo. Sabemos que los problemas que implican el tratamiento del lenguaje no son en absoluto nuevos. “La problemática por el origen y por la naturaleza del lenguaje –dice Cassirer— es en el fondo tan antigua como la pregunta por la naturaleza y el origen del ser”.1 Atenta a tal apreciación, la Filosofía está de acuerdo en definir al lenguaje como “un sistema de signos voluntariamente empleados con el fin de expresar el pensamiento”.2 Se recalca, en toda definición provisional sobre la especulación que atañe al lenguaje, que, además, el hombre se vale de él para transmitir sus sentimientos y emociones, aunque para lo último, en muchos casos, éste resulte esencialmente pobre y deba ayudarse con otro tipo de “lenguaje”;3 o bien, en numerosas ocasiones, se plantee el silencio como única salida 1 CASSIRER, E., Philosophie der symbolischen formen; 1923, I, 35, citado en FERRATER MORA, J., Diccionario de filosofía; Buenos Aires, Sudamericana, 1969, t.1, p. 537. 2 LAHR, C., Curso de filosofía; Buenos Aires, Estrada, 1947, p.597. 3 Nos referimos, en este caso, a los llamados lenguajes de los gestos, de la mirada, etc. Al respecto, y para un enfoque de carácter gestual del lenguaje, véase MERLAU- PONTY, M, Fenomenología de la percepción; México—Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1957, especialmente el capítulo VI: El cuerpo como expresión y la palabra”, del que transcribimos el siguiente párrafo significativo: “La imagen verbal no es más que una de las modalidades de mi gesticulación fonética, dada con muchas otras en la conciencia global de mi cuerpo” (p.198). Y más adelante: “Es preciso que la palabra y la expresión dejen de ser una manera de designar al objeto o el pensamiento, para convertirse en la presencia de este pensamiento en el mundo sensible, y no en su sentido, sino en su emblema o en su cuerpo” (p.200). 2 ante el misterio y lo inefable. Interesa destacar, pues, que en definitiva, todo discurso se halla entonces íntimamente ligado al pensamiento que se tenga de la realidad a la que se pretende aludir. ¿Qué acontece, por lo contrario, si abandonamos la necesaria relación entre la riqueza plurisignificativa del concepto y la imagen acústica que lo representa? ¿Qué sucedería si, en vez de reconocer la habilidad simbólica del lenguaje, sólo consideráramos que manejamos un código de signos arbitrarios? ¿Seguiríamos pudiendo pensar en lo trascendente? Las páginas que siguen intentan, con humildad, descorrer tenuemente el velo de este misterio. 3 2. PROPÓSITOS El motivo general que guía el presente trabajo es el de examinar la forma en que, en la Modernidad, la palabra ha ido sufriendo un progresivo y sostenido desarraigo en el ámbito referente a la significación, a punto tal que los significantes han perdido en ocasiones su ligazón –religazón-- con el concepto básico que apela al referente. En efecto, desde diferentes ciencias que implican una construcción cultural, mediada por el lenguaje en tanto vehículo de pensamiento, puede advertirse, a partir del siglo XX, un sostenido deterioro de las posibilidades lingüísticas, semánticas y, sobre todo, filosóficas, inherentes a la significación, en el empleo de términos que más bien desacralizan la realidad, en vez de referirla a su contenido anímico, hasta despojarla de la base espiritual que la lengua posee per se, en tanto reflejo del pensamiento y puerta de acceso a la inquisición. En efecto, como surge del análisis de la Modernidad, un vasto e interesante campo de análisis especulativo puede desplegarse sobre la base de esta desacralización de la palabra. Pero, ante la magnitud del propósito que nos guía, surge la necesidad de cercar significativamente el postulado general que mueve esta tesis. Por lo mismo, permítasenos precisar nuestro objeto de estudio indicando que, como pertenecientes al ámbito de las Letras, y en el campo de la Literatura argentina en particular, nos ha interesado destacar para esta exégesis la figura de Jorge Luis Borges, no ya como maestro de la palabra, verdadero artífice de belleza, sino asimismo como pensador.1 En las letras argentinas, en particular, y aun en el ámbito de la cultura universal, se destaca la figura de Jorge Luis Borges, considerado por la crítica como poeta y hasta filósofo, es decir, como productor de páginas literarias en las que el leit—motiv es la inclusión de temas inherentes al ámbito de la Filosofía. A través de la lectura de sus obras, 1 Somos en todo conscientes de que la figura del escritor argentino no es la de un filósofo, pero pretendemos, a lo largo de estas páginas, tomar la obra literaria y el pensamiento de Jorge Luis Borges en tanto lugar filosófico. 4 en efecto, es posible descubrir a un narrador inquisitivo que, a la vez que medita sobre el valor de la palabra en la Modernidad, postula una Estética que conduce a la reflexión filosófica. La mayoría de sus textos nos remiten, por vía de una Poética, ya sea a lo metafísico –el problema del tiempo y del Ser-- , o a lo teológico –fundado en la cuestión de la Eternidad-- . Atentos a tal particularidad de la obra borgeana, es nuestro propósito, en esta tesis, investigar ese acercamiento a los grandes problemas filosóficos, planteados por el escritor argentino, a partir de la exégesis de su arte poética, teniendo siempre, como piedra de toque, delinear el objetivo general de una inspección minuciosa respecto del papel de la palabra en nuestra sociedad, palabra que, en un juicio preliminar, asoma a los ojos de los investigadores como desacralizada. Es por eso que, en un principio, atraídos por la obra del narrador argentino, descubrimos a priori cómo se produce en los escritos una invitación al lector hacia una concepción aparentemente desacralizada de ciertos conceptos caros a la Filosofía, tales como los de Bien—Mal, Cuerpo—Alma, Cielo—Infierno, Fe y Razón.1 Se lograría, con este procedimiento, una imbricación de la disciplina filosófica en la literaria, con visos de persuasión, respecto de la opinión de la Modernidad sobre los términos expuestos. Dichos pares de conceptos, por otra parte, no resultan en absoluto menores, por cuanto – repetimos— han sido objeto de opinión desde los comienzos del pensar humano, tanto como los esfuerzos por reducir la palabra a instrumento de belleza más que de verdad. Esta estrecha interrelación entre pensamiento y lenguaje, tema de meditación abundante a lo largo de la historia de la Filosofía, ofrece significativas posibilidades de análisis desde la Literatura, pero sobre todo desde lo filosófico, motivo por el que elegimos analizar la palabra en tanto camino a la especulación sobre el ser, en el escritor que nos ocupa. Movidos por tal inquietud, recorrimos la obra borgeana hasta obtener un corpus en el que, en nuestra opinión provisional, se ensaya primero una suerte de desacralización de la palabra, se hace uso de términos cuya connotación es altamente filosófica y se los subordina a una intención estética y, más tarde, se los desacraliza, obedeciendo sin dudas al mandato materialista del siglo XX, en donde parece primar lo pragmático por sobre lo ontológico.
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