Eterno Femenino.Qxd 2/2/09 12:45 Página 1 Eterno Femenino.Qxd 2/2/09 12:45 Página 2 Eterno Femenino.Qxd 2/2/09 12:45 Página 3

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Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 1 Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 2 Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 3 Ediciones ElCobre Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 4 Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 5 EL ETERNO FEMENINO Fernando Márquez Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 6 Colección Abyectos, dirigida por Luis Cayo Pérez Bueno Título original: El eterno femenino Diseño gráfico: G. Gauger Primera edición: febrero del 2009 ElCobre Ediciones, 2009 c/ Folgueroles, 7 , bajos 2 ª - 08022 Barcelona Maquetación: TGA Depósito legal: B. xx.xxx - 20097 ISBN: 978-84-96501-xx-x Impreso en España Colección promovida por Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados. Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 7 EL ETERNO FEMENINO Fernando Márquez ElCobre Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 8 Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 9 Índice Obertura –en pequeño 11 Mary Ann 17 Complementos 93 Antología sumarísima 225 Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 10 Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 11 Obertura –en pequeño Esther Peñas Aunque todavía escasas en lo numérico, las obras que van ataviando la colección «Abyectos», apadrinada por el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (Cermi) y cobijada en El Cobre Edi- ciones, se están convirtiendo en una delicada recom- pensa para el lector hostil a lo anodino. Desde su pri- mer título, con la firma de Marcel Jouhandeau, se han asentado en sus selectos butacones Kipling, Léon Bloy, Chesterton —por partida doble—, John Donne, Shelley y Dover, formando el club de las obras extrañas y bri- llantes. Deliciosamente «abyectas». Cuando Luis Cayo Pérez Bueno, el director de la co- lección, coincidió conmigo en la posibilidad de incluir en este notorio inventario a alguien patrio, coincidimos en dos nombres que tienen mucho en común: Leopoldo Panero y Fernando Márquez «El Zurdo». Réprobos y malditos, pero sobresalientes e inclasificables ambos, al primero lo descartamos por la facilidad de arribar a sus textos, profusamente reeditados. Del segundo estuvi- mos hablando largo y tendido. Quede, pues, en estas lí- neas, concentrado mi agradecimiento a mis dos admi- rados: a Luis Cayo, por el encargo de este volumen y su sostenida confianza; a Fernando, por la disposición y su virtuosismo para con la selección. 11 Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 12 El eterno femenino En este libro, uno puede disfrutar de una novela, quizás la novela de Fernando, Mary Ann, así como de un copioso y seductor compendio de textos que, a modo de marginalia, rescatan escritos aparecidos, entre 1982 y 2006, en distintas publicaciones (ABC, O Ma- rambo, El corazón del bosque —quizás el más sedicio- so y fascinante de los fanzines que vio la luz en nuestro país—, Amarillo Metropol, Discobarsa y Casatomada), fragmentos de otras novelas suyas (—Fe Jones, Todos los chicos y chicas y La canción del amor), piezas leídas en RNE, Radio 5, durante su colaboración con el pe- riodista Carlos Tena, entre 1989 y 1992, así como muestras de su lírica al servicio de la música (letras de canciones para La Mode, Kiki D’Akí o Vainica Doble, entre otros). Tratar de sintetizar el estilo, las inquietudes, las fo- bias y filias de Fernando Márquez «El Zurdo» (Ma- drid, 1957) es tarea tan compleja como inútil, porque ¿para qué reducir una realidad plural? ¿Por qué ilumi- nar un ángulo del escenario si sobre las tablas suceden, simultáneamente, otras perspectivas que completan y enriquecen? ¿Cómo diseccionar una tormenta en todo su esplendor orientando el bisturí hacia el espejismo del relámpago? Discípulo de las ambigüedades y desertor convenci- do de lo obvio, mentar su nombre es conjurar a Cirlot (él me regaló el Diccionario de los ismos, todo un sal- voconducto), a Hannibal Lecter (esa sofisticación por lo delicado, por lo bello, por lo educado en tiempos de coz y exabrupto), a Céline (el Céline febril y refinado de Viaje al fin de la noche) y a Ayn Rand (doy fe de que, de haberle conocido, Rand sabría que al menos alguien, 12 Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 13 Obertura –en pequeño Fernando, encarna sus ideales, los comprende, los glo- sa). Pero la esencia literaria de Fernando también con- cita a las Vainica Doble —él las rinde el merecido ho- menaje que restituye la injusticia a las que se vieron sometidas en los últimos tiempos-, a Mina, a Patty Pra- vo (otra »alma prava» del Infierno que describiese Dante), a Décima Víctima, Ilegales… Fernando Már- quez es Kill Bill en estado puro. Y mucho más. Pero ge- nuino. En él no hay pastiche, ni copia ni reproducción. Es todo una personal degustación del límite. Cuando leí por vez primera Mary Ann pensé que otro mundo era posible, si se me permite la «perver- sión» de la frase pueril y nada bondadosa. La protago- nista, una talidomídica con poderes mentales, con un solo brazo (como una única ala tenía el ángel caído Abezetibú), se erguía de entre sí misma para enfundar- se el papel que exigía por derecho propio: el de heroína. Me quedé perpleja. Más allá de la Marvel, una historia así era inadmisible. Pero ahí estaba Mary Ann, «lo mental no quita lo pedestre», un ser insólito por encima de las personas «convencionales» (quienes «malgastan sus cinco sentidos en ser uno entre los seres sin ros- tros»), que no soporta la conmiseración y que tiene «una expresión dulcísima a pesar de ese rictus que le cruza media cara bajándole un párpado y subiéndole un extremo del labio». En ella se hacía cierta la querencia por la gente sincera «que ríe y llora», que odia «las máscaras de piedad». En una sociedad —hablamos de 1979-1980, cuando se escribió— que «no admite mutaciones» (ahora aún le cuesta), Mary Ann irrumpe, y es la suya una historia de humor, y de amor, y de vida. Mary Ann 13 Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 14 El eterno femenino como el reflejo de la Garbo, ambas conformando al dios Jano, el de los dos rostros, el de las dos mitades; Mary Ann exprimiendo cada instante, condensando cuanto merezca la pena, siendo; la Garbo como mito conformado, la Garbo humana parapetada en su pro- pia construcción, única y perfecta, aunque inalcanza- ble. El hombre moderno ya no las respeta. Por eso «después de la Greta vino el diluvio de lágrimas y du- das». El hombre moderno teme a sujetos como Mary Ann, que les recuerdan que son libres, y huye de seres como la Garbo, que les propone el mito. El hombre moderno se ríe de todo y pierde entonces lo sagrado. Mary Ann es una novela punk a capítulos, excitante, sugerente, voluptuosa, incorrecta toda ella. Por tanto, casi treinta años después, late. Su protagonista es «la voluntad hecha mujer». De los complementos o marginalia, recalcar que re- tratan a un Fernando agitado, efusivo, gozoso y siem- pre vehemente. «Pueden pasar casi dos siglos sin ti y volver a las andadas.» Las andadas de «El Zurdo» son lo oportuno, lo contumaz, lo revoltoso. Se agradecen textos más íntimos (¿alguno de los que aquí se presen- tan no lo es?), como la carta que le escribiese Cecilia, y la introspección que provoca, su pequeño ensayo sobre la cantante —breve sí, pero tan lúcido y acertado que a ver quién se atreve a no calificarlo así, de ensayo ur- gente-, el texto dedicado a su querida Olga Barrio («el agua/ separando el aceite/ de esta balsa conversa/ que corrompe utopías») o la paráfrasis de la exquisita can- ción de Rodrigo, «María y Amaranta». Lo extraordinario de estos textos es que, una vez que el lector se adentra en ellos, va descubriendo diferentes 14 Eterno Femenino.qxd 2/2/09 12:45 Página 15 Obertura –en pequeño ramificaciones argumentales que deparan otros nom- bres, ecos de otras pistas listas para ser seguidas, guiños hacia un universo tan vasto como lúcido, resonancias de hermanamientos a priori insólitos ante los que Fer- nando siempre encuentra un punto en común, un pasa- dizo comunicante. Eso hace de estas lecturas un mosai- co de erudiciones, fascinaciones, entusiasmos... un crisol renovado sobre el que volver y no cansarse. Y ello con la desfachatez de quien no teme a nada ni le preocupa que alguien se sienta incómodo, porque no busca la recompensa necia del halago sino una lealtad hacia sus convicciones, que pueden o no ser las nuestras, pero a las que respeta, y eso hace que se las respete. Su jornal es la búsqueda insaciable de la verdad, aunque ésta magulle. No le estremecen tampoco las cicatrices. Pero más allá del valor literario, Fernando Márquez «El Zurdo» es, en sí mismo, un personaje fascinante. Blanco continuo de sospechas, desacorde en los menti- deros de los interesantes, se le ha confinado al ostracis- mo y desterrado al lazareto del silencio público, negán- dole todo lo que él ha aportado a la cultura de este país. Las palabras suenan rimbombantes, pero son ajusta- das. Sin él, la tan exprimida «movida» no hubiera sido. O hubiese sido otra cosa. A él se debe el honor, junto a Carlos Berlanga, Alaska o Enrique Sierra, de prender la bengala de esa explosión artística que surgió a finales de los setenta y que duró hasta que Mecano «profesio- nalizó» la música. Él, pues, es uno de los padres de la criatura, si bien nunca quiso sacar los réditos que de la misma otros succionaron sin arte ni parte.

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