Tripa Compadre General Correcc Compadre General

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TRIPA COMPADRE GENERAL CORRECC:COMPADRE GENERAL 28/10/09 03:39 p.m. Página III CompradreGeneralSol TRIPA COMPADRE GENERAL CORRECC:COMPADRE GENERAL 28/10/09 03:39 p.m. Página IV TRIPA COMPADRE GENERAL CORRECC:COMPADRE GENERAL 28/10/09 03:39 p.m. Página V Jacques Stephen Alexis CompadreGeneralSol Traducción AMELIA HERNÁNDEZ M. TRIPA COMPADRE GENERAL CORRECC:COMPADRE GENERAL 28/10/09 03:39 p.m. Página VI 1a edi ción en Monte Ávila Editores, 2009 IMAGEN DE PORTADA Carolina Marcano G. DIAGRAMACIÓN Sonia Velásquez / Carolina Marcano G. CORRECCIÓN Rosa Linda Ortega © MON TE ÁVI LA EDI TO RES LA TI NOA ME RI CA NA, C.A., 2009 Apar ta do Pos tal 70712, Ca ra cas, Ve ne zue la Fax: (58-212) 263.8508 www.monteavila.gob.ve He cho el De pó si to de Ley De pó si to Le gal Nº lf50020098004061 ISBN 978-980-01-1750-7 TRIPA COMPADRE GENERAL CORRECC:COMPADRE GENERAL 28/10/09 03:39 p.m. Página VII Prólogo La noche respiraba fuerte. No había nadie en la explanada. Ni un gato. Entonces una sombra más oscura que la noche salió con pies ligeros, como un corifeo parpadeante. Las sombras en la madrugada le lamían el cuerpo, a brincos de pulga. Esta noche, el viejo suburbio estaba azul-negro. Toda la ba- rriada Nan-Palmiste, que se pudre como una llaga infectada en las márgenes de Puerto Príncipe, maceraba en un caldo ultra- marino, una verdadera sopa de kalalou-djondjon1. Velos violáceos, precursores de la aurora, cubrían el cielo de ébano. Y el hombre de sombra ondeante se escurría, deslizándo- se por la explanada a pasos apresurados. El amanecer estaba fresco, muy fresco; las casuchas parecían casi rosadas. «No… no hay nadie, ni un hombre, ni una gata2…», pensó Hilarion. Se rió, y sus dientes-mármol relucieron en la oscuridad. Ese negro iba casi desnudo. Casi, casi desnudo. Un negro azul, de tanta sombra que era, de tan negro que era. Seguía avanzando. Una lechuza de plumas rizadas soltó su risa socarrona y si- niestra en la noche. El negro se estremeció ante esa señal de mal agüero; se le erizaron todos los pelos, pero siguió adelante. Es que Hilarion iba sin su ángel custodio, tan concentrado en sus 1 Sopa popular haitiana con pequeños hongos negros (N. del A.). 2 En el original: … pas une chatte. La expresión usual en francés es: pas un chat, y equivale a «no hay ni un gato». El femenino (chatte) se refiere al sexo femenino (N. de la T.). VII TRIPA COMPADRE GENERAL CORRECC:COMPADRE GENERAL 28/10/09 03:39 p.m. Página VIII reflexiones que se le salían por la boca en voz alta. Hablaba con voz muy alta en la semi-oscuridad. En voz muy alta, como los locos, que no dejan la boca en paz. Así es, basta con poca cosa para que un pobre infeliz se vuelva loco. La miseria es una mujer loca, yo que te lo digo. La conozco, a esa zorra la he visto vagabundeando en las ca- pitales, en las ciudades, en los suburbios de la mitad del pla- neta. Esa hembra rabiosa es la misma en todas partes. Por su culpa, en los andrajos de todos los muertos de hambre se es- conde el puñal de un asesino. O de un loco, es lo mismo. Hembra rabiosa, hembra flaca, madre de cerdos, madre de putas, madre de todos los asesinos, bruja de todas las degra- daciones, ¡la miseria, ajá, le escupo encima! En la montaña, en el cerro, allá, un tambor pequeño se desgrana, inexorable, quejándose sin descanso. Un pequeño tambor que pide perdón a la vida… ¡esta vida tan dura y tan suave! esta vida que daña a tantos hombres… La montaña es- tá echada ahí, como un animal dormido. Un tambor pequeño, estúpido y punzante como una jaqueca. Es África pegada a la piel del negro como una concha, África pegada al cuerpo del negro como un sexo supernumerario. África que no deja en paz al negro, de cualquier país que sea, adonde vaya o de donde venga. En Haití, todos los tambores hablan de noche. Uno quisiera que desaparecieran para siempre, que reventaran, los tambores tristes, los tambores enfermizos, los tambores punzantes y que- jumbrosos, los tambores que te hacen entrar en éxtasis y en cri- sis, los tambores que piden perdón a la vida. Todas las noches, la miseria y su desesperanza ponen el corazón a latir de quejas, es el tambor pelado y desgarrador del vudú y sus misterios… y todos los días triunfantes, el tambor de la vida conquista su lu- gar, el tambor alborozado, el alegre tambor yanvalú, el tambor risueño de la conga, los altos y claros tambores cónicos que cantan a la vida. Pero en esta madrugada malsana, con su clari- dad sombría pegajosa, sólo hay un tambor negro hablando co- mo si las propias sombras se pasmaran de miedo. VIII TRIPA COMPADRE GENERAL CORRECC:COMPADRE GENERAL 28/10/09 03:39 p.m. Página IX El negro se pasó la mano por la frente: «¡A la mierda, ca- rajo!», dijo. Y lo repitió: «¡A la mierda, carajo!», dándose un manotazo en el abdomen descubierto para aplastar un mos- quito, el mosquito que le chupa la sangre. Es que sus andra- jos tenían agujeros como ventanas, para que se le vieran las miserias del cuerpo. Se quedó acechando. Examinó todo y por todas partes, cuidadosamente. El pasaje estrecho que da al callejón donde él se disimulaba era un magma, una laguna de fango fresco, tornasolada bajo las estrellas. Unas piedras grandes estaban puestas ahí para pasar sin mojarse los pies. El pasaje estaba bordeado por la empalizada de la cabaña de Yaya, la lavan- dera. Sor Yaya, la llamaban, hermana Yaya. Porque los ne- gros verdaderos, tú sabes, todos son hermanos y hermanas… La casucha a la derecha tenía un revestimiento de barro seco que dejó en la mano de Hilarion, cuando se apoyó encima una capa de polvo. Hilarion seguía adelante, saltando de piedra en piedra, como distraído y a la vez cuidando de no enlodarse la planta ƒde sus pies descalzos. Al otro lado se derrumbaba lo que quedaba de una cabaña, una pared de tablones llenos de come- jén, que había perdido su encalado desde hacía tiempo. La noche volvió a respirar, con dificultad, como una vieja abuela. «Desde los tiempos de los tiempos», habría dicho la tía Christiana. Tía Christiana sí que era una verdadera negra, compadre, una buena mujer, pues. Desde los tiempos de los tiempos, des- de los tiempos de aquella guerra por los flejes de barril, la guerra de todos los negros de Haití, la guerra de Dessalines3 3 Jean-Jacques Dessalines, el más radical de los próceres de la independen- cia haitiana, ordenó en 1803 la masacre de la población blanca. En 1804, conquistada la independencia, la nueva república se dividió en dos. Dessalines se coronó emperador de la parte Norte y se convirtió en tirano, perdiendo el apoyo de la nueva clase dirigente. En 1806 fue asesinado por los suyos (N. de la T.). IX TRIPA COMPADRE GENERAL CORRECC:COMPADRE GENERAL 28/10/09 03:39 p.m. Página X que no quiso ver ni un blanco más en el país, ni un blanco malo, por supuesto. Desde los tiempos de los tiempos, desde que el pepinito se pelea con la berenjena, como decimos por acá en broma. Noso - tros, los negros, siempre estamos bromeando. Cuando esta- mos sufriendo, reímos, bromeamos; cuando morimos, o sea cuando dejamos de sufrir, reímos, cantamos, bromeamos. Pero como iba yo diciendo… sí, la pared de una cabaña… Estoy hablando demasiado, ¡deja esa boca en paz! una pared de tablones que mantenía de pie, plantada ahí, esa vieja casu- cha que amenazaba con agacharse, que quería tirarse de cabe- za en la ciénaga. Sobre el tejado de esa cabaña alardeaban un gallo y un pez. Un pez de escamas oxidadas, un gallo brioso con la cola rota, que hablaban de la maldad del viento y el sol, en el día. Un gallo y un pez deslavados por el viento, por el sol y el agua de las lluvias nocturnas. Y en eso, un gallo se puso a cantar. El gallo de pelea de Ti- Luxa, amarrado al final del patio. Un buen gallo para la apuesta… «¡Kíkirikí…!». Al gallo de Ti-Luxa, tú puedes apostarle seguro. Todos los gallos de Puerto Príncipe le contestaron. En Puerto Príncipe los gallos cantan toda la noche. «¡Kíkirikí…!». El cuerpo de Hilarion se estremeció todo. Ojalá no se des- pierte el hermano Ka. Sabrá Dios que le tiene ese viejo macaco, pero casi no duerme de noche y se levanta con las primeras lu- ces. «¡Kíkirikí…!». Afortunadamente, en Puerto Príncipe, de noche nadie oye los gallos cantar. No obstante, Hilarion caminó más rápido, tanto que por poco tumba esa cabaña, a la izquierda. Arqueada, apestosa, agujereada como una cesta vieja, daba la impresión de bam- bolearse cada vez que la noche respiraba. Estaba construida con algunas cajas inservibles: como los pobres negros en los suburbios de Puerto Príncipe no tienen dónde caerse muertos, los negros ricos o los mulatos ricos —es lo mismo— mandan X TRIPA COMPADRE GENERAL CORRECC:COMPADRE GENERAL 28/10/09 03:39 p.m. Página XI construir esas ajoupas, esas cabañas de madera… unas cuan- tas cajas viejas que habían contenido arenque ahumado, jabón o carne en conserva, y ahí tienes una casa que se alquila bien, una barraca buena para los que trabajan, para esos negros su- cios.

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