ANTONIO AVITIA HERNÁNDEZ EL CAUDILLO SAGRADO Historia de las Rebeliones Cristeras en el Estado de Durango Tercera edición, México, 2006 El Caudillo Sagrado Tercera edición, 2006 Copyright 54123 Derechos reservados Antonio Avitia Hernández [email protected] 2 Introducción La gestación de las guerras cristeras mexicanas del siglo XX tiene sus antecedentes en las pugnas por el poder político, entre los sectores católicos conservadores o tradicionalistas y los grupos políticos emergentes, triunfadores de la Revolución Mexicana; así como en la conformación de sindicatos, organizaciones y partidos políticos católicos de oposición al régimen revolucionario como la Acción Católica de la Juventud Mexicana ACJM, la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa LNDLR y el Partido Católico, con base ideológica en las doctrinas del Catolicismo Social surgidas en la Encíclica Papal Rerum Novarum, aunque en Durango, durante su desarrollo, las guerras cristeras involucraron a sectores indígenas y campesinos, cuyos móviles tuvieron más de sobrevivencia étnica que de pugna política, en la defensa del último territorio que, en los bosques, los capitales madereros no habían tocado. Al avanzar las hostilidades se vería que estos grupos indígenas y campesinos no eran fácilmente controlables y protagonizarían la más larga guerra de la región. A principios de los años veinte del siglo XX, en diversas entidades de la República, peleando por la recuperación del poder que habían perdido en la Revolución, los católicos organizados se enfrentaron al jacobinismo revolucionario del llamado Grupo Sonora, sector político que, al imponer su modelo económico, se caracterizó por su extremada violencia y anticlericalismo, como forma directa de establecer su hegemonía. En el afán de imponer su hegemonía, ambos grupos beligerantes no dudaron en involucrar, como sus aliados, a las masas campesinas, ya como cristeros o como agraristas, cuyos intereses poco o nada tenían en común con la pugna entre jacobinos y tradicionalistas. El suceso que desató abiertamente las hostilidades por el poder, entre los dos bandos, fue la suspensión de cultos del 31 de julio de 1926, decretada por el Episcopado Mexicano, como respuesta a la entrada en vigor de la llamada Ley Calles que lesionaba directamente los intereses de la Iglesia y los conservadores, 3 al limitar el campo de acción del Clero, afectando sus bienes terrenales y confinando la libertad de conciencia. Las hostilidades se extendieron a sectores, como los indígenas de Durango, para quienes la libertad de conciencia y la suspensión de cultos era algo indiferente y cuyas banderas de lucha tenían más razones económicas y de sobrevivencia, que de libertad de conciencia y poder político. En la historia nacional, el lapso de los años 1926 a 1929 es crucial, ya que en ese periodo se instala el sistema político que más ha tiempo perdurado en la historia contemporánea del país. El nuevo Estado Mexicano estableció su hegemonía sostenida por su propio aparato burocrático y militar y por un fuerte estrato social privilegiado, producto de la Revolución. En el momento en que el nuevo Estado Mexicano es visto como la espada fuerte del poder emergente, se suscitaron las Cristiadas como movimientos de masas; sobre todo campesinas, políticamente independientes; indiferentes a los bandos instigadores y que se desarrollaron, actuando un rol de importancia excepcional, a causa de su alcance geográfico, su larga duración y el carácter popular de sus rebeliones, al desvincularse de los grupos tradicionalistas católicos citadinos. La Cristiada, según Jean Meyer: Fue un movimiento de reacción contra lo que nos hemos puesto de acuerdo en llamar la Revolución Mexicana, una revolución que aceleraba la empresa modernizadora del régimen anterior y resucitaba la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. El pueblo se moviliza entonces, sobre la base de la legítima defensa, frente al anticlericalismo tan radical como brutal. 1 La Cristiada tuvo, con la insatisfacción de sus actores regionales de la Primera Rebelión, un poco conocido segundo brote guerrero, producto del despojo de tierras; de las políticas agraristas ejidales para indígenas y mestizos del sur del estado; de la limitación de cultos, la educación socialista y la represión política para la Iglesia y los conservadores. Durante el brote de la Segunda Rebelión Cristera, por incompatibilidad de intereses, en el estado de Durango los 4 conservadores y la Iglesia, como instigadores de la guerra, se desvincularon, definitivamente de sus aliados, los guerreros indígenas y mestizos serranos. Leña de fogatas distantes. El primer enfrentamiento entre la Iglesia y sus aliados; conservadores, campesinos e indígenas, contra el Estado Mexicano y sus adeptos en el país, que arrastró a otros sectores de la población, llegó a tener 50,000 hombres alzados que perturbaron la paz de diversas regiones de los estados de Jalisco, Michoacán, Nayarit, Durango, Guerrero, Colima, Puebla, Zacatecas, Aguascalientes, Guanajuato, Sinaloa, Estado de México, San Luis Potosí, Tlaxcala, Veracruz, Oaxaca, Tabasco y el Distrito Federal. Si bien, una buena cantidad de estudios sobre la Cristiada consideran que el foco geográfico principal de la rebelión fue la región de los Altos de Jalisco y El Bajío guanajuatense. 2 El Caudillo Sagrado. Los cristeros son guerreros que aunque tienen múltiples jefes regionales, de manera sorprendente, carecen de un líder humano que los aglutine y les dé identidad y nombre. Hasta el momento de la Primera Rebelión, de manera tradicional, los rebeldes mexicanos adoptaban el nombre de su caudillo o su causa; son villistas, nateristas, carrancistas, pelaecistas, zapatistas o bien constitucionalistas o anarquistas. Los cristeros en cambio atacan y mueren exclamando ante sus adversarios el grito de ¡Viva Cristo Rey! los llamaron Cristos-Reyes y después cristeros hasta llegar al convencimiento de que el jefe de aquellos insurgentes irredentos era su redentor, Cristo Rey, El Caudillo Sagrado. Los cristeros del sur de Durango luchaban contra la invasión a sus terrenos boscosos y por una forma de vida sincrética, indígena, comunal y mestiza que se 1 MEYER, JEAN. Historia de los cristianos en América Latina, México, Ed. Vuelta, colección La Reflexión, 1989, p. 239. 2 DÍAZ, JOSÉ Y RAMÓN RODRÍGUEZ. El movimiento cristero y conflicto en los Altos de Jalisco, México, Ed. Era,1979. Ver también BAILEY, DAVID. ¡Viva Cristo Rey! The Cristero Rebelion and the state conflict in México, Austin and London U.S.A., University of Texas Press, 1974. 5 veía atacada por el avance de los programas del gobierno y de las compañías madereras en la zona. Ya desde su nombre, bautizado con fuego, la Cristiada y los cristeros no pueden ser analizados a la luz de la razón pura, o con la exclusividad numérica de la historia económica sino más bien en el terreno de la subjetividad del imaginario colectivo, en el cual es posible la existencia del divino jinete con espada Santo Santiago Apóstol, tocado con sombrero charro, apoyando en las batallas a los mestizos e indígenas del Mezquital y la imagen de la Virgen de Guadalupe protegiendo a los soldados de su hijo encarnado, mandando neblinas que obscurecen el camino y confunden a las tropas federales y agraristas en los campos de batalla. Un imaginario colectivo tepehuán, mexicanero, cora y huichol en el que se confunden los mitos y ritos del mitote con la Semana Santa, en un sincretismo que intenta la sobrevivencia de los bosques de la Sierra Madre y la resistencia a la extensión vital de las etnias más indomables de Aridoamérica; Aztecas del norte o mexicaneros, tepehuanes, coras, huicholes y mestizos que más tienen de indígena que de europeo; confunden sus deseos, frustraciones y resentimientos, en torno a lo único que puede integrarlos: Ixcaitiungu, ¡Cristo Rey y la Santísima Virgen de Guadalupe! Según Jean Meyer: Estamos en presencia de una conciencia religiosa centrada en un hecho histórico (el conflicto de 1926), pero también metahistórico con su grito de "Viva Cristo Rey" sellan un pacto con la divinidad. Y eso implica una conciencia histórica y metahistórica en los sobrevivientes, que tratan de comprender lo que han vivido. 3 El premio a la muerte en la lucha por lo subjetivo no es de poder, ni de bienes terrenales, es la vida eterna a la diestra de Dios o a la diestra de Ixcaitiungu (el que gobierna, héroe cultural de la mitología tepehuán que tiene aspectos parecidos a Quetzalcóatl), que en otra visión del mundo es un don más valioso que la vida en este Valle de Lágrimas, y con la garantía de la santificación 3 MEYER, JEAN. Op. Cit., p. 241. 6 inmediata y sin necesidad de juicio de beatificación o canonización, en la obediencia a un sistema de ideas diverso al del catolicismo criollo. El saldo rojo. Desplazamientos y emigraciones masivas, descalabro de los sistemas agrícolas de las zonas de guerra y desmantelamiento de diversas industrias, además de la discordia política y la generación de enconos al interior de las poblaciones fueron, entre otros muchos, los resultados no evidenciados de la Primera Rebelión Cristera. En los recuentos que, en 1973, presentó Jean Meyer, en su libro La Revolución Mejicana, el saldo rojo de la Primera Rebelión Cristera se presentó de la siguiente manera: 90,000 combatientes en tres años; 12 generales, 70 coroneles, 1,800 oficiales, 55,000 soldados y agraristas. Y 30,000 cristeros. Quedan todavía por contar las víctimas de la población civil, pero esta operación es imposible de efectuar, pues es preciso tener presente los efectos de la reconcentración, de la carestía de víveres, de las epidemias. 4 En el año de 2004, el mismo Jean Meyer, en su libro Pro Domo Mea. La Cristiada a la Distancia, con base en información oficial, aclaró el punto de las cifras de las bajas durante la Primera Rebelión Cristera: En mi libro no aparecen cifras fundamentadas en cuanto al costo en vidas humanas del gran episodio bélico, tampoco del costo económico: unas anotaciones impresionistas, nada más.
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