El Paisaje Megalítico De Antequera Como Patrimonio Mundial

El Paisaje Megalítico De Antequera Como Patrimonio Mundial

PROPUESTA DEL PAISAJE MEGALÍTICO DE ANTEQUERA COMO PATRIMONIO MUNDIAL Situación El hecho de que en algún lugar del planeta aparezca una manifestación cultural caracterizada por un excepcional refinamiento, como es caso del paisaje megalítico de Antequera, (Andalucía, España) nos conduce de forma inmediata a interesarnos por las circunstancias que concurrieron entonces en aquel lugar. Unas circunstancias que, en Antequera, resultan particularmente reveladoras. Se trata de un espacio situado en el confín meridional europeo, en la vecindad de las Columnas de Hércules, donde confluyen los mares atlántico y mediterráneo. Tan singular emplazamiento encuentra su explicación geológica en la colisión de las placas continentales africana y europea, de la que se ha derivado su accidentada orografía. El paisaje desde Torcal Foto Javier Pérez Tales circunstancias, en el contexto de un clima mediterráneo, con su característica luminosidad, han provocado la creación de un paisaje de extraordinaria claridad perceptiva, donde la figura bien definida de un círculo de escarpadas montañas proveedoras de agua, destaca sobre el fondo irrigado de la llanura de la vega. Vista de la Vega de Antequera Foto Javier Pérez Se trata de una configuración paisajística en la que las favorables condiciones para los asentamientos humanos proporcionadas por la fertilidad de la tierra se refuerzan con su papel de nudo de comunicaciones de larga distancia. Allí, los movimientos Este Oeste, propiciados 1 por la fosa creada al resguardo del macizo bético como huella de la antigua conexión entre los dos mares, que, tras su elevación en tiempos geológicos, fue sustituida por la actual conexión en el Estrecho de Gibraltar, se cruzan con los Norte Sur, que desde las ensenadas costeras de Málaga y Vélez Málaga se dirigen al interior de la Península Ibérica y el continente; unos recorridos facilitados por las aperturas que allí se producía en la continuidad del espinazo montañoso. Mapa de Andalucía Dolmen de Menga La cultura del megalitismo En ese medio favorable se produjo en el periodo neolítico-calcolítico el nacimiento de una cultura con manifestaciones de excepcional monumentalidad. El ejemplo más representativo es el conocido como cueva de Menga, uno de los dólmenes de mayores dimensiones del continente europeo, al punto de que la construcción adintelada hubo de reforzase con pilares interiores, una solución arquitectónica única entre los megalitos conocidos. 2 Menga, interior del dolmen. Foto Javier Pérez La singularidad de este monumento condujo a que en la elaboración del propio concepto de megalitismo por la arqueología del siglo XIX Menga apareciera como un elemento modélico dentro del reducido grupo compuesto por los bien conocidos monumentos británicos de Stonehenge y Averbury y los bretones del entorno de Carnac. Ahora bien, junto con el énfasis en la erección de grandes piedras, en la materialidad de la piedra, que constituye el factor común que define el concepto de megalitismo, aparecen aquí otros aspectos igualmente relevantes, como son: el manejo del espacio vacío interior, el uso del color y las relaciones dinámicas establecidas por el fluir del agua y la red de caminos. Pero, fundamentalmente, lo que caracteriza a la cultura del megalitismo antequerano es la íntima relación con la naturaleza que se verifica en cada uno de esos aspectos. El espacio vacío, Aguilillas Fotos Javier Pérez, El color, grafía geométrica en Alora 3 Laguna de Herrera. Foto Javier Pérez Si en la definición canónica de megalitismo, la condición monumental se alcanza mediante el levantamiento de grandes piedras, labradas o no, en Antequera asistimos a una expansión de ese concepto: la adjudicación del carácter monumental a las propias rocas naturales que aparecen destacadas en el paisaje, lo que supone un salto cualitativo en el propio concepto de monumento. Peña de los Enamorados. Foto Javier Pérez El signo, el marcado El primer instrumento utilizado a tal fin es el de la señalización. El procedimiento más común y simple es el signado gráfico de la roca mediante la pintura o el grabado. Se trata de una grafía esquemática, casi desprovista de contenido figurativo, o sumamente abstraído, hasta llegar 4 hasta la pura impresión digital, cuyo valor se desprende de esa función de marcaje, como sucede en los casos del abrigo de Matacabras, en la Peñas de los Enamorados, de Las Grajas y tantos otros. A tal fin se acude a las formas más elementales de señalización como es la digitación en forma de improntas puntuales o la traza dinámica de líneas. Junto a estas marcas elementales se acompaña ocasionalmente la abstracción elemental de la figura humana, coma muestra de la humanización del lugar. Grafía de Matacabras Grabado Fotos Javier Pérez Es un fenómeno que resulta entendible a luz de las modernas teorías de la percepción, según las cuales, una vez que un objeto ha sido identificado y señalado mediante una marca, el posterior proceso de captación sensible ya no se verifica a través de la percepción de la marca sino a la del objeto en sí. Pero, para que el proceso de señalización tenga una difusión pública que supere a la del “artista” individual que traza el signo, habría que partir de la hipótesis de atribuir a la acción señalizadora un carácter ritual en la que participase el grupo interesado en la marcación territorial. Una hipótesis verosímil a la luz de los distintos elementos de tipo ceremonial que se han reconocido en el entorno del abrigo con arte más relevante territorialmente como es el de La Peña. Ello también podría explicar la función de algunas grafías situados en ámbitos restringidos, como es el Tajo del Molino o, aún en mayor grado, la cavidad del interior de los sepulcros, lugares de ritualización por excelencia, a la que la aplicación de signos parece atribuir un carácter de microcosmos similar a la de las precedentes cavidades paleolíticas. 5 Grabados de Menga El sentido, La orientación Equinoccio en Viera Foto Javier Pérez El segundo procedimiento, que requiere unos medios más complejos de índole arquitectónico, es el de constreñir la mirada para enfocarla al elemento natural escogido. El instrumento aplicado a tal fin es de la orientación precisa del espacio arquitectónico de los megalitos. Es un procedimiento por el cual, mediante la construcción de corredores, más o menos largos, se dota de sentido, de una dirección normativa, terrestre o celeste, a la visión del territorio. Se trata de un expediente ampliamente documentado respecto a la orientación solar, pero menos conocido por lo que respecta a las referencias terrestres. Un aspecto para el que, en Antequera, se ofrece el testimonio excepcional del dolmen de Menga, orientado a la Peña de Los Enamorados. Se trata de un cambio de gran trascendencia, por cuando el elemento terrestre señalado adquiere la condición de sacralidad habitualmente reservada a la esfera celeste. 6 La Peña desde Menga Foto Javier Pérez Los rasgos naturales, una vez señalados por uno u otro procedimiento, se convierten, junto con los propios megalitos, en verdaderas señales de tráfico dispuestas a lo largo de los caminos. La Peña y, en menor escala los propios dólmenes, se configuran así como un faro terrestre, visible desde la lejanía, que ha orientado a lo largo de la historia a los viajeros que se acercaban al lugar, un importante nudo de vías naturales donde se cruzan los itinerarios de largo recorrido Norte-Sur y Este-Oeste. Mapa de caminos La mímesis El tercer instrumento utilizado, con un carácter aún más complejo, es el de la mímesis, el procedimiento esencial a toda manifestación artística en la concepción clásica aristotélica. Los monumentos megalíticos, a pesar de, o más bien debido a, su gran escala, junto con las consabidas referencias a las precarias arquitecturas domésticas, se presentan usualmente como modelos de rasgos naturales del paisaje. 7 La función mimética aparece en una relación circular, el modelo a escala humana de las arquitecturas megalíticas conduce a la interpretación del elemento natural que supuestamente reproduce como un modelo ampliado, es decir, es capturado a través de su interpretación como artefacto cultural. Tal relación entre modelo y rasgo natural puede seguirse en cada uno de los distintos aspectos que señalábamos en la cultura megalítica antequerana: la materia (el volumen), el espacio y el color. Túmulo y montaña El túmulo de Menga En el primer aspecto, material y volumétrico, constituye un lugar común el reconocimiento del papel de los túmulos funerarios como una representación abstracta, en pequeña escala, del concepto genérico de montaña. Ello no obsta, para que ese concepto generalista encuentre manifestaciones concretas. Ta ocurre en Antequera con la notable semejanza, que ofrecen las formas redondeadas del cerro de La Camorra y de la sierra de El Humilladero, tal como son percibidos desde el abrigo de Matacabras, con la forma canónica de los propios túmulos antequeranos. Tan estricta adecuación del rasgo natural al modelo arquitectónico podría explicar la especial atención otorgada a estas montañas, como muestran las ricas grafías que allí se dispusieron. Dentro de la relación particularizada entre un determinado rasgo natural y su reproducción por la arquitectura, resulta de especial interés avanzar un paso más, cuando la mera relación mimética se complementa con la interacción física entre el modelo natural y su reproducción arquitectónica. El túmulo de Menga nos ofrece un magnífico ejemplo. En este caso, la elevación artificial del túmulo, al disponerse sobre la base de la colina natural, somete al rasgo natural a la mera condición de basamento de la construcción humana, de forma que construcción y soporte se perciben como un único monumento de dimensión ampliada. La cueva y el dolmen 8 Cueva de las Grajas. Foto Javier Pérez La relación mimética resulta aún más evidente en el caso de la oquedad, un concepto opuesto a la materialidad volumétrica. Para la concepción popular, el dolmen de Menga era una cueva natural y así se sigue denominando: Cueva de Menga.

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