Papus (Doctor Gérard Encausse)

Papus (Doctor Gérard Encausse)

Papus (Doctor Gérard Encausse) TRATADO ELEMENTAL DE CIENCIA OCULTA Explicación completa y sencilla de las teorías y de los símbolos de los antiguos autores esotéricos, los alquimistas, los astrólogos, los cabalistas, etc. Título del original: Tratado elemental de Ciencia Oculta © Edicomunicación, s. a., 2002 Diseño de cubierta: Quality Design Edita: Edicomunicación, s. a. C/. de las Torres, 75 08042 Barcelona (España) E-mail: [email protected] http://www.edicomunicacion.com Impreso en España /Printed in Spain Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del <Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier me-dio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. I. S. B. N: 84-7672-205-2 Depósito Legal: B-33.342-2002 Impreso en: CARV IG RAP C./Cot, 31 08291 Ripollet (Barcelona) 6 NOCIONES PRELIMINARES La Triunidad.- Correlaciones y analogías.- El Astral La Historia consigna el hecho de que los más grandes pensadores de la antigüedad que vio nacer nuestro Occidente, fueron a perfeccionar su instrucción en los misterios egipcios. La ciencia enseñada por los detentadores de dichos misterios, es conocida por distintos nombres tales como Ciencia oculta, Hermetismo, Magia, Ocultismo, Esoterismo, etcétera. Siempre idéntico en sus principios, este Código del saber constituye la Ciencia tradicional de los Magos, que ordinaria-mente designamos con la denominación de Ocultismo. La aludida Ciencia abarca la parte teórica y la práctica de un gran número de fenómenos. Una pequeña porción de ellos solamente, forma en la actualidad el campo del magnetismo y de las evocaciones llamadas espiritualistas. Tales prácticas, comprendidas en el estudio de la Psicurgia, no eran ni representaban más que una pequeña sección, entiéndase bien, de la Ciencia oculta, que abarca tres grandes divisiones: Teurgia, Magia y Alquimia. El estudio del Ocultismo resulta tener una importancia capital desde dos diferentes puntos de vista. Ilumina el pasado presentándolo bajo un aspecto novísimo y permite al historiador que contemple a la antigüedad en forma hasta hoy poco conocida. Por otra parte, este estudio ofrece al investigador contemporáneo un sistema sintético de afirmaciones, que ha de 7 comprobar la ciencia, y de ideas respecto de energías casi ignoradas, energías pertenecientes a la naturaleza y al hombre, cuyo reconocimiento corresponde a la observación. El uso de la analogía, método característico del Ocultismo, y su aplicación a las ciencias de nuestra actualidad y a nuestras modernas concepciones del arte y la sociología, consienten la proyección de impensadas claridades sobre los problemas más insolubles en apariencia. No obstante, el Ocultismo no abriga la pretención de dar la única respuesta posible a las cuestiones que aborda. Sólo pretende ser admitido como un instrumento de trabajo, un medio de los estudios. Unicamente la más indisculpable vani- dad podría hacer creer a los adeptos de las verdades esotéricas, que son los poseedores de la verdad absoluta, en la que quiera que fuese. El Ocultismo es un sistema filosófico que contiene la solución de aquellas cuestiones que más frecuentemente pre- ocupan a la humana inteligencia. Pero ¿será esta solución la respuesta única de la verdad? La observación y los experimentos son los encargados de decirnos la última palabra. Para eludir toda oportunidad de falsas interpretaciones, el Ocultismo debe dividirse en dos partes principales: 1 Una que es permanente y constituye la base de la tradición. Se puede hallar en todas las obras de los hermetistas, cualquiera que fuere su época y origen. 2a Otra de carácter personal y propia del autor, formada por sus comentarios y especiales aplicaciones. Confundiendo deli- beradamente una con otra, es como los detractores del Ocultis- mo buscan apoyo para sus argumentos. La parte inmutable puede subdividirse en otras tres: 1a Existencia de la triunidadcomo ley fundamental de acción en todos los planos del Universo. El hombre no puede concebir la Unidad hasta después de haber analizado los tres planos de manifestación de dicha Unidad. En esto se apoya la idea de la Trinidad celeste de casi todas las cosmogonías, y la de trinidad humana (espíritu -alma- cuerpo) del Hermetismo, trinidades todas que se sintetizan en la concepción unitaria de Dios y el hombre. 8 2a Existencia de las correlaciones que íntimamente unen todas las partes del universo visible e invisible. Esto permite que por el empleo de laAnalogía el razonamien- to pueda elevarse de los fenómenos a sus leyes, y de las leyes a los principios. La doctrina de las correlaciones es inseparable de la de analogía y de la necesidad de su aplicación. 3a Existencia de un mundo invisible, duplicado exacto del visible y perpetuo factor de éste. Desde el expresado punto de vista se entra en el dominio de las enseñanzas esotéricas respecto del mundo astral, de las fuerzas ocultas de la naturaleza y el hombre, y de los seres invisibles que pueblan los espacios. La posibilidad dada a cada inteligencia de manifestar sus potencialidades en las aplicaciones de detalle, es la causa eficiente del progreso de los estudios, el origen de las distintas escuelas, y la prueba de la posibilidad que tiene todo autor de conservar íntegra su personalidad, cualquiera que fuese el campo a donde encamine el esfuerzo de su atención e investi- gaciones. 9 10 PRIMERA PARTE LA TEORIA 11 12 Capítulo I LA CIENCIA DE LOS ANTIGUOS La ciencia de los antiguos. - Visible manifestación de lo invisible.- Definición de la ciencia oculta. En la actualidad es probable que se tenga demasiada incli- nación a confundir las ciencias con la Ciencia, que no es la misma cosa, pues si ésta es siempre igual, siempre inmutable en sus principios, aquéllas, por el contrario, varían según lo quieren el parecer y los deseos de los hombres. Así, lo que hace un siglo, por ejemplo, era una científica verdad de la Física, hoy está muy cerca de hundirse en las fantásticas regiones de lo fabuloso (recuérdese el caso del flogisto), y débese, como ya lo hemos indicado, a que estas cuestiones relativas a hechos particulares constituyen el dominio propio de las Ciencias, dominio en el cual los señores de él cambian a cada paso. Nadie ignora que esos hechos particulares son, precisamen- te, los que atraen la atención de los sabios modernos de modo tan exclusivo que se acaba por adjudicar a la Ciencia todos los progresos reales alcanzados en una multitud de ramas especia- les. El defecto de tal manera de proceder surge cuando se trata de reunirlo todo, de constituir realmente la Ciencia condensán- dola en una síntesis, expresión total de la Verdad eterna. La idea de crear una sínteses que abrace en pocas e inmu- 13 tables leyes la enorme masa de los conocimientos de detalle que ha ido acumulándose desde hace dos siglos, resulta a los ojos de los investigadores de nuestra época un algo que se realizará en tiempos futuros aún tan distantes, esperando que sus más lejanos descendientes futuros lleguen a ver alborear ese día en el horizonte de los conocimientos humanos. Seguramente tenemos una audacia increíble al afirmar que esa síntesis ha existido; que sus leyes son verdaderas hasta el punto que del modo más estricto se acoplan a los descubrimientos modernos, teóricamente hablando, y que los iniciados egipcios de las épocas de Moisés y de Orfeo las conocían del modo más íntegro y definitivo. Sostener que la Ciencia ya existía en la más remota antigüe- dad sirve, ante la mayoría de las personas de sano juicio, para granjearse fama de cándido o de embustero. Sin embargo, me propongo llegar a probar esta paradójica pretensióny sólo ruego a mis impugnadores que me concedan aún unos instantes de atención. Lo primero que se me preguntará, es dónde existen las huellas dejadas por tal sabiduría de los antepasados; qué clase de conocimientos abarcaba; qué descubrimientos de carácter práctico ha producido; cómo podía llegarse a poseer esta pretendida síntesis de los humanos conocimientos. Considerando el asunto con la debida imparcialidad, se llega a la convicción de que no faltan los materiales necesarios para reconstituir ese arcaico saber. Los restos de antiguas construc- ciones, los símbolos, los jeroglíficos, los ritos de las iniciaciones, los diversos manuscritos, etc., componen un nutrido conjunto de testimonios que vienen a prestarnos su valiosa ayuda. Por desgracia, muchos de esos testimonios resultan intradu- cibles para quienes poseen la clave y poca gente está dispuesta a buscarla. La supuesta gran antigüedad de otros, tales como los ritos y los manuscritos, es cosa que está muy lejos de ser aceptada. Nuestros hombres de ciencia hacen que se remonten, cuando más, a los tiempos de la Escuela de Alejandría. Necesitamos, pues, descubrir sólidos fundamentos que no admitan discusión y vamos a buscarlos en las obras de los autores que vivieron en época anterior a la de dicha escuela. 14 Pitágoras, Platón, Aristóteles, Plinio, Tito Livio y otros, nos ofrecen la demandada prueba. Es de creer que nadie se atreverá a negar la vieja fecha de estos testimonios. Verdaderamente no es nada fácil y sencillo la busca de datos referentes a la Ciencia arcaica, sacando, uno por uno, de la lectura de los viejos escritores, y debemos innegable gratitud a los que se han cuidado de realizar esta labor, llevando a feliz término tan estupenda empresa. Entre los varios que la han efectuado, no pueden merecer olvido Dutens (Origine des decouvertes attrib. aux modernes), Fabre d'Olivet (Vers dores de Pythagore, Histoire philosophique du genre humaine) y Saint-Yves d'Alveydre (Mission des Juifs). Abramos el libro de Dutens y veremos los efectos obtenidos por la ciencia antigua, leamos a Fabre d'Olivet y a Saint-Yves d'Alveydre y con ellos penetraremos en los templos donde irradia una civilización cuyas manifestaciones dejan atónitos a los hombres cultos de hoy.

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