f<'~ MANUEL BUENO (p toe:>; ,V'.:> r-i ~1 . ¡9¿;¿7 Una historia de an1or NOVELA ILUSTRACIONES DE MEZQUITA LA NOVELA MUNDIAL AÑ'O H ® 17 DE FEBRERO DE 1927 ,i;•· NUM. 49 MADRID OBRAS DEL MISMO AUTOR Viviendo, cuentos e impresiones. A lmas y paisajes, cuentos. A ras de tierr a, cuentos. En el umbral d-e la vida, nove-las cor.ta:s. corazón q,dentro, no,vela. Jaime el conquistador, novela. El dolor de vivir, nov~la. VIAJES Otras patrias y otros cielos (agotaida). CRITIOA E l teatro español contemporáneo. TEATRO El deber, comedia en tres actos (en co-labo.ración con Ricardo J . Catarineu). La mentira del amor, comedia en cuatro actos. El talón de Aq1iiles, comedia en t res actos,. Lo que Dios quier e, com€>dia en tres actos. 1~flii il1í1lii1iiñí~ U18304 9032141 UNA HISTORIA DE ·AMOR I Sin asombro de nadie, pues su reputa:ción de excén­ trico le absolvía ,por adelantado de sus 'brusquedades, Lauro Mattis ausentábase furtivamente ,del teatro, con tal precipitación, apenas había finalizado el coil'cierto, que hubiera podido oir desde la calle los aplausos del público reclamando su rea,pari:ción en el pnoscenio. Sus admiradores no se resentían por aquellas y otras rare­ zas del artista, pues en todos estaba presente la com­ placencia con que éste solía ,prestarse a ampliar el pro­ grama de la no'Che ,con dos o tl'es piezas, que el público escuchaba de pie, enardecido de entusiasmo. Su· leyen­ da de excentricidad era, como ;casi todas las leyendas, invención anónima. Nada de su persona o de sus hábitos desentonaba de lo que se ve corrientemente en sociedad. Ni se la daba¡ de misántropo, ni había creMo /Conve­ niente rivalizar con Absalón dejándose crecer el pelo más allá de lo usual. Eso ,de atribuir a los artistas un desequilibrio nervíoso que los diferencia, patológi.ca• mente, de los seres vulgares, es un supuesto tan irra­ cional como el de suponer que un militar sufre pesadi­ llas belicosas cuando duerme. L3, intel'pretación musical, que requiere una severa di~iplina de la sensibilidad, no es, como creen algunos, un suplicio para el artista, sino un ,placer, precedido, como todos Los goces profundos, de un esfuerzo de re­ cogimiento y acompañado de . un espasmo esrpiritual, que si le fatigan momentáneamente, no le extenúan ja­ más. Los desórdenes de su salud, cuando se producen, lllllllllllllHIIIIIIUIIRlllllflllUll:111111111111111111111111111 3 llllllllllllllllllllllllllllllllllllll ll llllllllllllllllllllllllllll 111111111111111111111111 lll MANUEL BUEN O III III IIII III IIJll ll lll lllt no tienen un origen especial. Pensar, escribir, tocar el piano, poner colores en un lienzo y des'lJ.astar una pie­ dra para darla contornos humanos, no son operaciones que exijan un mayor oonsumo de energía que otros ofi­ cios menos brillantes. Si el artista abandonaba el teatro todas las noches antes que el públi<co, no era por una morbosa impacien­ cia de aislarse, ni ,por esquivez del aplauso, sino por­ que había descubierto .en la vecindad de su cuarto del . hotel una mujer bonita y amable, con la cual solía -de­ partir hasta que darea'ba el día, y todo el tiempo le parecía escaso para gastarlo en áquel recreo. Pasados los cincuenta años, el hombre se hace más sensible a la seducción femenina, porque en su espíritu se juntan la experiencia de la voluptuosidad y la vag,a angustia de no poderla sentir en un porvenir muy cer­ cano. Venturoso o maltratado ,por la fortuna en su ju­ ventud amorosa, llega al umbral de la vej,ez con la ilusión de lo femenino más despierta que nunca, y si a primera vista -se le toma por huraño o reservado en sus l'elaciones con la mujer, es pol'que el temol' a la decepción y al desaire le vuelve tímido. Las canas, no son atrevidas, ni aun en el mismo Don Juan. ¿Amaba el al'tista a aquella criatura mol'ena, casi adolescente, que tanto le distl'aí,a con su graciosa ga­ rrulería? Lo que estaba fuera de duda era que le atraía y que ocupaba su pensamiento casi por entero. Todo el dominio ,de sus pasiones, que adquiere el hom­ bre en el roce humano, no le defiende contra una posi­ ble y tardía sorpresa del instinto sexual. El más dueño de sí, el más ponderado, sucumbe a la tentación, y si la mujer, en Ún a1cceso de sensfüilida;d o de -coquetería, condesciende con la aventura, el hombre lo arriesga todo, •como en sus verdes años, indiferente al ridículo que quizá le acecha detrás de lo que codicia. La Natu­ raleza es tan ,cruel que no somete al cuerpo y al espíri­ tu a la misma ley de rcaducidad, y al eonsentir que éste contraiga deudas que la materia ral'a vez puede pagar, nos condena •211 fracaso y la tristeza. Lauro no se había preguntado aún cómo haría frente a aquel .oompromiso sentimental, si las cosas se forma- 1111111111~11111111111111111111111111111111111111111111 111111111111 4 llllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllilll!llllll!!!!IIIIIII IIII 1111111111111111111 UNA HISTORIA DE AMOR lll1111111111111111 lttlllllllllllHIIHIIHIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIHlllllllllllllllllllH 5 lllllllllllllllllnllllllllllt111t11111111111HIIIIIIUIIIHIIIIHH 111111111111111111111111111 MANUEL BUENO 11111111111111111111 1111111 !izaban. Entregábase, sin reservas, al enicanto de la hora ,presente, dej,ando al azar el cuidado de decidir el curso y el desenlace de la aventura. ¿Aventura de amor? El aTtista no osaba ,dar ese nombre tan ambicioso a una serie de conversa'Ciones- que, a no ser porque el misterio nocturno ponía en eilas un no sé qué de confi­ dencial y de novelesco, hubieran parecido superficiales. ¡ Amor I Esa palabra no había sonado todavía en aque­ llas charlas a;pacibles, que él animaba con su festivo ingenio y 'Con la evocación ce sus recuerdos. Laúro no ,ignora.ha el poder de una cierta forma de la elocuencia sobre la mujer; pero sabía también que todas las ga­ las del verbo ceden ante la insolente superioridad de la juventud. La insinuante belleza de Ester le intimidaba, porque tras ella se hacía transparente ese ,peligroso tempera­ mento -de algunas mujeres; libertino, sin sensualidad real, y afectuoso, sin ternura. Las grandes cortesanas que han encadenado a los hombres más conspicuos, se sin­ gularizan por ese modo de ser íntimo, que simula, cuan­ do conviene, todos los desenfrenos de la pasión y ad'opta las a!ctitudes más 3umisas en vísperas de la infidelidad. La primera noche que se encontraron, en la terraza del Hotel du Palais, ella lo miró con esa atención sos­ tenida que provocan los ,artistas y, en general, todas las personalidades ungidas por el óleo de la celebridad. Lauro, sentado en un rocking chair, fumaba lentamente un cigarrillo, contemplando el mar. Ester vió un hombre entre dos edades, ni joven ni viejo, absorto .aiparentemente en la a<lmiración del océa­ no y de los astros, y se puso a observarle con discreción. "Yo conozco a este señor-pensó para sí-. ¿Dónde nos hemos encontrado? ¡Bah! Pero si es Mattis, el pianista... " El, por su ,parle, la miraba de soslayo. "¡ Es preciosa esta niña! ¡ Espléndido icuerpo !. .. Por hacerlo ilrnO renunciaría yo sin dificultad a l éxito más resonante. .. ¿Quién será esta mujer? ... " Ella permaneció largo rato en la terraza, no porque la retuviese el paisaje sideral, que nada di.ce a una mujer <l'e veinte años, pues a esa edad no interesa sino IKl11111111111111nlllllnlllllllllllllfillnmnnnnmnn1111 6 IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIUllllllllllltlllllffillllinll111111!llll 1111111111111111111 UN A HISTORIA DE AMOR llllllllllllllllllt lo muy de tejas abajo, ni p-0rque la !Contemplación del mar desviase sus pensamientos hacia la mística poesía que fluye de todo lo que da la impresión de lo infinito, sino movida de .ese instintivo afán exhibicionista propio de la juventud femenina que ha presentido ya el poder de su 'belleza sobre el hombre. La función natural de ese ti,po de mujer, bonita y coqueta, es mantener vivo y en constante celo el a,petito del otro sexo. En ese sen­ tido su misión es tan útil como la ,del sacerdote que, ofici~ndo en el altar, en el púlpito y en el confesonario, contribuye a que no decaiga la afición a la, iglesia. La coqueta no es apasionada, p,ues encuentra un goce más intenso y durable ilusionando a muchos, que siendo por entero de uno. Lauro Mattis era bastante e~e'rto para saber esos pormenores de psicología mundana; pero en la madu­ rez se tiene demasiaida prisa p,oiI1 disfrutar de lo que aún puede reservarnos el amor, p,ara dejarse influir por ellos. Prejuidos y temo'res sobre los riesgos en que puede poner al hombre la inconstancia femenina, son desechados con la misma espontaneidad con que aven­ tamos las moscas <le 1a frut•a que tienta nuestro: ape­ tito. La tiranía del deseo es tan poderosa, que muy .po·cos hombres la resisten. ,Cada cual razona de este modo: ¿Por qué renunciar al ;placer'! ¿Qué oompensaciones nos promete la privación? ¿El •contento interioT que p:roduce todo triunfo sobre sí mismo? ¿ Y quién ha dicho que eso le !baste al alma rpara su satisfacción? Si la vejez no va al encuentro de la juventud, no es por escrúrr)ulos morales, .sino porque se tiene anticipadamente ,por de­ rrotada y teme el desaire y el ridículo·; pero en cuanto un hombre con canas supone haberle caído en gra,cia a una mujer bonita, no repaTa en sus años para corte­ jarla, ni en los sac:cificios que exigirá su conquista. Es La regl,a. Lauro Mattis no tardó en lia:r conversación con la interesante ,desconocida, pues los modernos usos no ,son, a ese respecto, muy exigentes. A medida que el amor va .perdiendo lastre sentimental, los dos sexos aco:r:tan las distancias.
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