Antonio De Ulloa, Las Matemáticas Y Otros Asuntos Relacionados

Antonio De Ulloa, Las Matemáticas Y Otros Asuntos Relacionados

Antonio Durán Guardeño: Antonio de Ulloa, las matemáticas y otros asuntos relacionados. Antonio de Ulloa, las Matemáticas y otros asuntos relacionados. Antonio Durán Guardeño. Catedrático de Análisis Matemático, Universidad de Sevilla. 1. Para empezar, un libro. Recién cumplidos los ochenta años en 1722, Newton decidió que había que hacer una nueva edición de sus, ya por entonces, míticos Principia; sería la tercera, después de las de 1687 y 1713. Eligió para tal propósito a Henry Pemberton, que acababa de regresar a Inglaterra después de estudiar medicina en Leiden. Pemberton vio recompensada su tarea con unas palabras de reconocimiento de Newton en el prefacio: «Henry Pemberton, M.D., un hombre de la mayor pericia en estos asuntos..», y 200 guineas. Pemberton reconocería después que valoró más el reconocimiento que el dinero. Y no era para menos porque para Roger Cotes, que estuvo a cargo de la segunda edición de los Principia, parece que no hubo dinero ni tampoco reconocimiento... o mejor dicho, sí que lo iba a haber habido pero fue finalmente eliminado. Cotes, mucho más sólido que Pemberton desde el punto de vista matemático, dedicó más tiempo y energías a la revisión de la segunda edición que Pemberton a la tercera, pero cometió el terrible error de escribir a Newton en abril de 1712 reportando una «imperfección» en la clasificación newtoniana de las curvas de tercer orden –que había visto la luz en 1704 como apéndice de la Opticks–. La soberbia del picajoso Newton no encajó bien la sutil crítica de Cotes, y cortó de raíz la intensa comunicación que hasta entonces mantenían sobre los Principia. Más todavía, eliminó el prefacio de la segunda edición que contenía un comentario elogioso, absolutamente merecido por otra parte, sobre la labor de Cotes como colaborador, y también suprimió del texto una referencia a Cotes; hasta su muerte con treinta y tres años en 1716, el pobre Cotes estuvo lamiéndose las heridas causadas por el revolcón que recibió de Newton. La tercera edición de los Principia vio la luz a finales de marzo de 1726. Se imprimieron 1250 ejemplares, y uno de ellos, ricamente encuadernada en piel de Marruecos, fue presentada por Martin Folkes a la Royal Society en nombre de Newton. Folkes había sido nombrado vicepresidente de la Sociedad por Newton en 1723 – decisión extraña si se tiene en cuenta el manifiesto ateísmo de Folkes–. Andando el tiempo, Martin Folkes se convirtió en Presidente de la Royal Society; lo había intentado Antonio Durán Guardeño: Antonio de Ulloa, las matemáticas y otros asuntos relacionados. tras la muerte de Newton en 1727, sin éxito, pero finalmente se hizo con el cargo en 1741. Pocos años después y a través del conde de Harrington, que había sido embajador en Madrid, Folkes conoció en Londres a un joven marino sevillano, Antonio de Ulloa de nombre, que había sido apresado por corsarios británicos cuando volvía en un barco francés de una expedición científica al Perú. Hicieron buenas migas, hasta el punto de que Ulloa fue nombrado miembro de la Royal Society en diciembre de 1746, a cuenta de sus observaciones en Perú, un amplio extracto del cual fue hecho público por el propio Folkes. Y no acabaron ahí los agasajos, pues Folkes le regaló al sevillano un ejemplar de la tercera edición de los Principia de Newton, enriquecida con una amistosa dedicatoria en latín. Ese libro iría a parar a los estantes de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla y es al que se refiere el titulillo de esta sección. El regalo de Folkes a Ulloa no podía ser más apropiado, pues con la publicación de los Principia en 1687 se había dado el primer paso, por así decir, que acabaría llevando al sevillano al Perú. La historia es tan interesante como bien conocida, aunque vista a la luz de los libros conservados en el fondo antiguo de la Universidad de Sevilla presenta algunos reflejos propios, insólitos e interesantes, y dado que esta es a fin de cuentas una contribución al catálogo de una exposición sobre el fondo bibliográfico de Antonio de Ulloa en la biblioteca universitaria no está de más contar la historia bajo ese enfoque. 2. De cómo la astronomía cambió el mundo. Los Principia de Isaac Newton (1642-1727) vinieron a culminar el terremoto cultural que sacudió los cimientos de la ciencia europea durante los siglos XVI y XVII. Simbólicamente podemos tomar como fecha de inicio la del año 1543, cuando se publicó en Nuremberg un libro cuyo título De revolutionibus orbium coelestium (Las revoluciones de los orbes celestes), anticipaba la revolución que desencadenaría. No en vano, al periodo que va de mediados del siglo XVI –justo cuando aparece el libro– hasta finales del siglo XVII –cuando se publican los Principia de Newton–, se le conoce como revolución científica. Una revolución que afectó, desde luego, a la astronomía y la cosmología, pero también a otras áreas del saber, tan alejadas entre sí como la medicina o las matemáticas. La revolución científica cuestionó lo que hasta entonces se había entendido por ciencia, potenciando la importancia de la experimentación y supeditando la validez de los desarrollos teóricos a su concordancia con los datos experimentales. Al Antonio Durán Guardeño: Antonio de Ulloa, las matemáticas y otros asuntos relacionados. final del proceso, y con Newton como uno de sus grandes artífices –junto a Copérnico, Kepler, Galileo, Descartes; la lista no pretende ser exhaustiva– surgió la ciencia moderna en forma muy parecida a como hoy la entendemos. El autor de ese libro revolucionario fue Nicolás Copérnico (1473-1543), del que cuenta la leyenda que recibió un ejemplar del De revolutionibus en su lecho de muerte poco antes de abandonar este mundo el 24 de mayo de 1543. Hasta ese momento, la astronomía heredada de la antigüedad clásica establecía que la Tierra es una esfera firmemente asentada en el centro del Universo. A su alrededor giran siete cuerpos, la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno, y las estrellas fijas, situadas todas en una superficie esférica, que constituía también el confín último del universo. Las estrellas fijas completan una rotación diaria alrededor de la Tierra sin diferencias aparentes entre un día y otro. No así los cuerpos intermedios, con movimientos más irregulares, especialmente los planetas. El gran compendio astronómico que daba cuenta de los detalles del movimiento de los planetas era el Almagesto del griego Ptolometo (c. 100-170 d.C.). La cosmología aristotélica era, a su vez, la explicación física admitida para este movimiento planetario. Esa visión cosmogónica fue fagocitada por los escolásticos medievales. En ese universo cada cosa tenía su lugar y cada lugar su cosa –no se admitía el vacío–; así, el infierno se ubicaba en el centro de la Tierra y el Empíreo, donde físicamente reside Dios, justo detrás de la esfera de las estrellas fijas. Todo lo cual fue líricamente recreado en esa guinda poética que para la concepción aristotélico-escolástica del cosmos fue la Divina Comedia de Dante Alighieri (1265-1321). Esa propuesta cosmológica establecía una clara y férrea frontera entre un inmutable y perfecto mundo celestial –el universo que se extiende más allá de la atmósfera terrestre– y el mutable e imperfecto mundo terrenal –de la atmósfera para abajo–. Naturalmente con leyes físicas distintas en ambos mundos. El libro de Copérnico proponía una nueva astronomía basada en un Sol inmóvil en el centro del universo, mientras que la Tierra gira sobre su eje cada día y, una vez al año, alrededor del Sol como uno más de los otros planetas: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno; la única que queda dando vueltas alrededor de la Tierra es la Luna. Se mantenía la esfera de las estrellas pero ahora inmóvil. El giro copernicano venía a destrozar toda la concepción científica del universo heredada del mundo griego, adecuadamente cristianizada durante la Edad Media; todo Antonio Durán Guardeño: Antonio de Ulloa, las matemáticas y otros asuntos relacionados. quedaba cuestionado: no sólo la astronomía, sino también la cosmología y la física terrestre. De ahí el carácter revolucionario de la propuesta de Copérnico. Surgieron además un sinfín de nuevos problemas y retos cosmológicos y físicos a los que había que dar explicación: ¿por qué no se nota el movimiento vertiginoso de la Tierra alrededor de sí misma; no tendrían que salir los objetos despedidos ante la violencia de la rotación terrestre? Y si la Tierra se traslada hacía el este circunvalando al Sol, ¿no tendrían que caer los objetos lanzados perpendicularmente hacía arriba ligeramente al oeste de donde fueron lanzados? ¿Qué hace moverse a los planetas alrededor del Sol? ¿Por qué, en cambio, la Luna se mueve alrededor de la Tierra? Copérnico dio el primer impulso planteando una alternativa al modelo astronómico ptolemaico. Las soluciones a los problemas generados por sus consecuencias cosmológicas y físicas habrían de darlas los que vinieran después. También a estos les tocó sufrir el enfrentamiento con la Iglesia católica que pronto desencadenaría el movimiento de la Tierra. La propuesta astronómica de Copérnico tardó en abrirse paso. Por un lado tenía que batallar con los prejuicios religiosos. Y era esta una batalla peligrosa donde uno se podía dejar la vida. Los protestantes fueron inicialmente los más beligerantes, dado que un Sol inmóvil y una Tierra vagabunda contraviene algún que otro pasaje de la Biblia. Pronto, sin embargo, adoptaron una postura marcada por el pragmatismo; en cierta manera se aferraron a que la propuesta de Copérnico era una hipótesis de trabajo y no necesariamente correspondía con la realidad física. Pero, al apaciguamiento de los protestantes siguió el terrible estallido de ira de la Iglesia católica, y de su brazo armado: la Inquisición. El libro de Copérnico acabó en el Índice de libros prohibidos, Giordano Bruno (1548-1600) en la hoguera –su condena tuvo lateralmente que ver con las nuevas posibilidades que para el Universo abría el modelo copernicano–, y Galileo se salvó por los pelos.

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