Los Compositores De La Naturaleza

Los Compositores De La Naturaleza

Textos de Musicología Los compositores de la Naturaleza (Anexo al cuaderno “Un Mundo de Música”) Olivier Messiaen, “Ëclairs sur l´Au-Delà”, tercer movimiento “ L´oiseau-lyre et la Ville-fiancée” Joaquín Saura Buil Los compositores de la naturaleza. Si la música del hombre tuvo su origen en la naturaleza, nunca, a lo largo de su milenaria creación vocal e insrumenal, dejó de recurrir a ella, unas veces como motivo de inspiración y ambientación, otras tratando de remedar los mas variados y hasta insospechados sonidos de una abigarrada paleta musical sin límites en la que se dan cita todo tipo de animales, elementos y meteoros. Ciñéndonos al ámbito de nuestra civilización y cultura que son la tela de fondo que sustenta y delimita este trabajo, es obvio que los primeros cantos inspirados por la naturaleza tuvieron lugar en la Grecia y Roma antiguas donde, por otro lugar, se halla, por avatares históricos el origen de nuestra música actual. Unas cantos sublimadores de amables y lujuriosos escenarios campestres poblados por bellos animales, pastores, dioses y doncellas en cuyo contenido la música vocal e instrumental estaban siempre presentes a título propio, como parte integrante del alma del paisaje y los sentimientos de las personas, las bestias los elementos y hasta la materia inerte. Como cierto es también que, desgraciadamente, no disponemos de testimonios escritos de textos poéticos puestos en música por una pléyade de autores bucólicos encabezados por Teócrito, Asclepíades, Dión o Virgilio y Lucrecio, con el supremo paradigma de Apolo y Orfeo, seguramente más dados a la improvisación que a una escritura, por demás, muy rudimentaria de los sonidos . Habrá que esperar por ello hasta la aparición de los poetas-músicos precursores y actores del “Ars Nova”, trovadores, trouveres, juglares y minnesingers para recoger los primeros testimonios documentales de canciones escritas con su música. Recordemos que estos “cantautores” de la época medieval – unos cuatrocientos cincuenta nombres conocidos - especialmente provenzales pero también bretones, italianos, alemanes, galaico portugueses, etc., actuaban siempre en solitario: los trovadores, siempre cultos, imbuidos de los conocimientos del “trivium”, palaciegos, capaces de crear textos y música en los que vertían su visión crítica del mundo, del amor, la religión, la fuerzas ocultas, la naturaleza humana, la épica, la política y la moral; los juglares más humildes e independientes, dedicados al entretenimiento, callejeros, ambulantes o al servicio de un trovador e intérpretes de sus obras (6) los minnesingers con predominio del sentimiento amoroso (de donde su mombre), poetas- músicos de alto rango social, acompañados frecuentemente por conjuntos instrumentales con un repertorio para un círculo conocido y restringido de oyentes. Su temática, especialmente la de los primeros, la misma que, en adelante recorrerá los siglos hasta nuestros días, sólo matizada por el devenir de la evolución estética de las corrientes culturales y de expresión artística propias de cada momento: amor y desamor, presencia y ausencia, amistad, juventud, vida, belleza, armonía y júbilo natural, enfermedad y muerte en un mundo circundante en extremo propicio para la identificación, el parangón, la metáfora, la metagoge y la prosopopeya con sus animales, los amables y los detestados, los misteriosos y los domésticos, los vigorosos y los débiles, las bellas aves y los pájaros canoros, la primavera, la bonanza, la lluvia, las flores, los árboles con sus retoños, las hojas tersas, los olores embriagadores, el aura acariciante, el viento fuerte el céfiro suave, el otoño decadente con sus tenues colores, el arrebol, el arco iris, los frutos en sazón, el invierno la tempestad, la nieve, el granizo, la niebla, y las fuentes, y el agua sonora, y el eco, y el bosque, y el monte y la pradera y el fuego, y el agua, y la mar, las olas, el amanecer y el ocaso, el día radiante, la noche oscura, la luna y las estrellas… Un lugar de privilegio en la escala de la imitación lo ocupan, a justo título, ciertas aves a las que bien podría calificarse, por méritos propios, de auténticos inspirados músicos, dotados de una expresividad y calidad tímbricas incluso integrables en los cánones técnicos y estéticos de la música humana tanto vocal como instrumental. Son los universalmente reconocidos y secularmente remedados ruiseñor, alondra, mirlo, estornino, el mítico cisne o el predestinado pájaro lira, secundados por los más modestos, que no menos expansivos, próximos y entrañables gorrión y golondrina. No podían pasar desapercibidos al compositor atento los misteriosos, a veces tristes y quejumbrosos, acentos de los habitantes de la noche - búho, lechuza, mochuelo - las desinhibidas expansiones del gallo y la codorniz, la seriedad sapiente del cuervo, la convencida persistencia del cuco, el arrullo de la paloma, el alboroto de la gallina, la amenas chácharas del loro el juego del pájaro burlón o el parloteo de patio de vecindad de los habitantes de la pajarera. Un oído avezado y predispuesto a las sutiles expansiones de los más pequeños citaredos no será tampoco insensible al peculiar sencillo y elemental rasgueo del grillo y la chicharra unidos, en diálogo constante de luz y calor, con no se sabe qué entidades de las que habitan entre el cielo y la tierra; como a las voces y cantos de la ballena, envueltos en todos los misterios de la inmensidad del océano, a la gravedad serena del elefante y al lamento sobrecogedor del lobo estepario en las noches de luna llena… La expresión corporal se recreará con la evocación musical de los gráciles movimientos de moscas, mariposas, libélulas y ardillas, los más expresivos del perro y el gato, los cómicamente lentos de la tortuga y el caimán, el caminar regio del león, el galope de los équidos, los saltos de los canguros o las ingrávidas improvisadas piruetas del abigarrado elenco de los moradores de un acuario doméstico. Repetidos ad infinitum desde los albores del mundo y de su propia existencia el hombre no ha dejado de sentirse subyugado, sobrecogido y perplejo por el misterio y la belleza del día y de la noche, de la aurora, la mañana, el mediodía, la tarde y el ocaso que impulsan y marcan la inercia y el ritmo de su propia existencia, tratando de escudriñar por la música sus más profundos arcanos desde el fondo mismo de su propio corazón. Entre los fenómenos naturales, pocos han cautivado tanto al compositor humano como el eco, aquél mítico eterno drama de amor y rechazo que conquistara el alma de la música y de los instrumentos llevado también repetidamente al pentagrama bajo múltiples formas contrapuntísticas como de variante dinámica y repetición. Ocultos bajo la distancia, la niebla, las nubes y el polvo, la voz y el latido de los elementos los pondrán el viento con sus cómplices los árboles, las plantas, los montes, los bosques los cañaverales y los jardines, como las olas y la tempestad del mar, el agua, la lluvia, la fuente y el arroyo. No hay, en resumen, manifestación de la naturaleza que no haya ejercido su seducción en el hombre músico ni que éste, en comunicación con ella, no haya tratado de traducir al tosco y limitado idioma de su notación y expresión musicales, muchas veces incluso, fundiéndolse con ella con el ánimo de superarla en la producción de belleza. En las páginas que siguen hemos recopilado, por supuesto sin ánimo exhaustivo - lo que nos habría llevado a una tarea interminable de calado enciclopédico - una serie de referencias a obras, algunas bien conocidas, de compositores en las que, de una u otra forma, la naturaleza en general y los animales en particular tienen un protagonismo que se manifiesta en modos, formas y estilos en extremo dispares y, generalmente, muy difíciles de deslindar unas de otras. Así podremos hallar ejemplos de lo que, puestos a establecer categorías, podría considerarse, simplemente, música imitativa o descriptiva, junto a otros en los que se trata de conseguir o aprovechar una cierta ambientación o plasmación de ideas literarias o imágenes mentales evocadas o recordadas por medio de los sonidos, (1) véase aquellos en los que un título gráfico o literario define un estado de ánimo y su fuente sin que el compositor siga, de necesidad, un programa definido (2) o los destinados al acompañamiento de representaciones cinematográficas, teatrales, televisivas, y géneros de parecido orden.(3) Algunas de ellas, sin duda por el acierto de su creación y capacidad expresiva de fácil adecuación a cierto lenguaje musical, han merecido una general aceptación y consolidación como auténticos géneros musicales. El “Nocturno” es uno de ellos, entre los más notables. Inspirado, como indica su nombre, en la belleza y mil sugerencias de la noche, es un producto arquetípico del Romanticismo cuyo empleo se remonta, sin embargo, en la época de Haydn alcanzando su cenit en el Piano de Chopin un vez conocidos los de Mozart, Beethoven y Schubert para trascender a todo el siglo XX. También la “Serenata” es una pieza de inspiración nocturna (4) que antiguamente se dio a una música compuesta originalmente para ser tocada en las rondas musicales callejeras, cuyo sentido tiene todavía hoy en la música popular de ciertos países sudamericanos. Cultivada por Vivaldi, Haendel, Mozart, Beethoven, Schubert, Berlioz, Wagner y Brams, entre los más destacados, pasará por géneros como la cantata, a veces de carácter dramático, o la suite orquestal, “vientos” incluídos, próxima al “divertimento” o la “cassation”. Misteriosa habitante de la noche y protagonista de las más de sus situaciones, la Luna, cambiante Diana de las tres caras (5) derrama sus mayores influjos en la plenitud de su faz, en situaciones de extrema belleza y consecuencias telúricas que conmueven el cuerpo y el espíritu del hombre. El “Claro de luna” que tan bien supo pintar Beethoven no dejó indiferentes a Saint Saëns, Fauré, D´Indy, Debussy, Koechlin, Vierne, Ireland o Ballif, todos ellos románticos y en buena parte habitantes de la “campagne” francesa pródiga en sutiles estímulos “espirituales”.

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