Sinfonía de secretos la verde espigaa 22 b i b l i o t e c a c h i a p a s Heberto Morales CH 863M M828 S616 Morales, Heberto Sinfonía de secretos Sinfonía de secretos / Heberto Morales. — Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México : CONACULTA : CONECULTA : UNACH, 2014. 384 p. ; 21 cm. (Colección Biblioteca Chiapas. Serie La verde espiga ; 22) ISBN 978-607-7855-91-0 1. NOVELA MEXICANA — CHIAPAS 2. LITERATURA MEXICANA — CHIAPAS. g © Heberto Morales D.R. © 2014 Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Paseo de la Reforma 175, Col. Cuauhtémoc, 06500, México, D. F. Universidad Autónoma de Chiapas, Boulevard Belisario Domínguez, km 1081, Colina Universitaria, edificio de Rectoría,29050 , Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, Boulevard Ángel Albino Corzo 2151, Fracc. San Roque, 29040, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. [email protected] IsbN: 978-607-7855-91-0 IMpreso y HecHo eN MéxIco — 2014 — Presentación La Universidad Autónoma de Chiapas y el Consejo Estatal para las Culturas y las Artes se honran en dar a imprenta Sinfonía de secretos, la más reciente obra narrativa de Heberto Morales, en ocasión del 40 aniversario de la funda- ción de esta universidad. Continuando con la saga prosística en la que nos ofrece siempre una di- versidad de miradas sobre lo que representa el avatar de Chiapas, el esplén- dido humanista y conocedor de nuestro ethos que es el autor, nos transmite ahora con fina y deleitable prosa, un extenso relato de profundo amor sobre su tierra, en la que respiran y se asoman presente, pasado y futuro, para volver a dar memoria a esos seres que fuimos, somos y seguiremos siendo. A veces a galope, o a paso quieto y de suave ritmo, y otras con la angustia prendida como una flor en la solapa del alma, van viniendo al lector las tribu- laciones de los personajes que conforman esta odisea narrativa reveladora y, a la vez, íntima como los secretos que se susurran al oído. Celebramos, pues, que su pluma siga volando ágil y plena de exquisita madurez y que, además, nos siga compartiendo las vicisitudes de una dila- tada experiencia, en la que se asoma sabiduría en el entendimiento y honda reflexión en las ideas. Juan carlos cal y Mayor Franco JaiMe Valls esPonda dIrector geNeral del coNeculta-chiapas rector de la uNacH 7 A la Universidad Autónoma de Chiapas, por los festejos de sus primeros cuarenta años. En especial a su actual rector, Jaime Valls. A Fernando Suárez Robles, mi respeto y admiración. Un amigo que, sin esperar nada de mí, ha sido leal y cabal seguidor de mi trabajo: ¡Gracias, amigo! Éstos son recuerdos de cosas que pasaron durante nuestros días, Zoelchen. O que pudieron haber pasado. Momentos que algún día revivirán entre brumas tus hijos y tus nietos. Y les olerán a amor. Al amor por nuestra tierra, que nos amarró a los dos, a ti y a mí, al árbol de la vida… Ojalá que a la vuelta de los años, Jovel (el Jovel que sea) guarde entre las pavesas de algún hogar una chispa de lo que un día fuimos… tú y yo… Sinfonía de secretos El archivo Se detuvo en la última grada y tomó una bocanada de aire fresco. A un lado se abría la entrada al campanario. No era allí. Su Excelencia volvió la vista hacia el oriente. Los postreros rayos del sol de aquella tarde danza- ban sobre la techumbre de San Nicolás, envolviendo en oro las humildes tejas. Y no era allí tampoco. Entonces, al voltearse, vio la puertecita hacia el poniente. Subió las dos gradas que le faltaban. Alzó la mano y llamó con los nudillos. El padre Benito abrió, dándole un respingo el corazón. —Perdone, Su Excelencia —dijo, aturdido—. No pensé que fuera tan puntual. —No hay cuidado —respondió el visitante, a quien otras cosas le ato- sigaban el espíritu. Se escurrieron por el angosto pasillo, oscuro ya a esas horas, y torcieron al fondo por un agujero en la pared que daba acceso al interior. Era la an- tigua sala capitular, desnuda de adornos y en desuso ya por tanto tiempo. Un remedo de luz se insinuaba por los ventanucos casi cuadrados que por las mañanas de otros tiempos habían iluminado las severas capas de las dignidades que allí se reunían para tomar acuerdos en sede vacante. Por ellos se metió el sol una mañana, cuando los señores del pueblo se sentaron allí a firmar, conscientes de que hacían historia, el Acta de Inde- pendencia. El padre Benito oprimió un botón en la pared y dos focos se encendieron y llenaron el recinto de una brillantez artificial, que él recibió g con una amplia sonrisa. —Por aquí, Su Excelencia —señaló. Poco a poco, por encargo y bajo la dirección de monseñor Flores, ha- Pese a que se enuncian una gran cantidad de nombres reales o pa- bía ido adecentando el viejo inmueble para resguardar en él de la mejor recidos, las andanzas de las que aquí se dan cuenta son fruto de la manera los legajos, en su mayoría incompletos y comidos por la polilla, imaginación y el ejercicio narrativo. y los folios sueltos que orgullosamente había dado en llamar el Archivo 13 H e b e r t o M o r a l e s Sinfonía de secretos Diocesano. Había conseguido, regalados, unos cuantos libreros de pino que ya le quemaba las manos, se abrió unos cuantos botones de la sotana, que adosó a las paredes; en sus entrepaños fue acomodando, sin orden se guardó el documento junto a la camisa y voló a sentarse en la silla que especial, los restos de libros de bautizos, de matrimonios, de defunciones, parecía esperarlo junto a la pared. En ese momento entró el padre Benito. de pleitos y de informaciones que habían yacido en cajas húmedas y un Su Excelencia se levantó pesadamente, como si emergiera de un letargo. tanto malolientes, desde que, por milagro de Dios, los habían rescatado Recibió la estola y se la puso al cuello. De un bolsillo se sacó un libro y se de las llamas de carrancistas y demás representantes del cambio que, por puso a leer la ceremonia de la bendición. Alcanzó el hisopo y regó de agua no saber leer, habrían preferido utilizarlos para quitarse el frío mientras bendita los estantes. Sin decir palabra, ambos salieron. El padre Benito hacían guardia en las noches de invierno. apagó las luces y cerró. —Ya tengo casi todo organizado, señor. —Necesito las llaves para dar a hacer un juego de repuesto —anunció Su Excelencia hizo un brevísimo recorrido de los estantes. al salir Su Excelencia y comenzar a bajar las gradas. —¿Y ese cajón? —preguntó, señalando con un gesto la caja de madera —¿No quiere Su Excelencia que las mande a copiar yo? que se veía en una esquina de la sala. —No. Véame usted mañana en la curia. —Es lo último que me queda por desescombrar —dijo con un ligero El padre Benito agachó la cabeza. Pensó de pasada y con profunda temblor en la voz el padre Benito—. No creo que importe mucho. amargura en la botellita de comiteco que tenía escondida en la última caja A Su Excelencia no le pasó desapercibido el leve rubor que se había de libros, única compañera de la soledad entre polvo y estornudos a que abierto camino en las descarnadas mejillas del sacerdote. Siguió su visita lo habían condenado desde hacía años para evitarse murmuraciones las de los estantes. autoridades de esa misma curia adonde se le citaba una vez más. —Vaya usted por una estola y un acetre de agua bendita. Voy a bende- —Como disponga Su Excelencia —susurró, tomando en sus manos la cir este recinto y darlo por inaugurado para uso de los estudiosos —dijo de su superior para besarle el anillo pastoral y despedirse. de pronto, sin ninguna transición. Su Excelencia no dijo nada. Comenzó a caminar rumbo a la sacristía de —¿Ahorita, señor? su catedral para cortar en dirección a su nuevo palacio episcopal, en parte —En caliente, padre. ¡En caliente! todavía en construcción. El padre Benito se fue en dirección a la plaza, ya Su Excelencia arrimó la única silla a una de las ventanitas para asegu- a oscuras a esa hora. Se llevó una mano a la boca para ahogar un acceso de rarse de que el subordinado fuera bajando las gradas. Enseguida corrió tos. Las sombras de los truenos se mecían con el vientecillo de la noche que a donde estaba la caja. Bajo un legajo todo ajado y maltrecho asomaba, comenzaba. Al viejo sacerdote se le nublaron los ojos. Los cerró con rabia. como bien lo habían adivinado sus ojos en una chispa de luz, un car- Por entre sus cataratas desfilaron en un momento como si los arrastrara un tapacio moderno señalado con las letras JD bien pintadas con marcador furioso ventarrón, las pacas de papeles viejos entre las que por años había grueso. Lo tomó de un jalón y lo abrió. Era una sola hoja, seguramente de él tratado de desentrañar los secretos de tantas gentes que quizá muchas un libro de defunciones. Al margen se leía: Juan D; algunas letras habían veces se habían detenido allí, en esa misma esquina de la plaza, a entretener sido cortadas, sin duda a propósito, y seguía por fin la letra o; abajo decía: sus cuitas a lo largo de los siglos. Suspiró de mala gana y se echó a andar. Indio mexicano. En la cuadrada torre de a un lado resonó, como un gigan- Sin rumbo.
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