9 9 11 P OESÍA B ARCAROLA JUAN RAMÓN JIMÉNEZ POBREZAS PIENSO en los que no tienen amor, en los caídos, en los que arrastran cruces de obligación y ausencia, en la orfandad, en el desgarro de los nidos, tibieza y paz y música de la existencia. Pienso en las almas grises sin fruto y sin simiente, los cuerpos rotos por la rueda de la fortuna, en los hombres que creen que la fuente es la fuente que la brisa es la brisa, que la luna es la luna… Y la casa de sombras se me vuelve lúcida y no quiero ser grato, ni glorioso, ni fuerte; y en el rosal que da mis rosas a la vida, abre una rosa con la belleza de la muerte. Elejías 11 P OESÍA J UAN R AMÓN J IMÉNEZ VENIR, pasar, ver enfrente los mismos árboles, todas las luces de las ventanas, la tarde, la noche, la hora de desesperarse, siempre la misma hora; las cosas iguales, o del revés, o yo no sé cómo; la honda tristeza que no da flores, y el alma sin fe; la boca llena de jestos de angustia… un sin fin de mariposas negras y amarillas… ¡ay! con las pobres alas rotas de tanto sentir el cielo celeste sobre sus sombras… Y siempre y siempre las mismas flores y las mismas hojas, y siempre las almas y siempre las mismas cosas… Y nunca el romanticismo, ni el desdén, ni la deshonra; siempre el creer una carne, siempre el encontrarse otra… (Olvidanzas 1906) 12 13 P OESÍA J UAN R AMÓN J IMÉNEZ YO estaba mirando el cielo tras los cristales cerrados, era tarde de noviembre, tarde de vientos con llanto. Las estrellas melancólicas reverdecían temblando entre las nubes nocturnas del crepúsculo morado. Era el sueño que se iba como una ilusión volando a no sé qué apariciones de amarillos campanarios. La ronda de las quimeras vestidas vuelan de blanco que iban a un son de esquila por sus ciudades de encanto… No hubo voz, no hubo sonrisa, nada de alma, ni de labio, nada espejo, ni sombra de cristales plateados… Fue tal vez la esencia triste que tiene el amor, o acaso la entrada que hace en la distancia del alma, el alma que amamos. Yo volví mis ojos y ella me estaba mirando con la sonrisa sin fondo de sus ojos y sus labios. (Olvidanzas 1906) * Estos poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez, se publican en estas páginas por cortesía de Carmen Hernández Pinzón, representante legal de JRJ, y del Hotel “El ladrón de agua”, de Granada 12 13 15 P OESÍA B ARCAROLA FRANCISCA AGUIRRE PALABRAS mías que siempre respiráis cuando respiro, que latís cuando el pulso se acelera: palabras, palabritas que corréis desaladas sin saber adónde, que os escondéis de pronto en el silencio para que todos sepan que la vida es un ruido que suena sobre el tiempo, un ruidito querido y asustado porque le llueven piedras y no lluvia, piedras en vez de música y latidos, golpecitos alados de oropéndolas que en sus picos llevaran hierbabuena. Palabras mías, palabritas que tantas veces me dejasteis muda, llorando sobre el prado de la Historia, sobre la dignidad del diccionario. Palabras mías, ecos dulces de los tiempos en que cantar era crónica infalible de la infancia. 15 P OESÍA F R ANCISCA A GUI rr E Palabras intocables como el hielo, intocables también como la llama; tan desdichadas como la desdicha, tan gangrenadas como el largo odio, tan miserables como la miseria, el miedo, la barbarie, la impotencia: el futuro creciendo en Auswichz y Manthaussen. Palabras, palabritas contando a las estrellas la desdichada historia de la eternidad. La duración eterna de un minuto multiplicado por millones aproximadamente cinco o seis. Aunque después de todo, todo es cierto: la absurda eternidad del indudable genio de Quevedo y la fugacidad, el escaso minuto interminable de Ana Frank. 16 17 P OESÍA B ARCAROLA LUIS ALBERTO DE CUENCA LA INFANCIA COMO ANTORCHA EN EL SUBTERRÁNEO LO mató la vida muy pronto. Se apagó el fuego que alumbraba las pupilas del niño triste cuando mordía una manzana, acariciaba a su mascota o leía cuentos de hadas. Pero su fuego sigue ardiendo en mis victoriosas mañanas, tantos años después, y alumbra la noche oscura de mi alma. 16 17 19 P OESÍA B ARCAROLA FERNANDO ARRABAL SCHOPENHAUER IMPACIENTE COMO EL PECADO I EL pastor de Buda le ha concedido, para sus años de peatón, un pesebre, unos corderos y una carabela trasatlántica. Puede comenzar a leer con su propio nombre de Schopenhauer, el gran libro del mundo. II En el laberinto de la primavera a su paso por Westfalia fue presa de la angustia de la vida. Descubre la enfermedad, la vejez y la muerte. Ya no puede juguetear con zorzales e ingenuas en el frufrú de la fiesta. 19 P OESÍA F E R NANDO A rr ABAL III Del Eagle House a Wimblendon Arthur no ve las medias redecillas bajo los cuartos traseros del caballo. Impaciente como el pecado Da ritmo a los aromas de la espera “En cuanto la trampilla se abre bajo el condenado, la muerte es instantánea.” IV Schopenhauer descubre el Panteón y el Instituto de sordomudos. Ha descolgado soles para que dejen de bailar bajo la sementera de estrellas. Un estallido de aplausos se eleva hasta Bonaparte. Las arañas no tocan el clavicordio. V Olvidada la veneciana Theresa Fuga ignora él sobre su sillón morsa la melancolía venida de los infiernos. Él es el peatón del lupanar subacuático de las relaciones sexuales despojadas de toda afectividad. 20 21 P OESÍA F E R NANDO A rr ABAL VI A las doce y doce de la noche ve volar hacia el cielo el alma de Kant. Luego es la estupidez calzada de botines rojos para un paseo retro con Hegel y no la locura la que acerca el hombre al animal. Todavía hoy los nudistas nihilistas se sienten auditores de Fichte. VII En el fango del perturbador de cerebros de Berlín inhala el olor familiar de la impostura y la estupidez de los universitarios de la Chimere Progress. Celebra él el luto de las prímulas la bondad de los perros y el misterio de las tablas giratorias. VIII Para sus bodas de oro inexistentes sueña con un infinito de encajes de arena. Respira suspendido en el puente de los suspiros. Conoce la gloria de los perros de llamas y de las regaderas para arco iris. 20 21 P OESÍA F E R NANDO A rr ABAL IX Él dijo: “Pues sí, me las he arreglado bien, la noche de mi vida es el día de mi gloria”. Y murió. Sobre su tumba tan sólo figura su nombre. Los paseantes y los admiradores saben que la confianza no resarce las cortinas manchadas de sangre ni las catedrales engullidas. Weimar, 2003 22 23 P OESÍA F E R NANDO A rr ABAL LOS GALANES DE LA PEQUEÑA MUERTE CHÉRE y querida poetisa a la medida del cerezo en flor, vuestra maleta en piel de estrellas se hunde en el hueco de la esmeralda y el orgasmo. Azuzáis a los tigres y a la candidez, sobre vuestros caminos de baldosas de oro. Un tropel de salvajes en celo al abrigo de las sutilezas explota con una bestialidad de ámbar. En las forestales veredas cazáis los espejos de donde se alza un hálito y un esperma multicolores. A la sombra azul de vuestros ojos de sirena se pavonea un pavo real enguantado de lascivia. Como una joven desnuda nadáis en la temeridad. Un casillero de ropa blanca sobre vuestro pubis. Tomáis medidas para la posteridad del placer. La oblicua luz se hace eco de vuestras fiestas y de vuestros olvidos. El crepúsculo deviene en aurora y eyaculación. Nada interrumpe vuestra partida de pesca de muselinas, ni vuestros pecados de mosquetones. Escurrís vuestras efervescencias como hisopos de voluptuosidad. Libáis el polen de los dioses como la pantera del carrusel de las linternas y de la encrucijada de lujuria. Entre el fuego y el espasmo Un trueno de cañón multitubular os felicita. Construís el mercado de los labios, Atraéis artificieros de boca ilumináis a los orfebres del lenguaje y exaltáis a los galanes de la pequeña muerte. Pero la emoción no resarce a las nieves de antaño. Bailando con vuestro doble partís hacia ebriedades en barbecho: dos llamas tórridas en un lupanar de Kant. Traducción: Juan Bravo Castillo 22 23 25 P OESÍA B ARCAROLA ANTONIO COLINAS TARDE DEL 31 DE DICIEMBRE DE 1936 (MIGUEL DE UNAMUNO) EN esta última hora, debo pensar el sentimiento para neutralizar el combate atroz de mi carne con el más allá, el combate de la que pronto habrá de ser mi tumba con el más allá. Debo pensar el sentimiento para llevar mi razón y mi libertad al límite extremo del fuego y del hielo. Pero también, en este desamparo –como quien juega su última carta– debo sentir, sentir mi pensamiento, enternecerlo, acunarlo como a niño, llorarlo, compadecerlo, perdonarlo, para que emoción, dulzura y piedad neutralicen en mí definitivamente la inutilidad y la furia de la Razón. ¿Dónde el término medio de los filósofos, el hueco o regazo de madre-esposa, de esposa-madre, para que pudiera adormecerse el niño que yo fui, al niño que (acaso) aún yo soy? Se estrelló mi palabra con la piedra del mundo. 25 P OESÍA A NTONIO C OLINAS Mi razón ya no puede fundirse con el oro de estos muros; mi razón poderosa no me pudo salvar del laberinto de esta ciudad que –siempre, siempre, por agujas con nieve de sus torres,– me llevaba obsesivamente a un más allá de angustiosos vacíos y a un más acá de palabras airadas.
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