♦ e l alm a y lo s p e rro s En “ EL ALMA Y LOS PERROS”, Clara Silva torna a darnos olrn versión del motivo de la angustia existencial, que ya tratara «mi su novela anterior, “ La Sobreviviente” , de 1951. En aquélla, **'•** estado de alma (característico de nuestra época por su agu­ dización, aun que, en el fondo, es de toda época) está dado en un personaje intelectual que, en cierto modo, pudiera ser la auto­ ra misma, pero no biográficam ente sino en cuanto a su in ter­ pretación de la vida, vista a través del mundo de su cultura, «Ir sus lecturas, parte integrante y actuante de su vivencia psi­ cológica, hecho éste perfectamente real y que ya, por lo demás, tic'iie su ilustre antecedente nada menos que en El Quijote. En esta nueva novela (o “nivola”, que diría Unamuno) esa an­ gustia está dada en una mujer de condición más natural, más simple, más directamente en función de la realidad cotidiana común de la clase media; más no por ello menos intensa y significativa en su planteamiento. La novela se perfila dentro de las tendencias renovadoras más avanzadas de la narrativa contemporánea, aun que de modo propio. La simultaneidad de tiempos —retrospectivos, introspec­ tivos— de la memoria, en que está estructurada la narración, no es, sin embargo, en este caso, mero artificio técnico, si bien éste es jegítimo; es representación de una realidad psicológica, del funcionamiento de la conciencia del personaje inmersa en un tiempo subjetivo, durante un trance de crisis vital y mez­ clándose caóticamente a sensaciones inmediatas de su contor­ no. Es característico y original de esta autora dar el mundo de su protagonista a través de la propia subjetividad del personaje y no visto por el autor, objetivamente; seres y cosas existen, así, como contenidos ae conciencia ael sujeto. Este es, tam­ bién, otro hecho psicológico universal. El sentido religioso que la obra adquiere en su visión final, rescata un proceso dolorosamente humano de frustración y so­ ledad, figurado en escenas de un crudísimo realismo, amarga­ mente sarcástico, que se conjuga con el onirismo simbólico del subconciente; y todo en una escritura tensa, sintética, incisiva de ritmo alucinatorio, cuyo fin es sugerir más que contar. Pero, más allá del realismo —objetivo y subjetivo “EL ALMA Y LOS PERROS” se entreabre a otra dimensión más pro­ funda: la de su significación abstracta, sostenida paralelamente L*n casi todas sus escenas. El personaje, que tiene, en el fondo, un algo angélico, caído en su “pequeño infierno cotidiano” deí mundo, es rescatado y liberado, al fin, por el sentido del amor no en cuanto libido sino en cuanto caridad. Y la autora lo ha ido a buscar, no entre los soberbios sino los pobres de es­ píritu, de quienes está dicho será el reino de los cielos. Probablemente pueda afirmarse, de esta segunda novela de Clara Silva, lo que el autorizado crítico chileno Alone, declaró ti© la primera, en “El Mercurio”: — “La Sobreviviente” puede, a miMHtro juicio, figurar entre lo mejor, dentro de su género, que •«' ha hecho en América Latina” . El Alma y los Perros 13 COLECCION CARABELA dirigida por BENITO MILLA CLARA SILVA EL ALMA Y LOS PERROS Queda hecho el depósito que marca la ley Copyright by Editorial Alfa. Ciudadela 1389. Montevideo Printed in Uruguay Impreso en el Uruguay ALFA OBRAS DE LA AUTORA A mi esposo ALBERTO ZU M FELDE LA CABELLERA OSCURA, poemas. Es­ tudio Preliminar de Guillermo de Torre. Editorial Nova. Bs. Aires. 1945. MEMORIA DE LA NADA, poemas. Edi­ torial Nova, Bs. Aires. 1948. LA SOBREVIVIENTE, novela. Ediciones “Botella al Mar”. Bs. Aires. 1951. LOS DELIRIOS, sonetos. Ediciones “Sala­ manca”. Montevideo. 1954. PRELUDIO INDIANO Y OTROS POE­ MAS. Edición “Lírica Hispana”. Caracas. Venezuela. 1960. LAS BODAS, poemas. Ediciones “Atenea”. Montevideo. 1960. —“Elvira, Elvira, me oyes?”... Si, oye, pero de tan lejos, tan apenas perceptible, que retrocede en la fragilidad de su esfuerzo, para entrar otra vez en el refugio de su soledad. —“Elvira... Elvira...”. —“No, no me llamen, no quiero volver. No se dónde estoy”. Es un abismo de dicha, una plenitud de paz, de silencio, tan intenso y tan leve a la vez, que no pesa sobre ella, pero en el cual se sumerge, intro­ ducida por su propio silencio, su misma paz. Y los rumores se van espaciando cada vez más, en una distancia cada vez más lejana, cada vez más pró­ xima. —“Elvira, Elvira...”. —“Me voy a tapar la ca­ beza con la frazada para no oirlos. Voy a gritar pa­ ra no oirlos. Hay pasos alrededor mío. No los veo, pero están en acecho. Manos enguantadas de goma me buscan, giran alrededor. Pero, ¿dónde están mis gritos? No los siento. Están tan lejos... Pero son m íos”. Una irritación oscura la hunde en el fondo de ella misma. Quiere ponerse fuera de su alcance. Escapar de recuerdos penosos, emociones agrias, el remordimiento de algo que no quiere aclarar; más bien perderlo en lo más remoto de su conciencia, para salir a flote como un barco encallado en un banco de arena. Por un instante rompe las liga- 9 duras terrestres, el hilo que une las delgadas capas —“Tengo miedo. No me dejes” —grita desesperada. de silencio, y queda vagamente en reposo, aislada “No me dejes”. Pero la ola gris avanza dentro de del mundo exterior. Y sin embargo sujeta a él por otra ola, suspendida en el vacío. Una ola dentro algo indefinible, inacabado. de otra ola, ahora una claridad perdida en otra La avidez de la vida sube como una fiebre por claridad, algo radiante, indefinible, sin contorno. las palabras, apremiantes, exigentes, como manos Súbitamente un rumor lejano, confuso, un zum­ que la tocan, la sacuden, la van alejando cada vez bido, un musitar de labios, viene a rebotar sin fuer­ más de aquel abismo de dulzura, de aquella paz zas sobre su rigidez. “Yo, pecador, me confieso, a que la cubría totalmente como un agua mansa. Dios...”. Y una humedad pegajosa, una untuosidad Pero está atada a la cama por las intermitencias casi rancia se le pega a los oídos, a la nariz, a los punzantes de ese nombre: “Elvira... Elvira...”. labios. “Por ese óleo santo y la dulce misericordia Un golpe visceral la sacude, rebota dentro del del Señor”... Como de lejos, siente sobre sus pies cuerpo dolorido, pero no alcanza a descomponer un ligero temblor. Y de lejos, como si no le perte­ la inmóvil superficie, reducida a su mutismo. El necieran, siente que se levantan las sábanas... „te pelo sudoroso, con oscuras manchas de sangre, to­ laven de cualquier pecado que hayas cometido con davía húmedas, abandonado sobre la almohada, le los pies. Amén”... Un cosquilleo amargo le va su­ cubre, con la frazada, parte de la cara exangüe. biendo por la nariz. Y un olor, un olor progresivo, Un ojo grande, abierto, donde la pupila dilatada, impregnado de miedo, como la punta de un alfiler. gira en la superficie lechosa, opaca. Los labios se­ Y de aquel olor pegajoso, húmedo y rancio, va cos, entreabiertos sobre la tiza de la dentadura. creciendo su miedo sin resistencia. Y el remolino —“Basta, basta..., no quiero pensar. ¡Qué fati­ imperceptible, confuso, de las sensaciones, la os­ ga! Quiero volver. Pero, ¿a dónde? ¿Dónde estoy?...”. curidad llena de vagas, indecisas imágenes, distin­ Corre detrás de una nomenclatura borrada por la tas, terriblemente oscuras, la va retomando en su niebla, donde todo se confunde en su espesura gris, movimiento, como un agua estancada que empieza más allá de una nada. Ningún nombre, ningún nú­ a sentir la presencia del viento en su superficie. mero, ninguna forma para apoyarse. Sólo una semi - Y siente que empieza a subir desde el fondo inde­ oscuridad proyectándose en remolinos cada vez más finible de sí misma, la marea oscura de la memo­ lejanos, hasta perderse en un punto neutro del si­ ria. Le acuden nombres olvidados, fechas, caras, lu­ lencio. —“Buscaré de nuevo. ¿Es un jardín, una gares, el curso despiadado de la vida que había per­ casa? Un patio, dos palmeras. ¿Un muro largo, dido, que había olvidado, en una rapidez confusa. blanco, solo?”. —“Elvi... Elvi..., vení a jugar con Va chapoteando entre ellos para asirlos, recom­ nosotros”. —“Pasó un caballero pidiendo posada...”. ponerlos. “Elvira Olmos: acepta usted por mari­ Una ola que crece y la arrastra y la envuelve. Una do?...”. “Desgraciada, ¿qué has hecho?” —grita la ola gris que avanza. —“Tengo miedo. Tengo miedo”. madre. “Ya, ya, ya, no se haga la remilgada”... Y —“Dios te salve, Maria, llena eres de gracia”. dos guantes de goma la despojan de su ropa, la 10 11 dejan desnuda, con las piernas al aire. Siente el vientre, a su garganta. La amarra como un fardo. frío de los guantes de goma junto a su piel, a sus Y allí queda tendida, expuesta y sin defensa, en la muslos, a su vientre. “No, no me toque, no se acer­ orilla cenagosa, dando los últimos coletazos del que”. Las imágenes se van ordenando en combina­ desmorir. ciones de formas atrevidas, vertiginosas. De movi­ Mientras, ávidamente, un pulular de extraños bi­ mientos desordenados. De voces suaves. De dudas. chos, bultos oscuros, se acercan a su destrucción. De escarnio. “¿A qué viniste entonces, debajo del Le llegan ruidos, vibraciones, extrañas voces con­ árbol?; ¿no era para besarnos... ¿no era para...”. fundidas. Atrapada. “Elvira..., el pan nuestro de “Porque este fenómeno que lleva el pomposo nom­ cada día”... “No deje de concurrir hoy a la vein­ bre de ley de los satélites... Y por todos esos tiuna hora”... “El S’eñor es la fortaleza de su pue­ movimientos, por todas esas voces, va trepando a blo y un castillo de salvación para su ungido”..
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