
“Tratado del amor” de José Ingenieros TRATADO DEL AMOR* José Ingenieros A Eva Rutenberg la esposa elegida por mi corazón -toda inteligencia y toda bondad-, para compartir mi sacrificio de constituir un hogar modelo. “Amor mi mosse che mi fa parlare”. Dante, Inf. II, 72. Aclaraciones, parte primera: En esta primera parte del volumen, después de explicar el sentido que el Amor adquirió en el Olimpo griego (Eros, generador), Ingenieros se proponía examinar otras tres interpretaciones del amor, otras “tres concepciones míticas abstractas”: el Amor como Genio de la Belleza (amor estético); el Amor como Genio de la Domesticidad (amor doméstico) y el Amor como Genio de la Especie (amor instintivo). De estas tres concepciones sólo dejó analizada la primera, haciendo un estudio de la doctrina de Platón. Tal el asunto del capítulo II, titulado “Eros, Genio de la Belleza”. El análisis de las otras dos concepciones (que hubieran constituido los capítulos III y IV) quedó sin realizar, aunque puede inferirse que Ingenieros se disponía a estudiar la concepción doméstica del amor desentrañándola de la Teología cristiana, y a hacer lo propio con la interpretación del amor como Genio de la Especie, entresacándola de las modernas doctrinas naturalistas. Sobre la primera de estas dos concepciones, es decir, sobre el capítulo “Eros, Genio de la Domesticidad”, no existen en el manuscrito sino unas simples notas. No se ha creído útil transcribirlas, pues ellas muy poco sugieren con respecto a la forma como Ingenieros pensaba encarar tan difícil problema. En cambio, el autor dejó ordenadas algunas páginas correspondientes a su análisis de la concepción naturalista del amor (“Eros, Genio de la Especie”). Con consideraciones en torno a la teoría erótica de Schopenhauer y no constituyen, tal vez, sino uno de los múltiples parágrafos de este capítulo en que Ingenieros abordaría las diversas manifestaciones de la concepción naturalista del amor. * Advertencia: Ingenieros no alcanzó a desarrollar el plan de este libro póstumo, obra erudita y con visión de futuro. Algunos de los ensayos que constituyen el Tratado del Amor aparecieron en la Revista de Filosofía; otros eran inéditos. Al frente de cada una de las partes que forman este libro hallará el lector las aclaraciones correspondientes. Aníbal Ponce, quien revisó y anotó las obras anteriores de Ingenieros, falleció antes de poder hacerlo con la presente. La revisión y ordenación de los originales estuvo a cargo de Julia Laurencena. (Biblioteca clásica y contemporánea). Digitalización: KCL. 5 “Tratado del amor” de José Ingenieros PRIMERA PARTE LA METAFÍSICA DEL AMOR CAPÍTULO I EROS, GENERADOR. EL AMOR EN EL OLIMPO 1. LOS MITOS DE LA GENERACIÓN Sentado una mañana de primavera a la sombra de su ramada, junta al caído tronco de un árbol vetusto, el hominidio, apenas humanizado, pudo reflexionar sobre ciertos fenómenos que en torno suyo se repetían con visible regularidad. Todos los amaneceres el cielo se llenaba de luz y poco después un disco brillante enviaba calor sobre la tierra. Un despertar se producía en todas las cosas; algunos seres se movían por sí mismos y las hojas eran agitadas por un soplo invisible. Las malezas contiguas reverdecían después de las lluvias y en las partes más calentadas por el sol se cubrían de flores, que con el tiempo perdían sus colores y se transformaban en semillas. Y, cosa la más extraordinaria, cada vez que de la ramada en movimiento caía a tierra una semilla, el calor del disco luminoso y la humedad de las lluvias la convertían, después de cierto número de amaneceres, en una nueva planta capaz de dar flores y semillas. Tierra, calor, agua, movimiento formaban su ciclo de eterna vida, de Generación. Acostumbrado a medir sus propios movimientos por un esfuerzo, el hombre primitivo supuso que toda variación de las cosas era el resultado natural de potencias que actuaban sobre ellas. Cada cambio en la naturaleza era un efecto y obedecía a una causa; todos los fenómenos eran producidos por fuerzas naturales. La idea que pudo hacerse de ellas fue calcada sobre sus propios esfuerzos cuando producía algún movimiento; mirándolas como agentes o entidades invisibles, capaces de acción deliberada, se inclinó a suponer que en todo lo semoviente obraba voluntad. Cuando pudo referir muchos fenómenos naturales a una misma potencia, el hombre se la imaginó como un ser complicado que producía en gran escala efectos semejantes a los de su propia actividad. Poco a poco, extendiendo sus analogías, atribuyó a esos agentes cualidades humanas, pasiones, móviles, instintos semejantes a los hombres. Toda cosmogonía pudo, en su origen, constituirse como un sistema de metáforas antropomórficas destinadas a explicar la física del universo, personificando en cada mito una fuerza natural. En el período mítico protoario1 aludían a esas fuerzas los nombres de los dioses, que obraban como actores de un drama cósmico en eterna renovación. Cuando los efectos atribuidos a su voluntad fueron deseables o temibles, nació como un sistema de metáforas por la antropomorforación o por el culto. El hombre no se limitó a personificar las fuerzas naturales. En las cosas había, para él, algo incomprensible; lo explicó atribuyéndoles un poder intrínseco, invisible como su propio aliento y 1 Se considera demostrado que todas las mitologías indoeuropeas tienen su raigambre común en un período mítico protoario. Ciertas divinidades fueron adoradas antes de que los pueblos arios irradiaran de su desconocido centro común y han persistido con caracteres análogos en diversas mitologías. En las diversas lenguas arias se encuentran mitos y nombres correspondientes a los principales dioses y héroes del Olimpo griego. El problema de origen y evolución de los mitos pertenece, desde hace más de medio siglo, a la mitología comparada. 6 “Tratado del amor” de José Ingenieros como la brisa, un alma. Esa fuerza le pareció más evidente en los animales, que podían moverse a voluntad, como los hombres. A culto de las fuerzas, de las cosas y de los animales, agregó el de los hombres muertos, de los antepasados, cuya potencia animadora supuso que podía seguir obrando, desde alguna parte, para protegerle o dañarle. Esos múltiples objetos de adoración y de culto fueron humanizados progresivamente y en el curso de su evolución se divinizaron, transformándose en dioses, concebidos a imagen y semejanza de los hombres; acabaron, al fin, por emanciparse de las fuerzas y cosas naturales que les dieron origen, para actuar libremente. En las grandes teogonías politeístas todo lo humanizado se fue idealizando; los hombres agregaron o suprimieron atributos a sus dioses, de acuerdo con costumbres, intereses e ideas que se transformaban sin cesar. Interpretaciones sobrenaturales e irracionales, en que la imaginación humana viola las leyes de la naturaleza misma, los mitos cosmogónicos, a media que se divinizan, circunscriben en el tiempo y en el espacio los fenómenos permanentes o inextensos. Los dioses adquieren formas limitadas y tienen historias; nacen y crecen como los hombres, viven y luchan, sufren y mueren. Cuando esta humanización da a su biografía un carácter demasiado terrenal, es difícil distinguirlos de los mejores hombres; héroes, genios, demonios, su rango verdadero se torna incierto, simples semidioses que suelen obrar como intermediarios entre los mortales y los inmortales. El mito cosmogónico de la Generación nació espontáneamente en la imaginación de los hombres que observaron los efectos naturales de la producción. Primero concibieron una potencia obrando para que plantas y animales se reprodujeran eternamente; ningún ser vivo nacía en el mundo sin que ella interviniera. Después la idea del nacimiento fue confundida con la de origen, deduciendo que todo lo existente había nacido alguna vez. La fuerza que diera origen a todas las cosas, potencia o voluntad creadora, se personificó gradualmente en el mito cosmogónico de Eros Generador. Como divinidad de la generación universal actúa Eros en las primitivas cosmogonías helénicas y consta que fue venerado por muchos pueblos griegos desde la antigüedad más remota.2 ¿De dónde había venido este mito? El parentesco lingüístico de los pueblos arios ha sido corroborado por la mitología comparada. Las ideas directrices y los principales dioses de las diversas mitologías arias pueden considerarse afines en un horizonte geográfico inmenso, extendido desde el océano Índico hasta el Atlántico. ¿Aparece Eros como un mito protoario, adorado antes de la pulifurcación de los pueblos indoeuropeos? Sólo sabemos que en los tiempos védicos existía ya en la India la divinidad generadora, Arusha; de allí pudo emigrar al Olimpo griego, en alas de primitivos himnos, cuyo mismo nombre revela su origen exótico.3 El Eros cósmico, generador de todas las cosas, es demasiado abstracto para la mentalidad de los pueblos primitivos; su vida en los Misterios satisfacía más la noción de casualidad, propia de las clases sacerdotales, que el sentimiento popular despertado por la generación de los seres 2 Los habitantes de Thespis, en Beocia, veneraban desde tiempos inmemoriales, bajo la forma de un aerolito, a Eros, dios de la generación universal; en épocas históricas celebraban en su honor, cada cinco años, una fiesta sobre el Helicón, acompañaba por juegos y concursos. Ese culto fue más célebre por las estatuas elevadas a Eros por Praxíteles y Lysipo. En los misterios de Semostracia, asociado al culto de los Cabiros, Eros figuraba ya como el Amor, concebido como primer principio de todas las cosas. Otros cultos de Eros existieron en Parium, Leuctra, Lemnos, etc.; en general, figura como divinidad secundaria en los cultos de Afrodita. 3 El parentesco entre ambos dioses de la generación universal lo establece M. Müller. Arusha tenía los mismos atributos principales de Eros; era hijo de Dyaus (Zeus), nacido en el principio de los tiempos, resplandeciente, jovenzuelo y provisto de brillantes alas. 7 “Tratado del amor” de José Ingenieros vivos. Insensiblemente, al humanizarse, el Eros ario limitó su acción a la reproducción y al amor, asociándose naturalmente a una divinidad femenina, la Afrodita fenicia que ama y engendra, tan llena de vida y pasión que acaba por sobreponérsele en el culto popular.
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